III Macabeos



Por I. Rodríguez Alfageme
1
1 Filopátor se enteró, por boca de los refugiados, de la anexión que de sus dominios llevaba a cabo Antíoco. Entonces al frente de la totalidad de su infantería y caballería, junto con su hermana Arsínoe, partió hasta los alrededores de Rafia, donde se encontraba acampado Antíoco con su ejército.
2 Un tal Teódoto, pensando que lograría cumplir su plan, tomó las mejores armas tolemaicas, entre las que le habían sido asignadas previamente, y cruzó él solo de noche hasta la tienda de Tolomeo para matarle y con ello poner fin a la guerra.
3 Pero Dositeo, el llamado hijo de Drímilo, de linaje judío (el que más tarde cambió sus costumbres renegando de las creencias tradicionales), sacó de la tienda al rey e hizo que se acostara en ella un oscuro individuo, que recibió así el golpe a aquél destinado.
4 Se produjo tan violento combate en el que la situación llegó a ser bastante más favorable a Antíoco. Arsínoe, acercándose a las filas del ejército, les exhortaba, sueltos los cabellos y con abundantes lágrimas, a socorrerse con valor a sí mismos, a sus hijos y a sus mujeres, prometiendo, además, que daría a cada uno dos minas de oro si vencían.
5 De este modo sucedió que los adversarios perecieron en la lucha y que muchos cayeron también cautivos.
6 Tras salir airoso de este plan hostil, decidió Tolomeo ir a las ciudades cercanas para darles ánimos.
7 Así lo hizo, a la par que repartía regalos a los templos, con lo que restableció la confianza de sus súbditos.
8 Los judíos le enviaron representantes del senado y de los ancianos para saludarle, llevarle presentes de hospitalidad y felicitarle con motivo de sus éxitos; el rey, entonces, sintió mayor urgencia de visitarlos.
9 Después de llegar a Jerusalén, hizo una ofrenda al Dios supremo en acción de gracias. Una vez hecho esto, lo apropiado para el recinto del templo, entró en él
10 y quedó maravillado por su solemne belleza. Al admirar la armonía del santuario, le vino la idea de penetrar en el templo.
11 Los habitantes de Jerusalén le argumentaron que no era conveniente, porque no les estaba permitido entrar ni a los de raza judía, ni siquiera a los sacerdotes, sino sólo al sumo pontífice, y a éste sólo una vez al año. Pero el rey no se dejaba convencer en modo alguno.
12 Le fue leída la ley, pero ni siquiera así renunciaba a su intención de entrar. Decía: «Aunque ellos estén privados de este honor, yo no debo quedar sin él».
13 Preguntó entonces por qué causa ninguno de los presentes le había impedido entrar en el recinto del templo.
14 Alguien, sin pensarlo más, dijo que ese mismo hecho era un mal presagio.
15 «Ya que esto ocurre por algún motivo —dijo—, ¿no voy a entrar del todo, lo quieran o no ellos?»
16 Los sacerdotes, postrados en el suelo con toda su vestimenta, pedían al Dios supremo que les prestara ayuda en aquellas circunstancias y desviara el ímpetu del que tan duro ataque les dirigía. Llenaron el santuario de tal griterío, acompañado de lágrimas,
17 que los habitantes de la ciudad, turbados, salieron pensando que ocurría algo raro.
18 Las vírgenes, que permanecen encerradas en las alcobas con sus madres, rompieron su encierro y, entregando sus cabellos al polvo, saciadas de llanto y lamentos, llenaron las calles.
19 Las que recientemente habían sido enviadas a los tálamos nupciales dispuestos para el encuentro con sus esposos, olvidando el debido pudor, se lanzaron por la ciudad en una carrera desordenada.
20 Las madres y ayas encargadas del cuidado de los recién nacidos, abandonándolos en cualquier lugar —unas en casa, otras en la calle—, acudían directamente al supremo santuario.
21 Los ruegos de los allí reunidos se sucedían sin cesar ante lo que impíamente intentaba hacer el monarca.
22 Junto a éstos, los más exaltados de entre los ciudadanos no aguantaban que el rey impusiera su deseo de llevar a cabo la entrada,
23 y dando la voz de lanzarse a las armas y morir valerosamente en defensa de la ley patria, provocaron bastante tensión en el lugar. Pero, detenidos con dificultad por los ancianos, se añadieron al grupo de los suplicantes.
24 La muchedumbre, como al principio, seguía insistiendo en su demanda.
25 Los ancianos del séquito real intentaron repetidas veces disuadir al arrogante espíritu del monarca de su obstinada decisión.
26 Pero lleno de osadía, y tras rechazarlo todo, hacía el intento de avanzar y parecía que iba a llevar a cabo lo anunciado.
27 Ante este espectáculo, los que estaban a su lado se volvieron también para invocar, junto con los nuestros, al Todopoderoso para que nos defendiera en aquellas circunstancias y no permaneciera indiferente ante una acción de arrogancia contra la ley.
28 Era incesante el griterío que procedía de los continuos, vehementes y afligidos lamentos de la muchedumbre.
29 Era posible creer que no sólo los hombres, sino también los muros y el suelo todo gritaban, porque todos preferían entonces la muerte a la profanación del templo.



