Escatologia: Final de los tiempos
Autor: José Grau
Creemos que sólo puede haber esperanza allí donde hay
escatología; de ahí que la fe
cristiana sea, sobre todo, una fe escatológica esperanzada,
una mirada lanzada al futuro
desde el presente, una actividad iniciada en el aquí, con la
firme certeza de que el ahora,
el tiempo actual, no agota su significado, sino que, por el
contrario, todo su sentido le
viene de la plenitud escatológica a la que tiende sin cesar.
Libro editado con permiso expreso y personal del autor (©
1977 por
el autor José Grau Balcells) para el autor de esta web
exclusivamente
(Josué de Juan Rodriguez)
1
PRIMERA PARTE: ESCATOLOGIA PERSONAL
Lección 1.ª La esperanza del más allá. 1. ¿Hacia dónde
caminamos?
2. La esperanza del individuo. 3 La afirmación cristiana
Lección 2.ª El hombre moderno frente a la muerte. 1.
Existencialismo. 2. Positivismo. 3. Materialismo. 4. El
sentido trágico
de la vida y de la muerte
Lección 3.ª La perspectiva bíblica de la muerte. 1. La raíz
del
problema de la muerte. 2. El salario del pecado. 3. La
muerte como
frustración suprema. 4. La muerte, vencida por Cristo. 5. La
muerte,
señal y consecuencia del pecado. 6. La naturaleza de la
muerte. 7. La
muerte como doble respuesta de Dios
Lección 4.ª El problema antropológico (I). 1. Definición del
problema.
2. Las consecuencias del platonismo. 3. La dignidad del
cuerpo
humano
Lección 5.ª El problema antropológico (II). 1. Alma (griego:
psyque).
2. Espíritu (griego: pneuma). 3. Cuerpo (griego; soma). 4.
Carne
(griego: sarx). 5. ¿En qué consiste el pecado de la carne?
6.
Proyección de estos conceptos sobre la escatología
Lección 6.ª El problema antropológico (III). 1. Sentido
platónico de la
muerte. 2. Sentido cristiano de la muerte
Lección 7.ª El hecho escatológico personal. 1. Las dos
etapas de la
escatología individual. 2. Vida e inmortalidad por el
Evangelio. 3.
Cuerpo y creación. 4. Lo que sobrevive a la muerte física.
5. La
supervivencia, estado sobrenatural
Lección 8.ª El hecho pneumático. 1. El poder de la
resurrección. 2. El
poder del Espíritu. 3. El poder de Cristo
SEGUNDA PARTE: EL REINO DE DIOS
Lección 9.ª El Reino de Dios en el Antiguo Testamento. 1.
Introducción general sobre el tema. 2. El Reino de Dios en
el Nuevo
Testamento. 3. Resonancias del concepto veterotestamentario
del
Reino en el mensaje de Jesús
Lección 10.ª El Reino de Dios en las profecías de Daniel
(I). 1.
Relevancia escatológica del libro de Daniel. 2. La soberanía
divina en
2
Daniel 2. 3. Los cuatro grandes imperios mundiales. 4. La
visión de
las cuatro bestias
Lección 11.ª El cuarto imperio y el Reino de Daniel 7. 1. El
Reino de
los santos del Altísimo. 2. El cuarto imperio y el Reino de
Dios. 3. El
Reino invencible. 4. Las fases del Reino de Dios
Lección 12.ª El Cristo y el Anticristo en Daniel 7. 1.
Naturaleza del
Anticristo. 2. ¿Qué significan los diez cuernos? 3.
Características del
«cuerno pequeño». 4. Las otras bestias. 5. Correspondencia
entre
Daniel y Apocalipsis. 6. Una figura excelsa, el Hijo del
Hombre
Lección 13.ª Un capítulo polémico: Daniel 9. 1. Oración y
confesión
de Daniel. 2. Las 70 semanas. 3. Las 70 semanas en detalle.
4. Cómo
interpretan Daniel 9:26-27 los creyentes no
dispensacionalistas
Lección 14.ª El sistema dispensacional y las 70 semanas de
Daniel. 1.
Teoría dispensacional. 2. Objeciones que presenta la Biblia
a este
esquema. 3. Conclusión
Lección 15.ª Las profecías de Ezequiel. 1. Ezequiel, el
sacerdote
profeta. 2. El simbolismo en el libro de Ezequiel. 3. Los
últimos
capítulos (38-48)
Lección 16.ª El Reino de Dios en los Evangelios. 1. El Reino
de Dios y
Juan el Bautista. 2. El Reino de Dios en la enseñanza de
Jesús. 3.
Pero ¿cómo vendrá el Reino?
Lección 17.ª La Iglesia y el Reino. 1. Reino e Iglesia. 2.
La Iglesia. 3.
El Reino. 4. El «Ya» y el «Todavía no». 5. Desarrollo de la
escatología
del Reino. 6. Hacia el triunfo final del Reino
Lección 18.ª El «ahora» del Reino. 1. Enseñanza de las
parábolas del
Reino. 2. El gran error de la teología liberal. 3. La cruz
en el misterio
del Reino
Lección 19.ª El Reino en la Historia. 1. El eón actual. 2.
La expansión
del reino en medio de los obstáculos. 3. La tensión de la
esperanza.
4. Concepto evangélico del Reino de Dios.
Lección 20.ª El Reino según las diversas escuelas. 1. El
Reino en la
teología católico-romana. 2. La Reforma. 3. Las posteriores
desviaciones. 4. La vuelta al concepto evangélico del Reino.
3
TERCERA PARTE: EL DISPENSACIONALISMO
Lección 21.ª Orígenes de la escatología dispensacionalista.
1.
Margaret McDonald. 2. John Darby. 3. Expansión de «la nueva
doctrina». 4. Las investigaciones de D. McPherson. 5. ¿Tiene
el
dispensacionalismo una especie de prehistoria?
Lección 22.ª Prehistoria del dispensacionalismo. 1.
Consecuencias del
literalismo radical. 2. Los factores concurrentes
Lección 23.ª Características del dispensacionalismo actual.
1. Un
futurismo sui generis. 2. El «paréntesis de la Iglesia». 3.
Las
«novedades» del actual premilenialismo dispensacionalista.
4. El
milenio dispensacionalista será un reino judío
Lección 24.ª Un origen turbio y unas lecciones que aprender.
1. El
Futurismo de la Contrarreforma. 2. Decisiva intervención del
jesuita
Lacunza. 3.
Irving, Maitland, Newman. 4. De Irving a Darby. 5.
Algunas lecciones que debemos aprender
Lección 25.ª El lenguaje Se los números. 1. Importancia del
simbolismo numérico en la literatura semita. 2. ¿Qué
representan, a
veces, en la Biblia ciertos números? 3. Números múltiplos.
4.
Números siniestros
Lección 26.ª La unidad del mensaje bíblico. 1. El mensaje
central de
la Biblia. 2. Los pactos de Dios. 3. La ley de Dios. 4. La
liturgia
levítica. 5. La piedad del Salterio. 6. El pueblo de la
Biblia
CUARTA PARTE: LA SEGUNDA VENIDA DE CRISTO
Lección 27.ª El estilo profético. 1. Variedad de profecías.
2. La última
perspectiva profética.
Lección 28.ª La perspectiva profética y la «abominación
desoladora».
1. Unos textos difíciles. 2. ¿Qué intentaba el discurso de
Mateo
24:15? 3. Enseñanza que se desprende de estas
consideraciones. 4.
¿Cómo entender el próximo futuro de Israel? 5. El verdadero
«remanente» de Israel
Lección 29.ª El rechazo de Israel. 1. Un rechazo con rebote.
2. ¿Ha
desechado Dios a Israel? 3. En pie de igualdad
Lección 30.ª Los términos del NT para la segunda venida. 1.
La
segunda venida de Cristo ¿será un solo acontecimiento? 2.
Términos
que el N.T. usa para expresar la segunda venida.
4
Lección 31.ª El día de Cristo y el día del Señor. 1.
Variedad de
expresiones. 2. El período de siete años. 3. Los
dispensacionalistas
siguen alegorizando
Lección 32.ª La escatología de Pablo en Tesalonicenses (I).
1. La
meta final. 2. La corona de Pablo en el día del Señor. 3. La
discusión
en torno a 1.a
Tesalonicenses 3:13b.
4. El contexto posterior (1.ª
Tes. 5)
Lección 33.ª La escatología de Pablo (II). 1. Resumen de la
enseñanza básica. 2. ¿En qué estribaba la ignorancia de los
creyentes
de Tesalónica? 3. Para Pablo los difuntos son personas muy
reales. 4.
No habrá discriminación entre vivos y muertos. 5.
Características de
la venida de Cristo. 6. Conexión con el cap. 5.
Lección 34.ª Escatología de Pablo (III). 1. El tema de la
Segunda
Carta. 2. La manifestación del Señor. 3. Vendrá acompañado
de sus
ángeles. 4. El propósito de su venida. 5. La pena que
sufrirán los
perseguidores. 6. ¿Qué traerá para los creyentes la
manifestación del
Señor? 7. Una oración con objetivos prácticos.
Lección 35.ª El Apocalipsis y la escatología. 1. El género
apocalíptico.
2. Diferencia entre apocalíptica bíblica y profana. 3. El
mensaje del
Apocalipsis. 4. Significado de sus símbolos.
Lección 36.ª Las varias escuelas de interpretación del
Apocalipsis. 1.
Importancia del tema. 2. Las diversas escuelas
Lección 37.ª Hacia una correcta interpretación del
Apocalipsis. 1. El
enfoque preciso. 2. Elementos aprovechables de la escuela
antigua.
3. Variantes que introduce la continuidad histórica. 4. La
escuela del
dinamismo histórico. 5. Concuerda con el resto del N.T. 6.
Perspectiva panorámica del Apocalipsis
Lección 38.ª Principales características del Apocalipsis. 1-
El uso de
símbolos. 2. La progresión hacía la consumación final. 3. El
Apocalipsis dentro de todo el concepto bíblico.
Lección 39.ª La batalla de Armagedón. 1. Historia de una
interpretación literalista. 2. Cómo entender lo que la
Biblia dice sobre
Armagedón. 3. ¿Pueden ponerse fechas?
Lección 40.ª La nación judíahj y la Gran Tribulación. 1. Las
condiciones esenciales de la bendición a Israel. 2. La
desobediencia y
5
el rechazo de la nación judía. 3. La tribulación en el año
70 y
después. 4. ¿Qué dicen los dispensacionalistas?
Lección 41.ª La esperanza de Israel. 1. ¿Ha desechado Dios a
su
pueblo? 2. El remanente de Israel. 3. El verdadero «Israel
de Dios».
4. El injerto de las ramas. 5. La promesa unida a la fe
Lección 42.ª Las promesas a Abraham y la tierra prometida.
1. Doble
dimensión de la promesa. 2. Cumplimiento de las promesas
materiales. 3. ¿Y qué queda de la promesa de posesión eterna
de la
tierra? 4. Luz que aporta la Cena del Señor. 5. ¿En qué se
asentaba
la esperanza de los patriarcas? 6. La gran conversión de
Israel
Lección 43.ª Las promesas del A.T. tocantes al reino eterno.
1. El
reino eterno de David. 2. ¿Cómo explican el silencio del
A.T.?
Lección 44.ª ¿Cómo interpreta el N.T. las profecías del
A.T.? 1. Los
autores del N.T. las aplican a la Iglesia. 2. El «misterio
oculto». 3.
¿Un reino futuro para los judíos? 4. ¿En qué sentido quedan
profecías
por cumplir?
Lección 45.ª Las enseñanzas de Jesús sobre la segunda venida
(I). 1.
Las parábolas del trigo, la cizaña y la red. 2. De las diez
minas, diez
vírgenes y talentos. 3. El discurso del monte Olívete. 4.
¿Cuál es el
mensaje?
Lección 46.ª Las enseñanzas de Jesús (II). 5. El principio
de dolores.
6. Un contraste iluminador. 7. Señales en el sol, la luna y
las estrellas
Lección 47.ª Las enseñanzas de Jesús (III) 8. Las ovejas y
los
cabritos en Mateo 25. 9. ¿Habrá una segunda oportunidad?
Lección 48.ª El debate en torno al Milenio. 1. Una
advertencia previa.
2. ¿Qué da a entender Hechos 1:11? 3. Las tres posiciones
teológicas
frente al Milenio. 4. Relación de Apocalipsis 20 con Isaías
11 y
Miqueas 4. 5. ¿Qué posición hemos de tomar?
QUINTA PARTE: LOS ÚLTIMOS TIEMPOS
Lección 49.ª Los últimos tiempos. 1. «Estos postreros
días...» 2.
Ciudadanos de los cielos.
Lección 50.ª «Sheol», «Hades» y «Gehenna». 1. El verdadero
significado de Sheol y Hades. 2. Lo que no es el Sheol. 3.
Lo que sí es
el Sheol. 4. ¿Cómo traduce Sheol la versión de los Setenta?
5. ¿Y en
el Nuevo Testamento? 6. Y la Gehenna ¿qué es?
6
Lección 51.ª La nueva Jerusalén. 1. La última meta del
creyente. 2.
Descripción de la santa ciudad. 3. Características negativas
de la
nueva Jerusalén. 4. El cielo es fruto de la obra de Cristo
Bibliografia
7
INTRODUCCION
Creemos que sólo puede haber esperanza allí donde hay
escatología;
de ahí que la fe cristiana sea, sobre todo, una fe
escatológica
esperanzada, una mirada tomada al futuro desde el presente,
una
actividad iniciada en el aquí, con la firme certeza de que
el ahora, el
tiempo actual, no agota su significado, sino que, por el
contrario, todo
su sentido le viene de la plenitud escatológica a la que
tiende sin
cesar.
Creemos también que sólo puede haber escatología bíblica,
porque
sólo en la Revelación bíblica se nos ofrece el concepto
adecuado del
tiempo como dinamismo histórico que se dirige a una meta,
que
puede trazar planes para un futuro, que puede en cierta
medida
colaborar a la realización de dicho futuro; todo lo cual
contrasta ―un
contraste radical y absoluto― con la idea pagana de ciclos
eternos e
incesantemente repetidos, sin que haya posibilidades de
eludir el
fatalismo histórico ni esperar intervenciones de «fuera» que
quiebren
el curso de los acontecimientos dándoles otro rumbo. A
diferencia de
la idea pagana que concibe el tiempo como un circulo cerrado
del que
es imposible escapar, inflexible, cruelmente rutinario y
siempre el
mismo, el concepto bíblico entiende el tiempo como una línea
recta,
abierta siempre al futuro y a la esperanza. ¿Razones de este
optimismo lineal? Simplemente, porque Dios interviene en la
historia.
Y, sobre todo, porque nos ha dicho que seguirá interviniendo
finalmente tendrá la última palabra del drama humano, cuando
caiga
el telón tras el último acto del devenir de la humanidad.
Cristo es Señor de la historia. Esto explica que, en
palabras de Pablo,
«Cristo sea en vosotros ―todos nosotros, los cristianos― la
esperanza
de gloria» (Col. 1:27).
Efectivamente, sólo puede haber escatología donde se espera
algo; y
es inimaginable la existencia de ninguna escatología
auténtica
―digna de este nombre― cuando dejamos de apoyarnos en el
Señor
y no prestamos ya oído a su Palabra. Es la tragedia de
hombres como
Bultrnanfí, o Schweifzer, por no citar sino dos ejemplos de
nuestro
tiempo.
“La escatología mítica ―escribe Bultmann, motejando ya de
entrada
la escatología como mito― está básicamente descartada por el
simple hecho de que el retorno de Cristo no tuvo lugar
inmediatamente, como esperaba el Nuevo Testamento, sino que
la
historia del mundo continuó y ―como es convicción de
cualquier
persona razonable― seguirá continuando.” Esto lo escribía
Bultmann
en 1941, en su libro El Nuevo Testamento y la Mitología,
obra que,
como la casi totalidad de sus escritos, está llena de
prejuicios, no sólo
8
teológicos, sino, particularmente, históricos y se apoya en
una
hermenéutica harto discutible, como ha demostrado O.
Cullmann en
su libro Historia de la Salvación. Pero, incluso antes de
que R.
Bultmann negase la premonición bíblica de un final definido,
y
definitivo, de la historia por medio de la intervención
soberana de
Dios, los teólogos modernistas habían ya iniciado la
sustitución de la
escatología bíblica por otras «escatologías más a tono con
los gustos
estragados, decadentes y paganos de nuestra época. El
resultado que
cabía esperar, ha sido que dichas escatologías» sólo tengan
de tales
el nombre, porque, negada la fundamental esperanza de la
acción de
Dios en el mundo, no queda ya lugar para la reflexión
escatológica
propiamente dicha, sino que el incrédulo o escéptico queda
abocado
inexorablemente al concepto pagano de los ciclos cerrados y
monótonamente repetidos, porque ¿dónde hallará garantías
para
esperar algo del futuro? La solución que aporta el
materialismo
dialéctico, en su intento por transcender el ineludible
escepticismo de
todos los existencialismos meramente humanistas, no es más
que un
salto en el vacío, con una credulidad fantástica, pues
espera sin
pruebas de ninguna clase, sin apoyo real, que la historia
tenga algún
sentido, basándose únicamente en hipótesis derivadas de la
filosofía
hegeliana, discutible como todo sistema filosófico arbitrado
por la
mera razón humana.
Otros, como A. Schweitser, alegorizaron el mensaje bíblico
de los
«últimos tiempos», transformándolo en una actitud ética y en
una
radical responsabilidad ante la vida. Otros muchos redujeron
la
escatología a mera fraseología, refiriéndola al proceso anunciado
por
las teorías evolucionistas nuevo objeto de fe y esperanza
laicas― o a
las supuestas energías transformadoras y renovadoras,
inherentes a
la naturaleza humana, sin necesidad de ayudas «externas»:
tal, la
hipótesis de Harvey Cox.
Pero se da la paradoja de que hoy sean precisamente las
gentes
razonables ―«cualquier persona razonable», como escribía
hace
treinta años Buitmann―, los científicos más eminentes, como
Bernhard Philbert y Gordon R. Taylor por ejemplo, quienes
nos
advierten del peligro real de que el acontecer humano
desemboque
en un cataclismo de dimensiones apocalípticas, dentro de un
previsible futuro. Poco tiempo antes de su muerte, el gran
historiador
A. Toynbee manifestaba su escepticismo respecto al sesgo de
las
civilizaciones modernas. Y un científico más cercano a
nosotros,
Miguel Masriera, escribía recientemente en las páginas de un
importante rotativo barcelonés: «Nunca, hasta ahora, el
hombre se
había enfrentado con la posibilidad de una autodestrucción
fulminante, y hemos de admitir que en él (en el ser humano)
queda
mucho de animal... El escollo está precisamente en la
condición
humana. Esta es la cuestión: intentar cambiar dicha
condición.»
En nuestra época de crisis, cuando muchos se percatan de la
situación volcánica en que vivimos, no es de extrañar el
auge de la
9
futurología, que constituye el sucedáneo laico de la
escatología
cristiana. A ello ha contribuido también el desarrollo de
las ciencias
sociales en los últimos decenios. Otro factor ―sin solvencia
científica,
pero no menos eficaz― es la proximidad del año 2000. Se
repite el
fenómeno europeo del año 1000, pero esta vez a escala
mundial. Los
precursores fueron, sin duda, Wells, Huxiey. Orweil y
Clarke. Hoy,
Kahr y Wiener lanzan sus hipótesis, sus previsiones y cabalas,
con
extrañas mezclas de análisis realista y mucho de lo que se
denomina
«ciencia ficción». Con algunas excepciones, se olvidan los
factores
imprevisibles (resurgir de antiguas religiones, nacimiento
de nuevos
fanatismos alienantes, de nuevas formas de pensamiento,
etc.) y se
proyecta hacia el futuro toda la realidad actual,
multiplicada,
agrandada y hasta deformada, sin apenas tener en cuenta la
problemática peculiar del inminente futuro, que ya se está
gestando y
que traerá consigo los gérmenes de nuevas situaciones y
distintos
condicionamientos. A la «ciencia ficción» (mejor sería
llamarla
«sociología ficción») le falta la apoyatura firme,
garantizada en el
presente, que dé rigor a su previsión o permita alimentar
esperanzas
que no se basen en meras suposiciones.
La escatología bíblica puede asegurar que «Cristo es en
vosotros la
esperanza de gloria» (Col. 1:27), porque también puede
proclamar:
«El que está en Cristo, es una nueva creación; las cosas
viejas
pasaron, todas son hechas nuevas» (2.a
Cor. 5:17). La espera
de los
«cielos nuevos y la tierra nueva», la esperanza de una nueva
humanidad, se funda en el hecho de que, ya ahora.
Cristo cambia vidas y transforma retazos de historia
presente, y lo
que está haciendo, constituye la garantía de lo que hará
definitivamente al término de nuestro peripla como raza
humana.
El problema, con todo, para la cristiandad moderna es que ni
vive con
la profundidad e intensidad suficientes la nueva vida que
recibe «en
Cristo», ni es capaz, por lo tanto, del discernimiento
necesario para
ver con claridad en medio de las modas futurológicas fuera
de la
Iglesia, y las no menos intensas modas apocalípticas en el
interior de
la mismo iglesia. Como creyentes, vivimos también un periodo
que se
caracteriza por el auge del «opocalipticis-mo». Ello no
sería grave si
redundase en una mayor pro-fundización de lo que es, y tiene
que
significar para la Iglesia, la escatología bíbiica. Dicho
profundización
prestaría incluso al pueblo de Dios una visión que le
permitiría un
testimonio más eficaz en medio de la sociedad conflictiva y
confusa
de nuestro tiempo. Pero el peligro estribo en que asi como
Ía
futurologia laica suele degenerar en «sociología ficción»
(que, por
supuesto, de sociología tiene muy poco, y lo poco que
retiene
desprestigia al auténtico quehacer sociológico), el actual
interés por
la profecía, el final de los tiempos y lo apocalíptico,
tiende a derivar
en lo que desde hace cierto tiempo vengo en llamar
«escatologia
ficción».
10
La conciencia escatológica es vital para toda actitud
genuina de fe
cristiana. Jesús quería que sus discípulos vivieran y
obraran en la
ardiente expectación de su segunda venida, no importa cuan
distante
pudiera estar esta parusía». La perspectiva de un futuro
cercano», de
una rápida venida del Señor ―tal como aparece en algunos (no
en
todos) de los textos novotcstamentarios―, no priva de su
contenido
real a la visión profética, contra lo que parece pensar
Buttmann. Más
bien debe entenderse como un designio de permisión divina
para que
la expectación se mantenga siempre viva y para que nunca
dejemos
de orar y velar, en la actitud vital de espera. Una lectura
atenta de los
Evangelios demuestra que esta actitud de estar aprestado
para la
venida del Señor, en cualquier momento, forma parte integral
de la
existencia cristiana. Pero todo esto es muy distinto de la
moderna
afición por pergeñar mapas profetices y pretender detectar,
punto por
punto, los futuros detalles de los acontecimientos
relacionados con la
venida del Señor, hasta el colmo de llegar, en muchos casos,
a fijar
fechas concretas.
Como atinadamente ha escrito Peter Beyerhaus: « Nuestro
interés
cristiano por las ultimas cosas tiene sus riesgos. Puede
degenerar en
actitudes espiritualmente insanas como Pablo observó en la
iglesia de
Tesalonica. Escritores y predicadores irresponsables pueden
explotar
este interés para producir efectos especiales de
sensacionalismo,
ansiedad, curiosidad e ilusión, que de ningún modo se
parecen al
estado de obediente y expectante espera en la que el Señor
quiere
encontrar a sus discípulos cuando vuelva... Algunos grupos
de
creyentes van en esto tan lejos hoy, que incluso se atreven
a
denominarse "la última generación"; por ejemplo,
ciertos
componentes de la llamada "Gente de Jesús"
("Jesús People"),
famosos evangelistas hacen del inminente retorno del Señor
el punto
clave de sus mensajes, y periodistas como Hal Lindsey
consiguen
"best sellers" con obras como La agonía del gran
planeta Tierra... En
ningún otro campo como en este de la escatología ha creado
tantas
facciones injustificadas el individualismo de los
evangélicos; hipótesis
atrevidas, especulaciones fantásticas, sensacionalismos,
todo parece
tener prioridad sobre la sana exégesis.
Ha faltado humildad para escuchar las experiencias ―y las
exposiciones biblicas― de nuestros padres espirituales y
para colocar
nuestros propios esquemas, o intentos de solución, bajo el
juicio
corrector de otros hermanos del pasado y del presente. El
individualismo ha campeado por sus fueros. Y, no obstante,
el
problema estriba en que ni siquiera un punto de vista
férreamente
fundamentalista en lo que atañe a la teología bíblica podría
ayudar
por si mismo a conseguir un consenso común en todos los
puntos que
interesan hoy. Los textos profeticos constituyen un género
literario
peculiar. Raras veces pueden tomarse en un sentido
estrictamente
literal, como hacen muchos hoy, ignorando la clase de
literatura en
que están encuadrados.
11
Conviene distinguir con todo cuidado entre la aplicación
histórica del
tiempo en que escribió el autor bíblico, el empleo de la
imaginería
metafórica ―tomada a menudo del contexto cultural (incluido
el
religioso) de la epoca―, y las predicciones proféticas que,
a veces,
van hallando su cumplimiento en diferentes estadios de la
historia de
la salvación.»
El aplauso con que han sido recibidos los libros de
«escatología
ficción», que tanto abundan hoy en muchos círculos
cristianos, da
mucho que pensar y ofrece material para la reflexión.
Representa un Índice alarmante de mediocridad y superficialidad
bíblicas.
Esto, a la larga, debilita nuestro testimonio. Porque la
«escatología»
de ciertos autores sólo puede suscitar el desdén de nuestros
contemporáneos. Exactamente lo contrario de lo que logró la
esperanzada fe de los apóstoles y la primitiva Iglesia en
medio de un
mundo que había perdido sus esperanzas. Pero aquella fue una
fe
esencialmente cristotógica ―como cristológica debería ser
siempre
nuestra escatologia―, envuelta en la activa (y no escapista)
espiritualidad de un ser y estar delante de Dios, el Dios
que vino,
viene y vendrá.
La tarea de la teología evangélica en nuestro siglo debería
ser, en
primer lugar, aprender de los errores y excesos del siglo
pasado.
Pero, lejos de esto, se están repitiendo los mismos fallos
que
cometieron nuestros bisabuelos espirituales. Mucho del
carácter
«insano» que ofrece la actual moda escatológica a que alude
Beyerhaus proliferó en la primera mitad del siglo pasado y
todavía se
siguen pagando las consecuencias. Con todo, hay muchos que
siguen
sin enterarse, dados a la temeraria, irreflexiva y
arbitraria repetición
de despropósitos «proféticos»...
Nuestra sección sobre «EI origen y la naturaleza de la
Escatología
Dispensacionalista» intenta ser un correctivo y un aviso, al
mismo
tiempo. «Sólo quien aprende del pasado ―ha dicho un escritor
contemporaneo― puede evitar el riesgo de volver a tropezar
en la
misma piedra.»
Cualquier meditación teológica, cualquier quehacer
cristiano, tiene
que ser realizado con responsabilidad. Pero donde tal vez
sea más
apremiante esta exigencia es en el campo del estudio de las
profecías
bíblicas, en la escatología en general, un propósito
inaplazable de las
iglesias evangélicas, una tarea a la que deberían entregarse
sus
maestros y pastores, habría de ser la búsqueda de un mínimo
consenso escatológico que, al mismo tiempo, se mantuviese
fiel a los
textos proféticos claros y a la exégesis avalada por la
experiencia de
la Iglesia y que, además, tratase de hablar, a partir de
dichos textos,
al hombre moderno, a las situaciones hodiernas y a las
corrientes
12
culturales e históricas de nuestros días, en lo que pueda
haber en
todo ello de «señala o sentido apocalíptico; pero sin
fantasías, sin
dudosas hermenéuticas, sin distorsión de pasajes bíblicos,
sin
«ayudas» mas que discutibles (o, al menos, que no reúnen el
consenso evangélico general), como puede ser la del
«dispensacionalismo»
La forma arrogante con que muchos presentan hoy ciertas
novísimas
escuelas de interpretación (o mejor dicho: corrientes de
interpretación, o aun de lectura profética), como la «única
postura
Evangélica», la sola «ortodoxa», la de «la sana doctrina»,
es
verdaderamente lamentable. Y no por el daño que puedan hacer
a
quienes sustenten opiniones contrarias más maduras y
reflexivas,
sino por lo que significan de desprecio total a la realidad
evangélica
mundial, a la historia del pensamiento protestante y
reformado, a la
exégesis de los últimos siglos y, sobre todo, por la
superficialidad que
delatan.
Dios me es testigo de que no hubiese deseado escribir
algunas
páginas de este libro, por amor a la paz y por amor a muy
queridos
hermanos. Pero cuando la intolerancia de ciertos
escatologismos a la
moda se a una con la difusión de una hermenéutica falsa, de
una
exégesis descabellada y de una falta total de consideración
a la regla
de la fe (la fe que ha sido dada una vez a los santos» ―Jud.
vers. 3),
entonces no queda otro remedio que alzar la voz, gritar si
es preciso.
Si permaneciésemos callados, pecaríamos contra Dios y contra
nuestros hermanos.
Durante años la escatología cedió su lugar, entre nosotros,
a la
soteríólogía o a la eclesiología.
En aras de la convivencia, y a pesar de los peligros que se
cernían por
la abundante importación de literatura mediocre, fuimos
muchos los
que preferimos eludir los temas profetices, ya que había
otras
cuestiones doctrinales, pastorales y evangelísticas mucho
más
apremiantes. Pero cuando la más discutible de las hipótesis
se alza
sobre el pavés como obligada norma de «ortodoxia evangélica»
en la
interpretación profética; cuando la Biblia es despedazada en
muchas
porciones, asignando unas a la Iglesia y relegando otras a
la «fe
judía»; cuando todo tiene que ser esquematizado,
simplificado,
reducido y convertido en asimilable por el pragmatismo en
boga;
cuando la conversión ―dicen― no necesita arrepentimiento, y
el
Sermón del Monte o el Padrenuestro ya no son de aplicación
directa
para los cristianos, se da uno cuenta de que lo que hay en
juego es
más, mucho más, que la simple diferencia de matices en la
interpretación de algunas profecías, o el distinto enfoque
de las varias
escuelas escatológicas. Todo ello incide en una problemática
mucho
más amplia, que desborda a la simple escatología. Y es que
el
dispensacionalismo es algo más que una manera de leer la
profecía
bíblica, pues representa además una postura totalmente
peculiar de
13
enjuiciar la Iglesia, la ética evangélica, el lugar del
cristiano en el
mundo, el destino de Israel, etc., dando a todo ello
enfoques y
orientaciones completamente desconocidos antes del siglo
XIX.
No es el debate, en torno al «milenio» lo más grave. Durante
siglos la
Iglesia vivió en paz con este debate en su seno; es un
problema de
opinable interpretación con el que podemos pechar y seguir
discutiendo las varias escuelas, dentro todos de la misma
confesión
de fe evangélica, a pesar de los diferentes puntos de vista.
El gran
problema escatológico de nuestro tiempo ―porque es algo más
que
una cuestión que afecte sólo a la escatologia― es el que
plantea el
dispensacionalismo. Repetímos: no es cuestión tan sólo de
diferencias
en cuanto a detalles sobre la segunda venida de Cristo (a
pesar de
ser tan débiles las bases para fundamentar el llamado
«arrebatamiento» y convertir prácticamente en dos distintas
apariciones la única postrera venida de Cristo: una segunda
en
secreto, y una tercera en público, después), sino que es
mucho lo que
supone para la comprensión de vitales parcelas de nuestra fe
y de
nuestro testimonio; mucho lo que significa para la
predicación y la
espiritualidad el descuartizar los textos y libros de la
Biblia con el
cuchillo rabinico desenterrado de nuevo, y que a la larga,
quiérase o
no, tiende a escamotearle mucho a la Iglesia; mucho de lo
que le ha
dado el Señor, mucha de la gloria que la Escritura reconoce
al cuerpo
de Cristo, para ofrecérselo a una raza por el simple hecho
de ser tal
raza, olvidando que Dios «hasta de las piedras puede
levantar hijos a
Abraham», y que la circuncisión que vale es la del corazón
en el Israel
de Dios.
Sin embargo, toda la energía, todo el apasionamiento, si se
quiere,
que hemos infundido a esta exposición de nuestra
problemática
actual, no va dirigida contra personas. Nos pronunciamos por
la
verdad, por la claridad y por la superación de tantas
superficialidades
asfixiantes que nos atosigan, pero también nos pronunciamos
por el
amor, la paciencia, la tolerancia y la convivencia entre
hermanos de
distintas confesiones en lo que respecta a cosas que, aun
siendo
secundarias, son muy importantes. Estamos por la fraternal
relación y
confrontación de los diversos puntos de vista, por el
intercambio de
opiniones y perspectivas proféticas por tratar de alcanzar
un mínimo
consenso común en cuanto a la escatología. Estamos, en suma
tanto
por el amor como por la verdad. Y no podemos sacrificar
aquél por
ésta, ni tampoco ésta en aras de aquél. Nos debemos a ambas
responsabilidades cristianas.
Con todo, ningún tratado sobre «las últimas cosas» puede
eludir rozar
temas conflictivos. Este es el caso del dispensacionalismo.
La
neutralidad resulta muy difícil, puesto que o bien hacemos
escatología dispensacionalista ―con todas las consecuencias―
o
escatología no dispensacional.
14
Mas en todo momento hemos procurado seguir la verdad en
amor; la
verdad bíblica, en amor hacia todos cuantos difieran de
nuestros
puntos de vista.
Los hermanos que han asistido conmigo a clases o estudios
bíblicos
saben cuál es mi proceder habitual en lo que concierne a los
temas
escatológicos. Siempre expongo los distintos puntos de vista
―es una
regla en mi― y trato, además, de ser tan objetivo que en
ocasiones
ha pasado desapercibido mi propio punto de vista. Por
desgracia, no
todos han obrado así en lo que respecta a la interpretación
profética.
Yo pienso continuar por el camino habitual, para que los
estudiantes
hagan su propia opción. Pero al escribir este libro se
esperaba no
solamente la reposición de las varias posiciones (véase, por
ej., la
lección sobre «el Debate en torno al Milenio»), sino una
clarificación
de puntos a partir de los mismos postulados que presiden la
publicación de esta colección: los principios evangélicos,
reformados,
bíblicos, del llamado Protestantismo histórico. Y se espera
también, a
partir de dichas perspectivas, la nota pastoral,
responsable, que
ayude no sólo a ver más claro, sino, sobre todo a actuar más
concienzudamente, eliminando todo cuanto estorbe a este
marchar
en los caminos de la voluntad divina, no sólo para el más
allá, sino
también para el más acá.
Tengo contraída una deuda de gratitud con los alumnos de mis
clases
que me han estimulado con sus preguntas y sugerencias;
también
con cuantos hermanos han seguido mis estudios en diferentes
iglesias. Ello me ha permitido pensar y ahondar, más de lo
que en un
principio había hecho, en ciertos temas: he podido corregir
y mejorar
lo que iba vertiendo en estas clases y estudios, gracias a
la
colaboración, el estímulo y la franqueza de todos estos
queridos
alumnos y oyentes. Mi agradecimiento muy sincero, asimismo,
al
escritor y pastor de almas, tanto como eminente erudito
bíblico, D.
Francisco La Cueva. Ha sido él quien más venia insistiendo
para que
yo escribiese el presente tratado sobre escatología. Y
también ha sido
él quien más ha hecho para que, finalmente, viera la luz,
pues con
generosa y amable solicitud ha corregido mi manuscrito
inicial, ha
distribuido el texto en lecciones, ha escrito los
cuestionarios para
cada lección y, sobre todo, me ha dado consejos y
sugerencias
verdaderamente enriquecedoras para el resultado final de lo
que
espera ser este libro. También una palabra no pequeña de gratitud
para un siervo de Dios de nacionalidad inglesa, J. R.
Taylor, quien
desde hace muchos años sirve al Señor en tierras de América
Latina,
el cual también me ha suministrado generosa y amablemente
una
valiosa bibliografía, sin la que este trabajo habría sido
mucho más
difícil y menos completo. Con tanta colaboración, pues, si
el lector
halla algo que le defraude, deberá cargarlo a mi cuenta, y
no a la de
los citados hermanos que me ayudaron.
JOSÉ GRAU
15
Notas:
1. Peter
Beyerhaus, «The Perils of Prophecy», en Christianity Today de
16-2 1973.
LECCIÓN 1.a
LA ESPERANZA EN EL
MAS ALLÁ
16
1. ¿Hacia dónde caminamos?
«Todos caminan hacia una misma meta: todos han salido del
polvo y
todos vuelven al polvo.» «¿Quién sabe si el aliento de vida
de los
humanos asciende hacia arriba y si el aliento de vida de la
bestia
desciende hacia abajo, a la tierra?»
Estas citas no son de ningún pagano de la antigüedad, ni
tampoco de
algún materialista contemporáneo. Forman parte del texto
bíblico y
corresponden a Eclesiastés 3:20, 21.11
El «Eclesiastés»
(hebreo:
qohelet —literalmente; el predicador o persona que dirige la
palabra
al pueblo congregado—) interpela con estas palabras a
cuantos
fundamentaban sobre sus propias intuiciones, o sobre sus
sistemas
filosóficos y religiosos, su creencia en la inmortalidad del
_ alma. Ese
«¿quién sabe...?» es la pregunta que lanza a las gentes
imbuidas de
mentalidad helénica, es decir, de la moda intelectual
prevaleciente en
su época.
Las cuestiones que plantea el Eclesiastés ponen de
manifiesto el
realismo bíblico y son un mentír rotundo a la falsa idea que
muchas
gentes tienen del cristianismo y de la Revelación divina.
Para estas
personas, tener fe equivaldría a vivir de ilusiones. Como se
pregunta
A. Marsillach en un libro ya famoso: « ¿No será que el
hombre no se
atreve a afrontar su propia realidad y se inventa
maravillosos cuentos
de hadas para consolarse?»2
El Evangelio seria
uno más de los
cuentos de hadas; una «alienación» —para usar la
terminología
hodierna (moderna) —; la proyección de nuestros deseos.
Sin embargo, maravilla la sobriedad de los escritores
bíblicos. Las
Escrituras hebreocristianas no presentan ningún sistema de
cosmología definido, ni tampoco desarrollan teoría alguna
sobre la
«inmortalidad del alma» a la manera griega. Y ello pese a
que la
tentación de plagiar las cosmogonías caldeas y egipcias era
incitante,
así como lo era el influjo del platonismo en la época de los
últimos
escritos canónicos.
2. La esperanza del individuo
La prudencia y la resistencia de los escritores sagrados a
formular
«sistemas» se insertan en el talante mismo de la Revelación
bíblica.
Israel está a la escucha de la Palabra de Dios y no quiere
ir más allá
de lo que le es revelado. Dios va adoctrinando gradualmente
a su
pueblo y contesta cada pregunta en su momento y en la medida
en
que lo cree necesario. De ahí que los autores bíblicos no
formulen
hipótesis; se hallan a la expectativa (cf. Sal. 123: 1, 2;
Heb. 1:1; 1.ª
Ped. 1:10. 11) para ver si hay «palabra de Yahveh».
17
Y la revelación sobre el más allá y la suerte eterna va
desvelándose
paulatinamente, alcanzando, como es lógico, su culminación
cuando
también las culturas en general, y las de los pueblos
vecinos en
particular, se interrogaban sobre la misma cuestión. Esto
ocurre a
partir del siglo V antes de Cristo, y en el primer siglo de
nuestra era.
Como ha escrito Robert Martín Achard, «en el Antiguo
Testamento, la
fe en el retorno de los difuntos a la vida se apoya en
ultima instancia
sobre (o revelación de Yaveh a su pueblo; gracias a que el
Dios de
Israel se manifestó como un Dios poderoso, equitativo y
bondadoso...
afirmaron el retorno de los difuntos a la vida... El Antiguo
Testamento
fundamenta la certeza de la resurrección en Dios y sólo en
Dios; la
única garantía del retorno de los difuntos a la luz, al
final de los
tiempos, es el poder soberano y creador del Dios de Israel.
Dios es el
Dios vivo y no puede ser el Dios de los muertos. Sólo a
partir de la
realidad de Dios se puede establecer la realidad de la
resurrección (J.
Schniewínd)».3
La prudencia, la sobriedad y la discreción de los escritores
bíblicos se
explican por la conciencia que siempre tuvo Israel de que su
fe era
don de Dios (no sólo en cuanto que la fe es una actitud
subjetiva, sino
también en cuanto que se basa en un contenido objetivo), y
así
esperó, y no dijo más de lo que se le había dicho. En la
Biblia tenemos
únicamente la respuesta de Dios, respuesta anhelada;
esperada, pero
siempre respetada. Y así, la Revelación bíblica es
verdaderamente
Palabra de Dios. No se trata de las palabras de unos hombres
que nos
hablan de Dios, sino de la Revelación del Dios vivo,
comunicada a los
hombres mediante la instrumentalidad (por supuesto, dinámica
y
personal) de otros hombres.
La fe bíblica es, pues, básicamente Revelación, es decir,
mucho más
que Religión, máxime cuando ésta se entiende como
reflexiones
humanas en torno al problema de Dios, y del hombre en su
relación
con la Divinidad.
De ahí que el Eclesiastés formule sus preguntas
inquietantes, con
vistas a despertar la humildad intelectual de sus oyentes: «
¿Quién
sabe...?»
La cuestión que planteó el Eclesiastés a sus contemporáneos
sigue
siendo relevante para nosotros hoy, en este último cuarto
del siglo xx.
Hoy, como entonces, ¿quién se considerará un entendido ante
tan
pavoroso misterio?
3. La afirmación cristiana
Las respuestas bíblicas siempre tienen que ver con hechos.
Afrontando incluso el riesgo de parecer pesados, debemos
insistir: el
mensaje de las Escrituras hebreocrístianas no está compuesto
de
18
reflexiones de unos hombres que hubieran hallado a Dios. Se
trata
fundamentalmente de una Revelación. Dios ha hablado. Y es a
partir
de aqui, de esta Palabra divina, como nos sentimos
interpelados por
Dios. La Biblia no es, pues, el resultado de los
«descubrimientos» que
sobre Dios pudieran haber hecho algunas almas
excepcionalmente
piadosas y dotadas para el misticismo, sino el relato de un
proceso de
autorrevelación que Dios ha querido hacer llegar hasta
nosotros para
nuestra iluminación y nuestra salvación. De ahí que la
Biblia se ocupe
más de hechos y de personas que de escuelas o sistemas.
Hemos aludido, con énfasis, a los hechos en que se basa
nuestra
afirmación cristiana. ¿Qué nos dice la Escritura acerca de
ellos?
Por lo menos son cuatro las realidades que hemos de
considerar; en
especial, si lo hacemos a la luz de la Revelación bíblica:
A) El hecho necrológico: la muerte. ¿Hay algo que sobrevive
a la
misma?
B) El hecho antropológico: el hombre que muere. ¿Quién es
ese
hombre? ¿Qué sobrevive de él, si es que sobrevive algo?
C) El hecho escatológico: ¿Cuál es la esperanza cristiana,
la
inmortalidad del alma o la resurrección de los muertos? ¿O
ambas
cosas?...
D) El hecho pneumático (o espiritual): El Espíritu Santo,
como
«primicias» y «arras» de nuestra herencia; poder vivificante
que
transformará nuestros cuerpos en soma pneumatikon (cuerpo
espiritual), según la expresión original de I.ª Cor. 15:44.
CUESTIONARIO;
1. El «¿quién sabe...?» de Eclesiastés 3:21 ¿es la pregunta
de un
escéptico? 2. ¿Qué ponen de manifiesto las preguntas que
plantea el
Eclesiastés?
3. ¿Qué era para Israel lo primero y fundamental, hablar de
Dios o
escuchar a Dios? — 4. ¿En qué se apoya la fe de Israel
acerca del
retorno de los difuntos a la vida? — 5. ¿En qué se diferencia
la
Revelación bíblica de una Religión cualquiera? — 6. ¿De qué
se ocupa
con preferencia la Biblia, de hechos o de sistemas? 7.
¿Cuáles son los
hechos en que se basa nuestra afirmación cristiana acerca
del más
allá?
Notas:
1. La cita es de la Biblia de Jerusalén. Véase 12:7, donde
leemos:
vuelve el polvo a la tierra, a lo que era y el espíritu
vuelve a Dios, que
19
es quien lo dio» (V. también 9:10 acerca del sheol, y 3:17;
11:9;
12:14, sobre el juicio divino en otro lugar distinto de esta
tierra
(debajo del soh). Eclesiastés 3:21 no dice que sea aliento
de vida*
perezca, sino que nadie puede saber por si mismo qué es lo
que
ocurre con él después de la separación del cuerpo.
2. En 100 españoles y Dios de J. M. Gironella (Barcelona. Ed. Nauta,
1969), p.
383.
3. R.
Martin-Achard. De la muerte a la resurrección, pp. 235-236.
LECCIÓN 2.ª EL HOMBRE MODERNO FRENTE A LA MUERTE
«El hombre es, entre todas las criaturas, el único que sabe
que va a
morir —ha escrito Salvador Pániker—. Por esto es el único
que
"existe". "Existir" implica la
autenticidad de no evadirse.»
Veamos sumariamente lo que respecto a la muerte nos brindan
los
sistemas filosóficos en boga.
1. Existencialismo
Con todos los «peros» que se quieran objetar al
existencialismo, en
esa «autenticidad» anteriormente aludida radica uno de los
méritos
de dicho sistema. El existencialimo ha planteado el problema
de la
muerte como uno de los más importantes —si no el más
importante—
de la vida, al reconocer la presencia constante de la muerte
en la
existencia humana. La muerte no es sólo la meta de un viaje
o
estación de término; es, sobre todo, nuestro perpetuo
acompañante
desde la cuna hasta la tumba. Y es que nuestro vivir de acá
es
también, siempre, morir un poco en cada instante. La muerte
se
convierte así en una realidad operante desde el interior de
nosotros
mismos. El existencialismo contempla al hombre como lanzado
en la
existencia y dirigiéndose a un término concebido como
naufragio
total, según la terminología de Heidegger en Ser y Tiempo.
Por eso, la
filosofía de Heidegger ha sido calificada como «Existencia
trágica».
No basta con decir que la muerte es «natural» y que se da
también
en el resto de la Creación.
La tragedia de la muerte humana estriba en que es una
experiencia
consciente, en la que todos tenemos que ser auténticos y no
podemos soslayarla. Y de esa conciencia de estar en marcha
hacia el
«naufragio total» es de lo que nace la angustia y el sentido
trágico de
la vida (Unamuno). Literariamente es «la náusea», el
sentimiento de
la contingencia del mundo (Sartre).
20
2. Positivismo
No convence, pues, la moderna actitud positivista, cuando
afirma que
la «obsesión» existencialista por la muerte es un signo
patológico, y
cuando enseña que «la muerte no es un evento de la vida. No
se vive
la muerte». Esta afirmación es tan superficial como la que,
al decir de
Diógenes Laercio, profirió Epicuro en cierta ocasión: «La
muerte no es
nada con respecto a nosotros. Cuando existimos nosotros, la
muerte
todavía no existe; cuando la muerte existe, ya no existimos
nosotros.» Por desgracia, la muerte es un compañero de viaje
a
perpetuidad. Como ya expresó Kierkegaard: «Lo terrible de la
existencia es que vivimos para experimentar la muerte; aun
sin
morirnos del todo, vivimos la muerte cada día.»
3. Materialismo
Y tampoco convence la postura del materialismo dialéctico,
que
prohibe hablar de la muerte y sólo consiente en hablar de la
vida,
como si fuese posible esta última sin considerar aquélla.
Según este punto de vista, el miedo a la muerte habría sido un
instrumento de alienación religiosa y, por tanto, un medio
de
explotación.
Tanto la postura positivista como la materialista, lejos de
resolver el
problema, lo disuelven, lo diluyen: en una palabra:
escamotean la
realidad. Paradójicamente, quienes más hablan de alienación
—
referida, sobre todo, a la experiencia religiosa— resultan
ser los
grandes alienados. Porque, como escribe también Pániker,
«tampoco
puede desligarse el tema de la muerte del tema de la vida».
Roger Meht lo ha expresado asi: «Hablar de la vida humana, y
del
sentido de esta vida, es hablar de nuestra muerte. La muerte
forma
parte de la definición de nuestra existencia, no sólo porque
ella
constituye su límite, sino porque proyecta su sombra sobre
la
totalidad de nuestra vida. Tal es la verdadera situación del
hombre.
Se nos plantea, entonces, la cuestión: ¿Cómo puede vivir el
hombre,
ser dichoso, tener el sentimiento exultante de que es el
dueño de su
propio destino, si sabe esa cosa absurda: que va a morir?»
4. El sentido trágico de la vida y de la muerte
Por otro lado, «la aserción científica de la necesidad
natural de la
muerte no hace más que esquivar el problema. El hombre,
suele
decirse, tiene que morir, siempre tiene que haber muerto,
porque es
un ser natural, sujeto a la ley natural y universal del
nacimiento y de
21
la muerte... Sin embargo, todo el fondo sobre el cual se
apoya la
doctrina bíblica nos enseña que el hombre no es simplemente
un ser
natural, sin otra perspectiva que la que aguarda a los seres
meramente naturales. El hombre es un ser que en su misma
constitución está dotado de una primacía sobre la
naturaleza; está
vinculado a Dios de manera tal, que aparece específicamente
distinto
de cualquier otro ser natural».4
Si la muerte pertenece a las realidades de la vida, hay que
asumirla.
¿Cómo asumirla? El existencialismo, cuyo planteamiento del
tema
tiene valor de autenticidad y es ya un asumir el problema,
aconseja la
aceptación de la trágica trayectoria humana: estar
dispuestos al
naufragio total. Hay que superar la angustia, la náusea, de
vernos
abocados a la nada, al no ser.
Pero ¿es ello posible?
El existencialismo define muy bien los componentes del
problema,
pero no acierta en la solución. Dos ejemplos típicos de la
desesperación existencial, lúcida —que no evade la realidad,
como
las alienaciones positivistas y materialista—, que se
enfrenta con la
muerte, pero lo hace transida (angustiado) de impotencia,
los
tenemos en el periplo vital de Unamuno y de A. Camus.
Frente a la muerte, Unamuno propugna, no la aceptación sino
la
rebelión; y vuelven los sensatos, los que no están a dejarse
engañar,
y nos machacan los oídos con el sonsonete de que no sirve
entregarse a la locura y dar coces contra el aguijón, pues
lo que no
puede ser es imposible.
"Lo viril —dicen— es resignarse a la muerte, y pues no
somos
inmortales, no queremos serlo; sojuzguémonos a la razón sin
acongojarnos por lo irremediable, entenebreciendo y
entristeciendo la
vida. Esa obsesión —añaden— es una enfermedad."
¡Enfermedad,
locura, razón...! ¡El estribillo de siempre! Pues bien: ¡no!
No me
someto a la razón y me rebelo contra ella, y tiro a crear,
en fuerza de
fe, a mi Dios inmortalizador y a torcer con mi voluntad el
curso de los
astros.»5
Los llamados filósofos existencialistas cristianos
demuestran que no
es necesario luchar contra la razón, como suponía Unamuno
que
habia que hacerlo —influido, sin duda, por los productos que
en el
mercado de las ideas se cotizaban alto en aquel entonces—;
queda,
no obstante, en estas líneas, grabada la rebeldía del gran
escritor
español frente a la postura de la aceptación de la muerte, y
frente a
la misma muerte: «Hagamos que la nada, si es que nos está
reservada, sea una injusticia; peleemos contra el destino, y
aun sin
esperanza de victoria: peleemos contra él quijotescamente.»
¿Por
qué? Porque «hay que creer en esa otra vida para poder vivir
ésta y
soportarla y darle sentido y finalidad»6
22
He ahí el verdadero problema: la muerte afecta a la vida y
la
condiciona. Buena réplica la de Unamuno a los materialismos
superficiales de toda laya (condicion). Tampoco Camus se
resignó: «Si
Sartre lleva razón, el único problema serio de la filosofía
es el
suicidio.» Comenta, atinadamente, estas palabras Luis María
Ansón,
uno de los entrevistados por J. M.a Gironella:
«Si el ser es un ser para la nada, si el nihilismo es la
verdad, si
después de la muerte no hay más ayá, ¿para qué seguir
viviendo?
¿Por qué no el suicidio?»7
Camus lleva razón: «Si la ultima realidad es el no-ser,
entonces el
problema fundamental de la filosofía —y yo añadiría, de toda
persona
— no es el de la vida, sino el del suicidio. ¿Vale la pena
seguir
viviendo? ¿No será preferible la muerte?... Sartre mismo ha
escrito
que la muerte puede convertirse también en una oportunidad
para
manifestar la propia libertad, si bien cabe preguntar qué
sentido
puede tener ya dicha «libertad» en el ámbito del más puro
nihilismo.
Vivir es estar muriendo conscientemente; ¿por qué no
acelerar el
proceso? Esta es la angustia que surge de la aceptación
consecuente
del existencialismo ateo o agnóstico.
Esta actitud, digámoslo una vez más, libera de
superficialidad a la
vida. Por eso mismo, la conduce o bien a la desesperación o
bien a la
salvación que sólo la Revelación cristiana ofrece.
Es, por lo tanto, más seria que la opción positivista, para
la que la
muerte es la nada, una nada que nadie puede experimentar. Es
también más clarividente que la opción materialista, para la
que la
muerte es aquello de lo que nadie debe hablar. El
existencialista
supera ambas alienaciones, pero si no desemboca en la
aceptación
del mensaje revelado, vive atormentado por la náusea del
absurdo y
el no-ser.
Además, incluso Epicuro —con más perspicacia que algunos de
sus
modernos discípulos», según el decir de H. Lovell Cocks—
observó
que lo que el hombre teme no es el hecho de que la muerte
signifique
«aniquilación, sino todo lo contrarío: el hecho de que no
signifique
esto».8
CUESTIONARIO:
1. ¿En qué sentido podemos decir que el hombre es el único
ser que
existe? — 2. ¿Cuál es el principal mérito del
existencialismo? —
3. ¿En qué estriba la tragedia de la muerte humana? —
4. ¿Es un signo patológico la obsesión por la muerte, como
afirma el
positivismo? —
5. ¿Cuál R es la postura del materialismo dialéctico en
relación con la
muerte? 6. ¿En qué sentido forma la muerte parte de nuestra
existencia? —
23
7. ¿Es la muerte algo «natural» al hombre? —
8. El sentido trágico de la muerte en Unamuno, en Camus y en
Sarfre.
—
9. ¿De qué forma, y por qué motivo, puede la angustia
existencíal
desembocar en la aceptación del mensaje revelado?
Notas:
4. James Deimey. Studies w Throloflt, p. 98 Qos subrayados
son
mrestroa).
5. Del sentimiento trágico de la vida (Madrid. Espasa-Calpe.
(1971). p.
45
6. O. c.
7. En 100 españoles y Dios, p. 50.
8. En By
Faith Alone.
LECCIÓN 3.a
LA PERSPECTIVA BÍBLICA DE LA MUERTE
1. La raíz del problema de la muerte
El problema de la muerte acaso sea trágico, no porque siendo
polvo
hayamos de volver al polvo, sino, como escribe Paúl Tillich,
porque
somos culpables y morimos como tales. Lo mismo expresó, de
modo
equivalente, R. S. Candlish:
«El hombre muere, no como criatura, sino como criminal.» Y
Emilio
Brunner remacha: «No es el hecho de que el hombre muera lo
que
constituye "el salario del pecado", sino que muera
como muere, en
temor y agonía, con la ansiosa incertidumbre de lo que le
espera más
allá de la muerte, con una mala conciencia o el temor de un
posible
castigo; en resumen: muerte humana.»9
24
2. El salario del pecado
Al llegar a este punto nos movemos dentro de la atmósfera de
la
Revelación bíblica, para la cual ―reconoce Bultmann― la
muerte es
tan poco natural como la resurrección.
En la perspectiva bíblica, el hecho de la muerte va unido
indisolublemente al hecho del pecado.
La consecuencia del pecado es la muerte; es su paga, su
salario, su
justa retribución (Rom. 6:23). De ahí su horror, su carácter
antinatural.
3. La muerte como frustración suprema
Pero la relación «pecado - muerte» se entrelaza con el ansia
de
inmortalidad que Dios mismo ha puesto en el corazón del hombre.
Todo ser humano siente este afán por perpetuarse, quizá por
el
secreto motivo de seguir investigando en los misterios de la
vida con
una curiosidad irrestañable, con lo que se unirían los dos
sentidos que
el vocablo hebreo 'olam adquiere en Eclesiastés 3:11: «Todo
lo hizo
hermoso (Dios) en su tiempo: y ha puesto ETERNIDAD (mejor
que "un
mundo", como decía la antigua Reina-Valera) en el
corazón de ellos,*
sin que alcance él hombre a entender la obra que ha hecho
Dios,
desde el principio hasta el fin.» De ahí la tensión
irreconciliable que
produce la coexistencia en un mismo ser, del pecado que le
arrastra a
la muerte (al no-ser) y del anhelo de perpetuidad que,
paradójicamente, pugna por manifestarse; a veces, con la
pujanza
que alcanzó en Unamuno.
Por consiguiente, acusa una gran superficialidad todo el que
ve en el
temor a la muerte una obsesión enfermiza, o un miedo al más
allá, o
el resultado de la ignorancia y hasta de la falta de
educación. Todo
confluye ante el misterio de la muerte, para plantearnos la
totalidad
del sentido de la existencia, cara a cara con los enigmas
fundamentales de la vida, de los cuales no es el menor el
«salto en
las tinieblas», como alguien lo ha definido. Se trata de
cuestiones
ineludibles, por lo menos en ciertos momentos de la vida; y,
para
ciertas personas, insoslayables a lo largo de todo su
devenir.
Si se prescinde de la Divinidad y, consiguientemente, de su
Palabra
reveladora, no hay esperanza ya de poder llegar a saber algo
del
misterio de la muerte. Los problemas más agudos de la
existencia del
hombre, tales como el significado de su vida y de su muerte,
y la
presencia del sufrimiento en el mundo, quedarán para siempre
sin
resolver. El hombre que suprime a Dios ha de optar, o por la
desesperación, al hallarse falto de respuestas
satisfactorias, o por la
inconsciencia alienadora que, como al avestruz, le incita a
esconder la
25
cabeza para hacerse la ilusión de que no existe el peligro
de muerte,
por el hecho de que ésta es algo que no pertenece a la vida.
4. La muerte, vencida por Cristo
La respuesta última de la Palabra de Dios (la única
respuesta válida)
nos es garantizada por habérsenos revelado la Divinidad a sí
misma
en un proceso histórico que la Biblia registra. Dios ha
hablado; por
consiguiente, se trata de un mensaje que nos viene dado
desde fuera,
como algo objetivo e independíente de nuestras reflexiones
filosóficas
y teológicas. Y Dios ha pronunciado su última Palabra en
Cristo (Heb.
1:1) muy especialmente en la Cruz, donde «Dios estaba en
Cristo
reconciliando consigo al mundo, no poniendo a la cuenta de
los
hombres sus pecados» (como dice el original de 2.ª Cor.
5:19). Y,
sobre esta base, el cristiano puede exclamar con el apóstol:
«¿Dónde
está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu
victoria? Ya que
el aguijón de la muerte es el pecado... Gracias sean dadas a
Dios que
nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo»
(1.ª Cor.
15:55-57. Cf. Is. 25:8; Os. 13:14).
Esto significa que la situación trágica del hombre-pecador
(todo
hombre, Rom. 3:11) puede, a pesar de todo, no ser
desesperada
como lo sería si se encontrase preso en la vorágine de las
leyes
cósmicas, que son insensibles e impersonales, o como si
estuviese a
merced de un hado inexorable. Cierto, la muerte es el
castigo de Dios
por el pecado; pero al mismo tiempo, la vida es el obsequio
de su
gracia (V. Rom. 6:23)."10
5. La muerte, señal y consecuencia del pecado
Lo inevitable de la muerte física es símbolo de una verdad
espiritual
más profunda: el hombre, porque es hombre y hombre pecador,
vive
solamente dentro de la esfera de la muerte y debe
considerarse como
condenado a muerte. Porque fuera de Cristo, que es la Verdad
y la
Vida, sólo hay muerte.
La muerte física es el signo y el fruto del pecado. Es el
símbolo del
orden natural que rige el mundo; natural para nosotros
―pecadores―, pero no para Dios, que es la plenitud de vida;
constituye además la gran contradicción de este encuentro
que se
produce entre Dios, vivo y vivificante, autor y dador de la
vida, y el
hombre sumido en el pecado que rechaza y rehuye la intensa
vitalidad F a la que es llamado.
La muerte física es, pues, símbolo y pena, a la vez, de la
entrada del
pecado en la existencia humana (V. Gen.2:17; 3:24, comp. con
Rom.
5:12; Ef. 2:5).
26
La muerte nunca la quiso Dios. Entró en el mundo por el
pecado.
Santiago 1:14, 15 ofrece un gráfico ejemplo de la relación
entre el
pecado y la muerte: «Cada uno es tentado cuando de su propia
concupiscencia es atraído y seducido. Entonces, la
concupiscencia,
después que ha concebido, da a luz el pecado; y EL PECADO,
siendo
consumado. DA A LUZ LA MUERTE.»
Tenemos, pues, afirmada aquí la gran verdad bíblica de que
la muerte
es el engendro del pecado.
6. La naturaleza de la muerte
La naturaleza de la muerte es la soledad, la soledad radical.
Como
dijo G. A. Bécquer en una de sus famosas Rimas:
¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!
La muerte separa, aísla, produce vacilación. Como el pecado,
su
progenitor, que produce la separación entre el hombre y Dios
(Is.
59:2), medíante la constante, al menos latente, rebeldía del
hombre
(Is. 53:6), y produce también la separación de los hombres
entre sí (V.
Rom. 3:13-18, ilustrado, sin quererlo, por Sartre cuando
sostiene que
«el infierno, son los demás»), mediante el egoísmo, la
envidia, la
vanidad y la explotación del hombre por el hombre.
Con razón se ha dicho que «el pecado y la muerte sé
pertenecen
inseparablemente. Juntos permanecen, o caen juntos».11
Esta soledad absoluta ―tanto en relación a Dios como a los
hombres
y, a la larga, con respecto a si mismo, lo cual suele
incitar al suicidio―
torna al hombre en un ser impotente. De ahí que, si bien
puede
acortar su destino ―ya que tiene libertad para proponérselo
y energía
para realizarlo―, no puede, sin embargo, confiar su destino
ni a su
libertad ni a su energía. Y es que, cuando morimos, no
escapamos a
las consecuencias de nuestros actos, sino que vamos al
encuentro de
las mismas. Como veremos más adelante, esto hace de la
inmortalidad ―cuando es entendida a la manera platonica―
algo
totalmente inútil e inservible. Fuera de Dios todo es
muerte, náusea y
desesperación; tanto en esta existencia terrena como después
de la
destrucción o descomposición final del cuerpo físico.
Esta estrecha ligazón entre pecado y muerte hizo necesario
que
Cristo viniese «para destruir por medio de la muerte al que
tenía el
imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos
los que por el
temor de la muerte estaban durante toda su vida sujetos a
servidumbre» (Heb. 2:14, 15).
Como alguien ha escrito: «La muerte comprometía radicalmente
el
proyecto de vida que Dios hacía en favor de los hombres.
Era, pues,
27
menester que Cristo combatiera en el mismo terreno del
enemigo.
Fue necesario que muriera para franquear con su muerte el
rechazo
de la humanidad a los proyectos de Dios. Cristo tiene
conciencia,
además, de que solamente él tiene el poder de combatir. Ha
salido de
la misma "pasta humana", en plena solidaridad con
ella.
Carga sobre sí los pecados del mundo (Gálatas 3:13) y se
hace
obediente hasta la muerte (Fil. 2:7, 8; Heb. 5:9)...
Jesucristo sabe
simplemente que tiene entre sus manos el futuro de la
humanidad,
una humanidad que ya no puede reconciliarse con Dios, porque
lo ha
rechazado.»12
En este hecho radica nuestra esperanza. La confianza
cristiana se
funda en la victoria de Cristo. Porque Jesucristo es, no
sólo Señor de
la vida, sino también de la muerte, al tener poder para
destruirla y al
haberle arrebatado su aguijón en la Cruz.
7. La muerte como doble respuesta de Dios
De manera que la muerte no sólo es la respuesta de Dios al
pecado,
sino que, para la solución del mismo. Cristo tiene que
morir; su
muerte es vicaria y expiatoria, en representación de los
hombres, en
lugar de los hombres y a favor de los hombres. No para
satisfacer un
supuesto carácter vengativo de Dios, sino las exigencias
universales y
eternas de su santa justicia: «AI que no conoció pecado
―dice
Pablo―, por nosotros lo hizo (Dios) pecado, para que
nosotros
fuésemos hechos justicia de Dios en él» (2.a
Cor. 5:21).
La muerte de Cristo tiene que ser mi muerte, si deseo que su
resurrección sea mía también (Rom. 6:4; Ef. 2:4-6; Fil.
3:9-11). Esto es
posible por la fe, que nos une a Cristo (Jn. 1:12; 15:1).
Pero este hombre que muere por causa del pecado, y que
también
puede ser salvado por causa de la obra realizada a su favor
por Dios
en Cristo, ¿quién es?; ¿qué es el hombre? ¿Qué es lo que
constituye
su personalidad?; ¿qué es este «algo» que perdura?; ¿cuál
es, en
definitiva, su esperanza, la inmortalidad o la resurrección?
Esto lo
vamos a estudiar en las lecciones que siguen.
Notas:
9. Citados por L. Morris en El salario del pecado
(Barcelona, EEE.
1967). p. 33, nota 31. y p. 23, nota 18 * La misma palabra
hebrea
'olam aparece en Miqueas 5:2 con referencia clara a la
eternidad del
Hijo de Dios que nacería como un niño en Belén.
10. Véase L. Morris, o. c., pp- 34 y ss. así como J. Laidlaw
(citado por
Morris). quien dice: «No estamos hurgando en la epidermis de
frias y
mecánicas leyes, sino en la mano del Dios vivo que castiga
el pecado,
28
pero que también puede decir: "Encontraré el medio de
sacaros de la
tumba, porque he hallado un rescate."»
11. Citado por L. Morris. o. c., p. 16 de Nygen
12. Francis Vachette, Salváts per Jesucrist (Barcelona, Nova
Térra.
1967), pp- 63-64.
LECCIÓN 4.a
EL PROBLEMA
ANTROPOLÓGICO (I)
Es forzoso que nos planteemos el problema antropológico,
pues si no
lo entendemos bíblicamente, tampoco podremos entender la
respuesta que la Revelación da al problema necrológico.
1. Definición del problema
La definición y explicación del problema antropológico, que
para todo
ser humano tiene especial relevancia, reviste en España
carácter de
urgencia. Veamos lo que sobre este punto dice José Jiménez
Lozano,
uno de los muy pocos que respecto a esta materia ha sabido
moverse
dentro de categorías bíblicas, al responder a la famosa
encuesta de
Gironella:
«Creo —dice— que está muy clara la total irrelevancia que
tienen, en
el talante católico hispánico, tanto el dogma de la
resurrección de
Cristo como el de la resurrección de nuestra carne... De ahí
esas
tremendas inscripciones desgarradoras en los cementerios que
recuerdan las de los viejos paganos que no tenían esperanza;
de ahí
el tanto insistir en el polvo y en la nada, y de ahí, en
fin, el tremendo
fatalismo de nuestro pueblo, que no cree en la historia...:
gentes que
se dicen creyentes, que se someten a las prácticas
religiosas,
confiesan luego no creer en la resurrección de la carne,
aunque crean
en el cielo o en el infierno, en el mejor de los casos.»13
Tragedia doble la de estas gentes, porque no sólo se
enfrentan con la
muerte, sino que lo hacen armados de conceptos platónicos y
no
cristianos, por más que a tales conceptos platónicos se les
quiera
bautizar y darles pasaporte cristiano.
«... la teología y la piedad cristianas —sigue diciendo
Jiménez Lozano
— han quedado desde siglos imbuidas de platonismo —
dicotomía
absoluta: alma -cuerpo— y descuidado el sentimiento ese ri
turístico
del hombre. "Te he amado demasiado —escribe Arme
Phippe, la
viuda de Gérard Philippe— para aceptar que tu cuerpo
desaparezca y
proclamar que tu alma es suficiente y que vive. Y luego,
¿cómo hacer
para separarlos y decir: ésta es su alma y éste es su
cuerpo? Tu
sonrisa y tu mirada, tu andar y tu voz, ¿eran materia o
espíritu? Una y
otra cosa, pero inseparables."
Y esa separación es un escándalo, la muerte es un escándalo
ciertamente.»14
29
«¿Eran materia o espíritu? Una y otra cosa, pero
inseparables.» La
viuda de Gérard Philippe, acaso sin saberlo, ha hecho una de
las
mejores definiciones bíblicas de lo que es el hombre. Y
Jiménez
Lozano, al «escandalizarse», le ha ayudado en esa definición
y ha roto
el falso conformismo platónico —heleno, que no hebreo—, que
acalló
durante muchos siglos este escándalo entre nosotros; con las
excepciones de un Unamuno, y también de un Juan Maragall,
cuyo
Cántico espiritual fue, paradójicamente, tenido por pagano
en aquello
que es más cristiano. Pero así ha ido el cristianismo en
nuestros lares,
confundiendo el platonismo — la inmortalidad del alma per
se— con
la auténtica y definitiva esperanza cristiana: la
resurrección de los
muertos.
2. Las consecuencias del platonismo
Con el platonismo entraron en la Cristiandad los conceptos
gnósticos
más o menos camuflados: el odio a la materia, el desprecio
del
cuerpo, el solo énfasis en los pecados de la carne; en suma,
el miedo
a la muerte («de ahí esa complicidad eros - thánatos, en los
toros o
en los sentimientos amorosos», como observa el citado
Jiménez
Lozano). De ahí también, como señala el Dr. Enrique Salgado,
que la
religiosidad española «ha girado demasiado en torno a un
solo
mandamiento de la Ley de Dios. Ya sabe usted en torno a
cuál. ¿Y el
no robar y el no mentir?»15
El platonismo nos ha impedido «observar que el Nuevo
Testamento (y
el Antiguo) entiende el estado final del creyente en
términos de la
resurrección de los muertos...; hay muchos pasajes que
expresan el
gozo del pensamiento de que aun la muerte física será
vencida. Al
formar parte integral del pensamiento cristiano, la victoria
sobre la
muerte física constituye uno de los frutos de la actividad
redentora de
Cristo y, por lo tanto, será lógico considerar la muerte
física como una
de las consecuencias del pecado».16
La antropología platónica, con su dicotomía absoluta,
dualista, cuerpo
- alma, ha impedido valorar el cuerpo y la Creación en su
justo valor,
es decir, con la valoración que Dios mismo, en su Palabra,
les otorga
(Gen. 1:27-31, donde leemos que, luego de haber sido hecha
la
Creación y el hombre, Dios mismo consideró «bueno en gran
manera» cuanto había sido realizado).
3. La dignidad del cuerpo humano
Al no saber apreciar la dignidad del cuerpo humano y de la
materia,
se ha privado asi —bajo los auspicios del platonismo (y aun
del
aristotelismo-tomismo) — el hombre hispánico de la más
grande
esperanza cristiana, según la concibe la Biblia.
30
¿Qué es el cuerpo en la antropología bíblica? Un obsequio de
Dios, no
sólo dado, sino también amado, por el Creador, con la
intención de
que sirva como instrumento de glorificación y expresión
plástica,
notoria, de nuestra consagración al Señor en «sacrificio
vivo, santo,
agradable a Dios, que es vuestro culto racional» (es decir,
«auténtico». como traduce la Nueva Biblia Española, con
resonancias
de Juan 4:24). Por eso dice Pablo en otros lugares (1.a
Cor. 3:16; 6:19)
que somos, incluido nuestro cuerpo, «templo del Espíritu
Santo», es
decir, casa viva del Dios vivo (cf. 1.ª Ped. 2:5). Asimismo,
nuestros
miembros carnales son miembros del Cuerpo de Cristo, dada la
unión
de todos los creyentes en Cristo y entre ellos, lo cual
produce el
llamado «Cuerpo de Cristo». «Nadie aborreció jamás a su
propia
carne —escribió S. Pablo—, sino que la sustenta y la cuida,
como
también Cristo a la Iglesia, porque somos miembros de su
cuerpo, de
su carne y de sus huesos» (Ef. 5:30. Cf. 1.a
Cor. 6:15). Pablo
podía
decir que «nadie aborreció jamás a su propia carne», antes
de que
fuera inaugurada la tradición ascético-platónica en la
Cristiandad.
Más aún, el cuerpo es propiedad del Señor. Dice S. Pablo:
«Pero el
cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el
Señor para el
cuerpo» (1.ª Cor. 6:13), lo cual establece la totalidad del
vinculo que
une al cristiano con su Salvador: no una simple comunión de
alma,
sino una comunión de la persona total, cuerpo y alma, con su
Dueño y
Señor. Esto desmiente lo que piensan muchos españoles, como
el
torero entrevistado por Gironella que asegura; «Si el alma
no fuese
inmortal, no se explicaría que Cristo se hubiese hecho
hombre y
hubiera muerto en la cruz.»17 Dicho en otras palabras: el
cuerpo no es
digno de redención, sólo el alma. Sin embargo. Cristo vino a
salvar
ambas partes de nuestra personalidad, por la sencilla razón
de que no
vino a salvar «algo» de nosotros, sino que nos vino a salvar
total e
integralmente. Conviene añadir que los superficiales
conocedores del
Nuevo Testamento suelen confundir el concepto paulino de
«carne»
con el de «cuerpo», lo cual es una grave equivocación, como
veremos
en la lección siguiente.18
Notas:
13. Véase J. M. Gironella. 100 españoles y Dios, p. 288.
14. Del mismo autor y en la misma página.
15. Véase J. M. Gironella, o. c., p. 582.
16. L.
Morris. o. c., p. 24. Cf. O. Cullmann, Immortalité de l'ame ou
résurrection
des morts?
(Paris-Neuchatel, Delachaux et Niestlé, 1969).
17. O. c., p. 84.
18. Véase F. Lacueva, El hombre: Su grandeza y su miseria,
lecc. 5ª
31
LECCIÓN 5.ª EL PROBLEMA ANTROPOLÓGICO (II)
Para la recta comprensión del problema antropológico es
preciso
analizar los conceptos de alma, espíritu, cuerpo y carne,
conforme al
sentido que las Sagradas Escrituras confieren a los diversos
componentes a la persona humana, ya que dichos conceptos no
quedan suficientemente expticítados en la mayor parte de las
traducciones de la Biblia a los idiomas modernos.
1. Alma (griego: «psyque»)
El «alma» es, para la Biblia, el principio de vida natural
que anima al
cuerpo (cf. Gen. 2:7). Es sinónimo de vida: «exponiendo su
vida
(psyque) para suplir lo que faltaba...» (Fil. 2:30).
También usa muchas veces la Biblia este vocablo, por
sinécdoque,
como sustitutivo de «persona»; «se añadieron aquel día como
tres mil
personas (psyhai)» (Hech. 2:41).
En el pensamiento de Pablo, el alma (psyque) es el principio
de toda
vida física en el hombre.
Pero el hombre que sólo tiene psyque (hombre «almado»,
natural; o
«animal», de ánima) es incapaz de comprender las cosas de
Dios; le
son locura (1.a
Cor. 2:14).
2. Espíritu (griego: «pneuma»)
El «espíritu» es lo que hace de nosotros unos creyentes
auténticos,
verdaderos. Nos une con Dios pues es por el espíritu como
podemos
entrar en comunión con el Señor: «Que la gracia del Señor
sea con
32
vuestro espíritu. Amén» (Gal. 6:18. Cf. Fim. vers. 25). Este
pneuna
constituía la personalidad cristiana, al decir de Pablo.
Cuando el
apóstol bendice a los creyentes, no lo hace como dirigiéndose
simplemente a hombres con psyque o vida natural, sino como a
hombres regenerados (pneumatikós = espiritual) en quienes
habita y
obra el Espíritu Santo (Pneuma Agion) de Dios.
Se equivocaría quien pretendiese deducir de pasajes como 1.a
Tesalonicenses 5:23 una especie de tricotomía. El alma y el
espíritu
no son dos partes distintas, como ingredientes diversos,
junto con el
cuerpo, de la persona humana, sino más bien a la manera de
una
habitación con dos ventanas: una, para asomarse a las cosas
de
arriba; otra, para asomarse a las cosas de abajo (V. Col.
3:2).19
3. Cuerpo (griego: «soma»)
Para S. Pablo, el vocablo cuerpo» tiene tres acepciones:
A) El cuerpo como cosa neutra, propiedad de cada ser humano.
Los
paganos deshonran sus cuerpos por los excesos que llevan a
cabo
con ellos y en su perjuicio (V. Rom. 1:24).
B) El cuerpo imperfecto, débil, instrumento de nuestros
caprichos que
puede hacernos correr graves riesgos: cuerpo de pecado (Rom.
6:6);
el cuerpo mortal.
C) El cuerpo redimible. Este cuerpo débil y decadente que
todos
tenemos puede ser dominado (1.ª Cor. 9:27); no es incurable.
Puede
ser salvo (Rom. 8:23) o transformado (Fu. 3:21). Puede ser
ofrecido
en el servicio de Dios como parte integrante, y expresión
notoria, del
sacrificio total del creyente (Rom. 12:1). Y asi podemos
glorificar a
Dios mediante nuestro cuerpo (l.ª Cor. 6:20). Nuestro cuerpo
puede
ser también templo del Espíritu Santo (I.ª Cor. 6:19).
Ciertamente, para Pablo el cuerpo no era algo esencialmente
malo,
perverso per se. Dada su naturaleza, en decadencia tras el
pecado
original, perecerá y volverá al polvo (Gen. 3:19). Pero
resucitará (Jn.
5:29). Su poder para el bien o para el mal, depende de quien
lo
controle: Dios o el pecado.
4. Carne (griego: «sarx»)
La palabra griega sora: se traduce generalmente por «carne»,
pero
este vocablo no expresa todo lo que el término sarx
significa para
Pablo. Incluso se presta, a veces, a interpretaciones
erróneas.
¿Cuál es su sentido? Lo expresaremos en pocas palabras: Sarx
es el
enemigo mortal del Pneuma. Dentro de nosotros se libra una
especie
de guerra civil, y tiene por antagonistas a la carne (sarx)
y al espíritu
33
(pneuma). Por eso afirma Pablo que los dos se oponen entre
sí (Gal.
5:17).
«Carne» significa, unas veces, mucho más que «cuerpo», y
otras
veces no tiene nada que ver con él. Los «pecados de la
carne» son
muchos más que los que se cometen con el cuerpo.
Cuando Pablo enumera las obras de la carne» (Gal. 5:19-21),
comienza por la inmoralidad sexual, pero continúa con las
querellas,
las envidias, la animosidad, etc., que no tienen nada que
ver con las
operaciones del cuerpo físico.
El apóstol emplea también el término «carne» para hacer
alusión a
una condición física; un vivir en el cuerpo mortal. Asi se
refiere a la
circuncisión fisica, en contraste con la del corazón (Rom.
2:28). y
emplea el término sarx para referirse a la primera. En este
caso, sarx
se aproxima a soma en su condición de debilidad natural
(comp. con
Jn. 1:14 y Heb. 5:7). Por eso encontramos el término sarx:
en frases
como «una enfermedad del cuerpo», y «la prueba que tenía en
mi
cuerpo» (Gal. 4:13, 14). ¿Por qué no usó Pablo el vocablo
soma?
Tenemos que penetrar en el vocabulario del apóstol y tratar
de
comprender lo que él quería decir al usar el término sarx:
A') El hombre terreno: un alma encarnada; es decir un cuerpo
habitado por un alma; la condición terrena, débil y frágil
de nuestra
existencia aquí y ahora (Rom. 7:18 —donde, sin duda, se
refiere no
sólo al cuerpo, sino a la totalidad del ser caído en sus inclinaciones
pecaminosas—; 2ª Cor. 7:5; Gal. 1:16. Cf. Jn. 1:13; 17:2).
B') El hombre terreno, pero regenerado, que está en la sarx
y «en
Cristo» al mismo tiempo (Gal, 2:20: Flm. vers- 16). En
Hebreos 9:13 la
sarx aparece purificada.
C') El hombre terreno, contaminado y pervertido por el
pecado (1.a
Cor. 3:3; Jud. Vers. 8).
Resumiendo: SARX en griego, como BASSAR en hebreo, se
traducen
por CARNE en castellano, porque resulta difícil hallarles un
equivalente en nuestro idioma. Su sentido puede abarcar los
conceptos siguientes:
a) El cuerpo animado por el espíritu.
La presencia de una libertad personal en un cuerpo natural.
b) El alma presente en el cuerpo.
El ser vivo en la totalidad de su personalidad corporal.
c) La personalidad encarnada (hecha carne).
La persona.
d) La realidad humana aqui y ahora.
34
La condición caida, sometida a toda servidumbre de pecado y
debilidad.
e) El hombre distanciado y diferenciado de Dios.
f) No acostumbraban los judíos a denominar «carne» al
cadáver,
porque para ellos había quedado reducido a la condición de
simple
cuerpo, objeto inanimado y no persona.
g) Para la mentalidad hebrea, la prostituta es condenable
porque sólo
entrega el cuerpo, pero no la sarx (es decir, retiene la
estimación de
su corazón y no ofrece su persona); no se da en plena
libertad
amorosa y personal, en contraste con la esposa amante, que
entrega
al amado su personalidad completa.
Así SARX une la idea de totalidad de la persona (cuerpo y
alma), de
acuerdo con las condiciones en que tiene que vivir en este
mundo.
SARX une indisolublemente el SOMA con la PSYQUE y da
expresión a
las condiciones terrenas de dicha unión.
5. ¿En qué consiste el pecado de la carne?
Si quisiéramos precisar en términos metafisicos la
naturaleza del
«pecado de la carne», diríamos que consiste en convertir lo
relativo
en absoluto. De ahí la calificación de «idolatría», pues
equivale a
elevar a la categoría de ídolo cualquier cosa del cuerpo, de
la mente o
del corazón: cualquier cosa terrena y sometida al presente
orden
pecaminoso, perdiendo asi su perspectiva eterna («sub
spe-cie
aeternitatis», en el sentido de Tomás de Aquino, no en el de
Spinoza).
En Gálatas 5:17 no se trata de la lucha de la carne corporal
contra
nuestro espíritu, sino de la «carne» como idolatría del estado
presente de cosas, contra la dirección del Espíritu de Dios.
Son, pues,
dos sistemas, dos maneras de entender la vida,
diametralmente
opuestos.
Así SARX puede significar mala dirección y mala perspectiva;
es la
sabiduría carnal (1.a
Cor. 1:26; 2:14).
La realidad presente equivale a una organización
molívilizada contra
Dios; posee su gobierno (1.ª Cor. 2:6, 8, comp. con Ef.
6:12), su dios o
principe (2.ª Cor. 4:4, comp. con Ef. 2:2), su espíritu o
corriente
cultural que modela una mentalidad mundana (l.ª Cor. 2:12,
en
contraste con B vers. 16), y sus elementos (Gal. 4:3; Col.
2:8, 20).
Comporta, por lo tanto, una tensión (Gal. 2:20) el vivir en
medio de
dichas realidades. Se puede estar en la carne para bien
(Gal. 2:20) y
para mal, compartiendo la rebelión contra Dios (Rom. 7:5;
8:7-9); una
mente carnal, sometida al dictado de lo mundano, del orden
actual de
cosas; ni se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede
hacerlo. En B
realidad, no quiere, porque detesta todo lo espiritual.
35
De modo que la SARX no es mala en sí misma, per se, sino
cuando se
halla acondicionada a la realidad del mundo en que vive y
del que ella
misma forma parte integrante. Emborrachada de esa atmósfera
de
enemistad contra Dios, la SARX adopta una actitud que
equivale a
negar la realidad misma de la situación del hombre delante
de DiosNo expresa sólo un desorden interno entre las diferentes partes que
integran el ser humano (desde luego, también implica esto),
sino una
proterva y total incapacidad de relacionarse con Dios y con
el prójimo
en una relación de amor genuino.
La SARX es lícita y buena cuando vive en el mundo de Dios y
para
Dios. Es condenable cuando vive para el mundo y sin Dios.
6. Proyección de estos conceptos sobre la escafología
De todo esto se deduce que lo que sobrevive a la muerte no
puede
ser planteado en términos de «algo», sino de «alguien». La
esperanza
cristiana definitiva, total, es la salvación completa del
hombre en la
totalidad de su persona. Esto explica por qué el hecho de la
resurrección de Cristo no es solamente la constante
preocupación
apologética de los apostóles en su presentación del
Evangelio tanto a
judíos como a gentiles, sino que constituye, al mismo
tiempo, la gran
esperanza para los creyentes, porque, unidos a Cristo,
participarán
del triunfo de su muerte y resurrección. Sirva para
corroborar nuestro
aserto el mencionar, no ya éste o aquel texto aislado, sino
todo el
libro de Hechos de los Apóstoles, donde puede comprobarse
cómo la
resurrección de Cristo, y la de los redimidos por Cristo, es
el núcleo
central de la predicación apostólica.
Ciertamente, los países latinos han perdido este énfasis
apostólico de
la primitiva Cristiandad.
Notas:
19. Esta dignidad del cuerpo humano fundamenta toda la ética
sexual
del Nuevo Testamento (cf. O. Cullmann, o. c.). La unión
conyugal es
signo de la unión con Cristo —ya para Israel lo era de su
comunión
con Yahveh (Oseas)—: nuestra unión con el Señor es algo tan
intimo y
personal que sólo puede compararse a la unión marital,
cuando dos
personas se constituyen en una sola carne. De allí la
incompatibilidad
entre el cuerpo de Cristo (que lo forman nuestros miembros)
y el
cuerpo de una ramera (1.a
Cor. 6:15. 16);
uniones tan dispares son
una monstruosidad. Nuestro cuerpo es para el Señor (1.a
Cor. 6:13), y
sólo en la íntima comunión de los esposos la unión del
creyente con
su Señor halla un signo licito, querido y apropiado (Ef.
5:38). Hasta tal
punto es esto asi y eleva la dignidad del matrimonio, que el
cónyuge
incrédulo casado con otro converso es «santificado» por
éste, dada la
naturaleza paralela —aunque a niveles infinitamente
distintos, si bien
36
no menos parecidos— de los vínculos de ambas relaciones: las
matrimoniales, y las espirituales E del creyente con su
Señor y
Salvador (1ª Cor. 7:14). Las bases de la moral sexual son,
pues como
ha demostrado Cullmann, eminentemente cristológicas. Y es
interesante observar que haya sido un apóstol soltero (o
viudo), por
exigencias de oportunidad misionera y vocación natural, el
que nos
haya transmitido esta enseñanza profunda y alentadora acerca
de la
dignidad de las relaciones sexuales entre hombre y mujer,
correspondientes (Ef. 5:29) a la relación que se da entre
Cristo y su
Iglesia (cf. también F. Lacueva. Etica cristiana, pp. 178 y
ss, y Sexo y
Biblia, de varios autores).
LECCIÓN 6.a
EL PROBLEMA
ANTROPOLÓGICO (III)
De lo dicho en las dos lecciones precedentes puede
fácilmente
deducirse que dos conceptos antagónicos sobre la naturaleza
del
compuesto humano han conducido igualmente a dos conceptos
antagónicos de la muerte: el concepto platónico y el
concepto
cristiano.
1. Sentido platónico de la muerte
El sentido platónico de la muerte (por desgracia, tantas
veces
confundido con el concepto cristiano) es un semillero de
errores que
es preciso desarraigar.
37
El principio fundamental del platonismo a este respecto es
que la
materia es mala y despreciable, y que sólo el espíritu
importa. La
única y auténtica personalidad es el núcleo interior del
alma. El alma
no forma un todo sustancial con el cuerpo, sino que está en
él como
un navegante en su barca, o como un preso en la cárcel.
Por consiguiente:
A) La muerte es tenida como cosa buena, ya que libera al
alma de la
«cárcel» del cuerpo, la saca del reino malvado de "fe
materia y la
transporta a su verdadero hogar.
B) La muerte pierde asi su terror, no en virtud de Ía
sentencia que
sobre ella ha decretado Dios, sino simplemente porque sirve
a una
mejor realización y afirmación de aquello que en el
individuo es
auténtico y perdurable.
C) La muerte, desde este punto de vista, ya no es tenida
como «paga
del pecado» (Rom. 6:23), sino, al contrario, rescate de la
prisión.
Lejos de ser algo horrendo, se convierte en cosa buena y
hasta
apetecible.
Este concepto explicaría el masoquismo español ante la
muerte, a
causa del contenido macabro, mortuorio, que encierran los
arquetipos
de nuestro inconsciente colectivo hispánico. Pero lo más
trágico de tal
actitud es que el pecado, único aguijón de la muerte, es
relegado al
olvido, o se le merma su importancia.
2. El sentido cristiano de la muerte
El mensaje evangélico invierte radicalmente los términos del
sentido
platónico de la muerte. En efecto, para el Nuevo Testamento:
A') La muerte es cosa horrenda, porque es el fruto del
pecado. Es el
«sacramento» del pecado, y ante ella incluso Cristo sintió
miedo y
repugnancia en Getsemani.20
B') Hay distinción entre cuerpo y alma o mejor dicho, entre
el hombre
exterior y el hombre interior. Pero esta distinción no es
una oposición,
como sí el ser interior fuera naturalmente bueno, y el
exterior fuera
necesariamente malo. Ambos, esencialmente, son
complementarios
el uno del otro, y ambos han sido creados buenos por Dios.
Por otra
parte, el pecado afecta a ambos también, y no sólo a uno de
ellos.
C') La muerte fue vencida, no porque Dios sentenciara a la
materia,
sino al pecado. «La diferencia con el alma griega —escribe
Cullmann
— es fundamental; ésta alcanza, precisamente sin el cuerpo;
y
solamente sin él, su pleno desarrollo. Nada parecido en la
Biblia.»
38
D') El alma que permanece muerta aquí —que desoye la
invitación
evangélica a la fe y la regeneración (Jn. 1:12, 13) — se
hallará en la
misma condición después de la muerte. La inmortalidad
intrínseca de
su alma — en el pensamiento helénico— no le sirve de nada,
pues no
hará más que perpetuar su estado de pecado y alejamiento de
Dios.
De ahí que el Evangelio no ofrezca transportar, sino
transformar. No
se trata de un salto geográfico (saltar desde aqui abajo
hasta allá
arriba), sino de un paso histórico: desde este siglo caduco,
sujeto a
frustración por el pecado, hasta «el siglo venidero»; es
decir, se trata
de pasar del ámbito de la muerte al de la vida, por el poder
del
Espíritu Santo (Ef. 1:13-23) y sobre la base de la obra
realizada por
Cristo.
El platonismo es estático. El Evangelio es dinámico,
histórico; se
inserta en medio de la historia de los hombres para escribir
su propia
historia de salvación, prueba y garantía de la intervención
de Dios en
su cuidado y amor hacia los hombres.
No obstante, la muerte ejerce todavía su poder. Los hombres
mueren,
incluso los cristianos. Y, por otro lado, la resurrección de
los muertos,
prometida por el Evangelio, pertenece al futuro. Esto nos
lleva al
tercer gran hecho que hemos de considerar: el hecho
escatológico. Y
también debemos entender de qué manera nos afecta ya ahora,
aquí.
Notas:
20. O. Cullmann, o. c.
LECCIÓN 7.a
EL HECHO ESCATOLOGICO
PERSONAL
1. Las dos etapas de la escatologia individual
Ya hemos afirmado y demostrado que la esperanza cristiana
radica
en la resurrección de los muertos. Es inadmisible la
definición
teológica que se refiere al «estado intermedio» —entre la
muerte y la
resurrección— como «el estado de término», por cuanto no es
ésta la
meta hacia la cual conduce Dios a sus redimidos.
39
Tampoco es correcto, por otro lado, el hablar de la
resurrección como
de la «fase única», bíblicamente hablando. En realidad, el
hecho
escatológico personal se despliega en dos etapas y abarca
dos
experiencias que, no obstante, van enlazadas por el mismo
hilo
conductor del Espíritu Santo vivificador y regenerador.
2. Vida e inmortalidad por el evangelio
Por medio de la muerte y resurrección de Cristo la muerte
perdió su
poder absoluto. Su soberanía, que algunos pueden tener por
indiscutible, ha sido negada por Dios, quien ha proclamado,
no la
soberanía de la muerte sino la de la vida inmortal, hecha
posible
gracias al Evangelio (2.a
Tim. 1:10). Es cierto
que la muerte no ha sido
todavía retirada del escenario; ella será el último enemigo
que será
destruido (1.a
Cor. 15;26; Apoc.
20:13): pero, por eso mismo, la última
palabra no la dirá la muerte, sino el Señor Jesús. Cuando el
Señor nos
restituya un «cuerpo espiritual» (soma pneumatikón) en la
regeneración del dia postrero, la muerte habrá desaparecido
definitivamente del escenario de la vida. Con todo, ¡ya
ahora! la
muerte es «nuestra», es decir, está bajo nuestro dominio
(1.a
Cor.
3:21, 22), en el sentido de que, si estamos en Cristo, debe
haber
perdido todo su terror. Más aún, sabemos que al fin quedará
totalmente destruido su poder: « ¿Donde está oh sepulcro, tu
victoria? ¿Dónde, oh muerte, tu aguijón?» (1.a
Cor. 15:55).
3. Cuerpo y creación
Nuestro cuerpo forma parte de la Creación material de Dios
y, con
ella, «gime a una, y a una está con dolores de parto hasta
ahora, y no
sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las
primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de
nosotros
mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro
cuerpo»
(Rom. 8:22. 23).
