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LIBRO VII
Comprende un lapso de cuarenta años
CAPITULO I
David es rey de una sola tribu, en Hebrón, mientras el resto
de
la multitud reconoce como rey al hijo de Saúl
1. Aquel combate se libró precisamente el día en que David
volvió a Ziclag, después de vencer a los amalecitas. Dos
días más
tarde, o sea el tercero después de la batalla, fué a verlo
el hombre que había dado muerte a Saúl. Huyendo del combate entre
israelitas y filisteos, llegaba con los vestidos rasgados y
la cabeza
cubierta de cenizas. Se prosternó delante de David y éste le
preguntó de dónde venía.
-De la batalla de los israelitas -respondió el hombre. Le
informó que la lucha había tenido un fin infortunado, muriendo
decenas de miles de israelitas, entre ellos Saúl y sus
hijos.
Añadió que él lo sabía porque había presenciado la victoria
obtenida contra los hebreos, y estaba con el rey cuando
huyó. No
negó tampoco que él mismo había dado muerte al rey, cuando
estaba a punto de ser tomado prisionero por el enemigo,
habiéndole pedido el mismo rey que lo hiciera, porque aunque
se
hallaba caído sobre su espada las grandes heridas que
recibió lo
habían debilitado tanto que no tenía fuerza suficiente para
terminar de matarse. Como prueba de lo que decía, el hombre
le
2
mostró el brazalete de oro y la corona que había sacado al
cuerpo
muerto de Saúl para llevárselos a David.
Ya no pudo dudar David de que Saúl había muerto y rasgándose
la ropa pasó todo el resto del día llorando y lamentando su
muerte junto con sus compañeros. El dolor aumentó aún más
por
Jonatás, hijo de Saúl, que había sido su amigo más fiel y el
que
le había salvado la vida. David reveló poseer tanta virtud y
tanta
generosidad con Saúl, que no sólo sintió su muerte, aunque
había estado muchas veces en peligro de perder la suya a sus
manos, sino que castigó además al que lo había matado. David
le
dijo que se había acusado a sí mismo declarando que había
dado
muerte al rey, y al enterarse de que era un hijo de
amalecita
ordenó que lo mataran. Escribió también lamentaciones y
encomios fúnebres de Saúl y Jonatás, que se conservan hasta
ahora.
2. Después de rendir honores al rey y concluido el duelo,
David preguntó a Dios por medio del profeta qué ciudad de la tribu
de Judá le señalaría como residencia. Dios le contestó que
le
acordaba la ciudad de Hebrón. Dejó entonces a Ziclag y se
trasladó a Hebrón, llevando a sus dos esposas, y sus
hombres.
Allí lo recibió el pueblo de la tribu y lo proclamó rey.
Enterado de que los habitantes de Jabes de Galaad habían
sepultado a Saúl y sus hijos les envió sus felicitaciones y
elogió
su acción y les prometió recompensarlos por la piedad que
habían tenido con los muertos. Al mismo tiempo les informó
que
la tribu de Judá lo había elegido rey.
3. No bien Abner hijo de Ner, general del ejército de Saúl,
hombre activo y de buen carácter, supo que el rey, -Jonatás
y sus
otros dos hijos habían caído en la batalla, se dirigió
apresuradamente al campamento y llevándose al hijo restante de Saúl, cuyo
nombre era Isboset, pasó al otro lado del Jordán y lo
proclamó
rey de toda la multitud, con excepción de la tribu de Judá;
e instaló la sede real en un sitio llamado en nuestra lengua
Mahanaim y en griego Campamentos. De ahí se dirigió Abner
con un cuerpo selecto de soldados para luchar con la tribu
de
Judá, indignado de que hubiese nombrado rey a David.
3
Les salió al encuentro, de acuerdo con la indicación de
David,
el general de su ejército Joab, hijo de Sur¡ y de Saruia,
hermana
de David. Lo acompañaban sus hermanos Abisai y Asahel y los
hombres de David. Se encontraron con Abner junto a una
fuente
de la ciudad de Gabeón, y se prepararon para la lucha. Abner
manifestó su deseo de saber quién tenía los soldados más
valientes, y convinieron en que pelearan entre ellos doce soldados de
cada bando.
Los elegidos por cada general se adelantaron, quedando entre
los dos ejércitos; después de arrojarse las lanzas cada cual
sostuvo a su contrincante la cabeza y todos se traspasaron mutuamente, con la
espada, un costado y la ingle, hasta que todos murieron juntos, como si se
hubiesen puesto de acuerdo. Caídos esos
hombres, entre los restantes de los dos ejércitos se entabló
una
enconada lucha, y los soldados de Abner fueron derrotados.
Joab no dejó de perseguirlos, incitando a sus hombres a que
los siguieran bien de cerca y no se cansaran de matarlos.
También sus hermanos los persiguieron con gran decisión,
especialmente el más joven de ellos, Asahel, famoso por la
ligereza de sus pies; no solamente ganaba en velocidad a lis
hombres sino que, según se decía, había sobrepasado a un
caballo corriendo con él1
.
Asahel partió violentamente tras de Abner, sin apartarse de
la línea recta ni hacia la izquierda ni hacia la derecha.
Abner,
volviéndose hacia atrás, trató repetidamente de detener su
impulso. A veces le ordenaba que abandonara la persecución y
tomara las armas de uno de sus soldador, caídos; otras
veces, no
pudiendo convencerlo, lo exhortaba a que se contuviera y
dejara
de perseguirlo, y que no lo obligara a matarlo, por que
luego no
podría presentarse delante de su hermano.
Asahel no aceptaba ningún argumento y proseguía la
persecución. Abner, entonces, sin dejar de correr, arrojó
hacia
atrás la lanza y le infirió una herida mortal; murió
instantáneamente.
1
1 Detalles agregados
por Josefo. La Biblia dice que era como un corzo del campo.
4
Los que corrían detrás de Asahel en persecución de Abner,
cuando llegaron al sitio donde yacía aquél, lo rodearon y
abandonaron el seguimiento del enemigo. Pero Joab y su hermano
Abisai pasaron de largo junto al cadáver, intensificando la
muerte de Asahel el enojo y el celo con que seguían a Abner. Continuaron corriendo
con increíble celeridad y decisión hasta un sitio
llamado Amá. Era cerca de la puesta del sol. Joab subió a
una
colina, en el territorio de la tribu de Benjamín, y desde
allí vió al
enemigo y entre él divisó a Abner.
Abner alzó la voz y gritó que no era propio excitar a los
hombres de una misma nación para luchar enconadamente entre sí,
que en cuanto a su hermano Asahel éste había hecho mal al no
aceptar su consejo de suspender la persecución; fué en esas
circunstancias que lo había herido de muerte. Joab aceptó sus palabras como
explicación, y haciendo star la trompeta como señal
de retirada, ordenó a sus soldados que dieran fin al
seguimiento.
Joab instaló allí el campamento para pernoctar, pero Abner
marchó toda la noche, atravesó el Jordán y llegó a Mahanaim
donde se reunió con Isboset hijo de Saúl. Al día siguiente
Joab
contó los muertos, y se ocupó en sus funerales. Habían caído
de
los soldados de Abner unos trescientos sesenta, y diecinueve
de
los de David, además de Asahel, cuyo cuerpo Joab y Abisai
transportaron a Belén; después de sepultarlo en la tumba de
sus
padres, fueron a Hebrón a ver a David. Comenzó entonces una
guerra intestina de larga duración, en la que los
partidarios de
David se hicieron más fuertes, dominando en los combates,
mientras que los sirvientes y súbditos del hijo de Saúl se
volvían
cada día más débiles.
4. Por aquel entonces David fué padre de seis hijos nacidos
de
otras tantas madres. El mayor, hijo de Ahinoam, se llamaba
Amnón; el segundo era Daniel, hijo de su esposa Abigail; el
nombre del tercero era Absalón, hijo de Maacá, hija de Talmai, rey de
Gesur; al cuarto lo llamó Adonías, y era hijo de su esposa
Hagit;
el quinto, Sefatia, era hijo de Abitail y el sexto, llamado Istream,
hijo de Eglá.
Durante el transcurso de esta guerra intestina los súbditos
de
los dos reyes entraban frecuentemente en acción librando
5
batallas. Abner, el general del ejército del hijo de Saúl,
con su
prudencia y el predicamento que tenía entre la multitud,
logró
mantenerlos fieles a Isboset, a cuyo lado siguieron mucho
tiempo. Pero luego Abner fué acusado de estar en relaciones
con
la concubina de Saúl, que se llamaba Rispá, hija de Aiá. Al
recibir los reproches de Isboset, se sintió ultrajado y colérico
porque Isboset lo trataba con ingratitud e injusticia
después de
la devoción que le había demostrado. Amenazó transferir el
reino
a David y demostrar que Isboset no había gobernado al pueblo
del otro lado de Jordán por su capacidad y sabiduría, sino
por la
fidelidad y el talento de Abner para conducir su ejército.
Envió embajadores a Hebrón a ver a David pidiéndole que le
prometiera con juramento que lo aceptaría como compañero y
amigo, si persuadía al pueblo que dejara al hijo de Saúl y
lo
eligiera a él rey de todo el país. Complacido por el
mensaje, David hizo el pacto con Abner y le pidió que, como primera señal de
su ejecución, le devolviera a su esposa Mijal, a la que
había
adquirido a costa de grandes riesgos con aquellas
seiscientas cabezas de filisteos que había llevado a su padre Saúl.
Abner separó a Mijal de Faltíel, que era entonces su marido,
y se la envió a David, con la ayuda del mismo Isboset,
porque
David le había escrito diciéndole que tenía derecho a que le
devolvieran su esposa.
Abner reunió a los ancianos del pueblo, a los comandantes y
a
los capitanes de milicias, y les habló diciéndoles que antes
los
había disuadido de su resolución de abandonar a Isboset para
plegarse a David, pero que ahora les daba licencia para
hacerlo,
si lo querían, porque él había sabido que Dios, por medio
del profeta Samuel, había señalado a David para ser rey de todos los
hebreos, prediciendo que castigaría a los filisteos, y los
subyugaría.
Los ancianos y jefes, viendo que Abner había adoptado ahora
los sentimientos sobre los asuntos públicos que ellos tenían
anteriormente, se pronunciaron en favor de David. Obtenida la aprobación de su
propuesta por aquellos hombres, Abner reunió a la
tribu de Benjamín, que formaba la guardia personal de
Isboset, y
le habló de la misma manera. Viendo que no se oponía a sus
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palabras y se conformaba con su opinión, acompañado por
veinte
amigos se dirigió a ver a David para recibir su juramento de
seguridad. Siempre debemos considerar más firmes las cosas que
hacemos nosotros mismos que las hechas por medio de otros.
Informó a David de lo que había hablado con los jefes y con
la
tribu de Benjamín. David los recibió cortésmente y los
atendió
con gran hospitalidad durante varios años. Al retirarse,
Abner le
pidió que le permitiera traer a la multitud para entregarle
el gobierno en su presencia.
5. En seguida de haber despedido David a Abner, llegó a
Hebrón Joab, el general del ejército, y al enterarse de la visita de
Abner y de que había partido poco antes después de pactar y
convenir la entrega del gobierno a David, temió que éste pusiera a
Abner, por ayudarlo a ganar el trono, en primera fila, sobre
todo
porque era un hombre astuto que entendía las cosas y las
sabía
manejar hábilmente, y que le quitara a él el mando.
Joab adoptó una conducta taimada y perversa. Comenzó por
calumniar a Abner ante el rey, exhortando a David a
desconfiar
de aquél y a no prestar atención a lo comprometido con él,
porque sólo buscaba afirmar el gobierno del hijo de Saúl; le aseguró
que lo había ido a ver con engaños y estratagemas con la
esperanza de hacer triunfar sus propósitos ocultos.
Viendo que David no se convencía ni se exasperaba, resolvió
poner en práctica otro proyecto más audaz que el anterior.
Decidió matar a Abner. Para eso le envió mensajeros con instrucciones de que le
dijeran de parte de David que éste tenía que decirle algo de que se había
olvidado hablarle cuando estaban
juntos.
Abner (a quien los mensajeros alcanzaron en un sitio llamado
Besira, a veinte estadios de Hebrón), no sospechó nada y
regresó.
Joab lo esperó en la puerta y lo recibió muy amablemente,
como
si fuera su mejor y más atento amigo; porque los que
emprenden
una acción vil suelen fingir la actitud de un hombre de
buena
voluntad para alejar las sospechas. Apartándolo de sus
acompañantes, como si quisiera hablarle en privado, lo llevó a un sitio
solitario de la puerta, acompañado solamente por su hermano
Abisai; allí sacó la espada y se la hundió en la ingle.
7
Abner murió por la traición de Joab que, según éste, fué en
castigo por la muerte de su hermano Asahel, a quien Abner
hirió
y mató cuando lo perseguía después de la batalla de Hebrón1
,
pero que en realidad había sido por su temor de perder el
mando
del ejército y su dignidad ante el rey y de que Abner
obtuviera el
rango más alto en la corte de David.
Este ejemplo enseña cuántos y a qué viles recursos pueden
acudir los hombres para lograr riqueza y poder y
conservarlos
después de obtenidos. Cuando quieren conseguirlos recurren a
diez mil manejos perversos, y cuando temen perderlos emplean
prácticas peores aún, como si no pudiera haber calamidad más
grande que la de no lograr una elevada autoridad o la de
perderla después de haberla adquirido y probado su dulzura.
Como esto último sería la más dolorosa de las aflicciones,
imaginan y aventuran las acciones más criminales para
evitarlo.
Pero basta con estas breves reflexioines sobre el tema.
6. Enterado David de la muerte de Abner se sintió apenado
en el alma. Poniendo a todo el mundo de testigo, tendió los
brazos a Dios y a grandes voces proclamó que él no tenía
nada
que ver con el asesinato de Abner; su muerte no se había
producido ni por su orden ni con su aprobación. Lanzó las
más
terribles maldiciones contra el que lo había matado y contra
toda
su casa, y adjudició el mismo castigo a los que lo habían
ayudado
en el crimen. David no quería aparecer complicado en el
crimen,
contrario a las seguridades y los juramentos que había hecho
a
Abner.
Ordenó que todo el pueblo llorara y lamentara al muerto y
honrara su cadáver con la solemnidad habitual, es decir,
desgarrándose los vestidos y poniéndose sacos. Con esos
hábitos
precedieron al féretro, yendo a continuación el rey con los
ancianos y los jefes, llorando y demostrando David con sus
lágrimas la amistad que tuvo con el muerto cuando vivía y el
dolor que sentía ante su muerte, producida sin su
consentimiento.
1
La batalla tuvo lugar
en Gabaón, y no en Hebrón; dice así en el párrafo 3, y la confirma la Biblia en
II Samuel,
3, 30.
8
Lo enterró en Hebrón con toda magnificencia y luego escribió
por él endechas. Permaneció delante de la tumba llorando y
haciendo llorar a los demás; tan profundamente lo afectó la muerte
de Abner, que a pesar de la insistencia de sus compañeros no
probó bocado y afirmó con juramento que no comería nada
hasta
la puesta del sol. Esta conducta le conquistó la buena
voluntad
de la multitud; los que tenían afecto por Abner se sintieron
grandemente satisfechos con los honores que David rindió al difunto,
cumpliendo el compromiso que había contraído con él; lo
demostró observando las ceremonias usuales que se practican con un
pariente y un amigo, y no permitiendo que fuera abandonado e
injuriado con un sepelio deshonroso, como si hubiese sido su
enemigo. Toda la nación se alegró por la amabilidad y la honestidad
del rey, suponiendo que tomaría por ellos en las mismas
circunstancias los mismos cuidados que demostró en el entierro de
Abner.
David se proponía lograr ante todo buena reputación; por eso
tomó todas las precauciones necesarias para que nadie
llegara a
sospechar que él pudiera ser el autor de la muerte de Abner.
Y
declaró al pueblo que estaba muy apenado por la muerte de un
gran hombre como él ; los asuntos de los hebreos sufrirían
mucho
con su pérdida, porque era un hombre de gran capacidad que
los
protegía con sus excelentes consejos y el vigor de sus
brazos en la
guerra.
-Dios -añadió-, que considera las acciones de todos los hombres,
no permitirá que su muerte quede impune. Vosotros sabéis
que yo no puedo hacer nada contra los hijos de Saruia, Joab
y
Abisai, que tienen más poder que yo, pero Dios hará caer
sobre
sus cabezas su insolente atentado.
Ese fué el fin de la vida de Abner.
9
CAPITULO II
Después del asesinato de Isboset, por la traición de sus
amigos, David recibe todo el reino
1. Enterado Isboset hijo de Saúl de la muerte de Abner,
lamentó mucho verse privado de un hombre que era de su familia
y que lo había afirmado en el trono. Se sintió muy afligido
y
perturbado pero no lo sobrevivió mucho tiempo, porque fué
traicioneramente atacado y muerto por los hijos de Jieremón
(llamados Banast y Tanus). Eran éstos de una familia de
benjaminitas, de primera categoría, y pensaron que si
mataban a
Isboset obtendrían grandes presentes de parte de David y
serían
nombrados comandantes, o encargados de cualquier otra
misión.
Un día lo encontraron solo, acostado, tomando su descanso
del mediodía; no estaba presente ninguno de los guardias y
la
mujer que cuidaba la puerta se había dormido, vencida por el
cansancio y por el calor del día. Los dos hombres penetraron
en
el cuarto donde dormía el hijo de Saúl y lo mataron. Luego
le
cortaron la cabeza y partieron, y marcharon toda la noche y
todo
el día siguiente, para huir de su víctima y dirigirse hacia
esa
persona que ellos creían que tomaría su acción como un favor
y
les ofrecería seguridad. Llegaron a Hebrón, mostraron a
David la
cabeza y se presentaron como partidarios suyos, diciéndole
que
habían dado muerte al que era su enemigo y antagonista.
-¡Viles y despreciables! Inmediatamente recibiréis el.
Castigo
que merecéis. ¿ Ignoráis, acaso, la venganza que tomé con el
que
mató a Saúl y me trajo su corona de oro, aunque lo mató a su
ruego para impedir que cayera en manos enemigas? ¿Os
imagináis que cambió mi disposición, suponéis que no soy el mismo
hombre de antes y que me complacen los perversos y que
estimaré como un favor vuestro regicidio, la vil acción de haber asesi10
nado a un hombre virtuoso en su cama, a un hombre que nunca
hizo mal a nadie y que siempre os trató con amabilidad y
respeto? Sufriréis el castigo debido, por haber matado a Isboset y por
suponer que yo recibiría de buen grado su asesinato. Esta
suposición es el mayor baldón que podríais arrojar sobre mi
honor.
David les hizo aplicar toda clase de tormentos y luego les
dió
muerte1
. Luego, con grandes honores fúnebres, hizo sepultar la
cabeza de Isboset en la tumba de Abner.
2. Terminado este episodio, los principales del pueblo
hebreo
fueron, a Hebrón a ver a David, con los jefes de las
milicias y
otros jefes y se entregaron a él, recordándole la buena
voluntad
que le habían demostrado y el respeto que no habían dejado
de
tributarle desde que era capitán de milicias; le expresaron
que
había sido elegido por Dios, mediante el profeta Samuel,
para
que reinara, lo mismo que sus hijos, y que le había acordado
el
poder para que salvara el país de los hebreos venciendo a
los
filisteos.
David recibió amablemente su decisión y los exhortó a
perseverar en ella, asegurándoles que no tendrían motivo para
arrepentirse. Después de comer con ellos y tratarlos
amistosamente, los despidió encargándoles que volvieran con
todo el pueblo. Llegaron unos seis mil ochocientos hombres
armados de la tribu de Judá, con lanza y escudo, que habían
quedado con el hijo de Saúl cuando el resto de la tribu de
Judá
había ordenado rey a David. La tribu de Simón envió siete
mil
guerreros; la de Leví cuatro mil setecientos, al mando de
Jodam.
Luego llegaron el sumo pontífice Sadoc, con veintidós
capitanes
de su familia. De la tribu de Benjamín fueron cuatro mil
hombres; los restantes quedaron esperando que alguno de la
casa de Saúl reinase sobre ellos. La tribu de Efraím envió
veinte
mil, hombres de gran valor y fuerza.
De la media tribu de Manasés fueron dieciocho mil de los más
fuertes. De la tribu de Isacar, doscientos adivinos del
porvenir y
1
En la Biblia los
condenan a muerte, y les cortan luego las manos y los pies.
11
veinte mil hombres de armas. De la tribu de Zabulón,
cincuenta
mil hombres selectos; fué la única tribu que se reunió
íntegramente con David, todos con iguales armas que las de la tribu de
Gad. De la tribu de Neftalí acudieron mil hombres escogidos
y
efes, armados de escudos y lanzas, seguidos de la tribu que
formaba una multitud innumerable. De la tribu de Dan había veintisiete mil
seiscientos hombres selectos. De la tribu de Aser cuarenta mil. De las dos
tribus del otro lado del Jordán, y del resto
de la tribu de Manasés, que usaban escudos, lanzas, yelmos y
espadas, ciento veinte mil. Las demás tribus también usaban
espadas.
La multitud se reunió en Hebrón, ante David, con gran
cantidad de trigo, vino y otros alimentos, y confirmó a David en su
reinado con unánime consentimiento. Después de tres días de
regocijo en Hebrón, David y el pueblo se trasladaron a
Jerusalén.
12
CAPITULO III
David pone sitio a Jerusalén, toma la ciudad, expulsa a los
cananeos e instala en la ciudad a los judíos
1. Los jebusitas, habitantes de Jerusalén, que eran de
origen
cananeo, cerraron las puertas e hicieron subir a las
murallas a
los ciegos, los cojos y los lisiados de la ciudad, para
hacer mofa
del rey, declarando que bastaban los cojos para impedirles
la
entrada. Tanta confianza tenían en la solidez de las
murallas.
Indignado, David puso sitio a Jerusalén empleando sus
mayores esfuerzos y gran decisión, y proponiéndose con la
toma
de la plaza demostrar su poder e intimidar a todos los que
abrigaran las mismas intenciones y quisieran imitar a los
jebusitas. Tomó por la fuerza la parte baja de la ciudad,
pero la
fortaleza resistió. Sabiendo que el ofrecimiento de
dignidades y
recompensas animaría a los soldados a realizar mayores
acciones, prometió dar el mando de todas las fuerzas al
primero
que atravesara las zanjas abiertas al pie de la fortaleza,
subiera
a la ciudadela y la tomara. Todos intentaron lograrlo sin
escatimar esfuerzos, para conquistar el mando superior. Pero
Joab, el hijo de Saruia, se adelantó a los demás, y en
cuanto
subió a la fortaleza llamó a gritos al rey reclamando el
comando
prometido.
2. Expulsados los jebusitas de la ciudadela, David
reconstruyó a Jerusalén y la llamó La Ciudad de David, y
vivió
allí durante todo su reinado. En Hebrón, en la tribu de
Judá,
había reinado siete años y seis meses. Después de haber
elegido
a Jerusalén como ciudad real, sus asuntos fueron cada vez
más
prósperos, por la providencia de Dios, que se cuidó de que
mejoraran y aumentaran.
13
Hiram, el rey de los tirios, le envió embajadores, e hizo
con él
un pacto de amistad y asistencia mutua. También le mandó
presentes, árboles de cedro y mecánicos, hombres hábiles en
construcciones y arquitectura, para levantarle un palacio
real en
Jerusalén. David hizo construir edificios alrededor de la
ciudad
baja, y unió con ella la ciudadela formando un solo cuerpo.
Lo
rodeó de murallas y puso a Joab a su cuidado.
Fué, pues, David, el primero que expulsó a los jebusitas de
Jerusalén, y la llamó con su propio nombre, La Ciudad de
David.
En los tiempos de nuestro antepasado Abram se llamaba
Solima1
. Posteriormente alguien dijo que Homero la mencionó
con el nombre de Solima; llamó al Templo con la palabra
hebrea
solima, que significa seguridad.
El tiempo que transcurrió desde la guerra de nuestro general
Josué contra los cananeos, y de la guerra en la que los
derrotó
distribuyendo la tierra entre los hebreos, sin que pudieran
los
israelitas expulsar a los cananeos de Jerusalén hasta que
David
la tomó sitiándola, fué en total de quinientos quince años.
3. Haré ahora mención de Oronas, un jebusita opulento que
no fué muerto por David en el sitio de Jerusalén por la
buena
voluntad que demostró a los hebreos y por ciertos servicios
que
prestó al rey; más adelante usaré otra oportunidad más
propicia
para hablar de ello.
David contrajo matrimonio con otras esposas además de las
que ya tenía. También tuvo concubinas. Sus hijos eran once y
se
llamaban Amnón, Emno, Ebán, Natán, Salomón, Jebar, Elién,
Falna, Enafér, Jena y Elifal; y una hija llamada Tamara.
Nueve
de aquéllos eran hijos legítimos; los dos últimos de
concubinas.
Tamara nació de la misma madre que Absalón.
1
En la Guerra (VI, 10,
1) dice concretamente que Melquisédec, rey de Solima, cambió el nombre de la
ciudad
por el de Jerusalén (Hierosolima).
14
CAPITULO IV
David derrota dos veces a los filisteos que atacan a
Jerusalén
1. Enterados los filisteos de que David había sido hecho rey
de los hebreos, marcharon contra él a Jerusalén. Se
apoderaron
del valle llamado de los gigantes, cerca de la ciudad, e
instalaron
allí su campamento. El rey de los judíos, que jamás se
permitía
hacer nada sin profecías, sin la orden de Dios y sin
depender de
él como garantía para lo futuro, pidió al sumo pontífice que
le
predijera cuál era la voluntad de Dios y cuáles serían los
acontecimientos de la batalla.
El sumo sacerdote le predijo que obtendría la victoria y el
dominio y David condujo a su ejército contra los filisteos.
Entablada la batalla, cayó de improviso sobre la retaguardia
del
enemigo, mató a una cantidad y puso en fuga a los demás. Y
no
se crea que era un ejército pequeño el que habían llevado
los
filisteos contra los hebreos; por la rapidez con que fué
derrotado,
o porque no hicieron grandes acciones que merecieran ser
registradas, no debe pensarse que fueron descuidados o que
les
faltó valor. Participaron del ejército toda Siria y Fenicia,
y
muchas otras naciones en pie de guerra. Habiendo sido
derrotados tantas veces, perdiendo cada vez muchas decenas
de
millares de hombres, y cuando volvían a atacar a los hebreos
lo
hacían siempre con ejércitos más numerosos. Y volvieron una
vez más contra David con un jército tres veces más grande
que el
anterior.
El rey de Israel volvió a preguntar a Dios sobre las
alternativas de la batalla. El sumo sacerdote le indicó que
mantuviera al ejército en la selva llamada De los Lamentos,
cerca del campamento enemigo, y que no se moviera ni
comenzara la batalla hasta que los árboles del bosque se
15
agitaran sin que hubiera viento. Cuando se agitaron, señal
de
que había llegado el momento predicho por Dios, salió sin
demora y obtuvo una victoria que ya estaba preparada. Las
diversas filas del ejército enemigo no lo resistieron, y se
retiraron a la primera acometida; David los persiguió hasta
la
ciudad de Gaza (el límite de su país) ; luego volvió y
saqueó el
campamento, donde halló grandes riquezas, y destruyó sus
dioses.
2. Después del feliz resultado de la batalla, David creyó
conveniente, consultándolo con los ancianos, los jefes y los capitanes
de las milicias, enviar a buscar a los compatriotas de todo
el país
que estaban en la flor de la edad, a los sacerdotes y a los
levitas,
para dirigirse a Cariatiarima a sacar el arca de Dios de esa
ciudad y transportarla a Jerusalén, donde la conservarían,
ofreciendo ante ella los sacrificios y las honras que
complacían a
Dios. Si lo hubiesen hecho en el reinado de Saúl, no habrían
sufrido tantas desventuras.
Reunido el pueblo como lo habían resuelto, el rey se dirigió
hacia el arca, que el sacerdote sacó de la casa de Aminadab,
y la
depositó en un carro nuevo, permitiendo a sus hermanos e
hijos
que la arrastraran junto con los bueyes. Delante marchaba el
rey
y toda la multitud del pueblo, cantando himnos a Dios y
todas
sus canciones habituales y así llevaron el arca a Jerusalén,
entre
los sones de los instrumentos musicales, trompetas y
címbalos,
danzando y entonando salmos.
Al llegar a la era de Cidón, Ozas fué muerto por la ira de
Dios; porque como los bueyes sacudían el arca tendió la mano
para sostenerla. Como no era sacerdote y tocó el arca, Dios
lo
hirió de muerte.
El rey y el pueblo quedaron muy afligidos por la muerte de
Ozas; aquel sitio se llama desde entonces Quiebra de Ozas.
Temeroso David de que si recibía el arca en la ciudad podría
sufrir la misma suerte que Ozas, la llevó a la casa de un
hombre
justo, llamado Obedam, de familia levita, y la depositó
allí.
Quedó en ese sitio tres meses, durante los cuales hizo
prosperar
a la casa de Obedam y le confirió muchas bendiciones.
16
Cuando el rey supo lo que le había ocurrido a Obedam, que de
hombre pobre que era se había vuelto de pronto opulento y
era la
envidia de todos los que veían o preguntaban por su casa, y
animado por la esperanza de que no sufriría desgracias,
transfirió el arca a su casa. La transportaron los sacerdotes,
precedidos por siete compañías de cantores, preparados por
el
rey, y él mismo que tocaba el arpa y acompañaba la música.
Cuando lo vió su esposa Mijal, la hija de nuestro primer rey
Saúl, se echó a reír. Trajeron el arca y lo instalaron bajo
el
tabernáculo preparado por David y éste ofreció costosos
sacrificios y ofrendas de paz. Luego convidó a toda la
multitud,
repartiendo a las mujeres, los hombres y los niños hogazas
de
pan, tortas, bizcochos de miel y porciones de los
sacrificios.
Hecho este festejo por el pueblo, lo despidió y él regresó a
su
casa.
3. Su esposa Mijal, la hija de Saúl, se presentó ante él y
le
deseó toda clase de felicidades y rogó a Dios que le
concediera
todo lo que podía darle cuando era favorable. Pero le
reprochó el
que un rey tan grande como él danzara de una manera tan
indecorosa, destapándose mientras bailaba, delante de los
sirvientes y los esclavos.
David respondió que no se avergonzaba de hacer lo que
agradaba a Dios, que lo había preferido a su padre y a todos los demás, y que
seguiría orando frecuentemente y danzando, sin
fijarse en lo que pudieran pensar los sirvientes o ella
misma.
Mijal de la unión con David no tuvo hijos; pero cuando
estuvo
casada con aquel a quien se la había dado su padre (y fué
entonces cuando David se la había quitado, llevándosela
consigo), dió a luz cinco hijos. De esto ya hablaré en su
momento
oportuno.
4. Viendo el rey que sus cosas progresaban a diario, por la
voluntad de Dios, pensó que sería ofenderlo si dejaba el
arca en
un tabernáculo, mientras él vivía en casas de cedro de gran
altura magníficamente arregladas. Decidió construir un
templo
dedicado a Dios, como el que Moisés había predicho que se
levantaría. Después de discutirlo con el profeta Natán, que
lo
animó a hacer lo que pensaba, puesto que Dios estaba con él
y
17
era su asistente en todo, se dispuso con más ánimo a
edificar el
templo.
Pero aquella misma noche se apareció Dios a Natán y le
ordenó decir a David que veía bien sus propósitos y sus
deseos,
ya que nadie había pensado anteriormente en levantarle un
templo, pero que no se lo permitiría porque había hecho
muchas
guerras y estaba profanado con la matanza de los enemigos.
Después de su muerte, que ocurriría cuando fuera viejo y
hubiese vivido muchos años, el templo lo edificaría uno de
sus
hijos, que tomaría el trono después de él y se llamaría
Salomón;
a éste prometió asistirlo como un padre a un hijo,
conservando el
trono para los hijos de sus hijos, pero anunció que lo
castigaría,
si pecaba, con enfermedades y con la esterilidad de la tierra.
Cuando el profeta le dió esa información, David, jubiloso al
conocer la segura continuación de su dominio en su
posteridad y
al saber que su casa sería espléndida y famosa, se postró de
cara
frente al arca y comenzó a adorar a Dios y a agradecerle por
todos sus beneficios, tanto por el de haberlo levantado de la baja
condición de pastor a la gran dignidad del poder y la
gloria, como
por lo que le había prometido para su posteridad y por la
pro.
videncia que había ejercido con los hebreos dándoles la libertad
de que gozaban. Luego cantó un himno de alabanza a Dios, y
se
retiró.
18
CAPITULO V
David hace un pacto de amistad con Hiram, rey de Tiro
1. Poco tiempo después consideró que debía hacer la guerra
contra los filisteos, sin dejarse llevar por el ocio o la
pereza, para
probar lo que Dios le había predicho, o sea que una vez
derrotados sus enemigos dejaría a su posteridad reinar en paz.
Reunió al ejército y le ordenó que estuviera listo y
preparado
para la guerra; cuando juzgó que en sus fuerzas todo estaba
en
orden, salió de Jerusalén y se dirigió hacia los filisteos.
Los
derrotó, separó una buena parte de su territorio, y lo
agregó al
país de los hebreos; luego pasó a hacer la guerra a los
moabitas.
Victorioso de nuevo destruyó dos tercios de su ejército y
tomó
prisionero al tercio restante al que impuso un tributo
anual.
Luego marchó contra Adrazar hijo de Araos, rey de Sofen.
Entablada la batalla junto al río Eufrates, mató a veinte
mil
hombres de infantería y siete mil de caballería. Tomó
asimismo
mil carros y destruyó la mayor parte de ellos, ordenando que
sólo
se conservaran cien.
2. Cuando Adad, rey de Damasco y de Siria, supo que David
peleaba contra Adrazar, que era su amigo, fué a ayudarlo con
un
poderoso ejército. Entablada la batalla con David junto al
Eufrates, fracasó en su propósito y perdió en la lucha gran número de
soldados; fueron muertos veinte mil hombres del ejército de
Adad, huyendo el resto.
También Nicolás menciona a este rey, en el cuarto libro de
su
historia, donde dice: "Mucho después de ocurrir estas
cosas, un
hombre de ese país llamado Adad se hizo muy poderoso, y
reinó
en Damasco y otras partes de Siria, exceptuando a Fenicia.
Hizo
la guerra a David, rey de Judea, y probó fortuna en muchas
19
batallas, la última de ellas junta al Eufrates, donde fué
derrotado. Parece haber sido el mejor de sus reyes por su
fuerza
y su valor". Acerca de su posteridad dice que después
de su
muerte sus descendientes se fueron transmitiendo el trono y
el
nombre. Lo expresa de este modo: "Cuando murió Adad su
posteridad reinó durante diez generaciones, recibiendo cada
cual
de su padre el poder y el nombre, como los ptolomeos en
Egipto.
El tercero fué el más poderoso de todos y quiso vengar la
derrota
sufrida por sus antepasados. Hizo una expedición contra los
judíos y arrasó la ciudad que ahora se llama Samaria."
No
estaba equivocado; es aquel Adad que hizo la expedición
contra
Samaria, durante el reinado de Acab, rey de Israel. Al
respecto
hablaremos más adelante en el lugar correspondiente.
3. Después David hizo una expedición contra Damasco y el
resto de Siria y los sometió, dejó guarniciones en el país,
determinó que sus habitantes pagaran tributo, y regresó a su casa.
En Jerusalén dedicó a Dios las aljabas de oro y las
armaduras
que llevaban los guardias de Adad. Más tarde el rey de
Egipto
Susac, que peleó con el nieto de David, Roboam, se llevó
esos
despojos junto con otras riquezas de Jerusalén. Pero estas
cosas
quedarán explicadas luego en el momento debido.
En cuanto al rey de los hebreos, asistido por Dios, que le
aseguraba el triunfo en la guerra, hizo una expedición contra las
mejores ciudades de Adrazar, Batea y Majón, las tomó por la
fuerza y las de'rastó. Encontraron en ellas una gran
cantidad de
oro y plata, aparte del bronce que consideraban más valioso
que
el oro; este bronce fué el que usó Salomón, cuando construyó
el
templo para Dios, para hacer ese gran vaso llamado el mar y
las
curiosísimas palanganas.
4. Informado el rey de Amata de la desgracia de Adrazar y de
la ruina de su ejército, temió por su propia suerte y
resolvió
hacer una alianza de amistad y fidelidad con David antes que
éste lo atacara. Le envió a su hijo Adoram con el encargo de
agradecerle por haber peleado contra Adrazar, que era su
enemigo, y de ofrecerle un pacto de asistencia mutua y
amistad.
También le envió presentes, vasos de antigua hechura, de
oro,
plata y bronce.
20
David aceptó la alianza de ayuda mutua con Teno (que era el
nombre del rey de Amata), y recibió sus presentes; luego
despidió a su hijo con los debidos homenajes de ambas partes. David
dedicó a Dios los presentes, así como el resto del oro y la
plata
tomados en las ciudades que había conquistado.
Pero Dios le procuraba triunfos y victorias no solamente
cuando combatía y dirigía personalmente sus fuerzas; cuando
envió contra Idumea un ejército mandado por Abeseo, hermano
del general Joab, por la mano de ese teniente Dios le dió la
victoria sobre los idumeos. Abeseo exterminó a dieciocho mil
enemigos. El rey dejó guarniciones en todo el país y fijó
tributos
sobre la tierra y por cada habitante.
David era justo por naturaleza y tomaba sus decisiones
respetando la verdad. Tenía como general de todo su ejército a Joab. A
Josafat hijo de Aquil lo nombró archivero, y a Sadoc, de la
familia de Finees, que era su amigo, sumo sacerdote, junto
con
Abiatar. Hizo escriba a Sisa, y dió el mando de su guardia
personal a Banajas hijo de Joad. También estaban con él como custodios sus
hijos mayores.
5. David no olvidó la alianza y los juramentos que lo habían
ligado a Jonatás hijo de Saúl, y la amistad y el afecto que
Jonatás le demostraba. Además de las excelentes cualidades
de
que estaba dotado, era sumamente atento con los que le
habían
hecho favores. Ordenó por lo tanto que se averiguara si
quedaba
algún miembro del linaje de Jonatás a quien pudiera devolver
los beneficios que todavía debía a Jonatás.
Le llevaron un hombre, librado por Saúl, que podía
informarle, y le preguntó si conocía algún sobreviviente de
la
familia de Jonatás, a quien pudiera darle la recompensa por
los
favores que le debía.
El hombre le respondió que había quedado un hijo, llamado
Memfibost, pero que era cojo de ambos pies. Al enterarse la
nodriza de que su padre y su abuelo habían caído en la
batalla,
se apoderó del niño y huyó con él y cuando huía se le cayó
de la
espalda y quedó cojo. David hizo averiguar dónde y en la
casa de
quién se estaba criando, y envió mensajeros a la casa de
Majir,
21
en la ciudad de Labata, con quien estaba el hijo de Jonatás,
con
orden de que lo trajeran a su presencia.
Llegó Memfibost y se postró ante el rey. David lo animó
diciéndole que tuviera valor y esperanza de tiempos mejores.
Le
dió la casa de su padre y todo el patrimonio que poseía su
abuelo
Saúl, y le pidió que comiera con él en la mesa sin faltar un
solo
día. El joven se arrodilló para agradecerle sus palabras y
su
generosidad. David llamó a Siba y le comunicó que había dado
al
joven la casa de su padre y el patrimonio de Saúl. Ordenó
asimismo a Siba que le cultivara la tierra y le llevara el
producido a Jerusalén. Además debía conducir a Memfibost
todos los días a su mesa. David donó al joven a Siba y sus
hijos,
que eran quince, y a sus criados, que eran veinte. Hechas
estas
indicaciones, Siba se inclinó ante el rey, prometiéndole
hacer
todo lo que le había ordenado, y se retiró.
El hijo de Jonatás vivió en Jerusalén, comiendo en la mesa
del rey y recibiendo de éste los cuidados de un padre. Tuvo
un
hijo a quien puso el nombre de Mica.
22
CAPITULO VI
La guerra con los amonitas y su feliz conclusión
1. Esos fueron los honores que recibió de David el que había
quedado vivo del linaje de Saúl y Jonatás. En aquella época
murió Naas, rey de los amonitas, que era amigo de David. Lo
sucedió en el trono su hijo y David le envió embajadores con
sus
condolencias, exhortándolo a sobrellevar con resignación la
muerte de su padre y ofreciéndole mantener con él la misma
amistad que lo había unido con su padre.
Pero los principales de los amonitas tomaron de mala manera
el mensaje, contrariamente a las buenas intenciones de
David.
Excitaron al rey contra David, diciendo que había mandado
espías al país para averiguar sus fuerzas, pretextando un
acto de
gentileza. Le aconsejaron que tuviera cuidado y no diera crédito
a las palabras de David, para no ser engañado por él y caer
en
una inconsolable calamidad.
El hijo de Naas, rey de los amonitas, creyó que sus
dignatarios decían la verdad e injurió torpemente a los
embajadores. Les hizo afeitar la mitad de la barba y cortar
la
mitad de la ropa y los envió de vuelta sin más respuesta que
este
acto ultrajante.
El rey de los israelitas se indignó y manifestó que no
pasaría
por alto ese trato injurioso y ofensivo; haría la guerra a
los amonitas y vengaría en el rey el perverso atentado cometido contra
sus embajadores1
. Los parientes y comandantes del rey amonita,
comprendiendo que habían violado la alianza y podían ser
castigados por ese motivo, hicieron preparativos de guerra. Enviaron
1
1 Según la Biblia (2
Samuel, 10, 5), David manda decir a los enviados que se queden en Jericó hasta
que les
crezca la barba.
23
mil talentos a Siro, rey de Mesopotamia, tratando de
inducirlo a
aliarse con ellos por esa paga, y otro tanto al de Suba.
Estos
reyes tenían veinte mil hombres de a pie. Contrataron además
al
rey Amalec y a un cuarto rey de nombre Istob; juntos tenían
doce
mil hombres de armas.
2. A David no le preocupó esa confederación, ni las fuerzas
de
los amonitas. Poniendo su confianza en Dios y en la justicia
de la
guerra que iba a emprenderse por la injuria recibida, envió
inmediatamente contra ellos a Joab, el capitán de su
ejército,
dándole la flor de sus-fuerzas. Joab instaló el campamento
frente
a Rabat, la capital de los amonitas2
. El enemigo salió en
formación de combate, no en un solo conjunto sino en dos
cuerpos separados. Los ayudantes se desplegaron en la
llanura,
mientras que los amonitas lo hacían en las puertas frente a
los
hebreos.
Viendo esto Joab opuso a la estratagema otra estratagema;
eligiendo a los más robustos de sus hombres los puso delante
del
rey Siro y los reyes que estaban con él, y dió la otra parte
a su
hermano Abiseo, ordenándole que los pusiera frente a los
amonitas; y le dijo que si veía que los sirios presionaban y
lo
dominaban, ordenara a sus tropas que acudieran en su ayuda.
Añadió que él haría lo mismo, si lo veía en apuros con los
amonitas.
Envió, pues, a su hermano, animándolo a actuar con valor y
decisión, como cuadraba a los hombres que temían la
deshonra,
a luchar con los amonitas, mientras él caía sobre los
sirios. Aunque opusieron al principio una fuerte resistencia, Joab mató a
muchos de ellos y obligó al resto a emprender la huída.
Viéndolo
los amonitas, y temiendo a Abiseo y su ejército,
suspendieron la
lucha e imitando a sus auxiliares huyeron a la ciudad.
Derrotado el enemigo, Joab volvió jubiloso a Jerusalén a
informar al rey.
3. La derrota no indujo a los amonitas a sosegarse, ni a
reconocer la superioridad de sus adversarios; enviaron a buscar a
Calamas, rey de los sirios, al otro lado del Eufrates, y lo
contra-
2
El nombre de la
ciudad no figura en la Biblia.
24
taron como auxiliar. Sabec era capitán de su ejército, con
ochenta mil hombres de a pie y diez mil de a caballo.
Cuando el rey de los hebreos supo que los amonitas habían
reunido de nuevo un ejército tan grande, resolvió no delegar
más
el mando en sus generales; él mismo pasó el Jordán con todo
su
ejército, encontró al enemigo, entabló batalla y lo venció,
matando mil de sus soldados de a pie y siete mil de los de a caballo.
Hirió asimismo a Sabec, el general de las fuerzas de
Calamas,
que murió de la herida. El pueblo de Mesopotamia, se rindió
a
David y le envió presentes. David al llegar el invierno
regresó a
Jerusalén. Al comenzar la primavera envió a Joab, capitán de
su
ejército, a combatir con los amonitas; Joab invadió y
devastó el
país y encerró al enemigo en su capital, Rabat, a la que
puso
sitio.
25
CAPITULO VII
David se enamora de Betsabé y mata a su marido Uría, por lo
que es reprobado por Natán
1. Pero David incurrió en un gravísimo pecado, aunque
siempre había sido un hombre justo y piadoso y observaba
firmemente las leyes de nuestros antepasados. Una tarde
mientras miraba en derredor desde la terraza de su palacio
real,
donde solía pasear a esa hora, vió una mujer que se estaba
bañando con agua fría en una casa vecina. Era de
extraordinaria
belleza, superior a la de todas las mujeres. Se llamaba
Betsabé1
.
Seducido por la belleza de la mujer y no pudiendo refrenar
sus deseos, envió a buscarla y se acostó con ella. La mujer
quedó
embarazada y avisó al rey, instándolo a que buscara algún
medio de ocultar su pecado. (Porque de acuerdo con las leyes
de
sus antepasados el pecado de adulterio se castigaba con la
muerte.)
El rey mandó a buscar al lugar del asedio al escudero de
Joab, que era el marido de la mujer; se llamaba Uría. El rey
lo
interrogó acerca del ejército y del sitio. Obtenida en respuesta
la
información de que todo salía en la medida de sus deseos, el
rey
tomó varias porciones de carne de su cena y se las dió,
ordenándole que fuera a su casa a reunirse con su esposa y a acostarse
con ella. Pero Uría no lo hizo, y durmió cerca del rey con
los
demás escuderos.
Informado el rey, le preguntó por qué no se había ido a su
casa, a reunirse con su mujer después de tan larga ausencia,
como acostumbran a hacer todos los hombres cuando regresan
de
un largo viaje.
1
La historia de David
y Betsabé figura en la Biblia en el 2° libro de Samuel (11, 2 y sig.) y no se
repite luego en
lag Crónicas.
26
Uría respondió que no era justo que descansara y se solazara
con su mujer cuando sus camaradas y el general de su
ejército
dormían en el suelo, en el campamento, en territorio
enemigo. El
rey le ordenó entonces que se quedara allí esa noche, para
que al
día siguiente pudiera enviarlo a reunirse con su general.
Luego el rey lo invitó a cenar y con habilidad y destreza lo
hizo beber hasta que quedó embriagado; a pesar de lo cual se
quedó a pernoctar junto a la puerta del rey, sin deseos de
ver a
su mujer.
El rey quedó sumamente irritado y escribió a Joab
ordenándole que castigara a Uría, porque lo había ofendido,
y le
sugirió de qué modo podría hacerlo para que no descubriera
que
él era el autor del castigo. Le encomendó que lo enviara a
la
parte donde el ataque al ejército enemigo sería más
accidentado
y donde pudiera ser abandonado ordenando a los soldados que
se
retiraran.
David escribió la carta, la selló con su sello y se la dió a
Uría
para que se la entregara a Joab. Éste la recibió y la leyó y
enterado del propósito del rey, situó a Uría en el lugar donde sabía
que la resistencia enemiga sería más difícil de vencer. Le
dió
varios de los mejores soldados del ejército y le dijo que
iría
personalmente a ayudarlo con todo el ejército si lograban
abrir
una brecha en la muralla y penetrar en la ciudad. Añadió que
lejos de estar desconforme debía sentirse satisfecho de que
le
diera la oportunidad de afrontar una misión tan peligrosa,
porque era un valiente soldado apreciado por su bravura por
el
rey y sus compatriotas.
Uría asumió la tarea con decisión, y Joab ordenó
privadamente a sus compañeros que si veían salir al enemigo
lo
dejaran solo. Cuando los hebreos llevaron un ataque contra
la
ciudad, los amonitas, temerosos de que el enemigo escalara
la
muralla y entrara en la ciudad precisamente en el sitio
donde
había sido apostado Uría, pusieron a sus mejores soldados al
frente y abriendo las puertas repentinamente cayeron sobre
el
enemigo con gran vehemencia.
Frente al ataque los acompañantes de Uría retrocedieron, de
acuerdo con las instrucciones de Joab; pero Uría, no queriendo
27
huir y abandonar el puesto, hizo frente al enemigo
recibiendo la
violencia de la arremetida; mató a muchos de ellos pero fué
rodeado y muerto, junto con algunos de sus compañeros.
2. Joab envió mensajeros al rey con orden de decirle que
había hecho todo lo posible por tomar rápidamente la ciudad,
pero que al llevar un ataque contra las murallas fueron
obligados a retirarse con grandes pérdidas. Encargó a los
mensajeros que si veían al rey enojado, añadieran que Uría
también había muerto en el encuentro.
El rey recibió el mensaje muy mal y dijo que habían cometido
un error al asaltar las murallas, en lugar de minarlas y
usar
otras estratagemas de guerra, olvidando el ejemplo de
Abimélec
hijo de Gedeón, que quiso tomar la torre de Tebas por la
fuerza y
fué muerto por una piedra arrojada por una vieja; aunque era
un
hombre de grandes hazañas, murió ignominiosamente por la
manera inconveniente de llevar el asalto. Añadió que debían
recordar el accidente y no acercarse a las murallas del enemigo,
porque el mejor método de hacer la guerra con buen éxito era
tener presentes los antecedentes de las guerras anteriores y
las
consecuencias de los casos peligrosos similares.
Estando el rey en ese estado de ánimo, los mensajeros le
dijeron que Uría también había caído muerto, y se aplacó.
Ordenó a los mensajeros que volvieran y dijeran a Joab que
esa
desgracia era natural en la vida humana y que la guerra era
así
y tenía sus accidentes. A veces el enemigo obtiene buen
éxito y
otras veces no. Ordenó que siguiera ocupándose en el asedio
y
evitando nuevos percances en lo sucesivo; y que levantaran
baluartes y usaran máquinas en el sitio de la ciudad. Y que
cuando la tomaran, la arrasaran hasta los cimientos y
exterminaran a todos los que estaban en ella.
Los mensajeros se apresuraron a llevar el recado del rey a
Joab. Betsabé, informada de la muerte de su esposo, lo lloró
durante muchos días. Pasado el duelo, y secas las lágrimas que derramó por
Uría, el rey la tomó por esposa, naciendo luego un
hijo.
3. Dios no quedó complacido con ese matrimonio; enojado, por
el contrario, con David, aparecióse en sueños al profeta
Natán y
28
se quejó de la conducta del rey. Natán era un hombre sincero
y
prudente, y considerando que cuando se apodera de los reyes
una pasión su ímpetu los guía más que la justicia, resolvió
ocultar las amenazas de Dios, y hablarle de buena manera. Para eso
pidió al rey que le diera su opinión sobre el siguiente
caso: Había
una vez dos hombres que habitaban en la misma ciudad; uno
era
rico y el otro pobre. El rico tenía muchos rebaños de
ganado, ovejas y vacas, y el pobre no tenía más que una sola ovejita, a la que
había criado junto con sus hijos, haciéndole comer junto con
ellos
y sintiendo por ella el mismo afecto que puede sentirse por
una
hija. Un día que llegó un extranjero a visitar al rico, éste
no
quiso que se matara ninguno de sus animales y para festejar
a
su amigo mandó a buscar la ovejita del pobre, se la quitó, la
aderezó y convidó con ella al extranjero.
El discurso perturbó sobremanera al rey, quien declaró que
el
hombre capaz de hacer eso era un perverso; debía devolver la
oveja cuadruplicada y hasta merecía que se le diera muerte.
Natán le dijo inmediatamente que él era el hombre que
debería sufrir esos castigos, de acuerdo con su propia
sentencia,
porque él era el que había perpetrado ese horrible crimen.
Le
reveló en seguida que Dios estaba irritado. Él lo había
hecho rey
del ejército de los hebreos y señor de todas esas numerosas
y
grandes naciones que los rodeaban; lo había librado de las
manos
de Saúl y le había dado todas las esposas con las que había
contraído matrimonio legal y justamente. Ahora David lo
había
despreciado y afrentado tomando la esposa de otro hombre a
quien había expuesto al enemigo, para hacerlo asesinar. Dios
lo
castigaría por esa maldad; sus mujeres serían forzadas por
uno
de sus hijos1
, quien conspiraría contra él, y aunque él había
cometido su perversidad en secreto, el castigo le sería
infligido
públicamente.
-Además -agregó-, el niño que te dará morirá pronto.
Perturbado el rey por esos mensajes y muy confundido, dijo,
con lágrimas y pesar, que había pecado (porque era sin
disputa
un hombre piadoso y sin ningún pecado en toda su vida, salvo
el
1
Se refiere a Absalón,
pero la Biblia no especifica que sería un hijo; dice "daré tus mujeres a
tu prójimo". (2
Samuel, 12, 11).
29
de aquel asunto de Uría). Dios se compadeció y se reconcilió
con
él, y prometió que le conservaría la vida y el trono,
porque, dijo,
viendo que se había arrepentido de lo que había hecho, ya no
estaba disgustado con él.
Natán le comunicó esa profecía y se retiró.
4. Sin embargo Dios envió una grave enfermedad al niño de
David que dió a luz la esposa de Uría. Perturbado el rey, no
probó alimento alguno durante siete días, a pesar de la
insistencia de sus servidores. Se vistió de negro y se tiró
al suelo
envuelto en un saco, rogando a Dios por la recuperación del
niño,
porque amaba vehementemente a la madre.
Al séptimo día el niño murió y los sirvientes no se
atrevieron
a decírselo a David; suponían que si cuando el niño estaba
enfermo se había mostrado tan afligido y apesadumbrado, ahora
que había muerto se negaría no sólo a ingerir alimentos sino
también a tomar otros cuidados por su persona. Pero cuando
el
rey advirtió que los sirvientes estaban perturbados y
parecían
afectados, como si quisieran ocultar algo, comprendió que el
niño
había fallecido. Llamó a uno de los sirvientes y al
confirmarle su
suposición, se levantó, se puso ropa blanca y entró en el
tabernáculo de Dios.
Luego ordenó que le sirvieran de comer, sorprendiendo
grandemente a sus parientes y criados; no lo había hecho
cuando
el niño estaba enfermo y lo hacía ahora que estaba muerto.
Después de pedirle permiso para formularle una pregunta, le
pidieron que les dijera la razón de su conducta. David los
llamó
torpes y les explicó que mientras vivía tenía esperanzas de
que
mejorara, e hizo todo lo que era apropiado, pensando que de
ese
modo volvería propicio a Dios; pero después de muerto el
niño, la
pena era inútil y sin objeto.
Todos encomiaron la sabiduría y la inteligencia del rey.
Luego
se unió con su mujer Betsabé, que concibió y dió a luz un
hijo;
por orden del profeta Natán lo llamaron Salomón.
5. Joab puso en un grave aprieto a los amonitas asediados
cortándoles el agua y privándolos de abastecimientos para la
subsistencia; no tardaron en sufrir hambre y sed, porque
30
dependían de un solo pozo, pequeño, de agua, del que no se
permitían beber libremente para no agotarlo. Joab escribió
al rey
informándolo de la situación e invitándolo a que fuera a
tomar
personalmente la ciudad para asumir el honor de la victoria.
El rey aceptó, alabando la buena voluntad y fidelidad de
Joab, y seguido por su guardia personal se presentó a
completar
la destrucción de Rabat. Después de tomarla por asalto la
entregó a los soldados para que la saquearan. David por su
parte
tomó la corona del rey de los amonitas, que pesaba un
talento de
oro y tenía en el centro una piedra preciosa llamada
sardónice, y
con la que en adelante ciñóse siempre la cabeza. Halló
asimismo
en la ciudad muchos otros vasos espléndidos y de gran valor.
En cuanto a los hombres los hizo morir en las torturas; y
cuando tomó por la fuerza las demás ciudades de los amonitas
las trató de la misma manera.
31
CAPITULO VIII
Absalón mata a Amnón, que violó a su propia hermana, y
es desterrado y luego vuelto a llamar por David
1. Cuando el rey regresó a Jerusalén cayó una triste
desgracia sobre su casa, con la siguiente ocasión: David
tenía
una hija, virgen aún y de una belleza que sobrepasaba a las
mujeres mejor dotadas. Se llamaba Tamara y era de la misma
madre que Absalón. Amnón, el hijo mayor de David, se enamoró
de Tamara; no pudiendo satisfacer su deseo, debido a que la
doncella, siendo virgen, estaba custodiada, cayó en la
desesperación, adelgazó y perdió el color.
Un tal Jonatás, pariente y amigo de Amnón, hombre de
extraordinaria inteligencia y aguda sagacidad, descubrió la
pasión que lo consumía. Advirtiendo que día a día Amnón se
ponía más delgado, le pidió que le dijera la causa, aunque
él ya
había adivinado que debía de ser un mal de amores. Amnón le
confesó que estaba enamorado de una hermana de él, del mismo
padre. Jonatás le sugirió de qué manera y con qué recursos
podría lograr su deseo. Lo indujo a que se fingiera enfermo
y que
pidiera a su padre que le enviara a su hermana para
cuidarlo,
seguro de que de ese modo mejoraría.
Amnón se acostó en su cama y se fingió enfermo, como le
había indicado Jonatás. Cuando fué a verlo el padre y le
preguntó cómo estaba, le pidió que le enviara a su hermana.
Accedió David y ordenó que fuera llevada a su presencia.
Llegó Tamara y Amnón le pidió que le hiciera bizcochos con
sus propias manos, porque así los comería con más gusto.
La joven amasó la harina delante de su hermano, le hizo
bizcochos y se los ofreció. Amnón se negó a probarlos y ordenó a los
32
criados que hicieran salir a todos los que estaban en el
cuarto,
porque deseaba descansar, libre de ruidos y alborotos.
Cumplida la orden, pidió a su hermana que le llevara la cena
a la sala interior, y cuando lo hizo, Amnón la tomó en sus
brazos
y trató de persuadirla de que se acostara con él.
-No -exclamó la doncella-, no me fuerces, hermano, y no
cedas
a la maldad transgrediendo las leyes y acarreándote el
oprobio.
Refrena tu injusta e impura lujuria que sólo reproches y
desgracias traerá a nuestra casa.
Le aconsejó, para eludir momentáneamente la pasión de su
hermano, que le hablara al padre al respecto, que
indudablemente se lo permitiría. Amnón no cedió e inflamado
de
amor y enceguecido por la vehemencia de su pasión, violó a
su
hermana.
Pero en cuanto hubo satisfecho su lujuria, le tomó
inmediatamente odio y con palabras de reproche le ordenó que se levantara
y se marchara. Replicó la mujer que el ultraje de ahora era
más
injurioso que el anterior, porque después de haberla violado
ni
siquiera ld" permitía quedarse hasta la noche y la
mandaba salir
de día, a plena luz, con el testimonio de su vergüenza.
Amnón
ordenó entonces a los criados que la echaran de la casa.
Dolorosamente apenada por la injuria y la violencia de que
había sido objeto, se rasgó la túnica (antiguamente las
vírgenes
llevaban un ropaje suelto atado a las manos y caído hasta
los
tobillos, para que no se viera el vestido interior), y
echándose
ceniza en la cabeza salió a la ciudad llorando y
lamentándose.
Acertó a encontrarla su hermano Absalón, quien le preguntó
qué
le había ocurrido. Ella se lo contó y Absalón la consoló
pidiéndole
que se tranquilizara y no considerara la corrupción de su
hermano como una injuria. Tamara aceptó su consejo y dejó de
gritar y de descubrir a la multitud su deshonra. Luego vivió
durante mucho tiempo con su hermano Absalón como viuda.
2. Cuando David lo supo se apenó por el acto de Amnón, pero
como sentía por él extraordinario afecto, porque era su hijo
mayor, no lo castigó. Absalón, en cambio, que lo odiaba,
esperó
una oportunidad propicia para vengar el crimen. Dos años
33
después del atentado inicuo sufrido por su hermana, Absalón
se
dispuso a hacer la esquila de sus ovejas en Belsefón, ciudad
de la
tribu de Efraím, y rogó a su padre y a sus hermanos que
fueran
a festejarlo con él. David se negó, no queriendo ser una
carga
para él, y Absalón insistió en que por lo menos le enviara a
sus
hermanos.
Absalón encargó entonces a sus sirvientes que cuando vieran
a Amnón embriagado por el vino y adormecido y cuando
recabaran una señal de él, lo mataran sin temer nada.
3. Así lo hicieron, tal como se lo habían mandado. Los demás
hermanos atónitos y temiendo por sus vidas, montaron a
caballo
y regresaron a la casa de su padre. Pero alguien se adelantó
e
informó al rey que todos sus hijos habían sido asesinados
por
Absalón. Agobiado de dolor por la pérdida de sus hijos y por
el
hecho de que hubieran recibido la muerte a manos de otro
hijo,
David no preguntó la causa, ni quiso averiguar nada, lo que
hubiera sido razonable frente a una desgracia tan grande y tan
increíble, y rasgándose los vestidos se tiró al suelo a
llorar la
pérdida de sus hijos.
Jonatás, el hijo de su hermano Sam, le rogó que no se
entregara al dolor hasta ese punto, porque no encontraba motivo
para creer que todos sus hijos habían sido asesinados; sólo
en
cuanto a Amnón podía caber la duda, porque Absalón
probablemente había querido vengar la ofensa que infirió a su hermana
Tamara. En ese momento se oyó un gran ruido de caballos y
tumulto de gente que venía. Eran los hijos del rey, que
habían
huido de la fiesta. El padre les salió al encuentro y los
abrazó
llorando, desolado a pesar de encontrarse de nuevo con los
que
no había esperado ver después de haber sido informado de su
muerte. Todos gemían y sollozaban, los hijos por el hermano
y el
rey por el hijo que había perdido.
Absalón, por su parte, huyó a Getsura, donde era rey su
abuelo por parte de su madre, y se quedó allí tres años.
4. Pasados con el tiempo los efectos de su enojo, David
quiso
que Absalón volviera, no para ser castigado sino para estar
con
él. Fué sobre todo Joab, el capitán del ejército, el que lo
persuadió de que lo mandara llamar. Joab contrató a una
mujer
34
de edad para que fuera a ver al rey vestida de luto, y le
dijera
que dos de sus hijos habían disputado ásperamente, llegando
finalmente a pelear entre sí; cayó herido uno de ellos que
luego
murió. La mujer le pedía ahora al rey que interviniera para
salvar al otro hijo, a quien sus parientes querían matar
porque
había dado muerte a su hermano, y no la privara del apoyo
que
esperaba de él en su vejez. Si impedía que lo mataran, le
haría
una gran merced; sólo el temor al rey podía hacerlos desistir
de
sus propósitos.
El rey le dió su consentimiento y la mujer replicó:
-Debo darte las gracias por tu bondad al compadecerte de mi
vejez y evitarme la pérdida del único hijo que me quedaba;
pero
para asegurarme de tu favor, te ruego que te reconcilies
primeramente con tu propio hijo y le retires tu enojo.
Porque,
¿cómo podré convencerme de que realmente me concediste esa
gracia si mantienes tu cólera contra tu hijo? Sería injusto
añadir
voluntariamente otra muerte al sacrificio de tu hijo,
cometido sin
tu consentimiento.
El rey comprendió que la pretendida historia era una
estratagema de Joab; al confirmar su sospecha interrogando a la
mujer, mandó llamar a Joab y le dijo que había logrado lo
que se
había propuesto, y le ordenó que trajera a Absalón porque ya
se
le había disipado el enojo.
Joab se prosternó ante el rey escuchando con júbilo sus
palabras, y se trasladó inmediatamente a Getsura, de donde volvió a
Jerusalén con Absalón.
5. Pero el rey envió un mensaje a su hijo antes de que
llegara
ordenándole que se retirara a su casa, porque por el momento
no
estaba dispuesto a recibirlo. Obedeciendo la orden de su
padre,
Absalón se abstuvo de presentarse ante el rey, y vivió
atendido
por su familia. La belleza de Absalón no sufrió menoscabo,
ni por
el pesar ni por la falta de los honores que suelen recibir
los hijos
de los reyes; seguía sobresaliendo a todos los hombres en
estatura y prestancia y tenía mejor aspecto que los que
vivían
con lujo; sus cabellos eran tan espesos que con dificultad
se lo
cortaban cada ocho días; pesaban doscientos siclos, que
equivalen a cinco minas.
35
Absalón vivió en Jerusalén dos años y fué padre de tres
hijos
y una hija; ésta era de gran belleza y luego se casó con
ella
Roboam hijo de Salomón, dándole un hijo llamado Abiá.
Absalón
mandó a buscar a Joab y le pidió que le hiciera las paces
por
completo con su padre y que le consiguiera permiso para ir a
verlo y hablarle. Como Joab no se cuidó de cumplir su
pedido,
Absalón mandó a varios de sus criados a prender fuego a un
campo vecino de la casa de Joab. Joab fué a ver a Absalón y
le
reprochó lo que había hecho y le preguntó la causa de su
conducta.
-Me pareció una buena estratagema -respondió Absalón-,
para traerte aquí, ya que no te ocupaste en satisfacer mi
pedido
de reconciliarme con mi padre. Ahora que estás aquí, te
ruego
que lo pacifiques conmigo, porque considero mi presencia en
esta
ciudad más afrentosa que el destierro, mientras continúe el
enojo de mi padre.
Compadecido Joab de la desazón del joven, intercedió ante el
rey. Habló con él y no tardó en ponerlo en favorable
disposición
para recibir a su hijo; David no tardó en mandar a buscar a
Absalón. Cuando estuvo en su presencia éste se arrojó al suelo y le
pidió perdón por sus ofensas. El rey lo levantó y le
prometió
olvidar lo que había hecho.
36
CAPITULO IX
La insurrección de Absalón contra David
1. Después de este buen éxito obtenido con el rey, Absalón
se
procuró, en bastante poco tiempo, un gran número de caballos
y
carros. Tenía además cincuenta escuderos que lo rodeaban.
Diariamente se dirigía al palacio del rey, a hora temprana,
y hablaba amablemente con los que iban a pedir justicia y perdían la
causa, sugiriendo que si la habían perdido injustamente era
porque el rey carecía de buenos consejeros, o quizá porque
el juez
había dado una sentencia equivocada; de este modo se ganaba
su
buena voluntad, y añadía que si él tuviese autoridad,
impartiría
justicia de manera más equitativa.
Se hizo popular entre la multitud y cuando juzgó que tenía
asegurada la buena voluntad del pueblo, cuatro años después
de
la reconciliación, fué a ver al padre y le pidió permiso
para
trasladarse a Hebrón a hacer un sacrificio a Dios, que había
prometido ofrecer cuando huyó del país. David se lo concedió
y
Absalón se dirigió a aquella ciudad, donde se reunieron con
él
grandes multitudes a las que había mandado llamar.
2. Entre ellos estaba Ajitofel el gilonita, consejero de
David,
con doscientos hombres de Jerusalén, que ignoraban sus
intenciones y habían acudido solamente por asistir al
sacrificio.
Valiéndose de esa estratagema Absalón se hizo proclamar rey
por toda la multitud.
Cuando la noticia llegó a oídos de David, quien se enteró de
algo que no esperaba de su hijo, quedó espantado ante su
acción
impía y audaz; se extrañó de que Absalón, olvidando que sólo
recientemente le había sido olvidada su ofensa, se lanzase a
nuevas empresas peores y más perversas, aspirando a un trono que
Dios no le había dado, y despojando a su propio padre.
37
Resolvió por lo tanto huir hacia el otro lado del Jordán.
Reunió a sus más íntimos amigos y les comunicó las noticias
sobre la locura de su hijo. Se encomendó a Dios, que
juzgaría las
acciones de ambas, y dejando el palacio real al cuidado de
diez
concubinas, partió de Jerusalén, voluntariamente acompañado
por una numerosa multitud, que se empeñó en acompañarlo, y
especialmente por aquellos seiscientos hombres que habían
estado con él después de su primera huída en los tiempos de
Saúl.
A Abiatar y Sadoc, los sumos sacerdotes, que querían partir
con él, lo mismo que a todos los levitas, los convenció de
que se
quedaran con el arca, esperando que Dios lo salvara sin
necesidad de moverla de su lugar. Pero les recomendó que
secretamente le informaran de todo lo que pasara. Tenía
además
consigo como fieles servidores a Aquimás y Jonatás, hijos de
los
pontífices Sadoc y Abiatar1
. Eti el giteo fué también con él,
aunque David no quiso llevarlo y trató de persuadirlo de que
se
quedara, demostrando Eti con ello que era su mejor amigo.
Cuando subía descalzo el monte de los Olivos, seguido por
toda su compañía que lloraba, le informaron que Ajitofel
estaba
del lado de Absalón y se encontraba con él. La noticia
aumentó
su pesar y pidió a Dios que hiciera perder a Ajitofel la
confianza
de Absalón, porque temía que lo hiciera seguir sus
perniciosos
consejos y sabía que era un hombre prudente y de previsión
muy
aguda.
Al llegar a la cima de la montaña David miró la ciudad, y
oró
a Dios con abundantes lágrimas, como si ya hubiese perdido
el
trono. Allí fué donde lo encontró un fiel amigo de él,
llamado
Cus. David lo vio con sus ropas rasgadas y ceniza en la
cabeza, y
lamentándose por el cambio de la situación; lo consoló y lo
exhortó a que refrenara su dolor, y finalmente le pidió que
fuera
a reunirse con Absalón como si fuera partidario de él, para
averiguar sus recónditas intenciones y contradecir los consejos de
Ajitofel; porque no podría serle tan útil estando con él que
es-
1
Según la Biblia,
David dice a Sadoc que vuelva a la ciudad con Abiatar y los hijos de ambos (2
Samuel, 15,
27).
38
tando junto a Absalón. Aceptó aquél la indicación de David y
partió a Jerusalén, adonde llegó Absalón poco después.
3. David avanzó un poco más y se encontró con Siba, el
siervo
de Memfibost (a quien había enviado a cuidar las posesiones
que
le dió a Memfibost, por ser hijo de Jonatás hijo de Saúl) ;
Siba
llevaba un par de asnos cargados de provisiones, y le pidió
que
tomara todo lo que él y sus acompañantes necesitaran. El rey
le
preguntó dónde había dejado a Memfibost; respondió que en
Jerusalén, donde esperaba que a favor de la confusión
presente,
el pueblo lo proclamaría rey recordando los beneficios que
Saúl
le había conferido. Indignado por la traición el rey cedió a
Siba
todo lo que antes había acordado a Memfibost, juzgando que
tenía más derecho a poseerlo que su amo. Por lo cual Siba se
regocijó sobremanera.
4. Estando David en un lugar llamado Bacures llegó un
pariente de Saúl de nombre Semei, hijo de Ger, que le arrojó piedras y le dijo
palabras de reproche. Los amigos del rey rodearon
a David para protegerlo y el hombre insistió en sus reproches,
llamándolo sanguinario y declarándolo culpable de todos los
males. Le ordenó que se fuera del país, por ser impuro y
maldito
y agradeció a Dios por haberle quitado el trono haciéndole
aplicar, por la mano de su propio hijo, el castigo de las
ofensas
inferidas a su amo.
Indignados y furiosos quedaron los que rodeaban al rey, y
Abiseo quiso matar a Semei. David lo contuvo.
-No aumentemos nuestros infortunios con uno más -dijo-. No
me preocupa ese perro que me ladra; me someto a Dios, que
mandó a este hombre para lanzarnos su furor. No es extraño
que
deba aguantar esas injurias, cuando sufro la misma impiedad
de
mi propio hijo. Pero quizá Dios se compadezca de nosotros,
si su
voluntad es que triunfemos.
Prosiguió su marcha sin prestar atención a Semei, que corría
por el otro lado de la montaña y lanzaba sin cesar su
injurioso
lenguaje. Al llegar al Jordán, David permitió a los que iban
con
él que descansaran, porque estaban fatigados.