2
1 El sumo sacerdote Simón se arrodilló frente al templo, alzó sus manos reverentemente y elevó una súplica en los siguientes términos:
2 — ¡Señor, Señor, rey de los cielos y dueño de toda la creación, santo entre los santos, emperador, todopoderoso, escúchanos a nosotros que padecemos por obra de un sacrílego impío, lleno de arrogancia en su intemperante osadía!
3 Escúchanos, porque tú, que creaste el universo y lo riges todo, en calidad de dueño, eres justo y juzgas a los que cometen alguna acción orgullosa y arrogante.
4 A los que anteriormente habían delinquido entre los cuales se encontraban incluso gigantes llenos de confianza en su vigor y osadía, tú los destruiste, haciendo caer sobre ellos una inmensa cantidad de agua.
5 A los arrogantes sodomitas, una vez que claramente incurrieron en actos de maldad, tú los fulminaste con azufre y fuego, para escarmiento de la posteridad.
6 Tú, al osado faraón que esclavizó a tu pueblo, el sagrado Israel, tras someterlo a múltiples y diversos castigos, le hiciste conocer tu soberanía, y con ellos diste a conocer tu gran poder.
7 Y cuando emprendió la persecución con carros y multitud de muchedumbres, lo sepultaste en el fondo del mar; pero a los que confiaron en ti, dueño de todo el universo, les hiciste atravesar sanos y salvos;
8 ellos, viendo así las obras de tu mano, alabaron tu omnímodo poder.
9 Tú, Rey, después de haber creado la inmensa e infinita tierra, elegiste esta ciudad y consagraste este lugar a tu nombre, tú que nada necesitas, y lo glorificaste con tu solemne aparición al establecer la alianza aquí, para gloria de tu nombre, grande y venerado.
10 Por amor de la casa de Israel prometiste que, si teníamos algún fracaso o nos sorprendía alguna dificultad, viniéramos a este lugar, eleváramos una súplica y atenderías nuestro ruego.
11 Eres, en verdad, digno de confianza y veraz.
12 Ya que muchas veces, cuando estaban oprimidos, ayudaste a nuestros padres en su humillación y los salvaste de grandes males,
13 mira ahora, sagrado Rey, cómo sufrimos por nuestros graves y múltiples pecados y cómo estamos sometidos a nuestros enemigos y sumidos en la impotencia.
14 Para nuestra calamidad, ese atrevido profanador intenta mancillar el templo sagrado dedicado en la tierra al nombre de tu gloria.
15 Sin duda, tu morada, cielo del cielo, es inaccesible a los hombres.
16 Pero ya que al glorificar tu gloria en Israel, tu pueblo, consagraste este templo,
17 no nos hagas pagar a nosotros la impureza de éstos ni nos castigues por la profanación. Que no se regocijen los malvados en su corazón ni se alegren con sus lenguas los arrogantes, mientras dicen:
18 «Nosotros hollamos la casa consagrada como son holladas las casas de perdición».
19 Borra nuestras faltas, dispersa nuestros pecados y muestra tu compasión en esta hora.
20 ¡Que las manifestaciones de tu compasión nos ayuden rápidamente, y pon alabanzas en la boca de quienes tienen sus almas hundidas y decaídas, procurándonos la paz!
21 Entonces el Dios que todo lo ve y de quien toda paternidad procede, el santísimo, escuchó la justa súplica y golpeó al que se había alzado altivamente en su orgullo y atrevimiento,
22 sacudiéndole de uno y otro lado, como a una caña el viento, hasta quedar impotente en el suelo; paralizados los miembros, ni siquiera podía hablar, golpeado por una justa sentencia.
23 Los amigos y guardaespaldas, viendo que era grave el castigo que sufría y temerosos de que dejara incluso la vida, lo sacaron rápidamente, perplejos de terror.
24 Más tarde, pasado cierto tiempo, cuando se hubo recobrado, no alcanzó en absoluto el arrepentimiento a pesar del castigo recibido, sino que se marchó profiriendo amargas amenazas.
25 De regreso a Egipto, dio pábulo a su maldad con la ayuda de los antedichos amigos y camaradas, hombres alejados de toda justicia.
26 No contento con sus innumerables vicios, llegó a tal grado de osadía que inventaba palabras de mal agüero en los lugares de sacrificio, y muchos de sus amigos, atentos a la intención del rey, lo seguían en sus deseos.
27 Se propuso como fin extender una pública maledicencia contra la raza judía. Hizo erigir a este fin una estela en la torre que da al patio, en la que inscribió:
28 «Nadie de los que no sacrifiquen entre a los templos y que todos los judíos sean censados y reducidos a condición servil. Contra los que se opongan empléese la violencia hasta la pérdida de la vida,
29 y los registrados sean también marcados a fuego en el cuerpo con el sello, en forma de hoja de hiedra, de Diónisos, quedando así reducidos a la condición arriba proclamada».
30 Pero para que no resultara manifiesto que les odiaba a todos, hizo inscribir debajo: «Si algunos de entre ellos prefirieran unirse a los iniciados según los ritos, tengan los mismos derechos de ciudadanía que los alejandrinos».