Es interesante observar el doble contraste y paralelismo que
existe
entre este pasaje y Santiago 1:15, antes comentado. En
Santiago la
muerte se nos presenta como contenida en el pecado, al igual
que
una criatura en el vientre de su madre, y presta a salir a
la luz. En
Romanos es el Espíritu vivificador el que pugna por abrirse
paso en
una creación «sujeta a vanidad, no por su propia voluntad»,
y gime,
empleando el mismo símil (comp- con el vers. 26), con
dolores de
parto hasta que dé a luz y se consume la redención de todo
lo creado
y, por consiguiente, también de nuestro cuerpo.
Mientras tanto, en un mundo hostil, que hace la guerra a
Dios nuestro
cuerpo vive una doble experiencia que le mantiene en
tensión:
participa de la muerte de Cristo «que llevamos por todas
partes»,
40
pero también de su «vida» que se manifiesta a través nuestro
(2.a
Cor. 4:10; Col. 1:24).
La paradoja del momento presente para el cristiano ha sido
definida
por O. Cullmann como el «ya y todavía no», en el sentido de
que el
Reino de Dios ha llegado ya con Cristo, pero su plena
manifestación y
consumación pertenecen al futuro. Y de esta tensión
participa el
creyente, no sólo aquí en vida, sino en la muerte y hasta el
día de la
resurrección, pues antes de llegar al estado definitívo de
la
resurrección final, el cristiano pasa por la condición intermedia
que, si
bien no es la definitiva, está claramente enseñada en las
Escrituras y
bien diferenciada del concepto platónico (aunque en
demasiadas
ocasiones hayan sido confundidas).
Este estado intermedio es algo así como un compás de espera,
la
etapa de un camino en expectación del pleno cumplimiento de
los
propósitos de Dios en orden a la redención final.
4. Lo que sobrevive a la muerte física
Por lo que respecta a los creyentes —los que han depositado
su
confianza en Cristo y se hallan unidos a El mediante una fe
viva,
personal y auténtica—, éstos sobreviven a la muerte y se
hallan en
una condición que:
A) Es un estar en Cristo: «si el vivir en la carne —dice
Pablo— resulta
para mí en beneficio de la obra, no sé entonces qué escoger.
Porque
de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseos de
partir
y estar con Cristo, lo cual es mucho mejor» (Fíl. 1:22, 23;
2.a
Cor. 5:1-
10). La muerte física no nos puede separar de Cristo (Rom.
8:38).
Cristo, Señor de los muertos y de los vivos, está siempre
con su
pueblo (Rom. 14:9). «Ya sea que velemos, o que durmamos,
vivamos
juntamente con él» (1.ª Tes. 5:10). «Sea que vivamos, o que
muramos, del Señor somos» (Rom. 14:8).
B) Es como un sueño. El estado en que viven los hijos de
Dios —entre
el instante de su muerte física y el día de la Resurrección—
queda
apuntado (es decir, implícitamente declarado, más bien que
explícitamente definido) de la siguiente manera: «Tampoco
queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen,
para
que no os entristezcáis como los otros que no tienen
esperanza.
Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también
Dios traerá
con Jesús a los que durmieron en él» (I.a
Tes. 4:13. 14. Cf.
I.a
Cor.
15:51, 52).
Ph. H. Menoud señala que la expresión «los que duermen» no da
pie
para construir, a partir de ella, toda una psicología de los
difuntos;21
pero si que permite —juntamente con las demás expresiones
sinónimas que designan el estado intermedio— concebir esa
situación
41
como una comunión plena con Cristo, mucho más perfecta e
intima
que la que es dable en la vida terrestre ahora. De manera
que al
morir, el creyente en Cristo pasa a la presencia del Señor
por medio
de su núcleo personal, en el que su conciencia perdura: el
alma, o
componente espiritual de su personalidad. Tal situación, no
obstante,
queda calificada como «dormición», no por falta de
conciencia, sino
para designar su transitoriedad y su temporalidad.22
C) Es asimismo como una experiencia de desnudez, al hallarse
el
alma privada del cuerpo (2.a
Cor. 5:1 ss.). No
obstante, el cristiano
recibe las arras del Espíritu Santo, que quitan a la
desnudez su terror
y su anormalidad, en espera del día en que «lo mortal sea
absorbido
por la vida».
«El estado de los muertos —escribe Cullmann23— sigue siendo un
estado de desnudez, imperfecto, como dice S. Pablo: de
dormición, en
la espera de la resurrección de toda la Creación, de la
resurrección de
los cuerpos» (V. Heb. 11:39,40).
D) Es un estado de tensión escatologica.
Asi nos lo describe el Apocalipsis (6:9, 10) al
introducirnos en la
presencia del Señor: «Cuando abrió el quinto sello, vi bajo
el altar las
almas de los que habían muerto por causa de la Palabra de
Dios y por
el testimonio que tenían. Y CLAMABAN A GRAN VOZ diciendo:
¿Hasta
cuándo Señor, - santo y verdadero, no juzgas y vengas
nuestra
sangre...?»
La descripción que se nos hace de la morada de las almas
—«bajo el
altar»— nos habla de la proximidad en que viven con respecto
a Dios,
y de la comunión con Cristo, de la cual disfrutan ya, pero,
al mismo
tiempo, su clamor delata la tensión escatológica que
soportan. De ahi
que Cullmann asegure que24, en la espera del «Día de
Yahveh», los
muertos se hallan todavía en el tiempo. Sea como sea, la
situación de
transitoriedad y de falta de plenitud queda reflejada en el
clamor de
los redimidos aguardando el gran día final.
Y destaquemos que la esperanza, tanto de Pablo en la tierra
(2.a
Cor.
5:10) como de los santos en el cielo (Apoc. 6:10), apunta al
momento
final del drama de la historia y de la salvación: al juicio
de Dios, que
las Escrituras presentan siempre como lo inmediatamente
posterior a
la resurrección final.
5. La supervivencia, estado sobrenatural
Ahora queremos destacar que la pervivencia (continuidad)
después
de la muerte es asimismo un estado sobrenatural." He
aquí un punto
que debemos subrayar. La doctrina platónica de la
inmortalidad del
alma considera el sobrevivir como una virtud propia,
natural, del
alma. En el Nuevo Testamento, sin embargo, la pervivencia no
tiene
nada de natural; es el fruto de la unión con el Espíritu
Santo (Ef. 1:13,
42
14). «El Espíritu Santo —escribe Cullmann también25— es un
don que
no se puede perder al morir.» Aún más, es la fuerza
regeneradora que
nos acompaña y nos mantiene, después de la muerte física,
vivos
para con Dios en Cristo. Es una pervivencia sobrenatural,
producida
por la unión con el Espíritu Santo. Por eso, no se trata de
aquella
situación de conciencia atenuada que se daba en el sheol
hebreo,
pues aun siendo un estado imperfecto y temporal, representa
una
auténtica comunión con Cristo por la acción de su Espíritu
en
nosotros, desde que creímos.
NOTAS:
21. Véase Ph. H. Menoud. Le sort des trépassés, pp. 77 y ss.
22. Por algo a los lugares de enterramiento de los creyentes
les llamó
desde la Antigüedad «cementerios», que en griego significa
«dormitorios». Minucio Félix, en su Octavio, dice
bellamente: «Los
cuerpos en el sepulcro son como los árboles en invierno:
ocultan su
verdor bajo una ficticia aridez» (Rouet de Journel, n.°
272).
23. O. c., pp. 73, 77.
24. La teología católico-romana tradicional la llama
«preternatural».
25. o. c., p.75
43
LECCIÓN 8.ª EL HECHO PNEUMÁTICO
Sólo Cristo resucitó definitivamente, y así es el
«primogénito de entre
los muertos» (Col. 1:18; Apoc. 1:5). El ganó la victoria
final sobre la
muerte y el diablo (Hech. 2:24). En Cristo ha habido
resurrección.
Esta es el ancla de nuestra fe, pues si Cristo no hubiera
resucitado —
afirma S. Pablo— vana sería nuestra esperanza.
Esta resurrección es el punto de partida de toda la vida
cristiana y de
todo el pensamiento cristiano. La batalla decisiva ha sido
ya librada, y
ella permite la predicación gozosa y segura del Evangelio.
La batalla
decisiva se libró en la muerte y resurrección de Cristo.
«Sólo queda
por venir el "Día de la Victoria" ("Victory
Day")», en expresión de
Cullmann.
1. El poder de la resurección
Aunque privado de su cuerpo, el cristiano ha sido tomado por
el Santo
Espíritu de Dios, es decir, por el poder de la resurrección
(Rom. 6:3 ss.
Cf. 3:3 ss.), si realmente ha sido regenerado. La
«dormición» es,
pues, tal en el Espíritu Santo y lleva al difunto creyente a
la presencia
de Cristo, incluso en esa situación expectante de la
«Parusia» final.
Los muertos que, desde ahora, mueren en el Señor, pueden con
razón
ser llamados «bienaventurados» (Apoc. 14:13), es decir,
felices.
Existe un cierto paralelismo —más en la forma que en el
fondo—
entre la doctrina griega de la inmortalidad del alma y este
estado
intermedio por el que «el hombre interior» (para usar
terminología
novotestamentaria —Rom. 6:3 ss.—), transformado por el
Espíritu
Santo y desgajado del «exterior» (el cuerpo), continua
viviendo junto
a Cristo. Ciertamente, esta continuidad de la vida está
enfáticamente
expuesta en el Nuevo Testamento (Jn. 3:36; 4:14; 6:54,
etc.), pero no
se produce en aras de una supuesta dicotomía en el ser
cuerpo - alma
del hombre, puesto que tal dicotomía no es bíblica- Es más
bien una
síntesis de cuerpo-alma lo que insinúa la enseñanza de la
Escritura.
La diferencia entre la concepción bíblica y la griega sigue
siendo
radical, y arranca desde sus mismos fundamentos hasta
alcanzar a
las consecuencias. El estado de los muertos en Cristo no
deja de ser
una situación provisional, en la que la personalidad no es
todavía
perfecta por falta de uno de sus elementos —situación de
«desnudez», de dormición, de espera y de tensión
escatológica—. Por
otro lado, la muerte, mientras no llegue el «Día de la
Victoria», sigue
siendo el gran enemigo, el postrero que ha de ser derrotado.
Por otra
44
parte, si los muertos viven con Cristo, esto no corresponde
—como es
el caso de la formulación platónica— a la esencia misma del
alma,
sino que se debe a una intervención divina, que obra desde
fuera por
el poder de la muerte y resurrección de Cristo, por medio de
su Santo
Espíritu, que ya resucitó al hombre interior durante la vida
terrena,
antes de la muerte, en el momento de la conversión del
pecador y por
medio de la acción milagrosamente poderosa del Señor.
Hallamos en Romanos 8:11 un resumen de todo lo expuesto: «Y
si el
Espíritu de aquel que levantó a Jesús de los muertos mora en
vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús
vivificará
también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora
en
vosotros.»
2. El poder del Espíritu
Lo que cuenta, pues, en definitiva es la posición del
Espíritu Santo
que Dios da a todos cuantos se abren a la acción del
Evangelio. Vivir
en Cristo, ser habitado por El, servir de templo a su
Espíritu, es lo que
constituye la garantía, más aún las «arrasa o «primicias»
—como dice
Pablo— de la posesión final de un cuerpo de gloria,
resucitado. Y ya
aqui, y ahora, es factible saborear la vida eterna (Jn.
5:24), asi como
después de la muerte, puesto que en la situación de los que
duermen» junto a Cristo, nos acercamos igualmente al gran
dia de la
renovación de todas las cosas, porque vivir con Cristo, en
el poder de
su Espíritu, es estar junto a aquel que hará posible el gran
«Día del
Señor», y nos le acerca en cada momento más y más. ¿Quién
sino El
nos librará de este «cuerpo de muerte»? El, que renueva
nuestro
hombre interior, transformará nuestros cuerpos carnales en
cuerpos
espirituales; es decir, que una materia viviente, penetrada
hasta lo
más íntimo por el Espíritu de vida, sustituirá a la materia
de la
muerte; un cuerpo vivo, a un cuerpo decadente.
Esta es, en consecuencia, la súplica del apóstol por los
efesios, que
nosotros desearíamos hacer a favor de todos los hombres;
especialmente en favor de nuestros queridos compatriotas:
«Por esta
causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor
Jesucristo,
para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser
fortalecidos con poder en el hombre interior por su
Espíritu: para que
habite Cristo por la Sed en vuestros corazones... para que
seáis llenos
de toda la plenitud de Dios» (Ef. 3:14-19).
3. El poder de Cristo
El mensaje cristiano, sin embargo, no sólo presenta este
esperanzado
porvenir para cuantos lo acogen con fe en sus corazones y
viven de él
y por él, sino que incluye, al mismo tiempo, una seria advertencia
a
cuantos lo rechazan. Porque si vivir en Dios por el poder de
su Espíritu
significa situarse en el ámbito de la vida y de la
inmortalidad —tanto
45
en el estadio intermedio como en la eternidad después de la
resurrección—, el rechazo equivale a un desplazamiento que
DIOS
sitúa en el reino de la muerte, de la condenación.
El creer en Cristo presupone ambas cosas, si hemos de ser
consecuentes. De la misma manera que no podemos escoger del
«Credo» alegremente lo que nos gusta, separándolo de lo que
nos
desagrada (como hacen muchos de los entrevistados por
“Gironella"),
así tampoco podemos escoger una eternidad inmortal,
desechando a
nuestro antojo la severidad del «Día de Yahveh»: ¡Ay de los
que
desean el dia de Jehová!
¿Para qué queréis este dia de Jehová? Será de tinieblas, y
no de luz;
como el que huye: de delante del león, y se encuentra con el
oso...»
(Am. 5: 18. 19).
Si creemos a Cristo cuando nos habla tocante a la salvación,
hemos
de darle crédito también cuando nos enseña acerca de la
condenación de los que persisten en su impiedad e
incredulidad. La
parábola del rico y Lázaro es tajante en este sentido: «...
aconteció
que murió el mendigo —concluye el relato— y fue llevado por
los
ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico y fue
sepultadoY en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a
Abraham y a Lázaro en su seno» (Lúc. 16: 22, 23).
«Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria —dijo
Jesucristo de si
mismo— ... seran reunidas delante de él todas las naciones:
y
apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las
ovejas de los
cabritos..., e irán éstos al castigo eterno y los justos a
la vida eternas
(Mat. 25:31, 32, 46).
Todos estos textos nos aclaran que asi como existe un estado
intermedio y una felicidad eterna para los creyentes, hay
también una
realidad miserable que aguarda a cuantos mueren sin Cristo,
una
miseria que desembocará en la eterna condenación.
Esta doctrina —como muchas del Evangelio— no está de moda en
nuestros días. En la Edad Media se predicó en demasía la
justicia
divina que castiga, y muy poco acerca del amor de Dios que
perdona
y salva.
Hoy el péndulo oscila hacia el otro extremo.
Llegados a este punto, la escatologia personal se inserta en
la eclesial
y cósmica, por lo que, tras haber considerado la esperanza
del
individuo, abordaremos el tema de la esperanza de la Iglesia
y la del
mundo.
Porque no sólo hay un fin para cada persona, sino que el
presente
estado de cosas es asimismo precario y habrá de llegar a un
46
momento final. La historia de la humanidad —tanto como la de
cada
ser humano— tiende a unas metas, a una consumación final.
«Porque
el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la
manifestación de
los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada a
vanidad...: porque
también la creación misma será libertada de la esclavitud de
corrupción a la libertad gloriosa de los hijos de Dios»
(Rom. 8:19-21).
La historia no está cerrada, o replegada, sobre si misma; la
historia
avanza, en tensión constante y creciente, hacia un climax
señalado
por Dios.
LECCIÓN 9.ª EL REINO DE DIOS EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
1. Introducción general sobre el tema
Concepto clave en la escatología cósmica es el Reino de
Dios, o Reino
de los cielos. Según los Evangelios sinópticos, el primer
mensaje de
Jesús al comienzo de su ministerio público tenia que ver con
«el Reino
de Dios» (Mar. 1:15). Se trataba de un mensaje que ya Juan
había
proclamado, y dentro de cuya perspectiva lo anunció el Señor
mismo
(comp. Mat. 3:2 y 4:17).
El «arrepentios» (metanoeite = cambiad de mentalidad) que
acompaña a dicho mensaje, indica el juicio por medio del
cual el
Reino ha de ser introducido. Es un mensaje escatológico, y
el Reino
que anuncia es un estado de cosas escatológico, cuya
realización se
llevará a cabo en fecha próxima o en época futura, pero en
cualquier
caso requerirá siempre el arrepentimiento como condición
subjetiva
para su recepción.
Mateo, que escribe para judíos, habla casi siempre de «Reino
de los
cielos», mientras que Marcos y Lucas dicen, y preferentemente,
«Reino de Dios» —expresión equivalente y más inteligible
para los
gentiles—, Con toda probabilidad, el uso de la expresión
«Reino de los
cíelos» por parte de Mateo se debe a la insistencia del
judaismo tardío
y hodierno en soslayar, siempre que sea posible, el
pronunciar el
nombre de Yahveh —Dios—. Pero, repetimos, en cualquier caso
el
significado de ambas expresiones es el mismo (comp. por ej.,
Mat. 5:3
con Luc. 6:20).
47
Aunque ocupa un lugar prominente en los sinópticos, la idea
del Reino
de Dios parece, sin embargo, ausente del Evangelio de Juan.
Aparte
de 18:36, donde se alude al Reino de Jesús, Juan 3:3, 5 es
el único
pasaje juánico en que aparece el concepto. ¿A qué se debe
este
fenómeno? G. Vos señala que el Evangelio de Juan tiene una
estructura cristológica prominente, dentro de la cual se
hallan
implícitos todos los demás conceptos. Asi, lo que en los
sinópticos
corresponde al «Reino de Dios», en Juan equivale a «vida»,
«luz»,
«verdad», «gracia». Porque para el apóstol Juan el contenido
de todo
cuanto Jesús aporta e introduce se explica en términos de la
propia
persona del Salvador y expresiones de su gracia (Jn. l:14,
16, 17). No
es que este principio sea desconocido por los demás
evangelistas,
pero no recibe la extensión y profundidad que en Juan. Asi,
el término
«vida», el más sobresaliente en Juan, es sinónimo de «Reino
de los
cielos» o «Reino de Dios». La equivalencia de «Reino» =
«Vida» es
obvia, ya que la figura de la entrada en el Reino es
paralela a la que
expresa la entrada en la «vida», es decir, el «nuevo
nacimiento». La
misma equivalencia encontramos en Marcos 10:17.
La vida es representada como el estado escatológico de la
existencia.
Otra equivalencia hay en Lucas 4:19, 43, donde se nos habla
del «año
aceptable al Señor», es decir, el año del Jubileo —a
diferencia de
Mateo y Marcos—, en vez de la inminente llegada del Reino.
2. Concepto general de «Reino de Dios» en el Antiguo
Testamento
En el Antiguo Testamento el Reino de Dios es un concepto que
va
unido a dos realidades distintas:
A) La soberanía de Dios. Esta expresión designa el gobierno
establecido por el Creador sobre su Creación, el cual es
planeado y
ejecutado mediante la acción de su Providencia. Esta idea
del Reino
(Sal. 103:19) no es específicamente redentora. Se relaciona
más bien
con el orden de la creación, no con el de la salvación.
B) La teocracia de Israel. Junto al gobierno providente de
Dios en el
Universo existe un Reino cuya naturaleza específica es
redentora. Se
expresa por medio de la «teocracia» en Israel. La primera
referencia
explícita a este Reino soteriológico la hallamos en el éxodo
(Ex. 19:6),
cuando Jehová promete al pueblo que si obedece su Ley le
convertirá
en una nación de sacerdotes. Estas palabras de Dios miran
hacia el
futuro, cuando la Ley sea promulgada en el Sinaí. Desde el
punto de
vista del hombre del Antiguo Testamento, se refieren a un
Reino
presente, un Reino que comenzó al pie del Sinai. Pero, al
mismo
tiempo, el Antiguo Testamento sabe de un Reino de Dios para
el
futuro. Podría parecer extraño que uno deba esperar para el
futuro lo
que ya tiene; y que lo espere, no sólo como una mejora del
presente,
48
sino como algo que constituirá de manera absoluta una nueva
creación. ¿Cómo explicar esta aparente contradicción? G. Vos
dice
que la explicación se halla en tres consideraciones claves;
a) Hemos de recordar el significado algo abstracto que
poseen los
términos por medio de los cuales se expresa la idea del
«Reino». El
Reino debe ser la vocación del pueblo de Dios. El Reino
exige la
realeza, y ésta va asociada a la realización de grandes
hechos
salvadores en favor de un pueblo que Dios quiere para sí.
Esta
realeza ejerce el gobierno sobre dicho pueblo, pero es
frágil y
deficiente. Constituye solamente una sombra de lo que cabe
esperar
del Reino y la realeza divinas, pues la realeza humana es
pecadora.
Hay, pues, un futuro aspecto del Reino de Jehová: aquel en
que el
Señor mismo será Salvador y Señor de su Pueblo. Asi, Saúl y
David
representaban el aspecto presente, pero los creyentes
esperaban
mucho más en el futuro, comenzando por David y todos los
reyes
piadosos de Israel. Y este futuro se llenaba de perspectivas
tan
sublimes, que el Reino, en su próximo advenimiento, tenia
que ser
forzosamente un nuevo Reino, de acuerdo con la presencia del
nuevo
Rey.
b) Hubo muchas épocas —demasiadas— en la historia de Israel
en
que el Reino teocrático llegó hasta la apostasia y se hundió
más y
más en el lodo del mundo. Aunque, a pesar de ello, el citado
Reino no
fue abrogado nunca, sin embargo los creyentes se mantenían
en la
esperanza del nuevo Reino. De manera que la renovación había
de
ser algo más que una reestructuración. De hecho podía
hablarse de
un nuevo Reino. El periodo de la cautividad nos ofrece un
ejemplo de
ello. La esperanza que anidaba en los creyentes no consistía
en la
espera de volver pura y simplemente a las condiciones del
pasado.
Era todo un mundo nuevo, escatológicamente hablando, lo que
alimentaba la expectación del remanente fiel.
c) En tercer lugar, aunque no menos importante, sino todo lo
contrario, tenemos las Profecías mesiánicas, que conducían a
conceptos similares y consecuencias parecidas a lo apuntado
en los
apartados a) y b). El esperado Mesías será el representante
perfecto
de Jehová, el Rey ideal de todos los tiempos. Y cuando Dios
esté
perfectamente representado por su Ungido, éste llevará a
cabo la
realización de todas las esperanzas escafcológicas. Asi, el
Reino es
algo que los hombres del Antiguo Testamento esperaban para
el
futuro, y lo asociaban estrecha e indisolublemente con la
persona
misma del Mesías, hijo de David.
3. Resonancias del concepto veterotestamentario de Reino en
el mensaje de Jesús
Jesús se asocia a esta manera de hablar del Antiguo
Testamento. El
Reino cuya cercanía anuncia, es el Reino que se dibujaba en
el futuro
49
de las perspectivas veterotestamentarias. El Reino que todos
esperan
es, en definitiva, el «Reino de Dios», porque el Reino
prometido a
David no puede ya concebirse —después de escuchar a los
profetas—
de otra manera que como Reino de Dios, con Dios y para Dios.
Mateo
8:12 y 21:43 han de ser entendidos en esta perspectiva.
Ahora bien, el Antiguo Testamento habla de esta realidad del
Reino
como de una unidad sin distinción de partes o etapas. Pero a
medida
que se va cumpliendo el Antiguo Testamento en Jesucristo, se
hace
evidente que la esperanza escatológíca se divide en dos
fases. Jesús
está haciendo presente el futuro del Antiguo Testamento,
pero, en
otro sentido, este futuro permanece todavia futuro incluso
para el
Salvador. Por consiguiente, el fenómeno que, según
comprobamos,
existía ya en tiempos del pueblo de Israel se repite otra
vez. En pocas
palabras:
El Reino tiene dos manifestaciones; una que es presente, y
otra que
es futura.
LECCIÓN 10.ª EL REINO DE DIOS EN LAS PROFECÍAS DE DANIEL
(I)
1. Relevancia escatológica del libro de Daniel
El libro de Daniel es una obra singular y fascinante. La
primera parte
nos ofrece una serie de datos históricos. La segunda
contiene
mayormente visiones de parte de Dios. La obra abunda en elementos
proféticos y apocalípticos; de ahí su importancia para la
escatología
bíblica.
2. La soberanía divina en Daniel 2
50
Dirijamos nuestra atención primeramente a Daniel 2:24-29. En
momentos estratégicos Dios muestra su poder para que los
inconversos reaccionen favorablemente frente a sus siervos.
Arioc es un ejemplo típico de esta verdad (vers. 25. Cf.
1:8-14; Gen.
39:4, 21). Notemos con qué prontitud estaba Daniel dispuesto
a dar
gloria a Dios, deshaciendo rápidamente cualquier
malentendido en el
sentido de que él, personalmente, fuese capaz de revelar
sueños
(vers. 26-28). A la luz de esta declaración entendemos por
qué Daniel
no podía aceptar una adoración que le convertía en una más
de las
divinidades paganas (vers. 46); Daniel no lo habría
aceptado.
Seguramente, lo ocurrido algún tiempo después con Alejandro
Magno
nos ayudará a comprenderlo. Cuando este gran conquistador se
inclinó ante el sumo sacerdote al llegar a Jerusalén,
justificó su gesto
con estas palabras: «No le adoro a él, sino que adoro al
Dios que le ha
honrado a él.» Este seria también el caso de Nabucodonosor
delante
de Daniel (vers. 46-48).
3. Los cuatro grandes Imperios mundiales en Daniel 2
La interpretación de esta visión es clara a la luz de la
historia, que ha
visto cumplirse todo lo que aqui se anunció:
A) El primer Imperio es el babilónico.
B) El segundo es el medo-persa.
C) El tercero es el fundado por Alejandro Magno.
D) Finalmente, el cuarto es el Imperio romano.
Las dos fases del cuarto Imperio —Roma— nos conducen hasta
el
final de los tiempos.
La lección importante aquí es que Dios controla la historia
de las
naciones (vers. 21, 44); incluso Nabucodonosor detenta el
poder por
delegación divina (vers. 37-38). El hombre puede gloriarse
de sus
grandes empresas, pero un día el Señor aplastará todo lo que
es
escoria a sus ojos. La piedra de los versículos 34, 35 y 45
se refiere a
Cristo, quien tenía que nacer en los días del cuarto
Imperio. El
versículo 44 prefigura el establecimiento de su Reino eterno
(,cf.
Apoc. 11:15). El final de la historia coincidirá con la
victoria de Cristo.
Paralelamente al capítulo 2, el capitulo 7 vuelve otra vez
al tema de
los cuatro grandes Imperios mundiales, a partir de
Nabucodonosor.1
4. La visión de las cuatro bestias
51
Esta visión está detallada en Daniel 7:1-14, y en ella se
nos ofrece:
A') Una situación que inspira temor (vers. 1-8). «El gran
mar» (vers. 2)
se entiende a veces del Mediterráneo, pero su uso aquí es
obviamente simbólico. Los judíos temían el mar y de ahí que
frecuentemente se sirvieran de él como símbolo de algo
espantoso y
anunciador de trágicas experiencias (cf. Sal. 42:7). El
hecho de que
soplaran los cuatro vientos del cielo sugiere una gran
tempestad.
Enmarcadas en este pavoroso fondo, surgen cuatro bestias que
representan a cuatro reyes o imperios (versículo 17). Estos
monarcas
o imperios corresponden exactamente a la visión que de joven
tuvo
Daniel (cap. 2). Asi vemos que:
a) La primera bestia se corresponde con Babilonia (vers. 4.
Cf. Jer.
49:19, 22).
b) La segunda bestia corresponde al Imperio medo-persa
(vers. 5). El
que se inclinase hacia un lado indica la hegemonía de Persia
sobre
Media, y las tres costillas entre los dientes son sus
principales
conquistas: Babilonia, Lydía y Egipto; la mucha carne» es la
extensión
del Imperio.
c) La tercera bestia corresponde al reino griego de
Alejandro, dividido
entre cuatro a su muerte (vers. 6).
d) La cuarta bestia corresponde al Imperio romano (vers. 8,
23 y ss.);
es el mayor y más bestial de todos. Daniel no es el único en
sentir
mareo, ansia y alarma (vers. 15) frente a una situación
mundial tan
pavorosa.
B') Una vísión que restauró la confianza (vers. 9-14). Dios
no sólo
sabe lo que ocurre en el mundo, sino que controla la
historia. Los
hombres pueden jactarse cuanto quieran (vers. 8, 11), pero
Dios
tendrá la última palabra. He ahi el secreto de la fe, y la
fuente
permanente de toda consolación, para cuando tengamos que
enfrentarnos con dificultades que parezcan invencibles.
Afortunadamente para Daniel y para nosotros, la interpretación
de
sus visiones nos viene dada por el mismo texto sagrado de
manera
inequívoca (vers. 15-28).
A nosotros nos interesa ahora, particularmente, el sentido
escatológico que comporta el cuarto Imperio, Intimamente
relacionado con la irrupción del Reino de Dios.2
Notas:
1. Esta sinopsis de los grandes Imperios en Daniel ayudará
al
estudiante:
52
IMPERIOS
MUNDIALES
SUEÑOS DE
NABUCODONOSOR
SUEÑOS DE DANIEL
Babilonia
Medo-Persia
Grecia
Roma
Dan. 2:31-45
Cabeza de oro
Pecho y brazos de
plata
Vientre y lomos de
bronce
Piernas de hierro
7:1-28
León
Oso
Leopardo
La bestia con
los diez
cuernos
8:1-27
Carnero
Macho
cabrio
El Anticristo
Cristo
Pies de arcilla y de
hierro
La Piedra
desprendida sin
intervención humana
Cuerno pequeño
El Mesías debía aparecer en los días del cuarto Imperio. El
Anticristo
tenia que surgir de alguna clase de continuidad —y división—
del
mismo cuarto Imperio- hasta el final de los tiempos, la
pugna de los
siglos será el conflicto entre el Reino de Cristo y el del
Anticristo (cf.
mi libro Las profecías de Daniel, Barcelona, 1976).
2. A quienes deseen ahondar más en los textos profeticos de
Daniel
les remito a mi libro Las profecías de Daniel.
LECCIÓN 11.ª EL CUARTO IMPERIO Y EL REINO DE DANIEL 7
53
1. El cuarto Imperio y el Reino de los santos del Altísimo
en
Daniel 7:13-28
Al entrar en este tema del libro de Daniel hemos de
considerar
atentamente tres cuestiones:
A) La identidad de la cuarta bestia.
Para orientar al lector, resumiremos diciendo que los
capitulos 2, 7 y
9 están íntimamente relacionados entre si; en todos ellos se
llega al
climax con la descripción del cuarto Imperio —el Imperio
romano—; el
eje geográfico es Occidente. En cambio, los capitulos 8 y 11
tienen
como climax el Imperio seiéucida que siguió a la muerte de
Alejandro
Magno; el centro geográfico es Oriente. Hablar de Imperio
seléucida
es simplemente una frase, una acomodación literaria, pues
más bien
debería hablarse de reinos de taifas, que desmembraron lo
conquistado por Alejandro.
Daniel 7 se corresponde también con Apocalipsis 13 (cf.
13:16;
19:20).
Así la cuarta bestia tiene que ser Roma, en sana exégesis
sin
prejuicios. Es la más bestial de todas las bestias,
espantosa y
diferente (7:7, 23), y su reino es mayor que el de las demás
bestias.
Los diez cuernos (cf. Dan. 2:41) son los reinos bárbaros en
que fue
dividido el Imperio en su decadencia, y el cuerno pequeño
(vers. 24)
es el Anticristo (.cf. 2.ª Tes. 2:1-12; I.ª Jn. 2:18; 4:3).
E. J. Young
comenta: «El simbolismo de los diez cuernos hace referencia a
una
segunda fase en la historia de la bestia (Roma)», y es en
esta
segunda fase cuando aparece el Anticristo.
B) La identidad del Hijo del Hombre.
Leemos en 7:13: «Miraba yo en la visión de la noche. y he
aquí con
las nubes del cielo venía uno como un HIJO DE HOMBRE.» Se
trata de
una figura humana, no bestial; celeste, no terrenal;
internacional, no
nacional o imperial; con un reino eterno, no temporal (vers.
13 y 14).
Los que identifican esta figura con Israel, o lo que es lo
mismo, con
«los santos del Altísimo», olvidan que los «santos»
recibirán el Reino
del Hijo del Hombre, y lo recibirán después como una
encomienda
que les es confiada. ¿Cómo pueden, pues, ser identificados
con él?
Por otra parte, el Hijo del Hombre tiene origen celestial,
sobrenatural;
no asi los «santos». Más aún, sídespués reinan éstos, lo
hacen bajo el
señorío del Hijo del Hombre, como luego ampliará en detalle
el Nuevo
Testamento.
C) Rey de reyes (vers. 27).
El final de la historia está en manos de Dios, y su Agente
será Cristo.
Los reinos de este mundo vendrán a ser los reinos de Dios y
de su
54
Ungido, como revela Apocalipsis 22:5: «... y todos los
dominios le
servirán y le obedecerán» (cf. Apoc. 22:3)
2. El cuarto Imperio y el Reino de Dios en Daniel 2
A') Naturaleza y significado del cuarto Imperio (versículos
40-43).
Hemos dicho que el cuarto Imperio se refería a Roma
(república,
Imperio y despotismo absoluto). Tenia «piernas de hierro y
pies en
parte de hierro y en parte de barro». En el siglo VI a.c.,
cuando
escribía Daniel, Roma no era más que una ciudad-estado. A
partir de
estos humildes orígenes. Roma se desarrollaría, después de
un breve
y frágil periodo monárquico, como una república
progresivamente
fuerte, y luego se tornaría el más grande de los Imperios,
por la
fuerza de las armas.
El hierro es el metal más idóneo para describir la fuerza
militar
romana con la que impuso su Imperio.
Los poetas latinos describían el bronce como metal pasado de
moda.
Asi lo que define a Roma es la fuerza bruta: «Y el cuarto
reino será
fuerte como hierros»
No obstante. Roma será «un reino dividido», con unos píes en
los que
hay parte de hierro y parte de barro. Los versículos 41-43
describen
la división y la debilidad internas, que no eran visibles
inmediatamente, pero que con el correr del tiempo darían
lugar a la
división del Imperio en dos partes (Roma y Bizancio;
Occidente y
Oriente), y luego a la fragmentación medieval de reinos, por
el
empuje arrollador de los bárbaros. Estos versículos 41-43
describen la
naturaleza de Roma en términos que sólo un contemporáneo
hubiera
sido capaz de relatar.3
B') Naturaleza del Reino de Dios (el reino mesiánico —vers.
44-45. Cf.
vers. 34-35—). Se le compara a una piedra, a una Roca (Is.
28:16:
Mat. 21:44: Luc. 2:1, 2). Aparecerá «en los días de estos
reyes. ¿Qué
días y qué reyes son éstos? Veamos dos interpretaciones
distintas:
a) Interpretación dispensacionalista y premilenial. Dice la
Biblia
Anotada de Scofield en nota a Daniel 2:44:
«Este pasaje determina de manera autorizada el TIEMPO
relativo a
otros eventos proféticos, cuando el reino de los cielos será
establecido. Esto sucederá "en los días de estos
reyes", es decir, los
dias de los diez reyes (comp. Dan. 7: 24-27) que se
simbolizan por
medio de los dedos de la imagen. La situación que estos
reyes
representan no existia en el tiempo de la primera venida del
Mesías,
ni fue posible su existencia hasta la desintegración del
imperio
55
romano y el surgimiento del presente sistema nacionalista
mundial...
El v. 45 repite el MÉTODO por el cual el reino será
establecido.»
b) Interpretación amilenial. A diferencia de los
dispensacionalistas,
que interpretan los pies de la imagen como haciendo
referencia a
diez dedos (diez reyes) en una época futura cuando el
Imperio
romano volverá a revivir y será parcelado y dividido en diez
reinos,
instante en el cual aparecerá Cristo para instaurar su
Reino; a
diferencia de esta interpretación —digo—, los demás
cristianos
asumen que el Reino mesiánico aparecerá (apareció ya de
hecho) con
la venida de Cristo después del apogeo de los cuatro grandes
reinos
(imperios) descritos: Babilonia, Persia, Grecia y Roma, pero
dentro del
tiempo de uno de ellos («En los días de estos reyes»
—Imperios—).
Dado que el Mesías no vino en los días de los tres primeros
imperios,
tiene que haber venido en el cuarto (Roma).
La piedra cortada no con mano (vers. 34, 45) representa al
Mesías y
el poder del reino mesiánico, asi como su extensión, su
eternidad y su
origen divino (vers. 44), en contraste con los imperios
humanos y
temporales. Veámoslo:
1) Origen del reino (vers. 34, 44): divino.
«El Dios del cielo levantará un reino...» (vers. 44). «Una
piedra fue
cortada, no con mano...» (Versículo 34).
2) Extensión y desarrollo (vers. 35. 44): irresistible- «La
piedra que
hirió a la imagen fue hecha un gran monte que llenó toda la
tierra»
(vers. 35). «Un reino que no será jamas destruido, ni será
el reino
dejado a otro pueblo» (vers. 44).
3) Duración (vers. 35, 44-45): eterna.
«Desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él
permanecerá para siempre» (vers. 44). «La piedra llenó toda
la
tierra» (vers. 44). «Un reino que no será jamás destruida»
(vers. 44)
Todo esto contrasta con los reinos humanos, que son frágiles
y
temporales. El Mesías desmenuzará todos los demás reinos, en
un
proceso que va desde la primera a la segunda venida de
Cristo,
denominado en la Biblia «el último tiempo».
Daniel 2:44 ha de leerse a la luz de Daniel 7:13, 14; el
reino vendrá
por medio de «uno como un hijo de hombre». La imagen de
varios
metales que sonó Nabucodonosor estaba en pie a lo largo de
todo
este período de los cuatro grandes imperios que representan
el poder
gentil domilando el mundo. Pero en los mismos días de estos
reyes —
en el remado de uno de ellos— la «Piedra» mesiánica herirá a
la
imagen en sus pies y ésta comenzará a tambalearse.
56
Todos estos reinos son temporales en duración, humanos en
cuanto a
origen, frágiles en cuanto a poder. El Reino de Dios, o de
los cielos, es
divino de origen, eterno en duración e invencible en poder.
Mientras a
cada uno de los cuatro imperios se le describe de una vez,
abarcando
con una mirada su naturaleza, el Reino de Dios es presentado
como
en perpetuo crecimiento, desde algo pequeño hasta llegar al
infinito.
El poder mundial se deteriora; la corrupción inherente autodestruye
los reinos. Pero el Reino de Dios no progresa por desarrollo
meramente humano; se trata de una intervención divina
(«piedra
cortada no con manos») para desplazar aquello «que es nacido
de Ía
carne» y sustituirlo por lo «que es nacido del Espiritu».
Cuando Cristo
le dice a Pilato que su Reino no es de este mundo, se está
refiriendo,
sobre todo, al origen del mismo y al poder inherente al
mismo.
Los judíos del tiempo de Cristo pensaban que ellos, la
simiente
natural de Abraham y de David, poseerían el Reino de los
cielos, o de
Dios; pero Juan el Bautista —al igual que los profetas de
antaño (por
ej. Amos y Miqueas, entre otros)— les demuestra que están
muy
equivocados (Mat. 3:1, 2, 7-9).
Finalmente, es Cristo mismo quien reafirma la enseñanza del
Bautista: «Por tanto os digo que el Reino de Dios será
quitado de
vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él.
Y el que
cayere sobre esta piedra será quebrantado; y sobre quien
ella cayere,
le desmenuzará» (Mat. 21:43-44); alusión clara a la «piedra
cortada
no con mano».
3. El Reino invencible
En Daniel 2 se nos revelan cuatro hechos sobre el Reino de
Dios que
seria imposible aplicar a ningún otro reino. Estos hechos
son
confirmados por el Nuevo Testamento:
A) El Reino no será jamás destruido.
B) El Reino no será dejado a otro pueblo.
C) El Reino desmenuzará y consumirá a todos los demás
reinos.
D) El Reino permanecerá para siempre (Dan. 2:44).
Estos cuatro puntos vienen confirmados en el Nuevo
Testamento:
A) El Reino indestructible.
«Habiendo recibido nosotros un Reino ínconmovible...» (Heb.
12:28).
B) El Reino es herencia perpetua.
«Recibirán el Reino los santos del Altísimo y poseerán el
Reino hasta
el siglo, eternamente y para siempre» (Dan. 7:18).
57
«... edificaré mi Iglesia.- y las puertas del infierno no
prevalecerán
contra ella» (Mafc. 16:18, 19).
«Es judio el que lo es en el interior, y la circuncisión es
la que es del
corazón» (Rom. 2:29).
«No todos los que descienden de Israel son israelitas, ni
por ser
descendientes de Abraham son todos hijos...; no los que son
hijos
según la carne son los hijos de Dios, sino los que son hijos
según la
promesa» (Rom. 9:6-8).
«Porque nosotros (los cristianos) somos la circuncisión...»
(Fil. 3:3).
Si el Reino no tíene que ser dejado a ningún otro pueblo, se
deduce
de ello que hay un solo pueblo de Dios (no dos): el
verdadero Israel
de,... Dios, la Iglesia.
C) El Reino obtendrá la victoria final.
«Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de
su
Cristo y él reinará por los siglos de los siglos» (Apoc.
11:15).
D) El Reino es eterno.
«Y reinará sobre ta casa de Jacob para siempre; y de su
Reino no
habrá fin» (Luc. 1:33). «Y pondré a la coja como remanente,
y a la
descarriada como nación robusta; y Jehová reinará sobre
ellos en el
Monte de Sión desde ahora y para siempre» (Miq. 4;7). Cf.
Apoc. 22:3-
5.
Apocalipsis 22:3-5 se refiere a tos cielos nuevos y la
tierra nueva
como la consumación perfecta del Reino de Dios.
Este Reino de Dios fue ya vislumbrado cuando el Señor habló
a
Moisés (Ex. 19:3-6). El antítipo de este texto de Éxodo lo
hallamos en
la realidad actual que describe 1- Pedro 2:9, 10.
El concepto del pueblo de Dios como «real sacerdocio»,
«pueblo
peculiar», etc., se halla igualmente en muchos textos del
Nuevo
Testamento (Tito 2:14: Apoc. 5:9, 10).
El nacimiento espiritual del Israel de Dios en el Reino de
Dios fue
predicho por el profeta Ezequiel (37:4-6), quien anunció el
método
divino para la regeneración: la Palabra y el Espíritu de
Dios (Jn. 5:25 y,
sobre todo, Jn. 3:3, 8. 11). El resultado de la profecía de
Ezequiel se
nos da en 37:10: los huesos revivieron, y vemos el
cumplimiento de
todo eüo en Hechos 2:41. 47; 5:14; 6:7; U:24; etc.
'Asi el Israel de Dios' (Gal. 6:16) es levantado de la tumba
del pecado
y de la muerte, y colocado en la verdadera tierra de
promisión, la
Canaán celestial, de la cual la terrena era sólo tipo (Ef.
2:1, 5, 6).
58
4. Las fases del Reino de Dios
El Señor enseñó a los judíos que el Reino de Dios habla
llegado y que
estaba entre ellos; un Reino invisible, espiritual, poderoso
y real (Lúc.
17:20, 21).
Este Reino queda revelado en tres fases:
A') El Reino de los cielos se ha acercado (Mat. 3:2:4:17;
Mar. 1:15). El
Reino vino con el Rey. ;
B') El Reino vino con poder en Pentecostés, con el derramamiento
del
Espíritu Santo (Mar. 9:1; Lúc. 24:29; Hech. 1:8. Cf. 1.a
Cor. 4:20).
C') El Reino de Dios vendrá con gloria en la segunda venida
de Cristo.
En la actualidad el Reino es un misterio, pero también una
fuerza
espiritual poderosa; sólo espera su plena manífestación en
majestad.
Cristo divide los tiempos con la medida del Reino: «La ley y
los
profetas eran hasta Juan; desde entonces el Reino de Dios es
anunciado, y todos se esfuerzan por entrar en él» (Lúc.
16:16).
Notas:
3. Según algunos, las dos piernas serían las dos mitades en
tensión,
que luego habrían de dar lugar a !a división del Imperio.
Los pies y
sus dedos (los dedos, sin embargo, no se mencionan
explícitamente),
en parle de hierro y en parte de barro, serian considerados
como los
muchos reinos en que se dividiría Europa a lo largo de la
Edad Media
y en la época moderna, pero sin que hubiera completa Fusión
de
latinos y germanos (vers. 43), de hierro y de barro, del
poder imperial
férreo y del barro de la voluntad popular (Scofield). A pesar
de no
haber fusión, si se produjo una interacción que formó el
núcleo de la
Europa moderna y de América (colonizada por europeos).
Todos estos desarrollos, en germen ya en la descripción de
los
versículos 33-35 y 41-43, no se habían producido todavía cuando
apareció el Reino de Dios (vers. 44), si por la expresión 'Y
en los días
de estos reyes el Dios del cielo levantará mi reino que no
será jamás
destruido' entendemos los cuatro imperios. Si, por el
contrario, y con
Scofield, este versículo 44 se interpreta como haciendo
alusión a diez
reyes sacados de tos diez dedos de los pies del versículo 42
en un
desarrollo posterior, el Reino de Dios es futuro (cf. Biblia
Anotada de
Scofield, pp. 862, 863).
59
LECCIÓN 12.a
EL CRISTO Y EL
ANTICRISTO EN DANIEL 7
1. Naturaleza del Anticristo
En Daniel 7 la figura de los diez cuernos que surgen del
cuarto
Imperio ofrece la revelación inspirada de este siniestro
personaje.
Paralelamente a Daniel 2, en el capítulo 7:19-26, se nos
dice de Roma
que era una bestia espantosa, terrible y en gran manera
fuerte
(indescriptible).
El carácter de cada uno de los imperios es bestial por
naturaleza: león
que devora, oso que aplasta, leopardo que se abalanza sobre
su
presa. Pero la cuarta es una bestia tan horrible y brutal,
que resulta
imposible describirla ni siquiera mediante la figura de un
animal.
Daniel presenta esta cuarta bestia con cierta solemnidad
(espantosa
y terrible) y «muy diferente» (vers. 7 y 19).
La interpretación nos es dada en los versículos 23-26:
A) Hará lo que los otros animales juntos hicieron (vers.
23).
B) Será un reino más grande que los anteriores (vers. 23).
C) Será un reino diferente de los anteriores (versículos 7 y
19).
D) Será un reino cruel («ios sobras hollaba con sus pies»,
vers. 19).
E) Engendrará otros reinos (vers. 7 y 24: «ric aquel reino
(Imperio) se
levantarán diez reyes»).4
2. ¿Qué significan los diez cuernos?
60
Como comenta Young: «El simbolismo de los diez cuernos hace
referencia a una segunda fase en la historia de la bestia...
El énfasis
no está tanto en la sucesión como en la contemporaneidad:
los diez
cuernos existen durante una segunda fase de la historia de
la bestia
(Roma).»
Esta segunda fase de la historia de Roma se caracteriza por:
1) Diez cuernos en la cabeza (vers. 7, 24) Dan.2:41
2) Un cuerno pequeño (vers. 8, 24-26)
Los diez cuernos (= diez reyes) serían el Imperio dividido
por los
bárbaros en sus diversas ramificaciones que, sin embargo,
quisieron
siempre guardar de alguna manera el título —y el recuerdo,
con el
espíritu— del llamado «Sacro Imperio Romano».5
Un cuerno pequeño que, aunque pequeño, tiene un poder muy
grande; es el Antícristo, que surge en la segunda fase de la
historia
de la cuarta bestia.
La exégesís tradicional, tanto católica como protestante6
, identifica
«el cuerno pequeños con el Anticristo de Juan (I.ª Jn. 2:18;
4:3) y el
«Hombre de pecado» de Pablo (2.ª Tes. 2:1-12).
La exégesis de los prerreformadores medievales y de los
reformadores del siglo xvi identificó el «Cuerno» con el
Antícristo y
con el Hombre de pecado, y ambos con el Papado.
Los otros tres cuernos pequeños que este cuerno arranca
(vers. 8), o
lo que es lo mismo, los tres reyes que derriba (vers- 24),
eran
interpretados como los tres reyes italianos que el Papado
desplazó
(Lombardía, Ravena y Roma) al comienzo de su reinado
temporal que
dio lugar a los llamados «Estados Pontificios», entregados
por reyes
francos ignorantes y supersticiosos al obispo de Roma el año
754 d.C.
Hoy esta interpretación ha sido abandonada por grandes
sectores del
Protestantismo, debido, por un lado, al movimiento ecuménico
y, por
el otro, a la interpretación dispensacional promovida por la
Biblia de
Scofield.
3. Características del «cuerpo pequeño»
He aquí las características del «cuerno pequeño», del
Anticrísto y del
Hombre de pecado:
Vers. 8 y 20 1) Tiene ojos como de hombre; gran
discernimiento y
astucia.
61
Vers. 11, 20, 25: 2) Tiene boca que habla blasfemias y
grandezas, y
decreta persecuciones contra los santos.
3) Merece un juicio especial de Dios. En la visión de Daniel
es
significativo que primero cae el juicio sobre la cuarta
bestia (vers. 11);
parece como si la bestia (Roma) fuera culpable de lo que
dice el
cuerno y hubiera de ser destrozada como si sobre ella cayera
el juicio
que el cuerno merece. Ello no tiene nada de extraño si, como
dice
Young (y, con él, otros), el cuerno representa una segunda
fase de
vida de la misma bestia.
4. Las otras bestias
¿Qué decir de las otras bestias?
A las otras bestias se les quitó el señorío, pero su
destrucción no es
tan fulminante. Se les concede vida «hasta cierto tiempo».
La verdad es que el espíritu semita (Babilonia), ario
(Persia) y
helénico (Grecia) perdurarán mucho tiempo. Pero no hemos de
olvidar que se trata de bestias, y que sólo el Rey y el
Reino
mesiánícos merecen nuestra lealtad absoluta e incondicional.
En el capitulo 8 de Daniel se dan más detalles acerca de los
persas y
de los griegos, bajo las figuras de dos animales distintos:
un carnero y
un macho cabrio; son los reinos de plata y de bronce,
representados,
respectivamente, por el oso y el leopardo en Daniel 7.
Las notas de !a Biblia de Scofield a Daniel 8 son aceptables
para
todos los evangélicos, tanto dispensacionalistas como de
cualquier
otra escuela, en contra de los modernistas, que desearían
clasificar
los imperios de Daniel 2 y 7 como limitados exclusivamente a
los que
describe Daniel 8. Deben relacionarse los capítulos 7 y 9
juntamente
(el Imperio romano es lo que destaca) y los capítulos 8 y 11
(el
Imperio seléucida, en Oriente).
5. Correspondencia entre Daniel y Apocalipsis
Se da una estrecha correspondencia entre los dos libros
'proféticos
más importantes de la Biblia: Daniel y Apocalipsis. Juan
echó mano
del lenguaje de Daniel. Su Apocalipsis es más inteligible
después de
un estudio del libro de aquél. Véanse algunas
correspondencias:
Daniel 7
Daniel vio la cuarta bestia con
diez cuernos
El cuerno pequeño tenía ojos y
una boca que hablaba blasfemias
Apocalipsis 13
Juan vio una bestia con diez
cuernos coronados (diez reyes) y
siete cabezas
A la bestia le fue dada una boca
62
El cuerno hablaba contra el
Altísimo
El cuerno perseguirá a los santos.
El dominio del cuerno será un
tiempo, y tiempos y medio
tiempo
con la que blasfemaba.
La bestia blasfemaba contra Dios.
La bestia hizo guerra a los santos.
La bestia tiene poder durante 42
meses (3 años y medio).7
6. Una figura excelsa; El Hijo del Hombre («un hijo de
hombre»)
En Daniel 7:13 ss. aparece una figura excelsa, que viene
«era las
nubes del cielo», lo cual contrasta con el versículo 3 (las
bestias
suben del mar). Con ello se quiere dar a entender el origen
divino del
que viene en las nubes, para juzgar (cf. Is. 19:1; Sal.
104:3; 18:10-18;
Mat. 24:30; Mar. 13:26; Apoc. 1:7).
Young comenta: «"Un Hijo de Hombre" significa
"uno parecido a un
hijo de hombre, como un hijo de hombre".» No se dice,
al menos aquí,
explícitamente, que fuera hombre, sino que lo parecía.
Siguen los contrastes (vers. 13, 14):
a) es una figura humana, no bestial;
b) celeste, no terrena (lo que sale del mar es terreno,
humano);
c) universal, no nacional ni imperial:
d) eterna, no temporal.
¿Podemos identificar esta figura con Israel, o con los
santos del
Altísimo?
Los que sostienen esta tesis apelan a los versículos 18 y
27.
Pero observamos que los «santos» reciben del Hijo del Hombre
el
reino después, como encomienda que les es confiada.
El Hijo del Hombre es sobrenatural; pero los santos no lo
son; más
bien reinan como reyes, bajo el Hijo del Hombre, en el
Reino.
Además, los santos del Altísimo no pueden limitarse sólo a
los judíos.
Notas:
4. Para un estudio más amplío del tema, véase mi libro Las
profecías
de Daniel, Apéndice 2
('La gran apostasia y el Hombre de Pecado, en Pablo').
5. CS. J. Gonzaga, Concilios, I, pp. 23-36 y 181-188.
6. Cf. Diccionario de la Biblia (Herder). art. cAnücnsto».
7. Cf. Biblia Anotada de Scofield, nota a Apocalipsis 13:16.
63
LECCIÓN 13.ª UN CAPITULO POLÉMICO: DANIEL 9
1. Oración y confesión de Daniel (Dan. 9:1-23)
«Yo Daniel miré atentamente en los libros el número de los
años de
que habló Jehová al profeta Jeremías, que habían de
cumplirse las
desolaciones de Jerusalén en setenta años» (Dan. 9:1, 2).
Por el estudio de Jeremías, Daniel sabe que el periodo del
exilio
durará 70 años. Se vuelve entonces al Señor en súplica
intercesora
por el pecado del pueblo entre el que él mismo se incluye
(vers. 4-
14), y apela a la gracia y al perdón divinos (vers. 15-19).
Mientras ora, acude Gabriel para darle sabiduría y
entendimiento
(vers. 20-23): «Al principio de tus ruegos fue dada la orden
y yo he
venido para enseñártela», dice el ángel. ¿A qué principio de
ruegos se
refiere? Los versículos 1 y 2 muestran claramente la
preocupación de
Daniel por la asolación de Jerusalén y su término. Luego de
haber
64
leído las profecías de Jeremías (25:12; 29:9, 10), ora con la
carga del
pueblo en su corazón: confiesa los pecados de Israel y
suplica
misericordia. Daniel inquiere, pues, el destino de su
pueblo.
2. Las setenta semanas (vers. 24-27)
El tema general que se le revela —las setenta semanas
decretadas
por Dios— se nos introduce ya en el versículo 24, y los
detalles se
desarrollan en los tres versículos siguientes.
Una primera observación: el original hebreo no dice
«semanas», sino
«sietes» (líter.; «Setenta sietes están determinados sobre
tu
pueblo»). Los sietes representan períodos de tiempo
divididos en
fracciones de siete. Y durante este tiempo Dios realizará la
redención
mesiánica.
«Setenta sietes están determinados...» ¿Por quién? Por Dios,
obviamente.
«... sobre tu pueblo y sobre la santa ciudad» (Jerusalén). Daniel,
preocupado por su pueblo, recibe contestación a dicha
inquietud. La
revelación tiene que ver con la suplica. El tiempo del
exilio tocaba ya
a su fin. ¿Qué le esperaba luego al pueblo de Dios? En
respuesta se le
dice que en medio de su pueblo y en la santa ciudad serán
hechas
cosas gloriosas.
Cumplidos los 70 anos del exilio profetizados por Jeremías,
se abre
una época de 70 sietes, en la que Dios llevará a cabo sus
propósitos
con seis consecuencias como resultado:
3 consecuencias negativas: 3 consecuencias positivas:
1) acabar con la prevaricación; 1) traer la justicia de los
siglos;
2) concluir con el pecado; 2) sellar la visión y la
profecía;
3) expiar la iniquidad. 3) ungir al Santo de los santos.
A) Acabar con la prevaricación. Una prevaricación es una
transgresión
evidente y manifiesta, a la faz de todo el mundo. Por esta
prevaricación tuvieron que sufrir el exilio. Pero este
exilio está
llegando al final. Dios quiere terminar con la prevaricación
y con sus
resultados.
En su oración, Daniel confesó esta prevaricación (vers. 12).
Ahora se
le dice que las consecuencias de la misma tocan a su fin.
Esta es la
voluntad de Dios.
B) Poner fin al pecado, y
C) expiar la iniquidad. Dios odia el pecado, pero ama al
pecador.
65
¿Cómo poner fin al primero sin destruir al segundo? La
justicia de Dios
no puede ser pasada por alto, pero ahora esta justicia se ha
puesto
de manifiesto sin menoscabo del amor (es el tema de
Romanos). El
lenguaje indica claramente que se requiere un sacrificio
expiatorio,
sobre cuya base podrá ser perdonada la iniquidad, es decir:
se pondrá
término al pecado.
Se llama pasivos, o negativos, a estos tres aspectos, en el
sentido de
que se refieren a lo que Dios destruye; lo negativo
(prevaricación,
iniquidad y pecado), para dar paso a lo que positivamente va
Dios a
establecer.
A') Traer la justicia de los siglos. Lo que traducimos por
«perdurable»
es literalmente «de los siglos», es decir, «LA JUSTICIA
ETERNA». Es la
justicia que viene de Dios; es exterior a nosotros, viene de
fuera, del
Señor mismo, por medio del Mesias
Esta expresión se relaciona con la primera («acabar con la
prevaricación»), pues es su contrapartida. La transgresión
manifiesta
será sustituida por la justicia eterna y perfecta. Como nos
enseña el
Nuevo Testamento, el creyente recibe esta justicia por la fe
solamente. «El justo por la fe vivirá» (Heb. 2;4; Rom. 1:17;
Gal. 3:11);
no por su propia justicia, sino por la que le es imputada en
el Salvador
y por el Salvador (2.a Cor. 5:21).
B') Sellar la visión y la profecía. Esto constituye una
clara referencia a
la dispensación del Antiguo Testamento, en la que vivió
Daniel. El
profeta (Num. 12:1-8) era el representante de Dios y su
mensajero
ante el pueblo, después de haber recibido él mismo la
Palabra divina
por medio de visiones y sueños; por eso era llamado desde
sus
orígenes mismos «vidente». La alusión al medio por el que
Dios se
revelaba a los profetas —la «visión»— es claramente
descriptiva del
carácter profetice, de la naturaleza del misterio de los
profetas.
Toda la institución profética era tipo del Gran Profeta que
habia de
venir. La «visión y profecía» corresponde al carácter
transitorio de la
era antigua, que esperaba su perfecto cumplimiento en la
futura. Y de
este «futuro» es de lo que Daniel va a ser informado; pues
se le dice
aquí justamente que la dispensación del Viejo Pacto (Heb.
8:13) está
llegando a su fin.
Esto es lo que significa «sellar la visión y la profecía»:
terminar una
dispensación (comp. Con Apoc. 22:10: «No selles...»). Ello
no se
refiere a los planes de Dios o a su voluntad, cosas todas
ellas
inmutables, sino más bien a los medios, a los instrumentos
usados
por Dios para llevar a cabo aquellos planes y aquella
voluntad en el
transcurso del tiempo. En la interpretación dispensacional,
sin
embargo, se enfatiza sobremanera la diferencia entre una
dispensación y otra, hasta tal punto que casi se podría
hablar de
ruptura y oposición entre un periodo y otro, en lugar de
continuidad.
66
Este es uno de los puntos controvertidos entre los
dispensacionalistas
y quienes no aceptan el dispensacionalísmo.
C') Ungir al Santo de los santos. Literalmente; «ungir una
santidad de
santidades», o sea; lo más santo, lo santísimo. Parece hacer
referencia a la unción del Mesías con el Espíritu Santo.
Se cumplió al ser bautizado por Juan (Mat. 3:13-17. Cf. Is.
42:1; 61:1)
y se puso de manifiesto a lo largo de todo el ministerio del
Salvador.
Los seis objetivos de las setenta semanas son todos
mesianicos, y se
cumplieron todos ya.
Como dice Young, cuando Cristo ascendió a los cielos no
faltaba ni
uno por cumplir.
3. Las setenta semanas en detalle
En Daniel 9:25-27 se nos dan los detalles del periodo de las
setenta
semanas. Leemos en el versículo 25; «... sepas, pues, y
entiendas...».
A Daniel se le insta a que ponga atención y se Esfuerce por
entender
los detalles; «... desde la salida de la Palabra (de la
orden) para
restaurar y edificar a Jerusalén (es decir, desde el final
del exilio)
hasta el Mesías Príncipe (el Ungido del versiculo 24).»
Esto halló cumplimiento en el primer año del reinado de
Ciro, por su
decreto liberador promulgado en 538 a.C. y que permitió
regresar a
Jerusalén a los judíos. El punto de partida del cómputo es
la fecha de
la orden imperial (Esd. 3:1-3), que tenia como propósito la
restauración de la ciudad y del templo de Jerusaién a su
primitiva
condición.
Luego «habrá 7 semanas y 62 semanas; se volverá a edificar
la plaza
y el muro en tiempos angustiosos. Y después de las sesenta y
dos
semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por si; y el
pueblo de un
príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el
santuario..., y hasta
el fin de la guerra durarán las devastaciones (o desastres).
Y por otra — 1 — semana confirmará el Pacto con muchos; a la
mitad
de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda. Después
con la
muchedumbre de las abominaciones vendrá el desolador, hasta
que
venga la consumación, y lo que está determinado se derrame
sobre el
desolador» (vers. 25-27).
Total.... 70 semanas (o sietes).
Las 7 semanas (o sietes) constituyen el periodo entre el
primer
retorno de los judíos del exilio, bajo Zorobabel, según
relatos de
Esdras y de Nehemias. y la culminación de las obras de estos
siervos
de Dios, cuando Jerusalén fue reedificada «en tiempos
angustiosos».
67
Las 62 semanas (o sietes) abarcan el tiempo que media entre
esta
época y la primera venida de Cristo. Por lo que se refiere
al versículo
25, hay unanimidad de opiniones; Scofield y Young,
dispensacionalistas y no dispensaciona-listas, todos
concuerdan,
excepto los modernistas8
, en que estas predicciones se cumplieron
con el advenimiento y la manifestación de Jesucristo. La
discusión
surge cuando llegamos a los versículos 26 y 27.
Según Young, el versiculo 26 trata de lo que tendrá lugar
después de
las sesenta y dos semanas, que es el tiempo que va desde la
restauración de Jerusalén hasta la muerte del Mesías.
Se mencionan dos eventos:
a) se quitará la vida
al Mesías: y
b) el pueblo de un principe destruirá la ciudad; pero sin
precisar si
acontecerán inmediatamente después, o pasado cierto tiempo
en el
transcurso de la semana septuagésima.
Ateniéndonos a la exégesis simplemente, los dos eventos son
fácilmente interpretables:
a) se quitará la vida al Mesías, mas no por sí (versículo
26).
Se trata del «Ungido» (hebreo «Mesias»), que aparece ya en
los
versículos 24 («ungir al Santo de los santos») y 25 («el
Mesías
Príncipe»), y constituye una clara referencia a la
crucifixión de Cristo.
b) el pueblo de un príncipe destruirá la ciudad. Una no
menos clara
profecía sobre la destrucción de Jerusalén por las tropas de
Tito en el
año 70 de nuestra era.
Scofield ve, a partir de aquí (última frase del vers. 26):
«y hasta el fin
de la guerra durarán las devastaciones [o desastres]»), un
periodo no
determinado, que —afirma— «ha durado ya casi 2.000 años». Es
el
célebre paréntesis que caracteriza a la doctrina
dispensacíonal y que
inserta a la Iglesia y los misterios del Reino de los
cielos, en oposición
al Reino de Dios (para judios), «Cuándo llegará a su fin la
edad de la
Iglesia y cuándo comenzará la semana septuagésima, no se
revela en
ninguna parte de la Escritura. El versículo 27 trata de la
última
semana.»9 A partir de aquí todo hay que referirlo a la
última semana,
interpretada en términos de final de los tiempos, después
que la
Iglesia haya sido arrebatada. «Entre la semana sesenta y
nueve,
después de la cual se le dio muerte al Mesías,10 y la semana
setenta,
en la cual el "cuerno pequeño" de Daniel 7
efectuará su carrera
espantosa, interviene la presente era de la Iglesia. El
versículo 27
trata de los últimos tres años y medio de los siete que
forman la
semana setenta y que son idénticos con la gran tribulación,
y el
tiempo de angustia y la hora de la prueba (Apoc. 3:10).»11
Asi que,
68
según los dispensacionalistas, sólo hasta este versículo trata
el
Apocalipsis de cosas que conciernen a la Iglesia; el resto
del libro
pertenece al tiempo del fin; es el salto que hay que dar
para dejar
sitio al paréntesis dispensacional.
Contrariamente a lo que imaginan algunos, la controversia
dispensacional versa sobre este paréntesis de la Iglesia más
que
sobre ningún otro punto. Ni siquiera el milenio es lo más
característico de la escuela dispensacional. Hay
premileniales que no
son dispensacionalistas; casi siempre por la cuestión de la
Iglesia.
Como los hay que no son pretribulacionistas es decir, que no
aceptan
que la tribulación afecte sólo a los judíos, sino a todo el
pueblo de
Dios. La doctrina dispensacional tiene consecuencias que
afectan a
un buen número de cuestiones, pues entraña una concepción
propia
de la Iglesia como «paréntesis», que es impugnada por las
demás
escuelas de interpretación, e incluye dos venidas de Cristo
al final de
los tiempos (la segunda venida para buscar a los santos, y
la tercera
con sus santos), en vez de una sola y única segunda venida.
En este momento el estudiante debería estudiar a fondo la
doctrina
bíblica de la Iglesia, y luego la del Reino. Más tarde, ver
la relación
entre ambas.
4. ¿Cómo interpretan Daniel 9:26-27 los creyentes no
dispensacionalistas?
Versículo 26b: «Y su fin será con inundación (cataclismo o
desastre
espantoso), y hasta el fin de la guerra durarán las
devastaciones (o el
desastre).
Este versículo 26 termina con referencias a la destrucción
de
Jerusalén. Esto no lo consiguió Tito en un solo día. Fue
algo espantoso
el sitio de la vieja ciudad, y puede consultarse a Flavío
Josefo para
enterarse de los horrores de aquella guerra. El final del
versículo 26
relata la extensión de los sufrimientos hasta el fin, cuando
el general
y futuro emperador Tito arrasó la santa ciudad después de
mucho
tiempo de desastres y horrores.
Versículo 27: «Y por otra semana confirmará el Pacto con
muchos»
(liter.:«... hará prevalecer el Pacto...», es decir, el
Pacto ya existente).
Lo que se subraya es que ahora sus términos y condiciones
serán
hechos efectivos. ¿Quién hace prevalecer el Pacto? Es
imposible
imaginar que el sujeto de esta afirmación sea el príncipe
pagano del
versículo 26. Todo el pasaje (vers. 24-26) presenta al
Mesías como el
personaje principal, activo y destacado en esta sección. Es,
pues,
lógico que la exégesis tradicional cristiana haya visto aquí
también al
Mesías como Aquel que confirma el Pacto y lo hace prevalecer
(cf.
Mat. 26:28).
69
¿Qué Pacto prevalecerá? El de gracia; no puede ser otro.
Dios no hace
más que pactos de gracia con su pueblo. Mediante este Pacto
el
Mesias fue ofrecido en expiación por el pecado, y ahora del
fruto de
su labor redentora verá resultados de vida eterna (cf. Is.
53:10). La
última semana es interpretada como haciendo referencia al tiempo
que sigue a la muerte, resurrección y ascensión de Cristo.
Es el
tiempo de la Iglesia, hasta que el Mesías venga en su
segunda
venida.
«A la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la
ofrenda. El culto
judio cesa definitivamente después de la destrucción del
templo de
Jerusalén y a pesar de algunos intentos de corta duración de
reemprenderlo en el exilio (en Egipto). El simbolismo judío
que
apuntaba al Mesias ya no tiene sentido (Heb. 8:13); es el
mismo
Mesias, aunque sirviéndose de las circunstancias históricas,
quien
hace cesar el sacrificio y la ofrenda.
Versículo 27b: «Después, con la muchedumbre de las
abominaciones,
vendrá el desolador.'» Aparece Tito y destruye el templo,
pero no sin
antes haber practicado muchas abominaciones en su interior y
en la
santa ciudad Jerusalén. Este estado de destrucción durará
hasta la
consumación determinada por Dios.
Según Taylor, Mauro, Young y los demás representantes de la
Teologia del Pacto, el versículo 27 tiene como centro los
resultados de
la obra redentora de Cristo y las consecuencias del rechazo
del
Mesías por parte de Israel. Estos autores afirman que las
setenta
semanas constituyen un período continuado de tiempo y que es
imposible separar, por espacio de siglos, la última de la
penúltima
semana.
Mauro arguye que el príncipe del versículo 27, quien
confirmará el
Pacto, no puede ser sino el Mesías del versículo 26, y no el
«cuerno
pequeño» (o Anticristo), y desafía a los díspensacionalistas
a que le
prueben; 1) que un futuro príncipe romano hará un pacto con
los
judíos; 2) que el supuesto pacto será de una semana de
duración; 3)
que tendrá como propósito permitir a los judíos reemprender
sus
antiguos sacrificios en el templo; 4) que el supuesto
príncipe
quebrantará el pretendido pacto a la mitad de la semana, lo
que
provocará el cese de los sacrificios. Mauro afirma que no
hay pruebas
bíblicas para ninguno de estos puntos.12
Resumiendo: Según estos autores, y en una línea tradicional
hasta
mediados del siglo xix, las setenta semanas de Daniel se distribuyen
de la siguiente manera; Vers. 24: Resumen de acontecimientos
que
tendrán lugar en estas setenta semanas. El centro es la obra
de
Cristo.
Vers. 25: 7 semanas que cubren el tiempo del retorno de los
judíos a
Palestina y reedificación del templo.
70
Vers. 26: 62 semanas que abarcan desde la reedificación de
Jerusalén
hasta el advenimiento del Mesías (cf. vers. 25: «desde la
salida
HASTA —EL MESÍAS habrá 7 semanas y 62 semanas», 69 es decir:
69
semanas.
Y después de (as 62 (+ 7 = 69) se quitará la vida al Mesías,
es decir:
en la septuagésima semana Tito destruirá la ciudad y el
santuario. El
versículo 26 se refiere a la semana setenta, en la que
Cristo lleva a
cabo la redención anunciada en el versículo 24.
Vers. 27: Ph. Mauro escribe: «La versión "Y por otra
semana
confirmará el Pacto" (Dan. 9:27) ha sido causa de
confusión para
muchos. Esta expresión podría dar píe a pensar que no se
trata del
pacto eterno (Heb. 13:20), el cual es "eterno" y
eternamente
confirmado. Pero apenas puede concebirse que ningún pacto,
de
ninguna clase, y menos uno de tanta importancia en esta
profecía,
fuera confirmado sólo por tan breve tiempo; solamente por
una
semana (es decir: 7 años). ¿Quién firmaría un pacto de esta
naturaleza? Incluso si supusiéramos (aunque sin pruebas
bíblicas para
apoyarlo) que la profecía se refiere a algún hipotético
pacto de un
supuesto "principe" al final de los tiempos, para
restaurar los
sacrificios del templo por 7 años, ¿sería posible que
semejante pacto
fuera limitado al insignificante plazo de 7 años?
»En vista de estas dificultades, presenta das por la
expresión "y por
otra semana", consulté a un erudito hebreo y le
pregunté sí en el
original había la preposición "por" o alguna otra
cosa que la implicara.
Su res puesta —y la de otros consultados— es que no hay tal
preposición "por" en hebreo, ni nada que la
sugiera o implique. Esta
información se amplía con el resto del versículo cuya
traducción
literal es: "Una semana confirmará el pacto con muchos:
a la mitad de
la semana hará cesar mí sacrificio..." Ahora el sentido
de la primera
cláus!a del versículo 27 es fácilmente inteligible.
»"Una semana confirmará el pacto" —continúa Mauro—
es lo mismo
que decir: "En esta semana de que estamos hablando
(versículo 26)
será confirmado el pacto", es decir, en la última
semana. En virtud de
lo que ocurrirá en dicha semana, será establecido firmemente
el
pacto.» El resto de! versículo 27 lo explica así Mauro: »A
la mitad de
la semana (35 años, edad aproximada del Salvador) se
producirá la
muerte del Mesías; al cabo de la otra mitad (35 años más =
70 años)
Tito asolará Jerusalén, produciéndose "la abominación
desoladora"
citada por Jesús en Mateo 24:15. El sentido del pasaje es,
pues, el
siguiente: la última semana verá la confirmación del pacto,
pues no
solamente se cumplirán las seis predicciones del versículo
24, sino
todos los gloriosos resultados salvíficos que emanan de la
cruz y que
constituyen el climax de todos los tiempos. En medio de la
última
semana Cristo hará cesar los sacrificios de la ley mosaica
al ofrecerse
El mismo en la cruz por nuestros pecados. Jerusalén, no
obstante,
71
será asolada luego de haber rechazado al Mesías. El
cumplimiento es
mesiánico y fue totalmente realizado en la primera venida de
Cristo.»
Antes de inclinarse por una u otra escuela, el estudiante
deberá orar
mucho, buscando la luz de Dios y pidiéndole «sabiduría y
entendimiento» (Dan. 9:22).
Aunque en los detalles las interpretaciones puedan ser
muchas más,
en lo fundamental el estudiante tiene ante sí tres escuelas básicas,
una de las cuales no podrá aceptar si se toma en serio la
Biblia como
Palabra de Dios:
1) La postura de los que no aceptan la absoluta y única
autoridad de
la Biblia (nos referimos a su absoluta veracidad y a su
autoridad
divina). Estos suelen referir el pasaje a Antíoco Epifanes.
La
desolación descrita en el versículo 27 es la causada por
Antioco. El
ungido del versículo 25 es el sacerdote Onias III (cf. 2°
Mac. 4:30-38),
depuesto hacia el 175 a.C. y asesinado por gentes de
Antioco. El es
también el Principe de la Alianza de 11:22. A todo el pasaje
se le priva
de su carácter mesiánico. Nos extraña comprobar cómo la
Biblia de
Jerusalén, la Biblia de Montserrat y otras versiones
católicas
modernas aceptan esta clase de interpretación. Las
objeciones a esta
postura son muy serias, no sólo desde el punto de vista
doctrinal del
creyente que acepta la absoluta veracidad y autoridad divina
de la
Biblia, sino incluso por los reparos de orden textual,
histórico y
exegético. Estos reparos son tan importantes que hacen
imposible ia
aceptación de esta postura, a menos que uno se halle imbuido
de
fuertes prejuicios.
2) La postura dispensación al, ya expuesta. (Cf. Biblia
Anotada de
Scofíeld.)
3) La interpretación mesiánica tradicional
Notas:
8. Véanse notas de la Biblia de Jerusalén, que no acierta ni
siquiera a
ver al Mesías en estos textos.
9. Biblia Anotada de Scofield, notas a Daniel 9:24-27.
10. Según los dispensacionalistas, pues para los demás
intérpretes la
muerte de Cristo tuvo lugar dentro ya de la semana setenta o
última.
11; Biblia Anotada de Scofield mismo lugar.
12. Ph.
Mauro. The 70 Weeks, caps. VI y VII.
72
LECCIÓN 14.a
EL SISTEMA
DISPENSACIONAL Y LAS 70
SEMANAS DE DANIEL
1. Teoría dispensacional sobre las 70 semanas de Daniel
De las notas de la Biblia Anotada de Scofíeld13 se desprende
la
siguiente teoría:
A) Se alega que «en el tiempo de estas "semanas"
el castigo nacional
sobre Israel habrá de terminarse, y esta nación será
restablecida en
la justicia perdurable (versículo 24)».14
B) Se afirma que; «Es obvio que el versículo 26 se refiere a
un período
indeterminado. La fecha de la crucifixión no se especifica.
Solamente
se dice que sucederá "después" de las sesenta y
dos semanas. La
crucifixión es el primer evento mencionado en el versículo 26.
El
segundo evento es la destrucción de la ciudad, lo que se
cumplió en
el año 70 d.C. Entonces se usa la expresión "hasta el
fin", la cual
indica un período que no es determinado, pero que ha durado
ya casi
2.000 años... Entre la semana sesenta y nueve, después de la
cual se
dio muerte al Mesías, y la semana setenta, en la cual el
"cuerno
pequeño" de Daniel 7 efectuará su carrera espantosa,
interviene la
presente era de la Iglesia. El versículo 27 trata de los
últimos tres
años y medio de los siete que forman la semana
septuagésima...
Cuándo llegará a su fin la edad de la Iglesia y cuándo
comenzará la
semana septuagésima, no se revela en ninguna parte de la
Escritura.
La duración de la semana septuagésima no puede ser sino de
siete
años.»15
C) Se sostiene que: «El versículo 27 trata de la última
semana. El que
"confirmará el pacto con muchos", según el
versículo 27, es "el
principe que ha de venir", mencionado en el versículo
26, y cuyo
73
pueblo (el pueblo romano) destruyó el templo en el año 70 de
nuestra
era.»16
D) En la misma linea, se dice que: «El es el mismo personaje
(es
decir: el principe romano) presentado como el "cuerno
pequeño" en el
capítulo 7. El hará un pacto con los judíos para restaurar
los
sacrificios del templo por una semana (siete años), pero a
mediados
de esta semana romperá el pacto y cumplirá Daniel 12:11; 2.°
Tesalonicenses 2:3,-4».17
2. Objeciones que presenta la Biblia a este esquema
A') Scofield resume el total de los seis propósitos de Dios,
expuestos
en el versículo 24, como meramente la restauración de la
«nación
(Israel) en justicia perdurable». El «Día de salvación», los
presentes
beneficios del Nuevo Testamento, la actual exaltación de
Cristo, todo
esto no tiene, al parecer, relación con los seis propósitos
de Dios
revelados en el versículo 24.
El Nuevo Testamento enseña que no hay bendición para nadie,
judio
o gentil, excepto bajo el Nuevo Pacto y bajo las condiciones
de
arrepentimiento, fe y obediencia. Más aún, el mismo Nuevo
Pacto
revela que, desde la cruz, las genealogías, la raza, el
pasado, de nada
sirven para obtener salvación, pues ésta es algo personal,
prescindiendo totalmente de quiénes hayan sido nuestros
antepasados, aun cuando éstos fuesen Abraham y Moisés.
El versículo 24 no contiene ni la más ligera alusión al
final de ningún
«castigo», ni tampoco a ninguna «nación restablecida a
justicia
perdurable» dentro de la última semana. Por cierto que el
supuesto
pacto con un principe impío para restaurar el sistema de
sacrificios en
el templo (sistema que Dios ha abolido ya y rechazado) está
lejos de
ser to que el versículo 24 llama «traer la justicia
perdurable».
B') No hay ningún «periodo indeterminado» entre las primeras
siete
semanas y las restantes sesenta y dos, como tampoco lo hay
entre la
semana sesenta y nueve y la setenta. La misma palabra
«determinadas» (liter. «Están cortadas —determinadas—
setenta
semanas sobre tu pueblo», vers. 24), o «cortadas», denota un
período
que es a la vez definido y completo para un propósito dado.
La
semana setenta no puede ser futura, porque hasta el mismo
Sco-field
tiene que admitir que fue después de la semana sesenta y
nueve
cuando el Mesías fue «cortado»: «La fecha de la crucifixión
—dice—
no se especifica. Solamente se dice que sucederá después de
las
sesenta y dos semanas. La crucifixión es el primer evento
mencionado en el versiculo 26- El segundo evento es la
destrucción
de la ciudad, lo que se cumplió en el año 70 d.C.» Entonces,
las
sesenta y dos semanas del versículo 26, más las siete del
versículo
25, suman un total de sesenta y nueve semanas, de modo que
la
crucifixión del Mesías tiene lugar después de la semana
sesenta y
nueve: y cuarenta años después de la Crucifixión la ciudad
fue
destruida. De modo que la semana setenta, la última, había
74
comenzado ya. y los eventos predichos tuvieron lugar. Esta
es la
conclusión lógica, la que presta atención al texto, sin
imponerle
ningún sentido forzado.
C') Es totalmente injustificado, hermenéutica y
exegéticamente, el
separar al «pueblo» del «príncipe» y afirmar que en este
siglo xx
aquel pueblo (el pueblo romano) es Cosa del pasado, mientras
que el
«príncipe» es un desconocido personaje del Futuro. Pueblo y
príncipe
deben ir juntos. La Palabra de Dios a Daniel fue
simplemente: «El
pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad.»
Se trata
de una venida solamente y en la que vendrán juntos el pueblo
y el
príncipe. De otra manera, el texto lo habría aclarado. De
hecho los
dispensacionalistas no hacen una lectura del texto, sino que
introducen en él elementos de su esquema previo, que
sobreponen a
la sencillez del versículo 26. Sostener que median 2.000
años ya
entre la venida del pueblo y la venida del príncipe, es una
interpretación fantástica y demasiado frágil para apoyar
ninguna
teoría.
D') Se supone que hay un «príncipe romano» por venir. Pero
ni un
solo versículo de la Biblia lo afirma explícitamente. La
hipótesis de
que este «príncipe», además, hará un pacto con los judíos
para
restaurar los sacrificios del templo por siete años, no
recibe tampoco
confirmación bíblica. Las dos referencias que se dan (Dan.
12 y 2.ª
Tes. 2:3, 4) no pueden apoyar esta hipótesis, a no ser que
estos
personajes sean leídos también a través de otros esquemas
previos,
impuestos asimismo al texto. Ninguna parte de la Biblia
contiene
referencias directas a un supuesto periodo futuro de siete
años, ni a
este «príncipe».
En relación con 2.a Tesalonicenses 2:3, 4, no hay que
olvidar que
Pablo suele usar el vocablo «templo» para indicar la
comunidad de los
redimidos, la Iglesia en el conjunto de sus miembros, con
preferencia
al edificio. El apóstol emplea la palabra «templo» nueve
veces en el
Nuevo Testamento: la primera en Hechos 17:24, para decir que
«Dios
no mora en templos hechos de manos». En todas las demás
ocasiones utiliza el vocablo para referirse a los
cristianos, a la Iglesia
como comunidad de redimidos. Seria realmente extraño que el
significado dado a la palabra en 2." Tesalonicenses
2:3, 4 no sólo
contradijera lo dicho en público (Hech. 17:24) sobre la no
necesidad
que tiene Dios de templos, sino que además fuese el único
caso en
que, saliéndose del sentido que generalmente daba a esta
expresión.
Pablo hiciera una excepción y por una vez hablara del templo
material; y del templo de Jerusalén, además. Y no sólo esto,
sino que
también lo aplicase a un periodo al que nunca, en ninguno de
sus
escritos, hace alusión, es decir, a un futuro de siete años.
Una lectura imparcial del Nuevo Testamento no nos permite
suponer
que el mensaje del Evangelio precise de la reconstrucción de
un
Templo único, un templo material, como centro de nuestra fe
y como
75
lugar exclusivo de la manifestación divina. Esto pertenece
al Antiguo
Testamento. Por otro lado, tampoco podemos creer que los
sacrificios
del Antiguo Testamento, a base de la sangre do los animales
rociando
los altares judíos, sean algo que pueda ya deleitar al Señor
o
satisfacer necesidades humanas. Sobre esto. Hebreos 8; 13 es
bien
explícito: «Al decir: Nuevo pacto, ha dado por viejo al
primero: y lo
que se da por viejo, y envejece, está próximo a
desaparecer.» La
manera dispensacional de hacerlo desaparecer es muy
ingeniosa,
pero sin apoyo serio en la Biblia. Consiste en hacer
desaparecer el
viejo pacto durante un período de tiempo, el intervalo de la
hipotética
«edad de la Iglesia», para volver a reaparecer en una futura
semana
setenta, y luego por mil años. Todo un milenio en el que
Dios tendrá
que volver a aceptar como fragancia los sacrificios de
animales y la
sangre vertida en el altar judío.
Un autor pretribulacionista —G. B- Stanton—, dentro de la
más radical
línea dispensacional, escribe:
«... la muerte de Cristo no puso fin al sacrificio de
animales, porque
estos sacrificios continuaron hasta la destrucción del
templo en el año
70 d.C., cuarenta años después de la crucifixión.»18
¡Por favor, señor Stanton! No querrá usted decir que los
sacrificios
judíos, realizados por los que dieron muerte a Jesús, hasta
la
destrucción de Jerusalén, fueran cosa aceptable al Señor.
¿O sí quiere afirmar esto? Todos los cristianos creemos que
los
sacrificios judíos terminaron a los ojos de Dios con la
muerte de Cristo
en la cruz. De iiy que el velo del templo fuera partido en
dos.
Terminaron entonces, y para siempre. AI continuar con sus
ritos en el
templo, después del sacrificio de Cristo, los judíos no
hicieron más
que perpetuar su condenada incredulidad.
El señor Stanton asevera:
«El principio de la semana setenta va a ser señalado por un
pacto
público, confirmado por el Anticristo con la nación de
Israel, de
acuerdo con Daniel 9:27. El pacto debe ser público, porque
implicará
el restablecimiento de Israel y la restauración de su
antiguo culto.»19
La sugerencia de que la terminación de los sacrificios en el
año 70 fue
solamente algo temporal, para ser reanudado luego que la
Iglesia sea
«arrebata», es algo fantasioso en extremo. Y por lo que se
refiere a la
idea de un pacto establecido entre el futuro «principe» de
los
romanos y los judíos, el Dr. Edward J. Young, profesor de
Antiguo
Testamento y especialista en lenguas semitimas del
West-minster
Theological Seminary de Filadelfia, escribió en su libro The
Messianic
Prophecies of Daniel, p. 79; «Observemos que el texto no
hace
mención de ningún pacto que sea firmado, o establecido
entonces.
Por ello, nos resistimos a aplicar este texto a Antíoco
Epifanes ni a
ninguno de los posibles arreglos a que llegó con los judíos
durante su
reinado. También el «paréntesis dispensacional de la Iglesia
falla
aquí, ¡e. porque supone que la referencia es a un pacto que
el
76
principe romano hará con las masas. Estos puntos de vista,
sin
embargo, deben ser rechazados porque proceden de la
hipótesis de
que va a hacerse un pacto. Scofield escribe:
"El hará un pacto con los judíos para restaurar los
sacrificios del
templo" (p. 876). La expresión hebrea: "Otra
semana confirmará el
pacto con muchos" (vers. 27) significa que hará
prevalecer un pacto
ya existente, ya en vigor, no iniciado entonces ni menos
suscrito, sino
un pacto ya hecho y que ahora se hará efectivo, se cumplirá;
es decir:
sus condiciones se impondrán y se realizarán sin más demora.
Esto es
precisamente lo que el Mesías, y sólo el Mesías, ha hecho.
La referencia, creemos, es al Pacto de Gracia, que Dios hizo
con el
hombre pecador. Ahora el Mesias cumplirá las exigencias de
ese
pacto al adquirirnos la salvación en la cruz. Debemos
recordar que la
acción de confirmar el pacto, y hacer cesar el sacrificio y
la ofrenda,
debe entenderse todo ello como teniendo una misma referencia
y un
mismo eje.
»Las setenta semanas, pues, deben ser identificadas con el
período
en que fue llevado a cabo el trabajo mesiánico. Incluyen el
período
entero de la humillación de Jesucristo, cuando, en su
calidad de DiosHombre, obtuvo para su pueblo salvación eterna. Su obediencia
fue el
medio por el cual confirmó, hizo efectivas, las condiciones
del Pacto
de Gracia. En los términos de este pacto Dios concede libre
y
soberanamente la vida y la salvación a los pecadores que con
fe y
arrepentimiento acuden a él. Esta vida y esta salvación, sin
embargo,
tenían que ser ganadas, y lo fueron por Cristo al cumplir
por nosotros
con toda justicia; Cristo hizo efectivas las condiciones del
pacto, y así
lo confirmó e hizo prevalecer dichas exigencias como causa
de eterna
redención-Esta interpretación es la única que se adapta
perfectamente bien al texto hebreo.»
3. Conclusión
En medio de los detalles de las setenta semanas, el hecho de
mayor
importancia y trascendencia no es que «Israel sea
restablecido como
nación a la justicia perdurable»,20 sino que la salvación
mesiánica
haya sido realizada. Una vez que el verdadero sacrificio del
Calvario
ha sido efectuado, el templo de Jerusalén deja de ser el
templo de
Dios y se convierte en una abominación como lugar de
sacrificios.
Todos los sacrificios se desvanecen en el olvido como cosas
«rudimentarias», elementos vacíos y caducos. La desolación
invade la
ciudad rebelde, y el velo del templo, al partirse en dos, no
presagia
nada bueno para aquel lugar. En lugar de lo antiguo queda lo
nuevo.
Un nuevo pacto, un nuevo pueblo y una nueva dimensión de las
cosas, en la que desaparece lo racial y lo nacional. El
apóstol Pedro
asi lo escribe en su primera carta (1.a Ped. 2:5-10).
77
Destaquemos, por amor a la claridad y porque consideramos
importante subrayarlo, que los premilenialistas no siempre
son, por
necesidad, dispensacionalistas-futuristas. El Prof. D. H.
Kromminga
escribe:
«Un premilenial no se halla forzado a creer, juntamente con
los
judaizantes de la Biblia Scofield y demás allegados al
dispensacionalismo, los postulados sionistas extremos que
ellos
postulan. No es necesario que el premilenialismo sea
dispensacional,
como lo demuestra la historia.»21
Efectivamente, entre los premileniales que rechazan el
dispensacionalismo se hallan Alford, Bickersteth, Bonars,
Elliot,
Guinnes, Tragellers, Ladd, etc. De ahí que Hal Lindsay
oscurece, más
que aclara, la verdad cuando escribe:
«PremileniaIismo. La interpretación más antigua... Los
premilenialistas creen también que Dios hizo muchas promesas
y
pactos incondicionales con Israel y... que Dios cumplirá
literalmente
todas sus promesas durante el reino milenial. Los creyentes
de la era
de la Iglesia y de la tribulación también recibirán estas
promesas en
su calidad de hijos adoptivos de Abraham.»22
El lector observará que en esta cita se confunden y se
interrelacionan, indivisiblemente, dispensacionalismo y
milenialismo.
Que el premilenialismo sea la interpretación más antigua, es
cosa que
habría que estudiar, pero aun suponiendo que asi fuese, se
trataría de
un premilenialismo que apenas se parece en nada al que
propone el
señor Lindsay en sus libros.
Y lo que es más grave, la «antigüedad» del premilenialismo
se
traspasa, implícitamente, al dispensaciónalismo: «era de la
Iglesia»,
«tribulación», etc., cosas tipicamente dispensacionales,
pero no
necesariamente premileniales; con lo que los lectores sacan
la
conclusión de que los innovadores somos nosotros, los
críticos del
sistema dispensacional, que apenas si tiene algo más de un
siglo de
vida. Lo que parece olvidar también el señor Lindsay —o
acaso lo
ignora— es que su interpretación futurista del Antícristo,
incorporada
por Scofield y los dispensaciónalistas a su sistema, fue un
invento de
los jesuítas Ribera y Belarmino para salir al paso de la
exégeiss de los
reformadores y demás discípulos; invento que luego pasó a la
Iglesia
Anglicana, de esta Iglesia a Darby y, por vía Darby, llegó
luego hasta
la Biblia anotada de Scofield. Ciertamente, llamar a todo
este sistema
«la interpretación más antigua» entraña bastante
atrevimiento, por
no decir otra cosa...23
Notas:
13. Páginas 876-877.
14. Nota 1 (9:24) de la p. 876.
78
15. Mismo lugar.
16. Mismo lugar.
17. Mismo lugar.
18. G. B.
Stanton, Kept from the Hour, p. 29.
19. En la ofra citada, p. 185.
20. Biblia Anotada de Scofield. p. 876.
21. En The Millenium, pp. 57, 58.
22. En La odisea del futuro, p. 332.
23. Véanse lecciones 22ª, 23ª, 24ª y 25ª.
LECCIÓN 15.ª LAS PROFECÍAS DE EZEQUIEL
1. Ezequiel, el sacerdote profeta
Aparte de lo que el mismo Ezequiel dice, nada sabemos de su
padre,
Buzi, excepto que era de familia sacerdotal. Sin embargo, el
respeto
mostrado hacia Ezequiel por los ancianos del pueblo en el
exilio (8:1;
79
14:1; 20:1) y el hecho de que su padre fuese considerado tan
importante como para ser llevado al exilio con el rey
Joaquín (2.° Rey.
24:14), sugieren que su familia se contaba entre las más
importantes
de entre los linajes sacerdotales.
En sus profecías se hace evidente que desde la mas temprana
edad
se habia saturado de las tradiciones y costumbres
sacerdotales, y
había aprendido todos los detalles del servicio del templo.
El curso de
su vida fue bruscamente interrumpido a la edad de 25 años
(597
a.C.), al ser llevado cautivo a Babilonia.
2. El simbolismo en el libro de Ezequiel
Para comprender el texto de Ezequiel conviene recordar que
su autor
era sacerdote, y, sobre todo, tener en cuenta el uso que
hace del
simbolismo. Si lo bañamos en exceso minucioso y rebuscado,
no
debemos olvidar que todo el ritual del templo era simbólico.
El
simbolismo llegó a ser para él algo asi como un segundo
idioma. Todo
en él era simbólico, incluso sus gestos y los mismos
avalares de su
existencia. A diferencia de la mayoría de profetas que
recibieron
principalmente mensajes a base de conceptos
—preposicionales—,
Ezequiel es recipiente, asimismo, de visiones innumerables,
dentro de
cuyo marco Dios se le revela y le habla. A no ser por medio
del
simbolismo no hubiese podido transcribir estas visiones
(comp. con
Juan en Apocalipsis). La mayor dificultad estriba en lo
arduo que
resulta describir a Dios, incluso a base de símbolos.