39
5. Cuando llegaron a Jerusalén Absalón y su consejero
Ajitofel, con todo el pueblo, Cus se presentó ante él, le hizo una reverencia y
le deseó que su reinado se prolongara a través de las
edades. Absalón le preguntó por qué, siendo un amigo íntimo
de
su padre, a quien siempre le fué fiel, no estaba ahora con
él y
había venido en cambio a ponerse a su servicio.
La respuesta de Cus fué muy oportuna y prudente.
-Debemos seguir a Dios y a la multitud del pueblo; éste,
señor
y amo mío, está contigo; corresponde por lo tanto, que lo
siga,
porque tú recibiste el reino de Dios. Si me crees tu amigo,
te demostraré la misma fidelidad y benevolencia que tú sabes he
tenido siempre para con tu padre. No hay ningún motivo para
no
estar satisfecho con el presente estado de cosas, porque el
trono
no pasa a otros, queda en la misma familia, recibiéndolo el
hijo
después del padre.
Estas palabras persuadieron a Absalón, que había
sospechado de Cus.
Llamó luego Absalón a Ajitofel y lo consultó sobre lo que
debía hacer. El consejero le recomendó que se juntara con
las
concubinas de su padre.
-Con ese acto -dijo-, el pueblo tendrá la certeza de que tu
diferencia con tu padre es irreconciliable, y peleará con
decisión
contra él, porque por ahora todavía temen asumir una actitud
de
franca enemistad, por las dudas de que se reconcilien.
Absalón aceptó el consejo y ordenó a sus sirvientes que le
pusieran una tienda en la terraza del palacio real, delante de la
multitud; y entró y se acostó con las concubinas de su
padre.
Todo lo cual ocurrió de acuerdo con la predicción de Natán,
quien
le profetizó el futuro atentado de su hijo.
6. Después de hacer lo que Ajitofel le había aconsejado,
Absalón le volvió a pedir consejo acerca de la guerra con su padre.
Ajitofel le pidió que le diera diez mil hombres elegidos y
le prometió que mataría a su padre y traería de vuelta a los soldados
sanos y salvos. Le aseguró que sólo podría afirmarse en el
trono
estando su padre muerto.
40
A Absalón le agradó el consejo, y llamó a Cus, el amigo de
David (así lo llamaba), e informándole de la opinión de
Ajitofel le
preguntó cuál era la suya al respecto. Cus comprendió que si
seguía el consejo de Ajitofel David correría peligro de ser
apresado y muerto; y trató de presentar una opinión contraria.
-Tú no desconoces, ¡oh, rey! -dijo-, la valentía de tu padre
y de
los que están con él. Hizo muchas guerras y siempre salió de
ellas victorioso; ahora vive probablemente en el campamento,
pero como es hábil en urdir estratagemas y en prever los
engañosos ardides del enemigo, sin duda dejará a sus
soldados
por la noche y se ocultará en algún valle o tenderá una
celada en
una roca. Cuando nuestro ejército entre en batalla con sus
fuerzas, éstas se retirarán al principio, para volver a
atacarnos
envalentonadas por la proximidad del rey. Entretanto tu
padre
aparecerá de improviso en medio del combate, infundiendo
valor
en su gente cuando estén en peligro y trayendo consternación
en
la tuya. Considera, por lo tanto, mi consejo, y razona, y si
no
puedes menos que reconocer que es el mejor, rechaza la
opinión
de Ajitofel. Reúne a todo el país de los hebreos y ordénale
pelear
contra tu padre, y tú toma personalmente el ejército, asume
en
esta guerra el puesto de general y no lo confíes a nadie más
que
a ti mismo. De este modo lo vencerás fácilmente, dominándolo
abiertamente con sus pocos partidarios mientras que tú
tendrás
muchas decenas de miles de hombres deseosos de demostrarte
su
diligencia y decisión. Y si tu padre se encierra en alguna
ciudad
y sostiene el sitio, derribaremos la ciudad por medio de
máquinas de guerra y de minas1
.
Dicho esto por Cus, su punto de vista prevaleció sobre el dé
Ajitofel, porque Absalón prefirió su opinión a la otra. En
realidad
fué Dios mismo el que le hizo juzgar mejor el consejo de
Cus.
7. Cus se dirigió apresuradamente a encontrarse con los
sumos sacerdotes Sadoc y Abiatar y les comunicó los consejos de
Ajitofel y de él mismo, y de que se había resuelto seguir el
de él.
Les pidió que mandaran a avisar a David, comunicándole las
decisiones adoptadas y rogándole que pasara sin demora el Jordán,
1
Anacronismo propio de
Josefo. La Biblia (2 Samuel, 17, 13), dice "...con cuerdas la
arrastraremos hasta el
arroyo..."
41
por las dudas de que su hijo cambiara de parecer, lo
persiguiera
y lo apresara antes de ponerse a salvo. Los sumos sacerdotes
tenían escondidos a sus hijos en un sitio adecuado fuera de la ciudad,
preparados para llevar a David las noticias de lo que se
hubiese resuelto.
Enviaron a una criada de confianza a comunicarles las
noticias de la resolución de Absalón, ordenándoles que se
las
llevaran a toda velocidad a David. Sin pérdida de tiempo, al
recibir las instrucciones de sus padres como fieles y
piadosos
delegados, juzgaron que la rapidez sería la mejor expresión
de
fidelidad y se apresuraron a dirigirse hacia el lugar donde
se
hallaba David.
Cuando estaban a dos estadios de la ciudad, varios jinetes
los
vieron2
, e informaron a Absalón, que inmediatamente envió soldados
a detenerlos. Al saberlo los hijos de los sumos sacerdotes
abandonaron el camino y penetraron en una aldea llamada Bacures,
donde pidieron a una mujer que los ocultara en algún sitio
seguro. La mujer los hizo descender por medio de una cuerda
a
un pozo, que tapó con vellones de lana. Cuando llegaron los
perseguidores le preguntaron si los había visto, no lo negó,
pero
agregó que se habían quedado con ella un tiempo, marchándose
luego; y que si los seguían sin demora los apresarían.
Después de buscarlos largo tiempo sin encontrarlos, los
soldados se volvieron. Pasado el peligro de que fueran sorprendidos,
la mujer subió a los jóvenes por medio de la cuerda y les
indicó
que siguieran su camino. Los jóvenes partieron a toda prisa
y
llegaron hasta donde se hallaba David, a quien informaron
detalladamente de las decisiones de Absalón. David ordenó a
los
que estaban con él que atravesaran el Jordán en el
transcurso de
la noche, sin pérdida de tiempo.
8. Al serle rechazado su consejo, Ajitofel montó en su asno
y
se transladó a su ciudad de Gelmón. Allí reunió a su familia
y les
comunicó lo que había recomendado a Absalón, añadiendo que
como éste no lo había escuchado, su caída se produciría
indudablemente dentro de poco tiempo; David lo derrotaría y volvería a
ocupar su trono. Por lo tanto prefería quitarse la vida
libre y
2
En el texto bíblico
es un mozo quien los ve y avisa a Absalón (ibid, 17, 18).
42
valientemente, antes que exponerse al castigo que David le
infligiría por haberlo traicionado apoyando enteramente a Absalón.
Dicho esto se dirigió a su alcoba y se ahorcó. Este fué el
fin de
Ajitofel, que se condenó a sí mismo. Sus parientes lo
descolgaron
de la cuerda y se ocuparon en su funeral.
En cuanto a David, pasó el Jordán, como ya hemos dicho, y
llegó a Campamentos1
, una excelente ciudad muy bien
fortificada. Los principales de la ciudad lo recibieron
amistosamente, compadecidos por su desdicha y respetuosos
por
su prosperidad pasada. Eran ellos Berzeleo el galadita,
Sifar,
jefe de los amonitas y Maquir, el principal de Galaad. Le
suministraron abundantes provisiones para él y sus
partidarios,
camas, mantas, hogazas de pan, vino. Les trajeron gran
cantidad
de ganado para carnear y les dieron los muebles que
necesitaban.
1
Mahanaim en la
Biblia.
43
CAPITULO X
Absalón es derrotado y muerto por Joab
1. Mientras David y sus partidarios pernoctaban allí
Absalón,
que había reunido un enorme ejército de hebreos para
oponerlo
contra su padre, pasó el Jordán, y se instaló cerca de
Campamentos, en el país de Galaad. Nombró a Amasa capitán
general del ejército, en lugar de su pariente Joab; el padre
de
Amasa era Jetrán y la madre Abigal, que igual que Saruia, la
madre de Joab, era hermana de David. David contó sus
partidarios, que eran unos cuatro mil, y resolvió no esperar
a
que Absalón lo atacara. Nombró capitanes de milicias y
centurias, y dividió el ejército en tres partes: la primera
la
encomendó a Joab, la segunda a Abiseo, el hermano de Joab, y
la
tercera a Eti, el compañero y amigo de David que había ido
de la
ciudad de Gita.
David quiso participar personalmente de la lucha, pero sus
amigos no lo dejaron, fundándose en razones muy prudentes.
Si
somos derrotados estando él con nosotros, decían, perderemos
todas las esperanzas de recobrarnos; en cambio si pierde la
batalla una parte del ejército, las restantes pueden
retirarse y
reunirse con él y preparar una fuerza mayor. Además su
ausencia haría suponer al enemigo, como es natural, que
tiene
otro ejército a su lado.
Aceptando el consejo, David decidió quedarse en
Campamentos. Despidió a sus amigos y comandantes
pidiéndoles que demostraran la mayor decisión y fidelidad
posibles, y que recordaran los beneficios que habían
recibido de
su mano, que aunque no muy grandes, tampoco fueron
insignificantes. Les pidió también que perdonaran la vida al
44
joven Absalón, para no acarrearse desgracias con su muerte.
De
este modo envió al ejército a la lucha, deseándole la
victoria.
2. Joab dispuso su ejército en orden de batalla en la
llanura,
frente al enemigo, y delante de un bosque. Absalón también
condujo su ejército al campo para hacerle frente. Entablóse la
batalla y ambos bandos demostraron valor y decisión; uno
exponiéndose a los mayores peligros y usando todo su empeño
para que David recuperara su trono; el otro sin ceder ni en
acción ni en sufrimiento, para que Absalón no fuera privado
del
reino y castigado por su padre por su desvergonzada
tentativa.
Los que eran los más numerosos se esforzaban para no sufrir
la
vergüenza de ser derrotados por el escaso número de los que
seguían a Joab y sus comandantes; sería la peor desgracia
que
podría ocurrirles. Por su parte los soldados de David
luchaban
denodadamente para vencer a tantos millares de adversarios.
Triunfaron los hombres de David, por ser superiores en
fuerza y habilidad guerrera; persiguieron a los vencidos por
bosques y valles, tomaron algunos prisioneros y mataron a
muchos, más en la huída que en la batalla; ese día cayeron
unos
veinte mil hombres. Todos los soldados de David corrieron
detrás
de Absalón, fácilmente distinguible por su estatura y su
belleza.
Temeroso de que lo prendieran, Absalón montó en la mula
real y huyó; pero al salir corriendo con gran prisa y
violencia, se
enredó los cabellos en las largas ramas de un árbol nudoso
que
se extendían sobre el camino, y quedó colgando de curiosa
manera. El animal, llevado por su impulso, siguió avanzando
rápidamente como, si llevara siempre a su amo en el lomo;
Absalón, colgado de las ramas, fué divisado por el enemigo.
Uno
de los soldados de David lo vió e informó a Joab. El general
le
prometió cincuenta siclos si mataba a Absalón de un lanzazo.
-Jamás mataría al hijo de mi amo -replicó el soldado-, ni
aunque me dieses mil siclos, sobre todo después de haberte
encargado delante de todos nosotros que su vida fuera
respetada.
Joab le ordenó que le mostrara dónde había visto colgando a
Absalón, le disparó una flecha al corazón y lo mató. Los
escuderos de Joab rodearon el árbol, descolgaron el cuerpo y lo arrojaron en un
gran pozo que estaba fuera de la vista, llenando
45
luego la cavidad con una gran montaña de piedras, con lo que
adquirió la dimensión y la apariencia de una tumba. Luego
Joab
tocó retirada, ordenando a sus soldados suspender la
persecución
del ejército enemigo, para no matar más compatriotas.
3. Absalón se había erigido una columna de mármol en el
Valle del Rey, a dos estadios de Jerusalén, a la que había
denominado La Mano de Absalón, diciendo que si sus hijos eran
muertos su nombre quedaría en la columna. Tenía tres hijos y
una hija, llamada Tamara, como dijimos antes, quien, al
casarse
con Roboam, nieto de David, tuvo un hijo llamado Abia, que
sucedió a su padre en el reino. Pero de esto hablaremos en
una
parte más apropiada de nuestra historia. Después de la
muerte
de Absalón, cada cual regresó a su casa.
4. Ajimás hijo de Sadoc el sumo sacerdote, fué a ver a Joab
y
le pidió que le permitiera llevar a David la noticia de la
victoria
y comunicarle que Dios le había acordado su ayuda y
providencia. Joab no lo autorizó.
-Tú que siempre has sido mensajero de buenas nuevas -le dijo
-¿quieres ir ahora a informar al rey que ha muerto su hijo?
Y le pidió que desistiera de su propósito. Llamó entonces a
Cus y le encargó la misión de informar al rey de todo lo que
había visto. Pero Ajimás insistió en que le permitiera hacer
de
mensajero, asegurándole que sólo le contaría lo referente a
la
victoria y se callaría lo de la muerte de Absalón. Joab lo
autorizó.
Ajimás tomó un camino distinto del que había seguido Cus y
que sólo él conocía y llegó antes que aquél. David estaba
sentado
entre las puertas aguardando a que alguien llegara del campo
de
batalla a informarle sobre su desarrollo. Uno de los
centinelas
vió venir corriendo a Ajimás y antes de poder distinguir
quién
era anunció a David que llegaba un hombre corriendo; David
manifestó que era un mensajero de buenas nuevas. Un rato más
tarde el centinela le informó que detrás venía corriendo
otro
mensajero. El rey respondió que también ése era un buen
mensajero. Cuando el centinela reconoció a Ajimás, que ya
estaba cerca, comunicó al rey que era el hijo del sumo
sacerdote
Sadoc el que venía. David se alegró, diciendo que era
portador de
buenas noticias, de las que él quería conocer sobre la
batalla.
46
5. Sobre estas palabras llegó Ajimás e hizo su reverencia al
rey. Preguntado por éste sobre la batalla, respondió que le
traía
la buena nueva de la victoria y el triunfo. Interrogado
sobre lo
que podía decirle acerca de su hijo, replicó que había
partido no
bien derrotado el enemigo y que había oído un gran alboroto
de
los que perseguían a Absalón, pero que no se pudo enterar de
nada por la prisa con que Joab lo había enviado a informar
al rey
de la victoria.
Pero cuando llegó Cus, después de reverenciar al rey e
informarle de la victoria, el rey le preguntó por su hijo.
-Ojalá sufran todos tus enemigos la suerte que le cupo a
Absalón -respondió Cus.
Esas palabras no le permitieron ni a él ni a sus soldados
celebrar la victoria, aunque era grande. David subió a la parte más
alta de la ciudad1
y lloró por su hijo,
golpeándose el pecho,
mesándose los cabellos, atormentándose de mil modos y
gritando: "¡Hijo mío, ojalá hubiese muerto yo,
terminando mis
días contigo!" Era de naturaleza afectuosa y por aquel
hijo tenía
especial predilección.
Al enterarse los soldados y Joab que el rey lloraba a su
hijo,
sintieron vergüenza de entrar en la ciudad con fausto de
conquistadores, y lo hicieron apesadumbrados derramando
lágrimas, como si hubiesen sido derrotados. Mientras el rey
se
velaba la cabeza y lamentaba dolorosamente la muerte de su
hijo, Joab lo consoló diciéndole:
-¿No adviertes, ¡oh, señor!, que echas un baldón sobre ti
mismo con lo que ahora haces? Pareces odiar a los que te
aman y
arrostran peligros por ti; pareces odiarte a ti mismo y a tu
familia, y amar a los que son tus acérrimos enemigos, y
desear la
compañía de los que ya no existen y que han sido
justicieramente muertos. Si Absalón hubiese obtenido la victoria y se
hubiese asentado firmemente en el trono, ninguno de nosotros
habría quedado vivo. Todos nosotros, empezando por ti mismo
y
tus hijos, habríamos perecido miserablemente; y nuestros
enemi-
1
O más bien, como dice
la Biblia, a la sala (más alta) de la puerta (2 Sam. 18, 33). Recordemos que
"David
estaba sentado entre las puertas" (párr. 4), siendo las
puertas de las ciudades amplios espacios donde solían
instalarse, entre otras cosas, los tribunales de justicia
(Cf. 2 Crónicas, 31, 2; Salmos, 9, 14; 127, 5, etc.).
47
gos no llorarían, se regocijarían y castigarían incluso a
los que se
compadecieran de nuestra desgracia. Y tú no te avergüenzas
de
hacerlo tratándose de alguien que fué tu enconado enemigo y
que, siendo tu propio hijo, se portó tan mal contigo. Deja,
pues,
tu injusto dolor y sal afuera a que te vean tus soldados, y
dales
las gracias por la decisión que demostraron en la lucha.
Porque
si continúas con esta actitud, yo mismo diré al pueblo que
te
abandone y que dé el trono a otro, y entonces te ocasionaré
un
dolor más amargo y más justificado.
Con estas palabras Joab obligó al rey a abandonar su pena y
lo llevó a la consideración de los asuntos. David se cambió
de
ropa y se presentó apropiadamente ante la multitud,
sentándose
en las puertas. Enterado el pueblo, se reunió y corrió a
saludarlo.
Este era el estado en que se hallaban las cosas de David.
48
CAPITULO XI
Recuperado el trono, David se reconcilia con Semei y con
Siba, y
demuestra gran afecto a Berzeleo; y al estallar una sedición
nombra a Amasa capitán del ejército, para perseguir a Sabeo,
siendo Amasa muerto por Joab
1. Los hebreos que habían estado con Absalón y habían
escapado de la batalla, cuando volvieron a sus casas enviaron mensajeros a
todas las ciudades para recordarles los beneficios
recibidos de David y de la libertad que les había dado a
costa de
tantas y tan grandes guerras. Y se quejaban de que habiendo
expulsado a David del trono para dárselo a otro gobernante,
y
habiendo muerto el otro gobernante a quien habían elevado,
no
rogaran a David que depusiera su enojo y volviera a
concederles
su amistad, reasumiendo como antes la atención de los
asuntos y
retomando el trono.
Esa información llegó a oídos de David. No obstante, envió a
los sumos sacerdotes Sadoc y Abiatar a que hablaran con los
jefes de Judá y les dijeran que sería vergonzoso para ellos
que
permitieran a las otras tribus elegir de nuevo rey a David
antes
que su tribu, siendo ellos parientes y de la misma sangre.
Mandó
también que dijeran lo mismo a Amasa, el capitán de sus
fuerzas, que aunque era hijo de su hermana no había
persuadido
a la multitud de que restableciera a David en el trono. Y le
anunció que podía esperar de él no solamente la
reconciliación,
que ya se la concedía, sino también el mandoo supremo del
ejército, que antes le había dado Absalón.
Después de hablar con los jefes de la tribu diciéndoles lo
que
el rey les había ordenado, los sumos sacerdotes conversaron
con
Amasa, quien persuadió a la tribu que enviara inmediatamente
49
embajadores para rogar a David que volviera al trono. Lo
mismo
hicieron los israelitas, incitados por Amasa.
2. Cuando los embajadores fueron a verlo, David se trasladó
a
Jerusalén. La tribu de Judá fué la primera que salió al
encuentro del rey en el río Jordán. Semei hijo de Ger fué
con mil
hombres que trajo consigo de la tribu de Benjamín, y Siba,
el
liberto de Saúl, con sus quince hijos y veinte siervos.
Todos ellos
tendieron un puente sobre el río, para que el rey y los que
estaban con él pudieran pasarlo fácilmente.
En cuanto llegó al Jordán la tribu de Judá lo aclamó. Semei
subió al puente, se arrojó al suelo y abrazándole los pies
le rogó
que le perdonara sus ofensas y no le guardara rencor ni
tomara
con él la primera medida severa de su nuevo poder, y
considerara que se había arrepentido de su falta y había
sido el
primero en acudir a recibirlo.
Mientras rogaba de ese modo al rey, moviéndolo a compasión,
dijo Abiseo, hermano de Joab:
-¿Con esto se libraría de la muerte este hombre, que maldijo
al rey nombrado por Dios?
David se volvió hacia él.
-¿Nunca cejaréis, vosotros los hijos de Saruia? -dijo-. Os
lo
ruego, no promováis nuevos disturbios y sediciones entre
nosotros, ahora que terminó la otra. Porque no os ocultaré que hoy
comenzaré a reinar y por eso juro perdonar a todos los
ofensores
sus castigos, y no me ensañaré con ninguno que haya pecado..
Por consiguiente, tú, Semei -agregó dirigiéndose a éste-,
anímate
y no temas que te castiguen con la muerte.
Semei le hizo una reverencia y siguió marchando delante de
él.
3. También Memfibost, el nieto de Saúl, fué al encuentro de
David, vestido con ropas sórdidas y con el cabello crecido y
descuidado. Después de la huida de David sintió tanta pena
que
no se cortó el pelo ni se hizo lavar la ropa, previendo las
desventuras que le tocaría sufrir con el cambio de la situación.
50
Porque había sido injustamente calumniado ante el rey por
su cuidador Siba. Después de hacer la reverencia al rey y
saludarlo David le preguntó por qué no había salido de
Jerusalén acompañándolo en la huída. Memfibost echó la culpa
a
Siba; cuando le ordenó que le preparara las cosas para
partir, no
lo obedeció y lo trató, en cambio, como si fuera un esclavo.
-Si tuviese las piernas sanas y fuertes, no te habría
desertado, las habría usado para huir. Pero eso no es toda
la
ofensa que me infirió, con respecto a mi deber para contigo,
señor; además me calumnió, contándote mentiras de su
invención. Pero sé que tu inteligencia no admitirá esas
calumnias, sé que eres justo y amante de la verdad, y sé que
es
también voluntad de Dios que esta última prevalezca. Después
de haber estado expuesto a los peores peligros por mi abuelo
y
cuando luego mi familia pudo haber sido, con razón,
totalmente
destruida, fuiste moderado y misericordioso, y olvidaste
todas las
injurias, precisamente cuando estabas en condiciones de
castigarlas. Me consideraste tu amigo y me sentaste
diariamente
a tu mesa, y me trataste como al más estimado de tus
parientes.
David resolvió no castigar a Memfibost ni condenar a Siba,
por haber traicionado a su amo. Le dijo que habiendo
concedido
todo su patrimonio a Siba por no haberse ido con él, ahora
le
prometía olvidarlo y ordenó que le fuera restituida la mitad
del
patrimonio.
-Que Siba se lo lleve todo -repuso Memfibost-. Me basta con
que hayas recobrado tu trono.
4. David pidió a Berzeleo el galadita, ese hombre grande y
espléndido que le había llevado numerosas provisiones a
Campamentos y lo había conducido al Jordán, que lo acompañara a
Jerusalén, porque había prometido rodear su vejez de respeto
y
honores, atenderlo y mantenerlo. Pero Berzeleo quería vivir
en
su casa, y le rogó que lo disculpara. Su edad, le dijo, era
demasiado avanzada para esos placeres; tenía ochenta años y
estaba haciendo preparativos para su muerte y sepultura. Le
pidió como único favor que lo despidiera; su edad no le
permitiría
gozar de su comida y su bebida, y sus oídos estaban
demasiado
cerrados para oír el sonido de las flautas, o las melodías
de otros
51
instrumentos musicales, con los que se encantan los que viven
en las cortes de los reyes.
Ante su sincero pedido respondió el rey:
-Te despido, pero déjame a tu hijo Aquimán, a quien colmaré
de atenciones.
Berzeleo le dejó a su hijo, hizo una reverencia al rey, le
deseó
que todos sus cosas salieran a la medida de sus deseos y
regresó
a su casa. David llegó a Galgala con casi la mitad del
pueblo y la
tribu de Judá.
5. Los principales hombres del país fueron a verlo a Galgala
con una gran multitud, y se quejaron de que la tribu de Judá
hubiese ido a verlo privadamente, debiendo haber ido todos
juntos con la misma y única intención, de darle la
bienvenida.
Los jefes de la tribu de Judá les pidieron que no se
disgustaran
por eso. Ellos, añadieron, eran parientes de David; por eso
le
debían más afecto y solicitud, y fueron los primeros en
salirle al
encuentro.
Les aseguraron que no por eso habían recibido ninguna
donación que pudiera desazonar a los que llegaran después. Los jefes
de las demás tribus no se aplacaron con estas palabras de
los
prin. cipales de la tribu de Judá.
-No podemos menos que extrañarnos, hermanos -dijeron-, al
oíros decir que el rey es pariente vuestro solamente; el que
recibió de Dios el poder sobre todos nosotros en común, debe
ser
estimado como pariente de todos nosotros, por cuya razón al
conjunto del pueblo le corresponden once partes1
y a vosotros sólo
una. Además nosotros somos más viejos que vosotros, por lo
tanto no habéis hecho bien en dirigiros al encuentro del rey
de
esa manera privada y oculta.
6. Mientras los jefes disputaban entre sí, un hombre
perverso
que se complacía en practicar la sedición (se llamaba Sabeo
hijo
de Bocorías, de la tribu de Benjamín), entró en medio de la
multitud y exclamó en voz alta:
1
Según la Biblia
"diez partes" (2 Sam. 19, 43).
52
-¡A nosotros no nos corresponde ninguna parte de David, ni
queremos nada del hijo de Isaí!
Dicho esto hizo sonar la trompeta y declaró la guerra contra
el rey. Todos abandonaron a David y lo siguieron, excepto la
tribu de Judá, que lo instaló en su palacio real de
Jerusalén. En
cuanto a sus concubinas, con las que se acompañó su hijo
Absalón, las trasladó a otra casa y ordenó a los que las
cuidaban
que les dieran todo lo que necesitaban, pero él nunca más se
acercó a ellas.
Nombró asimismo a Amasa capitán de las fuerzas, y le dió el
mismo cargo elevado que había tenido Joab. Luego le ordenó
que
reuniera en la tribu de Judá el mayor ejército que fuera
posible y
se presentara ante él dentro de tres días; le entregaría
entonces
todo su ejército y lo enviaría a luchar contra el hijo de
Bocorías.
Amasa partió pero no se apresuró a reunir la fuerza
encomendada y no volvió a los tres días. Dijo entonces David a Joab que
no convenía demorar este asunto de Sabeo, para no darle
tiempo
a que reuniera un ejército numeroso y provocara mayores
contratiempos y dañar las cosas más aún que el mismo
Absalón.
-No esperes más -dijo-, toma las fuerzas que tengas a mano,
junto con ese cuerpo de seiscientos hombres, y que vaya tu
hermano Abiseo contigo; sal contra el enemigo y trata de derrotarlo.
Apresúrate y adelántate a él, para evitar que tome algunas
ciudades fortificadas y nos dé mucho trabajo y penas dominarlo.
7. Joab resolvió hacerlo sin pérdida de tiempo; llevando
consigo a su hermano y aquellos seiscientos hombres y ordenando
que lo siguiera el resto del ejército que se hallaba en
Jerusalén,
marchó a toda velocidad contra Sabeo. Cuando estaban cerca
de
Gabaón, que es una aldea situada a cuarenta estadios de
Jerusalén, Amasa, con un gran ejército, salió al encuentro de Joab.
Joab llevaba coraza y espada al cinto. Cuando Amasa se
acercó a saludarlo, con particular cuidado se arregló para
que su
espada se le cayera, al parecer espontáneamente. La levantó
y se
acercó a Amasa, y como si fuera a besarlo le tomó la barba
con la
otra mano mientras le hundía la espada en el vientre. Amasa
cayó al suelo, muerto.
53
Joab cometió ese acto impío y completamente repudiable con
un hombre bueno, pariente de él, que jamás lo había
ofendido; lo
hizo sólo por celos, porque había sido designado comandante
en
jefe del ejército y tenía ahora el mismo grado de dignidad
que él;
por la misma razón había matado anteriormente a Abner. En
aquella perversa acción la muerte de su hermano Asael, que
simuló vengar, le dió un pretexto aceptable, justificando su
crimen perdonable. Pero para el asesinato de Amasa no tenía
ninguno.
Después de matar al general, Joab persiguió a Sabeo, dejando
un hombre junto al cadáver de Amasa, con la orden de
proclamar
a voces ante el ejército que había sido muerto justamente y
obtenido un merecido castigo. Y que si estaban con el rey, que siguieran a Joab
su general y a Abiseo el hermano de Joab.
Como el cuerpo estaba en medio del camino y toda la
multitud corría a verlo y, como es habitual en las
multitudes, se
quedaban haciendo comentarios, el cuidador lo retiró de ese
lugar y lo llevó a otro sitio alejado del camino, donde lo
dejó
cubierto con su ropa. Hecho esto, todo el pueblo siguió a
Joab.
Mientras perseguía a Sabeo por todo el país de Israel,
alguien
le dijo que el buscado se hallaba en una ciudad fuerte
llamada
Abelmaquea. Hacia allí se dirigió Joab, la rodeó, tendió una
valla
y ordenó a sus soldados que minaran las murallas y las
derribaran. Estaba indignado con los habitantes de la ciudad por no
haberle permitido la entrada.
8. Una mujer de poca importancia pero sabia e inteligente,
viendo a su ciudad al borde del abismo, subió al muro y por
medio de los hombres armados llamó a Joab. Cuando éste se
acercó le dijo la mujer:
-Dios ordenó reyes y generales de ejércitos para suprimir a
los enemigos de los hebreos y obtener para ellos la paz y la
tranquilidad; tú en cambio te empeñas en derribar y despoblar una
urbe de los israelitas, que no ha cometido ningún delito.
Joab protestó y rogó que Dios le siguiera siendo propicio.
Aseguró a la mujer que no quería hacer morir a ninguno de sus habitantes y
mucho menos destruir una ciudad tan grande como
54
aquélla; si le entregaban a Sabeo hijo de Bocorías, que se
rebeló
contra el rey, abandonaría el asedio y retiraría el
ejército.
Oyendo estas palabras de Joab la mujer le pidió que
suspendiera momentáneamente el sitio, el tiempo suficiente para
hacerle tirar por el muro la cabeza de su enemigo. Descendió
y
dirigiéndose a los ciudadanos les dijo:
-¿Sois tan perversos que preferís morir miserablemente, con
vuestras mujeres e hijos, por salvar a un ser vil a quien
nadie
conoce? ¿Lo aceptaréis como rey en lugar de David, que es
vuestro gran benefactor, y opondréis vuestra ciudad a un
ejército
fuerte y poderoso?
La mujer los convenció; cortaron la cabeza a Sabeo y la
arrojaron al campamento de Joab. El general del rey tocó entonces
retirada y levantó el sitio de la ciudad. Cuando regresó a
Jerusalén fué nombrado nuevamente general de todo el pueblo. El
rey designó asimismo a Banajas capitán de la guardia y de
los
seiscientos hombres, a Adoram encargado de los tributos y a
Sabatés y Aquilao para cuidar lor archivos. Nombró escriba a Susa
y sumos sacerdotes a Sadoc y Abiatar1
.
1
Omite la designación
de Ira el ¡aireo como jefe principal de David (2 Samuel, 20, 25).
55
CAPITULO XII
Los hebreos son salvados del hambre mediante la venganza de
los gabaonitas. Las grandes acciones de David contra los
filisteos. Hazañas de los valientes que lo rodean
1. Posteriormente, cuando el hambre azotó gravemente al
país, David rogó a Dios que se compadeciera del pueblo y le
descubriera cuál era la causa de la aflicción y qué remedio
se le
podía aplicar. Los profetas respondieron que Dios haría
vengar a
los gabaonitas, a los que el rey Saúl mató a traición con
tanta
perversidad, sin observar el juramento que el general Josué
y el
senado le habían formulado. Si el rey permitía que se
vengase a
los que fueron muertos como lo quisieran los gabaonitas,
Dios
prometía reconciliarlos con ellos, librando a la multitud de
sus
desdichas.
Enterado David de lo que buscaba Dios, envió a llamar a los
gabaonitas y les preguntó qué era lo que querían. Respondieron
que querían que les entregaran a siete hijos de Saúl, para
castigarlos. David los entregó, exceptuando a Memfibost hijo de Jonatás. Los
gabaonitas los recibieron y los castigaron como
quisieron. Después de lo cual Dios comenzó a enviar lluvias
y a
devolver a la tierra la producción de sus frutos habituales,
librándola de la sequía anterior; y el país de los hebreos
volvió a
florecer.
Poco después el rey hizo la guerra a los filisteos; trabada
la
batalla, los puso en fuga y, muy fatigado, quedó aislado
durante
la persecución del enemigo. Lo vió un soldado contrario,
llamado
Acmón hijo de Arafos; era uno de los descendientes de los
gigantes y tenía una lanza cuyo mango pesaba trescientos
siclos,
una cota de malla y una espada. Cuando lo vió se volvió y corrió
56
violentamente para matar al rey de sus enemigos, que estaba
dominado por el cansancio.
De pronto apareció Abiseo, el hermano de Joab, protegió al
rey con su escudo y mató al enemigo. La multitud quedó muy
intranquila por el peligro que había corrido el rey. Y los
jefes le
hicieron jurar que no volvería a salir a la batalla con
ellos, para
que su valor y su osadía no les acarrearan una desgracia,
privando al pueblo de los beneficios de que ahora gozaba por
su
intermedio y de los que podía gozar si vivía muchos años.
2. Enterado el rey de que los filisteos se habían reunido en
la
ciudad de Gazara, envió un ejército contra ellos. Allí
Sobaquis el
jeteo, uno de los hombres más valientes de David, mereció
gran
encomio por su comportamiento, porque mató a muchos de los
que se jactaban que eran de la posteridad de los gigantes,
trayendo la victoria a los hebreos.
Después de esta derrota y a pesar de ella los filisteos
volvieron a hacer la guerra. David envió un ejército a
enfrentarlos y su pariente Nefán luchó en combate singular
con
el más robusto de los filisteos, y lo mató, poniendo en fuga
a los
demás. Muchos de ellos fueron muertos en la huída. Poco
tiempo
después los filisteos instalaron el campamento en una ciudad
que estaba cerca de los confines del país de los hebreos.
Había
entre ellos un hombre que medía seis codos de altura y tenía
en
las manos y los pies un dedo más de los usuales. Un hombre
peleó con él en combate singular y lo mató. Decidió con su
acción
la suerte de la batalla y ganó reputación de valiente.
Aquel hombre también se había jactado de que era hijo de los
gigantes. Pero después de este combate los filisteos no
volvieron
a hacer la guerra contra los israelitas.
3. Libre David de guerras y peligros, y gozando en lo futuro
de una profunda paz, compuso himnos y canciones a Dios de
distintos metros; algunos eran trímetros y otros
pentámetros.
Hizo también instrumentos musicales y enseñó a los levitas a
cantar himnos a Dios, durante los días llamados del sabat y
en
otros festivales.
57
Los instrumentos musicales estaban hechos del siguiente
modo: la cinira era un instrumento de diez cuerdas que se
tocaba
con un plectro; la nabla tenía veinte notas musicales, y se
tocaba
con los dedos; los címbalos eran unos instrumentos anchos y
grandes, que se hacían de bronce. Con esto será suficiente
acerca
de los instrumentos, para que el lector no desconozca
completamente su naturaleza.
4. Todos los hombres que rodeaban a David eran valientes.
Pero había treinta y ocho que eran famosos por sus acciones
y
sus hazañas; voy a relatar los hechos de sólo cinco de
ellos, lo
que será suficiente para poner de manifiesto las virtudes de
los
demás, porque todos fueron poderosos y capaces de someter
países y conquistar grandes naciones. El primero era Jesaem
hijo de Aquemeo, que solía saltar sobre las tropas enemigas
y no
dejaba de pelear hasta que derribara novecientos hombres.
Después Eleazar hijo de Dodia, que estuvo con el rey en
Arasán.
Este hombre, una vez que los israelitas, consternados por la
gran
multitud de los filisteos, se dieron a la fuga, quedó solo,
cayó
sobre el enemigo y mató hasta que la espada se le quedó
pegada
a la mano por la sangre derramada; los israelitas, viendo
que los
filisteos se daban a la fuga, bajaron de las montañas y los
persiguieron, y obtuvieron una famosa y sorprendente
victoria;
mientras tanto Eleazar mataba hombres y la multitud lo
seguía
y despojaba los cuerpos de sus muertos.
El tercero era Cesabeo hijo de Il. Este hombre, cuando en la
guerra contra los filisteos éstos instalaron el campamento
en un
lugar llamado Siagón y los hebreos, temerosos de nuevo ante
la
magnitud de su ejército, no les hicieron frente, luchó solo
como si
fuera un ejército; mató a algunos y persiguió a otros que no
pudieron dominar su fuerza y su ímpetu.
Eso fué lo que hicieron estos tres hombres. Una vez que el
rey
estaba en Jerusalén, y el ejército filisteo lo atacó, David
subió a
la cima de la ciudadela, como ya hemos dicho, para consultar
a
Dios acerca de la batalla; el campamento enemigo se hallaba
en
el valle que se extendía hasta la ciudad de Betlem, a veinte
estadios de Jerusalén.
58
-En mi ciudad hay un agua excelente -dijo David a sus
compañeros-, especialmente la del pozo que está cerca de la puerta.
Y afirmó que si alguien le trajera un poco de esa agua para
beber, la apreciaría más que una gran suma de dinero. Lo
oyeron
los tres hombres, salieron corriendo inmediatamente,
atravesaron el campamento enemigo, llegaron a Betlem,
sacaron
agua del pozo, volvieron a pasar por el campamento enemigo y
le
llevaron el agua al rey. Los filisteos, entretanto,
sorprendidos
por su audacia y su decisión, no se movieron ni hicieron
nada,
como si despreciaran su reducido número.
Pero el rey no quiso probar el agua, porque, dijo, se la
habían
llevado sus hombres con peligro de sus vidas y no sería
justo que
la bebiera. La derramó ante Dios, y le agradeció la
salvación de
sus valientes.
Después estaba Abiseo, el hermano de Joab, que en un solo
día mató seiscientos soldados enemigos. El quinto de ellos
era
Banajas, de linaje sacerdotal; desafiado por eminentes
hombres
en el país de Moab, los venció por su valor. En otra ocasión
lo
retó un hombre de la nación de los egipcios, de gran
corpulencia;
lo afrontó desarmado y lo mató con su propia lanza; lo tomó
por
la fuerza, le arrebató las armas, mientras estaba vivo y
peleando, y lo mató con ellas.
Otra acción se puede añadir a las anteriores de este hombre,
que supera o iguala a las restantes. Una vez que Dios había
mandado nieve, un león resbaló y cayó en un pozo; la boca
del
pozo era estrecha y era evidente que moriría, encerrado por
la
nieve. No pudiendo salir del pozo la fiera comenzó a rugir.
Banajas oyó el rugido, fué hacia allí, orientado por el
ruido,
bajó a la boca del pozo y lo hirió, luchando, con una estaca
que
allí había, y lo mató.
Los otros treinta y tres guerreros de David eran tan valientes
como éstos.
CAPITULO XIII
59
David hace contar a la población. El castigo
1. El rey David quiso conocer cuántos millares de personas
había en el pueblo, y olvidando el mandamiento de Moisés que
prescribía el pago de medio siclo por cabeza para Dios, cada
vez
que el pueblo era contado, ordenó a Joab, el capitán del
ejército,
que hiciera el recuento de la multitud. Aunque Joab opinó
que
no era necesario, el rey no se dejó convencer y dispuso que
procediera sin demora.
Joab llevó consigo a los jefes de las tribus y a los
escribas y
recorrió el país de los israelitas, anotando el número de
personas
que integraban la multitud. Regresó a Jerusalén después de
nueve meses y veinte días, y entregó al rey las sumas
obtenidas
que no incluían a la tribu de Benjamín, no contada aún, ni a
la
tribu de Leví, porque ya para ese entonces el rey se había
arrepentido de su pecado contra Dios.
El número de los israelitas restantes era de novecientos mil
hombres capaces de portar armas e ir a la guerra; la tribu
de
Judá tenía cuatrocientos mil hombres.
2. Cuando los profetas señalaron a David que Dios estaba
enojado con él, comenzó a rogarle que fuera misericordioso y
le
perdonara su pecado. Dios le envió al profeta Gad, para
proponerle que eligiera entre tres plagas la que mejor le pareciera: que
hubiese hambre en el país durante siete años, que hubiese
una
guerra y fuese subyugado por el enemigo durante tres meses,
o
que Dios enviara peste y enfermedad a los hebreos durante
tres
días.
Compelido a una penosa elección de grandes desdichas, David
se sintió apesadumbrado y dolorosamente confuso. El profeta
le
dijo que debía imprescindiblemente elegir y le urgió a que
lo
hiciera sin demora, para poder anunciar a Dios su opción. El
rey
razonó que si pedía el hambre, podría suponerse que la pedía
para los demás, sin riesgo para él, que tenía gran acopio de
trigo;
si optaba por ser derrotado durante tres meses, parecería
que
había elegido la guerra porque tenía hombres valientes y
plazas
fuertes y que por lo tanto no podía temer las consecuencias;
eli60
gió por lo tanto una aflicción que es común a los reyes y a
sus
súbditos, y en la que el miedo es igual en todas partes; y
dijo que
"era mejor caer en las manos de Dios que en las de sus
enemigos".
3. Enterado el profeta, se lo comunicó a Dios, quien envió
peste y mortandad a los hebreos; pero no todos murieron de
la
misma manera, ni era fácil conocer la enfermedad de que se
trataba. La desdichada plaga tenía la misma acción, pero se llevaba
sus víctimas con diez mil causas y ocasiones, cayendo sobre
los
afectados súbitamente. Algunos expiraban con grandes dolores
y
amargas penas, y otros eran consumidos por la enfermedad no
quedando luego nada para sepultar.
Algunos se sofocaban, y caían atacados por una súbita
oscuridad; otros caían muertos mientras enterraban a un pariente,
sin poder terminar los ritos fúnebres. Esta peste comenzó
por la
mañana y hasta la hora de comer habían muerto setenta mil
personas. El ángel tendió la mano sobre Jerusalén, para
desencadenar la misma terrible peste. David se puso un saco
y
tendiéndose en tierra rogó a Dios que hiciera cesar el mal y
se
contentara con las víctimas que habían muerto hasta
entonces.
Al alzar los ojos al cielo vió en el aire al ángel
dirigiéndose a
Jerusalén con la espada desenvainada. Dijo entonces a Dios
que
era justo castigar al pastor pero que las ovejas debían ser
perdonadas, porque no habían pecado. E imploró a Dios que
enviara su cólera sobre él y su familia, y salvara al
pueblo.
4. Oyendo esta súplica Dios hizo cesar la peste y le envió
al
profeta Gad para ordenarle que fuera inmediatamente a la era
de Oronas el jebusita a levantar un altar a Dios y ofrecer
sacrificios1
. Entonces David no demoró en cumplir su deber, dirigiéndose
apresuradamente al lugar señalado.
Oronas se encontraba aventando trigo y cuando vió al rey que
se aproximaba con sus hijos, le salió corriendo al encuentro
y le
hizo una reverencia. Era de linaje jebusita pero tenía
amistad
con David y por esa causa éste no le hizo daño cuando
derribó la
ciudad, como hemos dicho anteriormente.
1
Según la Biblia (2
Samuel, 24, 16), cuando Dios detuvo al ángel, éste se hallaba junto a la era de
Arauna
(Oronas).
61
Oronas preguntó a David a qué había ido el amo a la casa de
su siervo. A comprarle la era, respondió el rey, para
edificar un
altar y ofrecer sacrificios a Dios. Oronas le dijo que le
daba
gratuitamente la era, con los arados y los bueyes para los
holocaustos, y rogaba a Dios que aceptara graciosamente su
sacrificio.
El rey replicó que le complacía su generosa magnanimidad y
aceptaba su ofrecimiento, pero insistió en pagarle su
precio,
porque no era justo ofrecer un sacrificio que no cuesta
nada.
Oronas respondió que haría como él quisiera y David le
compró
la era por cincuenta siclos2
. Erigió un altar, realizó un servicio
divino, y ofreció un holocausto y ofrendas de paz. Dios con
esto se
aplacó y volvió a ser favorable.
Aquel mismo sitio fué donde Abram había ido a ofrecer en
holocausto a su hijo Isaac; cuando el joven estaba por ser
degollado, apareció de pronto, junto al altar, un carnero al que
Abram sacrificó en lugar de su hijo, como hemos relatado
anteriormente. Viendo David que Dios había escuchado sus
ruegos y aceptado graciosamente sus sacrificios, resolvió
llamar
a aquel sitio el altar de todo el pueblo y edificar un
templo a
Dios. Sus palabras se cumplieron posteriormente. Dios le
envió
al profeta y le dijo que su hijo, el que subiría al trono
después de
él, edificaría un templo a Dios en aquel lugar.
CAPITULO XIV
David hace preparativos para la construcción del Templo.
Sublevación de Adonías. David nombra sucesor a Salomón
1. Después de esa profecía el rey ordenó que fueran contados
los extranjeros, hallándose que sumaban ciento ochenta mil.
2
Josefo repite el
precio que figura en Samuel. En Crónicas, en cambio, dice que David pagó a
"Ornán"
seiscientos siclos de oro (21, 26).
62
David destinó ochenta mil para picapedreros y el resto para
transportar las piedras, y puso tres mil quinientos para
vigilar a
los obreros.
Preparó asimismo una gran cantidad de hierro y bronce para
las obras, con muchos árboles de cedro, sumamente grandes,
que
les enviaron los tirios y los sidonios, a quienes había
pedido
provisión de madera. Y dijo a sus amigos que preparaba esas
cosas para dejar listos los materiales con los que su hijo,
el que
reinaría después de él, levantaría el templo. De ese modo no
tendría que buscarlos, a una edad en que le faltaría
experiencia;
teniéndolos preparados vería facilitada la tarea.
2. David llamó a su hijo Salomón y le encargó que cuando
recibiera el trono levantara un templo a Dios. El mismo, le
dijo,
quiso edificar el templo, pero Dios se lo prohibió, porque
estaba
manchado de sangre y guerras. Pero le predijo que lo
levantaría
Salomón, un hijo suyo muy inteligente que sería llamado con
ese
nombre, y al que le prometió que lo cuidaría como un padre a
un
hijo. Le prometió también que haría feliz al país de los
hebreos
durante su reinado, dándole, entre otras cosas, paz, y
librándolo
de guerras y de sediciones internas, que es la mayor de las
bendiciones.
-Puesto -dijo-, que fuiste ordenado rey por Dios antes de
nacer, trata de hacerte digno de su providencia, siendo
poderoso,
justo y valiente. Observa sus mandamientos y sus leyes, las
que
nos dió por medio de Moisés, y no permitas que nadie las
viole.
Empéñate con fervor en dedicar un templo a Dios, el que él
prefirió que fuera erigido durante tu reinado. No te asustes ante la
magnitud de la obra, ni la mires con aprensión, porque te
prepararé todas las cosas antes de morir. Y toma nota de que
ya
hay reunidos diez mil talentos de oro y cien mil talentos de
plata.
También aparté innumerable cantidad de bronce y hierro y un
inmenso acopio de madera y piedras. Tienes, además, muchos
millares de picapedreros y carpinteros; y si quieres algo
más
agrégalo tú mismo. Si cumples esta empresa serás aceptable
para Dios y él te protegerá.
David exhortó a los jefes del pueblo a que asistieran a su
hijo
en la construcción, y que luego, libres de desventuras,
emplearan
63
el tiempo libre en honrar a Dios. De este modo gozarían de
paz y
de una vida dichosa, con cuyas bendiciones Dios recompensa a
los piadosos y justos. Ordenó además que cuando estuviese
construído el templo, depositaran en su interior el arca y los vasos
sagrados, y les aseguró que habrían poseído un templo desde
mucho tiempo atrás si sus antepasados no hubiesen descuidado
los mandamientos de Dios, quien les había encargado que lo
construyeran cuando estuvieran en posesión de esa tierra.
Estas
fueron las palabras que David dirigió a los gobernadores y a
su
hijo.
3 -David llegó a la vejez y su cuerpo, por el transcurso del
tiempo, se volvió frío y entumecido; no lograba entrar en
calor ni
aunque se cubriera con numerosas cobijas. Los médicos se
reunieron y coincidieron en aconsejar que una bella virgen,
elegida entre todas las del país, durmiera junto al rey; la doncella le
comunicaría calor y remediaría su entumecimiento. Encontróse
en la ciudad una mujer de belleza superior a la de todas las
mujeres (se llamaba Abesacé), que calentaba al rey con sólo
acostarse a su lado, porque David estaba demasiado viejo
para
conocerla como un marido a su esposa. Pero de esta mujer
hablaremos más adelante.
4. El cuarto hijo de David era un joven hermoso y alto,
nacido
de su esposa Agita. Se llamaba Adonías y abrigaba las mismas
intenciones que Absalón. Adonías tenía la esperanza de ser
rey,
y declaró a sus amigos que debía hacerse cargo del gobierno.
Preparó numerosos carros y caballos y cincuenta hombres que
lo
precedían. Su padre lo supo pero no lo reprobó ni refrenó
sus
propósitos, ni siquiera le preguntó las causas de su
conducta.
Adonías tenía como asistentes a Joab, el capitán del
ejército,
y a Abiatar, el sumo sacerdote. Las únicas personas que se
le
oponían eran el sumo sacerdote Sadoc, el profeta Natán,
Banajas, el capitán de la guardia, Semeí, el amigo de David
y los
paladines del rey. Adonías organizó una cena fuera de la
ciudad,
cerca de la fuente que estaba en el jardín del rey, e invitó
a todos
sus hermanos excepto a Salomón; llevaba consigo a Joab, el
capitán del ejército, a Abiatar y a los jefes de la tribu de
Judá;
pero no invitó a la fiesta a Sadoc, el sumo pontífice, ni a
Natán el
64
profeta, ni a Banajas, el capitán de la guardia, ni a
ninguno del
bando contrario.
El profeta Natán informó a Betsabé, la madre de Salomón,
anunciándole que Adonías era rey y que David no sabía nada;
le
aconsejó que para salvarse ella y su hijo fuera
personalmente a
comunicar a David que si bien él había jurado que Salomón
reinaría después de él, entretanto Adonías se había
apoderado
del trono. Agregó que él iría luego a ver al rey, y
confirmaría las
palabras de Betsabé.
De acuerdo con Natán, Betsabé fué a ver al rey, se inclinó
ante él y después de pedirle permiso para hablarle, le dijo
todo lo
que Natán le había sugerido, refiriéndole que Adonías había
hecho una fiesta, invitando al sumo sacerdote Abiatar, al
general
Joab y a los hijos de David, con exclusión de Salomón y sus
amigos íntimos. Añadió que el pueblo tenía puestos los ojos
en él,
para saber a quién elegiría para rey. Le pidió, además, que
tuviera en cuenta que cuando él partiría, Adonías, si era
rey, la
mataría a ella y a su hijo Salomón.
5. Mientras Betsabé hablaba, el guardián de las cámaras
reales le anunció que Natán deseaba verlo. El rey ordenó que
fuera introducido a su presencia. Natán entró y preguntó a
David si había designado rey a Adonías entregándole el
gobierno.
-Adonías -dijo- preparó un espléndido banquete, invitando a
todos los hijos del rey, menos a Salomón, así como también a
Joab, el capitán del ejército; en este momento están
festejando
con aplausos y alegres sones de instrumentos, y brindando
que
su reinado dure para siempre. Pero no me invitó a mí, ni al
sumo
sacerdote Sadoc ni al capitán de la guardia, Banajas. Y es
justo
que el pueblo sepa si lo hizo con tu aprobación o no.
El rey ordenó que llamaran a Betsabé, que había salido al
entrar el profeta. Cuando entró Betsabé dijo David:
-Juro por Dios todopoderoso que tu hijo Salomón será rey,
como lo juré anteriormente, y que ocupará mi trono, hoy
mismo.
Betsabé le hizo una reverencia, deseándole larga vida; el
rey
mandó llamar al sumo pontífice Sadoc, y a Banajas el capitán
de
65
la guardia, y les ordenó que llevaran consigo al profeta
Natán,
que hicieran montar a su hijo Salomón en la mula real y lo
llevaran fuera de la ciudad, a la fuente llamada Geón, y que
allí
lo ungieran con el óleo sagrado proclamándolo rey.
Dió este encargo al sumo sacerdote Sadoc y al profeta Natán,
y les ordenó que siguieran a Salomón por el centro de la
ciudad,
haciendo sonar las trompetas y deseando a voces "que el
rey
Salomón ocupe para siempre el trono real", para que
todo el
pueblo supiera que había sido ordenado rey por su padre, y
que
dieran a Salomón sabias recomendaciones acerca del gobierno,
para que rigiera a toda la nación de los hebreos, y a la
tribu de
Judá, piadosa y justicieramente.
Después de haber rogado Banajas a Dios que fuera propicio a
Salomón, sin más demoras hicieron montar a Salomón en la
mula, lo llevaron fuera de la ciudad hasta la fuente, lo
ungieron
con óleo y lo condujeron por la ciudad, aclamándolo y
deseándole
que su reinado durara mucho. Luego lo introdujeron en la
casa
del rey y lo hicieron sentar en el trono. El pueblo se
entregó a
manifestaciones de alegría y celebró un festival, bailando y
divir.
tiéndose al son de las flautas, hasta que la tierra y el
aire se llenaron con los ecos de los instrumentos musicales de la multitud.
6. Cuando Adonías y sus invitados percibieron ese ruido
quedaron confundidos. Joab, el capitán del ejército, declaró que no le
gustaban esos ecos, ni el resonar de esas trompetas. La cena
quedó suspendida, nadie probó bocado, y todos se sintieron
intrigados acerca de lo que había ocurrido.
Llegó entonces corriendo Jonatás, el hijo del sumo sacerdote
Abiatar; Adonías lo recibió amablemente y lo llamó buen
mensajero, y el joven le contó lo referente a Salomón y le comunicó la
determinación del rey David. Adonías y sus invitados
abandonaron apresuradamente la fiesta y huyeron cada cual a
su casa.
Adonías, temeroso por lo que había hecho, suplicó a Dios
aferrándose a los cuernos que sobresalían del altar.
Salomón fué informado de esa actitud de Adonías, y de que
deseaba recibir seguridades de que olvidaría la ofensa que
le
66
había inferido y no lo castigaría severamente. Salomón le
respondió con mucha suavidad y prudencia que le perdonaba la
ofensa, pero que si era descubierto intentando otras
innovaciones, nadie más que él sería el causante de su
castigo.
Envió a buscarlo, retirándolo del sitio de su súplica. Una
vez en
presencia del rey, se prosternó ante su hermano y recibió la
orden de volver a su casa sin temor, pero que en lo sucesivo
se
portara como un hombre digno, para su propia conveniencia.
7. Deseoso David de confirmar a su hijo como rey de todo el
pueblo, reunió a los jefes en Jerusalén, con los sacerdotes
y los
levitas. Los contó y halló un total de treinta y ocho mil
cuya edad
oscilaba entre los treinta y los cincuenta años. De ellos
señaló
veintitrés mil para ocuparse en la construcción del templo,
seis
mil como jueces del pueblo y escribas, cuatro mil para
porteros
de la casa de Dios y otros tantos para cantores, para cantar
con
los instrumentos que David había preparado, como ya dijimos.
Además los dividió en series, y después de separar a los
sacerdotes, resultaron estos últimos veinticuatro series,
dieciséis
de la casa de Eleazar y ocho de la casa de Itamar. Ordenó
que
cada serie oficiara a Dios durante ocho días, de sabat a
sabat.
Las series fueron distribuidas por sorteo en presencia de
David,
los sumos sacerdotes Sadoc y Abiatar y todos los jefes. La
que
salió primero fué anotada para el primer turno, y así
sucesivamente hasta la vigésima cuarta; la división se sigue
manteniendo hasta el día de hoy.
Dividió también a la tribu de Leví en veinticuatro partes;
echaron suertes y fueron distribuidas de la misma manera
para
servicios de ocho días. Honró asimismo a la posteridad de
Moisés, haciéndola guardadora de los tesoros de Dios y de la
donaciones ofrecidas por los reyes. Ordenó que toda la tribu
de
Leví, lo mismo que los sacerdotes, sirviera a Dios noche y
día,
como mandara Moisés.
8. Luego dividió al ejército en doce partes, con sus jefes,
capitanes de centurias y tribunos. Cada parte tenía veinticuatro mil
hombres, a los que se ordenó servir al rey Salomón treinta
días
por turno, del primero al último día del mes, con los
capitanes de
las milicias y los capitanes de las centurias. Nombró jefes
para
67
cada parte, a los que conocía como hombres buenos y justos.
Nombró a otros para hacerse cargo de los tesoros, las
aldeas, los
campos y los animales; sus nombres no creo necesario
mencionarlos.
9. Después de llenar todos esos cargos de la manera
referida,
David llamó a los jefes de los hebreos, a los principales de
las
tribus, a los funcionarios de las diversas divisiones y a
los nombrados para cada actividad y cada posesión, y subiendo a una
alta tribuna habló de este modo a la multitud:
-Hermanos y compatriotas: Quiero haceros saber que me
propuse edificar una casa para Dios, y preparé una gran cantidad
de oro y cien mil talentos de plata; pero Dios, por medio
del
profeta Natán, me prohibió hacerlo, por las guerras que
libré
para vosotros, y porque mi diestra estaba profanada por la
matanza de nuestros enemigos. Pero ordenó que mi hijo, que
me
sucedería en el trono, levantara el templo para Dios.
Vosotros
sabéis que de los doce hijos de nuestro antepasado Jacob,
Judá
fué señalado para ser rey, y que yo fui preferido a mis seis
hermanos y recibí de Dios el poder, sin que ninguno de ellos
lo
tomara a mal; deseo ahora, por lo tanto, que mis hijos no se
levanten el uno contra el otro, porque Salomón haya recibido
el
trono, y que lo reconozcan jubilosamente como señor,
sabiendo
que Dios lo eligió. Si cuando es ésa la voluntad de Dios se
acepta
y obedece a un jefe extranjero, debe ser ocasión para
regocijarse
cuando es un hermano el que ha obtenido esa dignidad, ya que
los demás participan también de ella junto con él. Ruego que
las
promesas de Dios sean cumplidas, y que la felicidad que
prometió conceder al rey Salomón para todo el país, persista
para siempre. Esas promesas, hijo mío, quedarán firmes, y se
cumplirán felizmente, si te muestras piadoso y justo y
observas
las leyes del país. En caso contrario, tu desobediencia te
traerá
la adversidad.
10. Dichas estas palabras el rey descendió, pero delante de
todos dió a Salomón la descripción y el plan del edificio
del
Templo, de los cimientos y de las cámaras, inferiores y
superiores, su número y sus dimensiones en alto y ancho.
También determinó el peso de los vasos de oro y plata y lo
instó
68
encarecidamente a emplear la mayor decisión en la obra;
exhortó
también a los jefes, y particularmente a la tribu de Leví, a
prestarle asistencia, tanto porque era joven como porque
Dios lo
había elegido para ocuparse en la erección del Templo y en
el
gobierno del reino. Les manifestó que la obra sería fácil,
no muy
laboriosa para ellos, porque había preparado para ella
muchos
talentos de oro y más aún de plata, lo mismo que madera,
gran
cantidad de carpinteros y picapedreros, y numerosas
esmeraldas
y otras clases de piedras preciosas. Y agregó que daría de
sus
propios bienes tres mil talentos de oro puro1
, para el
sanctasanctórum, la carroza de Dios y los querubines que
cubrirían el arca.
Cuando David terminó de hablar, los jefes y los sacerdotes y
los levitas2
demostraron mucho
entusiasmo, hicieron grandes
promesas y aportaron su colaboración. Se comprometieron a
traer cinco mil talentos de oro, diez mil estateras3
de oro, diez
mil talentos de plata y muchos millares de talentos de
hierro. El
que tenía alguna piedra preciosa la llevaba y la donaba para
ser
agregada a los tesoros, de los que cuidaba Jal, descendiente
de
Moisés.
11. Todo el pueblo se regocijó, y especialmente David al ver
el
fervor y la iniciativa de los jefes y los sacerdotes y de
todos los
demás. Y comenzó a bendecir a Dios en voz alta, llamándolo
padre y genitor del universo, autor de las cosas humanas y
divinas, que ordenó y adornó, patrón y guardián de la nación
hebrea y de su felicidad, y de ese reino que le había dado.
Además oró por la felicidad de todo el pueblo, y pidió que
su hijo
Salomón fuera justo y virtuoso. Luego ordenó a la multitud
que
bendijera a Dios.
Todos cayeron al suelo y lo adoraron. Y dieron gracias a
David, por todas las bendiciones que de él habían recibido
desde
que subiera al trono. Al día siguiente presentó sacrificios
a Dios,
mil bueyes y otros tantos corderos, que ofrecieron en
holocausto.
También hicieron ofrendas pacíficas, e inmolaron muchos
millares de sacrificios. El rey hizo fiesta todo el día, junto con todo el
1
Y 7.000 de plata,
según la Biblia.
2
Los levitas no
figuran en la Biblia.
3
Daricos.
69
pueblo. Ungieron a Salomón por segunda vez con el óleo,
nombrándolo rey, y a Sadoc como sumo pontífice de toda la multitud.
Luego condujeron a Salomón al palacio real y lo sentaron en
el
trono de su padre, y desde aquel día le prestaron
obediencia.
70
CAPITULO XV
Los encargos que da David a su hijo Salomón, al aproxi
marse la hora de su muerte, y las numerosas cosas que deja
para la construcción del Templo
1. Poco después David cayó enfermo, por causa de su edad;
percibiendo que estaba por morir, llamó a su hijo Salomón y
le
habló de esta manera:
-Hijo mío, yo me iré a la tumba, a reunirme con mis padres;
es el camino común a todos los hombres que existen ahora o
que
existirán en lo futuro, y del que no es posible retornar
para
conocer las cosas que se hacen en este mundo. Te exhorto,
por lo
tanto, en lo que me resta de vida y cerca ya de la muerte,
lo
mismo que te dije en mi anterior consejo, a que seas un hombre
justo con los súbditos y piadoso con Dios, que te dió este
reino; a
que observes sus mandamientos y sus leyes, los que nos envió
por medio de Moisés, y a que no permitas que la lujuria u
otras
pasiones te hagan descartarlos, ni por favor ni por adulación.
Porque sin transgredes las leyes de Dios perderás su favor y
te
enajenarás su providencia en todas las cosas. Pero si te
conduces
como te corresponde y como te exhorto, conservarás el trono
en
nuestra familia, y ninguna otra casa gobernará a los hebreos,
fuera de nosotros, por todas las edades. Pero no olvides las
transgresiones de Joab, el capitán del ejército, que mató a
dos
generales por envidia, hombres justos y buenos, Abner hijo
de
Ner y Amasa hijo de Jetrán; tú vengarás sus muertes como te
parezca mejor, ya que Joab fué más fuerte que yo y pudo
escapar
hasta ahora a su castigo. Te encargo asimismo al hijo de
Berzeleo el galadita, a quien, por mi favor, concederás
honores y
cuidados; no le haremos ningún regalo tratándolo bien, sólo
le
pagaremos la deuda que tenemos contraída con su padre por lo
71
que hizo conmigo en ocasión de mi huída. En cuanto a Semeí
hijo
de Ger, de la tribu de Benjamín, quien después de lanzarme
muchos reproches, cuando, en mi huida, me dirigía a
Campamentos, me salió luego al encuentro en el Jordán y
recibió
seguridades de que en ese entonces no sufriría ningún daño.
Busca ahora alguna ocasión justa, y castígalo.
2. Después de dar estas recomendaciones a su hijo sobre los
asuntos públicos, los amigos y aquellos que merecían
castigo,
David murió, habiendo vivido setenta años. Reinó siete años
y
seis meses en Hebrón, en la tribu de Judá, y treinta y tres
años
en Jerusalén en todo el país. Fué un hombre excelente,
dotado de
todas las virtudes que son deseables en un rey y en el que
tiene a
su cargo el cuidado de tantas tribus. De extraordinario
valor,
decidido y primero en todos los peligros cuando luchaba por
sus
súbditos, animaba a los soldados a la acción con su propia
actividad, y luchaba junto con ellos en lugar de mandarlos despóticamente.
Hábil y muy inteligente en el manejo de los asuntos
públicos,
sabía apreciar las circunstancias presentes y prever las
futuras.
Era prudente, moderado, amable con los que sufrían, justo y
humano, que son buenas cualidades, particularmente convenientes
para un rey. No cometió ninguna ofensa en el ejercicio de su
gran autoridad, excepto en el asunto de la esposa de Uría.
Dejó
mayores riquezas que cualquier otro rey, ya sea de los
hebreos o
de cualquier otra nación.
3. Fué sepultado por su hijo Salomón, en Jerusalén, con gran
magnificencia y con toda la pompa fúnebre que suele
emplearse
para enterrar a los reyes. Se inhumaron junto con él grandes
e
inmensas riquezas, de cuya vastedad puede dar fácilmente una
idea el hecho siguiente: mil trescientos años después,
cuando el
sumo sacerdote Hircano fué sitiado por Antíoco hijo de
Demetrio,
al que llamaban el Pío, y quiso darle dinero para que
levantara
el asedio y retirara el ejército, como no tenía otro medio
para
conseguirlo, abrió una de las cámaras del sepulcro de David
y
sacó tres mil talentos; entregó una parte de esa suma a
Antíoco,
consiguiendo de este modo que levantara el sitio, como ya
hemos
informado al lector en otra parte. Más aún: posteriormente,
72
muchos años después, el rey Herodes abrió otra cámara y se
llevó grandes riquezas, y sin embargo ninguno de ellos llegó
hasta los féretros de los reyes, porque los cuerpos fueron
sepultados bajo tierra con tanta destreza que no se distinguía el sitio
ni aun entrando dentro de los monumentos. Pero con esto será
suficiente acerca de estos temas.
73
LIBRO VIII
Comprende un lapso de ciento sesenta y tres
años
74
CAPITULO 1
Salomón ocupa el trono y elimina a sus enemigos
1. Ya hemos hablado en el libro anterior de David y su
virtud,
de los beneficios que trajo a sus compatriotas, de sus
guerras y
batallas que manejó con buen éxito, y de su muerte al llegar
a la
vejez. Su hijo Salomón, que era muy joven, se hizo cargo del
reino, siendo declarado por David, antes de su muerte, señor
del
pueblo por la voluntad de Dios. Ocupó el trono aclamado
jubilosamente por todo el pueblo, como es habitual en los comienzos de
todo reinado, deseándole la multitud que todos sus asuntos
tuviesen un fin feliz y que alcanzara una avanzada edad
dentro
de la mayor felicidad.
2. Adonías, que cuando vivía su padre había tratado de
apoderarse del gobierno, fué a ver a Betsabé, la madre del rey, y la
saludó con gran cortesía. Ella le preguntó si necesitaba
ayuda, y
le pidió que se explicara, que gustosamente le daría su
apoyo.
Comenzó diciendo Adonías que, como ella bien lo sabía, el
trono le correspondía a él, tanto por su mayor edad como por
haberlo así dispuesto la multitud; pero como le fué
transferido a
su hijo por voluntad de Dios, estaba conforme con ser su
siervo, y
satisfecho con la situación, pero le rogaba que intercediera
para
que su hermano le diera en matrimonio a Abesacé, la que.
había
dormido con su padre, pero que, como su padre, por ser
demasiado viejo, no había tenido comercio con ella, seguía siendo
virgen.
Betsabé le prometió ayudarlo empeñosamente y tratar de que
se realizara la boda; no dudaba que tendría buen éxito,
porque el
rey trataría de complacer a su hermano y porque ella lo
presionaría encarecidamente. Adonías se retiró esperanzado.
75
La madre de Salomón fué a ver al rey para hablarle, como lo
había prometido, acerca de la súplica de Adonías. Su hijo
salió a
recibirla, la abrazó y la llevó a la sala del trono,
ordenando que
se colocara otro trono a la derecha del suyo. Sentóse
Betsabé y
dijo:
-Quiero pedirte un favor, hijo mío; concédemelo, para
evitarme el disgusto que sufriría si me lo negaras.
Salomón le rogó que le expresara su deseo ; él tendría el
grato
deber de acordarle todo lo que pidiera; y le reprochó
amablemente por no haber comenzado sus palabras con la confianza de
obtener lo que deseaba, sino con la sospecha de una
negativa.
Betsabé le rogó entonces que permitiera a su hermano Adonías
desposar a Abesacé.
3. El rey, vivamente indignado por esas palabras, despidió a
su madre diciendo que Adonías tenía sin duda grandes
pretensiones. Le extrañaba, añadió, que Betsabé no le
pidiera
que le cediera el trono, ya que era el hermano mayor y tenía
amigos poderosos, como Joab el capitán del ejército y el
sacerdote Abiatar.
Llamó a Banajas, el capitán de la guardia, y le ordenó que
diera muerte a su hermano Adonías. Luego llamó al sacerdote
Abiatar y le dijo:
-No te haré morir en consideración a la labor que cumpliste
para mi padre, y porque llevaste el arca con él, pero te
impongo
el siguiente castigo, por haber sido partidario de Adonías:
no
seguirás aquí ni volverás a presentarte Jamás ante mi vista;
te
irás a tu ciudad y vivirás de tus campos, todo el resto de
tu vida.
Porque tu ofensa ha sido tan grande, que no es justo que
retengas tu cargo.
Por esa razón la casa de Itamar fué privada de la dignidad
sacerdotal, como Dios había predicho a Eli, el abuelo de
Abiatar.
Fué transferida a la familia de Fineés, recibiéndola Sadoc.
Los
miembros de la familia de Finees, que vivieron como
particulares
durante el tiempo en que el sumo sacerdocio fué transferido
a la
casa de Itamar (de cuya familia Eli fué el primero en
recibirla),
fueron los siguientes: Bocias hijo de José, el sumo
sacerdote; su
76
hijo Jotam; el hijo de Jotam, Mareto; el de éste, Arofeo; el
de
Arofeo, Aquitob; y el hijo de Aquitob, Sadoc, que fué hecho
sumo
sacerdote por primera vez durante el reinado de David.
4. Enterado Joab, el capitán del ejército, de la muerte de
Adonías, tuvo mucho miedo, porque era más amigo de él que de Salomón.
Sospechando, no sin razón, que corría peligro por su apoyo
a Adonías, huyó al altar suponiendo que allí hallaría
seguridad
gracias a la piedad del rey. Informado el rey del propósito
de
Joab, envió a Banajas con orden de retirarlo del altar y
conducirlo al tribunal para que hiciera su defensa.
Joab declaró que no abandonaría el altar y que prefería
morir
allí y no en otra parte. Banajas llevó su respuesta al rey y
Salomón le ordenó que le cortara la cabeza allí mismo, como él
quería, y como castigo por los dos capitanes del ejército a
quienes
había asesinado. Le ordenó que enterrara su cuerpo, para que
sus pecados no abandonaran jamás a su familia, y que ni él,
Salomón, ni su padre, fueran culpables de la muerte de Joab1
.
Banajas cumplió la orden y fué luego designado capitán de
todo el ejército. El rey nombró a Sadoc único sumo
sacerdote, en
lugar de Abiatar, a quien había destituído.
5. En cuanto a Semei, Salomón le mandó que se construyera
una casa y se quedara en Jerusalén, sin derecho a cruzar el
torrente de Cedrón; si desobedecía la orden, recibiría en
castigo
la muerte. Lo amenazó terriblemente y lo obligó a jurar que
obedecería la orden. Semei se declaró conforme y prestó el
juramento requerido.
Abandonó su ciudad y se instaló en Jerusalén. Pero tres años
más tarde, al enterarse de que habían huído de su casa dos
de
sus siervos y se hallaban en Gita, fué apresuradamente a
buscarlos, y regresó. Informado el rey, se sintió irritado
de que
hubiese desoído sus órdenes y, lo que era más grave, que no
hubiese cumplido el juramento hecho ante Dios. Lo llamó y le
dijo:
1
Texto probablemente
alterado. 1 Reyes, 2, 31, dice que la "casa de David quedaría libre de la
sangre
derramada injustamente por Joab".