31 Algunos, que aborrecían evidentemente los fundamentos de la piedad del pueblo, se entregaron fácilmente, con la idea de que iban a participar de gran fama gracias a su futura asociación con el rey.
32 Pero la mayoría resistió con noble ánimo y no desertó de su piedad. Intentaron, dando su dinero a cambio de la vida, librarse de los censos;
33 mantenían a la vez la esperanza de lograr ayuda, hacían objeto de oprobio a los que se habían separado de ellos, les juzgaban enemigos de la raza y les privaban de su favor y común trato.

3
1 Al enterarse el impío de estos hechos, llegó a tal grado de irritación, que no sólo se enfureció contra los de Alejandría, sino que se enfrentó también seriamente con todos los judíos del país y ordenó que sin tardanza los reunieran en el mismo lugar y les privaran de la vida con la peor de las muertes.
2 Una vez tomada esta determinación, agitadores conjurados hicieron correr un rumor hostil contra la raza hebrea para causarles daño y dar base a la idea de que se les castigaría lícitamente.
3 Los judíos, por su parte, guardaban inalterada su benevolente confianza en los reyes;
4 respetaban a su Dios y regían su vida por la ley, y se mantenían apartados en lo que toca a los alimentos, por cuya causa a algunos les resultaban odiosos.
5 Pero, adornando su trato con su justa conducta, se hacían apreciar de todos los hombres.
6 Ahora bien, esta buena conducta de su raza, de la que todos se hacían lenguas, no era tenida en cuenta, en modo alguno, por los gentiles.
7 Murmuraban continuamente de su separación en las ceremonias religiosas y en las comidas, repitiendo que no mantenían una actitud benévola para con el rey y su ejército, que eran hostiles y un gran obstáculo para la república. Y no en balde sembraban sus reproches.
8 Los griegos de la ciudad, que no habían recibido daño alguno de los judíos, veían cómo se producían inesperados tumultos en torno a estos hombres y alocadas carreras antes nunca vistas. Pero no tenían fuerzas para socorrerlos, porque el régimen era tiránico; sin embargo, los animaban y se sentían indignados por la situación y deseaban en su interior que todo cambiara,
9 pues no cabía ignorar que tan antigua comunidad no había cometido falta alguna.
10 Incluso ciertos vecinos, amigos y asociados intentaban convencer a algunos en secreto, dándoles garantías de alianza y de que pondrían todo empeño en su defensa.
11 Tolomeo, ensoberbecido por la prosperidad reinante, sin considerar el poder del Dios supremo y suponiendo que permanecería sin cesar en la misma decisión, escribió contra los judíos la siguiente carta:
12 «El rey Tolomeo Filópator a los gobernadores y soldados de cada lugar de Egipto, salud.
13 Gozo de salud y nuestros asuntos marchan bien.
14 Nuestra expedición militar a Asia, conocida por vosotros, ha alcanzado un final razonable gracias a la deliberada alianza de los dioses.
15 La hemos dirigido no a punta de lanza, sino con clemencia y abundantes sentimientos amistosos para cuidar de los pueblos que habitan Celesiria y Fenicia y favorecerles de buen grado.
16 Después de repartir entre los santuarios de las ciudades muchos bienes, fuimos invitados también a venerar, una vez llegados a Jerusalén, el santuario de estos blasfemos, siempre insensatos.
17 Ellos aceptaron de palabra nuestra presencia —insinceramente de hecho—, pero cuando mostramos deseos de entrar en su templo y honrarlo con las más hermosas y espléndidas ofrendas,
18 arrastrados por su antiquísimo orgullo, nos impidieron la entrada. . . y permanecen sin haber sentido nuestro poder por el buen trato que usamos con todos los hombres.
19 Pero así han manifestado con claridad su odio para con nosotros: sólo ellos, entre las naciones, se muestran altivos con sus reyes y bienhechores, por lo que no quieren hacer acto noble alguno.
20 Pero hemos sido indulgentes con su insensatez. Tras la victoria, y de vuelta ya en Egipto, hemos actuado amistosamente con todos los pueblos y hemos obrado como era debido,
21 dando a conocer a todos, en estas circunstancias, el perdón para los de su misma raza. En consideración a la alianza y a los innumerables asuntos liberalmente confiados a ellos desde antiguo, hemos decidido, atreviéndonos a proponer un cambio, hacerles incluso dignos de la ciudadanía alejandrina y partícipes de los sacrificios tradicionales.
22 Pero ellos lo entendieron al contrario, y con su innata perversidad rehusaron el beneficio. Inclinándose continuamente al mal,
23 no sólo rechazaron la inapreciable ciudadanía, sino que continuamente ultrajan con su palabra y su silencio a los pocos que de entre ellos han adoptado una actitud noble, sospechando, en cada ocasión con su infame modo de comportarse, que nosotros habríamos de dar rápidamente un giro completo a la situación.