En su estilo simbólico, no sólo echa mano Ezequiel de la
imaginería
del ritual levítico y de los querubines grabados en las
paredes
interiores del templo, sino que posiblemente le sirven
también como
elemento de lenguaje las figuras aladas, tan frecuentes en
los
templos mesopotamicos (10:4, 19; 11:23: 43:2; etc., en donde
el
carro-trono de Yahveh viene del norte —residencia de los
Ídolos
babilónicos— como Señor de todas las tierras y en señal de
que las
falsas divinidades del norte no son nada).
En Ezequiel se combinaron: a) el sentido de la santidad,
propio del
sacerdote; b) la fidelidad al mensaje revelado, propia del
profeta; y c)
el sentido de la responsabilidad del pastor en relación con
su pueblo.
3. Los últimos capitulos de Ezequiel (38-48)
El lenguaje de estos capítulos pertenece al género llamado
«apocalíptico»; es altamente simbólico y, a
veces-deliberadamente
oscuro o difuso; tal vez porque sería imposible para
nosotros captar
todos los detalles y profundidades de estos mensajes. Pero
si los
detalles son vagos, las verdades centrales están claramente
expuestas.
80
Nos será útil en el estudio de estos y parecidos pasajes
tomar una
actitud de sobriedad exegética y no de especulación ingenua.
A) Dos grupos de textos:
1.ª sección: Ezequiel 38:1-39:29: Profecía contra GOG.
2.ª sección: Ezequiel 40:1-48:35: Planes para la nueva
Jerusalén.
La 1a sección narra la gran rebelión final en contra de
Dios, que se
predice también en Apocalipsis 20:7 ss-Esto se infiere de
versículos
como 38:8, II. 12, 14, 17.
La 2.ª sección (publicada por separado ya en la antigüedad,
según
testimonio de F. Josefo) presenta la «nueva Jerusalén». De
ahí que
muchos la consideren como una composición independiente de
Ezequiel y no como la continuación de lo que precede. Más
tarde,
Ezequiel escribiría ' 29:17 ss.., que sería el último
escrito del profeta.
No obstante, su colocación al final del libro es lógica
conclusión del
mismo, su climax adecuado, aun cuando es posible que no
indique
una exacta cronología profético-histórica.
B) Las escuelas de interpretación:
Recordamos lo dicho en otro lugar. La interpretación de
estos
capitulos de Ezequiel dependerá de la actitud que se tome
frente a
toda la problemática escatológica en general; y así tenemos:
a) la interpretación literal inmediata,
b) la interpretación literal futurista, y
c) la interpretación simbólica cristiana y apocaliptica.
a) Lo interpretación literal inmediata. Según esta escuela,
tendríamos
en estos capitules el diseño del templo que había de ser
construido
cuando los deportados regresaran a Jerusalén.
Se tratarla, pues, de planos arquitectónicos.
Hengstenberg ha señalado que los defensores de esta
hipótesis
olvidan que Ezequiel no era un arquitecto, sino un profeta.
De haber
sido arquitecto habría dado más detalles acerca del material
por
emplear y no hubiese silenciado infinidad de cosas que se
echan en
falta a pesar de tantas medidas como enumera. Hasta tal
punto es
verdad esto, que cuantos han intentado fabricar una maqueta
del
templo de Ezequiel han hallado dificultades sin cuento y
jamás han
podido lograrlo completamente.
Las objeciones más serias a esta interpretación son: 1) la
colocación
del templo en lo alto de una montaña: luego, estaría fuera
de
Jerusalén (40:2); 2) las fuentes del rio sagrado surgen de
un lugar
imposible, sí han de admitirse literalmente, y también es
imposible el
81
curso del río (47:1-12); 3) lo irreal de los límites de las
tribus,
inimaginables desde el punto de vista estrictamente
geográfico.
b) La interpretación literal futurista. Puede ser, además de
literal y
futurista, dispensacional. El mejor exponente de esta
escuela es la
Biblia de Scofield y demás obras de este autor. Dicha
interpretación
cuenta con un siglo de existencia, según hemos dicho en la
lección
anterior.
Remitimos a los comentarios de la citada Biblia,
especialmente al que
se hace sobre 38:2 (p. 846), en el sentido de que los
capítulos 40-48
describen la situación de Israel en la tierra durante el
Reino milenial.
c) La interpretación simbólica cristiana. Fue durante siglos
la
tradicional de la Iglesia- En la actualidad es adoptada por
quienes
prestan gran atención al elemento apocalíptico como estilo y
guía
para la lectura y comprensión de esta clase de libros.
En esta interpretación —como en cualquier otra— pueden
extremarse
los puntos o se puede guardar un cierto equilibrio. La
postura básica
aquí es que cuanto se dice en los capítulos 40-48 se ha
venido
cumpliendo a lo largo de la historia de la Iglesia, y
hallará su
cumplimiento final en el último día. El apóstol Juan empleó la
imaginería de Ezequiel para describir la nueva Jerusalén del
Apocalipsis.
Una interpretación extrema sería suponer que Ezequiel tenía
conciencia de estar hablando a un nuevo pueblo de Dios,
compuesto
de judíos y gentiles: la Iglesia. Una interpretación moderada
es que
Ezequiel ve la futura gloria del «pueblo creyente», sin más
especificaciones, y que, siendo judío y sacerdote, tenia que
verla a
base del simbolismo descriptivo, numérico y futurista propio
de un
hebreo, y de un hebreo de su tiempo.
Esta escuela tiene serias objeciones contra la
interpretación literal
futurista (dispensaciónalista):
1.a
No hay ya un lugar
preferido donde adorar a Dios, ¿Representará
el milenio un retroceso espiritual al constituir y
considerar una ciudad
mejor que otras?
2.a
¿Cómo es posible
retroceder desde el «sacerdocio universal» al
sacerdote levitico otra vez?
3.ª ¿Cómo se explica la reanudación de sacrificios y
ofrendas por el
pecado (43:19-25; 45:17, 18-25) después del sacrificio único
de
Cristo? ¿Se trata de sacrificios memoriales? Tal tesis no
tiene apoyo
en el texto mismo; la expresión «sacrificio memorial» es tan
incomprensible —aunque por otras razones— como la que da ta
Iglesia de Roma en su explicación sacrificial de la misa:
«sacrificio
82
incruento». Por otra parte, si ahora es suficiente el pan y
el vino,
retrocedamos al volver a sacrificios de animales.
4.ª El río de Ezequiel 47:1-12 debe entenderse
simbólicamente y
como «sagrado» (cf. 40:2).
La única alternativa que se ofrece es la siguiente
interpretación:
El conjunto de 40 - 48 es simbólico, y expresa una gran,
realidad
espiritual; un pueblo redimido, en medio del cual mora
Jehová (43:2-
5; 48:35), no puede estar organizado al azar.
Aun en los menores detalles de la vida comunitaria el pueblo
de Dios
debe hacer !a voluntad divina. Como es natural, Ezequiel
está
pensando en términos de un templo literal restaurado, una
ley
perfectamente observada, y unos sacrificios en pleno
funcionamiento
ritual. Pero en la visión del profeta el tipo o figura se
diluye en el
cumplimiento, la sombra desaparece ante la realidad, lo
terreno
acaba en lo celestial. Tanto el presente como el «milenio»,
el Israel de
Dios como la Iglesia de Dios, la Jerusalén terrena como la
celestial, la
ley escrita en tablas de piedra como la escrita en los
corazones de los
hombres, todo, absolutamente todo, se mezcla en una
combinación
única de literalismo y simbolismo. El futuro no verá jamás
el
cumplimiento literal físico de cuanto aquí se describe
—afirman
Ellison y Young, entre otros—; pero, sin embargo, el
presente es
testigo ya, parcialmente, del cumplimiento espiritual de
esta profecía,
que verá su total y gloriosa realización en el futuro.
John B. Taylor, en un reciente comentario, resume así,
adoptando la
interpretación simbólico-apocalíptica, la enseñanza de estos
capítulos:
1) La perfección del plan de Dios para su pueblo restaurado,
simbólicamente expresada en la impecable simetría del
templo.
2) La centralidad de la adoración, dirigida únicamente a
Dios y
expresada como de suma importancia en los escrupulosos
detalles
del ritual.
3) La presencia continua del Señor en medio de su pueblo.
4) Las bendiciones que fluirán de la presencia de Dios y
regarán las
arideces espirituales (el río de la vida).
5) El orden y disciplina en la ejecución de los diversos
ministerios, lo
que responsabiliza a todo el pueblo de Dios y le llama al
orden y al
buen gobierno; todo ello ejemplarizado en los servicios del
templo y
en el reparto de la tierra (este tema fue recogido también
por Juan en
Apocalipsis 7:4-8).
83
Hay mucho más, desde luego, en estos capítulos. Aquí se
señalan
solamente algunas enseñanzas.
El ministerio de estos capítulos al pueblo deportado fue
para
consolarles y abrirles los ojos al futuro de gloria que
esperaba al
pueblo de Dios. Como después dirá Hageo, lo que aguarda en
el
futuro templo es mucho más glorioso que todo el pasado de
Israel.
Como ultima observación, téngase en cuenta que la
interpretación
simbólico-cristiana no descarta al pueblo de Israel, sino
que lo incluye
(es decir, al Israel convertido y hecho pueblo de Dios), a
diferencia de
la interpretación dispensación al, que incluye a Israel,
pero a
expensas de excluir de este cuadro a la Iglesia.
Hemos de repetir lo dicho en otras lecciones: el estudiante
procurará
enfocar con espíritu de oración y humildad estos problemas
de
interpretación y tratará de sacar sus propias conclusiones
con
imparcialidad y objetividad, sin prisas ni ofuscaciones.
84
LECCIÓN 16.ª EL REINO DE DIOS EN LOS EVANGELIOS
1. El Reino de Dios y Juan el Bautista
Antes que Cristo mismo, Juan el Bautista predicaba:
«Arrepentios,
porque el reino de los cielos se ha acercado» (Mat. 3:2).
Jesús, luego,
se hace cargo de este mensaje (Mat. 4:17). La expresión
«Reino de
los cielos» en el judaismo contemporáneo de Juan y de
Jesucristo
recogía la expectativa de un futuro en el que, mediante la
intervención decisiva de Dios, Israel sería liberado de sus
enemigos y
restaurado al lugar de prominencia entre las naciones. La
venida del
Reino es la gran esperanza del futuro que vendrá con la
persona
misma del Mesías.
Evangelio y Reino no aparecen como cosas distintas en los
relatos
sinópticos de los tres primeros Evangelios, más bien todo lo
contrario:
forman parte de un solo y mismo anuncio:
«Jesús vino a Galilea predicando el Evangelio del Reino Se
Dios
diciendo: El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios se ha
acercado;
arrepentios y creed en el Evangelio» (Mar. 1:14, 15). V.
Apéndice 1.°.
En tiempos de Cristo la esperanza escatológica habla tomado
diversas formas en el judaismo rabiníco. En unos prevalecía
la idea
nacional, entre otros el elemento cósmico o apocaliptico.
Esta esperanza, desde luego, se remonta a los profetas del
Antiguo
Testamento y se alimenta tanto de la restauración del trono
de David
como de la venida del Mesías para restaurar el estado de
cosas del
mundo caído. La soberanía real de Dios, compartida por su
MesíasRey, es uno de los conceptos clave de la fe y la esperanza del Antiguo
Testamento. Hay elementos prominentes en esta fe y en esta
esperanza; basta comprobar el desarrollo de las profecías
mesiánicas
desde los más antiguos videntes hasta llegar a Isaías, a
Jeremías o a
la aparición del Hijo del Hombre en el libro de Daniel.
Cuando Juan el Bautista —y luego Jesús mismo— proclaman que
el
Reino está cercano, dicha proclamación fue entendida como
algo
verdaderamente «revolucionario» y lleno de significado
universal; era
85
la proclamación de algo sorprendente, importante y decisivo
para la
historia del mundo. Hasta entonces los judíos —y con ellos
muchos
«prosélitos» gentiles— habían estado esperando aquel momento
crucial de la historia, la gran restauración de todas las
cosas (Lúe.
1:68-79: 2:25-28). Fuere cual fuere la manera como unos y
otros
concebían ese momento crucial, el ' hecho es que Juan,
primero, y
Jesús después, les anuncian; a las gentes que ya ha llegado,
que ya
está aquí. Es, pues, muy importante al estudiar el Nuevo
Testamento
(y particularmente la predicación que en el mismo
encontramos) que
tengamos en cuenta este elemento de la venida del Reino
condicionante.
Asi, en la predicación del Bautista el juicio divino
adquiere un relieve
especial, ya que se da por supuesto que se trata de una
realidad muy
cercana. El hacha ya ha sido puesta en la raíz de los
árboles. La
venida de Dios, como Rey es, sobre todo, una venida para
purificar,
para juzgar y de la que nadie podrá evadirse. Tampoco
servirán
entonces los privilegios, ni siquiera el pertenecer a la
raza de
Abraham. AI mismo tiempo, Juan predica de Aquel que viene
detrás
de él y del cual se declara Precursor. En vista de la venida
del Señor,
el pueblo hará bien si se arrepíente y se somete al bautismo
del
arrepentimiento para perdón de pecados. Con ello evitará la
ira que
está próxima a venir, al propio tiempo que participa de la
salvación
que el Reino trae en la persona del Rey y del bautismo del
Espíritu
que por él será posible (Mat. 3:1-12).
2. El Reino en la enseñanza de Jesús
A) El aspecto presente del Reino.
La proclamación de Jesús sigue a la de Juan el Bautista pero
añade a
ella una mayor profundización y extensión.
Después de haber esperado durante mucho tiempo, y aunque
había
dado testimonio de él, el Bautista vaciló y tuvo sus dudas
de si
realmente Jesús era Aquel que todos esperaban (Mat. 11:2 y
ss.). A
partir, pues, de este momento se observan dos aspectos en
los que la
proclamación de Jesús difiere de la del Bautista.
Mientras que Juan ponia el énfasis en el juicio y en el
llamamiento al
arrepentimiento, Jesús (sin restar nada a estos dos
aspectos) añadia y
colocaba como lo más significativo el hecho de la salvación
que él
traerá consigo.
En segundo lugar, Jesús anunciaba el Reino no meramente como
una
realidad cercana que iba a aparecer en un futuro inmediato,
sino
como una realidad presente manifestada en su propia Persona
y
ministerio. Entre los textos en que Jesús habla del Reino
como una
realidad presente podemos enumerar los siguientes: Mateo
6:9, 10;
86
12:28 y sus paralelos Marcos 1:14; Lucas 11:20; y hemos de
subrayar
que toda la predicación y ministerio de Jesús se caracterizan
por la
importancia dominante que adquiere la idea del Reino
presente en él
y por medio de él. En Cristo, el grande y anhelado futuro se
ha
convertido ya en «tiempo presente».
¿Cómo se manifiesta este aspecto presente del Reino? En
muchas y
varias maneras: De manera palpable y visible, al arrojar a
los
demonios (Lúe. 11:20) y, de modo general, en todos los
milagros que
hace Jesús. Al curar a los poseídos, es obvio que Jesús
invade la casa
«del fuerte» y es capaz de dominarle (Mat. 12:29), porque el
Reino de
los cielos ha invadido el dominio del maligno. El poder de
Satán es asi
quebrantado. Jesús lo ve como un rayo que cae del cíelo.
Como
resultado de todo ello, no hay nada imposible para los que
salen al
mundo investidos con el poder de Jesús para ser testigos de
su Reino
(Lúc. 10:18 y ss.). Toda la actividad milagrosa de Cristo es
prueba
contundente de que el Reino ha llegado. Lo que los profetas
y
hombres piadosos desearon ver y no vieron (el inicio de la
gran
eclosión de Dios mismo para salvar y conquistar), ios
discípulos de
Jesús pueden verlo y oírlo (Mat. 13:16: Lúc. 10:23). Cuando
el
Bautista envia a sus discípulos a preguntar al Señor si El
es
verdaderamente el que habia de venir o si tenían que esperar
a otro,
Jesús no contesta la pregunta directamente, sino que les
remite a
Juan, para que le enumeren los milagros que por doquier está
ejecutando y en los cuales (de acuerdo con ¡os profetas) el
Reino de
Dios ya se estaba manifestando: ciegos que veían, cojos que
andaban, sordos que oían, leprosos que eran sanados, muertos
que
eran resucitados y pobres a los que les era anunciado el
Evangelio
(Mat. 11:2 y ss.; Lúc. 7:18 y ss.). En la última de estas
manifestaciones (el anuncio del Evangelio a los pobres) se
hace
igualmente evidente la inauguración del Reino prometido por
tos
profetas.
En efecto, la salvación se anuncia y se ofrece como un don
que se
halla al alcance de todos: de los pobres de espíritu, de los
hambrientos de paz y de justicia, etc., y esta salvación les
promete
que el Reino es de ellos. Asimismo se les concede el perdón
de los
pecados, y ello no simplemente como una realidad del futuro
cuando
estén en el cielo, ni siquiera como una posibilidad
presente, sino
como una certidumbre para ahora y aquí, como una
dispensación
ofrecida a toda la tierra en Jesucristo, ahora, porque el
Hijo de Dios
tiene poder para perdonar los pecados (Mar. 2:1-12).
Como se deduce del último pasaje citado, todo lo que está
ocurriendo
se apoya en el hecho de que Jesús es el Cristo, el Hijo de
Dios. El
Reino ha venido en El y con El: Es es la autobasileia: la
autorrevelación del Reino, porque es al mismo tiempo la
autorrevelación del Mesías, el Hijo del Hombre, el Siervo de
Jehová.
87
Es imposible interpretar estos dichos de Jesús en sentido
futuro, como
algunos han intentado, haciendo aparecer al Mesías como un
Mesías
futuro; el Hijo del Hombre que en un próximo día lejano
vendrá sobre
las nubes. Por supuesto que queda un aspecto futuro en la
obra del
Redentor, pero no podemos olvidar el hecho de que en los
Evangelios
la mesianidad de Jesús aparece como algo presente aquí y
ahora. No
solamente es proclamado como tal en el bautismo y en el
monte de la
transfiguración —el amado y único del Padre (ututos
mesiánicos todos
ellos) — sino que es investido con todo el poder del
Espíritu Santo
(Mat. 3:16) y con la suprema y absoluta autoridad divina
(Mat. 21:27).
El evangelio se halla lleno de sus declaraciones y
pretensiones de
autoridad absoluta e indiscutible. El es el enviado del
Padre que viene
a cumplir todo lo que fue dicho por los profetas. En su
venida se
cumplen las Escrituras que los oyentes contemporáneos están
escuchando (Lúc. 4:21). El no vino para destruir, sino para
cumplir
(5:17 y ss.), para anunciar la venida del Reino (Mar. 1:38).
Para
salvar, buscándolos, a los perdidos (Lúc. 19:10), para
servir a los
demás y para dar su vida en rescate por muchos (Mar. 10:45).
El
secreto para pertenecer al Reino es de aquellos que le
pertenecen a
El (Mat. 7:23; 25:41).
La persona de Jesús como Mesías constituye el centro de todo
lo que
el Evangelio anuncia concerniente al Reino. El Reino se
concentra, y
se reduce, a Cristo mismo tanto en su aspecto presente como
futuro.
Apilcación para nosotros; El Reino vino ya en Cristo. Ha
venido, pues.
y lo que hoy vivimos es el momento que Cultrnann define
acertadamente como el »ya y todavía no» del Reino. Vivimos,
por lo
tanto, inmersos en la realidad del Reino que uino, está
viniendo y
vendrá para su consumación al final de los tiempos.
Nuestra oración, siguiendo el modelo que nos dejó Cristo,
debe ser:
«Venga tu Reino en los corazones de los hombres; ayúdanos
para
extender este Reino tuyo y que así pueda cumplirse tu
voluntad.
Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo...» ¡Esto
es «buena
nueva»!
B) El aspecto futuro del Reino.
Queda un cumplimiento final del Reino. Cierto que el Reino
se
manifiesta aquí y ahora por medio de la predicación y la
vivencia del
Evangelio, pero al mismo tiempo resulta evidente que el
Reino se
proyecta sobre el mundo solamente de manera provisional. De
ahi
que la proclamación de la actividad presente en palabras
tales como
las que hallamos en Mateo 11:6 y Lucas 7:23, sobre los 1.
ciegos que
recobran la vista, los muertos que resucitan y los pobres a
los que es
anunciado el Evangelio, vayan seguidas de la advertencia:
«Bendito
los que no se escandalicen en mi.» ¿En qué consiste este
escándalo?
En el carácter oculto del Reino en nuestra época de espera
hasta que
llegue su culminación. Los milagros son todavía para
nosotros
«señales» de otro orden de cosas muy distinto a la realidad
presente,
incluso comparada con la realidad del pueblo creyente.
Todavía no ha
88
llegado el tiempo en que los demonios sean arrojados
definitivamente
a las tinieblas eternas (Mat. 8:29). Et Evangelio del Reino
es todavía
una simiente que se siembra. En la parábola del sembrador,
la semilla
crece en secreto al mismo tiempo que la cizaña en medio del
trigo. El
grano de mostaza y la levadura quieren igualmente ilustrar
este
aspecto escondido del Reino, al propio tiempo que su
realidad
presente entre nosotros hoy: pero ésta es una realidad
provisional
que aguarda una más total y completa manifestación futura.
En un sentido —sólo en un sentido, pues las realidades que
trae
Cristo por Su Evangelio y el Espíritu Santo que nos es dado
son
bendiciones trascendentales— nos encontramos, como el pueblo
de
Israel, viviendo dentro de la realidad del Reino, pero
esperando su
manifestación plena. Ahora bien, en comparación con los
creyentes
del Antiguo Testamento, nosotros vivimos ya en la
manifestación
plena, pero sólo dentro de su fase inicial. Nosotros no
esperamos algo
totalmente nuevo sino en lo exterior, pues interiormente las
facilidades del Reino son ya una bendita realidad en nuestro
corazón.
C) La triple dimensión del Reino.
Con el objeto de ilustrar a sus discípulos. Jesucristo
explicó las varias
parábolas del Reino en las cuales es dable encontrar esta
realidad
misteriosa, oculta, del Reino. Es el mismo Hijo de Dios —y
esto hace
de la presente dispensación algo nuevo en relación con el
Antiguo
Testamento— investido de todo el poder del Padre, el que
siembra la
Palabra de Dios y envia su Espíritu Santo a los corazones. Y
será el
mismo Hijo de Dios —Hijo del Hombre al mismo tiempo— el que
vendrá en su segunda venida sobre las nubes del cielo.
Lo oculto del Reino se manifiesta todavía en otros aspectos.
Por
ejemplo, el Reino es de un Rey que viene en forma de
esclavo; los
pájaros tienen nidos. El no tiene donde reclinar su cabeza.
Par
obtener la soberanía en todo y sobre todo, debe antes darse
y darlo
todo. Luego recuperará con creces lo que es suyo por derecho
divino
y por derecho de conquista. Pero antes deberá dar su vida en
rescate,
porque es el Siervo de Jehová de Isaías 53.
¡El Reino! ¿Dónde está el Reino? Ha venido, está viniendo,
vendrá.
3. Pero ¿cómo vendrá el Reino?
El Reino viene por medio de la cruz.
Antes de que la autoridad del Hijo del Hombre sea ejercida
sin
cortapisas sobre todos los reinos del mundo (Mat. 4:8;
28:18), debe
andar el camino de la obediencia al Padre para cumplir toda
justicia
(Mat. 3:15), lo que equivale a decir: toda humillación. La
manifestación del Reino tiene su propia historia dentro de
la historia
de este mundo. El Reino debe ser proclamado a toda criatura:
y esta
proclamación es su historia. Como la maravillosa simiente
debe ser
89
sembrada la semilla de la Palabra (Mar. 4:27), pero nadie
sabe como
crecerá. El evangelista Juan nos dirá que el «viento —el
Espíritu—
sopla como quiere». Es la misma enseñanza: el Reino es
misterioso,
oculto, humilde y silencioso. Pero es eficaz. Se trata de
una fuerza
interior que se abre camino en medio de todos los obstáculos
y los
vence a todos. Estos obstáculos le salen al paso porque el
campo
donde se hace la siembra es el mundo (Mat. 13:38 y ss.). El
Evangelio
del Reino deberá ser oído en todas partes (Mat. 28:19). El
Rey del
Reino es también el Señor del Espíritu. Su resurrección
inaugura un
nuevo tiempo, una época en que la proclamación del Reino y
el Rey
abarcarán la totalidad del orbe, se extenderá hasta los
confines de la
tierra. Es el sueño de los profetas convertido en realidad.
La decisión ha sido ya hecha por el Señor tocante a estas
realidades
del Reino: su cumplimiento aguarda por algún tiempo.
Las fronteras de este Reino no son paralelas a las fronteras
de Israel,
ni siquiera son paralelas las etapas de sus historias
respectivas. El
Reino abraza todas las naciones y llena todas las épocas
hasta el final
del mundo,
LECCIÓN 17.a LA IGLESIA Y EL REINO
1. Reino e Iglesia
La historia del Reino está relacionada con la historia de la
Iglesia. Y
también con la historia del mundo.
Existe una relación estrecha entre el Reino y la Iglesia,
pero ambos no
son idénticos, ni siquiera en la época presente.
El Reino abarca la totalidad de la acción e influencia de Cristo
en el
mundo; la Iglesia es la asamblea o congregación de los que
creen en
Jesucristo, le pertenecen y le siguen.
90
Podríamos explicar la conexión entre Reino e Iglesia
mediante dos
círculos concéntricos, de los que la Iglesia es el menor y
el Reino es el
mayor. Cristo es el centro de ambos. La relación entre ambos
quedará más clara examinando sus respectivas esferas.
2. La Iglesia
La Iglesia es la congregación de todos los que han aceptado
por fe el
Evangelio del Reino, los cuales participan de la salvación
que el Reino
brinda: la salvación mesiánica del Rey, que comporta el
perdón de los
pecados; la adopción por parte de Dios como hijos en su
familia; la
morada del Espíritu en los corazones, y la posesión de la
vida eterna.
En la Iglesia, el Reino halla visible expresión; los
miembros de la
Iglesia son la luz del mundo, la sal de la tierra, los que
han tomado
sobre sí el yugo del Reino, viven conforme a las normas del
Rey y
aprenden constantemente de él (Mat. 11:28-30). La Iglesia,
como
órgano del Reino, es llamada a confesar a Jesucristo por
medio de la
tarea misionera, la predicación y el testimonio ordinario.
La Iglesia es asimismo la comunidad de los que esperan la
venida de!
Señor, pero que, mientras esperan, saben que han de
«negociar» con
unos talentos recibidos con miras a ser utilizados de
inmediato y, al
mismo tiempo, con vistas al futuro. La Iglesia recibe del
Remo su
propia constitución; en todos los sentidos es orientada y „
dirigida por
la revelación del Reino, el progreso del Reino 6 y la
esperanza de la
venida del Reino en gloria. Pero en ningún tiempo puede la
Iglesia
identificarse en su totalidad con el Reino.
3. El Reino
El Reino no se limita, pues, a las fronteras de la Iglesia.
El señorío de
Cristo es supremo sobre todo y sobre todos. Allí donde
prevalece y es
reconocido, no sólo encuentran libertad los individuos, sino
que se
transforma todo el talante de la existencia; desaparece el
maleficio
satánico y e! temor a unas fuerzas hostiles. El cambio que
el
Cristianismo comporta entre los pueblos dominados por el
panteísmo,
el animismo, el naturismo, etc., es prueba elocuente de lo
que el
poder del Reino tiene de extensión | e intensidad. No sólo
opera en
las estructuras exteriores, sino que trabaja desde el
interior de los
elementos y, con su poder transformador, se abre paso por
entre las
diversas culturas de la humanidad. Lo trágico de nuestra
época
estriba en no comprender esta tremenda influencia del
Evangelio del
Reino y del Reino del Evangelio, mientras la gente va en
busca de
cisternas rotas. No tienen ojos para ver todo lo que el
Cristianismo ha
hecho en la vida y en la historia de aquellos pueblos que se
han
dejado; influir por él.
91
4. El «Ya» y «Todavía no»
Fue un error de la Iglesia oficial, ya desde Agustín, en B
toda la Edad
Media y buena parte de la Moderna, el concepto de «civitas
Dei», en
que la idea de Iglesia se identificaba enteramente con la de
Reino,
hasta el punto de que el poder espiritual permeaba y
dominaba todos
los aspectos visibles de la vida social, política y
económica. Tal
identificación resultaba peligrosa, por confundir los
conceptos de
Iglesia (bajo el señorío espiritual de Cristo) y Reino
(señorío total
sobre todas las esferas de la creación y sobre todas las
estructuras de
la sociedad). Así se explica la equivocada interpretación de
la
parábola del trigo y de la cizaña, y la antibíblica
simbiosis de lo
espiritual y lo temporal. Acertadamente señala H. Bürki que
«el
mundo nunca ha sido llamado cuerpo de Cristo, privilegio que
pertenece solamente a la Iglesia». (V. Ef. 1:23.)
«La Iglesia tiene su lugar propio en esta economía del Reino
de Dios
—afirma Ridderbos—, Lo que el Reino de Dios significa para
todo el
mundo debe ser visto en la Iglesia. Esta es la distinción y
la relación
entre la Iglesia y el mundo, entre el círculo más reducido y
las más
amplias esferas del Reino.» Comentando estas palabras añade
H.
Bürki: «La Iglesia no es el mundo, porque el Reino de Dios
ya está
presente en ella. Tampoco es el Reino, porque el Reino no ha
alcanzado todavía en ella su plenitud.»24
Incluso dentro del mismo pueblo creyente, el Reino no ha
alcanzado
todavía dicha plenitud.
Pero dondequiera que el Evangelio se proclama y van siendo
salvos
seres humanos, allí Cristo quiere y debe ser reconocido como
Señor
supremo sobre todo y sobre todos.
5. Desarrollo de la escatología del Reino
Ya dentro de la escatología judia, el concepto de Reino de
Dios se
desarrolló en la expectación de que había de llegar el dia
en que Dios
destruiría todos los poderes nocivos tanto en el cielo como
en la
tierra, otorgando un clima redimido a su pueblo redimido.
Jesús hizo
también de la proclamación del Reino el punto de arranque
(V. Mar.
1:15) y el tema central de su predicación, pero su
escatologia difería
radicalmente de la judía, como hace notar Bürki, «en que
Jesús
enseñó que el Reino había venido juntamente con El, que se
hallaba
cercano y que ya estaba empezando». Ridderbos distingue
entre una
dimensión intensiva y otra extensiva del Reino. El elemento
intensivo
tiene que ser visto en la salvación presente, es decir, en
el perdón y
la reconciliación del ser humano, que no es asunto del
futuro, sino
«una realidad escatológica del presente». El Hijo del Hombre
perdona
pecados en la tierra (Mar. 2:10; Lúc. 5:24). Doquiera en el
mundo
tenga lugar el perdón de los pecados, allí está el Reino de
Dios,
92
presente sobre esta tierra, y allí es implantada la voluntad
de Dios en
el corazón humano por el Espíritu Santo. Pero la dimensión
extensiva
del Reino ha de ser vista en su futuro advenimiento. Ahora
bien, la
venida del Reino no es algo sin relación con el presente,
sino que es
un futuro que ya en el presente avanza continuamente hacía
nosotros. Es la realidad de Dios que era, que es y que ha de
venir
(Apoc. 1:8), y su Reino tiene las mismas características.
»En la venida
y obra de Cristo —como señala Ridderbos— los poderes del
futuro
han entrado en el tiempo presente y están todavía entrando.»
Cristo
es el Señor, el Rey, la vida y el centro del Reino. La
obediencia
amorosa a Cristo es lo que llena a los cristianos de esta
bendita
seguridad de que los poderes de la edad futura están ya
irrumpiendo
en este mundo ded muerte y de pecado como torrentes de vida,
de
luz y de salvación. Las aguas vivificantes fluirán de este
modo de lo
más íntimo de cada cristiano y de cada manifestación visible
de la
Iglesia; esto es una señal presente del avance del Reino.
El Reino, pues, abarca la totalidad de la acción de Dios en
el mundo,
mientras que la Iglesia es la asamblea de los que ya son de
Cristo.
Vivimos en el «ínterin», entre las dos grandes épocas de la
manifestación del Reino. La resurrección de Cristo arroja
luz a ambos
lados, al pasado y al futuro- Es la prueba de to que ha
ocurrido ya, y
la garantía de lo que acontecerá en el porvenir. De ahí que
se
alternen los tiempos «presente» y «futuro» en el lenguaje
evangélico
del Reino, para asi expresar la presente situación
paradójica del «ya y
todavía no» del Reino.
Vivimos, en cuanto Iglesia, con los talentos que Dios nos ha
dado para
ser usados aquí y ahora; tenemos la responsabilidad de ser
luz y sal
del mundo, pero vivimos también cara al futuro, esperando la
manifestación plena del Señor y preguntándonos: « ¿Me
hallará fiel el
Señor cuando venga? ¿Se agradará de mi trabajo realizado con
sus
dones?
Como las vírgenes prudentes de la parábola del Señor, hemos
de
tener las lámparas encendidas, siempre a punto, para
iluminar con su
luz las realidades terrenas y también para salir al
encuentro de
Jesucristo. De ahí que la Iglesia (nosotros) anticipa el
Reino en el
mundo y su Evangelio es el Evangelio del Reino.
6. Hada el triunfo final del Reino
El último libro de la Biblia, que dibuja la realeza dé
Cristo en la
historia del mundo, y sus avances hasta llegar al final
culminante y
pleno, ilumina de modo especial la antitesis entre el Cristo
triunfante
(Apoc. 5:1 y ss.) y la derrota final de Satán y del
Anticristo, cuyos
poderes todavía ejercen dominio en la tierra para contender
en contra
del Señor y de su Iglesia.
93
Por más que el Reino invada la historia del mundo con sus
bendiciones y su liberación de toda suerte de tiranías; por
más que se
presente como un poder salvador de todas las alienaciones
—ateas,
humanistas, religiosas, etc.— y de todas las esclavitudes,
será
solamente al final, por medio de una crisis universal y
definitiva,
cuando el Reino de Dios establecerá unos nuevos cielos y una
nueva
tierra en donde morarán la justicia, la belleza, la
sabiduría y el amor.
Y todo ello será entonces notorio y manifiesto, porque el
Rey de reyes
habrá vencido definitivamente a todas las fuerzas enemigas y
habrá
inaugurado la fase final y perenne de su reinado de paz.
Recordemos que Dios es soberano sobre todo. El reino del mal
será
definitivamente aplastado y los reinos de este mundo pasarán
a ser
los reinos de nuestro Rey y Salvador.
El futuro, pues, es nuestro, si nosotros somos de Cristo, el
único que
tiene la clave del final de la historia y del triunfo
perenne del Reino
por toda la eternidad.25
Notas:
24. En El cristiano y el mundo (EEE. Barcelona. 1971), pp.
38 y ss.
25. La comprensión de las relaciones «Iglesia - Eeino»
resulta difícil
sin una adecuada inteligencia de la conexión entre lus
llamados
«orden de la creación» y «orden de la salvación». (Véase H.
Burla, o.
c., y también mi ensayo Goza de la vida, EEE. Barcelona,
1973.)
LECCIÓN 18.ª EL «AHORA» DEL REINO
94
1. Enseñanza de las parábolas acerca del Reino
Las parábolas nos revelan la naturaleza del Reino, el cual,
en su modo
de obrar y en su esencia, es un misterio. ¿En qué consiste
este
misterio? En el hecho de que el Reino de Dios viene como una
semilla, aparentemente una de las cosas más insignificantes
e
indefensas; puede ser arrebatada por las aves, pisoteada por
los
caminantes, destruida por las tormentas o por el ardiente
calor del
sol. Por otra parte, a menudo, apenas se diferencia de tas
otras
semillas. Este es el gran secreto del Reino en su forma
presente. Y
tras este misterio hallamos otro todavía más sorprendente,
si cabe:
Quien trae el Reino —Jesús— es asimismo el Sembrador con
apariencias de debilidad, dependencia y hasta impotencia: el
Hijo del
Hombre es el sufriente Siervo de Yahveh. ¡He ahi el gran
misterio del
Reino de Dios: la persona de su Rey!
Ahora bien, el poder y el dinamismo del Reino se hallan
totalmente en
la persona de Jesucristo.
La humilde y vejada (y aun vilipendiada) figura del
Sembrador lleva
escondida la secreta grandeza de la regia mesianidad de
Jesús. La
oculta grandeza de Jesucristo es el tema de los Evangelios,
y en esta
grandeza radica la real significación del Reino, pues
determina su
misma naturaleza.
2. El gran error de la teología liberal
El teólogo liberal del siglo pasado Adolf von Harnack afirmó
que el
Evangelio del Reino es el Evangelio del Padre no del Hijo.
Por
desgracia, ha tenido muchos repetidores. Pero ahí está —
como
señala Ridderbos— el gran error de la teología liberal: el
retrato que
hace de Jesús es incompleto y su concepto del Reino es
totalmente
inexacto. En efecto, el carácter y el propósito del Reino
vienen
determinados por la persona y la obra de Jesús. El es
«autobasileia»,
como escribió Orígenes. Y, así, en su existencia terrena se
produce
una curiosa tensión: Revelación y Misterio al mismo tiempo
(las
parábolas explican, pero también ocultan, los misterios del
Reino);
una tensión entre la grandeza escatológica y la humana
debilidad. Lo
primero pertenece a la «exusia» (facultad, dignidad,
autoridad) con
que Cristo habla en el Sermón del Monte, donde expone los
principios
del Reino y hace las más radicales demandas al hombre que
quiera
ser su discípulo, amor perfecto y completa entrega a Dios, y
también
cuando perdona los pecados y cuando hace milagros «señales»
—
según Juan— del gran tema de la salvación). Paradójicamente,
ruega,
al mismo tiempo, a quienes le rodean, que no vayan contando
las
cosas que han visto en lo que se refiere a tal grandeza. Su
mesianismo gusta de un cierto secreto, porque quiere hacer
su
entrada en los corazones sin la aparatosa espectacularidad
del
«triunfalismo». Esta paradoja de revelación y misterio, de
grandeza y
95
debilidad, se resume y centra en el mismo nombre favorito de
Jesús,
el «Hijo del Hombre», en cuanto que trata de expresar la
humanidad
del Salvador en medio de los humanos, como hombre entre los
hombres, a quienes viene a servir y salvar. Sin embargo, no
podemos
olvidar que el título «Hijo del Hombre», de acuerdo con la
profecía de
Daniel 7, es sustancialrnente una figura celestial, que
recibe todo
poder y autoridad de manos del Altísimo. Y es a través de El
como el
Padre ejecuta sus maravillosas obras. Más aún, como ha
demostrado
E. J. Young, este Hijo de Hombre es divino. Suprema paradoja
del Rey
del Reino de Dios.
3. La cruz en el misterio del Reino
Al proclamar el Reino, debemos recordar cuanto llevamos
aprendido.
Añadamos a ello que la cruz forma parte de la revelación del
Reino y,
por lo tanto, también de su proclamación.
Leemos en el Evangelio que el Hijo del Hombre tenía que ir a
Jerusalén; lo exigía la obra divina de la redención. En
ninguna otra
parte es tan profundo el misterio del Reino como en la cruz
del
Calvario. El Sembrador se convierte alli en la semilla. Pero
al propio
tiempo se abre asi un proceso escatológico. La dimensión del
Reino
se hace visible ya en las señales que rodean la muerte
expiatoria de
Cristo y que conmueven a la creación misma. Todo ello se
hace aún
más manifiesto en la resurrección, porque es entonces cuando
el Hijo
del Hombre entra en su futuro de gloria y recibe el poder
descrito en
Daniel 7. En Cristo, e! Reino borra y trasciende tos límites
de las
categorías terrestres. A partir de aquel momento, lo que fue
escuchado al oído deberá ser proclamado desde las terrazas
(Mat.
10:27).
4. La resurrección de Jesús como nueva perspectiva
La resurrección de Cristo marca los límites entre secreto y
revelación
del Reino, porque en ella coinciden los dos tiempos: el
presente y el
futuro. Tal es el concepto que del Reino tienen los
sinópticos. La
resurrección es presencia del poder del Reino entre
nosotros. Pablo lo
recordará y enfatizará al escribir a los efesíos (1:17-20).
Así el Reino
se hace presente en el ahora de nuestro tiempo. El
«éschaton» ha
llegado ya en Cristo; el futuro se ha hecho presente. El
mundo ha sido
abierto para dejar al Reino de Dios libre acceso: y ello ha
ocurrido en
este nuestro planeta, en nuestro universo concreto. El
«fuerte» ha
sido vencido en su propia casa («el príncipe de este
mundo»). No
obstante, la resurrección pertenece también al orden de las
futuras
realidades. El Salvador resucitado y ascendido a la diestra
del Padre
ya no pertenece a las categorías terrenas: es el Hermano
mayor —
según la terminología de Hebreos— que presenta a sus otros
hermanos ante el Padre como las primicias de la gran cosecha
del
futuro.
96
De ahí que quede todavía un tiempo, un «eschaton» por
cumplirse. La
fase final del Reino, los nuevos cielos y la nueva tierra,
son cosas que
todavía están por venir.
Antes debe ser sembrada la semilla. No sólo Israel, sino
todo el
mundo, tiene que vivir ahora bajo la responsabilidad de lo
que ha
visto y oído acerca de Cristo y de su Reino.
En los sinópticos, el significado presente y futuro del
Reino coinciden
en gran parte. Antes de la resurrección de Cristo las
perspectivas son
algún tanto imprecisas, de acuerdo cun la naturaleza misma
de la
profecía. Se hace mención de la venida del Hijo del Hombre y
del
Reino como si fueran eventos inmediatos; se hace referencia
a los
últimos tiempos dentro de un contexto judío, en el mismo
marco de la
tierra de Palestina. Como si todo convergiera hacia un solo
punto,
resurrección y «parusia» manifestación definitiva del Rey y
del Reino,
una vez por todas. No obstante, la resurrección abre una
nueva
perspectiva más de acuerdo con el sentido profundo de la
profecía
veterotestamentaria; esta perspectiva de la resurrección nos
enseña
a distinguir entre lo que ha acaecido y lo que va a suceder;
entre el
punto de partida de la manifestación del Reino en la tierra
y la
eclosión final del mismo al fin de las edades. El ahora
—esta
dispensación que comenzó con la venida de Cristo— es el
punto de
partida de la «generación» que vive inmersa en las
realidades del
Reino y espera el futuro de plenitud del mismo.
LECCIÓN 19.a EL REINO EN LA HISTORIA
1. El «león» actual
El Reino de Dios no significa el final de la Historia.
Tampoco
representa un abandono de las realidades presentes para
ocuparse
únicamente en las cosas últimas de la escatología. Ello
equivaldría a
una deserción de nuestro compromiso cristiano en el «aquí y
ahora»
en los que se inserta el acontecer del Reino.
En efecto, el Reino de Dios ha entrado en la historia y ha
irrumpido en
la creación. Dios es soberano en ambos aspectos: la creación
y la
historia. Tanto el espacio como el tiempo le pertenecen. Ya
hemos
señalado que la soberanía de Dios sobre la creación y sobre
el
devenir histórico constituye una de las manifestaciones del
gobierno
de Dios en el Universo, y en el Antiguo Testamento se
equipara esto
al Reino del Señor. Es una manera de ejercer su realeza.
Pero la creación fue sujeta a vanidad, y la historia es el
tiempo en que
se realiza la rebelión y el pecado del hombre. El hecho de
que Cristo
haya establecido el Reino e intervenga constantemente con el
fin de
darle una mayor manifestación y efectividad, debe significar
para la
97
Iglesia el tomar conciencia de sus deberes respecto a las esferas
de la
creación y a la marcha general del mundo y de la historia.
2. La expansión del Reino en medio de tos obstáculos
Las parábolas del sembrador y de la cizaña continúan siendo
de vital
importancia para el recto entendimiento del modo como el
Reino de
Dios ha irrumpido en el mundo.
Alli se nos advierte contra la tentación de querer arrancar
la cizaña
antes de tiempo para proteger al trigo. Solemne aviso contra
toda
clase de sectarismos y de falsos perfeccionismos
angelicales. Es,
además, una advertencia para cuantos construyen una teología
o un
sistema de vida cristiana que no toma en cuenta
suficientemente la
realidad del Reino. Dice Ridderbos:
«Habiendo entrado el Reino de Dios en el mundo, hemos de
confesar
que este mundo se ha!ia lleno del poder redentor de Dios.»
¿Cómo y
en qué sentido? Por una serie de factores nuevos que
precisamente el
Reino (o mejor dicho, el Rey) ha introducido entre nosotros:
la
continua acción del Espíritu Santo, la presencia de la
Iglesia, el
dinamismo de la Providencia, etc. La cruz de Cristo fue
plantada en
esta tierra nuestra, no en alguna otra parte; y Cristo fue
levantado
aquí y resucitó de una tumba terrena.
El poder del Reino se ha manifestado de modo efectivo en
nuestra
historia, y es este poder real y efectivo lo que constituye
la temática
de las parábolas del grano de mostaza y de la levadura. La
primera
tiene que ver con el poder expansivo del Reino; el grano es
muy
pequeño al principio, pero luego crece y se hace árbol
grande.26 Da
cobijo a los pájaros y las gentes buscan su sombra. El Reino
no se
mantiene alejado del mundo, sino que lo busca para redimirlo
o. al
menos, iluminarlo. Busca a todas las gentes hasta lo último
de la
tierra. Sin embargo, el Reino es también como la levadura,
que
penetra el todo y trata de condicionar el conjunto. Esto
tiene que ver
con su intensidad: penetra todos los campos de la vida, se
introduce
en todas las estructuras." Ahora bien, la historia de
esta penetración
tiene sus momentos altos y sus momentos bajos, y también
puede
comprobarse cómo en unas culturas ha penetrado más, y en
otras
apenas si ha llegado a dejar sentir su anuncio verbal. En
unas esferas
ha producido más impacto que en otras y, como siempre ocurre
cuando se proclama el Evangelio, unos le han dado mayor
acogida
que otros. Esto vale en el plano individual y en el
colectivo, en la vida
de los individuos y en la de los pueblos.
No es éste el lugar para hacer historia y aportar ejemplos
de todo lo
que ha hecho el Reino al dejar sentir su influencia. Digamos
solamente que la ciencia moderna —y su escuela: la
tecnología—
sería inconcebible sin la irrupción de la comunidad
cristiana en el
98
mundo, portadora del mensaje y de la presencia del Reino.
Digamos
asimismo que conceptos como democracia y libertad fueron
transformados desde su pobre origen griego hasta pasar al
que en la
actualidad les concedemos. Derechos del hombre, justicia
social,
emancipación de la mujer, etc., significan algo de lo mucho
que el
Reino ha venido haciendo posible durante los últimos veinte
siglos en
el plano secular. Como lo expresa J. H. Yoder: «Eso es lo
nuevo: la
presencia misma de esta comunidad (cristiana), que tiene las
características que señalé antes, una manera nueva de actuar
con el
dinero, el poder, las distinciones sociales. ¡La misma
presencia de
esta comunidad es el cambio! Una civilización que tiene en
su seno
una comunidad así, es una sociedad cambiada, aunque no lo
sienta o
no se dé cuenta de ello. Es la presencia de una alternativa.
Aun en los
contextos de otras ideologías se reconoce que el elemento
más
básico en el cambio social es la presencia de una nueva
conciencia, la
capacidad de pensar una nueva alternativa. La presencia del
pueblo
de Jesús dentro de la sociedad palestinense, y en seguida
dentro del
Imperio Romano, es en sí misma una nueva situación social, y
es la
contestación más profunda a largo plazo y más eficaz a la
preocupación por el cambio social rápido, básico; cambio con
caracterización social.»28
De ahí que el «escatologismo», es decir, la escatología
convertida en
un «ismo» obsesivo, sea tan antibiblico como el concepto
inmanente
del Reino, que lo convierte en una mera realidad presente,
tomando
prestadas las categorías de la filosofía de la inmanencii.
Dicho
«escatologismo» no aprecia el poder de la resurrección «aquí
y
ahora», ni tiene en cuenta la acción del Señor a la diestra
del Padre
por medio de su Palabra y de su Espíritu. Olvida el hecho de
que el
campo donde hay que echar la simiente es el mundo. Por esta
razón,
Cristo es la única esperanza del mundo; concretamente, de
este
mundo.
3. La tensión de la esperanza
Ahora bien, esta presencia del Reino en medio de nosotros
ahora, se
halla asimismo condicionada por el futuro. Más aún, la
presencia del
Reino se hace sentir con intensidad y eficacia sólo en la
misma
medida en que es impulsada y gobernada por la esperanza
futura.
Aquí es donde la fe cristiana (la teología bíblica también)
tiene que
librar una batalla a vida o muerte en contra de la
secularización, en
contra de la «humanización», en sentido de banalización, del
Reino de
Dios. Tanto la secularización radical, puesta de moda por
recientes
escuelas seudoteológicas,29 como el pretendido humanismo
liberal,
son antíbiblicos y anticristianos, ya que consideran a la
creación y a la
naturaleza como entidades independientes y, por tanto,
autosuficientes frente a Dios y su Reino. Sartre llega a
decir que «si
Dios existiera, habría que matarlo igualmente» en aras de la
libertad
99
del hombre. Hamilton, Altizer y otros «teólogos radicales»
escriben en
el mismo sentido.30 Según esta concepción, la ley de la
naturaleza, el
orden del mundo y del universo son algo cerrado e
inamovible, del
que el hombre mismo forma parte y está sujeto a él en su
existir
natural, siendo todo ello independiente de Dios y estando
fuera
totalmente de su control-Con esta concepción del Reino la
resurrección es una mera idea simbólica: la manera
mitológica de
expresar una realidad, no concreta ni encarnada, sino
abstracta y
espiritual. En estas escuelas de pensamiento el futuro del
Reino de
Cristo se ha volatilizado; en dichas esferas Cristo ya no es
por más
tiempo la esperanza del mundo futuro y el modelador del
«nuevo
hombre»: ya no es Aquel que renovará la creación y hará
suscitar de
la muerte la vida.
Esta secularización del concepto del Reino ha sido llevada a
cabo por
la teología liberal americana y por la interpretación
existencialista del
Evangelio a la manera de R. Bultrnann. El punto de vista
teocéntrico
ha desaparecido en ambas escuelas. Lo único que queda de la
trascendencia de Dios es lo suficiente para que el hombre
pueda
seguir siendo humano. El Reino es, pues, simplemente un
sinónimo
más para denominar la «libertad» que hace del hombre un
agente
libre como ser espiritual. Esta libertad, entiéndase bien,
habrá de
venir del «otro lado», de Dios, por medio de la
instrumentalidad del
mismo ser humano al confrontarse con la Palabra de Dios.
Esto es la
trascendencia; una trascendencia limitada a lo meramente
humano, a
lo que hace del hombre algo realmente humano y nada más,
pues es
una trascendencia interpretada a la manera de la filosofía
existencialista. Dios es Dios sólo en ¡a medida en que es
necesario
para que e) hombre se realice como tal. Es decir. Dios se ha
convertido en un instrumento del hombre; Dios existe sub
specie
homínis. Siendo esto asi, el hombre puede, cuando lo crea
conveniente, decretar la muerte de Dios. Tal es el Dios del
existencialísmo. Y tal es la humanización del concepto
bíblico del
Reino de Dios.
4. Concepto evangélico del Reino de Dios
En contraste con el concepto existencialista tenemos e!
concepto
impresionante, grandioso, que los Evangelios nos ofrecen del
Reino
de Dios. Dios es el Señor de toda la creación. Su Reino
viene en, y por
medio de, Jesucristo. Como Señor y Soberano, Cristo no se
halla
indefenso, ni impotente, dentro de este circuito cerrado en
que los
secularistas y los humanistas existencialistas pretenden
haber
explicado el mundo. ¿Queremos una prueba de! poder de Dios
en el
universo? Ahí está el hecho inconcluso: Cristo resucita de
entre los
muertos y es hecho primicias de los hombres salvados. Ahí
radica la
explicación de que Cristo sea la esperanza, la única
esperanza, del
mundo. El Reino que inauguró Jesús de Nazaret es el mismo
Reino
que ha de venir y que viene ya. Aquel hecho salvífico
«central» no fue
100
más que el anuncio, la primera prorclamación de lo que en el
definitivo «Día del Señor» hallará perfecto y cabal
cumplimiento.
La Iglesia vive, insistimos, en el «Ínterin»; entre las dos
grandes
épocas de la manifestación de su Salvador y Señor. La
resurrección
de Jesús arroja luz tanto al pasado como al futuro: es la
prueba de lo
que ha ocurrido ya, y la garantía de lo que acontecerá en el
futuro.
Aquí tenemos el sentido profundo de la alternancia que
encontramos,
en los Evangelios y en el resto del Nuevo Testamento, entre
los
tiempos «presente» y «futuro».
Notas:
26. A. Kuhn, F. Lacueva y otros opinan que dicha parábola
comporta
un fenómeno de «gigantismo» anormal, notorio en las iglesias
de
multitudes inconversas. En este caso. Las «aves del cielo»
son
«pájaros de cuenta.»
G. Vos, H. Ridderbos. J. Stott. G. E. Laad, W. Hendriksen y
G. Gander
entre otros, sostienen la interpretación aqui expuesta. En
cualquier
caso hay que tener en cuenta el contexto inmediato del
pasaje (¿qué
entendieron los discípulos?, ¿qué quiso decirles Jesús?) y
el más
amplio de la doctrina del Reino en sus lineas principales
(especialmente el «ya y todavía no» del Reino).
Tanto la parábola de la semilla de mostaza como la de la
levadura
presentan el contraste entre un pequeño comienzo y un gran
resultado final; y ello no en virtud de un triunfo
espectacular, externo
y violento, sino operando desde dentro como una corriente
subterránea.
Es como si Jesús nos dijera: «Vosotros sois la levadura del
mundo.»
Ambas parábolas se refieren a una misma causa mínima que
producirá importantes y grandes efectos.
«La levadura, en el lenguaje de Jesús, es sinónimo de
doctrina, de
mensaje, de vivencia espiritual; buena o mala- Su maldad o
su
bondad dependerá si se trata de la "levadura"
(doctrina) de los
fariseos (Mat. 16:6) o de la del Reino. En un sentido. Jesús
mismo
puede considerarse como la Levadura de toda la masa del
mundo —
puesto que el Reino viene con el Rey—; "la imagen de la
levadura —
ha escrito J. Schniewind— pudo resultar chocante a los
oyentes
acostúmbranos al lenguaje de la Pascua, en la cual la
levadura es la
imagen de algo desagradable y pecaminoso (cf. Mar. 8:15). La
imagen no busca sino sorprender a los oyentes.
Hay que pensar que la levadura fermenta; y el mensaje del
Reino es
un fermento por la acción del Evangelio". P. Bonnard
insiste en que la
noción de levadura en este texto no es peyorativa, sino, al
contrario,
laudatoria, puesto que se aplica al Maestro y a su Reino y,
por
extensión, a sus discípulos. Y es que la Pascua, la liturgia
y el ritual
judíos son una cosa, pero la vida de todos días es otra cosa
muy
distinta. Ahora bien. la acción del Evangelio no se
producirá mediante
el ritualismo, a la manera judia, sino en la vida cotidiana,
como algo
vivo y sabroso para los hombres, algo que penetrará y
transformará
101
la existencia de cada día. Restituye a la noción de levadura
su pleno
valor para la vida, en contraste con la levadura ¿e los
fariseos, y
reivindica así la acción del Reino en e] mundo. Tal es, en
nuestra
opinión, la levadura del Reino, ¡bien distinta de la de los
fariseos'»
(Georges Gander, L'Evangile de l'Egísse, Etudes
Evangéliques Labor et Fides, Aix-en-Provence y Généve, 1967,
pp.
145-147,) Véase la nota siguiente, n.° 27.
27. Hay también algunos expositores que entienden la
parábola de la
levadura en sentido peyorativo, como elemento corruptor
(véase F.
Lacueva, La Iglesia, Cuerpo de Cristo, CLIE, Tarrasa. 1974,
pp. 70-71.
y Etica cristiana, CLIE, Tarrasa, 1975. pp. 218-219).
Véase lo que ya se ha dicho en la nota n.° 26.
George Eldon Ladd escribe: «El pan sin levadura fue
preparado en
tiempo de Éxodo, no porque la levadura significara algo
malo, sino
más bien como símbolo de prisa, de apresuramiento (Ex.
12:11. 39;
Deut. 16:3; cf. Gen. 18:6; 19:3); por otra parte, los panes
con
levadura eran ofrecidos en la Fiesta de las Semanas (Lev.
23:17)
como "primicias para Yahveh" y como símbolos del
sustento ordinario
del común de las gentes» (G. E. Ladd. A Theology of the New
Teslament,
Grand Rapids, 1974. pp. 98-99). En nota al pie de página,
G. E. Ladd aporta varios testimonios para probar que ni
siquiera entre
los rabinos la levadura significaba siempre algo pecaminoso;
su
sentido peyorativo o positivo dependía de varios factores,
pero no iba
implícito en el mismo significado de la palabra, aunque a
nivel
popular, y debido a la Pascua, pudiera toner más bien la
connotación
negativa.
Creo que tanto el contexto inmediato del pasaje como toda la
enseñanza del Reino en el Nuevo Testamento apoyan la
interpretación que ve en las dos parábolas (el grano de
mostaza y la
levadura) la intención de asegurar a los discípulos que
aunque ahora
el Reino sólo encuentra oposición, y éxitos parciales, o
intermitentes,
sin embargo obtendrá también victorias esporádicas y.
finalmente,
triunfará abarcándolo todo dentro de su esfera en la segunda
venida.
AI principio el Reino será insignificante y solamente un
puñado de
discípulos serán sus súbditos fieles, hombres vulgares sin
influencias
mundanas; pero esto no debe desanimar a los seguidores del
Rey
porque al final, en la consumación de los planes de Dios el
Reino será
un gran árbol, o la levadura que leuda toda la masa. La
forma futura
del Reino no tiene que medirse por su insignificancia
inicial. El énfasis
más bien radica en su presencia discreta, prudente e
inesperada. La
levadura que cabe en tres medidas de harina es casi
imperceptible,
pero finalmente se verán los resultados de su acción cuando
todo. y
todos, quedarán afectados por el Reino.
Como escriben A. Edersheim y H. Ridderbos la parábola del
grano de
mostaza trata de explicar la acción extensiva del Reino y la
de la
levadura intensiva.
28. En «Revolución y ética evangélica», articulo publicado
en la
revista Certeza, n.º 44, 1971, pp. 104 y ss.
29. Existe una comprensión de lo secular que es cristiana y
se apoya
en a Biblia, en los órdenes de la creación de Dios.
102
30. Véanse J. M. Martínez y J. Grau. Iglesia, sociedad y
ética cristiana,
2.a Parte
LECCIÓN 20.a
EL REINO SEGÚN LAS
DIVERSAS ESCUELAS
1. El Reino de la teología católico-romana
Tras referirnos al secidarismo, a la teología radical y al
existencialismo, nos resta considerar otros sistemas donde
el
concepto del Reino de los cielos (o Reino de Dios) ha
sufrido varias y
dispares influencias. La historia de este concepto, ya
desviado del
Evangelio, va en un principio ligada a la historia de la
teología de
Roma.
En la teología católico-romana una característica
sobresaliente es la
identificación de la Iglesia con el Reino. Fue Agustín de
Hipona el
103
principal promotor de dicha identificación. Por medio de la
jerarquía
eclesiástica Cristo es temporalmente actualizado y se hace
presente,
a lo largo de la Historia de la Iglesia, como Rey del Reino
de Dios. La
Jerarquía eclesiástica es la manifiesta representación
vicaria y visible
de la presencia de Cristo Rey en el mundo, y tiene la
exclusiva en la
administración autorizada de la Palabra y, especialmente, de
los
sacramentos que confieren la gracia salvífica (regeneración
espiritual,
carácter que marca indeleblemente a los miembros de la
Iglesia,
gracia infusa, perdón de los pecados, etc.). La mediación de
la
Jerarquía en la salvación (la pertenencia al Reino) se hace
esencialmente necesaria. El territorio del Reino abarca los
mismos
límites que las fronteras de la Iglesia.
Donde se halla el poder y la autoridad de la Iglesia
jerárquica y
sentimental, allí, y sólo allí, existe el Reino.
2. La Reforma
En su resistencia a la jerarquía romana los reformadores
enfatizaron
el aspecto espiritual e individual del Reino y citaron
muchas veces
Lucas 17; 20 y ss. El Reino de los cielos — afirmaron— es
una
soberanía espiritual que Cristo ejerce medíante la
predicación de su
Palabra y la operación de su Espíritu.
Si bien, al comienzo, la Reforma no perdió de vista las
grandes
dimensiones del Reino y sus conexiones con la extensión del
Evangelio, pronto olvidó el carácter dinámico del mismo. Es
de
señalar la gran aportación de Calvino con su énfasis en la
soberanía
de Dios, lo que condujo a una teología teocéntrica que
forzosamente
prestó atención a la idea del Reino de Dios. No obstante,
los
reformadores no fueron típicos teólogos de la teología del
Reino. Su
punto de vista era teocéntrico, pero excesivamente estático
(casi
exclusivamente centra en la Soteriología). Los aspectos
históricos y
escatológicos de la Revelación bíblica no fueron
suficientemente
estudiados.31
3. Posteriores desviaciones
Mientras en el catolicismo el Reino de Dios quedaba oculto
tras las
impresionantes fachadas de las grandes catedrales, en las
iglesias de
la Reforma se debilitó su; fuerza por culpa de los
prejuicios de la
llamada «Ilustración» y, luego, por la reacción píetista,
que se fue al
otro extremo. En ambos casos, aunque en tan diferentes
ambientes,
el Reino de Dios fue concebido únicamente en un sentido
individualista (la soberanía de la gracia en los corazones
de los
individuos creyentes). Nada de proyección comunitaria,
cultural o
104
social. Sólo las iglesias estrictamente reformadas —sobre
todo en
Holanda— conservaron la idea del Reino dentro de
perspectivas más
bíblicas. En la teología liberal posterior el concepto
iniciado durante la
«Ilustración» evolucionó hacia una postura meramente
moralista,
especialmente bajo la influencia de Kant: el Reino de Dios es
el reino
de la paz, el amor y la justicia; nada más.
En los círculos pietistas, por otra parte, se mantuvo
durante mucho
tiempo una sana actitud de «expectación» en relación con el
Rey y el
Reino que vienen. Pero desgraciadamente casi todo el énfasis
se
hacía en el futuro, y nada, o muy poco, se decía del
presente; hasta el
punto de que no se veía ningún sentido positivo en el
mensaje del
Reino para la vida de aquí y ahora.
El Reino quedó diluido en mera escatologia y, lo que es
peor, en
«escatologísmo», con el correr del tiempo.
Surgen también en las esferas liberales conceptos dualistas,
entre los
que cabe destacar el concepto social del Reino, cuyo énfasis
—en
oposición al pietismo— se coloca solamente en el aspecto
visible y
comunitario. Estas ideas adquieren un cierto radicalismo
social en
algunos escritores, por ejemplo en el «cristianismo basado
en el
Sermón de la Montaña» de Tolstoi, y en otros (para quienes
el
mensaje de la cruz es una invención de Pablo), o en la
interpretación
«religioso-social» de Kutter y Ragaz en Suiza. También se
echa de ver
dicha influencia en la creencia optimista acerca de la
evolución
indefinida del progreso, y en el «Evangelio social»
americano. La
venida del Reino, según todas estas corrientes, estriba en
el avance
social y el desarrollo económico. Su sentido es totalmente
horizontal,
sin que sea necesaria ninguna verticalidad que comunique al
hombre
con el cielo.
4. La vuelta al concepto evangélico del Reino
En contraste con la espiritualización, moralización, individualización
y
evolución progresiva de las antedichas escuelas de
interpretación, el
Nuevo Testamento ha sido estudiado también por eruditos
fieles en
todo a la Palabra de Dios, adheridos únicamente a la verdad
bíblica.
Se da incluso el caso de investigadores honestos que, por
encima de
sus opiniones particulares, se interesaron por lo que el
Nuevo
Testamento dice exactamente, y no por lo que ciertas
escuelas
quieren hacerle decir. Estos eruditos han afirmado y
mantenido
reiteradamente el contenido esencial de la predicación
primitiva del
Reino de Dios y su significado: un significado controlado
por la
historia de la salvación, de la que forma parte, y de la
escatología.
Entre estos eruditos hemos de mencionar a Osear Cull-mann y
a
Joaquim Jeremías. El radicalismo escatológico que hallamos
en Albert
Schweitzer y en J. Weiss, entre otros, para quienes Jesús
habría sido
105
meramente un iluminado que creía en el inminente fin del
mundo,
pero a quien fallaron los cálculos, halla cumplida respuesta
en las
obras de Cullmann y de Jeremías. En el campo estrictamente
conservador destaca la labor de eruditos como Stonehouse,
Vos,
Ladd, Rídderbos, etc. Todos estos investigadores señalan el
significado presente del Reino, dentro de la perspectiva de
la historia
de la salvación: la perspectiva del progreso de la actividad
dinámica
de Dios en la Historia, que tiene su meta en la consumación
final de
todas las cosas.
Cualquier estudio sobre el tema del Reino de Dios sería
incompleto si
no se prestara atención especial a los mensajes de los
profetas del
Antiguo Testamento. Por eso, hemos anticipado en anteriores
lecciones el análisis de los grandes textos profetices de la
revelación
veterotestamentaria, particularmente de Daniel y Ezequiel.
Hoy dia se da un consenso general entre los eruditos
evangélicos en
torno a la doctrina bíblica del Reino. Esto se puso de
manifiesto en la
«Conferencia Europea de Teólogos Evangélicos» celebrada en
Heverlee (Bélgica) la primera semana de! septiembre de 1976,
sobre
la temática El Reino rie Dios y el hombre moderno,
desarrollada por
John Sttot (Inglaterra), Klaus Bockmül (Suiza), Klaas Runa
(Holanda),
Agne Nordlander (Suecia), Paul Toaspern (Alemania). Henry
Blocher
(Francia), Peter Beyerhaus (Alemania) y José Grau (España).
Todas las
ponencias presentadas rechazan el esquema dispensacionalista
y
siguen la línea que acabamos de presentar.
Notas:
31. Asi se explican las distintas y equivocadas concepciones
de los
reformadores acerca de la relación entre lo espiritual y lo
temporal: el
estilo teocrático de Calvino, la iglesia nacional de
Inglaterra, el papel
de los príncipes seculares en el luteranismo, etc.
LECCIÓN 21.ª ORÍGENES DE LA ESCATOLOGIA
DISPENSACIONALISTA
106
1. Margaret McDonaId
Los orígenes de la escatologia dispensacionalista se
remontan a una
pretendida «revelación» que una joven escocesa de 15 años.
Margare! McDonaId, tuvo el mes de abril de 1830 en Port
Glasgow, su
ciudad natal. Según esta «revelación», la segunda venida de
Cristo
tendría lugar en dos etapas: la primera, para recoger a un
grupo
selecto de creyentes, que sería arrebatado al cielo para ir
al
encuentro del Señor antes de la aparición del Anticristo,
antes de la
gran tribulación. Un amigo de la familia, R. Norton,
escribió el relato
de la «visión», insistiendo en que era la primera vez que
alguien
dividiese en dos la segunda venida. Estos escritos han
estado fuera
de circulación durante mucho tiempo, hasta que la labor
infatigable
de investigadores como Dave McPherson dio su fruto con el
hallazgo
de los documentos que prueban de modo irrefutable el
verdadero
origen de lo que constituye el núcleo mismo del
dispensacionalismo:
el arrebatamiento secreto de la Iglesia, para dar paso al
cumplimiento
final de todas las profecías relativas a Israel.
2. John Darby
Las «visiones» de Margaret McDonaId fueron notorias en toda
Escocia, y muy especialmente entre los grupos interesados en
los
fenómenos «carismátícos» que allí se manifestaban. Entre los
visitantes de Port Glasgow se hallaba John Darby, el
fundador de los
«Hermanos Cerrados», aunque por entonces no se había
separado
todavía de otros dirigentes de las Asambleas —tales como
Newton,
Chapman y Tregelles—, quienes diferían de él en varias
cosas; entre
ellas los nuevos conceptos escatológicos, los cuales llegaron,
sin
embargo, a alcanzar luego un enorme grado de penetración en
los
Hermanos.
3. Expansión de la «nueva doctrina»
Los primeros partidarios del pretribulacionismo, punto que,
juntamente con el «paréntesis» entre la semana sesenta y
nueve y la
setenta de Daniel, constituye la premisa básica del
dispensacionalismo, los primeros partidarios, repetimos,
solían
llamarlo «una nueva doctrina».
Como escribe Dave McPherson: «Los partidarios del punto de
vista
pretribulacional no pueden nombrar ni siquiera a una sola
persona
que, desde los tiempos de Jesucristo hasta el año 1830,
hubiese
enseñado tal doctrina.»1
Existe un marcado contraste entre la rapidez con que este
nuevo
esquema profético se impuso entre los Hermanos de Inglaterra
y
U.S.A. —como lo había hecho bajo los auspicios de la llamada
«Iglesia
107
Apostólica»— y la oposición que al principio halló de
hombres tan
piadosos y eruditos como Newton, Tregelles y Müller. Este
último dijo:
«Llegó un día en que tenía que tomar una decisión: o bien me
apartaba de la Biblia, o me alegaba de Darby .Escogí
quedarme con
mí preciosa Biblia.»2
Y en un editorial del número de julio de 1972 de la revista
evangélica
británica The Witness podia leerse lo siguiente:
«Lo que nos llama la atención sorprendentemente es la ligereza
con
que doctrinas totalmente desconocidas antes de Darby fuesen
tan
ampliamente aceptadas y consideradas como casi fundamentales
para la fe cristiana. Sin duda desde el principio hubo
muchos hombres
de influencia que desíntieron de Darby. Baste mencionar tan
sólo a B.
W. Newton o a R. Chapman, para demostrar que aún había
muchos
que sostenían otros puntos de vista sobre la profecía. Si no
hubiese
sido por la dominante personalidad de Darby y sus dotes
oratorias,
los otros puntos de vista hubieran coexistido al lado de los
de Darby.
El resultado hubiese sido una menor intolerancia en relación
con las
opiniones distintas de las popularizadas por Darby.
El hecho es que el propio Darby vaciló, al principio, antes
de tragarse
el esquema que luego impuso tan tenazmente a los demás.
Pero,
vencidas sus propias dudas, se aferró a la idea de que el
Evangelio de
Mateo era judío y de carácter dispensacional. Por fortuna,
hoy en día,
un número creciente de pensadores entre los Hermanos de las
Asambleas se sienten con libertad para sustentar otras
opiniones prof
éticas muy distintas de las de Darby, sin el temor de ser
tildados de
herejes.»
¿Estaba pensando el editorialista de The Witness en el
profesor F. F.
Bruce de Manchester, uno de los eruditos bíblicos más importante
de
nuestro siglo, que pertenece a las Asambleas de Hermanos y
es
amilenial en su escatología? ¿O pensaba quizás en otros,
como Ellison
y tantos otros miembros de las Asambleas que han dejado de
ser
díspensacionalistas al profundizar más en el estudio de la
Biblia?
En la sección «Answers to Questíons» de la revista de los
Hermanos
en Gran Bretaña The Harvester (abril de 1964) le preguntaron
a Bruce
«si hay algún soporte bíblico para la idea de un
arrebatamiento
secreto de la Iglesia», a lo que contestó, muy a la inglesa:
«Quizá lo
haya, pero aún no lo he encontrado...» En otra ocasión el
mismo
Bruce manifestó que «la influencia combinada Darby -
Scofield no ha
sido para bien en el Movimiento de los Hermanos. Hay muchos
Hermanos —precisó— que no son ni futuristas ni
dispensacionalistasSi uno acaba con el dispensacionalismo, acaba también con la
Biblia
Scofield.»3
108
Y en un reciente número —mayo de 1976— pudimos leer en The
Harvester: «Nunca sabremos cuánto ha dañado, tanto como haya
podido ayudar, la Biblia Scofield a las Asambleas.»
Otro de los que han abandonado la interpretación
pre-tribulacional es
O. J. Snüth, de la famosa Iglesia del Pueblo de Toronto
(Canadá),
quien en un folleto titulado Tribulation or Rapture, Which?
Escribe:
«Ahora, después de muchos años de estudio y oración, estoy
absolutamente convencido de que no habrá tal cosa como un
arrebatamiento secreto de la Iglesia antes de la
tribulación; sino que,
por el contrario, la Iglesia es llamada a enfrentarse con el
Anticristo, y
que Cristo vendrá al final, y no al comienzo, de ese
terrible período.
Yo creí en otro tiempo en la teoría pretribulacional; fui
enseñado en
ella a través del libro de W. E. Blackstone Jesús viene, de
la Biblia
Scofield, de las Conferencias Proféticas y de ciertos
Institutos Bíblicos.
Pero cuando comencé a escudriñar las Escrituras por mí
mismo,
llegué al convencimiento de que no hay un solo versículo en
toda la
Biblia para defender la teoría pretribulacional: al
contrario, la
enseñanza uniforme de la Palabra de Dios aboga por una
postura
postribulacional.»4
4. Las investigaciones de D. McPberson
Dave McPherson, en su libro The Incredible Cover-Up, recoge
el
resultado de sus investigaciones sobre las fuentes del
dispensacíonalismo. De dicho libro ha escrito el ya citado
profesor F.
F. Bruce: «Se trata de un valioso y chispeante relato, que
los
estudiantes de la interpretación profética en el siglo xix
deberán
considerar seriamente.»5
J. B. Payne ha manifestado también: «Es el estudio más
profundo a
nuestra disposición, acerca de los orígenes históricos del
pretribulacionísmo.»6
Y la ya mencionada publicación The Witness, una de las
revistas más
antiguas de los Hermanos de Inglaterra, tuvo que admitir en
1974, al
comentar el libro de McPherson: «consigue establecer, con
éxito, la
prueba de que el punto de vista en cuestión fue primeramente
propuesto por una tal Margaret McDonald».7
Además de haber investigado en los archivos de Inglatérra y
Escocia,
y haber escrito el libro definitivo sobre los orígenes del
díspensacionalismo, McPherson afirma:
«Dispongo de una lista de graduados del Seminario de Dallas
(el
único Seminario del mundo donde se enseña la interpretación
dispensacionalista de la Biblia), que ahora son
postribulacíonalistas.
Uno de ellos es presidente de otro Seminario. Recibo
constantemente
cartas de pastores que estudiaron en centros
pretribulacionalistas y
109
que luego adoptaron diferentes puntos de vista.
Recientemente, un
pastor de Virginia me escribió en estos términos:
"Como graduado del Philadelphia College of Bible,
acepté el
arrebatamiento pretribulacional, pero a lo largo de estos
años de
estudio de las Escrituras he llegado a darme cuenta de que
no existe
base alguna en la Biblia para semejante teoría."»8
En el presente estudio nos servimos del libro de McPherson,
con quien
hemos mantenido además una interesante correspondencia sobre
el
tema. No obstante, hemos querido ampliar la perspectiva de
nuestro
trabajo remontándonos a la prehistoria del Movimiento (o
Movimientos) que dio lugar, en el transcurso del tiempo, a
lo que hoy
se conoce como las características de la interpretación
profética
dispensacional.
5. ¿Tiene el dispensacionalismo una especie de
«prehistoria»?
Aunque fue Margaret McDonaId quien por primera vez anunció
una
segunda venida partida en dos, en medio de la cual situó,
también
por primera vez, el arrebatamiento de algunos creyentes,
como
resultado de sus «visiones» y «revelaciones» particulares,
el hecho es
que existe también una especie de prehistoria, es decir, de
factores
históricos, de corrientes peculiares, que preparaban el
terreno para
que finalmente hiciese eclosión todo el conjunto de
circunstancias
que, al darse cita en el siglo xix, produjera la nueva
interpretación
profética con sus novísimos puntos de vista. Los religiosos
condicionamientos de aquella época parecen haber hecho
necesarias
para algunos —entre ellos Darby— las nuevas ideas. El
futurismo, el
sionismo, el sectarismo de Darby en lo tocante a
Eclesiología, etc.,
todo ello coadyuvó al alumbramiento de la nueva escuela en
Port
Glasgow en abril de 1830 y a su presentación pública en las
Conferencias de Powerscourt a cargo de Darby, pocos años
después.
Esta casi necesidad que se le imponía a Darby —dado su
peculiar
talante y las corrientes que le empujaban— explica que, a
pesar de la
animadversión que sentía contra la llamada «Iglesia
Apostólica»,
acabara aceptando lo que esta Iglesia bendecía y propugnaba
(las
«revelaciones» de la McDonaId), y también explica su
posterior
silencio acerca de las fuentes en que había ido a buscar los
primeros
elementos de la estructura que estaba componiendo.
Se comprende igualmente el cuidadoso afán por ocultar los
orígenes
de muchas de sus ideas proféticas, y la insistencia en
imponer, por el
peso de su sola autoridad, algo cuyo nacimiento no estaba
claro en
modo alguno.
Es verdad que una doctrina no debe ser juzgada por su
antigüedad o
por su modernidad, sino por la Palabra de Dios; pero no es
menos
cierto que, como escribía D. P. Fuller, «la ignorancia es
una especie
de felicidad, y bien pudiera ser que esta popularidad no
fuese tan
110
grande si los seguidores del sistema dispensado nal
conociesen los
antecedentes históricos de lo que enseña»9
Vamos a indagar cuáles fueron estos antecedentes. Por las
notas al
pie de página podrá el lector darse cuenta de la extensa
bibliografía
consultada. Seguir los avalares históricos de esta escuela
de
interpretación nos lleva forzosamente a considerar la manera
cómo la
Biblia ha sido interpretada —precisamente en sus secciones más
difíciles— y, por ello, el tema no se reduce simplemente a
un ejercicio
de curiosidad, a una indagación de anticuario, sino que es
de sumo
interés tanto histórico como bíblico. Estudiaremos primero
la
prehistoria del dispensacionalismo, con sus factores
concurrentes y
sus personajes más sobresalientes, que estaban creando la
atmósfera
condicionante que halló expresión a comienzos del siglo xix.
Y
después estudiaremos la historia propiamente dicha del
dispensacionalismo, con especial atención a los sucesos que
tuvieron
lugar en Port Glasgow, donde entre lipotimias, trances
místicos y
arrebatos visionarios la joven Margaret McDonaId daba a luz
la nueva
«revelación», convertida en doctrina básica de la fe
cristiana no sólo
por los discípulos de Irving (la Iglesia Apostólica), sino
por Darby y sus
seguidores.
La descripción de estos sucesos no intenta ser, en ningún
instante, un
ataque en contra de nadie. Discutimos unas doctrinas, su
fondo
histórico, pero en modo alguno es nuestro deseo atacar a
quienes
sustentan tales doctrinas. Precisamente por amor a estos
hermanos,
sentimos la necesidad de publicar estas páginas,
esclarecedoras de
unos hechos y de unas corrientes religiosas, que arrojarán
luz sobre
nuestra propia situación. Al escribirlas, se ha ido asegurando
cada vez
más mi firme convencimiento de que es en la lectura de la
Biblia,
meditada con oración y buscando la ayuda del Espíritu Santo,
donde
hemos de ir a buscar nuestra escatología —al igual que el
resto de
nuestra teología—, no en éxtasis, exaltaciones ni
iluminismos
fugaces.
Notas:
1. En The
Incredible Cover- Up, The True Story of the Pre-Trib Rapture
(Logos
International, New Jersey, 1975), p. 96, nota 1.
2. Citado
por L. R. Thomas, The Restitution of All Things (Ravensthorpe, Australia, 1960),
p. 87. Este libro, que constituye un
ataque enérgico contra el dispensacionalismo, fue elogiado
por F. F.
Bruce, de los Hermanos de Gran Bretaña.
3. Citado por L. R. Thomas, o. c,, pp. 86-87.
4. Citado por L. R. Thomas, o. c., p. 144.
5. En Evangelical Quarterly, enero de 1975.
6. En
Joumal of the Evangelical Theological Society, invierno de 1974-
75.
7. Citado por D. McPherson. o. c., p. 155.
8. O. c.,
p- 145.
111
9. En The
Hermeutics of Dispensationalism (Tesis Doctoral. Chicago,
1957). p. 136. (Citado por Ryrie, Dispensacionalismo, hoy,
Portavoz,
Barcelona, 1975.)
LECCIÓN 22.ª PREHISTORIA DEL DISPENSACIONAI.ISMO
1. Consecuencias del literalismo radical
El premilenialismo radical —y literalista— de que hacen gala
los
modernos dispensacionalistas se aparta bastante, por no
decir casi
totalmente, del sistema de interpretación profética de los
antiguos
premilenialistas, también literalistas, de otras épocas.
Como ha escrito LeRoy Edwin Froom, «debería tenerse en
cuenta que
no fue sino hasta la primera década del siglo xx cuando el
dispensacionalismo, con sus doctrinas características (la
teoría del
arrebatamiento de la Iglesia, la separación de la semana
setenta de
las sesenta y nueve precedentes de Daniel 9, etc.), comenzó
a
extenderse y a generalizarse en ciertos sectores del ala
fundamentalista del Protestantismo. Ello se debió, sobre
todo, a la
difusión que alcanzó la Biblia de Scofield y a las atrevidas
y
revolucionarias tesis de su autor, juntamente con el apoyo
que a
estas teorías prestó el Moody Bible Institute de Chicago. No
olvidemos
que esto ocurría a comienzos del siglo actual. Con ello se
produjo un
énfasis muy distinto del que habia prevalecido en las
primeras
confesiones proféticas del siglo xix». Los literalistas de
comienzos del
siglo xix sostenían, en efecto, el punto de vista histórico
de
interpretación profética. Creían que el cumplimiento de las
varias
profecías bíblicas cubria todo el periodo de la Historia do
la Iglesia.
Por otra parte, éste habia sido siempre el punto de vista tradicional
del Protestantismo, asi como de los primeros siglos de la
Iglesia. La
Iglesia primitiva, en efecto, era historicísta. La
interpretación futurista
—tanto como la retrospectiva al pretérito— fue introducida
por los
jesuitas en la época de la Contrarreforma, como veremos
luego más
extensamente.
Como suele pasar en momentos de polémica, los literalistas,
empeñados en combatir la que ellos consideraban extrema
espiritualización interpretativa del postmilenialismo (en
auge durante
el siglo xiii y parte del xix), cayeron en extremos opuestos
y radicales.
Su literalismo, exagerado por mor de la discusión, tenía que
conducir,
a la larga, al futurismo. Si a ello se añade la
introducción, en muchos
sectores, de la mentalidad talmúdica, sionista, de interpretación,
tenemos ya los factores básicos de la escatologia
dispensacionalista.
La espera de un cumplimiento literal, terreno, de las
profecías
mesiánicas en una nación hebrea restaurada, condujo al
milenialismo
judaizante, que tanta aceptación tiene hoy entre un buen
número de
cristianos norteamericanos.
112
El énfasis en la restauración y conversión de los judíos —en
conexión
con la segunda venida de Cristo— llegó a ser una
característica de los
literalistas, en general. Begg, por ejemplo, esperaba una
nación judia
restaurada y preeminente, con hegemonía absoluta sobre las
demás
durante el milenio. Entonces sería reconstruido el templo de
Jerusalén
de acuerdo con la visión de Ezequiel, y serían restaurados
también los
antiguos sacrificios levítícos de manera «conmemorativa». El
resto de
las naciones haría una peregrinación anual con motivo de las
fiestas
de los Tabernáculos. Los p o símil eni alistas de aquel
entonces, por el
contrario, esperaban la conversión de los judíos sobre la
misma base
que los gentiles, es decir, mediante los métodos ordinarios
de
evangelización. El concepto de un reino judío redivivo
llevó, más y
más, al futurismo. Pero, insistimos, el futurismo representa
una clase
de premilenialismo totalmente diferente del que sostenían
los
antiguos literalistas.
2. Los factores concurrentes
Los factores que concurrieron en el nacimiento y expansión
del
dispensacionalismo son varios y diferentes. A través del
movimiento
catolizante de Oxford, cobró importancia dentro de las filas
del
anglícanismo la interpretación futurista de la profecía,
sostenida en el
siglo xvi por los jesuítas. Del anglicanismo pasó a ciertos
clérigos que
abandonaron la iglesia establecida inglesa, y a un buen
número de
disidentes o inconformístas, influidos por el judaismo que
les atraía.
Además, Irvíng (y el Movimiento que tomó su nombre) dio el
«visto
bueno» a cuantos pretendieron haber recibido «revelaciones»
celestiales para las innovaciones exegéticas y hermenéuticas
que
desembocaron en el moderno dispensacionalismo. Y, por
extraño que
parezca, el deseo de vindicar para los judíos según la carne
las
profecías mesiánicas, condujo a puntos de vista que
arrebataron a la
Iglesia la mayor parte de la Escritura, entregando al pueblo
judio toda
la esperanza profética y tomando prestado de los jesuítas el
sistema
de interpretación del Apocalipsis que éstos habían utilizado
para
enfrentarse a Lutero, Calvino y los demás reformadores. Para
mayor
paradoja, la hermenéutica futurista apenas si es aceptada
hoy por
ningún comentarista católicoromano.
LECCIÓN 23.ª CARACTERÍSTICAS DEL DISPENSACIONALiSMO
ACTUAL
1. Un futurismo «sui géneris»
1. El premilenialismo dispensacionalista moderno —tan
diferente del
premilenialismo inmediatamente anterior— es fundamentalmente
un
futurismo sui géneris, caracterizado por la teoría del
«paréntesis de la
Iglesia», con las sesenta y nueve semanas de Daniel
desvinculadas
de la ultima semana, un Anticristo futuro, un reino judio
con el
santuario y los sacrificios judíos restaurados, y una
dominación
política judia mundial. Todo ello acompañado del gobierno de
Cristo
113
desde Jerusalén sobre millones de seres humanos que
interiormente
no serán convertidos, pero que prestarán acatamiento
externo.
Genuinamente dispensaciónalistas son, asimismo, los siguientes
rasgos: pretribulacionísmo, con el arrebatamiento secreto de
la
Iglesia (el pueblo del «paréntesis»), y una segunda venida
dividida en
dos partes; lo que lleva prácticamente a la creencia de una
tercera
venida. Además, la Biblia tiene que ser dividida en varios
compartimentos díspensacíonales, y estudiada de tal manera
que los
cristianos sepan con certeza las porciones que son para
ellos (la
Iglesia) y las que son para Israel y que constituyen la
mayor parte. En
el plano ético se da un antinomianismo latente y siempre
amenazante. Este es el sistema de doctrina promulgado por
las
últimas conferencias proféticas celebradas en Estados Unidos
a
comienzos de siglo, y también por algunos Institutos
Bíblicos.
2. El «paréntesis de la Iglesia»
De todas estas características la más sobresaliente es la
llamada el
«paréntesis de la Iglesia» (conocida vulgarmente como la gap
theory), según la cual todos los pasajes proféticos de la
Escritura
saltan por encima de la «dispensación cristiana» sin
afectarla en lo
más mínimo, dado que dicha dispensación —el período entre la
cruz y
la futura venida secreta del Señor en el arrebatamiento de
la Iglesia—
constituye un paréntesis en los planes de Dios; paréntesis
que rompe
la conexión entre la semana sesenta y nueve y la semana
setenta de
Daniel 9. Asi, H. A. Ironside dice: «En el momento en que el
Mesías
murió en la cruz, el reloj profetico se detuvo. Ni un solo
tic se ha oído
de dicho reloj, ni un solo movimiento de manecillas en
diecinueve
siglos.
No volverá a funcionar de nuevo hasta que toda la presente
era haya
llegado a su fin, e Israel, una vez más, sea tomado por
Dios.»10
Scofield, por su parte, escribe: «La profecía no se interesa
en la
historia como tal, sino solamente en cuanto a la relación
que ella
pueda tener con Israel y la Tierra Santa.»11 De ahí que
consideren al
libro de Apocalipsis como una obra que sólo tiene que ver
con el
tiempo que seguirá a la supuesta «tribulación», en la que no
habrá de
participar la Iglesia, la cual ya habrá sido arrebatada
invisiblemente a
los cielos, al tiempo del fin —que durará, en su opinión,
unos siete
años o más— y que media entre la dispensación cristiana y el
milenio.
Entonces las profecías mesiánicas y grandes porciones del
Nuevo
Testamento (como los Evangelios Sinópticos) se aplicarán a
los judíos
que vivirán en el reino milenial judaico.
3. Las «novedades» del actual premilenialismo
dispensacionalista
Cualquier resumen que hagamos del premilenialismo actual, y
luego
lo comparemos con los premilenialismos que le precedieron,
nos
114
descubre las abismales diferencia que median entre ellos.
Floyd E.
Harmilton hizo un resumen12 de diez puntos que, en síntesis,
recoge
objetivament las «novedades» del dispensacionalismo en el
campo de
interpretación profétíca:
1) La segunda venida se convierte en una esperanza doble: se
divide
en dos partes:
a) Cristo vendrá por la Iglesia, en secreto y visiblemente,
al comienzo
de la supuesta diferida semana setenta de Daniel 9;
b) Cristo vendrá con la Iglesia, siete años mas tarde por lo
menos, en
una venida que conocia a Israel y al mundo.
En resumen: una segunda y una tercera venidas de Cristo.
2) En la resurrección de los justos de todas las edades, los
redimidos
que estén vivos serán arrebatados para subir a estar con
Cristo y
participar e las bodas del Cordero durante siete años. La
mayoria de
autores dispensacionalistas sostiene que este arrebatamiento
será en
secreto.
3) La Iglesia escapará a la «gran tribulación» que
sobrevendrá bajo la
égida del
Anticristo (une pocos dispensacionalistas creen que la
Iglesia ter drá
que pasar también por esta tribulación fin; —son
postribulacionistas
—, siendo arrebatada arriba luego).
4) El Espíritu Santo será quitado del mundo en la segunda
venida, es
decir, en el momento del «arrebatamiento». Entonces los
judíos que
moren en Palestina seguirán en incredulidad, aunque un
remanente
permanecerá fiel al Señor y predicar el Evangelio del Reino
(no el
Evangelio de la era cristiana. Scofield llega a enumerar
hasta cuatro
Evangelios, o cuatro «formas del Evangelio», en su Biblia,
nota a
Apocalipsis 14:6) durante la segunda mitad de aquella
semana.
5) Después de los siete años los mártires de dicha
tribulación serán
resucitados (ellos no forman, sin embargo, parte de la
Iglesia).
6) Se librará la batalla de Armagedón, en la que se
enfrentarán los
creyentes gentiles en contra del Anticristo y sus huestes.
Cristo
aparecerá con su Iglesia, hará el juicio para separar las
ovejas de los
cabritos (sobre la base del trato que las naciones hayan
dado a los
«hermanos de Cristo»: los judíos, según dicen los
dispensacionalistas). Entonces el remanente vivo y las
«naciones»
gentiles inaugurarán el milenio con cuerpos no glorificados.
7) Los judíos mirarán a Cristo y serán salvos. Tambien ellos
entrarán
en el milenio con cuerpos no glorificados.
115
8) Durante mil años el reino pertenecerá a los judíos, y
serán ellos
quienes dispondrán de toda autoridad y poder en la tierra,
ejerciendo
una hegemonía total sobre todos los pueblos.
El templo será reconstruido, y los sacrificios levíticos
restaurados de
nuevo en Jerusalén. El pecado será castigado con mano firme;
habrá
una represión simbolizada por el látigo de hierro que define
la
normativa con la que serán regidas las naciones.
9) Satán, que había sido atado al término de los siete años,
será
desatado al final del milenio. Reunirá a los pueblos para la
rebelión
final, pero será destruido por fuego. Viene luego el juicio
del gran
trono blanco y el establecimiento del Reino eterno.
10) La relación entre la Iglesia glorificada y la tierra no
queda clara,
pues han existido gran diversidad de opiniones. Algunos
dicen que la
Iglesia participara en el milenio, pero la mayoría se
inclina por creer
que su hogar está en los cielos, aunque puede hacer visitas
a la
tierra.13
4. El milenio dispensacionalista será un reino judío
En el esquema que precede es evidente que los judios ocupan
un
lugar prominente. Todas las profecías les tienen por
objetivo. El
milenio será un reino judío, Lo que tiene que pasarles a
ellos es lo que
ocupa mayormente a los profetas y a las porciones proféticas
del
Antiguo Testamento, así como la mayor parte de los
Evangelios y
otros escritos novotestamentarios. Si hacemos la cuenta, nos
percatamos de que, según el esquema díspensacional, hay más
páginas bíblicas para los hebreos que para la Iglesia
cristiana. Pero el
caso es que, según este esquema, ni siquiera los judíos que
vivan en
el milenio serán regenerados. En fin de cuentas, todo ello
es el
resultado de un literalismo extremo en conexión con el reino
judio,
identificado con el Reino del Mesías. La Iglesia es,
siempre, un
capitulo aparte. C. C. Ryrie afirma: «...lo que hace a la
Iglesia distinta,
y no un Israel espiritual... Los redimidos en el Cuerpo de
Cristo, la
Iglesia de esta dispensación, son la continuación de la
linea de
redimidos de otras edades, pero forman un grupo distinto en
la Sión
Celestial.14 Ryrie cita seguidamente Hebreos 12:22-24, que
bien leído
y a tenor de una exégesis seria, dice precisamente lo
contrarío de lo
que él pretende afirmar en su defensa del
dispensacionalísmo. Pero,
en esto como casi en todo. Ryrie sigue a Scofield.15 Tal vez
el lector,
como yo, no había pensado nunca que Dios pudiera hacer tales
discriminaciones, o muros de separación, en la eternidad.
Para mí, tal
idea es del todo inaceptable. Pero veamos qué es lo que
afirma el
mismo autor; «Si el énfasis dispensacionalista en la
distintividad de la
Iglesia parece resultar en una "dicotomía",
dejémosle estar en pie
mientras sea resultado de una interpretación literal.»16 En
otras
palabras, la interpretación literalista lo justifica todo.
Al literalismo le
está permitido todo, aunque llegue a conclusiones que chocan
con la
analogía de la fe y el consenso general del mensaje bíblico.