77
-¿No juraste que jamás me dejarías, ni te trasladarías de
esta
ciudad a otra? Pero no escaparás al castigo de tu perjurio.
Te
castigaré, vil y perverso, por este crimen y por aquellos
con los
en tan alto grado que ningún otro mortal, ni rey ni hombre
coque
injuriaste a mi padre cuando huía. Así aprenderás que los
perversos al final no ganan nada, aunque no sean castigados
inmediatamente por sus maldades. Durante todo el tiempo en
que creen sentirse seguros, porque no han sufrido pena, su
castigo aumenta y es cada vez más pesado, y es mayor que si
fueran castigados en seguida de haber cometido el crimen.
Banajas, por orden del rey, mató a Semei.
78
CAPITULO II
Acerca de la sabiduría de Salomón, su ciencia y su piedad
1. Afirmado en su trono y castigados sus enemigos, Salomón
casó con la hija del faraón rey de Egipto, edificó nuevas
murallas
para Jerusalén, mucho más grandes y fuertes que las
anteriores
y se dedicó a gobernar en paz y tranquilidad. Su juventud no
le
impidió practicar la justicia, observar las leyes, o cumplir
los
encargos que su padre le había dado antes de morir. Atendía
todas sus obligaciones con una gran exactitud, propia de los
hombres maduros y de gran prudencia.
Salomón resolvió ir a Hebrón a sacrificar a Dios en el altar
de
bronce edificado por Moisés. Ofreció holocaustos en número
de
mil, demostrando su gran veneración por Dios; y aquella
misma
noche Dios se le apareció en sueños y le ordenó que le
pidiera los
dones que quisiera como recompensa por su piedad. Salomón le
pidió lo más grande y de mayor valor, lo que a Dios más
agrada
acordar y lo que mejor aprovecha al hombre. No pidió oro ni
plata, ni otras riquezas, como habría hecho naturalmente
cualquier hombre, y más aún siendo joven, y que son las
cosas
estimados por la mayoría de los hombres como los únicos
bienes
valiosos y los mejores dones de Dios. Salomón, en cambio,
dijo:
-Dame, Dios mío, un juicio sano y buen entendimiento, para
hablar y juzgar al pueblo con verdad y justicia.
Dios quedó complacido con su petición y le prometió darle
todas aquellas cosas que no había pedido, riquezas, gloria,
victorias sobre los enemigos; y en primer término
inteligencia y
sabiduría, en tal alto grado que ningún otro mortal, ni rey
ni
hombre común, jamás lo haya tenido. También le prometió
conservar el trono para su posteridad por mucho tiempo,
siempre
que siguiera siendo justo y obedeciera a Dios e imitase a su
79
padre en las virtudes que lo destacaron. Oyendo estas
palabras
de Dios, Salomón saltó de la cama y se prosternó ante él.
Luego
regresó a Jerusalén, ofreció grandes sacrificios frente al
tabernáculo y festejó con toda su familia.
2. Por aquellos días se le presentó un caso complicado, al que
no se le podía encontrar fácilmente solución. Creo
conveniente
explicar el hecho, para que aquellos que lean mis escritos
conozcan el difícil asunto que Salomón tuvo que encarar y para que, si
se les presenta un problema semejante, puedan inspirarse en la
sagacidad del rey para dictar sentencia más fácilmente en la
cuestión que les sea sometida. Dos mujeres meretrices fueron
a
verlo, y la que pretendía ser la ofendida tomó primero la
palabra.
-Yo y esta mujer, ¡oh rey! -dijo- vivimos juntas en la misma
habitación. Sucedió que ambas dimos a luz un hijo el mismo
día
y a la misma hora1
; al tercer día esta mujer se acostó sobre su
hijo y lo mató; tomó entonces a mi hijo de mi lado, cuando
yo
estaba durmiendo, se lo llevó consigo y depositó su hijo
muerto
en mis brazos. A la mañana siguiente, cuando quise darle el
pecho a mi hijo, no lo encontré a mi lado, y vi junto a mí
al niño
muerto de esta mujer, al que reconocí examinándolo
detenidamente. Reclamé mi hijo, y como no logré recuperarlo, acudo,
señor, a tu ayuda. Como estábamos solas, y no había nadie
que
pueda desmentirla, insiste en su resuelta negativa de los
hechos.
Concluido el relato de la mujer, el rey preguntó a la otra
qué
tenía que alegar en oposición a su relato. La otra mujer
negó la
imputación que se le había hecho, afirmando que el niño vivo
era
el suyo y el de su antagonista el que había muerto. Nadie
acertaba con la sentencia que debía darse; la corte vacilaba, como si
todos tuvieran el entendimiento enceguecido y no vieran la
solución del enigma. El rey, entonces, discurrió el siguiente medio
para descubrir la verdad. Ordenó que trajeran a los dos
niños, al
muerto y al vivo; llamó a uno de los guardias y le mandó que
sacara la espada y partiera en dos a los dos niños, para que
cada
mujer pudiese llevarse la mitad del vivo y la mitad del
muerto1
.
1
El hijo de la segunda
mujer nació, según la Biblia, al tercer día del nacimiento del hijo de la
primera (1 Reyes,
3, 18).
1
Según la Biblia,
Salomón sólo ordenó partir al niño vivo.
80
Toda la gente rió en voz baja de ese rey adolescente. Pero
la
quejosa, que era la verdadera madre del niño vivo, lanzó un
grito, pidiendo al rey que no lo hiciera, que entregara el
niño a la
otra mujer, porque a ella le bastaba con que el niño viviera
y ella
lo viera, aunque fuera considerado hijo de la otra. Esta, en
cambio, declaróse conforme con que se dividiera al niño,
para
que sufriera tormento la primera mujer.
Comprendiendo el rey por las manifestaciones de ambas
mujeres cuáles eran sus verdaderos sentimientos, adjudicó el
niño a la mujer que había gritado, porque era la verdadera
madre, y condenó la perversidad de la otra, que no sólo
había
matado a su hijo, sino que había tratado además de que
muriera
también el de su amiga.
El pueblo vió en esa resolución la prueba y señal de la
sagacidad y la sabiduría del rey, y desde entonces lo miraron como a
un hombre de inteligencia divina.
3. Los capitanes de los ejércitos y los funcionarios
regionales
designados para todo el país, fueron los siguientes: en la
parte de
Efraím, Ures; en la toparquía de Betlem, Dióclero; Abinadab,
casado con la hija de Salomón, tenía bajo su mando la región
de
Dora y la costa marítima; la gran llanura estaba bajo el
gobierno
de Banajas hijo de Aquilo, que también gobernaba toda la
zona
que llegaba hasta el Jordán; Gabares gobernaba Galaad y
Gaulanitis, y tenía bajo su mando sesenta grandes ciudades
fortificadas; Aquinadab, casado también con una hija de
Salomón llamada Basima, manejaba los asuntos de toda la
Galilea, hasta Sidón; Banacates dirigía la región de la
costa de
Arce; Safates, el monte Itubrio, el Carmelo y la Galilea
inferior
hasta el río Jordán; a uno de ellos lo constituyó superior
sobre
todas las regiones. Semeis fué encargado de la parte de
Benjamín; Gabarés dirigía el territorio de allende el
Jordán.
También aquí fué propuesto un solo gobernador.
El pueblo de los hebreos, y particularmente la tribu de
Judá,
recibió un magnífico incremento cuando se dedicaron a la
agricultura y el cultivo de la tierra; gozando de paz, sin ser
distraídos por guerras y disturbios, y poseyendo con
abundancia
81
y amplitud la tan deseada libertad, cada cual se ocupaba en
aumentar el producto de la tierra y hacerla más valiosa.
4. El rey tenía otros gobernadores que dirigían la tierra de
Siria y de los filisteos, comprendida entre el río Eufrates
y
Egipto, y que cobraban los tributos de las naciones. Ellos
suministraban para la mesa del rey y su comida, todos los
días,
treinta coros de harina flor y sesenta de harina común;
además
diez bueyes engordados, veinte bueyes de pasto y cien ovejas
gordas; todo esto era aparte de lo que se tomaba en las
cacerías,
ciervos, búfalos, aves y peces, que todos los días traían al
rey los
extranjeros.
Salomón poseía un gran número de carros, cuyos caballos
guardaba en cuarenta mil caballerizas. Tenía doce mil
jinetes, la
mitad de los cuales residían cerca del rey, en Jerusalén; el
resto
se dispersaba fuera de la ciudad y vivía en las aldeas
reales. El
mismo funcionario que manejaba los gastos del rey
suministraba
el forraje de los caballos y lo llevaba al lugar donde se
encontraba el rey.
5. La sagacidad y sabiduría que Dios concedió a Salomón eran
tan grandes que sobrepasaba a los ancianos; no era en nada
inferior a los egipcios, de quienes se decía que eran los más inteligentes del
mundo, pero cuya sagacidad era evidentemente
inferior a la del rey. También superaba Salomón en sabiduría
a
aquellos hebreos que eran en ese entonces eminentes por su
perspicacia; me refiero a Etán, Emán, Calceo y Dardán, los
hijos
de Emaón. Compuso mil cinco libros de odas y canciones, tres
mil de parábolas y similitudes; hizo una parábola sobre cada
clase de árboles, desde el hisopo hasta el cedro; también
sobre
los animales y todos los seres vivos de la tierra, el mar o
el aire,
porque no ignoraba ninguna de sus características, ni dejaba
de
investigar acerca de ellas; los describía como un filósofo,
revelando un exquisito conocimiento de sus diversas
propiedades.
Dios también lo capacitó para aprender el arte de expulsar a
los demonios, ciencia útil y curativa de los hombres.
Compuso
encantamientos para aliviar las enfermedades y dejó la
manera
de usar los exorcismos mediante los cuales se alejan los
82
demonios para que no vuelvan jamás. Este método curativo se
sigue usando mucho entre nosotros hasta el día de hoy; he
visto
a un hombre de mi propia patria, llamado Eleazar, librando
endemoniados en presencia de Vespasiano, sus hijos y sus
capitanes y toda la multitud de sus soldados. La forma de
curar
era la siguiente: acercaba a las fosas nasales del
endemoniado
un anillo que tenía en el sello una raíz de una de las
clases
mencionadas por Salomón, lo hacía aspirar y le sacaba el
demonio por la nariz. El hombre caía inmediatamente al suelo
y
él adjuraba al demonio a que no volviera nunca más, siempre
mencionando a Salomón y recitando el encantamiento que había
compuesto. Cuando Eleazar quería convencer y demostrar a los
espectadores que poseía ese poder, ponía a cierta distancia
una
copa llena de agua o una palangana y ordenaba al demonio,
cuando salía del interior del hombre, que la derramara,
haciendo
saber de este modo al público que había abandonado al
hombre.
Hecho esto quedaban claramente expresadas las habilidad y la
sabiduría de Salomón.
Por esas razones todos los hombres pueden conocer la
vastedad de los conocimientos de Salomón y el cariño que
Dios le
tenía. Para que la superioridad del rey en todas las
virtudes no
sea desconocida por ningún hombre bajo el sol, es que hemos
hablado tan extensamente de este tema.
6. Hiram, rey de Tiro, al enterarse de que Salomón había
sucedido a su padre, se alegró mucho, porque era amigo de
David. Le envió embajadores para saludarlo y felicitarlo por su actual
prosperidad. Salomón le contestó con una epístola, cuyo contenido era el
siguiente:
DE SALOMON AL REY HIRAM
"Has de saber que mi padre quiso edificar un templo a
Dios,
pero se lo impidieron las guerras y las continuas
expediciones;
porque no cejó en derrotar a sus enemigos hasta que los
obligó a
todos a pagarle un tributo. Pero doy gracias a Dios por la
paz de
que gozo actualmente, y por esta razón tengo tiempo y me
propongo edificar una casa de Dios, porque. Dios predijo a mi padre
que esa casa sería edificada por mí. Te pido, por lo tanto,
que
83
envíes algunos de tus súbditos junto con los míos a cortar
madera en el monte Líbano, porque los sidonios son más
hábiles
que os nuestros para cortar árboles. En cuanto a los sueldos
de
los hacheros, pagaré el precio que tú indiques."
7. Hiram leyó la epístola con agrado y envió a Salomón la
siguiente respuesta:
DE HIRAM AL REY SALOMON
"Dios debe ser alabado por haberte encomendado el
gobierno
de tu padre, a ti que eres un sabio dotado de todas las
virtudes.
En cuanto a mí, lo celebro y te serviré en todo lo que
mandes;
haré cortar una gran cantidad de troncos de cedro y cipreses
y te
los enviaré por mar; ordenaré a mis súbditos que hagan con
ellos
balsas y los manden al lugar de tu país que tú indiques, y
los
dejen allí; de ahí los tuyos podrán llevarlos a Jerusalén. Y
tú
procúranos trigo por esa madera, que nos hace falta, porque
habitamos en una isla."
8. Las copias de esas epístolas las conservamos no sólo
nosotros en nuestros libros, sino también los tirios; el que quiera
comprobar su exactitud, puede pedir que se las muestren a
los
guardadores de los archivos públicos de Tiro, y hallará que
lo
que allí se encuentra registrado coincide con lo que
decimos.
Estas palabras tienen por objeto hacer saber a mis lectores
que
no decimos más que la verdad; no hemos compuesto una
historia
con relatos más o menos plausibles, que engañan y complacen
al
mismo tiempo a los hombres, ni tratamos de eludir el examen,
ni
queremos que nos crean bajo palabra. Tampoco tenemos
inmunidad para apartarnos de la verdad, cuya manifestación es el
decoro de los historiadores, y quedar exentos de culpa.
Pedimos
que no se acepte lo que decimos a menos que podamos poner de
manifiesto su exactitud demostrándola con las pruebas más
categóricas.
9. Cuando recibió la epístola del rey de Tiro, el rey
Salomón
elogió la atención y buena voluntad que en ella expresaba, y
le
concedió lo que pedía, mandándole anualmente veinte mil
coros
84
de trigo y otros tantos batos de aceite. Cada bato contenía
setenta y dos sextarios. Le envió asimismo la misma medida de vino.
La amistad con Hiram y Salomón creció posteriormente cada
vez más y ambos juraron mantenerla para siempre. El rey fijó
al
ueblo una contribución de treinta mil obreros, a los que
facilitó la
tarea dividiéndola hábilmente entre todos; dispuso que
cortaran
madera en el Líbano diez mil cada mes, los que luego
descansaban en sus casas dos meses, mientras cumplían su turno los
otros veinte mil; de modo que les tocaba volver a cortar
troncos
cada cuatro meses. Adorara estaba a cargo de esa actividad.
De los extranjeros que había dejado David había setenta mil
dedicados a transportar piedras y otros materiales, y
ochenta mil
para cortar las piedras. De estos últimos tres mil
trescientos
dirigían a los restantes. Les ordenó que cortaran piedras
grandes
para los cimientos del Templo y que las prepararan y unieran
en
la montaña y se las trajeran de este modo a la ciudad. El
trabajo
lo hicieron no solamente los obreros de nuestro país, sino
también los que mandó Hiram.
85
CAPITULO III
La construcción del Templo. Sus dependencias.
1. Salomón comenzó a construir el Templo el segundo mes del
cuarto año de su reinado, mes que los macedonios llaman
artemisos y los hebreos íar, quinientos noventa y dos años
después del éxodo de Egipto, mil veinte años después de la
partida de Abram de Mesopotamia a Canaán y mil cuatrocientos
cuarenta años después del diluvio. Desde Adán, el primer
hombre que fué creado, hasta que Salomón edificó el Templo,
pasaron en total tres mil ciento dos años. El año en que
comenzó
la construcción era el undécimo del reinado de Hiram en
Tiro; de
la construcción de Tiro a la construcción del Templo
trascurrieron doscientos cuarenta años.
2. El rey hizo poner los cimientos del Templo bien
profundamente en el suelo, y mandó hacerlos con piedra fuerte que resistiera el
rigor del tiempo; debían unificarse con la tierra y formar
una base y un fundamento seguros para la estructura que se
levantaría encima. Tenían que ser suficientemente fuertes
para
sostener con facilidad la vasta estructura superior y los
valiosos
ornamentos, cuyo peso no sería inferior al de aquellos otros
edificios grandes y pesados que el rey determinó que fueran
muy
adornados magníficos.
Todo el cuerpo del edificio fué levantado hasta el techo con
piedras blancas; tenía sesenta codos de alto y el mismo
largo, y
veinte de ancho. Encima se erigió otro edificio, de iguales
dimensiones, de modo que la altura del Templo era de ciento veinte
codos. El frente daba hacia el este. Delante del Templo
construyeron el pórtico, de veinte codos de largo, armonizando con el
ancho de la casa; tenía doce codos de anchura y su altura se
elevaba a ciento veinte codos.
86
Alrededor del Templo construyó treinta cuartos pequeños,
que por estar juntos uno al lado del otro y por su número,
encerraban el Templo en una muralla exterior unida. Ordenó
hacer pasajes que los unían entre sí. Cada uno de esos
cuartos
tenía cinco codos de ancho y el mismo largo, y veinte de
alto.
Encima de ellos había otros cuartos, y otros encima de
éstos, de
iguales dimensiones y cantidad. En conjunto llegaban a la
misma altura que la parte inferior de la casa; la parte
superior
no tenía edificios alrededor.
El techo de la casa era de cedro. Cada uno de los cuartos
tenía
un techo propio que no se comunicaba con los demás. Pero en
el
resto había un techo común hecho con vigas larguísimas que
pasaban por toda la construcción, de modo que las paredes
intermedias quedaban unidas y reforzadas por esas mismas vigas de
madera. La parte del techo que estaba debajo de las vigas
estaba
hecha del mismo material, alisado y con placas de oro
clavadas
encima.
Después de revestir las paredes con tablas de cedro, las
recubrieron con placas de oro esculpidas; todo el Templo relucía y el
esplendor del oro que tenía en todas partes deslumbraba a
los
que entraban. La estructura total del Templo estaba
hábilmente
formada con piedras pulidas, unidas con junturas exactas y
bien
moldeadas, para no presentar al espectador señales de martillos
u otros instrumentos de arquitectura; parecía como si todo
el
material se hubiese unido armónicamente, concordando las
partes más bien naturalmente que por la fuerza de las
herramientas.
El rey tenía además, para ascender a los cuartos superiores
del Templo, una escalera abierta en el espesor de la pared.
Porque ese piso no tenía puerta grande al este, como la casa
inferior, entrándose por los costados mediante pequeñas
puertas.
Recubrió además el Templo, por dentro y por fuera, con
tablas de
cedro, unidas con gruesas cadenas, recurso que servía a la
vez de
soporte y de refuerzo del edificio.
3. Después de dividir el Templo en dos partes, el rey hizo
la
casa interior de veinte codos para la cámara secreta,
señalando
la de cuarenta codos para el santuario. Abrió un vano en la
87
pared intermedia y le puso puertas de cedro, cubriéndolas
con
una gran cantidad de oro y diversas incrustaciones. Puso
cortinas delante de las puertas, con magníficas flores de
jacinto,
purpúreas y escarlatas, hechas de biso suavísimo y
brillante.
Instaló en el sanctasantórum, que tenia veinte codos de
ancho
e igual dimensión de largo, dos querubines de oro macizo de
cinco codos de alto cada uno; tenían dos alas cada uno
tendidas
en una extensión de cinco codos. Salomón los puso uno cerca
del
otro, de modo que con un ala tocaban la pared austral de la
cámara, y con la otra la septentrional; las otras dos alas,
que se
tocaban entre sí, cubrían el arca, instalada entre ellas.
Pero
nadie sabe, ni se imagina siquiera, qué forma tenían esos
querubines.
El piso del Templo lo cubrió con placas de oro. Agregó
puertas
a la entrada del mismo, proporcionadas a la altura de la
pared. y
de veinte codos de ancho, las que revistió con placas de
oro. Y
para decirlo en pocas palabras, no dejó una sola parte del
Templo, interna o externa, sin cubrirla de oro. Tendió
cortinas
sobre esas puertas como había hecho con las puertas
internas,
con excepción del pórtico del Templo.
4. Salomón mandó a buscar a Tiro, al reino de Hiram, a un
artífice llamado Ciram; era oriundo de la tribu de Neftali
por
parte de su madre (que pertenecía a esa tribu), pero su
padre era
Uria, del linaje de los israelitas. Hábil en toda clase de
actividades, era principalmente diestro para trabajar el oro, la plata y
el bronce, y ejecutó todas las obras metálicas del Templo,
de
acuerdo con la voluntad de Salomón. Ciram hizo, también, dos
pilares de bronce con metal de cuatro dedos de grueso,
siendo la
altura de los pilares de dieciocho codos y su circunferencia
de
doce codos. Cada columna tenía un capitel en forma de lirio,
de
cinco codos de altura, rodeado de una malla entretejida con
pequeñas palmas de bronce y cubierta de lirios. De la malla
pendían doscientas granadas en dos filas. Una de las columnas la
instaló en la entrada del pórtico, a la derecha, y la llamó
Iacín, y
la otra a la izquierda, y la llamó Boaz.
5. También fundió Salomón un "mar de bronce", con
la figura
de un hemisferio. Este artefacto metálico fué llamado mar
por su
88
tamaño, porque la jofaina tenía diez codos de diámetro y una
palma de espesor. La parte central descansaba sobre una
columna corta que tenía diez espirales alrededor y un codo
de
diámetro.
Alrededor había doce bueyes que miraban a los cuatro
vientos, tres en cada dirección, y tenían la parte posterior
deprimida para que reposara sobre ellas el hemisferio, que
estaba también deprimido hacia adentro. El mar tenía una
capacidad de tres mil batos.
6. Hizo también diez bases de bronce para otras tantas
fuentes rectangulares; la longitud de cada base era de cinco
codos, su ancho de cuatro codos y su altura de seis. La
obra, en
parte labrada, estaba formada de la siguiente manera: tenía
cuatro pequeñas columnas cuadrangulares en cada esquina, a
las que estaban adosados los costados de la base exactamente
ajustados. Estos costados estaban divididos en tres partes;
cada
sección tenía una franja para sostenerlo, y llevaba grabados
en
un sitio un león y en otro un buey o un águila. Las pequeñas
columnas tenían grabados los mismos animales que los
costados.
Toda la obra se mantenía sobre cuatro ruedas, también de
fundición, que tenían cubos y pinas y eran de un codo y
medio de
diámetro. Maravillaba ver la exactitud con que estaban
labradas
y unidas a los costados de las bases y la armonía con que
concordaban con las pinas. Sin embargo su estructura era la siguiente:
unos brazos con las manos extendidas sostenían las esquinas
sobre las cuales descansaba una columna en espiral colocada
bajo la parte hueca de la fuente y apoyada en la parte
anterior
del águila y el león, que estaban adaptados tan bien que el
que
los veía podía creer que eran de una sola pieza; entre ellos
había
palmeras grabadas. Así es como estaban construidas las diez
bases.
Hizo también diez grandes vasos o fuentes redondas, de
bronce, cada una de las cuales contenía cuarenta congios;
tenían
cuatro codos de altura y los bordes situados a la misma
distancia. Colocó las fuentes sobre las diez bases, llamadas
meconot; puso cinco fuentes a la izquierda del Templo, que
era la
parte que daba al norte, y otros tantos a la derecha, hacia
el sud,
89
pero mirando al este. Del mismo modo ubicó el mar. Después
de
llenar de agua las fuentes y el mar, señaló el mar para el
lavado
de las manos y los pies de los sacerdotes, cuando entraban
en el
Templo y debían subir al altar, y las fuentes para lavar las
entrañas y las patas de los animales que serían ofrecidos en
holocausto.
7. Hizo además un altar de bronce para los holocaustos, cuyo
largo era de veinte codos, su ancho el mismo y su altura de
diez.
También hizo todos los vasos de bronce, los trípodes y los
cuencos; Ciram fundió también las calderas y las tenazas y los demás
vasos; todos de bronce, un bronce que era esplendoroso y
bello
como el oro.
El rey dedicó asimismo gran número de mesas, una de ellas
grande y de oro en la que pusieron los panes de Dios. Hizo
miles
más que se parecían a aquéllas, pero estaban construidas de
otra
manera, y en ellas puso las redomas y las copas, que eran
las de
oro, veinte mil y las de plata, cuarenta mil. Hizo también
diez
mil candelabros, según el mandamiento de Moisés, uno de los
cuales dedicó al Templo para que ardiera todo el día, de
acuerdo
con la ley1
. Y una mesa con hogazas, al costado norte del Templo,
frente al candelabro que colocó al sud; el altar de oro se
hallaba
entre ellos.
Todos esos vasos se encontraban en aquella parte de la casa
que tenía cuarenta codos de largo y estaba frente al velo
del
sanctasanctórum, donde sería instalada el arca.
8. El rey hizo asimismo jarras de vino en número de ochenta
mil, y cien mil redomas de oro, y el doble de redomas de
plata.
Platos de oro, para ofrecer en ellos, ante el altar, harina
flor
amasada, había ochenta mil, y de plata el doble de ese
número.
Grandes cuencos, en los que mezclaban la harina flor con
aceite,
había sesenta mil de oro y el doble de plata. De las medidas
que
Moisés llamó hin y asarón había veinte mil de oro y el doble
de
plata. Incensarios de oro, en los que llevaban el incienso
al altar,
veinte mil; de los otros incensarios, en los que llevaban
fuego del
altar grande al chico, dentro del Templo, cincuenta mil.
Ropajes
sacerdotales del sumo pontífice, con los mantos largos y el
1
El número de mesas,
vasos y candelabros es inverosímil e induce a creer que se trata de un error de
copia.
90
oráculo y las piedras preciosas, había mil. Pero la corona
en la
que Moisés había escrito el nombre de Dios era una sola, y
se
conserva hasta hoy. Hizo diez mil vestidos sacerdotales de
biso,
con cinturones de púrpura para cada sacerdote, y doscientas
mil
trompetas, según las instrucciones de Moisés. Doscientos mil
vestidos de biso para los cantores, que eran levitas. Hizo
cuarenta mil instrumentos musicales para acompañar el canto
de los himnos, nablas y ciniras, fabricadas con electro.
9. Salomón hizo todas esas cosas para glorificar a Dios, con
gran variedad y magnificencia; no reparó en gastos y usó la
mayor liberalidad para adornar al Templo, incluyendo todos
los
objetos en los tesoros de Dios. Puso además una cerca
alrededor
del Templo, a la que en nuestra lengua le decimos gisión y
que
en griego se llama trigcos; tenía tres codos de altura y era
para
evitar que la multitud penetrara en el santuario, sitio
abierto
solamente para los sacerdotes. Detrás de esa cerca levantó
un
santuario de forma cuadrangular con grandes y amplios
pórticos
cerrados por altos portales, orientados hacia los cuatro
vientos y
provistos de puertas de oro. A este edificio tenían acceso
todas
las personas que eran puras y observaban la ley. Pero el
tercer
santuario, erigido detrás de los dos anteriores, era una
verdadera maravilla, imposible de describir con palabras, y
por
decirlo así, increíble para el que lo veía. Salomón hizo
rellenar
con tierra grandes valles cuya inmensa profundidad era
difícil de
distinguir a simple vista, y después de haberlos levantado
hasta
una altura de cuatrocientos codos los niveló con la cima de
la
montaña en la que se encontraba el Templo. De este modo el
santuario exterior, que era hípetro, se hallaba a la misma
altura
que el Templo. Lo rodeó con pórticos dobles de altas
columnas
hechas con piedra del lugar; los pórticos tenían techos de
cedro
revestido de laca. Las puertas del santuario las hizo todas
de
plata.
CAPITULO IV
91
Salomón translada el arca al Templo, ruega a Dios y le
ofrece sacrificios públicos
1. El rey Salomón concluyó esas obras•
, esos grandes y
hermosos edificios, con todos los tesoros depositados en el
Templo, en el término de siete años, dando una demostración
de
sus riquezas y su decisión al realizar en tan poco tiempo
una
obra de esa magnitud, que cualquiera que la viera creería
que
había demandado siglos para hacerla. Escribió entonces a los
jefes y los ancianos de los hebreos ordenándoles que
reunieran al
pueblo en Jerusalén para que vieran el Templo y para
transportar el arca de Dios. Recibida la citación de
concurrir a
Jerusalén, se reunieron finalmente en el séptimo mes, el que
nuestros compatriotas llaman tisri y los madeconios
hiperbereteon. Era precisamente la época de la fiesta de los
Tabernáculos, celebrada por los hebreos como una de las
solemnidades más santas e importantes.
Fueron a buscar el arca y el tabernáculo que había erigido
Moisés y todos los vasos destinados al servicio de los
sacrificios
divinos, y los transportaron al Templo.
Marchaban a la cabeza el rey en persona con el pueblo y los
levitas, remojando el suelo con las libaciones y la sangre
de
numerosos sacrificios y quemando gran cantidad de incienso;
todo el aire se llenó de olores y el agradable aroma llegó
hasta
las personas más distantes, anunciándoles que Dios, según la
creencia de los hombres, se dirigía a habitar el lugar
recientemente edificado y consagrado en su honor; y no
dejaron
de cantar himnos y bailar hasta que llegaron al Templo. De
este
modo fué conducida el arca. Pero cuando hubo que
introducirla
en el sanctasanctórum el pueblo se retiró y únicamente los
sacerdotes la transportaron y la colocaron entre los dos
querubines, que con los extremos unidos de sus alas (así los
había hecho el artífice), cubrieron el arca formándole
encima una
especie de tienda o cúpula.
•
j. 11-6
92
El arca no contenía más que dos tablas de piedra que
conservaban grabados los diez mandamientos transmitidos por Dios a
Moisés en el monte Sinaí. El candelabro, la mesa y el altar
de
oro, los pusieron en el Templo delante del sanctasanctórum,
en
el mismo sitio que ocupaban hasta entonces en el
tabernáculo.
Luego ofrecieron los sacrificios del día. En cuanto al altar
de
bronce Salomón lo puso delante del Templo, frente a la
puerta,
para que apareciera a la vista al abrirse ésta y pudieran
verse
las ceremonias sagradas y la riqueza de los sacrificios. Por
último reunió los utensilios restantes y los situó dentro
del
Templo.
2. No bien los sacerdotes pusieron todas las cosas en orden
y
salieron, una nube espesa penetró y se extendió en el
Templo;
era una nube blanda y suave, y no de las que se ven en
invierno,
opacas y cargadas de lluvia; la nube oscureció la vista de
los
sacerdotes de tal modo que no podían verse, pero todos se
imaginaron que Dios había descendido al Templo y se
complacía
en fijar en él su residencia.
Mientras todos se reconcentraban en esa idea, el rey
Salomón, que había estado sentado, se levantó y se dirigió a
Dios
con estas palabras, que juzgó propias para ser recibidas por
la
divinidad y correctas para ser pronunciadas por él:
-Sabemos, loh señor!, que posees una morada eterna, digna de
ti y que tú mismo has creado para ti; es el cielo, el aire,
la tierra
y el mar, por donde transitas, sin que puedan contenerte sus
límites. Yo te he edificado este Templo, consagrado a tu
nombre,
para que desde este sitio podamos enviarte nuestros ruegos
al
espacio, realizar los sacrificios y las ceremonias sagradas
y tener
siempre la convicción de tu presencia, de que no te
encuentras
lejos de nosotros; tú que ves y oyes todo, aun en este sitio
donde
puedes ahora habitar, no dejarás de estar cerca de todos y asistirás
noche y día a los que acudan a consultarte.
Después de esta solemne declaración a Dios, se dirigió al
pueblo, le describió el poder de Dios y su providencia, le
recordó
que había revelado a David, su padre, los acontecimientos
futuros, la mayor parte de los cuales ya se habían
producido,
como se cumplirían todos los demás, y que le había dado
nombre
93
a él antes de nacer anunciando de antemano que edificaría el
Templo cuando fuera rey, después de la muerte de su padre.
Ante el testimonio del cumplimiento de las predicciones, los
invitó a bendecir a Dios y, basándose en lo que veían
cumplido, a
no desesperar o desconfiar jamás de sus promesas de
felicidad
para lo futuro.
3. Después de haber hablado de ese modo a la multitud,
contempló nuevamente el Templo, y alzando la mano derecha, dijo:
-Los hombres no pueden con sus obras agradecer
suficientemente a Dios por sus beneficios; la divinidad no tiene necesidad
de nada y está por encima de esas demostraciones. Pero el
don,
señor, con el que nos hiciste superiores a los demás seres,
debemos emplearlo para celebrar tu majestad y para agradecerte lo
que has hecho por nuestra casa y por el pueblo de los
hebreos.
Porque, ¿ qué otro instrumento puede ser más apropiado que
la palabra, que viene del aire y sabemos que vuelve por el
aire,
para aplacarte cuando estás resentido y obtener tu perpetuo
favor? Gracias a ella te puedo declarar mi agradecimiento,
primero por mi padre, a quien has hecho pasar de la
oscuridad a
una gloria tan grande, y luego por mí mismo, a quien
favoreciste
cumpliendo hasta ahora todas tus promesas. Y te ruego me
concedas en adelante todo lo que Dios puede dar a los
hombres
que quiere honrar, y que agrandes nuestra familia a través
de
las edades, de acuerdo con lo que prometiste a mi padre
David
cuando vivía y en su muerte, o sea que conservaríamos el
reino y
que su raza lo transmitiría a sus descendientes durante
innumerables generaciones. Dígnate acordarnos este favor y
concede a mis hijos la virtud que a ti te agrada. Te
suplico,
además, que envíes a este Templo una parte de tu espíritu
para
que parezca que estás con nosotros en la tierra. En cuanto a
ti,
es verdad que todo el cielo con lo que contiene es una minúscula
residencia para ti; tanto más este ínfimo Templo. A pesar de
lo
cual te ruego que lo consideres tuyo para siempre y lo
protejas de
las devastaciones enemigas y lo cuides como propiedad tuya.
Si
alguna vez el pueblo pecara, y tú le impusieras alguna plaga
como castigo por su pecado, como ser escasez, peste, o uno
de
esos males que sueles infligir a los que violen la santa
ley, y si
94
corriera toda la multitud al Templo a implorar tu
misericordia y
pedirte que la salves, acógela, como si estuviera en tu
casa, y
apiádate y líbrala de sus calamidades. No te pido esta ayuda
solamente para los hebreos que estén en falta; cualquiera
que
acuda a ti de cualquier punto de la tierra, apartándose de
sus
pecados para implorar tu perdón, escucha sus ruegos y
dígnate
concedérselo. Así sabrán todos, por una parte, que a ti te
agradó
que te levantáramos este Templo, y por otra parte, que no
somos
seres insociables, animados de sentimientos hostiles hacia
los
que no son de nuestro pueblo, y que por el contrario hemos
querido hacer participar a todo el mundo de tu protección y
del
goce de tus favores.
4. Dicho esto, Salomón se prosternó y después de permanecer
un rato largo en adoración se levantó y ofreció sacrificios
a Dios
en el altar; después de haberlo llenado de víctimas
inmaculadas,
advirtió de la manera más clara que Dios había aceptado con
agrado la ofrenda. Una llama que llegó corriendo por el aire
se
lanzó violentamente sobre el altar, a la vista de todos, se
apoderó
de los sacrificios y los consumió. El pueblo vió en esa
aparición
una prueba segura de que Dios consentía habitar en el
Templo, y
lleno de alegría se arrojó al suelo y lo adoró.
El rey comenzó a recitar bendiciones y exhortó al pueblo a
que hiciera lo mismo; porque ahora tenía señales suficientes
de
la favorable disposición de Dios, y a que le rogara que
siempre le
diera los mismos signos y les mantuviera el alma pura y
limpia
de todo mal y conservada en la justicia, la piedad y la
observancia de los preceptos que Dios les había dado por
medio
de Moisés. De este modo el pueblo hebreo sería feliz y
dichoso y
superaría a todo el género humano en felicidad. También los
exhortó a recordar que con los mismos métodos con los cuales
habían obtenido los bienes presentes debían asegurar su
conservación y acrecentamiento en lo futuro. No debían
limitarse
a suponer que los habían obtenido por su piedad y equidad;
debían saber también que ése era el único medio de
conservarlos.
No es hazaña tan grande para los hombres la de lograr lo que
no
tienen como la de retener lo que han logrado y la de no
incurrir
en ninguna falta que pudiera acarrear su pérdida.
95
5. Dichas estas palabras a la multitud, el rey disolvió la
asamblea, pero antes ofreció sacrificios por sí y por todos
los
hebreos, inmolando veintidós mil bueyes y ciento veinte mil
ovejas. Fué la primera vez que hizo probar en el Templo la
carne
de los sacrificios, y todos los hebreos, con sus mujeres e
hijos,
fueron convidados a participar del festín. Además el rey
celebró
delante del Templo, durante dos semanas, la fiesta llamada
de
los Tabernáculos, con brillo y esplendor y en compañía de
todo el
pueblo.
6. Cumplidas satisfactoriamente todas las solemnidades y no
faltando nada por hacer del culto divino, cada cual se fué a
su
casa, con la venia del rey, a quien antes bendijeron por la
atención con que los había tratado y por la obra que había realizado
rogando a Dios que les conservara a Salomón como rey durante
muchos años. Se retiraron llenos de júbilo, y riendo y
cantando
himnos a Dios olvidaron las fatigas del viaje.
Los hombres que habían introducido el arca en el Templo,
que habían contemplado su magnificencia y su belleza y que
habían participado de los grandes sacrificios y las fiestas
que
luego se cumplieron, se retiraron y volvieron cada cual a su
ciudad; y entretanto un sueño que tuvo el rey le informó que
Dios había escuchado su ruego, que protegería el Templo y
habitaría en él perpetuamente, siempre que sus descendientes
y
todo el pueblo se condujeran con rectitud. En cuanto a él,
si
seguía fiel a las recomendaciones de su padre, Dios lo
elevaría a
una altura y a un grado de prosperidad ilimitados, y el
dominio
del país quedaría siempre en su nación y en la tribu de
Judá.
Pero si, por el contrario, traicionaba los principios y los
olvidaba
hasta el punto de adoptar el culto de dioses extranjeros, lo
arrancaría de raíz y no dejaría subsistir a ningún miembro
de su
familia ni seguiría protegiendo al pueblo de Israel de la
desgracia, y los aniquilaría en cambio con innumerables
guerras
y plagas, expulsándolos de la tierra que había dado a sus
antepasados y obligándolos a vivir en países extranjeros.
Ese
Templo que ahora habían construido lo entregaría a los
enemigos para que lo quemaran y saquearan; la ciudad sería
totalmente destruida por la mano de los enemigos. Haría que
su
desgracia fuera proverbial e increíble por su enorme
magnitud.
96
Al enterarse del desastre, los vecinos quedarían
estupefactos y
preguntarían con curiosidad por qué causa los hebreos se
habían
hecho odiar por Dios, que antes los había conducido a la
gloria y
la fortuna. En su respuesta los sobrevivientes confesarían
sus
pecados y su infidelidad a las leyes de sus antepasados.
Estas
son las palabras que, según lo que nos ha llegado por
escrito, dijo
Dios a Salomón en su sueño.
97
CAPITULO V
Salomón hace construir el palacio real. Los enigmas de
Hiram y Salomón
1. Después de las obras del Templo que, como hemos dicho
antes, duraron siete años, Salomón inició la construcción
del
palacio real, que tardó trece años en concluir, porque no le
dedicó
el mismo fervor que al Templo. Para éste, y a pesar de sus
grandes dimensiones y la maravillosa y sorprendente
actividad
que requirió, gracias a la cooperación de Dios, para quien
estaba
destinado, fueron suficientes los años indicados; el
palacio, en
cambio, edificio de dignidad mucho menor que la del Templo,
debido a que los materiales no habían sido preparados mucho
tiempo antes ni con tanto cuidado, y a que tenía por objeto
alojar
reyes y no a Dios, reclamó un lapso mucho más largo para ser
terminado. Sin embargo fué un edificio magnífico, digno de
la
prosperidad de los hebreos y de su rey. Tendré que describir
toda
la estructura y la disposición de sus partes, para que el
lector de
este libro pueda imaginarlo y formarse una idea de su
magnitud.
2. Había una casa grande y hermosa, sostenida por
numerosas columnas y dispuesta para contener a la gran
cantidad de personas que acudirían a las audiencias de las
causas y a conocer en los procesos. Era suficientemente
amplia
para albergar a toda la multitud de los litigantes. El
edificio
tenía cien codos de largo, cincuenta de ancho y treinta de
alto;
descansaba sobre columnas cuadrangulares, todas de cedro,
tenía una cornisa de orden corintio, puertas rectangulares y
ventanas con triglifos1
que le daban al mismo
tiempo solidez y
belleza. Había luego otro edificio cuyo ancho total se
hallaba en
1
La mención del orden
corintio y de los triglifos parece ser una referencia de Josefo tendiente a
ejemplificar su
descripción; ejemplo que estaría de acuerdo con la opinión
de los que sostienen que los órdenes arquitectónicos
griegos y romanos contienen elementos ornamentales tomados
de los Palacios de Salomón.
98
el centro; era cuadrangular y tenía treinta codos de ancho;
delante había un pórtico, levantado sobre sólidos pilares.
Allí
había una magnífica sala, en la que el rey se instalaba para
hacer justicia. Al lado había otra casa para uso de la
reina, y
otros edificios destinados a comer y descansar, después de
concluídos los asuntos; todos ellos tenían pisos hechos con
tablas
de madera de cedro.
Algunos de ellos estaban construidos con piedras de diez
codos, y tenían los muros incrustados con otras piedras más
valiosas, aserradas, que suelen ser extraídas, para adornar
templos y palacios reales, de una tierra famosa por sus
vetas.
Este revestimiento distinguido formaba tres hileras
superpuestas, y una cuarta con admirables esculturas que
representaban árboles y plantas diversas, cuyas ramas con
las
hojas que de ellas pendían dando sombra estaban tan
prodigiosamente cinceladas que parecían agitarse y ocultar
las
piedras que cubrían. La otra pared estaba cubierta hasta el
techo por un revestimiento de vivos colores. El rey hizo
construir
otros edificios para placeres, e inmensos pórticos situados
en
gratos sitios del palacio; en el centro de los pórticos se
levantaba
un espléndido salón, resplandeciente de oro, para festejar y
beber. Todos los utensilios necesarios para atender a los
convidados eran de oro.
Es difícil enumerar la magnificencia y variedad de las
dependencias reales, y decir cuántos salones grandes tenía, y cuántas
salas menores, y referir las cámaras subterráneas e
invisibles, y
la belleza de las terrazas al aire libre, y los bosquecillos
dispuestos para recrear la vista y para refugio y protección
del
cuerpo contra el calor. En suma, toda la construcción era de
mármol blanco, cedro, oro y plata, y los techos y las
paredes
estaban adornados con piedras incrustadas de oro, como se
había
hecho en el Templo de Dios. Hizo tallar asimismo un enorme
trono de marfil, construído como un estrado, con seis
escalones,
en cada uno de los cuales, a uno y otro lado, aparecían dos
leones, habiendo otros dos arriba. Del asiento del trono
salían
dos brazos para recibir al rey; éste se reclinaba sobre
medio toro,
que lo miraba por detrás. Todo el conjunto estaba unido con
oro.
99
3. Salomón terminó la obra en veinte años, porque Hiram, el
rey de Tiro, le suministró para la construcción una gran
cantidad
de oro, y más aún de plata, y además cedro y pino. A su vez
hizo
a Hiram grandes obsequios, enviándole todos los años trigo,
vino
y aceite, productos que, por habitar en una isla, como va
hemos
dicho, le hacían falta. Le dió, además, ciertas ciudades de
Galilea, en número de veinte, que estaban situadas cerca de
Tiro. Pero Hiram, después de visitarlas y examinarlas, quedó
poco satisfecho del obsequio y mandó decir a Salomón que no
le
hacían falta. Esas ciudades recibieron desde entonces el
nombre
de tierra de Cabalón, vocablo que interpretado en lengua
fenicia,
significa "lo que no agrada". Además el rey de
Tiro envió a
Salomón sutilezas y enigmas, invitándolo a explicarlos y a
librarlos de la ambigüedad que presentaban. Salomón era tan
sagaz e inteligente que no se le escapó ninguno de ellos;
salió
triunfante de todos mediante el razonamiento, y descubrió y
aclaró sus ocultos significados.
También Menandro, que tradujo del fenicio al griego los
archivos tirios, menciona a los dos reyes, diciendo de este
modo:
"Después de la muerte de Abibal, recibió el trono su
hijo Hiram,
que vivió cincuenta y tres años y reinó treinta y cuatro.
Rellenó
el gran sitio y dedicó la columna de oro del templo de Zeus;
luego
fué a hacer cortar, en el monte llamado Líbano, numerosa
madera para techar los templos. Después de haber demolido
los
templos antiguos, edificó los santuarios de Hércules y
Astarté y
primero erigió el de Hércules en el mes de peritio. Hizo
además
una expedición contra los pobladores de Utica, que no
pagaban el
tributo, y después de haberlos subyugado regresó. Durante su
reinado vivió Abdémono, niño de corta edad que siempre salía
triunfante de los problemas que le proponía Salomón, rey de
Jerusalén."
Dío también lo nombra, en estos términos: "Después de
la
muerte de Abibal fué rey su hijo Hiram. Rellenó las partes
orientales de la ciudad e hizo la ciudad más grande. Unió a la ciudad
el templo de Zeus olímpico, que estaba aislado, rellenando
con
tierra el espacio intermedio, y lo adornó con ofrendas de
oro.
Finalmente fué al monte Líbano y cortó madera para la
construcción de los templos." Agrega que Salomón, que
reinaba a
100
la sazón en Jerusalén, envió a Hiram enigmas y le pidió que
le
mandara otros; y le propuso que el que no pudiera
resolverlos
abonara una suma al que los supiera interpretar. Hiram
aceptó
las condiciones, y no habiendo resuelto los enigmas, tuvo
que
pagar como multa una importante suma de su dinero. Pero
luego, por medio del tirio Abdemón, resolvió los problemas
propuestos y propuso otros; Salomón no pudo solucionarlos y
tuvo que devolver a Hiram una gran suma de dinero."
Esto es lo
que escribió Dío.
101
CAPITULO VI
Salomón fortifica la ciudad de Jerusalén y edifica otras
ciudades.
El rey recibe la visita de la reina de Egipto
y Etiopía
1. El rey vió que las murallas de Jerusalén carecían de
torres
y necesitaban otros medios de defensa. Considerando que la
solidez de las murallas debía responder a la importancia de la
ciudad, las refaccionó y levantó y les hizo torres elevadas.
Edificó
además otras ciudades que pueden contarse entre las más
fuertes, Asoro y Magedo, y una tercera, Gazara, que en
realidad
había pertenecido a los filisteos. Faraón, el rey de Egipto,
en una
expedición que hizo contra ella, le puso sitio y la tomó por
asalto.
Después de matar a todos sus habitantes, la arrasó
completamente y se la dió como obsequio a su hija, casada
con
Salomón. Por eso el rey la reedificó, dado que tenía una
fuerte
posición natural, y podía ser de utilidad en caso de guerra,
probable por las frecuentes vicisitudes del tiempo.
Fundó además otras dos ciudades, cerca de allí; una de ellas
se llamaba Betcora, y la otra Balez. Y edificó otras más, en
sitios
apropiados para el goce de los placeres, favorecidos por la
buena
temperatura del aire, con buenas cosechas y abundantes
fuentes
de agua. Penetró asimismo en el desierto de la Siria
superior, se
apoderó de él y levantó una gran ciudad, a dos días de viaje
de la
Siria superior, uno del Eufrates y seis de Babilonia la
grande.
Fundé esa ciudad tan lejos de las partes habitadas de Siria,
porque más cerca no había agua en ninguna parte, y sólo allí había
manantiales y pozos. Construyó, pues, la ciudad, la rodeó de
poderosas murallas y la llamó Tadamora, nombre que todavía
hoy le dan los sirios. Los griegos, por su parte, la llaman
Palmira.
102
2. Esas eran en aquel entonces las ocupaciones del rey
Salomón. Por si alguien se pregunta por qué todos los reyes egipcios,
desde Mineo, fundador de Menfis, que fué muchos años
anterior
a nuestro antepasado Abram, hasta Salomón, en un lapso de
más de mil trescientos años, se han llamado faraones, creo
necesario, para disipar su ignorancia y aclarar el origen del nombre,
decir que faraón en egipcio significa rey. Yo creo que al
nacer
recibían otros nombres, pero cuando los hacían reyes,
obtenían el
título que en su idioma señalaba su autoridad. Por eso
también -
los reyes de Alejandría, llamados al principio con otros
nombres,
cuando llegaban al trono recibían el de Ptolomeo, por el
nombre
de su primer rey. Lo mismo los emperadores romanos, después
de haber llevado otros nombres desde su nacimiento, son
llamados Césares, título impuesto pdr su imperio y su
dignidad,
y abandonan los nombres que les habían dado sus padres.
Supongo asimismo que Herodoto de Halicarnaso, cuando dice
que después de Mineo, fundador de Menfis, hubo trescientos
treinta reyes en Egipto, no da los nombres porque eran todos
designados con el nombre genérico de faraones. En cambio nos
da el nombre, que es Nicaulis, de la mujer que subió al
trono
después de la extinción de los reyes, demostrando claramente
que si los reyes masculinos podían llevar apelativo común,
no
sucedía lo mismo con una mujer; por eso nos indica su
nombre.
Por mi parte he descubierto en los libros de nuestro pueblo,
que después del faraón suegro de Salomón, ningún otro rey de
Egipto fué llamado con ese nombre, y que más tarde Salomón
recibió a la mencionada mujer reina, de Egipto y Etiopía,
que fué
a visitarlo. Pero sobre esto informaré en seguida al lector.
Lo he
mencionado ahora para demostrar que nuestros libros y los de
Egipto coinciden en muchos puntos.
3. El rey Salomón sometió a los cananeos que todavía no
habían sido subyugados, es decir, a los que vivían en el monte Líbano hasta la
ciudad de Amate, y les impuso el pago de un
tributo. Cada año seleccionaba además entre ellos a los que
debían servirle de mercenarios, y para las ocupaciones
domésticas y la labranza. Porque los hebreos no eran siervos
(no
era razonable que, habiéndoles sometido Dios tantas
103
poblaciones, entre las cuales podían reclutar a los
servidores,
redujeran a los mismos hebreos a esa condición) ; todos
preferían
pasar la vida guerreando con los carros y los caballos antes
que
ser esclavos. A los cananeos que tomaron a su servicio, los
pusieron a las órdenes de quinientos cincuenta jefes, a los
que el
rey les entregó su total vigilancia y el encargo de
enseñarles las
labores y actividades para las que serían empleados.
4. El rey construyó además muchos barcos en el golfo de
Egipto, del mar Rojo, en un lugar llamado Gasiongabel, que
está
cerca de la ciudad de Elana y se llama ahora Berenice. Esa
región, perteneció anteriormente a los judíos, y resultó
apropiada para las embarcaciones por el presente que envió
Hiram, rey de Tiro, consistente en un importante número de
pilotos y expertos marinos. Salomón les ordenó que se
hicieran a
la vela, con sus mayordomos, rumbo a la antigua ciudad de
Sofira, que es ahora la Tierra del Oro y pertenece a la
India,
para traerle de allí oro. Después de reunir cuatrocientos
talentos, regresaron.
5. La mujer que por aquel entonces reinaba en Egipto y
Etiopía1
, que era de consumada sabiduría y digna de admiración
en todos los conceptos, al enterarse de las virtudes y la
inteligencia de Salomón, sintió vivos deseos de verlo, e
inducida
por lo que diariamente le contaban, decidió visitarlo para
comprobarlo por su propia experiencia, y no por la fama, que
por
su misma naturaleza podía responder a una falsa apariencia y
dependía únicamente de la fe de los informantes. Quería
sobre
todo probar la sabiduría del rey presentándole problemas muy
difíciles para que interpretara su oculto significado.
Se trasladó a Jerusalén con mucha pompa y gran despliegue
de riquezas. Llevó consigo camellos cargados de oro,
perfumes
diversos y piedras preciosas. A su llegada el rey la recibió
con
gran júbilo, se mostró muy solícito con ella y sobre todo
resolvió
los problemas propuestos más rápidamente de lo que era de
esperar.
La reina quedó estupefacta y comprobó que la extraordinaria
sabiduría de Salomón sobrepasaba en la realidad a todo lo
que se
1
La Biblia no nombra a
Egipto ni a Etiopía y habla solamente de "la reina de Seba" (2
Crónicas, cap. 9).
104
había dicho. Se sintió especialmente maravillada por la
belleza y
la magnificencia del palacio real, lo mismo que por la
disposición
de los edificios, en la que advirtió la notable capacidad
del rey.
Pero lo que llevó su admiración al colmo fué la casa llamada
La
selva del Líbano, la esplendidez de las comidas diarias, los
preparativos, el servicio, la indumentaria de los criados, y
la
hábil y correcta atención que ponían en sus funciones. No
menor
admiración le produjeron los diarios sacrificios ofrecidos a
Dios y
los cuidadosos servicios de los sacerdotes y los levitas.
Este espectáculo, renovado diariamente, la maravilló de tal
manera, que no pudiendo contener su sorpresa, confesó
abiertamente su asombro dirigiéndose al rey con palabras que
delataban sus sentimientos.
-Las cosas, ¡oh, rey! -dijo-, que llegan a nuestro
conocimiento
a través de los rumores, nosotros en realidad las recibimos
con
desconfianza. Pero en lo que respecta a los bienes que tú
posees,
me refiero a la sabiduría y la prudencia, y a la felicidad
que te
confiere tu reinado, la fama que nos ha llegado no ha sido por
cierto engañosa. Fué no sólo verdadera, sino que describía
una
dicha muy inferior a la que me es dado persenciar
personalmente. Porque la fama sólo trataba de convencer al
oído,
pero no presentaba el valor de las cosas tal como puede
hacerlo
la observación directa de mis ojos. Yo, que no di crédito a
los
informes que me describían tantas cosas y tan grandes, veo
ahora que son mucho más numerosas de lo que me habían dicho.
Considero dichoso al pueblo hebreo, lo mismo que a tus
servidores y amigos, que gozan todos los días de tu
presencia y
tienen el placer de servir todos los días tu persona y
escuchar tu
sabiduría. Se puede con razón bendecir a Dios que por amar
tanto a este país y a sus habitantes te haya hecho su rey.
6. Después de haber expresado con sus palabras los
sentimientos que le había inspirado el rey, los confirmó con sus presentes. Le
dió veinte talentos de oro, una enorme cantidad de
perfumes y piedras preciosas. Se dice también que la raíz
del
bálsamo, que nuestra tierra sigue produciendo todavía ahora,
procede de un obsequio de esa mujer. Salomón, a su vez, le
hizo
muchos regalos de valor, siguiendo sobre todo sus propias
incli105
naciones; no sólo no le negó nada, sino que adelantándose a
sus
deseos demostró su generosidad concediéndole todo lo que
ella
prefería. Después de entregar y recibir los presentes, la
reina de
Egipto y Etiopía volvió a sus estados.
106
CAPITULO VII
Las riquezas de Salomón. El rey comete numerosas faltas,
impulsado por las mujeres. La revuelta de Jeroboam, Muerte
de Salomón
1. Por la misma época trajeron al rey de la llamada Tierra
del
Oro piedras preciosas y pinos; los usó como sostenes para el
Templo y el palacio, y para hacer instrumentos musicales,
cítaras y nablas, los que usaban los levitas cuando cantaban
los
himnos a Dios. La madera era la más grande y fina de todas
las
que le habían traído anteriormente. Pero no se imagine nadie
que esos pinos eran los mismos que ahora llevan ese nombre;
los
comerciantes les dan ese nombre para seducir a los
compradores.
Aquéllos se parecían a simple vista a la higuera, pero la
madera
era más blanca y más brillante. Decimos esto para que nadie
ignore la diferencia que hay entre ambas clases de madera y
conozca la naturaleza del verdadero pino. Hemos creído
oportuno
y humano, al hablar de la madera y del uso que le dió el
rey,
explicar la diferencia tal como lo hemos hecho.
2. El peso del oro que le habían traído era de seiscientos
sesenta y cinco talentos, sin incluir el aportado por los mercaderes,
ni los regalos que le enviaron los jefes y reyes de Arabia.
Fundió
el oro para hacer doscientos escudos largos que pesaban
seiscientos siclos cada uno. Hizo también trescientos
escudos
redondos, que pesaban tres minas de oro cada uno. Los llevó
y
los consagró en la casa llamada La selva del Líbano. Además
hizo fabricar copas de oro y piedras preciosas para servir
en los
festines y numerosos vasos de oro de otras clases. No se
hacía
ninguna operación de venta ni de compra en plata. Numerosos
navíos fueron botados por el rey en el mar llamado Társico,
107
cargados con toda clase de mercaderías para las naciones del
interior; trajeron en cambio al rey plata y oro y una gran
cantidad de marfil, etíopes y monos. Hicieron el viaje de
ida y
vuelta en tres años.
3. Por todos los países vecinos se difundió una fama tan
grande de las virtudes y la sabiduría de Salomón, que todos
los
reyes, que no podían dar crédito a tan excesivos elogios,
ansiaban verlo personalmente y demostrarle sus respetos
enviándole magníficos presentes. Le mandaron vasos de oro y
plata, vestimentas de púrpura, numerosas clases de perfumes,
caballos, carros y mulas de carga apropiadas para regocijar
la
vista del rey por su robustez y belleza.
Los envíos aumentaron el número de carros y caballos que
tenía anteriormente, en más de cuatrocientos, porque tenía
mil,
y el número de sus caballos en dos mil, sobre. los veinte
mil que
tenía antes. Los caballos estaban bien preparados para que
tuvieran belleza y rapidez, sin que ningún otro pudiera
comparársele en velocidad y buen aspecto; eran los más
hermosos y los que más corrían. Los jinetes que los montaban
acrecentaban su atractivo, porque eran hombres jóvenes, en
la
más grata flor de la edad, y se destacaban por su
corpulencia y
su alta estatura, mayor que la de todos los demás. Tenían
largas
cabelleras colgantes, y llevaban túnicas de púrpura tiria.
Todos
los días se empolvaban el cabello con polvo de oro, de l
modo que
las cabezas les brillaban cuando el oro reflejaba los rayos
del sol.
El rey solía salir todas las mañanas en un carro hacia las
afueras de la ciudad, vestido con un manto blanco y rodeado
por
esos hombres, que llevaban armadura y arco. A dos estadios
de
distancia de Jerusalén había una aldea, llamada Etam,
agradable y magnífica por sus jardines y sus riachos; allí
acostumbraba a ir a pasear con gran pompa.
4. Salomón, que tenía una gran sagacidad para todas las
cosas y era diligente y empeñoso para hacerlo todo de la
manera
más elegante, no descuidó tampoco la atención de los
caminos.
Hizo pavimentar con piedras negras el camino que conducía a
Jerusalén, la ciudad real, tanto para facilitar el tránsito
como
para poner de manifiesto la grandeza de sus riquezas y de su
108
poder. Dividió, además, los carros, dejando en cada ciudad
una
cantidad determinada y quedándose él con varios; a las
ciudades
las llamó las ciudades de los carros.
El rey hizo la plata en Jerusalén tan abundante como las
piedras, y multiplicó en los campos de Judea los cedros, que
antes no los tenían, hasta que fueron tan comunes como el
sicómoro. Ordenó además a los mercaderes que le trajeran de
Egipto carros de dos caballos a razón de seiscientas dracmas
de
plata, y los envió a los reyes de Siria y del otro lado del
Eufrates.
5. Aunque se convirtió en el más ilustre de los reyes y el
más
amado por Dios, superando en sabiduría y riquezas a todos
los
que habían gobernado a los hebreos antes que él, no
perseveró en
sus virtudes hasta la muerte. Descuidó la observancia de las
leyes y las instituciones de su patria y tuvo un fin que no
condecía con lo que hemos dicho anteriormente de él. Amó a
las
mujeres con un ardor insano, sin refrenar sus excesos, y no
conformándose con las mujeres de su patria, tomó muchas
esposas de países extranjeros, sidonias, tirias, amonitas,
idumeas; de ese modo transgredió, las leyes de Moisés, que
prohibían unirse con mujeres de otros pueblos, y comenzó a
adorar a los dioses de sus esposas, llevado por su pasión y
su
debilidad por sus mujeres.
Precisamente el objeto que se propuso el legislador al
exhortarlos a que no se casaran con mujeres de otros pueblos, fué
evitar que, acostumbrándose a las normas extranjeras, los
hebreos traicionasen los hábitos de sus padres,
reverenciando los
dioses de aquellas mujeres y descuidando honrar al de ellos.
Salomón se entregó a los placeres irreflexivamente y sin
escrúpulos. Contrajo matrimonio con setecientas mujeres,
hijas
de jefes y notables, y tuvo trescientas concubinas, sin
contar a la
hija del rey de Egipto, y no tardó en ser manejado por ellas
hasta
el punto de que llegó a imitar sus prácticas, y se vió
obligado,
para demostrarles su bondad y su ternura, a vivir de acuerdo
con
las costumbres de sus tierras.
A medida que se fué haciendo más viejo y su razón se fué
debilitando por la edad, imposibilitándolo para oponer el
recuerdo de las instituciones de su patria, fué abandonando
cada
109
vez más a su propio Dios para atender a los dioses que le
habían
introducido sus matrimonios. Ya anteriormente había incurrido
en pecado y violado las leyes, al hacer las imágenes de
bronce de
los bueyes que sostenían el monumento del mar, y las figuras
de
los leones que rodeaban su trono; porque esas obras eran
ilegales
e impías, y él las ejecutó sin considerar el excelente
ejemplo
doméstico de virtud de su padre y el glorioso renombre que
éste
dejó de su piedad hacia Dios.
No lo imitó, a pesar de que Dios se le apareció en sueños,
exhor. tándolo a imitar a su padre, y murió sin gloria.
Fué a verlo el profeta, enviado por Dios, y le dijo que sus
transgresiones no se le ocultaban a Dios y le advirtió con
amenazas que no gozaría mucho tiempo más de su conducta. El
reinado no le sería retirado durante su vida, porque Dios
había
prometido a David que sería su heredero, pero después de su
muerte a su hijo le ocurriría lo siguiente: Dios no le
quitaría todo
el pueblo, pero entregaría diez tribus a un esclavo suyo
dejando
sólo dos al nieto de David, en recuerdo de este último,
porque
había amado a Dios, y por la ciudad de Jerusalén, donde
quiso
erigir un templo.
6. Oyendo estas palabras Salomón se sintió afligido y
profundamente turbado, porque su felicidad, que todos le envidiaban,
cambiaba de tal modo para mal.
No pasó mucho tiempo después de la predicción, cuando Dios
levantó contra él a un enemigo llamado Ader, cuya enemistad
tuvo el siguiente origen: era un joven idumeo, de estirpe
real, y
cuando Joab, el capitán del ejército de David, arrasó a
Idumea y
exterminó en seis meses a todos los hombres capaces de
portar
armas, fué el único que logró huir a la corte del faraón,
rey de
Egipto.
Este lo recibió amablemente, le dió una casa para vivir y
tierra para su sustento, y cuando llegó a la adolescencia,
era
tanto el cariño que le había cobrado que le dió en
matrimonio a
la hermana de su esposa, que se llamaba Tafín.
Tuvieron un hijo que fué criado junto con los hijos del rey.
Cuando Ader se enteró en Egipto de la muerte de David y de
110
Joab, pidió permiso al faraón para volver a su patria. El
rey le
preguntó por qué necesidad, o por qué contratiempo, se
proponía
dejarlo, y a pesar de sus frecuentes ruegos e insistencias,
en
aquel momento no lo autorizó. Pero en la época en que los
asuntos de Salomón comenzaban a empeorar, a causa de las
referidas violaciones y de la cólera con que Dios las
recibió, el
faraón le dió finalmente permiso y Ader volvió a Idumea.
No logró separar al país de Salomón, porque estaba ocupado
por numerosas guarniciones que hacían difícil y peligrosa
toda
innovación. Partió entonces hacia Siria. Allí se encontró
con un
tal Raazar, que había huido del lado de su amo Adrazar, rey
de
Sofen, y se dedicaba al pillaje en esa zona. Hizo amistad
con él y
reuniendo una banda de ladrones, invadió la parte alta del
país,
ocupó esa región de Siria y se proclamó rey. Luego, haciendo
incursiones en la tierra de Israel, causó daños y
depredaciones,
durante la vida de Salomón.
Estos fueron los males que ocasionó Ader a los hebreos.
7. Luego Salomón vió alzarse contra él a un hombre de su
propia nación, Jeroboam hijo de Nabateo, quien tenía
ambiciones
de subir por una profecía que le habían hecho mucho tiempo
antes. Huérfano de padre desde que era una criatura, había
sido
criado por su madre, y luego Salomón, viendo que era activo
y
animoso, lo había nombrado cuidador de los muros que
construyó alrededor de Jerusalén. Jeroboam puso tanto empeño
en la dirección de las obras, que el rey lo felicitó, y para
recompensarlo le dió el gobierno de la tribu de José.
En aquella oportunidad Jeroboam, al salir de Jerusalén, se
encontró con un profeta de la ciudad de Siló llamado Aquías.
Este lo saludó y lo llevó a un lugar desierto, a cierta
distancia del
camino.
Allí se rasgó el manto que llevaba puesto en doce trozos, y
dando diez a Jeroboam, le dijo:
-Esta es la voluntad de Dios. Dividirá 'el dominio de
Salomón
y dará a su hijo, por la promesa que hizo a David, una tribu
y la
contigua, y a ti te otorgará las otras diez, porque Salomón
pecó
contra él y se entregó a sus mujeres y a sus dioses.
Sabiendo por
111
qué cambió Dios de sentimientos con respecto a Salomón,
trata
de ser justo y observar las leyes, porque tienes delante de
ti,
como precio de la piedad y de tu devoción a Dios, la más grande
de todas las recompensas, la promesa de llegar a ser tan
grande
como tú sabes que fué David.
8. Exaltado por las palabras del profeta, Jeroboam, joven de
temperamento ardiente y ambicioso de grandeza, no se dió
descanso, y habiendo obtenido la gobernación y recordando las revelaciones de
Aquías, se entregó inmediatamente a la tarea de convencer al pueblo de que
abandonara a Salomón, se rebelara
contra él y le confiriera el poder a él.
Enterado de sus propósitos y su conspiración, Salomón
decidió prenderlo y darle muerte. Pero informado a tiempo,
Joroboam huyó al país de Suseo, rey de Egipto. Allí residió
hasta
la muerte de Salomón, obteniendo de este modo la doble
ventaja
de eludir la persecución de Salomón y de reservarse para el
reinado.
Salomón murió muy viejo, después de haber reinado ochenta
años y vivido noventa y cuatro. Fué sepultado en Jerusalén.
Sobrepasó a todos los demás reyes en prosperidad, riqueza y
sabiduría, menos en las transgresiones que cometió al
volverse
viejo inducido por las mujeres. Sobre estas transgresiones y
las
desdichas que acarrearon a los hebreos, creo conveniente
hablar
en otra oportunidad.
CAPITULO VIII
Después de la muerte de Salomón el pueblo abandona a su hijo
Roboam y ordena a Jeroboam rey de diez tribus
1. Muerto Salomón, lo sucedió en el trono su hijo Roboam,
nacido de una amonita llamada Nooma. Los jefes del pueblo
mandaron a buscar inmediatamente a Jeroboam a Egipto, para
112
que se reuniera con ellos en la ciudad de Siquem. Allí fué
también Roboam, porque los israelitas habían resuelto
reunirse
en aquella ciudad para proclamarlo rey.
Los jefes del pueblo fueron a verlo y le suplicaron que
aligerara un poco la servidumbre y se mostrara más amable
que
su padre, que les había impuesto un yugo tan pesado. De este
modo estarían mejor dispuestos hacia él, haciéndolos la
moderación más dóciles que el temor. Roboam les dijo que
volvieran tres días después a recibir la contestación a su
pedido.
Se hizo de este modo sospechoso por no haberles dado en
seguida
una respuesta favorable, porque consideraban que la bondad y
la
generosidad debían ser espontáneas, sobre todo en un hombre
joven. De todas maneras pensaron que el hecho de que
quisiera
consultar y no les hubiera negado al instante el pedido,
permitía
por lo !henos abrigar buenas esperanzas.
2. Roboam reunió a los amigos de su padre y los consultó
sobre la respuesta que debía dar al pueblo. Estos le dieron
un
consejo propio de hombres bien intencionados y conocedores
del
alma popular, le aconsejaron que hablara a la multitud
amablemente y con más familiaridad de la que correspondía a la pompa
real.
De esta manera los haría someterse espontáneamente y con
la mejor voluntad, porque a los súbditos les agrada que el
rey se
muestre condescendiente y se ponga al mismo nivel que ellos.
Roboam rechazó ese consejo tan bueno y que tantas ventajas
le hubiera otorgado, al menos en aquel momento en que estaba
su porvenir en juego. Me imagino que debe de haber sido Dios
quien lo impulsé a repudiar lo que podía serle beneficioso.
Llamó a los jóvenes que se habían criado con él, les
comunicó
el consejo de los ancianos y les pidió que le expresaran su
opinión sobre la conducta a seguir. Estos, a quienes su
juventud
y la voluntad de Dios les impedía discernir lo que era
justo, le
aconsejaron que respondiera al pueblo que su dedo más
pequeño
era más grueso que los lomos de su padre; que si conocieron
la
severidad de Salomón, recibirían de su parte un tratamiento
más duro aún, y que si su padre los castigaba con látigos,
él lo
haría con escorpiones.
113
Al rey le agradó el consejo y juzgó que esa respuesta
cuadraba
a su dignidad real. El pueblo se reunió al tercer día para
escuchar su contestación, y cuando la multitud aguardaba
atenta la palabra del rey, suponiendo que sería amable,
benigna
y humana, Roboam les dió como respuesta la que le habían
aconsejado los jóvenes, desdeñando la opinión de sus amigos.
Esta conducta le había sido dictada por la voluntad divina
para
que se cumpliera la profecía de Aquías.
3. Sacudidos por esas palabras, como si hubiesen sido
golpeados por un martillo de hierro, y consternados por lo que había
dicho como si ya hubiesen experimentado sus efectos, se
indignaron de gran manera y gritaron todos al mismo tiempo que en
adelante ya no había nada en común entre ellos y David o sus
descendientes; y que sólo dejarían a Roboam el Templo que
había construido su padre. Amenazaron abandonarlo, pero era
tan grande la irritación del pueblo y tan intenso su encono
que
cuando el rey envió a Adoram, el encargado de los impuestos,
para calmarlos y pedirles que lo disculparan si había dicho
algo
áspero u ofensivo atribuible a su juventud, no quisieron
escucharlo y lo mataron a pedradas.
Ante aquel episodio Roboam se consideró el destinatario de
las piedras que habían matado a Adoram, y temiendo sufrir el
mismo castigo, subió a su carro y huyó a Jerusalén. Allí la
tribu
de Judá y la de Benjamín lo eligieron rey, pero el resto del
pueblo se separó desde ese día del hijo de David y puso a su
frente a Jeroboam. Roboam hijo de Salomón reunió en asamblea
a las dos tribus que le seguían sometidas, y se dispuso a
alistar
un ejército de ciento ochenta mil hombres selectos para
marchar
contra Jeroboam y su gente y someterlos por la fuerza. Pero
Dios, por medio del profeta, le prohibió hacer la guerra,
porque
no era justo que los hermanos de una misma nación pelearan
entre sí. Además, dijo también, la defección del pueblo se
produjo
de acuerdo con los designios de Dios. Roboam abandonó su
propósito.
Ahora voy a referir primeramente los actos de Teroboam, rey
de Israel, y luego los de Roboam, rey de las dos tribus; de
este
modo conservaré el buen orden de toda la historia.
