Ignacio, llamado también Teóforo, a la iglesia de Dios el Padre y de Jesucristo el Amado, que ha sido dotada misericordiosamente de toda gracia, y llena de fe y amor y no careciendo de ninguna gracia, reverente y ostentando santos tesoros; a la iglesia que está en Esmirna, en Asia, en un espíritu intachable y en la palabra de Dios, abundantes salutaciones.
I. Doy gloria a Jesucristo el Dios que os concede tal
sabiduría; porque he percibido que estáis afianzados en fe inamovible, como si
estuvierais clavados a la cruz del Señor Jesucristo, en carne y en espíritu, y
firmemente arraigados en amor en la sangre de Cristo, plenamente persuadidos
por lo que se refiere a nuestro Señor que Él es verdaderamente del linaje de
David según la carne, pero Hijo de Dios por la voluntad y poder divinos,
verdaderamente nacido de una virgen y bautizado por Juan para que se cumpliera
en El toda justicia, verdaderamente clavado en cruz en la carne por amor a
nosotros bajo Poncio Pilato y Herodes el Tetrarca (del cual somos fruto, esto
es, su más bienaventurada pasión); para que Él pueda alzar un estandarte para
todas las edades por medio de su resurrección, para sus santos y sus fieles,
tanto si son judíos como gentiles, en el cuerpo único de su Iglesia.
II. Porque Él sufrió todas estas cosas por nosotros [para
que pudiéramos ser salvos]; y sufrió verdaderamente, del mismo modo que
resucitó verdaderamente; no como algunos que no son creyentes dicen que sufrió
en apariencia, y que ellos mismos son mera apariencia. Y según sus opiniones
así les sucederá, porque son sin cuerpo y como los demonios.
III. Porque sé y creo que El estaba en la carne incluso
después de la resurrección; y cuando El se presentó a Pedro y su compañía, les
dijo: Poned las manos sobre mí y palpadme, y ved que no soy un demonio sin
cuerpo. Y al punto ellos le tocaron, y creyeron, habiéndose unido a su carne y
su sangre. Por lo cual ellos despreciaron la muerte, es más, fueron hallados
superiores a la muerte. Y después de su resurrección Él comió y bebió con ellos
como uno que está en la carne, aunque espiritualmente estaba unido con el
Padre.
IV. Pero os amonesto de estas cosas, queridos, sabiendo que
pensáis lo mismo que yo. No obstante, estoy velando siempre sobre vosotros para
protegeros de las fieras en forma humana —hombres a quienes no sólo no
deberíais recibir, sino, si fuera posible, ni tan sólo tener tratos [con
ellos]; sólo orar por ellos, por si acaso se pueden arrepentir—. Esto,
verdaderamente, es difícil, pero Jesucristo, nuestra verdadera vida, tiene
poder para hacerlo. Porque si estas cosas fueron hechas por nuestro Señor sólo
en apariencia, entonces yo también soy un preso en apariencia. Y ¿por qué,
pues, me he entregado a mí mismo a la muerte, al fuego, a la espada, a las
fieras? Pero cerca de la espada, cerca de Dios; en compañía de las fieras, en
compañía de Dios. Sólo que sea en el nombre de Jesucristo, de modo que podamos
sufrir juntamente con Él. Sufro todas las cosas puesto que Él me capacita para
ello, el cual es el Hombre perfecto.
V. Pero ciertas personas, por ignorancia, le niegan, o más
bien han sido negadas por Él, siendo abogados de muerte en vez de serlo de la
verdad; y ellos no han sido persuadidos por las profecías ni por la ley de
Moisés, ni aun en esta misma hora por el Evangelio, ni por los sufrimientos de
cada uno de nosotros; porque ellos piensan también lo mismo con respecto a
nosotros. Porque, ¿qué beneficio me produce [a mí] si un hombre me alaba pero
blasfema de mi Señor, no confesando que Él estaba en la carne? Pero el que no
lo afirma, con ello le niega por completo y él mismo es portador de un cadáver.
Pero sus nombres, siendo incrédulos, no considero apropiado registrarlos por
escrito; es más, lejos esté de mí el recordarlos, hasta que se arrepientan y
regresen a la pasión, que es nuestra resurreción.
VI. Que ninguno os engañe. Incluso a los seres celestiales y
a los ángeles gloriosos y a los gobernantes visibles e invisibles, si no creen
en la sangre de Cristo [que es Dios], les aguarda también el juicio. El que
recibe, que reciba. Que los cargos no envanezcan a ninguno, porque la fe y el
amor lo son todo en todos, y nada tiene preferencia antes que ellos. Pero
observad bien a los que sostienen doctrina extraña respecto a la gracia de
Jesucristo que vino a vosotros, que éstos son contrarios a la mente de Dios. No
les importa el amor, ni la viuda, ni el huérfano, ni el afligido, ni el preso,
ni el hambriento o el sediento. Se abstienen de la eucaristía (acción de
gracias) y de la oración, porque ellos no admiten que la eucaristía sea la
carne de nuestro Salvador Jesucristo, cuya carne sufrió por nuestros pecados, y
a quien el Padre resucitó por su bondad.