116
Mas, como ya indicamos, todos estos elementos genuinamente
dispensacionalistas de la nueva manera de interpretar las
profecían
se apoyan, sobre todo, en una visión futurista del
cumplimiento
profético. Es decir: los grandes eventos profetizados se
cumplirán al
final, sin excepciones. Todo es para el final, luego que la
Iglesia haya
desaparecido del escenario terrestre. Es el esquema de los
jesuítas
Ribera, Bellarmino y Lacunza que sirvió a la Contrarreforma
y que los
dispensacionalistas toman prestado de ellos.
Notas:
10. En The
Great Parenthesis (Zondervan. Grand Rapids, 1943), p. 23.
11. Biblia
Anotada de Scofield, nota 1 a Daniel 11:35.
12. En The
Basics of Millenium Faith, pp. 23-26.
13. Hemos oído a algunos dispensacionalistas que, sin
titubear
aseguran que la Iglesia estará en una especie de satélite
artificial
suspendido sobre la tierra durante el milenio.
14. En Dispensacionalismo, hoy, p. 173,
15. Véase nota a Hebreos 12:23 en la Biblia Anotada de
Scofield. p.
1259. Se diría que Scofield excluye a los santos del Antiguo
Testamento. a los que vivieron en el periodo de la
«tribulación» que
ellos suponen habrán de pasar los judíos y los gentiles —una
vez
«arrebatada» la Iglesia—, y a los del milenio, del cielo de
los
cristianos glorificados. En cualquier caso. Ryrie escribe:
«forman un
grupo distinto de la Sion celestial».
16. O. ci., p. 173.
LECCIÓN 24.ª UN ORIGEN TURBIO Y UNAS LECCIONES QUE
APRENDER
1. El futurismo de la Contrarreforma
No sólo en el siglo xvi, sino a lo largo de toda la Edad
Media, los
reformadores de todos los países solían aplicar a la Roma
papal la
mayoría de las profecías bíblicas sobre el Anticristo. De
las filas de los
jesuítas, creados expresamente para la batalla contra la
Reforma,
surgieron dos hombres decididos a levantar el estigma que
los
teólogos reformistas del medievo, y en especial los
reformadores del
siglo xvi, habían colocado sobre el Vaticano. Para ello
decidieron
interpretar los textos correspondientes de tal manera que no
pudiesen aplicarse a ningún momento ni lugar de aquella
época y,
por añadidura, que fuera imposible relacionarlos con la Roma
papal.
La Contrarreforma estaba empeñada, no sólo en atacar a la
Reforma,
sino á las mismas bases de la posición profética sostenida
unánimemente por todos los reformadores. La respuesta fue
doble, y
aun contradictoria: por un lado la escuela futurista, ideada
por
Francisco Ribera de Salamanca y utilizada especialmente por
Belarmino. Por otro lado la escuela de interpretación
pretérita,
también de otro español, Luis del Alcázar, que es la que,
con algunas
variaciones, adopta mayormente el Catolicismo hoy. En la
tesis de
117
Alcázar los textos profeticos y, sobre todo, el libro del
Apocalipsis
tratan de hechos acaecidos ya en el pasado, en los días de
la
naciente Iglesia, en la Roma de los emperadores, la
perseguidora de
los primeros confesores de la fe. Por tanto, no puede
aplicarse a la
Roma del siglo xvi. Ribera, por el contrario, lanza el
cumplimiento de
los textos profeticos al lejano futuro, justo al momento que
precederá
al final de la Historia. La gap theory (la del «paréntesis
de la Iglesia»)
hallaría aquí una mina de sugerencias incalculable.
2. Decisiva intervención del jesuíta Lacunza
El futurismo que en el siglo xvi sirvió al jesuita Francisco
Ribera
(1537-1591) de Salamanca, y al también jesuíta y famoso cardenal
italiano Roberto Belarmino (1542-1621), para contrarrestar
los
ataques de los reformadores en torno al tema del
Anticrísto,17 volvió a
cobrar cierto interés por medio de otro jesuita, a comienzos
del siglo
xix, Manuel Lacunza (1731-1801), quien escribió bajo el
seudónimo
de Juan Josafat Ben Ezra, y era oriundo de Santiago de
Chile.
Su obra, titulada La Venida del Mesías en Gloria y Magostad
(sic), fue
condenada por el índex Librorum Pro-hibitorum en 1824. Pero
fue
precisamente entonces cuando comenzó su influencia en
ciertos
ámbitos exaltados del protestantismo inglés. El libro de
Lacunza
conmovió profundamente a Edward Irving y halló pronto amplia
circulación a través de la versión inglesa que el mismo
Irving realizó
en 1826, así como en la Conferencia Profética de Albury Park
del
mismo año.18
Lacunza tenía en común con Ribera la orientación futurista
de su
interpretación profética, aunque diferia de éste en ciertos
puntos que
le valieron la prohibición de su libro. Para Lacunza, todas
las profecías
no cumplidas en la primera venida del Señor se cumplirían en
la
segunda venida premilenial. A diferencia de Ribera, no veia
en el
Anticristo a un individuo, sino al «cuerpo moral» de la
apostasia que
se encarnaría en la Iglesia —el templo de Dios, según
Lacunza— al
término de la presente dispensación. Con relación a su
propia Iglesia,
sus principios eran revolucionarios: el Anticristo colectivo
(los
cristianos infieles) sería destruido al comienzo del
milenio, que él
colocaba en un futuro cercano (no lejano, como Ribera),
porque creía
en la inminente venida del Señor, venida premilenial con
resurrección
general de los impios al final del milenio. Las diferencias
entre Ribera
y Lacunza se explican por las épocas distintas en que
vivieron, aparte
de aspectos de talante personal.
Los seguidores de Lacunza en Inglaterra (Irving, Maitland,
etc.)
prestaron, sin embargo, más atención a la corriente
futurista del
sistema de este Jesuita sudamericano que al concepto del
Anticristo
como «sistema de apostasia» entendido en el sentido de la
Edad
Media y de los reformadores del siglo xvi. Dicho radicalismo
futurista,
que recogía, en realidad, la herencia de Ribera y Belarmino
y que era
parte de la formación teológica de Lacunza, es lo que más
impacto
118
hizo en Irving y otros seguidores y lectores que tuvo el
citado jesuíta
en la primera mitad del siglo xix en Inglaterra y en Estadas
Unidos.
Además, el hecho de que Lacunza hubiese tenido dificultades
con la
Curia de Roma y de que su libro fuese Puesto en el índice de
Libros
Prohibidos, despertó la compasión y la simpatía de los
protestantes
en general.
3. Irving, Maitíand, Newman
Edward Irving (1792-1834) fue, ante todo, un brillante
orador que
cautivaba a las masas. La figura de este escocés, famoso por
su
ministerio en la célebre capilla de la «Regent Square
Presbyterian
Church» de Londres, no sólo es interesante desde el punto de
vista de
fa historia de las interpretaciones proféticas, sino que
resulta
mayormente importante por haber dado origen a uno de los primeros
movimientos «carismáticos» de los últimos siglos, el
denominado
«Iglesia Apostólica», que suscitó no sólo curiosidad por sus
puntos de
vista profeticos, sino por lo que sus discípulos creian era
una vuelta a
los dones de la primitiva Iglesia: dones de lenguas, de
sanidades,
revelaciones nuevas, etc.
Parece ser que los seguidores de Irving fueron mucho más
exaltados
que él. Bien sea por una mala entendida prudencia pastoral,
o porque
creía también que aquellas voces, aquellos gritos y aquellos
fanatismos crecientes eran la voz del Espíritu, lo cierto es
que Irving
—aunque personalmente nunca habló en lenguas ni asumió
poderes
curativos— se dejó arrastrar por el impulso que él había
iniciado. Lo
más grave, no obstante, es que tuvo por «revelaciones celestiales»
una serie de premisas proféticas que, tomadas como de origen
divino,
llegaron a ser indiscutibles. Asi, el entusiasmo profetice y
el
carismático se dieron cita en aquel movimiento que acabó por
considerar como tibio al propio Irving.
Después de Irving fue Samuel R. Maitland (1792-1866),
anglicano,
quien más contribuyó a la prehistoria del
dispensacionalísmo. Fue el
primer autor protestante que aceptó la interpretación que
del
Anticristo diera Ribera. Nadie como él difundió tanto el
sistema
futurista de interpretación en las filas del clero
anglicano. Maitland
intervino en los debates de su tiempo acerca de la profecía,
y escribió
varios libros. Al mismo tiempo, sintió un gran interés por
los judíos, y
en 1828 realizó un largo viaje a través de Francia,
Alemania, Prusia,
Rusia y Polonia, para entrar en contacto con las juderías de
todos
esos países. Decía que le preocupaba grandemente la
conversión de
los hebreos; pero lo que se deduce de sus obras es que, más
que
influir él en los hebreos, fueron éstos —y sus sistemas
talmúdicos de
leer el Antiguo Testamento— los que dejaron profunda huella
en su
modo de pensar.
A los nombres de Irving y Maitland (así como de Todd y
Burgh)
debemos añadir el del famoso J. H. Newman, también anglicano
como
119
Maitland, Todd y Burgh, y que se convertiría después al
Catolicismo,
llegando a ser cardenal. El llamado «Movimiento de Oxford»
alcanzaba su punto álgido en 1833. Sus objetivos eran hacer
menos
«protestante» la Iglesia de Inglaterra, puesto que la
Reforma era
considerada por los secuaces de este Movimiento como un
«lamentable cisma». Naturalmente, adoptaron el punto de
vista
futurista del estudio profetice en general y del Anticristo
en particular.
Ribera fue resucitado y vindicado en el camino abierto por
Maitland,
etc.
Así, a mediados del siglo xix los expositores anglicanos se
dividían en
dos grupos principales por lo que atañe a la interpretación
profética;
por un lado, los que se inclinaban hacia Roma: y otros,
arrastrados
por premisas racionalísticas, se alejaban tanto del sector
evangélico
como del romanizante. Pero ambos —tal vez inconscientemente—
ayudaron a la difusión del esquema de Ribera. Este esquema,
además, se unía inseparablemente a los esfuerzos del
«Movimiento
de Oxford», que distribuyó cientos de miles de folletos en
favor de
Roma y desautorizando la interpretación protestante
tradicional.
4. De Irving a Darby
El dispensacionalismo surge ya con historia propia en la
sistematización que recibió en las conferencias del Castillo
de
Powerscourt, en Irlanda. A algunas de estas conferencias
asistieron el
mismo Irving y algunos de los «Hermanos», y no es de
extrañar que
—como señala Iron-side, dispensacionalista19— que las
novísimas
doctrinas del «arrebatamiento de la Iglesia» fueran sacadas
a relucir.
La mención a los Hermanos —el llamado, en sus orígenes,
movimiento de los «Plymouth Brethrem»— es inevitable. Se ha
escrito
mucho sobre la relación entre el dispensacionalismo y ellos.
Pero la
idea generalizada de que fueron las Asambleas de Hermanos
las que
dieron origen a este nuevo sistema escatológico es del todo
errónea.
Incluso un dispensacionalista tan destacado como Ryrie tiene
que
admitir que «ni Darby ni los Hermanos originaron los
conceptos
comprendidos en el sistema».20
Ahora bien, entre los asistentes a las conferencias de
Powerscourt se
encontraba John Nelson Darby, uno de los fundadores del
movimiento
de los «Hermanos de Plymouth», quien recibió el impacto de
la
predicación de Irving y sus discípulos. Ciertamente, los
«Hermanos»
constituyen un movimiento muy diferente del de los
«Irvingítas», pero
es un hecho que algunos de sus principales líderes
recibieron
indirectamente la influencia de las ideas proféticas de
Irving en las
conferencias de Powerscourt y medíante los libros que sobre
temas
profeticos circulaban con profusión en aquellos días,
atizados por la
fiebre de curiosidad y el proselitismo de la escatología
futurista,
literalista y judaizante de moda.
A todo esto, entre los irvingitas cundían los entusiasmos
carismáticos.
Se hablaba de dones de sanidad en Escocia así como de la
120
restauración del don de lenguas y otros acontecimientos
tenidos por
sobrenaturales. La congregación de Londres pastoreada por
Irving dio
un informe favorable acerca de lo que ocurría en el norte
del país.
Pero no así Darby, ni Wígran, quienes siguiendo la
sugerencia de
Newton —como nos lo cuenta F. Roy Coad21— «habían
investigado
estos "dones" en el curso de varias visitas que
hicieron al lugar donde
primeramente se dieron, en Escocia, y los rechazaron». Pero,
paradójicamente, Darby no lo rechazó todo, pues se trajo de
Port
Glasgow la «revelación» de Margaret McDonald.
¿Por qué no dejó constancia nunca Darby de la fuente de sus
ideas
proféticas específicas?
La explicación es muy sencilla: habrían sido juzgadas más
críticamente si de buenas a primeras hubiese admitido que
las había
recibido de Port Glasgow, cuyas manifestaciones eran
unánimemente
rechazadas por todas las Asambleas.22
5. Algunas lecciones que debemos aprender
Esta breve historia de los orígenes de la escatologia
díspensacional
arroja algunas lecciones importantes que haríamos bien en
meditar,
pues también a nosotros nos afectan:
A) La gran importancia del fundamento teológico, de unas
buenas y
sólidas bases bíblicas para edificar el Cuerpo de Cristo,
que es su
Iglesia. Sólo si existe tan apoyatura podemos tener alguna
seguridad
de que es el Señor quien edifica la casa. De lo contrario
—como pasó
a todas esas gentes que han desfilado a lo largo de las
páginas de
esta lección—, podemos estar viviendo de ilusiones, sin
percatarnos
de ello. Y lo que es peor, la calidad bíblica de otras
partes de la
construcción teológica acaba por resentirse gravemente,
porque el
edificio de la verdad revelada es un todo indivisible, y
jamás
alteraremos un punto sin que se resienta el conjunto de la
edificación.
B) La importancia insustituible de tener opiniones pro-pías;
de saber
lo que creemos y por qué lo creemos. Muchos aceptan ciertos
postulados sin discernimiento bíblico, sin examen previo,
porque sí.
¿Somos todavía el pueblo del Libro, la Iglesia de la
Palabra, o
simplemente seguimos algunas tradiciones
denominacionales?...
C) La importancia de mantener el equilibrio entre cielo y
ciencia. Las
palabras de Pablo a los romanos (10:2) valen para muchos de
aquellos exaltados del siglo pasado tanto como para algunos
del
nuestro. No hay que fiarse de los meros impulsos del
corazón. Como
escribía el profeta Jeremías hace tantos siglos, el corazón
puede
resultar engañoso.23 Debemos estar alerta para que nuestras
experiencias no cobren tal importancia que pretendan
«iluminar» la
misma Palabra de Dios; antes al contrario, hemos de buscar
el ser
iluminados y guiados por ella. El Espíritu no obra si no es
a través de
su Palabra. (V. Ef. 6:17.)
121
No vamos a juzgar aquí la buena fe ni de Margaret, ni de
Darby, ni de
nadie. Dios es el único que tiene derecho a examinarnos. A
nosotros
nos toca simplemente desconfiar de la simple «buena fe»,
porque no
es suficiente para establecer las bases de la verdad divina.
Con la
mejor buena fe del mundo, miles de personas yerran y se
extravían al
negarse al escrutinio que la Palabra de Dios haría en sus
corazones.
Espero encontrar a Margaret en el cielo, pero ello no es
obstáculo
para que admita objetivamente su verdadero estado, tanto espiritual
como psicosomátíco y de este reconocimiento sacar las
oportunas
lecciones.
Notas:
17. Dice la edición inglesa de la Enciclopedia Católica,
vol. L p. 598:
«Para los reformadores, el libro del Apocalipsis muy
particularmente
era una fuente inagotable adonde ir en busca de invectivas
que poder
lanzar contra la jerarquía romana. Las siete colinas de
Roma, los
lujosos atuendos de color escarlata, de los cardenales. y
los
desgraciados abusos de la corte papal, todo contribuía para
facilitar
una aplicación tentadora.»
18. M. Lacunza. The Coming of Messiah. Preliminary Discourse by the
transl. by
E. Irving (L. B. Seely and Son, London. 1827), 2 vols. (citado
por L. E.
Froom en The Prophetic Faith of the Fathers, vol. III, pp. 450-
454.
519-520, 591.
19. En A
Historical Sketch of the Brethren Movement (Zondervan,
Grand
Rapids, Michigan, 1942), p. 23.
20. O. c.,
p. 85. No obstante. Ryrie no hace mención de Irving ni de
los condicionamientos teológicos y hermenéuticos que
llevaron a las
formulaciones típicamente dispensacionalistas.
21. En A history of the Brethren Movement (The Paternoster
Press,
London, 1963), p. 63.
22. Para una más amplia información sobre todo este tema de
los
orígenes de !a escatología dispensacionalisla, remitimos al
lector a un
libro que, sobre este importante asunto, y con el mismo
título,
aparecerá próximamente. (Ver nota al final)
23. La fe es siempre una obediencia, una respuesta (V. Jn.
7:17; 9:35;
Hech. 7:5;
13:46; Rom. 1:5; 16:26; Ef. 2:5; 5:6; I.ª Ped. 3;20-21).
Nota: 'Origenes de la escatologia dispensacionalista'; este
libro fué
prometido ya en el año 1977, pero por problemas de las
editoriales
(en su mayoria de corte dispensacionalista) de todas formas
será
publicado por amigos cercanos a la familia (Antonio de Juan
y Josué
de Juan, en proximos años.)
LECCIÓN 25.ª EL LENGUAJE DE LOS NÚMEROS
1. Importancia del simbolismo numérico en la literatura
semita
122
Gran parte de las equivocaciones que se cometen cuando se
pretende una interpretación «literalista» (¡cuidado!, no se
confunda
con «literal») de la Biblia se basan en el desconocimiento
de los
géneros literarios de los semitas, tan distintos de los
occidentales. Sin
entrar en el tema (siempre importante) de los
antropomorfismos, nos
limitaremos al simbolismo de los números en la literatura
judía,
especialmente por la luz que esto arroja sobre los textos
apocalípticos
que parecen favorecer a la escuela premilenarista y,
especialmente, a
la escuela dispensacionalista. Por ello, tratamos de este
tema, como
orientación para el final de este estudio de la Tercera
Parte de
nuestra obra.
Era práctica común de los escritores religiosos del Antiguo
Oriente el
presentar muchas verdades morales y espirituales bajo el
simbolismo
de los números. En la Antigüedad, cuando el idioma era
limitado y el
vocabulario era insuficiente, el hombre recurría al uso de
los
números, —no sólo al de las letras— para expresar sus ideas.
Y, así,
los números venían a constituir símbolos de ideas, es decir
vehículos
de expresión espiritual. Por supuesto, no debemos leer
dichas cifras
con la misma literal exactitud con que interpretamos las
fórmulas
aritméticas.
2. ¿Oué representan, a veces, en la Biblia ciertos números?
El simbolismo de los números tiene especial aplicación en
las partes
apocalípticas de la Biblia, aunque también tiene aplicación
en partes
típicamente históricas, como es notorio en el Evangelio de
S. Juan,
donde aparece un intencionado y reiterado uso del número 7.
Nos
ceñiremos especialmente al libro del Apocalipsis.
El número UNO representa la idea de unidad, de lo que es
único,
independiente, autoexistente Dios es uno. Este número no
aparece,
sin embargo, en el Apocalipsis.
El DOS significa compañerismo, valor y fuerza. En medio de
los
peligros la amistad es una bendición: «Mejor son dos juntos
que dos
separados», rezaba un refrán antiguo, recogido en formas
varias en
los libros sapienciales del Antiguo Testamento. Dos testigos
confirman una verdad, pues la hacen más firme. La verdad de
Dios es
confirmada en Apocalipsis 11:3-12 por dos testigos. En el
capítulo 13
hay dos bestias que mutuamente se ayudan. Dicho número
significa
también el poder que surge de una unión conjunta.
El TRES es un número divino, y siempre expresó ya la misma
deidad,
ya lo más sagrado. Es símbolo de la familia (padre, madre e
hijo). En
el siglo III de nuestra era, según dibujos de las catacumbas
romanas
(caso típico, el de Sta. Cecilia), los mártires solian morir
extendiendo
tres dedos como señal de su fe en la Trinidad. Pero ya antes
de
Cristo, en muchos pueblos, el 3 representaba la Divinidad.
123
El CUATRO es cósmico. Corresponde al concepto que tenía del
mundo el hombre antiguo, para quien nuestro planeta era un
plano
de cuatro lados, como la casa en que habitaba. Cuatro eran
los
vientos que venían de los cuatro lados. De esta manera el 4
llegó a
ser símbolo del mundo en que vívia. Cuatro eran también los
elementos de la antigua filosofía: tierra, agua, aire y
fuego. En el
Apocalipsis hay 4 seres vivientes que representan toda la
creación: 4
ángeles, en los cuatro extremos, controlando los vientos;
otros 4
esperan el momento de la terrible masacre sobre la tierra,
mientras
se hallan retenidos en el Eufrates (9:14 y ss.). También hay
4 jinetes
representando diversas fuerzas que irrumpen en la Historia.
El 4 es
siempre sinónimo de la creación visible.
El CINCO representa, para un judío, el Pentateuco: los cinco
libros de
Moisés. Es muy significativo que la samaritana de Juan 4
hubiese
tenido cinco maridos legales, cuando sabemos que los
samaritanos
sólo admitían los cinco libros del Pentateuco. Este número
no sale en
Apocalipsis.
El DIEZ es uno de los números favoritos del Apocalipsis. En
tiempos
antiguos se daban muchos más casos que hoy de hombres que,
ya
por causa de guerras o de accidentes, perdían uno o más
dedos de
las manos. Eran, por tanto, hombres incompletos, mientras
que
quienes conservaban todos sus dedos eran hombres completos
en su
integridad física. La suma de los 5 dedos de cada mano llegó
a
simbolizar al hombre completo, e incluso creó el sistema
decimal de
contar con los dedos. No es, pues, extraño que todos los
deberes
humanos se hallen codificados en diez mandamientos. En
Apocalipsis
capitules 12 y 13 el dragón y la bestia tienen cada uno diez
cuernos.
También la bestia escarlata del capitulo 17 tiene diez
cuernos que son
interpretados como reyes. Los diez cuernos son símbolo de
poder
completo y gobierno absoluto. En Apocalipsis aparecen
también
numerosos múltiplos del 10.
El SIETE es el numero predominante en el Apocalipsis (como
en otros
muchos libros de la Biblia), donde aparece. 54 veces. Es una
combinación del 4 y del 3. El hombre aprendió pronto a
combinarlos,
por ser estos números símbolos, respectivamente, del mundo y
de la
Divinidad.
La suma de ambos nos da el 7, como símbolo de perfección: la
totalidad de los cuatro extremos de la tierra y la plenitud
de la
Divinidad. La tierra coronada por el cielo fue para los
antiguos el
símbolo de la suma perfección. Así lo consideraron ya los
babilonios.
Los sumerios empleaban el mismo vocablo para decir «siete»
que
para decir «todo». La torre de siete pisos de Babilonia
representaba,
en la intención de sus constructores, todo el Universo. El
Apocalipsis,
haciendo uso de este número para sus propios fines, se
dirige a 7
iglesias, es decir: a toda la Iglesia Universal,
representada por siete
124
candelabros, y cuyos siete ángeles son siete estrellas. Hay
7 espíritus
de Dios. El libro en las manos del Altísimo está sellado con
7 sellos.
El Cordero en el trono tiene 7 ojos y 7 cuernos. Hay 7
ángeles con 7
trompetas. Y otros 7 ángeles derraman las plagas. Hay 7
truenos, 7
copas, etc. El uso del número 7 por parte de Juan implica un
bosquejo
ordenado en su pensamiento, que no puede ser accidental,
sino que
forma parte de la estructura literaria del libro.
El DOCE sigue al 7 en frecuencia de alusiones. 12 equivale a
4 x 3. Es
el símbolo de la religión organizada en el mundo. El Antiguo
Testamento tenía 12 tribus, y el Nuevo Testamento 12
apóstoles. 12
estrellas coronan a la que da a luz al Cristo (12:1), y la
Ciudad Santa
tiene 12 puertas, así como 12 fundamentos sobre los que
están
escritos los nombres respectivos de los 12 apóstoles. El
árbol de la
vida lleva 12 frutos (22:2); etc.
El TRES Y MEDIO se da con frecuencia en Apocalipsis. La
mitad de 7
equivale a 3 1/2, que es algo imperfecto, puesto que parte
por la
mitad al número 7, que es número sagrado. Por eso, expresa:
la
interrupción del orden divino por los manejos de Satanás y
la malicia
de los hombres; esperanzas frustradas; los dos grandes
testigos
testifican por 3 años y medio (11:3); los atrios externos
del templo
serán hollados por los impíos durante 3 años y medio (11:2);
los
cadáveres de los dos testigos yacen en las calles durante 3
días y
medio (11:11); los santos de Dios son perseguidos 3 años y
medio
(13:5); la Iglesia está en el desierto 3 años y medio (12:6,
14). Como
dice Wíshart, «siempre 3 y medio equivale a falta de reposo,
insatisfacción, algo incompleto. La verdad llevada al
cadalso, y la
mentira reinando en el trono. Paciente espera hasta que amanezca
el
lucero del nuevo día».24 Tratar de calcular la cronología de
un periodo
de tiempo descrito como 3 1/2 es perder el tiempo en una
tarea inútil.
Tres y medio significa siempre la era de la persecución,
tanto si ésta
es corta como prolongada.
3. Números múltiplos
En la Biblia se dan con frecuencia múltiplos de 7, de 10 y
de 12.
Se tomaba el 10, símbolo de la humanidad completa (10
generaciones antes del diluvio; otras 10 desde el diluvio
hasta
Abraham) y de la perfección matemática, y se le multiplicaba
por 7,
símbolo de la perfección divina. El resultado es 70 =
símbolo
intensificado de perfección y plenitud, no sólo humanas.
Bino divinas.
El numero 70 era para el judío una cifra llena de
significado: 70
ancianos para cuidar de las tribus en el desierto en calidad
de
supervisores y jueces en asuntos de menor importancia; el
tribunal
supremo de Israel constaba de 70 miembros. Los judíos creían
que
había 70 naciones, aparte de Israel. con sendos 70 idiomas y
bajo el
cuidado de 70 ángeles. Por supuesto, todo esto no era más
que
125
tradiciones rabínicas sin fundamento, pero ilustran el uso
que de la
cifra 70 hacían los antiguos, independientemente de lo
acertado o
desacertado de su uso. En el Nuevo Testamento Jesús mandó a
70
discípulos a predicar delante de El (Lúc. 10:1 y ss,).
Cuando quiso
explicar la idea del perdón ilimitado, tomó el número 7,
símbolo de
perfección divina, y lo multiplicó por 70; por supuesto, no
quería decir
con ello que no se debe perdonar después de 490 veces.
También
resulta curiosa la mención de los 120 que se encontraban en
el
Aposento Alto esperando la venida del Espíritu Santo en
Pentecostés;
12 x 10 nos da el número de los apóstoles como cabezas de
sendas
decenas de primeros discípulos, como cabos de pelotón de
soldados.
El número 120 de Hechos 1 no ha pasado desapercibido para
los
gnósticos de todos los tiempos.
Para expresar el concepto de aquello que está completo en
grado
sumo y ultimo, el hombre primitivo —que no podía expresar
dicho
concepto en su limitado idioma— elevaba el número 10 al
cubo, es
decir, 10 x 10 x 10, y así tenía el número 1.000. Por eso,
el hombre
caído tras el pecado original, sin posibilidad de alcanzar
por sí mismo
el árbol de la vida (la inmortalidad que comporta la intima
comunión
con el Dios viviente), nunca llega a vivir la cifra de 1.000
años; al más
longevo (969 años de vida), le faltó cerca de una generación
para
llegar al número de la inmortalidad. 1.000 años, el
«milenio» que se
cita, por única vez en la Biblia, en un contexto altamente simbólico
(Apoc. 20), no debe ser leído en un sentido literalmente
matemático,
según opinión de muchos y grandes exégetas, para quienes no
significa exactamente mil veces 365 días, cinco horas,
cuarenta y
ocho minutos, cincuenta y cinco segundos y una fracción de
segundo;
no equivale a ningún período definido de tiempo. Según estos
intérpretes, el aplicar aquí la exactitud matemática
equivale a violar
toda la ley de simbolismos y alegorías con la que
escribieron sus
visiones y oráculos Juan y los demás profetas. El milenio es
para estos
comentaristas plenitud de tiempo, en máximo y último grado.
Un
período que va más allá de toda duración medida con las
manecillas
de nuestros relojes. Incluso puede indicar la eternidad.
4. Números siniestros
Entre los judíos había también números siniestros, malditos,
como lo
es el 13 aun hoy día para mucha gente. El prejuicio que la
gente de
hoy tiene contra el 13 lo tenían los judíos contra el 6.
Si el 7 es perfección, el 6 (número de hombre, que fue
creado el sexto
día), por no alcanzar el 7, es señal de imperfección y
fracaso; es
ineptitud para alcanzar la altura sagrada, y señal de
maldición.
Triplicado, consigue la triple maldición: 3 seises
misteriosos, cuya
misma enunciación lleva implicado el silbido de la serpiente,
666 es el
número de la Bestia (13:18), nombre que no es un
«criptógramo», ni
una «adivinanza», sino un simbolo; equivale al mal elevado a
su
126
máxima expresión, así como al fracaso de cuantos se opongan
al
triunfo del
Señor. Una potencia de maldad humanamente insuperable, pero
que
no puede prevalecer contra Dios y su Cristo y su Iglesia. No
es el
nombre, sino el número, lo importante y revelador.
«Su número —dice Juan— es 666», no «Su nombre es...». El
número
666 era suficiente para hacer temblar a los lectores de
Apocalipsis. En
esta cifra hay una profundidad de pecado y un peso de
castigo que
ningún ser humano puede imaginar, sino sólo aquel que ha
cometido
la iniquidad y participado de su castigo. El 7 es victoria,
el 6 es
derrota: el 7 es perfección, el 6 es fracaso, frustración.
El pecado se
multiplica asimismo siempre al nivel de 6; nunca alcanza el7
que
seria su perfección en la maldad. El principio bestial no
alcanzará
nunca su pleno desarrollo por la gracia de Dios. Por eso los
últimos
días serán acortados.
Muchos números, muchas cifras del Apocalipsis no pueden
entenderse en su valor numérico real; no son números
matemáticamente redondos; muchas veces —si no todas— tienen
un
valor ideológico, simbólico. El profeta, el apóstol, es un
vidente, no un
experto
matemático.25
Notas:
24. En The
Book of Day (Oxford Universíty Press).
25. Véanse, para toda esta lección, F. Lacueva, El hombre;
Su
grandeza y su miseria, lecc. 3.ª; D. W. Richardson. The Revelation of
Jesús
Christ (John Knox Press), pp. 22-23; A. H. Baldinger. Sermons on
Revelation,
Chapter on The Arithmetics of Revelalion; Intemational
Standard
Bible Encyclopedia, art, 'Revelation' (Apocalipsis); Tenney,
Interpreting
Revelation. A General Introduction (Eerdmans).
LECCIÓN 26.a LA UNIDAD DEL MENSAJE BÍBLICO
1. El mensaje central de la Biblia
Suele decirse a menudo que, a veces, los árboles impiden ver
el
bosque. Quizás el tema del dispensacionalismo que hemos
tratado en
las lecciones anteriores sea una buena prueba de ello.
Nimios
detalles, tomados de una manera iiteralista, y más aún
cuando se
trata de profecía, pueden hacernos perder de vista el tema
central de
la Biblia, derrochar tiempo y energías en meras
curiosidades, olvidar
la espera expectante de la Iglesia en todo momento, retrasar
nuestro
crecimiento espiritual y enturbiar la comunión entre
hermanos de la
127
misma fe fundamental evangélica. Recordemos el sobrio final
del
capitulo 20 del Evangelio según Juan:
Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus
discípulos, las cuales no están escritas en este libro (¡y
cómo nos
gustaría Conocerlas!). PERO ESTAS SE HAN ESCRITO PARA QUE
CREÁIS QUE JESÚS ES EL CRISTO, EL HIJO DE DIOS, Y PARA QUE
CREYENDO. TENGÁIS VIDA EN SU NOMBRE» (Jn. 20:30-31).
Por eso, tras la discusión sobre la escatología
dispon-sacionalista, nos
vendrá muy bien, tanto como refrigerio espiritual cuanto
como punto
de convergencia para una verdadera comunión fraternal de fe
amor,
volver nuestros ojos al final de la Tercera Parte de este
libro, a la
consideración del mensaje central de la Biblia.
¿Cuál es el mensaje central de la Biblia? El mensaje central
de la
Biblia lo constituye la historia de la salvación. Todo queda
subordinado a este objetivo. Quien no discierna esta
finalidad del
texto sagrado (como es la tragedia de las sectas y de muchas
herejías) no lo podrá comprender jamás. Y la figura central
de este
mensaje es Jesucristo, el Hijo de Dios, la Revelación final,
definitiva,
del Padre, para nuestra iluminación, para nuestra salvación,
para
nuestra glorificación.
El profesor F. F. Bruce, de la Universidad de Manchester,
observa tres
aspectos básicos de esta historia de la salvación, que
aparecen en
ambos Testamentos y desarrollan y explicitan la misma:
A) El Dador de la salvación.
B) El camino de la salvación.
C) Los herederos de la salvación.
Este triple principio podría también ser descrito en
términos del pacto
(diatheke, vocablo griego que expresa mejor lo que en los
países de
cultura latina se tradujo por «testamento») de Dios con los
hombres.
El mensaje central de la Biblia es el pacto de Dios con su
pueblo. Y en
este pacto aparecen también los tres elementos arriba
citados: a) El
Mediador del pacto, b) Las bases del pacto, c) El pueblo del
pacto.
Dios mismo aparece siempre como el Salvador de su pueblo, el
ejecutor de una salvación que siempre es por gracia. Es
asimismo el
Señor quien confirma su pacto de gracia en favor de una
humanidad
caída, a la que redime por nuevas sendas. Cristo, dador y
artífice de
la salvación, obra desde el principio con el Padre por e]
poder del
Espíritu Santo para crearse un pueblo nuevo, celoso de
buenas obras.
Tal es el mensaje central de la Biblia. El Dador de esta
salvación, el
Mediador del pacto, es Jesucristo, el Hijo de Dios. El
camino de la
salvación —la base del pacto— se funda en la gracia de Dios
que
llama a los hombres al arrepentimiento y espera una
respuesta de fe
128
y obediencia. Los herederos del pacto, los que alcanzan la
salvación,
son el Israe! de Dios y la Iglesia de Dios, por cuanto en
ambos casos
la respuesta dada al Dios del pacto ha sido por la fe.
El mensaje central de la Biblia, y su unidad básica, son,
pues,
resultado de esta voluntad salvadora de Dios Trino: Dios
Padre que
llama a la salvación a los hombres; Dios Hijo que efectúa
esta
salvación en su vida, muerte y resurrección: y Dios Espíritu
Santo que
aplica la salvación planeada por el Padre y obrada por el
Hijo,
haciéndola fructificar por el Espíritu para santificación de
los elegidos
(l.ª Ped. 1:2).
Ya hemos dicho algo de la idea del pacto. Se trata de un
concepto
bíblico básico, unificador del mensaje de la Revelación. La
ley
mosaica, la liturgia levítica, la piedad del Salterio y la
sabiduría de los
escritos «sapienciales» son otros tantos aspectos que
contribuyen,
cada uno en su medida, a expresar esta historia de
salvación, este
mensaje que presta unidad al contenido de la Sagrada
Escritura.
Estudiémoslo por partes, aunque sea someramente.
Veremos que en todos ellos halla expresión la misma voluntad
salvadora de Dios, la misma oferta de gracia, los mismos
requisitos
para obtener la salvación y las mismas promesas de paz, gozo
y vida
eterna.
Los instrumentos pueden variar, y varían, pero el objetivo
salvífíco de
Dios no cambia jamás:
El es siempre el mismo tanto en su carácter como en sus
propósitos
de salvación.
2. Los pactos de Dios
A) El pacto prediluviano con Noé (Gen. 6:18). En esta breve
referencia
ya se nos anuncia implícitamente lo que es y será a lo largo
de las
Escrituras un pacto con Dios: no se trata de un acuerdo
entre Dios y
el hombre, a la manera de los pactos humanos, sino que la
iniciativa
siempre parte de Dios, puesto que procede de su gracia
soberana, y
la estabilidad del pacto se funda en los afirma y hace Dios,
no NoéPero Noé tiene que obedecer, ésta será su respuesta de fe.26 Noé
tiene que hacer todo lo que le manda Dios al revelársele en
su pacto
de gracia (Gen. 6:18b-21). Aquí no hay conflicto entre la
soberanía de
Dios y la obediencia de la fe, ni entre la gracia y las
obligaciones que
de ella se derivan.
B) El pacto postdiluviano con Noé (Gen. 9:9-17). Aqui
también queda
excluida cualquier idea de pacto bilateral. El pacto es
unilateral: «he
aquí que yo establezco mi pacto...» (Gen. 9:9). En este
pacto todo
depende de Dios; es universal y eterno.
129
C) El pacto con Abraham (Gen. 12:14; 15:8-18: 17:6-8). En
Abraham
serán benditas todas las naciones (Gen. 12:3); el pacto se
hace
perpetuo (Gen. 17:7, 8, 19) y es confirmado irrevocablemente
(Gen.
15:9-17). El pacto con Abraham es, pues divinamente ideado,
administrado, confirmado y ejecutado. La respuesta de la fe
es la
obediencia que guarda el pacto (Gen. 17:10). Tampoco aquí
existe
contradicción entre la gracia y las obligaciones que ella
engendra.
Guardar el pacto equivale a dar expresión a la
espiritualidad del
pueblo que es llamado a perseverar en la comunión espiritual
con el
Señor.
D) El pacto con Israel (mosaico). Israel es elegido para ser
un pueblo
santo, separado para Dios (Ex. 2:25; Lev. 19:2: Deut. 4:37;
7:6-8;
9:46: Os. 13:5; Am. 3:2). Es, pues el pacto que Dios hace
con su
pueblo redimido (Ex. 6:68; 15:13: 20:2; Deut. 7:8; 9:26;
13:5: 21:8).
Israel fue admitido a una relación filial con su Señor y
Salvador (Ex.
4:22; Deut.
8:5; 14:1; 32:6; 1.ª Crón. 29:10; Is. 63:16; 64:8; Jer. 3:19;
31:9; Os. 11:1; Mal. 1:6; 2:10).
El pacto mosaico fue hecho con Israel como una ampliación
del pacto
concertado con Abraham (Ex. 2:24; 3:16; 6:4-8; Sal. 105:8,
12, 42-45:
106:45). Como en todos los demás pactos, la dispensación
amorosa y
soberana de la gracia divina aparece en primer lugar, así
como el
llamamiento a establecer una relación espiritual entre el
hombre y su
Salvador (Ex. 6:7; Deut. 29:13; Ex. 19:5-8; 24:3-4; Deut.
4:13-14).
Como en todos los demás pactos, la condición para gozar y
disfrutar
de las bendiciones divinas es la respuesta obediente y
consagrada
(Ex. 24:7: Lev. 19:2: Deut. 6:4-15). El creyente no puede
continuar en
la gracia que el pacto dispensa si no persevera en su
fidelidad (Rom.
11:22; Col. 1:23: Heb. 3:6. 14; 1.ª Ped. 1:5). Pero el mismo
pacto
mosaico provee asimismo para la limpieza y el perdón,
mediante la
liturgia levitica que anuncia voladamente la gran salvación
del
Calvario.
E) El pacto davídico. Se anuncia en pasajes como Salmo
89:3-4, 26-
37; 132:11-18 (cf. 2ª Sam. 7:12-17). Las características más
sobresalientes de este pacto son su estabilidad y la
inmutabilidad de
las promesas dadas (Sal. 89:3. Cf. 2ª° Sam. 23:5) y, sobre
todo, su
carácter eminentemente mesiáníco, ya que sus referencias
últimas
señalan siempre el Mesías que ha de venir del linaje de
David (Is.
42:1, 6; 49:8; 55:3-4: Mal. 3:1; Lúc. 1:32-33). El Mesías no
sólo es la
figura central en este pacto, sino que él mismo es el pacto,
y todas
las provisiones y bendiciones del mismo fluyen de su obra y
de su
persona. Nada nos certifica con mayor seguridad el hecho de
la
voluntad salvadora de Dios que el que haya dado a Aquel en
quien
todas las promesas son Si y Amén, como pacto a su pueblo
para
asegurarle su presencia y su bendición.
130
F) El nuevo pacto. Es el llevado a cabo en el cumplimiento
de los
tiempos (Mar. 1:15; Gal 4:4; Heb. 9:26) y, por esta razón,
es el pacto
eterno que los resume a todos y les da su cumplimiento (Heb.
12:28;
13:20). La gracia proclamada y dada por los demás pactos
halla aquí
su plenitud. Es el climax de la revelación de la gracia que
todos los
pactos se esforzaron en ejemplarizar. Vemos pues, una
continuidad
gradual y progresiva en la administración de los pactos a
través de la
historia (Gal. 3:17-22; Heb. 9:16, 17. C1. Lúc. 1:72).
El concepto central que entraña la idea del pacto fue
aplicado en
distintas circunstancias históricas y. por consiguiente,
bajo diferentes
condiciones, halló diferentes expresiones. Pero estas
expresiones no
son, en modo alguno, contradicciones. La idea central de la
gracia de
Dios derramada en favor de una razón caída, aparece
continuamente
en todos los pactos, y su aplicación solo esto condicionada
a las
situaciones históricas.
Desde Abraham, los pactos nos muestran su contenido
eminentemente redentor y su propósito de gracia. Pero ello
no
significa que la gracia comenzase con Abraham.
Asi, los pactos son correlativos, y su proclamación es la
misma:
revelan el amor de Dios y sus propósitos de salvación.
Existe, pues,
un progreso de enriquecimiento a lo largo de los sucesivos
pactos.
Este progreso no se desvía nunca de los aspectos básicos que
rigen la
idea del pacto: el amor de Dios y la gran salvación de Dios.
El
progreso equivale a una mayor plenitud de revelación, a un
desarrollo
de lo oue en los primeros pactos ya estaba latente. De ahí
que el
climax de la redención sea asimismo el climax también de
todo pacto.
En sana exégesis no debemos nunca oponer unos pactos contra
otros: esto ocurre solamente allí donde no existe una
comprensión
clara de las relaciones entre la ley y el Evangelio, entre
la antigua y la
nueva dispensación, entre el Viejo y el Nuevo Testamento.
3. La ley de Dios
La unidad de propósitos redentores que caracteriza el
mensaje de la
Biblia aparece igualmente en el concepto bíblico de la Ley
(la Torah),
es decir, la ley dada por medio de Moisés (Jn. 1:17), ya
aludida en el
párrafo 2 de la presente lección, D).
¿Cuál fue el propósito de la ley? Triple:
a) La ley fue una disciplina, un dique para contener el
desbordamiento del pecado (Gal. 3:19; 1.ª Tim. 1:9).
b) La ley fue el ayo para llevarnos a Cristo. Por la ley es
el
conocimiento del pecado y el despertar de nuestra conciencia
(Rom.
3:20; 5:20: 7:7-11: Gal. 2:19; 3:24). Por ello, nos hace
conscientes de
131
nuestra impotencia para salvarnos y nos conduce a Cristo, nuestro
único Salvador. En este sentido es un medio de gracia.
c) La ley es una norma para nuestra santificación, al menos
en su
subyacente aspecto moral, pues expresa el carácter
eternamente
santo de Dios, y en este sentido es un instrumento del
Espíritu Santo
(instrumento potenciado por el amor) para llevar a cabo
nuestra
transformación conforme «a la imagen del Hijo de Dios» (Rom.
3:31;
8:29: 1.a
Cor. 7:19; 9:21; Sant. 1:25; 2:8-9: Jn- 14:15, 21: 15:10; 1.a
Jn. 2:3-5,
22, 24).
4. La liturgia levítíca
La ley de Moisés no sólo contenia preceptos morales que
desarrollaban lo proclamado en el Decálogo, sino que
constaba
además de una larga y compleja sección litúrgica (cf. Ex.,
Lev. Y
Núm,) que tipificaba en símbolos las grandes realidades de
la
salvación que el Mesías llevaría a cabo en el futuro. Todo
el Antiguo
Testamento nos habla de la sangre de los sacrificios, que es
el
símbolo de la sangre de Cristo (Heb. 9). Los creyentes
piadosos
sabían que sus pecados contra la ley moral —ley que no
podían
cumplir nunca en toda su perfección— les eran perdonados en
virtud
de los sacrificios de la misma ley, que en su aspecto
litúrgico
anunciaba ya la gran salvación obrada después en el
Calvario.
Aquellos creyentes de la Antigüedad se salvaban por fe en el
Cristo
que había de venir, asi como nosotros somos salvos hoy por
fe en el
Mesías que vino ya (Heb. 11:24-26).
Nos encontramos, pues, con las mismas verdades reveladas en
el
Nuevo Testamento, pero que en el Antiguo eran exhibidas de
una
manera adecuada a la comprensión y al momento del allí y del
entonces. Con todo, encontramos idénticos elementos de
verdad
redentora, porque la mente de Dios no cambia jamás y las
necesidades de la creatura caída son siempre las mismas. Los
actos
litúrgicos del Antiguo Testamento, que constituían el alma
de la
religión de Israel, no soto ofrecían una gran profecía de la
redención
del Calvario, no sólo eran su representación tipológica,
sino que, al
mismo tiempo, eran su presentación salvifica mediante la
experiencia
espiritual que ofrecían y la fe que demandaban.
El Nuevo Testamento afirma claramente que estos ritos
levítícos eran
tipos de la muerte de Cristo. Tenían un significado
relacionado con
dicha tipología. El adorador hebreo, tanto si podía intuir
la relación
que su liturgia tenía con un Salvador sufriente, como si
todavía no lo
vislumbraba (este discernimiento fue gradual y es dable
percibir su
evolución en el libro de los Salmos y en los profetas),
podía presentar
un servicio cultural aceptable a Dios. La liturgia levitica
le ofrecía una
triple experiencia:
132
1) Le llamaba a reconocerse pecador e indigno de las
bendiciones del
Altísimo, y le movía a acercarse a Dios con corazón humilde
y
contrito.
2) Le proclamaba que la única manera de renovar la comunión
con
Dios era aceptar las condiciones, o los medios, que Dios
mismo ponía
a su alcance.
3) Le anunciaba la «buena nueva» (¡Evangelio!) de que, al
entregarse
contrito y humillado en demanda de perdón, y por medio del
sacrificio
ordenado por la ley, se reintegraba a la comunión con Dios,
era
aceptado ante el Señor, perdonado y justificado.
Y esta triple experiencia estaba saturada del gran principio
bíblico
anunciado en ambos Testamentos: «sin derramamiento de
sangre, no
hay remisión de pecados».
En la mente de Dios todo apunta al Evangelio. La obra y la
persona de
Cristo son la culminación del plan divino, el cual, sin
embargo, ya
antes de su cumplimiento, era proclamado, de diversas
maneras,
para salvación. Al mismo tiempo. Dios preparaba asi al mundo
para la
venida del Mesías. Pero en todo momento el Señor ofrece al
hombre
pecador las mismas bases de salvación: experiencia de
convicción de
pecado, entrega a Dios por fe, y justificación ante el
Señor, con lo que
se logra la reanudación de nuestra comunión espiritual con
El.
Existe, pues, una misma unidad de propósitos salvadores y
una
misma unidad en los tratos de Dios con el hombre. Todo ello
contribuye a la unidad del mensaje de la Biblia.
5. La piedad del Salterio
La unidad del mensaje de la Biblia se hace también evidente
en la
piedad hebrea, tan estupendamente reflejada en el Salterio.
El libro
de los Salmos no sólo sirvió de elemento devocional a
Israel, sino
también a la Iglesia. En los Salmos la espiritualidad hebrea
halla su
más alta expresión; en ellos se expresa no sólo el creyente
individual,
sino todo el pueblo de Dios. Más aún, el Salterio es el
libro del Antiguo
Testamento que mejor conocen los cristianos.
Si esto es así —y es evidente que estamos afirmando una
verdad
histórica incontrovertible—, es porque el Dios revelado en
la Biblia es
siempre el mismo y tiene las mismas exigencias sobre el
hombre. El
Salterio refleja esta continuidad dentro, claro está, de las
diferencias
de tiempo, lugar, circunstancias, etc.
Los Salmos enfatizan la disposición interior como algo
básico para
acercarse a Dios (40:6; 1:9) al participar de la liturgia
levítica (4:5:
10:13: 51:19: 66:13-15). Quizás con ello ya apuntaban a la
transitoríedad del ritual levitico y estimulaban a buscar su
más
profundo significado que habría de ser revelado de manera
perfecta
133
en el Nuevo Testamento. De ahí el énfasis en los sacrificios
espirituales también (40:6 y ss.: 50:14-23: 51:16; 19:14;
141:2; 15:1 y
ss.). El salmista cree en la omnipotencia de Dios, en su
providencia,
en su perdón; se regocija en su salvación y en su justicia,
descansa
en su fidelidad y siente cerca la presencia del que es Señor
y
Salvador de Israel.
Y el mismo significado tienen para la Iglesia primitiva;
Mat. 21:16, 42;
26:30: 27:46; Lúc. 24:44; Hech. 1:20; 2:25-28, 30, 34 y ss.:
Ef. 5:19;
Col. 3:16; Sant. 5:13. Desde entonces los Salmos han
modelado la
oración de la Iglesia, bien por su uso mismo, bien como
inspiradores
de la plegaria del pueblo de Dios.
6. El pueblo de la Biblia
El mensaje de la Biblia es primordialmente la historia de
nuestra
salvación. La unidad de su mensaje estriba en esta
característica
destacada y primordial. Pero también existe un pueblo de la
Biblia:
los herederos de esta salvación proclamada en, y por, las
páginas de
la Escritura.
Este pueblo es el pueblo del pacto, el Israel de Dios la
Iglesia de Dios.
Como escribe F. F. Bruce:
«La continuidad del pueblo del pacto, a partir del Antiguo
Testamento
y hasta el Nuevo Testamento, queda algo oscurecida porque en
nuestras Biblias la palabra «iglesia» nos parece una palabra
exclusiva
del Nuevo Testamento, y pensamos en ella como en algo que
dio
comienzo en el período del Nuevo Testamento. Pero el lector
del
Nuevo Testamento griego no se encontró con una nueva palabra
al
leer ekklesía en sus páginas, porque ya se había
familiarizado con la
misma en la versión griega de los LXX cada vez que se
refería a Israel
como el qahal = asamblea, de Jehová. Por supuesto, al llegar
al
Nuevo Testamento, el vocablo adquiere un nuevo y más pleno
significado. Jesús dijo: «Yo edificaré mi Iglesia» (Mat.
16:18), ya que el
pueblo del antiguo pacto tenia que morir con él para
resucitar con él
a una nueva vida en la que las viejas restricciones
nacionales habían
de desaparecer. Pero Cristo provee en sí mismo la
continuidad vital
entre el antiguo Israel y el nuevo, y sus fieles seguidores
son tanto el
remanente justo de antaño como el núcleo nuevo de hogaño. El
Siervo de Jehová y sus siervos ligan los dos Testamentos
para
presentar un único pueblo de Dios.»
La unidad de la Revelación queda perfectamente reflejada en
la
unidad del pueblo de Dios.
Porque no es judio el que lo es en la carne, ni es válida la
circuncisión
que no lo sea, al mismo tiempo, del corazón. Dios puede
levantar
hijos de Abraham aun de entre las piedras, y todos los que
son de la
134
fe —todos los que creen en Cristo— son sus hijos, «simiente
de
Abraham son».
Los pobres de Jehová, el remanente fiel, el Israel de Dios,
es el pueblo
que respondió (y responde) con fe obediente al llamamiento
de la
gracia de Dios, y este pueblo es hoy lo que llamamos
«Iglesia», el
«Israel de Dios» (Gal. 6:16).
LECCIÓN 27.ª EL ESTILO PROFETICO
1. Variedad de profecías
Antes de acometer el tema de la segunda venida de Cristo,
resulta
forzoso resaltar las características del estilo profetico,
nada fácil por
cierto. Hay diversidad de profecías, así como de estilos
proféticos.
Pero lo que, sobre todo, nos interesa discernir es la
naturaleza de
cada profecía, dentro de su propio y característico entorno
histórico y
contextual. A modo somero de bosquejo, ofrecemos las
siguientes
indicaciones;
A) Profecías cercanas:
a) Inmediatos, por ejemplo cuando Jeremías predijo el
retorno de los
judíos ha
Jerusalén para 70 años después del exilio babilónico.
b) Próximas, como, por ejemplo, las profecías de Miqueas
4:11-13;
5:7-9, después del cautiverio babilónico, bajo Esdras y
Nehemías, que
alcanza hasta la época de los macabeos.
A la varia naturaleza de las profecías corresponde, como
hemos
indicado, una lógica y consiguiente variedad de estilos, que
se sirven
de peculiares palabras o frases, dándoles su propio sentido
particular.
Así, por ejemplo, «el tiempo del fin», en Daniel 8:17-19;
9:26; 11:35,
40. 45; 12:4, 6, 9, señala el fin de Judá como nación, hecho
acaecido
el año 70 de nuestra era, como he demostrado en otro lugar.1
Fue el
tiempo de la gran tribulación del pueblo judío (Mat. 24:21).
En
cambio, en el Nuevo Testamento, expresiones parecidas —como,
por
ejemplo, «los últimos tiempos», «los postreros dias», «los
fines de los
siglos», «el último tiempo»— significan algo muy distinto,
pues aluden
a todo el período que abarca la dispensación cristiana,
desde la
primera hasta la segunda venida de Cristo.
B) Profecías escatológicas:
a') Las que tratan de la primera venida de Cristo.
b') Las que versan sobre la segunda venida de Cristo. (A
veces
aparecen juntas.)
135
c') Las que tratan del reino mesíánico («últimos tiempos»)
¿Dónde situar cada una de estas profecías? Existen varias
respuestas:
1) Respuesta amilenial: Entre la primera y la segunda venida
(incluida
ésta). Es el periodo de la Iglesia, en el que vivimos
actualmente y que
está a la espera del Señor y de los cielos nuevos y la
tierra nueva
donde more la justicia.
2) Respuesta premilenal (dispensacionalista). Dice L. S.
Chafer:
«Ninguno de los pactos que Dios había establecido con los
judíos halló
cumplimiento en el tiempo del primer advenimiento de Cristo.
El
regreso de Cristo a la tierra en su segunda venida traerá
bendiciones
a la nación judía, y éste es el único tema de las profecías
del Antiguo
Testamento.»2
La explicación díspensacional lo sitúa todo al fin, después
de la
segunda venida, y en un milenio predominantemente judío. La
Iglesia
habrá sido arrebatada antes al cielo, puesto que ella no
tiene nada
que ver con las promesas mesiánicas. El centro de la
profecía no es la
Iglesia, sino Israel.
2. La múltiple perspectiva profética
Como ejemplo para ilustrar este tema nos serviremos de Joel
2:11-32,
en especial los versículos 28-31.
Comienza el texto preguntando: ¿Quién podrá soportar el Día
del
Señor? (vers- 11). Sigue una invitación al arrepentimiento,
y se
muestran las misericordias de Dios.
Como en el primer capítulo de este mismo libro, la
invitación al
arrepentimiento ofrece la única solución (vers.12-17). Viene
luego la
réplica de Dios. Si el pueblo se arrepiente, El derramará
bendición.
Las bendiciones de Dios son dobles:
A) Bendiciones materiales (vers. 18-27). Según Romanos 8 la
tierra
misma participa de la ruina del pecado, y participará
también, al final,
de las bendiciones de la redención y renovación de todas las
cosas.
Incluso en los juicios temporales y parciales existe esta
relación del
hombre con la tierra. No sólo se nos prometen «cielos
nuevos», sino
«tierra nueva», si bien fundidas ambas realidades en una
dimensión
superior (V. Apoc. 21).
Dios es Señor de la naturaleza (en este caso, de los
insectos y de las
langostas) tanto como de las fuerzas históricas (los grandes
imperios
y sus terribles ejércitos), a quienes puede encomendar el
cumplimiento de su sentencia. La creación está al servicio
de Dios, ya
sea para bendición o para juicio.
136
B) Bendiciones espirituales (vers. 28-32). Se trata de un
gran pasaje
mesiánico (nada menos que de la promesa del Espíritu Santo
—V.
Hech. 2:17-21—).
La llamada al arrepentimiento fue escuchada y Dios bendijo
inmediatamente (avivamientos, al poco tiempo, bajo Ezequías
y
Josias), y luego en la época mesiánica, en los «últimos
días»
(Hech. 2:17), que comienzan con el advenimiento de Cristo
(Hech.
1:2). Escribe Ellison:
«Así como el juicio de las langostas fue seguido de un
regreso
espiritual a Dios, así en los días me-siánicos habrá un
tremendo
derramamiento del Espíritu Santo. Por el Nuevo Testamento
sabemos
que esta promesa fue cumplida en Pentecostés (Hech. 2:16).
Hay una
tendencia (díspensacional) a sugerir que este derramamiento
de
Hechos 2 no fue el cumplimiento de la profecía de Joel, sino
sólo una
prefiguración de su verdadero cumplimiento en un día lejano
que aún
ha de venir. Pero no es esto lo que dice al apóstol Pedro en
Hechos.»
Para comprender bien las dos etapas del tiempo mesiánico
ayuda
mucho el distinguir entre: «los últimos días» o etapa final
(desde la
primera hasta la segunda venida de Cristo), y «el acto final
de esta
ultima etapa mesiánica, final de la historia, cuando Jesucristo
vuelva
otra vez.
La etapa final comenzó con el advenimiento de Cristo (los
postreros
días, los últimos días), y el acto final es la consumación
definitiva,
cuando se producirá la segunda venida, y en ella vivimos
actualmente. Es la época que comenzó con el derramamiento
pleno
del Espíritu Santo.
Pero el acto final será consumado en la segunda venida de
Cristo. Ni
el Antiguo Testamento ni los primeros cristianos tenían la
perspectiva
suficiente para separar ambos eventos: de ahí que esperasen
una
inminente segunda venida del Señor. El profeta del Antiguo
Testamento lanza su mirada al futuro, y ante él se presenta
una
panorámica extensísima, formada a modo de sucesivas
cordilleras de
las que únicamente discierne con claridad las cimas más
elevadas,
pero no tos valles intermedios. Así, en su visión agrupa y
junta
períodos de tiempo muy distanciados como son la primera y la
segunda venidas.
Joel 2:28-29 y 30-31 ilustra claramente esta característica
de la
perspectiva profética; véanse en el cuadro las distintas
etapas:
Joel (A.T.) Pentecostés Historia de la Iglesia Segunda
venida de Cristo
(N.T. Hechos; comienzo de la etapa final.)
(La etapa final llega a su clímax, a su último acto.)
137
Se cumple Joel 2:28-29 Se cumple Joel 2:30-31
De modo que entre Joel 2:29 y Joel 2:30 hay siglos de
separación. De
hecho, todo el tiempo que dura la historia de la Iglesia
hasta que
Cristo vuelva.
En Hechos 2:16-21, Pedro cita el capítulo 2 de Joel y ello
significa que
con la Iglesia la etapa final de la Historia ha sido
inaugurada
(Pentecostés) y que fue precedida (como en Joel 2) de un
juicio que
constituyó la muerte y la resurrección de Cristo, y al que
siguió el
arrepentimiento de muchos.
Pero Joel tiene una perspectiva «montañesa» de la cordillera
de
acontecimientos, y no ha dividido la etapa final del acto
final, sino
que los presenta uno detrás de otro, como sí hubieran de
sucederse
inmediatamente sin ningún tiempo intermedio.
La venida del Espíritu Santo acabó con todas las barreras
ded sexo,
edaa, posición social o racial, etc., dentro del pueblo de
Dios. Vivimos
esta etapa ahora (vers. 28-29) y esperamos el acto final
(vers. 30-31).
Nuestra reflexión debería llevarnos a preguntar si
realmente, como
creyentes de la etapa final de los propósitos de Dios,
bautizados en la
plenitud del Espíritu Santo, vivimos a la altura de todo lo
que significa
Pentecostés: testimonio, poder, abolición de toda
discriminación
contra la mujer, el anciano, el niño, el marginado, el
explotado, el
analfabeto, etc. La Iglesia debería esforzarse por vivir en
plenitud
todo lo que significó la venida de la plenitud del Espíritu
Santo,
descrita por Joel y citada en Hechos de los Apóstoles.
El versículo 32 de Joel 2 es un maravilloso resumen del plan
de la
salvación, válido para todas las edades. En el Nuevo
Testamento
todas las veces que se cita este versículo (V. Rom. 10:13)
Jehová es
sustituido por Jesús (el «Señor»), lo que prueba, una vez
más, la
divinidad de Cristo, así como el plan único de salvación
para todos los
hombres y todas las edades, y la profunda unidad de
propósitos que
late detrás de cada uno de los pactos.
¿Cuándo y cómo aplicar esta perspectiva de la «cordillera
profética»?
Dependerá, por supuesto, en cada caso, de las
características del
mensaje, de su mismo contexto y, sobre todo, de aplicar
siempre una
exégesis honesta que esté siempre alerta a una auténtica
escucha de
lo que dice el texto, y no de !o que le pueda gustar a una
determinada escuela interpretativa.
Así, por ejemplo, intentar aplicar esta perspectiva entre la
semana
sesenta y nueve y la setenta de los setenta sietes de Daniel
es del
todo injustificado, pues no lo pide ni el texto ni el
contexto; y menos
todavía su cumplimiento en el Nuevo Testamento y en la
historia del
primer siglo de nuestra era.
138
Pero tanto más importante que la perspectiva de la
«cordilleras» lo es
la perspectiva y el estilo típicamente escatológicos de los
profetas,
cuando el final es contemplado a través de la
«transparencia» de los
hechos inmediatos, y la historia próxima es vista como un
anticipo
escatológico. Este es el tema de la próxima lección.
Notas:
1. En Las profecías de Daniel (EEE, Barcelona, 1976).
2. En Grandes temas bíblicos (Portavoz, Barcelona, 1975). p.
89,
LECCIÓN 28.ª LA PERSPECTIVA PROFETICA Y LA
«ABOMINACIÓN DESOLADORA.».
1. Unos textos difíciles
«Cuando veais en el lugar santo la abominación desoladora de
que
habló el profeta Daniel (el que lee, entienda), entonces los
que están
en Judea huyan a los montes...» (Mat. 24:15-16).
«Pero cuando veáis la abominación desoladora de que habló el
profeta Daniel, puesta donde no debe estar (el que lee,
entienda),
entonces los que están en Judea....» (Mar. 13:14).
«Pero cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed
entonces que su destrucción ha llegado. Entonces los que estén
en
Judea...» (Lúe. 21:20-21).
No es difícil identificar «la abominación desoladora». La
palabra
«abominación» (hdélygma) se emplea en el Antiguo Testamento
(LXX) para hacer referencia a la idolatría. La misma frase
aparece en
Daniel 11:31; 12:11. En el primer caso se trata de la
profanación del
altar por el representante de Antioco Epifanes el año 167
antes de
Cristo (cf. 1.ª Mac. 1:54, donde la frase se usa para
describir dicho
acto sacrilego). En el segundo texto, a pesar de que algunos
comentaristas creen que se refiere al Anticristo
escatológico, todo
inclina a pensar que alude a la profanación de los ejércitos
romanos el
año 70 de nuestra era. BeasIey-Murray ha defendido este
punto de
vista con tanta inteligencia que parece irrebatible.3
George Eldon
Lado —autor de varios libros sobre escatología, de
reconocida
solvencia teológica— escribe también:
«En cualquier caso, algunas de las advertencias que el Señor
hace en
el sermón del Monte de los Olivos encajan mucho mejor en la
situación histórica concreta del ano 70 que en un final
escatológico. El
consejo de huir a las montañas, apresuradamente; la
esperanza de
que la tribulación no ocurra en invierno cuando los
alrededores de
Jerusalén son más difícilmente transitables y los caminos de
Palestina
en general se hallan inundados por el agua de las lluvias,
todo esto
139
parece referirse más bien a una situación histórica,
limitada al
territorio judío, que no a Una tribulación a escala mundial,
producida
por un Anticristo escatológico.»4
Por otra parte, una lectura paralela de los tres sinópticos
nos
descubre en seguida la solución que el mismo texto ofrece.
Fijémonos
que lo que para Mateo y Marcos es «la abominación
desoladora»,
para Lucas es «Jerusalén rodeada de ejércitos», con sus
estandartes
paganos que pronto entrarían en la ciudad y llegarían hasta
el templo
profanándolo con su presencia, lo que alcanzaría al mismo
Lugar
Santísimo.
2. ¿Qué intentaba el discurso de Mateo 24:15 y ss. y
paralelos?
El discurso profético de Jesús trataba de contestar a dos
preguntas: 1)
¿Cuándo seria destruido el templo? 2) ¿Qué señal habría de
Su venida
y del fin del mundo? (Mat. 24:3; Mar. 13:4). Sobre este
punto hay
unanimidad entre los mejores eruditos evangélicos. De la
totalidad de
la enseñanza del sermón del Monte de los Olivos se desprende
que
Jesús se refirió tanto a la caida de Jerusalén el año 70,
como a su
propia parusía escatológica. La tarea del exégeta estriba en
saber
deslindar las secciones que corresponden a uno y a otro
acontecimiento respectivamente.
Este trabajo exegético no siempre es fácil, porque, como ha
señalado
C. E. B. Cranfield.5
en la perspectiva
profética de Jesús lo histórico y lo
escatológico se hallan a veces entremezclados. El
acontecimiento
escatológico final es cotemplado a través de la
«transparencia» de
tos hechos históricos inmediatos. De igual modo, la historia
próxima
es vista como un anticipo escatológico.
Esta perspectiva profética de Jesús la encontramos también
en los
profetas del Antiguo Testamento, quienes igualmente
interrelacionan
las imágenes, el lenguaje y el estilo propiamente
escatológicos y
apocalípticos en sus relatos de los juicios de Dios sobre
Israel. En
Amos por ejemplo, el Día de Yahveh es tanto un
acontecimiento
histórico (5:18-20) como el evento escatológico final (7:4;
8:8-9; 9:5).
Isaias describe el día histórico y concreto de la visitación
del Señor
sobre Babilonia como si fuese el último Dia, el Día de
Yahveh
escatológico y final (Is. 13:9-11; 34:1-15).
Sofonias (1:7, 14) describe el Día de Yahveh como Si se
tratara de un
desastre histórico a manos de un azote desconocido (1:10-12,
16-17;
2:5-15); en cambio, también lo narra en términos de una
catástrofe
mundial, en la que desaparecen todas las criaturas que
pueblan la
tierra (1:2-3) y sólo quedan desolación y muerte (1:18). Lo
próximo y
lo escatológico se mezclan: el futuro inmediato y el Día
final quedan
asi interrelacionados en una concatenación mutua.
Otro ejemplo es el que presenta el lenguaje de Ezequiel
(32:6-10)
para describir el juicio de Dios sobre Egipto, no al final
de los tiempos,
140
sino en un próximo futuro cuando la grandeza del Imperio de
los
faraones desaparecerá, y comenzará su inevitable y
progresiva
decadencia.
Ezequiel profetiza contra Faraón: «Yo extenderé sobre ti mi red
—dice
Yahveh— con reunión de muchos pueblos... Y te dejaré en
tierra...;
pondré tus carnes sobre los montes... Y cuando te haya
extinguido,
cubriré los cielos, y haré entenebrecer las estrellas; el
sol cubriré con
nublado, y la luna no hará resplandecer su luz. Haré
entenebrecer
todos los astros brillantes del cielo... y pondré tinieblas
sobre tu
tierra... en el día de tu caída» (Ez. 32:3-10).
Esta manera profética de ver la historia —la inmediatamente
próxima
y el futuro escatológico — expresa un punto de vista
determinado,
propio de los profetas de Israel. Como dice Cranfield; «En
las crisis de
la historia se nos anticipa Ío escatológico. Los juicios
divinos en la
historia son, por así decirlo, como representaciones del
juicio final, y
las sucesivas encarnaciones de anticristos anuncian por
anticipado la
última y radical apoteosis de la rebelión y la maldad antes
del Fin.»
Asi pues, lo próximo y lo lejano están igualmente presentes
en la
mirada del Señor: El contempla lo inmediato y lo
escatológico
abarcándolo todo en una misma mirada, la mirada del juicio.
Porque
es el mismo juez que juzgó a Egipto, a Babilonia y a Israel
el que
vendrá en juicio el último Día. Y el carácter de su acción
es idéntico;
la única diferencia estriba en la intensidad y universalidad
del juicio.
Esto explica la naturaleza de sus juicios, tal como han sido
recogidos
por los Sinópticos.
El juicio —y no sólo la salvación (Mat. 3:12; 25:34, 41)—
que el Reino
de Dios, inaugurado por Jesucristo, trae consigo, queda
decidido en la
medida en que los hombres responden a las ofertas de gracia;
y en
esta misma medida queda determinado su destino escatológico
(Mar.
8:38; Mat. 10:32-33). Esto está patente en los juicios sobre
Corazín,
Betsaida y Capernaum (Mat. 11:20-23; Lúe. 10:13-15). Lucas y
Mateo
describen el juicio que caerá sobre Corazín y Betsaida en
términos
escatológicos: «Por tanto os digo que en el Día del juicio,
será más
tolerable el castigo para Tiro y para Sidón que para
vosotras» (Mat.
11:22). Pero en los versículos siguientes (Mat. 11:23; Lúc.
10:15) se
describe el juicio sobre Capernaum en términos menos
escatológicos,
afirmando simplemente que esta orgullosa ciudad —centro del
ministerio de Jesús en Galilea—, que había escuchado el
mensaje del
Reino repetidamente, sería entregada al Hades (en hebreo, la
condición, el estado de los muertos). Aunque Mateo 11:24
añade una
nota escatológica, es evidente que la misma hace referencia
a un
juicio en la historia concreta de Capernaum, dado que añade
el
comentario del Señor: «Sí en Sodoma se hubiesen hecho los
milagros
que han sido hechos en ti, habría permanecido hasta el día
de hoy»
(vers. 23). Por cierto que en estas palabras de juicio sobre
Capernaum
141
el Señor se sirve del cántico de Isaías en contra de
Babilonia (Is.
14:13-15), aunque no las cite explícitamente.
Tenemos aquí otro ejemplo del uso indiscriminado de una
misma
clase de lenguaje —con estilos idénticos o paralelos— para
describir
los juicios de Dios, tanto de carácter histórico como
escatológico.
3. Enseñanza que se desprende de estas consideraciones
Conviene, pues, subrayar la enseñanza que se desprende de
todo
esto: el juicio que viene sobre los que rechazan el Reino,
se cumple
en la historia tanto como en el Día de Yahveh, el día
escatológico.
Mateo y Lucas nos dicen que Capernaum levantada en la
cúspide de
su vanidad, será arrojada a lo más bajo y vergonzoso;
sufrirá la
misma suerte que Sodoma: la aniquilación total. Esto explica
la
oportuna cita de Isaías 14, es decir, el uso del lenguaje de
dicha
profecía contra Babilonia; la altanera, cruel e impía
Babilonia que,
encumbrada también en lo más alto sufrió el castigo divino y
descendió a lo más bajo de la Iluminación y de la derrota.
Capernaum
lo mismo que Sodoma y Babilonia, seria reducida a ruinas.
Jesús,
como los profetas del Antiguo Testamento, podía ver la
visitación
divina para juicio, tanto en términos escatológicos como en
términos
históricos. La destrucción de Capernaum constituyó un juicio
del
Reino de Dios que viene en Jesucristo.
También sobre Jerusalén lanzó Jesús sus palabras
condenatorias en
términos históricos, por su ceguera, por su falta de
discernimiento al
no distinguir las realidades del Reino que estaba en medio
de ellos.
Jesús lloró sobre Jerusalén al comprobar que sus habitantes
le
rechazaban (Mat. 23:37-39; Lúc. 13:34-35). El rechazo de la
invitación
que les hizo Jesús, significó para ellos —los judíos— que su
«casa
fuese dejada desierta» y desolada. Ellos que soñaban en una
Jerusalén capital de un mundo redimido por el judaismo, y en
un
templo convertido en el santuario de toda la humanidad, van
a ser
dejados por Dios. Jerusalén será asolada, y el templo será
destruido.
La misma idea se repite en Lucas 19:41-44. Jesús lloró sobre
Jerusalén
porque sus habitantes no reconocieron «el tiempo de su visitación»,
es decir, cuando el Señor vino a visitarla. Porque Dios
visitó a su
pueblo en Jesucristo, para ofrecerle la salvación y la paz.
Es asi como
llegó hasta ellos el Reino de Dios, en gracia y
misericordia, pero Israel
rechazó esta oferta de gracia y escogió el camino que
conduce al
desastre. La catástrofe fue literal, pues trajo muerte y
destrucción
sobre la ciudad y el templo en el año 70.
No es menester considerar otros ejemplos de este juicio que
el Reino
—y el Rey— trae en términos hístórico-escatológicos sobre
Jerusalén y
sobre sus habitantes incrédulos (Lúc. 21:20-24; 23:27-31),
tanto como
sobre las piedras del templo (Mar. 13:2. Cf. 14:58; 15:29).
142
Jesús puede contemplar el futuro de dos maneras diferentes:
puede
describir las futuras visitas de su ira en términos de una
catástrofe
histórica inminente y, por otra parte, también como un
acontecimiento escatológico y trascendente. Tanto lo
histórico como
lo escatológico constituyen visitas divinas que arrojan
sobre Israel el
juicio divino por haber rechazado el Reino de Dios.
Dios volvió a manifestar su actividad en medio de la
historia; visitó a
su pueblo en la misión de Jesús, ofreciéndole las
bendiciones del
Reino. Más cuando la oferta es rechazada, sigue
inevitablemente una
visita de juicio: tanto un juicio en la historia como un
juicio
escatológico.
Ambos, e! que cayó sobre Jerusalén el año 70, y el que será
desplegado a la faz de todo el mundo en el último Día, son
juicios del
mismo Dios y expresan idénticamente su soberanía real.
Incluso cuando el juicio es inmediato —o cercano— y, por lo
tanto,
destinado a cumplirse históricamente, próximamente, antes
del juicio
final, incluso entonces Jesús contempla este juicio como un
hecho
escatológico y emplea lenguaje escatológico. Tal es el caso
de Mateo
24:27-28, que muchos comentaristas consideran como el
colofón
adecuado de la gran tribulación que padeció la nación judía
en el año
70. Los judíos esperaban —engañados por falsos profetas,
como
testifica Flavio Josefo— la venida súbita de su Mesías. No
perdieron
esta esperanza ni un solo instante. Pero estaban ciegos
espiritualmente. Después de su rechazo del Hijo de Dios, no
podían
esperar sino el juicio del cielo. Así llegó el Mesías, pero
no de la
manera que suponían; llegó de la única manera que podía
llegar: en
juicio. Asi, la ira de Dios halla expresión en los
acontecimientos del
año 70. Luego, el cadáver de Israel será notorio a todos los
pueblos
(Mat. 24:28), como el cadáver del Faraón lo fue para sus
contemporáneos (Ez. 32:10).
De modo que, así como las bendiciones del Reino representan
que el
futuro se ha introducido entre nosotros, y que los poderes y
las
fuerzas del Reino venidero actúan ya en la actualidad en el
mundo,
de igual manera podemos afirmar que el juicio final,
escatológico,
definitivo, queda anticipado en cada juicio parcial y local
que ocurre
en la historia.
4. ¿Cómo entender el próximo futuro de Israel?
El próximo futuro de Israel, que Jesús anuncia en el sermón
del Monte
de los Olivos y en algunas de sus parábolas será entendido
solamente
en la medida en que comprendamos el alcance y el significado
del
rechazo de Israel. Dice el Señor en Mateo 21:43: «Por tanto
os digo
que el Reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a
gente
que produzca los frutos de él.»
143
La interpretación dispensacional clásica6
entendía el vocablo
«gente»
o «nación» en el sentido de «generación»; el Reino es ahora
quitado
de los judíos de la generación de Jesús, pero será dado a
una futura
generación de judíos que creerán. Como señala G. Eldon Ladd:
«Esto es, sin embargo, una interpretación forzada.»7
Tan forzada que
la misma Biblia Anotada de Scofield, en su nota a Mateo
21:43 no se
atreve a ofrecerla como explicación del versículo, aunque en
el fondo
sigue el esquema que la exige como lo prueba su referencia a
la nota
que escribieron en 1.ª Corintios 15:24 y que recomiendan
leer.
Ya comprobamos cómo anticipó Jesús un juicio divino sobre
Israel, a
causa de su obstinación en contra del mensaje del Reino.
Este juicio
tendría que ser tanto histórico como escatológico; un juicio
que caerá
sobre Jerusalén y sus habitantes (Luc. 13:34 y ss.; Mat.
23:37-39: Luc.
19; 41-44; 23:27-31) y a causa de! cual el templo será
destruido (Mar.
13:1-2).
Sobre esta mala generación tiene que caer el castigo divino
(Mat.
11:16-19; Luc. 13:1-5). El Reino de Dios será quitado de
Israel y será
dado a otros. En la parábola del padre de familia, Jesús
enseñó que,
debido a la deslealtad de los labradores, símbolo de la
ingratitud
criminal de Israel al rechazar a los profetas y al matar al
Hijo de Dios,
el Señor visitaría en juicio al que hasta entonces había
sido su pueblo;
«¿Qué hará, pues, el señor de la viña? Vendrá, y destruirá a
los
labradores, y dará su viña a otros» (Mar. 12:9). Esta
parábola afirma
sin ambages que Israel, en tanto que pueblo representado por
sus
líderes religiosos, ha rechazado la oferta del Reino que
Dios le hizo en
Jesucristo; por consiguiente —proseguir la lección—, Dios, a
su vez,
ha rechazado a la nación Judía en tanto que pueblo de Dios,
es decir,
como nación. Su status como pueblo de Dios, ha sido
entregado a
«otros», a otra «gente».
Si tenemos en cuenta que Jesús consideraba a sus discípulos
como el
remanente del verdadero Israel, porque habían aceptado la
oferta de!
Reino y al Rey de este Reino, los «otros», la otra «gente» a
la cual le
es entregado el Reino, no puede ser otra que el circulo de
los
discípulos de Jesús.
5. El verdadero "remanente» de Israel
Sí, Jesús consideraba a sus discípulos como el remanente del
verdadero Israel. Todo esto nos lleva a estudiar la relación
entre
Jesucristo e Israel.
Cualquier lector de los Evangelios se da cuenta en seguida
de que
Jesús aparece como un judío que habla a su pueblo. Aceptó —y
refrendó— la autoridad e inspiración de las Escrituras del Antiguo
Testamento, se conformó a las prácticas y usos del templo,
participó
en los cultos de la sinagoga y en todo acomodó su vida a las
144
costumbres de los judíos. En ningún momento se observa que
él
quisiera organizar algo independiente o desligado de Israel.
Insistió
en los comienzos de su ministerio en que su misión iba
primeramente
dirigida a «las ovejas perdidas de la casa de Israel» (Mat.
15:24), En
aquellos momentos aconsejó a sus discípulos que predicaran
sólo a
Israel (Mat. 10;5-6); porque, como es evidente, el núcleo de
su misión
tenia que ser judío, ya que tía salvación viene de los
judíos», como le
dijo a la mujer samaritana (Jn. 4:22).
Jesús surge del fondo del pacto del Antiguo Testamento y de
las
promesas de los profetas.
Reconoce a Israel como el receptor de dicho pacto y de las
promesas
incluidas en el mismo; de ahí que llame a los israelitas
«hijos del
Reino» (Mat. 8:12). Cuando el Señor habla de sus
compatriotas como
«las ovejas perdidas de la casa de Israel», ello no
significa que los
gentiles no estuviesen perdidos también a los ojos de Dios;
lo que
quiere decir es que sólo Israel era, entonces, el pueblo de
Dios y, por
consiguiente, como a tal pueblo debe ir dirigido
primeramente todo lo
que concierne a las promesas del Reino.
Por consiguiente. Jesús tenía que ir primeramente al Pueblo
de Israel
—a los «suyos» (Jn. 1:11)— para anunciarles que Dios estaba
obrando
ahora para cumplir sus promesas y conducir a su pueblo hacia
el
destino y la vocación trazados por el Señor. Israel había
sido durante
siglos el pueblo escogido de Dios; de ahí que el tiempo de!
cumplimiento de las promesas mesiánicas, iniciado con la
presencia
de Jesús, fuera ofrecido en primer lugar a los hijos del
pacto, y no al
mundo en general. El apóstol Pablo hará lo mismo: incluso en
su
misión a los gentiles, entrará primero en las sinagogas.
En Génesis 12:3 se nos dice que «en Abraham serán benditas
todas
las familias de la tierra». De modo que, en aras del amor
universal de
Dios, que abarca a todos los pueblos y gentes, el Señor
tiene que
despertar a los «hijos de Abraham» a su vocación e identidad
espirituales, antes de poder bendecir al resto del mundo. De
ahí que
el núcleo inicial del mensaje del Evangelio del Reino se
forme,
lógicamente, dentro de Israel. En efecto, aunque es cierto
que Israel,
como nación, rechazó la oferta del Reino, un buen grupo de
personas
lo aceptó y se adhirió a él de todo corazón. Esta adhesión,
por cierto,
consistió en algo más —mucho más— que el simple discipulado
a los
pies de un rabí. Los rabinos —como los apóstoles luego, y
después los
ministros del Evangelio a lo largo de los siglos— querían
que la
fidelidad de sus discípulos estuviera dirigida a las
Escrituras más bien
que a ellos mismos: los maestros judíos señalaban a la Torah
(la ley);
pero Jesús se señala a si mismo como el centro de la fe. El
rabí ofrecía
algo fuera de sí mismo; Jesús se ofrecía El mismo y sólo El
como
garantía de verdad y salvación, como cumplimiento de todas
las
promesas mesiánicas. Por eso exigió de sus seguidores una
lealtad
incondicional, un sometimiento absoluto a su autoridad. De
modo que
145
se convertían no ya simplemente en discípulos, sino también
en duloi
= esclavos (Mat. 10:24 y ss.; 24:45 y ss.; Lúc. 12:35 y ss.,
42 y ss.).
Esta relación a una persona, a un maestro, a un rabí, no
tenía
precedentes ni paralelo en Israel, ya que esta clase de
fidelidad era
precisamente la que se pedia para solo Dios. El discipulado
para Jesús
implicaba más que una simple adhesión a sus doctrinas, o un
mero
seguimiento; significaba nada menos que una entrega
completa, un
sometimiento total y personal, tanto a la persona de Jesús
como a su
mensaje. La razón de esto se encuentra en el hecho de la
presencia
del Reino en la persona y el mensaje de Jesús. Porque, al
hallarse
frente a Jesucristo, los hombres se sienten confrontados con
Dios
mismo. Y porque la autoridad de Jesús es la misma autoridad
de Dios.
Se sigue, pues, que si Jesús proclamó la salvación mesiánica
—
ofreciendo a Israel el cumplimiento de su verdadero destino
histórico
—, entonces este destino se cumplió realmente en aquellos
que
recibieron el mensaje del Reino. Los recipientes de la
salvación
mesiánica se convirtieron en el verdadero Israel, los
auténticos
representantes del pueblo de Dios. Los discípulos de Jesús
son estos
recipientes, los nuevos representantes del verdadero Israel,
el pueblo
del Reino, la nación nueva en quien se cumplirán las
promesas del
Antiguo
Testamento.
Notas:
3. En A
Comentary on Mark Thirteen (1957). pp. 56-57.
4. En A
Theology of the New Testament. p. 197. De la misma opinión
es J. A. Broadus, Mateo (trad. de S. A. Hale. Casa Bautista
de
Publicaciones. El Paso. Texas. s.f.), pp. 620 y ss.
5. En su
articulo St Mark Thirteen, en el Scottish Journal of Theology, 6
(1953), pp. 297-300.
6. Véase, por ejemplo, J. D. Pentecost, Things to Come
(1958). P. 465.
7. O. c., p. 200.
LECCIÓN 29.ª EL RECHAZO DE ISRAEL
1. Un rechazo con rebote
De la lección anterior se desprende que Israel según la
carne ha sido
rechazada sin ningún género de dudas. ¿Por qué? Israel como
nación,
mediante sus dirigentes y la gran masa del pueblo, rechazó
tanto a
Jesús como a su mensaje del Reino. Hasta el final el Señor
estuvo
llamando a un pueblo rebelde y contradictor (V. Rom. 10:21).
Hasta
sus últimos dias Jesús se dirigió a sus compatriotas. No
obstante, no
se hacía ilusiones (contra lo que la teología liberal
opina): sabia la
respuesta de los «suyos», de los «hijos del Reino» según la
carne y
según las carnales pretensiones que abrigaban. De antemano
no se le
ocultaba la imposibilidad de ser aceptado por la nación
judía en su
intento de establecer un reino de moralidad y justicia, que
hubiese
llevado a los judíos a la conquista moral de Roma, como
Grecia había
146
conseguido la conquista artística y cultural. Esta presciencia,
no
obstante, de ningún modo debe suponer que Jesús fuese
insensible al
rechazo de su pueblo; nada más lejos de la verdad. El dolor
que sintió
ante esta repulsa fue muy vivo, como testifican los
evangelistas (Mat.
23:37 y ss.), y aun en el momento de profetizar su
destrucción se
hace patente (Lúe. 19:42 y ss.).
Aunque debido a la naturaleza literaria de los Sinópticos,
como señala
G. E. Ladd entre otros, sea imposible reconstruir la
cronología exacta
o el orden de las etapas del rechazo de Jesús por parte de
Israel,
podemos afirmar que este rechazo se observa ya desde el
principio
del ministerio del Salvador. Asi, deliberadamente, Lucas lo
sitúa al
comienzo de su Evangelio en Nazaret (Lúe. 4:16-30. Cf. Mar.
6:1-6) y
hace notar los datos del cumplimiento mesiánico y del
rechazo por
Israel en los primeros dias del ministerio de Jesús.8
Marcos describe el
conflicto que condujo al rechazo de los judíos, también
desde el
comienzo, y nos ha conservado unas palabras del Señor que
probablemente contienen una velada alusión al final que
sabía que
iba a venir irremisiblemente: «Pero vendrán dias cuando el
esposo les
será quitado, y entonces,..» (Mar. 2:20). Las razones de
este rechazo
son complejas, y no es nuestra intención estudiarlas aquí
para no
apartarnos más del tema que nos hemos propuesto.
Pero, como han señalado algunos intérpretes, el conflicto
entre Jesús
y las autoridades judias gira en torno al Reino que Jesús
proclamaba y
que dichas autoridades rechazaron, asi como en torno al
arrepentimiento y la conversión que Jesús exigía y su Reino
comportaba.9
La proclamación del
Reino y el llamamiento a la
conversión fueron características del ministerio de Jesús
desde el
principio. Histórica y psicológicamente es comprensible y
lógico que
dicha oposición fuera creciendo desde sus orígenes al
comienzo
mismo de la misión de Jesús, alcanzando luego una progresiva
intensidad que desembocó en la crucifixión.
Vemos, por lo tanto, un mutuo rechazo. Israel menosprecia el
mensaje del Reino: y el Señor, a su vez, rechaza a Israel
como pueblo
de Dios: «el Reino será quitado a vosotros, y será dado a
gente que
produzca los frutos de él» (Mat. 21:43).
Asi la relación entre Cristo e Israel queda aclarada. El
rechazo de
Israel conducirá al juicio del año 70, profetizado por
Daniel y
recordado por el Señor en el sermón profetice del Monte de
los Olivos.
Jesús considera al grupo de sus discípulos como el verdadero
Israel, el
remanente, el que prosigue la historia del auténtico pueblo
de Dios a
través de los siglos. De modo que podemos hablar de una
ruptura
entre Jesús a Israel, pero entendiendo por Israel e! carnal
—el que es
«según la carne», como escribe Pablo en sus Cartas—, pero no
entre
Jesús y el Israel verdadero, que se prolonga en la vida y
misión de sus
discípulos. De este modo, los discípulos de Cristo vamos
hacia
adelante, hacía el cumplimiento de las promesas inherentes
al Reino,
147
mientras caminamos hacía la gran consumación final, cuando
venga
el cumplimiento definitivo.10
2. ¿Ha desechado Dios a Israel?
Es evidente que la misión de Jesús consistió en inaugurar un
tiempo
de cumplimiento profetice, previo a la gran consumación
escatológica. El Reino de Dios —cuyas bendiciones en
plenitud nos
parecen futuras— se ha introducido en nuestra historia a partir
de
Jesucristo. Por lo tanto, los que recibimos la proclamación
del Reino
somos considerados no sólo como el pueblo que heredará el
futuro
Reino escatológíco, sino también como e! pueblo del Reino en
estos
últimos tiempos (ahora); y si somos el pueblo del Reino en
el
momento presente —dado que constituímos la Iglesia—, ello
indica
que las promesas mesiánicas se cumplen y seguirán
cumpliéndose
hasta la consumación escatológica en el nuevo Israel —el
Israel de
Dios como lo denomina Pablo—, es decir, la Iglesia. Los
poderes del
siglo venidero vienen, por anticipado, hacia nosotros, sin
gozar aún
de la plenitud del Reino; no obstante, estamos dentro de
este Reino
porque formamos parte del mismo; aún más, lo constituimos
nosotros.
Meditando en estas cosas, el apóstol Pablo exclamó: « ¿Ha
desechado
Dios a su pueblo?
¡En ninguna manera! porque también yo soy israelita, de la
descendencia de Abraham... (Rom. 11:1 y ss.).
Desde el principio Jesús se preocupó de sus compatriotas.
Mateo 10
sigue a Marcos 6 y Lucas 9, para relatarnos una campaña de
predicación, llevada a cabo por los Doce, limitada
exclusivamente a
las «ovejas perdidas de la casa de Israel» (Mat. 10:6). No
obstante, la
nota de universalidad se halla siempre presente; incluso en
esta
misión durante el curso de la cual no tenían que ir a los
gentiles. Así,
Mateo inserta un pasaje que Marcos sitúa en el sermón
profético del
Monte de los Olivos (Marc. 13:9-13) y que anticipa la misión
a los
paganos. Los enviados de Jesús serán entregados a las
autoridades, a
los concilios, a los reyes, por su causa (Mat. 10:17; Mar.
13:9: Lúc.
21:12). Es dentro de dicho contexto donde Marcos ofrece el
dicho del
Maestro: «Y es necesario que el Evangelio sea predicado
antes a
todas las naciones» (Mar. 13:10). Mateo incluye una
extensión de
este versículo en su relato del mensaje del Monte de los
Olivos: «Y
será predicado este Evangelio del Reino en todo el mundo,
para
testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin»
(Mat.
24:14). Como escribe G. E. Ladd: «Esto no tiene que
interpretarse
como una profecía de la actual misión mundial de la Iglesia;
sino que
definitivamente anuncia una misión mundial llevada a cabo
por los
mismos discípulos de Jesús, es decir, sus contemporáneos.»11
En
efecto, como ya vimos en la exposición del mensaje del Monte
de los
Olivos, en el capitulo anterior, esta labor de expansión
misionera fue
llevada a cabo antes del año 70 (V. Col. 1:6,23: Rom. 1:5,
8: 10:18).
148
En su discurso misionero Mateo incluye una frase cargada de
significado para el tema que nos ocupa: «De cierto os digo
que no
acabaréis de recorrer todas las ciudades de Israel, antes
que venga el
Hijo del Hombre» (10:23). Esta perícopa va más allá de la
inmediata
misión de los Doce, y contempla su futura proclamación en
términos
similares a los que conserva Juan 17:20: «No ruego solamente
por
éstos, sino también por los que han de creer en mi por la
palabra de
ellos» en todas las generaciones. O sea. Mateo 10:23 intenta
decirnos
que la misión de los discípulos de Jesús en Israel durará
hasta la
venida del Hijo del Hombre. Indica que, a pesar de su
ceguera, Israel
no ha sido olvidado por su Dios. El nuevo pueblo de Dios —el
Israel de
Dios— sentirá siempre, a lo largo de los siglos, una
constante
preocupación por Israel, hasta que el Señor vuelva.
Encontraríamos otras muestras del interés de Jesús por una
misión a
los judíos, tanto como a los gentiles. Por ejemplo, cuando
derrama
lágrimas por Jerusalén, y añade:
«Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que
digáis:
Bendito el que viene en el nombre del Señor» (Mat-23:39).
Esto
anticipa el arrepentimiento de Israel. Cuando el Señor
vuelva al final
de la Historia para hacer juicio sobre las naciones, muchos
israelitas
se arrepentirán y darán la bienvenida a su Redentor,
Salvador suyo y
nuestro.
Una idea similar se halla implícita en un versículo que
Lucas incluye
en el sermón del Monte de los Olivos. Después de predecir la
destrucción de Jerusalén y la dispersión del pueblo, Lucas
cita estas
palabras de Jesús:
«Y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los
tiempos de
los gentiles se cumplan»
(Lúc. 21:24). Aquí también Jesús anticipa un tiempo
intermedio entre
la caída de Jerusalén y la parusía, que denomina como final
o
cumplimiento de «los tiempos de los gentiles». No existe
unanimidad
entre los exégetas y comentaristas de la Teología del Pacto
acerca de
una futura restauración literal del pueblo de Israel como
nación
convertida al Señor. Según algunos, este versículo —y otros,
por
ejemplo la sección de Pablo en Romanos 11— exigiría una
futura
posesión de Palestina, y de Jerusalén, por parte de los
judíos
convertidos, una vez que «los tiempos de los gentiles» hayan
terminado. En cualquier caso, estos judíos, este Israel, no
tendrán
nada que ver con la naturaleza agnóstica, descreída, del
moderno
Estado de Israel.
Israel volverá al Señor en términos de cristianismo, no de
sionismo.12
Lo que resulta obvio es que para todos los escritores del
Nuevo
Testamento el pueblo de Dios es en la actualidad la Iglesia,
y que
será así hasta que Cristo vuelva. Aunque «olivo silvestre»
en un
149
tiempo, ahora los gentiles que han pasado a ser miembros del
Cuerpo
de Cristo «han sido injertados en lugar de ellas» (las ramas
naturales
del olivo de Israel) y han venido a ser participantes de la
raíz y de la
rica savia del olivo, según el lenguaje alegórico de San
Pablo (Rom.