114
4. Jeroboam construyó un palacio en la ciudad de Siquem,
donde estableció su residencia, y se edificó otro en la
ciudad llamada Fanuel. Luego, y como dentro de poco tiempo debía celebrarse la
fiesta de los Tabernáculos, pensó que si permitía a sus
súbditos que fueran a Jerusalén a rendir culto a Dios y a
pasar
alli la fiesta, podía suceder que se arrepintieran de lo
hecho,
seducidos por el Templo y la adoración que en él recibía
Dios, y
que lo abandonasen y volvieran a su rey anterior; en tal
caso
correría el peligro de perder la vida. Concibió por lo tanto
el
siguiente recurso. Mandó hacer dos becerros de oro1
y dos
capillas, una en la ciudad de Bezel y la otra en Dan, que
está
situada cerca de las fuentes del Jordán menor, instalando un
becerro en cada santuario. Luego convocó a las diez tribus
que él
gobernaba y habló al pueblo con estas palabras:
-Supongo que vosotros sabéis, compatriotas, que todos los
sitios contienen a Dios, que su presencia no está limitada a un
lugar determinado, que él oye y ve en todos lados a los que
lo
adoran. Por eso creo que no debo aconsejaros hoy hacer un
viaje
tan largo hasta Jerusalén, la ciudad de nuestros enemigos,
para
rendirle culto. El Templo lo edificó un hombre; y yo también
fabriqué dos becerros de oro que llevan el nombre de Dios.
Uno lo
consagré en la ciudad de Bezel y el otro en Dan, para que
puedan
ir a prosternarse ante Dios los que vivan cerca de esas
ciudades.
Designaré, además, a algunos de vosotros como sacerdotes y
levitas, para que podáis prescindir de la tribu de Leví y de
los
hijos de Aarón. Aquellos de vosotros que quieran ejercer el
sacerdocio deberán ofrecer a Dios un toro joven y un
carnero,
como dicen que hizo Aarón, el primer sacerdote.
Con estas palabras Jeroboam engañó al pueblo, lo apartó del
culto de sus antepasados y le hizo violar las leyes. Este
fué para
los hebreos el origen de sus males y la causa de que fueran
derrotados en la guerra con las naciones extranjeras y
cayeran
en el cautiverio. Pero todo esto lo referiremos luego, en el
lugar
que le corresponda.
5. Al acercarse la fiesta de los Tabernáculos, en el séptimo
mes, Jeroboam quiso celebrarla en Bezel, como lo hacían las
dos
1
Es la misma
traducción, que dan los Setenta de la expresión hebrea.
115
tribus en Jerusalén. Erigió un altar delante del becerro, y
oficiando de sumo pontífice subió al altar con sus propios
sacerdotes. Pero cuando iba a ofrecer los sacrificios y los
holocaustos a la vista del pueblo, llegó hasta él un profeta
de
Jerusalén, llamado Jadón, emriado por Dios, quien poniéndose
en medio de la multitud pronunció estas palabras en
presencia
del rey y dirigiéndose al altar:
-Dios predice que vendrá un hombre de la familia de David,
llamado Josías, que sacrificará sobre ti, altar, a los
falsos sacerc_c tes que existen en ese momento y quemará sobre ti los
huesos de estos impostores, embaucadores e impíos. Y para
que
nadie dude de que así será, les anticipo una señal que
ocurrirá
también: ahora mismo se quebrará este altar y toda la grasa
de
los sacrificios que tiene encima se derramará en el suelo.
Ante estas palabras del profeta, Jeroboam, presa de furor,
alzó +tna mano y ordenó que fuera detenido. Pero la mano
tendida perdió de pronto su vigor y ni siquiera tuvo fuerza
para
recogerla; quedó colgando a su lado, entumecida y extenuada.
Al
mismo tiempo el altar se desplomó y todo lo que tenía encima
cayó al suelo, como lo había anunciado el profeta.
Convencido de que el hombre era veraz y poseía presciencia
divina, Jeroboam le pidió que rogara a Dios que le reanimara
la
mano derecha. El profeta suplicó a Dios que consintiera.
Jubiloso
por haber recuperado la mano, el rey invitó al profeta a
comer
con él. Pero Jadón respondió que no podría tolerar ni entrar
en
su casa ni probar el pan y el agua de esa ciudad; Dios se lo
había
prohibido„ lo mismo que volver por el mismo camino por el
que
había venido, debiendo tomar por otro distinto.
El rey se asombró de su firmeza y quedó por su parte
inquieto, sospechando por las predicciones que sus asuntos
cambiarían para empeorar.
116
CAPITULO IX
Convencido por otro profeta falso, el profeta Jadón vuelve
a Bezel y es luego muerto por un león
1. Había en la ciudad un viejo perverso, un falso profeta, a
quien Jeroboam estimaba, engañado por sus palabras
aduladoras. Ese hombre guardaba cama, quebrantado por la
vejez. Sus hijos le relataron el incidente del profeta
llegado de
Jerusalén, con los signos milagrosos que se habían
producido, y
el episodio de la mano de Jeroboam, que después de habérsela
secado, la recuperó gracias a las súplicas del visitante.
Temeroso
de que el extranjero lo desplazara en la estima del rey y
obtuviera honores más grande, ordenó a sus hijos que le
ensillaran en seguida el asno y lo prepararan para un viaje.
Los
hijos se apresuraron a obedecerle, y montando en el asno,
salió
tras el profeta.
Lo encontró descansando bajo un gran roble, frondoso y
umbrío; primero lo saludó y luego le reprochó por no haber ido a su
casa a compartir su hospitalidad. El profeta le respondió
que
Dios le había prohibido probar nada en la casa de ningún
habitante de la ciudad.
-Pero la prohibición -replicó el otro- no se refiere a mi
casa. Yo
también soy profeta, observo el mismo culto que tú hacia
Dios, y
ahora vengo, enviado por él, a llevarte a comer conmigo.
Jadón, creyendo sus mentiras, consintió en volver sobre sus
pasos. Pero cuando estaban comiendo juntos amistosamente,
Dios se apareció a Jadón y le declaró que por haber
transgredido
sus órdenes sería castigado. Después de partir, le dijo,
117
encontraría un león en el camino; sería devorado por él y
quedaría privado de sepultura en la tumba de sus padres1
.
Todo lo cual ocurrió, me imagino, de acuerdo con la voluntad
de Dios, para que Jeroboam no prestara oídos a las palabras
de
Jadón, quien quedaba convicto de haber mentido. No obstante,
cuando Jadón volvía a Jerusalén encontró un león que lo
arrancó
de la montura y lo hizo pedazos, pero no tocó al asno y se
quedó
acurrucado cuidándolo y velando el cadáver del profeta.
Hasta
que lo vieron unos viajeros y fueron a la ciudad a
comunicárselo
al falso profeta. Este envió a sus hijos a transportar el
cuerpo a
la ciudad, y le hizo un costoso funeral. Recomendó además a
sus
hijos que cuando él muriera lo enterraran junto a Jadón,
porque
era cierto todo lo que había profetizado sobre la ciudad y
el altar
y los sacerdotes y los falsos profetas; si a él lo
sepultaban junto
con él y sus huesos se confundían con los suyos, escaparía
al
tratamiento injurioso después de su muerte.
Después de enterrar al profeta y hacer esas recomendaciones
a sus hijos, como perverso e impío que era, fué a ver a
Jeroboam
y le dijo:
-¿Por qué te perturban las palabras de ese insensato?
El rey le contó lo que había sucedido junto al altar y lo
que le
había pasado con la mano, afirmando que aquel hombre era
realmente divino, un excelente profeta. El malvado trató de
destruir esa opinión valiéndose de falsos argumentos, y deformó los
hechos comentándolos con pérfidas razones y palabras
astutas.
Aseguró que la mano del rey había quedado entumecida por la
fatiga de sostener los sacrificios, y que una vez descansada
recuperó su estado normal; y que el altar era nuevo, recién construído, y se
había derrumbado por el peso de las numerosas
ofrendas que recibió. Le comunicó asimismo la muerte del
hombre que había hecho esas predicciones, atacado por un
león.
-No tenía, por lo tanto, nada de profeta, ni en su persona
ni
en sus palabras.
1
La Biblia no habla de
leones ni indica el género de muerte que sufriría.
118
Con estas palabras convenció al rey y apartó sus
pensamientos de Dios y de las acciones rectas y justas, y lo
animó a que persistiera en sus prácticas impías.
Era tan grande el empeño de su injuriosa rebelión contra
Dios y de sus transgresiones de la ley, que buscaba
diariamente
nuevas y más graves perversiones para agregar a las
anteriores.
Y por ahora será suficiente con lo que hemos dicho sobre
Jeroboam.
119
CAPITULO X
Susac, rey de Egipto, ataca a Jerusalén, toma la ciudad y
se lleva las riquezas a su país
1. Roboam hijo de Salomón, rey de dos tribus, como hemos
dicho antes, construyó las ciudades, grandes y fuertes, de
Betlem, Etam, Tecoa, Betsur, Soco, Odolam, Ipán, Marisa, Zifa,
Adoraim, Laquis, Meca, Saraím, Elom y Hebrón. Estas primeras
ciudades fueron levantadas en el territorio de Judá, pero
además
construyó otras no menores en el territorio de Benjamín; las
rodeó de murallas, estableció en todas ellas guarniciones y
gobernadores, dejó en cada ciudad una cantidad de trigo,
vino y
aceite y les dio abundantes provisiones de todo lo
necesario. Las
proveyó, además, de escudos y lanzas para millares de
hombres.
Los sacerdotes que se hallaban dispersos por todo Israel
fueron a reunirse con él en Jerusalén, así como los levitas
y todos
los hombres justos y virtuosos que había en el pueblo.
Abandonaron sus ciudades para ir a adorar a Dios en
Jerusalén,
porque no querían verse obligados a adorar los becerros
hechos
por Jeroboam. De este modo reforzaron, durante tres años, el
reino de Roboam. Después de haberse casado con una mujer de
su familia, que le dió tres hijos, Roboam desposó a otra
mujer
también emparentada con él, una hija de Absalón nacida de
Tamar, llamada Macama. Tuvo con ella un hijo al que llamó
Abías. Engendró muchos otros hijos con otras mujeres, pero
Macama era la que más amaba de todas sus esposas. Tuvo
dieciocho esposas legítimas y treinta concubinas, que le
dieron
veintiocho hijos y sesenta hijas. Designó como sucesor para
ocupar su trono a Abías, hijo de Macama, y le confió sus
tesoros
y sus ciudades más fuertes.
120
2. Pienso que la grandeza de un reino y su creciente
prosperidad suelen ser a menudo motivo de desdichas y desarreglos
para los hombres. Ilusionado por los progresos de su reino,
Roboam se desvió de la senda recta y se entregó a prácticas
ilícitas e impías; despreció el culto de Dios hasta el punto
de que
el pueblo se dedicó a imitar sus pecados. Acontece
habitualmente
que las costumbres de los súbditos se corrompen al mismo
tiempo que la conducta de sus gobernantes; renuncian a la
vida
prudente que llevaban y que parecería reprochar los desmanes
de los jefes, y adoptan sus vicios como si fueran virtudes.
No es
posible demostrar que se aprueba la conducta de los reyes si
no
se actúa como ellos. Es lo que ocurrió con los súbditos de
Roboam; frente a sus impiedades y sus desbordes, trataron de
no
ofender al rey persistiendo en la observancia de la virtud.
Pero Dios, para vengar sus ultrajes, envió a Susac, el rey
de
los egipcios, cuyas acciones Herodoto atribuyó erróneamente
a
Sesostris. Susac marchó contra Roboam en el quinto año de su
reinado, con muchas millares de combatientes; lo seguían mil
doscientos carros, sesenta mil hombres a caballo y
cuatrocientos
mil a pie. La mayor parte eran de Libia y Etiopía. Cayeron
sobre
el país de los hebreos, tomaron sin lucha las ciudades más
fuertes del reino de Roboam y dejando en ellas guarniciones
marcharon contra Jerusalén.
3. Roboam y el pueblo quedaron encerrados en la ciudad de
Jerusalén, a consecuencia del ataque de Susac, y suplicaron
a
Dios que les diera la victoria y los salvara; pero no
pudieron
convencerlo de que se pusiera de su parte. El profeta Sameas
declaró que Dios amenazaba abandonarlos, como ellos habían
abandonado su culto. Oyendo estas palabras se sintieron
invadidos por la consternación y no viendo otro medio de
salvarse confesaron todos que Dios tenía razón en
desampararlos, porque ellos habían sido impíos y violado sus
leyes. Cuando Dios los vió dispuestos a reconocer sus
pecados,
dijo al profeta que él no deseaba su destrucción, pero que
no
obstante los sometería a los egipcios, para que apreciaran
si era
menos penoso servir a Dios o a los hombres.
121
Después de haber tomado Susac la ciudad sin lucha, porque
Roboam, aterrorizado, lo había hecho entrar, Susac no
respetó
los compromisos asumidos, saqueó el Templo, vació los
tesoros
de Dios y los del rey y se llevó enormes sumas de oro y
cantidades de oro y plata, sin dejar nada. Se apoderó
asimismo
de los escudos de oro y de las rodelas que había fabricado
el rey
Salomón. Tampoco dejó los carcajes de oro que David
consagrara
a Dios después de tomárselos al rey de Sofene. Hecho esto
regresó a su reino.
Herodoto de Halicarnaso menciona esta expedición,
habiéndose equivocado únicamente en el nombre del rey1
; refiere
que hizo la guerra contra otras naciones y que subyugó a la
Siria
de Palestina, tomando prisioneros sin lucha a los hombres
que
encontró. Evidentemente quiere indicar que nuestro país fué
sometido por el egipcio. Porque dice que dejó en el país de
los que
se rindieron sin pelear columnas en las que hizo esculpir
las
partes pudendas de las mujeres. Y nuestro rey Roboam le
entregó la ciudad sin combatir. Agrega además que los
etíopes
aprendieron la circuncisión de los egipcios, "porque
los mismos
fenicios y los sirios de Palestina reconocen que la
aprendieron de
los egipcios". No obstante es indudable que de los
sirios que
viven en Palestina fuera del nuestro ningún otro pueblo
practica
la circuncisión. Pero sobre este asunto que cada cual piense
lo
que le parezca.
4. Cuando Susac se fué, el rey mandó hacer escudos y rodelas
de bronce, para reemplazar a los de oro, y los entregó en
igual
cantidad a los guardianes del palacio real. En lugar de una
vidá
de expediciones guerreras y hazañas gloriosas, reinó en una
completa quietud mezclada con el miedo por la permanente
enemistad de Jeroboam. Murió a los cincuenta y siete años,
después de reinar diecisiete. Fué un hombre de carácter
jactancioso e imprudente, y perdió una parte de su reino por
no
atender los consejos de los amigos de su padre. Fué
sepultado en
Jerusalén en la tumba de los reyes. Lo sucedió en el trono
su hijo
Abías, en el décimoctavo año del reinado de Jeroboam en las
diez
tribus.
1
V. Contra Apión, 1,
22.
122
Y así fué como sucedieron estos hechos. Ahora debemos
seguir relatando acerca de Jeroboam, y contar de qué modo
terminó su vida. Prosiguió injuriando a Dios sin tregua ni
descanso, levantando todos los días nuevos altares en altas
montañas y creando sacerdotes del vulgo.
123
CAPITULO XI
La expedición de Jeroboam, rey de los israelitas, contra
Abías, hijo de Roboam; su derrota. Muerte de Jeroboam.
Basanes extermina a la familia de Jeroboam y se apodera
del trono
1. No pasó mucho tiempo antes de que Dios hiciera caer sobre
la cabeza de Jeroboam y toda su familia el castigo que
merecían
por su impiedad. Estando enfermo en aquel entonces un hijo
de
él, llamado Obimes, mandó a su mujer que se despojara de sus
vestimentas reales, se vistiera como una mujer del pueblo y
fuera a ver al profeta Aquías, porque, dijo, ese hombre
sabía
predecir maravillosamente lo futuro, habiendo sido él quien
le
había predicho que sería rey. Le encargó que cuando
estuviera
en su presencia, le preguntara, fingiéndose extranjera,
acerca de
su hijo, para averiguar si se salvaría de la enfermedad.
Obedeciendo la orden de su esposo, se cambió de ropa y se
trasladó a la ciudad de Siló, donde vivía Aquías. Cuando
estaba
por entrar en la casa del profeta, que había perdido la
vista por
su avanzada edad, Dios se apareció a Aquías y le señaló la
visita
de la mujer de Jeroboam y las respuestas que debía darle a
sus
preguntas.
La mujer entró y se presentó como una persona común y
extranjera, y el profeta exclamó:
-Entra, esposa de Jeroboam. ¿Por qué te disfrazas? Nunca
podrás ocultarte de Dios, que en una visión me informó de tu
llegada y me instruyó sobre lo que debía decirte. Vuelve al lado de
tu marido y dile que Dios habló así: Como yo te hice grande,
a ti
que eras pequeño, o más bien nadie, y arranqué la realeza a
la
familia de David para dártela a ti, y tú, sin recordar mis
favores
abandonaste mi culto y te hiciste dioses de fundición y los
veneraste, volveré a derribarte lo mismo que te elevé, destruiré a
toda tu familia haciéndola devorar por los perros y las aves.
Porque he suscitado un rey para todos los israelitas, que no
124
dejará subsistir a nadie de la estirpe de Jeroboam. La
multitud
también compartirá el castigo; será expulsada de esta tierra
feliz, y dispersada por las regiones del otro lado del
Éufrates, por
haberse plegado a la impiedad del rey y adorado a los dioses
que
fabricó después de abandonar mis sacrificios. Tú, mujer,
apresúrate a llevar este mensaje a tu marido. En cuanto a tu
hijo, lo hallarás muerto; lo abandonará la vida en el mismo
momento en que tú llegues a la ciudad. Será sepultado con el
llanto de toda la multitud y honrado con el duelo público,
porque
era el único miembro virtuoso de la familia de Jeroboam.
Hecha la profecía, la mujer se retiró muy afligida por la
muerte de su hijo; lloró durante todo el trayecto ante la
idea de
su fin inminente. Desesperada y dolorida por la inevitable
desdicha, marchó con una prisa fatal para su hijo, porque
cuanto
más se apresurara, tanto más pronto lo vería muerto; pero
estaba obligada a hacerlo por su marido. Cuando llegó se
encontró con que.el niño había expirado, como lo había
predicho
el profeta; y se lo contó todo al rey.
2. Sin preocuparse por nada de eso, Jeroboam reunió un gran
ejército y marchó a combatir a Abías, el hijo de Roboam que
lo
había sucedido en el reinado de las dos tribus,
menospreciándolo
por su juventud. Pero éste, enterado de la expedición de
Jeroboam, en lugar de atemorizarse demostró un valor
superior
a su edad y a las esperanzas del enemigo. Reclutó un
ejército en
las dos tribus y salió a enfrentar a Jeroboam en un sitio
llamado
monte Semarón.
Estableció el campamento cerca del enemigo y se preparó
para la lucha. Sus fuerzas alcanzaban a la suma de
cuatrocientos mil hombres; el ejército de Jeroboam tenía el
doble
de ese número.
Cuando los dos ejércitos se hallaban en formación, listos
para
entrar en combate, Abías subió a un lugar elevado y haciendo
un
ademán con la mano pidió al pueblo y a Jeroboam que antes
escucharan callados lo que tenía que decirles. Hecho el
silencio
comenzó a hablar de este modo:
-Dios acordó el gobierno para siempre a David y sus
descendientes, como vosotros no ignoráis; me sorprende por eso ver
125
ahora que, apartados de mi padre, os hayáis entregado a un
esclavo como Jeroboam y vengáis a combatir a los que Dios
adjudicó la realeza y a despojarlos del dominio que aún les
queda; porque la parte más grande la detenta injustamente
Jeroboam. Pero no creo que goce mucho tiempo más de su
posesión; Dios, que lo castigará por sus culpas pasadas,
pondrá
fin a sus transgresiones y a las ofensas que le sigue
infiriendo
continuamente y que os ha instado a imitar; mi padre no os
ha
hecho ningún daño, vosotros os habéis ofendido simplemente
por
palabras pronunciadas en una asamblea por la influencia de
malos consejeros. Este es el motivo de que aparentemente lo
hayáis abandonado a él, llevados por la cólera, pero en
realidad
os habéis apartado de Dios y de sus leyes. Hubiera sido
justo de
vuestra parte que hubieseis perdonado a un hombre joven e
inexperto en el gobierno de un pueblo, no solamente alguna
frase
desagradable sino también cualquier acción infortunada que
lo
hubieran llevado a cometer su juventud y su falta de
práctica en
el manejo de las cosas públicas. Lo hubierais hecho por
consideración a su padre Salomón y por los beneficios que de él habéis
recibido; porque las faltas de los hijos deben ser redimidas
por
los méritos de los padres1
. Pero vosotros no habéis considerado
nada de eso, ni antes ni ahora, y venís en cambio contra
nosotros
con un ejército tan grande. ¿Pero de quién dependéis para
obtener la victoria? ¿De los becerros de oro y los altares
instalados en sitios altos, y que comprueban vuestra
impiedad y
no vuestra devoción?
¿0 es la multitud superior de vuestro ejército la que os
imparte esas buenas esperanzas? Pero muchos millares de
hombres no otorgan fuerza a un ejército cuando la causa de
la
guerra es injusta; sólo en la justicia y la piedad religiosa
reside
la verdadera esperanza de victoria, y ella está en nosotros
porque hemos observado las leyes desde el principio y hemos
adorado a nuestro Dios, que no fué hecho a mano con materia
corruptible ni formado por un rey perverso para engañar al
pueblo; es un Dios creador de sí mismo, comienzo y fin de
todas
las cosas. Os exhorto, aun en esta misma hora, a que os
1
Este argumento del el
mérito de los padres, que no figura en la Biblia en la alocución de Abías,
pertenece a la
tradición rabínica.
126
arrepintáis y a que, siguiendo un consejo más prudente,
desistáis de la lucha, abracéis las leyes de vuestra patria
y
meditéis sobre qué es lo que os ha dado la felicidad tan
grande
de que ahora gozáis.
3. Estas fueron las palabras que Abías dirigió al pueblo.
Cuando todavía estaba hablando, Jeroboam envió secretamente
a algunos de sus soldados para que rodearan a Abías por
ciertos
lugares disimulados. Cuando quedó envuelto de este modo por
el
enemigo, su ejército se sintió atemorizado y perdió el
valor. Pero
Abías los animó conjurándolos a que depositaran su esperanza
en Dios, que no se dejaba rodear por el enemigo. Todos
invocaron
la ayuda de Dios, mientras los sacerdotes hacían sonar las
trompetas, y dando grandes gritos se lanzaron contra el
enemigo, a quien Dios hizo flaquear el valor, dando
superioridad
al ejército de Abías.
Hicieron una matanza entre las fuerzas de Jeroboam de la
que no se conoce nada igual en ninguna otra guerra, ni de
los
griegos ni de los bárbaros, y obtuvieron con el auspicio de
Dios
una victoria grandiosa y memorable. Derribaron a quinientos
mil enemigos, tomaron por asalto a las ciudades mejor
fortificadas, que luego saquearon, y también Betlem con sus
aldeas e Isana con las suyas1
.
Después de esta derrota Jeroboam no volvió a recuperar su
fuerza mientras duró la vida de Abías. Pero éste sobrevivió
poco
tiempo a su victoria; murió después de reinar tres años y
fué
sepultado en Jerusalén, en las tumbas de sus antepasados.
Dejó
veintidós hijos y dieciséis hijas, que tuvo con catorce
esposas. Lo
sucedió en el trono su hijo Asán, con la madre del joven que
se
llamaba Macaia2
. Con su reinado el país de los israelitas3
gozó de
paz durante diez años.
4. Esta es la historia que nos ha llegado de Abías hijo de
Roboam hijo de Salomón. Jeroboam, el rey de las diez tribus,
murió a su vez después de reinar veintidós años. Tuvo por
sucesor a su hijo Nadab, en el segundo año del reinado de
Asán.
1
Tres ciudades con sus
aldeas menciona la Biblia, Betlem, Isana y Efraím (2 Crónicas, 13,19).
2
La Biblia no dice que
la madre compartiera el trono.
3 Debe decir "el de las dos tribus" o sea el de
Judá. El país de los israelitas era el de las diez tribus.
127
El hijo de Jeroboam gobernó dos años, y se pareció a su
padre en
impiedad y perversidad. Durante esos años hizo una
expedición
contra Gahato, ciudad de los filisteos, y le puso sitio para
tomarla. Pero murió en una celada que le tendió uno de sus
amigos4
, llamado Basanes hijo de Maque], quien después de
matarlo se apoderó del reino y exterminó a la familia de
Jeroboam. Y aconteció, de acuerdo con la predicción de Dios,
que
los parientes de Jeroboam murieron unos en la ciudad,
despedazados y devorados por los perros, y otros en el campo
por
las aves. La casa de Jeroboam sufrió de este modo el justo
castigo que merecían su impiedad y su iniquidad.
4
El relato de la
Biblia no dice que hubiese sido un amigo.
128
CAPITULO XII
Los etíopes atacan a Jerusalén y son derrotados por Asán,
hijo
de Abías
1. Asán, rey de Jerusalén, era un hombre de excelentes
costumbres e inclinado hacia Dios; todos sus actos se
inspiraban
en la piedad y en la fiel observancia de las leves. Reformó
el
reino, eliminando los elementos malos y purificándolo de
toda
contaminación. Tenía un ejército selecto armado de escudos y
lanzas, trescientos mil hombres de la tribu de Judá, y de la
tribu
de Benjamín doscientos cincuenta mil, provistos de rodelas y
arcos.
Cuando ya había reinado diez años Zareo, rey de Etiopía, lo
atacó con un gran ejército de novecientos mil soldados de
infantería, cien mil de a caballo y trescientos carros1
. Al llegar a Narisa, ciudad de la tribu de Judá, Asán le
salió al encuentro con
sus fuerzas, y las puso en formación de combate frente al
enemigo en un valle llamado Safatá, próximo a la ciudad.
Cuando vió a la multitud de los etíopes alzó la voz para
rogar a
Dios que le diera la victoria y le permitiera destruir a sus
millares de adversarios. Sólo dependía, le dijo, para
animarse a
enfrentar a Zarco, del auxilio divino, que era capaz de dar
superioridad a los menos sobre los más y a los débiles sobre
los
fuertes.
2. Mientras Asán decía estas palabras, Dios le dió un signo
de
victoria. Entró en combate contento por las predicciones de
Dios
y mató una gran cantidad de etíopes, poniendo en fuga a los
demás, a los que persiguió hasta el país de Gerar.
Suspendida la
matanza del enemigo, se entregaron al saqueo de la ciudad
(porque ya habían tomado Gerar) y del campo, y se llevaron
oro y
1
"Un ejército de
mil millares y trescientos carros", dice la Biblia (2 Crónicas, 14, 9).
129
plata en cantidad y un gran botín de otras cosas, camellos,
asnos
y rebaños de ovejas. Obtenida por Dios esta gran victoria y
el
importante botín, Asán y su ejército regresaron a Jerusalén.
A su llegada encontraron en el camino a un profeta llamado
Azarías, que les ordenó detenerse y comenzó a decirles que
esa
victoria les había sido otorgada por Dios porque se habían
mostrado justos y piadosos y se habían conducido siempre de
acuerdo con la voluntad de Dios. Si perseveraban, añadió,
Dios
les daría siempre el triunfo sobre sus enemigos y una vida
dichosa. Pero si abandonaban su culto les pasaría todo lo
contrario.
-Y llegará un momento en que no habrá en todo el pueblo ni
un solo profeta verdadero, ni un solo sacerdote que les
interprete
legítimamente el oráculo; vuestras ciudades serán derribadas
y
la nación desparramada por toda la tierra para llevar una
vida
de extranjeros y de errabundos.
juy Y les aconsejó que, estando todavía a tiempo, fueran
buenos stos y no se enajenaran la benevolencia de Dios.
jEl rey y el pueblo recibieron jubilosamente sus palabras y
todos untos y cada cual por separado pusieron todo su empeño
en
conducirse virtuosamente. El rey envió además mensajeros al
campo para que también allí cumplieran con las leyes.
3. Estos fueron los hechos que ocurrieron con Asán, el rey
de
las dos tribus. Vuelvo ahora a Basanes, rey de la multitud
de los
israelitas, que mató a Nadab hijo de Jeroboam y se apoderó
del
poder. Vivía en la ciudad de Tarsa, donde había instalado su
residencia, y reinó durante veinticuatro años. Más perverso
e
impío que Jeroboam y su hijo, hizo mucho daño a su pueblo y
ofendió a Dios, quien le envió al profeta Jehú para
predecirle que
exterminaría a toda su familia y que provocaría en su casa
las
mismas desdichas con las que había destruido la casa de
Jeroboam; porque Dios lo había hecho rey pero él no había
respondido a su bondad gobernando al pueblo con justicia y
devoción, conducta que beneficia en primer término a los que
la
observan y es en segundo lugar grata a Dios; en cambio había
imitado al malvado rey Jeroboam, revelando que si el alma de
éste había perecido su perversidad había persistido en
aquél. Por
130
lo tanto sufriría justicieramente los mismos males que él,
por
haber incurrido en la misma maldad.
Aunque Basanes supo de antemano las desdichas que les
tocarían a él y a su familia a causa de sus delitos, no
abandonó
en lo sucesivo sus prácticas malvadas, ni evitó seguir
siendo
cada vez peor hasta su muerte, ni trató de arrepentirse y
obtener
el perdón de sus faltas pasadas para obtener el perdón de
Dios.
Actuó como aquellos que ante la recompensa prometida si
logran
determinado objeto, no cesan de trabajar empeñosamente. Lo
mismo hizo Basanes; después de la predicción del profeta
acentuó su perversidad, como si los males con los cuales lo
habían amenazado, la muerte de su familia y la ruina de su
casa,
y que son realmente los peores, fueran en verdad beneficios,
y
como un campeón de maldad incrementaba cada día sus
esfuerzos. Finalmente reunió de nuevo a su ejército y asaltó
a
una importante ciudad llamada Armata, que se hallaba a
cuarenta estadios de Jerusalén; la tomó y la fortificó,
habiendo
resuelto dejar en ella una guarnición y emplearla para
asolar
desde allí el reino de Asán.
4. Temeroso Asán de los atentados enemigos y considerando
que las tropas estacionadas en Armata podían causar muchos
daños en su país, envió embajadores al rey de Damasco1
, con oro
y plata, para pedirle su ayuda recordándole la amistad que
los
unía desde los tiempos de sus antepasados. El rey de Damasco
recibió complacido las riquezas y selló con Asán una alianza
rompiendo su amistad con Basanes; envió a los comandantes de
sus fuerzas a las ciudades del reino de Israel con orden de
asolarlas. Fueron los comandantes y quemaron unas ciudades y
saquearon otras, entre ellas Ahión, Dana, Abelana y muchas
otras.
Enterado el rey de Israel de estos hechos, suspendió las
obras
de edificación y fortificación de Armata y se volvió para
acudir
apresuradamente en ayuda de su pueblo en peligro. Asán
empleó
los materiales preparados por Basanes para la construcción
de la
1
En la Biblia figura
el nombre: "Benadad, rey de Siria, que estaba en Damasco" (1 Reyes,
15, 18; 2 Crónicas,
16, 2).
131
ciudad, y levantó en el mismo sitio dos ciudades
fortificadas a
una de las cuales la llamó Gaba y a la otra Masfá.
Después de eso Basanes no volvió a tener ocasión para
combatir contra Asán; se lo impidió la muerte. Fué enterrado
en
la ciudad de Tarsa, siguiéndolo en el trono su hijo Elán,
quien,
después de reinar dos años, murió asesinado en una emboscada
por Zamar, capitán de la mitad de su ejército. Estando el
rey en
la casa de su prefecto Olsa, Zamar convenció a varios de sus
soldados de caballería que lo asaltaran y lo mataran, cuando
estaba sin sus hombres de armas y sus capitanes, que se
encontraban ocupados en el sitio de la ciudad filistea de
Gabata.
5. Después de matar a Elán, Zamar, el capitán del ejército,
se
apoderó del trono y, como lo había profetizado Jehú, mató a
todos los de la casa de Basanes, porque sucedió que la casa
de
Basanes fué completamente aniquilada por su impiedad, de la
misma manera que, como ya lo hemos dicho, quedó destruida la
de Jeroboam. Pero el ejército que asediaba a Gabata, al
conocer
la suerte del rey y enterarse de que Zamar, su matador,
había
ocupado el trono, nombró rey por su parte a su general
Amarín;
éste retiró al ejército de Gabata y se trasladó a Tarsa, la
capital,
y la tomó por asalto.
Viendo Zamar que la ciudad no tenía defensa, se refugió en
el
interior del palacio real al que prendió fuego, pereciendo
entre
las llamas.
Había reinado seis días.
Con esto el pueblo de los israelitas quedó dividido; unos
querían como rey a Tamneo y otros a Amarín. Los partidarios de
Amarín vencieron; dieron muerte a Tamneo y Amarín quedó
como rey de todo el pueblo. Amarín comenzó a reinar en el
trigésimo año del reinado de Asán, y reinó durante doce años, los
primeros seis en la ciudad de Tarsa y los restantes en la
ciudad
llamada Semareón, que los griegos denominaron Samaria. Le
puso g zareón por el nombre de Semar, el que le vendió la
colina
donde edificó la ciudad.
Amarín no se diferenció de los reyes que lo precedieron y
solasiente los superó en maldad. Todos se esforzaron en apartar al
132
pueblo de Dios con sus perversas prácticas diarias. Por esta
razón Dios hizo que se mataran uno al otro, sin dejar un
solo
miembro de sus familias. Amarín murió también, en Samaria,
sucediéndole su hijo Acab.
6. Por todos estos hechos podemos conocer la dedicación con
la que Dios se ocupa en los asuntos de la humanidad, su amor
a
los buenos y su odio a los perversos, a los que destruye de
raíz.
Por eso muchos de los reyes de Israel perecieron
miserablemente
eá poco tiempo, eliminados los unos por los otros, junto con
sus
familias, a causa de sus transgresiones y su perversidad. En
cambio Asán, rey de Jerusalén y de las dos tribus, gracias a
su
piedad y su justicia, llegó por la providencia de Dios a una
dichosa vejez y murió feliz después de reinar cuarenta y un
años.
A su muerte el poder pasó a su hijo Josafat, nacido de su
esposa
Abida. Todos concuerdan en que siguió los pasos de su abuelo
David, por su valor y su piedad. Pero nadie nos obliga a que
hablemos aquí de ese rey.
133
CAPITULO XIII
Acab contrae matrimonio con Jezabel y supera en perver
sidad a todos los reyes que lo precedieron. La profecía
de Elías
1. Acab, rey de Israel, residió en Samaria y conservó el
poder
veintidós años, sin observar una conducta distinta a la de
sus
predecesores, salvo para imaginar cosas peores y llegar al
colmo
de la perversidad. Imitó la depravación y las injurias a
Dios de
los reyes anteriores, y especialmente las transgresiones de
Jeroboam. Adoró los becerros que había hecho aquél y añadió
otros absurdos objetos de culto de su propia invención. Tomó
por
esposa a una hija de Itobal, rey de los tirios y sidonios,
llamada
Jezabel, quien le enseñó a rendir culto a sus dioses. Era
una
mujer activa y audaz; llegó a tal grado de indecencia y
locura que
edificó un templo al dios de los tirios, llamado Bel, e hizo
plantar
en su honor un bosque sagrado con árboles de todas las
especies.
Y nombró, además, para ese dios, sacerdotes y falsos
profetas. El
rey mismo se rodeó de muchos de esos hombres, sobrepasando
en
locura e inmoralidad a todos sus predecesores.
2. Un profeta del Dios supremo, de Tesbona, ciudad de la
región de Galaad, fué a ver a Acab y le dijo que según le
había
anunciado Dios no haría llover ni enviaría rocío a la tierra
durante aquellos años, hasta que el profeta compareciera.
Después de confirmar sus palabras con un juramento, partió
hacia el sur e instaló su residencia junto a un arroyo, que
le
proporcionaba agua para beber; en cuanto a su alimento, se
lo
traían los cuervos todos los días. Pero cuando el río se
agotó por
falta de lluvia, se trasladó a Sarefta, ciudad próxima a
Sidón y
Tiro, porque estaba situada entre las dos. Se lo ordenó
Dios,
porque allí encontraría una viuda que le daría de comer.
134
Cuando estaba cerca de la puerta vió a una mujer que recogía
leña. Habiéndole indicado Dios que era aquélla la mujer que
lo
alimentaría, se acercó, la saludó y le pidió agua para
beber; la
mujer se retiró para ir a buscarla, pero el profeta la llamó
y le
rogó que le trajera además una hogaza de pan. La mujer le
juró
que no tenía en su casa más que un puñado de harina y un
poco
de aceite, que había salido a recoger la madera para luego
amasar la harina y hacer pan para ella y su hijo; después se
morirían de hambre, porque ya no les quedaba nada.
-Anímate -le dijo entonces el profeta-, vete y recobra la
esperanza. Hazme ante todo una pequeña torta, y tráemela.
Porque te predigo que ese vaso de harina y esa ánfora de
aceite
no se consumirán hasta que Dios haga llover.
Dicho esto por el profeta, la mujer volvió a su casa y le
hizo lo
que le había encargado; comió ella y le dió a su hijo y al
profeta.
Y no le faltó nada hasta que terminó la sequía.
Esa falta de lluvia la menciona también Menandro, que en el
relato de la gesta de Itobal, rey de los tirios, dice así:
"En su
época hubo una sequía desde el mes de hiperbereteos hasta el
mes de hiperbereteos del año siguiente; pero a sus súplicas
estallaron grandes truenos. Este rey fundó la ciudad de
Botris en
Fenicia y la de Auza en Libia." Estas son las referencias
de
Menandro a la sequía que se produjo en tiempos de Acab,
porque
Itobal, rey de los tirios, gobernó en aquella misma época.
3. Cuando el hijo de la mujer de quien hemos hablado,
aquella que alimentó al profeta, cayó enfermo hasta el punto
de
perder el aliento y quedar como muerto, la mujer fué a ver
al
profeta llorando y golpeándose el pecho con las manos, y
lanzando exclamaciones dictadas por su dolor, y lo acusó de
haber ido a reprocharle sus pecados causando con ello la
muerte
de su hijo. El profeta le pidió que tuviera valor y le
confiara a su
hijo, que él le devolvería la vida. La mujer le entregó el
cuerpo; el
profeta lo llevó al cuarto donde él vivía, lo tendió en la
cama y
alzando la voz dijo, dirigiéndose a Dios, que no había hecho
bien
en recompensar a la mujer que lo había atendido y
alimentado,
quitándole al hijo. Y le rogó que hiciera entrar de nuevo el
alma
en el cuerpo del niño y le devolviera la vida. Dios se
compadeció
135
de la madre, deseoso de satisfacer al profeta, para que no
pareciera que había ido a causar desdichas a la mujer, y el
niño,
en contra de lo que se esperaba, revivió. La madre agradeció
al
profeta, manifestando que ahora veía claramente que Dios
hablaba con él.
4. Poco tiempo después fué a ver a Acab, de acuerdo con la
voluntad de Dios, para informarle que llovería. El hambre se
había extendido por todo el país, con una gran carencia de
las
cosas necesarias para la subsistencia. No solamente les
faltaba a
los hombres sino que la tierra, por la sequía, no producía el
pasto
suficiente para alimentar a los caballos y demás animales.
El rey
llamó a Oberías, procurador de sus bienes, y le dijo que
quería ir
a las fuentes de los ríos y a los arroyos a recoger el pasto
que
pudiera haber para alimentar al ganado. Agregó que había
mandado a buscar al profeta Elías1
por todo el orbe sin
encontrarlo.
Ordenó a Obedías que lo acompañara. Obedías y el rey
resolvieron dividirse las rutas y cada cual tomó por la
suya.
Sucedió que cuando la reina Jezabel hizo matar a los
profetas, Obedías escondió a cien de ellos en las cuevas
subterráneas, alimentándolos únicamente con pan y agua. Al
separarse Obedías del rey se encontró con el profeta Elías;
le
preguntó quién era y cuando lo supo se inclinó ante él. El
profeta
le ordenó que fuera a buscar al rey y le dijera que allí
estaba
Elías. Pero Obedías replicó:
-¿Qué mal te he hecho para que me envíes a ver al que quiere
matarte y te buscó para eso por todo el mundo? ¿Ignoras que
envió hombres a todas partes con orden de darte muerte si te
prendían? Temo, por otra parte, que Dios se te vuelva a
aparecer
y tú te vayas a otro sitio, y que si el rey me manda a
buscarte y
no te encuentro en ninguna parte, lo pague con mi vida.
Rogó, por lo tanto, al profeta, que se cuidara de su
seguridad,
y le informara de la solicitud que había puesto en favor de
sus
colegas, y que había salvado a cien profetas, mientras los
demás
eran muertos por Jezabel, y que los tenía escondidos y les
daba
de comer. Pero Elías le pidió que fuera sin temor a ver al
rey y le
1
El nombre de Elías
aparece ahora por primera vez, después de haberse referido durante todo el
relato del
episodio, únicamente al "profeta”.
136
aseguró con juramento que aquel mismo día se presentaría
ante
Acab.
5. Obedías comunicó a Acab el regreso de Elías y el rey le
salió al encuentro y le preguntó con ira si él era el hombre
que
había causado tanto daño al pueblo de los hebreos y
provocado la
sequía que estaban soportando. Elías, sin adular al rey,
replicó
que ese hombre era el mismo rey, él y su familia eran los
causantes de todas las desgracias, por haber introducido
dioses
extraños a los que adoraban abandonando a su Dios, que era
el
único verdadero y a quien ya no tenían ninguna
consideración. Y
lo instó a que lo siguiera, y reuniera al pueblo en el monte
Carmelo, con sus profetas y los de su mujer, cuyo número
indicó1
,
y con los profetas de los bosques sagrados, que eran unos
cuatrocientos.
Cuando todos los hombres reunidos por Acab corrieron a la
mencionada montaña, el profeta Elías se situó entre ellos y
les
preguntó hasta cuándo seguirían viviendo en esa ambigüedad
de
sentimientos y opiniones. Si creían que el Dios de su patria
era
el verdadero y el único, debían obedecerle y cumplir sus
mandamientos; y si no le daban importancia y juzgaban que debían
adorar a los dioses extranjeros, era menester que sólo
siguieran
a éstos. Como el pueblo no respondiera a sus palabras, Elías
quiso poner a prueba el poder de los dioses extranjeros y el de su
Dios, del que era el único profeta mientras que aquéllos
tenían
cuatrocientos. Pidió que le permitieran tomar un becerro,
sacrificarlo y depositarlo sobre una pila de leña, sin encender fuego
debajo; ellos harían lo mismo y suplicarían a sus dioses que
prendieran fuego a la pira. De este modo conocerían la
naturaleza del verdadero Dios.
Aceptada la propuesta por el pueblo, Elías invitó a los
profetas a que fueran ellos los primeros en elegir un becerro,
que
lo sacrificaran e invocaran a sus dioses. Los ruegos y las
invocaciones no produjeron ningún efecto después del
sacrificio,
y Elías se burló de ellos diciéndoles que llamaran a sus
dioses a
gritos, porque podían estar de viaje o durmiendo. Así lo hicieron
1
450, según la Biblia
(1 Reyes, 18, 19).
137
desde la masana hasta mediodía, cortándose con espadas y
lanzas, según la costumbre de su país; pero fué inútil.
Elías, queriendo a su vez ofrecer su sacrificio, pidió a los
profetas que se apartaran y al pueblo que se acercara para
que
viera que no había puesto fuego a escondidas entre la
madera.
La multitud se aproximó y el profeta tomó doce piedras, una
por
cada tribu del pueblo hebreo, y erigió un ara, alrededor de
la
cual cavó una zanja profunda. Luego puso la leña sobre el
ara y
encima los trozos de carne y mandó traer de la fuente cuatro
cántaros de agua, la que hizo derramar sobre el altar de
manera
que desbordara y llenara la fosa como si brotara de un
manantial. Hecho esto comenzó a rogar a Dios, suplicándole
que
demostrara su poder a un pueblo extraviado desde hacía tanto
tiempo. Mientras hablaba bajó de pronto del cielo una llama,
a la
vista de todo el pueblo, y consumió el sacrificio, y también
el
agua, dejando el lugar en seco.
6. Viendo esto los israelitas, se arrojaron al suelo y
adoraron
al Dios uno, llamándolo el más grande y el único verdadero y
llamando a los otros simples nombres forjados por ideas
depravadas e insensatas. Luego se apoderaron de los falsos profetas y.
por orden de Elías les dieron muerte. Al rey le dijo Elías
que
fuera a comer sin más preocupaciones, porque en breve vería
a
Dios enviarles lluvia. Acab se retiró.
Elías, por su parte, subió a la cima del monte Carmelo, se
sentó en el suelo apoyando la cabeza en las rodillas y pidió
a su
criado que subiera a un puesto de observación desde donde
pudiera ver el mar, y que cuando viera formarse una nube en
cualquier parte le avisara, porque hasta entonces el cielo
estaba
limpio. El criado subió varias veces y siempre informaba que
no
veía nada; a la séptima vez anunció que veía algo negro en
el
cielo, no más grande que la pisada de un hombre1
.
Oyendo esto Elías, envió a avisar a Acab, aconsejándole que
se fuera a la ciudad antes de que se descargara la lluvia.
Acab se
trasladó a la ciudad de Jesrael y poco después el cielo se
oscureció y se cubrió de nubes, levantándose un viento
violento
con una lluvia abundante. El profeta, arrebatado por el
espíritu
1
"como la palma
(de la mano) de un hombre", dice la Biblia (1 Reyes, 18, 44).
138
divino, corrió junto con el carro del rey hasta Jesrael,
ciudad de
Izar2
.
7. Cuando Jezabel, la esposa de Acab, se enteró de los
prodigios realizados por Elías y de la matanza de sus
profetas, se
sintió furiosa y le envió mensajeros amenazando hacerlo
morir
como él había hecho exterminar a sus profetas. Elías,
asustado,
huyó a la ciudad llamada Bersabé, que se encuentra en los
confines del territorio perteneciente a la tribu de Judá,
cerca del
país de los edomitas; allí dejó a su criado, y se retiró al
desierto.
Después de haber orado pidiendo la muerte, porque no era
mejor que sus padres, ni debía aferrarse a la vida estando
ellos
muertos, se acostó a dormir al pie de un árbol. Algo lo
despertó y
al incorporarse encontró a su lado alimentos y agua3
. Comió y
recuperó las fuerzas con los alimentos, y se trasladó a la
montaña llamada Sinaí, en la que se dice que Moisés recibió
las
leyes de Dios. Encontró una caverna profunda, penetró en
ella e
instaló allí su habitación. Una voz procedente de lo
desconocido
le preguntó por qué se había trasladado a aquel lugar,
abandonando la ciudad; respondió que lo hizo porque había
matado a los profetas de los dioses extranjeros y persuadido
al
pueblo de que había un solo Dios, aquel al que había adorado
desde el principio, y que ahora lo buscaba la esposa del rey
para
castigarlo por su acción.
De nuevo se oyó la voz para decirle que saliera al
descubierto
a la mañana siguiente, y que entonces le sería revelado lo
que
tenía que hacer. Al rayar el alba salió de la caverna, y
sintió
temblar la tierra y vió refulgir una brillante llamarada.
Hecho el
silencio, una voz divina le exhortó a que no se preocupara
por su
situación, porque ninguno de sus enemigos lo vencería. Y le
ordenó volver a su patria y proclamar a Jehú hijo de Nemes
rey
de los hebreos, a Azael de Damasco, rey de los sirios, y a
Eliseo,
de la ciudad de Abela, para sucederlo a él como profeta. La
mul-
2
Izar podría ser en
opinión de algunos comentaristas, Isacar, tribu a la que pertenecía la ciudad
de Jesrael;
según otros sería otra forma del mismo nombre de Jesrael. En
efecto, más adelante aparece sola para designar a
la misma ciudad.
3
Josefo suprime otra
vez el elemento sobrenatural y omite las dos apariciones del ángel que menciona
la Biblia
(1 Reyes, 19, 5 y 7).
139
titud impía sería exterminada, en parte por Azael y en parte
por
Jehú.
Oyendo estas palabras, Elías regresó al país de los hebreos,
y
al encontrar a Eliseo hijo de Safat, arando en compañía de
otros
con doce yuntas de bueyes, se acercó y le echó encima su
manto.
En seguida Eliseo comenzó a profetizar y dejando los bueyes
siguió a Elías. Luego le pidió permiso para saludar a sus
padres,
y concedido por Elías, se despidió de ellos y se fué con el
profeta.
Durante toda la vida de Elías fué su discípulo y su
servidor. Y
con esto he terminado lo referente a los actos de este
profeta.
8. Había un tal Nabot en la ciudad de Izar que tenía un
campo contiguo a las posesiones del rey. El rey le pidió que
le
vendiera, al precio que quisiera cobrarle, el campo que
estaba
tan cerca de sus tierras, para reunirlos en un solo dominio.
Si no
quería dinero, le permitiría elegir en cambio cualquier otro
de los
campos del rey. Nabot respondió que no haría nada de eso y
que
se proponía recoger él mismo los frutos de su tierra,
heredada de
su padre.
Apenado, como si hubiese recibido una ofensa, al no poder
apoderarse de lo que pertenecía a otro, el rey no quiso
lavarse ni
comer. Jezabel le preguntó el motivo de su aflicción y de
que se
negara a lavarse y a almorzar o cenar. Acab le relató
entonces la
maldad de Nabot y de que a pesar de haber empleado palabras
amables para hablarle y más humildes de lo que cuadraba a la
autoridad real había sufrido la afrenta de que le negaran
lo. que
deseaba.
Jezabel lo exhortó a que no se dejara abatir por el
incidente,
desechara la pena y se ocupara de nuevo en el cuidado de su
cuerpo; porque ella se encargaría de que Nabot fuera
castigado.
En seguida envió cartas a los notables jezraelitas en nombre
de
Acab, rogándoles que ordenaran un ayuno y que reunieran la
asamblea, en la que Nabot, por ser de familia ilustre, se
sentaría
en la primera fila. Tres hombres audaces, sobornados por
ellos,
prestarían testimonio de que había blasfemado contra Dios y
el
rey; sería entonces apedreado y muerto.
140
Acusado de este modo Nabot, por orden de la reina, de haber
blasfemado contra Dios y Acab, murió lapidado por la
multitud.
Jezabel fué entonces a decir al rey que podía posesionarse
gratuitamente de la viña de Nabot. Jubiloso por la buena
noticia,
Acab saltó del lecho y corrió a la viña de Nabot. Pero Dios,
indignado, envió al profeta Elías al campo a decir a Acab
que
había asesinado al verdadero dueño del campo y se había
constituido injustamente en su heredero. Cuando Elías estuvo
delante de Acab, el rey le dijo que podía hacer con él lo
que
quisiera, porque le avergonzaba haber sido sorprendido en
pecado. Elías le predijo que en el mismo sitio donde el
cadáver de
Nabot había sido devorado por los perros, sería derramada su
sangre y la de su esposa, y que toda su familia moriría, por
haber sido tan injusto y haber asesinado inicuamente a un
ciudadano, contrariando las leyes del país.
Acab, apenado por su crimen y arrepentido, se puso un saco,
se descalzó y no quiso probar bocado. Confesó sus pecados,
con la
esperanza de aplacar a Dios. Dijo entonces Dios al profeta
que
mientras viviera Acab postergaría el castigo de su familia,
porque se había arrepentido de sus crímenes, pero que
cumpliría
su amenaza con el hijo de Acab. El profeta se lo comunicó al
rey.
141
CAPITULO XIV
Adad, rey de Siria, sitia a Samaria. Victoria de Acab. Adad
prepara una segunda campaña. Acab triunfa nuevamente;
perdona a Adad. El profeta Miqueas le reprocha su in
dulgencia
1. Estando en esta situación los asuntos de Acab, por el
mismo tiempo el hijo de Adad, rey de los sirios y
damascenos,
habiendo reunido tropas de todas las regiones, con la
cooperación
de treinta y dos reyezuelos de la otra parte del Eufrates,
preparó
una expedición contra Acab. Pero éste, consciente de que
sería
superior a sus fuerzas, no condujo a los suyos a la campaña,
sino
que los trasladó del campo abierto a las ciudades
fortificadas. El
se quedó en Samaria: pues ésta estaba protegida con murallas
muy fuertes, y además parecía inexpugnable. Pero el rey de
Siria, habiendo reunido a sus tropas, sitió a Samaria; y
enviando
un mensajero a Acab le pidió que recibiera a sus legados,
por
cuyo intermedio le indicaría lo que quería de él. Después
que el
rey de los israelitas accedió a que se enviaran legados, así
que
llegaron éstos, por mandato del rey declararon que sus
riquezas,
sus hijos y sus mujeres eran de Adad: por lo tanto si
accedía a
esto, y permitía que tomara lo que quisieran, se retiraría
el
ejército y la ciudad quedaría libre del sitio.
Acab expresó a los legados que, una vez en presencia de su
rey, le anunciaran que él y todas sus cosas estaban bajo su
potestad.
Después que le expusieron todo esto a Adad, éste los envió
de
nuevo, pidiendo a Acab que, a pesar de haber dicho que todo
era
suyo, recibiera a los criados que le enviaría al día
siguiente a los
cuales debería entregarles lo mejor que ellos encontraran,
luego
142
de escudriñar la casa real, las de los amigos y parientes;
las
cosas que no quisieran quedarían para él.
Acab, indignado por este segundo mensaje del rey de los
sirios, después de convocar al pueblo en reunión, dijo que
estaba
dispuesto en pro de la seguridad y paz del pueblo a entregar
a
sus mujeres y sus hijos al enemigo y cederle sus bienes,
pues era
esto lo que el sirio pedía en su primera embajada.
-Pero ahora pide que se le permita enviar a sus criados,
para
que exploren las casas de todos, y que nada en ellas dejen
de lo
que sea más precioso; su propósito es el de encontrar un
pretexto
para la guerra. Porque sabe que yo, siendo en beneficio de
vosotros, no escatimaré mis propiedades, y quiere buscar motivo
para guerrear con las molestias que a vosotros no puede
menos
que resultaros desagradable. Yo he de cumplir lo que
vosotros
decidáis.
El pueblo declaró que de ninguna manera se sometería a las
órdenes del rey de Siria, que las despreciaba y que se
aprestaría
a hacer guerra. Acab respondió a los legados que comunicaran
al
rey que estaba dispuesto a acatar por bien del pueblo lo que
había pedido primeramente, pero que de ninguna manera
obedecería las órdenes posteriores; y con esto los despidió.
2. Pero Adad, oídas estas noticias y sumamente indignado,
por tercera vez envió a sus legados, amenazando que su
ejército
levantaría un terraplén más alto que las murallas, de las
que
tanto se ensorbebecía Acab. Para ello bastaba que cada uno
de
los suyos tomara un puñado de tierra. Se refería de esta
manera
a la gran multitud de sus tropas para infundir terror. Acab
respondió que no se debía gloriar de estar bien armado, sino
de
ser vencedor en la guerra. Los legados, una vez de regreso,
le
dieron esta respuesta, mientras comía con sus treinta y dos
reyes aliados.
De inmediato ordenó que rodearan a la ciudad con estacas y
levantaran terraplenes, y que no dejaran de hacer nada
adecuado para la guerra. Mientras pasaban estos
acontecimientos, Acab y todo el pueblo se angustiaron
sumamente. Sin embargo el rey recobró su confianza y se
libró
del miedo, cuando se le acercó un profeta y le dijo que Dios
había
143
prometido entregarle miles de enemigos. Preguntado quién
obtendría la victoria, le contestó que "por intermedio
de los hijos
de tus capitanes, bajo tu dirección, por falta de capacidad
del
enemigo".
Reunió a los hijos de los capitanes (se encontraron como
unos
doscientos treinta y dos), e informado que el sirio se
entregaba a
comer y a divertirse, una vez abiertas las puertas, los hizo
salir.
Los centinelas de Adad comunicaron la noticia al rey, quien
envió a que les hicieran frente, con la orden de que si
aquéllos
habían salido para pelear que los condujeran atados; y que
hicieran lo mismo si habían salido con fines pacíficos.
Entretanto Acab tenía listo el ejército dentro de las
murallas.
Los hijos de los capitanes, en lucha con los guardianes,
mataron
a muchos de ellos, y persiguieron a los restantes hasta el
campamento. Cuando el rey de los israelitas vió este triunfo, ordenó
que las restantes tropas atacaron. Asaltaron de improviso a
los
sirios, los destrozaron y los pusieron en fuga. Puesto que
no
esperaban que saliera el ejército, lo intempestivo del
ataque hizo
que los encontraran desarmados y embriagados, de modo que
abandonaron los armamentos, y se fugaron, y el mismo rey
sólo
pudo escapar gracias a la velocidad del caballo.
Acab, vencidos los sirios, persiguiólos por largo tiempo.
Luego
de saquear el campamento, que era muy rico y abundaba en oro
y plata, y de apoderarse de los carros y caballos de Adad
regresó
a la ciudad. Sin embargo el profeta le advirtió que debía
estar
preparado y el ejército dispuesto para la guerra, pues al
año siguiente el rey de los sirios emprendería de nuevo una campaña
en su contra. Acab siguió su consejo.
3. Adad, después que él con la parte del ejército que pudo
salvarse puso en lugar seguro, consultó a sus amigos sobre
la
forma de atacar a los israelitas. No fueron de opinión de
que se
luchara con ellos en los montes; pues su Dios tenía poder en
esos
lugares, y ésta era la razón de que hubiesen sido vencidos.
Afirmaban que se impondrían si hacían la guerra en la
llanura.
Además aconsejaron al rey que enviara a sus hogares a los
reyes
que había llevado consigo, pero que retuviera sus tropas,
poniendo a los sátrapas en lugar de los reyes; y en lugar de
los
144
soldados que había perdido que reuniera de nuevo en las
regiones mismas de donde eran ellos soldados, carros y
caballos.
Considerando que se trataba de un buen consejo, preparó a su
ejército de acuerdo con lo aconsejado.
4. Al empezar la primavera marchó contra los israelitas;
después de llegar a una ciudad llamada Afeca, dispuso el ejército en
una gran llanura. Acab, sin embargo, salió con sus tropas y
acampó en frente. Su ejército, en comparación con el del
enemigo, era sumamente reducido. Pero el profeta se presentó
de
nuevo, y afirmó que Dios le otorgaría la victoria, para
demostrar,
en contra de la opinión de los sirios, que su poder no era
menor
en el llano que en las montañas. Durante siete días los
campamentos, puestos uno frente al otro, se movieron
lentamente; por fin, cuando avanzó el enemigo a primera hora
de
la mañana, Acab también reunió a sus tropas, y en
encarnizada
lucha, puso en fuga a la multitud de sus enemigos, y los
persiguió y los destrozó. Perecieron muchos aplastados por
los
carros o golpeados; pocos pudieron refugiarse en su ciudad
Afeca.
Estos, en número de veinte y siete mil, perecieron al caer
sobre
ellos las murallas. En la batalla fueron cien mil los de
ellos que
murieron.
El rey de los sirios, Adad, con algunos de sus domésticos
más
fieles huyeron y se escondieron en el sótano de una casa. Le
dijeron que los reyes de la raza de Israel eran sumamente humanos
y clementes y que era posible, con tal que acudiera a la
forma
habitual de suplicar, que Acab le perdonara la vida. Le
pidieron
permiso para ir a verlo, con lo que estuvo de acuerdo.
Revestidos
de cilicios y la cabeza ceñida con cuerdas (según la
primitiva
costumbre de suplicar de los sirios) se presentaron ante
Acab, y
le dijeron que le pedían en nombre de Adad que le perdonara
la
vida; una vez concedida esta gracia, sería su servidor para
siempre. Acab respondió que se alegraba que hubiera
sobrevivido a la batalla sin que le pasara nada malo, y
prometió
honrarlo y ser benévolo con él, como si se tratara de un
hermano.
Aceptado el juramento de que nada malo le pasaría si se
presentaba, lo sacaron de la casa que se escondía para
presentarlo a Acab, que estaba sentado en su carro.
145
Acab, extendiendo su mano derecha, lo hizo subir al carro y
le
ordenó, recibiéndolo con un beso, que fuera un buen amigo y
que
nada temiera. Adad le dió las gracias y prometió que,
mientras
viviera, se acordaría de este beneficio. Luego prometió
devolver
las ciudades israelitas de que se habían apoderado los reyes
que
le precedieron y que los israelitas tendrían plena libertad
para
establecerse en Damasco, así como sus padres tenían derecho
de
hacerlo en Samaria. Después de los pactos y juramentos, Acab
le
hizo muchos regalos y lo envió a su reino. En esta forma
terminó
la guerra que Adad rey de los sirios declaró a Acab y los
israelitas.
5. Sin embargo, un profeta, de nombre Miqueas, se aproximó
a uno de los israelitas y le ordenó que lo golpeara en la
cabeza;
obraría de acuerdo con la voluntad de Dios. Habiendo
rehusado,
le predijo que encontraría un león que lo mataría, por no
cumplir
la voluntad de Dios. Así aconteció. El profeta se acercó a
otro,
ordenándole lo mismo. Este lo golpeó e hirió en el cráneo.
El
profeta se presentó ante el rey con la cabeza vendada,
diciendo
que había luchado bajo sus órdenes y que había recibido de
manos de un capitán un prisionero para guardarlo; pero éste
se
había escapado y ahora temía que lo matara aquel de quien
había recibido el cautivo, porque lo había amenazado que si
el
cautivo se escapaba, lo mataría.
Al responder Acab que sería justo, descubriendo la cabeza se
dió a conocer como Miqueas, el profeta. Le dijo que se había
valido de este medio para decir las palabras siguientes
-Puesto que tú has dejado impune a Adad, que blasfemó contra
Dios, éste te castigará y hará que Adad te mate a ti y su
ejército a tu pueblo.
Acab, irritado contra el profeta, ordenó que lo detuvieran y
vigilaran; sin embargo se retiró confundido por sus
palabras.
146
CAPITULO XV
Prosperidad de Josafat. Josafat y Acab se unen contra el
rey de Siria. Contradictorias profecías de Miqueas y Se
decías. Combate contra los sirios. Muerte de Acab. Se
cumplen las profecías de Elías y de Miqueas
1. En esta situación se encontraban los asuntos de Acab.
Ahora informaré sobre Josafat, rey de Jerusalén; éste,
después
de ampliar su reino y de distribuir tropas por las distintas
poblaciones de su territorio, dispuso colocarlas también en
las
poblaciones de la tribu de Efraím que Abías, su abuelo,
conquistó
a Jeroboam, que reinaba sobre las diez tribus. Por lo demás
Dios
le era propicio y lo ayudaba, por su piedad y justicia, y
por
procurar hacer lo que le era grato y aceptable durante todos
los
días. Los reyes que habitaban alrededor lo honraban con
dones,
de modo que acumuló muchísimas riquezas y su prestigio se
elevó grandemente.
2. En el año tercero de su reinado, después de convocar a
los
regidores del país y a los sacerdotes, les ordenó que,
recorriendo
su territorio, en los poblados instruyeran a todo el pueblo
en las
leyes de Moisés, que les enseñaran su observancia y que
pusieran el mayor cuidado en el culto de Dios. Fué esto tan
del
agrado del pueblo, que ninguna cosa ambicionaron más ni
amaron más intensamente que la observancia de las leyes. Los
habitantes de las regiones vecinas continuaban en su aprecio
a
Josafat y en conservar la paz con él. Los filisteos pagaban
el
tributo convenido y los árabes anualmente entregaban
trescientos sesenta corderos y otras tantas cabras.
Fortificó también otras ciudades grandes e imponentes y
tenía preparados abundantes ejércitos y armas poderosas. La
tribu de Judá suministró trescientos mil soldados bien
armados,
al frente de los cuales se encontraba Edneo; Juan dirigía
doscientos mil arqueros de a pie de la tribu de Benjamín.
147
Además otro jefe, de nombre Ocobato, servía al rey con
ciento
ochenta mil soldados bien armados. A todo esto hay que agregar
las guarniciones que se encontraban en ciudades muy fuertes.
3. Josafat hizo casar a su hijo Joram con Gotolia, hija de
Acab, rey de las diez tribus. Poco después, en una visita a
Samaria, Acab lo recibió afectuosamente, y ofreció al
ejército que
lo acompañaba una suntuosa hospitalidad con abundancia de
pan, vino y carnes. Le rogó que accediera a luchar junto con
él
contra el rey de los sirios, para retomar la villa de
Aramata en la
región de Galadena, puesto que tiempo atrás el padre de este
rey
se la había arrebatado a su propio padre. Habiendo prometido
Josafat su ayuda, pues su ejército no era menor que el de
él, y
después de hacer pasar sus tropas de Jerusalén a Samaria,
los
dos reyes salieron de la ciudad y distribuyeron los sueldos
a sus
respectivos soldados. Josafat ordenó que si algún profeta se
encontraba presente, se acercara y aconsejara sobre la
expedición a Siria y si era conveniente emprenderla en esta
oportunidad; pues, desde hacía tres años, había paz y
amistad
entre Acab y el rey de Siria, desde aquel día en el que,
después
de tomarlo cautivo, lo dejó libre.
4. Habiendo reunido a sus profetas, unos cuatrocientos, Acab
les ordenó que consultaran a Dios si, mediante la guerra,
les
otorgaría la victoria y la devolución de la ciudad, motivo
de la
contienda. Como los profetas aconsejaran que se llevara a
cabo la
expedición, pues el rey de Siria sería vencido y, al igual
que en la
guerra anterior, caería prisionero, Josafat, que sospechaba
por
sus palabras que se trataba de profetas falsos, exigió a
Acab premiosamente que viera si quedaba algún otro profeta de Dios,
para que se supiera con mayor seguridad lo que debía
hacerse.
Acab respondió que había otro, pero que lo odiaba, porque
vaticinaba sucesos infaustos, y había predicho que, vencido
por
el rey de Siria, sufriría la muerte; por este motivo estaba
encerrado en la cárcel. Se llamaba Miqueas, hijo de Jembleo.
Josafat pidió que lo hicieran venir; Acab, enviando un
eunuco,
lo hizo llamar. De camino, el eunuco le confió que todos los
demás profetas predijeron la victoria del rey. El respondió
que
148
no le era permitido atribuir mentiras a Dios, sino que diría
al rey
lo que aquél le pusiera en los labios.
Una vez en presencia de Acab, y después que éste le conminó
en nombre de Dios a que dijera la verdad, respondió que Dios
le
mostró a los israelitas en fuga, perseguidos por los sirios,
y dispersos por los montes, como rebaños sin pastor. Agregó también
que Dios le indicó que ellos volverían incólumes a sus
casas, y
que sólo él caería en la guerra. Habiendo Miqueas dicho
esto,
Acab habló a Josafat:
-¿Por ventura no te indiqué poco antes lo mal que me quiere
este hombre, y que me vaticinaría lo adverso?
Pero Miqueas agregó que debía aceptar todo lo que Dios había
predicho, que los falsos profetas con la esperanza de la
victoria lo
incitaban a la guerra y que moriría en la batalla. Acab
estaba
ansioso y preocupado, pero Sedecías, uno de los falsos
profetas,
se acercó y le dijo que no escuchara a Miqueas: nada
verdadero
decía. Como prueba presentó los vaticinios de Elías, a quien
le
había sido otorgado conocer lo futuro mejor que aquél. En
sus
profecías predijo que en la ciudad de Izara en el campo de
Nabot,
los perros lamerían la sangre de Acab, como hicieron con la
de
Nabot, apedreado por el pueblo por su causa.
-Es claro -dijo-, que éste miente, pues se atreve a
contradecir
a un profeta de tanto prestigio, al afirmar que dentro de
tres
días el rey ha de morir. Debemos saber si es veraz y si está
inspirado por el espíritu divino. Instantáneamente, al
querer yo
pegarle, que me paralice la mano, como lo hizo Jadón con
Jeroboam, cuando éste lo quiso detener. Creo que habrás oído
hablar de este hecho.
Puesto que nada aconteció después que Sedecías golpeó a
Miqueas, Acab, exento de miedo, condujo con entusiasmo sus tropas
contra el rey de Siria. Creo que se imponía la fuerza del
destino,
para que otorgara más fe a los falsos profetas que a los
verdaderos, a fin de que sin demora se evidenciara el
resultado.
Sedecías, fabricándose unos cuernos de hierro, dijo a Acab
que
con esto Dios quería indicar que destruiría a toda la Siria.
Sin
embargo Miqueas dijo que a los pocos días Sedecías correría
de
escondite en escondite buscando las tinieblas para esquivar
el
149
castigo merecido por sus falsas profecías. El rey ordenó que
lo
entregaran a Acamón. gobernador de la ciudad, para que
encarcelara al importuno y que no se le diera sino pan y
agua.
5. Y es así como Acab y Josafat, rey de Jerusalén, se
dirigieron con sus tropas a Aramata, ciudad de la
Galadítida.
Pero el rey de los sirios, sabedor de su expedición, sacó al
ejército
en su contra, para acamparlo a escasa distancia de Aramata.
Convinieron Acab y Josafat que Acab se despojara del vestido
real, y que el rey de Jerusalén, revestido con los vestidos
de
aquél, estuviera presente en la batalla, para que mediante
esta
ficción resultaran vanas las predicciones de Miqueas. Pero
la
fatalidad lo encontró aun sin insignias reales. Pues Adad,
rey de
los sirios, por intermedio de los capitanes, ordenó a los
soldados
que no mataran a nadie, excepto al rey de los israelitas.
Los
sirios, una vez iniciada la batalla, al notar que Josafat se
encontraba al frente del ejército, creyendo que se trataba
de
Acab, impetuosamente se dirigieron en su contra; una vez que
lo
hubieron rodeado, y conociendo ya más de cerca que se
trataba
de otro, retrocedieron todos.
A pesar de que la lucha duró desde el amanecer hasta la
noche con la victoria en su favor, de acuerdo con lo
ordenado por
el rey no mataron a nadie, buscando solamente a Acab, sin
encontrarlo, para matarlo. Sin embargo un criado del rey
Adad,
de nombre Amán1
, arrojando flechas contra el enemigo, hirió al
rey en el pulmón, atravesándole el torax. Acab quiso ocultar
lo
que le había acontecido, a fin de que el ejército no
escapara al
enemigo. Ordenó al conductor que retrocediera con el carro y
lo
sacara de la batalla, pues había recibido una herida mortal.
A
pesar de los sufrimientos, permaneció en el carro hasta la
puesta
del sol, y murió por la pérdida de sangre.
6. El ejército de los sirios, al caer la noche, se retiró a
su
campamento. Como un mensajero anunciase que había muerto
Acab, los israelitas volvieron a sus casas. El cuerpo de
Acab fué
llevado a Samaria donde se lo sepultó. El carro fué lavado
en la
fuente de Izara, pues estaba ensangrentado con la sangre del
rey. Entonces se reconoció la verdad del vaticinio de Elías,
pues
1
La Biblia no da
ningún nombre
150
los perros lamieron su sangre, y posteriormente se estableció
la
costumbre de que las prostitutas se lavaran en esa fuente.
Sin
embargo murió en Ramatón, de acuerdo con el vaticinio de
Miqueas.
Puesto que en Acab se cumplió lo que fué predicho por dos
profetas, es conveniente que apreciemos en gran manera la
revelación de Dios, y que en cualquier parte la sigamos con honor y
veneración, con la precaución de no otorgar más fe a lo que
se
dice de acuerdo con nuestro agrado y voluntad que a la misma
verdad. Debemos tener en cuenta la profecía y el
conocimiento de
las cosas futuras obtenidos por intermedio de estos varones,
pues
Dios nos advierte por su intermedio lo que debemos evitar.
Igualmente conviene, inspirados por lo que aconteció a este
rey,
que pensemos en el poder del destino, pues, aun conociéndolo
de
antemano, no puede evitarse. Se insinúa con esperanzas
halagadoras en el corazón de los hombres, hasta que los
conduce
a donde los abatirá. Evidentemente Acab se engañó por su
inclinación a no creer a los que anunciaban desgracias; y en
cambio otorgaba fe a los que vaticinaban lo agradable. Así
es
como perdió la vida.
Le sucedió en el reino su hijo Ocozías.