24 Por lo cual, profundamente persuadidos con pruebas de que ésos abrigan en todo punto malas intenciones contra nosotros, y en previsión de que alguna vez, si se origina una revuelta, tengamos inesperadamente como enemigos a nuestras espaldas a esos impíos traidores y bárbaros,
25 hemos decidido que, al tiempo que llega esta carta, enviéis inmediatamente ante nos a los judíos que habiten en el lugar, junto con sus mujeres e hijos, con trato violento y vejatorio, aherrojados con férreas cadenas, con vistas a una muerte cruel e infame, propia de malvados.
26 Si castigamos a todos ellos a la vez entendemos que para el futuro nuestros asuntos gozarán de perfecta estabilidad y quedarán en inmejorable condición.
27 Aquel que cobije a algun judío, viejo o niño incluso de pecho, será crucificado con toda su familia entre los más ignominiosos tormentos.
28 Que los denuncie quien lo desee, con la estipulación de que recibirá la hacienda del que incurrió en el castigo más dos mil dracmas del tesoro real y será honrado con la libertad.
29 Todo lugar donde sea descubierto [que se ha] cobijado algún judío, sea anatema y pasto de las llamas, y quede para todo mortal inutilizable por completo y para siempre».
30 En estos términos estaba redactado el texto de la carta.

4
1 En todas partes donde llegó esta orden se organizó a expensas públicas una fiesta para los gentiles con gritos de alegría, como si ahora se manifestara con libertad el odio que contra ellos se guardaba, desde antaño, en su pensamiento.
2 A los judíos les sobrevino un indecible pesar, mezclado con lágrimas y dolorosos gemidos. Por todas partes su corazón se inflamaba en sollozos y lamentos ante la inesperada ruina que de súbito les había sido sentenciada.
3 ¿Qué distrito o ciudad, qué lugar habitable, en suma, o qué calles no se llenaron de duelos y lamentos por ellos?
4 Con el alma llena de una amargura inconsolable fueron enviados de común acuerdo por los gobernadores de las ciudades, hasta tal punto que al ver el inusitado castigo incluso alguno de sus enemigos —a quienes movían los motivos comunes de compasión y el incierto fin de la existencia— lloraban ante la desdichada expedición.
5 La encabezaba una multitud de ancianos coronados de canas, que forzaban la curvada debilidad senil de sus piernas a una rápida marcha, al impulso de una violencia carente de todo respeto.
6 Las jóvenes recién llegadas a la cámara nupcial para una comunidad de vida tornaban su goce en lamento y cubrían de polvo su perfumada cabellera. Mientras eran conducidas sin sus velos, comenzaron a entonar, de común acuerdo, endechas en lugar de himeneos, como despedazadas por vejaciones de gentiles;
7 y aherrojadas por el poder público fueron arrastradas hasta su introducción en la nave.
8 Sus cónyuges, en la flor de la juventud, con cepos en sus cuellos en lugar de guirnaldas, pasaron los días siguientes a las bodas viendo ya, a sus pies, abierto el Hades en vez de los festejos y goces juveniles.
9 Eran llevados, a modo de fieras, conducidos con trabas de férreas ataduras. Unos, atados sus cuellos a las bancadas de las naves; otros, fijados sus pies en inquebrantables grillos,
10 e incluso en la cerrada sentina, para que, oscurecidos sus ojos por todas partes, tuvieran durante el viaje transporte propio de traidores.
11 Una vez que fueron conducidos al lugar llamado Esquedia y el viaje finalizó, según había sido decretado por el rey, éste ordenó que los arrojaran al hipódromo situado delante de la ciudad, lugar de tremenda amplitud y excelente para servir de ejemplo, tanto para los que venían a la ciudad como para los que se veían obligados a pernoctar en el campo. Así (los judíos alojados en el hipódromo), no podrían tener contacto con las tropas ni guarecerse al abrigo de las murallas.
12 Cuando se hubo ejecutado esta orden, el rey se enteró de que sus congéneres salían de la ciudad en secreto, con frecuencia, para lamentar el infame sufrimiento de sus hermanos.
13 Irritado, ordenó entonces que con éstos se actuara exactamente del mismo modo, sin remitir por ello en el castigo de los primeros.
14 Ordenó, además, censar por sus nombres a todo el pueblo judío, no para el duro servicio de labranza descrito antes brevemente, sino para toturarlos con los tormentos ya prescritos y al final hacerlos desaparecer en el espacio de un día.
15 Así, pues, el censo se iba realizando con amarga prisa y entregada dedicación, desde la salida del sol hasta el ocaso, durante un total de cuarenta días sin interrupción.
16 El rey, lleno de grande y continua alegría, preparaba fiestas para todos los ídolos. Con errados pensamientos y sacrílegas palabras alababa a esos objetos sordos, incapaces de hablar o socorrerles, mientras que al Dios supremo le dirigía palabras indebidas.
17 Pasado el plazo prescrito, los secretarios comunicaron al rey que no tenían ya fuerzas para continuar el censo de los judíos por su inmensa multitud.
18 Aunque la mayor parte se encontraba aún en el país, unos todavía en sus casas y otros incluso en el lugar, la empresa resultaba demasiado ardua para los gobernadores de Egipto.