11:17 y ss). Y observemos que si las ramas (Israel según la
carne)
quieren volver a ser pueblo de Dios, tendrán que ser
injertadas de
nuevo, pues ahora carecen de la raiz y de la rica savia del
olivo que
fueron antaño; mas «poderoso es Dios para volverlos a
injertar»
(Rom. 11:23). Cierto, al final serán injertados en su propio
olivo (vers.
24) cuantos judíos se conviertan al Señor, pero de ello se
sigue con
lógica aplastante que, mientras tanto, no son pueblo de
Dios, ni lo
serán hasta que se arrepientan. Imaginar que puedan volver a
cumplirse en ellos las antiguas promesas de los profetas de!
Antiguo
Testamento, en virtud solamente de sus «méritos raciales»,
por el
simple hecho de que son hebreos, hijos de Abraham, equivale
al
olvido de toda la enseñanza de Juan el Bautista, de Jesús y
de Pablo
sobre el particular; supone volver a la mentalidad de los
fariseos del
tiempo del Señor, regresar a un sionismo totalmente incompatible
con el Evangelio que es capaz de hacer hijos de Abraham de
las
mismas piedras, y que rechaza la filiación basada únicamente
en
motivos de carne y sangre (Jn. 1:11-12).
Si hubo un apóstol racial y temperamentalmente judio, éste
fue
Pedro. ¿Hemos comprobado cómo habla él de los gentiles? «Los
expatriados de la dispersión ("diáspora", término
que designaba las
colonias judias diseminadas por todo el mundo greco-romano,
pero
que aquí es aplicado a los cristianos gentiles)... elegidos
(otro término
que el Antiguo Testamento aplica a los judíos creyentes)»
(1.a Ped.
1:1-2). Todavía más claramente:
«Vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación
santa, pueblo
adquirido por Dios...», etc.; expresiones todas ellas que,
hasta
entonces, habían sido patrimonio exclusivo de Israel (1.a
Ped. 2:9). Y
prosigue, con mayor claridad aun, si cabe: «vosotros que en
otro
tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios;
que en
otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero aflora
habéis
alcanzado misericordia» (vers. 10). Inequívocamente, Pedro
incorpora
los gentiles al nuevo Israel que Cristo inaugura con su
Reino; y es
interesante notar que modifica ligeramente la cita de Oseas
2:23,
dado que los lectores nunca habían sido antes pueblo de
Dios, pero
ahora lo eran. Tan estrecha y real es la vinculación de
estos paganos
convertidos al Israel de Dios que, sin vacilar, les escribe
en estos
tonos; «Baste ya el tiempo pasado para haber hecho lo que
agrada a
los gentiles...» (1.a Ped. 4:3); ahora ellos ya no
pertenecen a la
gentilidad, sino al Israel de Dios, en quien las promesas
mesiánicas
están hallando cumplimiento, y mediante las cuales el Señor
está
formando su «linaje escogido, real sacerdocio, nación
santa...».
3. En pie de igualdad
150
«No seáis tropiezo ni a judíos, ni a gentiles, ni a la
Iglesia de Dios»
(1.a Cor. 10:32), escribe Pablo, colocando en pie de
igualdad a los
judíos, los gentiles y la Iglesia. ¿Dónde están las
distinciones, y
diferencias, dispensacionalistas? ¿Requieren esta clase de
textos una
lectura que recuerde constantemente (ya que no lo recuerda
el texto
mismo) que hay programas separados para los gentiles, los
judíos y la
Iglesia, amén de un arrebatamiento de ésta, y su total
ausencia en las
tribulaciones finales del mundo, antes de que Cristo vuelva?
¿Se
apoyan en las Escrituras todas estas sutilezas
pretribulacionistas y
dispensacionalistas?
¿Tan distintos son los santos de la tribulación y los
miembros del
Cuerpo de Cristo, es decir, la Iglesia?
Tanto la Iglesia como estos santos que deberán sufrir la
tribulación
(sin ser Iglesia, de acuerdo con el esquema dispensacional)
son un
pueblo terreno (2.a Cor. 5:1-4; 1.a Ped 3:10 y ss.; Apoc.
18:24).
Ambos pueblos son mundiales (Gal. 3:8-9; Apoc. 7:9) y ambos
son,
asimismo, celestiales (Fit. 3:20; Apoc. 7:15-17). Los dos
pueblos son
salvos por gracia y por la sangre de Jesucristo (Ef. 1:7;
Apoc. 7:14).
Ambos son templo del Espíritu Santo (Hech. 1:8; 1.a Cor.
12:3; Mar.
13:11). Ambos tienen que esforzarse en guardar los
mandamientos
de Dios y retener el testimonio de Jesús (Jn. 14:21; Apoc.
1:9: 12:17;
14:12). Ambos son llamados santos (1.a Cor. 6:1-2; Apoc.
13:7:14:12;
17:6; 19:8) y siervos de Dios (Rom. 6:22: 1.ª Ped. 2:16;
Apoc. 7:3;
19:2). Ambos están unidos al Hijo del Hombre (Mat. 24:30;
25:31;
Hech. 7:56; Apoc. 1:13, 20) y ambos tienen sus nombres
escritos en
el Libro de la Vida (Fil. 4:3: Apoc. 3:5; 13:8: 17:8).
Si en todo son iguales, ¿por qué hablar de dos pueblos? ¿No
es más
lógico adoptar la actitud de los intérpretes de la Teología
del Pacto
que contemplan a un solo, y único, pueblo de Dios?
Walvoord afirma que la doctrina que uno sostenga acerca de
la
Iglesia, determina si la Iglesia habrá de pasar por una gran
tribulación
al final o se verá libre de ella.13 En la página 16 de este
libro dice que
la doctrina sobre la Iglesia condiciona todo el problema,
más que
éstos o aquellos pasajes bíblicos que tratan del final de
los tiempos.
En la edición de 1957, Walvoord admitía que el meollo del
sistema
dispensacionalista —es decir: el arrebatamiento de la
Iglesia (o sea,
una venida secreta del Señor para buscar a su Iglesia y
llevársela
consigo a los cielos antes de la tribulación final, que ella
no tendrá
que sufrir, etc.)—, el pretribulacionismo no se hallaba
explícitamente
ensenado en las Escrituras.14 Las posteriores ediciones de
este libro
no llevan ya tan franca admisión de que el
dispensacionalismo no
puede deducirse de manera directa y explícita de los mismos
textos
bíblicos, sino que se trata de un sistema superpuesto a la
revelación
bíblica. La esperanza de ia Iglesia no es un «rapto», un
arrebatamiento secreto, invisible a todo el mundo. La
esperanza
cristiana estriba en la aparición visible de la gloria de
Dios en el
151
retorno de Cristo (Tit. 2:13). La revelación plena, pública
y universal,
de Nuestro Señor a todo el mundo, cuando venga con sus
santos
ángeles (2.a Tes. 1:7).
Otro díspensacionalista, en cambio, Payne, contradice a
Walvoord, al
afirmar que los estudiantes deberían ir primero a los
pasajes que
hablan del fin, y luego revisar toda su definición de lo que
es la
Iglesia.15
Pero ¿son la Iglesia e Israel dos realidades tan
absolutamente
distintas como sugieren los pretribulacionistas? Afirman
que, siendo
la Iglesia un «organismo celestial» —a la manera de los
144.000
«espirituales» de las disparatadas teorías de los «Testigos
de Jehovás
— y, en cambio, Israel un «cuerpo terreno», es imposible que
la
Iglesia se halle en la tierra en el tiempo de las grandes
tribulaciones
finales.
La Biblia, sin embargo, enseña que los santos del Antiguo
Testamento
albergaban en sus corazones una esperanza tan celestial como
pueda
serlo la nuestra (Sal. 49:15; Heb. 11:13-16), y que la
Iglesia, a su vez,
puede tener también esperanzas terrenas (1.a Ped. 3:10 y ss;
Apoc.
2:26; 21:1 y ss.). Los santos del Antiguo Testamento eran
creyentes
nacidos de nuevo, guiados por el mismo Espíritu que habita
en
nosotros (Ez. 36:26-27), porque, según la Escritura, no
puede haber
otra clase de creyentes (Jn. 3:5, 7). ¿Es la Iglesia como
una Novia?
Novia fue también Israel, antes de rechazar al Mesías (Os.
2:20; 3:1-
3). ¿Fue Israel una Esposa?
También lo es la Iglesia (Apoc. 19:7). Tanto los santos del
Antiguo
Testamento como los del Nuevo encontraron salvación, por fe,
en
Jesucristo, y en nadie más (Heb. 9:15). Moisés formaba parte
de «la
Iglesia en el desierto» (Hech. 7:37-38), y a la misma
Iglesia se la
describe como «simiente de Abraharr» (Gal. 3:29) y
«ciudadanía de
Israel» (Ef. 2:12).
Un pretribulacionista, por muy radical que sea, admitirá que
el
derramamiento del Espíritu en Pentecostés (Hech. 2:16-21)
fue un
cumplimiento de las profecías de Joel 2:28-32, a pesar de
que Joel no
utilizaba ¡a palabra «Iglesia» en sus mensajes. Ya sé que el
hermano
pretribulacionista nos dirá que el cumplimiento fue parcial
—allá él;
Pedro era de otra opinión (Hech. 2:16); yo me quedo con el
criterio de
Pedro—, pero aun asi, parcial o total, es cierto que se
cumplió algo
que estaba anunciado por los profetas, y que este «algo»
tenia que
ver mucho con !a Iglesia, a pesar de que Joel no !a llamase
por su
nombre.
También habrán de admitir —y, generalmente, lo admiten—
nuestros
hermanos que el nuevo pacto predicho por Jeremías (31:31-34)
se
cumplió al pie de la letra en la Iglesia, según Hebreos
8:8-12; 10:16-
17, y esto a pesar de que la promesa fue dada a «la casa de
Israel» y
a «la casa de Judá». ¿Son realmente tan diferentes la
Iglesia y el
verdadero Israel?
152
Los pretribulacionistas insisten en que el vocablo «Iglesia»
no aparece
en ninguna de las escenas de tribulación en el libro de
Apocalipsis.
Pero no se dan cuenta de que tampoco aparece en ninguna de
las
escenas celestiales, en ningún versículo desde el capitulo 4
al 19.
¿Es que tampoco está, por consiguiente, en el cielo? ¿No es
éste un
literalismo absurdo? Los argumentos basados en el silencio
son
peligrosos.
Al comentar el capítulo 9 de Daniel, D. Pentecost —al igual
que otros
escritores pretribulacionistas— afirma que, dado el silencio
que sobre
ella guarda toda la sección, y como que no se la describe en
las
primeras sesenta y nueve semanas (de las setenta que
presenta
Daniel), ello debe Uevarnos a la conclusión de que ya no
estará en la
tierra en la semana setenta de la gran tribulación final.
Pero el
hermano Pentecost no advierte que tampoco Daniel 9:24-27
dice
nada de santos gentiles, que es lo que él pretende ver en el
texto.
Insistimos, pues, en que los argumentos basados en el
silencio son de
poco peso. Pero la cuestión básica es ésta: la Iglesia
existia cuando
Jerusalén y su templo fueron destruidos (Dan. 9:26) y no hay
razón (ni
texto alguno) para afirmar que Dios cortará la presencia de
la Iglesia
en el mundo antes de la tribulación.
El argumento del silencio suele aplicarse a Jeremías 30:7
(«tiempo de
angustia para Jacob»), que no menciona ni la Iglesia ni los
gentiles. Al
parecer, habría que llegar a la conclusión de que nacerán
más
gentiles que se llamen Jacob que miembros de la Iglesia que
lleven
dicho nombre. ¡Todo sea por el literalismo radical y por los
argumentos basados en el silencio!
Como escribe McPherson, «Aparte del razonamiento bíblico, si
los
pretribulacionistas aman realmente a Israel y a los judíos,
¿por qué no
quieren estar junto a ellos, para animarles en el «tiempo de
angustia
para Jacob», y regocijarse juntamente con ellos en el Señor?
Por nada
del mundo desearía perdérmelo; ni siquiera por un rapto
pretribulacional».16
«La doctrina del arrebatamiento pretribulacional secreto de
la Iglesia
—escribe otro autor— es realmente tan secreta, que la
Iglesia nunca
oyó tal cosa durante más de 1.800 años.»
Notas:
8. Véanse
G. E, Ladd, A Theology of the New Testament, p. 107; N. B.
Stonehouse.
The Witness of Luke to Christ, pp. 70-76; N. Geldenhuys,
Luke. p.
170.
9. Véase
Taylor. The Life anl Ministry of Jesús, p. 89.
10. Entre los críticos radicales los hay que han sostenido
el punto de
vista de que Jesús no tenia intención de crear una Iglesia,
sino
instaurar el Reino tan sólo. Alfred Loisy, en su libro The
Gospel and
153
the Church. expuso esta hipótesis modernista en 1908: Jesús
se
habría equivocado: propuso el Reino de Dios pero fue la
Iglesia lo que
surgió. (Aunque parezca sorprendente, un punto de vista muy
similar
(pero motivado por razones muy distintas) es el del
dispensacionalismo: Jesús ofreció a Israel el milenio
terrenal en
cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento tocantes
al
Reino de Dios (el Reino eterno prometido a David), pero al
ver que los
judíos lo rechazaban, introdujo un nuevo propósito, rehizo
sus planes
y asi se decidió por formar su Iglesia. En este punto de
vista no hay
continuidad entre Israel y la Iglesia, entre las promesas
del Reino y
los discípulos de Jesús (asi. por ejemplo, en las obras de
J. F.
Walvoord, J. D, Pentecost y L. S. Chafer). Parece como si
—según este
esquema— los propósitos de Dios no fuesen inmutables, y como
si
tampoco Jesús fuese el mismo «ayer. Hoy y por los siglos».
11. o. c., p. 200.
12. Hay quienes interpretan Romanos 11:26 como si implicase
la
conversión de todos y cada uno de los israelitas cuando el
Señor
venga; pero el griego original no favorece esta opinión,
porque no
dice hólos = entero, sino pas = todo, es decir, toda clase
de Israel
(gentiles y judíos), como lo confirma la partícula de
enlace: úlos = asi.
No dice «entonces» o «después», sino que enlaza con el
pléroma o
plenitud de los gentiles, los cuales, como es obvio, no
todos se habrán
salvado, pero unos y otros habrán sido puestos en estado
global de
reconciliación (comp. Hom- 11:26-32 con 2.ª Cor. 5:19. 1ª Tim. 2:4-6:
I.ª Jn.
2:2).
13. En The
Rapture Question. p. 148.
14. O. c.,
p. 148.
15. En The
Imminent Appearing of Christ, pp. 124-125.
16. En The
Incredible Cover- Up, p.114
LECCIÓN 30.ª LOS TÉRMINOS DEL NUEVO TESTAMENTO PARA
LA SEGUNDA VENIDA
1. La segunda venida de Cristo ¿será un solo acontecimiento?
La enseñanza uniforme del Nuevo Testamento es que la segunda
venida de Cristo será un solo evento, que ha de traer
bendición
eterna a los hijos de Dios y destrucción eterna a los
impíos. El Día del
Señor es desconocido, y será inesperado y repentino.
La teoría dispenacional —popularizada por la Biblia
Scofield—
mantiene que Cristo vendrá no sólo repentina, sino
secretamente en
el aire, para tomar a la Iglesia consigo. Este encuentro en
el aire —
afirman los dispensacionalistas— durará siete años, durante
los
cuales tendrá lugar el juicio de Cristo para recompensar a
sus santos,
y también las bodas del Cordero. A este periodo le llaman
«el día de
Cristo». Después de los siete años el Señor bajará a la
tierra para
juzgar a las naciones; a este juicio se le llama «Día del
Señor».
Scofield escribe: «El día de Cristo se relaciona enteramente
con la
recompensa y bendición de los santos en la venida de El, así
como "el
154
día del Señor" corresponde al juicio.»17 Pero en una
nota anterior dice
algo más Scofield: «... los dos advenimientos de Cristo.»18
De modo
que, según él, tendríamos no sólo una segunda, sino también
una
tercera venida de Cristo.
Comparemos esta teoría con lo que acerca de la segunda
venida del
Señor dice el Nuevo Testamento.
2. Términos que el Nuevo Testamento usa para expresar la
segunda venida.
Solemos usar varias expresiones para decir que «alguien
viene», es
decir, para referirnos a la llegada de una persona. Si
queremos
precisar la acción en curso, decimos que «vienen».
Una vez que se hallan ya entre nosotros, decimos que «han
llegado».
Y, como ya no están ausentes, decimos que están «presentes».
Al
estar presentes y poderlos ver, decimos que se han
«revelado», o
«manifestado», a nosotros. En consecuencia, también
podríamos
decir que dichos visitantes se «han aparecido» a nosotros.
Ante una
visita de Tito, exclamó Pablo con alegría: «Dios, que
consuela a los
humildes, nos consoló con la venida de Tito» (el original
dice parusia,
es decir, «presencia personal» de Tito). Compárese este
texto de 2.a
Corintios 7:6 con 1.ª Corintios 16:17 («la venida de
Estéfanas») y Fil.
1:26 (la propia «venida» de Pablo a Filipos).
Al emplear el término «presencia». Pablo hubiera dado a
entender lo
mismo que «venida», pues fue la «aparición» de Tito este
«estar
presente». Esto fue lo que consoló al apóstol: esta
«parusía» fue, a la
vez, presencia personal, manifestación y aparición visible
de Tito.
En relación con la segunda venida del Señor, las Escrituras
usan los
términos de manera intercambiable, como .sinónimos. No crean
una
división dentro del evento de la segunda venida, como si
ésta hubiera
de producirse en dos etapas, sino que la presentan como un
solo y
único acontecimiento, sin fisuras de ninguna clase. Toda la
Escritura
habla de una «parusia», no de «dos advenimientos» (según la
citada
frase de Scofield).
Examinemos ya los términos bíblicos:
A) VENIR (érkhomai) significa trasladarse de un lugar a
otro; enfatíza
la acción:
«... y verán al Hijo del hombre viniendo sobre las nubes del
cielo, con
poder y gran gloria» (Mat. 24:30).
«¡Aquí viene el esposo: salid a recibirle!... Vino el
esposo, y las que
estaban preparadas, entraron con él a las bodas; y se cerró
la puerta.
Después vinieron también las otras vírgenes...
155
¡No os conozco! Velad, pues, porque no sabéis el día ni la
hora en que
el Hijo del Hombre ha de venir» (Mat. 25:6-13).
«Mas como en los días de Noé, así será la venida (parusia)
del Hijo del
hombre... Por tanto, también vosotros estad preparados;
porque el
Hijo del Hombre vendrá (erkhetai)19 a la hora que no
pensáis» (Mat.
24:37-44).
«El Día del Señor vendrá así como ladrón en la noche» (1.a
Tes. 5:2).
«Cuando venga en aquel dia para ser glorificado en sus
santos» (2.a
Tes. 1:10)
«He aqui, yo vengo pronto» (Apoc. 22:7, 12, 20).
Jesucristo viene a todos, para todos, bien sea como
bendición o como
condenación. Y esta única venida es tanto visible como
inesperada.
Se exhorta a iodos para que estén preparados.
Todos hemos de estar prestos para aquel día, todos tenemos
que
velar.
B) LLEGAR (heko) significa literalmente «llegar» y señala el
punto de
destino, como la frase «acabo de llegar» o «he llegado». En
nuestras
Biblias suele traducirse, sin embargo, como «venir»:
«Y entonces vendrá el fin» = «llegará el fin» (según dice
literalmente
el original de Mateo 24:14). El hecho de que aquí aparezca
el verbo
heko muestra que es sinónimo de érkhomai, si se compara con
2.a
Pedro 3:10, que repite la frase de 1.ª Tesalonicenses 5:2, a
pesar de
que Pedro emplea heko y Pablo usa érkhomai.
«Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no
tardará»
(Heb. 10:37. Literalmente:
«El que ha de venir [verb. érkhomai}, llegará [verb.
Heko]»).
«Pero lo que tenéis, retenadlo hasta que yo venga» (Apoc.
2:25. Dice
literalmente; «hasta que yo llegue»).
Hay una llegada, de Cristo, una sola: y esta llegada del
Señor se nos
ofrece como la esperanza del creyente y la evidencia suprema
para el
inconverso.
C) PRESENCIA PERSONAL (parusia) denota tanto la llegada como
la
presencia de quien llega:
«Nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida
del
Señor, no precederemos a los que... durmieron» (1.a Tes.
4:15).
«Como el relámpago... asi será también la venida del Hijo
del
Hombre» (Mat. 24:27).
156
«,.. Aquel inicuo, a quien el Señor matará con el Espíritu
de su boca, y
destruirá con el resplandor de su venidas (2.a Tes. 2:8).
«Mas, como en los días de Noé..., así será también la venida
del Hijo
del Hombre» (Mat. 24:37-39).
«Esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios,
en el cual
los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos,
siendo
quemados, se fundirán» (2.a Fed. 3:12).
El término parusia se utiliza para la segunda venida, no
sólo para
referirse a lo que significará de bendición para los santos
y
destrucción del Hombre de Pecado (2.a Tes. 2:8), sino
también para
denotar la visibilidad del acontecimiento, la realidad
aplastante de su
presencia. La parusía es una venida para bendición y, a la
vez, para
juicio. Indica la segunda venida de Cristo como un
acontecimiento
único, inmediatamente después del cual. Dios establecerá
«cielos
nuevos y nueva tierra» (2.a Ped. 3:12, 13 —texto que no
puede ser
más claro—).
D) REVELACIÓN (apokalypsis) significa desvelar (= retirar un
velo), y
expresa la manifestación de algo oculto, velado, hasta
entonces:
«La revelación del justo juicio de Dios» (Rom. 2:5).
«La manifestación de los hijos de Dios» (Rom. 8:19).
«Esperando la manifestación de nuestro Señor Jesucristo»
(1.° Cor.
1:7).
«Y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con
nosotros, cuando
se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles
de su
poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no
conocieron a Dios» (2.a Tes. 1:7-8).
«... vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual
aunque
perecedero se prueba..., sea hallada en alabanza, gloria y
honra
cuando sea manifestado Jesucristo» (1.a Ped. 1:7).
«La gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea
manifestado (1.a
Ped. 1:13).
«Para que también en la revelación de su gloria os gocéis
con gran
alegría» (1.a Ped. 4:13).
«Mas el dia en que Lot salió de Sodoma, llovió del cielo
fuego y azufre
y los destruyó a todos.
Asi será el día en que el Hijo del Hombre se manifieste»
(Lúc.17:29-
30).
157
«Soy también participante de la gloria que será revelada»
(1.a Ped.
5:1).
«La salvación que está preparada para ser manifestada en el
tiempo
postrero» (1.ª Ped. 1:5).
Vemos, una vez más, que otro término empleado para indicar
la
segunda venida o Parusía, sirve no sólo para expresar el
juicio que
vendrá sobre los impios, sino también el momento en que se
iniciará
el tiempo de paz, descanso Y alabanza de los santos
probados.
E) APARICIÓN (epipháneia) significa la irrupción subita, la
aparición
repentina:
«El resplandor de su venida» (2.ª Tes. 2:8).
«Hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo» (1.ª Tim.
6:13-14).
«Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su
manifestación y en su Reino» (2.ª Tim. 4:1. Lit: «en su
irrupción —o
aparición— y en su Reino»).
»A todos los que aman su venida» (2.ª Tim. 4:8. Lit.:
«aparición»).
«Aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación
gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo» (Tit.
2:12. 13).
Al igual que en las demás expresiones, este término es
también
usado para la segunda venida en el sentido de bendición y
destrucción, y hace referencia tanto a conversos como a
inconversos;
hace alusión a una sola venida, y conviene destacar el hecho
de que
la «aparición», de la »parusia» o presencia personal del
Señor, tiene
lugar en el tiempo de la «manifestación», o «revelación»,
del Señor.
Los vocablos son intercambiables, sin ningún género de duda.
El comentario de la Biblia Scofield, al pie de I."
Corintios 1:7, no tiene
apoyo bíblico. Se dice allí que habrá «dos advenimientos de
Cristo», y
se afirma que sólo el término epipháneia (aparición) «se usa
tocante
a los dos advenimientos de Cristo (2.ª Tim. 1:10; 2.ª Tes.
2:8; 1.ª Tim.
6:14: 2.ª Tim. 4:1, 8; Tit. 2:13)» con lo que se da a
entender que los
demás términos (apocalypsis = manifestación o revelación, y
parusia
= venida o presencia personal) no se refieren a estos dos
supuestos
advenimientos indistintamente, sino que más bien,
Apocalipsis
denota visibilidad con preferencia a parusia. No acertamos a
encontrar soporte bíblico ni para «dos advenimientos», ni
para dejar
de ver que todos los términos estudiados aquí son
intercambiables,
sinónimos, y que aun cuando describan diversas facetas del
mismo
acontecimiento, se refieren a una sola segunda venida de
Cristo, sin
etapas, ni fisuras, ni intervalos de ninguna clase.
El Nuero Testamento ensefia que el Señor «viene» (érkhomai)
y
«llega» (heko) o nosotros, de modo que quien habla estado
ausente
158
se manifiesta, se revela (apokálypsis) y pone de manifiesto
su
«presencia personal» (parusia) de manera repentina, con el
resplandor de su «aparición» (epipháneia).
Notas:
17. Biblia Anotada de Scofield, nota 2 a 1.ª Corintios 1:8
(p. 1169).
18. Biblia Anotada de Scofield, nota 1 a 1.a Corintios 1:7
(p. 1169).
Los textos que cita evidencian que ambos advenimientos se
refieren
al final de los tiempos.
19. Literalmente: «viene».
LECCIÓN 31.ª EL DÍA DE CRISTO Y EL DÍA DEL SEÑOR
1. Variedad de expresiones para indicar el acontecimiento
final
Se ha querido especular con la diferencia terminológica
entre las
expresiones «el día de Cristo» y «el Día del Señor»; pero
ambas se
refieren al grande, y único, acontecimiento que tendrá lugar
al final
de los tiempos. Observemos la variedad terminológica que
encontramos en la Sagrada Escritura:
1. El Día del Hijo del Hombre (Lúc. 17:24, 30).
2. El Día del Juicio (Mat. 10:15).
3. El Día de la Ira (Rom. 2:5).
4. El Día de Nuestro Señor Jesucristo (I.ª Cor. 1:8).
5. El Día de Jesucristo, o el Día de Cristo (Fil. 1:6;
2:16).
6. El Día del Señor (1.ª Cor. 5:5; 1.ª Tes. 5:2; 2.ª Ped.
3:10).
7. El Día de la Visitación (I.ª Ped. 2:12).
8. El Día de Dios (2.ª Ped. 3:12).
9. El Gran Día (Jud. vers. 6).
10. El Día de la Redención (Ef. 4:30).
11. El Día de la Venganza (Is. 61:2).
12. El Día (Mat. 24:36 —«Aquel Día»-; 1.ª Cor. 3:13: Heb.
10:25).
Cada uno de estos términos ofrece alguna característica de
aquel
«Día» último. Algunos arguyen que «el Día del Señor» no
puede ser la
esperanza del cristiano, porque se trata de un día de
juicio.20 Es
verdad que el término incluye juicio, pero no en sentido
único y
exclusivo: comporta también el cumplimiento de la esperanza
gloriosa del cristiano: porque es en el Día del Señor cuando
el antiguo
orden cede su lugar a los «cielos nuevos y la tierra nueva»
(2.ª Ped.
3:10-13). Nosotros, los cristianos, hemos de esperar, y
hasta
apresurar, dicho Día en que recibiremos nuestra herencia
eterna.
Es imposible leer 2.ª Pedro 3:10-13 como limitado únicamente
a
«Israel», o «las naciones», o el «milenio», o al «Día de
juicio» y sólo
de juicio. El Día del que habla Pedro aqui es la segunda
venida para
159
bendición y recompensa de los justos, y condenación para los
perdidos.
Exactamente en la misma perspectiva, y en la misma línea, de
los
profetas del Antiguo Testamento (.cf. Miq. 4:1-3).
¿Qué pensar, pues, de afirmaciones como las que hace
Scofield al
comentar 1.ª Corintios 1:8: «La expresión "el día de
Cristo" ocurre en
los siguientes pasajes: 1.ª Cor. 1:8; 5:5; 2.ª Cor. 1:14:
Fil. 1:6, 10:
2:16. El "dia de Cristo" se relaciona enteramente
con la recompensa y
bendición de los santos en la venida de El, así como el
"día del Señor"
corresponde al Juicio»?21
2. El periodo de siete años
Citemos de nuevo a la Biblia Scofield: «Cuándo llegará a su
fin la edad
de la Iglesia y cuándo comenzará la semana septuagésima, no
se
revela en ninguna parte de la Escritura. La duración de la
semana
septuagésima no puede ser sino de siete años... El versículo
27 (de
Daniel 9) trata de los últimos tres años y medio de los
siete que
forman la semana septuagésima y que son idénticos con la
"gran
tribulación" (Mat. 24:15-28), el "tiempo de la
angustia" (Dan. 12:1) y
"la hora de la prueba" (Apoc. 3:10).»22
En ninguna parte enseña el Nuevo Testamento que la venida
del
Señor se extenderá por un período de siete años. Por el
contrario, se
repite constantemente que será un acontecimiento inusitado,
repentino y rápido como el relámpago (Mat. 24:27 y Apoc.
22:11-15,
donde la venida —parusía y érkhomai, respectivamente— se
afirma
que será veloz y rápida. Cf. Luc. 18:8).
El período de los siete años enseñado por los
dispensacionalistas se
apoya en la hipótesis de que la última de las setenta
semanas de
Daniel —la septuagésima— es futura y comenzará cuando tenga
lugar el «arrebatamiento» de la Iglesia. Esta semana se
interpreta
como una «semana de años». Esta suposición —dicen los
dispensacíonalistas— queda confirmada por el hecho de que
Noé
estuvo siete dias en el arca (Gen. 7:1, 4, 10) antes de que
comenzaran las lluvias, y estos «días» de Noé tipifican los
«dias del
Hijo del Hombre», es decir: la parusía de siete años en el
aire, antes
de que venga en juicio.
Pero esta interpretación es poco seria, sin soportes
hermenéuticos de
calidad: de hecho, se parece mucho a la «exégesis»
russellista.
¡Lamentable!23 Por otra parte, la expresión «los dias del
Hijo del
Hombre» se refiere a las condiciones prevalecientes en la
tierra antes
de la venida del Señor, la cual es, precisamente, descrita
como «el
dia» (Lúc. 17:24-30).
Además, la conjetura futurista y dispensacional de que los
siete días
de Noé en el arca, antes de que se produjera el diluvio, constituyen
un tipo de los siete años que habrán de transcurrir entre la
venida del
Señor en el aire y la venida del Señor en juicio sobre las
naciones, no
160
se corresponde precisamente con lo que dice el texto. En
cambio el
«tipo» que aparece en este capítulo va más bien en 'contra
de la
teoría dispensacionalista, por cuanto después que Noé entró
en el
arca no quedó ya una «segunda oportunidad» para los que
permanecieron fuera; estando fuera del arca, ninguno de
ellos se
salvó.
El día en que Lot dejó Sodoma, el juicio cayó sobre todos y
ninguno
escapó. De la misma manera, la entrada de Noé en el arca
terminó
con la prueba de las gentes.
3. Los dispensacionalistas siguen alegorizando
Alegan también los dispensacionalistas que Cristo viene como
la
«Estrella de la Mañana» para la Iglesia, pero como el «Sol
de Justicia»
para las «naciones salvas» en «la revelación» y en «el dia
del Señor»,
estableciendo así más y más diferencias. Pero Cristo es ya
la «raíz y
el linaje de David y la estrella resplandeciente de la
mañana» (Apoc.
22:16), ya que, al resucitar, quedó convertido en «el
primogénito de
los muertos», los «primeros frutos de la resurrección, de
los que
duermen». Resulta incomprensible cómo se puede deducir un
periodo
de siete años, o cualquier otro periodo, de estas metáforas.
Semejante exégesis se acerca peligrosamente a la que hacen
los
«Testigos de Jehová», utilizando metáforas sin atenerse a
las más
elementales reglas de la exégesis y de la hermenéutica.24
En la parábola de las diez vírgenes, las cinco vírgenes
prudentes
fueron al encuentro del Esposo; pero no para interrumpir,
para
detener, su viaje, sino para escoltarle hasta su casa. La
cena de las
bodas tuvo lugar en el sitio junto al que todas habían
estado
esperando, y del que al final las vírgenes insensatas fueron
despedidas. Toda la parábola es consecuente con la verdad de
que Su
venida del Señor trae tanto bendición como condenación.
¿Cómo podría el «día del Señor» irrumpir como «ladrón en la
noche»,
sin ser advertido, si el llamado «arrebatamiento de la
Iglesia», y
también el testimonio de los «misioneros judíos», estarían
advirtiendo
y proclamando que el Señor viene dentro de siete años como
Rey? El
Señor Jesús afirmó que, acerca del día y de la hora, ningún
hombre lo
conoce, ni los ángeles, ni siquiera el Hijo —como hombre, se
entiende
—, sino «solamente el Padre» (Mar. 13:32). Es de todo punto
inconcebible que el mundo sea sometido a siete años de
anuncio y
advertencia, con una oportuna y adicional ocasión de
«prueba».
¡No le demos vueltas! La Biblia ensena una sola segunda
venida del
Señor, y no los «dos advenimientos» que alegan el señor
Scofield y
demás dispensacionalistas.
Notas:
20. Biblia Anotada de Scofield, notas a Apocalipsis 19:19;
20:11-12.
161
21. Curiosamente, el original de l.ª Corintios 5:5 dice
escuetamete «el
dia del Señor», con lo que se agrava el fallo de Scofield.
V. lecc. 32.ª y
la larga cita de E. G. Ladd al final de la misma.
22. Nota a Daniel 9:24.
23. Resulta curioso el paradójico maridaje de literalísmo
radical y de
alegorismo fantástico que se da en este tipo de personas. No
hace
mucho, un amigo y colega mió escuchó a un predicador de este
género decir que el hierro del hacha que se menciona en 2.°
Reyes
6:5, 6 simbolizaba el Espíritu Santo. ¡El Espíritu Santo,
prestado y
manipulado! Añadamos que las setenta semanas de Daniel
fueron ya
examinadas en la 2.ª Parte de este volumen.
24. Véase mi libro Los Testigos de Jehová y la Biblia, (EEE,
Barcelona,
1977).
LECCIÓN 32.ª LA ESCATOLOGIA DE PABLO EN LAS CARTAS A
LOS TESALONICENSES (I)
Además del estudio de los términos bíblicos que se utilizan
para la
segunda venida de Cristo, es importante considerar asimismo
con
cierto detalle aquellos pasajes más especialmente explícitos
que
encontramos en el Nuevo Testamento. Entre ellos, cobran
peculiar
relieve los que hallamos en las dos epístolas que Pablo
escribió a los
cristianos de Tesalónica.
1. La meta final de la conversión de los tesalonicenses
En su 1.ª Tesalonicenses el apóstol expresa su gozo ante el
testimonio consecuente de los cristianos de Tesalónica, que
habla por
sí mismo de «.como os volvisteis hacia Dios desde los ídolos
―asi
dice el original―, para servir cu Dios vivo y verdadero, y
esperar de
los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a
Jesucristo, quien
nos libra de la ira venidera» (1:9-10).
Por la gracia de Dios, puesta la mirada en Jesús, los
tesalonicenses
habían dado la espalda a los ídolos, volviéndose hacia el
Dios
verdadero, vivo y real. Aquí, todo el énfasis está en el
carácter de
Dios, como opuesto a todo lo que son los ídolos. Los ídolos
son cosa
muerta, pero Dios vive: los ídolos son vanidad vacia25, pura
apariencia, figura alienadora, mientras que Dios es real,
verdadero,
integrador. Los ídolos son incapaces de ayudar, pero Dios es
todopoderoso y presto a venir en nuestra ayuda, como lo ha
demostrado en el Calvario. Es a este Dios vivo y verdadero,
el úmico,
al que los tesalonicenses se habían convertido, Y a El se
volvían, para
servirle y adorarla, sometiendose a su señorío.
Pero volverse al Dios vivo y verdadero implica asimismo
convertirse al
Hijo: ambas cosas no son sino una sola misma experiencia,
pues al
Dios vivo sólo se le conoce a través de Jesucristo (Mat.
11:27; Jn.
1:18; 14:9), ya que todo lo que comporta la salvación y la
esperanza
162
de la redención final y total nos es dado únicamente por el
Hijo. De
ahi que en los versículos 9 y 10 se pasa con toda
naturalidad del
Padre al Hijo.
La conversión pues, implicaba dos cosas bien definidas para
los fieles
de Tesalonica 1) apartarse de los idolos; 2) convertirse, o
volvere a
Dios y a su Hijo que viene de los cielos, ¿Se puede estar
verdaderamente convertido sin gloriarse en esta maravillosa
doctrina
y sin esperar de los cielos a Jesús?
«Esperar...» conlleva aquí paciencia y confianza. Significa
estar listos
para su llegada, como cuando esperamos una visita Importante
y lo
tenemos todo a punto para que el vístanle se encuentre a
gusto entre
nosotros. Así, esperar al Hijo de Dios en sintonia con los
consejos de
Jesús mismo en el Monte de los Olivos, equivale a estar
preparado en
una vida de consagración al servicio del Señor (Mat.
24:42-51; 1.a
Ped. 1:14).
«... de los cielos a su Hijo.» Este Hijo no es otro que el
Jesús histórico,
el cual. Literal y físicamente, resucitó de los muertos (cf.
Rom. 4:24,
25; I.ª
Cor. 15:15; Gal. 1:1, Ef. 1:21; Col. 2:12; 2.ª Tim. 2:8), Para
Pablo, el Cristo de la fe es el de la historia.
«Jesús, que nos libra de la ira venidera.» El Señor vendrá
en juicio a
este mundo (2.ª Tes. 1:7-10); será entonces el día de la
manifestación
de la justa ira de Dios sobre el pecado. Sin embargo, el
creyente no
tiene nada que temer, no tiene por que sentir miedo. Jesús
es para
nosotros «el que nos libra de la ira venidera». Jesús, el
Salvador (1:1)
siempre hace honor a su nombre: salva, libera, redime.
2. La corona de Pablo en el Día del Señor
« ¿Cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me
glorie? ¿No
lo sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo, en su
venida?»
dice el apóstol en 1ª Tesaloniceses 2:19
Pablo contempla el Dia del Señor como el momento en que
recibirá la
corona como premio a su esfuerzo misionero. Ahora bien, la
corona
son los mismos convertidos de Tesalonica y de otros lugares
a los que
llevó el Evangelio liberador. Para Pablo son suficiente gozo
y corona.
«... delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida». El
vocablo
«venida» (parousia) se ha usado a veces, en su sentido no
técnico,
como «presencia» (2ª Cor. 16:17; 2.ª Cor. 10:10), como
«venida»,
«llegada» (2.ª Cor 7:6, 7: 2ª Tes. 2:9). En otros pasajes,
como en este
que nos ocupa, el significado obvio no es otro que «retorno»
o
«arribada» de vuestro Señor con el objeto de bendecir a su
pueblo
con su presencia (1ª Tes. 3:13; 4:1; 5:23; 2ª Tes 2:1, 8;
Cf. Mal. 24:3,
27, 37, 39;
1ª Cor. 15:23; Stg 5:7, 8; 2.ª Ped 1:16, 3:4, 12; 1ª Jn 2:28).
Este sentido le viene a la palabra por paralelismo con la
llegada, o
163
visita, de algún rey o emperador a algún lugar, y comporta
la doblé
idea de presencia y venida. Presencia y venida que, por
supuesto,
tienen que ser personales y visibles, porque representan la
manifestación, la revelación, del monarca a sus súbditos.
3. La discusión en torno a 1ª Tesalonicenses 3:13b
Dice más adelante el apóstol: «Y el Señor os haga crecer y
abundar...
para que sean afirmados vuestros corazones irreprensibles en
santidad delante de Dios nuestro Padre, en la venida de
nuestro
Señor Jesucristo con todos sus santos» (1ª Tes. 3:13),
El anhelo de Pablo es que los convertidos de Tesalónica
abunden en
amor y dedicación al Señor, para estar siempre listos para
el gran
momento: el día en que venga el Santo de los Santos con sus
santificados.
El último miembro de la frase con que se cierra este
versículo ha
provocado mucha discusión. En primer lugar, volvemos a
toparnos
con la palabra ―famosa dentro de la terminología teologica―
parusia,
que más arriba hemos definido, de acuerdo con los mejores
comentaristas y en desacuerdo con los llamados «Testigos de
Jehová», de la siguiente manera: «llegada de nuestro Señor
con el
objeto de bendecir a su pueblo con su presencia».
Para los «Testigos de Jehová», «Parusía no quiere decir que
El esté en
camino o que ha prometido venir, sino que El ya ha llegado y
está
presente... No es necesario que Cristo sea visible en su
presencia».26
Esta explicación es obligada para los russellistas, puesto
que no creen
que Jesucristo resucitase físicamente, sino tan sólo
espiritualmente.
Es, pues, imposible que su venida sea visible y que todo ojo
le vea.27
De modo que, por prejuicios, no se acepta una verdad acerca
de la
cual testifica todo el Nuevo Testamento.
Lo extraño y triste es que haya hermanos ―muy amados― que,
por
otras razones, también vean en 1.ª Tesalonicenses 3:13 una
venida
invisible, puramente espiritual, mediante la cual el Señor
procederá a
lo que ellos llaman el «arrebatamiento de la Iglesia».28
Este
«arrebatamiento», en la escatologia dispensacionalista, será
invisible,
de modo que sólo se enterarán los afectados por el mismo: la
Iglesia
elevada a las nubes para estar con el Señor, lejos de esta
tierra que
se convertirá luego en el escenario de la «gran tribulación»
final, de la
cual los miembros del Cuerpo de Cristo quedan fueran, por
estar ya
en los cielos con Jesús.
Dicho esquema exige una venida invisible del Señor,
exactamente
como la de los «Testigos».
Paradójica y triste coincidencia29 La escuela
dispensacionalista habla
de dos advenimientos de Cristo, de modo que no sólo hay que
164
esperar una segunda venida, sino también, lógicamente, una
«tercera
venida», visible y patente a todo el mundo, puesto que
aquella
«segunda» es invisible.
Pero ¿no enseña este versículo en 1.ª Tesalonicenses 3:13
que
cuando Cristo venga lo hará con sus santos, para atraer
también a
quienes, «irreprensibles en santidad», aguardan su venida?
La respuesta exegética a esta pregunta y, sobre todo, para
obtener la
recta inteligencia de dicho versículo 13, debemos servirnos
del pasaje
paralelo en 4:13-17, dado que la enseñanza es la misma,
aunque
expuesta con más extensión y detalle.
Cuando Cristo vuelva, Dios traerá con El (4:14) a los que
durmieron
en el Señor. Es decir, en su venida, nuestro Señor
Jesucristo
aparecerá con todos sus santos ya glorificados. Estos santos
son
todos aquellos que a lo largo de los siglos han vivido su fe
con
seriedad y consecuencia. Fueron separados por Dios
―-santificados,
puestos aparte para su servicio―medíante el poder
santíficador del
Espíritu Santo (1.ª Ped. 1:2), de modo que, estando en la
posición de
santos, llegaron a serlo también por la experiencia; al
morir, entraron
en la mansión de los glorificados, en la misma presencia del
Señor.
Estos son los santos con los cuales el Señor aparece. Ni uno
solo de
ellos será dejado en el cielo; todos los que al morir,
fueron al cielo
―y, por consiguiente, se encuentran ahora allí con el
Senor―, dejarán
sus moradas celestiales en el mismo momento en que
Jesucristo
venga a la tierra en su segunda venida.
Rápidamente, en un abrir y cerrar de ojos, las almas de
estos santos
glorificados irán a reunirse con sus cuerpos («los muertos
en Cristo
resucitaran primero» ―4:16―), los cuales se convertirán en
cuerpos
gloriosos de resurrección. Entonces, inmediatamente, y junto
con los
hijos de Dios que todavía estén en la tierra y que,
asimismo, serán
cambiados en un momento, en un abrir y cerrar de ojos,
ascenderán
todos conjuntamente para recibir al Señor.
Esta es la única interpretación de 1.ª Tesalonicenses 3:13
que no
fuerza el texto, ni viola ninguna ley gramatical, dando a
las palabras
el verdadero sentido; y, sobre todo, es la única que armoniza
perfectamente con 4:13-18, que luego estudiaremos más
detenidamente. De modo que no hay necesidad ―ni base
exegética
seria para ello― de sostener, como lo hacen nuestros
hermanos
dispensacionalistas―, la teoría según la cual Cristo vendrá
primero
por sus santos, y siete años más tarde ―!exactamente!―
volverá con
sus santos. La venida expresada en este versículo es una e
indivisible
como en todos los pasajes en que se habla de la segunda
venida,
pero es precisamente el pasaje de 4:13-18 el más frecuentemente
citado para enseñar un arrebatamiento pretríbulacionista de
la
Iglesia. Dave Mc-Pherson escribe que «algunos recitan estos
versiculos, los repiten una y otra vez, como si la
repetición pudiese
165
efectuar el milagro del traslado de los santos a! cielo
antes de que
sobrevenga la tribulación final». En vez de ello, en vez de
llamar a
este pasaje el texto clave de la enseñanza pretribulaciónal
y del
arrebatamiento, tendríamos que denominarlo con más propiedad
el
pasaje de !a resurrección; los personajes de esta sección
son los
muertos en Cristo. En los primeros cinco versículos no se
habla de
nadie más. Y en el último se sobreentiende que es de ellos,
asimismo,
de quien se trata. Solamente en el versículo 17 se nos habla
de
«arrebatamiento», pero no del «rapto» dispensacional, sino
de la
transformación final en el momento de la resurrección,
cuando Cristo
vuelva en su única e indivisible segunda venida:
«... el Señor mismo descenderá del cielo...» (versículo 16).
«...y los muertos en Cristo resucitarán primero. LUEGO,
nosotros los
que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados
JUNTAMENTE con ellos en las nubes para recibir al Señor en
el aire, y
asi estaremos siempre con el Señor» (vers. 17).
4. El contexto posterior (1.ª Tes. 5)
El capítulo 5 continúa el tema con que termina el capitulo
4. Con
mejor tino que en otros casos, las Sociedades Bíblicas no
han
separado 1.ª Tesalonicenses 4:18 de I.ª Tesalonicenses 5:1 y
ss, sino
que lo han impreso todo seguido, constituyendo toda una
sección con
tema unico.
Y así es de hecho, puesto que el capítulo 5 comienza con un
«pero»
(«Pero acerca de los tiempos y de las ocasiones...»), lo
cual indica la
conexión entre el final del capítulo anterior y este
capítulo. Cualquiera
que lea los dos capítulos sin interrupción, puede fácilmente
comprobar que el capítulo 5 continúa describiendo lo que 1.ª
Tesalonicenses 4:13-18 comenzó, denominándolo «el día del
Señor»,
el tiempo de la destrucción repentina sobre el mundo impío,
con la
venida de Cristo en juicio: todo lo cual significa que el
«arrebatamiento» en todo caso tendría que ser
pos-tribulacional:
porque sí la destrucción repentina tiene que acaecer durante
o antes
de la tribulación, ¿cómo podría haber una tribulación?
El retorno del Señor queda dividido en dos partes en el
esquema
dispensacional, como ya hemos considerado en otras partes de
este
estudio. Esta división en dos de la segunda venida de Cristo
es para
dar lugar a la doctrina más típicamente dispensacional ―el
arrebatamiento de la Iglesia antes de la gran tribulacion―,
lo cual
exige una venida secreta del Señor para recoger a los suyos
de
manera invisible, al modo como lo creen también los
«Testigos de
Jehová» (¡qué lamentable y triste parentesco!). Al término
de dicha
tribulación ―según el mencionado esquema― el Señor aparecerá
en
gloria para traer salvación a Israel y establecer su Reino
milenial.
Estas dos venidas suelen denominarse, en el lenguaje de los
166
dispensacionalistas, el «arrebatamiento» y la «revelación».
George
Eldon Ladd ―premilenial, pero no
dispensacionalista― escribe:
«Mientras los dispensacionalistas se empeñan en sostener su
peculiar
punto de vista sobre las dos venidas de Cristo, la mayoría
de sus
"argumentos" exegéticos han sido derrotados. De
hecho, Walvoord
llegó incluso a admitir que el
"pretribulacionismo" (es decir: la venida
de Cristo en secreto antes de la gran tribulación) no está
enseñado
explícitamente en la Escritura (J. Walvoord, The Rapture
Question.1957). Este reconocimiento que apareció en la
primera
edición del libro, fue eliminado en las posteriores
reimpresiones. He
ahí, sin embargo, una admisión significativa. El hecho es
que la
Iglesia no tuvo jamás otra esperanza que la segunda venida
visible,
en poder y en gloria. La iglesia no puede depositar su
esperanza en
una venida invisible, y secreta, para el mundo.
Lo que Pablo encomienda a Tito que guarden los cristianos es
"la
esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de
nuestro
gran Dios y Salvador Jesucristo" (Tit. 2:13) cuando
venga con sus
santos ángeles (2.ª Tes 2:1-7). Se ha argumentado, a veces,
en
defensa de la doble venida de Cristo que si tiene que venir
"con todos
sus santos" (1.ª Tes. 3:13), por necesidad debe haber
venido antes "a
por ellos". Y esta venida por sus santos es lo que se
llama el
arrebatamiento al comienzo de la gran tribulación para
librar de ésta
a su Iglesia: su venida "con sus santos" sería un
acontecimiento
posterior al final de la tribulación. Esta frase, sin
embargo, no ofrece
ninguna prueba exegética para defender dos últimas venidas
de
Cristo. Si los "santos" (hagioi) de 1.ª
Tesalonicenses 3:13 son
hombres redimidos, este versículo no añade nada nuevo a 1.ª
Tesalonicenses 4:14, donde Pablo afirma que, en la segunda
venida
de Cristo, cuando el Señor arrebate a su Iglesia,
"también traerá Dios
con Jesús a los que durmieron con él". A pesar de todo,
los "santos"
de 1.ª Tesalonicenses 3:13 podrían muy bien ser los santos
ángeles
que acompañarán al Señor a su regreso (el vocablo hagioi se
emplea
para designar a los ángeles en la Septuaginta en Salmo
89:5-7; Daniel
4:13; 8:13: Zacarías 14:5). A los ángeles se les llama muy
frecuentemente "los santos" en la literatura de
Qumram. El fondo de
lenguaje que se emplea para describir la segunda venida
procede del
Antiguo Testamento; es el lenguaje de las teofanias. El
Antiguo
Testamento concibe a Dios obrando en la historia para
realizar sus
propósitos redentores; pero también dirige su mirada hacia
delante,
al Día de la visitación divina cuando el Señor venga a
juzgar y a traer
salvación mediante la cosumación de su Reino (cf. Is.
2:12-22
―especialmente versículo 21―; 26:31; 35:4; 40:10: 66:15 y
ss.; Zac.
14:5). En el Nuevo Testamento esta teofania divina se cumple
con la
venida de Jesucristo: y el glorioso retorno del Señor es
necesariamente el Día de la salvación para su pueblo (I.ª
Tes. 5:8-9),
pero asimismo el Día del juicio para el mundo impío (2.ª
Tes1:7-8). Es
el Día del establecimiento definitivo del Reino (2ª Tim.
4:1). La
teología de la segunda venida es la misma en Pablo que en los
167
Sinópticos. La salvación no es tan sólo algo que concierne
al destino
de las almas individuales; incluye consecuencias cósmicas y
todo el
devenir histórico de la humanidad como un todo. La venida de
Cristo
es un acontecimiento definido para todos los hombres;
significa, o
bien salvación, o juicio. Hay más, la salvación no es un
asunto
individual meramente; tiene que ver con todo el pueblo de
Dios, e
incluye la transformación de todo el orden físico por
entero. Esta
redención es toda ella obra de Dios. La venida de Cristo es
un
acontecimiento cósmico en el que Dios, que visitó en
humildad a los
hombres en la persona humilde de Jesús de Nazaret, volverá a
visitarlos de nuevo en el Cristo glorificado. La meta de la
redención es
nada menos que el establecimiento del reinado, y del
gobierno, de
Dios en todo el Universo "para que Dios sea todo en
todos" (1ª Cor.
15:28).»
«La segunda venida se describe de varias maneras en el Nuevo
Testamento: es el Día del Señor (1ª Tes. 5:2: 2.ª Tes. 2:2.
Cf. También
Hech. 2:20; 2.ª Ped. 3:10); el Día del Señor Jesús (1.a Cor.
5:5; 2.ª
Cor. 1:14); el Día del Señor Jesucristo (1ª Cor. 1:8); el
Día de
Jesucristo (Fil. 1:6); el Día de Cristo (Fil. 1:10; 2:16);
Aquel Día (2.ª
Tes. 1:10; 2.ª Tim. 1:18): el Día de Dios (2ª Ped. 3:12). En
vista del
hecho de que el Cristo exaltado es para la Iglesia primitiva
el Señor
(Rom. 10:9; Fil, 2:11), resulta obvio que todos los
esfuerzos realizados
para distinguir, diferenciar y separar el Día del Señor del
Día de Cristo
―para hallar en ellos dos diferentes programas
escatológicos; uno
para Israel, y el otro para la Iglesia― son del todo
inútiles y
desorientadores. La venida de Cristo para recoger a su
pueblo ―tanto
vivos como muertos― (1.ª Tes. 4:13-17) recibe el
calificativo de Dia
del Señor (1ª Tes. 5:2), exactamente como su venida para
juzgar al
Hombre de Pecado (2.a Tes. 2:2).»30
Vayamos, pues, al texto mismo de 1.a Tesalonicenses
4:13-5:11 sin
prejuicios y recibamos lo que quiere enseñarnos
objetivamente sobre
la gloriosa segunda venida de Cristo. Un análisis detallado
nos
ocupará toda la lección siguiente.
Notas:
25. La palabra griega eidolon = ídolo, significa «mera
figura».
26. Véase, entre otros, su libro Sea Dios veraz, p. 194.
27. Véase o. c., p. 38.
28. Véase Biblia Anotada de Scofietd. p. 1225, referencia en
la
columna central con la letra u (alusión a 2:19).
29. Véase nota a 1.ª Corintios 1:7 de la Biblia Anotada de
Scofield (p.
1169). Para una discusión de todos los vocablos que aluden a
la
segunda venida, nos remitimos a la lecc. 30.ª de este mismo
volumen.
30. G. E.
Ladd, A Theology of the New Testament, pp.557-559
168
LECCIÓN 33.a LA ESCATOLOGIA DE PABLO EN LAS CARTAS A
LOS TESALONICENSES (II)
1. Resumen de la enseñanza básica de 1.ª Tesalonicenses
4:13 - 5:11
Antes de pasar al análisis detallado de todo el pasaje, no
estará de
mas el recalcar que toda la enseñanza del pasaje que nos
ocupa
puede básicamente resumirse en estas dos proposiciones:
1) CRISTO VOLVERÁ REPENTINAMENTE;
2) CRISTO VOLVERÁ EN UN SOLO TIEMPO PARA TODOS.
La venida de Cristo tomará al mundo por sorpresa; pero no
debería
ser así con los verdaderos creyentes, los cuales habrían de
estar
siempre listos para ir al encuentro del Señor.
Y esto, no porque el cristiano esté en posesión de ningún
calendario
escatológico ―con indicación de fechas y de «señales»―, sino
porque
tiene la posibilidad de prepararse espiritualmente para
recibir al
Señor cuando vuelva.
La venida del Señor no hará diferencias entre los que
murieron en El y
los que, fieles, siguen en este mundo su peregrinaje. Los
que viven no
tendrán ventaja sobre los que murieron, en lo que respecta a
la
resurrección. Ambos participarán de los beneficios que la
misma
traerá a los cuerpos.
Analicemos el versículo 4:13: «...los que duermen» (muerte =
dormicion; cf. Mat. 27:52; Jn. 11:11-13; Hech. 7:60: 1.ª
Cor. 7:39;
15:6, 18; Apoc. 14:3). Esta expresión que identifica la
muerte con una
especie de sueño o dormición se apoya en el Antiguo
Testamento (V.
Gen. 47:30-2.ª Sam. 7:12).
Dormir no sólo significa descanso del trabajo duro, sino que
conlleva
la esperanza del glorioso despertar del creyente en la otra
orilla de la
vida. Dormido a este mundo (Job 7:9; Is. 63:16; Ecl. 9:6),
pero
despierto, no obstante, a su propio mundo (Lúc. 16:19-31;
23:43; 2.ª
Cor. 5:8; Fil. 1:21-23: Apoc. 7:15-17; 20:4). Por lo que
respecta a la
muerte del creyente, véase también Juan 11:11-13.
La palabra cementerio significa, en griego, «dormitorio».
Los
cristianos la utilizaron en vez de emplear el término pagano
«necrópolis» = lugar de los muertos. El concepto de los
primitivos
creyentes viene expresado en estas frases de Minucio Félix:
«Los
cuerpos en el sepulcro son como los árboles en el invierno;
ocultan su
verdor bajo una ficticia aridez.»
El versículo 13 continúa: «...como los otros que no tienen
esperanza»,
es decir, los paganos.
169
Lo que distingue al cristiano del incrédulo es que tiene una
esperanza
gloriosa (1.a Ped. 1:1-5), la cual debe prestar inspiración
a toda su
existencia. ¿Ignoraban esto los tesalonicenses? El apóstol
empieza el
versículo diciendo: «Tampoco queremos, hermanos, que
ignoréis
acerca de los que duermen.» ¿Ignoraban esto los
tesalonicenses?
2. ¿En qué estribaba la ignorancia de los creyentes de
Tesalónica?
Algunos comentaristas han supuesto que, con poca base doctrinal,
aquellos cristianos imaginaron que los que de entre sus
hermanos en
la fe morían, estaban irremisiblemente perdidos; que sólo se
salvarían
los que vivieran en el día de la venida del Señor.
La mayoría de los exégetas, sin embargo, no acepta esta
interpretación. Por mínima que fuese la instrucción
recibida, el mismo
anuncio del Evangelio apostólico incluía la proclamación de
la vida
eterna. Por otra parte, todo lo que dice Pablo de los
tesalonicenses en
sus cartas, da a entender que se trataba de buenos
cristianos y que
conocían los fundamentos de la fe.
La mejor interpretación parece ser la que supone que la
tristeza de la
iglesia de Tesalónica tenia que ver con dudas respecto a la
resurrección de los cuerpos, Y a Pablo le interesaba dejar
bien
sentado el principio doctrinal que estaba implicado en la
problemática.
No olvidemos que el mundo pagano no albergaba ninguna
esperanza
respecto a la resurrección de los cuerpos. Ello era
consecuencia
lógica de la filosofía predominante, según la cual el cuerpo
era la
cárcel del alma; algo tan esencialmente malo como todo lo
material.
Por otra parte, no había seguridad de en cuanto a la morada
futura
del alma. Las almas de los muertos no parecían tener un
futuro
demasiado halagüeño en la otra orilla, pues, al parecer, se
perpetuarían allí ―según ellos― muchas de las cosas bajas e
imperfectas del presente mundo.
El mundo pagano vivía sin esperanza verdadera (Ef. 2:12). El
error de
los tesalonicenses estribaría en suponer que no habría
resu-rerección,
o mejor, transformación de los cuerpos de los ya muertos, y
que éstos
sólo disfrutarían de la salvación del alma.
3. Para Pablo, los difuntos son personas muy reales
El versículo 14 dice: «Porgue si creemos que Jesús murió y
resucitó,
así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron con
él.» Esto se
sigue del hecho de nuestra incorporación a Cristo. Si
creemos en la
resurrección del Señor (1:10), tenemos que creer en nuestra
propia
resurrección. Para Pablo, los difuntos no son puras almas
liberadas de
170
sus cuerpos, sino seres humanos completos, personas
totalmente
reales.
«... traerá Dios con Jesús a los que durmieron con él.» ¿Qué
significa
esto de «traerá»?
Significa que Dios hará que vengan con Jesús del cielo:
traerá sus
almas desde allí para que se reúnan con sus cuerpos (vers.
16), con
los cuales ―una vez recuperada la unidad total de su
personalidad
psicosomatica― irán al encuentro del Señor en el aire, para
estar con
El siempre.
El vocablo «traerá» abarca todo lo que acontece a los que
durmieron,
desde su salida del cielo hasta que con sus cuerpos
glorificados vayan
de nuevo al encuentro del Señor.
4. No habrá discriminación entre los que vivan y los que ya
murieron
El versículo 15 encabeza nuevas e importantes afirmaciones:
«... Os decimos esto en palabra del Señor.» Esta palabra
pudo haber
venido a Pablo de dos maneras:
1) O por revelación directa,
2) o por transmisión de la enseñanza de los otros apóstoles.
Pablo afirma que no habrá privilegios para los que queden
aquí
cuando Cristo vuelva: «nosotros no precederemos a los que
durmieron». Cierto, ellos ya ahora gozan de la presencia del
Señor; la
salvación de su espíritu es cosa asegurada. Pero hay más: la
esperanza cristiana aguarda más todavía, porque la redención
obrada
por Cristo tiene efectos para la totalidad de elementos que
constituyen el ser humano integral.
Que no habrá discriminación, es lo que mueve al apóstol a
desarrollar
la exposición que sigue en los versiculos 16 y 17. En estos
versículos
aparecen los mismos dos grupos que en el versículo 15:
Versículo 15 Versículos 16 y 17 «nosotros que vivimos»
«nosotros los
que vivimos» (vers. 17) «los que durmieron» «los muertos en
Cristo»
(vers. 16)
Por tanto, el contraste no se da aquí entre creyentes e
inconversos,
sino entre: «los muertos en Cristo» y «luego, nosotros los
que
vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor».
Todos juntos, ambos grupos, «seremos arrebatados juntamente»
para
recibir al Señor en el aire, y asi estaremos siempre con el
Señor (vers.
17).
171
La exégesis del texto da a entender que se trata de un solo
evento.
La venida de Cristo con y para buscar a sus santos coincide
en este
pasaje como una sola realidad que abarca simultáneamente a
dos
grupos de creyentes.
5. ¿Cuales son las características de la venida de Cristo
según
este pasaje?
El versículo 16 añade: «... con voz de mando». Cristo
regresa como
Conquistador, como Soberano. Es la misma figura majestuosa
del
Apocalipsis, El vocablo que aquí se emplea (kéleusma)
expresa la voz
con que los oficiales arengaban a las tropas (cf, Jn. 5:25,
28). «Con
voz de arcángel.» Arcángel significa «jefe de ángeles». La
palabra
aparece en Judas, versículo 9. y en este texto que ahora
comentamos.
En nuestro pasaje se trata de Miguel.
Sobre la figura de Miguel (en hebreo = « ¿Quién como Dios?»)
véase
Apocalipsis 12:7, así como Daniel 10:13. 21; 12:1. Miguel es
el
dirigente de los ángeles buenos y el protector del pueblo de
Dios, Asi
pues, tenemos que:
La primera VOZ procede de Cristo mismo («voz de mando»);
La segundo VOZ procede de su arcángel («voz de arcángel»).
Ambas voces llaman a los muertos a la resurrección (1.ª Cor.
15:52).
Compárese con Josué 6:5 y Jueces 7:21. 22. donde también van
juntas «voz» y «trompeta»,
Al sonido de la trompeta los creyentes que viven son transformados
en un instante (V. 1.ª Cor. 15:52). Nótese que en el Antiguo
Testamento, cuando Dios descendía, su venida era siempre
anunciada con trompetas (Ex. 19:16, 17; 19:19).
Véase también el momento de las bodas del Cordero (Apoc.
19:7. Cf.
Sof. 1:16: Zac. 9:14).
En cada uno de estos ejemplos la venida del Señor con sonido
de
trompeta era señal de liberación, gozo y presencia del
Señor.
Tenemos, pues, que la venida del Señor será un
acontecimiento:
1) PÚBLICO Y UNIVERSAL;
2) VISIBLE, y
3) AUDIBLE.
No sabemos qué fuerzas de la naturaleza movilizará Dios para
producir este sonido del que nos hablan los textos sagrados.
Aquí se
nos enseña: «con trompeta de Dios» (vers. 16). La idea
parece ser
que la voz de mando del Señor se manifestará mediante la
172
instrumentalídad del arcángel y la trompeta de Dios. Notemos
que la
trompeta es de Dios, y el arcángel es también el ángel de
Dios. Todo
el mando es del Señor.
¿Y qué anunciará esta trompeta? QUE CRISTO ES REY DE REYES
(Apoc. 19:16).
Sigue diciendo el versículo 16: «El Señor mismo descenderá»
personalmente, visible y audiblemente, en majestad (Mat.
25:31-46)
para juicio y liberación. Ya no habrá oportunidad para la
conversión
(2.a Tes. 2:8. Cf. Mat. 25:31; 2.a Cor. 6:2; 2.a Ped. 3:9).
Versículo 17; «arrebatados... para recibir al Señor». El
vocablo
«recibir» es aquí el término usado en relación con la
llegada de un
alto dignatario a quien se da la bienvenida.
Versículo 18: «¡Alentaos los unos a los otros con estas
palabras!» La
aclaración sintética se halla en 5:11: ¿Cómo recibir aliento
e
inspiración los unos de los otros? Por el amor fraternal y
la mutua
edificación.
6. La conexión con el capitulo 5
Como ya dijimos en la lección anterior, es evidente la
relación de 5:1-
11 con 4:13-18. De ahí el acierto de la versión de 1960 al
agrupar en
un solo bloque ambas perícopas.
Esta agrupación está avalada por los mejores exégetas. En
5:1 y ss el
apóstol no empieza un nuevo tema, sino que continúa el que
comenzó en 4:13.
Versículo 1. Parece ser que, además del problema concreto
que
entristecía a los tesalonicenses tocante a la muerte de sus
difuntos,
les preocupaba también el tiempo en que tendría lugar la
segunda
venida del Señor. ¿Cuánto tiempo todavía tendrían que
esperar los
lectores de su carta? ¿Cuándo iba a volver el Señor?
Versículo 2. Ahora bien, sobre este punto concreto el
apóstol afirma
que no tienen necesidad de que les escriba; debe bastarles
lo que ya
saben. ¿Qué saben? Lo que, indudablemente, les habría
enseñado
Pablo al evangelizarles y luego al instruirles en los
rudimentos de la
doctrina; seguramente les diría:
1) el dicho mismo de Jesús: «No toca a vosotros saber esto
(Hech.
1:7);
2) La verdad revelada por el Señor de que ningún ser humano
conoce
el día ni la hora de la venida del Hijo del Hombre (Mat.
24:36), pues
será como la irrupción de un ladrón en la noche (Mat.
24:43).
173
Nada más hay que añadir sobre «los tiempos» y «las
ocasiones».
Pablo, no obstante, contesta con amor; les llama «hermanos»
(vers.
1).
Versiculo 3. Hasta este momento el apóstol había discurrido
sobre la
segunda venida en relación con los creyentes. Era natural,
ya que
estaba contestando a preguntas que tenían que ver con ellos.
Pero
ahora dirige su atención a los inconversos, por vía de
contraste, y
para que se ponga más de manifiesto la luz de los hijos de
Dios (vers.
5 y ss.), «... que cuando digan: Paz y seguridad, entonces
vendrá
sobre ellos destrucción repentina».
¿Quiénes son ellos? Los inconversos.
Destacan aquí lo repentino y lo inesperado. Las gentes no
estarán
preparadas para este acontecimiento. La falsa Paz y
seguridad del
mundo llega hasta el punto de mofarse de la esperanza
cristiana del
retorno de Cristo (2.ª Ped. 3:1-10). El versículo acaba
diciendo: «no
escaparán». Es inevitable, así como la mujer encinta no
puede
volverse atrás, ni eludir los dolores de parto. El intento
desesperado
de los impíos para escapar se relata en Apocalipsis 6:12-17
de
manera muy gráfica.
Versículo 4. Aquí se comprende que Pablo haya dirigido sus
pensamientos a la suerte de los inconversos para
contrastarlos con
los creyentes: sus hermanos son luz mientras que aquéllos
son
tinieblas.
Versículo 5. «Hijos de luz». Son «luz en el Señor» (Ef.
5:9). Y como
Dios es luz (1.a Jn. 1:5) y Jesús es «la luz del mundo» (Jn.
8:12), ellos
también son luces en el mundo (Mat. 5:14). En tanto que
hijos de la
luz y del día contrastan con los hijos de este siglo (Lúc.
16:8). «...
sois.., no somos». El apóstol pasa de la segunda persona a
la primera
del plural, para incluirse a si mismo. Seguidamente hará una
advertencia: si en ella va incluido también él mismo,
parecerá más
digerible a los tesalonicenses.
Versículos 6-8. Si somos de la luz y del día, portémonos
como tales:
no durmamos, no nos embriaguemos, estemos vigilantes,
sobrios y
equipados convenientemente (V. I.ª Cor. 16:13. 14). Sobre el
equipo
del cristiano ver Efesios 6:10-20.
Versículos 9-10. Dios nos ha redimido, no para derramar su
ira sobre
nosotros, sino para que alcancemos la salvación por
Jesucristo (cf.
1:1).
La salvación es posible, dado que Cristo «murió por
nosotros». El
propósito de su muerte expiatoria a favor de los suyos tiede
a esto:
que cuando venga, tanto los que están velando como los que
174
duermen (cf. 4:14-15 y 16-17) podamos vivir eternamente en
comunión con E.
Esta es la salvación total, desde el principio al fin, que
Dios ha
preparado para nosotros. Así pues, la resurrección para
vida, siendo
el término final, debe ser privilegio de todos, tanto de los
que velan
como de los que duermen el sueño de la muerte (V. Mar. 5:39).
Obviamente, los que veían (están despiertos) hace referencia
a los
que, según 4:15, son los que habremos quedado hasta la
venida del
Señor; y los que duermen son los muertos, los que partieron
ya (.cf.
4:15) y descansan en el Señor.
Pero ¿no podría interpretarse la referencia a los que
duermen, en el
versículo 10, paralelamente al sentido que tiene en los
versículos 6 y
7? ¡No! Aquí en el versículo 10 la alusión es a los
creyentes, a
aquellos por quienes murió Cristo, y entre los que se
incluye Pablo. En
los versículos 6 y 7 la referencia es a los inconversos, a
los que están
perdidos.
Además, el verbo usado para «dormir» en el versículo 7
(katheudo)
no es el mismo que se emplea en 4:13-15 (komiao). En este
último
texto hacia referencia a los que partieron para estar con el
Señor, a
los que murieron en Cristo. En contraste, aquí en 5:10 el
verbo usado
aunque es el mismo del versículo 7, tiene un matiz
diferente: el verbo
katheudo implica el reposo físico en el sentido de estar
ocioso, más
que del sueño natural: implica, pues un matiz ético;
peyorativo
(comp, con Ef. 2:1. donde va implícitamente ligado a vecros
=
muerto) para los inconversos, en el versículo 7;
meliorativo,
semejante a koimao, en el versículo 10, donde se refiere a
los
creyentes (comp. con Jn. 9:4, donde «dia» y «noche» tienen
distinta
resonancia de la implicada en 1.ª Tesalonicenses 5:5-8.31
Versículo 11. La relación entre los versículos 10 y 11 nos
parece
estrechamente paralela a la de 4:17 y 18. Si Pablo discurre
de un
tirón desde 4:13 hasta 5:11, y en ambos grupos de textos
habla de la
segunda venida, sin precisar más, hemos de tener muy fuertes
razones para ver en 5:2 y ss algo distinto de 4:13 y ss.
Pero no es
nuestro intento meternos en discusiones de escuela
escatológica.
Nuestro interés en este estudio es meramente exegético; y a
eso nos
hemos atenido en la presente lección, como lo haremos en la
siguiente.
Notas:
31. Véase
L. Morris, I and II Tessalonians (Tyndale Press. London),
sobre 5:11.
LECCIÓN 34.a LA ESCATOLOGIA DE PABLO EN LAS CARTAS A
LOS TESALONICENSES (III)
175
1. El tema de la Segunda Carta de Pablo a los Tesalonicenses
Podríamos resumir el tema de esta epístola diciendo que es
el
enfoque en una gran esperanza, en medio de una gran
tribulación. De
ahí el talante triunfal que recorre toda la epístola, desde
el comienzo
hasta el fin. La acción de gracias de Pablo, sus
advertencias,
especialmente a los que le han entendido mal y se dedican a
la
holganza, todo va enhebrado por la «gracia» y «paz» con que
comienza y acaba la epístola. Cierto que todo esto es
habitual en las
cartas de Pablo, pero en ésta hay algo peculiar que el
versículo 7
expresa como objetivo primordial: «y a vosotros que sois
atribulados,
daros reposo con nosotros, cuando se manifieste el Señor
Jesús desde
el cielo con los ángeles Se su poder».
2. La manifestación del Señor Jesús
En este versículo 7, por «manifestación» encontramos
apokálypsis
(literalm. «Revelación» = remover el velo, descubrir). Pablo
usa esta
palabra a menudo para referirse a la exposición de la verdad
revelada
(Rom. 2:5;
16:25; I.ª Cor. 14:6, 26; 2.ª Cor. 12:1, 7; Gal. 1:12; Ef. 3:3).
En esta ocasión, sin embargo, tiene que ver con la gloriosa
manifestación del Señor en su segunda venida, como en 1.ª
Corintios
7:7. Cuando el velo sea quitado, veremos al Señor descender
desde el
cielo (cf. 1.ª Tes. 4:16). Encontramos una expresión similar
en 1.ª
Pedro 1:7, 13.
La expresión significa: cuando el Señor Jesús sea revelado,
o
manifestado, viniendo desde el cielo. Jesús mismo habló del
día en
que el Hijo del hombre se manifieste (Lc. 17:30).
Jesucristo se revela a sí mismo: en su misma
autorrevelación, en la
revelación de sí mismo, por sí mismo, reside toda la gloria
de su
segunda venida: para El y para nosotros. Por eso, se traía
de una
revelación (apokálypsis) en la que su gloria será plenamente
manifiesta, porque se habrá removido el velo que cubría, o
hacía
invisible, su persona adorable. Es un término sinónimo de la
parusía
(su venida), que hallamos en 1.a Tesalonicenses 2:19.
3. El Señor vendrá acompañado de sus ángeles
El versículo 7 empalma con el 8 para decirnos que el Señor
vendrá
«con los ángeles de su poder, en llama, de fuego...»
Literalmente: «en
fuego flameante» (contrastar con Hech. 7:30). El Señor,
pues, en su
venida será acompañado por sus ángeles (en los cuales se
pone de
manifiesto su poder), tal como dijo Jesús mismo (Mat. 13:41,
42;
25:31; Jud. 15; Apoc. 14:19).
Su función será doble: a) recoger la cizaña en gavillas para
ser
quemada; b) recoger el trigo para el Señor. La alusión al
«fuego
176
flameante» indica la santidad del Señor, que se pondrá de
manifiesto
en el Juicio (cf. Ex. 3:2; 19:16-20; Is. 29:6; 66:15, 16;
Sal. 50:3: 97; 3).
El pasaje que seguramente tenía muy presente, en toda su
viveza, el
apóstol seria el de Isaías 66:15, 16. Es un texto de gran
viveza. Tanto
Juan (Apoc. 20:11) como Pedro (2.ª Ped. 3:7, 11, 12) narran
cómo, a
la venida de Cristo, el cíelo y la tierra pasarán, y el
Universo entero
será consumido por el fuego.
Las características de la segunda venida que se describen
aquí son,
pues, las siguientes:
1) Jesús vendrá desde el cielo;
2) con los ángeles de su poder;
3) en fuego llameante.
4. El propósito de la venida del Señor
El versículo 8 nos dice que el Señor se manifestará para dar
«retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al
Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo...». El Señor viene con un
propósito: dar
retribución, hacer justicia (Deut. 32:35; Is. 59:17; Ez.
25:14).
¿A quién dará retribución el Señor? A los que atribularon a los
creyentes de Tesalónica (vers. 6 y 7), quienes son descritos
con dos
rasgos fundamentales: 1.°, que no conocieron a Dios; 2.°,
que no
obedecen al Evangelio. Lo primero es consecuencia de lo
segundo. A
Dios sólo se le puede conocer de veras mediante el Evangelio;
si
rechazan este mensaje, pierden toda oportunidad de
conocimiento
verdadero de Dios. Mateo 11:27 y Juan 5:24 son bien
explícitos al
respecto.
El pecado de los perseguidores no fue ignorancia del
Evangelio, sino
desobediencia al mismo. ¿En qué sentido, pues, hemos de
interpretar
la frase «no conocieron a Dios»? Sin duda, no se trata aquí
de
desconocimiento intelectual. Lo que el texto afirma es que
conocían a
Dios como a su Dios; no invocaban su nombre. Tal era también
la
situación de los efesios antes de conocer (en el sentido
bíblico del
término) el Evangelio que iluminó sus mentes y sus corazones
(Ef.
1:18) y, por medio de dicha «iluminación», los salvó (Ef.
2:12: «... sin
Dios en el mundo», pese a sus muchos falsos dioses). Los
perseguidores en Tesalónica no tenían al Señor por su Dios,
no le
invocaban como a tal, y odiaban su Evangelio (el Evangelio
que
proclama al Señor y que el Señor mismo proclama). Cf.
Jeremías
10:25; Juan 7:17; Romanos 10:16; 2.ª Tesalonicenses 3:14.
5. La pena que sufrirán los perseguidores
El versículo 9 dice de los perseguidores de los
tesalonicenses: «los
cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la
presencia
del Señor y de la gloria de su poder...» Quienes hicieron
penosa la
177
vida a los creyentes, sufrirán ellos eterna perdición. Esta
perdición es
eterna: no termina nunca (1.a Cor. 5:5; 1.a Tes. 5:3; 1.a
Tim. 6:9).
Si se dice que no termina nunca, ello significa que no se
trata de
aniquilación, como interpretan algunos.
En contraste, la vida eterna se manifestará mediante la
bendita
contemplación de la faz de Jesucristo, la dulce comunión con
El, el
hecho de estar cerca de El (Sal. 17:15; Mat. 5:8: Apoc.
22:4); una
cercanía maravillosa la de estar junto al Señor (1.a Tes.
4:17).
Lo opuesto a «vida eterna» es la «eterna perdición»,
resultado de la
retribución que el Señor hace al juzgar a los impíos (c.f.
vers. 8). La
presencia del Señor trae la vida; la exclusión de dicha
presencia
acarrea la muerte (V. Rom. 9:3). El lenguaje empleado aquí
recuerda
el refrán de Isaías 2:10, 19, 21: también el Salmo 73:27. La
exclusión
de la compañía del Señor conlleva necesariamente, no sólo la
pérdida
de la vida eterna, sino el ser excluido también «de la
gloria de su
poder». Esta gloria (radiante esplendor), visible en la
salvación de los
santos, se halla fuera del alcance de los condenados. Lejos
del poder
de Dios y de su gloria, solamente aguarda miseria sin fin,
perdición
total.
¿En qué estriba, concretamente, la perdición de aquellos a
quienes
Dios retribuye conforme a sus iniquidades? En lo siguiente:
1.º Su perdición eterna;
2.º son excluidos de la presencia del Señor:
3.º son excluidos de la gloría de su poder; esto es:
a) excluidos del poder divino que da vida y que sustenta,
salva y
fortalece;
b) excluidos de la gloria de ese poder divino, a saber: de
la gloriosa
visión del Señor en su majestad santa.
La idea central, la razón básica que explica en qué consiste
la
perdición es la exclusión de la presencia del Señor. Como
dice el
Kempis: «Donde Tú estás, Señor, es el cielo; donde no, el
infierno. El
infierno sería cielo si Tú estuvieras allí: el cielo sería
infierno sin Tí.»
La única presencia del Señor que conocerán los condenados
será la
de la llama de fuego del juicio (vers. 7 y 8), no la
presencia
consoladora que nos libra de la ira venidera (1:10).
6. ¿Qué traerá paia los creyentes la manifestación del
Señor?
El versículo 10 nos completa la gloriosa perspectiva díte
según el
versículo 7 («reposos), espera a los creyentes: «cuando
venga en
aquel día ―dice el versículo 10― para ser glorificado en sus
santos y
ser admirado en todos los que creyeron (por cuanto nuestro
testimonio ha sido creído entre vosotros)».
178
Según el versículo 7, la manifestación del Señor Jesús
traerá reposo a
los atribulados cristianos. En este versículo 10 que ahora
consideramos, se nos indica al mismo tiempo en qué
consistirá dicho
reposo: será algo que glorificará al Señor. En efecto, El
quiere ser
glorificado en (no simplemente «por», ni «en medio de») sus
santos:
es decir: que los que son del Señor, deben reflejar su luz,
deben ser
como un espejo en el que los demás vean algo de la gloria de
Dios. En
2.ª Corintios 3:18 se entiende que la misión de glorificar
al Señor en
nuestra vida tiene que empezar ya ahora, aqui, antes de la
venida del
Cristo de los cíelos en gloria. El salmista expresó la misma
verdad
muchos siglos antes:
«Bienaventurado el pueblo que sabe aclamarte; dará, oh
Jehová, a la
luz de tu rostro. En tu nombre se alegrará todo el día, en
tu justicia
será enaltecido; Porque tú eres la gloria de su potencia,
por tu buena
voluntad acrecentarás nuestro poder» (Sal. 89:15-17).
La segunda venida del Señor potenciará estas realidades al
máximo.
Como consecuencia, el Señor será «admirado en todos los que
creyeron». Cada creyente se gozará al contemplar el reflejo
de la
imagen de Cristo en los otros redimidos. Y Dios se gozará en
el gozo
de sus santos (Cf. Sof. 3:17; Jn. 12:28), y ello le
glorificará.
En este versículo se dan dos nombres a los cristianos:
A) SANTOS: separados por Dios para su servicio. Indica que
su
salvación es básicamente la obra de Dios.
B) CREYENTES: personas que han puesto su confianza en ei
Señor.
Indica que se hallan en comunión con Aquel en quien creen.
Creen en
El personal, consciente y responsablemente.
La expresión parentétíca: «por cuanto nuestro testimonio ha
sido
creído entre vosotros» equivale a decir: cuando el Señor
venga en
«aquel dia»
(cf. Is. 2:11; 17:20; Mat. 24:36; 2.ª Tim. 1:12, 18; 4:8),
retribuirá a los que no conocieron a Dios, y será glorificado
en sus
santos, lo cual despertará la admiración y la alabanza en
todos los
que creyeron. Este «todos» os incluye a vosotros,
tesalonicenses,
tanto a los que durmieron ya en Jesús como a aquellos que
permanezcan en la tierra cuando el Señor venga. Incluye a
todos los
creyentes sinceros, sin excepción. Y os incluye a vosotros
porque
creísteis nuestro testimonio.
7. Una oración con objetivos muy prácticos
El versículo 11 nos dice: «... oramos siempre por vosotros,
para que
nuestro Dios os tenga por dignos de su llamamiento y cumplo
todo
propósito de bondad y toda obra de fe con su poder.»
179
Pablo, Silvano y Timoteo no solamente dan gracias (vers. 3)
por la fe
y el amor de los tesalonicenses, sino que oran por ellos
«siempre» (cf.
1.ª Tes. 1:2) y recuerdan constantemente delante del trono
de la
gracia las necesidades de los creyentes.
Si en el día del juicio los tesalonicenses son contados
dignos de
heredar el Reino, deben ya ahora, y aquí, conducirse de tal
manera
que sean dignos del llamamiento que por el Evangelio han
recibido.
La palabra que aquí se usa para «llamamiento» (klesís), se
emplea en
el Nuevo Testamento para el llamamiento divino a la
salvación (cf.
Rom. 11:29;
1.ª Cor. 1:26; 7:20: Ef. 1:18; 4:1, 4; Fil. 3:14; 2.ª Tim. 1:9:
Heb. 3:1: 2.ª Ped. 1:10). Si nuestra vida es Cristo, el
futuro será
ganancia.
Pero como el ser humano por si mismo es incapaz de vivir de
tal
manera que Dios pueda tenerlo por digno, se añade
inmediatamente
la petición de que el Señor obre y cumpla en los creyentes
su
voluntad. Notemos la combinación: propósito y obra.
Propósito de
bondad y obra de fe. El primero es siempre incompleto sin la
segunda, pero ésta es incapaz de hacer nada si no actúa por
fe. Se
trata de la obra que realiza, y sustenta, la fe (cf. I.ª
Tes. 1:3); la fe
cobra energía para obrar del amor (como dice el original de
Gálatas
5:6) y que, a su vez, es el motor dinámico de la existencia
cristiana
(Heb. 10:38 y paral.; 11:1 y ss.).
Ahora bien, si Pablo sabía ya por tantas evidencias ―fe,
amor,
constancia y perseverancia (vers. 3 y 4)― que Dios, en el
Día del
Juicio, los tendría por dignos de entrar en la salvación
completa y
fina!, ¿por qué, ahora y con vistas al veredicto final, ora
todavia por
su perfecta santificación? La respuesta que han dado algunos
es ésta:
«Porque el apóstol, después de todo, temía que pudieran caer
de la
gracia y perder la salvación que les había sido anunciada.»
Mas si
esto fuera verdad, habría escrito lo que afirmó en
elversículo 5?
No, no se trata de tal inseguridad. Sencillamente, Pablo
sabía que,
como resultado de su constante oración (sus oraciones, y las
oraciones de otros por ellos), los creyentes de Tesalónica
vivirían
como es digno de la vocación recibida, y así Dios, en el Dia
del Juicio,
los considerará dignos de entrar en el Reino. En la cadena
de gracias
que efectúan la salvación, dentro de los eventos
providenciales, la
oración y la santificación son como vínculos o peldaños
imprescindibles. Dios obra por medio de ciertos
instrumentos, y entre
ellos se cuenta la oración y el progreso en madurez de los
creyentes.
Muchos falsos problemas bíblicos se esfumarían en seguida si
recordásemos que Dios obra siempre, o casi siempre, por
medio de la
instrumentalidad de las personas y de los acontecimientos.
El versículo 12 expresa la alta cima de comunión a que debe
llegar el
creyente.
180
El lenguaje parece recordar Juan 17:10, 22 y 15:4:
«Jesucristo... en
vosotros, y vosotros en él.» Este versículo encierra dos
peticiones:
1.º Que Cristo sea glorificado en los creyentes.
2.º Que los creyentes sean glorificados en El.
En el versículo 10 ya estudiamos lo que significa que Cristo
sea
glorificado en sus santos. En el versículo 12 es el Nombre
del Señor el
que tiene que ser glorificado. El Nombre de Cristo equivale
a Cristo
mismo, exactamente como El mismo se ha revelado y puede ser
conocido por los suyos: como el Ungido de Dios, como el
Salvador,
como el Señor, etc. Cuando aceptamos su salvación y
compartimos
su unción, cuando nos sometemos a su señorío y gozamos de
comunión con él, entonces su Nombre es glorificado entre
nosotros, y
en nosotros.
La obra de Jesucristo en los corazones le glorifica a El y
les glorifica a
ellos. La gloria que reciben no es de acuerdo con el mérito
humano; si
asi fuese, no habría gloria ninguna; se da «por gracia de
nuestro Dios
y del Señor Jesucristo». Esta gracia (I.ª Tes. 1:1: 2.ª Tes.
1:1) proviene
del Padre y nos viene a través del Hijo, pero la
construcción de la
frase permite también afirmar que proviene del Hijo tanto
como del
Padre. El Hijo, al igual que el Padre, es la
Fuente y el Autor de la vida (Jn. 5:26; Hech. 3:15).
En efecto, la gracia de Dios es el origen de todo, porque
todo el
proceso de salvación es enteramente un efecto de la
iniciativa
soberana y amorosa de Dios. Ello no quita para que las «obras
buenas» del creyente tengan su galardón, pero no es un
mérito que
exige pago, sino una recompensa prometida.
LECCIÓN 35.a EL LIBRO DEL APOCALIPSIS Y LA ESCATOLOGÍA
1. El género apocalíptico
Al tratar de Escatología es obligado mencionar el libro del
Apocalipsis.
Cuestiones como «la gran tribulación», el milenio, la
batalla de
Armagedón, etc., pertenecen de lleno al Apocalipsis, y es
preciso
conocer, al menos de una manera somera, este libro, para
poder
situarlas convenientemente dentro de la Escatología.
El Apocalipsis, como su propio nombre indica, pertenece al
tipo de
literatura llamada «apocalíptica», muy extendida entre los
judios en
la época intertestamentaria. Es el único libro del Nuevo
Testamento
que pertenece a este género, sí bien hallamos pasajes
apocalípticos
en otros libros (cf. Mat. 24). Las visiones de Daniel, en el
Antiguo
Testamento, son de esta clase de literatura.
Una característica primordial de la literatura apocalíptica
es el
reconocimiento de que Dios es soberano y que, al final. El
intervendrá
181
personalmente, y mediante grandes acontecimientos y
catástrofes,
para dar paso a su perfecta y buena voluntad. A Dios se le
oponen
fuerzas numerosas y poderosas; son expresiones varias del
mal. Estas
diversas potestades malignas suelen describirse como
«bestias»,
«cuernos», etc., en un lenguaje simbólico y de mucha
imaginación, el
cual era perfectamente comprensible a los hombres de aquel
tiempo
―cuyas claves de interpretación les eran familiares―, pero
que a
nosotros se nos hace difícil, a veces, de comprender. Se nos
describen visiones: los ángeles transmiten mensajes;
asistimos a la
colisión de enormes fuerzas antagónicas y, finalmente, los
santos son
vindicados.
2. Diferencia entre la apocalíptica bíblica y la profana
El autor inspirado daba por supuesto que los lectores
entenderían sus
imágenes literarias y sus alusiones. Pero, más tarde, en
manos de
falsos «entusiastas», algunas de estas imágenes sirvieron
para
fomentar fantasías grotescas. Lo que es fácil comprobar, en
este
sentido, al contemplar la pintura románica, lo es igualmente
en el
aspecto teológico de algunos escritores exaltados
medievales. Y, no
obstante, existe una marcada diferencia entre el Apocalipsis
y la
literatura apocalíptica contemporánea: el libro inspirado es
sobrio en
sus descripciones, comparado con las obras apocalípticas de
los otros
autores. En los libros de éstos sí que se daba pronto y
fácilmente
rienda suelta a toda suerte de extravagancias. La profecía
bíblica, por
principio, es siempre muy mesurada. Esto es precisamente lo
que les
duele a ciertos aficionados a querer saber más de lo que
está
revelado. La apocalíptica bíblica es serena y prudente. Otro
punto de
divergencia es que el Apocalipsis da el nombre del autor,
mientras
que la mayoría de páginas apocalípticas de entonces eran
seudónimas. Los autores solían tomar nombres prestados de
los
grandes varones del pasado, y en ellos trataban de escudar
sus
fantasías.
El seudonimato de la literatura apocalíptica ―desde el siglo
II a.C.
hasta el siglo II después de Cristo― está en relación con el
hecho de
que, según el sentir del judaismo, la profecía se había
extendido ya.
Asi, el «Apocalipsis de Baruc» 85:3: «Los justos se han
reunido con
sus padres, y los profetas se han echado a dormir... y ahora
sólo
tenemos al Omnipotente y la Ley.» Esto explica que nadie se
atreviera a publicar un libro profetice con su propio
nombre. Todo ello
contrasta con Juan y su Apocalipsis.
3. El mensaje del Apocalipsis
El Apocalipsis de Juan es un libro cristiano que predica, no
menos que
los restantes libros del Nuevo Testamento, a Jesucristo
crucificado.
Hijo eterno de Dios y Redentor de los hombres, que está
ahora
sentado a la diestra del Padre, y que aparecerá como Juez al
fin de
tos tiempos.
182
El Espíritu Santo impulsó al apóstol Juan a que se valiera
del género
literario apocalíptico para producir su libro. Las verdades
que le son
reveladas las reviste el autor con el ropaje de imágenes,
figuras y
procesos. Es decir, traduce en símbolos visibles todo cuanto
le ha sido
enseñado por Dios. Para ello, se vale del material de ideas
tradicionales, señaladamente de los escritos profeticos del
Antiguo
Testamento, emparentados con su propio libro; por ejemplo,
el tronocarro de Ezequiel 1, y los cuatro animales de Daniel. Pero lo
importante no es la configuración de las imágenes
visionarias. Sería
erróneo intentar figurarse plásticamente el Cordero con
siete cuernos
y siete ojos (5:6), y la bestia con siete cabezas y diez
cuernos (13:1),
y preguntarse, acaso, cómo estaban distribuidos los diez
cuernos en
las siete cabezas.
4. Significado de los símbolos del Apocalipsis
Hay que estudiar los símbolos del Apocalipsis desde un punto
de vista
intelectual, sin detenerse en estas figuras como sí su
literalidad o sus
contornos reales fuesen lo verdaderamente importante. Se
trata de
un lenguaje ideológico, transmitido por medios simbólicos.
El numero
7 indica plenitud; los siete cuernos y los siete ojos
significan que el
Cordero posee la plenitud del poder (cuerno) y de la
inteligencia (ojo).
Asimismo, hay que examinar desde el punto de vista
ideológico
cuanto atañe a colores: blanco, rojo, escarlata, etc.
Todo tiene su particular significación simbólica. Sólo
interpretando asi
la relación entre la visión y la cinfiguración literaria se
comprende
también la disposición del libro, en el que desempeñan un
papel
importante las hepdóadas o series de sietes (subdívididas a
menudo
en 4 + 3).
Este simbolismo es lo que perturba a muchos lectores
modernos, y,
en particular, la dificultad de representarse las
complicadas piezas de
la imaginería del Vidente. Además, en ocasiones, se tiene la
impresión de que, plásticamente, unas piezas no encajan con
otras.
Es importante recordar que Juan es aquí un artista que
emplea las
palabras y que se sirve de un género literario específico:
Juan no es
un pintor, ni se sirve de materiales plásticos. Tenemos,
pues, que
buscar el significado literario de cada símbolo, no el
tratar de
representárnoslo en un espectáculo visual. El propósito del
libro es
comunicar ideas, y lo hace mediante palabras altamente
simbólicos.