151
LIBRO IX
Abarca un lapso de ciento cincuenta años
y siete meses
152
CAPITULO I
Invasión de los moabitas y amonitas; Jaziel reconforta
a Josafat. Dios destruye al ejército enemigo
1. Al regresar el rey Josafat a Jerusalén, después de la
ayuda
que prestara a Acab rey de los israelitas, en la guerra que
hizo a
Adad rey de los sirios, según hemos explicado antes, el
profeta
Jehú se hizo presente y le reprochó haber hecho alianza con
Acab, hombre impío y criminal. Desagradó, dijo, a Dios; no
obstante, a pesar del pecado cometido, lo había librado de
sus
enemigos por su índole buena y loable. Entonces el rey dió
gracias a Dios y le ofreció víctimas. Después recorrió en
todos
sentidos su reino1
, para instruir al pueblo en la ley que Dios
revelara a Moisés y en la piedad. Exhortó a los jueces
establecidos en los poblados de su jurisdicción a que
hicieran
justicia, que sólo a ésta tuvieran en cuenta, sin mirar a
los
regalos o a la dignidad de aquellos que aparentemente tenían
poder por sus riquezas o su nobleza; que decretaran y
discernieran para todos lo justo, sabiendo que Dios veía
asimismo cada una de las cosas que se hacían ocultamente.
Después de impartir estas enseñanzas en cada una de las dos
tribus, regresó a Jerusalén. También en esta ciudad
estableció
jueces de entre los sacerdotes, los levitas y los
principales del
pueblo, y los exhortó a que se comportaran cuidadosa y
justicieramente en todos los juicios que resolvieran. Si en
caso de
discrepancia, en casos graves se acudiera a ellos desde
otras
ciudades, en tales oportunidades convenía discernir
sentencia
todavía con mayor cuidado; porque era necesario en gran
manera que se hiciera justicia en aquella ciudad con todo
celo,
por estar allí la casa de Dios y la residencia real. Puso al
frente
de los magistrados a los sacerdotes Amasías y Zabadías,
ambos
1
0 sea "desde
Beershebí hasta el monte de Efraím", como dice la Biblia (Crónicas, 19,
4).
153
de la tribu de Judá. Es así como este rey puso en orden sus
asuntos.
2. Por el mismo tiempo los moabitas y amonitas, con un
elevado número de árabes le hicieron guerra, y establecieron sus
campamentos en la ciudad de Engadi, ubicada a la vera del
lago
Astalfites, a una distancia de trescientos estadios de
Jerusalén.
En esta región crecen las más hermosas palmas y el bálsamo.
Informado Josafat que el enemigo, después de haber pasado el
lago, irrumpía en su reino, se sintió atemorizado y convocó
al
pueblo en el Templo; allí frente a la fachada del edificio,
oró e
invocó a Dios, pidiendo que le concediera valor y fortaleza
para
vengarse de los enemigos que venían en su contra; pues ese
Templo se había levantado para que protegiera a la ciudad y
expulsara a los que se atrevían a invadirla, y que venían
con el
propósito de arrojarlos de la tierra que les había otorgado
Dios.
Mientras oraba, lloraba; y todo el pueblo con sus mujeres e
hijos suplicaron a Dios. Pero el profeta Jnziel,
adelantándose
hasta el centro de la reunión, levantó la voz, diciendo por
igual al
pueblo y al rey, que Dios había oído las plegarias y había
prometido que lucharía en contra de sus enemigos; ordenó que
al
día siguiente saliera contra el enemigo el ejército; que lo
encontraría en la cuesta, en el lugar denominado Exojé
(punto
culminante) entre Jerusalén y Engadi; que no era conveniente
luchar con ellos, sino simplemente observar lo que hacía
Dios.
Después que el profeta dijera esto, el rey y el pueblo,
inclinados los rostros al suelo, dieron gracias a Dios y lo
adoraron; y luego los levitas cantaron en sus instrumentos
las
alabanzas divinas.
3. Al día siguiente, el rey pasó al desierto ubicado al lado
de
la villa de Técoa; y dijo al pueblo, que era necesario creer
lo que
había dicho el profeta y no prepararse para la guerra.
Después
de colocar a los sacerdotes con trompetas frente al
ejército, e
igualmente a los levitas con los cantores, dió gracias a
Dios,
como si el país ya estuviera libre de enemigos. Agradó a
todos
esta determinación, y se cumplió todo lo ordenado.
Imaginándose
154
mutuamente enemigos, se mataban, de modo que no quedó ni
uno con vida de su ejército numeroso1
.
Josafat, al contemplar el valle, donde el enemigo dispuso el
campamento, todo lleno de cadáveres, se alegró de ese
auxilio
tan inesperado de Dios, el cual conservándolos incólumes,
sin
ningún trabajo ganó la victoria por sí mismo. Permitió que
los
soldados despojaran al campamento y a los muertos. Durante
tres días los soldados se dedicaron a esta tarea y se
cansaron,
tan elevado era el número de los que habían muerto. Al
cuarto
día, reunido todo el pueblo en un lugar hondo y escarpado,
celebró con alabanzas el poder y el auxilio divinos. De ahí
que el
lugar fuera denominado Valle de Acción de Gracias.
4. De allí el rey hizo regresar el ejército a Jerusalén y
dedicó
algunos días a festejos y sacrificios. Después de esta
matanza de
sus enemigos, se divulgó su fama entre las naciones
extranjeras,
las cuales quedaron aterrorizadas al ver que Dios en
adelante
combatiría en su favor. Desde entonces vivió Josafat en gran
gloria, gracias a su justicia y piedad con Dios. Era también
amigo del hijo de Acab, rey de los israelitas; pero se
asociaron
para equipar naves que se dirigieran al Ponto y a los
mercados
de Tracia, y fracasaron. Las embarcaciones, por ser
demasiado
grandes, naufragaron; en adelante Josafat no se ocupó más de
cosas marítimas. Así se comportó Josafat, rey de Jerusalén.
1 Este pasaje parece más claro en el relato bíblico. En 2
Crónicas, 20, 22 dice así: "...puso
Jehová contra los hijos de Amén, de Moab y del monte Seir
las emboscadas de ellos mismos que
venían contra Judá, y matárcnse los unos a los otros".
155
CAPITULO II
Reinado de Ocozías en Israel; su enfermedad. Muerte del
rey. Reinado de Joram; desaparición de Elías
1. Entre los israelitas reinó Ocozías, hijo de Acab, quien
estableció su residencia en Samaria; era un hombre perverso y en
todo similar a su padre y a su madre, así como también a
Jeroboam, el primero que hizo el mal y condujo al pueblo por
el
camino del error. En el segundo año de su reinado, el rey de
los
moabitas se separó de él y dejó de pagar los tributos que
acostumbraba a entregar a su padre. Aconteció que Ocozías,
bajando del techo de su casa, se cayó; por lo cual,
sintiéndose
enfermo, envió a consultar al dios Mosca (tal era su
nombre), de
Acarón, para saber si sanaría. Pero el Dios de los hebreos,
apareciéndose a Elías, le ordenó que se enfrentara con los
mensajeros y les preguntara si por ventura no había un Dios
propio de los israelitas, puesto que su rey los enviaba a
consultar
a un extraño sobre su salud; y que les ordenara que
regresaran y
dijeran al rey que no llegaría a convalecer de su
enfermedad.
Elías cumplió lo que Dios le ordenó, y los mensajeros,
aceptando lo que les decía, inmediatamente regresaron.
Admirado por la rapidez de su regreso, el rey les preguntó
la
causa; y ellos respondieron que les había salido al
encuentro un
hombre que les prohibió que siguieran adelante, y les ordenó
que
volvieran y dijeran al rey que por orden del Dios de Israel
se
agravaría su enfermedad. El rey ordenó que le describieran
al
hombre que había dicho estas cosas; respondieron que era
hirsuto, ceñido con un cinturón de cuero. Comprendió que el
descrito por los mensajeros era Elías, contra quien envió a
un
capitán con quinientos soldados para que se lo trajeran.
El capitán que fuera enviado con esta finalidad, lo encontró
sentado en la cima del monte y le pidió que descendiera y se
presentara ante el rey; pues ésta era su orden; en caso de
156
negarse, lo obligaría. Pero él respondió que rogaría para
que
descendiera fuego del cielo y los destruyera a él y a sus
soldados,
a fin de que comprendiera que verdaderamente era profeta; se
puso a orar, y un huracán ígneo aniquiló al capitán y a sus
soldados.
Anunciaron la matanza al rey y éste, lleno de ira, envió
contra Elías a otro capitán con el mismo número de soldados
que
el anterior. Amenazólo también éste de que, en caso de
negarse a
descender, lo llevaría por la fuerza1
. El profeta, con sus ruegos,
hizo que el fuego lo destruyera por completo al igual que al
otro.
Sabedor el rey de lo que aconteciera a este segundo capitán,
envió a un tercero. Pero éste, hombre prudente y de índole
apacible, después de llegar al lugar donde se encontraba Elías, lo
trató blandamente; le dijo que no ignoraba, que estaba allí
contra su voluntad para obedecer al mandato del rey, al
igual
que los enviados con anterioridad; no fueron por su propia
voluntad, sino obligados por la necesidad. Le pidió que se
apiadara de su situación y de los soldados que lo
acompañaban,
y que descendiera y se dirigiera con ellos a la presencia
del rey.
Entonces Elías, convencido por la amabilidad de las palabras
y
la urbanidad de sus modales, descendió y se unió a él como
compañero. En presencia del rey, le vaticinó y le declaró y
le
reveló las palabras de Dios.
-Puesto que lo menospreciaste, como si no fuera Dios y no
pudiera profetizar nada verdadero sobre la salud y enviaste
mensajeros al dios de los acaronitas, para saber cuál sería
el fin
de tu enfermedad, has de saber que morirás.
2. Ciertamente, poco después, según el vaticinio de Elías,
murió. Obtuvo el reino su hermano Joram; pues Ocozías
falleció
sin dejar hijos. Este Joram, similar en maldad a su padre
Acab,
reinó durante doce años, cometiendo toda clase de delitos e
impiedades contra Dios, pues abandonando su culto adoró
dioses
ajenos. Por otra parte era un varón activo y emprendedor.
Por
este tiempo Elías fué arrebatado de entre los hombres, y
nadie
sabe hasta hoy cuál fué su fin. Como ya dijimos antes, dejó
a su
discípulo Eliseo. Sobre Elías y Enoc, que vivió antes del
diluvio,
1
Las amenazas de los
dos primeros capitanes no figuran en la Biblia.
157
se ¿.ce en las Sagradas Escrituras que se hicieron
invisibles y
nadie sabe nada sobre su muerte.
158
CAPITULO III
Guerra de Joram y sus aliados contra el rey de Moab;
profecía de
Elíseo. Derrota de los moabitas. El rey de Moab sacrifica a
su
hijo. Muerte de Josafat
1. Joram, al ascender al trono, determinó declarar la guerra
al rey de los moabitas, de nombre Misán. Como dijimos, no
cumplió con su hermano, al no pagar el tributo prometido a
su
padre Acab de doscientas mil ovejas sin esquilar. Reunidas
las
tropas, envió mensajeros a Josafat, solicitándole que, ya
que
había sido desde el principio amigo de su padre, hiciera con
él
una alianza armada, para declarar la guerra a los moabitas,
que
no cumplían con su reino. Josafat prometió no solamente su
auxilio, sino también el del rey de los idumeos, que le
estaba
sometido, y que entraría en la alianza.
Joram, informado de las promesas de Josafat, se dirigió con
su ejército a Jerusalén; fué recibido espléndidamente por el
rey
de Jerusalén, y luego convinieron en marchar contra el
enemigo
por el desierto de Idumea, pues aquél no esperaría que
tomaran
el camino del desierto.
Los tres salieron de Jerusalén, el rey de esta ciudad, el
rey de
Samaria y el rey de Idumea. Después de haber andado en
redondo durante siete días, se encontraron sin agua los
animales
y el ejército, pues los guías equivocaron el camino1
, de modo que
todos estaban angustiados, sobre todo Joram, quien en medio
de
su dolor clamaba a Dios, diciendo qué mal había hecho, pues
entregaba a los reyes aliados sin lucha al rey de los
moabitas.
Pero Josafat, que era justo, lo consoló y lo instó a que
hiciera
investigar si algún profeta de Dios los había acompañado,
para
tratar de saber por su intermedio el oráculo de Dios
referente a
1
Este detalle no
figura en la Biblia.
159
la conducta a seguir. Uno de los criados del rey dijo haber
visto
al discípulo de Elías, Eliseo hijo de Safat; los tres reyes,
por
consejo de Josafat, fueron a visitarlo.
Una vez en su tienda, que se encontraba fuera del
campamento, le preguntaron insistentemente, especialmente
Joram, cuál sería la suerte del ejército. Eliseo les
contestó que no
lo molestaran, y que se dirigieran a los profetas de su
padre y de
su madre a quienes consideraban veraces; pero Joram
insistió,
rogándole que vaticinara él mismo y los salvara. Eliseo,
tomando
por testigo a Dios, dijo que no le respondería si no fuera
por
Josafat, varón santo y justo. Hicieron venir a un hombre que
sabía tocar el arpa, por exigencia del profeta. Mientras
aquél
tocaba, inspirado por Dios ordenó a los reyes que hicieran
abundantes fosas en el lecho del río.
-Pues veréis el río llenarse de agua, a pesar de que no hay
m,bes, ni viento ni lluvia, para que se salven los soldados
y los
animales. No solamente conseguiréis esto con la ayuda de
Dios,
sino que también con su ayuda obtendréis la victoria, os
apoderaréis de las más hermosas y bien fortificadas ciudades
de
los moabitas, cortaréis sus árboles frutales, devastaréis la
región
y obstruiréis sus fuentes y ríos.
2. Así habló el profeta. Al día siguiente, antes de la
salida del
sol, el agua fluía abundantemente en el torrente. Sucedió
que a
una distancia de tres días, en Idumea, Dios hizo llover en
abundancia1
, de modo que los soldados y las bestias tuvieron
bebida más que suficiente. Cuando los moabitas supieron que
tres reyes se dirigían en su contra por el camino del
desierto, su
rey, reunido el ejército, ordenó que acampara en las
fronteras,
para que el enemigo no los tomara desprevenidos. Como a la
caída del sol vieron en el torrente, que no estaba muy lejos
de la
tierra de los moabitas, agua de un color parecido a la
sangre,
pues a esta hora el agua se colorea por los rayos luminosos,
se
formaron una falsa idea, suponiendo que los soldados
enemigos,
a causa de la sed, se habían matado mutuamente, y el río
estaba
lleno de su sangre.
1
No lo dice la Biblia.
Como en otras ocasiones, Josefo ofrece una explicación racional del fenómeno.
160
Bajo esta sospecha pidieron al rey que les permitiera
despojar
a los muertos. Y todos, preparados para la rapiña, llegaron
al
campamento del enemigo, al que creían exterminado. Pero
quedaron decepcionados en su esperanza; pues, saliendo de
todas partes, el enemigo mató a algunos de ellos y puso en
fuga a
los demás, que se refugiaron en su país.
Los tres reyes, después de invadir la tierra de los
moabitas,
destruyeron las ciudades, saquearon sus campos y los
inhabilitaron con piedras sacadas de los torrentes, cortaron
sus
mejores árboles, cegaron las fuentes de agua y demolieron
sus
murallas. Entonces el rey de los moabitas, apremiado por el
asedio, en vista de que su ciudad corría peligro de ser
tomada
por asalto, intentó, al frente de setecientos hombres,
atravesar el
campamento enemigo, por el lugar donde creía sería menor la
vigilancia. A pesar de estos esfuerzos no pudo huir, pues
fué a
parar a un lugar muy bien vigilado.
De regreso a la ciudad, intentó un acto de extrema necesidad
y c!esesperación. Tomó al mayor de sus hijos, el que debía
reinar
después de él, y levantándolo sobre las murallas, donde los
enemigos pudieran verlo fácilmente, lo sacrificó a Dios en
holocausto. Los reyes, ante este espectáculo, se apiadaron;
el
acto desesperado los conmovió, y llevados por un sentimiento
de
humanidad levantaron el sitio y cada uno de ellos regresó a
su
tierra. Josafat, de regreso a Jerusalén, tuvo días apacibles
y no
sobrevivió mucho a esta expedición; murió a los sesenta
años, y
en el vigésimo quinto de su reinado. Lo sepultaron
magníficamente en Jerusalén, pues había imitado los hechos
de
David.
161
CAPITULO IV
Joram, sucesor de Josafat en Judá. Emboscada de los sirios.
Sitio de Samaria. Eliseo predice la abundancia. Los lepro
sos ocupan el campamento abandonado de los sirios. Enfer
medad de Adad en Damasco. Predicción de Eliseo. Azael,
sucesor de Adad
1. Josafat dejó varios hijos, pero declaró sucesor a Joram,
el
mayor. Tenía el mismo nombre que el hermano de su madre, rey
de los israelitas, hijo de Acab. Al retornar de la región de
los
moabitas a Samaria, el rey de los israelitas llevó consigo
al
profeta Eliseo, cuyos hechos quiero exponer, pues son
maravillosos y dignos de ser recordados, tal como llegaron a
nuestro conocimiento en las Sagradas Escrituras.
2. Se cuenta que la esposa de Obedias, intendente de Acab,
se
presentó ante Eliseo y le dijo que no ignoraba que su marido
había salvado a los profetas que buscaba Jezabel, mujer de
Acab,
para matarlos. Dijo que había escondido a cien de ellos y
los
alimentó con dinero prestado; pero que ahora, después del
fallecimiento de su marido, los acreedores los querían
reducir a
la servidumbre a ella y a sus hijos. Le pidió que a causa de
la
buena acción del marido se compadeciera de ella y le
prestara
alguna ayuda.
Al preguntarle qué tenía en la casa, respondió que solamente
una escasísima porción de aceite en un vaso. Entonces el
profeta
le ordenó que partiera y que pidiera prestados a los vecinos
todos
los vasos que pudiera, pero vacíos; y una vez cerradas las
puertas de su habitación, derramara algo de aquel aceite en
los
vasos, pues Dios se encargaría de llenarlos. Obedeció la
mujer
las órdenes del profeta y ordenó a sus hijos que le buscaran
los
vasos, y después que los llenó fué a comunicarlo al profeta.
162
Este le aconsejó que vendiera el aceite y pagara a los
acreedores; algo del aceite le sobraría, y le serviría para el sostén de ella
y de sus hijos. En esta forma libró Eliseo a la mujer de sus
deudas y de la violencia que contra ella querían ejercer los
acreedores.
3.1
... Eliseo, con toda
premura, envió mensajeros a Joram
para que le avisaran que se cuidara de aquel lugar, donde
había
algunos sirios emboscados con el propósito de matarlo. El
rey,
obediente al profeta, no salió de caza; pero Adad, al
comprobar el
fracaso de sus intenciones, pensando que algunos de los
suyos
habían avisado a Joram, se indignó, acusándolos de
traicionar
sus secretos, y amenazándolos con la muerte por haber
descubierto al enemigo lo que solamente ellos sabían. Sin
embargo, algunos de los presentes le dijeron que no se
dejara
llevar de una opinión falsa y que no sospechara de los
suyos,
como si hubieran denunciado a su enemigo el encargo recibido
de
matarlo; antes bien, debía saber que existía un profeta,
Eliseo,
que informaba al rey de todo y le revelaba las intenciones
de su
adversario.
Adad ordenó entonces a sus mensajeros que se informaran en
qué ciudad se encontraba Eliseo. Los enviados, una vez de
regreso, le dijeron que se encontraba en el pueblo de Dotán.
Por
lo tanto Adad envió gran cantidad de caballos y carros para
que
lo hicieran prisionero. Durante la noche cercaron a la
ciudad,
teniéndola bien vigilada. El criado de Eliseo se informó de
esto a
la madrugada; que el propósito de los enemigos era capturar
a
Eliseo. A gritos y lleno de miedo corrió a comunicárselo.
Pero él
le exhortó a tener buen ánimo, y rogó a Dios, con cuyo
auxilio
nada debía temer, que manifestara a su criado su poder y su
presencia, para que se sintiera fuerte y lleno de esperanza.
Dios
escuchó los ruegos del profeta e hizo que el criado viera a
Eliseo
rodeado de gran número de caballos y de carros, de modo que
perdió el miedo y se animó ante la gran ayuda, que le
parecía
ver. Luego Eliseo rogó a Dios que oscureciera los ojos de
los
enemigos, enviándoles tinieblas de modo que no pudieran
1
Faltan aquí los
episodios bíblicos que van desde 2 Reyes, 4, 8 hasta 6, 8, cuando el rey de
Siria, en guerra con
Israel, consulta con sus siervos y dice: "En tal y tal
lugar estará mi campamento". Entonces -en el versículo
siguiente- el profeta manda avisar a Joram.
163
reconocerlo. Realizado lo que había pedido, penetró entre
los
enemigos y les preguntó a quién habían ido a buscar. Al
decirle
que al profeta Eliseo, éste les prometió que se lo
entregaría, con
tal que lo siguieran al pueblo donde se encontraba.
Obocados en la mente y en los ojos, sin la menor duda
siguieron al profeta como conductor. Los dirigió hacia Samaria; allí
ordenó al rey Joram que cerrara las puertas y rodeara a los
sirios con sus tropas; rogó entonces a Dios que les abriera
los
ojos y los librara de las tinieblas. Sin aquella ceguera,
vieron que
se encontraban en medio de sus enemigos. Pero los sirios,
como
es de suponer, estaban aterrados y sin saber qué hacer por
un
hecho tan admirable e inesperado; entonces, al inquirir el
rey, si
los atravesarían con las flechas, Eliseo se opuso. Por
derecho de
guerra era lícito hacerlo con los que se tomaban cautivos en
la
batalla, pero éstos no habían causado ningún daño en la
región,
sino que ignorantes de lo que hacían habían sido conducidos
allí
por Dios. Por tanto le aconsejó que, después de darles
hospedaje
y comida los dejara ir ilesos. Joram, obediente a las
órdenes del
profeta, trató a los sirios espléndida y magníficamente y
luego
los envió de vuelta a su rey Adad.
4. Una vez de regreso contaron lo que les había acontecido,
y
el rey Adad, admirado del prodigio, así como de la
manifestación
y poder del Dios de los israelitas y de la inspiración que
poseía el
profeta, determinó no proceder en forma oculta contra el rey
de
Israel por miedo a Eliseo, sino que le declaró la guerra abiertamente,
esperanzado en su mayor poderío por el número y el
valor de sus ejércitos. Después de reunir un gran ejército,
marchó contra Joram. Considerando éste que no disponía de
fuerzas suficientes para hacerle frente, se recluyó en
Samaria,
confiado en la solidez de sus fortificaciones. Adad,
convencido de
que sin armas adecuadas no podría apoderarse de la ciudad,
pero
sí que le sería posible hacerlo por el hambre y la
indigencia de
las cosas necesarias, se aproximó con su ejército y sitió la
ciudad.
Joram fué reducido a una tan grande privación de alimentos,
y era tan excesiva la indigencia que se llegaron a pagar
ochenta
monedas de plata por una cabeza de asno y por cinco monedas
de
plata los hebreos compraban un sextario de estiércol de
paloma,
164
para usarlo en vez de sal1
. Por eso el rey, por temor de que
alguien a causa del hambre entregara la ciudad, todos los
días
inspeccionaba las murallas y las guardias, por si alguno
estuviera oculto allí, a fin de impedir con estas visitas la
realización de tales actos, si existía este propósito. Una
vez que
se encontraba inspeccionando una mujer exclamó:
-¡Ten piedad de mí, señor!
Creyendo que le pedía algo para comer, indignado invocó en
su contra la ira de Dios, diciendo que no tenía almacenes ni
lagares, de donde pudiera entregar algo a una persona
necesitada. Ella contestó que no deseaba ninguna de estas
cosas
y que no lo molestaba a causa de la comida, sino para que
juzgara un desacuerdo que tenía con otra mujer. Adad le
ordenó
que hablara y que le informara de qué se trataba; ella dijo
que
con otra mujer; vecina y amiga, se habían puesto de acuerdo
de
que, llegadas al extremo de no poder sufrir más el hambre y
la
indigencia, mutuamente se alimentarían con el sacrificio de
sus
hijos, pues entrambas los tenían del género masculino.
-Yo -dijo-, fuí la primera en estrangular a mi hijo, y en el
día
de ayer ambas nos alimentamos con él; pero ella no quiere
hacer
lo mismo, sino que falta a su pacto y ha escondido a su
hijo.
Joram se sintió dolorosamente conmovido por lo que oyó,
desgarró sus vestidos y dió grandes gritos; luego se volvió violentamente
contra Eliseo, queriendo matarlo, por no haber rogado a
Dios que pusiera remedio a los muchos males que los
afligían; inmediatamente envió a un hombre para que le cortara la cabeza.
Este se dirigió a matar al profeta; pero no se le ocultó a
Elíseo la
ira del rey, sino que estando en la casa sentado con sus
discípulos les indicó que Joram, hijo de una homicida, había
enviado a alguien para que le cortara la cabeza.
-En cuanto a vosotros -dijo-, cuando venga el emisario,
vigilad
que no entre, cerrad la puerta y retenedlo; pues en su
seguimiento vendrá el rey, habiendo cambiado de opinión.
Cuando vino el enviado por el rey para matar a Eliseo,
cumplieron lo ordenado. Joram, arrepentido de su indignación
1
Este detalle es de
Josefo.
165
contra el profeta y temeroso de que ya lo hubiera muerto el
que
enviara con este fin, se apresuró a seguirlo para tratar de
salvar
al profeta. Una vez en su presencia, empezó a lamentarse de
que
no pidiera a Dios que pusiera remedio a los males presentes,
pues los tenía olvidados, oprimidos con tantos males. Eliseo
le
prometió que al día siguiente, a la misma hora en que el rey
había ido a verlo, habría gran cantidad de alimentos, de tal
modo
que en el mercado se venderían dos medidas de cebada por un
siclo, y una medida de flor de harina por un siclo.
Con estas noticias Joram y los que estaban con él se
alegraron, pues no desconfiaban del profeta por haber
experimentado antes la veracidad de sus vaticinios. Con la
esperanza de lo que iba a acontecer se les alivió su
indigencia
presente. Sin embargo, el comandante de la tercera parte de
las
tropas, amigo del rey, que casualmente se encontraba con él,
dijo:
-Oh, profeta, dices cosas increíbles; y así como no es
posible
que Dios derrame desde el cielo cataratas de cebada y harina
fina, tampoco pueden realizarse las cosas que has dicho.
A lo cual el profeta respondió:
-Verás con tus propios ojos cómo se cumple lo que he dicho,
pero tú no serás partícipe de ello.
5. Lo profetizado se cumplió de la siguiente manera. En
Samaria se había establecido que los leprosos que no se
habían
purificado el cuerpo de esta enfermedad, permanecieran fuera
de
la ciudad. Había cuatro varones que por este motivo se
encontraban ante las puertas de la ciudad, sin que nadie les
diera alimento por la intensidad del hambre, siéndoles
prohibido
por la ley entrar en la ciudad; seguros, por otra parte, de
que,
aunque se les permitiera entrar, lo mismo morirían de
hambre,
igual que si permanecían en aquel lugar, determinaron
entregarse al enemigo; si los perdonaban, vivirían, y si los
mataban, tendrían un fin más agradable. Una vez tomada esta
decisión, durante la noche se trasladaron al campamento del
enemigo.
166
Dios ya había empezado a perturbar y confundir a los sirios,
y
a llenar sus oídos con ruidos de caballos y de armas, como
si se
acercara un ejército, sembrando la alarma entre ellos. De
tal
manera se conturbaron que, abandonando el campamento, se
dirigieron a Adad, diciendo que Joram rey de los israelitas,
contando con la ayuda mercenaria del rey de los egipcios y
del
rey de las Islas, se dirigía en su contra; que estaban
oyendo el
ruido de los que se aproximaban. Adad creyó a los que le
decían
estas cosas, pues idénticos ruidos oían él y sus soldados.
Confundidos y perturbados al extremo, abandonando los
caballos, los animales y gran cantidad de riquezas, se
dieron a la
fuga.
Los leprosos, de quienes hemos hecho mención
anteriormente, al pasar de Samaria al campamento de los
sirios,
notaron un inmenso silencio. Se dirigieron allí, y entraron
en
una de las tiendas; una vez que hubieron comido y bebido se
apoderaron de los vestidos y arrebataron gran cantidad de
oro,
que escondieron fuera del campamento. Luego, entrando en
otra
tienda, hicieron lo mismo. Y lo mismo con una tercera y
cuarta1
,
sin que vieran a nadie. De ahí conjeturaron que el enemigo
había
huido, y empezaron a inculparse por no anunciarlo a Joram y
a
sus conciudadanos. Se acercaron a las murallas de la ciudad
y
gritaron a los guardas, para decirles lo que había pasado
con el
enemigo: aquéllos lo notificaron a los guardas del rey.
Informado
el rey, hizo llamar a los capitanes y a sus amigos, a los
cuales
declaró que temía se tratara de un engaño de parte del rey
de los
sirios.
-Desesperando de destruiros por el hambre, pensó que si os
dirigís a su campamento considerándolo abandonado por la
huida, irrumpiendo contra vosotros os destruirá y luego sin
lucha se apoderará de la ciudad. Por lo cual os aconsejo que
guardéis la ciudad, y que por nada salgáis de ella,
confiados en
la retirada del enemigo.
Algunos de ellos dijeron que opinaba muy bien y
prudentemente, y le aconsejaron que enviara dos soldados a
caballo, que exploraran toda la región hasta el Jordán, de
modo
1
Detalle que no figura
en la Biblia.
167
que si fueran capturados por la astucia del enemigo, se
pusiera
en cautela a todo el ejército, para que no saliera
imprudentemente y sufriera lo mismo.
-Si éstos que envías a caballo -dijeron- llegan a morir, los
computas entre los que han perecido por hambre.
De acuerdo con esta opinión, envió a inspeccionar. Los
enviados emprendieron la marcha por un camino libre de
enemigos, pero abundante en alimentos y armas, que aquéllos
habían abandonado, a fin de quedar más libres para la fuga.
Informado de esto el rey, envió a la multitud a que se
apoderara
de lo que había en el campamento. El botín no era en ninguna
manera vulgar y mediocre, sino de mucho oro y plata, así
como
de toda clase de animales; además se apoderaron de gran
cantidad de cebada, trigo y alimentos, como ni en sueños
podían
esperarlo. De modo que no sólo quedaron libres de las anteriores
aflicciones, sino que la abundancia fué tanta, que dos
medidas de
cebada se compraban por un siclo, y una medida de flor de
harina por un siclo, según la predicción de Eliseo. Esta
medida
contiene un modio itálico y medio.
Estos bienes únicamente no aprovecharon al que estaba al
frente de la tercera parte de las tropas. Habiéndole
ordenado el
rey que permaneciera ante la puerta, para que impidiera el
ímpetu de la multitud a fin de que no se aplastaran al
empujarse, esto es precisamente lo que él sufrió. Oprimido
por la
multitud expiró, cumpliéndose la predicción de Elíseo,
cuando él
fué el único que no prestó fe a lo que anunció sobre la
futura
abundancia de las cosas necesarias.
6. Pero Adad, rey de los sirios, al llegar incólume a
Damasco y
comprender que Dios a él y a su ejército les había infundido
terror y perturbación, y que no había intervenido en ello el enemigo, se
afligió sobremanera de tener en su contra a Dios y cayó
enfermo. Por el mismo tiempo el profeta Elíseo se trasladó a
Damasco; habiéndolo sabido, Adad envió a Azael, el más fiel de sus
servidores, con varios regalos para que lo visitara, y le
dió orden
de preguntarle si saldría de su enfermedad.
Azael, con cuarenta camellos que llevaban de los mejores y
más preciosos regalos suministrados por el rey, se presentó
ante
168
Eliseo, a quien saludó amablemente; y le dijo que lo enviaba
el
rey Adad para saber si sanaría de su enfermedad. El profeta
ordenó a Azael que no anunciara nada malo al rey; pero le
comunicó confidencialmente que iba a morir. El servidor real
se
dolió después que oyó estas nuevas, y Eliseo lloró con
muchas
lágrimas, previendo los males que sufriría el pueblo después
de
la muerte de Adad. Azael le preguntó cuál era el motivo de
su
perturbación.
-Lloro -dijo- por los males que han de venir al pueblo de
Israel
por causa tuya. Pues tú matarás a los mejores de ellos,
incendiarás las ciudades más fortificadas, harás perecer a los
niños estrellándolos contra las piedras y reventarás a las
mujeres grávidas.
Entonces Azel preguntó:
-¿Qué fuerza poderosa me permitirá hacer todas estas cosas?
Contestó que Dios le había revelado que sería rey de los
sirios.
Azael, una vez en presencia de Adad, le dió las buenas
noticias sobre la enfermedad, pero al día siguiente con un
lazo
húmedo lo mató, estrangulándolo. Lo sucedió en el trono,
hombre activo, que se conquistó las simpatías de los sirios
y del
pueblo de Damasco, que todavía los adora, a él y a Adad,
como
dioses, a causa de los beneficios recibidos y la
construcción de
templos con que fué adornada la ciudad de los damascenos.
Aún
ahora todos los días celebran una procesión en su honor,
gloriándose de su antigüedad, ignorando que son muy
recientes,
pues sus reyes no se remontan más allá de mil cien años. Por
otro lado, Joram rey de los israelitas, informado de la
muerte de
Adad, quedó aliviado del pavor y miedo que le inspiraba, y
contento de haber obtenido la paz.
169
CAPITULO V
Reinado de Joram en Judá; su impiedad. Invade a Idumea.
Eliseo profetiza la enfermedad y la muerte de Joram.
Invasión
de los árabes
1. Joram, el rey de Jerusalén, que tenía el mismo nombre que
el rey de Israel, como antes dijimos, así que recibió el
mando,
mató a sus hermanos y a los amigos de su padre, que también
eran sus regidores, dando con esto una prueba de su maldad;
no
era distinto a los reyes de Israel que fueron los primeros
en apartarse de las tradiciones y costumbres de los hebreos y del culto
de Dios. Gotolía, hija de Acab, fué quien lo indujo a
cometer toda
clase de crímenes y a la adoración de dioses ajenos. Dios,
sin embargo, a causa del pacto que estableciera con David, no quiso
exterminar a su estirpe; pero Joram no dejó de maquinar el
mal
todos los días contra la piedad y contra las costumbres
nacionales.
Los idumeos por el mismo tiempo se desligaron de él, y
mataron al rey que había firmado alianza con su padre,
eligiendo
a un rey de su agrado. Entonces Joram, con los caballos y
carros
que tenía a mano, durante la noche irrumpió contra los
idumeos;
destruyó a los que estaban cerca de su reino, sin serle
posible ir
más lejos. De nada le aprovechó esta expedición; todos se
apartaron de su alianza, así como también los que habitaban
en
la región denominada Labaina. Era bastante insensato, como
para obligar al pueblo a subir a la cima de los montes para
adorar dioses ajenos.
2. Mientras hacía esto y abandonaba las costumbres
patriarcales de los antepasados, Elías le envió una carta,
pues
todavía se encontraba sobre la tierra. Le indicaba que Dios
lo
castigaría en gran manera, por no haber imitado las
costumbres
170
de sus antepasados, sino que se aficionó a las costumbres de
los
reyes de Israel y obligaba a la tribu de Judá y al pueblo de
Jerusalén al culto de los ídolos, con olvido de la religión
sagrada
del Dios paterno, como lo hiciera Acab entre los israelitas,
y
además por haber muerto a sus hermanos y a varones buenos y
piadosos. En la misma carta le señalaba el castigo que
sufriría
por todos estos hechos: la ruina de su pueblo, la pérdida de
sus
mujeres y de sus hijos y que él mismo moriría de una
enfermedad intestinal tan terrible que las entrañas le
saldrían
del cuerpo, por ser tan intensa la descomposición de su
cuerpo.
Vería todas estas calamidades, sin que pudiera ponerles
remedio. Esto fué lo que le dijo Elías en su carta.
3. Poco después el ejército árabe que vivaqueaba cerca, en
Etiopía, y el de los palestinos, invadieron el reino de
Joram, saquearon la región y la casa del rey y mataron a sus hijos y mujeres.
Sin embargo, le quedó uno de los hijos, escapado de manos
de los enemigos, de nombre Ocozías. Después de esta
calamidad,
el rey mismo por largo tiempo fué atormentado por una
enfermedad, de acuerdo con lo anunciado por el profeta. Dios en su indignación
le había perforado el vientre y murió miserablemente, habiendo visto sus
intestinos fuera del cuerpo. El pueblo además
ultrajó su cadáver. Creo que habían considerado que no le
correspondían exequias reales al que había expirado a causa
de
una herida recibida de Dios. No le concedieron la dignidad
de
sepultarlo en los sepulcros paternos ni le dieron ningún
otro
honor, sino que lo depositaron en un túmulo privado. Vivió
cuarenta años, con ocho de reinado. El pueblo de Jerusalén
entregó el trono a su hijo Ocozías.
171
CAPITULO VI
Joram, rey de Israel, es herido en Ramata. Eliseo envía un
profeta a elegir en secreto a Jehú. Jehú es proclamado rey.
Muerte de Jezabel. Jehú encuentra a Jonadab; su entra
da en Samaria; astucia de Jehú para hacer morir a todos
los adoradores de Baal
1. Joram, rey de Jerusalén, esperanzado después de la
muerte de Adad, de poder quitar a los sirios la ciudad de
Armata, de la región de Galadítida, se dirigió hacia allí
con un
gran ejército, bien equipado. Durante el sitio un sirio lo
hirió con
una saeta, pero no mortalmente. Se retiró a Jezrael, para
curarse, dejando todo el ejército en Armata al mando del
capitán
Jehú, hijo de Nemes, pues ya había capturado la ciudad. Era
su
propósito, una vez que sanara de la herida, hacer la guerra
a los
sirios.
Interin el profeta Eliseo envió a Armata a uno de sus
discípulos, entregándole el aceite sagrado para que ungiera
a
Jehú y le dijera que Dios lo había elegido rey; y luego de
darle
otras órdenes referentes a Jehú, le mandó que partiera como
si
se tratara de un fugitivo, para que su salida quedara
oculta1
. Al
llegar a la ciudad, encontró a Jehú sentado entre los
capitanes
del ejército, según le había predicho Eliseo. Se le acercó y
le dijo
que deseaba hablar con él sobre algunos asuntos.
Levantándose,
lo siguió a una habitación retirada, donde el joven
repentinamente derramó el aceite en su cabeza y le dijo que
Dios
lo nombraba rey, para exterminio de la raza de Acab, para
que
vengara la sangre de los profetas muertos injustamente por
Jezabel, para que destruyera totalmente su casa, como se
hizo
con los hijos de Jeroboam, hijos de Nadab, y de Basanes, y
que
nada quedara de la simiente de Acab. Dichas estas cosas,
salió
1
Detalle que no figura
en la Biblia.
172
de la habitación, para que nadie del ejército se diera
cuenta de
su presencia.
2. Jehú regresó al lugar donde había estado anteriormente
con los capitanes. Estos le preguntaron el motivo de la
visita del
joven, a quien consideraban loco.
-Está muy bien fundada vuestra sospecha -respondió-, pues
ha hablado palabras de loco.
Pero como insistieran y quisieran saber más, les dijo que le
había comunicado que Dios le entregaba el gobierno del
pueblo.
Oyendo esto, los capitanes se quitaron los mantos y los
extendieron en el suelo, y al sonido de los cuernos lo
proclamaron
rey.
Reunidas las tropas, marcharon contra Joram a la ciudad de
Jezrael, donde aquél, según dijimos, se estaba curando la
herida
que había recibido en el sitio de Armata. Por aquel tiempo
Ocozías, rey de Jerusalén, se encontraba con Joram, de quien
era
pariente, pues como hemos referido antes era hijo de una
hermana de él. Había ido a informarse cómo se encontraba de la
herida. Jehú, queriendo atacar de improviso a Joram y a los
que
estaban con él, exigió que no escapara ninguno de sus
soldados
para avisar a Joram; de este modo le demostrarían de manera
evidente que estaban en su favor y que con estos
sentimientos lo
habían designado rey.
3. Estas órdenes fueron aceptadas satisfactoriamente, y los
jefes vigilaron los caminos, para que nadie escapara
ocultamente
a Jezrael para denunciarlo. Jehú, después de elegir a los
mejores
jinetes, se ubicó en el carro y se dirigió a Jezrael.
Estando a poca
distancia, el vigía puesto por el rey Joram para que
vigilara a los
que se acercaban a la ciudad, vió a Jehú que se acercaba con
soldados a caballo; anunció a Joram que se aproximaba una tropa
de caballería. Joram ordenó que al instante saliera a su
encuentro un jinete, para que viera quién era. Al encontrarse
con
Jehú, el jinete le preguntó de parte del rey cómo iban los
asuntos
en el ejército. Pero Jehú le respondió que no se preocupara
por
eso y que lo siguiera. Al ver esto el vigía comunicó a
Joram, que
el jinete se había agregado a los que se dirigían a la
ciudad. Al
segundo mensajero que envió el rey, Jehú le ordenó lo mismo.
173
Informado por el que estaba en el puesto de vigilancia,
Joram
subió a un carro con Ocozías, rey de Jerusalén (pues, como
dijimos antes, a causa del parentesco se había hecho
presente
para saber cómo estaba de la herida) y salió a su encuentro.
Jehú avanzaba lentamente y en buen orden. Joram lo encontró
en la propiedad de Nabot y le preguntó si los asuntos iban
bien
en el ejército. Jehú le respondió con amarguísimas
invectivas,
llamando a su madre mujer ponzoñosa y meretriz; el rey,
sospechando de sus propósitos y no esperando nada bueno, dió
vuelta al carro y emprendió la fuga, después de haber dicho
a
Ocozías que se encontraban ante la traición y la perfidia.
Pero Jehú lanzó una flecha y lo abatió, traspasándole el
pecho. Joram cayó de rodillas y murió.
Jehú ordenó a Badacro, comandante del tercio de sus tropas,
que echara el cadáver de Joram en el campo de Nabot,
recordando el vaticinio de Elías en el que había predicho a
su
padre Acab, después de la muerte de Nabot, que él con toda
su
progenie morirían en el campo del último; pues le había oído
esta
profecía al profeta, estando sentado detrás del carro de
Acab.
Esto aconteció, tal como había sido predicho.
Muerto Joram, Ocozías, procurando salvarse, cambió la
dirección de su carro, con la esperanza de ocultarse de Jehú. Pero éste
en su persecución lo alcanzó en una cuesta, donde lo hirió
con
una saeta. Ocozías, abandonando el carro, subió a un caballo
y
huyó hacia Megido1
; allí, a pesar de los cuidados, murió de la
herida. Llevado el cuerpo a Jerusalén, fué sepultado. Reinó
un
año, durante el cual se mostró perverso y peor que su padre.
4. Una vez Jehú en Jesrael, Jezabel, adornada y de pie en la
torre, le dijo:
-¡Oh, siervo egregio, que mataste a tu señor! 2
El, levantando los ojos, le preguntó quién era, y le ordenó
que
descendiera. Finalmente mandó a los eunucos que la
precipitaran desde la torre. Mientras caía, Jezabel salpicó
el
muro con su sangre y murió pisoteada por los caballos.
1
La Biblia dice que
Jehú ordenó disparar contra Ocozías, y no especifica que éste haya huido a
caballo a
Megido (2 Reyes, 9. 27).
2
"¿Sucedió bien a
Zimri, que mató a su seiíor?", es la pregunta de la Biblia (9, 30).
174
Jehú se dirigió a la casa real y él y sus amigos, cansados
del
viaje, se entregaron a los placeres, sobre todo los de la
mesa.
Pero a los servidores que habían muerto a Jezabel les ordenó
que
la sepultaran de acuerdo con su estirpe, pues era hija de
reyes.
Sin embargo, los encargados de esta tarea sólo encontraron
de su
cuerpo las extremidades, pues lo restante había sido
devorado
por los perros. Oído esto se admiró del vaticinio de Elías,
quien
había profetizado que de esta manera moriría en Jezrael.
5. Puesto que Acab tenía setenta hijos, que se educaban en
Samaria, Jehú envió dos cartas, una a sus instructores, otra
a
los magistrados de los samaritanos, aconsejándoles que
eligieran
rey al más valeroso de los hijos de Acab (puesto que
disponían de
gran cantidad de carros, caballos, armas y tropas, así como
también de ciudades muy fortificadas) y, una vez hecho esto, vengaran la muerte
de su señor. Las escribió con el propósito de
comprobar en qué disposición estaban respecto a él. Los
magistrados y los instructores, leídas las cartas, tuvieron gran miedo,
pensando que nada tenían que hacer contra uno que había
vencido a dos grandes reyes; contestaron reconociéndolo por
su
señor, y que estaban dispuestos a cumplir lo que ordenara.
Replicó Jehú con otra carta, ordenándoles que le
obedecieran,
que decapitaran a los hijos de Acab y le enviaran las
cabezas.
Entonces los magistrados ordenaron a los instructores de los
hijos de Acab que los decapitaran y luego enviaran las
cabezas a
Jehú. Aquellos lo cumplieron sin omitir nada, y enviaron las
cabezas a Jezrael, después de ponerlas en cestillas tejidas.
Cuando llegaron, anunciaron a Jehú, que estaba cenando con
algunos amigos, que ya estaban allí las cabezas de los hijos
de
Acab. Entonces ordenó que con las mismas se hicieran dos
montones delante la puerta de la ciudad.
Cumplido esto, de madrugada salió para verlo, y mirando al
pueblo, que estaba presente, empezó a decirle que él se
había
levantado contra su señor y que lo mató, pero que en cuanto
a
éstos no los había matado. Por lo demás quería que todos
supieran que en la estirpe de Acab se había cumplido el
oráculo
divino, y que su casa, según el vaticinio de Elías, había
sido
exterminada por completo. Además, después de hacer matar a
175
todos los parientes importantes de Acab que se pudieron
hallar
en Jesrael, se dirigió a Samaria. En el camino se encontró
con los
parientes del rey de Jerusalén, Ocozías, y les preguntó cuáles
eran sus propósitos. Cuando éstos respondieron que habían
venido a saludar a Joram y a su rey Ocozías (pues ignoraban
que
los hubiera muerto), Jehú ordenó que los prendieran y
mataran,
en número de cuarenta y dos.
6. Siguiendo su camino, se encontró con Jonadab, viejo amigo
suyo, quien, después de saludarlo, lo elogió por haber
llevado a
cabo todo lo que Dios ordenó, extirpando la casa de Acab.
Jehú le
rogó que subiera al carro y lo acompañara a Samaria,
diciéndole
que le comprobaría cómo él no estaba dispuesto a perdonar a
ningún criminal, que castigaría a los falsos profetas y a
cuantos
habían abusado del pueblo para que abandonara el culto del
Dios máximo, y adoraran a dioses ajenos; pues sería el más
hermoso de los espectáculos para un varón justo y bueno ver
cómo se castigaba a los malos. Jonadab, seducido por lo que
le
decía, subió al carro y fué a Samaria. Jehú buscó a los
parientes
de Acab don, dequiera que se encontraran y los hizo perecer.
A fin de que ninguno de los falsos profetas y sacerdotes de
los
dioses de Acab escapara a la muerte, acudió a una astucia y
engaño para reunirlos a todos. Congregado el pueblo dijo que
quería adorar el doble número de dioses de los que
introdujera
Acab, y pidió que estuvieran presentes sus sacerdotes,
profetas y
adoradores, puesto que tenía en su ánimo dedicar a los
dioses
espléndidos y magníficos cultos; y si alguno de los
sacerdotes
dejara de asistir, sería castigado con la pena de muerte. El
nombre del dios de Acab era Baal.
Una vez fijado el día para los sacrificios, envió mensajeros
por
todo el territorio de Israel a fin de que hicieran
comparecer a los
sacerdotes de Baal. Ordenó que a todos los sacerdotes se les
entregaran vestiduras. Recibidas éstas, entró en el templo
con su
amigo Jonadab y ordenó que se vigilara cuidadosamente que no
estuviera presente ningún peregrino o extranjero: no quería
que
los extraños asistieran a las ceremonias sagradas1
. Los
1
Esta versión de
Josefo contiene una diferencia importante con el texto de la Biblia. En 2
Reyes, 10, 23, Jehú
ordena averiguar si entre los siervos de Baal no habría
alguno de Jehová.
176
sacerdotes declararon que no se encontraba presente ningún
extranjero y empezaron los sacrificios. Jehú apostó en el
exterior
ochenta hombres, de los más fieles de sus soldados, a
quienes
ordenó que mataran a los falsos profetas y que vengaran los
ritos
patrios del menosprecio en que habían caído, advirtiéndoles
que
pagarían con sus vidas si dejaban escapar alguno de ellos.
Los
soldados mataron a todos, e incendiaron el templo de Baal;
en
esta forma libraron a Samaria de los ritos extranjeros.
Este Baal era el dios de los tirios; pero Acab, queriendo
congraciarse con Itobal, rey de los tirios y sidonios, le hizo construir
un templo en Samaria, nombró profetas y lo dotó de un culto
completo. A pesar de haber desaparecido este dios, Jehú, sin
embargo, permitió que los israelitas adoraran becerros de oro. Por
haber cumplido estas cosas y haber castigado a los impíos,
Dios
le predijo por el profeta que sus hijos gobernarían en
Israel
hasta la cuarta generación. Es así como acontecieron los
hechos
en tiempo de Jehú.
177
CAPITULO VII
Gotolía elimina a la familia real de Judá; únicamente Joás
escapa a la matanza. Complot de Jodao contra Gotolía.
Destrucción del templo de Baal; reorganización del culto.
Reinado de Joás
1. Gotolía, hija de Acab, cuando se informó de la muerte de
su
hijo Ocozías y de su hermano Joram y del exterminio de toda
la
estirpe real, por todos los medios a su alcance procuró que
no
quedara ningún sobreviviente de la casa de David, que su
familia fuera exterminada por completo, para que en adelante
ninguno de ellos obtuviera el reino. Tal como lo imaginara,
lo
llevó a cabo; pero se salvó uno de los hijos de Ocozías que
esquivó
la muerte en esta forma.
Ocozías tenía una hermana, hija del mismo padre, por
nombre Josabeta; estaba casada con el pontífice Jodao.
Habiendo
penetrado en el palacio real, entre los cadáveres vió a
Joás, de
un año de edad, escondido con su nodriza; se llevó a los dos
y los
escondió en el dormitorio. Ella y su marido durante seis
años
ocultamente los alimentaron en el Templo, época en que
Gotolía
gobernó sobre Jerusalén y las diez tribus.
2. En el año séptimo Jodao, en relación secreta con algunos
centuriones, en número de cinco, los persuadió que se
asociaran
a una tentativa que se haría contra Gotolia, para entregar
el
reino al niño. Después de obligarlos con juramento, para
mayor
seguridad, se sintió más esperanzado en lo que había
fraguado
contra Gotolía. Los varones, a quienes el pontífice Jodao
había
hecho depositarios de su confidencia, recorrieron todo el
país,
para reunir a los sacerdotes, los levitas y los jefes de
tribus y
trasladarlos a Jerusalén, ante el pontífice. Este los obligó
con
juramento a guardar en secreto lo que les iba a decir, pues
así lo
178
requería el asunto y la necesidad de obrar en conjunto. Una
vez
hecho el juramento, le pareció que ya podía con seguridad
descubrirles el proyecto. Les presentó al descendiente de la
casa
de David a quien cuidaba, y dijo:
-Este es vuestro rey, de la casa de David, que como bien
sabéis Dios predijo que reinaría para siempre. Por lo tanto os
exhorto a que la tercera de vuestras secciones quede en el
Templo para guardar al rey, que la cuarta sección vigile en
las
puertas del Templo; que la siguiente cuide la puerta por la
cual
se va al palacio real; los restantes andarán desarmados por
el
Templo. No dejéis entrar a nadie que lleve armas, a no ser
que se
trate de un sacerdote.
Además ordenó que parte de los sacerdotes y levitas con la
espada desnuda rodearan al rey, y que mataran a cualquiera
que
se atreviera a entrar en el Templo con armas; los instó a
que, sin
tener miedo a nadie, guardaran con decisión al rey. Aquellos
a
quienes el pontífice dió estas órdenes, mostraron
obedientemente
con los hechos su voluntad de cumplir. Entre tanto Jodao,
habiendo abierto el depósito de armas que desde el tiempo de
David se conservaba en el Templo, distribuyó a los
centuriones y
levitas lanzas, aljabas, flechas y otras clases de armas;
una vez
armados, el Templo quedó rodeado de hombres armados, para
impedir el ingreso de aquellos que no debían entrar.
Habiendo
colocado en el centro al niño, le impusieron la corona real
y
Jodao, después de ungirlo con óleo sacro, lo declaró rey.
Todo el
pueblo, lleno de alegría, aplaudió gritando, ¡viva el rey!
3. Pero Gotolía, habiendo oído rumores y aplausos
inesperados, toda conturbada, salió del palacio con su
séquito.
Cuando llegó al Templo, los sacerdotes le permitieron la
entrada,
pero los guardas armados ubicados alrededor del mismo
impidieron el ingreso a los que la seguían armados, según lo
ordenado por el pontífice.
Cuando Gotolía contempló al niño de pie en el estrado1
y
cubierto con la corona real, rasgó sus vestiduras y con gran
clamor ordenó que fuera muerto el que había preparado estas
celadas en su contra y se proponía quitarle el mando.
1
Estaba, dice la
Biblia, "junto a la columna, conforme a la costumbre".
179
Jodao llamó a los centuriones y les ordenó que llevaran a
Gotolía al valle de Cedrón y una vez allí la mataran2
; no quería
que el Templo se contaminara con la ejecución de una mujer
tan
perversa. Ordenó también que si alguien intentara ayudarla,
también fuera. muerto. Aquellos a quienes fué ordenada la
ejecución de Gotolía, se apoderaron de ella y la condujeron
a la
puerta de las mulas del rey y allí la mataron.
4. Una vez que mediante este ardid se llevó a cabo lo
referente a Gotolía, después de reunir al pueblo y a los
soldados,
los obligó con juramento a cuidar de su seguridad y de la
del
reino. Luego hizo prometer al mismo rey con juramento que
honraría a Dios y no faltaría a la ley de Moisés. Después
irrumpieron en el templo de Baal, contruído por Gotolía y su
esposo Joram en contumelia del verdadero Dios y para honrar
a
Acab. Lo demolieron hasta sus fundamentos, y mataron a
Maatán, que por entonces ejercía el sacerdocio. Jodao confió
el
cuidado y vigilancia del Templo a los sacerdotes y levitas,
según
lo establecido por David, con la orden de ofrecer
holocaustos dos
veces por día y también sahumerios según lo ordenado por la
ley.
Nombró porteros a algunos levitas para la custodia del
Templo,
para que no entrara nadie impuro.
5. Una vez dispuestas estas cosas, él, los centuriones, los
capitanes y el pueblo todo llevaron a Joás del Templo al palacio real.
Una vez sentado en el trono real, lo aclamaron alegremente.
Luego banquetearon y celebraron festejos durante muchos
días.
Ninguna ciudad se sublevó por la muerte de Gotolía. Joás
tenía
siete años de edad cuando empezó a reinar; su madre se
llamaba
Sabia y era nativa de Bersabé. Durante toda su vida, Joás
fué
diligente cumplidor de la ley y muy celoso del culto de
Dios,
mientras vivió Jodao. Cuando tuvo edad, se casó con dos
mujeres
que le presentó el pontífice, de las cuales tuvo hijos de
entrambos sexos. Esto es todo lo referente al rey Joás, y de
qué
manera evadió la perfidia de Gotolía y recibió el reino.
2
No lo dice el relato
bíblico.
180
CAPITULO VIII
Estragos de Azael en Trasjordania. Muerte de Jehú. Joás
se inclina a la impiedad y hace matar a Zacarías, hijo de
Jodao. Invasión de Azael, rey de Siria; muerte de Joás.
Reinado de Joaz, rey de Israel. Lo sucede Joás. Profecía
y muerte de Eliseo. Joás, rey de Israel, vence a Adad, rey
de Siria. Muerte de Joás
1. Azael, rey de Siria, en guerra con los israelitas y su
rey
Jehú, devastó las zonas orientales de las tribus de Rubén,
Gad y
Manasés, así como la Galadítida y Batanea, incendiando,
robando y haciendo violencia a todos los que caían en sus
manos.
Jehú no pudo impedirle que devastara el país, entregado como
estaba a despreciar las cosas divinas, el derecho y la ley;
murió
luego de haber reinado entre los israelitas durante
veintisiete
años. Fué sepultado en Samaria, habiendo dejado un hijo de
nombre Joaz, quien lo sucedió en el reino.
2. Joás, rey de Jerusalén, anheló intensamente restaurar el
Templo de Dios. Con este fin ordenó al pontífice Jodao que
enviara levitas y sacerdotes por todo el país, para que
exigieran
medio siclo de plata por cabeza para la refacción y arreglo
del
Templo, que Joram, Gotolía y sus hijos habían dejado que se
arruinara. El pontífice no cumplió lo ordenado, pues sabía
que
nadie estaba dispuesto a pagar este dinero. En el año
vigésimotercero de su reinado, Joás reprochó a él y a los
levitas
por no haber cumplido su mandato, y les ordenó que en
adelante
cuidaran de la reparación.
Se sirvieron de esta estratagema para reunir el dinero, cosa
que fué del agrado del pueblo. Hicieron un cofre de madera
cerrado por todos lados, con un solo agujero. Luego lo colocaron
en el Templo junto al altar, y se dispuso que todo lo que se
181
echara en él por el agujero, se dedicaría a la restauración
del
Templo. Esto fué del agrado del pueblo, que competía en
depositar dinero en el mismo. El escriba y el sacerdote que
tenían a su cuidado la vigilancia de los tesoros del Templo,
contaban en presencia del rey el dinero depositado, y luego
colocaban el cofre en el mismo lugar. Y hacían esto todos
los
días. Cuando les pareció que había bastante dinero, el
pontífice
Jodao y el rey Joás lo emplearon en buscar cortadores de
piedra
y carpinteros y en procurarse grandes trozos de madera de la
mejor clase. Una vez terminada la refección del Templo, el
oro y
la plata que quedaron, en cantidades que no eran nada
exiguas,
lo emplearon en hacer grandes vasos, copas para vino y otros
recipientes. Procuraron también que todos los días el altar
estuviera engrasado con magníficos sacrificios. Mientras
vivió
Jodao todo esto se realizaba con el mayor cuidado.
3. Una vez muerto, después de haber vivido durante ciento
treinta años, insigne en todo por su justicia y honestidad,
fué
sepultado en las tumbas reales de Jerusalén por haber
conservado la realeza para la estirpe de David. Joás no se
preocupó del culto de Dios. Los magistrados del pueblo,
siguiendo su ejemplo, fueron tan depravados que violaban los
derechos y todo aquello que entre ellos era tenido en gran
honor.
Pero estos cambios del rey y de los demás desagradaron a
Dios,
quien envió profetas para que los amonestaran y los
apartaran
de la maldad.
Sin embargo estaban poseídos de tanta pasión y de tanto
ardor del mal, que ni tuvieron en cuenta los castigos que
sufrieron sus antepasados eón todas sus familias ni las
predicciones de los profetas pudieron moverlos a que
hicieran
penitencia y se consagraran al cumplimiento de las leyes. El
mismo rey, olvidado de los beneficios que recibiera de su
padre,
ordenó que Zacarías, hijo del pontífice Jodao, fuera
apedreado y
muerto en el Templo, porque, inspirado por el espíritu de
Dios
para vaticinar, se había dirigido al pueblo y al rey
instándolos a
que se portaran con justicia, de lo contrario se verían
sometidos
a graves penas. Al morir Zacarías invocó a Dios como testigo
y
juez de sus sufrimientos, pues fué sometido a una muerte
cruel y
182
violenta, a pesar de los buenos consejos y todo lo que su
padre
había hecho en favor de Joás.
4. Poco después el rey pagó el castigo merecido por sus mal.
dades. Azael, rey de los sirios, irrumpió en su territorio,
y
después de destruir y saquear a Gita, se dirigió hacia
Jerusalén.
Joás, lleno de miedo, vació los tesoros de Dios y de los
reyes, se
apoderó de las ofrendas hechas al Templo, y lo envió todo al
sirio, con el objeto de evitar el sitio y una catástrofe
completa.
Azael, conquistado con tan abundantes riquezas, no marchó
con
el ejército a Jerusalén. Joás, estando seriamente enfermo,
fué
muerto por los amigos de Zacarías, los cuales se habían
conjurado para vengar la muerte del hijo de Jodao. Fué
sepultado en Jerusalén, pero no en el sepulcro real de los
antepasados, a causa de su impiedad. Vivió cuarenta y siete
años, y le sucedió en el reino su hijo Amasías.
5. En el año vigésimoprimero del reinado de Joás, ascendió
al
trono de los israelitas en Samaria Joaz hijo de Jehú, y
gobernó
por espacio de diecisiete años. No imitó a su padre, sino
que se
entregó a aquellos crímenes como los que primeramente
tuvieron
a Dios en menosprecio. El rey de Siria lo humilló y lo
obligó a
reducir sus tropas antes tan numerosas a diez mil hoplitas y
cincuenta caballeros. Esto aconteció a raíz de una
expedición en
la cual este rey le arrebató muchas y magníficas villas y
destruyó su ejército.
Estos hechos se cumplieron con el rey de Israel según la
profecía de Eliseo, cuando predijo a Azael que, después de
asesinar a su señor, ocuparía el reino de los sirios y
damascenos.
Al verse Joaz en medio de tan grandes calamidades, elevó
preces
y súplicas, pidiendo a Dios que lo librara de las manos de
Azael y
que no permitiera que cayera en su poder. Dios, que acepta
la
penitencia como una virtud, y satisfecho de amonestar a los
poderosos antes que destruirlos totalmente, le dió toda
clase de
seguridades en cuanto a los peligros de la guerra. El país,
ya en
paz, volvió a su floreciente estado anterior.
6. Muerto Joaz, le sucedió en el trono su hijo Joás. Cuando
hacía treinta y siete años que Joás reinaba en la tribu de
Judá,
empezó a gobernar este Joás de Samaria, pues tenía el mismo
183
nombre que el rey de Jerusalén, y gobernó durante dieciséis
años. Era bueno y no imitó las costumbres de su padre.
Cuando
el profeta Elíseo, ya anciano, cayó enfermo, fué a visitarlo
el rey
de los israelitas, y al encontrarlo ya cercano a la muerte,
comenzó a llorar, y a lamentarse y a llamarlo padre y
protector.
Gracias a él, decía, nunca tuvo necesidad de emplear las
armas
contra el enemigo, porque con sus vaticinios obtenía
victorias sin
lucha; ahora se iba de esta vida, y lo abandonaba desarmado
a
enemigos armados (los sirios). Puesto que la vida no le
ofrecía
seguridad, era conveniente que se fueran juntos de esta
vida.
Eliseo consoló al rey en sus lamentaciones, y le ordenó que
tomara el arco y lo pusiera tirante. Hecho esto por el rey,
el
profeta le puso encima las manos y le ordenó que disparara.
Después de lanzar tres flechas, a la tercera dejó de
hacerlo.
-Si continuaras arrojando flechas -dijo-, habrías destruído
radicalmente el reino de los sirios; pero puesto que te has
contentado con tres, en tres guerras saldrás vencedor de los
sirios, de modo que te apoderarás de la región que quitaron
a tu
padre.
Anunciado esto el rey se ausentó y, poco después, el profeta
falleció, varón de ínclita justicia y tenido en gran estima
por
Dios. Lo atestiguan los hechos increíbles y admirables que
realizó, cuya fama preclara subsiste entre los hebreos. Le
dedicaron una sepultura magnífica, tal como convenía fuera
honrado un varón tan amado de Dios.
Aconteció por aquel tiempo que unos ladrones echaron en el
sepulcro de Eliseo a un hombre a quien habían asesinado1
; en
cuanto el muerto tocó el cuerpo de Eliseo, de inmediato
revivió.
Y con esto he dejado explicado lo referente al profeta
Eliseo, a
sus predicciones, que hizo mientras estuvo entre los vivos,
y al
poder divino que siguió ejerciendo aún después de muerto.
7. Muerto Azael, rey de los sirios, el reino pasó a su hijo
Adad.
Hizo la guerra a Joás, rey de los israelitas; vencido tres
veces,
Joás le arrebató toda la región, ciudades y pueblos que su
padre
Azael había quitado a los israelitas. Esto aconteció de acuerdo
1
Según la Biblia, una
partida de moabitas entierra un muerto, del que no se expresa que haya sido
asesinado.
184
con lo que había predicho Eliseo. Cuando falleció Joás fué
sepultado en Samaria, y el reino pasó a su hijo Jeroboam.
185
CAPITULO IX
Reinado de Amasías en Judá. Guerra con los amalecitas.
Impiedad de Amasías. Amasías provoca a Joás, rey de Is
rael. Derrota de Amasías. Joás entra en Jerusalén. Asesi
nato de Amasías
1. En el segundo año del reinado de Joás, rey de los
israelitas,
empezó a reinar en Jerusalén Amasías sobre la tribu de Judá.
Su madre se llamaba Jodade, nacida en la capital. A pesar de
su
adolescencia Amasías tuvo en gran respeto a la justicia. Una
vez
en el poder y en las tareas de gobierno, consideró que en
primer
lugar tenía que vengar a Joás, su padre, y castigar a
aquellos
familiares que conspiraron en su contra. Después de haberlos
detenido a todos, los mató, sin tocar a sus hijos,
procediendo de
acuerdo con la ley de Moisés que declara inicuo exigir a los
hijos
las culpas de los padres. Después seleccionó de las tribus
de
Judá y Benjamín a jóvenes de cerca de veinte años, alrededor
de
trescientos mil; puso al frente de los mismos centuriones.
Luego
se dirigió al rey de los israelitas, y pidió cien mil
soldados
asalariados por cien talentos de plata. Había determinado
hacer
la guerra a los amalecitas, idumeos y gabalitas.
Ocupado en la preparación del ejército, el profeta lo
exhortó a
que se desprendiera de las tropas de Israel, pues eran gente
impía. Si utilizaba su ayuda, le anunciaba en nombre de Dios
la
derrota; pero se impondría a los enemigos, si confiado en el
auxilio de Dios luchaba contra ellos con unos pocos.
No fué esto del agrado del rey, pues ya había pagado lo
establecido a los israelitas; sin embargo el profeta lo urgió a cumplir
la voluntad de Dios, de quien, por otra parte, recibiría
grandes
tesoros. El rey entonces los despidió, regalándoles lo que
les
había pagado. Con sus tropas marchó contra las naciones
186
nombradas. Las venció en la guerra, y mató a diez mil de
ellos, y
tomó prisioneros a un número tan grande que los condujo
hacia
la Piedra Grande, situada en la Arabia, de donde los
precipitó.
Arrebató también a estas gentes un gran botín e inmensas
riquezas.
Mientras Amasías llevaba a cabo estas cosas, los israelitas,
a
quienes despidió después de haberlos asalariado,
considerando
que su proceder era injurioso, penetraron en sus tierras y
avanzaron hasta Betsemera; devastaron la región, se
apoderaron
de gran cantidad de bestias y mataron tres mil hombres.
2. Sin embargo Amasías, ensoberbecido por la victoria y por
el
feliz resultado de estos hechos, empezó a olvidarse del Dios
que
se la había otorgado, y se dió al culto de los dioses que
trajo de la
región de los amalecitas. El profeta lo visitó y le dijo que
se
admiraba de que creyera que eran dioses aquellos que no
podían
prestar ayuda ninguna a sus adoradores a los cuales no pudo
librar, pues muchos perecieron y fueron llevados cautivos.
Estos
dioses habían sido llevados a Jerusalén a la manera que un
vencedor lleva a sus cautivos.
Estas palabras indignaron al rey; impuso silencio al
profeta,
amenazando torturarlo si intervenía en sus asuntos. El
profeta
dijo que se callaría, pero predijo que Dios no sería
indiferente a
tales novedades. Amasías, no sabiéndose moderar en su
prosperidad, que había recibido de Dios a quien no cesaba de ofender,
muy infatuado de sí mismo, escribió a Joás, rey de los
israelitas,
ordenándole que él con todo su pueblo se le sometieran, tal
como
había sido en tiempo de sus antepasados, David y Salomón. Si
no
quería acceder se decidiría mediante la guerra la
supremacía.
Joás le contestó con estas palabras:
"El rey Joás al rey Amasías. En el monte Líbano había
un
gran ciprés y también una zarza. Esta envió un mensajero al
ciprés, pidiéndole a su hija para su hijo en matrimonio.
Pero
entre tanto una bestia feroz que pasaba pisoteó la zarza.
Sírvate
esto de ejem. plo para que moderes tu ambición y que, por
haber
triunfado de los amalecitas, envanecido por este pensamiento
no
pongas en peligro a tu reino y a ti mismo".
187
3. Amasías, cuando leyó estas palabras, se sintió todavía
más
apasionadamente impulsado a hacer la guerra; a mi parecer,
empujándolo Dios a ello, para castigarlo por los pecados que
había cometido. Habiendo sacado las tropas contra Joás, y ya
iniciada la batalla, un súbito temor y consternación, como
Dios
envía a aquellos a quienes no les es propicio, puso en huída
al
ejército, aun antes de que llegaran a luchar. Dispersos por
el
miedo, aconteció que Amasías, abandonado por los suyos, cayó
cautivo de los enemigos. Joás amenazó matarlo, si no
convencía
a los de Jerusalén que abrieran las puertas y lo recibieran
a él
con su ejército. Amacías, obligado por la necesidad y por
miedo
de perder la vida, hizo que el ejército fuera introducido en
Jerusalén1
. Y Joás, ha. biendo hecho demoler un espacio como de
cuatrocientos codos de la muralla, con su carro pnetró por
esta
brecha en Jerusalén, llevando consigo cautivo a Amsías.
Habiendo caído en esta forma Jerusalén en sus manos, robá
los
tesoros de Dios, se apoderó de todo el oro y plata que había
n el
palacio de Amasías; finalmente, después de dejar libre a
Amasas, regresó a Samaria.
Esto aconteció a los jerosolmitanos en el año décimocuarto
del
reinado de Amasías. Más taro, enterado Amasías de que sus
amigos le armaban un complot, layó a Laquisa, donde fué
asesinado por los complotados que habín enviado allí al
matador.
Su cuerpo fué trasladado ¡Jerusalén donde se lo honró con
exequias reales. Así murió Amsías por haberse insolentado
contra Dios y haberlo menospreciada, después de haber vivido
cincuenta y cuatro años y reinado veitinueve. Lo sucedió su
hijo
Ozías.
CAPITULO X
1
Estos detalles
difieren del relato bíblico. En 2 Reyes, 11, 12 y 13, dice la Biblia que
derrotado y puesto en fuga
el ejército de Judá, Job, rey de Israel, tomó a Amasías, rey
de Judá, en Betsemeo y se transladó a Jerusalén,
donde rompió el muro de la ciudad desde la puerta de Efraím
hasta la puerta de la esquina.
188
Reinado de Jeroboam II de Israel; profecía de Jonás; Je
roboam conquista a Siria. fuerte de Jeroboam; advenimien
to de Zacarías. Orgullo e impiedad de Ozías; es atacado
de lepra por haber drecido incienso; su muerte
1. En el año décimoquinb del reinado de Amasías, Jeroboam
hijo de Joás, subió al trono e los israelitas en Samaria y
reinó
por espacio de cuarenta años, Este rey ofendió a Dios y
menospreció en gran manera sus lees, adorando ídolos y dedicándose a
muchas prácticas absurdas y extrañas. Fué causa de grandes
males para el pueblo de Isral. Cierto profeta llamado Jonás
le
predijo que si hacía la guerra a los sirios, aplastaría su
poderío y
extendería los límites de su reino, desde el septentrión
hasta la
ciudad de Amat, y por el mdiodía hasta el lago Asfaltites;
en
otros tiempos, dentro de estos límites, estaba circunscrita
la
tierra de Canaán, de acuerdo con lo establecido por el
general
Josué. De modo que Jeroboam, puetb en campaña contra los
sirios, sometió todo su país, según el vaticinio de Jonás.