19 El monarca les amenazó violentamente con la idea de que se habían dejado sobornar para dejarlos escapar. Sin embargo, se convenció con claridad del asunto
20 al demostrársele que incluso se había agotado la provisión de papiro y los cálamos que utilizaban para escribir.
21 Pero todo esto era una acción de la invencible providencia del que ayudaba a los judíos desde el cielo.

5
1 Entonces convocó a su presencia al encargado del duro cuidado de los elefantes, Hermón, y lleno de ira y rabia inconmovible
2 le ordenó que al día siguiente emborrachara a todos los elefantes, en número de quinientos, con abundantes puñados de incienso mezclado con vino puro. Luego, una vez enfurecidos por el espléndido tributo de la bebida, habría de conducirlos hacia el fatal destino de los judíos.
3 Después de cursar estas órdenes, se dirigió hacia la fiesta en compañía de quienes, entre sus amigos y el ejército, sentían mayor enemistad contra los judíos.
4 Hermón, el naire [adiestrador de elefantes], cumplía la orden exactamente.
5 Los esclavos públicos encargados de la custodia salieron al atardecer, ataron las manos de los desdichados y pusieron en práctica diversas medidas de seguridad durante la noche, pensando que toda la nación a una se acercaba a su destrucción final.
6 Los judíos aparecían a los ojos de los gentiles carentes de todo refugio, rodeados por todas partes de cadenas y en apurada situación.
7 Invocaban con lágrimas al Señor de omnímodo poder, su misericordioso Dios y Padre, con un griterío imposible de acallar, pidiendo
8 que apartara aquella impía y adversa resolución y los salvara, con una magnificente aparición, del destino que se abría a sus pies.
9 Así, pues, sus fervientes súplicas ascendían al cielo.
10 Hermón, una vez emborrachados los implacables elefantes, llenos del abundante tributo del vino y ahítos de incienso, se presentó al amanecer en la corte para dar noticias de ello al rey.
11 Pero la hermosa criatura del sueño, que desde la eternidad llega día y noche por mandato de quien concede su gracia a cuantos él quiere, envió una porción al rey.
12 Con profundo placer quedó retenido por la acción del Señor, quedando muy contrariado en su ilícita intención y grandemente decepcionado en su inmutable obcecación.
13 Los judíos, al haber logrado escapar a la hora de antemano señalada para su muerte, alababan a su Dios Santo y suplicaban una y otra vez al que fácilmente se aplaca que mostrara la fuerza de su poderoso brazo a los gentiles arrogantes.
14 Ya estaba casi mediada la hora décima cuando el encargado de las invitaciones, viendo reunidos a los invitados, se acercó al rey y comenzó a moverlo.
15 Logró despertarlo a duras penas y le indicó con frases alusivas a las circunstancias presentes que ya pasaba el momento del convite.
16 El rey, atendiendo a sus palabras, poniéndose a beber, ordenó a los que habían acudido al convite que se reclinaran frente a él.
17 Les invitó luego a que, entregándose a la fiesta y disfrutando lo más posible de la despreocupación del convite, dieran paso a la alegría.
18 Como la reunión se prolongara más tiempo, el rey mandó llamar a Hermón y le preguntó con amargas amenazas por qué causa se había dejado sobrevivir a los judíos ese día.
19 Al indicarle aquél que de noche había revocado la orden, y ante la ratificación del hecho por sus amigos,
20 con una crueldad peor que la de Fálaris afirmó que podían agradecérselo al sueño de aquel día. Añadió entonces: —Mañana, sin dilación, prepara del mismo modo a los elefantes para el exterminio de esos criminales judíos.
21 Los presentes, al unísono, aprobaron con agrado y regocijo las palabras del rey, y cada cual se fue a su propia casa.
22 Y no dedicaron al sueño el tiempo de la noche, sino a inventar todo género de escarnio contra los que estaban aparentemente en una situación desesperada.
23 Cuando cantó el gallo de madrugada, Hermón aparejó las fieras y las puso en marcha por el gran atrio.
24 La muchedumbre de la ciudad estaba reunida esperando el alba con impaciencia para contemplar el lamentabilísimo espectáculo.
25 Los judíos que arrastraban su espíritu todavía, por breve tiempo, entre súplicas y lágrimas, alzaban las manos al cielo entre cánticos lastimeros y pedían al Dios supremo que otra vez les prestara rápidamente su ayuda.
26 Aún no se extendían los rayos del sol cuando se presentó Hermón, mientras el rey estaba recibiendo a sus amigos. El naire les rogaba que salieran, indicando que el deseo real estaba presto a cumplirse.
27 El monarca, al percatarse, se mostró sorprendido por la inusitada invitación a salir y, dominado por una ignorancia total, preguntó: —¿Por qué motivo se ejecuta este asunto con tanta prisa?
28 Así se manifestaba el poder de Dios, Señor de todo, que había inducido en la mente el olvido de lo que antes había planeado.
29 Hermón y todos sus amigos le indicaron: —Las fieras y el ejército están dispuestos, rey, según tu inmutable propósito.