Cuando el Vidente describe alguna visión, traslada en
símbolos las
ideas que le han sido sugeridas por Dios; y prosigue
acumulando
colores, números simbólicos, etc., sin pensar, no obstante
en los
efectos plásticos de su obra. El no describe visiones
coherentes, sino
visiones inimaginables de un mundo cuyas dimensiones
trascienden
infinitamente las nuestras. Para seguir, pues, el
pensamiento de Juan,
hemos de saber convertir en ideas los símbolos que presenta,
sin
turbarnos demasiado por su incoherencia plástica.32
183
Notas:
32. Véanse las obras de Wickenhauser, L. Morris, M.
Boissmard y A.
Feuillet.
LECCIÓN 36.ª LAS VARIAS ESCUELAS DE INTERPRETACIÓN DEL
APOCALIPSIS
1. Importancia del tema
Desde que Jesucristo dijo: «Id y haced discípulos a todas
las
naciones...» (Mat. 28:19) han pasado casi 2.000 años. La
Iglesia no ha
conquistado el mundo, y cada vez es más conflictiva su lucha
contra
el error, las tinieblas y la impiedad. En ocasiones parece
como si el
pueblo de Dios fuese presa fácil en las fauces del león.
¿Cuál es e!
significado de la presencia de la Iglesia en el mundo? ¿Qué
características la configuran en su peregrinaje? ¿Cuál será
el curso de
su historia hasta que el Señor vuelva? El libro de
Apocalipsis tiene la
respuesta a estas preguntas. En ninguna otra parte
encontraremos el
sentido de estos 2.000 años de historia de la Iglesia ―y del
mismo
momento presente que vivimos ahora― a menos que lo hallemos
en
el libro de Apocalipsis.
Pero ¿encontramos dicho significado en Apocalipsis? Es bien
notorio
que, desde hace algo más de un siglo, algunos cristianos han
desplegado un gran esfuerzo para convencernos de que el
Apocalipsis
no tiene nada que ver con la Iglesia; o, al menos, muy poco
con los
últimos 2.000 años de su historia, a no ser unos breves
resúmenes en
los primeros capítulos. Las estanterías de cualquier
librería evangélica
se curvan hoy por el peso de taotos libros escritos con el
objetivo
definido de sacar de la cabeza de los cristianos cualquier
pretensión
de utilizar el Apocalipsis para la Iglesia. Se trata de
demostrar, en
toda esta cantidad de papel escrito, que el Apocalipsis no
tiene
ninguna aplicación para la Iglesia, para sus pruebas y para
sus
sufrimientos. ¿Es pues, ésta la única época en la que Dios
ha dejado a
su pueblo sin la luz profética que brilla en lugar oscuro?
El tiempo de
la Iglesia es el más glorioso desde la fundación del mundo,
y, sin
embargo, al decir de esos autores, y a diferencia de la
dirección
profética que Dios dejó a los creyentes del antiguo pacto,
el pueblo
de Dios no posee ahora dirección en lo que respecta a sus
avalares
hasta que Cristo vuelva.
La interpretación del Apocalipsis ha conocido una gran
variedad de
escuelas a lo largo de los siglos; algunas han desaparecido,
otras se
han debilitado, y algunas nuevas ―-como el
dispensacionalismo (que
sólo es antiguo en lo que respecta a su premilenialismo,
pero no al
resto de su esquema)― han surgido con ímpetu. Las lineas
principales de interpretación pueden, no obstante, resumirse
en tres
o cuatro corrientes generales que examinaremos a
continuación.
184
2. Las escuelas de interpretación del Apocalipsis
A) La escuela preterísta.
Según esta escuela, Apocalipsis describiría solamente los
acontecimientos del pasado. Todas las visiones serían el
resultado de
las condiciones del pueblo de Dios bajo el Imperio Romano en
los
siglos primero y segundo de nuestra era. La mayor parte del
libro, en
esta hipótesis, se habría ya cumplido en los días de la
caída del
Imperio Romano, y en el subsiguiente establecimiento de una
Iglesia
fuerte. Sería la constatación de las posibilidades para el
mal, que eran
inherentes al Imperio. Al mismo tiempo, el libro afirmaría
la
convicción de que el Dios que intervino así en e! pasado intervendrá
también en el futuro. Pero más allá de esto no entraba en el
propósito
del autor. Esta interpretación debe su existencia al jesuíta
Alcazar (c.
1614), el cual afirmó que el Apocalipsis se cumplió
totalmente en el
tiempo de Constantino, a comienzos del siglo IV de nuestra
era. En
términos generales, es la que siguen la mayoría de autores
modernistas de teología liberal, asi como un buen número de
católicoromanos; éstos la denominan más bien «histórico-temporal», y, en
palabras de Wikenhauser, «el vidente no contempla el fin de
los
tiempos en un futuro lejano, sino que ve, en ciertas
circunstancias y
acontecimientos de la actualidad, claros indicios del fin
inminente...
Esta interpretación ve aquí predicha la inminente lucha, a
vida o
muerte, entre la Iglesia cristiana y el Estado romano con
sus
pretensiones de absolutismo».
Lo único positivo de esta hermenéutica es que nos permitirá
entender
mucho del vocabulario, y del fondo histórico, de que se
sirvió Juan ai
escribir el libro. Pero yerra en un punto fundamental: el
mismo libro
afirma de sí mismo que es profecía (1:3) y que algunas, al
menos, de
sus predicciones contemplan su cumplimiento en el futuro
(por
ejemplo, los caps. 21 y 22).
B) La escuela futurista.
Esta escuela mantiene que, a partir del capitulo 4,
Apocalipsis sólo se
ocupa de acontecimientos que tienen que ver con el final de
los
tiempos y con todo lo que está relacionado con la segunda
venida de
Cristo. Así, el libro no trataría problemas que afectasen al
propio
autor, o a la Iglesia de futuros siglos, sino tan sólo
aquellos
acontecimientos que van a producirse cuando vuelva el Señor.
Fue el jesuíta Ribera (en 1603) quien dio origen a esta
interpretación,
para oponerla a la histórica de los reformadores. El
dispensacionalismo la adoptó en el siglo pasado y, desde
entonces,
ha sido ampliamente expuesta y difundida mediante la Biblia
Anotada
de Scofield, lo que la ha hecho popular entre nosotros.
185
Para esta escuela, la mayor parte del texto del Apocalipsis
es historia
que todavía espera su cumplimiento, es decir, profecías no
cumplidas.
Pero profecías que ya comienzan a cumplirse en nuestro
tiempo,
tenido como el último, si nos atenemos a los escritos de Hal
Lindsay y
de otros expositores del mismo punto de vista. Ahora bien,
según
ellos, cuando todo lo que dice Apocalipsis comience a
cumplirse, la
Iglesia será arrebatada y, por lo tanto, casi todo el
Apocalipsis carece
de actualidad o relevancia para la Iglesia. Apocalipsis
predice unos
hechos que no tienen que ver con ella, sino más bien con
Israel, con
el pueblo judío y con lo que el mundo haga frente a este
pueblo. En
efecto, es Israel quien queda colocado en el centro de la
profecía,
después de un período de cerca de 2.000 anos. Por supuesto,
un
enfoque tan radical afecta no sólo a las cuestiones
proféticas, sino a
la naturaleza misma de la Biblia, al concepto del Reino de
Dios, a la
comprensión de la ley y de la gracia (para el
dispensacionalista el
Evangelio representa la suspensión de la ley y se halla en
vigor sólo
durante el paréntesis de la dispensación de la Iglesia o de
la gracia,
después de la cual ―al ser arrebatada la Iglesia― la ley
volverá por
sus fueros), la estructura de la historia de la salvación,
de los
decretos de Dios y, mayormente, la relación «Iglesia
-Israeb. Etc.
D. C. Barnhouse, divulgador del
dispensacionalismo-futurismo,
escribe:
«El gran principio para el estudio... es que la mayor
porción de este
libro pertenece enteramente a una época que no es la de la
Iglesia,
ya que es Israel el centro de la escena profética; la
Iglesia ni siquiera
aparece en la discusión.»
Ph. Mauro, quien al principio fue futurista, pero al que un
estudio más
profundo de la Biblia le llevó a plantear serias objeciones
a este
sistema, dijo:
«Tal teoría tiende a quitar interés en este maravilloso
libro,
empujando todas las cosas que predice hasta muy lejos de
nosotros,
convirtiendo las trascendentales e importantes revelaciones
que
hace, en algo inoperante para nosotros, y sólo de interés
para los que
habrán de vivir en una futura dispensación cuando la Iglesia
ya no
esté aquí, para los llamados "santos de la
tribulación", de los que
Scofield afirma: "Estos no pertenecen a la Iglesia, con
la cual parecen
tener una relación semejante a la de los levitas con los
sacerdotes
bajo el pacto mosaico (BS, p. 1293). A la época de la
Iglesia
corresponde el 'Evangelio de la gracia'; a la época de la
gran
tribulación corresponderá el 'Evangelio del Reino'; y el
"Evangelio
eterno' será predicado a los habitantes de la tierra cerca
del fin de la
gran tribulación e inmediatamente antes del juicio de las
naciones. No
es el Evangelio del Reino, ni tampoco el Evangelio de la
gracia..."
(BS, pp. 1299-1300). A todo esto Mauro comenta:
"Nosotros, el pueblo
del Señor, somos los santos de la tribulación (Jn. 16:33:
Hech.
14:22)".»
186
De modo que, salvo los capítulos 2 y 3, que describen la
historia de la
Iglesia en sus siete grandes períodos hasta el ultimo en que
vivimos
hoy, apenas hay nada en el Apocalipsis ―según esta escuela―
que
interese a la Iglesia. En los capítulos 4 y 5 es el cielo y
no la tierra la
esfera de la acción que narra el libro, habiendo sido ya
arrebatados
los santos al cielo. Asi, dicho arrebatamiento se coloca
después del
capítulo 3 y antes de la gloria del capitulo 4. Los eventos
en torno a
los sellos, las trompetas y las copas de ira, se sitúan
después del
arrebatamiento y antes de la segunda venida. Tal es el
esquema
futurista dispensacional.
Algunos autores nos aseguran que el libro del Apocalipsis no
puede
ser entendido a menos que comprendamos bien este esquema.
Por to
visto, antes de la primera mitad del siglo pasado, nadie
había sabido
leer e! Apocalipsis correctamente. Ciertamente, resulta
difícil rastrear
las huellas de ningún arrebatamiento entre los capítulos 3 y
4, aparte
del hecho de que Apocalipsis 16:13-16 presenta la venida del
Señor
«como ladrón», en el momento mismo en que nuestros queridos
hermanos dis-pensacionalistas colocan el final de la gran
tribulación,
es decir, después del arrebatamiento, cuando su hipótesis exige
que
sea al comienzo.
León Morris escribe en su Comentario: «La principal objeción
es que
esta escuela parece olvidar, y de hecho olvida muy a menudo,
el
fondo histórico del libro y Sus problemas de la Iglesia,
previos a la
segunda venida.» Esta escuela fomenta ―sin quererlo― una
actitud
que parece más bien la de una Iglesia en estado de
relajamiento que
de combate. Apocalipsis se convierte simplemente en un
rompecabezas del que hay que preocuparse sólo en descubrir
las
piezas dispersas; es cuestión de saber descifrar los
misterios con un
poco de habilidad y de imaginación pero olvida que
Apocalipsis fue
escrito para una Iglesia perseguida, desesperada, que no
sabia
incluso dónde encontrar una salida a sus problemas
humanamente
insolubles.
¡Poco consuelo habrían hallado los creyentes que, como Juan,
sufrían
bajo Domiciano si les hubiera sido dado un libro dedicado
casi todo él
a los hombres de una futura dispensación más relacionada con
el
judaismo que con el cristianismo!
Digamos, finalmente, que es tan triste como interesante el
comprobar
que las diferentes variaciones que la escuela futurista ―o
finalista,
como la llaman algunos― ha experimentado en los últimos cien
años
son las responsables de una gran variedad de sectas
proféticas
surgidas en el plazo de un siglo, tales como los
Adventistas, los
«Testigos de Jehová», los Cristadelfos y numerosos cuerpos
pequeños. En menor grado, el mormonismo constituye otra
forma de
futurismo modificado.
187
C) Las escuelas historicas
En realidad, no existe una única escuela histórica, sino »
varias.
En términos generales, estiman que el Apocalipsis presenta
una
amplia panorámica de la historia de la Iglesia, desde el
siglo I hasta la
segunda venida de Cristo. La Iglesia constituye el centro de
la
profecía. Desde la Antigüedad, pero muy particularmente
durante la
Edad Media ―entre los movimientos reformistas, tanto dentro
como
fuera de la Iglesia de Roma― y hasta muy entrado el siglo
xix, fue la
escuela que gozó de mayor popularidad en sus varias
vertientes.
El libro que escribió el vidente de Patmos predice, en este
esquema,
todo el curso de la historia hasta el fin del mundo, en
cuanto se
refiere a la relación de la Iglesia con las potencias del
mundo y con
los poderes sobrenaturales, satánicos o celestiales, que
intervienen
en la marcha de los acontecimientos. En sus visiones se
prefiguran
las grandes épocas y los eventos culminantes de la historia
del
mundo y de la Iglesia, Con sus figuras más descollantes y
sus
configuraciones más decisivas.
La llamada simplemente «escuela histórica» tiene en común
con la
denominada «escuela de la continuidad histórica» la idea de
que el
fin del mundo no ha de hacerse esperar, y de ahí la afición
por echar
cálculos sobre los años que faltan para que se cumplan las
cosas
predichas.
Durante la Edad Media estos cálculos condujeron a fatales
errores,
exactamente como los de los modernos vaticinadores del fin
del
mundo que, ahora, pertenecen a la escuela futurista.
Al igual que en el esquema futurista, los históricos
cometieron en el
pasado el error de suponer siempre que su siglo era el
último de la
historia de la humanidad y que se hallaban viviendo en los
últimos
días. Esto ha obligado a ir rectificando constantemente, de
siglo en
siglo, los calendarios propuestos, ya que el esperado fin
del mundo no
acaba de llegar.
LECCIÓN 37.a HACIA UNA CORRECTA INTERPRETACIÓN DEL
APOCALIPSIS
1. El enfoque preciso
El tema del Apocalipsis no es simplemente el presentar una
fase
limitada del Reino de Cristo en sus comienzos (como sugiere
la
escuela preterista), o al término del mismo (como hace la
interpretación futurista), sino abarcar de manera total y
general,
aunque ciñendose a las líneas principales y las cimas más
prominentes, la dinámica histórica del Reino desde la
primera venida
de Cristo hasta la consumación final, cuando el Señor vuelva
otra vez.
188
Este enfoque aprovecha lo mejor de las otras corrientes
interpretativas: 1) la escuela histórica; 2) la escuela de
la continuidad
histórica, y 3) la escuela del dinamismo histórico del
Reino.
2. Elementos aprovechables de la escuela histórica antigua
La escuela histórica considera el Apocalipsis como el libro
que expone
las principales etapas y fases de la historia de la Iglesia.
Este punto
de vista apareció ya en los primeros siglos del cristianismo.
Los
primeros escritores eran futuristas entonces, porque
lógicamente no
podían ser otra cosa: la Iglesia acababa de iniciar su
marcha Por el
mundo; su expansión misionera y las visiones del Apocalipsis
estaban
Justamente comenzando a cumplirse en aquel tiempo.
Creían, pues, que las cosas predichas empezaban a tomar
cuerpo
entonces, en espera de la consumación final. Pero no eran
absolutamente futuristas.
No creían que el Apocalipsis tenía que ver sólo con el final
de los
tiempos, sino con la marcha de la fe a lo largo de los
siglos hasta que
el Señor volviese. Desde su perspectiva, obviamente,
consideraban
que era poco lo que se había cumplido, porque la Iglesia
daba sus
primeros pasos expansivos. Con todo, aquellos primeros
creyentes
estimaban que el mensaje del Apocalipsis no pertenecía
únicamente
al final de este siglo. Lutero y los demás reformadores, en
términos
generales, siguien esta escuela.
3. Variantes qne introduce la escuela de la continuidad
histórica
La escuela de la continuidad histórica difiere de la
anterior en que
interpreta Apocalipsis como si fuese historia sin ninguna
ruptura, sin
ninguna laguna, de manera continuada, sin solución de
continuidad y
cubriendo todas las etapas sin fisuras desde la primera
hasta la
segunda venida del Señor en gloria. Según este punto de
vista, no
habría distancias de tiempo entre una sección y otra del
libro: los
sellos se seguirían cronológicamente en sus secuencias
(¿acaso no
incluye ya el séptimo sello ―el ultimo― a las siete
trompetas que
constituyen la sección siguiente?); las siete trompetas
siguen, una
tras otra, describiendo cierto curso de acontecimientos
ininterrumpidos; y la séptima trompeta, la ultima, incluye
ya, como
dándole paso, la próxima serie de eventos: los siete vasos.
De
manera que desde el primer sello hasta la séptima copa 8:6,
7 -16:17-
21) se nos ofrece un relato histórico sin interrupción, que
va del
principio al final de la era evangélica. Muchos de los que
sostienen
esta interpretación estiman que nos hallamos viviendo ahora
la época
de la séptima copa y que nos encontramos, por consiguiente,
cerca
del final o consumación total.
4. La escuela del dinamismo histórico del Reino
189
La escuela del dinamismo histórico del Reino es llamada, a
veces,
también por algunos «simbólica» o «espiritual»; o mejor:
«escuela de
la filosofía de la historia». Creo que le cuadra mejor esta
última
denominación, o la de «escuela del dinamismo histórico del
Reino»,
que no las designaciones que pretenden tildar a esta
hermenéutica
de extremo simbolismo o esplritualismo. Como veremos en
seguida,
no es así.
Esta escuela no toma el libro como si se tratara de la'
narración,
escrita por anticipado, de toda la historia de la Iglesia
ininterrumpidamente, sin faltar detalle, desde la primera
hasta la
segunda venida de Cristo, como lo hace la interpretación
anterior. La
escuela del dinamismo histórico del Reino considera el
Apocalipsis
«interesado en la amplia corriente que prosigue el Reino,
deteniéndose especialmente en sus momentos culminantes,
hasta el
gran climax de la segunda venida» (Stonehouse).
Estas tres escuelas tienen esto en común: que consideran el
libro
como una narración que abarca todo el curso de la historia
del Reino
de Dios en el mundo, y no solamente una de sus partes o
fragmentos.
En favor de esta interpretación está el hecho de que se
halla de
acuerdo con el resto del Nuevo Testamento y con el espíritu
de los
profetas del Antiguo. Los grandes profetas de antaño no
ofrecieron
jamás a Israel un calendario de hechos limitado a un solo
punto de la
historia, sino que casi siempre abarcaron con su mirada las
altas
cimas de los cumplimientos mesiánicos futuros.
5. Esta escuela concuerda con el resto del Nuevo Testamento
El Nuevo Testamento tiene una mirada especial para
contemplar el
futuro; lo hace desde una perspectiva escatológica en la que
al final
siempre está la gloriosa esperanza del segundo advenimiento
de
Jesús. Constantemente mantiene delante de nosotros la
realidad de
esta próxima venida del Señor. Pero al mismo tiempo enfatiza
la
importancia de la encarnación y el significado decisivo que
tuvieron
eventos tales como su muerte, resurrección y ascensión.
Estos acontecimientos fueron ―y son para nosotros― tan
decisivos,
que ellos señalan el comienzo del «ultimo tiempo» (1.ª Cor.
10:11;
Heb. 1:2; 9:26: 1.ª Jn. 2:18), los «postreros días», en los
cuales el
pueblo de Cristo se halla ya en posesión de la vida eterna y
puede
considerarse sentado a la diestra de Dios, en lugares
celestiales,
juntamente con su Salvador (Ef. 2:6).
En Mateo 28:18-20 se nos ofrece un claro testimonio de la
naturaleza
decisiva y el carácter especial que iba a tener para
nosotros la
muerte y resurrección de nuestro Señor. Cristo pretende en
este
pasaje estar investido de toda autoridad sobre todo el
Universo, y
sobro esta base ordena la gran comisión misionera a sus
discípulos. Al
190
mismo tiempo les promete su presencia hasta e! fin del
mundo, es
decir, hasta el tiempo de la consumación de estos «últimos
tiempos».
En l.ª Corintios 15 tenemos también un esbozo de lo que será
el
perfecto Reino de Dios en plenitud (espec. vers. 50-55),
pero se
enfatiza, al propio tiempo, que, mientras tanto. Cristo es
ya Rey en no
menor grado que lo será al final. El pugna por imponer esta
autoridad
y gobierno por medio de la dinámica de su pueblo y de su
mensaje. El
curso de esta epopeya espiritual seguirá hasta que ponga al
último de
sus enemigos debajo de sus pies; la muerte (vers. 24-26,
54). La
muerte, último enemigo a vencer en el orden cronológico,
será
«sorbida en victoria» cuando acontezca la resurrección de
los
muertos. Este es el énfasis que encontramos igualmente en
Apocalipsis, de acuerdo con el resto del Nuevo Testamento;
un
énfasis que recae no sólo en los grandes acontecimientos
catastróficos, apocalípticos (dando a esta palabra el
sentido teológico
que tuvo en el judaismo tardío), que acompañarán al último
acto del
fin de este «siglo», sino también en el establecimiento y
preservación
de la Iglesia, hasta tanto que llegue dicha consumación
final, y en la
continua presencia y acción del Señor en la Historia y en
medio de su
pueblo.
6. Perspectiva panorámica del Apocalipsis
Lo que acabamos de decir se comprueba ya desde la primera
página
del libro.
Comprobamos, en efecto, que Apocalipsis comienza con la
visión del
Hijo del Hombre. El Cristo exaltado en el capitulo 1 nos
ofrece la
perspectiva correcta para todo el resto del libro. El Señor
se
encuentra en medio de los siete candeleros ―la Iglesia―, y
dice tener
las llaves de la muerte y del hades. Esta visión de
Jesucristo
glorificado se encuentra estrechamente relacionada con las
siete
cartas a las siete iglesias (caps. 2 y 3), pero sirve
igualmente como
introducción a todo el libro. Que esto es así lo advertimos
en el hecho
de que las características principales de la descripción del
Señor en el
capítulo 1 se repiten no sólo en los capítulos 2 y 3, sino
en el capítulo
19 (vers. 12, 15, 21). El Señor es, pues. Aquel que
constantemente se
halla en medio de su Iglesia, y está exaltado sobre todo y
sobre
todos, con las llaves de todos los reinos en sus manos.
En el capítulo 1 vemos que el Reino de Cristo está ya
presente en los
días de Juan, dado que su pueblo puede decir: «Nos ha hecho
un
reino...» (así dice el original del vers. 6). Juan y sus
compañeros eran
miembros de su Reino (vers. 9) y, sin duda, sus problemas
futuros y
el curso de la historia de dicho Reino tenían que
interesarles. En
aquellos mismos momentos la existencia del Reino parecía
amenazada por las persecuciones del emperador. Para su
consuelo, el
Señor mueve a Juan para que desarrolle en términos generales
el
amplio dinamismo que el Reino va a tomar en e! futuro. Se le
ordena
que escriba «las cosas que has visto, y las que son, y las
que han de
ser después de éstas» (1:19); palabras que parecen indicar
que el
libro tiene que ver con la historia total del Reino de
Cristo hasta la
191
consumación final. Apocalipsis mantiene así la gloriosa
esperanza,
pero al mismo tiempo enseña lo que atañe a los presentes
conflictos
del cristiano. Le exhorta a que combata valientemente, y le
consuela
con el pensamiento de que Jesucristo sigue siendo soberano y
continúa sentado en el trono. Así, el libro del Apocalipsis
insiste en la
tremenda importancia de todo cuanto Cristo va a hacer en el
futuro;
pero asimismo enfatiza «las cosas que has visto» (lo que
Cristo ya
hizo) y «las que son» (es decir, lo que el Señor está
haciendo
actualmente por medio de su pueblo en el mundo).
Si el Apocalipsis se ocupa de la historia del pueblo de
Dios, de la
narración de los avalares del Reino de Cristo en el mundo,
¿podemos
entenderlo como «historia continuada», sin interrupciones ni
lapsos
de ningún género?
Parece claro al final del capitulo 11 que no es así. En los
capítulos 10
y 11, bajo la última de las siete trompetas, se dice que «el
tiempo no
sería más» (10:6); y añade: «en los días de la voz del
séptimo ángel,
cuando él comience a tocar la trompeta, el misterio de Dios
se
consumará, como é! lo anunció a sus siervos los profetas»
(v. 7). Los
creyentes son recompensados, y los impíos castigados (cap.
11). No
obstante, el capítulo 12 nos devuelve de nuevo al primer
advenimiento de Cristo: al nacimiento en Belén y, después, a
su
ascensión a los cielos, con la que culminó su ministerio
terrenal. El
Prof. Kromminga, uno de los últimos expositores de la
escuela de la
continuidad histórica, admite que aquí tenemos un retroceso
en el
tiempo, una vuelta hacia atrás, a los mismos comienzos de la
era
evangélica.
De hecho, hay tantos casos de esta clase de «retorno», de
«cuenta
hacia atrás», de un «regreso al pasado», asi como de
recapitulaciones
y también de anticipaciones, al igual que de episodios
aislados, que el
punto de vista de la continuidad histórica, ininterrumpida,
es del todo
insostenible. En realidad, todo sistema que intente encajar
los
detalles del libro dentro del panorama de hechos históricos
de un solo
período, o de toda la historia sin rupturas y de manera
perfectamente
continuada, está abocado al fracaso. Es lo que le ocurre
tanto al
dispensacionalismo como a esta escuela de la continuidad
histórica,
lo mismo que al preterismo. La misma diversidad de
interpretaciones
entre los adeptos de la escuela de la continuidad histórica
testifica en
contra de ella.
El Apocalipsis presenta, en suma, el gran drama del
conflicto de los
siglos entre Cristo y su pueblo, por un lado, y el diablo y
sus
seguidores (conscientes o no) por el otro. Cubre el
desarrollo de toda
la Historia de la Iglesia, del fluir incesante de la
dinámica del Reino,
desde los inicios de la era cristiana hasta el gran
acontecimiento de la
segunda venida.
192
LECCIÓN 38.a LAS PRINCIPALES CARACTERÍSTICAS DEL LIBRO
DE APOCALIPSIS
Al examinar más de cerca el libro del Apocalipsis, destacan
particularmente algunas características que no podemos
olvidar en
cualquier lectura, o interpretación, del mismo.
Señalaremos las principales.
1. El uso de los símbolos
El Apocalipsis es un libro de símbolos. Los símbolos cumplen
una
función didáctica. Por ejemplo, se nos dan algunas
descripciones de la
segunda venida, per los intentos para representarnos el
hecho de una
manera literal, ajustada punto por punto al simbolismo del
texto, hace
caer en una serie de problemas insoluoles. Si admitimos, en
cambio,
el ropaje simbólico del estilo de Juan, todo se aclara. Se
trata de un
lenguaje de señales, en su mayor parte; y conviene llegar a
familiarizarse con estas señales. Mucho de lo que escribió
Juan le fue
antes revelado a él por medio áe visiones. El mismo dice:
«Vine a
estar en espíritu en el dia del Señor, y oí...» (1:10 en el
griego
original). Fue entonces cuando le fue descubierto el mundo
invisible
y, a la manera de una gran representación dramática, pasaron
ante
sus ojos sucesivas visiones, vanos cuadros, diversas escenas
que —al
estilo de Shakespeare y de los modernos autores de cine y teatro—
no guardan la unidad clásica de «espacio-tiempo-lugar» en el
proceso
de las diferentes y progresivas secuencias.
Pensemos también en la visión de Pedro (Hech. 10). Fue como
un
trance. Aunque lento al comienzo, Pedro acabó por comprender
que
aquella visión tenía un profundo significado; iba a
prepararle a él para
que reconociera que Dios no hace discriminación de personas
ni de
razas, de modo que ello le llevara a recibir con los brazos
abiertos a
los gentiles tanto como a los judíos. Así ocurre con las
visiones de
Juan en Apocalipsis. Sí las tomamos al pie de la letra, con
la misma
literalidad con que las imaginaron los pintores de la época
románica,33
el resultado será grotesco y lejos de la majestad y gloria
de la
parusía; abocaremos a situaciones fantásticas y
extravagantes. Pero
aun en el caso de que nuestro escalo gusto estético, o
nuestra clase
de formación literaria y artística, nos hagan pasar
desapercibidos los
detalles que se desprenden de un literalísmo extremo, que
olvida el
uso y significado de los símbolos, esta clase de
interpretación nos
entregará tan sólo el esqueleto, pero no el cuerpo vivo; el
envoltorio,
pero no el significado profundo de los emblemas empleados
por el
estilo de Juan.
El mismo libro nos advierte en contra del literalismo. ¿No
nos habla
(17:9) de una mujer sentada sobre siete colinas? ¿Quién es
capaz de
representarse esto literalmente en su imaginación? No
conozco a
ninguna mujer que tenga tal capacidad para sentarse...
193
¿No presenta también el libro del Apocalipsis (cap. 12) a
una mujer
vestida del sol, con la luna a sus pies...? El mismo texto
aclara que se
trata de una gran señal, o maravilla, aunque el literalista
se empeñe
en entender algo normal, concreto y vulgar, que puede ser
imaginado, punto por punto, y rehecho en todos sus detalles.
Más
tarde, en el mismo capítulo, se dice que esta mujer recibió
dos alas
de gran águila para que volase... ¿No nos advierten los
mismos
términos en que está compuesto el relato, en contra de una
interpretación literalista?
En Apocalipsis 14:4 aparecen los 144.000 que, según el
versículo 5,
son «los que no se contaminaron con mujeres, pues son
vírgenes».
Incluso los más aferrados al literalismo —aun en el caso
peculiar de
los mal llamados «Testigos de Jehová»—, cuando llegan a este
punto
se convierten en exagerados simbolistas, ¿por qué será?
¿Es posible interpretar de otra manera que simbólicamente
secciones
como la de Apocalipsis 9:7-10, en donde aparecen «langostas,
el
aspecto de las cuales era semejante a caballos preparados
para la
guerra: en las cabezas tenían como coronas de oro; sus caras
eran
como caras humanas; tenían cabello como cabello de mujer;
sus
dientes eran como de leones: tenían corazas como corazas de
hierro;
el ruido de sus alas era como el estruendo de muchos carros
de
caballos corriendo a la batalla; tenian colas como de
escorpiones, y
también aguijones..,»?
También leemos, en el mismo estilo: «y cayó del cielo sobre
los
hombres un enorme granizo como del peso de un talento
—alrededor
de 35 kilogramos—; y los hombres blasfemaron contra Dios por
la
plaga del granizo...» (16:21).
En otro lugar se describe una carnicería tan grande que las
imágenes
son las de un lagar:
«Y el ángel arrojó su hoz en la tierra, y vendimió la viña
de la tierra, y
echó las uvas en ei gran lagar de la ira de Dios. Y fue
pisado el lagar
fuera de la ciudad, y del lagar salió sangre hasta los
frenos de los
caballos, por mil seiscientos estadios» —cada estadio tiene
aproximadamente 180 metros— (14:20).
Tomar literalmente cada una de estas figuras de lenguaje
equivale a
no comprender nada del sentido e intención del Espíritu al
comunicar
estas verdades al apóstol Juan. Los detalles son adornos que
enfatizan ciertas realidades, de modo que impresionen y
produzcan
un efecto más directo: en el caso del granizo, se subraya lo
espantoso
de la plaga; en la imagen del lagar, lo terrible y enorme
que será el
castigo que el cielo depara a los inicuos.
194
No faltan, además, indicaciones de! propio apóstol en el
sentido de
que él no está escribiendo literalmente, sino en imágenes.
En
Apocalipsis 19:11-21 nos presenta al Salvador como Rey de
reyes y
Señor de señores; viene sentado en un caballo blanco, con
una
espada, «y él pisa el lagar del vino del furor y de la ira
del Dios
Todopoderoso y vi a un ángel que estaba en pie en el sol, y
clamó a
gran voz, diciendo a todas las aves que vuelan en medio del
cielo:
Venid y congregaos a la gran cena de Dios, para que comáis
carnes
de reyes y de capitanes, y carnes de fuertes, carnes de
cabailos y de
sus jinetes, y carnes de todos, libres y esclavos, pequeños
y
grandes...»; es decir, las carnes de aquellos que han sido
vencidos
por el Señor. Se nos ofrece aquí un cuadro impresionante de
victoria,
para trazar el cual, Juan se ha servido de todos los recursos
que la
imaginería de la guerra le prestaba. Pero el pasaje contiene
suficientes elementos para prevenir a cualquiera de que no
se trata
de una escena literal en la que todos los detalles tengan
que
aceptarse al pie de la letra; la lección es simplemente que
Cristo
triunfará sobre sus enemigos y que la victoria final le
pertenece.
En esta misma sección hay una advertencia, repetida dos
veces, que
nos conduce a dicha interpretación. En un par de ocasiones
Juan
escribe: «de su boca sale una espada aguda»; es decir, de la
boca del
Conquistador, de la boca de Jesucristo. Seria inconcebible
imaginar a
nuestro Salvador con una espada de acero, literal, que le
saliera de la
boca: más inconcebible aún, que el Rey de reyes tuviera
necesidad de
espadas para derrotar a sus enemigos, cuando basta una
palabra
suya para que su voluntad se cumpla. Cristo no tendrá que
pelear,
cuerpo a cuerpo, contra sus enemigos para derrotarlos. Le
basta con
pronunciar una palabra para aplastar la impiedad y la
incredulidad.
Con un «Yo soy», en Getsemaní (Jn. 18:6), hizo que sus
enemigos
cayeran al suelo. Por otra parte, en muchos pasajes de la
Escritura la
Palabra de Dios queda simbolizada, representada, sugerida o
aludida
mediante el símbolo de la, espada (Heb. 4:12).
Es el mismo autor quien, en el capítulo 12, nos aclara que
el «gran
dragón escarlata que tenía siete cabezas y diez cuernos», y
cuya
«cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del
cielo», es un
símbolo para describir al diablo. Las bestias del capitulo
13, a la
manera de las bestias del libro de Daniel, exhiben el
carácter de los
poderes anticristianos que actúan en el mundo, poderes
políticos y
religiosos que se oponen al puro Evangelio de la gracia de
Dios. La
eficacia mundana de estos poderes para engañar a los hombres
se
describe en los primeros diez versículos como una fuerza
irresistible;
los restantes ocho versículos dan una idea de la presión,
tíe la
propaganda y de la cosccíón que emplearán para conseguir sus
fines.
Es la eficacia de las técnicas de tortura o del lavado de
cerebro, de
las represiones policíacas o las violaciones psicológicas, a
las que tan
acostumbrados nos tienen las dictaduras de todo color, que
consideran al cristianismo como a un antagonista al que hay
que
eliminar o hacer enmudecer. Esto fue un hecho real en los
primeros
195
siglos, bajo la persecución de los emperadores romanos, y lo
seguirá
siendo bajo todos los tiranos y sistemas político-religiosos
(bestia que
sube del mar, y bestia que sube de la tierra) que se openen
y se
opondrán a la fe del Evangelio hasta el fin del mundo.
2. La progresión hacia la consumación final
En todo el libro se da un progreso impulsado hacia la
consecución del
gran climax final: la regeneración universal, la consumación
total y
definitiva de los designios de Dios.
Las siete cartas (caps. 2 y 3) constituyen una sección bien
definida. Y
el resto del libro lo forman otras seis secciones,
igualmente bien
definidas. En cada una de dichas secciones el apóstol Juan
nos
conduce hasta el final y, luego, comienza de nuevo, pero
desde otro
punto de mira, desde otro ángulo, con distinto enfoque y
diferente
perspectiva. No obstante, a pesar de los horizontes plurales
desde los
que contempla la historia, siempre nos conduce hasta el
mismo
término o consumación final. Asi, no es de extrañar que se
produzca
un considerable número de paralelismo entre las varias
secciones, y
que el libro se mueva con creciente ímpetu hacia el climax
que
persigue el autor inspirado. Un breve bosquejo de las
secciones nos
revelará lo que acabamos de afirmar en cuanto al crescendo
constante de los temas en la misma dirección:
A) El capítulo 6 nos conduce hasta casi el final mismo. Los
últimos
cinco versículos, en lenguaje típicamente apocalíptico
(damos
siempre a esta palabra el sentido teológico oue tenía en el
período
intertestamentario entre los judíos), presentan el fin: «Y
el cielo se
desvaneció como un pergamino que se enrolla; y todo monte y
toda
isla se removió de su lugar. Y los reyes de la tierra, y los
grandes, los
ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo
libre, se
escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y
decían a
los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos
del
rostro de Aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira
del
Cordero: porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién
podrá
sostenerse en pie?»
B) El capítulo 11, nuevamente, nos lleva hasta el final, con
la última
trompeta que proclama que ha comenzado la eternidad, pues el
tiempo ya no existe más. Entre la sexta y la séptima
trompeta se da
una especie de interludio (10:1 -11:14), que nos prepara
para
escuchar el mensaje de esta última. En este interludio se
nos informa
que «el tiempo no sería más, sino que en los días de la voz
del
séptimo ángel, cuando él comience a tocar la trompeta, el
misterio de
Dios se consumará, como él lo anunció a sus siervos los
profetas»
(10:6-7); en efecto, «el séptimo ángel tocó la trompeta y
hubo
grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo
han
venido a ser los reinos de nuestro Señor y de su Cristo; y
él reinará
por los siglos de los siglos. Y los veinticuatro ancianos
que estaban
196
sentados delante de Dios en sus tronos, se postraron sobre
sus
rostros, y adoraron a Dios, diciendo: Te damos gracias.
Señor Dios
Todopoderoso-.., porque has I tomado tu gran poder y has
reinado. Y
se airaron las naciones, y tu ira ha venido, y el tiempo de
juzgar a los
muertos, y de dar el galardón a tus siervos los profetas, a
los santos,
y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes,
y de
destruir a los que destruyen la tierra. Y el templo de Dios
fue abierto
en el cielo, y el arca de su pacto se veía en el templo. Y
hubo
relámpagos, voces, truenos...» (11:15-19).
C) El capitulo 14 presenta el fin bajo la figura del lagar,
de la que ya
nos hemos ocupado.
Este símbolo describe una cosecha doble:
a) «Mete tu hoz, y siega; porque la hora de segar ha
llegado, pues la
mies de la tierra está madura...» (14:15).
b) «Mete tu hoz aguda, y vendimia los racimos de la tierra,
porque
sus uvas están maduras: ...y echó las uvas en el gran lagar
déla ira de
Dios...» (14:18, 19).
Así pues, el capitulo 14 nos emplaza delante del juicio de
Dios, que
siega la tierra y vendimia la viña de la tierra (14:16. 19).
D) El capítulo 16 nos conduce hasta aquel momento en que
escucharemos la voz que sale del trono: «El séptimo ángel
derramó
su copa por el aire; y salió una gran voz del templo del
cielo, del
trono, diciendo: Hecho está. Entonces hubo relámpagos y
voces y
truenos, y un gran temblor de tierra... Y la gran ciudad fue
dividida en
tres partes, y las ciudades de las naciones cayeron: y la
gran
Babilonia vino en memoria delante de Dios, para darle el
cáliz del vino
del ardor de su ira. Y toda isla huyó y los montes no fueron
hallados»
(16:17-20).
E) El capitulo 19 lleva a la segunda venida de Cristo,
victorioso sobre
todos sus enemigos.
F) El capítulo 20 nos traslada hasta el gran trono blanco,
delante del
cual comparecerán todos los muertos para ser juzgados. Sigue
luego
el capítulo 21 con la descripción de los cielos nuevos y la
tierra nueva,
«porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el
mar ya no
existia más». Nos hallamos abocados ya, definitivamente, a
la
consumación absoluta de todas las cosas.
De modo que sin ningún género de dudas, el libro del
Anocalipsis se
halla estructurado de tal manera que, mediante sus varías
secciones,
quiere conducirnos en progresión continua hasta el climax
final.
3. El Apocalipsis dentro de todo el contexto bíblico
197
El unánime testimonio de los Evangelios, Hechos y las
Epístolas es
que la segunda venida irá acompañada de la resurrección
general y
del juicio final. Y esto es también lo que enseña el
Apocalipsis.
¿Es, acaso, otro el mensaje de la séptima trompeta? Hemos
visto
cómo en el capitulo 10 Juan afirma que cuando el ángel haga
oír el
sonido de esta trompeta «el misterio de Dios se consumará»;
y,
después, en el capitulo 11, se nos describe el juicio final,
en el que
todos — absolutamente todos— deben comparecer para ser
juzgados,
y para que los santos reciban el galardón, en tanto que los
impíos
sufrirán su castigo. El libro del Apocalipsis habla de un
juicio general
para todos, exactamente como lo hace el resto de la Biblia.
En el capítulo 16:13-16 leemos: «Y vi salir de la boca del
dragón, y de
la boca de la bestia, y de la boca del falso profeta, tres
espíritus
inmundos a manera de ranas; pues son espíritus de demonios,
que
hacen señales, y van a los reyes de la tierra en todo el
mundo, para
reunirlos a la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso.
He
aquí yo vengo como ladrón.
Bienaventurado el que vela y guarda sus ropas, para que no
ande
desnudo, y vean su vergüenza. Y los reunió en el lugar que
en hebreo
se llama Armagedón.»
En la siguiente lección nos ocuparemos del significado de Armagedón.
Ahora desearíamos subrayar más bien que, contrariamente a la
enseñanza del moderno dispensacionalismo, que suele ver en
la
venida del Señor «como ladrón» ¡o que ellos denominan «el
arrebatamiento» de la Iglesia, previo a la gran tribulación
(Apoc.
16:13-16), oponiéndose a este punto de vista, enseña que el
Señor
vendrá «como ladrón» en el momento en que ellos —los
dispensacionalistas— consideran el tiempo del fin de la
«gran
tribulación», ¡después del «arrebatamiento»!
Ya comprobamos en el capitulo 20 cómo todos los muertos,
pequeños
y grandes, tendrán que comparecer delante del trono blanco.
Leamos
de nuevo los versículos 11 al 15: «y los libros fueron
abiertos, y otro
libro fue abierto, el cual es el libro de la vida: y fueron
.juzgados los
muertos por las cosas que estaban escritas en los libros,
según sus
obras. Y el mar entregó los muertos que había en él; y la
muerte y el
Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron
juzgados
cada uno según sus obras. Y la muerte y el Hades fueron
lanzados al
lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se
halló inscrito
en e! libro de la vida fue lanzado al lago de fuego.» El
gran defensor
de la ortodoxia evangélica, el eminente teólogo Benjamín
Warfield,
comentó así este pasaje:
«Que esto que aqui se describe es el juicio general, parece
obvio.
198
Los afectados son descritos como "los muertos, grandes
y pequeños",
lo que parece indicar una designación inclusiva. No son
solamente los
impíos los convocados a presentarse delante de Dios, ya que
para
ejecutar el juicio, no sólo se emplea "el libro de las
obras", sino
también el "libro de la vida", mencionado dos
veces; únicamente
aquellos cuyos nombres no fueron hallados en el libro de la
vida
fueron lanzados al lago de fuego; de donde se sigue que
había allí
otros cuyos nombres sí constaban inscritos en "el libro
de la vida". La
destrucción de "la muerte y el Hades" no quiere
decir que el juicio sea
solamente para los incrédulos, que sólo los enemigos de Dios
son
juzgados aquí. Esta expresión, al igual que la formula Pablo
en 1.ª
Corintios 15, significa que "la muerte ya no será
más". Hay, sin duda,
"la segunda muerte", pero esto es el lago de
fuego, es decir, el
castigo eterno. Así, aquí se presenta a nuestra
contemplación el
punto final, lo que implica la resurrección general y la
preparación
para la entrada en el goce del destino eterno.»
De esta manera el libro del Apocalipsis se une al unánime
testimonio
de toda la Escritura en lo que se refiere a la resurrección
general y al
juicio universal.
Notas:
33. Cualquiera puede comprobarlo visitando el Museo de Arte
Románico en Barcelona, en Montjuich, que es el más
importante del
mundo en su especialidad.
LECCIÓN 39.a LA BATALLA DE ARMAGEDÓN
Uno de los puntos conflictivos, tanto con los dispensacionalistas
como
con los «Testigos de Jehová», es la batalla de Armagedón, a
la que se
alude en Apocalipsis 16:16.
1. Historia de una interpretación literalista
En su excelente estudio sobre el Apocalipsis, el eminente
exégeta
William Hendriksen enumera una larga lista de
interpretaciones que
se han dado en cuanto al significado de Armagedón.
También Adam Clarke, en su Commentary and Critical Notes,
escribe
atinadamente:
«Durante los últimos veinte años, esta batalla de Armagedón
ha sido
peleada en varios lugares, de acuerdo a nuestros ciegos
videntes y
nuestros profetas autoinspirados. En una ocasión fue
Austerlítz, en
otra Moscú, en otra Leipzig, y ahora Waterloo. Y así ha ido
y seguirán
yendo, siendo confundidos y confundiendo a otros.»
Esto escribía A. Clarke en 1814. El tiempo transcurrido
desde
entonces le ha dado la razón.
199
Acertó en sus previsiones. Cada generación ha creído que en
su
tiempo, y no en otro, iba a cumplirse el conflicto de
Armagedón.
Hendriksen detalla, por ejemplo, lo que se ha venido
diciendo en
nuestros días; asi, se ha creído que la batalla de Armagedón
seria
librada, ya entre Rusia y las naciones mahometanas contra el
mundo
anglosajón; o entre Rusia, Italia y el Japón, contra
Inglaterra, Francia y
Estados Unidos; o entre Estados Unidos, Alemania y el Japón,
contra
Rusia, China, etc., etc.
Entre los literalistas la batalla tiene que ser librada por
las naciones
que sitian a Jerusalén, pero a las que Cristo y sus santos
derrotarán
cuando, de repente, desciendan para libertar a los judíos
sitiados.
Otra versión popular en nuestros dias, dentro de esta linea
de
interpretación, es la que contempla Armagedón como el choque
de
las «fuerzas combinadas de la civilización occidental,
unidas bajo la
dirección de un dictador romano, y las vastas hordaa de
Oriente,
probablemente formando la maquinaria de guerra de la China
roja».34
Los «Testigos de Jehová», con su peculiar hermenéutica, que
mezcla
lo simbólico y lo literal, a su gusto y capricho, han venido
a engrosar
la lista de lo que Clarke denominaba, hace más de 150 años,
profetas
de ciegos videntes y profetas autoinspirados que van y
vienen, siendo
confundidos y confundiendo a otros.
2. Cómo entender lo que la Biblia dice sobre Annagedón
El vocablo «Armagedón» viene de Megido (= monte, o meseta de
Megido), ciudad de Israel que se menciona varias veces en el
Antiguo
Testamento. Lo encontramos, por ejemplo, en Jueces 4:2-3,
cuando
Israel se hallaba oprimido por el cananeo Jabín. Las huestes
de este
rey saqueaban frecuentemente, sin piedad, los sembrados y
cosechas
de los israelitas. Tan numerosas eran estas hordas cananeas,
que los
judíos llegaron a tener miedo de salir siquiera a los
caminos (Jue. 5:6).
El monarca cananeo y su general Sisara eran fuertes, y los
oprimidos
israelitas no podían hacer nada. ¿Qué hubieran podido ellos
contra los
novecientos carros de combate, bien herrados, de los
cananeos?
Apenas si tenían escudo o lanza (Jue. 5:8). De pronto, surge
una
mujer valiente; Débora. Ella sabe bien que, humanamente
hablando,
Israel no puede obtener ninguna victoria contra los
cananeos, pero
sabe también que Jehová sí Puede (Jue. 4; 5). Un día, Débora
se
presenta a Barac, el Juez, y le dice: «Levántate, porque
este es el día
en que Jehová ha entregado a Sisara en tus manos...» (Jue.
4:14).
Viene luego la batalla. ¿En qué lugar? En Megído (Jue.
5:19), donde
todos los enemigos de Israel son derrotados. Jehová mismo
aplasta a
los opresores del pueblo de Dios (Jue. 5:21).
Armagedón es, pues, el símbolo de todas las batallas en las
que el
Señor manifiesta su poder cuando, humanamente hablando, el
pueblo
de Dios no tiene salida posible y se encuentra totalmente
indefenso y
200
oprimido. Pero también se nos anuncia para el final de los
tiempos
una decisiva y última batalla de Armagedón, que coincide con
aquel
período en que Satanás será «desatado un poco de tiempo»
(Apoc.
11:7-11). Cuando el mundo, bajo la dirección de Satanás, de
un fuerte
poder anticristiano y de la religión universal anticristiana
profetizados
por el Apocalipsis ―el dragón, la bestia y el falso
profeta―, se halle
presto para lanzarse contra la Iglesia y devorar lo poco que
quede de
ella, cuando los hijos de Dios sean perseguidos sin piedad
oprimidos
por todas partes, cuando clamen por socorro y parezca que
los cielos
los han abandonado, entonces justamente aparecerá Cristo, de
repente, sobre las nubes de gloria, para liberar a su
pueblo. Dicha
aparición final, con la intervención del Señor en favor de
su pueblo, es
lo que el Apocalipsis entiende por Armageáón. Será el
conflicto
decisivo entre las fuerzas de la impiedad y las de la
justicia.
3. ¿Pueden ponerse fechas a este final?
Pero, en buena exégesis biblica, lo que no se puede hacer es
poner
fechas ―ni aun aproximadas― a este acontecimiento final- «He
aquí
yo vengo como ladrón», dice el Señor, en perfecta armonía
con lo que
enseñó en las parábolas del Reino: que su venida sería
repentina e
inesperada «como ladrón en la noche». Por eso dice el
Apocalipsis:
«Bienaventurado el que vela y guarda sus ropas, para que no
ande
desnudo y vean su vergüenza» (16:15).
Además de las gestas de Débora, Megido fue lugar de otros
importantes eventos en la historia de Israel, tal como la
narra el
Antiguo Testamento. De ahí que se le haya escogido como tipo
o
símbolo de la gran batalla final. Pero es una prueba de
inamdurez el
ocuparse de teorías e hipó tesis en cuanto al momento y
lugar
exactos de esta última y definitiva contienda de la historia
humana,
mientras ignoramos o no prestamos suficiente atención a la
necesidad de estar preparados para la venida del Señor.
Todavía es
peor el conectar nuestra expectación vigilante, no en
relación con
nuestra fe y dedicación al Señor Jesucristo, sino el
vincularla casi
exclusivamente con la actitud guardada con respecto a la
organización de los «Testigos de Jehová». ¡Suicidio total!
La Esposa del Cordero, la Iglesia y no otra organización, el
pueblo de
Dios en dirección a Jesucristo y no a Brookiyn, es quien
tiene que
vestirse de lino fino, limpio y resplandeciente, «porque
lino fino son
las acciones justas de los santos» (Apoc. 19:6-8).
El Cordero es Cristo (Jn. 1:29), y la Esposa es la Iglesia
(Ef. 5:22-23),
sin duda alguna. Sí hemos aceptado a Jesucristo como
Salvador y
Señor de nuestra vida, entonces somos Iglesia, somos Esposa
del
Cordero, y participamos de las nupcias ocupándonos en obras
de
justicia y de amor, preservando así nuestra vestidura, para
no andar
201
desnudos y para que nadie vea nuestras vergüenzas (Apoc.
16:15).
Tal es el mensaje vital, ineludible, el único importante,
que tiene para
todos los estudiantes sinceros de la Biblia la batalla de
ArmagedónPreparémonos para el gran conflicto final. ¿Cuándo serán estas
cosas? Nadie lo sabe, porque a Dios no le plugo
revelárnoslo. En
cualquier caso, Jesús advierte que vendrá sin previo aviso,
como
ladrón en la noche. Ello debería hacernos redoblar nuestra
vigilancia
espiritual.
Notas:
34. Esta es la opinión de Hal Lindsey en su libro Lo agonía
del Oran
planeta Tierra.
LECCIÓN 40.a LA NACIÓN JUDIA Y LA GRAN TRIBULACIÓN
Para muchos, hoy en dia, la nación judía se ha convertido en
el centro
de la profecía. Y, para otros, no sólo es el tema profetice
central, sino
que casi se ha transformado en el único tema verdaderamente
importante de las profecías.
1. Las condiciones esenciales de la bendición a Israel
Desde los mismos comienzos de su vida nacional, Israel fue
advertido, como nación elegida de Dios, que las bendiciones
y la
ocupación de la tierra que habían recibido como regalo del
Altísimo
dependían de su fidelidad ai Señor que los sacó de Egipto e hizo
de
ellos una nación grande. Si, en lugar de fidelidad, no iban
a responder
sino con desobediencia y apostasia, su destino sería el
rechazo de
Israel como pueblo de Dios y la dispersión de los hebreos en
medio de
las naciones. Véase Deuteronomio 28:9-15, 63-64:31:16. En
estos
textos la advertencia de Moisés a Israel es clara. Los
judíos no podían
llamarse a engaño.
2. La desobediencia y el rechazo de la nación Judía
A lo largo de la historia la nación judia se apartó de Dios
en
numerosas ocasiones. Y experimentó las consecuencias en
forma de
juicios que el Señor profirió sobre el pueblo rebelde y
contradictor.
Pero una y otra vez, cuando el pueblo se arrepentía. Dios
les
perdonaba y restauraba. Sin embargo, la desobediencia, la
rebeldía y
la misma apostasia llegaron a su culminación cuando los
judíos
rechazaron al Mesías, de quien Moisés había escrito que
seria el
Profeta al que había que escuchar y obedecer (Deut. 18:18,
19).
El asesinato del Hijo de Dios a manos de la nación judía es
minimizado hoy. Se piensa, equivocadamente, que recordar tal
suceso es hacer propaganda antisemita y que si queremos
demostrar
202
nuestra tolerancia racial y nuestro buen ánimo en favor de
los judíos,
lo mejor es no volver a sacar a colación tan triste hecho, o
bien
suavizarlo.
Muchos profetas habían sido matados en el pasado, y ello es
algo
terrible; pero lo terrible, sin capacidad de medida posible,
está en el
rechazo del testimonio del Hijo de Dios. Este rechazo es el
último acto
de una serie de hechos parecidos en el pasado- Siendo el
climax de la
apostasia, el juicio en que incurre difiere de los juicios
del pasado en
el sentido de que es un juicio irrevocablemente final. La
Palabra de
Dios ofrece este mensaje de juicio final sobre la nación
hebrea por
boca de Jesús mismo, el gran Profeta anunciado por Moisés.
El texto
clave es el que recoge las palabras de Jesús en Mateo
21:33-39. Los
labradores malvados —tipo inequívoco de Israel— tomaron al
Hijo, lo
echaron fuera de la viña y le mataron. «Cuando venga, pues,
el Señor
de la viña, ¿qué hará a aquellos labradores?» Y los mismos
judíos le
respondieron con un razonamiento lógico, que confirmaba su
propia
condenación:
«Le dijeron: a los malos destruirá sin misericordia, y
arrendará su viña
a otros labradores, que le paguen el fruto a su tiempo»
(vers. 41).
Entonces Jesús prosiguió y les citó la Escritura,
concluyendo asi:
«Por tanto, os digo que el Reino de Dios será quitado de
vosotros, y
será dado a gente que produzca los frutos de él» (vers. 43).
No hemos sido dejados a la duda, ni abandonados a la
conjetura de
investigar a qué gente se refiere el Señor aquí. Porque la
misma
Piedra que fue destructora para Israel, es constructora del
Israel de
Dios. Léase, sobre el particular, el precioso texto de 1.ª
Pedro 2:6-10,
a la luz del cual todo cuanto dice el señor Scofield en su
Biblia (nota a
Mat. 21:44) aparece como sumamente frágil (cf. también e!
comentario —nota a Mat. 21:43—).
El texto de 1.ª Pedro 2:6-10 es tan claro, que no podía
decirse con
mayor sencillez y claridad cuanto allí se afirma. La
verdadera
herencia que la nación judia rechazó fue el Reino de Dios, y
no un
hipotético milenio terrenal. La santa nación, la verdadera
Iglesia, el
Israel de Dios, «ve», «entra» y «hereda» el Reino de Dios,
siendo
cada subdito renacido de arriba por la Palabra y el
Espíritu.
La «santa nación», la gente a la que Cristo dio el Reino,
deberá
producir frutos en consonancia con su naturaleza (Jn. 15:8;
Ro. 7:4;
Ef. 5:9; Fil. 1:11; Col. 1:10; Sant. 3:17).
En relación con el rechazo de la nación que no producía
fruto, la Biblia
declara:
1. La nación fue advertida por Juan Bautista (Mat. 3: 7-10).
203
2. Se le dio un periodo de prueba de «tres anos» —el tiempo
que duró
el ministerio de Cristo antes de su crucifixión— (Lúe.
13:7-9).
3. Jesús halló que la nación judia no había producido el
fruto que
esperaba cuando vino a recogerlo. Su condición queda
simbolizada en
la figura de la higuera estéril (Mat. 21:19).
4. No sólo fue cortada y maldita la nación judía, sino que
fue dicho
que nunca más produciría fruto en cuanto nación (no los
individuos,
sino la nación judía como tal) puesto que las raíces se le
han secado y
no podrá revivir (Mar. 11:14, 20).
5. La única esperanza de los judíos está en su incorporación
a Cristo y
al nuevo pueblo de Dios —la Iglesia—, que viene a ser como
un injerto
que produce el fruto deseado por ei Señor (Rom. 11 y Ef. 2).
6. La maldición en que incurrió la nación judia (dejando a
salvo las
excepciones de personas individuales) al consumar su
rebelión
asesinando al Hijo de Dios, no es algo baladi; ello atrajo
la ira de Dios
hasta el máximo (Mat. 23:32, 35, 36, 38).
En el año 50 de nuestra era, Pablo predijo el próximo juicio
que iba a
caer sobre Jerusalén (1.ª Tes. 2:15, 16), y concluye asi:
«pues vino
sobre ellos la ira hasta el extremo».
Algunos intentan interpretar todos estos textos como si el
juicio de
Dios no hubiera de caer en la generación contemporánea de
Cristo,
sino sobre los judíos de un futuro período después que la
Iglesia haya
sido arrebatada. Esto no puede ser así, porque la parábola
de los
labradores malvados enseña que los que mataron al heredero
(tipo de
Cristo) fueron destruidos. Así, Cristo, el Heredero,
advirtió a sus
contemporáneos que su propia generación era más malvada que
las
anteriores, y semejante al hombre poseído por «ocho
espíritus» cuyo
fin es irrevocable (Mat. 12:45). Lo que Jesús dijo de
Jerusalén en Lucas
19:42, 43 se cumplió al pie de la letra cuando cayó la
ciudad ante el
asedio romano el año 70.35
3. La tribulación en el año 70 y después
La ira divina vino sobre la nación judía «hasta el extremo»,
tal como
había sido profetizada antaño (Deut. 28:49-57; Is. 51:17-20;
Dan.
12:1), y por el mismo Señor Jesús (Mat. 24:15-22; Mar.
13:14-20)
haUó cabal cumplimiento.
La destrucción de Jerusalén fue claramente predicha por
Cristo, no
sólo como advertencia del inminente juicio, sino para dar
instrucciones muy concretas a sus discípulos sobre lo que
tenían que
hacer en aquella hora (Lúc. 21:20-24). Todo el pasaje merece
ser
leído con atención.
204
Observemos que en el versículo 22 se lee: «Porque estos son
días de
retribución, para que se cumplan todas las cosas que están
escritas.»
Los relatos de Mateo y de Marcos enfatizan la extrema
severidad de
la gran tribulación (Mat. 24:21: Mar. 13:19). Fijémonos en
expresiones
tales como «días de retribución», «ira sobre este pueblo».
Que tales cosas han ocurrido ya, es algo incontrovertible.
La profecía
de Jesús es ya historia. Nunca más tiene que ser hollada
Jerusalén por
los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se
cumplan (Lúc.
21:24). El intento de convertir en futuro el juicio que se
relata en
Mateo y en Marcos es vano, porque nunca habrá en el futuro
un
asedio parecido al de Jerusalén, en el que los cristianos
tengan la
oportunidad de escapar, como lo hicieron entonces, avisados
por los
tres Evangelios sinópticos.
Esta fue la única tribulación, singular en su severidad y
horror. Y
también lo fue por lo que se refiere al camino de huida que
fue
otorgado a los cristianos de aquel tiempo (año 70 de nuestra
era).
Quizás haya quien píense que los horrores de los campos de
concentración de Hitler excedieron a las atrocidades de las
huestes
que sitiaron y luego arrasaron la ciudad de Jerusalén el año
70 de
nuestra era. Nada más lejos de la verdad. Añádase que a
estos
horrores perpetrados por los vencedores deben sumarse los
que
cometieron entre ellos mismos los habitantes de la ciudad.
Abandonados a su trágico destino y bajo la ira de Dios, nada
quedó
que pudiese detener la maldad intrínseca del hombre, y todos
los
diques fueron desbordados.
Ocurrió lo predicho por Jesús en Mateo 12:45: «el postrer
estado
viene a ser peor que el primero. Así acontecerá a esta mala
generación».
Con todo lo terrible que fue lo ocurrido en los campos
nazis, el sitio y
la caída de Jerusalén fueron todavía más horribles, y sólo
porque el
Señor mismo acortó aquellos dias quedó algo del pueblo
judío. El
historiador Josefo —que no era cristiano— nos ha dejado el
relato
impresionante de la tribulación de aquellos trágicos días.
Los excesos
de los zelotes en el interior de la ciudad eran tan crueles
como los de
la soldadesca en las aldeas y otras ciudades de los
alredores. En los
más recientes pogroms judíos han muerto quizá mayor número
de
personas, pero las torturas y los sufrimientos no pueden ser
considerados mayores que los infligidos a los habitantes de
Jerusalén
en ei año 70. Basta una lectura de Josefo, libro III de las
Guerras
judias.
4. ¿Qué dicen los dispensacionalistas?
205
En relación con la teoría de una futura tribulación judia,
Alexander
Reese, un premílenialista que no se considera
dispensacionalista,
escribió un libro de 320 páginas llamado The Approaching
Advent of
Crist para refutar la hipótesis dfispensacional conocida
bajo el nombre
de «pretribulacionismo» (teoría que supone el arrebatamiento
de la
Iglesia antes de que sobrevenga la supuesta «gran
tribulación al final
de los días», una tribulación que sólo afectaría a los
judíos, al decir de
los dispensacionalistas). He aquí algunos de sus
comentarios:
«En algunas observaciones sobre la tribulación, Darby afirmó
(Collecterd Writings, vol. xi, p. 251) que sólo sabia de
seis textos que
traten esta cuestión (Jer. 30:7; Dan. 12:1; Mat. 24:21: Mar.
13:19;
Apoc. 3:10: 7:14). De manera similar escribe Kelly en su Second
Coming (p. 235).
»Pero yo podría sugerirles dos textos que, al parecer, les
han pasado
inadvertidos. ¿Cómo es posible? ¿No será porque esos dos
textos
destrozan y trituran sin compasión toda la hipótesis de la
gran
tribulación final judía? Me refiero a Apocalipsis 13:7:
"Y se le permitió
hacer guerra contra los santos y vencerlos. También se le
dio
autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación." Y
el otro texto
es Apocalipsis 12:12-17, del que citaré tan sólo el
versículo 12: "El
diablo ha descendido hasta vosotros con gran ira, sabiendo
que tiene
poco tiempo."
»De acuerdo con Darby y sus seguidores, la gran tribulación
es la ira
de Dios sobre el pueblo judio por haber rechazado a Cristo.
De
acuerdo con la Escritura, es la ira del diablo en contra de
los santos
por haber éstos rechazado al Anticristo y haber continuado
fieles a
Cristo.
»Una vez que el lector ha visto la verdad bíblica sobre este
punto,
todo el tinglado darbista se viene abajo, como castillo de
naipes,
hecho con barajas de hipótesis; con suposiciones y nada
más-»36
Haremos bien en observar la diferencia que hay entre
«tribulación» y
el concepto bíblico de «la ira de Dios». El Nuevo Testamento
revela
que la Iglesia, desde su comienzo, sufrió tribulación y no
estará
exenta de la misma hasta que Cristo ponga fin al estado de
cosas en
este mundo. Es una falsa ilusión, y muy peligrosa, el
enseñar a los
cristianos que quedarán a salvo de cualquier tribulación
final,
desencadenada por las fuerzas del mal (V. Mat 13:21: 24:9;
Jn. 16;33:
Hech.
11:19: 14:33; 20:23; Rom 5-3-8: 8:35; 12:12; 2.ª Cor. 1:4; 4:17;
7:4: 8:2;
Ef. 3:13; 1.ª Tes. 1:6; 3:3. 4, 7; 2.ª Tes. 1:4, 6; Heb. 10:33:
Apoc. 7;14).37 Lo que nunca se cierne sobre el justo es «la
ira de
Dios», la cuai se manifiesta en su forma extrema tan sólo
sobre los
inicuos (Mat. 3:7: Lúc. 21:23; Jn. 3:36; Rom. 1:18: 2:5,8:
5:9; Ef. 2:3;
5:6: Col. 3:6; 1.a Tes. 2:16: 5:9; Apoc. 6:16, 37; 11:18;
14:10; 16:19:
19:15). Es cierto que se puede sufrir tribulación al tiempo
que se
experimenta la ira y la retribución de Dios, pero nadie
puede sufrir la
206
ira de Dios por ser justo. Confundir la tribulación con la
ira sólo
conduce a erróneas interpretaciones del texto bíblico.
La nota del señor Scofield a Mateo 24:15-16 dice asi:
«Véase Lucas 21:20-24. El pasaje en Lucas se refiere en
términos
evidentes a la destrucción de Jerusalén por Tito en el año
70 d.C.
Mateo trata de una futura crisis en Jerusalén que tendrá
lugar
después que la "abominación" se haya
manifestado... Debido a que
las circunstancias en ambos casos habrían de ser similares,
las
advertencias también lo son. En el primero de estos casos,
Jerusalén
fue destruida; en el segundo, será liberada mediante la
intervención
divina.»38
Esta nota es inconsistente con lo que enseña la Sagrada Escritura,
por
lo menos en cuatro puntos:
1) Nada hay que indique en la Biblia que Jesús, en su
discurso, se
referia a dos asedios distintos de la ciudad de Jerusalén.
2) Los «días de retribución» y el «día de la ira», de los
que nos habla
Lucas, eran en cumplimiento de profecías (cf. Lúc. 21:22).
Incluso
Scofield admite que el relato de Lucas se refiere a eventos
del
pasado, ya cumplidos. Es lo que acaeció a los judíos durante
la
destrucción de Jerusalén el año 70 de nuestra era.
3) No hay la más pequeña diferencia en Mateo y Marcos acerca
de
una supuesta intervención divina para preservar la ciudad de
Jerusalén en ninguna ocasión.
4) Ninguna de las referencias bíblicas que da Scofield en su
nota se
refiere a esta supuesta liberación de la ciudad como tal.
Notas:
35. Cf. Flavio Josefo, Guerras de los judíos, libro VIL
36. A. Reese, o. c., p. 284.
37. Respecto de este último texto (Apoc. 7:14), es de suma
importancia el notar que el texto original usa la
preposición ek = de,
en sentido de extracción de un lugar, en vez de apó: de, en
sentido
de separación o apartamiento.
38. Biblia Anotada de Scofield. pp. 993-994.
LECCIÓN 41.ª LA ESPERANZA DE ISRAEL
1. «¿Ha desechado Dios a Su pueblo?»
Esta es la pregunta que Pablo se hace en Romanos 11:1, y él
mismo
se responde: «En ninguna manera. Porque yo también soy
israelita,
de la descendencia de Abraham... ¿Qué dice la divina
respuesta? Me
207
he reservado siete mil hombres que no han doblado la rodilla
delante
de Baal. Asi también aun en este tiempo ha quedado un remanente
escogido por gracia. Y si por gracia, ya no es por obras; de
otra
manera la gracia ya no es gracia. Y si por obras ya no es
gracia; de
otra manera la obra ya no es obra. ¿Qué pues? Lo que buscaba
Israel,
no lo ha alcanzado; pero los escogidos sí lo han alcanzado,
y los
demás fueron endurecidos,.. Digo, pues, ¿han tropezado los
de Israel
para que cayesen? En ninguna manera; pero por su
transgresión vino
la salvación a los gentiles, para provocarles a celos. Y si
su
transgresión es la riqueza del mundo, y su defección la
riqueza de tos
gentiles, ¿cuanto más su plena restauración?» (Rom.
11:1-12).
Mucha de la escatologia-ficcion que se vende y circula hoy
tan
fácilmente, se hubiera podido evitar tan sólo con una
lectura seria y
atenta de Romanos 11.
2- El remanente de Israel
En conformidad con el resto de la Sagrada Escritura, el
apóstol nos
recuerda que sólo un remanente de Israel seria salvado, no
todo el
pueblo sin discriminación. Es la doctrina constante del
Antiguo
Testamento; de ahí que Pablo cite a Isaías en su apoyo; «Si
fuere el
número de los hijos de Israel como la arena del mar, tan
sólo el
remanente será salvo»; y también: «Sí el Señor de los
ejércitos no nos
hubiese dejado descendencia, como Sodoma hubiéramos venido a
ser,» De nuevo: «Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio?
Así que
la fe es por el oír, y e] oir por la Palabra de Dios.»
Finalmente, para
nuestro propósito: «Así también aun en este tiempo ha
quedado un
remanente escogido por gracia» (Rom. 9:27-29; 10:16;
11:3-5).
San Pablo mismo, y los demás apóstoles y conversos de la
primera
hornada, fueron miembros de este remanente. Mas la mayoría
de los
judíos se opone a este grupo de escogidos, ya desde entonces
(cf.
Hech. 13:38-48). La auto-exclusíón de los hebreos comporta
la
reconciliación de los gentiles (Rom. 11:15). Su transgresión
es la
riqueza del mundo (Rom. 11:12). Las ramas (Israel) fueron
desgajadas, y los paganos convertidos al Evangelio, siendo
olivo
silvestre, fueron, con todo, injertados en lugar de ellas;
de modo que
los gentiles «hemos sido hechos participantes de la raíz y
de la rica
savia del olivo» (Rom. 11:17).
3. El verdadero «israel de Dios»
Mediante la metáfora de las ramas y los injertos silvestres
el apóstol
explica, como hemos visto, la apostasía de los judíos y la
conversión
de los gentiles.
Es ahora cuando uno está en condiciones de comprender la
afirmación de Pablo; «No todos los que descienden de Israel
son
israelitas» (Rom. 9:6). No se es judío, espiritualmente
hablando, por el
208
simple hecho de pertenecer a la raza judía. Lo asegura la
Palabra de
Dios. Los hijos de Dios no son los hijos de la carne (Rom.
9:8. Cf. Jn.
3:6). Es la fe la que justifica, y la gracia la que elige,
derramando su
bendición sobre todos los pueblos de la tierra, aprovechando
el
momento de la apostasía hebrea. Asi, la antigua promesa dada
a
Abraham acerca de su simiente, se cumple en la gran multitud
que
nadie puede contar (Apoc. 7:9-14). Y el autor del gran
capítulo 11 de
Hebreos nos asegura asimismo que la perspectiva eterna de
los
patriarcas penetró los cielos (Heb. 11:12). De esta manera
halla
cumplimiento lo que fue dicho a Abraham: en su simiente
serían
bendecidas todas las naciones (Gen. 22:17. 18). Porque no es
propiamente judío el que puede presentar un certificadodo pureza
racial, sino el que lo es en lo interior (Roro. 2:28. 29.
Cf. Jn. 8:37-44;
Mat. 3:9), y la verdadera circuncisión es la de los
creyentes en Cristo
(V. Fil. 3:3: Col. 2:11).
La tragedia de Israel estriba en no haber aceptado estas
realidades
profundas, que ya estaban latentes en el Antiguo Testamento
y que el
Hijo del Hombre vino a explicitar. Y así como los
antepasados
vendieron por envidia a José, rechazaron a Moisés y
persiguieron a
muerte a los profetas, así también los contemporáneos de Jesús
le
rechazaron y crucificaron, apedrearon a Esteban,
encarcelaron a los
apóstoles, resistieron al mismo Espíritu Santo y
corrompieron la
interpretación de la Escritura, Al obrar asi, no sólo
destruían sus
almas, sino las de aquellos que les seguían como a líderes
espirituales. Esta es la tragedia del pueblo judio, y esta
actitud de
incredulidad es la que ha hecho que las ramas naturales
—según el
símil de Romanos 11— sean cortadas y abandonadas. No
obstante,
Dios sigue teniendo misericordia de aquellos cuyos
antepasados
constituyeron antaño Su pueblo. El gran Rechazado, todavía
se ofrece
como su Libertador y Mesías:
«Y aun ellos, sí no permanecieren en incredulidad, serán
injertados»
(Rom. 11:23). Esta debe ser nuestra oración: que se
injertados, pues
poderoso es Dios para volverlos a injerapresure el dia en
que las
ramas naturales sean injertadas on el olivo, lo cual
seguramente
representará no sólo la salvación de muchos judios, sino
también, por
añadidura, una gran bendición para todo el mundo (V. Rom.
11:12).
4. ¿Cómo se llevará a cabo el injerto de las ramas
desgajadas?
Al llegar a este punto, fuerza es preguntarse cómo se
llevará a cabo
el injerto profetizado por el apóstol.
Nótese que el principio fundamental de la alegoría paulina
radica en
la unión entre la rama y la raíz que permite el disfrute de
la rica savia
del olivo (Rom. 11:17). ¿Y en qué estriba dicha unión? Tanto
si se
trata de la rama natural como del olivo silvestre injertado,
la unión se
efectúa por medio de la fe. Las ramas naturales (Israel)
fueron
desgajadas por su incredulidad, y los injertos siguen
manteniendo su
209
posición de privilegio por la fe. Pero si los injertos
(gentiles) no
perseveran en su fe, también serán cortados (Rom. 11:21),39
mientras
que las ramas naturales que fueron desechadas, serán
injertadas (.cf.
Jer. 11:16, 17), «si no permanecieren en incredulidad» (Rom.
11:23).
Aprendemos también que las ramas, bien sean gentiles o
judías, se
sostienen gracias a la misma y única raíz, y se alimentan
ambas de
idéntica savia. El meollo de toda la argumentación de Pablo
en
Romanos, capítulos 9 al 11, radica en este punto. Y no
olvidemos que
esta sección constituye el pasaje más importante de todo el
Nuevo
Testamento para comprender la relación entre el judío y el
gentil, es
decir, entre Israel y la Iglesia.
El apóstol desarrolla su argumento afirmando, una y otra
vez, en
armonía con otros textos suyos, que no es la simiente carnal
de
Abraham la que tiene asegurada la aceptación delante de
Dios. Si así
fuese, también las lineas de Esaú y de Ismael deberían ser
canales de
bendición en ios divinos designios. Pero «en Isaac te será
llamada
descendencia», es decir, en el hijo de la promesa, el cual
era el fruto
y la coronación de la gran fe do Abraham. Esto demuestra
claramente
que «no son los hijos de la carne los hijos de Dios, sino
los hijos de la
promesa» (Rom. 9:6-8). Todo ello está absolutamente de
acuerdo con
el gran principio proclamado por el Señor en Juan 3:6-7.
5. La promesa va siempre unida a la fe
Asi vemos que la promesa de Dios va siempre unida a la fe de
Abraham. Y así debe ser forzosamente, pues sólo la fe
conecta los
corazones con las bendiciones que el pacto de Dios otorga a
los
creyentes, sean judíos o gentiles, siervos o libres, varones
o mujeres,
sin discriminación:
«Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús...;
todos vosotros
sois uno en Cristo Jesús, Y si vosotros sois de Cristo,
ciertamente
linaje de Abraham sois, y herederos l según la promesa»
(Gal. 3:26-
29).
Existe progreso en los grados de revelación desde Abraham
hasta los
dias apostólicos, pero no hay ruptura entre el pacto que
Dios hizo con
él y el que culmina en Cristo. Antes al contrario, se da una
perfecta
interacción y armonía entre ellos.40 Tanto es asi, que puede
decirse
de Abraham que fue evangelizado y que, deseando ver el día
de
Cristo, lo vio (Jn. 8:56; Gal. 3:8).
Cuando el Señor dio la promesa al patriarca, tenía en mente,
no sólo
el crecimiento de las ramas naturales del olivo, sino, muy
particularmente, el injerto de otras ramas de olivos
silvestres (Gen.
17:6); por eso, Abraham recibe el titulo de «Padre de muchos
pueblos» (en hebreo: Ab-raham); no sólo porque de su
simiente
210
nacerían varias naciones, sino, sobre todo, porque muchas
naciones
serían unidas a él por una idéntica fe y comunión espiritual
con Dios.
«Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por
la fe a los
gentiles, dio de antemano la Buena Nueva (literalmente:
"evangelizó") a Abraham, diciendo: En ti serán
benditas todas las
naciones» (Gal. 3:8). De modo que la inclusión de los
gentiles —el
injerto de las ramas silvestres— no fue un nuevo propósito
en los
planes de Dios, un recurso expeditivo, al ser rechazado el
Evangelio
por los judíos, sino un propósito eterno y ya implícito en
los términos
del pacto establecido con Abraham. Este designio universal
de
salvación se encuentra en cada sección, y en cada iibro, del
Antiguo
Testamento. Lo que permite a Pablo escribir: «Porque no hay
diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor
de todos,
es rico para con todos los que le invocan» (Rom. 10:12).
Tema
constante en la carta a los Romanos, la cual, muy
significativamente,
bebe sin cesar de las fuentes veterotestamentarias (Rom.
9:15, 25,
26; 10:20, 21; 15:9-12 son textos que no cesan de citar a
los
profetas).
Concluimos, pues, que sólo un remanente será salvo, y ello
mediante
la sola fe, sin jactancias ni privilegios raciales o
nacionales. Hay
esperanza para tos judíos: si creen, serán injertados (Rom.
11:23): en
esto se muestra et amor de Dios. Esta es la esperanza de
Israel y no
hay otra.41
Notas:
39. Esto no guarda relación alguna con el tema de la
perseverancia
final del creyente individual, sino con la posición global
de los gentiles
como «injerto silvestre» en el «olivo natural».
40. Véase J. Murray, E! pacto de Gracía. Cf. también art. «Covenant»,
en el New
Bible
Dictionary.
41. Véase
Ph. Mauro, The Hope of Israel.
LECCION42ª LAS PROMESAS A ABRAHAM Y LA TIERRA
PROMETIDA
1. Doble dimensión de la promesa
Es evidente que una lectura atenta de Génesis, en todos
aquellos
pasajes que hablan del pacto concertado con Abraham (Gén.
12:2, 3;
13:16; 15:5, 17; 17:2, 6-8; 18:18; 22:17, 18), nos enseña
que las
promesas hechas al patriarca comportan una doble dimensión.
Parte
de dichas predicciones tiene que ver con bendiciones más
próximas;
otra parte, con bendiciones más lejanas; las unas son de
carácter
211
espiritual; las otras, de orden material. La naturaleza
interna de
ciertos elementos de estas promesas y la externa de otros es
obvia.
Tenemos, pues, una doble dimensión y, asimismo, un doble
cumplimiento. Es importante que nos percatemos de ello,
porque las
promesas de signo material, terreno, como el país de Canaán,
hallaron su cumplimiento antes que las de naturaleza
espiritual (ser
fuente de bendición a todas las familias de la tierra,
erigiéndose en
padre de todos los creyentes), y, del mismo modo, las
primeras
-externas- se agotaron, tanto histórica como
geográficamente, en un
tiempo determinado, mientras que las segundas -las de carácter
interno, espiritual- son eternas.
2. Cumplimiento de las promesas materiales
Dios prometió al linaje de abraham –a su descendencia
material- una
rapida y gran multiplicacion, cosa nada facil en la
antigüedad, cuando
se desconocian la medicina y la higiene, y la mortandad
infantil
alcanzaba cifras altas. Del patriarca saldrían generaciones
que se
multiplicarían como las estrellas del cielo y las arenas del
mar (Gén.
12:2, 3; 13:16; etc.).
Esto se cumplió literalmente a partir de los descendientes
de los doce
hijos de Jacob (Ex. 1:7; Deut. 1:11; 10:22; 26:5).
Balaam, un pagano, testificó de ello (Núm. 23:10). Más
tarde,
Salomón expresa su admiración por este fenómeno (1.0 Rey.
3:8).
Esto, en lo tocante a la simiente carnal; ¿y por lo que
respecta a la
tierra de Canaán? ¿Cómo se cumplió la promesa sobre
Palestina?
Se cumplieron al pie de la letra todas las promesas de Dios
en
relación con la tierra de Canaán, entregada a la simiente
del
patriarca. Al cabo de los cuarenta años de peregrinación por
el
desierto, los hebreos cruzaron el Jordán, bajo la conducción
de Josué,
y procedieron inmediatamente a la conquista de la tierra
prometida.
En esta tierra permanecieron más de ocho siglos (Israel
estuvo 700
años; Judá, 800) y, después del exilio babilónico, los que
regresaron
de la cautividad permanecieron otros 600 años hasta la
destrucción
de Jerusalén por los romanos el año 70 de nuestra era.
Cuando el israelita dedicaba al Señor las primicias de sus
cosechas,
decía: «Declaro hoy a Jehová tu Dios, que he entrado en la
tierra que
juró Jehová a nuestros padres que nos daría» (Deut. 26:3).
Con ello
reconocía la fidelidad de
Dios a las promesas hechas a Abraham.
Idéntico reconocimiento de la fidelidad de Dios en el
cumplimiento de
Su palabra lo hallamos en el libro de Josué: «De esta manera
dio
Jehová a Israel toda la tierra que habla jurado dar a sus
padres, y la
poseyeron y habitaron en ella ...» (Jos. 21:43-44).
212
Más aún, al establecer su pacto con Abraham, Dios mismo
había
fijado los límites de la tierra prometida: desde el Nilo
hasta el Eufrates
(Gén. 15:18). Estos límites fueron nuevamente recordados por
Moisés
(Ex. 23:31. Cf. Jos. 1A). Al mismo tiempo, se les advirtió
que no
esperasen poseer toda la tierra inmediatamente después de
entrar en
Canaán, sino gradualmente. Las razones para esta conquista
progresiva se dan en Ex. 23:29, 30. Finalmente, bajo
Salomón, lá
promesa en relación con la tierra prometida halló cabal y
pleno
cumplimiento (1.ª Rey. 4:2025). De este modo, Dios cumplía
la
palabra dada a Abraham y repetida constantemente a la casa
de
Israel.
El salmo 105, ese bellísimo himno de alabanza y gratitud al
Señor,
celebra concreta y expresamente la manera maravillosa con
que Dios
ha realizado cuanto predijo en su solemne pacto concertado
con
Abraham. Dicho salmo –todo él es extraordinario y forma un
paralelo
con el himno de David en 1.0 Crónicas 16:7-36. Su relevancia
para
nuestro tema es evidente, ya que no se trata de una
interpretación
personal nuestra, sino de lo que el mismo salmo y el primer
libro de
Crónicas afirman sin ambages: «Se acordó para siempre de su
pacto;
de la palabra que mandó para mil generaciones, la cual
concertó con
Abraham... diciendo: A ti te daré la tierra de Canaán...
Porque se
acordó de su santa palabra dada a Abraham su siervo ... »
(Sal. 105:8,
9, 11, 42 y ss.).
Cuatrocientos años más tarde, al regreso de la cautividad,
los levitas
que acompañan a Nehemías declaran explícitamente que Dios
había
cumplido su palabra: «Tú eres, oh Jehová, el Dios que
escogiste a
Abraham..., e hiciste pacto con él para darle la tierra...,
para darla a
su descendencia; y cumpliste tu palabra, porque eres justo
... » (Neh.
9:7, 9, 23-25).
Es así como las promesas materiales, terrenales,
literalmente
aplicadas a su simiente carnal, hallaron cumplimiento: la
simiente se
convirtió en una gran nación y, después, heredó la tierra
prometida
de acuerdo con los límites fijados por Dios y de manera
progresiva,
como se les había indicado.
¿Es una conclusión personal del autor? ¡En absoluto! Es lo
que dicen
los textos sagrados. Cada estudiante puede leerlos por sí
mismo en
su Biblia. Se trata de las conclusiones de la misma
Escritura. Al pasar
por alto este testimonio de la interpretación inspirada del
mismo
texto bíblico, hay hermanos -excelentes, piadosos y queridos
hermanos- que llegan a conclusiones no demasiado acertadas
en lo
concerniente al futuro de Palestina y a la esperanza de los
judíos.
3. ¿Y qué queda de la promesa de posesión eterna de la
tierra?
213
A todo lo dicho anteriormente, los dispensacionalistas
objetarán que
la tierra fue prometida no sólo a la posteridad del
patriarca, sino a él
mismo como «posesión eterna». ¿Cómo, pues, es posible
afirmar que
Dios ha cumplido su palabra?
Justamente en relación con este punto es por lo que comenzamos
a
introducirnos en la dimensión espiritual, profunda, del
pacto con
Abraham.
¿Qué quiso decirle el Señor al prometerle unos bienes
eternos? Si
entendemos la promesa en términos de adquisición terrena,
hemos
de admitir que el Señor no cumplió su palabra. Es evidente
que la
tierra de Canaán no ha sido una posesión eterna ni para
Abraham ni
para su simiente; en el mejor de los casos, puede hablarse
de
ocupación a intervalos. Por añadidura, ha estado casi
diecinueve
siglos, desde la invasión de las tropas romanas de Tito, en
poder de
los pueblos gentiles. ¿Vamos a culpar de informalidad a
Dios? ¿Nos
atreveremos a acusarle de incumplimiento de su palabra?
La base del pacto es, sin lugar a dudas, la gracia por parte
de Dios y
la respuesta de fe de Abraham; pero el disfrute de las
bendiciones
que dicho pacto conlleva, va unido a la fidelidad del
creyente. Un
pueblo desobediente e infiel no puede esperar el poder gozar
de los
beneficios del pacto. Moisés advirtió de ello muy
solemnemente a los
hijos de Israel (Deut. 4:23-27). Con parecidas palabras fue
también
advertido Salomón de que, si olvidaba la ley de Dios y
servía a otros
dioses, la ira del Señor sería sobre él (2.Crón. 7:19-22).
La historia
subsiguiente demostró de la manera más clara posible que la
apostasía de la nación judía privó del favor divino al
pueblo. Los
judíos que regresaron del exilio babilónico no se hacían
ilusiones;
admitían y reconocían la justicia del juicio divino sobre su
pueblo
(Neh. 9:33).
Pero si algo aprendieron los fieles desde Abraham hasta
Daniel, es a
no confiar en los medios materiales, en las posesiones
terrenas, en
los recursos carnales. La obediencia de Abraham le llevó
lejos en una
senda de auste ridad y vicisitudes temporales sin fin, que
contrastaban con las comodidades que dejó en Ur de los
caldeos. Sin
embargo, la tierra le fue prometida a él, individualmente,
como
«posesión eterna», a él que no fue sino un extranjero (Gén.
17:8).
Pero este mundo es transitorio, temporal y, además, se halla
bajo
maldición (Rom. 8:22). Resulta difícil comprender que Dios
prometiera por toda una eternidad algo sobre lo que pesa una
maldición, algo tan efímero y grágil; algo que, además,
resultaría
demasiado corto y angosto si un día todos los judíos
resucitados
tuviesen que ocuparlo.
Abraham fue siempre un forastero en Canaán y, como acabamos
de
señalar, su posteridad sólo disfrutó de la tierra a
intervalos, no
214
ininterrumpidamente. Abraham sufrió en aquellos parajes,
aunque él
no se aferraba a lo terreno (Gén. 15:1; Heb. 11:9, 10) y, por
tanto, su
dolor halló resignación y consuelo en la esperanza alentada
por su fe.
Entonces, ¿qué quiso decir Dios a Abraham al prometerle la
tierra
como posesión eterna? ¿No se hallará la interpretación de
estas
promesas en la misma línea del pensamiento de Pablo en 1.1
Corintios 3:21-23, cuando afirma que el cristiano,
potencialmente, es
poseedor de todo, porque todo es nuestro: el mundo, lo
presente, lo
por venir; todo, nuestro? Aquí, en la perspectiva cristiana,
se nos da
mucho más que una parcela o una nación; se nos ofrece todo
el
espacio y todo el tiempo; el aquí y el ahora, el Universo y
la
eternidad. ¿En qué medida poseemos nosotros estas cosas? 0,
mejor
dicho, ¿hasta qué punto somos conscientes de tales
posesiones?42
La Palabra de Dios, en muchas ocasiones, da por realizado lo
que está
aún en marcha y hasta lo que tan sólo es proyecto; suele dar
por
acabado lo que, desde nuestra perspectiva, es todavía
incompleto. La
razón es muy sencilla: la perspectiva bíblica es la
perspectiva misma
de Dios, para quien no cuentan nuestros agóbiantes conceptos
de
tiempo y espacio. Por boca de Juan, puede afirmar que
Jesucristo fue
ya inmolado antes de la formación del Uníverso (Apoc.
13:8),43 o que
nosotros -ya ahora- estamos sentados en los lugares
celestiales con
Cristo Jesús (Ef. 2:6). Lo que, en nuestra breve experiencia
actual, no
pasa de ser una degustación anticipada de algunas de las
muchas
bendiciones venideras, una vivencia parcial de todo lo que
representará la comunión perfecta con Dios en la gloria, para
el Señor
-desde la atalaya de su eternidadno es cosa futura, sino ya
cumplida,
porque Dios no se halla condicionado, como lo estamos
nosotros, a
los limites de tiempo y espacio.
Esto explica el significado profundo de textos como los
citados.
También ayuda a comprender la pauta constante en las
exhortaciones del Nuevo Testamento que nos instan a ser lo
que ya
somos; es decir, a devenir en nuestra experiencia actual lo
que ya
somos a los ojos de Dios. Vittorio Subilia lo ha señalado
certeramente:
«El Nuevo Testamento contiene numerosas afirmaciones y
exhortaciones, en las primeras de las cuales se nos da a los
creyentes
la seguridad de que somos del Señor y estamos en El,
mientras que
en el segundo grupo, el de las exhortaciones, se nos llama
continuamente a ser consecuentes y a convertirnos en lo que
debemos ser: "... nuestro viejo hombre fue crucificado
juntamente
con Cristo" (Rom. 6:6); "consideraos muertos al
pecado" (Rom. 6:11);
"habéis resucitado con Cristo" (Col. 3:1; cf.
vers. 9); "así también
nosotros andemos en novedad de vida" (Rom. 6:4);
"renovaos en el
espíritu de vuestra mente"; "... revestidos del
nuevo (hombre), el cual
conforme a la imagen del que lo creó, se va renovando hasta
el pleno
conocimiento..." (Ef. 4:32; 5:2 y Luc. 6:36), entre otros.
¡Sois! ¡Pues
sed lo que sois ya! El Nuevo Testamento une al don la
exhortación...
215
La Iglesia debe convertirse más y más en aquello que ya es
en sí
misma: ¿Sois ya? Luego ¡sed lo que sois!» 44
Del mismo modo, la promesa hecha a Abraham implica la
posesión
latente de la tierra, pero no en términos de simple
propiedad como la
entendería el mundo, un mundo caído, que no puede ir más
allá de
los conceptos jurídicos de propiedad, sino como prenda de
una
posesión mejor, plena y eterna, cuando esta tierra quede
fundida y
confundida, para dar paso a los cielos nuevos y a la nueva
tierra,
cuando los reinos de este mundo vengan a ser los reinos de
Dios y de
su Cristo (Apoc. 21). Que esto no es fantasear, lo prueba la
Escritura
misma en Hebreos 11, cuando afirma: «Por la fe habitó
(Abraham)
como extranjero en la tierra prometida, como en tierra
ajena,
morando en tiendas con Isaac: y Jacob, coherederos de la
misma
promesa; porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos,
cuyo
arquitecto y constructor es Dios» (Heb. 11:9, 10).
La verdad es que la promesa de una «posesión eterna» y el
tremendo
contraste que la misma ofrece con los avatares de su
cotidiano vivir,
iba dirigida a crear en él más altas aspiraciones
espirituales,
apartándole de la idea de ganar una simple herencia
corruptible. «No
temas, Abraham, yo soy tu escudo, y tu galardón sobremanera
grande» (Gén. 15:1), le dijo el Señor, elevándole a más
altos anhelos
y al deseo de más sublimes goces: «Me mostrarás la senda de
la vida;
en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra
para
siempre» (Sal. 16:11; cf. también Sal. 36:7-9). Lo que
Abraham
buscaba lo encontraría en Dios mismo y no en ninguna
propiedad de
tierras, legalmente extendida a su nombre. Y así adquirió la
verdadera perspectiva del hombre de fe. Y no sólo Abraham,
sino
muchos otros como él:
«Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo
prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y
saludándblo, y
confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la
tierra. Porque
los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una
patria;
pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde
salieron,
ciertamente tendrían tiempo de volver. Pero anhelaban otra
mejor,
esto es: celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse
Dios
de ellos; porque les ha preparado una ciudad» (Heb.
11:13-16). Esta,
y no otra, fue la esperanza de los patriarcas y de los
grandes siervos
de Dios del Antiguo Testamento.
4. Luz que aporta el mensaje de la Cena del Señor
Phillip Hughes, en la misma línea de pensamiento
escatológico,
sugiere que las realidades que esconde proclama la Santa
Cena
ofrecen un buen ejemplo para Yentender el sentido profundo
de las
promesas divinas hechas a los patriarcas, referentes a la
«posesión
eterna» de la tierra de Canaán. Escribe el erudito inglés:
«No
acusamos a Cristo de inconsistencia o de insinceridad cuando
la
Escritura nos cuenta que, estando todavía en el cuerpo
delante de sus
216
discípulos, no obstante tomó pan y vino y les dijo estas
palabras:
"Esto es mi cuerpo" y "Esto es mi
sangre". Si hubiera dado a entender
que aquellas afirmaciones eran literales, ello habría
supuesto que les
estaba ofreciendo parte de su cuerpo y de su sangre, cosa
inimaginable estando presente allí delante de ellos. Estas
maravillosas palabras del Señor indican que estaba hablando
en un
sentido no carnal, sino espiritual. Los elementos visibles
del pan y del
vino no estaban allí simplemente corno sustento del cuerpo,
sino más
bien como señales tangibles, como signos a modo de prendas,
de lo
invisible y espiritual, que es lo que realmente sustenta la
vida del
alma que se halla unida a Cristo y se alimenta de El
mediante la fe.