2. Puesto que he juzgado conveniente ofrecer una relación
detenida de los hechos acontecido, expondré también lo que se
cuenta de este profeta en los libros debs hebreos. Dios le
ordenó
dirigirse a Nínive, para que predicara 1a destrucción del
imperio, pero tuvo miedo y no cumplió el mandato; escapando
a
Dios, subió a una nave que se dirigía a Tarso de Cilicia.
Levantóse una tempestad muy fuerte, y estando la nave a punto
de sumergirse, los marinos, el piloto y el armador se
pusieron a
orar, comprometiendo su gratitud si lograban eludir los
peligros
del mar; Jonás se mantuvo oculto, y no imitó a los demás.
Como arreciara el ímpetu de las aguas, y el mar estuviera
muy agitado por el viento, entraron en sospecha, como es
costumbre, de que alguno de los navegantes era la causa de
la
tempestad. Echaron suerte para descubrir al presunto
culpable.
Quedó señalado el profeta. Le preguntaron de dónde era y a
qué
se dedicaba, y respondió que era de raza israelita y profeta
del
Dios supremo. Y les aconsejó que lo echaran al mar, si
querían
escapar al peligro que los amenazaba; pues por su causa se
veían
189
en aquella situación. Al principio no se atrevieron, considerando
injusto poner en tan evidente peligro de muerte a un
extranjero,
que les había confiado el cuidado de su vida; pero
arreciando el
peligro, y estando ya la nave a punto de sumergirse, en
parte
instigados por el profeta, y en parte impulsados por el miedo
de
perder la vida, lo echaron al mar. Cesó la tempestad.
En cuanto a Jonás, se dice que lo engulló un monstruo marino
y que después de tres días y otras tantas noches fué
arrojado en
el Puente Euxino, vivo y sin la menor lesión en el cuerpo.
Después de pedir perdón por sus pecados, marchó a la ciudad
de
Nínive, donde, buscando un lugar adecuado desde el cual
pudiera ser oído, proclamó que dentro de poco tiempo
perderían
el imperio de Asia. Una vez cumplida su misión, regresó. He
explicado esto, de acuerdo con lo que encontré escrito sobre
él1
.
3. En cuanto al rey Jeroboam, después de una vida próspera,
y de reinar por espacio de cuarenta años, murió. Lo
sepultaron
en Samaria; lo sucedió en el reino su hijo Zacarías. Ozías
hijo de
Amasías, en el año décimocuarto del reinado de Jeroboam,
empezó a reinar sobre las dos tribus de Jerusalén; su madre
se
llamaba Aquiala, nacida en la ciudad. Era de buen natural,
justo
y magnánimo, industrioso y muy hábil en prever los
acontecimientos. Hizo una campaña contra los palestinos y
los
venció, apoderándose por la fuerza de las ciudades de Gita y
Jamnia, cuyos muros desmanteló.
Después de esta expedición, marchó contra los árabes vecinos
de los egipcios; después de edificar una ciudad en el mar de
Eritrea, colocó en la misma una guarnición. Luego venció a
los
amonitas y les impuso un tributo. Habiendo sometido todo el
territorio hasta los límites con Egipto, durante el resto de
su
vida se ocupó de Jerusalén. Edificó de nuevo las murallas
que se
habían caído a causa de su vejez o por descuido de los
anteriores
reyes, así como también la parte que fuera destruída por el
rey
de los israelitas cuando entró en la ciudad, luego de hacer
cautivo a su padre. Levantó muchas torres de ciento
cincuenta
1
No dice nada, no
obstante, del arrepentimiento de los ninivitas, el perdón de Dios y el episodio
de la calabacera, con el que Jehová explica a Jonás por qué
perdona a la ciudad (Jonás, cap. 3 y
4).
190
codos. Estableció puestos fortificados en el desierto, e hizo
excavar muchos acueductos. Poseía gran cantidad de animales
y
de ganado; pues la región era adecuada para el pastoreo.
Aficionado como era a la agricultura, se preocupó mucho de
la
tierra, y la cultivó con toda clase de plantas y semillas.
Disponía
también de un ejército de trescientos cincuenta mil
soldados, al
frente de los cuales había centuriones y jefes, hombres de
gran
fortaleza y vigor invencible, en número de dos mil. Dividió
al
ejército en falanges, bien equipadas, con soldados dotados
de
espada, coraza de bronce, arcos y hondas. Además fabricó
muchas máquirias para el asalto de las ciudades, balistas y
catapultas, ganchos y otros instrumentos similares.
4. Sin embargo, mientras se ocupaba en estas cosas, su mente
se corrompió con tanto fausto, y orgulloso por la abundancia
de
bienes perecederos, tuvo a menos el poder inmortal y eterno
(me
refiero a la piedad con Dios y la observancia de las leyes);
ensoberbecido por el éxito, cayó en los mismos delitos de su padre. A
ello lo condujeron el esplendor de su suerte y la magnitud
de los
hechos realizados, y su incapacidad de moderación.
En ocasión de una solemnidad, festiva para todo el pueblo,
revestido de ropajes sacerdotales, entró en el Templo de
Dios
para ofrecer incienso. El pontífice Azarías, acompañado por
ochenta sacerdotes, se lo prohibió, pues decía que no era
lícito
ofrecer sacrificios, sino a los que eran de la raza de
Aarón, y le
ordenó que saliera y no violara las leyes de Dios.
Indignado, lo
amenazó con la muerte, si no le consentía hacer el
sacrificio.
Entre tanto un gran terremoto conmovió la tierra, y
entreabriéndose el Templo resplandeció la luz del sol que
cayó
sobre su rostro; en seguida lo invadió la lepra.
Frente a la ciudad, en el lugar denominado Erogé, fué
arrancada la mitad del monte que miraba al occidente y
después
de haber rodado por espacio de cuatro estadios, se detuvo en
el
monte del oriente, de modo que quedaron obstruidos los
caminos
de acceso, y también los jardines del rey.
Los sacerdotes, al comprobar que el rostro del rey estaba
infectado de lepra, le indicaron esta calamidad y le
ordenaron
que como impuro saliera de la ciudad. El, avergonzado de la
191
enfermedad que lo afligía e incapaz de moverse libremente,
cumplió lo ordenado; es así como sufrió el castigo de su
impiedad.
Por algún tiempo estuvo fuera de la ciudad, como un simple
particular, después de pasar el gobierno a su hijo Jotam.
Finalmente, falleció de tristeza y desconsuelo a causa de los pecados
cometidos, después de haber vivido sesenta y ocho años y
reinado
por espacio de cincuenta. Fué sepultado solo en sus
jardines.
192
CAPITULO XI
Reinados de Zacarías, Selum y Manaem en Israel. Invasión de
Fulo. Reinado de Faceas. Invasión de Teglatfalasar. Próspero
reinado de Jotam en Judá. La profecía de Nahum sobre Nínive
1. Azarías, después de haber reinado durante seis meses,
murió por la traición de un amigo, de nombre Selum, hijo de
Jabés, quien lo sucedió en el reino, pero sólo por espacio
de
treinta días. Efectivamente, Manaem, comandante del
ejército,
encontrándose en la ciudad de Tarsa, informado de lo que
aconteció a Azarías, después de levantar el campamento con
todo
el ejército se dirigió a Samaria. En lucha con Selum lo
mató, y
luego de constituirse en rey, se dirigió a la ciudad de
Tapsa. Los
que se encontraban dentro, habiendo afirmado las puertas, no
admitieron al rey. Para vengarse de ellos, devastó a hierro
y
fuego la región circundante; después de poner sitio a la
ciudad,
la capturó por la violencia, y sumamente indignado por lo
que
habían hecho sus habitantes, pasó a todos por la espada, sin
perdonar ni aun a los niños, entregándose a los mayores
excesos
de crueldad y ferocidad. Contra los suyos cometió hechos que
no
merecerían disculpa ni aun si se hubieran realizado en
contra de
enemigos extranjeros.
Manaem, después de iniciar su reinado en esta forma,
durante diez años se comportó como perverso y muy cruel.
Fulo,
rey de los asirios le declaró la guerra; pero Manaem no
luchó
contra los asirios, sino que persuadió al rey que aceptara
mil
talentos de plata y se alejara. En esta forma terminó la
guerra.
Manaem presionó al pueblo para que reuniera la suma,
imponiendo a cada uno quinientas dracmas.
Luego falleció y fué sepultado en Samaria; dejó a su hijo
Faceas, que lo sucedió en el trono. Faceas, imitador de la
193
crueldad de su padre, reinó solamente durante dos años,
siendo
muerto a traición mientras estaba en un banquete con unos
amigos, por un tal Faceas, tribuno, hijo de Romelias. Por lo
demás también este Faceas, quien retuvo el trono durante
veinte
años, fué impío e inicuo. El rey de los asirios, de nombre
Teglatfalasar, habiendo emprendido una campaña contra los
israelitas, sometió toda la Galadena, así como también la
Transjordania, la Galilea próxima a ésta, Cidisa y Azora.
Después de haber reducido a cautividad a sus habitantes,
regresó a su país. Basta con lo dicho en lo referente al rey
de los
asirios.
2. Jotam, hijo de Ozías, reinó sobre la tribu de Judá en
Jerusalén; era hijo de una mujer de la ciudad, de nombre Hierasa.
Este rey tenía todas las virtudes; se comportaba
piadosamente
con Dios y era justo con los hombres. Se preocupó además del
arreglo de la ciudad. Con gran ahinco se dedicó a restaurar
y
adornar aquellas partes de la ciudad que lo necesitaban;
dotó al
Templo de pórticos y vestíbulos, restituyó los muros caídos
y los
protegió con torres muy grandes y muy difíciles de capturar;
y a
todo lo que hubiera podido ser objeto de negligencia en su
reino,
se dedicó con el mayor cuidado. Además emprendió una
campaña contra los amonitas y los venció, imponiéndoles un
tributo anual de cien talentos y diez mil coros de trigo, y
otros
tantos de cebada. Se fortaleció de tal manera su reino, que
pudo
despreciar a sus enemigos, y asegurar la prosperidad de los
suyos.
3. Había en aquel tiempo un cierto profeta, de nombre
Nahum, quien refiriéndose a la destrucción de los asirios y
de
Nínive, dijo:
-Nínive será como una piscina de agua agitada por los
vientos; el pueblo se verá a tal extremo conturbado y
conmovido
que huirá, diciéndose mutuamente: "Quedaos y resistid,
apoderaos del oro y de la plata". Pero nadie se
convencerá;
preferirán conservar sus vidas antes que sus riquezas. Habrá
entre ellos graves disputas, llantos y lamentaciones, y sus
miembros se relajarán y los rostros de todos se contraerán a
causa del miedo. ¿Dónde estarán la cueva de los leones y la
194
madre de los cachorros? Por lo tanto, a ti, oh Nínive, te
dice Dios:
"Te destruiré por completo, y nunca jamás tus leones
gobernarán
al mundo".
Muchas otras cosas predijo este profeta de Nínive, las que
no
considero conveniente explicar, para no resultar molesto a
los
lec. tores. Todo lo que predijo de Nínive se realizó ciento
quince
años después. Pero bastante se ha dicho sobre el particular.
195
CAPITULO XII
Reinado de Acaz en Judá; campaña del rey de Siria y del rey
de
Israel contra Acaz. Victoria de los israelitas. Profecías de
Obed
sobre Samaria. Acaz, aliado con el rey de Asiria, se apodera
de
Siria y devasta el país de Israel. Impiedad de Acaz; su
muerte
1. Jotam murió, después de vivir cuarenta y un años,
habiendo reinado dieciséis. Fué sepultado en los sepulcros
reales. Le sucedió en el reino su hijo Acaz, quien se portó
perversamente contra Dios y las leyes antiguas e imitó a los
reyes de Israel, sacrificando ante los ídolos en los altares
que
levantó en Jerusalén. Les inmoló también, al estilo de los
cananeos, a su propio hijo, e hizo otras cosas similares.
Comportándose de esta manera insensata, supo que se dirigían
contra él Arases, el rey de los sirios y damascenos, y el
rey de los
israelitas, Faceas, que eran amigos.
Lo empujaron hasta Jerusalén, manteniendo un largo sitio,
sin progresar en lo más mínimo porque la ciudad estaba
rodeada
de murallas muy sólidas. Pero el rey de los sirios, después
de
apoderarse de la ciudad de Ailat situada en el mar de
Eritrea, y
de matar a sus habitantes, estableció allí una colonia de
sirios.
Mató a los judíos que estaban en las fortalezas y a los que
vivían
en la región circundante; y luego de apoderarse de un gran
botín,
regresó con su ejército.
El rey de Jerusalén, al informarse de que los sirios habían
regresado a su país, creyendo que sus fuerzas no eran
inferiores
a las del rey de los israelitas, sacó su ejército en su
contra, pero
fué derrotado por haber excitado la ira de Dios a causa de
los
muchos crímenes que cometió.
196
Murieron aquel día ciento veinte mil judíos; entre otros el
general Zacaris mató al hijo del rey Acaz, de nombre
Amasías,
así como también a Erica, procurador de todo el reino; se
llevó
cautivo al jefe de la tribu de Judá, Elcán. Redujeron
también a
cautividad a las mujeres y niños de la tribu de Benjamín; y
luego
de apoderarse de un gran botín volvieron a Samaria.
2. Pero un cierto Obed que, por aquel tiempo, era profeta en
Samaria, salió al encuentro del ejército frente a las
murallas. A
grandes voces les declaró que habían vencido no por su
propio
valor, sino por la ira de Dios que se había concitado en
contra de
Acaz. Los reprendió porque no satisfechos con el éxito
obtenido
contra Acaz, se atrevían a llevar cautivos a los de las
tribus de
Judá y Benjamín, sus consanguíneos. Exigió que los dejaran
en
libertad, ilesos, pues si no lo hacían Dios los castigaría.
Los israelitas, reunidos en asamblea, deliberaron sobre el
particular. Un tal Baraquías, hombre de gran autoridad en el
reino y otros tres, se levantaron y dijeron que es parecía
conveniente no permitir que los cautivos fueran introducidos
en
la ciudad, a fin de que Dios no hiciera perecer a todos.
-Nuestros pecados contra Dios -dijeron- ya son bastante
grandes, según afirman los profetas, sin que tengamos que
cometer nuevas impiedades.
Cuando los soldados oyeron estas cosas, determinaron
cumplir lo que fuera más conveniente. Los varones
mencionados
antes tomaron a su cargo a los cautivos, los libraron de las
cadenas y les curaron las heridas; y luego de suministrarles
provisiones los enviaron a sus casas, indemnes. Además,
cuatro
hombres los acompañaron hasta Jericó, no lejos de Jerusalén,
para regresar luego a Samaria.
3. El rey Acaz, después de este desastre infligido por los
israelitas, envió una legación al rey de los asirios, Teglatfalasar,
pidiéndole que entrara en alianza con él contra los
israelitas, los
sirios y los damascenos, prometiéndole una gran cantidad de
dinero. Además le envió espléndidos presentes.
Después de oír a los legados, el rey se apresuró a prestar
auxilio a Acaz; en la expedición contra los sirios destrozó
su
197
región, tomó a Damasco por la fuerza y mató al rey Arases.
Trasladó a los damascenos a la Media superior y en su lugar
estableció en Damasco gente de Asiria. Devastó, asimismo, la
tierra de los israelitas, y llevó consigo muchos cautivos.
Después de haber tratado en esta forma a los sirios, el rey
Acaz, por su parte, se apoderó de todo el oro y la plata que
había
en el palacio real y en el Templo de Dios, y de las más
hermosas
ofrendas votivas, se lo llevó consigo, y trasladándose a
Damasco,
se lo entregó, tal como lo había pactado, al rey de los
asirios, y
luego de agradecerle su ayuda regresó a Jerusalén.
Este rey era tan insensato y tan incapaz de comprender lo
que más le convenía que, a pesar de ser combatido por los
sirios,
no dejó de adorar a sus dioses; continuó en su culto como si
con
su ayuda pudiera lograr la victoria. Derrotado de nuevo,
empezó
de nuevo a adorar a los dioses de los asirios. Parecía más
dispuesto a venerar a todos los dioses que al Dios de sus
padres,
el verdadero, el cual, indignado, se convirtió en la causa
de su
derrota. Llevó tan lejos su desprecio y contumelia, que
mantuvo
cerrado el Templo, prohibió que se ofrecieran solemnes
sacrificios y se apoderó de las ofrendas votivas. Después de
tan
gran ofensa contra Dios murió, luego de vivir treinta y seis
años,
y reinar dieciséis. Dejó por sucesor a su hijo Ezequías.
198
CAPITULO XIII
Reinado de Oseas, rey de Israel. Reinado de Ezequías en
Judá. Invitación para celebrar la Pascua; rehusan asistir
los israelitas. Victoria de Ezequías sobre los filisteos;
amenazas
del rey de Asiria
1. Por el mismo tiempo murió el rey de los israelitas,
Faceas,
víctima de un complot de un amigo, de nombre Oseas; éste,
después de haber gobernado durante nueve años, se mostró
malvado y tuvo en menosprecio las cosas divinas. El rey de
los
asirios, Salmanasar, emprendió una expedición en su contra,
y lo
venció, pues probablemente estaba destituído del favor y
auxilio
divinos; lo redujo a cautividad y le impuso un tributo.
En el cuarto año del reinado de Oseas, empezó a reinar en
Jerusalén Ezequías, hijo de Acaz y de Abía, jerosolimitana.
Era
de natural bueno, justo y religioso. Desde el momento en que
empezó a reinar nada consideró más necesario y útil, tanto
para
sí como para sus súbditos, que el culto de Dios. Por lo
cual,
después de reunir al pueblo, los sacerdotes y los levitas,
les habló
en esta forma:
-No ignoráis que, a causa de los pecados de mi padre, quien
obró en contra de lo que exige la religión de Dios,
sufristeis muchas y grandes calamidades; corrompidos por él adorasteis como
dioses a los que él consideraba como tales. Ya que, por
experiencia, sabéis cuán perjudicial resulta pecar, os
invito a que
lo olvidéis y os purifiquéis de las culpas cometidas. Invito
también a los sacerdotes y levitas a que se reúnan en el
Templo,
lo abran y, luego de su purificación, con solemnes
sacrificios le
restituyan su dignidad antigua y nacional. En esta forma,
Dios
nos será propicio, sin ira en contra de nosotros.
199
2. Después de hablar el rey en esta forma, los sacerdotes
abrieron el Templo, pusieron en condiciones los vasos
sagrados y
expulsando las inmundicias, ofrecieron grandes sacrificios
en el
altar. El rey, por su parte, enviando mensajeros por todo su
territorio, convocó al pueblo a Jerusalén, para que
celebrara la
fiesta de los ázimos. Durante mucho tiempo había estado
interrumpida su celebración por la iniquidad de los reyes
anteriores. También exhortó a los israelitas, por intermedio
de
mensajeros, a que, abandonando su manera de vivir, volvieran
a
la costumbre tradicional y al culto de Dios; les permitiría
que
vinieran a Jerusalén, celebraran con ellos la fiesta de los
ázimos
y se reunieran juntos con motivo de tan gran solemnidad.
Agregaba que no les aconsejaba esto para que se sometieran a
su
voluntad, si no querían, sino en su propio interés; tendrían
motivo para considerarse satisfechos.
Pero los israelitas, cuando se hicieron presentes los
legados y
expusieron lo que les había ordenado su rey, no solamente no
los
aceptaron, sino que se burlaron de ellos y los trataron de
insensatos. En cuanto a los profetas que aconsejaban lo
mismo y
que les profetizaban las muchas calamidades que les
amenazaban si no volvían al culto de Dios, los despreciaron
y
rechazaron y, finalmente, los detuvieron y condenaron a
muerte.
No se contentaron con pecar hasta tan gran extremo, sino que
en
su estupidez cayeron en mayores delitos que los mencionados
anteriormente; y no dejaron de cometerlos hasta que Dios, en
castigo de su impiedad, los entregó en manos de sus
enemigos.
Sobre lo cual se han de decir muchas cosas más adelante. Sin
embargo, muchos de las tribus de Manasés, Zabulón e Isacar,
obedientes a las amonestaciones de los profetas, se
convirtieron
a la piedad. Todos éstos acudieron a Jerusalén, al lado de
Ezequías, para adorar a Dios.
3. Reunida la multitud, el rey en compañía de los príncipes
y
del pueblo ascendió al Templo, donde inmoló por sí mismo
siete
toros y otros tantos carneros, siete ovejas y otros tantos
cabritos.
Después de haber impuesto las manos sobre las víctimas el
rey y
los príncipes, permitieron que los sacerdotes cumplieran las
tareas del sacrificio. Estos inmolaban las víctimas y
ofrecían los
holocaustos; los levitas, formados en círculo, cantaban
himnos a
200
Dios y pulsaban las cuerdas del salterio como lo había
enseñado
David, mientras los restantes sacerdotes hacían sonar los
cuernos para acompañar a los cantores. Cumplido esto,
prosternados sobre sus rostros, el rey y el pueblo adoraron
a
Dios.
Luego el rey hizo inmolar setenta bueyes, cien carneros y
doscientas ovejas y entregó al pueblo para festejar seiscientos
bueyes y tres mil cabezas de ganado menor. Los sacerdotes en
todo se comportaron de acuerdo con lo ordenado por la ley.
El
rey, satisfecho por todo lo que se había hecho, participó en
el
banquete del pueblo, dando gracias a Dios.
Estando cercana la fiesta de los ázimos, después de haber
ofrecido los sacrificios pascuales, durante siete días
hicieron
otros sacrificios. Además de los sacrificios propios que el
pueblo
ofreció, el rey les dió dos mil toros y siete mil cabezas de
ganado
menor. Los príncipes lo imitaron, pues dieron mil toros y
mil
cuarenta de ganado menor. Desde los tiempos de Salomón no se
había celebrado tan solemnemente la fiesta.
Cumplido todo lo referente a la fiesta, salieron al interior
del
país para purificarlo. Por lo tanto, lo limpiaron de la
infamia de
los ídolos. El rey ordenó que diariamente, de acuerdo con la
ley,
se hicieran sacrificios, pagando él los gastos. Estableció
que a los
sacerdotes y levitas el pueblo les diera el décimo y las primicias
de los frutos, para que se consagraran al culto religioso y
al
ministerio divino única y asiduamente. De ahí que el pueblo
entregara a los sacerdotes y levitas toda clase de frutos. El rey hizo
construir almacenes y graneros, para que de allí se hiciera
la distribución a los sacerdotes y levitas y a sus mujeres e hijos. Y así
es como se volvió de nuevo al culto tradicional.
Restablecidas estas cosas, el rey hizo la guerra a los
filisteos,
y habiendo obtenido la victoria ocupó todas las ciudades que
eran de los enemigos, desde Gaza hasta Gita. Pero el rey de
los
asirios le envió mensajeros amenazándolo con destruir el
imperio, si no le pagaba los tributos que anteriormente le
entregaba su padre. Ezequías no se preocupó de estas
amenazas,
sino que depositó toda su fe en Dios y en el profeta Isaías,
por
201
cuyo intermedio conocía lo venidero. Y basta con lo dicho
sobre
este rey.
202
CAPITULO XIV
Salmansar se apodera de Samaria; fin del reino de Israel.
El rey de Asiria invade a Siria y Fenicia. Origen de los
cuteos o samaritanos; relaciones entre los samaritanos y
los judíos
1. Habiendo sabido Salmanasar, rey de los asirios, que
secretamente el rey de los israelitas había enviado una legación a
Soa, rey de los egipcios, invitándolo a hacer una alianza en
su
contra, indignado emprendió una expedición contra Samaria,
en
el año séptimo del reinado de Oseas. El rey no lo admitió, y
entonces puso sitio a Samaria por espacio de tres años y en
el
año noveno del reinado de Oseas se apoderó de ella. Era el
año
séptimo del reinado de Ezequías en Jerusalén. En esta forma
destruyó y exterminó por completo el imperio de los
israelitas, y
se llevó a todo el pueblo a Media y Persia; entre otros tomó
a
Oseas vivo.
Trasladó a otros pueblos de un lugar denominado Cuta, pues
en Persia hay un río de este nombre, para que habitaran en
Samaria y la región de los israelitas. Emigraron de Judea
las
diez tribus de Israel, después de novecientos cuarenta y
siete
años de que sus antepasados que salieron de Egipto ocuparon
esta tierra, y habiendo pasado ochocientos años desde el
gobierno de Josué. Desde la separación realizada por Roboam,
nieto de David, y la entrega del reino a Jeroboam, pasaron
doscientos cuarenta años, siete meses y siete días1
. Este fué el
fin de los israelitas, por haber obrado contra la ley y por
no
obedecer a los profetas, que les habían predicho que
ocurriría
esta calamidad si no dejaban de comportarse inicuamente. El
principio de los males fué la sedición para separarse de
Roboam,
nieto de David, y por haber nombrado rey a Jeroboam su
siervo,
quien al delinquir contra Dios se convirtió en su enemigo,
1
Véase en el Libro
VIII, caps. VII al XI, la división de Judea en dos reinos, Israel y Judá, con
diez y dos tribus,
respectivamente.
203
arrastrándolos con su ejemplo a las mismas iniquidades.
Sufrió
el castigo que merecía.
2. El rey de los asirios con su ejército invadió toda la
Samaria
y Fenicia. El nombre de este rey está consignado en los
archivos
de los tirios, pues hizo una expedición en su contra, siendo
su rey
Eluleo. De esto da testimonio también Menandro que escribió
los
Anales y tradujo a la lengua griega los archivos de los
tirios. Se
expresa en esta forma:
"Eluleo, a quien ellos dieron el nombre de Pías, reinó
treinta
y seis años. Como los citeos se segregaron de su reino, los
atacó
con sus naves y los redujo a la obediencia. El rey de los
asirios
envió un ejército en su contra que incursionó por toda la
Fenicia;
y después de haber hecho tratados, retrocedió. Se apartaron
del
gobierno de los tirios, Sidón, Arce y la antigua Tiro y
muchas
otras ciudades que fueron entregadas al rey de los asirios.
No se
sometieron los tirios, por eso el rey de nuevo les declaró
la
guerra, después de haber recibido de los fenicios sesenta
naves y
ochocientos remeros. Los tirios se impusieron con doce
naves,
dispersaron las embarcaciones de sus adversarios e hicieron
quinientos prisioneros. Por lo tanto, por este motivo los tirios en
adelante fueron apreciados en gran honor. De regreso, el rey
de
los asirios puso guardias en los ríos y acueductos, a fin de
que los
tirios no tuvieran agua. Los tirios lo sufrieron durante
cinco
años, bebiendo entre tanto el agua de los pozos que
cavaron."
Estos son los hechos que se encuentran escritos, sobre el
rey
de los asirios, en los anales de los tirios.
3. Los tuteos fueron transportados a Samaria. Se los llama
con este nombre hasta ahora por proceder de una región
llamada
Cuta, que se encuentra en Persia, donde hay un río de este
nombre.
Eran cinco pueblos diferentes y cada uno llevó consigo su
propio dios, al que veneraban de acuerdo con su rito
tradicional;
por esto excitaron la cólera y la indignación del Dios
supremo.
Les envió una peste, que los diezmó; incapaces de encontrar
204
alivio, supieron por un oráculo que debían adorar al Dios
máximo, lo que sería su salvación.
Enviaron legados al rey de los asirios, y pidieron que les
enviara sacerdotes de aquellos que había tomado cautivos
cuando luchó contra los israelitas. El rey los envió, e
instruídos
los tuteos en los ritos y religión de este Dios, empezaron a
adorarlo, y la peste cesó en seguida. Actualmente sigue
usando
los mismos ritos este pueblo llamado de los tuteos en idioma
hebreo, de los samaritanos en lengua griega. Son de índole
versátil, pues cuando ven que los judíos prosperan los
llaman
sus parientes, considerándose descendientes de José y por lo
tanto, de un mismo origen; cuando los ven en peligro, dicen
que
nada tienen que ver con ellos ni por lazos de amistad ni de
raza,
y que se consideran extranjeros domiciliados. Ya. tendremos
ocasión de hablar de ellos más oportunamente.
205
LIBRO X
Contiene un espacio de ciento ochenta y dos
años, seis meses y diez días
206
CAPITULO I
Senaquerib en el reino de Judá. El general Rapsaces aconseja
la
sumisión. Ezequías, consternado, consulta a Isaías que lo
anima.
Derrota de Senaquerib en Egipto. Los tes
timonios de Herodoto y Beroso
1. En el décimo cuarto año del gobierno de Ezequías, rey de
las dos tribus, el rey de los asirios Senaquerib, con un
gran ejército, emprendió la guerra contra aquél. Por la violencia se apoderó de
todas las ciudades de las tribus de Judá y Benjamín.
Cuando se dirigía a Jerusalén, Ezequías le envió una
legación,
prometiendo cumplir lo que le ordei:ara y pagarle tributo.
Senaquerib, después de escuchar a los legados, accedió a su
pedido; y prometió que si le entregaba trescientos talentos
de
plata y treinta de oro, se apaciguaría, afirmando con
juramento
que con esta condición retrocedería, sin causar mal ninguno.
Ezequías le creyó, y luego de dejar exhaustos los tesoros,
envió el dinero, con la esperanza de que así se vería libre
del
enemigo y de la contienda. Pero el asirio, después de
recibir el
tributo, no cumplió lo prometido. Senaquerib, con parte del
ejército se dirigió contra Etiopía y Egipto; pero dejó a
Rapsaces
como general con un gran ejército, así como a otros dos
grandes
jefes, para devastar a Jerusalén. Sus nombres eran Tarata y
Anacaris.
2. Cuando llegaron allí establecieron sus campamentos ante
las murallas, y enviaron un mensajero a Ezequías. Éste
desconfió y no salió, pero envió a tres de sus más fieles
amigos: el
procurador del reino Eliacim, Sobneo, y Joac, encargado de
los
archivos. Avanzaron y se presentaron ante los jefes del
ejército
de los asirios. Así que los vió Rapsaces, el jefe principal,
les
ordenó que se volvieran y preguntaran al rey, de parte del
gran
rey Senaquerib, cómo era que tenía tanta confianza y
seguridad,
207
que no quería atenderlo ni permitir que su ejército penetrara
en
la ciudad. ¿Confiaba en que los egipcios triunfaran sobre
las
tropas del rey? Si ésta era su esperanza, se engañaba y se
parecía a un hombre que se apoya en una caña rota; no
solamente se cae, sino que se hiere la mano. Le convenía
recordar que esta empresa se realizaba por voluntad de Dios,
que les había otorgado poder para destruir al reino de los
israelitas, y que de igual manera serían aniquilados los
súbditos
de Ezequías.
Rapsaces habló en hebreo, porque sabía esta lengua, pero
Eliacim, por temor de que oyéndolo, la multitud se
atemorizara,
le rogó que se expresara en lengua siria. Pero el jefe,
dándose
cuenta de sus sospechas y su miedo, levantó todavía más la
voz y
respondió a Eliacim:
-Hablo en hebreo, para que todos me oigan y hagan lo que
más les conviene, entregándose. Es evidente que vosotros y
vuestro rey engañáis al pueblo con una vana esperanza y lo
inducís a que resista. Si el pueblo os sigue y cree estar en
condiciones derechazar a nuestro ejército, estoy dispuesto a
entregaros dos mil caballos que tengo aquí, para que les
busquéis caballeros adecuados y demostréis vuestro poder.
Pero
sé bien que no sois capaces de reunir aquello que no tenéis.
¿Por
qué, pues, estáis en duda para entregaros a los que son más
fuertes que vosotros, y que os han de hacer cautivos de buen
o
mal grado? Una decisión así tomada voluntariamente será para
vuestra salvación; si, por el contrario, sois arrasados por
las
armas, vuestra suerte estará llena de peligros y
calamidades.
3. Tanto el pueblo como los legados oyeron al comandante
decir estas palabras, y se las transmitieron a Ezequías. Él,
despojándose de la vestidura real y cubriéndose con un saco,
en
actitud humilde suplicó a Dios y le rogó que le ayudara,
pues no
tenía a nadie más en quien confiar. Luego envió mensajeros y
sacerdotes a Isaías el profeta, pidiéndole que rogara a Dios
e
hiciera sacrificios por la salvación de todos, invocando la
cólera
del Señor sobre los enemigos y piedad para su propio pueblo.
El
profeta después de hacer lo que le pedían, en nombre de Dios
animó y
208
confortó al rey y a sus amigos, profetizando que los
enemigos,
sin lucha ninguna serían vencidos y se alejarían
ignominiosamente, deponiendo toda la ferocidad que
ostentaban,
pues Dios los perdería. Además predijo que Senaquerib, rey
de
los asirios, fracasaría en su campaña contra los egipcios y
que, al
regresar a su patria, moriría por el hierro.
4. Por la misma época el asirio envió cartas a Ezequías, en
las
cuales le decía que se portaba como un loco, si creía poder
escapar a su yugo, y que había sometido a pueblos mayores y
de
mayor importancia. Si no abría las puertas de Jerusalén
espontáneamente a su ejército, lo amenazaba con que él y su
pueblo serían muertos, una vez en su poder. Leídas estas
cartas,
Ezequías mantuvo sin embargo su buen ánimo, por la confianza
que depositara en Dios. Dobló las cartas y las depositó en
el
Templo.
De nuevo rogó a Dios que cuidara de la ciudad y de la
seguridad de todos; Isaías, su profeta, le dijo que su
súplica
había sido oída, que por ahora dejarían de sufrir el asedio
del
asirio y que, en cuanto a lo futuro, libres de sus ataques,
cultivarían en paz sus campos y cuidarían sus asuntos.
Poco después el rey de los asirios, habiendo fracasado en su
incursión contra los egipcios, regresó a su país sin
terminar la
empresa, por la siguiente razón. Perdió mucho tiempo en el
asedio de Pelusio. Las plataformas que había levantado para atacar
las murallas de la ciudad eran muy altas y estaba a punto de
emprender el ataque, cuando supo que Tarsices, rey de
Etiopía,
con un gran ejército avanzaba por el desierto para ayudar a
los
egipcios y había resuelto bruscamente invadir el país de los
asirios.
Estas noticias turbaron a Senaquerib quien, como dije, antes
de dar término a la empresa, se alejó, abandonando a
Pelusio.
Herodoto, en el segundo libro de sus Historias, atestigua
que
este rey Senaquerib se había dirigido contra el rey de los
egipcios, que era sacerdote de Hefaistos, y después de
sitiar a
Pelusio, abandonó el sitio por la siguiente razón: el
sacerdote de
los egipcios oró a Dios, quien lo oyó y envió una plaga al
árabe.
Herodoto se equivoca al llamarlo rey de los árabes, y no de
los
209
asirios. Narra que una gran multitud de ratones en una sola
noche se comió los arcos y demás armas de los asirios; por
lo cual
el rey, en vista de que no disponía de arcos, retiró al
ejército de
Pelusio. En esta forma lo explica Herodoto. También Beroso,
que
escribió sobre los caldeos, recuerda a Senaquerib, que reinó
entre
los asirios e hizo guerra a toda el Asia y a Egipto, en esta
forma...1
5. Senaquerib, de la expedición de Egipto regresó a
Jerusalén,
donde encontró a las tropas comandadas por Rapsaces en gran
peligro por la peste. Dios les envió una enfermedad que, en
la
primera noche en que sitiaron a la ciudad mató a ciento
ochenta
mil soldados, con sus capitanes y centuriones. Afectado de
temor
y dolor a causa de esta calamidad y preocupado por el ejército,
con las tropas que le quedaban escapó y se retiró a su
ciudad,
que se llamaba Nínive. Al poco tiempo, murió asesinado a
traición por sus dos hijos mayores Adramelec y Sarasar; su
cuerpo fué depositado en su propio templo, denominado
Araska2
.
Los hijos, perseguidos por los ciudadanos a causa de la
muerte
del padre, se refugiaron en Armenia; en el reino le sucedió
Asaracodas. Así terminó la expedición de los asirios contra
Jerusalén.
1
Las opiniones están
divididas sobre si falta a continuación la cita de Beroso, o si ésta se
encuentra incluida en
el relato del párrafo siguiente.
2
Según la Biblia, fué
muerto cuando oraba a Nisroc en su templo.
2
210
CAPITULO II
Enfermedad de Ezequías; la promesa de Dios. La emba
jada del rey de Babilonia. Isaías profetiza la destrucción
de la dinastía de Judá
1. Ezequías, libre de tantos peligros en forma inesperada,
juntamente con el pueblo ofreció sacrificios a Dios; porque
sólo la
intervención divina pudo haber producido el exterminio de
una
parte del enemigo por la peste y la fuga del resto por temor
al
mismo fin. Poco después de este testimonio de piedad,
enfermó
gravemente, tanto que los médicos perdieron toda esperanza;
él
mismo, al igual que los amigos, esperaba lo peor. Se
agregaba a
la enfermedad una profunda angustia, al pensar que carecía
de
hijos y que se iría de esta vida sin heredero y sin legítimo
sucesor en el reino. Sumamente afligido por estos
pensamientos
y condolido de su suerte, pidió a Dios que le alargara la vida,
hasta que tuviera un hijo y que no permitiera que exhalara
el
alma antes, de que llegara a ser padre1
. Dios se compadeció de su
situación y accedió a su pedido, puesto que no se lamentaba
de la
muerte por miedo de verse privado de los bienes del reino ni
pedía que por esta razón se le otorgara una existencia más
larga,
sino para poder tener hijos que lo sucedieran en el trono.
Envió al profeta Isaías a anunciarle que a los tres días
quedaría libre de la enfermedad y que, después de haberse
recuperado, viviría quince años y tendría hijos. El rey,
luego que
oyó lo que el profeta le decía por mandato de Dios,
desconfió,
porque la enfermedad era sumamente grave y lo prometido era
algo inopinado. Pidió a Isaías que le otorgara una señal o
prodigio, a fin de que pudiera creer aquello que afirmaba
provenir de Dios, pues los acontecimientos extraordinarios y
que
1
Esta ansiedad de
Ezequías por morir sin dejar hijos no figura en la Biblia.
211
superan la esperanza se atestiguan también con algo
extraordinario.
Interrogado por el profeta qué signo quería, respondió que
hiciera que el sol, ya inclinado a los diez grados, que
expandía
sombra en el palacio, retrocediera a su punto de partida, de
modo que continuara la luz. Habiendo el profeta orado a Dios
para que le otorgara esta señal, vió el rey lo que quería.
Convaleció de la enfermedad2
y ascendió al Templo
y dió gracias
a Dios, adorándolo.
2. Aconteció en esta época que el imperio de los asirios fué
destruido por los medas, sobre lo cual he de hablar en otro
lugar.
Baladás, el rey de los babilonios, envió a Ezequías una
legación
con regalos, y le pidió que hiciera alianza con él. El rey
recibió
bien a los legados y los obsequió, les mostró los tesoros y
el
armamento y toda su riqueza en piedras preciosas y oro;
además
les entregó regalos para el rey Baladás3
. Isaías fué a verlo y le
preguntó de dónde procedían los que habían venido; respondió
que de Babilonia, donde estaba su señor, a los cuales les
mostró
todo, de modo que, luego de contemplar sus riquezas y
abundancia, conjeturando por esto su poder, se lo anunciaran
al
rey. El profeta agregó:
-Debes saber que, dentro de poco tiempo, estas riquezas
serán
trasladadas a Babilonia; y tus hijos, convertidos en
eunucos, perdida su virilidad, servirán al babilonio.
Dios vaticinaba estos hechos. Ezequías, afligido por lo que
le
decía, pidió que su pueblo no sufriera estas calamidades; y
puesto que lo decidido por Dios no podía cambiarse, rogó que
por
los menos mientras él viviera gozara de paz.
Beroso menciona también al rey de los babilonios, Baladás.
Por lo demás el profeta, reconocido por todos como inspirado
por
Dios, anunció hechos muy ajustados a la verdad, con la
seguridad de que no decía falsedad ninguna, y dejó por
escrito
todo lo que profetizó para que la posteridad juzgara. No
2
Josefo no menciona la
masa de higos indicada por Isaías, con la que le curan la llaga a Ezequías (2
Reyes, 20,
7).
3
La Biblia no habla de
regalos.
212
solamente este profeta, sino otros en número de doce,
profetizaron lo que nos ha acontecido, tanto bueno como
malo, lo
cual se ha cumplido. Hablaremos de cada uno de ellos en
particular.
213
CAPITULO III
Reinado de Manasés; su impiedad. El rey de Babilonia
toma prisionero a Manasés. El rey regresa a Jerusalén y
vive piadosamente
1. Ezequías, después de haber sobrevivido el tiempo que
dijimos, disfrutó de paz durante toda esta época y murió siendo de
cincuenta y cuatro años, luego de reinar durante
veintinueve.
Manasés, su hijo, que le sucedió en el trono, hijo de
Aquiba,
ciudadana, se apartó de los ejemplos del padre; hizo todo lo
contrario, cometiendo toda clase de maldades e imitando a
los
israelitas en aquellos delitos que fueron causa de su
perdición; se
atrevió a profanar el Templo, al igual que la ciudad y todo
el
país. Su desprecio por Dios llegó a tales extremos que
condenó a
muerte cruelmente a los más virtuosos de los hebreos, sin
perdonar ni aun a los mismos profetas. Todos los días había
degüellos, de tal manera que la sangre corría por Jerusalén.
Indignado Dios por estos hechos, envió un profeta al rey y
al
pueblo, por cuyo intermedio los amenazó de que iban a sufrir
las
mismas calamidades que sufrieron los israelitas al
ofenderlo. No
dieron fe a estas palabras, para escapar al mal futuro. Sin
embargo, los hechos comprobaron que eran verdaderas las
profecías.
2. Como continuaron cometiendo los mismos crímenes, Dios
decidió que el rey de los babilonios y de los caldeos les
hiciera la
guerra. Éste envió un ejército a Judá que devastó el país y
astutamente se apoderó del rey Manasés y se lo llevó a Babilonia, de
modo que lo pudiera castigar en la forma que quisiera.
Manasés
comprendió por fin a qué calamidades se había expuesto y que
las tenía bien merecidas; rogó a Dios que infundiera
sentimientos humanitarios a sus enemigos. Dios accedió a su
214
pedido. Así que Manasés, librado por el rey de Babilonia, se
restituyó a su reino.
Una vez en Jerusalén, procuró de todas maneras apartarse de
sus antiguos errores; arrepentido, se esforzaba en ser
verdaderamente piadoso. También consagró el Templo, purificó a la
ciudad, y por lo demás hizo lo posible por conducirse en
todo
como un hombre agradecido a Dios y por conservarlo propicio
mientras viviera. Enseñó al pueblo a hacer lo mismo, de modo
que comprendiera a qué calamidad se había expuesto por
observar un método de vida contrario.
Habiendo restaurado el altar, ofreció los sacrificios
acostumbrados, según la ley de Moisés. Después de preocuparse de todas
aquellas cosas convenientes a la religión, se cuidó de la
seguridad de Jerusalén. Reparó con el mayor cuidado los
muros
antiguos y rodeó a la ciudad de un segundo muro; hizo
levantar
torres muy altas y suministró toda clase de víveres,
especialmente trigo, a las fortificaciones que estaban
frente a la
ciudad.
Transformado de esta manera, así se comportó durante el
resto de su vida; se lo consideró justo y digno de imitación
desde
el día en que empezó a ser piadoso con Dios.
Después de vivir durante sesenta y siete años, falleció,
habiendo reinado por espacio de cincuenta y cinco años. Fué
sepultado en su propio jardín. El reino pasó a su hijo Amó
cuya
madre se llamaba Emalsema, originaria de la villa de Yabaté.
215
CAPITULO IV
Muerte de Amó Lo sucede Josías; sus virtudes. La pro
fetisa Olda predice la destrucción de Judá. Juramento de
fidelidad del pueblo. Abolición del culto de Jeroboam;
extirpación de la idolatría
1. Este rey fué imitador de su padre en los pecados que
cometiera en su juventud; murió en un complot tramado por sus familiares,
después de vivir veinticuatro años y reinar dos.
El pueblo reaccionó contra sus matadores. Sepultaron a Amós
con su padre y entregaron el reino a su hijo Josías, de ocho
años
de edad, y cuya madre, llamada Jedis, era del pueblo de
Boscat.
Poseía muy buen carácter y estaba muy bien dispuesto
naturalmente para el bien; emuló las virtudes que practicara el rey
David, a quien tomó como modelo y norma de su vida. Desde
los
doce años, manifestó su piedad y justicia.
Enseñó al pueblo la moderación, y procuró que rechazaran los
ídolos, pues no eran dioses, y adoraran al Dios paterno.
Puesto
que se habían apartado de lo que hicieron sus mayores,
sabiamente los corregía en los actos menos justos, como si
fuera
hombre de mucha edad y muy bien dotado para ver lo que más
convenía. Si consideraba que algo estaba bien y debidamente
realizado, lo conservaba e imitaba. Se comportaba así porque
estaba dotado de mente perspicaz e ingenio diligente,
obediente
a los consejos y tradiciones de los ancianos. Seguidor como
era de
la ley, todo le iba prósperamente en el gobierno del país y
en su
piedad hacia Dios, tanto más cuanto que no tomó como ejemplo
la iniquidad de sus predecesores, sino que los apartó de su
consideración.
Recorrió la villa y todo el país e hizo cortar los bosques
consagrados a los dioses extranjeros y destrozó sus altares, y si encon216
traba alguna ofrenda consagrada por sus antepasados la
arrancaba con gran desprecio. En esta forma apartó al pueblo
del falso culto y lo convirtió al culto de Dios; hizo
ofrecer las
víctimas acostumbradas como se hacía anteriormente.
Nombró también jueces e inspectores, para que resolvieran
las diferencias que existieran entre los ciudadanos,
teniendo
especialmente en cuenta lo justo y equitativo, y
defendiéndolo
como si se tratara de la propia vida. Luego envió mensajeros
por
todo el territorio con la orden de anunciar que los que quisieran
podían presentar oro y plata para la refección del Templo,
cada
uno según su voluntad y de acuerdo con sus medios.
Reunidos los fondos, encomendó los trabajos y los gastos
necesarios a Amasías, gobernador de la ciudad, al escriba Safán, al
cronista Joat y a Eliacias el pontífice. Éstos, con todo
cuidado y
diligencia, pusiéronse a trabajar, reunieron a los
arquitectos y
todo lo que se necesitaba para la reparación del Templo. El
Templo quedó de tal manera restaurado que se hizo a todos
patente la piedad del rey.
2. En el año décimoctavo de su rei'iado, ordenó que se
comunicara a Eliacias el pontífice que, después de haber fundido la
plata que quedaba, fabricara cráteras, vasos y copas para el
servicio divino. E igualmente todo el oro y plata que
estuviera en
el tesoro, se utilizara también en la confección de cráteras
y
utensilios similares.
Mientras el pontífice Eliacias recogía el oro, encontró
casualmente los libros sagrados de Moisés guardados en el Templo; los
retiró y los envió al escriba Safán. Éste, después de
haberlos
leído, se presentó ante el rey y le anunció que todo se
había
cumplido de acuerdo con lo ordenado; le leyó también los
libros
de Moisés.
Oída su lectura, el rey rasgó sus vestiduras e hizo llamar a
Eliacias el pontífice, al mismo escriba y a algunos de sus
amigos
más íntimos y los envió a ver a la profetiza Olda, esposa de
Salum, varón ínclito y noble. Les ordenó que le dijeran, una
vez
en su presencia, que aplacara a Dios y lo hiciera propicio.
Temía
que, a causa de las faltas que sus antepasados cometieron
contra
la ley de Moisés, fueran deportados y arrancados de sus
tierras,
217
y privados de todo llevaran una vida miserable y así
murieran en
medio de gente extraña.
Después que la profetiza escuchó a los mensajeros del rey,
orde. nóles que le comunicaran que la divinidad había dado
su
sentencia y que nadie podía ahora revocarla. El pueblo
perecería,
sería expulsado de su región, todos sus bienes le serían
confiscados; y este por haber violado la ley y porque, a
pesar de
haber dispuesto de tanto tiempo, no habían hecho penitencia,
a
pesar de que los profetas les avisaban que volvieran a su
sano
juicio y les habían predicho el castigo de sus delitos.
Para que se comprobara que nada falso contenía lo predicho
por los profetas; para que vieran que Dios existía, todo se
cumpliría. Sin embargo, por él, por haber permanecido justo, las
calamidades se demorarían; pero cuando dejara de pertenecer
a
los vivos, se realizaría lo decretado.
3. Una vez recibido este vaticinio de la mujer, regresaron y
lo
contaron al rey. Éste envió mensajeros a todas partes, para
que -
ordenaran que se presentaran los sacerdotes y levitas de
cualquier edad que fueran. Una vez congregados, en primer
lugar les leyó los libros sagrados; luego, poniéndose de pie
en la
tribuna, obligó a todos a comprometerse con juramento a
adorar
a Dios y observar la ley de Moisés. Dieron su asentimiento y
se
obligaron a seguir el consejo del rey, retirándose. En
seguida
ofrecieron sacrificios y rogaron a Dios que se dignara
aceptarlos
y mirarlos misericordiosamente.
Después ordenó al pontífice que si quedaba algún vaso de los
consagrados por sus mayores a los ídolos y dioses
extranjeros, se
lo trajera. Se encontraron muchos, y luego de haberlos
destruido
por medio del fuego, dispersó las cenizas; también hizo
matar a
los sacerdotes de los ídolos que no pertenecían a la raza de
Aarón1
.
4. Llevadas a cabo estas cosas en Jerusalén, visitó al país.
Destruyó por completo todo lo que hiciera Jeroboam en honor
de
los dioses extranjeros; destruyó en el fuego los huesos de
los
falsos profetas, en el primer altar que había elevado
Jeroboam.
1
Detalle agregado por
Josefo, y que no figura en la Biblia.
218
Como antes dijimos, todo esto lo había predicho un profeta
que
se presentó ante Jeroboam delante del pueblo, anunciando que
lo
llevaría a cabo un hombre de la progenie de David, de nombre
Josías...2
Todo se cumplió,
después de trescientos sesenta y un
años.
5. Después el rey Josías se dirigió a aquellos israelitas que
no
habían sido reducidos al cautiverio y servidumbre por los
asirios.
Los persuadió de que dejaran de obrar impíamente, que
abandonaran el culto de dioses extraños, que piadosamente adoraran al
Dios de sus antepasados, el verdadero, y que le fueran fieles.
Además inspeccionó los pueblos y las casas, para comprobar
si alguien guardaba ídolos. También destruyó los carros que
fabricaron sus antepasados, destinados al culto del sol, y
cualquier otra cosa que se adorara como dios.
3 Luego de recorrer el país, convocó al pueblo en Jerusalén
para celebrar la fiesta de los ázimos, que también se
denomina
Pascua. Dió al pueblo, como víctimas pascuales, treinta mil
cabritos y corderos de leche y tres mil bueyes para los
sacrificios.
Además los principales de los hebreos entregaron a los
sacerdotes, en celebración de la Pascua, dos mil seiscientos
corderos, e igualmente los jefes de los levitas les dieron
cinco mil
corderos y quinientos bueyes. Con tan gran número de
víctimas,
los sacrificios se hicieron de acuerdo con la ley de Moisés,
presidiendo uno de los sacerdotes y ayudando el pueblo.
Nunca
se había celebrado una Pascua tan solemne desde los tiempos
de
Samuel, todo de acuerdo con la ley y las costumbres patrias.
Después Josías, habiendo vivido en paz, abundando en
riquezas
y lleno de gloria, falleció de la siguiente manera.
CAPITULO V
Josías intenta oponerse a Necao que quiere pasar por su
territorio; su muerte. Reinado de Joacaz. Necao le opone a
Joacim. Muerte de Joacaz
2
Aquí hay una laguna
en el texto.
219
1. Necao, rey de los egipcios, después de reunir un
ejército, se
dirigió al río Eufrates, para hacer la guerra a los medos y
babilonios que habían destruido el dominio de los asirios.
Codiciaba reinar en Asia. Al llegar al pueblo de Mendé, dentro del
territorio de Josías, éste le impidió que llevara a cabo una
expedición contra los medos pasando por su territorio. Necao le envió
un mensajero, para comunicarle que el ejército no estaba
contra
él, sino que quería pasar el Eufrates; y le aconsejó que no
lo
irritara, prohibiéndole pasar por su territorio y
exponiéndose a
que lo atacara.
Josías no accedió al pedido de Necao, y siguió determinado a
impedirle el tránsito por su territorio. Creo que el destino
lo
empujaba a tomar esta actitud, para provocar su perdición.
Mientras organizaba su ejército y lo inspeccionaba desde un
carro de un extremo a otro, un egipcio le lanzó una flecha
que
calmó su ardor belicoso. Como sufría intensamente, hizo
sonar
las trompetas y se retiró a Jerusalén. Murió de esta herida
y fué
sepultado en los sepulcros de sus antepasados, luego de
haber
vivido treinta y nueve años, y reinado treinta y uno.
El pueblo lo lloró intensamente, durante muchos días, con
abundantes lágrimas y tristeza. El profeta Jeremías le
compuso
una elegía fúnebre, que todavía subsiste en la actualidad.
Este
profeta anunció también las calamidades que iban a acontecer
a
la ciudad, y dejó por escrito la ruina que ocurriría en
nuestro
tiempo1
, así como la captura de Babilonia.
No fué el único en predecir estos hechos al pueblo, sino que
también el profeta Ezequiel dejó dos libros escritos sobre
lo mismo2
. Ambos profetas eran de estirpe sacerdotal. Jeremías vivió
en Jerusalén desde el año décimotercero del reinado de
Josías
hasta la destrucción del Templo y de la ciudad. En su lugar,
explicaremos lo perteneciente a este profeta.
2. Muerto Josías, conforme hemos,, explicado, lo sucedió en
el
reino su hijo Joacaz, siendo de edad de veintitrés años.
Reinó en
1
Se refiere a la toma
de Jerusalén por Tito.
2
La Biblia contiene un
solo libro de Ezequiel.
220
Jerusalén; su madre era Amitala, del pueblo de Lobana. Fué
malo y de costumbres perversas. El rey de los egipcios, al
regresar de la guerra, obligó a que se presentara Joacaz en
la
ciudad llamada Amata, que se encuentra en Siria; ya en su
presencia, lo hizo encadenar y entregó el reino a su hermano
mayor, del mismo padre, de nombre Eliacim, después de haber
cambiado su nombre por el de Joacim. Le impuso un tributo de
cien talentos de plata y uno de oro. Joacim lo pagó. Necao
se
llevó consigo a Joacaz a Egipto, donde Joacaz murió; había
reinado tres meses y diez días. La madre de Joacim se
llamaba
Zabuda, del pueblo de Abuma. Era de índole injusta y
malévola,
sin piedad para Dios ni benigna con los hombres.
221
CAPITULO VI
Expedición de Nabucodonosor contra Necao. Pesimistas
profecías de Jeremías. Nabucodonosor entra en Jerusalén;
asesinato de Joacim. Reinado de Joaquim
1. En el cuarto año de su reinado, Nabucodonosor asumió el
gobierno de los babilonios. Por el mismo tiempo y muy bien
pertrechado, ascendió al pueblo de Carcamesa, situado en el
Eufrates, con el propósito de hacer la guerra a Necao, rey
de los
egipcios. Bajo el dominio del último se encontraba toda la
Siria.
Enterado Necao de los propósitos de la expedición que el
babilonio dirigía contra él no se abandonó, y dispuesto a
hacerle
frente, marchó hacia el Eufrates. Pero fué vencido en la batalla
y
perdió miríadas de hombres. En cuanto al babilonio, una vez
pasado el Eufrates, sometió a su poder la Siria hasta
Pelusio, con
la excepción de Judá.
En el cuarto año del reinado de Nabucodonosor, que era el
octavo desde que Joacim gobernaba entre los hebreos, el
babilonio con un gran ejército llevó la guerra contra los
judíos,
exigiendo un tributo a Joacim, amenazándolo con la guerra en
el
caso de que se negara. Atemorizado, éste compró la paz con
dinero y pagó durante tres años el tributo que se le exigía.
2. En el tercer año, al saber que los egipcios se movían
contra
los babilonios, rehusó pagar el tributo; pero sus esperanzas
resultaron fallidas, pues los egipcios no se atrevieron a
emprender la expedición. Fué inútil que Jeremías el profeta
lo
amonestara, diciéndole que en vano ponía su esperanza en los
egipcios, que la ciudad sería destruída por el rey de los
babilonios y que él, Joacim, caería en su poder. Nada logró
con lo
que dijo; nadie escaparía a la perdición. Ni el vulgo ni los
principales atendieron sus advertencias, y en cambio,
222
exasperados porque el profeta vaticinaba contra el rey,
recriminaron a Jeremías y lo acusaron ante los tribunales
pidiendo que fuera castigado1
.
Todos votaron en su contra; sin embargo, los ancianos lo
disculparon y, con mayor sensatez, lo alejaron del tribunal
y
aconsejaron a los otros que no le ocasionaran ningún mal.
Adujeron que no era el único que había profetizado lo futuro
de
la ciudad, sino que Miqueas antes que él había vaticinado
las
mismas cosas, al igual que varios otros; sin embargo,
ninguno de
ellos fué dañado por los reyes de su tiempo, sino honrados
como
profetas de Dios.
Con estas palabras el pueblo se apaciguó y libraron a
Jeremías del suplicio que se había decretado en su contra.
Jeremías escribió todas sus profecías, exponiendo las
calamidades que sobrevendrían a la ciudad y al Templo; se las leyó al
pueblo que ayunaba y se había congregado en el Templo, en el
mes noveno del año quinto del reinado de Joacim. Los jefes,
al
oírlo, le arrebataron el libro y lo obligaron a él y a su
escriba
Baruc a que se alejaran, de modo que nadie supiera dónde se
encontraban. En cuanto al libro, lo ofrecieron al rey. Éste,
en
presencia de sus amigos, ordenó a su escriba que lo tomara y
lo
leyera.
Cuando el rey escuchó lo que estaba escrito en el libro, lo
destrozó y lo tiró al fuego, y encendido en ira ordenó que buscaran a
Jeremías y a Baruc para castigarlos. Sin embargo, éstos
lograron
evadir su ira.
3. Poco después llegó el rey de los babilonios con un gran
ejército, y Joacim lo recibió, por miedo de lo que había
predicho
el profeta, y con la esperanza de que nada malo acontecería,
puesto que no le cerraba las puertas ni se había preparado
para
la guerra. Pero aquél, una vez dentro de la ciudad, no
cumplió lo
prometido, sino que hizo perecer a los más fuertes y
hermosos de
los jerosolimitanos juntamente con el rey, al cual mandó
dejar
insepulto fuera de las murallas; nombró a su hijo Joaquim
rey de
la ciudad y de la región. Hizo prisioneros a los principales
del
1
Según el texto
bíblico son los sacerdotes y los profetas los que acusan a Jeremías y piden su
muerte, a lo que se
oponen los principales (Jeremías,26,11y16).
223
pueblo en número de tres mil y se los llevó a Babilonia;
entre
ellos se encontraba el profeta Ezequiel, todavía niño. Éste
fué el
fin del rey Joacim, habiendo vivido treinta y seis años y
reinado
once. Su sucesor, Joaquim, reinó tres meses y diez días; su
madre era una ciudadana, de nombre Nosta.
224
CAPITULO VII
Sitio de Jerusalén. Joaquim es reemplazado por Sedecías.
Impiedad de Sedecías. Profecías de Ezequiel. Sedecías se
subleva contra los babilonios. Derrota de los egipcios, alia
dos de Sedecías. Jeremías predice la ruina de Jerusalén y
del Templo
1. El temor se apoderó del rey de los babilonios después de
entregar el reino a Joaquim: sospechó que, recordando la
muerte
de su padre, procuraría arrebatarle la región. Envió, pues,
un
ejército para que asediara a Jerusalén. Joaquim, que era de
carácter manso y justo, no quiso que por su causa la ciudad
se
viera en peligro; reunió a su madre y sus parientes y los
entregó
como rehenes a los jefes enviados por el babilonio, contra
el
juramento de que ni a ellos ni a la ciudad se les
ocasionaría
ningún daño.
Pero la fidelidad a estas palabras no duró ni un año. El rey
de
los babilonios no la cumplió, sino que por cartas ordenó a
los
comandantes que se apoderaran de todos los jóvenes y artesanos
que hubiera en la ciudad, esto es, diez mil ochocientos
treinta
hombres en total, y también de Joaquim, su madre y sus
amigos.
Una vez en su poder, los puso bajo custodia. Nombró rey a
Sedecías, tío de Joaquim, al cual obligó a comprometerse con juramento que le
conservaría la región, que nada nuevo intentaría y
que no pactaría con los egipcios.
2. Sedecías tenía veintiún años cuando recibió el poder; era
hijo de la misma madre que su hermano Joacim. Menospreciaba
lo justo y honesto. Los hombres de edad adulta que lo
rodeaban
eran impíos, y el pueblo cometía las insolencias que más le
placían. Por eso Jeremías, el profeta, se presentó ante el
rey y lo
conminó a que se abstuviera de la compañía de los que se
225
portaban impíamente y contra la ley, que procurara practicar
la
justicia, que no confiara en jefes que eran malos ni creyera
a los
falsos profetas que lo engañaban. Éstos decían que el
babilonio
no atacaría de nuevo a la ciudad y que los egipcios le
declararían
la guerra y conseguirían la victoria. Estas predicciones no
se
basaban en la verdad, y nunca se cumplirían.
Sedecías, mientras escuchaba al profeta, le otorgaba fe y
asentía a lo que decía, creyendo que era verdad; pero sus
amigos
lo corrompían de nuevo y lo apartaban de lo que afirmaba el
profeta, para que les diera crédito a ellos.
También en Babilonia Ezequiel vaticinó calamidades al
pueblo, y después de ponerlas por escrito las envió a
Jerusalén.
El motivo por el cual Sedecías no creyó sus vaticinios fué
el
siguiente. Ambos profetas estaban de acuerdo en que la
ciudad
sería capturada y Sedecías hecho prisionero. Disentían en
que
Ezequiel afirmaba que Sedecías no llegaría a ver Babilonia,
mientras que Jeremías afirmaba que el rey de los babilonios
se
lo llevaría cautivo. Por esto, puesto que las palabras de
los dos
no concordaban, desconfió también de aquello en que estaban
de
acuerdo, como si no fuera verdadero; a pesar de que todo lo
profetizado se cumplió, como se verá oportunamente en su
lugar.
3. Después de ocho años de fidelidad a la alianza hecha con
los babilonios, rompió sus compromisos, y se inclinó por los
egipcios, con la esperanza de que, si se unía con ellos, abatiría por
completo a los babilonios. Al saber esto el rey de los
babilonios
marchó en su contra, devastó la región y ocupó las plazas
fuertes, y llegó a la misma ciudad de Jerusalén con el
propósito
de sitiarla. El egipcio, cuando supo las tribulaciones en
que se
encontraba su aliado Sedecías, con un gran ejército se
dirigió a
Judá, a fin de obligar a levantar el asedio. En vista de
esto el
babilonio se retiró de Jerusalén y, en campaña contra los
egipcios, peleó con ellos, los derrotó y los expulsó de toda
Siria.
Así que el rey de los babilonios se alejó de Jerusalén, los
falsos profetas engañaron a Sedecías, diciéndole que el rey
de
Babilonia no haría la guerra de nuevo, y que los ciudadanos
que
fueron trasladados a Babilonia como cautivos volverían con
los
vasos del Templo que los babilonios se habían llevado del
226
santuario. Pero Jeremías se adelantó, profetizó todo lo
contrario,
que era lo verídico, y dijo:
-Estos profetas obran mal y engañan al rey. Nada bueno hay
que esperar de los egipcios, puesto que, vencidos en la
guerra, el
babilonio se dirigirá de nuevo contra Jerusalén, sitiará la
ciudad,
hará morir de hambre a sus habitantes y se llevará cautivos
a
los sobrevivientes. Robará las riquezas, se apropiará de los
bienes del
Templo, y lo incendiará; y destruirá completamente a la
ciudad. - De modo que, por espacio de setenta años, lo
serviremos
a él y a su posteridad; después los persas y medos nos
librarán
de la servidumbre al destruir el imperio de los babilonios.
Una
vez libres regresaremos a esta tierra y edificaremos de
nuevo el
Templo y la ciudad de Jerusalén.
Jeremías persuadió a la mayoría; pero los jefes y los impíos
lo
hicieron a un lado como si se tratara de un loco. Determinó
irse a
su ciudad natal, de nombre Anatot, situada a veinte estadios
de
Jerusalén; pero un oficial lo encontró en el camino, lo
detuvo, y lo
calumnió de que se proponía pasarse a los babilonios. El
profeta
respondió que se lo acusaba de un falso crimen y que su
intención era regresar a su patria. Pero no lo convenció y
lo llevó
ante los jueces, para que lo juzgaran.
Estos, después de haberle hecho sufrir toda clase de
torturas
y violencias, lo pusieron en prisión para luego castigarlo.
Y así
estuvo durante un tiempo sometido a un trato inicuo.
4. En el año noveno del reinado de Sedecías y en el día
décimo
del décimo mes, de nuevo el rey de los babilonios marchó
contra
Jerusalén, acampó frente a la ciudad y la sitió con gran
ardor
por espacio de dieciocho meses. Simultáneamente sobre la
Jerusalén sitiada se abatieron el hambre y la peste, dos
terribles
plagas, que se propagaron en gran manera.
Interin Jeremías, encarcelado, no estaba quieto, sino que a
grandes voces predicaba al pueblo, instándolo a que abriera
las
puertas al babilonio; si lo hacían, podrían salvarse; de lo
contrario, morirían.
227
Predecía también que los que permanecieran en la ciudad de
todas maneras tendrían que morir, de hambre o bajo el hierro
del enemigo; pero si buscaban el refugio del enemigo;
evadirían
la muerte. Los jefes que lo oyeran. no le dieron crédito, a
pesar
de encontrarse en gran peligro; indignados, lo denunciaron
al
rey, con la acusación de que el profeta había enloquecido,
que los
desanimaba y que con el anuncio de tantas calamidades
debilitaba el entusiasmo del pueblo. Decían que mientras
estaban decididos a exponerse por el rey y la patria, el
profeta
los exhortaba a que se entregaran al refugio del enemigo,
pues la
ciudad sería capturada y todos exterminados.
5. Pero el rey, por su índole buena y justa, era incapaz de
encolerizarse contra Jeremías; sin embargo, para no atraerse
la
enemistad de los jefes en estas circunstancias, permitió que
hicieran lo que quisieran con el profeta. Con esta
concesión, de
inmediato fueron a la cárcel; sacaron al cautivo y lo
llevaron a
un pozo lleno de lodo y lo bajaron a él con cuerdas, para
que
muriera ahogado. El lodo le llegaba hasta la garganta.
Uno de los servidores del rey, que por entonces era tenido
en
mucho aprecio, de raza etíope, contó al rey lo que habían
hecho
con el profeta, diciendo que era una iniquidad de parte de
los
amigos del rey y de los jefes el haber sumergido al profeta
en el
barro, dándole una muerte más cruel que la que se da a un
prisionero con la espada. Cuando oyó esto el rey, se
arrepintió de
haber dejado al profeta en poder de los jefes; ordenó al
etíope que
con treinta criados de la casa real, con cuerdas y con todo
lo que
fuera necesario se esforzaran en sacar a Jeremías del pozo.
El
etíope y sus acompañantes extrajeron a Jeremías del pozo y
lo
dejaron en libertad.
6. El rey lo mandó llamar secretamente, para que le hablara
de parte de Dios y lo ayudara. Jeremías le contestó que
ciertamente tenía algo que decirle, pero agregó que no le
daría
crédito ni tendría en cuenta sus exhortaciones.
-¿Qué mal he cometido -dijo-, para que tus amigos
determinaran perderme? ¿Dónde se encuentran ahora aquellos que afirmaban que el
babilonio no volvería para hacer la guerra y que te
228
engañaban? Temo todavía que si digo la verdad, no me
castigues
con la muerte.
El rey le prometió con juramento que no lo mataría ni lo
entregaría a los jefes. Confiado en este juramento, le
aconsejó
que rindiera la ciudad al babilonio; agregó que éste era el
oráculo
de Dios expresado por su boca, si quería salvarse, escapar a
un
peligro inminente y si no quería que la ciudad y el Templo
fueran totalmente destruídos. Pero si no lo cumplía, sería
causa
de todos estos males para los ciudadanos y para él mismo y
los
suyos.
Cuando oyó estas palabras el rey le dijo que por su parte
preferiría seguir sus indicaciones, pero que temía a los
tránsfugas que se habían pasado al lado del babilonio y que
lo
calumniarían, y el rey de Babilonia lo haría torturar. El
profeta
lo animó y le dijo
que el miedo de ser atormentado carecía de fundamento; nada
malo le acontecería si rendía la ciudad a los babilonios, ni
a él ni
a sus hijos, ni a sus mujeres, y que el mismo Templo
quedaría
ileso.
Después de haber anunciado estas cosas el rey dejó libre a
Jeremías, pero le prohibió que comunicara lo que habían
hablado, ni aun a los jefes. Si se enteraban de la
entrevista, que
les dijera que lo había visitado para solicitarle que lo
librara de
la cárcel y de las cadenas. Y así les habló, de acuerdo con
lo
ordenado por el rey; pues le preguntaron qué le había dicho
al
rey. Estas fueron las palabras cambiadas.
229
CAPITULO VIII
Sitio de Jerusalén. Caída de la ciudad. Sedecías es captu
rado. Duración del reino de los judíos. Saqueo e incendio
del Templo; deportación del pueblo y de los nobles. Muer
te de Sedecías
1. El babilonio sitió enérgica y tenazmente a Jerusalén.
Construyó torres con tierra amontonada, desde las cuales rechazaba a
los que luchaban desde las murallas. También hizo levantar
alrededor terrazas de la misma altura que las murallas. Por
su
parte los defensores soportaron el sitio con gran vigor y
resistencia. No sucumbieron ni al hambre ni a la peste, a
pesar
de que eran atormentados por estas calamidades, sino que
antes
bien se reanimaban para sufrir las asperezas de la guerra.
No
los aterrorizaron las invenciones y construcciones de los
enemigos, e imaginaron nuevas máquinas para oponérselas.
Hubo entre jerosolimitanos y babilonios una pugna de
invención
e ingenio, pues mientras unos creían que se apoderarían de
la
ciudad gracias a su habilidad, los otros esperaban que
inventando sin tregua ni reposo medios para defenderse,
inutilizarían las máquinas de sus enemigos. Lo sufrieron
durante dieciocho meses, hasta que fueron consumidos por la
peste y destruídos por las flechas que los enemigos les
lanzaban
desde las altas torres.
2. La ciudad fué capturada en el año undécimo del reinado de
Sedecías, en el día noveno del cuarto mes. Cayó en poder de
los
comandantes babilonios, a quienes Nabucodonosor ordenó el
sitio de la ciudad, pues él se encontraba en la villa de
Reblata.
Los nombres de los comandantes que sometieron a Jerusalén,
si
es que alguien quiere saberlos, eran los siguientes:
Nergelear,
Aremanto, Semegar, Nabosar y Ecarampsaris.
230
La ciudad fué capturada cerca de la medianoche. Los jefes
enemigos entraron en el Templo, y cuando lo supo el rey
Sedecías, en compañía de sus mujeres, hijos, capitanes y
amigos,
se escapó de la ciudad a través de una torrentera
fortificada y
por el desierto. Algunos tránsfugas lo informaron a los
babilonios
que, al alba, se lanzaron en su persecución; los alcanzaron
y
rodearon cerca de Jericó. Los amigos y capitanes, que
acompañaron a Sedecías en su fuga, al ver a los enemigos, se
dispersaron cada cual por su cuenta, buscando salvarse.
Sedecías fué capturado con unos pocos acompañantes; y con
sus
hijos y mujeres lo llevaron ante el rey.
Nabucodonosor lo trató de impío y traidor a los pactos, pues
no-había cumplido las promesas de conservarle la región. Le
reprochó su ingratitud, pues habiendo obtenido el reino gracias a
él, después de quitárselo a Joaquim para entregárselo, se
rebeló
contra su benefactor.
-Pero -dijo-, Dios es grande, e indignado de tu conducta te
ha
entregado en mis manos.