30 Ante estas palabras, lleno de una profunda irritación, porque la providencia de Dios había disipado por completo su pensamiento sobre los judíos, fijando en ellos una mirada amenazadora, les dijo:
31 —Cuantos estáis aquí presentes, padres e hijos, seríais abundante festín para las fieras salvajes en lugar de los judíos, súbditos para mí irreprochables que han demostrado a mis antecesores una lealtad absolutamente firme.
32 Y para Hermón añadió: —A no ser por el afecto propio de nuestra común infancia y de tu servicio, perderías la vida en lugar de ésos.
33 De este modo Hermón sufrió el peligro de una inesperada amenaza, y se le demudó el rostro y el color.
34 Los amigos del rey, marchándose con cara hosca de uno en uno, disolvieron a la muchedumbre, yéndose cada uno a su propia ocupación.
35 Los judíos, cuando oyeron las nuevas procedentes del rey, alabaron al Señor, Dios preclaro y Rey de reyes, porque habían obtenido también ayuda de él.
36 Según su costumbre, el rey, cuando estuvo preparado el banquete, animó a sus invitados a dedicarse al goce.
37 Luego, tras llamar a Hermón, le dijo amenazadoramente: —¿Cuántas veces es preciso darte una orden sobre los mismos asuntos, desdichado?
38 Dispón para mañana los elefantes para eliminar a los judíos.
39 Pero los parientes que le acompañaban, extrañados de la inestabilidad de su intención, alegaron:
40 —¡Oh rey! ¿Hasta cuándo nos vas a estar sometiendo a prueba tan sin razón, dando ya por tercera vez la orden de eliminarlos y anulando de nuevo, por un cambio de parecer, tu decreto cuando está a punto de ser ejecutado?
41 Por ello la ciudad está inquieta ante la espera, se producen continuos tumultos y ha corrido incluso el riesgo de ser saqueada muchas veces.
42 Ante estas palabras, el rey, en todo como un Fálaris, lleno de insensatez y sin tener en cuenta en absoluto los cambios que se produjeron en su alma en el asunto de los judíos, pronunció firmemente el más incumplido juramento: los enviaría sin demora al Hades, torturados por rodillas y pies de fieras;
43 después de invadir Judea, la arrasaría inmediatamente a hierro y fuego; el templo, al que se nos negaba el acceso, lo derribaría por el fuego y lo dejaría desierto para siempre con la rapidez de los que allí hacen sacrificios.
44 Entonces se retiraron llenos de alegría sus parientes y amigos, disponiendo confiadamente el ejército en los puntos estratégicos de la ciudad para su vigilancia.
45 El naire, que había llevado las fieras a un estado, por así decir, de enloquecimiento mediante las más fragantes pociones de vino mezclado con mirra, las adornó con terribles arneses.
46 Cuando, ya al alba, quedó llena la ciudad de multitudes incontables que se dirigían hacia el hipódromo, entró en la corte e instó al rey a ejecutar lo proyectado.
47 El monarca, llenando con el terrible peso de una ira incontenible su impío corazón, partió porque quería contemplar intrépidamente, con sus propios ojos, la penosa y desdichada destrucción de los antes aludidos.
48 Los judíos al ver el polvo levantado por los elefantes que salían, al ejército armado que los seguía y el movimiento de la multitud y al oír el retumbante tumulto,
49 creyeron que aquel era el último momento de su vida, el fin de la más desdichada espera. Entregándose al lamento y al llanto, se besaban unos a otros abrazando a sus parientes y arrojándose a sus cuellos, padres con hijos y madres con hijas, mientras otras daban el pecho a criaturas recién nacidas que mamaban por última vez.
50 Pero, considerando también las celestiales manifestaciones de ayuda que se habían producido ante ellos, se arrojaron al unísono de bruces y, apartando a las criaturas de los pechos,
51 alzaron su voz con fuerza al Señor de todo poder, suplicándole que se manifestara y apiadara de ellos, situados ya ante las puertas del Hades.

6
1 Un tal Eleazar, varón notable entre los sacerdotes del país, que había alcanzado ya la vejez y estaba adornado de toda clase de virtudes, después de calmar a su alrededor las invocaciones de los más ancianos, elevó al Dios santo esta súplica:
2 -¡Muy poderoso Rey, supremo Dios todopoderoso, que gobiernas la creación entera con sentimientos compasivos,
3 mira la simiente de Abrahán; los hijos del santo Jacob, tu pueblo santificado, que injustamente perece como extraño en tierra extraña, Padre!
4 Tú, que al faraón con su multitud de carros, antiguo señor de este Egipto, varón altivo en su ilícita osadía y grandilocuente lengua, hiciste perecer ahogado junto con su arrogante ejército, haciendo así aparecer un rayo de gracia para el linaje de Israel.
5 Tú, que a Senaquerib, exultante por sus innumerables ejércitos, severo rey de los asirios, cuando ya tenía sometida por las armas a toda la tierra y había venido contra tu sagrada ciudad profiriendo graves palabras en su arrogante osadía, tú, Señor, lo despedazaste, mostrando claramente a muchos pueblos tu poder.
6 Tú, que a los tres amigos que voluntariamente entregaron la vida al fuego por no servir a falsos dioses, enfriaste el horno ardiente, los libraste indemnes hasta el último cabello y enviaste una llamarada a todos sus enemigos.