No acudimos a la Santa Cena para tomar una comida material,
sino
pára que nuestros pensamientos y corazones sean
transportados al
cielo, donde está nuestro Salvador preparando lugar para
nosotros.
No buscaron otra cosa Abrabam y los demás patriarcas en la
visible
tierra de Canaán que les fue dada como posesión eterna, ni
tampoco
interpretaron carnalmente las buenas cosas que el Señor les
prometia. Si no hubiese sido así, habrían sufrido amargas
desilusiones. Pero buscaban algo más que el goce temporal y
anhelaban la plenitud de una eterna bienaventuranza,
escondida a los
ojos físicos, pero no menos real para la visión de la fe.»45
5 ¿En qué se asentaba la esperanza de los patriarcas?
Si la Escritura no miente, la esperanza de los patriarcas no
radicaba
en Palestina, sino en la presencia misma de Dios en los
cielos. Como
Pablo, ellos también podían exclamar que «nuestra morada
está en
los cielos» (Fil. 3:20), y "en la Jerusalén de arriba
(Gál. 4:22-31).
Pero no sólo fue dada la promesa a los patriarcas en
términos de
eternidad, sino que la misma promesa, repetida a los
descendientes
de Judá, a la familia de David, quedó formulada en
expresiones
similares: «Y será afirma da tu casa y tu reino para siempre
delante
de tu rostro, y tu trono será estable eternamente» (2.' Sam.
7:16 '
comp., con Luc. 1:32-33).
La promesa del Reino eterno exigió, finalmente, al Rey eterno
para
que la llevara a cabo y se cumpliese. Keil y Delitzsch
escribieron: «El
establecimiento del Reino y del trono de David para siempre,
señala
incontrovertiblemente una época que va más allá del reinado
de
Salomón y está indicando que se trata de la permanencia
eterna de la
simiente de David... No debemos reducir la idea de eternidad
a la
noción popular de un período de tiempo incalculablemente
largo, sino
que debemos tomarla en su sentido real absoluto, como fue
evidentemente entendida la promesa por el salmista:
"Pondré su descendencia para siempre, y su trono como
los días de
los cielos" (Sal. 89:29). Ningún reino terreno, ninguna
posteridad de
ningún hombre, son de duración eterna... La posteridad de
David, por
217
consiguiente, podía vivir siempre si se encarnaba en una
persona que
viviese siempre, es decir, si culminaba en el Mesías, que
vive
eternamente y cuyo Reino no tiene final.»
San Pablo resume esta realidad en las conocidas palabras de
Gálatas
3:16: «A Abraham fueron hechas las promesas, y a su
simiente. No
dice: y a sus simientes, como si hablase de muchos, sino
como de
uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo.» No es que Pablo se
apoye en
una cuestión gramatical para dar validez a su argumento;
apela al
uso del nombre en singular, para confirmarnos la verdad de
su
exégesis. Cierto que el nombre singular «simiente» como
«linaje»
puede tener una connotación colectiva, pero debemos recordar
que
Pablo no solamente tenla en cuenta esto, sino que añade en
este
mismo pasaje una interpretación basada en el sentido
colectivo del
término: «Todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si
vosotros sois
de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois y herederos de
la
promesa» (Gál. 3:28, 29). La interpretación colectiva no
contradice a
la individual, ya que, como bien se indica en el argumento
del
apóstol, los creyentes cristianos son tenidos como la
verdadera
simiente de Abraham; ellos constituyen el linaje del
patriarca sólo
sobre la base de su identificación con Cristo por medio de
la fe; ellos
(el linaje colectivo) son contemplados y aceptados en El (el
linaje
individual, la simiente mesiánica que hereda y cumple las
promesas
veterotestamentarias). De modo que el término «linaje» -o
«simiente»- debe entenderse tanto en su sentido colectivo
como
individual. Un significado sirve de complemento al otro, y
no de
contradicción. Pero lo colectivo debe entenderse siempre de
manera
única como resumido en la persona del Mesías: «todos
vosotros sois
uno en Cristo Jesús».
Es así como todas las promesas de Dios son en Cristo Sí y
Amén (2.ª
Cor. 1:20). En este punto nuclear --Jesucristo- las ramas
del olivo
(para usar la metáfora de Pablo en Romanos 11) consiguen su
unión
vital con el tronco y pueden aprovecharse de su savia
renovadora.
Todo depende de la unión con Cristo (Rom. 11:17).
Y estar en Cristo comporta muchas cosas; de hecho lo es todo
para el
creyente. Somos llamados en El a juzgar al mundo, a
sentarnos
juntamente con El en lugares celestiales, incorporándonos a
su
realeza y señorío. Todo por su gracia y en virtud del
principio de
identificación vital, que nos liga a El con vínculo
indisoluble. De ahí
que en El todo sea nuestro: «Así que ninguno se glorie en
los
hombres; porque todo es vuestro; sea Pablo, sea Apolos, sea
Cefas,
sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente,
sea lo por
venir, todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de
Dios» 1ª Cor.
3:21-23).
Nuestros queridos hermanos dispensacionalistas, al leer
estas
páginas, nos acusarán de espiritualizar excesivamente los
textos. Sin
embargo, les rogamos prudencia y objetividad. Nuestra
interpretación
218
es la del Nuevo Testamento. Es decir: hemos leído las
promesas de
Dios a Abraham, a David y a Israel en general, a la luz de
la
perspectiva neotestamentaria. Hemos preferido buscar en el mismo
texto apostólico la dimensión inspirada de lo que significan
las
profecías del Antiguo Testamento tocantes a la simiente de
Abraham,
antes que seguir los prejuicios de una escuela profética
discutible.
Pero hay más. La interpretación dispensacionalista, que
imagina
haber solucionado toda la problemática profética dejando
para el
futuro milenio el cumplimiento de las promesas hechas a los
judíos,
aboca a un callejón sin salida. En efecto, no es lo mismo
«eternidad»
que «mil años», ni la expresión «para siempre» equivale a
«milenio».
Los hermanos premileniales que no son dispensacionalistas,
entienden bien este punto. Apoyan su creencia en el milenio
sobre
razones muy diferentes del endeble argumento de que todo
cuanto
fue prometido a Israel, debe hallar un cumplimiento literal,
que en su
opinión es sinónimo (cosa muy discutible) de terrenal y
temporal,
antes que los «cielos nuevos y la tierra nueva» de
Apocalipsis 21.
Pero para esto nuestros hermanos dispensacionalistas tienen
que leer
«milenio» allí donde dice «eterno». As!, el premilenialismo,
lejos de
recibir ayuda del dispensacionalismo, resulta perjudicado.
Ninguna
causa, ninguna escuela hermenéutica salen prestigiadas si,
en aras
de sus «sistemas» y «sistematizaciones», tienen que alterar
el
significado obvio de las palabras.
¿Hay esperanza para Israel? La hay, como para el resto de
los
humanos, en la salvación que Dios ofrece en Cristo. No
existe otro
camino, ni hay otra salida. Es posible que la futura
conversión de los
judíos que predice Romanos 11 tenga alguna relación con el
retorno
de muchos descendientes de Abraham a Palestina, pero no en
virtud
de ningún cumplimiento profético que haría de la raza judía
-meramente por ser judía- objeto especial del favor de Dios.
Tampoco
sería para que en dicho retorno se cumpliesen las profecías
que ya
fueron cumplidas, ya sea en la Antigüedad, tal como lo
relata el
propio Antiguo Testamento, ya sea en Jesucristo y en su
Cuerpo, que
es la Iglesia. Para mayor gloria de Dios, un rema~ nente
judío, acaso
reunido en Palestina, servirá para exhibir, una vez más, las
profundas
maravillas de la gracia de Dios delante de todo el mundo.
Pero la
verdadera esperanza de Israel, el único camino que les queda
para
ser salvos es la fe en el Cristo que crucificaron hace cerca
de dos mil
años en las afueras de Jerusalén. No hay otra esperanza.
6. La gran conversión de Israel
El gran teólogo de Princeton, Charles Hodge, creía que
Romanos 11
enseña una conversión nacional de los judíos a Dios, en los
últimos
tiempos. No la conversión de todos los judíos, pero sí de un
número
tan grande de ellos que pueda hablarse con propiedad de una
219
conversión nacional. G. Vos escribió también que, «en el
futuro, cabe
esperar una amplia conversión de Israel».
Algunos expositores, por otra parte, han interpretado «todo
Israel» en
Romanos 11:26 en el sentido de Israel espiritual, mientras
que Luis
Berkhof y W. Hendriksen lo entienden como «el número total,
completo, de los elegidos del pueblo del pacto antiguo».46
Seguramente tiene razón Waldegrave cuando afirma que «es muy
posible, apoyados en Romanos 11, que una masiva vuelta de
judíos al
Señor preceda al advenimiento de Cristo».47
En una reciente obra, The Furitan Hope, Iain Murray sostiene
que
antes de la segunda venida de Cristo habrá un gran
avivamiento a
escala mundial. Esta fue la gran esperanza de los autores
puritanos
del pasado, basada en su lectura de Romanos 11. Dicho
avivamiento
comprenderá la conversión de grandes multitudes de gentiles,
as!
como de judíos, es decir, de la gran mayoría de éstos. Iain
Murray
fundamenta su punto de vista en la profecía
veterotestamentaria y en
Romanos 11, dentro de una postura milenial, o sea, aparte de
ningún
reino de Cristo que dure mil años sobre esta tierra.
Conviene advertir que ninguno de estos autores supone que
cada
individuo israelita será salvado, sino simplemente que las
conversaciones se producirán a gran escala, alcanzando
cifras nunca
igualadas con anterioridad. Al final de su ministerio el
Señor dijo que
los judíos no iban a verle ya más, sino cuando volvieran a
bendecir su
venida: iPorque os digo que desde ahora no me veréis hasta
que
digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor» (Mat.
23:39; Luc.
13:15). En otras palabras, la actitud de un gran número de
judíos
cuando Jesús venga de nuevo, será una actitud cambiada.
En contra de lo que, si no de un modo explicito, si se
deduce
implícitamente, al menos, de mucha de la actual enseñanza
dispensacional, la Biblia enseña que la bendición vendrá
sobre los
judíos de la única y exclusiva manera en que viene también
sobre los
gentiles: mediante la fe en Cristo (Rom. 11:23, 32). No hay
esperanza
para el judío, como no la hay para nadie, aparte del
arrepentimiento y
la fe (Hech. 3:19; 4:12). Han cesado definitivamente las
distinciones
entre judío y griego (Rom. 10:12; Gál. 3:28); ambos deben
ser salvos
mediante la gracia que fluye de la obra expiatoria del
Salvador
crucificado. Alentar la esperanza de los judíos simplemente
por
motivos raciales (porque son judíos) es predicar otro
evangelio (Gál.
1:8)
¿Qué lógica exegética, qué clase de hermenéutica nos
autoriza para
saludar alborozados el retorno de los judíos incrédulos,
escépticos y,
en su mayoría, ateos, a Palestina como si se tratase del
cumplimiento
de las profecías? ¿Cómo es posible que haya cristianos que
consideren a los israelíes del moderno Estado de Israel como
el
«pueblo de Dios»?
220
La profecía conecta siempre dos realidades fundamentales:
conversión y restauración (cf. Deut. 30:8-10; Ez. 20:38).
Ya hemos visto que muchas de las profecías del Antiguo
Testamento
que tenían que ver con la restauración del pueblo de Israel
a su tierra
tuvieron ya un cumplimiento en el retorno de la cautividad
de
Babilonia. Alcanzarán su completo y total cumplimiento
también
aquellas que quedan por cumplir, con la irrupción del Israel
espiritual,
la innumerable simiente de Abraham (Gál. 3:29; Rom. 4:
16-18), que
ha de regresar a su hogar en Cristo en los nuevos cielos y
la nueva
tierra (2.ª Ped. 3:13; Apoc. 21:1). La verdadera
circuncisión,
compuesta de judíos y gentiles, verá este cumplimiento
perfecto (Fil.
3:3), los ciudadanos de la Sión celestial (Heb. 12:22).
Notas:
42. Véanse los capitulos 4 y 5 de mi libro Goza de la vida
43. Algunos comentadores piensan que esta frase final de
Apocalipsis
13:8 pertenece gramaticalmente a la frase anterior de
acuerdo con
Apocaipsis 17:8
44. ”L'unité de l'eglise sélon le Nouveau Testament”, en La
Révue
Réformée,
nª 72, 1967/4, pp. 9-11
45. The
Divine Pan for jew and gentile (The Tyndale Press, London,
1949), pp. 12-13
46. No estará de más recordar una vez mas que el original de
Romanos 11:26 no dice holós = entero, sino pas = todo el que
sea.
47.Véase J. Murray sobre Romanos 11, en su comentario
Epistle to the
Romans
LECCIÓN 43.a LAS PROMESAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO
TOCANTES AL REINO ETERNO
1. El reino eterno de David
Las promesas de Dios sobre el Reino son eternas. De ahí
nuestra
incapacidad para comprender estas lineas de Scofield:
«En su segunda venida, el Rey restaurará en su misma persona
la
monarquía davídica, reunirá al Israel disperso, establecerá
su poder
divino sobre la tierra y reinará durante mil años (Mat.
24:27-30; Lúc.
1:31-33; Hech. 15:14-17: Apoc. 20:1-10)... El reino de los
cíelos (Mat.
3:2, nota), establecido así bajo el Hijo divino de David,
tiene como
objeto la restauración de la autoridad divina sobre la
tierra...»48
«La frase "el reino de los cíelos"... significa el
gobierno mesiánico de
Jesucristo, el Hijo de David, en este mundo. Se le llama
"el reino de
los cielos" porque es el dominio de ios cielos sobre la
tierra... Es el
reino pactado con la simiente de David (2.ª Sam. 7;7-10),
descrito por
los profetas (Zac. 12:8, nota).»49
221
«Apoc. 20:2. La duración del reino de los cielos...» (Se
refiere al
milenio en la nota 2 de la pág. 1306.)
Por estos textos se podrá ver que nuestros hermanos
"ispensacionalistas identifican el período de mil años
como tí tiempo
en que se cumplirán literalmente —son muy aficionados a
enfatizar lo
literal y acusan a los demás de ser alegóricos— las
profecías hechas a
David y recordadas a los profetas del Antiguo Testamento en
relación
con la futura gloria del pueblo de Dios, que, según ellos,
no debe ser
jamás identificado con la Iglesia, sino únicamente con
Israel, y la
naturaleza de dichas promesas es siempre terrena, un reino
terreno.
Veamos estas promesas del Antiguo Testamento y lo que
pensaban
de ellas ios profetas:
«Tu Reino es reino de todos los siglos, y tu señorío en
todas las
generaciones» (Sal. 145:13).
Esto es lo que dice David.
«Porque he aquí yo crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de
lo
primero no habrá más memoria, ni más vendrá al
pensamiento...
Porque como los cielos nuevos y la nueva tierra que yo hago,
permanecerán delante de mí, dice Jehová, asi permanecerá
vuestra
descendencia y vuestro nombre» (Is. 65:17: 66:22).
«Mas Jehová es el Dios verdadero, él es el Dios vivo y Rey
eterno»
(3er. 10:10).
«Y haré con ellos pacto de paz, pacto perpetuo será con
ellos; y los
estableceré y los multiplicaré, y pondré mi santuario entre
ellos para
siempre» (Ez. 37:26).
«Después recibirán el Reino los santos del Altísimo, y
poseerán el
reino hasta el siglo, eternamente y para siempre» (Dan.
7:18).
«Jehová reinará sobre ellos en el monte de Sion, desde ahora
y para
siempre» (Míq. 4:7).
Las promesas hechas a David, en relación con su Reino, son
descritas
siempre con una misma dimensión de eternidad. El reino
davidíco no
ha sido profetizado como un reino de mil años — según
afirman los
dispensacionalistas—, sino como un Reino eterno. Y vemos muy
difícil
convertir el milenio en eternidad, o lo que es lo mismo,
hacer decir a
todos los profetas del Antiguo Testamento que allí donde
ellos
escribieron «Reino eterno», Reino «para siempre», querían
decir
«Reino de mil años». Independientemente de lo que podamos
creer
sobre el milenio, lo que no se puede hacer es convertirlo en
el período
de! cumplimiento de todas las promesas relativas al Reino;
porque un
222
Reino eterno que sólo dura mil años es una contradicción en
los
términos.
¿Cómo explican los
dispensacionalistas el silencio del Antiguo
Testamento tocante a la crisis final con la que se cierra el
milenio?
Las promesas hechas a David hablan de un Reino eterno, desde
ahora
y para siempre, sin crisis y sin referencias a una supuesta
hecatombe
en que el diablo, una vez suelto, volverá a actuar a su
gusto. H.
Lindsay describe asi el último tiempo del milenio:
«La primera cosa que Satanás hace cuando se le suelta del
abismo
después del milenio es organizar la guerra... Reúne a algunos
de los
descendientes de los enemigos de Israel (Gog y Magog), que
han
nacido durante el milenio, y rodea a Israel, Pero la
rebelión no
prospera. Dios los consume con fuego del cielo y quedan
aniquilados.50
Más adelante escribe el mismo autor:
«Dios restaurará la tierra, aunque no será una completa
regeneración.
La regeneración de la tierra ocurrirá después del milenio y
antes de
que comience la eternidad misma. El hombre gozará de mil
años
llenos de paz en su antigua tierra. Pero al final de este
tiempo,
después que los mortales hayan tenido un gobierno perfecto,
dirigido
por el perfecto Dios-Hombre en el ambiente más perfecto que
se
pueda imaginar, algunos acabarán rebelándose en contra de
este
reino en la primera oportunidad. Esta oportunidad vendrá cuando
Satanás sea soltado por un poco de tiempo hacia fines del
milenio
para arrastrar a algunos mortales que habrán nacido durante
los años
del reinado.»51
Todavía Lindsay afirma:
«La ciudad (santa, la Nueva Jerusalén) puede ser que esté
suspendida
sobre la tierra durante el reino mUeníal y sea la morada de
los
creyentes inmortales en ese tiempo... Entonces la ciudad
tendrá que
ser retirada temporalmente de la tierra cuando ésta sea
destruida al
final del milenio. Después de la regeneración de la tierra
la ciudad
descenderá visiblemente a la nueva tierra y se posará sobre
ella,
puesto que de la Nueva Jerusalén se dice que tiene
fundamento, lo
que índica un firme lugar de sustentación.»52
Lo que llama la atención en esta interpretación de Lindsay,
típica del
popular dispensacíonalismo moderno, son dos cosas sobre
todo: 1) La
inconsecuencia de querer meter en un Reino milenial
imperfecto (y
con un final manchado sangrientamente por la rebelión, la
guerra, el
pecado y el éxito de Satanás) las promesas del Reino eterno,
hechas
a la casa real de David. ¿No se dan cuenta, Lindsay y los
suyos, de la
incongruencia, de la contradicción con la Escritura? 2) La
admisión
223
franca de que «la regeneración de la tierra» (las
condiciones ideales
de vida en el Universo) no vendrán con el milenio, sino
«después»: en
los cielos nuevos y la nueva tierra, que es, al fin y al
cabo, la solución
que da la interpretación amilenial, la de la Teología del
Pacto. Es en
los cielos nuevos y en la nueva tierra —armonizadas ambas
realidades (cielo y tierra) en perfecta sintonía las dos, no
anulada la
una o la otra—donde hallará cumplimiento, en esta nueva
dimensión,
todo cuanto fue dicho por los profetas del Antiguo
Testamento sobre
la fase final y eterna del Reino prometido. Pero para ello hay
que
identificar también Israel e Iglesia, asi como ios cielos y
la tierra
quedan total e indivisiblemente unidos y transformados en
una nueva
realidad eterna y perfecta.
Pero insistimos en la pregunta: ¿Como explican los
dispensacionalistas el que los profetas del Antiguo
Testamento nada
dijeran de la crisis final que cierra el milenio y el que,
por contraste,
hablaran siempre de un Reino de felicidad eterna, sin
fisuras, ni
quiebras, ni intervenciones de! diablo a ningún nivel?
Si el milenio tuviera que ver más con la Iglesia que con
Israel, los
dispensacionalistas argüirían que el Antiguo Testamento no
se ocupa
de la Iglesia. Pero por el contrario, el milenio tiene que
ver con Israel,
y el Antiguo Testamento si se ocupa de Israel. Su silencio
respecto a
todo ello ¿no será debido a que los profetas —y el Espíritu
de Cristo
que hablaba a través de ellos (1ª Ped. 1:10-11; 2.a Ped.
1:21)— nada
sabían de ningún milenio tan imperfecto como el propuesto
por los
dispensacionalistas, sino que, en realidad, apuntaban más
bien como
a la meta final, a los nuevos cielos y a la nueva tierra?
(V. Is. 65:17;.
66:22; Apoc. 21:1.)
Notas:
48. Biblia Anotada de Scofield, nota a I." Corintios
15:24.
49. Id., nota a Mateo 3:2.
50. La odisea del futuro, p. 346.
51. En el mismo libro, p. 355.
52. En el mismo libro, pp. 360-361.
LECCIÓN 44.ª ¿COMO INTERPRETA EL NUEVO TESTAMENTO
LAS PROFECÍAS DEL ANTIGUO?
1. Los autores humanos del Nuevo Testamento aplican a la
Igiesia las profecías del Antiguo Testamento
El dispensacionalista suele echar en cara a quienes no
comparten sus
puntos de vista que los demás no prestan suficiente atención
a las
profecías del Antiguo Testamento. Pero ¿no será más bien que
nuestros queridos hermanos, de tanto leer las notas de la
Biblia
Scofield, han acabado por no darse cuenta de cómo el Nuevo
Testamento interpreta la profecía veterotestamentaria?
224
Los autores del Nuevo Testamento usaron las profecías que
los
dispensacionalistas aplican a Israel, para referirlas a la
Iglesia.
Por de pronto. Romanos 11 parece indicar que los dos pueblos
―el
antiguo Israel y la moderna Iglesia― constituyen de hecho un
solo
pueblo de Dios. ¿No es uno solo el olivo de donde toman la
savia vital
tanto los creyentes del antiguo pacto como los del nuevo?
¿No son
ambos beneficiarios de la misma preciosa sangre redentora
del único
Salvador? ¿No nacen los dos del mismo Espíritu Santo? ¿A
quién sino
a la Iglesia señalarán los profetas del Antiguo
Testamento?
Scofield sostiene que la Iglesia es un misterio que
pertenece sola y
exclusivamente a la revelación novotesta-mentaria y que, por
lo
tanto, se hallaba escondido de los profetas. Estos, que tan
claramente
describieron la persona y los oficios del Mesias prometido,
no habrían
dicho nada, absolutamente nada, del fenómeno complementario
e
inseparable de las realidades mesíánicas: el progreso y
extensión de
la Iglesia, que constituye lo que Isaías denomina «el
trabajo de su
alma» (de Cristo, se entiende Is. 53:10, 11) y «linaje» que
el Salvador
verá y quedar satisfecho.
Según el esquema díspensacional, al rechazar los judíos el
Reino que
se les venía a ofrecer, dicha oferta fue retirada, y el
Reino fue
aplazado hasta la segunda venida Durante el intervalo entre
la
primera y la segunda venida de Cristo establece su Iglesia
―el gran
parentesis―, que no tiene nada que ver con las profecías del
Antiguo
Testamento, puesto que se trata de algo completamente nuevo
y
totalmente desconocido de los profetas de Israel. Este
paréntesis está
durando ya casi dos mil anos, periodo muy considerable, pero
del
que, según Scofield, el Antiguo Testamento no se .ocupó
jamás ni
dejó una sola palabra. H. A. Ironside, en buena lógica
dispensacíonal,
afirmó que «el reloj profétíco se paró en el Calvario. Ni un
solo tic-tac
se ha oído desde entonces».
Sin embargo, y con el debido respeto a cuantos hermanos
siguen
fielmente las enseñanzas de Scofield, tenemos que confesar
que nos
cuesta aceptar la aseveración de que el Antiguo Testamento
no habló
jamás de la Iglesia de Cristo, puesto que el Nuevo
Testamento está
lleno de pasajes en los que se afirma, inequívocamente, que
el
llamamiento del Evangelio a judíos y a gentiles es el
cumplimiento de
las profecías de antaño. Por ejemplo, en Romanos 1, al
comienzo
mismo de la epístola, el apóstol afirma: «Pablo, siervo de
Jesucristo...,
apartado para e! Evangelio de Dios que él habia prometido
antes por
sus profetas en las Santas Escrituras, acerca de su Hijo,
nuestro Señor
Jesucristo..., por quien recibimos la gracia y el
apostolado, para la
obediencia de la fe en todas las naciones por amor de su
nombre:
entre las cuales estáis también vosotros (romanos,
gentiles),
llamados a ser de Jesucristo; a todos los que estáis en
Roma...» (Rom225
1:1-7). La bendición que por el Evangelio llega a los
romanos, queda
conectada con la Escritura de] Antiguo Testamento, que ya lo
había
anunciado. De igual modo, en Romanos 9:24-26 Pablo sostiene
que el
llamamiento hecho a judíos y a gentiles en la Iglesia
Cristiana es,
plena y totalmente, el cumplimiento de lo profetizado por
Oseas. Y en
Romanos 10 la larga sección de citas profétícas que emplea
el apóstol
para desarrollar la doctrina evangélica conduce a la misma
conclusión.
En Hechos 26:22 Pablo asegura que lo que él predica no es
sino lo
que fue predicho por los santos del Antiguo Testamento, «no
diciendo
nada fuera de las cosas que los profetas y Moisés dijeron
que habían
de suceder». En el mismo libro de Hechos, Pedro establece
que la
profecía de Joel halla cumplimiento en estos tiempos de la
nueva
dispensación (Hech. 2:16 y ss.: «Esto es lo dicho por el
profeta
Joel...»). De modo que, pese a lo que en contra afirmó
Ironside, y
otros con él, el reloj profetico siguió funcionando después
del
Calvario.
«No había Iglesia en el Antiguo Testamento», aseveran una y
otra vez
los díspensacionalistas.
«Los profetas del Antiguo Testamento desconocían totalmente
la
Iglesia del Nuevo», añaden con igual insistencia. Sin
embargo,
Esteban habló de una Iglesia (Ekkíesia) en tiempos de Moisés
(Hech.
7:38), y Pablo predica que tanto judíos como gentiles nos
alimentamos de una misma savia y formamos un solo olivo.
2. El «misterio oculto desde tiempos eternos»
Cuando Pablo escribe (Ef. 3:5, 6) acerca del «misterio que
en otras
generaciones no se dio a conocer, como ahora es revelado a
sus
santos apóstoles y profetas por el Espíritu: que los
gentiles son
coherederos y miembros del mismo cuerpo», el apóstol no
quiere
decir que dicho «misterio» fuese absolutamente ignorado o
desconocido en el pasado, sino más bien que no fue conocido
tan
clara y totalmente como lo es ahora. Que es así, lo prueba
la misma
Escritura, el Nuevo Testamento, por pluma del mismo apóstol
Pablo;
«Y al que puede confirmaros según mi Evangelio y la
predicación de
Jesucristo, según la revelación del misterio que se ha
mantenido
oculto desde tiempos eternos, pero que ha sido manifestado
ahora y
que por las Escrituras de los profetas, según el mandamiento
del Dios
eterno, se ha dado a conocer a todas las gentes para
obediencia de la
fe, al único y sabio Dios sea gloria mediante Jesucristo
para siempre.
Amén» (Rom. 16:25-27. Cf. Rom. 1:1-7; 10:11).
Pablo, además, se refiere en sus escritos a «la simiente de
Abraham»,
y la identifica, no con un pueblo y una raza determinados,
sino con la
simiente espiritual de la fe (Rom. 4). Es la manera como el
apóstol de
los gentiles contempla las profecías veterotestamentarias.
En Gálatas
226
3 proclama que ia profecía del Antiguo Testamento tocante a
Abraham se cumple ahora, cuando Dios justifica a los
gentiles por
medio de la fe. A la luz de estas afirmaciones, no podemos
seguir a
los que declaran que el Antiguo Testamento guardó absoluto
silencio
acerca de la Iglesia del Nuevo Testamento. Tampoco nos vemos
capaces de seguirles cuando sostienen que el reloj profétíco
se halla
parado en todo el período que arranca de la cruz del
Calvario y que
cubre la época de la extensión de la Iglesia por todo el
mundo.
Un texto muy importante para la presente discusión es el que
hallamos en Hechos 15:13-18.
Ciertos cristianos hebreos atacan a Pablo porque admite a
los
Creyentes gentiles en la Iglesia.
Se reúne un gran concilio en Jerusalén para tratar de esta
cuestión
específica. Pedro y Pablo se hallan presentes y Santiago
asume las
funciones de la presidencia en calidad de anciano más
destacado de
la asamblea de Jerusalén. Este mismo Santiago, judío hasta
los
huesos, «hebreo de hebreos» si los hubo jamás, apoya la
posición de
Pablo arguyendo que la misma no es algo nuevo, sino que del
mismo
modo se había conducido Pedro mucho antes, siguiendo órdenes
celestiales, conforme el mismo Pedro había confesado. Más
aún,
según Santiago, esta actitud no representaba una alteración
en el
plan divino ―no se trataba de un paréntesis imprevisto―,
sino que
formaba parte de los planes originales de Dios desde el
principio, tal
como fue predicho por los profetas. Tanto es asi, que
Santiago
procede entonces a citar al profeta Amos: «Y con esto
concuerdan las
palabras de los profetas, como está escrito:
Después de esto, volveré y reedificare el tabernáculo de
David, que
está caído; y repararé sus ruinas...» Con estas citas
Santiago ensena
que la reconstrucción del tabernáculo de David se cumple
ahora en
términos espirituales, al visitar Dios a los gentiles y al
tomar de entre
ellos un pueblo que invoque su nombre. Esta incorporación de
los
paganos conversos significa a los ojos del Altísimo la
reedificación del
tabernáculo, la reparación de sus ruinas y el futuro
esplendor
profetizado, de modo que la Iglesia no es más que el antiguo
pueblo
del pacto antiguo, reedificado y levantado de su postración.
Observemos atentamente que el tema a debate en el concilio
de
Jerusalén era la recepción de los gentiles en la Iglesia, y
que Santiago
cita al profeta Amos, no para declarar que este «llamamiento
a los
gentiles se halla en armonía con las promesas hechas a
Israel
(futuro)», como sugiere la Biblia Scofield.53 sino para
señalar que el
antiguo profeta había dicho algo que tenía cumplimiento
justamente
en los días en que se celebraba la asamblea de Jerusalén.
¡Cuan sin sentido nos parece tratar de argumentar ―a la
manera de
Scofield y del dispensacionalismo en general― que los
gentiles a los
que se refiere Santiago cuando cita a Amos no son los
gentiles de
227
entonces, los contemporáneos de Santiago, sino los judíos
que vivirán
en los tiempos del milenio! Suponiendo que los tiempos del
milenio
estuvieran próximos a nosotros, resultaría que Santiago
habría
defendido a Pablo y a sus conversos gentiles mediante una
alusión a
las condiciones vigentes dos mil años después. Nuestros
amados
hermanos dispensa-cíonalistas olvidan que Santiago no estaba
discutiendo ninguna carta profética en el concilio de
Jerusalén. Se
hallaban enfrascados en un problema urgente e inmediato:
¿entraban
o no, en igualdad de condiciones, los gentiles en la
Iglesia? Al citar al
profeta Amos y sus palabras relativas a la reconstrucción
del
tabernáculo de David, Santiago no hace sino aplicar a «la
plenitud de
los tiempos», que llega con Cristo y sus apóstoles, el
cumplimiento de
cuanto fue dicho antaño sobre la recepción de gentiles en el
pueblo
de Dios.
Esta recepción queda justificada porque se hallaba ya
profetizada, y
la cita de Amos es una prueba que refrenda su cumplimiento
en las
labores apostólicas de Pedro y de Pablo. Por lo tanto, en
opinión de
los apóstoles y de la primitiva Iglesia, el tabernáculo de
David se ha
convertido en el templo vivo de la Iglesia del Nuevo
Testamento.54
En la carta a los Hebreos (caps. 8 y 10), el escritor
sagrado enseña
que el nuevo pacto (el del Nuevo Testamento) es el
cumplimiento de
estas palabras de Jeremías:
«He aquí vienen días, dice el Señor, en que estableceré con
la casa de
Israel y la casa de Judá un nuevo pacto» (Heb. 8:8). Israel
y Judá
constituyen ahora el Israel de Dios. Las promesas hechas a
los judíos
del Antiguo Testamento tenian valor y vigencia para la
Iglesia del
Nuevo Testamento; de otra manera, ¿cómo podría aducirse este
texto
de Jeremías 31 dirigido a las casas de Israel y de Judá y
aplicado aquí
a la Iglesia?
Antiguamente, en algunas versiones de la Biblia (por ejemplo
la AV
inglesa), los subtítulos aplicados a ciertas divisiones del
texto sagrado
decían asi:
Isaías 30; Las misericordias de Dios para con su Iglesia
» 34: Dios vindica a su Iglesia
» 43: Dios consuela a su Iglesia
» 44: Las promesas de Dios a su Iglesia
» 45: Ciro es llamado por amor a la Iglesia
» 50: La amplia restauración de la Iglesia
» 64; La oración de la Iglesia
A la luz de cuanto llevamos estudiado, ¿cree el estudiante
que dichos
subtítulos eran tan erróneos como afirmaron los dispensacionalistas?
El mismo Salvador se refirió al Antiguo Testamento y a sus
profecías
sobre la venida de Elias, asegurando a sus oyentes que
«Elias ha
venido» (en la persona del Bautista, Mar. 9:12, 13).
228
Sin embargo, no basta para algunos dispensacionalistas; los
hay que
todavía sostienen que Elias ha de venir, por supuesto, no
pretendemos ser más persuasivos que ei mismo Señor.
¿Qué profetizó Zacarías en 9:9-10? Mateo contesta que en
dicho
pasaje se describe por anticipado la entrada triunfal de Jesús
en
Jerusalén (Mat. 21). Pero la Biblia de Scofield interpreta
dicha entrada
como la oferta que Cristo hizo a los judios de ser
proclamado su rey
oferta que fue rechazada. Es decir, el Señor fue manifestado
como
Rey, pero al ser rechazado por los suyos no ejerció su
realeza! Esta os
la interpretación díspensacionalista clásica. No obstante,
tanto
Zacarías como Mateo declaran que Jesús vino como Rey: no es
que
presentara una oferta para ser proclamado: El era ya Rey.
Algunos
literalistas extremos afirman que dicha entrada narrada en
Zacarías
no corresponde a la de Mateo y esperan que se cumpla en el
futuro,
puesto que no disciernen en el relato evangélico los
emblemas reales
que sugiere Zacarías. Para Mateo, sin embargo, el
cumplimiento en
los días de la primera venida es algo obvio.
En Hechos 2:30, 31, Pedro dice de David: «Siendo profeta y
sabiendo
que con juramento Dios le había jurado que de su
descendencia, en
cuanto a la carne, levantaría al Cristo para que se sentase
en su
trono, viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo,
que su alma
no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción.» De
acuerdo
con Pedro, no tenemos que esperar hasta el milenio para
tener a
Cristo sentado en el trono de David; tomó dicho lugar al
resucitar.
Esto halla confirmación en muchos otros textos que hablan de
Cristo
como Rey que, ya ahora, ejerce la realeza (1.ª Cor. 15:25),
posee todo
poder en el cielo y en la tierra (Mat. 28:18) y tiene todas
las cosas
debajo de sus pies (Ef. 1:22). La objeción de que nuestros
ojos no le
ven todavía revestido de su dignidad regia con el cetro que
gobierna
el Universo no es válida. ¿No contemplamos con los ojos de
la fe al
que es nuestro grp.n Sumo Sacerdote, que intercede por
nosotros a la
diestra del Padre? ¿Por qué no podemos ver también con los
mismos
ojos al Rey? «Andamos por fe, no por vista.»
3. ¿Un reino futuro para los judíos?
Esta perspectiva novotestamentaría de las profecías del
Antiguo
Testamento cumplidas en la dispensación cristiana es lo que
mueve a
los creyentes de interpretación amilenial ―aun a otros que
sin ser
amileniales no pueden aceptar las tesis dispensacionalistas―
a negar
la perspectiva de un futuro reino judío como cumplimiento de
las
antiguas profecías. Alegan estos hermanos que el Nuevo
Testamento
no hace afirmaciones explícitas sobre el particular. Sólo la
Biblia de
Scofield las formula, pero ¡en las notas al pie del texto!
El Nuevo Testamento se ocupa de los .judíos. Razón de más
para
extrañarse del silencio que guarda respecto a un futuro
reino en que
229
los judíos, teniendo a Cristo como Rey en Jerusalén,
reinarán sobre
todas las demás naciones. Pablo se ocupa, y se preocupa, de
la
suerte de su pueblo; y ¿cómo no dice nada acerca de dicho
glorioso
imperio de los de su raza? Al contrario, el apóstol había
comprobado
que sus hermanos de sangre, los judios, hallaban en el
Evangelio un
doble tropezadero: 1) la cruz (I.ª Cor. 1:23); 2) la
inclusión de los
gentiles en el pueblo de Dios (Hech. 22:21), ¿Por qué no los
calmaba
hablándoles de las perspectivas futuras que tenían como
nación? Si
las antiguas glorias de Israel debían ser resucitadas bajo
el liderazgo
personal de Jesucristo sentado en el trono de Jerusalén, la
cabeza de
un Imperio mundial absoluto, Pablo se hubiese apresurado a
asegurar
a los judíos que no sólo había una cruz en el horizonte,
sino una
corona también; que sólo era cuestión de tiempo, que bastaba
tenor
paciencia y esperanza hasta que llegase el gran reino judío
con el
gran Rey. Así, las piedras de tropiezo con que topaban los
hebreos
habrían podido ser saltadas sin dificultad. Pero el apóstol
no explicó
nada de esto. Por el contrario, afirmó que el muro de
separación entre
judíos y gentiles había desaparecido definitivamente, sin
esperanzas
de que volviera a levantarse.
Ahora, judíos y gentiles son uno en Cristo. Los escritores
del Nuevo
Testamento no aluden jamás a Cristo como Soberano terrenal
reinando en la Jerusalén terrena como metrópolis mundial y
sentado
en un trono secular; todos ellos afirman, con énfasis, que
Cristo es
Rey ya ahora, si bien su plena manifestación aguarda para el
ultimo
día. Ahora, Cristo reina en la Sion celestial, contrapartida
constante,
según los escritos novo testamentarios, de la Jerusalén
terrenal.
En los escritos del máximo campeón moderno del
dispensacionalismo, L. S. Chafer, encontramos la enseñanza
de que,
después de esta era del Evangelio, habrá una «reunión de
Israel y la
restauración del judaismo»; también nos asegura el mismo
autor que
hay dos pueblos de Dios (con sus respectivos caminos de
salvación
distintos): «un pueblo terreno, que se dirige como tal a la
eternidad, y
un pueblo celestial, que permanecerá siempre fiel a su
vocación
celestial». Es decir, Dios tendrá dos pueblos distintos en
la eternidad,
uno terrenal y otro celestial. Para algunos, tal vez esto
represente la
culminación perfecta y lógica del literalismo
dispensacional. Sin
embargo, aparte de los dispensacionalistas, muy pocos
cristianos
compartirán semejante punto de vista.
El literalismo que trata de enfatizar continuamente un tipo
de
exégesis que refiera a un Israel en la carne las profecías
del Antiguo
Testamento, acaba, a la larga, por contradecir la dimensión
universal
y espiritual que hallamos constantemente en el Nuevo
Testamento.
En efecto, el Nuevo Testamento aplica las promesas
veterotestamentarias a la simiente espiritual de Abraham, al
Israel de
Dios, no al carnal o racial.
Ei Nuevo Testamento subraya que no es judio el que lo es en
lo
exterior (Rom. 2:28, 29), que no es Israel el que se llama
tal (Rom.
230
9:6), que los creyentes en Cristo son los verdaderos
herederos de
Abraham (Gal. 3:29), que la bendición de Abraham ha venido a
recaer
ahora sobre los gentiles (Gal. 3:14), y que no puede ya
haber más
judio o gentil, dado que «todos vosotros sois uno en Cristo
Jesús»
(Gal. 3:28). Los literalistas que esperan todavía que Cristo
tome su
sitio sobre el trono de David en Jerusalén, son
inconsistentes con el
anuncio de Pedro de que el Mesías ha tomado ya posesión de
su
trono, el trono de David en su dimensión más profunda, a
partir del
momento mismo de su Ascensión. El literalismo que espera la
restauración del templo de Jerusalén, al que habrán de
acudir todas
las naciones para adorar y llevar sacrificios que hagan
expiación por
los pecados, no parece tener en cuenta la enseñanza de la
epístola a
los Hebreos, cuando afirma que tales sacrificios y ritos
mosaicos han
sido quitados para siempre (Heb. 10:8, 9). «Al decir nuevo
pacto, ha
dado por viejo el primero; y lo que se da por viejo y se
envejece, está
próximo a desaparecer» (Heb. 8:13).
4. ¿En qué sentido quedan todavía proferías por cumplir?
Un buen número de profecías del Antiguo Testamento se
cumplieron
ya al pie de la letra; otras, muy numerosas también, iban
revestidas
de un lenguaje figurativo que insinuaba un significado
trascendente. Y
así se vio al hallar su cumplimiento. Así también se verá
cuando se
cumplan las que esperan todavía. El Nuevo Testamento declara
que
encontrarán su sentido profundo y pleno ―total y, en cierta
medida,
al pie de la letra―, pero espiritual.
Lo importante está claro; algunos detalles se nos escapan, y
sólo
cuando se cumplan las cosas que quedan por cumplir,
comprenderemos entonces muchos matices todavía oscuros
ahora.
Así sucedió en la primera venida de Cristo; y así se
repetirá en la
segunda. Recordemos que fue un exceso de literalismo mal
entendido
lo que condujo al rechazo del Mesías por parte de los
judíos. Fue,
asimismo, un torpe literalismo lo que impidió en varias
ocasiones a
los discípulos el comprender la enseñanza de Jesús. Por
ejemplo,
cuando les dijo: «guardaos de la levadura de los fariseos»,
que ellos
entendieron como un reproche por no traer pan. Fue también
un
exceso de literalismo lo que condujo a las multitudes a
malentender
la referencia que Jesús hizo a su muerte expiatoria, en
términos de
dar su «carne y sangre» por la humanidad. «¿Cómo puede éste
darnos su carne para comer?», dijeron en su ignorante
reacción.
No es que estemos vindicando tampoco una escuela alegórica
(como,
por ejemplo, la antigua de Alejandría que veía símbolos de
realidades
espirituales hasta en el asno de la entrada en Jerusalén)
que lo
entienda todo en sentido espiritual. En cierta medida,
abogamos por
el literalismo lógico; es decir, por dar al texto la
interpretación que el
mismo texto exige, de acuerdo con los distintos géneros
literarios. Y,
sobre todo, a la luz de la hermenéutica que el mismo Nuevo
231
Testamento aconseje. Así, el uso que de la profecía del
Antiguo
Testamento hace el Nuevo, nos lleva a dar un significado
amplio y
espiritual a promesas que, en apariencia, podría parecer que
sólo
tenían que ver con los judíos. Los varios géneros literarios
―prosa,
ensayo, historia, poesía, profecía, etc.― son un indicio en
sí mismos
de la exégesis que conviene adoptar. Resulta, pues, del todo
absurdo
el tratar pasajes históricos alegóricamente, y textos
apocalípticos
literalmente. Tanto en un caso como en el otro, se nos
transmiten
verdades, pero el distinto ropaje de las secciones requiere
un
tratamiento interpretativo y un discernimiento diferentes
para captar
la verdad que encierran.
Por ejemplo, el capítulo 11 de Isaías ―y esto concierne al
tema
general de esta leccion― termina con una maravillosa visión
de tos
exiliados, que vuelven gozosos de la esclavitud a la patria;
es el
remanente fiel, vindicado, que responde al llamamiento de
Aquel que
es «vara del tronco de Isaí» (Is. 11:1) y también «raíz de
Isaí» (11:10).
Esta doble referencia nos da la clave para interpretar el
cumplimiento
último de este pasaje. En los capítulos finales de Apocalipsis
este
texto aparece en labios de Jesús, el Señor resucitado,
ascendido y
glorioso, cuando vuelve en su segunda venida (Apoc. 22:16).
El
retorno literal de los cautivos en Babilonia no fue más que
un
cumplimiento menor, parcial, que presagiaba el final y
total.
El remanente fiel entona este capitulo 11 de Isaías como Un
Cántico
de Salvación, que expresa perfectamente bien el sentir de
cualquier
redimido del Señor, en cualquier época.
De manera semejante, Pablo ve el cumplimiento de la profecía
de
Isaías 25 en el Cristo resucitado y en las consecuencias que
su obra
redentora tendrá para todos los redimidos (1.ª Cor. 15:54).
De la
misma opinión es el apóstol Juan, según lo relata en
Apocalipsis 21:4.
El Señor Jesucristo mismo contempló la participación de todos
los
suyos en el festín que se describe en el versículo 6 (según
Mat.
26:29). Si Jesús, y dos de sus apóstoles, nos ofrecen esta
interpretación, ¿cómo podremos buscar en otra parte lo que
no es
más que escatologíaficción?
La Jerusalén terrena es prototipo de la ciudad celestial, en
la que la
promesa de Isaías 25:8 hallará cumplimiento total (Apoc.
21:4, 25),
pues en la Jerusalén de arriba las puertas están siempre
abiertas.
Por su parte, el autor de la carta a los Hebreos (2:13)
afirma que
Isaías 8:18 halló cumplimiento en Cristo y en su Iglesia.
¿No es
suficiente indicio para nosotros de cómo debemos interpretar
y
aplicar estos pasajes del Antiguo Testamento?
La expresión «He aquí, Yo y los hijos que me dio Jehová...»,
¿no es
una clara alusión ―y premonicion― del Cuerpo de Cristo, la
Iglesia?
Notas:
232
53. Nota 1 a Hechos 15:13.
54. Véase Edmund P. Clowney, iLe Temple Définitif*. en la
'^«w
Ké¡ormée. a." 100. 1974.
LECCIÓN 45.a LAS ENSEÑANZAS DE JESÚS SOBRE LA SEGUNDA
VENIDA (I)
1. Las parábolas del trigo y la cizaña, y de la red
barredera
En las parábolas del trigo y la cizaña, y de la red (Mat.
13:24-30, 36-
43, 47-50), el Señor ofrece, como admiten los intérpretes,
un cuadro
de la edad presente. La Biblia de Scofield enseña: «Las
siete
parábolas de Mateo 13, denominadas por el Señor "los
misterios del
reino de los cielos" (vers. 11), Describen, si se toman
en conjunto, el
resultado de la presencia del Evangelio en el mundo durante
la edad
actual, es decir: el tiempo de la siembra que comenzó con el
ministerio personal de Cristo y termina con la
"siega" mencionada en
los versículos 40- 43.»55
En el reino de los cielos, la cizaña y el trigo crecen
juntos hasta el
momento de la siega al final del mundo. Entonces, no antes,
tendrá
lugar la separación; la cizaña será quitada. Y mientras el
castigo cae
sobre los inicuos, la gloria se posa sobre los justos: «los
justos
resplandecerán como el sol en el reino de su Padre» vers.
43). El
reinado presente del Hijo del Hombre, mediante la
penetración del
Evangelio, será seguido, sin fisuras, por el Reino eterno
del Padre (cf.
1.ª Cor. 15:24. 25). Los impíos y los justos están juntos
hasta el
tiempo de la siega, el tiempo del fin; después, la
separación es
completa, total y final. El final de esta edad, o dispensación,
trae al
inicuo un inmediato y eterno castigo; al justo, la gloria
eterna.
La Biblia de Scofield trata de evitar esta conclusión, pues
no se aviene
con el esquema dispensacional, el cual, entre la era
presente y la
eternidad, tiene que colocar muchas cosas:
«El acto de recoger la cizaña en manojos para quemarla, no
implica
juicio inmediato ―dice―.
Al fin de la presente edad (vers. 40), la cizaña se pondrá
aparte para
el fuego; pero el trigo se recogerá primero en el alfolí
(Jn. 14:3: 1.a
Tes. 4:14-17)»56. El estudiante debe juzgar por sí mismo,
sopesando
las palabras del mismo Señor:
«De manera que como se arranca la cizaña, y se quema en el
fuego,
así será en el fin de este siglo. Enviará el Hijo del Hombre
a sus
ángeles, y recogerán de su Reino a todos los que sirven de
tropiezo, y
a los que hacen iniquidad, y los echarán en el horno de
fuego; allí
será el lloro y el crujir de dientes. Entonces, los justos
resplandecerán
como el sol en el Reino de su Padre. El que tiene oídos para
oír, oiga»
(Mat. 13:40-43).
233
¿Por qué tiene tanto interés la Biblia de Scofield por
impedir el juicio
inmediato de la cizaña y corregir las palabras de Jesús,
cuando el
Señor afirma que aquélla es echada inmediatamente a! fuego?
Scofield enseña que, tras la siega, en el milenio, millones
de personas
no regeneradas estarán bajo el yugo de Cristo y de sus
santos. La
misma lógica de su sistema le obliga, pues, a escribir la
nota número
1 de la página 976. Los oponentes del dispensacionalismo
alegan que
el Señor deja bien claro que no habrá ya más gente
inconversa,
después de su segunda venida (después de la siega), sobre la
que
gobernar, pues al final de la presente edad será echada en
el horno
de fuego (vers. 49-50). Scofield, por el contrario, hace
retener al
Señor los manojos de cizaña durante mil años, antes de
quemarla.
2. Parábolas de las diez minas, de las diez vírgenes, y de
los
talentos
La parábola de las diez minas (Lúc. 19:11-27) muestra como
al
regreso del hombre noble (tipo de Cristo) éste exclama; «Y
también a
aquellos mis enemigos que no querian que yo reinase sobre
ellos,
traedlos acá y decapitadlos delante de mi» (vers. 27). Esta
parábola
enseña que, cuando Cristo vuelva, no sólo recompensará a sus
siervos fieles (vers. 16-19), sino que visitará asimismo la
maldad de
los infieles (vers. 20-27) con su juicio final e inapelable.
Sus enemigos
serán «decapitados» y ni uno solo quedará para prestar
«fingida
obediencia en el tiempo del milenio», como escriben ciertos
autores
dispensacionalistas.
Similar a la parábola de las minas es ta parábola de las
diez vírgenes.
Indica también que el Señor, a su regreso, consumará todas
las
cosas; su venida es el fin, la conclusión para todos.
Por otra parte, algo queda en ella fuera de toda duda:
cuando el novio
venga, la puerta se hallará cerrada para los que no se
prepararon
convenientemente para recibir al esposo (Mat. 25:10). No hay
ya más
oportunidades; la suerte queda echada para todo el mundo. La
enseñanza dispensacional supone que habrá todavía
oportunidades
de salvación después de la segunda venida, durante el
período de la
llamada «tribulación» o en el milenio mismo. ¿No parece más
bien
indicar la Escritura que cuando el Señor venga a buscar a
los suyos, al
mismo tiempo quedará cerrada para siempre la puerta de la
oportunidad?
Lo mismo encontramos en la parábola de los talentos (Mat.
25:14-30).
La venida del Señor traerá gloriosa recompensa a sus fieles
discípulos, mientras que, al propio tiempo, acarreará a los
impíos una
terrible condenación.
3. El discurso del Monte de los Olivos
234
¿No tendremos en este discurso de Jesús la enseñanza del
«arrebatamiento»? ¿No leemos acaso: «el uno será tomado y el
otro
será dejado»? (Mat- 24:40).
Observemos, en primer lugar, que nada en este pasaje indica
que
dicho «arrebatamiento» sea secreto, o invisible. La venida
del Señor
es todo lo opuesto que pueda imaginarse a lo secreto e
invisible.
Aparecerá como «un relámpago»; será imprevista, si, pero no
invisible. «Entonces lamentarán todas las tribus de la
tierra, y verán
al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con
poder y
gloria. Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y
juntarán a
sus escogidos...» (Mat. 24:30-31). El relámpago y la voz de
trompeta
son señales audibles y visibles que le quitan a todo
acontecimiento
cualquier sombra de carácter secreto que pudiera tener.
Veamos también, especialmente en los versículos 37-40, el
paralelismo con Noé: «Mas como en los días de Noé, asi será
la
venida del Hijo del Hombre. Porque como en los dias antes
de! diluvio
estaban comiendo y bebiendo, casándose y dándose en
casamiento,
hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron
hasta que
vino el diluvio y se los llevó a todos, asi será también la
venida del
Hijo del Hombre. Entonces, estarán dos en el campo; el uno será
tomado y el otro será dejado.» Aquí se nos presenta, no sólo
una
comparación entre el día de Noé y el día de Cristo, para
ilustrar lo
imprevisto de los acontecimientos en ambos casos, sino que
se nos
ofrece asimismo un paralelo de los resultados habidos en
ambos
sucesos. En días de Noé algunos fueron tomados dentro del
arca y
salvados: los demás fueron dejados a una espantosa
destrucción. Lo
mismo sucederá cuando Cristo aparezca en su segunda venida:
algunos serán tomados para salvación y los otros serán
dejados para
condenación. La segunda venida traerá redención plena a los
hijos de
Dios, y condenación a los impíos. Una vez más el Día del
Señor
aparece como un solo evento, que acarrea bendición y juicio
al mismo
tiempo. No hay lagunas, no existen espacios o períodos que
abran
abismos de tiempo entre la segunda venida y el castigo de
los impíos.
4. ¿Cuál es el mensaje del Monte de los Olivos?
Los mejores comentarios del pasado, al exponer Mateo 24,
explicaban
que el objetivo del Señor en dicha ocasión consistía en
advertir a sus
discípulos de la gran tribulación que iba a sobrevenirles
próximamente ―no en un lejano futuro; es decir, se refería a
la
inminente destrucción de Jerusalén por las tropas romanas de
Tito el
año 70 de nuestra era.
Entre estos comentaristas descuella la figura de Alfred
Edersheim,
hebreo convertido al cristianismo y uno de los eruditos
evangélicos
más notables de todos los tiempos. Destaca entre sus
escritos su
monumental Life and times of Jesús the Messiah, de la que,
con
razón, Philip Mauro ha dicho: «Si uno no pudiera leer más
que media
235
docena de libros, además de la Biblia, esta obra de
Edersheim seria
uno de los seis libros que deberíamos escoger.» La autoridad
de
Edersheim en la materia que nos ocupa aqui es evidente, dado
que
ha habido muy pocos eruditos que, como él, conocieran tan a
fondo
las costumbres, los hábitos mentales, las expresiones y
giros
idíomáticos, los escritos, las tradiciones y todo cuanto se
refiere a los
judíos, y a sus líderes, del tiempo de Jesús. En su obra
citada ofrece
un cuadro detallado, completo y fiel de Judca y sus
habitantes
―judíos, prosélitos, sacerdotes, rabinos escribas, fariseos,
saduceos,
herodianos, griegos y romanos― en los primeros años de
nuestra era.
Edersheim divide la profecía del Señor en el Monte de los
Olivos
(según aparece en Mateo) en cuatro partes principales. Será
instructivo seguir su análisis:
1) La primera división comprende los versiculos 5-8, y
contiene las
advertencias a los discípulos para que no interpreten los
«rumores» y
el «principio de dolores» (guerras, pestes, hambres y
terremotos)
como señales del segundo advenimiento del Señor (vers. 5:
«porque
vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo, y a
muchos
engañarán»). Estas advertencias han sido necesarias, no sólo
para los
judíos de entonces, sino en todas las épocas, ya que los
«rumores» y
el «principio de dolores* que predice Cristo, especialmente
cuando
aparecen alrededor de algún farsante o supuesto anticristo
―desde
Nerón a Hitler pasando por Napoleón y otros conquistadores y
dictadores― suelen suscitar en el ánimo de las masas
incultas
(bíblicamente incultas, sobre todo) la expectación errónea
del
inmediato advenimiento del Señor. Es realmente sorprendente
que el
pueblo de Dios tome tan persistentemente como señales de la
próxima segunda venida aquellas cosas, de las que
precisamente
Cristo nos advirtió que no debíamos tomarlas como tales.
2) La segunda división de Edersheim abarca los ver siculos
9-14 y
contiene advertencias de carácter más general que las de la
primera
sección. Dos peligros destacar especialmente: A) peligros
internos
(«muchos falsos profetas se levantarán y engañarán a
muchos», vers.
II), herejias, apostasia y decadencia de la fe; B) peligros
externos («os
entregarán a tribulación y os matarán, y seréis aborrecidos
de todas
las gentes», vers. 9), la persecución pero al lado de estos
dos peligros
aparecen también dos hechos consoladores: A') «El que
persevere
hasta el fin, ése será salvo» (vers. 13). A pesar de todas
las insidias y
persecuciones, habrá la posibilidad de mantenerse fiel,
porque el
Espíritu del Señor capacitará a sus siervos para testificar,
incluso
delante de reyes, cuando sea necesario (V. Mar. 13:9); B')
«Y será
predicado este Evangelio del reino en todo el mundo» (vers.
14). A
pesar de la enemistad combinada de judíos y gentiles, antes
del fin
será predicado el Evangelio del reino «para testimonio a
todas las
naciones». Y este hecho es, realmente, la única señal del
«final» de
esta presente edad: «y entonces vendrá el fin».
236
3) La tercera división de la profecía de Cristo se halla en
los versiculos
15-28. Acerca de dicha división, Edersheim escribió:
«En la tercera parte del discurso el Señor procede a
advertir a sus
discípulos acerca del gran evento histórico que se avecina
de manera
inmediata para y ellos, además de los peligros que
comportará dicha
situación. De hecho, tenemos aquí la respuesta a la pregunta
formulada por los discípulos: "¿Cuándo serán estas
cosas, y qué señal
habrá de tu venida, y del fin del siglo"? (vers. 3),
pregunta que quiere
saber más de lo que Cristo comenzó a declarar (predicción de
la
destrucción del templo de Jerusalén, vers. 1, 2) y que, por
lo tanto, el
Señor responderá en varías secciones. Lo inmediato es el
peligro de
los falsos cristos (vers. 4, 5) y el hecho de la destrucción
de
Jerusalén.»
Observemos que la pregunta «¿Cuándo serán estas cosas?»
queda
contestada directamente mediante las palabras: «Por tanto,
cuando
veáis en el lugar santo la abominación desoladora de que
habló el
profeta Daniel...» (vers. 15; Lúc. 21:20). «Porque habrán
entonces
gran tribulación cual no la ha habido desde el principio del
mundo
hasta ahora, ni la habrá. Y si aquellos dias no fuesen
acortados, nadie
sería salvo; mas por causa de los escogidos, aquellos días
serán
acortados...» (vers. 21, 22), Edersheim comenta; «Esto,
juntamente
con la gran tribulación, sin paralelo en el pasado de su
historia
nacional y sin igual siquiera en el futuro sangriento que le
espera a
Israel como pueblo o raza, iba a caer sobre ellos
inevitablemente.
Y tan terrible, espantosa y cruel iba a ser aquella
persecución, que si
la misericordia divina no hubiese intervenido por amor de
tos
escogidos, por amor de los seguidores de Cristo, toda la
raza judía
habría perecido y ninguna carne habría sido salva.»
Los relatos de Josefo, el historiador judío, testigo ocular
de los
horrendos acontecimientos relacionados con el asedio y la
toma y
destrucción de Jerusalén, son suficientemente elocuentes al
respecto.
4) La cuarta división de la profecía llena los versículos
29-31. De esta
porción el mismo Edersheim escribe:
«En un rápido bosquejo, el Señor traza los eventos que
conducirán
desde la gran tribulación padecida por los judíos en el año
70 hasta el
fin del mundo: "el tiempo de los gentiles" y, con
ello, la nueva alianza
a la que se incorporarán los israelitas conversos; "la
señal del Hijo del
Hombre en el cielo", percibida claramente por todos; la
venida de
Cristo, la última trompeta, la resurrección de los muertos y
el juicio
final.»
Asi termina la parte profética del discurso, a la que sigue
en
versículos 32 y 33 una parábola para destacar la importancia
y la
aplicación de la señal que les había dado para saber cuándo
la
237
destrucción de la ciudad santa estaría cercana. De la
higuera bajo la
cual aquella tarde de primavera descansaron seguramente,
tenían
que aprender la lección los discípulos: «Cuando ya su rama
está
tierna y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca.
Asi también
vosotros, cuando veáis todas estas cosas, conoced que está
cerca, a
las puertas. De cierto os digo que no pasará esta generación
hasta
que todo esto acontezca» (vers. 32, 33). El verano no había
llegado
todavía, pero estaba ya a la puerta. La distinción es muy
importante,
ya que parece indicar que «todas estas cosas» que tenían que
ver
con sus propios ojos los contemporáneos de Jesús, les
mostrarían la
inminencia de los eventos predichos. Además, apunta a los
acontecimientos que iban a cumplirse en aquella misma
generación,
y no a la segunda venida de Cristo. La aplicación, pues, de
la parábola
de la higuera estéril debe hacerse en conexión con la
predicción de la
destrucción de Jerusalén y de la comunidad nacional judía en
el año
70.
Esta parece ser la interpretación más sencilla y satisfactoria
de las
palabras del versículo 34, así como de las del versículo 33,
«cuando
veáis estas cosas» y «no pasará esta generación...».
Si aquellos judíos a quienes hablaba el Señor tenían que
contemplar
los acontecimientos aquí predichos, es de pura lógica que no
pasara
dicha generación sin que todo ello aconteciese. Si, como
hace la
Biblia de Scofield,57 aplazamos el cumplimiento de estas
Palabras
hasta un futuro lejano, las mismas se convierten en un
semillero de
contradicciones. Incluso si se interpreta «generación» como
«raza» o
«linaje» (vers. 34) queda la dificultad del versículo 33
(«cuando veáis
estas cosas»). ¿Cómo iban a ver los contemporáneos de Jesús
«estas
cosas», si no habían de tener su cumplimiento sino hasta al
cabo de
muchos siglos?
Pero hay algo más. El Señor enfatizó varias veces a lo largo
de su
ministerio que no habría señal alguna de su inmediata
segunda
venida. Repitió constantemente que vendria como ladrón en la
noche,
inesperadamente, sin advertencia. Si aplazamos la aplicación
de las
palabras de Mateo 24:33 y ss. hasta un futuro lejano de
siglos lejanos
después de la época en que fueron pronunciadas, estamos
contradiciendo a la enfática enseñanza de Jesucristo en el
sentido
apuntado de que no habrá señales que precedan y adviertan de
su
inminente segunda venida.
Como bien señala Edersheim, cuando brotan las hojas de las
ramas
tiernas de la higuera se nos da una señal de que el verano
está a la
puerta; señal que índica, no la cosecha (el fin del mundo,
el término
de la presente y última edad de la historia), sino aquella
estación
―verano― que precede a la cosecha. Y el detalle es altamente
significativo para la interpretación del texto.
Notas:
238
55. Biblia Anotada de Scofield. p. 974. nota 1 a Mateo 13:3.
56. Id. p. 976. nota 1 a Mateo 13:30.
57. Página 994.
LECCIÓN 46.a LAS ENSEÑANZAS DE JESÚS SOBRE LA SEGUNDA
VENIDA (II)
5. El «principio de dolores»
Al describir las guerras, pestes, hambres y terremotos que
deben
caracterizar a la edad presente desde el comienzo, el Señor usó
una
expresión que merece atención especial: «Todo esto será
principio de
dolores» (el original indica «dolores de parto»,
sufrimientos de la
mujer que da a luz —Mat. 24:8—). Con estas palabras el Señor
describe la época presente, y lo hace indicando que se trata
de un
tiempo de alumbramiento. En esta imagen se entrecruzan y
enlazan
dos realidades muy dispares; dolor y alegría. En efecto, se
trata de un
tiempo de sufrimiento, como el experimentado por la mujer en
el
parto, pero, al mismo tiempo, existe una atmósfera de
esperanza y de
gozo por io que se espera; de modo que la época mesiánica,
inaugurada con la primera venida de Cristo, es un período
Que se
caracteriza por los dolores y las alegrías del alumbramiento
de la
nueva era. Esta enseñanza conecta con la estimación de la
presente
edad como «el último tiempo».58
Los «dolores de parto» de que se habla aquí, nos recuerdan
el pasaje
de Pablo en Romanos 8:22, cuando describe los mismos dolores
con
que gime la creación entera. En dicha carta Pablo nos habla
también
de las alegrías que seguirán a dichos sufrimientos: la
manifestación
plena de los hijos de Dios: la adopción mediante la cual
incluso la
creación participará de la liberación de su servidumbre Y
corrupción.
En la misma línea de pensamiento, I.ª Tesalonicenses 5:3
habla de los
«dolores de la mujer encinta». El contexto de este pasaje se
refiere a
la segunda venida del Señor y en él aparecen las mismas
ideas: la
presente edad final se caracteriza por los dolores de parto,
y el
alumbramiento final corresponderá a la venida de Cristo.
Mediante estos textos —y otros en la misma corriente
teológica— la
Escritura enseña que las catástrofes, persecuciones y
dolores en
general del pueblo de Dios constituyen la característica del
período
en que vivimos hasta el final de los tiempos. Su intensidad
puede
variar, y hasta pueden espaciarse las épocas más
conflictivas, debido
a los a vi va mientes esporádicos en determinados periodos
de la
historia. Lo evidente es que los «dolores» anunciados en
Mateo 24:5-8
visitarán la tierra y lo harán con mayor intensidad todavía
al final de
los últimos tiempos.
239
Pero dado que la frecuencia de tales «dolores» es notoria en
cualquier
edad, y casi constante en la historia de muchos países, ello
impide
que puedan ser tomados como «señales» infalibles.
Fijémonos en que las guerras, hambres, pestes y terremotos
no son,
en palabras de Jesús, más que «principio de dolores»; se
trata
simplemente del comienzo. Podemos precisar los indicios,
pero no el
final exacto en el reloj de la historia. Es bien conocido
que los dolores
de parto, tras los primeros síntomas muy intensos y fuertes,
suelen
ser intermitentes hasta que llega el momento preciso de dar
a luz, el
más severo y difícil de todos. Y asi será también al término
de la era
actual, la postrera de la humanidad, como claramente se
predice en
Apocalipsis.
El simil de los «dolores de parto» conecta también con
Jeremías 30:5-
7, pasaje en que el profeta predice el retorno de los judíos
de
Babilonia (vers. 3), y luego contempla «el tiempo de
angustia para
Jacob», sobre el que precisa: «Inquirid ahora, y mirad sí el
varón da a
luz; porque he visto que todo hombre tenía las manos sobre
sus
lomos, como mujer que está de parto, y se han vuelto pálidos
todos
los rostros. ¡Ah, cuan grande es aquel día! Tanto, que no
hay otro
semejante a él: tiempo de angustia para Jacob; pero de ella
será
librado. En aquel día, dice Jehová yo quebraré el yugo de tu
cuello..,»
(Jer. 30:6-8).59
Sí pues, consideramos esta época ultima de la humanidad que
cubre
todo el tiempo entre el primero y el segundo advenimiento de
Cristo
como un período de «dolores de parto» (y tenemos base para
hacerlo,
apoyados en las referencias bíblicas apuntadas), podemos
interpretar
sel tiempo de angustia para Jacob» como el que se extiende
desde la
destrucción de Jerusalén hasta el día de hoy. En esta
perspectiva, las
palabras «pero de ella será librado» (vers. 7) parecen
hallarse ahora
en vísperas de su cumplimiento.
6. Un contraste iluminador
En el mensaje de Jesús en el Monte de los Olivos aparece un
contraste
al que hay que prestar especial atención si queremos
interpretar
correctamente, no sólo esta profecía, sino también todas las
demás
que tienen que ves con el final de esta presente edad.
AI examinar cuidadosamente todo el discurso —sin olvidar los
paralelos de Marcos y Lucas—, comprobamos que Jesucristo
divide el
futuro en dos periodos bien señalados. El primero de estos
períodos
se extiende desde el tiempo en que Jesús pronunció sus
palabras
hasta el momento de la destrucción de Jerusalén; el segundo
abarca
la época que se extiende a partir de dicha destrucción de la
ciudad
santa hasta la segunda venida del Señor. «Por tanto, cuando
veáis en
el lugar santo la abominación desoladora de que habló el
profeta
Daniel (el que lee, entienda), entonces los que estén en
Judea, huyan
240
a los montes...» (Mat. 24:15). A partir de este versículo
15, y hasta el
26, el Señor habla a sus discípulos sobre la invasión de
Judea por las
tropas romanas y el asalto final a Jerusalén. Jesús estaba
presto a
darles información sobre lo que era inminente, lo que iba a
acontecer
en aquella misma generación y que ellos verían con sus
propios ojos.
Por consiguiente, sobre dicho período el Señor advierte:
«Mas
vosotros mirad; os lo he dicho todo antes» (Mar. 13:23).
A partir de aquí el Señor comienza a referirse al segundo
periodo en
que divide la historia (Mat. 24:27-31; Mar. 13:24-27). «Pero
en
aquellos Dios después de aquella tribulación...si (Mar.
13:24) el Señor
afirma que regresará en gloria, aunque no da demasiados
detalles
sobre el particular.
En lugar de ofrecer una abundante información, como la que
dejó a
sus contemporáneos sobre la próxima caída de Jerusalén, y en
vez de
dar alguna señal inequívoca por medio de la cual su pueblo
pudiese
ser advertido de la inminencia de su segundo retorno, en
lugar de
estos signos claros. Jesús habla solamente en términos
generales. y
sólo en un punto es realmente explícito, sin dejar lugar a
dudas o
ambigüedades: no serán reveladas señales que declaren a su
pueblo
por anticipado su segunda venida. Esta característica —la
imprevisión, lo repentino— de la segunda venida (cf. Mat.
24:27; 1.ª
Tes. 5:2, 3) es algo que se repite constantemente, se
enfatiza con
insistencia, de tan varías y diferentes maneras, que constituye
la
clave de la interpretación, no sólo del discurso del Monte
de los
Olivos, sino de todas las profecías que tienen que ver con
la segunda
venida del Señor. He ahí un tremendo contraste: mientras que
los
acontecimientos próximos a los contemporáneos de Jesús serán
precedidos de alguna señal, por medio de la cual sus
discípulos
podrán discernir su inminencia, todo lo relativo a su
advenimiento en
gloria al final de los tiempos carece de señales
suficientemente
concretas y exactas para poder predecir el evento con
anticipación.
Cuanto iba a ocurrir a la generación que escuchó de labios
de Jesús el
discurso del Monte de los Olivos no sólo era conocido, sino
que podría
ser fácilmente reconocido por los eventos que precederían a
su plena
realización; las señales eran demasiado claras como para
equivocarse.
Por el contrario, la segunda venida aparece anunciada en
términos
que ponen en claro su realidad, pero al mismo tiempo dejan
ambiguos los detalles. ¿Cuándo volverá el Señor? Del día y
de la hora
—manifestó Jesús mismo— nadie sabe; ni siquiera el Hijo del
Hombre
puede revelar lo ya que, en tanto que hombre y sometido a
las
limitaciones de su humanidad durante su ministerio
terrestre, ni El lo
sabe. Además, no es la voluntad de Dios el que haya señales
suficientemente explícitas que aperciban a los discípulos de
la
proximidad de la segunda venida.
241
Más bien, el consejo es esperar en cualquier tiempo su
venida (Lúc.
21:36).
Con respecto a la primera profecía (la destrucción de
Jerusalén en el
año 70), había dicho:
«Mas vosotros mirad: os lo he dicho todo antes» (Mar.
12:23). Acerca
de la segunda profecía (el regreso del Señor en gloria),
dijo: «Pero de
aquel día y de la hora nadie sabe, ni aun los ángeles que
están en el
cielo, ni el Hijo, sino el Padre-» (vers. 32).
No es muy serio el recurso de quienes, tratando de eludir la
fuerza del
versículo 32, arguyen sofísticamente que lo único que queda
en la
incertidumbre es «el día y la hora», pero no la época o el
tiempo
exacto de la segunda venida- Intentan así poder seguir con
su
«juego» de hacer cómputos y esquemas de acontecimientos que
suponen previos a la segunda venida. Se trata del misterio
tocante
cal día y a ¡a hora» —nos dicen—, pero no al año; ¿qué
impide que
tratemos de saber el año? Nosotros replicamos que debería
bastar el
ridiculo que han corrido un buen número de sectas que se
atrevieron
a profetizar tales cosas. Cuando escribo estas lineas —al
término de
1975—, compruebo el fracaso de los «Testigos de Jehová», que
se
aventuraron una vez más a señalar dicho año, y el mes de
octubre,
como ia fecha para el fin del mundo.
Pero, aun soslayando estas grotescas experiencias, la
hermenéutica
del texto nos obliga a otra clase de exégesis lejos de tanto
infantilismo y absurdo. Las palabras del Señor en Marcos
13:32
indican claramente que el tiempo, la época precisa, de su
segunda
venida no es tema revelado y que se frata más bien de
señalar
expresamente su misterio en cuanto a fechas.
Jesús quiere hacernos ver la incertidumbre que debe reinar
en todo lo
referente a su venida en gloria, repentinamente. Debe ser
asi; de lo
contrario, no seria repentina. Además, el versículo
siguiente dice bien
a las claras: «Mirad, velad y orad; porque no sabéis cuando
será el
tiempos (vers. 33). De modo que no es cuestión tan sólo del
«día» u
«hora», sino que es el tiempo lo que permanece enigmático.
Finalmente, la enseñanza de los versículos 33-37, con la
parábola que
ilustra la enseñanza aquí enunciada por el Señor, no deja
lugar a
dudas sobre esta cuestión: el tiempo de la segunda venida
es, para
nosotros, incierto; incertidumbre que se extenderá a todo lo
largo y
ancho del período entero de la ausencia del Señor.
Así como explicó Jesús una parábola para ilustrar el
significado de sus
palabras sobre el período previo o la destrucción de
Jerusalén (la
parábola de la higuera), asi también pronunció otra parábola
para
ilustrar y precisar la enseñanza concerniente al periodo que
siguió a
la destrucción de Jerusalén, y también pronunció otra
parábola para
ilustrar y precisar la enseñanza concerniente al período que
siguió a
242
la destrucción de Jerusalén, y en el cual todavía vivimos;
período que
describe como «aquellos días, después de aquella
tribulación» (vers.
24) y que Lucas define como «tos tiempos de los gentiles»
(Lúc.
21:24).
El sentido de la primera parábola —que ilustra la primera
profecía—
consiste en señalar que, de la misma manera que sabemos que
el
verano se acerca cuando la rama de la higuera está tierna y
brotan
las hojas, asi también la presencia de los ejércitos romanos
en Judea
será una señal segura de la proximidad del cumplimiento de
la
profecía acerca de Jerusalén.
No menos clara es la enseñanza de la segunda parábola,
porque el
Hijo del Hombre «es como el hombre que yéndose lejos, dejó
su casa
y dio autoridad a sus siervos, y a cada uno su obra, y al
portero
mandó que velase» (Mar. 13:34). El Señor mismo se aplica
esta
parábola y la aplica igualmente a la enseñanza básica de
toda
profecía sobre su segunda venida: la incertidumbre, lo
repentino de
su llegada. En efecto, dice el Señor: «Velad, pues, porque
no sabéis
cuándo vendrá el Señor de la casa, si al anochecer, o a la
medianoche, o al canto del gallo, o a la mañana; para que
cuando
venga de repente, no os halle durmiendo. Y lo que a vosotros
digo, a
todos lo digo: Velad» (vers. 35-37). Es evidente que esta
segunda
parábola enseña exatamente lo contrarío de la primera. La
noche se
dividía, de acuerdo con las costumbres de aquel tiempo, en
cuatro
vigilias. El Señor se refiere a su ausencia como «noche»;
puede llegar
en cualquiera de las cuatro vigilias de la noche. De esta
manera, el
problema del tiempo de su segunda venida fue dejado, ex
professo,
ya desde el principio dentro de la mayor incertidumbre;
hasta tal
punto que, después de la destrucción de Jerusalén, la única
manera
de que el regreso del Señor en gloria no nos tome
desprevenidos
consiste en velar; no en buscar señales, ni en contar
fechas, sino en
velar. Hemos de procurar que, «.cuando venga de repente», no
nos
halle durmiendo; porque esto puede ocurrir en cualquier
momento.
El relato de Marcos expone ía enseñanza de Jesús de una
manera
positiva, mostrando la posibilidad de que pueda volver en
cualquier
momento, en cualquiera de las vigilias de la noche.
En Mateo (y también en Lucas 17:24-30) el énfasis es
negativo, es
decir, se trata de subrayar que la segunda venida de Cristo
no será
precedida de ninguna señal especifica.
El regreso del Señor en gloria será como lo acontecido en
los días de
Noé, cuando la vida cotidiana seguía su curso «hasta el día
en que
Noé entró en el arca» (Mat. 24:37, 38), y como también
ocurrió en los
días de Lot: «comían, bebían, compraban, vendían, plantaban,
edificaban, mas el día en que Lot salió de Sodoma, llovió
del cielo
fuego y azufre y los destruyó a todos» (Lúc. 17:28-30). La
intención
de las palabras de Jesús no puede ser más clara.
243
De estas enseñanzas de Jesucristo se desprende que no hay
mayor
absurdo, extravagancia y despiste espiritual que el tratar
de calcular
—a partir de cualquier cifra o número que hallemos en la
Biblia— el
año, aproximado o exacto, el tiempo y las condiciones en que
se
producirá la segunda venida de Cristo. Sí Cristo mismo no
quiso
saberlo (Mar. 13:32) ni, por consiguiente, revelarlo, ello
supone que
no hay en la Escritura ni un solo dato para que nosotros
intentemos
computar fechas o tiempos.
Esto explica la imposibilidad en que se hallan muchos
cristianos de
poder aceptar lo que hoy tantos aceptan, llevados por
aficiones a la
escatología-ficción; la revelación de Jesucristo al final de
una
supuesta «gran tribulación» de determinado tiempo (siete
años, de
acuerdo con la mayoría de los díspensacionalistas, o tres
anos y
medio según otros díspensacionalistas). Los
que ubican la revelación de Jesucristo al término de la
hipotética
«gran tribulación» no son conscientes de que están
contradiciendo al
Señor mismo, dado que dicha «tribulación» sería una señal
segura,
infalible, de la inminencia de su segunda venida.
7. Señales en el sol, la luna y las estrellas
«Pero en aquellos días, después de aquella tribulación, el
sol se
oscurecerá y la luna no dará su resplandor, y las estrellas
caerán del
cíelo, y las potencias que están en los cielos serán
conmovidas.
Entonces verán al Hijo del Hombre, que vendrá en las nubes
con gran
poder y gloria. Y entonces enviará a sus ángeles, y juntará
a sus
escogidos de los cuatro vientos, desde el extremo de la
tierra hasta el
extremo del cielo» (Mar. 13:24-27).
Este pasaje podría entenderse en el sentido de que lo que
acaece en
el sol, la luna y las estrellas son señales precursoras de
la inminente
llegada del Señor de gloria. Pero la enseñanza de Cristo
mismo que
hemos estado estudiando nos impide tal interpretación. Esta
dificultad, por otro lado, nos espolea para investigar y
hallar su
verdadero sentido en otra dirección.
Un estudio de todos los pasajes paralelos en Mateo, Marcos y
Lucas
nos hace ver que las señales en el sol. la luna y las
estrellas, así como
la angustia de las gentes y el desfallecimiento de los
hombres por el
temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán, más
que
señales precursoras son expresiones de la parusia misma, es
decir,
forman parte de la manifestación del Señor, como su cortejo.
Lejos de
advertirnos por anticipado, lo que hacen es proclamar que el
Mesías
ya está aquí, viniendo en las nubes con poder y gloria.
«El sol se oscurecerá y la luna no dará su resplandor, y las
estrellas
caerán de! cielo, y las potencias de los cielos serán
conmovidas.
Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo;
y
244
entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán
al Hijo del
Hombre viniendo sobre las nubes del cielo con poder y gran
gloria»
(Mat. 24:29-30).
Tanto las señales cósmicas como la misma «señal del Hijo del
Hombre» no sirven como premoniciones de la segunda venida,
sino
que son ya la demostración áe que Cristo ha llegado.
Estas señales no cumplirán una función de advertencia como
las que
fueron dadas con respecto a la destrucción de Jerusalén,
sino que se
producirán en el momento mismo en que el Señor aparezca y,
por lo
tanto, no tienen carácter precursor, sino final. «Entonces
aparecerá la
señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán
todas las
tribus,..» ¿Por qué este lamento? Porque ya no hay más
oportunidad;
se acabó la época de la predicación del Evangelio; quienes
no sean
salvos cuando aparezca dicha señal (y las señales cósmicas
que la
acompañarán como el alba anuncia el día), no. pueden serlo
ya
jamás.
De ahí el énfasis del Señor en que velemos. Y esta vela
implica
esperar no tanto señales — como fue el caso, cuando la
destrucción
de Jerusalén, para poder así escapar a las montañas, lejos
de la
ciudad asediada por los romanos— cuanto al mismo Señor que
viene
a buscarnos.
La expectativa de nuestra parte consiste en un devoto anhelo
rie
recibir al Señor. No debemos esperar señales, sino al Señor
mismo.
El carácter de las señales cósmicas, como manifestaciones
del poder
divino que acompaña siempre a la parusia, se hace evidente
al
aparecer con persistencia en los textos sagrados cuando
hablan del
«Día de Jehová», el «Dia del Señor», anunciado por los
profetas (cf.
Am. 5:18; 8:9; Jer. 4:23-26; Ez. 32:7 y ss.; Miq. 1:3-4; JI.
2:10; 3:4;
4:15: Is. 13:9-10; 34:4 —parece que el Señor citó, sobre
todo, estos
últimos textos de Isaías). Hay más: no sólo se dan estos
signos de
estremecimiento cósmico en relación con la segunda venida,
sino que
acompañan también a las diversas teofanías que se mencionan
en la
Biblia. Toda manifestación de Jehová (por ej. en Ex. 13:23)
suele
describirse con imágenes parecidas. En la parusia se les
añaden las
más netamente apocalípticas: conmociones terrestres,
guerras,
hambres y seismos, sufrimientos y angustias increíbles,
catástrofes
celestes, el rayo y la nube, y los dolores de parto. Esto ha
hecho
pensar a algunos comentaristas que se trata más bien de un
estilo
propio, apocalíptico, que se repite siempre que lo exige el
tema de la
parusia o de la teofania bíblicas y que, por lo tanto, ha de
entenderse,
no al pie de la letra, sino en sentido simbólico como
expresión de la
realidad del fin del mundo. El día de Pentecostés, Pedro
citó la
profecía de Joel en la que aparecen tales elementos
característicos de
la parusía (Hech. 2:16-21). El apóstol considera cumplida
aquel día la
245
profecía de Joel, sin que se hubiesen visto, literalmente.
Otras señales
que las lenguas de fuego (V. Jl. 2:27. 30).
Todavía otros comentaristas opinan que este brillante
simbolismo del
lenguaje apocalíptico hace referencia a loa poderes
políticos del
mundo. Todo lo que representa el poder se desmoronará como
un
castillo de naipes. En apoyo de dicha interpretación los
citados
exégetas aportan el constante simbolismo bíblico para aludir
a los
gobiernos, los estados y cuantos detentan posiciones de
mando y
poder, Por ejemplo, en Génesis 37:9, 10 el sol, la luna y
las estrellas
tienen esta connotación. Los textos de Ezequiel 32:7; Joel
2:31 y 3-15,
así como Apocalipsis 12:1, parecen orientarnos en dicha
dirección
política más que astronómica, puesto que el sol hace las
veces de
figura de autoridad terrena en un sentido amplio, y la luna
de menor
autoridad, mientras que las estrellas son como personajes
prominentes en las altas esferas. «Las potestades de los
cielos serán
conmovidas» (Mat. 24:29), leemos en Mateo, en
Marcos y en Lucas. Pablo, en Romanos 13:1, afirma que «no
hay
potestad sino de Dios», y Pedro utiliza la misma palabra
cuando se
refiere al Cristo ascendido a la diestra del Padre:
«ángeles,
autoridades y potestades» sujetos a él (1.ª Ped. 3:22). Sea
cual sea la
interpretación que demos a estas señales en los cielos, la
verdad es
que tía voz del cual conmovió entonces la tierra, ahora ha
prometido:
Aún una vez y conmoveré no solamente la tierra, sino también
el
cielo» (Heb. 12:26). Aquí conviene recordar lo dicho en la
lección 28.ª.
El texto de Mateo (24:29) ofrece una dificultad en la
expresión con
que comienza; «E inmediatamente después de la tribulación de
aquellos días (la destrucción de Jeru-salén en el año 70),
el sol se
oscurecerá y la luna no dará su resplandor...» Pero, como
indica el
New Bible Dictionary60 «Inmediatamente (griego: entíleos)
puede
tener un sentido mucho más débil (euthys) como lo
comprobamos en
Marcos».
Por otra parte, Mateo, aunque es más abundante, es menos
ordenado
en la presentación del material profético que Marcos o
Lucas. La
Biblia de Jerusalén observa con razón que Mateo, a veces,
mezcla los
materiales profeticos porque en su mirada se funden varias
perspectivas distintas y lejanas en el tiempo:
«Dos perspectivas marcan este discurso: la de la ruina de
Jerusalén
(que tuvo lugar el año 70) y la del fin del mundo. Es
posible que la
predicación áe Jesús las haya distinguido más netamente (se
encuentra, en Lucas un discurso distinto sobre su Vuelta al
fin de los
tiempos, cuyos elementos se incluyen aquí en vers. 26-27,
28. 37-39,
40-41). Pero en el texto actual de Mateo, como en Marcos 13
y Lucas
21, ambas perspectivas están fundidas y mezcladas más bien
que
yuxtapuestas. Esta fusión misma responde a la verdad
teológica.
246
Porque si bien los dos acontecimientos son cronológicamente
distintos, tienen entre si un A; nexo esencial, ya que el
primero es el
preámbulo y la prefiguración del segundo. La ruina de
Jerusalén
Señala el fin de la antigua Alianza, con una vuelta visible
de Cristo
que viene a inaugurar su Reino. Este acontecimiento decisivo
en la
historia de la salvación no se renovará ya hasta el fin de
los tiempos,
cuando Dios ejecute sobre todo el género humano, ya elegido
en
Cristo, el mismo juicio que entonces ejecutó sobre el primer
pueblo
elegido. Por eso la ruina de Jerusalén se describe aquí con
los rasgos
característicos del "Día de Yahveh" anunciado por
los profetas, cf.
Am. 5:18 y ss.; 8:9 y ss. Esta intervención de Dios en la
historia
interesa, más que en cualquier otra a todo el cosmos y
anuncia su fin:
el verdadero fin del mundo no será más que su consecuencia
final y
amplificada.»61
Esta interpretación asume que las figuras de lenguaje de los
versículos 26-28, aun perteneciendo al estilo apocalíptico,
se refieren
a la destrucción de Jerusalén (cosa evidente por el paralelo
con Lúe.
17:37). Puede hablarse propiamente de una venida de Cristo,
por
medio de su Espíritu, para iniciar la extensión de su Reino,
mediante
la Iglesia, por todo el mundo, después de la destrucción de
la ciudad
santa. ¿No interroga Jesús al perseguidor Saulo con estas
palabras:
«¿Por qué me persigues?» (Hech. 9:4), ¿cuando en realidad el
celoso
fariseo perseguía a la Iglesia? La doctrina del Cuerpo de
Cristo62
ayuda a comprender este punto. El paralelo de Lucas 17:37 es
contundente para dicha interpretación.
La aludida mezcla y refundición de elementos apocalípticos
para
describir las dos profecías del Señor (la gran tribulación y
la
destrucción de Jerusalén en el año 70, y la segunda venida
del
Salvador en gloria) es algo evidente desde el comienzo mismo
del
discurso del Monte de los Olivos, particularmente en Mateo.
Por
ejemplo, la sección de Mateo 24:4-14 puede entenderse tanto
del
presente siglo, que abarca toda la edad que va desde la
destrucción
de Jerusalén hasta la segunda venida, como del período de la
gran
tribulación, previo a la destrucción de la santa ciudad. Es
asi, porque !
os elementos son, no sólo profeticos, sino, sobre todo, de
valor
perenne como admonición para vivir en espera de los juicios
de Dios
(ya sean los que cayeron sobre Palestina en el año 70, o
bien los de
los «últimos tiempos».63 A pesar de la nota 1 a Mateo 24:34
de la
Biblia de Scofield, de que ninguna de las cosas que se
enumeran en
Mateo 24;4-14 se cumplió en el asedio y destrucción de Jerusalén
en
el año 70, lo contrario es verdad. Los falsos cristos se
multiplicaron
como los hongos en toda la primera mitad del primer siglo
(vers. 5): y
en cuanto a los anticristos, Juan es bien explícito (l.ª Jn.
2: 18, 22: 4:3;
2.' Jn. 7; cf. 1.ª Tim. 4:1). «Hubo un número incalculable
de
pretendientes a la mesianidad en el primer siglo» (.cf. Mat.
7:15), dice
el New Bible Dictionary.64 En cuanto a las guerras, hambres
y pestes
de los versículos 6 y 7, no le seria difícil al historiador
Flavio Josefo la
interpretación de dichas desgracias, como no lo es para
cualquier
historiador moderno que conozca la serie de sucesos que se
247
desarrollaron en relación con las guerras judías.65 La
persecución y las
disensiones internas a que aluden los versículos 9 y 10 describen
los
problemas más acuciantes a que tuvieron que hacer frente los
primeros discípulos.66
Con estas palabras el Señor demostraba su don profetico al
predecir
el porvenir inmediato de su pueblo: la infidelidad del
judaismo,
denunciado a lo largo de todo su ministerio, su vocación al
deicidio
que culminó con la crucifixión del Hijo de Dios, su
endurecimiento que
halló bien pronto expresión en las persecuciones de que
hicieron
objeto a las comunidades cristianas primitivas en todas
partes, su
falso mesianismo que les acarreó un sinnúmero de
dificultades y
problemas político-nacional-religiosos; todo esto tenía que
abocar al
desastre final del año 70. Roma estaba ya cansada de
aquellas
gentes, y Dios también, por lo cual permitió que, como
antaño Asiria y
Babilonia fuesen el brazo ejecutor de su ira. en esta
ocasión el gran
Imperio latino desempeñase esa función. Sin embargo, dentro
de
aquellas circunstancias, el Señor se encargaría de guardar a
los suyos
y aun servirse de ellos para un testimonio eficaz (Mat.
10:17-21).
Comentando las palabras «os entregarán a tribulación», G.
Gander
escribe:
«Los judíos del año 70 en Palestina no podían hacer otra
cosa sino
perseguir, encerrar y aun matar a los discípulos del
Nazareno,
llevados del temor de que acaso, de una manera o de otra,
fueran
partidarios de Roma; en cualquier caso, sabian que eran
enemigos
del nacionalismo judío radical, causa principal de la
conflagración. Y
esto será "por causa de mi nombre". Los Doce, los
setenta, los
discípulos en general, no querían saber otra cosa sino a
Jesucristo
crucificado y Señor de la Iglesia; colocaban el Evangelio
por encima
de todo otro interés. Tal actitud lea convirtió en
cristianos antes que
en judíos. Cuando surgieron las primeras escaramuzas con los
romanos en el año 66, y luego en plena guerra en el 68, los
cristianos
sabían —porque lo había predicho su Maestro— que no podían
esperar sino persecución y odio. De ahi que muchos huyeron a
Pella y
a otras regiones. Como resultado de estas dificultades,
"muchos
tropezarán": los tibios, los indecisos, y en su
decaimiento espiritual
llegarán a delatar al hermano fiel, sembrando odios donde
sólo
debería haber amor (vers. 10); es el sino inevitable de la
apostasía. Y
se levantarán "falsos profetas y engañarán a muchos"
(vers. 11). El
Sermón del Monte presenta ya a esta clase de embusteros
(Mat.
7:15). "Y por haberse multiplicado la maldad, el amor
de muchos se
enfriará" (vers. 12). Apagada la fe, el amor que se
nutre de ella tiende
igualmente a desaparecer; se trata, por supuesto, del amor
cristiano:
el amor a Dios, a los hermanos y al prójimo.
"Mas el que persevere hasta el fin, éste será
salvo" (vers. 13).
"Y será predicado este Evangelio del Reino en todo el
mundo, para
testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el
fin" (vers. 14).
La Buena Nueva deberá ser predicada en todo el mundo, la
248
oikuTiiene, es decir, la tierra habitada. Pero este
concepto, en el
lenguaje bíblico, suele quedar siempre restringido a la
tierra o mundo
conocidos por el autor del texto.
El sentido, en cuanto amplitud, debe siempre entenderse
condicionado a los horizontes que del mundo tenia cada
escritor
sagrado.»
La Biblia de Jerusalén —siguiendo en esto a los mejores
eruditos—
traduce oikunene por el mundo greco-romano. Y comenta: «Es
preciso que antes del castigo de Israel todos los judíos del
Imperio
hayan oído la Buena Nueva, cf Rom. 10:18; el
"testimonio" llevado
ante los pueblos valdrá en primer lugar contra el judaismo
infiel, cf.
ya Mateo 10:18. El Evangelio llegó efectivamente a todas las
Portes
vitales del Imperio Romano ya antes del ano 70. Cf. 1ª Tes. 1:8; Rom.
1:5, 8;
Col. 1:6, 23. Y entonces vendrá el fin: es decir, la caída de
Jerusalén.»67 Pablo era consciente de haber llenado del
Evangelio de
Nuestro Señor Jesucristo toda la oikumene conocida por él;
de modo
que es perfectamente posible interpretar todo esto como
cumplido
antes de la caída de Jerusalén.