VII. Así pues, los que contradicen el buen don de Dios
perecen por ponerlo en duda. Pero sería conveniente que tuvieran amor, para que
también pudieran resucitar. Es, pues, apropiado, que os abstengáis de los
tales, y no les habléis en privado o en público; sino que prestéis atención a
los profetas, y especialmente al Evangelio, en el cual se nos muestra la pasión
y es realizada la resurrección.
VIII. [Pero] evitad las divisiones, como el comienzo de los
males. Seguid todos a vuestro obispo, como Jesucristo siguió al Padre, y al
presbiterio como los apóstoles; y respetad a los diáconos, como el mandamiento
de Dios. Que nadie haga nada perteneciente a la Iglesia al margen del obispo.
Considerad como eucaristía válida la que tiene lugar bajo el obispo o bajo uno
a quien él la haya encomendado. Allí donde aparezca el obispo, allí debe estar
el pueblo; tal como allí donde está Jesús, allí está la iglesia universal. No
es legítimo, aparte del obispo, ni bautizar ni celebrar una fiesta de amor;
pero todo lo que él aprueba, esto es agradable también a Dios; que todo lo que
hagáis sea seguro y válido.
IX. Es razonable, pues, que velemos y seamos sobrios, en
tanto que tengamos [todavía] tiempo para arrepentimos y volvernos a Dios. Es
bueno reconocer a Dios y al obispo. El que honra al obispo es honrado por Dios;
el que hace algo sin el conocimiento del obispo rinde servicio al diablo. Que
todas las cosas, pues, abunden para vosotros en gracia, porque sois dignos.
Vosotros fuisteis para mí un refrigerio en todas las cosas; que Jesucristo lo
sea para vosotros. En mi ausencia y en mi presencia me amasteis. Que Dios os
recompense; por amor al cual sufro todas las cosas, para que pueda alcanzarle.
X. Hicisteis bien en recibir a Filón y a Rhaius Agathopus,
que me siguieron en la causa de Dios como ministros de [Cristo] Dios; los
cuales también dan gracias al Señor por vosotros, porque les disteis refrigerio
en toda forma. No se perderá nada para vosotros. Mi espíritu os es devoto, y
también mis ataduras, que no despreciasteis ni os avergonzasteis de ellas. Ni
tampoco Él, que es la fidelidad perfecta, se avergonzará de vosotros, a saber,
Jesucristo.
XI. Vuestra oración llegó a la iglesia que está en Antioquía
de Siria; de donde, viniendo como preso en lazos de piedad, saludo a todos los
hombres, aunque yo no soy digno de pertenecer a ella, siendo el último de
ellos. Por la voluntad divina esto me fue concedido, no que yo contribuyera a
ello, sino por la gracia de Dios, que ruego pueda serme dada de modo perfecto,
para que por medio de vuestras oraciones pueda llegar a Dios. Por tanto, para
que vuestra obra pueda ser perfeccionada tanto en la tierra como en el cielo,
es conveniente que vuestra iglesia designe, para el honor de Dios, un embajador
de Dios que vaya hasta Siria y les dé el parabién porque están en paz, y han
recobrado la estatura que les es propia, y se les ha restaurado a la dimensión
adecuada. Me parece apropiado, pues, que enviéis a alguno de los vuestros con
una carta, para que pueda unirse a ellos dando gloria por la calma que les ha
llegado, por la gracia de Dios, y porque han llegado a un asilo de paz por
medio de vuestras oraciones. Siendo así que sois perfectos, que vuestros
consejos sean también perfectos; porque si deseáis hacer bien, Dios está
dispuesto a conceder los medios.
XII. El amor de los hermanos que están en Troas os saluda;
de donde también os escribo por la mano de Burrhus, a quien enviasteis vosotros
a mí juntamente con los efesios vuestros hermanos. Burrhus ha sido para mí un
refrigerio en todas formas. Quisiera que todos le imitaran, porque es un
ejemplo del ministerio de Dios. La gracia divina le recompense en todas las
cosas. Os saluda. Saludo a vuestro piadoso obispo y a vuestro venerable
presbiterio [y] a mis consiervos los diáconos, y a todos y cada uno y en un
cuerpo, en el nombre de Jesucristo, y en su carne y sangre, en su pasión y
resurrección, que fue a la vez carnal y espiritual, en la unidad de Dios y de
vosotros. Gracias a vosotros, misericordia, paz, paciencia, siempre.
XIII. Saludo a las casas de mis hermanos con sus esposas e
hijos, y a las vírgenes que son llamadas viudas. Os doy la despedida en el
poder del Padre. Filón, que está conmigo, os saluda. Saludo a la casa de Gavia,
y ruego que esté firme en la fe y el amor tanto de la carne como del espíritu.
Saludo a Alce, un nombre que me es querido, y a Daphnus el incomparable, y a
Eutecnus, y a todos por su nombre. Pasadlo bien en la gracia de Dios.