7 Tú, que a Daniel, arrojado bajo tierra a los leones por envidiosas calumnias, como pasto de fieras, lo sacaste ileso a la luz,
8 y después de permitir que Jonás se consumiese en el vientre del monstruo criado en el fondo del mar, lo volviste a mostrar indemne a todos los de su casa, Padre.
9 Ahora, ¡oh aborrecedor de la insolencia, ¡misericordioso protector de todo!, manifiéstate rápidamente como protector del linaje de Israel, objeto de insolencia por obra de abominables gentes carentes de ley.
10 Si nuestra vida ha incurrido en actos de impiedad durante nuestra estancia en tierra extranjera, después de librarnos de manos enemigas, destrúyenos con la muerte que prefieras.
11 Que no lancen vanas imprecaciones los mentecatos sobre la destrucción de tus amados diciendo: «Su Dios ni siquiera los libró».
12 ¡Tú, que tienes toda fuerza y poder entero, Eterno, míranos ahora! ¡Ten misericordia de nosotros, a quienes la irracional insolencia de unos criminales priva de la vida a modo de traidores!
13 ¡Que teman hoy los gentiles tu poder invencible, tú, venerable, que posees poder para salvar la raza de Jacob!
14 Te suplica a ti la entera multitud de criaturas y sus padres entre lágrimas.
15 Muéstrese a todas las gentes que estás con nosotros, Señor, y no apartes de nosotros tu rostro, sino que, tal como prometiste —«cuando estaban en el país de sus enemigos, no les olvidé»—, cúmplelo ahora, Señor!
16 En el instante en que Eleazar terminó su oración, el rey, en compañía de las fieras y de toda la insolencia de su ejército, llegó al hipódromo.
17 Los judíos, al verlo, elevaron al cielo un clamor tan inmenso que el eco de las cercanas gradas produjo en el ejército un incoercible terror.
18 Entonces, el muy glorioso, omnipotente y verdadero Dios, mostrando su sagrado rostro, abrió las celestiales puertas, de las cuales descendieron dos gloriosos ángeles de terrible aspecto, visibles a todos salvo a los judíos.
19 Se pusieron enfrente y llenaron de confusión y cobardía al ejército de los adversarios y lo ataron con inamovibles grillos.
20 Un temor helado se apoderó del cuerpo del rey, y el olvido dominó su severa osadía.
21 Los ángeles pusieron en fuga a las fieras dirigiéndolas contra las fuerzas de retaguardia, a las que pisoteaban y destruían.
22 La ira del rey se trocó en llanto y lágrimas por lo que antes había planeado.
23 Al oír el griterío, y viendo a todos de bruces aguardando la destrucción, rompió a llorar, mientras lanzaba con ira estos reproches a sus amigos:
24 —Cometéis traición, sobrepasáis a los tiranos en crueldad e intentáis que yo, vuestro benefactor, deponga ya el poder y el espíritu ideando en secreto planes que perjudican a la monarquía.
25 ¿Quién ha sacado de su casa y reunido aquí, insensatamente, a los que con nuestra confianza fueron dueños de las plazas fuertes del país?
26 ¿Quién colmó de injurias tan ilícitamente a quienes, de entre todas las razas, han sobresalido desde un principio por su benevolencia hacia nosotros y han aceptado muchas veces los peores peligros humanos?
27 ¡Desatad, arrancad las injustas cadenas! ¡Enviadlos en paz a sus ocupaciones tras haberos disculpado por lo hecho anteriormente!
28 ¡Liberad a los hijos del Todopoderoso y Dios vivo que desde nuestros antepasados hasta hoy ha proporcionado a nuestro Estado una estabilidad inalterable y gloriosa!
29 Tales palabras pronunció el rey. Los judíos, que habían sido librados en un instante, alababan a su salvador, Dios santo, recién escapados a la muerte.
30 El rey se retiró a la ciudad, llamó al tesorero y le ordenó que durante siete días regalara a los judíos con vino y demás cosas adecuadas a una fiesta, con la intención de que celebraran una fiesta de salvación, plena de regocijo, en el mismo lugar donde creyeron que sufrirían la destrucción.
31 Entonces, los que antes eran dignos de insultos y estaban cerca del Hades, más aún, los que habían dado un paso dentro de él, en lugar de una amarga y lamentable muerte, repartían por grupos las copas, llenos de alegría, reunidos en un banquete en el mismo lugar destinado para su caída y tumba.
32 Y tras interrumpir su dolorosa endecha de trenos, reanudaron el himno de sus padres en alabanza del Dios salvador y milagroso, y deponiendo toda queja y lamento organizaron coros en señal de pacífico regocijo.
33 También el rey, celebrando con este motivo un gran banquete, daba gracias continuamente al cielo con sentidas palabras por su inesperada salvación.
34 Los que antes daban a los judíos por muertos y pasto de las aves, los que habían realizado su censo con alegría, rompieron a sollozar por haberse cubierto de vergüenza ellos mismos y haber sido apagado ignominiosamente su ardiente atrevimiento.