Después de increpar a Sedecías con estas palabras, ordenó
que sacrificaran a sus hijos y amigos en su presencia, y
ante los
demás cautivos. Luego hizo sacar los ojos a Sedecías y lo
llevó
encadenado a Babilonia. Y esto le aconteció, de acuerdo con
lo
que fué predicado por los profetas Jeremías y Ezequiel. Con
su
boca hablaría al babilonio y con sus ojos lo vería, según
dijo
Jeremías. Sin embargo, privado de la vista y llevado a
Babilonia
no vió a la ciudad, de acuerdo con lo que predijo Ezequiel.
3. Hemos relatado estos hechos, para que los ignorantes
escudriñen la naturaleza divina, tan variada y fértil en recursos.
Hace que acontezca cada cosa a su tiempo y orden y predice
lo
futuro. Esto muestra también la ignorancia y la incredulidad
de
los hombres que, imposibilitados de prever lo que ha de
venir, de
improviso se ven envueltos en calamidades que son incapaces
de
evitar.
4. Este es el fin que tuvieron los reyes de la estirpe de
David.
En número de veintiuno gobernaron por espacio de quinientos
catorce años, seis meses y diez días. Durante veinte años el
reino
perteneció a Saúl que era de diferente tribu.
231
5. El babilonio envió a Jerusalén a su general Nabuzaradán
para que saqueara el Templo; le ordenó que lo incendiara al
igual que el palacio real, que arrasara la ciudad y
transportara
el pueblo a Babilonia. Llegó a Jerusalén en el año undécimo
del
reinado de Sedecías, saqueó el Templo, expropió los vasos de
oro
y plata consagrados a Dios, así como la gran vasija dedicada
por
Salomón, las columnas de bronce con sus capiteles, las mesas
de
oro y los candelabros. Después que se apoderó de todo esto,
incendió el Templo en el quinto mes, en el día primero, año
undécimo del reinado de Sedecías y el décimoctavo de
Nabucodonosor. Incendió también el palacio y arrasó la
ciudad.
El Templo fué incendiado a los cuatrocientos setenta años,
seis
meses y diez días de su fundación 1 hacía mil sesenta y dos
años,
seis meses y diez días que el pueblo había salido de Egipto.
Desde el diluvio hasta la destrucción del Templo habían
pasado
mil novecientos cincuenta y siete años, seis meses y diez
días; y
desde la creación de Adán, tres mil quinientos trece años,
seis
meses y diez días. Esto en cuanto al número de años; lo que
aconteció durante este período lo hemos explicado
detalladamente.
El general del rey de los babilonios, después de destruir el
Tem. plo y deportar al pueblo, hizo cautivos a Sareas, el
sumo
pontífice, y al que estaba en segundo lugar, Sofonías, a los
tres
jefes de la guardia del Templo, al eunu..,) colocado al
frente de
los hombres de armas, siete amigos de Sedecías, su escriba y
otros sesenta jefes. A todos ellos, con los vasos que robó,
los llevó
a Reblata, ciudad de Siria. Allí el rey hizo cortar la
cabeza al
pontífice y a los jefes, y se llevó a los cautivos a
Babilonia, entre
ellos a Sedecías. Además se llevó encadenado a Josadoc, sumo
pontífice, hijo del sumo pontífice Sareas, a quien mató en
Reblata, como hemos dicho antes.
6. Puesto que hemos reseñado la raza de los reyes, quiénes
fueron y cuántos años vivieron y reinaron, nos parece
también
conveniente decir los nombres de los sumos pontífices que
obtuvieron esta dignidad bajo los reyes. El primero fué Sadod en el
Templo construído por Salomón; le sucedió su hijo Ajimás y
después Azarías; a éste Joram. A Joram, Isu, y de éste lo recibió
Axioram; después Fideas, a Fideas le sucedió Sudea, a Sudea,
232
Juelo, y a Juelo, Jotam, y a Jotam, Urías, a Urías, Nerías,
y a
Nerías, Odeas; a éste le siguió Salum, a Salum, Elcías, a
Elcías,
Sareas y a éste finalmente Josadoc, que fué llevado en
cautividad a Babilonia. Todos éstos, de padres a hijos,
ejercieron
el pontificado.
7. El rey, una vez en Babilonia, retuvo a Sedecías en la
cárcel
hasta que murió. Lo sepultó con honores reales. Dedicó a sus
dioses los vasos de que había despojado al Templo de
Jerusalén.
En cuanto al pueblo lo estableció en el país de Babilonia y
libró
al pontífice de las cadenas.
233
CAPITULO IX
Godolías es nombrado gobernadoz"de los judíos que
quedaron en
el país. Jeremías se niega ir a Babilonia. Los fugitivos se
reúnen
con Godolías y se establecen en el país bajo su protección.
Ismael
mata a Godolías. Se pasa a los amonitas. El rey de Babilonia
invade a Egipto; nuevo traslado de los judíos a Babilonia
1. Nabuzardán se llevó cautivo al pueblo judío, dejando a
los
pobres y los tránsfugas, para quienes designó como
gobernador a
Godolías, hijo de Aicamo, un hombre noble, conciliador y
justo, y
ordenó que pagaran un tributo de los campos que cultivaran.
Aconsejó a Jeremías, después de librarlo de la cárcel, que
se
fuera con él a Babilonia, pues el rey había ordenado que
fuera
protegido; y que si rehusaba, que declarara dónde se
establecería
para que se lo comunicaran al rey.
El profeta no quiso seguir a Nabuzardán ni trasladarse a
ninguna otra parte, y prefirió permanecer entre las ruinas de su patria y sus
misérrimos residuos.
El general, conocida su voluntad, ordenó a Godolías que lo
tomara bajo su protección, que le diera lo que deseara; y lo
dejó
ir a donde quisiera, luego de entregarle muchos dones.
Jeremías
se estableció en una ciudad del país llamada Masfate. Pidió
a
Nabuzardán que juntamente con él sacara de la cárcel a su
discípulo Baruc, hijo de Neri, de una familia muy ilustre y
muy
entendido en la lengua nacional.
2. Una vez hecho esto, Nabuzardán se fué a Babilonia. Sin
embargo, aquellos que huyeron de Jerusalén durante el sitio
y
que se dispersaron por el país, informados de que los
babilonios
se habían retirado, y que habían dejado algunos pobladores
en la
tierra de los jerosolimitanos para que la cultivaran, fueron
de
diversas partes a Masfate para reunirse con Godolías. Sus
jefes
eran Juan, hijo de Carea, Jezanías y Sareas, a más de otros.
234
Además había un cierto Ismael, de estirpe real, hombre
perverso
y muy astuto, el cual mientras se sitiaba a Jerusalén, se
refugió
en la casa de Baalim, rey de los amonitas, morando con él
todo
este tiempo.
Godolías aconsejó a todos los que se le reunieron que se
quedaran, sin temor ninguno por los babilonios. Nada malo
les
acontecería si se dedicaban a la agricultura. Se lo afirmó
con
juramento, agregando que él era su defensor, de modo que si
surgiera algún inconveniente, procuraría resolverlo cuanto
antes. Les permitió que habitaran en los pueblos que
quisieran,
y que reclutaran hombres para reconstruirlos y moraran en
ellos. Les aconsejó que prepararan, mientras el tiempo lo
permitiera, trigo, vino y aceite, a fin de que no sufrieran
hambre
en el invierno. Dichas estas cosas, los envió a aquellas
regiones
donde quería vivir cada uno de ellos.
3. Divulgado entre los pueblos vecinos de Judá que Godolías
recibía muy humanamente a los tránsfugas que regresaban y
que les permitía cultivar los campos con la condición de que
pagaran tributo a los babilonios, muchos de ellos también
acudieron a Godolías, para morar en la región. Juan y los
jefes
que estaban con él, tocados por la benignidad y humanidad de
Godolías, lo tuvieron en gran aprecio y le revelaron que
Baalim,
rey de los amonitas, le enviaría a Ismael, el cual a
traición y
ocultamente lo mataría, para gobernar a los israelitas.
Ismael
procedía de estirpe real.
Añadieron que lo librarían de estas maquinaciones, si les
permitía matar a Ismael, sin que nadie lo supiera. Temían que si
asesinaban a Godolías desaparecían totalmente los residuos
del
pueblo de los israelitas. Pero Godolías no prestó fe a lo
que le
decían, pues no podía creer tal comportamiento en un hombre
a
quien había tratado bien. Se negó a creer que un hombre que
cuando se encontraba en gran necesidad había recibido de él
muchos favores, fuera tan ingrato e impío con su benefactor
que
quisiera matarlo con su propia mano. Y en el supuesto de que
esto fuera verdad, prefería morir a manos de Ismael, antes
que
matar a un hombre que había acudido a su lado y puesto su
vida
bajo su salvaguardia.
235
4. Juan y los jefes que con él estaban, en vista de que no
podían persuadir a Godolía4, se retiraron. Después de
treinta
días1
, Ismael se presentó en Basfate ante Godolías, y con él
otros
diez hombres. Godolías les ofreció un gran banquete y
regalos, y
se embriagó durante la recepción. Ismael, dándose cuenta de
ello, al verlo inconsciente y soñoliento a causa del vino,
de
repente con sus amigos se levantó y lo mató, juntamente con
los
que lo acompañaban en la mesa. Inmediatamente después de
esta matanza, salió y mató a todos los judíos que encontró
en la
ciudad, así como también a los soldados que habían dejado
los
babilonios.
Al siguiente día ochenta varones, ignorantes de lo que había
acontecido a Godolías, se presentaron para ofrecerle
regalos. Ismael, así que los vió, ordenó que los hicieran entrar. Una vez
dentro, cerrado el atrio, los asesinó, y sus cuerpos, para
que no
fueran descubiertos, los hizo arrojar a una fosa profunda.
De
estos ochenta perdonó a algunos que le habían pedido tuviera
en
cuenta, antes de matarlos, que de ellos había recibido
muebles,
vestidos y trigo2
. Oído esto, Ismael los perdonó. Redujo a
cautividad al pueblo de Masfate con las mujeres y los niños,
y
entre ellos a las hijas de Sedecías que el general de los
babilonios
Nabuzardán había dejado en poder de Godolías. Realizado todo
esto, volvió a reunirse con el rey de los amonitas.
5. Juan y los jefes que con él estaban, se indignaron en
gran
manera cuando se informaron del crimen cometido por Ismael
en
Masfate y la muerte de Godolías. Cada uno de ellos reunió a
los
soldados de que disponía y partieron para hacer la guerra a
Ismael; lo sorprendieron cerca de la fuente de Hebrón. Los prisioneros de
Ismael se alegraron, a la vista de Juan y de los jefes,
confiados de que venían en su auxilio, de modo que
abandonando
al que los había capturado, se pasaron a Juan. Pero Ismael
con
ocho hombres buscó refugio junto al rey de los amonitas.
Juan recibió a los que se habían evadido de manos de Ismael,
así como también a los eunucos, las mujeres y los niños;
llegó a
cierto lugar denominado Mandra, donde permaneció durante un
1
La versión bíblica
dice que fu¿ "en el séptimo mes".
2
Según la Biblia,
porque le dijeron -diez de ellos- que tenían en el campo abundantes alimentos
(jeremías, 41,
8).
236
día. Determinaron desde allí pasar a Egipto, pues temían que
si
se quedaban en la región, los babilonios, indignados por la
muerte de Godolías, los matarían.
6. En medio de las dudas, Juan hijo de Carea y sus
compafieros, los jefes de la milicia, acudieron a Jeremías, para pedirle
que rogara a Dios que les manifestara lo que debían hacer,
comprometiéndose con juramento a cumplir lo que ordenara
Jeremías. El profeta oró por ellos. Diez días después, Dios
se le
apareció y le ordenó que dijera a Juan, a los otros jefes y
al
pueblo, que si permanecían en su tierra, los tomaría bajo su
cuidado y los libraría de los babilonios; pero si se iban a
Egipto,
acontecería que, a causa de su indignación, sufrirían los
mismos
males que anteriormente habían sufrido sus padres. Jeremías
se
lo comunicó a Juan y al pueblo, pero no creyeron que era por
mandato divino que los instaba a permanecer en la región.
Pensaron que para complacer a su discípulo Baruc, hacía
mentir
a Dios y les aconsejaba que no se fueran a Egipto, a fin de
que
los babilonios los mataran. El pueblo y Juan, desobedeciendo
el
mandato de Dios, pasaron a Egipto, llevándose consigo a
Jeremías y a Baruc.
7. Una vez allí, Dios certificó la veracidad de lo dicho por
el
profeta referente a la campaña que iba a emprender el rey de
los
babilonios contra Egipto; esto es, que algun s de ellos
serían
muertos y otros serían llevados en cautividad a Babilonia. Y
así
aconteció. En el quinto año de la devastación de Jerusalén,
que
es el vigésimotercero del reinado de Nabucodonosor, éste
marchó
con su ejército contra la Celesiria; después de ocuparla,
hizo la
guerra a los amonitas y los moabitas. Una vez que los hubo
dominado, invadió a Egipto para dominarlo. Mató al rey
reinante
y puso a otro en su lugar; hizo de nuevo prisioneros a los
judíos
que se encontraban allí y se los llevó a Babilonia. Es así
como los
hebreos, a quienes tan mal les iba, fueron trasladados dos
veces
más allá del Eufrates, conforme se ha transmitido. Pues las
diez
tribus fueron arrancadas de Samaria por los asirios, bajo el
reinado de Oseas; después por Nabucodonosor, rey de los
babilonios y caldeos, que apresó a los que habían quedado de las diez
tribus en Jerusalén.
237
Pero Salmanasar, después de arrancar a los israelitas de su
región, puso en su lugar a los cuteos que primeramente
habitaban en el interior de Persia y Media; desde entonces
fueron llamados samaritanos por el lugar donde los
trasladaron.
Pero el rey de los babilonios, después de llevarse a las dos
tribus,
a nadie puso en su lugar. Por lo cual toda Judá con Jerusalén
y
el Templo permaneció desierta durante setenta años. Entre la
cautividad de las diez tribus y la deportación de las dos
tribus
pasaron ciento treinta años, seis meses y diez días.
238
CAPITULO X
Daniel y sus tres compañeros. El sueño de Nabucodonosor.
Daniel suplica a Dios que le revele la explicación. Los
compañeros de Daniel escapan milagrosamente del fuego.
Nuevo sueño de Nabucodonosor; Daniel lo explica
1. El rey de Babilonia, Nabucodonosor, tomando a los hijos
de
los nobles de los judíos y los parientes de su rey Sedecías,
que se
distinguían por su fortaleza física y la hermosura de su
rostro,
los confió a pedagogos, para que los instruyeran, después de
haber convertido a algunos de ellos en eunucos. En la misma
forma trató a otros jóvenes de otras naciones que había
reducido
a cautividad. Comían los mismos alimentos que él, y los
hacía
formar en. las tradiciones del país y las letras de los
caldeos.
Estaban bien versados en aquellas ciencias en que se
ejercitaban. Entre ellos se encontraban cuatro de la familia
de
Sedecías1
, hermosos físicamente y dotados de óptimo ingenio.
Sus nombres eran Daniel, Ananías, Misael y Azarías. El
babilonio les mudó los nombres y ordenó que se llamaran:
Daniel, Baltasar; Ananías, Sedraques; Misael, Misaques y
Azarías, Abdénago. A causa de su carácter y por el empeño
que
ponían en los estudios, y por lo que habían adelantado en
conocimientos, el rey los tenía en gran honor y cariño.
2. Pero Daniel y sus compañeros resolvieron vivir
austeramente y abstenerse de las comidas de la mesa real y,
en
general, de toda carne viviente. Hablaron a Ascanes, el
eunuco a
quien habían sido confiados para que los cuidara, y le
dijeron
que consumiera lo que les llevaba de parte del rey y que a
ellos
les diera legumbres y dátiles o cualquier otra cosa, menos
alimento animal. Preferían alimentarse en esta forma y
menospreciaban cualquier otra clase de alimentos.
1
"Hijos de
Judá", dice la Biblia (Daniel, 1, 6).
239
Contestó Ascanes que estaba dispuesto a complacerlos, pero
temía que si llegara a saberse, por la delgadez de sus
cuerpos y
la alteración de sus facciones, pues necesariamente con tal
régimen se les transformaría el cuerpo y el aspecto, sobre
todo en
comparación con los otros jóvenes bien alimentados, temía
que
por ello incurriera en responsabilidad y castigo.
Lograron, sin embargo, persuadir a Ascanes que por espacio
de diez días los sometiera a ese régimen. Si sus cuerpos en
nada
se perjudicaban, continuarían usando del mismo alimentó;
pero
si se tornaban macilentos y en peores condiciones que los
demás,
volverían a comer los alimentos anteriores.
No solamente no desmejoraron, sino que sus cuerpos se
hicieron más robustos y mejor formados, de tal modo que
parecían inferiores aquellos que gozaban de la magnificencia
real, mientras que Daniel y sus compañeros parecía que
nadaban en la abundancia y que vivían lujuriosamente:
Ascanes,
exento de miedo, se quedaba con las comidas que el rey
enviaba
a los jóvenes de su propia mesa, y les entregaba lo que
antes
dijimos. Los jóvenes, con la mente más pura y más clara, y
el
cuerpo más dispuesto para el trabajo, pues no estaban
entorpecidos por la variedad de alimentos ni sus cuerpos se
volvían más muelles, aprendieron con facilidad todas las
doctrinas de los hebreos y los caldeos. Daniel, por otro
lado, más
instruído que los demás en la sabiduría, se dedicó a la
interpretación de los sueños, pues evidentemente la
divinidad
estaba en su favor.
3. Dos años después de la devastación de Egipto, el rey
Nabucodonosor vió en sueños algo que consideró admirable y cuyo
sentido Dios se lo hizo comprender mientras dormía; pero lo
olvidó por completo cuando se levantó del lecho. Reunió a
los
magos, caldeos y adivinos; les dijo que había visto un
sueño, pero
que luego lo olvidó; ordenóles que le dijeran el sueño y su
interpretación. Le respondieron que humanamente esto no era
posible; pero que si les dijera el sueño, ellos se
esforzarían en
interpretarlo. Entonces los amenazó con la muerte, si no le
aclaraban el sueño. Dijo que serían ejecutados todos
aquellos que
confesaran que no era posible satisfacer su deseo.
240
Informado Daniel de la orden del rey, de que se mataría a
todos los sabios, y que él con los suyos estaban en peligro,
se
presentó ante Arioco, el que estaba al frente de los
satélites del
rey. Le preguntó cuál era el motivo de que el rey hubiera
dado
orden de matar a todos los sabios, los caldeos y los magos;
supo
de qué se trataba, que el rey había ordenado que le
recordaran lo
que le aconteciera en sueños, a lo que dijeron que no podían
y
que el rey se indignó. Pidió a Arioco que solicitara al rey
una
noche de gracia en favor de los magos y que retardara su
muerte1
; tenía esperanzas de que si lo pedía a Dios, llegaría a
poder informarse del sueño. Arioco se presentó al rey para
pedírselo en nombre de Daniel.
El joven, junto con sus allegados, se encerró en su casa;
durante toda la noche oró a Dios para que salvara a los
magos y
caldeos, con los cuales ellos mismos tendrían que morir, y
los
librara de la ira del rey; que le manifestara la visión que
había
visto el rey la noche anterior y que se le había olvidado.
Dios, compadecido de los que estaban en peligro y complacido
de la sabiduría de Daniel, le reveló el sueño y su
interpretación,
de modo que el rey supiera de que se trataba. Daniel después
que recibió esta revelación, lleno de gozo comunicó el
asunto a
sus hermanos, los cuales desesperados de vivir y pensando en
la
muerte, libres de terror recobraron la esperanza. Juntos
dieron
gracias a Dios por haberse compadecido de su juventud;
Daniel
pidió a Arioco que lo presentara al rey, pues quería
declararle lo
que había visto durante la noche precedente.
4. Daniel, en presencia del rey, le solicitó que no creyera
que
él valía más que los demás caldeos y magos, a pesar de que
el
sueño que ninguno de ellos había podido adivinar, él lo iba
a
aclarar. No se debía a su experiencia o a una experiencia
mejor
ejercitada.
-Sino que Dios -dijo-, compadecido de nosotros por estar en
peligro de muerte, me reveló a mí, que pedía por mi vida y
la de
mis compatriotas, el sueño y su interpretación. No me
preocu-
1
La solicitud, según
la Biblia, la hace Daniel al rey personalmente, y no le pide una noche, sino
"que le diese
tiempo, y él le mostraría la declaración" (Daniel, 2,
16). Sin embargo pocos versículos después (24 y 25) se hace
presentar al rey por Arioco, quien dice que "halló un
varón, de los de Judá, que declarará al rey la
interpretación".
241
paba menos la tristeza que sentía por nuestra muerte, que el
cuidado de tu gloria, pues, indebidamente habías dado orden de
matar a varones buenos y honestos, por exigirles lo que está
por
encima de la sabiduría humana, lo que sólo pertenece a Dios.
Mientras pensabas quién sería el que disfrutaría del poder
después de ti, acostado en el lecho, Dios quiso manifestarte
quiénes debían reinar y te envió el siguiente sueño. Te
pareció
ver una gran estatua de pie cuya cabeza era de oro, los
hombros
y los brazos de plata, el vientre y los muslos de cobre y
las
piernas y los pies de hierro. Luego viste una gran piedra
que
cayó desde un monte sobre la estatua, y la destruyó a tal
extremo, que no quedó parte ninguna de ella, sino que el
oro, la
plata, el hierro y el cobre quedaron más desmenuzados que la
harina. Y el polvo resultante, arrastrado por un fuerte
viento,
quedó dispersado a lo largo y a lo ancho; pero la piedra
creció
tanto que parecía ocupar toda la tierra. Este es el sueño
que
viste, cuya interpretación es la siguiente. La cabeza de oro
te
simboliza a ti y a los reyes de Babilonia que hubo antes de
ti; las
dos manos y los hombros indican que tu imperio se dividirá
en
dos; este último será destruido por otro, procedente de
occidente,
vestido de cobre; y el último será destruido por otro,
similar al
hierro que, por su naturaleza, es más resistente que el oro,
la
plata y el cobre1
.
También explicó Daniel al rey lo relativo a la piedra; pero
creo que no debo referirlo, puesto que mi propósito no es
exponer
lo futuro, sino lo pasado. Pero si alguien, ávido de saber
más, no
quiere desistir de este conocimiento, para conocer lo
futuro, procúrese el libro de Daniel y léalo. Lo encontrará en las Sagradas
Escrituras.
5. Después que el rey Nabucodonosor oyó estas palabras en
las cuales reconoció su sueño, se admiró del genio de
Daniel; postrándose sobre su rostro, en la forma en que se acostumbra a
adorar a Dios, veneró a Daniel y ordenó que se le hicieran
sacrificios como a un dios1
. Y todavía no satisfecho, le impuso el
1
Josefo modifica el
relato bíblico, omite el barro cocido que en la Biblia forma una parte de los
pies y
simboliza la parte débil del reino, adelanta la división al
segundo imperio y adjudica el poderío del quinto reino,
el de la piedra, al reino del hierro, símbolo, al parecer,
en la explicación de Josefo del imperio romano; y quizá
por esta razón deja de presentar el simbolismo de la piedra,
que implica su destrucción.
1
Sacrificios -dice la
Biblia-, de "presentes y perfumes".
242
nombre de su dios, y nombró a él y a sus allegados los
primeros
de su imperio. Sin embargo, a causa de la envidia y el
rencor,
corrieron peligro por haber ofendido al rey en las siguientes
circunstancias.
Habiendo hecho el rey una imagen muy grande, cuya altura
era de sesenta cubos, y su anchura de seis, la hizo levantar
en la
gran planicie de Babilonia; para consagrarla en forma
solemne
convocó a los príncipes de todo su territorio, y les ordenó
que así
que oyeran el sonido de la trompeta se prosternaran y
adoraran
la estatua. Amenazó a los que así no lo hicieran con
echarlos al
horno ardiente.
De modo que todos, así que oyeron el sonido de la trompeta,
veneraron al coloso; pero se dijo que no lo cumplieron los
allegados de Daniel, para no transgredir las leyes de su patria.
Considerados culpables, de inmediato fueron echados al
horno ardiente del cual fueron preservados gracias a la
divina
providencia; contra lo que todos opinaban fueron librados de
la
muerte. El fuego ni los tocó, como si supiera que aquellos
varones eran puros de todo crimen; las llamas parecían
carecer
del poder de quemar, durante todo el tiempo que los jóvenes
permanecieron entre ellas. Dios había protegido sus cuerpos
para que el fuego no los perjudicara. Por este motivo el rey
les
otorgó su gracia como varones honestos y agradables a Dios,
de
manera que en adelante fueran tenidos en gran honor.
6. Poco después el rey vió en sueños otra visión. Privado de
su
gobierno vivía entre las bestias, y luego de pasar siete
años en
soledad de nuevo recuperaba el reino. Llamó de nuevo a los
magos, y, después de contarles el sueño, les pidió que le
dieran la
explicacion.
Ninguno de ellos pudo encontrar el sentido de la visión y
explicarlo, con la excepción de Daniel; y los hechos
acontecieron
tal como los expuso. Luego de pasar en soledad el tiempo
antedicho, sin que nadie se atreviera durante este septenio
a
hacerse cargo del gobierno, el rey rogó a Dios que le
hiciera
recobrar el reino.
243
Nadie me reproche el que explique estos hechos tal como los
encuentro en los libros antiguos, puesto que desde el
principio de
esta obra ya advertí a los que me pedían que los narrara,
que no
haría otra cosa sino verter al griego los libros de los
hebreos,
prometiendo no exponer nada que sea mío o agregar algo por
mi
propia cuenta.
244
CAPITULO XI
Testimonios de Beroso, Megástenes, Diocles y otros sobre
Nabucodonosor. Sus sucesores: Baltasar. La mano miste
riosa que escribe palabras en la pared. Explicación de Da
niel. Los sátrapas, celosos de Daniel, conspiran para per
derlo. Daniel en la cueva de los leones. La torre construida
por Daniel. Se cumplen sus profecías
1. El rey Nabucodonosor, después de haber reinado cuarenta
y tres años, falleció; fué hombre emprendedor y más
afortunado
que los reyes que lo precedieron. Recuerda sus hechos Beroso
en
el tercer libro de la Historia Caldea, con estas palabras:
"Habiendo sabido su padre Nabopalasar que el sátrapa
encargado de gobernar a Egipto, la baja Siria y Fenicia, lo
había
traicionado, y considerándose ya incapaz de soportar las
fatigas
de la guerra, entregó a su hijo Nabucodonosor, todavía
joven,
parte del ejército y lo envió contra el rebelde. Nabucodonosor
se
dirigió contra aquel que se había separado, lo venció y
redujo el
territorio a su dominio. Aconteció por el mismo tiempo que
su
padre Nabopalasar, ha. biendo caído enfermo, falleció, luego
de
reinar veintiún años. Nabucodonosor, informado de la muerte
de
su padre, se apresuró a ordenar los asuntos en Egipto y
restantes territorios; los prisioneros hechos en Judá,
Fenicia,
Siria y Egipto fueron conducidos bajo su dirección, por
algunos
de sus amigos, junto con las tropas, con armamento más
pesado
y el resto del bagaje. El, acompañado de unos pocos,
emprendió
camino por el desierto, y se dirigió a Babilonia. Encontró
que el
reino era administrado por los caldeos y que los mejores de
entre
ellos le habían reservado el trono; dueño ya del imperio
paterno,
ordenó que se diera a los cautivos colonias en las tierras
más
245
fértiles de Babilonia. Con el botín de guerra adornó
magníficamente el santuario de Bel y de otros dioses,
restauró la
ciudad antigua y construyó para sus súbditos una ciudad
nueva.
A fin de que los sitiadores que vinieran en lo futuro no
pudieran
desviar el curso del río para atacar a la ciudad, elevó tres
murallas alrededor de la sección interior y otras tantas
alrededor
de la sección exterior, unas de ladrillo cocido y asfalto y
otras de
ladrillo crudo. Luego que protegiera la ciudad y la adornara
con
magníficas puertas, al lado del palacio real de su padre
levantó
un segundo palacio, de cuya altura y esplendor quizá sea
superfluo hacer la descripción. Basta decir que, a pesar de
su
grandeza y esplendidez, fué terminado en quince días. En
este
jardín hizo construir terrazas altas de piedra, a las que
dió la
forma de montañas, en las cuales plantó árboles de todas
cla-es.
Instaló lo que se llama el parque suspendido, puesto que su
esposa, formada en el país medo, quería encontrar los
lugares
montañosos de su patria."
Magaetenes también se refiere a él en el cuarto libro de los
Indicos, donde se esfuerza en demostrar que este rey, por su
poder y por la grandeza de sus hechos, fué superior a
Hércules
Dice que devastó gran parte de la Libia y la Iberia. También
lo
menciona Diocles en el segundo libro de Los Persas, así como
Filostrato en las Historias de los Indicos y Fenicios. Dice
que
sitió a Tiro por espacio de trece años, siendo su rey
Itobal. Esto
es lo que nos dicen los historiadores de este rey.
2. Después de la muerte de Nabucodonosor su reino pasó a su
hijo Abilamarodac; éste libró de las cadenas al rey de
Jerusalén,
Jeconías1
a quien tuvo entre
los amigos más cercanos, le hizo
muchos regalos y lo encargó de la guardia del palacio real.
Pues
su padre, como dijimos, no fué fiel a la palabra que diera a
Jeconías de conservarlo a él, con su esposa, hijos y demás parientes,
cuando se entregó espontáneamente, para salvar a la ciudad
que
no quería que fuera atacada.
1
El mismo que en los
capítulos VI y VII figura como Joaquim.
246
Habiendo muerto Abilamarodac, después de reinar dieciocho
años, el reino pasó a su hijo Niglisar1
quien murió, después
de
reinar durante cuarenta años. Después de él, por derecho de
sucesión pasó a su hijo Labosordac, que solamente lo tuvo
durante nueve meses; habiendo muerto pasó a Baltasar, a quien
los babilonios llaman Naboandel. A éste le hicieron la
guerra
Ciro, el rey de los persas, y Darío, rey de los medos.
Mientras estaba sitiado en Babilonia, se produjo una
extraordinaria y prodigiosa visión. Estaba recostado para
comer,
con sus concubinas y amigos, en una gran sala destinada a
los
banquetes reales. Tuvo el capricho de hacerse traer los
vasos de
Dios que estaban depositados en su templo, de los cuales
Nabucodonosor, después de saquear a Jerusalén, no había
hecho
uso, limitándose a guardarlos en su templo. Pero Baltasar
llevó
su audacia a tales extremos que mientras bebía en ellos,
maldecía a Dios; y en ese momento vió una mano que salió de
la
pared y escribió en ella ciertas palabras.
Perturbado por esta visión, llamó a los magos y caldeos v
cuantos eran capaces entre los babilonios de interpretar los
sueños, a fin de que le declararan lo escrito. Los magos le
dijeron
que no lo entendían. Por lo cual, sumamente preocupado y
entristecido por un acontecimiento tan inesperado, hizo
promulgar por todo el país, que aquel que pudiera leer lo
escrito
y revelar el significado le daría un collar de oro hecho con
anillos
entrelazados y el derecho de llevar ropa de púrpura como es
costumbre de los reyes de los caldeos; y sería el tercero
del reino.
Después de esta proclama, los magos acudieron en mayor
abundancia, con miras a ver lo que significaba lo escrito,
pero no
lograban acertar.
La abuela del rey, al verlo descorazonado cuando comprobó
que no podían aclararse las palabras, lo alentó y le dijo
que
había un cautivo originario de Judá, traído por
Nabucodonosor
de Jerusalén, de nombre Daniel, que era un varón de singular
sabiduría y capacidad para aclarar aquello que era muy
difícil y
1
En Contra Apión (1,
20) dice Josefo, citando a Beroso, que el hijo de Nabucodonosor, Evilmaradoc
(Abilamarodac) "un año después de subir al trono murió
por las intrigas de Neriglisor, el esposo de su hermana",
que se apodera del imperio y reina durante cuatro años.
247
únicamente conocido por Dios. Daniel era el que había
aclarado
a Nabucodonosor lo que nadie le pudo explicar. Le aconsejó
que
lo enviara a buscar y que le preguntara sobre aquellas
palabras,
para confundir la ignorancia de los que habían fracasado,
por
terrible que fuera el acontecimiento anunciado por Dios.
3. Oído lo cual Baltasar mandó llamar a Daniel, le dijo que
le
habían hablado de su fama y sabiduría, informándole que
estaba
inspirado por el espíritu de Dios y que era el más
capacitado de
todos para hallar el sentido de las cosas que los otros
ignoraban;
le rogó que leyera la escritura y la interpretara. Si lo
lograba, lo
vestiría de púrpura, le daría un collar de oro entrelazado y
sería
el tercero en el reino; lo haría para honrar y premiar su
sabiduría, de modo que fuera considerado el más célebre y se
supiera cuál era la causa de su celebridad.
Daniel le contestó que se guardara los regalos para sí, pues
la
sabiduría y la divinidad no se corrompen con regalos, sino
que
otorgan gratuitamente sus favores a los que los necesitan.
Prometió explicarle la inscripción: le anunció que iba a
morir,
pues no escarmentó con el castigo sufrido por haber
menospreciado a Dios, para portarse piadosamente y no
intentar
lo que está por encima de la naturaleza humana;
Nabucodonosor, a causa de su impiedad, había llevado la vida
de
una fiera salvaje y sólo consiguió misericordia después de
muchas súplicas, para que se le restituyeran la condición
humana y el reino, y luego, hasta su muerte, elogió al Dios
todopoderoso que cuida de los hombres. Baltasar olvidó estos
acontecimientos, blasfemó contra la divinidad y se sirvió de
los
vasos sagrados en compañía de sus concubinas. Dios, que vió
todas estas cosas, se indignó y con aquellas letras le
anunciaba
su fin.
Las letras escritas tenían este sentido.
-Mane -dijo-: esta palabra, que en griego se traduciría por
arizmós, número, indica que Dios ha numerado el tiempo de tu
vida y de tu reino, y ya te queda muy poco. Tekel, que
significa
stazmos, peso: Dios, después de pesar tu reino, te advierte
que
está a punto de caer. Fares, en griego significa klasma,
248
fragmento Dios romperá tu reino y lo dividirá entre los
medos y
los persas.
4. Cuando Daniel declaró estas palabras a Baltasar, éste,
como era de esperar, se llenó de congoja y dolor. Sin
embargo, no
negó a Daniel lo que había prometido; lo cumplió,
considerando
que la pérdida del reino sería consecuencia de la fatalidad,
y no
de la profecía. Juzgó, además, que era propio de un hombre
probo y justo cumplir lo prometido, por tristes que fueran
las
predicciones anunciadas. Esta fué su decisión.
Poco después el ejército capitaneado por Ciro, rey de los
persas, lo capturó a él y a la ciudad. Pues Baltasar era rey
cuando Babilonia cayó cautiva, después de haber gobernado
durante diecisiete años. Y éste fué el fin de los
descendientes de
Nabucodonosor.
El rey Darío tenía sesenta años cuando destruyó el imperio
babilonio con su pariente Ciro. Era hijo de Astiages y entre
los
griegos es conocido bajo otro nombre; se apoderó de Daniel y
se lo
llevó consigo a su palacio de Media y lo colmó de honores.
Daniel
fué uno de los tres sátrapas que puso al frente de las
trescientas
sesenta satrapías1
.
5. Era, pues, Daniel tenido en gran honor y gozaba de gran
estima con Darío para todos los asuntos. Darío lo consultaba
sólo
a él en cualquier circunstancia, como inspirado por el
espíritu
divino.
Daniel fué envidiado; es habitual envidiar a aquellos que
son
estimados por los reyes más que uno mismo. Buscaban cualquier
oportunidad para calumniarlo y acusarlo los que querían
desacreditarlo por gozar de tanta autoridad' ante Darío.
Además,
puesto que no apreciaba el dinero y ni los regalos,
considerando
indigno recibirlos, aunque se los dieran honestamente, no
ofrecía
oportunidad ninguna a sus detractores para acusarlo.
No encontrando, pues, nada para hacerle perder la
estimación del rey, nada que afectara su probidad, buscaron
1 No son tantas en la Biblia, donde dice que
"constituyó ciento veinte gobernadores y sobre
ellos tres presidentes, uno de los cuales era
Daniel"(Daniel, 6, 1 y 2).
249
otros pretextos para quitárselo de en medio. Por eso cuando
se
dieron cuenta que tres veces al día Daniel oraba a Dios, se
les
ocurrió la manera de perderlo. Vinieron al rey y le
anunciaron de
parte de los sátrapas y gobernadores que les parecía
conveniente
que, por espacio de treinta días, se determinara que no se
hicieran ruegos ni a él ni a los dioses; y que aquel que
faltara a
este decreto fuera echado a la fosa de los leones.
6. El rey, ignorando su maldad y sin sospechar, por otra
parte, que con ello preparaban una trampa para Daniel, dijo
que
este pedido era de su agrado. Prometió que lo sancionaría y
promulgó un edicto público por el cual se hiciera saber al
pueblo
lo que los sátrapas habían decretado.
Todos respetaron esta decisión, procurando no hacer nada
que fuera contra tal mandamiento; pero Daniel no lo tuvo en
cuenta en lo más mínimo; según su costumbre siguió orando a
Dios en presencia de todos. Los sátrapas, aprovechando la
ocasión, se presentaron inmediatamente al rey y acusaron a
Daniel de ser el único que no observaba lo ordenado, cuando
ningún otro se atrevía a suplicar a los dioses; y esto no
por
piedad, sino como envidiosos que eran observaban lo que
hacía1
.
Sospechaban que Darío usaría con él de benevolencia a pesar
de
no haber cumplido su mandato, lo cual aumentaba su envidia;
en
vez de ser benévolos, insistieron en que fuera echado a la
fosa de
los leones. Darío esperaba que Dios lo libraría y que no
sufriría
daño ninguno; lo exhortó a que sufriera con ánimo ecuánime
lo
que podría acontecerle.
Echado en la fosa, el rey, después de sellar la piedra que a
modo de puerta obstruía la entrada, se retiró; pasó toda la
noche
sin comer y sin dormir, preocupado muchísimo por Daniel. Se
levantó muy de mañana y se dirigió a la fosa; encontró
intacto el
sello con el que había sellado la cueva; la abrió y llamó a
voces a
Daniel, preguntándole si estaba sano. Este oyó al rey y
respondió
que no había sufrido daño; el rey ordenó entonces que lo
sacaran
de la fosa de los leones. Pero sus enemigos, al comprobar
que
nada malo le había pasado a Daniel, no lo atribuyeron a la
providencia de su Dios, sino que lo explicaron diciendo que por estar
1
Frase sin sentido que
sugiere lagunas del texto.
250
los leones muy bien cebados no se le acercaron; y así se lo
dijeron
al rey.
Pero éste que detestaba su maldad, ordenó que se diera
mucha carne a los leones, y una vez bien cebados se les
echara a
los enemigos de Daniel, para que comprobaran si por estar
saciados no los atacarían. Y Darío comprobó claramente,
después
que los sátrapas fueron arrojados a las fieras, que Daniel
había
sido conservado milagrosamente. Pues los leones no
perdonaron
a ninguno de ellos, sino que desgarraron a todos, como si
estuvieran muy hambrientos y necesitados de comida. Creo que
no los empujó el hambre, puesto que poco antes se saciaron
con
carne, sino la maldad de los hombres; pues, cuando Dios lo
quiere, la maldad se les hace evidente aun a los animales
desprovistos de razón.
7. Después que esto aconteció a los que habían preparado
insidias contra Daniel, Darío envió mensajeros por todo el
territorio para que celebraran elogiosamente al Dios que
adoraba Daniel y proclamaran que era el único verdadero y
omnipotente. Colmó a Daniel de honores y lo consideró
primero
entre los amigos. Siendo Daniel tan sabio y honrado,
considerado
como amado de Dios, levantó una torre en Ecbatana, en la
Media, obra elegantísima y construida con arte admirable,
que
todavía se mantiene en la actualidad; a los que la
contemplan les
parece que es de reciente edificación, igual que en la época
en
que fuera construida. Tan fresca y brillante es su
hermosura, sin
haber envejecido a pesar del tiempo transcurrido. Con los
edificios pasa lo mismo que con los hombres; envejecen a la
par,
a través de los años pierden algo de su vigor y desmerece su
hermosura. En esta- torre se acostumbra a sepultar a los
reyes
de los medos, los persas y los partos; su guarda está
encargada a
un sacerdote judío, todavía en la actualidad.
Explicamos lo referente a este hombre, para que todos
puedan admirarlo. Todo lo que hizo tuvo carácter
extraordinario
como procedente de uno de los grandes profetas; mientras
vivió
fué honrado y glorificado por los reyes y el pueblo y, una
vez
muerto, gozó de fama sempiterna. Los libros que escribió se
leen
todavía en la actualidad entre nosotros; y deducimos de
ellos que
251
Daniel conversaba con Dios. No se limitaba, como los otros
profetas, a predecir lo futuro, sino que indicaba el tiempo
en que
los hechos acontecerían. Mientras los demás profetas
profetizaron calamidades, por lo cual concitaron el odio de
los
reyes y del vulgo, Daniel fué un profeta de buenas nuevas,
de
manera que se conquistó la buena voluntad de todos; su
cumplimiento le valió la confianza de la multitud y la
reputación
de hombre de Dios.
En sus escritos nos ha dejado predicho lo futuro, por lo
cual se
puede deducir la inmutable exactitud de sus profecías. Dice
que
encontrándose en Susa, capital de Persia, salió a la llanura
con
algunos compañeros, pero al producirse súbitamente un
terremoto quedó solo, pues los amigos escaparon. Se prosternó apoyando el
rostro en las manos; alguien lo tomó y le ordenó que se
levantara para contemplar lo que acontecería a las ciudades
en
el tiempo futuro. Después que se levantó, le fué mostrado un
carnero muy grande, de muchos cuernos, el último de ellos
mucho mayor que los otros1
. Luego elevó los ojos al ocaso, y vió
un macho cabrío que se lanzaba a través del aire; cuando se
encontró con el carnero, atacóle dos veces con sus cuernos,
lo
derribó y lo pisoteó. Después vió que salía de la frente del
macho
cabrío un enorme cuerno, el cual se rompió, creciendo en su
lugar otros cuatro, vueltos hacia los cuatro puntos
cardinales. De
éstos, dice Daniel en sus escritos, salió uno más pequeño,
el cual,
una vez crecido, le dijo Dios, que era quien le mostraba
estos
hechos, haría la guerra a su pueblo, se apoderaría de la
ciudad,
perturbaría las ceremonias del Templo y prohibiría que se
celebraran los sacrificios durante mil doscientos noventa y
seis
días.
Esta visión Daniel escribió haberla visto cerca de Susa;
Dios
le indicó el significado. El carnero representaba los reinos
de los
persas y los medos, los cuernos indicaban el número de sus
reyes
y el último cuerno señalaba al último rey que superaría a
todos
en riquezas y gloria. El macho cabrío se refería a un rey de
los
griegos, que por dos veces se impondría a los persas y así
obten-
1
La tempestad y los
acompañantes de Daniel que huyen son detalles que no figuran en el relato
bíblico (Daniel,
cap. 8), donde el episodio del carnero -que sólo tiene dos
cuernos- es anterior a la aparición de la semejanza de
hombre y a la voz que le explica la visión.
252
dría el dominio y se convertiría en heredero de todo su
poderío.
El gran cuerno que salía de la frente del macho cabrío
indicaba
al primer rey; los otros cuatro significaban, con su
orientación
hacia los cuatro puntos de la tierra, los sucesores del
primer rey,
después que éste muriera y el reparto de su dominio entre
ellos.
Estos reyes, que no eran ni sus hijos ni sus parientes,
gobernarían al mundo durante muchos años.
De entre los últimos saldría un rey que atacaría a los
judíos y
a sus leyes, destruiría su forma de gobierno, saquearía el
Templo
y prohibiría que se celebraran sacrificios durante tres
años. Y en
realidad así aconteció, pues nuestro pueblo sufrió tales
cosas
bajo Antíoco Epífanes, según lo vió Daniel y lo puso por
escrito
muchos años antes. También escribió Daniel sobre el imperio
de
los romanos, que sería sumamente dilatado. Todos estos
acontecimientos, tal como Dios se los mostró, los dejó
consignados por escrito. De modo que los que lo lean y vean
cómo
se han cumplido, podrán admirar el gran honor que Dios
concedió a Daniel, y comprender que los epicúreos están en
un
error; porque ellos niegan que exista una providencia en la
vida
y dicen que Dios no se preocupa de las cosas humanas; y
niegan
que todas las cosas de la naturaleza sean regidas y
administradas por una naturaleza buena e inmortal con miras
a
la perennidad del universo, y aseguran que el mundo se
desenvuelve por su propio ímpetu sin que nadie lo conduzca.
Si
el mundo no tuviera, como dicen ellos, alguien que lo
gobierne,
veríamos que así como las naves sin piloto sucumben en las
tempestades y los carros sin un guía que maneje las riendas
se
destrozan, también este mundo, afectado por un movimiento
imprevisto, perecería y se aniquilaría. En vista de las
predicciones de Daniel, me parece que están muy lejos de la
verdad aquellos que afirman que Dios no se preocupa de lo
que
hace el género humano; pues no comprobaríamos que los
acontecimientos corresponden a sus vaticinios, si todo
aconteciera de una manera automática.
En cuanto a mí, escribo de acuerdo con lo que he encontrado
y
leído. Si alguien piensa en otra forma sobre tales asuntos,
no le
reprocharé su disentimiento.
253
254
LIBRO XI
Contiene un lapso de doscientos cincuenta y
tres años y cinco meses
255
CAPITULO I
Reconstrucción de Jerusalén y del Templo. Restitución de
los vasos sagrados
1. En el año primero del reinado de Ciro, esto es a los
setenta
años de la transmigración de nuestro pueblo a Babilonia,
Dios se
apiadó de su cautividad y tribulaciones, según lo predijo
Jeremías antes de la destrucción de la ciudad o sea que
después
de estar cautivos al servicio de Nabucodonosor y sus
sucesores
por espacio de setenta años, de nuevo regresarían a su
tierra,
edificarían al Templo y retornarían a la antigua
prosperidad. Así
lo predijo. Conmovieron estas profecías a Ciro, quien
escribió a
toda el Asia en esta forma:
"El rey Ciro dice: Puesto que el Dios supremo de toda
la tierra
me ha constituido en rey, creo que este Dios es el que
adoran los
israelitas. Este, por intermedio de profetas, predijo que
restauraría su Templo en Jerusalén en tierra de Judá."
2. Ciro se informó de estos acontecimientos por la lectura
del
libro de sus profecías que doscientos diez años antes había
dejado Isaías. Este aseguró que Dios le dijo secretamente:
"Quiero que Ciro, a quien designaré rey de pueblos
grandes y
poderosos, restituya mi pueblo a su tierra y que reedifique
el
Templo."
Esto fué predicho por Isaías ciento cuarenta años antes de
que el Templo fuera destruido. Ciro lo leyó, y admirado de
la
inspiración divina, ansió cumplir lo que estaba escrito.
Reunió a
los más ilustres judíos que se encontraban en Babilonia, y
les
dijo que los facultaba para que regresaran a su patria y
reedificaran tanto Jerusalén como el Templo de Dios; además
quería ayudarlos, y escribiría a los jefes y sátrapas de las
regiones vecinas a la de los judíos, que les entregaran oro
y plata
para la construcción del Templo y ganado para los
sacrificios.
256
3. Después que Ciro anunció esto a los israelitas, los jefes
de
las dos tribus, Judá y Benjamín, así como los levitas y
sacerdotes, partieron para Jerusalén. Muchos, sin embargo,
quedaron en Babilonia, para no abandonar sus propiedades.
Una
vez llegados allí, todos los amigos del rey los ayudaron y
contribuyeron a la construcción del Templo, unos con oro,
otros
con plata y varios con gran cantidad de rebaños y caballos.
Dieron gracias a Dios, y sacrificaron víctimas tal como se
hacía
antes, como si la ciudad estuviera ya edificada y reviviera
la
solemnidad de otros tiempos.
Ciro les devolvió los vasos de Dios que el rey Nabucodonosor
trasladara a Babilonia, después de haber hecho saquear el
Templo. Encargó de estas tareas a Mitrídate, su tesorero,
con
orden de entregarlos a Abasaro, para que los guardara hasta
que
el Templo estuviera edificado, y luego se los diera a los
sacerdotes y a los efes del Templo que lo reemplazarían.
También envió una carta de este tenor a los sátrapas de
Siria:
"El rey Ciro a Sisines y Sarabasanes, salud.
"He permitido a los judíos que habitan en mi reino, que
si es
de su agrado, regresen a su patria, reedifiquen su ciudad y
restauren el Templo de Dios en Jerusalén, en el mismo lugar donde
se encontraba antes. He enviado también a Mitrídate, mi
tesorero, y a Zorobabel, jefe de los judíos, para que pongan
los
fundamentos del Templo y lo edifiquen, de una altura de
sesenta
codos y otros tantos de amplitud; harán tres ringleras de
piedra
lisa y una de madera del país, como también un altar en el
que
sacrificarán a Dios. Quiero tomar por mi cuenta los gastos
que
todo esto ocasione. Además he entregado a Mitrídate, mi
tesorero, y a Zorobabel, jefe de los judíos, los vasos que
el rey
Nabucodonosor sus. trajo del Templo, para que los lleven a
Jerusalén y los restituyan al Templo de Dios. Son los
siguientes:
cincuenta vasos de oro para refrescar, y cuatrocientos de
plata;
cincuenta copas de oro, y cuatrocientas de plata; cincuenta
jarrones de oro, y quinientas de plata; cuarenta vasos de
oro
para las libaciones, y trescientos de plata; treinta copas
de oro y
dos mil cuatrocientas de plata, y además mil utensilios de
diversas clases. Además otorgó a los judíos el regalo
honorífico a
que están habituados desde los tiempos antiguos, esto es,
257
doscientas cincuenta mil quinientas dracmas de ganado mayor,
vino y aceite, y veinte mil quinientas artabas de trigo.
Ordeno
que esto se les proporcione de los tributos de Samaria. Los
sacerdotes inmolarán estas víctimas según los ritos
mosaicos, y
al ofrecerlas rogarán a Dios por la salud del rey y de su
raza,
para que el reino de los persas dure largo tiempo. El que no
obedeciera estas órdenes o las tuviera por nulas, será
crucificado
y sus bienes confiscados."
La carta estaba escrita en estos términos. Los librados de
la
cautividad que partieron para Jerusalén, fueron en número de
cuarenta y dos mil cuatrocientos sesenta y dos.
258
CAPITULO II
Los sátrapas y los samaritanos se oponen a la reconstruc
ción. Cambises la detiene
1. Mientras ponían los fundamentos del Templo y con todo
empeño se consagraban a su reconstrucción, los pueblos
vecinos,
especialmente los cuteos (a quienes el rey de los asirios,
Salmanasar, había traído de Persia y Media estableciéndolos en Samaria, cuando
hizo emigrar de allí a los israelitas) pidieron a los
sátrapas y a los funcionarios que impidieran a los judíos
reconstruir la ciudad y edificar el Templo. Aquéllos, corrompidos por el
oro que recibieron de los cuteos, trataron con indiferencia
lo
referente a los judíos. Ciro, ocupado en la guerra, no lo
supo; y
poco después falleció en una expedición emprendida contra
los
masagetas.
Le sucedió en el trono Cambises hijo de Ciro, a quien los
sirios, fenicios, amonitas, moabitas y samaritanos
escribieron lo
siguiente:
"Señor, tus esclavos, Ratim, el comentador, Semelio el
escriba, y los jueces del consejo de Siria y Fenicia.
Conviene que
sepas, oh rey, que los judíos, que fueron llevados a
Babilonia,
han regrelado a nuestra región y edifican la ciudad rebelde
y
maldita, construyen, murallas y levantan el Templo. Ahora
bien,
debes saber que en el supuesto de que terminaran estas
obras,
no se avendrán a pagar tributo, ni cumplirán lo que se les
ordene, sino que se opondrán a los reyes, pues están más
dispuestos a mandar que a ser mandados. Por lo tanto, puesto
que se trabaja en la obra del Templo, nos ha parecido
conveniente escribirte, para que no descuides este asunto, y
consultes los libros de tus antepasados. Comprobarás que los
judíos fueron rebeldes a los reyes, y sus enemigos, y que
por este
259
motivo su ciudad fué devastada y así continúa en la
actualidad.
Nos ha parecido conveniente indicarte, lo que tal vez
ignoras,
que una vez edificada la ciudad y amurallada, tendrás
cerrado el
camino hacia la Baja Siria y la Fenicia."
2. Cambises, leída la carta, puesto que era de natural
perverso, dió crédito a lo que le decían y contestó en esta
forma:
"Cambises, rey, a Ratim el comentador, a Belsemo, a
Semelio
el escriba y a los demás compañeros suyos que habitan en
Samaria y Fenicia, les dice: leídas las cartas que me
enviasteis,
por mandato mío se inspeccionaron los comentarios de
nuestros
mayores y se ha comprobado que esta ciudad fué siempre
enemiga de los reyes y que sus habitantes fueron causa de
sediciones y guerras. He sabido que sus reyes, poderosos y
violentos, impusieron tributos a la Baja Siria y a Fenicia.
Por lo
tanto, he ordenado que no se permita a los judíos la
edificación
de la ciudad, a fin de que no aumente su malévolo poder, del
que
han estado siempre animados en contra de los reyes."
Una vez leída esta carta, Ratim, el escriba Semelio y sus
colegas, subiendo de inmediato a sus caballos y acompañados
de
una gran multitud de hombres, prohibieron a los judíos que
edificaran el Templo y la ciudad. Y es así como la obra
quedó
interrumpida por espacio de nueve años, hasta el segundo año
del reinado de Darío, rey de los persas.
Cambises gobernó seis años, durante los cuales conquistó a
Egipto, y de regreso a su patria murió en Damasco.
260
CAPITULO III
Advenimiento de Darío y su voto. Los guardias principales
de Darío y su competición con Zorobabel. Darío permite
que se reanuden los trabajos
1. Luego de la matanza de los magos que, después de la
muerte de Cambises, gobernaron por un año, las llamadas
siete
casas de los persas eligieron rey a Darío, hijo de
Histaspis. Este,
siendo todavía un simple particular, prometió a Dios que si
llegaba a ser rey enviaría al Templo de Jerusalén los vasos
sagrados que todavía hubieran quedado en Babilonia. Por
aquel
tiempo, se presentó ante Darío procedente de Jerusalén,
Zorobabel, el que fuera constituido jefe de los judíos
cautivos. De
antiguo tenía amistad con el rey. Esto le valió el que fuera
juzgado digno, juntamente con otros dos, del título de
guardia
principal, honor que deseaba.
2. En el primer año de su reinado, Darío obsequió
espléndidamente y con gran solemnidad a sus allegados, a los oficiales, a
los príncipes de los medos, a los sátrapas de los persas, a
los
toparcas de la India hasta Etiopía y a los gobernadores de
ciento
veinte satrapías. Luego que comieron abundantemente y se
saciaron, cada uno de ellos se retiró a descansar; pero el
rey
Darío, después de acostarse en su cama y descansar un poco,
despertóse. En vista de que no podía conciliar el sueño, se
puso o
conversar con tres de sus guardias; prometió al que acertara
con
la respuesta más veraz y sabia sobre lo que iba a preguntar
que
como premio le otorgaría que vistiera de púrpura, bebiera en
vasos de oro, durmiera en un lecho de oro, tuviera un carro
con
frenos de oro, una tiara de lino fino y un collar de oro, de
modo
261
que se lo considerara primero después de él por su sabiduría
y se
llamaría además pariente del rey.
Hechas estas promesas, preguntó al primero si no era el vino
lo más fuerte que existía en el mundo; al segundo, si no lo
eran
los reyes; al tercero, si no lo eran las mujeres, o si
quizás la
verdad era más poderosa que las otras tres cosas. Formuladas
estas preguntas, durmióse. A la mañana siguiente, en
presencia
de los grandes, los sátrapas y los toparcas de Media y
Persia,
sentado en el solio desde el cual acostumbraba a administrar
justicia, ordenó que cada uno de los guardias declarara el
enigma que les propusiera la noche anterior.
3. El primero habló sobre el poder del vino, en esta forma:
-Varones -dijo-. Conjeturando sobre el poder del vino,
compruebo que su poder prevalece sobre todo por los siguientes motivos. Engaña
y desvía la mente de aquellos que lo beben, de modo
que los reyes se asimilan a pupilos necesitados de cuidador;
otorga al esclavo valor para hablar como un hombre libre, e
iguala a los pobres con los ricos. Si llega a apoderarse de
las
almas, las muda súbitamente, y les otorga nuevo vigor de
manera que suprime la tristeza en los que se encuentran en
desgracia, infunde olvido a los cargados con deudas y
contribuye
a que se consideren los más ricos de todos. Así que
prescinden de
toda modestia en su conversación, no cuentan sino por
talentos y
emplean un lenguaje propio de los seres felices de la
tierra. Se
olvidan de los jefes y reyes, y apartan del recuerdo a
amigos y
familiares. También es causa de que los hombres se armen
contra aquellos seres que les son muy queridos y los
consideren
como los más extraños. Vueltos a la sobriedad, después de
dormir su embriaguez y exhalado el vino, se levantan
ignorantes
de lo que realizaron durante la ebriedad. Por esto conjeturo
que
el vino es lo más poderoso que existe y que no hay nada más
vehemente que él.
4. Después que el primero habló sobre el poder del vino, el
siguiente se refirió al poder de los reyes, demostrando que
era
mucho más fuerte que todos aquellos seres que disponen de
vigor
o de inteligencia. Intentó demostrarlo con las siguientes
palabras:
262
-El dominio de todas las cosas se encuentra en poder del
hombre que, quiéranlo o no, somete a la tierra y al mar del
modo
que más le place; pero los reyes son los que disponen del
máximo
poder y dominio sobre los hombres. Por lo tanto, el que goza
de
dominio sobre el más fuerte y-valeroso de los animales, con
razón se ha de opinar que disfruta de un poder tal al que
todo se
ha de someter. Si ordenan a los súbditos ir a la guerra y
exponerse a sus peligros, obedecen; se dirigen contra el
enemigo,
dóciles a las órdenes del rey, así como también si les
prescriben
que nivelen las montañas y demuelan murallas y torres.
Aunque
se les ordene matar o ser muertos, no rehusan hacerlo, pues
no
quieren dejar de cumplir las órdenes del rey. Si vencen,
presentan al rey la presa que obtuvieron en la guerra.
Además,
aun fuera de la guerra, si cultivan el campo, luego de
muchas
labores y dificultades, cuando recolectan los frutos,
ofrecen
tributos al rey. Lo que éste dice y ordena, se ven obligados
a
hacerlo sin demora ninguna. El rey descansa saturado de toda
clase de delicias y placeres, mientras que otros montan
guardia
para vigilar su sueño. Nadie, mientras duerme, se atreve a
abandonarlo ni en lo más mínimo, para atender a sus asuntos,
sino que con la mayor asiduidad se entrega a la custodia del
rey.
Por eso no puede menos de ser verdad, que el rey es lo más
poderoso que existe, pues tan gran multitud está atenta a
sus
órdenes.
5. Cuando el segundo guardó silencio, el tercero, Zorobabel,
empezó a enseñarles cuál era el poder de la mujer y de la
verdad,
con estas palabras:
...-El vino puede mucho, y es grande el rey a quien todos
obedecen; pero más poderosos que ambos son las mujeres. Pues es
una mujer la que da a luz y cuida al rey y a los
cultivadores de
las viñas con las que se hace el vino. En general, nada hay
que
no se lo debamos a ellas. Ellas nos tejen los vestidos;
gracias a
ellas se arreglan y conservan nuestras cosas. No podemos
vivir
sin su compañía; si tuviéramos gran cantidad de oro y plata
o
cualquier otra cosa preciosa y de gran estima, ante una
mujer
hermosa lo abandonamos todo y anhelamos su belleza. Más
todavía: estamos dispuestos a desprendernos de nuestros bienes
tranquilamente, con tal que se nos conceda gozar de la
263
hermosura. Nos separamos de nuestro padre, nuestra madre y
de la tierra que nos nutre, y olvidamos a los seres más
queridos
a causa de las mujeres; incluso inmolamos nuestras vidas por
ellas. Se puede, pues, comprender cuán grande es el poder de
las
mujeres. ¿No es cierto que después de trabajar y sufrir toda
clase
de tribulaciones en tierra y en mar, aquello que ganamos con
nuestro trabajo lo llevamos y entregamos a las mujeres, por
disponer ellas de poder sobre nosotros? Algunas veces vi al
mismo rey, señor de tantos pueblos, vencido por su concubina
Apama, la hija de Rabezaco el taumasio; lo he visto quitarse
la
diadema para ponérsela a ella; sonreía, cuando ella sonreía;
se
entristecía, si ella se entristecía; siempre dispuesto a
seguir las
variaciones de su humor y a humillarse si la veía
descontenta.
6. Los jefes y los sátrapas se miraban mutuamente; entonces
empezó a hablar de la verdad:
-He demostrado cuán grande es el poder de las mujeres; sin
embargo, éstas y el rey son débiles en comparación con la
verdad. Pues si la tierra es inmensa, el cielo excelso, el
sol veloz
en su curso, y todo ello se mueve por la voluntad de Dios, y
éste
es veraz y justo, síguese que se considere potentísima a la
verdad, pues la iniquidad nada puede en su contra. Porque
todas
las demás cosas, que nos parece que gozan de poder, son
mortales y caducas, pero la verdad es eterna, dura
perpetuamente. No nos otorga hermosura que con el tiempo se
marchita, ni riquezas que el destino nos acostumbra a
quitar,
sino lo que es justo y legítimo, distinguiéndolo de la
injusticia a
la cual confunde.
7. Cuando Zorobabel terminó de hablar sobre la verdad, todos
exclamaron que se había expresado óptimamente, y que sólo la
verdad por su naturaleza es inmutable y nunca envejece;
entonces el rey le ordenó que pidiera algo más, aparte de lo
que
había prometido; le aseguró que lo obtendría por haber
demostrado que era más sabio que los demás y que los
superaba
en prudencia.
-Tú -dijo-, te sentarás a mi lado, y serás llamado mi
pariente.
Después de estas palabras, Zorobabel le recordó la promesa
con la que se había obligado para el caso de que consiguiera
el
264
reino: había formulado el voto de reedificar a Jerusalén,
construir el Templo de Dios y restituir los vasos que
Nabucodonosor saqueó del Templo y trasladó a Babilonia.
-Esto es lo que te pido, lo que a mí me permitiste pedir por
considerarme sabio y prudente.
8. El rey se levantó contento y lo besó; escribió a los
toparcas
i y sátrapas que
proporcionaran protección a Zorobabel y a
sus compañeros en la reconstrucción de Jerusalén. Por cartas
ordenó a los gobernadores de Siria y Fenicia que enviaran a
Jerusalén cedro del Líbano, y que ayudaran en la edificación
de
la ciudad. Además decretó que todos los judíos cautivos que
volvieran a, Jerusalén quedaban en libertad, prohibió a los
procuradores y sátrapas que obligaran a los judíos a prestar
servicio al rey y eximió de impuestos todo lo que ellos
poseyeran
en tierras. Ordenó también a los idumeos, samaritanos y a
los
habitantes de la Baja Siria que abandonaran los poblados
judíos
que estaban en su poder, y que contribuyeran con quinientos
talentos a la construcción del Templo.
Permitióles también que celebraran sacrificios de acuerdo
con
sus leyes nacionales, quiso pagar él mismo todo el aparato y
los
vestidos que usan en los actos sagrados el pontífice y los
sacerdotes, lo mismo que los instrumentos que utilizan los
levitas para el canto. Prescribió que se asignaran tierras a
los
guardas de la ciudad y del Templo y les señaló una cantidad
anual para su subsistencia. Hizo enviar los vasos sagrados;
ordenó que se cumpliera todo aquello que antes de él Ciro
tuvo el
propósito de realizar para el restablecimiento de los
judíos.
9. Obtenida esta gracia, lo primero que hizo Zorobabel,
cuando salió del palacio, fué agradecer a Dios, elevando los ojos al
cielo, por haberle otorgado sabiduría y victoria ante Darío.
-No la habría conseguido -exclamó- si tú, Señor, no me
hubieras sido propicio.
Luego de dar gracias a Dios y pedirle que en adelante le
otorgara igual benevolencia, marchó a Babilonia y dió la alegre
noticia a sus conciudadanos. Estos agradecieron a Dios que
les
devolviera su tierra natal; luego se reunieron en banquetes
y
265
fiestas durante siete días para celebrar la restauración de
su
patria. Después eligieron jefes de las tribus para que
marcharan
a Jerusalén, con sus mujeres, sus hijos y animales; con la
guardia suministrada por Darío, se dirigieron a Jerusalén
llenos
de gozo y orgullo, cantando, tocando la flauta y haciendo
sonar
los timbales. El resto del pueblo judío los acompañaba con
iguales muestras de alegría.
10. Partieron en esta forma, en número fijo y determinado de
cada grupo de familias. Me parece inútil dar los nombres de
estos grupos, no sea que, distraída la mente del lector del
hilo de
los acontecimientos, le resulte difícil seguir la narración.
El
conjunto de los que emigraron de las tribus de Judá y
Benjamín,
de más de doce años de edad, fué de cuatro millones seiscientas
veintiocho mil personas1
. El número de levitas era de setenta y
cuatro2
; había además cuarenta mil setecientos cuarenta y dos
mujeres y varones menores de edad. Había ciento veintiocho
levitas cantores, ciento diez porteros y trescientos noventa
y dos
siervos sagrados. A éstos hay que agregar seiscientos
sesenta y
dos que se llamaban israelitas, pero no podían demostrar a
qué
familia y estirpe pertenecían.
A algunos de los sacerdotes se los privó de su honor, por
haberse casado con mujeres de raza desconocida y cuya
genealogía no se encontraba en las tablas escritas de los
levitas y
sacerdotes; su número era cerca de quinientos veinticinco.
Una
gran multitud de esclavos seguía a los que ascendían a
Jerusalén, en número de siete mil trescientos treinta y
siete;
además doscientos cuarenta y cinco cantores y cantatrices,
cuatrocientos treinta y cinco camellos y cinco mil
quinientas
veinticinco bestias de carga. El jefe de esta multitud era
Zorobabel, hijo de Salatiel, de la tribu de Judá, de la
progenie de
David, y Jesús hijo del pontífice Josedec. Además el pueblo
eligió
como jefes a Mardoqueo y Serebeo; éstos suministraron una
contribución para los gastos del viaje de cien minas de oro
y
cinco mil de plata. Y de esta manera los sacerdotes, los
levitas y
parte del pueblo judío que se encontraban en Babilonia
1
Esta cantidad parece
desmesurada, sobre todo comparada con los 42.360 que da la Biblia (Esdras, 2,
64).
2
Otros manuscritos dan
el número de 4.070.
266
retornaron a Jerusalén. Los otros emigrantes regresaron cada
cual a su ciudad natal.
267
CAPITULO IV
Terminación del Templo; su mediocridad. Darío, luego de
consultar los archivos reales, asegura su protección ti los
judíos. Celebración de la Pascua. Nueva intervenció i de
Darío contra los manejos de los samaritanos
1. En el séptimo mes, después que salieron de Babilonia, el
pontífice Jesús y el jefe Zorobabel con el mayor celo
enviaron
mensajeros por todas partes, convocando al pueblo en
Jerusalén.
Construyeron un altar en el mismo lugar donde antes se
encontraba y ofrecieron sacrificios, de acuerdo con las leyes de Moisés.
Estos hechos fueron mal vistos por los vecinos, que eran
hostiles.
Celebraron también la fiesta de los Tabernáculos, de acuerdo
con lo prescrito por el legislador; ofrecieron también las
ofrendas,
y los holocaustos y los sacrificios de los sábados y de las
fiestas
sagradas. Los que habían hecho los votos, los cumplieron a
partir. de la luna nueva del mes séptimo.
Iniciaron la construcción del Templo, gastando mucho dinero
en los talladores de piedra, carpinteros y en el alimento de
los
obreros. Los sidonios enviaron, sin encontrar dificultades,
cedros
cortados en el Líbano que reunían y ataban entre sí y
conducían
al puerto de Jope. Esto lo había ordenado Ciro también; pero
ahora se hacía por mandato de Darío.
2. Se llegó así al segundo mes del segundo año de su retorno
a
Jerusalén; trabajaban sin interrupción en la construcción
del
Templo; una vez terminados los fundamentos, en la luna nueva
del segundo mes del año segundo, se empezaron los muros. La
vigilancia de la construcción fué confiada a los levitas de
más de
veinte años, a Jesús, sus hijos y sus hermanos, a Zodmiel,
hermano de Judá, hijo de Aminadab, y a sus hijos. El Templo
fué
terminado mucho más rápidamente de lo esperado, gracias a la
268
diligencia que pusieron aquellos a quienes se había confiado
su
construcción.
Una vez terminado el santuario, los sacerdotes vestidos con
las vestimentas tradicionales, los levitas y los hijos de
Asaf, al
son de trompetas cantaron un himno en elogio de Dios, como
lo
había hecho David anteriormente. Pero los sacerdotes, los
levitas
y los miembros más ancianos de las familias, al recordar el
magnífico y suntuosísimo Templo anterior, y contemplar el
nuevo que, a causa de la indigencia, era muy inferior,
considerando cuán lejos estaban de la pasada prosperidad y
lo
que era el nuevo Templo, no pudieron acallar su dolor y
lloraban
y gemían. Pero el pueblo estaba contento con el actual,
satisfecho
con la edificación del Templo, sin tener en cuenta lo que
había
sido antes ni compararlo con el otro ni atormentándose con
la
idea de que su esplendor era menor de lo que se habían
figurado.
El sonido de las trompetas y la alegría de la multitud
ahogaba
los gemidos de los sacerdotes y ancianos, que juzgaban ser
aquel
Templo muy inferior al que fuera destruido.
3. Cuando los samaritanos oyeron el sonido de las trompetas,
pues eran enemigos de los tribus de Judá y Benjamín,
corrieron
con el propósito de informarse de la causa de tan gran
ruido.
Después que supieron que los judíos que habían sido llevados
cautivos a Babilonia edificaban el Templo, se presentaron
ante
Zorobabel, Jesús y los jefes de las familias, pidiendo que
también se les permitiera a ellos cooperar en la
construcción.
-Nosotros -decían-, adoramos a Dios lo mismo que los judíos,
le rogamos y le rendimos culto, desde la época en que
Salmanasar, rey de los asirios, nos trasladó a este lugar
desde
Cuta y Media.
Zorobabel, el pontífice Jesús y los jefes de las familias de
los
israelitas les respondieron que no era posible admitirlos
como
socios en la construcción del Templo, pues la orden había
sido
únicamente para ellos, primeramente por Ciro, y luego por
Darío. Sin embargo, les sería permitido en el Templo adorar
a
Dios, como a cualquier hombre que quisiera en él adorar a la
divinidad.
269
4. Los cuteos (pues con este nombre se llama a los
samaritanos) se disgustaron por esta respuesta y
persuadieron a
los habitantes de Siria que era necesario pedir a los
sátrapas que
se impidiera la edificación del Templo, como se había hecho
primeramente con Ciro y luego con Cambises, para que de
todas
maneras se pusieran obstáculos y demoras en su construcción.
Por aquel tiempo subieron a Jerusalén Sisines, prefecto de
Siria
y Fenicia, Sarabazanes y algunos otros; preguntaron a los
jefes
de los judíos con permiso de quién construían un templo, que
más bien tenía el aspecto de una fortificación que de un
lugar
sagrado, y cómo era que rodeaban a la ciudad de puertas y
murallas tan anchas.
Zorobabel y Jesús el pontífice respondieron que ellos eran
los
siervos del Dios supremo; que ese Templo había sido
construído
mucho tiempo atrás por uno de sus reyes, muy sagaz y dotado
de
toda clase de virtudes y que, durante varios siglos, se
mantuvo
incólume; pero que luego, a causa de los pecados cometidos
por
sus antepasados, Nabucodonosor, rey de los babilonios y
caldeos,
destruyó la ciudad después de sitiarla, incendió el Templo,
una
vez saqueado, y llevó el pueblo cautivo a Babilonia y a
otras
partes; pero Ciro, que lo sucedió en el reino de Babilonia y
Persia, ordenó por escrito, que se reedificara el Templo;
confió a
Zorobabel y al tesorero Mitrídate las ofrendas y vasos
sagrados,
de los cuales se apoderara Nabucodonosor, para que los
trasladaran a Jerusalén y los repusieran en el Templo.