Añádase a ello el texto arameo que G. Gander —investigador
en dicha
vertiente texual y con ayuda de todos los MSS existentes—
ofrece del
versículo 14: «Tal es la Buena Nueva del Rey de los cielos.
Será
menester proclamarla en el mundo entero, como un testimonio
a
todas las naciones. Y entonces, solamente entonces, podra
operarse
la renovación efectiva (o la regeneración).»68
Esta versión daría todavía más fuerza a la aplicación del
versículo 14,
como hace la Biblia de Jerusalén, a la caida de Jerusalén,
puesto que
después de tal hecho se inicia el avance, en amplitud y
profundidad,
del Evangelio que regenera, y el Reino transformador penetra
en
todos los países.
La expresión «y entonces vendrá el fin» puede igualmente
entenderse como el anuncio del último tiempo, no
necesariamente la
segunda venida, sino «los últimos tiempos» del testimonio
evangélico, que preceden a la parusia desde el primer siglo,
según
hemos estudiado en otra lección. «El fin», pues será el de
la antigua
Alianza, significada por la destrucción del templo (Mat.
27:51).
Pero, tras haber dicho todo esto, volvemos a insistir en que
Mateo
mezcla elementos apocalípticos del final para describir la
ruina de
Israel; por lo que creemos, siguiendo también a Edersheim,
que esta
sección (Mat. 24:9-14). tanto o más que la anterior (vers.
5-8),
contiene advertencias de carácter muy general y universal y
asi
pueden aplicarse igualmente, por extensión, a las
generaciones que
habrán de vivir antes de la segunda venida, como lo fueron a
los
contemporáneos del Salvador. La variedad de instrucción
espiritual, y
no sólo profética, confiere a todo este pasaje un valor incalculable
que va más allá de su primera aplicación en el primer siglo.
249
Esta mezcla y refundición de estilos apocalípticos y
distintas profecías
es algo que debe tenerse en cuenta, por consiguiente, cuando
estudiamos la sección de Mateo 24:27-28, pues resulta
evidente que,
por el paralelo con Lucas 17:37, se refiere al tiempo
iniciado con la
destrucción de Jerusalén, cuando el Reino de Dios comenzará
a venir
de improviso (Lúc. 17:20 y ss.); es decir, nuestro presente
siglo hasta
la segunda venida del Señor en gloria. El lenguaje, no
obstante, se
torna más y más apocalíptico con la imagen del relámpago
(Mat.
24:27).
Finalmente desemboca en lo espccificamente apocalíptico: el
momento de la segunda venida, en el versículo 29. No debe
esto
extrañarnos, pues en todos los profetas del Antiguo
Testamento,
hallamos un proceder y un estilo idénticos. Después de
anunciar los
castigos de Dios sobre su pueblo —castigos más o menos
próximos,
pero siempre cercanos—, el profeta solía anunciar la
esperanza final,
la seguridad bendita del «Dia de Yahveh», el «Día del
Señor», en que
todas las cosas serán hechas nuevas tras el juicio
universal. Dentro
de este esquema, clásico en los profetas, Mateo ha recogido
las
palabras del Señor para profetizar que el castigo inminente
será la
destrucción del templo. E inmediatamente salta (vers. 29) al
tiempo
que va «después de la tribulación de aquellos días» a la
aparición del
Hijo de! Hombre en el cielo, con las señales cósmicas que ya
hemos
comentado, señales que no son tanto indicios de la segunda
venida
como aspectos de la misma. En la propia linea de los
profetas —
indicar primero las circunstancias contemporáneas, y luego
las del
Día del Señor—, el discurso del Monte de los Olivos hace una
primera
referencia a lo inmediato y luego a la parusia definitiva
cuando venga
el Hijo del Hombre en las nubes. Observemos que para los
primeros
discípulos la destrucción del templo y el fin del siglo con
la segunda
venida del Señor no eran dos acontecimientos separados por
siglos,
sino un mismo y unico suceso (Mat. 24:1-3); de ahí que el
Señor
tenga que hacer diferencia entre ambos, aclarando
constantemente:
«Mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto
acontezca; pero aún no es el fin» (vers. 6); como diciendo,
no
confundáis las cosas: «Vosotros mirad; ya os he dicho antes»
(Mar.
13:23), en relación con la destrucción del templo y de
Jerusalén; pero
«de aquel día y de la hora (definitivos, es decir, del día y
de la hora de
la segunda venida) nadie sabe, ni aun los ángeles que están
en el
cielo...» (Mar. 13:32).
Después de la muerte, resurrección y ascensión del Señor los
discípulos han empezado a comprender. Tras los
acontecimientos del
70, con la ayuda del Espíritu Santo, la comprensión será
total. Pero
antes ya de esta fecha, cuando Pablo escribía a los
cristianoss de
Tesalónica, la enseñanza escatológica estaba bien definida,
sin las
confusiones primeras. «Porque vosotros sabéis perfectamente
—les
escribe— que el dia del Señor vendrá así como ladrón en la
noche;
que cuando digan: paz y seguridad, entonces vendrá sobre
ellos
250
destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta,
y no
escaparán. Mas vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas,
para que
aquel día os sorprenda como ladrón» (1.ª Tes. 5:2-4). Los
cristianos
no estamos en tinieblas porque somos hijos de luz; ahora
bien, esta
luz no procede de cronologías proféticas, ni de mapas o
tablas que
detallen acontecimientos premonitorios del Dia del Señor.
Ser hijo de
luz, andar en la luz, vivir en la luz, equivale a velar en
oración y en
fidelidad, en vigilia tensa de expectación, no tanto de
señales como
de! Señor mismo. «¡Ven, Señor Jesús!» (Apoc. 22:20) es el
anhelo del
creyente maduro y sensible, espiritualmente hablando.
Finalmente, se hace necesaria una puntualización: la
interpretación
que hemos dado a lo que comúnmente se conoce como «la gran
tribulación» no pone en duda que quedan muchas tribulaciones
en la
experiencia futura del pueblo de Dios. Muchas aflicciones
sobrevendrán a los fieles, y muy particularmente al final de
esta
presente edad, al término de «los últimos tiempos».
Todo ello será seguido, como climax, de las copas de la ira
de Dios
(Apoc. 15:1 y ss.). En ninguna parte de la Escritura se dice
que los
cristianos, la Iglesia, se hayan de ver libre de
tribulaciones al final de
la historia. Más bien, lo contrario es verdad.
Pero, independientemente de la naturaleza y la severidad de
los
sufrimientos que todavía tienen que venir al mundo y a la
Iglesia,
aquella concreta tribulación de los anos 66 al 73 de nuestra
era —que
culminó con la destrucción del templo y de la ciudad de
Jerusalén en
el 70—, y a la que el Señor llamó «la gran tribulación» y
«dias de
retribución», fue la ejecución del juicio divino sobre el
pueblo judío, el
pueblo del profeta Daniel, y sobre la santa ciudad, para dar
fin a la
antigua Alianza en términos de judaismo. El brazo ejecutor
de aquella
«gran tribulación^ fue el imperio Romano, cuyos ejércitos
iban
mandados por Tito. La «gran tribulación^ es, en conclusión,
una
profecía cumplida.69
Notas:
58. Véase la lecc. 49.ª.
59. El simil de los dolores de parto y del alumbramiento se
repite
también en Juan 16:21-22, aunque en diferente contexto.
60. En el artículo sobre Matthew. p. 845.
61. Biblia de Jerusalén, nota general a Mateo 24. pp.
1336-1337.
62. Véase F. Lacueva, La Iglesia, Cuerpo de Cristo.
63. Véase la lecc. 49.ª
64. En el lugar antes citado.
65. «El versículo 7 incluye "terremotos en diferentes
lugares" en la
lista de calamidades descritas. Sin embargo, no es necesaria
esta
traducción, la cual, como señalan muchos exégetas, se debe a
que
los traductores han atribuido un carácter apocalíptico a
dichas
palabras. En arameo. el término zou'á quiere decir:
"agitación,
251
conmoción tumulto, temor, temblor" (que no siempre
tiene que ser de
tierra: puede ser personal): y en la traducción griega
seísmos
equivale a “conmoción, temblor de tierra y
resquebrajamiento". El
sentido que se impone más naturalmente en esta porción es el
de
agitación y temor o temblor de las almas. Se trata del miedo
que
cundió en Palestina por los acontecimientos producidos allí
con
motivo de la insurrección judia del ano 70 contra los
romanos y fa
guerra que siguió. Todo el país fue azotado por las
consecuencias de
esta guerra, arruinado y vejado por los ejércitos romanos,
vengativos
y crueles. La contienda comenzó el 3 de junio del 66,
alcanzó su
máxima virulencia en el año 70, y terminó definitivamente
con el total
asolamiento de Palestina en el mes de mayo del 73. Tan sólo
los
cristianos pudieron salvarse, porque sólo ellos hicieron
caso de las
advertencias de Jesús. Se sabe con certeza que muchos
huyeron a
Pella en el 68» (G. Gander, L'Evangile de l'Eglise, Labor et
Fides,
Généve,
1969. p. 417).
66. Véase
G. D. Kilpatrick. The Origins of the Gospel According to St
Matthew, 1946, pp. 101-123: «El judaismo hostil a que se
refiere
Mateo 24:9 no era solamente el del tiempo de Jesús, sino
también el
de los años 70 a 135, cuando los rabinos acusaban en todas
partes al
cristianismo de herejía, catalogándolo como una secta judía
más e
igualmente despreciable que las otras sectas. En aquel
entonces, la
iglesia judeocrístiana no se habia desligado aún totalmente
de su
patrimonio judio, sino que se consideraba, al contrario,
como el
judaismo verdadero». P. Bonnard. en su comentario a Mateo,
escribe
que el evangelista «ha introducido en estos versiculos
(10-13) una
descripción de los odios internos y externos, pero sin hacer
mención
explícita rie las sinagogas, los gobiernos o los reyes de
Marcos 13:9».
Vemos, pues, que no sólo antes del año 70, sino incluso
después
(hasta el 135 al menos) podría aplicarse este pasaje a las
condiciones
de vida a que estaban sujetos los discípulos de la iglesia
primitiva.
G. Gander sitúa este pasaje antes del año 70: «Es evidente
que las
autoridades, que tan triste papel jugaron en la muerte de
Jesús (Mat,
26:3 y ss.), en el encarcelamiento de loa apóstoles (Hech.
5:17 y ss) y
en la ejecución de sus discípulos (Hech. 6:8 y ss.),
incitaron a "todas
las gentes" para que aborrecieran a los cristianos (el.
Hech. 9:1 y
ss.)» (G, Gander, o. c., pp. 419 y ss.).
67. Página 1337 (el subrayado es nuestro).
68. O. c., p. 418.
69.. Véase J. Grau, Las profecias de Daniel.
LECCIÓN 47.ª LAS ENSEÑANZAS DE JESÚS SOBRE LA SEGUNDA
VENIDA (III)
8. Las ovejas y los cabritos en Mateo 25
El discurso del Monte de los Olivos se cierra con una
majestuosa
descripción del juicio final (Mat. 25:31-46): «Cuando el
Hijo del
Hombre venga en su gloria y todos los santos ángeles con él,
252
entonces se sentará en su trono de gloria y serán reunidas
delante de
él todas las naciones; y apartará los unos de los otros,
como aparta el
pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá ias ovejas a su
derecha y
los cabritos a su izquierda...» (Mat. 25:31-33).
¿A quién se va a juzgar? A «todos las naciones» (versículo
32).
Si deseamos saber cuáles son estas nociones, recordemos
algunos
textos:
«Id y enseñad a todas las naciones...» (Mat. 28:19).
«El Evangelio debe ser primero anunciado a todas las
naciones» (Mar.
13:10).
«... y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el
perdón
de los pecados en todas las naciones, comenzando desde
Jerusalén»
(Lúc. 24:47).
Otros textos afines los encontramos en Mateo 24:9, 14; Lucas
21:14;
Hechos 17:26.
El apostolado que ha recibido Pablo es para la obediencia de
la fe en
«todas los naciones» (Rom. 1:5; 16:26; Gal. 3:8).
Las referencias que acabamos de mostrar son simples
suficientes
para saber lo que incluye «todas las naciones»; es todo el
género
humano, al que debe ser predicado el Evangelio de la gracia.
Aqui el juicio es «según sus obras», exactamente como el
juicio final
que aparece en Apocalipsis 20:12. 13. La única diferencia
que pueda
haber en tas palabras queda determinada en relación con
Cristo y los
justos. Las obras son expresión de la fe, porque una fe sin
obras es
muerta—como enseña Santiago—, no existe. Y hemos sido
salvados
para buenas obras, como aprendemos en Efesios 2:10, dado que
nuestra creencia se mide por la fe que actúa mediante el
amor (Gal.
5:6). El lenguaje, pues, del juicio ^ no debe sorprendernos.
¿Quiénes son los «hermanos» del versículo 40? Según el
testimonio
de Mateo 12:49, 50, son «.hermanos» de Cristo todos los que
hacen
la voluntad de su Padre, no los que lo son simplemente en la
carne.
«Decid a mis hermanos—dice, por ejemplo— que voy delante de
ellos
a Galilea» (Mat. 28:10, 16). Este lenguaje, aplicado a los
creyentes,
quedará ya fijado por los mismos apóstoles en sus cartas,
(1ª Cor.
15:6; Heb. 2:17: 3:1).
El término «hermanos» (no hay que darle vueltas) se refiere
solamente a los discípulos de Jesús. Pero para el señor
Scofíeld la
cosa no es tan clara. En su nota a Mateo 25:32 escribe:
253
«Estos "hermanos" son los judíos del remanente
fiel que predicarán el
Evangelio del reino a todos los gentiles durante la tribulación.
Véase
"Remanente".»70
El destino diferente de las ovejas y de los cabritos es
importante. Para
ambos es eterno.
Los justos van a la vida eterna; heredarán el Reino (vers,
34); así, lo
ultimo que vemos de las naciones salvadas es en «los cielos
nuevos y
en la tierra nuevas (Apoc. 21:24). «Los impíos, al fuego
eterno,
preparado para el diablo y sus ángeles.» Dos declaraciones
solemnes
enmarcan ambos destinos; «Venid, benditos de mi Padre»
(vers. 34) y
«Apartós de mí, Malditos» (vers. 41). El juicio es el del
gran trono
blanco de Apocalipsis.
Nuestra explicación no satisface a los dispensacionalistas,
como
tampoco la del señor Scofield nos satisface a nosotros. El
dispensacionalismo enseña que las «naciones» son los Estados
que
subsistan después que la Iglesia haya sido arrebatada en la
venida
del Señor; los «hermanos» (ya lo hemos visto en la cita de
Scofield)
son los judíos del remanente fiel, que predicarán el
Evangelio
(¡fijémonos bien!, «predicarán el Evangelio» cuando la
Iglesia ya no
estará en el mundo, después de la venida del Señor); el
destino de los
justos que vivan entonces será el milenio. Y la regia del
juicio será el
trato que hayan dado a los evangelistas judíos.
Añadir a la Palabra de Dios es algo muy grave (Apoc. 22:18).
Añadir
algo a ciertas expresiones puede resultar una alteración
sustancial
del texto. La Biblia de Scofield escribe, al comentar Mateo
25:32, que
«este juicio debe distinguirse del juicio del gran trono
blanco. Aquí no
hay resurrección; los que comparecen ante el juicio son los
miembros
de las naciones que en ese tiempo viven sobre la tierra; no
se abre
ningún libro...». Si hacemos caso de estas «explicaciones»,
tenemos
que leer, no simplemente «hermanos» (con el sentido que el
vocablo
tiene en el Nuevo Testamento), sino «hermanos judíos», y
aunque el
texto de Mateo 25:32 afirme que se trata del juicio de
«todas las
naciones», debemos leer, para seguir a Scofield, que se
trata de «las
naciones que en ese tiempo viven sobre la tierra», y no de
«todas tas
naciones». Cosa curiosa es también que, a pesar de la
insistencia de
Scofield, no hemos encontrado ni un solo versículo en que
Jesús
llamase «hermanos» a los judíos en razón de los lazos de
sangre.
Tampoco hemos leído en la Biblia de nadie que fuese «echado
en el
fuego eterno» (vers. 41) antes del juicio delante del gran
trono
blanco. El apóstol Pedro afirma claramente que la paciencia
de Dios
no se quebrará en el tiempo que media entre la catástrofe
del
«diluvio» y el juicio final con «fuego». Pero, al parecer,
el señor
Scofield sabe de excepciones que desconocía el apóstol
Pedro...
9. ¿Habrá una segunda oportunidad?
254
¿Se salvará alguien después del advenimiento del Señor?
Interrogado
a boca jarro, cualquier creyente respondería con un rotundo
¡No! No
hay una segunda oportunidad para nadie después que el Señor
vuelva. La salvación constituye una bendita oportunidad
«hoy»
(2.ª Cor.
6:2: cf. Heb. caps. 3 y 4). Cuando se produzca el
advenimiento del Señor, vendrá para «retribuir a los que no
obedecieron el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo» (2.ª
Tes. 1:8);
con lo que se supone que la oportunidad para aceptar este
Evangelio
habrá pasado. Y así como el «Día de la salvación» fue
claramente
afirmado, así también el «Día del Juicio» (Hech. 17:31: Rom.
2:5, 16;
I.ª Cor.
3:13; 2,ª Tim. 4:8; 2.ª Pea. 2:9; 3:7: 1.ª Jn. 4:17; Jud. 6).
Jesucristo explicó muchas parábolas de las que se infería
que habrá
separación de justos y de impíos en «el tiempo del fin»,
pero jamás
dio a entender que después de tal división todavía habría
una
segunda oportunidad para algunos que no se hallaban ya en la
compañía de aquellos justos. Las ilustraciones que el Señor
emplea
de la historia, de los días de Noé, del juicio de Sodoma,
etc., no
ofrecen ninguna «esperanza», ni «segunda oportunidad» de
ninguna
clase. El resto del Nuevo Testamento es elocuentemente
silencioso
acerca de «segundas posibilidades de salvación» (V. Mat.
24:36-44:
25:10-12; Lúc. 17:26-36).
Pero los dispensaciónalistas presuponen que, después que la
Iglesia
Cristiana sea arrebatada de la tierra en la venida de!
Señor, habrá un
gran periodo de salvación; la salvación de muchos judíos (de
los
judios, la llaman muchos dispensacionalistas, como si todos
los judíos
fueran a salvarse) y de un innumerable conjunto de gentiles.
Dice asi
la Biblia de Scofield en sendas notas a Romanos 11:15 y
Apocalipsis
7:14: «Durante la presente edad de la Iglesia, el remanente
lo
integran los judíos que creen en Cristo Jesús (Rom. 11:4,
5).
Pero el principal interés del remanente fiel es de carácter
profetice.
En el tiempo de la gran tribulación, un remanente de Israel
se volverá
a Jesús aceptándole en su carácter de Mesías y le servirán
como sus
testigos ante el mundo después del traslado de la Iglesia
(Apoc. 7:3-
8). Algunos de ellos sufrirán el martirio..., otros serán
preservados
para entrar en el reino milenario» (p. 1162).
«La gran tribulación será también un periodo de salvación.
Aquí se ve un gran número que Dios ha electo en la nación de
Israel
(Apoc. 7:4-8) y de quienes se dice que "han venido de
gran
tribulación" (Apoc. 7:14). juntamente con una gran
multitud de
gentiles (Apoc. 7;9). Estos no pertenecen al sacerdocio, la
Iglesia, con
la cual parecen tener una relación semejante a la de los
levitas con
los sacerdotes, bajo el pacto mosaico» (p. 1293).
255
Esta teoría no sólo es contraria a la Escritura, sino, sobre
todo, al
concepto general que de la salvación y su aplicación al ser
humano
ofrece la Biblia.
La Biblia enseña, sin ambages, que la salvación de los
gentiles,
descrita como «la plenitud de los gentiles», se realizará
plenamente
en «el tiempo de los gentiles», el cual es precisamente
ahora, no
después que haya venido el Señor (V. Rom. 11:25; Lúe.
21:24). Sólo
el Espíritu Santo es el que convence de pecado, el que
regenera, el
que sella y el que fortalece. Esta es la actividad del
Espíritu, del
Consolador, durante la ausencia de Cristo.
Dos citas bíblicas serán suficientes para refutar la teoría
de la
«segunda oportunidad», implícita en la hipótesis
dispensacional y que
se coloca entre el primer advenimiento y el segundo de la
segunda
venida.71
En primer lugar, Lucas 4:18-19 (ref. a Is. 61:1, 2). Es el
primer
mensaje que de Jesús consta en la Escritura, Los
comentaristas
señalan que el Señor cerró el Libro de Isaías justamente en
el lugar
donde comenzaba la referencia al «Día de la venganza de
nuestro
Dios», Scofield comenta asi:
«Jesus se detuvo al leer las palabras "el año agradable
del Señor" las
cuales se relacionan con la primera venida y la dispensación
de la
gracia (Gen.3:15; Hech. 1:11, (nota) y al juicio» (p. 1035).
Esta nota debería contradecir, de hecho, a toda la teoría de
Scofield,
ya que revela sólo dos «días» mutuamente antagónicos y para
propósitos divergentes; el uno, el día agradable del Señor
en la
dispensación de la gracia: el otro, el día del juicio,
después que la
gracia ha pasado ya, y entonces el presente se convierte en
tiempo
de «venganza» solamente.
Pero en la nota de Scofield un solo vocablo —«pertenece»
(«la
venganza pertenece al segundo advenimiento», que de hecho es
la
tercera venida de los dispensaciona-listas)— zanja toda la
cuestión y
reduce la solemne advertencia de Dios, por medio de sus
profetas, a
una amenaza carente de fuerza, vacia totalmente; porque para
Scofield y los dispensacionalistas, después de «la dispensación
de la
gracias, el llamado «día de la venganza» es tan sólo cuna
parte» de ia
obra de Dios; la otra «parte» es un «día de salvación» que
viene
incluido y que resulta mayor que cualquier otro de los
vividos en este
dia actual de gracia. Sí, porque en un periodo de siete años
será
salvada una multitud que nadie puede contar (ya que
Apocalipsis 7:9
no tiene que ver, según Scofield, con todos los salvados,
sino
únicamente con los «gentiles salvados durante la gran
tribulación»).
Si «el día de venganza del Dios nuestro» puede ser
transformado
hasta tal punto que alcance a decir: «Día de salvación» —y
salvación
256
para la mayor parte del mundo—, entonces las palabras no
significan
nada, y la Palabra de Dios es algo ininteligible.
En segundo lugar, cuando leemos las referencias que Scofield
nos da
de esta «salvación en el dia de la venganza» —que es el
título que
podríamos poner a esta sección de sus teorías — y examinamos
detenidamente Apocalipsis 7:9-17, nos damos cuenta de que
todos
los que son salvos lo son en los términos establecidos para
cuantos se
salvarán en «el ano agradable del Señor», es decir, durante
«la
dispensación de gracia», según el mismo Scofield denomina
este
tiempo del «año agradable» (p. 1035), ya que, efectivamente,
«han
lavado sus vestidos y los han emblanquecido en la sangre del
Cordero», Pero hay más: no son lanzados a ningún reino
milenial,
terreno, sino que son contemplados por el vidente Juan en la
gloriosa
heredad de los cielos nuevos y la tierra nueva (comp. Apoc.
7:15-17
con 21:3, 4; 22:1-5). Ellos son, de hecho, los redimidos del
Señor en el
«año agradable del Señor», es decir, el día de la gracia, el
tiempo
actual.
I. H. Salmo, en su libro Why I Left the Futurist School (Por
qué dejé la
Escuela Futurista), cita al Dr. Rowland V. Bingham, que fue
Director
de la Misión del Sudán Interior, cuando comenta el texto de
Apocalipsis 7:9-17: «solamente el esfuerzo, el prejuicio, de
querer
sostener una teoría a toda costa, ha podido inventar la idea
de que
una compañía innumerable de gentes lavadas en la sangre del
Cordero, tomadas de toda nación y venidas de la gran
tribulación, no
forman parte de la Iglesia».72
Está claro que la Biblia no enseña una «segunda
oportunidad»,
después del advenimiento de Jesús en gloria.
Notas:
70. Biblia Anotada de Scofield, p. 996.
71. Cf. Biblia Anotada de Scofield. nota a l.ª Corintios
1:7, p. 1169
72. O. c., p. 30.
LECCIÓN 48.a EL DEBATE EN TORNO AL MILENIO
1. Una advertencia previa
En esta lección vamos a servirnos del trabajo de un teólogo
americano, el Dr. John Sanderson, relevante por su
objetividad, tanto
como por su claridad.
Solamente una advertencia: aunque los dispensacionalistas
son todos
premileniales, ello no significa, ni mucho menos, que todos
los
premileniales sean dispensacionalistas. La cuestión del
milenio es
independíente de la polémica dispensación al, pues tiene su
propia
257
problemática, que arranca de los primeros siglos del
cristianismo. No
pasa lo mismo con las teorías dispensacíonales, las cuales
se
originaron en el siglo pasado, y cuya novedad no aceptarían
la
mayoría ―por no decir mas― de los premilenialistas del
pasado. El
dispensacionalismo suscita un debate propio que incide en la
Escatologia, pero también en la doctrina de la Iglesia y aun
en la ética
y la hermenéutica, como hemos mostrado en la Tercera Parte
del
presente volumen.
El debate en torno al a-/pre-/post-/milenialismo debe, pues,
separarse
ahora de la cuestión dispensacional, en aras de la
metodología y de la
claridad. Ello nos ayudará a comprender toda su compleja
problemática y, además acaso nos habrá servido igualmente
para
mejor entender el ya debatido tema de la naturaleza del
dispensacionalismo.
2. ¿Qué da a entender Hechos 1:11?
En Hechos 1:11 los ángeles dijeron que Jesús volvería «así
como le
habéis visto subir al cielo». ¿Se trata de una profecía?
Creemos que,
en efecto, es una verdadera profecía.
Preguntémonos, pues: ¿Cómo debemos interpretarla? ¿Qué
acontecimientos precederán y acompañarán la venida de
Cristo?
Desde que los ángeles pronunciaron dichas palabras los
hombres se
están haciendo preguntas parecidas.
C. H. Dodd ha propuesto recientemente la teoría de que ta
primitiva
Iglesia se halla dividida en torno al significado de las
palabras de los
ángeles. Los cristianos del primer siglo ―afirma― tenían que
enfrentarse con la turbación que les producía el hecho de
que Jesús
no regresara inmediatamente. Una parte de la Iglesia se
aferraba a la
esperanza de que el retorno de Cristo tendría lugar muy
pronto. Otro
sector ―explicaba Dodd― buscaba un cumplimiento espiritual
de la
promesa de Pentecostés, cuando el Reino de Dios vino de
manera tan
poderosa.
Creyendo que las promesas de los ángeles ya se habían
cumplido,
este segundo grupo interpretó sus palabras como símbolos de
la
experiencia cristiana en todo tiempo.
C. H. Dodd adopta él mismo este segundo punto de vista;
interpreta
las promesas del Evangelio como si se tratase de
«escatologia ya
cumplida» (realized eschatology), con lo que resta énfasis a
la
segunda venida de Cristo como acontecimiento histórico. Lo
importante para él es la manifestación del poder del Reino
de Dios, y
su presencia en todo tiempo. Esto, según la «escatología ya
cumplida», es el cumplimiento de la promesa de su venida.73
Otra interpretación de las narraciones del Nuevo Testamento
se debe
al famoso hombre de letras, artes y obras humanitarias
llamado
258
Albert Schweiízer. Según su teoría, llamada «escatologia
consistente», la vida de Jesús (así como el Evangelio que
predicó y el
que fue predicado sobre El) se desarrolló bajo la impresión
de que el
mismo Jesús tuvo que vivir en el final de los tiempos. Sus
enseñanzas,
pues, no pueden ser comprendidas a menos que tengamos en
cuenta
el punto de vista de Cristo en lo tocante a la inminencia de
su
segunda venida. Tampoco pueden seguirse sus enseñanzas a
menos
que tomemos su misma actitud moral.
De manera que hemos de pensar en el fin como en aigo
cercano;
siempre inmediato, pero nunca llegando. Si se adopta este
punto de
vista, la segunda venida se convierte en un mito, en un
simple
símbolo. El segundo advenimiento tiene un sentido profundo,
pero
sólo en un plano no histórico.74
En la actualidad, las opiniones de Dodd y Schweitzer forman
parte de
un despertar del interés por la escatología (la doctrina de
las últimas
cosas) en el ala liberal del pensamiento teológico. Estas
teorías no
han merecido la aprobación de los conservadores, los cuales
las
acusan de negar el retorno de Cristo, al privarlo de todo
significado.
Además, estas opiniones sólo pululan alli donde se ha
abandonado la
doctrina de la inspiración de la Escritura y donde se
alberga una idea
muy pobre acerca de la persona de Jesucristo.
Ahora bien, los evangélicos conservadores han experimentado
también una renovación del estudio de la escatología. Deseo
enfatizar, antes que nada, que por mucho que difieran entre
ellos por
lo que respecta a las teorías escatológicas, todos ellos
tienen una
misma común esperanza en el retorno literal de Jesucristo,
en su
plena historicidad, y asimismo se hallan todos unidos en la
defensa y
propagación de esa esperanza. Todos los cristianos
evangélicos
creemos que Jesucristo volverá a esta tierra corporalmente,
que todo
ojo le verá, y que El alterará radicalmente el curso de la
historia del
mundo. No obstante supuesta la creencia común en estas
básicas
verdades biblicas, los conservadores han tomado tres
posiciones
distíntas: premilenialismo, postmilenialismo y
amilenialismo.
3. Las tres posiciones teológicas frente al milenio
Las tres opiniones escatológicas que llevan los nombres
arriba citados
se refieren a distintas posiciones teológicas frente al
milenio, término
que procede del latín millennium y significa «mil años»
(mille = mil, y
annus = año). Se refiere a los mil años que se mencionan en
Apocalipsis 20:1-7.
Pasamos ya a exponer en un breve resumen o diagrama cada una
de
las tres posiciones antedichas:
259
A) Premilenialismo. El prefijo pre indica que se supone que
la segunda
venida de Cristo precederá a la era de los mil años conforme
al
diagrama siguiente:
Culminación final
Nuestra época culminará
en un final de progresiva
apostasia.
Orden de los acontecimientos
1. Segunda venida de Cristo en
secreto.
2. El milenio
3. Segunda (¿tercera?) venida en
público. Juicio Universal.
4. Eternidad.
B) PostmilenitiÍismo. El prefijo post indica que el segundo
advenimiento de Cristo será posterior al milenio, según este
diagrama:
Culminación final
Nuestra época culminará
en un final de progresiva
justicia y rectitud.
Orden de los acontecimientos
1. El milenio.
2. Segunda venida de Cristo
3. Juicio Universal.
4. Eternidad.
C) Amilenialismo. El prefijo a = sin, significa que no habrá
ningún
periodo de historia terrena en el que Cristo vaya a reinar
como
dirigente político. Los amilenialistas están de acuerdo con
los
premilenialistas en que nuestra época se caracteriza por una
creciente apostasia, siempre en auge hasta que la segunda
venida de
Cristo la detenga, poniendole fin. Por otra parte, los
amilenialistas
están de acuerdo con los postmilenialistas en un punto: que
el Juicio
Universal seguirá inmediatamente a la segunda venida de
Cristo:
Veámoslo en el siguiente diagrama:
Culminación final
Nuestra época culminará
en un final de progresiva
apostasia.
Orden de los acontecimientos
1. Segunda venida de Cristo.
2. Juicio Universal.
3. Eternidad.
Ahora bien, conviene guardarse del error de suponer que los
amilenialistas pretenden mediar entre los otros dos puntos
de vista,
como si buscasen su conciliación en una síntesis. Al
contrario, los
amilenialistas tienen su propio desarrollo doctrinal,
independientemente de las otras dos teorías. Algunas
cuestiones
teóricas y prácticas se hallan implicadas en todo ello.
Conviene, además, hacer algunas puntúalizaciones acerca del
trasfondo veterotestamentario que las tres escuelas
encuentran en
Apocalipsis 20.
260
4. Relación de Apocalipsis 20 con Isaías 11 y Miqueas 4
Las tres escuelas antedichas relacionan el milenio de
Apocalipsis 20
con pasajes tales como Miqueas 4 y con Isaias 11. Todos
estos
pasajes describen el mismo periodo de tiempo.
Al leer estos pasajes, los postmilenialistas creen que esa
edad de oro
se impondrá en la tierra mediante un proceso gradual, a
medida que
el Evangelio vaya conquistando el mundo y venciendo a la
incredulidad; de modo que son optimistas en cuanto al
desarrollo y
evolución de nuestros tiempos.75 Dice Loraine Boettner:
«Hoy vivimos una era que relativamente puede considerarse
como
dorada, si la comparamos con el primer siglo cristiano...
Las religiones anticristianas esperan solamente el último
golpe de
gracia de un renovado cristianismo, lleno de poder, que las
sumirá en
el olvido...»76
Por otro lado, el premilenialismo de J. Oliver Buswell por
ejemplo, no
permite tal optimismo sobre el curso de los acontecimientos.
Solamente el retorno de Cristo puede traernos el milenio:
«Si la presente actividad de la obra cristiana, por medio de
instrumentos humanos, es la que ha de ganar a todo el mundo
para
Cristo hasta que El vuelva entonces la esperanza de
triunfar, o la de
su misma venida, resulta tan remota que nuestros corazones
caerían
en la desesperación. No obstante, como creemos que El
volverá
cuando más le necesitamos, cuando la tarea será más difícil,
cuando
la oposición será mayor y que, mediante su omnipotencia,
establecerá el Reino sobre la tierra, por todo ello somos
optimistas.»77
Buswell coloca el énfasis en el cataclismo, en lugar de
confiar en el
progreso:
«Los hijos del reino y los hijos de las tinieblas crecerán
juntos, en el
mismo campo, hasta que se produzca un cataclismo de
dimensiones
cósmicas; vendrá entonces la cosecha y el retorno visible de
nuestro
Señor.»78
En este punto los amilenialistas y los premilenialistas se
hallan de
acuerdo. Comparemos, por ejemplo, la cita anterior con las
palabras
de un ilustre amilenialista, el profesor Gerhardus Vos:
«A veces, uno se encuentra con una cierta perspectiva
cristiana que
se imagina un proceso continuo de reforma y regeneración,
llevado a
cabo sobrenaturalmente, y mediante el cual llegará un
momento en
que el mundo alcanzará la perfección ideal, de manera que ya
no se
producirán más crisis... En contra de este punto de vista
hemos de
recordar siempre que la que podríamos llamar escatología
abrupta se
halla de forma inherente dentro del esquema cristiano.»79
261
En otro lugar el mismo Vos afirma:
«La idea del Anticristo en general, y la de la apostasia en
particular,
debieran ponernos en guardia... para no dar por descontado
un
proceso ininterrumpido de progreso de la causa de Cristo a
través de
las edades hasta el fin. A medida que el reino de la verdad
se
extienda, el poder del enemigo y la maldad serán reforzados
hasta el
fin. El que todas las cosas del mundo sean hechas nuevas y
justas
depende, no de una mejora gradual, sino de la irrupción
final de
Dios.»80
Pero, por otro lado, los amilenialistas y los postmilenialistas
se hallan
de acuerdo, en contra de los premilenialistas, en otro
importante
punto. El postmilenialista L. Boettner escribe:
«Los creyentes cristianos, a lo largo de los siglos, usando
la misma
Biblia, han llegado a conclusiones distintas, a pesar de
reconocer la
Escritura como máxima autoridad. Ello se debe, sobre todo en
esta
cuestión de la escatología, a los diferentes métodos de
interpretación
empleados. Los premilenialistas han dado énfasis a la
interpretación
literal y se vanaglorian de tomar las palabras de la
Escritura al pie de
la letra. Por otro lado, los post y los amilenialistas,
teniendo en cuenta
que mucho de lo que se dice, tanto en el Antiguo Testamento
como
en el Nuevo, se nos da en lenguaje figurativo o simbólico,
no ponen
objeción, en principio, contra la interpretación figurativa
y aceptan
con preferencia dicha interpretación siempre que el texto la
recomiende.»81
El premiienialista Charles L. Feinberg está de acuerdo con
este
análisis:
«Se puede demostrar que si la Iglesia primitiva era
premiienialista,
ello se debe a que interpretaban la Palabra de manera
literal,
mientras que el abandono de este punto de vista en siglos
posteriores
se debe directamente al cambio de métodos de
interpretación.»82
El amilenialista G. Vos lo dice de esta manera:
«El premílenialismo se precia de tomar el Antiguo Testamento
de
modo realista, con fe sencilla, sin preguntar si el
cumplimiento de
estas cosas es lógico o no, toda vez que la convicción
básica es que
para Dios todas las cosas son posibles. En esto último
estamos de
acuerdo, pero no lo podemos estar en el método realista de
interpretación, por cuanto a él sólo se llega mediante una
distorsión y
un abuso de los principios fundamentales de la exégesis del
Antiguo
Testamento, una perversión que luego invade inevitablemente
el
campo del Nuevo Testamento y su exégesis, olvidando que ya
el
Antiguo Testamento señala inequívocamente la
espiritualización de
muchas de las cosas que son objeto del estudio de la
escatología.»83
Parece que se presenta ante nosotros una alternativa: hemos
de
escoger entre una interpretación «literal» u otra
«figurativa». Pero,
262
¡cuidado!, no saquemos conclusiones prematuras. Sobre muchos
textos de la Biblia las tres escuelas tienen identidad de
opiniones;
muchos pasajes de la Escritura son interpretados exactamente
de la
misma manera por las tres teologías. Por ejemplo, ninguna de
ellas
duda del carácter literal, histórico, del paso del Mar rojo
o del
naufragio de Pablo en el Mediterráneo; de igual modo,
ninguna insiste
en afirmar que los árboles tienen manos, por muy literalista
que sea
(Is. 55:12), o que el rey Herodes fuese literalmente un
«zorro» (Lúc.
13:32) es decir, una bestia de esa especie animal.
El problema se plantea, sobre todo, en el terreno de los
pasajes
proféticos, pero aun aquí la elección no parece clara. Los
amilenialistas y los postmilenialistas interpretan de manera
literal
aspectos de predicciones relativas al primer advenimiento de
Cristo:
por ejemplo, el Mesías fue sepultado con los ricos (Is. 53:9).
Los
premileníalistas, por otro lado, dan un sentido figurado a
ciertos
aspectos de la primera venida: por ejemplo, no insisten en
que Isaías
40:3 sea entendido como si enseñase que Juan el Bautista
fuese a ser
un constructor de caminos, es decir, un enderezador de
calzadas en
mal estado.
En realidad, el problema se centra en ciertos temas
proféticos, en
ciertos pasajes que, en opinión de los pre-milenialistas, no
pueden ser
interpretados sino literalmente. Por ejemplo, como quiera
que
Jeremías y Ezequiel predicen un retorno de los dos reinos de
Israel y
Judá a la tierra prometida para ser gobernador por un
descendiente
de David, y dado que Isaias describe este reino como un
gobierno de
justicia y paz, los premilenialistas esperan un periodo en
la historia, y
sobre esta tierra, en que una judería convertida sirva de
nuevo al
Señor, teniendo a Jerusalén como sede principal de este
sistema
político y terreno. Alian A. Macrae escribe:
«Es absolutamente cierto que el futuro reino que Dios ha
prometido
será instituido aquí, en la tierra, en el mismo lugar de la
destrucción
acaecida por el pecado. En Miqueas y en el capitulo 2 de
Isaías vemos
que Dios ha dado la prromesa de que un dia las naciones
romperán
sus espadas y las convertirán en arados. Ni el lenguaje de
las espadas
ni el ¿e los arados pueden referirse al cielo y la
eternidad. La profecía
se refiere a un futuro, y a un futuro que tendrá
cumplimiento aquí, en
la tierra. Isaías dice además que la tierra será llena del
conocimiento
de Jehová, como las aguas cubren el mar. Pasaje tras pasaje
en el
Antiguo Testamento indica que el reino prometido al pueblo
de Dios
es algo que tendrá lugar en este mundo.»84
Algunos amilenialistas encuentran en estos temas y términos
de la
tierra, el pueblo y el rey una progresiva espiritualización
(las
simientes cuyas raices halla G. Vos incluso en el pacto
original hecho
con Abraham), de manera que en los tiempos del Nuevo
Testamento
los hombres fueron capaces de comprender que la tierra no es
tanto
un lugar como una condición, un estado espiritual; no son
verdaderos
judíos los que lo son de sangre y de raza, sino los que lo
son
263
espiritualmente, a saber, todo el pueblo de Dios. Y el reino
de Cristo
no va a ser ningún futuro gobierno político, sino un reino
presente,
que desde el cielo dicta sus órdenes, por la Palabra y el
Espíritu, al
pueblo obediente, es decir, al pueblo de Dios, la Iglesia.
Otros
amilenialistas insisten en que las promesas que habían
recibido
tendrían un cumplimiento espiritual, no un cumplimiento
literal, aun
cuando por «espiritual» seguimos entendiendo «real», si bien
de otra
naturaleza que lo meramente terreno.
Los amilenialistas hallan aquí el apoyo de los
postmilenialístas. Así,
por ejemplo, Boettner afirma: «El Reino de Cristo en este
mundo no
es político o económico, sino espiritual y ya ahora presente
en los
corazones de su pueblo, hecho manifiesto de manera externa
por la
Iglesia.»
Pero en otros puntos el mismo autor se halla del lado de los
premilenialistas:
«La posición
amilenialista ―dice― deja todo un continente de
profecías sin explicar, algunas de las cuales resultan
ininteligibles.»85
Esto indica que Boettner cree en un proceso que va desde la
espiritualización del amilenialista, por lo que se refiere a
las
condiciones actuales, hasta el literalismo de los
premilenialistas en
relación con las condiciones futuras.
5. ¿Que posición hemos de tomar acerca de este tema?
Al llegar a este punto se impone la pregunta: ¿Qué posición
tomaremos en medio de estas opiniones dispares? Con
demasiada
frecuencia, por desgracia, reina un espíritu sectario,
partidista, que
apenas da al adversario la oportunidad de explicarse
objetivamente.
El distinguido médico Dr. Howard A. Kelly, comentando un
epigrama
de Séneca que reza asi:
«Escucha (también) al otro» (Kelly añadió el «también»),
dijo: «Se
puede dar el caso de haber juzgado correctamente una
cuestión, pero
de haberlo hecho al mismo tiempo injustamente.
Nuestro juicio sólo será justo cuando hayamos oído también
al otro, al
que sustenta otras opiniones.» Ciertamente, el consejo del
Dr. Kelly
es más necesario que nunca en este debate sobre la
escatología
bíblica.
Pero la gente suele volver la espalda disgustada, y hasta
ridiculiza el
estudio de la escatología. Prefiere vivir su vida cristiana
ignorando
este asunto. Sin embargo, teniendo en cuenta la amplitud que
el
tema escatológico recibe en la Biblia, tanto en el Antiguo
Testamento
como en el Nuevo, dicha actitud equivale a conformarse con
una
dieta casi de hambre.
264
La cuestión importante está planteada del modo siguiente: La
Biblia
afirma que Cristo va a volver. Los buenos cristianos,
creyendo con
todo su corazón que Jesús viene, difieren sobre algunos
detalles. Pero
también disentimos sobre los detalles de algunas otras
doctrinas. La
actitud correcta no está ni en el arrogante desprecio que se
niega a
escuchar a los demás, ni tampoco en el abandono del estudio
de esta
cuestión. Nadie lo sabe todo sobre la Biblia, Y conocerá más
de ella el
que más escuche a otros y quiera ser ayudado por las
opiniones
ajenas. Incluso dentro del desacuerdo la verdad puede surgir
a flote.
La presente discusión entre los cristianos evangélicos
(conservadores) no ha alcanzado el punto final y decisivo.
La literatura sobre el tema aumenta cada año86 Para este
breve
estudio del tema he seleccionado, sólo a rasgos generales,
las varias
posturas, sin entrar en una variedad de nimiedades. Desde
luego,
para la mejor comprensión del tema se requiere mucha más
investigación y tratar de concretar y profundizar ciertos
aspectos y
definiciones de cada una de las tres escuelas. Y esta
reflexión servirá
para aumentar nuestro amor por el Salvador, y nuestra
expectación
de su venida, al mismo tiempo que noa animará a servirle con
mayor
diligencia hasta que vuelva,
Notas:
73. Véase
C. H. Dodd, The Apostolic Preaching and its developments
(London,
1963).
74. Véase
A. Schweitzer, The Quest for the Historical Jesús (London,
1920).
75. Véase
Loraine Boettner, The Millennium (Phiadelphia. 1958),
76. O. c.,
pp. 33, 43.
77. J. O.
Buswell, Jr., Unfulfilled Prophecies (Grand Rapids. 1937), pp.
36, 37.
78. O. c.,
p. 25
79. G. Vos.
Biblical Theology (Grand Rapids, 1954). p. 405.
80. Id. en
The Pauline Eschatology (Grand Rapids. 1952). pp. 134.
81. O. c., p. 82.
82. C. E, Feinberg. Premillennialism or Amillennialism? (Ohio. 1954).
p. 28.
83. G. Vos,
The Pauline Eschatology, p. 227.
84. A. A.
Macrae. The Millennial Kingdom of Christ (New Jersey, 1937).
85. O. c., pp. 17, 119.
86. Véase Bibliografía
LECCIÓN 49.ª LOS ÚLTIMOS TIEMPOS
1. «Los postreros días»
265
«DÍos, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en
otro
tiempo a loa padres por los profetas, en estos postreros
días nos ha
hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo»
(Heb. 1:1-
2). ¿Qué significa la expresión «postreros días»? Algo muy
distinto de
lo que la mayoría de los cristianos suponen hoy. El término
es
empleado a menudo por los autores del Nuevo Testamento
(Hech.
2:17; Heb. 9:26; 1.ª Pcd. 1:20) para señalar el tiempo que
comenzó
con la venida de Jesucristo al mundo:
«Cristo.... cordero sin mancha y sin contaminarcion, ya
destinado
desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en
los
postreros tiempo por amor de vosotros...» (1ª Ped. 1:19,
20).
«Ahora, en la consumación de los siglos, se presentó
(Cristo) una vez
para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en
medio el
pecado» (Heb.
9:26).
En estos —y en otros parecidos— textos es toda la época que
cubre
desde la primera hasta la segunda venida de Cristo la que se
considera como «los postreros dias», «la consumación de los
siglos»,
«el cumplimiento del tiempo». «Los fines de los siglos»,
etc. Los
últimos tiempos, biblicamente hablando, son los nuestros
desde la
encarnación del Hijo de Dios. Con su venida, Jesucristo ha
inaugurado
el Periodo final de la historia del mundo y de la humanidad;
periodo
que puede durar, no obstante, varios miles de años.
Al comentar las palabras del apóstol Juan: «Hijitos, ya es
el último
tiempo» (1.ª Jn. 2:18), señala J. M. Ghyseis: «No es materia
discutible
la enseñanza apostólica de que, de acuerdo con la Escritura,
la
ascensión de Cristo y la venida de! Espíritu Santo en
plenitud
constituyen la apertura del último período de la historia.
El final ha
comenzado. Este presente período en el que vivimos es el
último en
el programa divino.» Y si este presente periodo es el
último, nada
queda sino el estado eterno, los cielos nuevos y la tierra
nueva con
que se cerrará definitivamente «el último día» que ahora
vivimos, y
se inaugurará la bienaventuranza eterna de los escogidos.
2. Ciudadanos de los cielos
Cristo ha ascendido ya a los cielos, a la diestra del Padre;
y sus
redimidos, al estar vitalmente unidos a El por la fe, se
hallan donde su
Salvador se encuentra; de ahí las expresiones
novotestamentarias en
el sentido de que estamos sentados en lugares celestiales, y
de que
nuestra ciudadanía está en los cielos (Ef. 1:3; 2:6; Fil.
3:20; Col. 3:1-
3). El mundo celestial y la esfera terrena son ahora estados
paralelos,
hasta cierto punto. El creyente pertenece a ambos a la vez. Como
advierte el Dr. Vos, el cristiano tiene tan sólo sus
miembros en esta
tierra, los cuales deben ser mortificados; pero él mismo, en
lo más
intimo de su ser, anhela elevarse hasta su Señor. El
cristiano sabe
266
que todo él pertenece a la altura de !os lugares
celestiales. Esto no
significa una disminución de su anhelo para que Cristo venga
pronto.
«En realidad —explica el doctor Vos—, toda esta
representación del
estado del cristiano como centrado y potencialmente anclado
en el
cielo no es la abrogación —sino la más intensa y práctica
afirmación—
del interés del creyente por [a suerte del mundo.» Todo
cristiano es
ya, en potencia, un habitante de los cielos. Su dimensión
espiritual
aguarda la plena entrada en la casa del Padre en el momento
de su
muerte; y en la segunda venida del Señor, no sólo su alma
sino
también su cuerpo heredarán el orden eterno del definitivo
Reino de
Dios, quedando completa para entonces la redención.
3. Las dos edades
Según Pablo, Cristo se halla entronizado «sobre todo
principado y
autoridad, y poder y señorío, y sobre todo nombre que se
nombra, no
sólo en este siglo (literalmente: "en esta edad"),
sino también en el
venidero (lit.: "en la venidera edad")» (Ef.
1:21).
Mediante estas expresiones —«este siglo (o edad)» y «el
venidero
siglo (o la venidera edad)»— el apóstol resume todo el
tiempo,
presente y futuro. Y afirma que este tiempo (aioni tuto),
esta edad, se
halla bajo el señorío de Cristo. El mismo Señor usó lenguaje
similar:
prometió a sus leales seguidores: «De cierto os digo que no
hay nadie
que haya y dejado casa, o padres, o hermanos, o mujer, o
hijos, por el
reino de Dios, que no haya de recibir mucho más en este
tiempo (esta
edad), y en el siglo venidero (o la edad venidera) la vida
eterna» (Lúc.
18:29-30). Es evidente que bajo las expresiones «en este
tiempo» y
«en el siglo venidero» el Señor incluye el presente y el
futuro.
También en Lucas (20:34-36) leemos: «Los hijos de este siglo
(lit.:edad) se casan y se dan en casamiento; mas los que
fueren
tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo (edad) y la
resurrección de
entre los muertos, ni se casan ni se dan en casamiento.
Porque no
pueden ya más morir, pues son iguales a los ángeles, y son
hijos de
Dios, al ser hijos de la resurrección.» De nuevo vemos toda
la
extensión que podemos imaginar agrupada bajo dos
expresiones:
teste siglo» y «aquel siglo»; pero también aqui la línea
divisoria entre
las dos edades es la misma: la resurrección de los muertos,
acontecimiento que toda escuela interpretativa admite que
tendrá
lugar en la segunda venida del Señor. Para los
dispensacionalistas —y
aqui también para los premileniales— el esquema de las
edades
futuras no el doble, sino triple: 1) este siglo, la presente
edad: 2) el
milenio, y 3) el estado eterno, «aquel siglo», «el siglo
venidero». Para
la exégesis amilenial sólo hay dos estados: 1) «este siglo»,
y 2) «el
siglo venidero», o lo que es lo mismo: «estos postreros»,
últimos,
días, inaugurados con la venida de Cristo al mundo, y, al
final, la
eternidad, que comienza con la resurrección y el juicio,
precedidos de
la segunda venida de Cristo, personal, audible y
visiblemente.
Todas las escuelas de interpretación profética concuerdan en
reconocer esta presente época como un período de maldad
(Gal. 1:4),
267
y salvo, tal vez, los escasos adherentes al postmilenialismo
(y aun
éstos con matices y puntualizacionea), ningún cristiano
espera que
todo el mundo sea convertido completamente dentro de esta
edad,
«este presente siglo malo».
LECCIÓN 50.a «SHEOL», «HADES» Y «GEHENNA»
1. El verdadero significado de «Sbeol» (y «Hades»)
Por mucho que los «Testigos de Jehová» digan y repitan una y
otra
vez que el significado del vocablo hebreo Sheól —y su
correspondiente griego Hades— no significan más que «tumba»
y
que, por consiguiente, cuando el hombre muere deja
totalmente de
existir, el hecho es que hay un buen número de textos
bíblicos que no
parecen favorecer a este punto de vista.
En el Hades, el difunto de la parábola del Señor poseía
todavía cierta
consciencia y conocimiento (Lúc. 16:23); atormentado en
aquel lugar
—asegura Jesús—, alzó sus ojos y vio de lejos a Abraham y a
Lázaro
en el seno de Dios.
El apóstol Pablo anhelaba morir para ir al encuentro de
Cristo (2.ª Cor.
5:110; Fil. 1:22, 23). En Romanos 8:38 se afirma que la
muerte fisica
no nos puede separar de Cristo, Señor de vivos y muertos
(Rom.
14:9). Ya sea aquí o en el más allá, vivimos siempre
juntamente con
El (Rom. 14:8; 1.ª Tes. 5:10). A pesar de que este estado
intermedio
—entre la muerte y la resurrección— es descrito como una
especie de
«desnudez» (2.ª Cor. 5;1 y ss.), representa ya, no obstante,
el goce
pleno de la presencia de Dios.
El estado intermedio —de consciencia, conocimiento y
comunión con
Cristo— implica una cierta tensión escato-lógica que queda
reflejada
en las imágenes empleadas por Juan al escribir el
Apocalipsis.1
¿Cómo, pues, armonizar todo esto con el significado de los
vocablos
Sheol y Hades?
Simplemente, estudiando en la Biblia cuál sea el verdadero
sentido de
estas palabras.
Para empezar, digamos que et hebreo dispone de üos palabras
bien
diferenciadas para describir, la una, el sepulcro, el lugar
de los
muertos, y la otra el estado, o condición, de los difuntos:
QUEBER equivale a sepulcro; es un sitio, un lugar
determinado.
SHEOL indica el estado de las almas sin cuerpo; es una
condición y no
un lugar.
268
El vocablo QUEBER aparece 66 veces en el Antiguo Testamento.
Y se
traduce por sepulcro 51 veces y por sepultura 15, en
nuestras
versiones. La palabra SHEOL desgraciadamente, no está tan
bien
traducida en la versión Reina-Valera y en otras ediciones
castellanas
de la Biblia.
En la Reina-Valera se traduce SHEOL de la siguiente manera:
11 veces Infierno,
4 profundo,
3 abismo,
2 fosa,
2 osario,
31 sepulcro y
12 sepultura, con un total de 65 errores de traducción.
¿Como es eso? ¿Por qué tan distinta y variada versión de una
sola y
misma palabra? Esto se debe a la dificultad de los
occidentales en
captar la mentalidad hebrea y su dinamismo idiomático; la
expresión
de dicha lengua no es estática en modo alguno en estos
vocablos y
conceptos clave.
El verdadero sentido de SHEOL, como veremos inmediatamente,
es el
reino de la muerte (Sal. 18:5; 2.ª Sam. 22:5, 6). A veces,
como en Job
17, la muerte es personificada, pero no se trata más que de
una
licencia poética-estilística. Incluso cuando se habla de
«las puertas
del sheol» la Biblia no concibe éste como una «ciudad» a la
manera
de los babilonios, como un lugar determinado, sino todo lo
contrario.
Tanto el New Bible Dictionary como el Diccionario de la
Biblia de
Herder sostienen que Sheol no es un lugar, sino una
condición o
estado de los muertos. Y lo mismo afirma Martín Achard en su
importante obra De la muerte a la resurrección, después de
un
análisis muy completo sobre el tema.2
Traducir «Sepultura» por Sheol es lo mismo que traducir
«Manicomios» por «Locura», o «Sanatorio» en vez de
«Enfermedad».
2. Lo que no es el «Sheol»
Si comparamos el Sheol con el Queber, nos daremos cuenta
inmediatamente de la interpretación que no podemos dar al
término
en cuestión.
A) QUEBER aparece en plural 27 veces de las 66 en que se
emplea.
Pero SHEOL nunca se usa en plural. No tendría sentido. El
enterramiento de 500 cuerpos en un cementerio supone muchos
sepulcros (plurai), pero la entrada de 500 espíritus en el
reino de la
muerte no exige plural. Todos van igualmente al estado, o
condición,
de los muertos.
269
B) QUEBER es algo exclusivo del individuo; por supuesto, y
así se
emplea. Pero SHEOL no aparece con esta exclusividad
individual, sino
como la condición general de las almas desencarnadas. He
aqui
algunos ejemplos:
Gen. 50:5: «mi sepulcro»,
2.ª Sam. 3:32: «sepulcro de Abner»,
1.ª Rey. 13:30: «su sepulcro»
2.ª Crón. 34;28: «sus sepulcros»,
Jer. 8:1; «sus sepulcros».
En todos estos ejemplos el vocablo empleado es QUEBER
La versión Reina-Valera traduce el término Sheol por
sepultura o
sepulcro 43 veces, erróneamente; pero aun asi en cada caso,
sin
excepción, vierte el sepulcro, jamás mi sepulcro o su
sepulcro. «Mi
Sheol» o «su Sheol» serian expresiones sin sentido. Pero si Sheol
significara «sepultura»—localidad—, admitiría estas
variantes
personales.
C) QUEBER indica posición geográfica. Sheol nunca hace
referencia a
tal cosa. Un estado, una condición —como es el Sheol— no
tiene
geografía especifica. Ejemplos: Gen. 50:13; Ex. 14:11; 2.ª
Sam. 21:14;
Neh. 2:5; Ez. 39:11.
D) QUERER suele hacer alusión al hecho de que el cuerpo
entra en él,
sirviéndole de morada (1.ª Rey. 13:30: 2.ª Rey, 13:21: Sal.
88:5: Jer.
26:23).
E) QUEBER tiene relación con posesiones y propiedades de
este
mundo; «heredad de sepultura» (queber) = Gen. 23:4;
«posesión de
sepultura» = Gen. 23:9, 20. Este sentido de propiedad no se
aplica
jamás a Sfieoi, porque un estado no es una propiedad
material.
F) El QUEBER hay que hacerlo, cavando en la tierra (Gen. 50:5;
Nah.
1:14), pero nunca se dice del Sheol que tenga que ser hecho
por el
hombre. Cavar el Sheol sería una expresión sin sentido para
el idioma
hebreo.
3. Lo que sí es el «Sheol»
A') El SHEOL se relaciona con el dolor y la pena, Algunos
ejemplos;
Deut. 32:33 («profundo»), 2.ª Sam. 22:6 («infierno»), Sal.
116:3
(«sepulcro», erróneamente), Jon. 2:3 («sepulcro»,
erróneamente).
QUEBER no tiene nunca esta connotación; porque en el
sepulcro el
cuerpo no tiene vida; no es consciente, por lo tanto, a
diferencia del
Sheol, donde se da cierta consciencia.
270
En el Sheol si es posible experimentar dolor y angustia, con
lo que
queda sin valor la idea russellista que tanto le gusta a las
masas. La
verdad es que un cuerpo muerto o destruido no podría
experimentar
angustia.
B') El SHEOL se relaciona con la dimensión espiritual de
nuestra vida
(Sal. 16:10: 86:13).
El QUEBER no tiene que ver con el alma, o el espíritu, sino
solamente
con el cuerpo. Esto hace toda la diferencia.
C') A pesar de usarse alguna vez con connotación de
descender,
bajar, SHEOL no significa tanto un descendimiento literal,
físico,
cuanto un reconocimiento del juicio de Dios expresado
metafóricamente. En el idioma hebreo, como en otras lenguas,
las
cosas espirituales suelen expresarse con las ideas de
«arriba»,
«subir», etc., mientras que sus contrarias se expresan con
las
imágenes opuestas: «abajo», «descender», etc. He aquí
algunos
ejemplos:
a) «Yo tengo de descender a mi hijo enlutado hasta el Sheol»
(Gen.
37:35). Idea que se expresa también en otros muchos pasajes.
Aquí,
Jacob cree que José ha sido despedazado por las fieras y no
abriga ya
la menor esperanza de que su propio cuerpo, cuando fallezca,
sea
colocado en el mismo sepulcro de su hijo, ya que éste se
supone
despedazado por los animales salvajes, y totalmente perdidos
sus
restos. No obstante, por encima de las contingencias que
puedan
haber afectado a los cuerpos, el patriarca sabe que irá a
unirse con su
hijo en el Sheol. ¿Qué respuesta tienen los «Testigos de
Jehová» para
esto?
b) «Mañana seréis conmigo tú y tus hijos» (1.° Sam. f
28:19). Son
palabras de Samuel a Saúl. ¿En dónde tenían que encontrarse
ambos
al dia siguiente? ¿En el sepulcro?
¡Totalmente imposible! Los guerreros muertos en el campo de
batalla
no eran enterrados el mismo dia, si es que eran enterrados.
El cuerpo
de Saúl no fue hallado por los filisteos sino hasta un dia
después de
su muerte, o sea: dos días después de su «entrevista», o
visión, con
Samuel. Le cortaron la cabeza, que fue exhibida en las
ciudades filisleas, y el cuerpo fue colgado en un muro de Betsan. Transcurrió,
pues, cierto tiempo antes que los de Jabes de Galaad
obtuvieran los
cuerpos de Saúl y de sus hijos y los quemaran en Jabes.
Samuel habia sido enterrado en Sama, y Saul y sus hijos en
Jabes de
Galaad. Está claro, por consiguiente que las palabras de
Samuel en
1.ª Samuel 28:18 no pueden significar el sepuicro.
En cambio, sí indican que el espíritu sobrevive al cuerpo y
pasa a un
estado o condición que la Biblia denomina SHEOL.
271
4. ¿Cómo traduce «Sheol» la versión de los Setenta?
De las 65 veces en que aparece, los Setenta traducen al
griego por
HADES en todas las ocasiones menos en cuatro, que vierten
así: 2 por
THANATOS: «muerte», y las otras 2 sin equivalente, con una
mera
frase de relleno del texto. Ni una sola vez traducen como
SEPULCRO.
Si el sentido de tumba o sepultura fuese tan obvio como
parecen
sostener los «Testigos», ¿cómo se explica que judíos que
hablaban
griego en Alejandría, varios siglos antes de Cristo, no
acertaran a
traducir sepulcro? ¿No será simplemente porque no es éste su
significado?
5. ¿Y en el Nuevo Testamento?
En el Nuevo Testamento existe un paralelo entre HADES y
MNEMEION
por una parte, correspondiente a SHEOL y QUEBER por otra,
respectivamente:
HADES = SHEOL,
MNEMEION = QUEBER.
Mnemeion aparece en plural, en el Nuevo Testamento, diez
veces.
Hades no aparece nunca en plural. Mnemeion también tiene que
ver
con propiedades de un individuo, pero Hades, jamás. El
paralelismo
entre los términos hebreo y griego es elocuente.
MNEMEION es el «sepulcro nuevo» (propiedad de José de
Arímatea)
en Mateo 27:60. El vocablo aparece también en Mateo 6:29
(«le
pusieron en un sepulcro»), en Lucas 11:47 (dos sepulcros de
los
profetas»), etc.
MNEMEION tiene posición geográfica (Mat. 27:35: Jo. 19:41).
Pero
HADES, al igual que SHEOL, no la tiene.
MNEMEION se relaciona con la entrada del cadáver dentro de
la
cavidad que ofrece (Lúc. 23:55). No así HADES.
MNEMEION, al igual que QUEBER, debe ser cavado: es una
realización
del hombre (Mat. 27:60); pero jamás ocurre esto con HADES.
En 1.ª Corintios 15:55 leemos: «¿Dónde está oh muerte
(thanatos) tu
aguijón? ¿Dónde, oh HADES, tu victoria?» Según las reglas de
la
poesía hebrea, el paralelismo indica que el significado de
un miembro
de la frase es sinónimo del que sigue. Aquí, Hades (como
Sheol en el
Antiguo Testamento) amplía el significado de Thánatos
(muerte). La
idea entraña un desafío al imperio de la muerte, al ámbito o
morada
donde sólo reinaba la muerte.
En Lucas 16:22 y ss. Jesús habla del seno de Abraham, un
estado
dentro del Hades —Sheol— que es para los justos, a
diferencia de otro
272
que, en la misma situación de muerte y tinieblas, es de
condenación
para los impios.
Jesús, pues, enseña que el HADES es para los creyentes una
condición de bienaventuranza y para tos inconver-sos una
condicián
de tormento.
6. ¿Y la «Gehenna»? ¿Qné es la «Gehenna»?
Gehenna es una palabra griega del Nuevo Testamento cuya
equivalencia no encontramos en el Antiguo.
En la Biblia Reina-Valera se traduce por infierno 6 veces,
por infierno
de fuego 2 veces, y Gehenna literalmente 4 veces.
Creemos que la mejor traducción es infierno y no sepulcro.
La Gehenna, a diferencia del Hades, no es una condición,
sino un
sitio. Pero es un lugar muy especial, dado que no tiene tanto
connotaciones geográficas como espirituales.
La Gehenna, además, es un lugar eterno. Esto se desprende de
muchos textos del Nuevo Testamento, sin lugar a dudas (Mat.
10:28;
Mar. 9:43, 44). Es un lugar eterno y afecto sobre todo al
alma, sin
excluir al cuerpo.
Se ha dicho que el Hades es igual a la condición del preso
que espera
su proceso y experimenta la angustia del mismo por
anticipado. La
Gehenna, por el contrario es como la prisión a la que es
arrojado el
criminal después del proceso, cuando ha sido hallado y
sentenciado
culpable.
Así como el sepulcro (QUEBER, MNEMEION) es la localidad para
el
cuerpo muerto, la Gehenna es la localidad para cuerpo y alma
—para
la personalidad total, psicosomática— de los perdidos. Es el
destino
eterno de los condenados después del juicio.
El vocablo GEHENNA tenía una larga historia cuando lo empicó
Jesús.
GEHENNA hace alusión a Gehinnón, que quería decir «Valle de
Hinnon», o sea, «Valle de los gemidos de los niños». Era un
barranco
estrecho y profundo al oriente de Jerusalén, en el que los
reyes impíos
idólatras, Acaz y Manases, habían sacrificado a sus hijos
primogénitos
(2.ª Crón. 28:3: 23:10 y 33:6). Allí había sido colocada la
imagen del
dios Moloc con apariencia de figura humana, si bien con
cabeza de
buey, el animal que simbolizaba la fertilidad en los pueblos
del
Cercano Oriente. Fue el piadoso rey Josias quien acabó con
estas
monstruosas prácticas y convirtió el lugar en estercolero de
la ciudad.
Desde entonces aquel valle quedó asociado a la basura, como
recuerdo perenne de los horrores de que fue testigo en el
pasado
idolátrico de la nación.
273
Fácilmente un recuerdo tan espantoso se identificó con
infierno. Y,
así, GEHENNA llegó a ser sinónimo de infierno. Es con este
significado
como emplea Jesús dicho vocablo en los Evangelios (Mat.
5:29: 18:9).
Como sinónimo de Gehenna podemos considerar la expresión «EL
LAGO DE FUEGO». Se utiliza 5 veces en el Apocalipsis.
Ejemplo claro
es Apocalipsis 20:14, donde leemos: «El hades y la muerte
("thánatos") fueron lanzados al lago de fuego.»
La muerte (la condición de los cuerpos en su estado de
separación de
sus almas respectivas) y el hades (la condición de las almas
en el
estado de separación de sus respectivos cuerpos) fueron
arrojados en
las personas de los muertos impíos, resucitados para el
juicio final, al
«lago de fuego».
Es como si dijésemos que los muertos cuyos cuerpos habían
llenado
los sepulcros fueron resucitados. Y sus almas, que habían
estado en
la condición de hades, fueron reunidas a sus cuerpos como
parte del
proceso. Como individuos resucitados, representan lo que
habían sido
la muerte y el hades, y, como tales, pecadores que habían
muerto sin
arrepentimiento y. por lo tanto, merecen el lago de fuego,
idéntico a
la gehenna.
Cuando esto ocurra ya no habrá cuerpos en condición de
muertos, ni
almas en condición de hades, sino que ambos serán arrojados
al
«lago de fuego? De esta manera son eliminadas las
condiciones
introducidas en el Universo de Dios por el pecado, con lo
que se
ejecuta el acto que mejor expresa el juicio divino.
Tal es la interpretación de los textos bíblicos; tal es el
sentido de
estos vocablos hebreos y griegos que los «Testigos» manejan
sin
saber a ciencia cierta cuál es su significado verdadero.
Guste o no la doctrina que se desprende de este estudio de
los
vocablos originales, es, sin embargo, lo que enseñó Jesús.
¿Nos
atendremos a El o iremos en pos de fantasías y quimeras
sectarias?
Notas:
1. Véase 1.ª Parte: «Escatología general».
2. Páginas 56 y ss.
LECCIÓN 51.a LA NUEVA JERUSALÉN
1. La ultima meta del creyente
Cada reformador social abriga su propia utopia. La historia
guarda en
sus archivos muchos sueños utópicos acerca de la posibilidad
de
crear alguna vez en este mundo una sociedad perfecta, justa
y bella.
Pero no son sino sueños archivados, nostalgias de anhelos
frustrados.
274
Tenía que ser asi, porque una humanidad pecadora no puede
crear
una sociedad impecable.
Dios, sin embargo, ha ideado una meta para la humanidad que
no
queda en sueños o fantasías, en proyecto impotente. Es la ciudad
con
fundamento, la única que los tiene auténticos y valiosos
(Heb. 11:10,
16), la nueva Jerusalén (Apoc. 21), a la que irán a morar
todos los
redimidos de Cristo, el pueblo nuevo que El ha comprado con
su
sangre. En el libro del Apocalipsis leemos acerca de
aquellos «cuyos
nombres están escritos en el libro de la vida del Cordero»
(Apoc.
21:27). Pablo, al escribir a los cristianos de Filipos, les
recuerda que
«nuestra ciudadanía está en los cielos» (Fil. 3:20), en la
santa ciudad,
la Jerusalén celestial, o como alguien ha traducido: «Somos
una
colonia del cielo en la tierra.»
En tanto que estamos en este mundo, somos una comunidad de
emigrados en lejanas tierras, distantes de la patria. Y
mientras somos
como extranjeros aquí, no lo somos para la nueva Jerusalén
(Ef. 2:19
y ss.), a donde esperamos ir cuando el Señor nos llame. La
verdadera
morada del creyente es la Ciudad de Dios; en este mundo
somos
peregrinos. No porque hayamos de despreciar al mundo, a la
manera
de los gnósticos, sino todo lo contrarío.
Con todo, el creyente no puede sino desear los nuevos cielos
y la
nueva tierra en donde morará la justicia y se cumplirá
perfectamente
la voluntad de Dios. No es cuestión de cielo o tierra, de
espíritu o
materia (categorías helénicas, como vimos en la primera
parte de
nuestro libro), sino de buscar la comunión perfecta con Dios
y el
ámbito aquel en donde su voluntad es norma jamás infringida.
2. Descripción de la sania ciudad
La Ciudad de Dios no se modela a la manera de las fe
ciudades de los
hombres. Se la llama Sion, o nueva Jerusalen, o la santa
ciudad,
tomando como título típico el de aquella capital que David
conquistó
y convirtió en cabeza de su Reino (Heb. 12:22; Apoc. 21:2).
A lo largo
del periodo de los reinos de Judá y de Israel, durante el
reino unido o
tras la separación de los reinos, cuando la cautividad y al
regreso de
Babilonia, siempre fue Jerusalén el centro no sólo de la
vida nacional,
sino del fervor y de las esperanzas mesiánicas que giraban
en torno
al prometido Hijo de David. El centro supremo de la
espiritualidad
israelita se hallaba en Sion (,cf. Sal. 137:4-6).
Aquella devoción de los antiguos judíos piadosos por todo lo
que
Jerusalén representaba (no la moderna superstición, que
parece
buscar bendición mecánica en el simple contacto de las manos
y la
cabeza con las piedras que quedan de las murallas del templo
derribado el año 70), es el modelo de nuestra devoción y
anhelo por
la Jerusalén celestial. «Porque no tenemosaquí ciudad
permanente,
275
sino que buscamos la por venir» (Heb. 13:14). Lo imperfecto
e injusto
de todos los sistemas sociales, políticos, culturales, etc.,
que el
mundo ha conocido —y los que conocerá todavía, si el Señor
no
vuelve antes— obligan al cristiano a perder su confianza en
ellos
como modelo del estado final de felicidad al que Dios tiene
destinado
al género humano.
Solo el gobierno de Cristo puede asegurar la estabilidad
duradera, la
justicia constante y la creatividad gozosa que el hombre —y
la
sociedad— ahogan sincesar, de frustración en frustración, de
fracaso
en fracaso.
Nada inferior a los designios de Dios podria satisfacer a
quienes
hemos sido hechos a su semejanza. Sólo el Reino de Dios es
concepto
absoluto para el cristiano.
La descripción de la santa ciudad que nos ofrece Apocalipsis
se basa
en la Jerusalén terrenal. Esto conviene a su estilo
simbólico, adecuado
para describir realidades que de ninguna manera podemos
entender
por anticipado. Tenía razón Bernard Ramm cuando escribía que
existen dos periodos bíblicos difícilmente comprensibles para
el
hombre: los días de Adán antes de la caída, y la eternidad
en la nueva
Jerusalén. Son épocas imposibles de imaginar por nosotros,
porque
nadie ha vivido jamás experiencias parecidas, aunque fuese
remotamente, a lo que supone vivir sin haber pecado antes,
como
Adán, o en un estado glorificado y eterno, superadas tas
limitaciones
de tiempo, espacio y pecado. Toda lectura que se haga del
Apocalipsis debe tener en cuenta esto.
El Señor ha preparado un reposo para su pueblo en la ciudad
del Dios
vivo, la Jerusalén celestial, en donde una innumerable
compañía de
ángeles y la iglesia de los primogénitos que están escritos
en los
cielos gozan ininterrumpidamente de la presencia del Señor,
Juez de
todos y Salvador de los bienaventurados, hechos ya perfectos
(Heb,
12:22).
De acuerdo con el estilo apocalíptico, arriba mencionado, la
Biblia
describe la nueva Jerusalén como una ciudad oriental, llena
de
edificios que brillan como perlas. Y la riqueza, la belleza
y la
prosperidad son descritas en términos de piedras preciosas u
oro y
demás metales de valor. Y así como las murallas estucadas en
blanco
de la ciudad terrena ofrecían desde lejos al viajante su
brillo al
reverbero del sol del mediodía, así también las
deslumbrantes
construcciones de la nueva Jerusalén la hacen una urbe
atractiva,
fuente de luz para todas las naciones.
La descripción de Apocalipsis utiliza expresiones negativas
y
positivas. Se distingue por lo que posee y por aquello de
que carece.
Su principal, y obvia, característica es la gloria de Dios que
todo lo
llena (Apoc. 21:11, 23) y todo lo sustenta. Simboliza,
además, la
276
divina presencia en medio de los seres humanos. A Dios se le
representa siempre como una luz refulgente, incandescente.
Como
cuando apareció a Moisés en la zarza que ardía y no se
consumía (Ex.
3:2). La nube de fuego que descendía sobre el tabernáculo
(Ex.
40:34), y más tarde sobre el templo de Salomón (2.ª .Crón.
7:1),
indicaba que Dios había condescendido a morar con su pueblo
de una
manera singularmente íntima y nueva. La Ciudad de Dios
parece
aproximarnos más la cercania y la presencia divinas (valga
la
redundancia), siempre reales para el creyente, pero que L en
la nueva
Jerusalén uno diría que han sido potenciadas:
«He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará
con
ellos: y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con
ellos como su
Dios» (Apoc. 21:3).
La gran ciudad santa de Jerusalén (Apoc. 21:10) tiene doce
puertas
con doce nombres inscritos, que corresponden a los de las
doce tribus
de Israel. Ofrecen acceso universal a todos los pueblos y
razas y
hablan elocuentemente de la universalidad o catolicidad de
la
revelación del Antiguo Testamento, dada para ser luz y
bendición a
todas las familias de la tierra. Las misericordias de Dios
no son
exclusivamente para una sola clase, o nación, o raza, o
época.
Todos los creyentes son bienvenidos e invitados a pasar por
las doce
puertas, al amparo de las realidades veterotestamentarias,
vindicadas eternamente en la ciudad de Dios.
Los doce ángeles a las puertas (Apoc. 21:12) son los
guardianes.
Excluyen a los que no han sido lavados con la sangre del
Cordero, y
dan la bienvenida a los justificados con dicha preciosa
sangre. ¡Qué
contraste con el querubín del Edén, puesto allí con espada
flameante
para cerrar el paso al árbol de la vida!
Los doce fundamentos tienen sobre ellos los nombres de los
doce
apóstoles (21:14), los testigos definitivos de la verdad y
la salvación
de Dios (Ef. 2:20-21) asentados sobre ellos, quienes a su
vez se
apoyan en la piedra principal del ángulo, Jesucristo mismo.
Si el
Antiguo Testamento —simbolizado en las puertas— vindica las
bendiciones veterotestamentarias, el Nuevo, como expresión
del
testimonio apostólico, es la cima, la coronación perfecta
del mensaje
que salva y transforma, el mensaje que, hecho vivencia, nos
conduce
hasta Dios y nos lleva a la nueva Jerusalén. Toda estructura
salvifica
se apoya en los doce apóstoles. Lejos de su testimonio nos
extraviamos y nos alejamos de la verdad revelada.3 Esto
deberían
tenerlo en cuenta todos los iluminismos modernos, tanto los
que se
levantan en nombre de discutibles veleidades
pseudocarismáticas
como los que pretenden imponerse a base de paternalismos
eclesiásticos o de subjetivismos anárquicos y radicalmente
individualistas. La piedra de toque de la verdad es, y ha
sido siempre,
el fundamento de los apóstoles y profetas. Tan importante y
vital
para la Iglesia es esto, que hasta en la santa ciudad
celestial, en la
nueva Jerusalén, se nos recuerda que el muro protector, lo
que nos
277
defiende y protege alii, se apoya en doce cimientos que
corresponden
a los doce apóstoles del Cordero. Sin estos fundamentos el
muro se
vendría abajo y quedaríamos desamparados doctrinalmente.
Pero
como allí todo es perfecto, el muro de la verdad revelada no
acepta
otros soportes que los apostólicos.
Un rio limpio, de agua de vida, resplandeciente como
cristal, sale del
trono de Dios y del Cordero (Apoc. 22:1). Nos recuerda los
rios que
atravesaban el Edén con sus aguas vivas. Es significativo
que el rio
fluya del trono de Dios, fuente de toda vida y poder,
manantial
inagotable, caudal suficiente para toda necesidad y para
todas las
gentes.
El trono de Dios manifiesta igualmente la soberanía divina
sobre el
Universo visible y sobre el invisible. Es, además, el trono
de Dios y del
Cordero; un solo trono para ambos. Proclamación clara de la
divinidad
del Cordero, de la igualdad con el Padre de aquél que
gustaba
llamarse Hijo del Hombre, siendo, además, Hijo de Dios.
Cuando todo
conflicto con el mal haya cesado, la soberanía divina será
gozosamente manifestada en todo el Universo; la victoria
sobre las
tinieblas hará más hermoso el brillo de la luz. Porque en la
Ciudad de
Dios la justicia y el amor, el poder y la belleza saldrán
definitivamente
triunfadores.
3. Características negativas de la nueva Jerusalén
Las características negativas de la nueva Jerusalén son
igualmente
interesantes. Acentúan el contraste entre las actuales
condiciones de
existencia en que se mueve el creyente todavía y las futuras
realidades que le esperan. Por lo menos, echamos en falta
siete cosas
que son comunes en toda ciudad secular.
La ciudad no tiene templo. Como en nuestros viejos pueblos
españoles, en cualquier centro de población de aquel tiempo
en que
fue escrito el Apocalipsis había, como mínimo, un santuario
en honor
de la deidad local, el cual solía sobresalir sobre las demás
casas,
haciendo fácil su identificación y acceso. Roma y Atenas
estaban tan
surtidas de ellos, así como cualquier urbe importante de la
Antigüedad, que un viajero satírico dijo que en estas
grandes
ciudades era más fácil encontrar a un dios que a un hombre.
Eran
templos con su sacerdocio, su ritual, sus sacrificios, sus
fiestas y sus
peregrinaciones, que eran expresión del talante naturalmente
religioso de todo ser humano. En la Ciudad de Dios, cima
perfecta de
la comunión del hombre con la divinidad, no hay necesidad de
templo: «Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios
Todopoderoso
es el templo de ella, y el Cordero» (Apoc. R 21:22). El
Señor mismo
está en medio de sus escogidos, conviviendo con ellos (Apoc.
21:3).
¡Cuánta gracia! ¡Cuánta bendición!
278
«La ciudad no tiene necesidad ni de sol ni de luna que
briiíen en ella
porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su
lumbrera»
(Apoc. 21:23). Los astros fueron creados —según informa el
libro del
Génesis— para dar luz a la tierra: esta luz, en el fondo, es
secundaria,
porque no es más que el producto del poder divino que la ha
creado.
En cambio, la luz de la nueva Jerusalén es el resplandor
mismo de la
divinidad. Una vez más vemos estrechamente vinculados,
indisolublemente unidos, al Padre y al Hijo en esta acción
de iluminar
la morada eterna de los redimidos.
«Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá
noche»
(Apoc. 21:25). En las antiguas ciudades orientales las
grandes puertas
estaban siempre cerradas durante la noche para proteger a
sus
habitantes de las incursiones enemigas o de los ladrones.
Después de
ponerse el sol, para entrar por los pequeños accesos era
menester
presentar un pase especial a la guardia de la puerta. ¡Qué
contraste!
La nueva Jerusalén tiene sus puertas abiertas de par en par.
Allí no
hay ningún miedo, ni temor, porque la misma presencia del
Señor
protege a los suyos. Por otra parte, en ella sólo entra lo
glorioso y !o
honroso (Apoc. 21; 26). Y yo me pregunto —sin dogmatizar,
¡Dios me
libre de ello!—: ¿No podría ser esto una alusión a los
elementos
culturales de valor, redimibles, de ciertas civilizaciones o
comunidades? El texto dice que por las puertas de la santa
ciudad
entrarán quienes lleven «la honra y la gloria de las
naciones a ella»
(Apoc. 21:26). ¿Qué querrá decir esto? Lo que queda claro es
que «no
entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace
abominación, y
mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro
de la vida
del Cordero» (Apoc. 21:27).
Efectivamente, otra característica negativa es ésta: «nada
inmundo, o
que hace abominación y mentira, entrará en ella». Las
antiguas
ciudades, por lo general, carecían de salubridad pública. La
higiene
no preocupaba demasiado. De ahí las terribles pestes que
azotaron
como plagas espantosas a muchos pueblos de la Antigüedad y
de la
Edad Media. Las basuras se acumulaban en las calles, y los
caminos
vecinales servían de desagües. La nueva Jerusalén, por el
contrario,
no tolera la inmundicia. Por supuesto aquí el vocablo
«inmundo» debe
tener un sentido más moral que físico, mientras que el
término
«abominación» subraya la perversión espiritual, si bien el
vocablo en
su sentido original era utilizado para describir condiciones
de falta de
higiene. En cualquier caso, pensemos que junto a las basuras
—tanto
en las modernas como en las viejas urbes— coexisten
escombros
morales y plagas sociales de no menor putrefacción ética,
como son
los vicios sexuales, la delincuencia, la injusticia social,
etc. La
comunidad de Dios, elevada a su residencia eterna, no
conocerá
ningún caso de inmundicia, porque allí todo es limpio.
«Y no habrá más maldición» (Apoc. 22:3). El pecado del
hombre
arrastró a la creación entera con él (Gen. 3; Rom. 8). La
tierra fue
maldita por causa de Adán; y lo que debería haber sido un
medio de
279
realización personal, de creatividad gozosa, se convirtió en
angustia
económica, en trabajo sudoroso, en lucha sin cuartel para
poner
subsistir miserablemente. La tierra produjo cardos y
espinos, y la
relación de hombre a hombre se tornó más bien en lo que
define el
célebre aforismo: «El hombre es un lobo para el hombre.»
Pero todo
esto ha quedado superado en la nueva Jerusalén. Con el
advenimiento del nuevo pueblo de los redimidos de Cristo la
maldición es quitada, y los creyentes no tienen ya más
necesidad de
luchar entre sí despiadadamente y contra la naturaleza. En
la nueva
Jerusalén todo les es amistoso, todo coopera con ellos a su
realización, porque Dios mismo mora en ella y «sus siervos
le
servirán»
(Apoc. 22:3) en un servicio perfecto que es creación y
adoración al
mismo tiempo, puesto que el vocabio «servir» significa en el
griego
original tanto servir como adorar. Dios habrá quitado en la
santa
ciudad las restricciones que impuso a la tierra para
contener el mal
desbordado; ya no harán falta estas previsiones. La
productividad, la
creatividad en todos los órdenes y sentidos, libres de
angustias,
tensiones, frustraciones y contradicciones, podrán ser
disfrutadas en
plenitud. Porque no fue el trabajo lo maldecido en el Edén;
ni la
maldición recayó tampoco sobre la actividad humana. Antes de
la
entrada del pecado en el mundo (Gen. 2) Dios había
encomendado ya
al hombre el cultivo de la tierra y el dominio de la
creación,
instalando al ser humano como regente del Universo, casi
concreador
y coprovidente con el Señor (Gen. 1:28).
La maldición consiste en el trabajo improductivo, en la
tierra que se
resiste, en las actividades alienantes, en el consumismo sin
meta y
sin alma, en la vanidad que domina ciertas estructuras
laborales y
toda forma de economía que, lejos de ayudar al hombre, lo
esclaviza.
Nada parecido habrá en la nueva Jerusalén: «El Cordero
estará en ella
y sus siervos le servirán», medíante un servicio que les
glorificará,
porque en el servicio adorarán, y en la adoración se
realizarán en
plenitud y libertad.
«No habrá allí más noches (Apoc. 22:5). Nosotros no podemos
tener
idea de lo que significaba la noche en la Antigüedad. Ni
siquiera las
grandes aglomeraciones urbanas tenían mucha iluminación por
las
calles, con los rudimentarios medios de aquel entonces. Los
callejones oscuros, las encrucijadas, las plazoletas y otros
lugares
eran refugio de maieantes.
Aun las calles más transitadas de día se convertían, de
noche, en
lugares peligrosos para el viandante. La gente no solía
salir de sus
hogares después de la puesta del sol. Y si se veían
obligados a ello,
por necesidades imperiosas, lo hacían armados o acompañados
de
servidumbre armada. Bajo la cubierta de la oscuridad
tenebrosa el
trabajo cesaba y el crimen brotaba. La perpetua iluminación
de la
presencia de Dios hará innecesaria toda lámpara y todo sol.
Al
280
amparo de esta luz divina los habitantes de la nueva
Jerusalén se
verán libres de todo temor, y entrarán y saldrán con plena
confianza.
«Y ya no habrá muerte» (Apoc. 21:4). La abolición de la
muerte
garantiza a todos los moradores de la Ciudad de Dios un
eterno futuro
de realizaciones ilimitadas. Se acabaron los condicionamientos
del
tiempo y del espacio, por lo que la creatividad alcanzará
cimas de
conocimiento y logros de realización insospechados,
inimaginables.
La muerte siempre interrumpe algo; pone fin a muchos
proyectos, a
muchos anhelos, y hace imposible, muchas veces, el volver a
empezar, el recuperar lo perdido o el perfeccionar lo
iniciado.
Exterminada la muerte y con una eternidad por delante,
habremos
superado todas las servidumbres de lo temporal; se terminó
la lucha
generacional, los conflictos de edades, las rivalidades, los
celos entre
jóvenes y viejos, etc. A menudo, como se lamentaba Bertrand
Russell
(y con ello se oponía a los intentos de legalizar la
eutanasia,
propuestos por ciertos científicos modernos), cuando el
hombre ha
alcanzado aquella plenitud vital que le permitiría vivir más
sabia y
amorosamente, entonces llega su fin. Si la experiencia y la
sabiduría
acumuladas de muchos hombres pudieran extenderse por siglos,
¡qué
contribuciones no harían a sus semejantes! Su creciente
poder
mental, su más amplía capacidad de comprensión —nutrida por
toda
clase de experienias—. su más afinada sensibilidad, ¡qué
aportaciones podrían ofrecer para la creación de
civilizaciones
verdaderamente superiores! Por causa del pecado la vida del
ser
humano fue acortada en la tierra. Y entonces fue una
bendición,
porque si la muerte no frenara el impulso creciente de la
perversidad
(Gen. 6:1-6), degeneraría de tal modo que acabaría haciendo
la vida
imposible en un mundo totalmente corrompido. Lo que algunos
historiadores han dicho de la existencia cotidiana en
ciertas culturas
(Asiría, por ejemplo, asi como Sodoma y Gomorra), que a
nosotros
nos habría sido imposible adaptarnos a ellas, porque la vida
se nos
haría intolerable, asfixiante y mor tal mente angustiosa,
podría
decirse de toda cultura, de toda civilización y de todo
grupo humano
si el pecado hubiese podido encontrar a seres con vida
eterna para
lograr sus propósitos corruptores. Asi, aunque la muerte sea
la paga
del pecado (Gen. 2:17; Rom. 6:23), es, no obstante, una bendición
para prevenir la expansión abrumadora de la iniquidad. Pero
una vez
eliminado el pecado —la causa— Dios puede derramar vida
eterna sin
límites sobre sus siervos. De esta manera volvemos a
recuperar los
privilegios y el conocimiento que fueron la herencia
original de la
humanidad al ser creada. La Ciudad de Dios será la sociedad
final,
perfecta, eo la que todo hombre y mujer podrán crecer
conforme a la
estatura que el Creador se propuso al crearnos.
«Ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las
primeras cosas
pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí
yo hago
nuevas todas las cosas» (Apoc. 21:4-5).
4. El cielo es fruto de la obra de Cristo
281
No podemos olvidar, al poner términos a estos estudios, que
toda
bendición aquí y ahora, y luego en la eternidad, se halla
condicionada
a nuestra relación con Cristo. Cristo es el centro del nuevo
mundo, la
nueva creación de Dios.
La nueva Jerusalén recibe el título significativo de «Esposa
del
Cordero»; tan querida le es al Señor. Los apóstoles, cuyos
nombres se
hallan escritos en los fundamentos de los muros de la
ciudad, son
«apóstoles del Cordero». La presencia del Cordero hace
innecesario el
templo; su brillo convierte en inútil toda otra luz. La
lista donde se
hallan los nombres de los redimidos es «el libro del
Cordero», y su
gobierno es «el trono de Dios y del Cordero». Todo gira en
torno al
Hijo de Dios, hecho hombre para abrirnos las puertas de la
Jerusalén
celestial. Servirle a El será la ocupación de los habitantes
de la nueva
Jerusalén, y en su victoria alcanzaremos los creyentes
nuestro propio
triunfo final.
El Nuevo Testamento termina con este cuadro. Todo lenguaje,
toda
poesía, todo estilo, no importa cuan insprado, elevado y
sublime sea,
es incapaz de expresar las maravillosas perspectivas que se
abren
ante los ojos del hijo de Dios, el cristiano, el creyente
lavado con la
sangre del Cordero. El lenguaje del Apocalipsis —ya ¡o hemos
advertido— no puede entenderse literalmente (cf. Apoc.
21:15-21,
sección que ningún intérprete se atrevería a interpretar al
pie de la
letra), pero lo que nos dice con su lenguaje propio es
suficiente para
describir un estado de felicidad y plenitud que transciende
cualquier
experiencia que hayamos vivido o imaginado aquí abajo. ¡Qué
benditas realidades encierra la esperanza futura que así se
nos brinda
en Apocalipsis! Un futuro tan glorioso que no hay conceptos
para
expresarlo, y ante el cual incluso el simbolismo
apocalíptico resulta
pálido.
La nueva Jerusalén es el objetivo supremo del proceso redentor.
No
sólo será restaurado lo que fue antes arruinado por el
pecado; será
creado todo un nuevo mundo —«cielos nuevos y tierra nueva»—
mucho mejor, muy superior a todo cuanto fue arrastrado por
la
vorágine del pecado. El destino del creyente no estriba
simplemente
en volver a la primera condición feliz del Edén, con la
potencialidad
de pecado que podría repetirse y así volver a iniciar el
ciclo
correspondiente de miseria y ruina; se trata más bien de un
mundo
mejor y superior que el perdido, porque se asienta sobre una
redención que asegura una perfecta y total liberación del
poder del
mal, y una más plena comunión y ligazón con el Dios eterno,
por su
Espiritu.
La caída del hombre puso de manifiesto el amor de Dios. A lo
largo de
la historia, con el correr de los siglos, y se ha
evidenciado asimismo la
persistencia de ese amor que no ceja hasta conseguir sus
propósitos
en nosotros los redimidos. Dicho amor suscitó la simiente de
Abraham
282
para que, a través de ella, pudiera venir luz (revelación) y
perdón
(salvación), culminados en la persona de Jesucristo, la más
total y
completa revelación y salvación de Dios, hecho participante
de
nuestra condición humana, asumiendo nuestras debilidades y
frustraciones hasta la misma cruz y anticipando nuestra
propia
victoria en la resurrección. El significado de dicha
salvación se
perpetúa eternamente en la santa ciudad, la nueva Jerusalén;
el
mismo titulo que allí se le atribuye: «el Cordero», recuerda
constantemente su muerte vicaria y expiatoria. El mismo «rio
de la
vida del Cordero» es un perenne memorial del poder infinito,
vivificador, que fluye de la obra de la cruz en beneficio de
los
creyentes. Todo recuerda la obra de la cruz; todo queda
concentrado
en la figura excelsa, sublime, majestuosa, del bendito Hijo
de Dios. La
unión con El es el secreto de toda bendición; el alejamiento
de El, la
explicación de toda desgracia.
Este es el glorioso futuro que nos espera: toda una
eternidad con
Cristo, si verdaderamente somos de El. Y en esto consiste el
cielo,
pues, como muy bien escribió Tomás de Kempis, el cielo es
cielo
porque allí está el Señor, y el mismo infierno sería cielo
si en él
estuviera Cristo.
«Porque Dios el Señor los iluminará; y reinarán por los
siglos de los
siglos» (Apoc. 22:5)
Notas:
3. Véase J. Gran, El fundamento apostólico (EEE. Barcelona,
1S66).
También mi Introduccion a la Teología (CLIE, Tarrasa, 1973).
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