35 Los judíos, según hemos dicho antes, después de organizar el antedicho coro, disfrutaban de un festín entre alegres salmos de acción de gracias.
36 Promulgaron una ley pública sobre este suceso para toda la colonia, estableciendo para las generaciones sucesivas que celebraran los antedichos días como festivos no por embriaguez y gula, sino para conmemorar la salvación obtenida de Dios.
37 Luego solicitaron al rey su venia para regresar a sus casas.
38 Los censaron durante cuarenta días, desde el día veinticinco de Pacón hasta el tres de Epifi; organizaron su destrucción en tres días, desde el cinco de Epifi hasta el siete,
39 tras los cuales el Señor de todas las cosas, manifestando gloriosamente su misericordia, los libró a todos a la vez.
40 Festejaron, regalados en todo por el rey, hasta el día catorce, en el que formularon la solicitud de despedida.
41 Al concedérsela el rey les entregó para los gobernadores de la ciudad la siguiente carta, que expresaba su magnánimo propósito.

7
1 «El rey Tolomeo Filópator a los gobernadores de Egipto y a todos los virreyes, alegría y salud.
2 Nosotros y nuestros hijos gozamos de buena salud, y el Dios grande orienta convenientemente nuestros asuntos como deseamos.
3 Algunos amigos, con maligna insistencia, nos lograron persuadir para castigar a los judíos del reino, una vez reunidos en un grupo, con desusados castigos de desertores,
4 aduciendo que, sin ese castigo, nunca se consolidaría nuestro Estado, por la hostilidad contra todas las naciones que manifiestan éstos.
5 Ellos los hicieron venir a golpes cargados de cadenas, como esclavos, más aún, como traidores, sin juicio ni investigación alguna, e intentaron destruirlos con una crueldad más feroz que la acostumbrada entre los escitas.
6 Pero, después de amonestarles con gran dureza, nos, en atención a la clemencia que ostentamos para con todos los hombres haciéndoles gracia de la vida, sabedores de que el Dios celestial les había protegido con firmeza, como un padre a sus hijos, en calidad de aliado perenne,
7 y habiendo considerado la firme benevolencia, digna de de un amigo, que tienen para nosotros y nuestros antecesores, les hemos absuelto en justicia de toda acusación
8 y hemos ordenado que cada uno vuelva a su casa, ya que nadie en ningún lugar les causará el menor daño, ni los injuriará por lo que, sin razón, ha ocurrido.
9 Sabed, pues, que si urdiéramos cualquier mal contra ellos o les molestáramos lo más mínimo, no un hombre, sino el Señor de todo poder, el Dios supremo, será ineludiblemente por siempre nuestro enemigo para castigar nuestros actos. Salud».
10 Tras recibir esta carta, no se apresuraron a preparar una partida inmediata, sino que pidieron al rey que los de raza judía que habían hecho libremente defección al santo Dios y a su ley recibieran el debido castigo de sus manos.
11 Adujeron que quienes por su vientre habían transgredido los mandatos de Dios jamás serían fieles a los intereses del rey.
12 El monarca aceptó la razón de sus palabras y, dándoles permiso, les concedió inmunidad total para que acabaran con los transgresores de la ley de Dios en todos sus dominios, con libertad y sin ninguna supervisión ni permiso real.
13 Entonces, ensalzándole como era debido, los sacerdotes y todo el pueblo marcharon entonando el aleluya con alegría.
14 De esta forma castigaron a cuantos impuros de su misma raza encontraban en su camino, dándoles una muerte ejemplar.
15 Mataron cerca de trescientos hombres aquel día, en el que también celebraron con alegría una fiesta por haber sometido a los sacrílegos.
16 Los judíos, que en su día habían perseverado en su fidelidad a Dios hasta la muerte, en posesión ya del pleno disfrute de la liberación, marcharon de la ciudad coronados de flores fragantes y, en medio de gritos de fiesta con melodiosos himnos de alabanza, daban gracias al Dios de sus padres, eterno salvador de Israel.
17 Llegaron a Tolemaida —la llamada Rodófora por la índole del lugar—, donde les aguardaba la flota, que esperó por ellos, por propia decisión, durante siete días.
18 Celebraron allí una fiesta de salvación, ya que el rey había provisto a cada uno magnánimamente de todo hasta que llegaran a su propia casa.
19 En aquel lugar, en paz, con las adecuadas acciones de gracias, establecieron igualmente que esos días los celebrarían como festivos durante el tiempo de su permanencia en el país.
20 Dedicaron a ellos una estela y erigieron en el solar del banquete un lugar de oración. Luego partieron indemnes, cada cual a su casa, libres, muy alegres, por río, mar y tierra, salvados por la orden del rey,
21 en posesión de un poder a los ojos de sus enemigos mayor que el anterior, acampañados de gloria y temor, al no haber sido privados en absoluto de sus bienes.
22 Todos volvieron a hacerse cargo de la totalidad de lo suyo, según el catastro, pues los que se habían apoderado de algo lo devolvieron llenos de temor, porque el Dios supremo había llevado a cabo magníficos actos para su salvación.
23 ¡Bendito sea el liberador de Israel por los siglos venideros! Amén.