Ordenó
que nada se omitiera y que se procediera velozmente y
encargó a
Abasaro que subiera a Jerusalén a ocuparse de la
construcción.
Este, luego que recibió las cartas de Ciro, puso los
fundamentos.
Desde entonces se estaba construyendo, pero a causa de la
malignidad de los enemigos todavía no se había terminado.
-Por lo tanto, si os parece conveniente, escribid a Darío,
para
que os informe si todo esto es exacto, confrontando con los
comentarios, y podréis comprobar que no son fantasías1
.
1
El pedido de
participación de los samaritanos que, despechados por el rechazo de los judíos,
resuelven acudir
a los sátrapas para lograr, "como se había hecho con
Ciro y Cambises", que se impidiera la edificación del
Templo, figura en la Biblia (Esdras, 4, 1/3) en la primera
tentativa de reconstrucción, ordenada por Ciro. Difiere
además el relato bíblico del de Josefo en que la gestión
hecha ante Cambises y que dió por resultado la
suspensión de las obras, aparece en la Biblia, con las
mismas circunstancias, como si hubiese sido realizada ante
Asuero (Astajerjes), que se encuentra allí ubicado entre
Ciro y Darío.
270
5. Con esta respuesta de Zorobabel y el pontífice, Sisines y
los
que se encontraban con él no quisieron ordenar que se cesara
en
la construcción, hasta que informaran a Darío. Sin embargo,
le
escribieron de inmediato sobre el particular. Los judíos
estaban
temerosos de que el rey se arrepintiera de haber autorizado
la
edificación de Jerusalén y el Templo; pero dos profetas que,
por
aquel tiempo, se encontraban entre ellos, Ageo y Zacarías,
les
dijeron que tuvieran buen ánimo y que no imaginaran que les
iba a acontecer algún contratiempo de parte de los persas;
hablaban conforme Dios les había revelado. Confiados en sus
palabras, se consagraron con gran celo a la edificación, de
modo
que no dejaron de trabajar ni un solo día.
6. Los samaritanos escribieron a Darío2
acusando a los judíos
de edificar una ciudad fortificada, y de que el Templo más
se
parecía a una fortaleza que a un lugar sagrado y le decían
que no
reportaría ninguna utilidad al rey; recordaban también las
cartas por las cuales Cambises prohibió que se edificara el
Templo, cuando comprendió de lo que se trataba. Darío pensó
que la construcción del Templo podría resultar en su
perjuicio.
Recibió también las cartas de Sisines y sus colegas; todo
ello lo
movió a investigar en los comentarios reales. Se encontró en
el
palacio de Ecbatana, en la Media, un libro en el cual estaba
escrito:
"En el año primero de su reinado el rey Ciro ordenó que
se
edificara en Jerusalén el Templo con su altar, de una altura
de
sesenta codos, y otros tantos de longitud; el edificio
constaría de
tres ringleras de piedra pulida y una de madera del país.
Ordenó
también que los gastos corrieran por cuenta del tesoro real.
También dispuso que los vasos, que Nabucodonosor se había llevado
a Babilonia, se devolvieran a Jerusalén. Estas cosas se las
ordenó para su ejecución a Abasaro, prefecto, gobernador de
Siria y Fenicia, y a sus compañeros, los cuales debían
mantenerse alejados del lugar; pero dejarían que los judíos,
siervos de Dios, y sus jefes principales, construyeran el
Templo.
También les ordenó que les prestaran ayuda, y que ayudaran a
los judíos con los tributos de las provincias, de las cuales
eran
2
Esta nueva gestión
epistolar, esta vez ante Darío, y a cargo de los samaritanos, es invención de
Josefo.
271
procuradores, con destino a los sacrificios, toros,
carneros, ovejas
y cabritos, así como también trigo, aceite y vino, y todo lo
demás
que solicitaran los sacerdotes, para que rogaran a Dios por
la
salud del rey y de los persas. Cualquiera que obrara contra
lo
ordenado por el rey, será crucificado y sus bienes pasarán
al
fisco. Además pidió a Dios, que si alguien pusiera
obstáculos en
la edificación del Templo, que lo castigara por intentar
tamaña
iniquidad."
7. Informado Darío de lo que decían los comentarios,
escribió
lo siguiente a Sisines y sus colegas:
"El rey Darío, al prefecto Sisines, a Sarabazanes y a
sus
colegas, salud. Envío una copia de lo que está escrito en
los
archivos de Ciro; y quiero que todo se lleve a cabo de
acuerdo con
lo prescrito. Adiós."
Después que Sisines y los que con él estaban conocieron por
esta carta cuál era la voluntad del rey, determinaron en
adelante
amoldar a la misma su conducta. Presidían y apresuraban las
obras sagradas, de acuerdo con los judíos ancianos y los
jefes de
los senadores. El Templo fué llevado a su fin con gran
ardor,
gracias a las predicciones de Ageo y Zacarías, y esto por
mandato
de Dios y por voluntad de los reyes Ciro y Darío. Se
finalizó en
siete años.
En el año noveno del reino de Darío, en el vigésimotercer
día
del duodécimo mes, que entre nosotros se llama adar, y entre
los
macedonios distros, los levitas, sacerdotes y el resto del
pueblo
ofrecieron sacrificios, para celebrar su retorno de la
cautividad,
por haber recobrado la perdida felicidad y por la
construcción del
nuevo Templo: cien toros, doscientos carneros, cuatrocientos
corderos y doce machos cabríos (de acuerdo con el número de
tribus de Israel), para la expiación de los pecados de cada
una de
ellas. Además los sacerdotes y levitas procuraron que
hubiera
guardias en cada uno de los portales, pues se habían
construído
pórticos alrededor del Templo.
8. Próxima la fiesta de los ázimos, en el mes primero,
denominado xánticos por los macedonios, y por nosotros nisán, desde
todos los poblados el pueblo confluyó a la ciudad;
celebraron la
fiesta purificándose con sus esposas y sus hijos de acuerdo
con el
272
rito de sus padres. Ofrecieron la víctima pascual en el día
catorce
del mismo mes. Pasaron siete días festejando, sin ningún
gasto,
haciendo los sacrificios acostumbrados, en acción de gracias
a
Dios por haberlos devuelto a su patria y a sus leyes y por
haberles conciliado la benevolencia del rey de los persas.
Después de haber sido pródigos en sacrificios y en la
magnificencia del culto de Dios se establecieron en Jerusalén, con una
forma de gobierno mixta, aristocrática y oligárquica a la
vez. Los
pontífices estuvieron al frente del gobierno, hasta el día
en que
los descendientes de Asmoneo llegaron a la realeza. Antes de
la
cautividad y su retorno habían sido gobernados por reyes que
empezaron con Saúl, el primer rey, y David, durante
quinientos
veintidós años, seis meses y diez días. Y antes de que
tuvieran
reyes fueron gobernados por jefes que llamaban jueces y
monarcas, y pasaron bajo este régimen más de quinientos años desde la
muerte de Moisés y de Josué, el general. Tales fueron los
acontecimientos referentes a los judíos librados de la cautividad en
los tiempos de Ciro y Darío.
9. Los samaritanos, llevados por su enemistad y envidia, les
causaron muchos males, confiados en sus riquezas y en el
parentesco que tenían con los persas por ser oriundos del mismo país.
Rehusaban pagar los tributos ordenados por el rey para los
sacrificios, contando en esto con la protección de sus prefectos, y nada
dejaban de hacer con tal que ellos directamente o por
intermedio
de otros pudieran perjudicar a los israelitas. Pareció, por
lo
tanto, conveniente a los jerosolimitanos enviar una
delegación a
Darío, para presentar una queja contra los samaritanos. En
calidad de embajadores partieron Zorobabel y otros cuatro
jefes.
Cuando el rey escuchó las quejas y las acusaciones de los
legados, los despidió con una carta para el prefecto y el
senado
de Samaria. La carta estaba concebida en esta forma:
"Darío, rey, a Tangana y Sambabas, prefectos de los
samaritanos, y a Sadraces y Bobelón y a todos los de Samaria que, a la
par de ellos, son consejeros. Zorobabel, Ananías y
Mardoqueo,
legados de los judíos, os han acusado de haberlos molestado
en la
construcción del Templo y de no querer pagar las
contribuciones
que yo ordené para sus sacrificios. Quiero que, leída esta
carta,
273
del fondo del tesoro real de los tributos de Samaria, les
suministréis todo lo que, de acuerdo con la decisión de los
sacerdotes, puedan necesitar para la celebración de los sacrificios, de
manera que ningún día deje de haber inmolaciones, a fin de
que
oren a Dios por mí y por los persas."
La carta estaba escrita en esta forma.
274
CAPITULO V
El reinado de Jerjes. Fiesta de los tabernáculos; lectura
de la ley. La misión de Nehemías. Terminación de las mu
rallas de Jerusalén
1. Muerto Darío, le sucedió en el trono su hijo Jerjes,
attien,
al igual que él, honró a Dios con piedad y devoción. Cuidó
de su
culto con el mismo cuidado que su padre, y tuvo en gran
estima a
los judíos. En esta época era pontífice Joacim, hijo de
Jesús. En
Babilonia había un varón justo y que gozaba de gran estima
entre todos; era el primer sacerdote del Templo, de nombre
Esdras. Era muy entendido en la ley de Moisés, y obtuvo la
amistad del rey Jerjes. Determinó ascender a Jerusalén y
llevar
consigo a algunos de los judíos que vivían en Babilonia;
rogó
para ello al rey que le diera cartas de introducción a los
sátrapas
de Siria. El rey escribió a los sátrapas la siguiente carta:
"El rey de los reyes, Jerjes, a Esdras, sacerdote y
estudioso de
la ley de Dios, salud. Pensé que sería un acto de mi
humanidad
permitir que viajen a Jerusalén, si así lo quieren, los
judíos, sus
sacerdotes y levitas. Parta todo aquel que tenga este
propósito
en su ánimo, tal como me ha parecido a mí y a mis siete
consejeros, a fin de que inspeccionen lo que se realiza en Judea
convenientemente a la ley de Dios, y lleven dones al Dios de los israelitas que
yo y mis amigos hemos determinado ofrecer;
igualmente lleven todo el oro y plata que encontraran en
Babilonia dedicado a su Dios, que lo lleven a Jerusalén y se
lo
consagren. Así como también todos los vasos de oro o plata
que
quisieran fabricar para llevarlos, también esto sea
permitido.
Consagrarás todos los vasos sagrados que se te han enviado y
los
que consideres conveniente agregar, todo por cuenta del
tesoro
275
real. He escrito también a los tesoreros de Siria y Fenicia
que
pongan la mayor diligencia en todo lo que pidiera Esdras, el
sacerdote e intérprete de las leyes de Dios. Y, a fin de
librarme a
mí y a mi posteridad de la ira de Dios, quiero que se le
otorguen
hasta cien medidas de trigo. Además os amonesto a que a
ningún
sacerdote, levita, cantor sagrado, portero, servidor
sagrado,
escriba del Templo, les impongáis tributo, o cualquier otra
cosa
desagradable o enojosa. En cuanto a ti, Esdras, de acuerdo
con la
sabiduría divina de que estás dotado, nombrarás jueces
entendidos en tu ley, que administren derecho, y enseñarás
la
ley a los ignorantes, y si alguno de tus conciudadanos
transgrediera la ley de Dios o del rey, deberá ser
castigado, sin
que pueda alegar que ello fué por ignorancia, porque la
conocía,
y aun conociéndola, se atrevió al iazmente a despreciarla.
Será
castigado con la muerte o con una multa. Adiós."
2. Después de recibir esta carta, Esdras se alegró en gran
manera, y adoró a Dios, reconociendo que le debía a él la benevolencia que el
rey le otorgaba; por lo cual le rendía las mayores
gracias. En seguida leyó la carta a los judíos que con él
estaban
en Babilonia; retuvo consigo el original, y envió copias a
los de su
raza que se encontraban en Media. Informados de la piedad
del
rey y de la benevolencia que demostraba hacia Esdras, se
alegraron en gran manera; muchos de ellos con todo lo que
poseían se fueron a Babilonia, con la esperanza de regresar a Jerusalén. Pero
la mayor parte del pueblo de Israel quedó en el país;
ésta es la razón de que solamente dos tribus en Europa y en
Asia
estén sometidas al imperio romano; las otras diez tribus aún
en
la actualidad viven más allá del Eufrates, miles de hombres
cuyo
número no se puede determinar.
Se presentaron a Esdras muchos sacerdotes, levitas,
porteros,
cantores sagrados y servidores del Templo. Esdras reunió
durante tres días en un lugar situado más allá del Eufrates
a los
que habían escapado a la cautividad; les ordenó que ayunaran
y
que con ruegos imploraran a Dios que cuidara de su
seguridad,
para que no sufrieran en el camino ningún daño, ni de parte
de
enemigos o a causa de cualquier dificultad que se les
presentara.
Pues Esdras había dicho previamente al rey, que Dios los
cuidaría; por esto no quiso pedirle caballos para el
traslado.
276
Realizadas las súplicas, avanzaron desde el Eufrates en el
día
duodécimo del primer mes, en el año séptimo del rey Jerjes,
y
llegaron a Jerusalén en el mes quinto del mismo año.
Esdras entregó de inmediato las riquezas que traía a los
tesoreros, que eran de raza sacerdotal: esto es, seiscientos cincuenta
talentos de plata, vasos de plata por cien talentos, vasos
de oro
por veinte talentos, vasos de bronce mejores que el oro de
un
peso de doce talentos. Era lo que habían donado el rey y sus
consejeros y todos los israelitas que permanecieron en
Babilonia.
Después de entregar todo esto, Esdras ofreció en la forma
acostumbrada los siguientes sacrificios: doce toros por la
salud
de todo el pueblo, noventa carneros, setenta y dos corderos
y
doce cabritos. Entregó las cartas del rey a los intendentes
y
prefectos de la Baja Siria y Fenicia. Consideraron
conveniente
cumplir lo ordenado por el rey; honraron al pueblo judío y
procuraron serle útil en todo lo posible.
3. Estos hechos fueron llevados a cabo y decididos por
Esdras;
si tuvo éxito en los mismos, creo que fué porque Dios lo
consideró
digno por su piedad y justicia. Poco después, algunos le
informaron que gente del pueblo, así como también sacerdotes y
levitas, habían obrado contra las instituciones nacionales y
faltaron a las leyes patrias, casándose con mujeres
extranjeras y
maculando de esta forma la raza sacerdotal; le pidieron que
hiciera cumplir las leyes, para que la ira de Dios no se
extendiera a todos indistintamente y no les vinieran nuevas
calamidades.
Amargado por la noticia rasgó sus vestiduras, se golpeó la
cabeza, se arrancó la barba y se postró en el suelo, al ver que los
culpables eran los primeros de la nación.
Considerando que no lo obedecerían si les ordenaba que
despidieran a sus mujeres con sus hijos, no quiso levantarse
del
suelo. Se le reunieron los buenos y justos, y lamentaron con
él lo
que había acontecido.
Finalmente Esdras se levantó del suelo, y extendiendo las
manos hacia el cielo dijo que era indigno de mirar hacia lo
alto,
por haber pecado el pueblo tan gravemente, olvidando lo que
había acontecido a los antepasados a causa de sus pecados.
Rogó
277
a Dios, que había conservado la semilla y los residuos del
pueblo
después de las calamidades y su cautividad, y de nuevo lo
había
trasladado a Jerusalén y había conmovido a los reyes de los
persas para que se apiadaran de él, que les perdonara los
actuales pecados; era un crimen que merecía la muerte, pero
la
bondad de Dios podía evitar el castigo, incluso por
semejantes
crímenes.
4. Después de esto terminó su oración. Todos los que estaban
con él, con sus mujeres e hijos, gemían; entonces uno de los
primeros de Jerusalén, de nombre Aconio, se hizo presente y le dijo
que realmente estaban en pecado aquellos que vivían con
mujeres extranjeras; le aconsejó que con juramento los
obligara
a despedir a las mujeres y a los hijos nacidos de ellas;
aquellos
que no obedecieran serían castigados. Ya convencido Esdras
tomó juramento a los principales de los sacerdotes, a los
levitas y
a los israelitas que, de acuerdo con el consejo de Aconio,
repudiarían a sus mujeres e hijos. Después del juramento,
salió
del Templo y se retiró a la celda de Juan, hijo de Eliasib,
donde
permaneció todo el día sin probar comida ni bebida a causa
de su
aflicción.
Se decretó que todos los que regresaron de la cautividad se
reunieran en Jerusalén; aquellos que al cabo de dos o tres días no
se presentaran, serían separados del pueblo y sus bienes
declarados sagrados por edicto del senado; todos los hombres
de
las tribus de Judá y Benjamín se reunieron en un lapso de
tres
días, el día vigésimo del mes noveno, llamado caslev entre
los
hebreos y apelaio entre los macedonios. Se congregaron en la
parte superior del Templo, estando también presentes los
ancianos, a quienes resultaba molesto el frío. Esdras se
levantó y
dijo que habían violado la ley aquellos que habían tomado
mujer
de raza extranjera; ahora, para agradar a Dios y mirar por
su
propia salvación, tendrían que despedir a esas mujeres.
Todos
respondieron que así lo harían, pero que había muchas y que
estaban en invierno y no era un asunto que se pudiera
cumplir
en uno o dos días.
Se resolvió que los jefes quedarían allí, y aquellos que habían
contraído enlace con mujeres extranjeras dentro de un tiempo
278
determinado se presentarían con los ancianos de su propio
lugar,
los que contarían el número de los que habían contraído esas
uniones. Se siguió este consejo, e iniciaron la
investigación en el
primer día del mes décimo sobre aquellos que habían tomado
mujeres extranjeras y la continuaron hasta el primer día del
mes
siguiente. Muchos de entre la posteridad del pontífice
Jesús,
sacerdotes, levitas e israelitas se habían apresurado a
librarse
de las mujeres extranjeras y de los hijos que nacieron de
ellas,
teniendo en mayor aprecio la observancia de la ley que el
amor
que les profesaban; para aplacar a Dios ofrecieron
sacrificios,
inmolando corderos. No nos ha parecido necesario dar sus
nombres. Y Esdras luego que rectificó aquello en que se
había
errado en el asunto de los casamientos, estableció una
costumbre
que se conservó en adelante.
5. En el séptimo mes, al celebrarse la fiesta de los
Tabernáculos, y cuando estaba presente casi todo el pueblo,
subieron a la terraza del Templo del lado de la puerta
oriental y
pidieron a Esdras que les recitara la ley de Moisés.
Colocándose
éste en medio de la multitud, leyó desde la mañana hasta el
mediodía. Al escuchar la lectura de la ley, no sólo se
adoctrinaron de lo que era justo en lo presente y para lo
futuro,
sino que se lamentaron de lo pasado y lloraron, pensando que
no
habrían sufrido tantos males, si hubieran observado la ley.
Cuando Esdras vió esto, les ordenó que se retiraran a sus
hogares y se abstuvieran de llorar; pues era fiesta, y no
era
conveniente derramar lágrimas; les aconsejó que banquetearan
gozosamente a causa de la festividad; que su arrepentimiento
y
dolor por los pecados pasados, sería para ellos una
seguridad de
que en adelante no reincidirían. De modo que, por consejo de
Esdras, empezaron a regocijarse. Se alegraron durante ocho
días
en las tiendas, y luego cantando himnos a Dios se retiraron
a sus
hogares, dando gracias a Esdras por haberles corregido en
todo
aquello que estaba fuera de las leyes del estado.
Después de haber adquirido tanta gloria entre el pueblo,
Esdras, lleno de años, falleció, y fué enterrado
magníficamente
en Jerusalén. Por la misma época falleció el pontífice
Joacim, a
quien sucedió su hijo Eliasib.
279
6. Uno de los cautivos judíos, copero del rey Jerjes, por
nombre Nehemías, un día se paseaba por las afueras de la capital de
los persas, Susa, cuando oyó a unos extranjeros, que
parecían
estar al término de un largo viaje y penetraban en el
pueblo, y
habla. ban entre sí en hebreo. Se les acercó y les preguntó
de
dónde venían. Respondieron que de Judea; les preguntó luego
cómo estaba este pueblo y su capital Jerusalén. Le dijeron
que
todo andaba muy mal, que las murallas habían sido arrasadas
hasta el suelo, que los pueblos vecinos los ultrajaban de
continuo, durante el día invadían su región y les robaban, y
durante la noche atacaban a la ciudad; de modo que se
llevaban
muchos prisioneros y a la luz del día en los caminos se
veían
muchos cadáveres. Al oír estas nuevas, Nehemías rompió a
llorar, movido a piedad por las calamidades de su pueblo, y
levantando los ojos al cielo dijo:
-¿Hasta cuándo tolerarás, oh Señor, que nuestro pueblo esté
tan oprimido? Hemos llegado a tal extremo que somos botín y
presa .para todos.
Mientras lamentaba las desgracias junto a la puerta, le
anunciaron que el rey estaba por ir a la mesa. Inmediatamente, y sin
tiempo para lavarse, se apresuró a presentarse a servir al
rey.
Después de cenar el rey, muy alegre, más contento que de
ordinario, observó a Nehemías y como viera su rostro entristecido, le
preguntó la causa de su tristeza1
. Nehemías rogó a Dios que otorgara a sus palabras el poder
de persuasión, y dijo:
-¿Cómo, oh rey, puedo tener otra apariencia o no estar
dolorido en el alma, cuando oigo que mi patria, Jerusalén, donde se
encuentran los sepulcros de mis antepasados, está con las
murallas derribadas y sus puertas consumidas por el fuego? Te pido
que me permitas ir allí y edificar las murallas y prestar mi
ayuda para levantar el Templo1
.
1
Según Josefo,
Nehemías habló con el rey inmediatamente después de haberse encontrado con los
extranjeros.
Según la Biblia, la conversación con estos últimos, uno de
los cuales era su hermano Hanani, tuvo lugar en el
mes de kislev (Nehemías, 1, 1-2) y la entrevista con el rey
(Artajerjes, lo llama la Biblia) en el mes de nisán (1,
2).
1
La Biblia no menciona
el Templo. Nehemías restaura los muros y las puertas de la ciudad, como relata
luego
Josefo.
280
El rey le otorgó lo que pedía, le prometió cartas para los
sátrapas a fin de que lo respetaran y le entregaran en
abundancia todas aquellas cosas que le hicieran falta, para
cualquier uso.
-Abandona la tristeza -dijo- para que me sirvas alegremente.
Nehemías adoró a Dios y dió gracias al rey por sus promesas
y levantó el rostro sin rastros de abatimiento y tristeza.
Al día
siguiente, el rey mandó llamar a Nehemías y le entregó
cartas
para Adaio, prefecto de Siria, Fenicia y Samaria, en las
cuales
ordenaba que trataran bien a Nehemías y le suministraran lo
que fuera necesario para edificar.
7. Viajó hasta Babilonia, donde se le unieron muchos de sus
conciudadanos y con ellos partió a Jerusalén, en el año
vigésimoquinto del reinado de Jerjes. Luego de dar gracias a Dios, envió
las cartas a Adaio y a los demás prefectos. Habiendo
convocado a
todo el pueblo en Jerusalén, se levantó en medio del Templo,
y
habló en esta forma:
-Sabéis muy bien, oh, judíos, que Dios se acuerda de
nuestros
mayores, Abram, Isaac y Jacob y que, gracias a su vida
justa, no
nos ha abandonado. A mí me ayudó, para que el rey me
otorgara
poder de restaurar nuestras murallas y llevar a su fin lo
que
falta del Templo. Quiero, por lo tanto, ya que muy bien
conocéis
la mala voluntad con que nos tratan los pueblos vecinos, que
de
todas maneras se opondrán a nuestro anhelo de edificar y
.procurarán impedirlo en toda forma, que ante todo confiéis en Dios
para resistirlos. Luego no dejéis de construir ni de día ni
de
noche, sino que os consagréis al trabajo con gran entusiasmo
y
cuidado, ya que las circunstancias os son favorables.
Dicho esto, ordenó a los magistrados que midieran las
murallas y que el trabajo se repartiera por poblados, de
acuerdo
con las fuerzas de cada uno; prometió que él con los suyos
cumpliría su parte. Dispuesto así, se disolvió la asamblea.
Y los
judíos se entregaron a su trabajo. Se llamaban judíos desde
el
día en que subieron de Babilonia, pues eran de la tribu de
Judá
los primeros que llegaron a aquellos lugares; y así se llamó
a
todos ellos y a la región.
281
8. Cuando los amonitas, los moabitas, los samaritanos y los
que habitaban en la Baja Siria se informaron de que se
estaba
acelerando la edificación de los muros, se indignaron; y no
cejaron en su propósito de ponerles dificultades para
obligarlos a
desistir. Mataron a muchos judíos y maquinaron asesinar al
mismo Nehemías, sirviéndose de algunos extranjeros para
llevarlo a cabo. Además quisieron aterrorizarlos y
esparcieron
rumores de que los iban a invadir grandes ejércitos formados
por
diversos pueblos. Fué tanto el temor que los invadió que
poco
faltó para que abandonaran la edificación.
Pero nada pudo disminuir en Nehemías el gran ánimo con
que se dedicaba a la obra; sin embargo, se procuró algunas
guardias que miraran por su seguridad, y quedó firme en su
lugar dispuesto a llevar a cabo su obra, a pesar de todas
las
dificultades. Cuidadosamente vigilaba por su seguridad, no
por
temor a la muerte, sino por estar persuadido de que si
llegara a
morir, no se restaurarían los muros de la ciudad; ordenó que
en
adelante los que trabajaban estuvieran armados. Los obreros
y
peones tenían una espada y cerca estaban los escudos; cada
quinientos pasos había trompetas encargados de avisar al
pueblo, en caso de que se acercara el enemigo, para que no
se los
encontrara desprevenidos e inermes, sino que bien armados
iniciaran la lucha. El mismo, durante la noche, recorría el
lugar,
y nada lo cansaba, ni el trabajo, ni la falta de sueño ni el
régimen de vida; satisfacía las exigencias de la naturaleza,
sólo
por necesidad. Sufrió estas fatigas durante dos años y
cuatro
meses. Fué el tiempo que emplearon para edificar los muros
de
Jerusalén, terminados en el año vigésimoctavo del imperio de
Jerjes, en el noveno mes.
Terminadas las murallas, Nehemías y el pueblo dieron
gracias a Dios y lo festejaron durante ocho días. Cuando los
pueblos que vivían en Siria supieron que se había llevado a
buen
fin la construcción de los muros, se indignaron en gran
manera.
Además Nehemías, al advertir que era reducida la población
de
la ciudad, indujo a los sacerdotes y levitas a que se
establecieran
allí, abandonando el campo; les preparó casas con sus
propios
fondos. Ordenó también al pueblo que vivía en los campos que
pagara los diezmos, de modo que los sacerdotes y levitas al
282
disponer de suficientes medios de vida, no dejaran de
consagrarse al culto de Dios. De buen grado se cumplió lo
ordenado por Nehemías; y es así como se consiguió que fuera
mayor el número de habitantes de Jerusalén. En cuanto a
Nehemías, después de haber realizado muchas otras cosas
preclaras y dignas de elogio, siendo anciano falleció. Había
sido
un varón bueno y justo, consagrado por entero a los
intereses de
su nación, a la cual dejó un recuerdo eterno en las murallas
de
Jerusalén. Y éstas son las cosas que se realizaron reinando
Jerjes.
283
CAPITULO VI
El reinado de Artajerjes. La desgracia de Vaste. Mardo
queo descubre un complot. Amán arranca al rey un edicto
de exterminio contra los judíos. La intervención de Ester.
Suplicio de Amán. Nuevo edicto de Artajerjes. La fiesta
de Púrim
1. Muerto Jerjes, el reino pasó a su hijo Cyrus, a quien los
griegos llaman Artajerjes1
. Poco faltó para que, bajo su gobierno,
pereciera todo el pueblo judío, con sus esposas e hijos. Más
adelante indicaremos la causa, pues conviene en primer lugar
exponer lo referente al rey, y de cómo tomó por mujer a una
judía de estirpe real que salvó a nuestro pueblo.
Artajerjes,
después de haber recibido el reino, nombró desde la India
hasta
Etiopía ciento veintisiete sátrapas, y en el año tercero de
su
reinado invitó a un gran banquete a los amigos, a los
pueblos de
Persia y a sus jefes. como convenía a un rey que quería dar
una
muestra de sus riquezas; duró ciento ochenta días. Luego
agasajó en Susa durante siete días a los pueblos de las
provincias y a sus embajadores.
El festín estaba organizado de la siguiente forma: se
construyó una sala en forma de tienda, sostenida por
columnas
de oro y plata, reunidas por velos de lino y púrpura, de
modo que
podía contener muchos miles de invitados. El servicio
constaba
de vasos de oro y piedras preciosas, para que fueran a la
vez
agradables a la vista. El rey ordenó a los servidores que no
obligaran a beber una vez llenas las copas, como se estila
entre
1
El nombre de Cyrus,
que Josefo da al rey, corresponde al Asuero de la Biblia, donde por otra parte,
tanto en el
libro de Ester como en el de Esdras, es el adjudicado a
Jerjes. Josefo, en cambio, y de acuerdo con la versión
griega de los Setenta, llama Jerjes al primer rey, el de la
época de Esdras y Nehemías, y Artajerjes (Cyrus o
Asuero) al del episodio de Ester.
284
los persas, sino que cada cual bebiera en la forma que le
agradara. Envió también mensajeros por el reino para que
anunciaran que dejando el trabajo se hicieran fiestas,
celebrando
su advenimiento al reino. También Vaste, la reina, celebró
un
banquete en el palacio con las mujeres.
El rey la quiso obligar a que se presentara ante sus
convidados, para que vieran su belleza, superior a la de las
demás mujeres. Pero ella, por respeto a la ley de los persas
que
prohibe que las mujeres sean contempladas por extraños, no
se
presentó ante el rey; y, a pesar de enviarle una y otra vez
mensajeros, persistió en su negativa. El rey, airado,
interrumpió
el banquete y llamó a siete de los persas a quienes estaba
encomendada la interpretación de las leyes, y acusó ante
ellos a
su esposa, pretendiendo que lo había ultrajado, pues llamada
varias veces al banquete, no apareció ni una sola. Pedía,
pues, -
que declararan cómo tenía que proceder con ella de acuerdo
con
la ley.
Uno de los presentes, de nombre Muqueo, opinó que tal hecho
no sólo era una ofensa al rey, sino a todos los persas, que
correrían el peligro de ser menospreciados por sus esposas,
haciéndoles la vida insoportable; pues ninguna mujer
respetaría
a su marido ante el ejemplo de la arrogancia de la reina al
no
obedecer al que gobierna a todos. Aconsejó que se castigara
gravemente tal contumacia y que luego se diera a conocer a
todos lo decidido. Por consiguiente, se determinó que
Artajerjes
repudiara a Vaste y concediera su lugar a otra mujer.
2. El rey la amaba intensamente y le dolía la separación;
pero
no podía reconciliarse con ella, pues la ley se lo prohibía.
Y no
dejaba de lamentarse que por su capricho se hubiera puesto
en
tales dificultades. Por eso los amigos, al verlo sufrir de
ansiedad,
le aconsejaron que apartara el recuerdo de la esposa y de un
amor que en nada le iba a aprovechar, y que enviara
mensajeros
por toda la tierra a buscar a las mujeres más hermosas; la
que
superara a las demás sería tomada por esposa. Con una nueva
esposa se extinguiría el ansia de la otra, y la primera
inclinación
pasaría a la que habitara con él.
285
Siguió el consejo y nombró a quienes debían llevarlo a cabo:
que buscaran muchachas vírgenes que se destacaran sobre las
demás por su hermosura, y se las trajeran.
Se reunieron muchísimas, entre ellas una muchacha de
Babilonia, huérfana de padre y madre, que estaba bajo el
cuidado de su tío, llamado Mardoqueo1
, de la tribu de Benjamín
y uno de los principales de los judíos. Resultó que Ester,
éste era
su nombre, aventajaba a las demás en hermosura, de tal
manera
que por su gracia concentraba en su persona todas las
miradas.
Fué confiada al cuidado de un eunuco, que la rodeó de todo
lo
necesario; fué perfumada con los aromas más diversos y los
ungüentos más raros que pueda exigir el cuidado del cuerpo.. Al
mismo régimen fueron sometidas todas las jóvenes durante
seis
meses2
; su número era de cuatrocientos. Cuando el eunuco consideró
que las vírgenes ya estaban suficientemente preparadas, y
que ya merecían pasar a la cama del rey, todos los días
enviaba
una de ellas para que se acostara con el rey. Este, después
de
haber estado con ella, la devolvía al eunuco.
Cuando llegó el turno a Ester, se enamoró de la joven y la
tomó como esposa legítima y celebró su matrimonio con ella
en el
año séptimo de su reinado, en el mes duodécimo que se llama
adar. Luego envió a sus mensajeros, que se llaman angares,
para
anunciar el casamiento a todos los pueblos e invitarlos a
que
celebraran fiestas. El mismo agasajó a los persas y medos y
los
jefes de su pueblo, en honor de su matrimonio, con banquetes
que duraron un mes íntegro. Cuando recibió a Ester en el
palacio, le impuso una diadema. Ella vivía con él, sin
haberle
revelado cuál era su raza. Su tío se trasladó de Babilonia a
Susa,
y todos los días pasaba frente al palacio, para informarse
sobre
la joven; la amaba como si fuera hija suya.
3. El rey había establecido una ley por la cual nadie,
mientras
él estuviera sentado en el trono, podía presentarse sin ser
llamado. Hombres armados de hachas rodeaban siempre el trono, para
castigar a aquellos que se presentaran sin ser llamados. El
rey
1
Mardoqueo y Ester,
que no era su sobrina sino su prima, según la Biblia, vivían en Susa a la sazón
(Ester, 2, 5
y 7).
2
Doce meses, según la
Biblia.
286
se sentaba teniendo en la mano una vara de oro; cuando
quería
perdonar a alguien que se hubiese acercado sin ser llamado,
la
tendía. El que llegaba a tocarla, estaba fuera de peligro. Y
sobre
el particular basta con estas explicaciones.
4. Poco después, los eunucos Bagatos y Teodestes conspiraron
contra el rey, pero Barnabazos, servidor de uno de ellos, de
raza
judía, lo supo e informó al tío de la esposa del rey.
Mardoqueo,
por intermedio de Ester, descubrió la conspiración. El rey,
atemorizado, hizo investigaciones que revelaron la verdad
del
hecho. Hizo crucificar a los eunucos; en cuanto a Mardoqueo,
su
salvador, por entonces no le dió recompensa ninguna. Se
contentó con hacer inscribir su nombre a los que tenían a su
cargo las memorias del reinado; luego le hizo decir que no
se
alejara del palacio, porque el rey lo consideraba como uno
de sus
más fervorosos amigos.
5. Era costumbre que tantos los persas como los extranjeros
se prosternaran ante Amán, hijo de Amadates, de raza
amalecita, cuantas veces éste se presentaba ante el rey,
pues
Artajerjes ordenó que se le tributara este honor. Pero
Mardoqueo, por dignidad y por respeto a las leyes de su
patria,
no se prosternaba ante ningún hombre; Amán, que lo advirtió,
se
informó de dónde era. Cuando supo que se trataba de un
judío,
se indignó y le dijo que él era venerado por los persas,
hombres
libres, mientras que él se negaba a hacerlo, siendo esclavo.
Quiso vengarse de Mardoqueo, pero le pareció que era poco
castigar a uno solo y resolvió aniquilar a todo su pueblo.
Por
naturaleza odiaba a los judíos, porque los amalecitas, de
cuya
raza procedía, habían sido destruídos por los judíos. Fué a
ver al
rey y formuló la acusación: que había un pueblo maligno,
disperso por las diversas zonas de su imperio, extraño,
insociable, que no practicaba la religión común ni se atenía
a las
leyes.
-Sino que -continuó-, por sus costumbres y modo de ser, está
en lucha con tu pueblo y todos los demás hombres. Si quieres
beneficiarte y hacerte grato a tu pueblo, extermina de raíz
a esta
gente; que no quede ni residuo de ella, ni aun para la
cautividad o para la esclavitud.
287
Sin embargo, para que el rey no se perjudicara, privado de
los
impuestos que percibía de los judíos, Amán se comprometió a
darle de sus bienes cuarenta mil talentos de plata, cuando
lo
ordenara. Y agregó que de muy buena gana daría esta
cantidad,
con tal que el país estuviera libre de esa gente miserable.
6. Después que Amán pidiera estas cosas, el rey le dejó el
dinero y le entregó a los hombres, para que hiciera con ellos lo que
quisiera. Amán, obtenido lo deseado, envió un edicto a todas
las
naciones en nombre del rey en esta forma:
"El gran rey Artajerjes escribe lo siguiente a los
ciento veintisiete sátrapas, desde la India a Etiopía. A pesar de haber
obtenido el dominio de muchos pueblos y extendido mi reino
cuanto quise, no toleré que se tratara soberbia o cruelmente
a los
súbditos, sino suave y pacíficamente, procurando que gocen
de
paz v justicia. y procuré de todos modos que así se hiciera
de un
modo firme y perpetuo. Pero Amán, quien a causa de su
prudencia y justicia logró ser honrado y respetado más que
todos, y que por su constante fidelidad y benevolencia ocupa
el
primer lugar después de mí, por el cuidado que tiene de todo
lo
mío, me avisó que, mezclado con todos los demás pueblos hay
un
pueblo inicuo que menosprecia las leyes, es irrespetuoso de
las
órdenes reales, posee costumbres diferentes, odia en gran
manera a la monarquía y es de ánimo maligno contra lo
nuestro;
por lo tanto, os ordeno que a aquellos que fueran señalados
por
Amán, mi segundo padre, los exterminéis con sus mujeres e
hijos, sin perdonar a nadie; y que no dejéis de cumplir mis
órdenes, llevados por impulsos de misericordia. Quiero que
esto
se cumpla en el día trece del mes doce del presente año, a
fin de
que nuestros enemigos pierdan la vida en un día determinado;
y
gocemos en adelante de una vida tranquila y pacífica".
Este edicto se anunció en todas las ciudades y regiones,
para
que estuvieran prestas para el exterminio de los judíos en
una
fecha determinada. Se preparaba también lo mismo en Susa.
Entretanto el rey y Amán pasaban el tiempo en comer y beber;
pero la ciudad estaba ansiosa y perturbada.
7. Mardoqueo, cuando supo lo ordenado, rasgó sus vestiduras,
se cubrió con un saco y esparciéndose encima ceniza recorrió
la
288
ciudad, lamentándose de que se matara a gente que no había
hecho mal ninguno. Gritando esto, llegó hasta el palacio
real, y
se quedó en la puerta; pues tal como estaba vestido no lo
dejaron
entrar. Lo mismo hicieron todos los judíos en las ciudades
donde
se había promulgado el decreto, llorando y lamentándose de
la
muerte a que se los había condenado. Cuando anunciaron a la
reina que Mardoqueo estaba a la puerta del palacio con un
vestido tan miserable, consternada de lo que oía, envió a
alguien
para que le hiciera cambiar de vestido.
Como rehusara desprenderse del saco, pues no había cesado
el mal que lo había obligado a ponérselo, Ester llamó al
eunuco
Acrateo, que por casualidad se encontraba presente, y lo
envió a
ver a Mardoqueo, a fin de que se informara de la calamidad
que
le había acontecido, pues se entregaba al llanto y no quería
deponer aquel vestido, a pesar de pedírselo ella.
Entonces Mardoqueo expuso la causa: que en todas las
provincias se había promulgado el edicto contra los judíos,
y le
informó de la promesa de dinero con la cual Amán había
obtenido el decreto del rey. Le dió una copia del decreto
para que
la entregara a Ester, a quien le pidió que no desdeñara
solicitar
al rey, y que para salvar a su pueblo se vistiera de
suplicante, a
fin de apartar el peligro de muerte de los judíos, pues
Amán,
cercano al rey por su dignidad, los había acusado, excitando
su
ira.
Informada Ester, mandó decir a Mardoqueo que el rey no la
había llamado y que quienquiera que se le acercara sin ser
llamado tenía que morir, a no ser que el rey quisiera salvarlo,
extendiéndole su vara de oro. Si el rey hacía esto, aunque
hubiera entrado sin ser llamado, no sólo no moriría, sino
que
quedaba incólume una vez obtenido el permiso.
Después que el eunuco informó a Mardoqueo de parte de
Ester, le contestó que dijera a la reina que no era ocasión
para
pensar en su seguridad, sino en la de toda su raza; si
dejaba de
hacerlo, con seguridad que Dios prestaría ayuda a su pueblo,
pero ella y su casa serían destruídos por aquellos de
quienes tan
poco se habían cuidado. Entonces Ester, enviándole el mismo
criado, ordenó a Mardoqueo que se fuera a Susa y llamara a
289
asamblea a todos los judíos que allí estuvieren, a fin de
que
ayunaran por ella, absteniéndose durante tres días de toda
comida y bebida. Ella con sus criadas haría lo mismo, y
luego
prometía que se presentaría ante el rey contra lo
establecido, y si
era necesario morir no rehusaba la muerte.
8. Mordoqueo, conforme con lo que había ordenado Ester, hizo
que el pueblo ayunara y oró a Dios que no permitiera que su
pueblo, que se encontraba en gran peligro, pereciera; que así como
anteriormente había procurado su salvación y les había
perdonado sus vicios y pecados, también ahora los librara de
la
muerte.
-Pues, dijo, no es por determinadas faltas que estamos
condenados a morir sin gloria, sino que yo soy la causa de la cólera de
Amán, porque no me prosterné ante él y, oh, Señor, el honor
que
sólo te tributo a ti no se lo tributé a él; es por eso que
indignado
ha imaginado esta calamidad contra los que nada hacen en
contra de tus leyes.
El pueblo pidió lo mismo, orando a Dios para que mirara por
su salvación y se dignara librar a los israelitas de la
calamidad
futura. El peligro estaba ya ante sus ojos y era inminente.
Ester
también rogó a Dios según el estilo de su pueblo,
prosternada en
el suelo y revestida con vestidos de duelo; durante tres
días se
abstuvo de toda comida, bebida y placeres, y pidió a Dios
que se
compadeciera de su suerte y que cuando se presentara ante el
rey su palabra fuera persuasiva; que la hiciera aparecer más
hermosa que nunca, de modo que ambos hechos mitigaran la ira
del rey, en caso de que se irritara por ayudar a sus
compatriotas
que corrían gran peligro, y que el odio del rey se dirigiera
contra
aquellos que eran enemigos de los judíos los cuales, si los
dejaba
a su arbitrio, serían eliminados.
9. Durante tres días elevó ruegos a Dios. Luego cambió los
vestidos lúgubres, y vestida y adornada como reina, se hizo
acompañar por dos criadas; en una de ellas se apoyaba
ligeramente, mientras que la otra la seguía levantando la
cola de
su vestido, extendida en el suelo; se presentó ante el rey,
con el
rostro ruborizado y una belleza llena de dignidad y dulzura.
Pasó
a su presencia, ansiosa de miedo. El rey estaba sentado en
el
290
trono revestido con las insignias reales, esto es, un
vestido de
variados colores, cargado de oro y piedras preciosas, y por
este
motivo le pareció mucho más terrible. El rey la miró
duramente
y con el rostro encendido en ira. La reina se inclinó
débilmente,
perdidas las fuerzas, en los brazos de aquellos que estaban
a su
lado.
El rey, creo que por designio divino, mudó su ánimo y
temeroso de que a su esposa le pasara algo grave por su
consternación, bajó del trono y tomándola en sus brazos
probó
reanimarla acariciándola y le habló dulcemente pidiéndole
que
tuviera valor y que nada funesto temiera por haberse
presentado
sin permiso, pues la ley se había dado para los súbditos,
pero
que, en cuanto a ella, no debía tener miedo ninguno, pues
reinaba a la par de él. Dicho esto, colocó en manos de la
reina el
cetro y extendió la vara hacia su cuello para que se librara
de
todo temor, de acuerdo con la ley. Ester volvió en sí con
estas
señales de afecto.
-Señor, dijo, no puedo explicarte fácilmente el miedo que me
ha afectado repentinamente. Cuando te vi tan grande, hermoso
e
imponente, me faltó el aliento y mi alma me abondonó.
Ester pronunció estas palabras tristemente, con voz lánguida
y débil; entonces el rey empezó a turbarse y a angustiarse y
le
rogó a Ester de nuevo que se animara y esperara lo mejor y
se
persuadiera de que estaba dispuesto a darle la mitad del
reino,
si lo quisiera. Ester se limitó a pedir que fuera a comer
con ella,
con so amigo Amán, pues les había preparado un banquete.
El rey accedió y los dos invitados se hicieron presentes;
mientras bebían, el rey dijo a Ester que pidiera lo que deseaba; nada
le negaría, aunque fuera la mitad de su reino. Pero ella
postergó
para el día siguiente su deseo, si el rey quisiera ir a
cenar con
ella en compañía de Amán.
10. El rey dió su palabra, y Amán salió muy contento de
haber sido él sólo invitado a cenar con Ester, pues ningún
otro
había recibido tal honor de parte de los reyes. Vió en el
palacio
real a Mardoqueo, y se indignó vehementemente en su contra;
pues, a pesar de encontrarse frente a frente, no le tributó
honor
ninguno. Al regresar a su casa, llamó a su mujer Zaraza y a
sus
291
amigos; les narró lo muy honrado que era tanto por el rey
como
por la reina, pues aquel día él sólo había sido invitado a
un
banquete en compañía del rey, y a otro para el día
siguiente.
Agregó que le desagradaba contemplar al judío Mardoqueo
frente a las puertas del palacio.
Entonces Zaraza, su mujer, le sugirió que plantara un
madero de cincuenta codos de altura y que al día siguiente
insistiera ante el rey para que en él fuera crucificado
Mardoqueo; Amán aplaudió el consejo y ordenó a sus
domésticos
que lo dispusieran para aplicar el suplicio. Así se hizo.
Pero Dios
se burló de la criminal esperanza de Amán; y como conocía lo
porvenir, se alegró por el curso que seguirían los
acontecimientos.
El rey durante la noche sufrió de insomnio. No queriendo
pasar el tiempo ocioso, sino ocuparse en algo de importancia
para su gobierno, ordenó al escriba que trajera los
comentarios
de las cosas realizadas por él y por los reyes, sus
antepasados, y
sé los leyera. El escriba trajo los comentarios y leyó; se
informó
de que alguien que se había portado egregiamente recibió
como
premio una provincia, a la cual dió su nombre; otro fué
recompensado con regalos; luego pasó a la conjuración de
Bagatos y Teodestes, descubierta por Mardoqueo. Como el
escriba se limitara a leerla y pasara luego a otros asuntos,
el rey
lo detuvo y le preguntó si no estaba escrito el premio que
por tal
hecho se le había otorgado. Respondió que nada estaba
escrito; el
rey le ordenó que cesara de leer, y preguntó qué hora era a
los
que estaban encargados de esto. Era de madrugada,
respondieron; ordenó entonces que si vieran a alguno de sus
amigos ante las puertas del palacio se lo anunciaran.
Sucedió que Amán se encontraba allí, pues madrugó más que
en otras oportunidades con el propósito de solicitar el
suplicio de
Mardoqueo. Los criados anunciaron al rey que estaba presente
Amán en el atrio; dispuso que lo hicieran entrar, y le dijo:
-Puesto que sé que tú eres un amigo mío que me tiene en gran
afecto, te pido me des un consejo: ¿cómo honraré, en
consideración a mi magnificencia, a aquel a quien aprecio mucho?
292
Amán, imaginando que lo preguntaba por él, pues creía que
era el único en contar con el aprecio del rey, dió el
consejo que
meor le pareció. Por lo tanto, le dijo:
-Si quieres honrar en gran manera al hombre que dices tú
amar, haz que suba a caballo cubierto con tu vestido, armado
con
un collar de oro; que lo preceda alguno de tus amigos más
íntimos y que éste proclame por toda la ciudad que tal honor
se
otorga a aquel a quien el rey quiere reverenciar.
Y Amán fué el autor de lo que él consideraba se le iba a
otorgar como premio. Este consejo agradó mucho al rey.
-Por lo tanto -dijo-, sal afuera, pues tú tienes el caballo,
el
vestido y el collar; busca al judío Mardoqueo, y después que
lo
hayas revestido con estas insignias, tomarás al caballo por
la
brida, y lo proclamarás por la ciudad. Pues tú -agregó- eres
mi
amigo más íntimo; cumple lo que con muy buen acierto me has
aconsejado. Estos honores se le deben por haberme salvado la
vida.
Oída esta resolución contra todo lo esperado, perturbado
hasta el fondo de su alma, salió con el caballo, el vestido
de
púrpura y el collar. Cuando vió a Mardoqueo, cubierto con la
bolsa, ante las puertas del palacio, le ordenó que se la
sacara y
se vistiera la púrpura. Pero él, ignorando la verdad y
creyendo
que se mofaba, dijo:
-Oh, malvado, ¿así te burlas de nuestras calamidades?
Pero cuando se convenció que se trataba de un premio
otorgado por el rey, a causa de haberle salvado la vida al
descubrir el complot de los eunucos, se vistió la púrpura
que el
rey llevaba de ordinario, se acomodó el collar en el cuello
y subió
en el caballo; así recorrió la ciudad; yendo delante Amán,
quien
anunciaba que esos honores se le rendían por orden del rey
para
proclamar la estima en que lo tenía. Después de haber
recorrido
la ciudad, Mardoqueo regresó junto al rey; pero Amán,
avergonzado, se retiró a su casa y llorando explicó a su
mujer y a
sus amigos lo que le había acontecido. Le dijeron que ya no
podría vengarse de Mardoqueo, pues Dios estaba en su favor.
293
11. En eso llegaron los eunucos de Ester a dar prisa a Amán.
Sabricada, uno de ellos, vió la cruz levantada en la casa;
supo
por un sirviente que era para Mardoqueo, cuyo castigo Amán
pediría al rey. Pero no dijo nada.
Cuando el rey, después que fué tratado magníficamente
juntamente con Amán, pidió a la reina que le dijese lo que
quería, fuera lo que fuere, empezó ésta a deplorar el
peligro en
que se encontraba su pueblo; ella y su pueblo estaban
condenados a muerte, y era de esto de lo que le quería
hablar. No
lo habría importunado, si hubiera ordenado que los vendieran
para reducirlos a dura esclavitud, pues todavía sería un mal
soportable; pero ante un peligro tan grande, imploraba su
justicia. Al preguntar el rey quién había dispuesto tales
cosas,
acusó abiertamente a Amán quien, en su malavolencia contra
los
judíos, había urdido este complot. Luego, como el rey
perturbado
por lo que acababa de oír se fuera a pasear por el jardín,
Amán
empezó a rogar a Ester que le perdonara sus crímenes; se
daba
cuenta que corría peligro. Estaba prosternado al pie de la
cama
de la reina y le suplicaba; cuando el rey entró y vió esto,
todavía
se indignó más:
-Oh, el más perverso de todos los hombres, ¿quieres también
hacer violencia a mi mujer?
Amán, aterrorizado por estas palabras, no atinó a contestar
nada. Entonces el eunuco Sabucada, haciéndose presente,
acusó
a Amán de tener preparada en su casa una cruz para
Mardoqueo; se lo había dicho un criado, cuando había ido
allí
para recordarle el banquete; y la cruz tenía una altura de
cincuenta codos. Oído esto por el rey, decretó que el
suplicio que
pensara Amán para Mardoqueo se lo había preparado para sí
mismo; y lo condenó a morir inmediatamente, suspendido de
aquella cruz.
Este acontecimiento nos induce a admirarnos de la
providencia, sabiduría y justicia de Dios; no solamente
castigó la
maldad de Amán, sino que hizo que la misma pena que había
imaginado para otro, él mismo la sufriera; y con ello dió un
ejemplo a los otros hombres de que el mal que se ha tramado
contra otro se vuelve con frecuencia contra uno mismo.
294
12. Amán pereció en esta forma por haber abusado de los
honores con que el rey lo distinguió; sus bienes fueron
entregados a la reina. Luego el rey hizo llamar a Mardoqueo,
pues Ester le descubrió el grado de parentesco que tenía con
él, y
le entregó el anillo que perteneciera a Amán. La reina
también
le traspasó las propiedades de Amán; suplicó al rey que
librara a
los judíos del peligro en que estaban de perder la vida,
dándole a
conocer las órdenes escritas que a todo el país enviara Amán
hijo
de Amadates; pues si se devastaba su patria y se hacía morir
a
sus conciudadanos, la vida no le sería soportable.
El rey entonces le prometió que nada se llevaría a cabo que
no fuera de su agrado y que no se procedería en contra de su
voluntad; le encargó que ella misma escribiera sobre los judíos lo
que mejor le parecía en nombre del rey, y que luego, sellado
con
su sello, lo enviaría por todo el imperio; pues nadie que
leyera
cartas autenticadas por el sello del rey se atrevería a
apartarse
en lo más mínimo de lo que ordenaba.
Reunidos los secretarios reales, les ordenó que escribieran
sobre los judíos a las naciones, a los procuradores y a los gobernadores de
ciento veintisiete provincias desde la India hasta
Etiopía. Las cartas que se escribieron eran de este tenor:
"El gran rey Artajerjes a los gobernadores y a todos
aquellos
que cuidan de nuestros intereses, salud. Hay muchos que por
la
multitud de beneficios y honores recibidos por una gran
generosidad, no sólo se esfuerzan en oprimir a los inferiores, sino que
no dejan de tramar el mal en contra de sus benefactores,
suprimiendo la gratitud de entre los hombres, y ensoberbecidos insolentamente
por la inesperada felicidad, vuelven la abundancia
de sus riquezas contra aquellos de quienes recibieron
beneficios,
creyendo poder escapar a la divinidad y a su justicia. De
éstos,
algunos que estuvieron a cargo de la administración de los
asuntos públicos, animados de odios personales, han engañado
al
soberano de quien recibieron el poder, persuadiéndole que
castigara a hombres que nada malo habían cometido, para que
fueran muertos a causa de su cólera. Esto se comprueba, no
por
el recuerdo de hechos antiguos o por haberlo oído, sino por
crímenes que audazmente han tenido lugar ante nuestros
295
propios ojos. Por lo tanto, en adelante no daremos crédito a
calumnias e incriminaciones o a otros hechos de que se nos
quiera convencer, sino que juzgaremos sobre aquello de que
se
nos informe, para imponer castigo si el informe es exacto, y
recompensando en caso contrario, guiándonos por los hechos,
no
por lo que se nos diga. Es así que hoy Amán, hijo de
Amadates,
de raza amalecita, no de sangre persa, y recibido por
nosotros en
hospitalidad, ha abusado de la humanidad de que hacemos
partícipes a todos, de tal manera que fué llamado nuestro
padre
e incesantemente venerado por todos y obtuvo honores reales
por
voluntad nuestra; pero no supo acomodarse a tanta felicidad,
ni
temperarse ni atenerse bien y sabiamente a la grandeza de
tanta
suerte, sino que procuró privarme del reino y de la vida, a
mí, de
quien recibió favores, tramando con perversidad y astucia la
perdición de Mardoqueo, mi benefactor y salvador, y de
Ester,
nuestra compañera en la vida y en el trono, pidiendo
criminal e
insidiosamente su muerte. Con el propósito de que al
privarnos
de nuestros fieles amigos, el reino pasara a manos de otros.
Pero
yo he comprendido que los judíos entregados a la muerte por
este
criminal, no son gente mala, sino al contrario, que viven de
acuerdo con leyes e instituciones óptimas, consagrados al
culto
del Dios que me conservó el imperio a mí y a mis mayores;
por lo
tanto, los redimimos de toda pena, a que los sometieron las
cartas antes enviadas por Amán, las cuales haréis bien en no
tomar en cuenta. Al contrario, queremos que los colméis de
toda
clase de honores. En cuanto a aquel que tramó tal maldad en
su
contra hemos ordenado que lo crucificaran en la puerta de
Susa
con toda su familia, siendo Dios, que todo lo ve, quien les
ha
impuesto estos castigos. Os ordenamos que expongáis al
público
copias de nuestra carta, y que dejéis a los judíos vivir en
paz de
acuerdo con sus leyes, y que los ayudéis a tomar venganza en
los
momentos de prueba de aquellos que les hayan hecho
violencia,
el mismo día que fuera señalado para su exterminio, esto es,
el
día décimotercero del mes duodécimo, que se denomina adar.
Pues este día que debía ser funesto para ellos, Dios dispuso
que
les fuera saludable. Sea un día agradable para aquellos que
nos
quieren bien, un recuerdo de castigo para los conspiradores.
Queremos que todo pueblo y ciudad sepa que el que no
cumpliera
296
lo que está escrito será muerto a hierro y fuego. Que estas
instrucciones sean conocidas por toda la extensión de
nuestro
imperio v que todos estén preparados para el día fijado, a
fin de
vengarse de sus enemigos".1
13. Los jinetes, encargados de llevar las cartas,
emprendieron
inmediatamente la marcha. Al salir Mardoqueo del palacio
cubierto con vestidura real, corona de oro y adornado con el
collar, los judíos de Susa, así que lo vieron de tal manera
honrado por el rey, participaron de su dicha. Además, con
las
cartas del rey, los judíos de las ciudades y provincias
tuvieron un
gran gozo y una luz de esperanza, y muchos hombres de otras
razas, por temor a los judíos, se circuncidaron. Pues el día
décimotercero del mes duodécimo, que los judíos llaman adar,
y
los macedonios distros, señalado para que perecieran los
judíos,
los mensajeros anunciaron que los judíos darían muerte a sus
enemigos.
Los judíos fueron honrados por los sátrapas, los tiranos y
los
escribas reales, quienes por miedo a Mardoqueo tuvieron que
comportarse prudentemente. Después que las cartas del rey se
promulgaron en todas las provincias, aconteció que solamente
en
Susa los judíos mataron cerca de quinientos de sus enemigos.
El
rey comunicó a Ester el número de los muertos; en cuanto a
lo
que había pasado en otras partes, no lo sabía. Le preguntó
qué
quería que se hiciera contra sus enemigos, pues se llevaría
a
cabo. Ester pidió que se permitiera a los judíos matar al
día
siguiente a los enemigos restantes y que crucificara a los
diez
hijos de Amán.
Y así se ordenó a los judíos que lo hicieran, no queriendo
contradecir a Ester. Por lo tanto, se reunieron el día décimocuarto
del mes distros y mataron a casi trescientos de sus
enemigos, sin
tocar sus bienes. Además los judíos que vivían en las
ciudades y
otras provincias mataron a setenta y cinco mil de sus
enemigos.
Esta matanza tuvo lugar el día décimotercero del mes. Al día
siguiente celebróse una fiesta.
1
El hecho de que
Artajerjes no haya anulado lisa y llanamente su anterior decreto de matanza
general de los
judíos, autorizándolos, en cambio, a defenderse o vengarse
de los enemigos que les hicieran violencia, puede
haber obedecido a la norma de Media y Persia que establecía
la irrevocabilidad de los decretos reales (Daniel,
VI, 8, 12, 15).
297
También los judíos de Susa se reunieron en banquetes el día
-
décimocuarto del mes.
Este es el motivo por el que todavía hoy en todo el mundo
lo.-
judíos celebran estos días con banquetes, enviándose
mutuamente porciones. Mardoqueo escribió a los judíos que
vivían en el dominio de Artajerjes que durante estos días
hicieran fiesta, que se celebrara también en la posteridad,
de
modo que se recordara siempre. Pues ya que en aquellos días
poco faltó para que fueran muertos, como lo había dispuesto
Amán, obrarían rectamente si, libres de tan gran peligro y
tomada venganza de sus enemigos, los observaran como
festivos,
dando gracias a Dios. Este es el motivo de que los judíos
recuerden estos días bajo el nombre de Frureos1
. Mardoqueo
consiguió gran crédito y honor ante el rey; participaba del
poder
a la par del rey y al mismo tiempo tenía la confianza de la
reina.
La situación de los judíos fué mucho mejor de lo que podían
esperar. Y éstos son los acontecimientos transcurridos
siendo rey
Artajerjes.
1
Púrim, en hebreo.
298
CAPITULO VII
El sumo pontífice Juan mata a su hermano Jesús. La per
secución de Bagoses. Sanabalet y Manasés
1. Cuando murió el sumo pontífice Eliasib le sucedió en el
cargo su hijo Judas; una vez fallecido el último, fué
honrado con
el cargo su hijo Juan. Esto fué causa de que Bagoses,
general del
ejército del segundo Artajerjes, maculara el Templo e
impusiera
un tributo a los judíos de cincuenta dracmas por cada
cordero
que sacrificaran; y esto antes de realizar los sacrificios
matutinos. Pasó en esta forma.
Juan tenía un hermano llamado Jesús; a éste, Bagoses, que
era su amigo, prometió entregarle el pontificado. Fiado en
esto,
disputando con Juan en el Templo, lo irritó a tal extremo
que fué
muerto por él. Era realmente un crimen atroz el cometido por
Juan contra su hermano, especialmente siendo sacerdote, y
tanto más atroz cuanto que ni entre los griegos ni los
bárbaros1
nunca se supo de un crimen tan cruel e impío. Pero Dios no
lo
pasó por alto, y por eso el pueblo fué reducido a
servidumbre y el
Templo profanado por los persas. Así que Bagoses, general de
las
tropas de Artajerjes, se informó que Juan, el pontífice -de
los
judíos, había matado a su hermano en el Templo, hizo llamar
a
los judíos, y con indignación les dijo:
-¿Os habéis atrevido en vuestro Templo a cometer tan
horrible crimen?
Insistió en entrar en el Templo, pero se lo impidieron. Y él
dijo: -¿Quién dudará que soy más puro que aquel que en el
Templo cometió una muerte?
1
0 sea, no griegos.
Bárbaro, en griego, significa extranjero.
299
Pronunciadas estas palabras, entró en el Templo. Y ésta es
la
razón de que Bagoses, a raíz de la muerte de Jesús,
persiguiera a
los judíos durante siete años.
2. Después de la muerte de Juan, el sacerdocio pasó a su
hijo
Jad. Tenía éste un hermano llamado Manasés. Sanabalet, que
fuera enviado como sátrapa por Darío, el último rey, y que
era de
raza cutea (de la cual se originan los samaritanos), viendo
que
Jerusalén era una hermosa ciudad, cuyos reyes habían dado
mucho que hacer a los habitantes de la Asiria y Baja Siria,
de
buen grado entregó en matrimonio a Manasés a su hija Nicasó,
con la esperanza de que con este enlace se ganaría la
benevolencia de los judíos.
300
CAPITULO VIII
Alejandro el Grande. Sitio de Tiro. Alejandro autoriza la
construcción del templo de Garizim. Alejandro en Jerusalén
1. Por este tiempo Filipo, rey de los macedonios, fué muerto
a
traición en Egea por Pausania, hijo de Ceraste, originario
de la
raza de los orestas. Obtuvo el reino su hijo Alejandro;
éste, después que pasó el Helesponto, venció en la guerra a los capitanes
de Darío en Granico. Luego penetró en Lidia, y después de
someter la Jonia y atravesar Caria, invadió Pamfilia, como se cuenta
en otro lugar.
2. Los ancianos de Jerusalén, disgustados con el hermano del
pontífice Jad por haber tomado esposa de otra raza, siendo
de la
dignidad del sumo sacerdote, se apartaron de él. Juzgaban
que
ese matrimonio serviría de precedente para aquellos que
quisieran violar las leyes sobre elección de esposa y sería
el
principio de que se mezclaran con los extranjeros. Ya había
sido
causa de la cautividad en tiempos pasados, y de muchos otros
males, el hecho de que algunos de los suyos cometiesen el
delito
matrimonial de elegir mujeres extranjeras. Por lo tanto,
ordenaron que Manasés se divorciara de su esposa, o que no
se
acercara más al altar. El sumo sacerdote participaba de la
indignación del pueblo y alejó a su hermano del altar.
Manasés se presentó a su suegro Sanabalet y le dijo que
amaba mucho a su hija Nicasó, pero no de tal manera que
quisiera verse privado de la dignidad sacerdotal, que es la
máxima en su raza y que permanece siempre dentro de la misma
familia. Sanabalet le prometió no sólo que le conservaría el
sacerdocio, sino que le otorgaría la potestad y el honor de
pontífice y que le daría poder sobre todos los países en los
cuales
301
él gobernara, con tal que conservara a su hija por esposa.
Le dijo
que iba a edificar un templo, similar al de Jerusalén, en el
monte
Garizim, que es el más alto de todos los montes de Samaria.
Y
esto se llevaría a cabo por decreto del rey Darío.
Manasés, seducido por estas promesas, se quedó al lado de
Sanabalet, con la esperanza de que Darío le daría el
pontificado,
pues Sanabalet era ya anciano. Puesto que eran muchos, tanto
entre los sacerdotes como entre los israelitas, los que
habían
contraído análogos matrimonios, se produjo una gran
agitación
en Jerusalén. Recurrieron todos a Manasés, pues Sanabalet le
proporcionaba dinero, campos para cultivar y moradas,
gratificando de todas maneras a su yerno.
3. Por aquel tiempo, informado Darío que Alejandro, después
de haber pasado el Helesponto, había vencido a sus sátrapas
en
la batalla de Granico y seguía avanzando, reunió un ejército
de
hombres a caballo y a pie, con el propósito de hacer frente
al
macedonio antes de que invadiera toda el Asia. Pasó el río
Eufrates, atravesó el monte Tauro en Cilicia y esperó al
enemigo
en los límites de Cilicia, para darle batalla. Sanabalet, contento
por la llegada de Darío, dijo a Manasés que se cumpliría lo
prometido al regreso de Darío, una vez vencido el enemigo.
Era
su convicción, así como de todos los que vivían en Asia, que
los
macedonios no se atreverían a luchar con Darío, a causa de
la
multitud de sus soldados. Pero el resultado fué muy
diferente de
lo que se esperaba.
El rey, en lucha con los macedonios, fué vencido; habiendo
perdido gran parte de su ejército y siendo apresados su
madre,
esposa e hijos, escapó a Persia. Luego Alejandro marchó
hacia
Siria, se apoderó de Damasco y de Sidón, sitiando a Tiro.
Envió
cartas al pontífice de los judíos para que lo ayudara con
refuerzos, que suministrara provisiones a su ejército y que
le
pagara a él los tributos que pagaba a Darío y se hiciera
amigo de
los macedonios; no se arrepentiría de ello.
El sumo sacerdote respondió a los mensajeros que él con
juramentos se había comprometido con Darío a no tomar las armas
en su contra, y que no lo violaría mientras Darío viviera.
Oídas
estas noticias, Alejandro se indignó sobremanera; y sin
302
abandonar a Tiro, que estaba a punto de caer, amenazó que,
una
vez sometida, marcharía con el ejército contra el pontífice
de los
judíos y con el castigo que le infligiría le demostraría a
quién
tenía que cumplirle los juramentos. Después de un sitio más
penoso todavía, se apoderó de Tiro. Ordenadas las cosas en
esta
ciudad, marchó contra la ciudad de los gazaenos y se apoderó
de
ella, al igual que del comandante de la guarnición, llamado
Babemeses.
4. Sanabalet, juzgando ser propicia la ocasión, abandonó la
causa de Darío, y tomando con él ocho mil de sus súbditos,
se
rindió a Alejandro. Lo alcanzó ocupado en el sitio de Tiro,
y le
dijo que le entregaría las zonas que estaban bajo su dominio
y
que de buen grado lo aceptaba a él en vez de Darío.
Alejandro lo
recibió satisfecho; en cuanto a Sanabalet, tomando
confianza,
expuso sus propósitos, diciendo que tenía un yerno de nombre
Manasés, hermano del pontífice de los judíos, Jad, y que con
él
había muchos hombres de la misma raza que querían que se
construyera un templo en su territorio. Añadió que era de su
interés dividir a los judíos, pues si estando unidos
tramaban
algo, darían mucho que hacer a los reyes, como antes había
acontecido con los asirios.
Y es así como, con el permiso de Alejandro, Sanabalet
diligentemente edificó el templo, y nombró sacerdote a Manasés, imaginando que
esto sería un gran honor para sus nietos. Luego, después de siete meses,
pasados en el sitio de Tiro y dos en el de
Gaza, Alejandro, una vez conquistada Gaza, determinó subir a
Jerusalén. Jad, al saber esto, temió y se angustió,
recordando de
qué modo recibió a los macedonios y que el rey estaría
indignado
por la anterior negativa. Por lo tanto, ordenó al pueblo que
rogara y ofreció sacrificios a Dios para que protegiera a su
pueblo y lo librara de los peligros que lo amenazaban.
Como se durmiera después del sacrificio, Dios lo exhortó a
que tuviera buen ánimo, que ornara la ciudad y abriera las
puertas, y el pueblo con vestiduras blancas y él y los
sacerdotes
revestidos de sus ornamentos le salieran al encuentro, sin
temer
nada malo, pues Dios los protegería.
303
Una vez despierto se alegró en gran manera y luego de contar
a otros el oráculo, aprestó lo que en sueños sede había
ordenado,
para recibir al rey.
5. Cuando se informó que no se encontraba muy lejos de la
ciudad, salió con los sacerdotes y los laicos, y avanzó al
encuentro de Alejandro con una solemnidad y dignidad que no
se
podían comparar con las de otros pueblos. Marchó hasta un
lugar denominado Safa. Esta palabra interpretada en griego
significa Observatorio, pues desde allí se veían Jerusalén y
el
Templo. Los fenicios y caldeos que estaban en compañía del
rey
se imaginaban que éste les permitiría saquear la ciudad y
encarnizarse con el pontífice, lo que parecía muy verosímil
por
su indignación contra el último; pero pasó todo lo
contrario.
Alejandro, al contemplar desde lejos a la multitud con
vestidos blancos, a cuyo frente iban los sacerdotes con
túnicas de
lino, y el pontífice con su vestidura de color de jacinto
tejida con
oro, con la tiara en la cabeza y la lámina de oro en la que
estaba
escrito el nombre de Dios, se aceró solo y, antes de saludar
al
sacerdote, veneró este nombre. Todos los judíos entonces a
una
voz saludaron a Alejandro y lo rodearon. Los reyes de Siria
y los
restantes se admiraron y sospecharon que Alejandro había
perdido el espíritu. Parmenio fué el único que se le acercó
y le
preguntó qué pasaba, que mientras todos lo adoraban a él, él
se
inclinaba frente al gran sacerdote de los judíos.
-No lo adoré a él -dijo Alejandro- sino al Dios cuyo sumo
sacerdocio ejerce. Lo vi en esta forma, en sueños, en Dión
de
Macedonia, mientras me preocupaba la forma de apoderarme de
toda Asia,y me exhortó a que no dudara, y que procediera
confiadamente; él conduciría mi ejército y me entregaría el imperio de
los persas. Por esto, puesto que a ninguno otro vi en esta
forma,
ahora recordé la aparición y la exhortación. Creo que mi
expedición se ha realizado por inspiración divina; es así como he
vencido a Darío y me he impuesto a los persas y tendré éxito
en
los proyectos que elaboro en mi espíritu.
Luego que dió esta respuesta a Parmenio, entró en la ciudad,
dando la derecha al pontífice y seguido de todos los
sacerdotes;
subió al Templo y ofreció un sacrificio a Dios, de acuerdo
con lo
304
prescrito por el sumo sacerdote y dió pruebas de gran
respeto al
pontífice y a los sacerdotes. Le enseñaron el libro de
Daniel, en el
cual se anuncia que el imperio de los griegos destruirá al
de los
persas; creyendo que se refería a él, satisfecho despidió a
la
multitud.
Los llamó de nuevo al día siguiente, y les dijo que pidieran
lo
que quisieran. El pontífice solicitó que se les permitiera
vivir de
acuerdo con sus leyes, y que cada siete años se los librara
de
pagar tributos; Alejandro lo otorgó. Además le pidieron que
permitiera a los judíos que vivían en Babilonia y en Media que
pudieran observar sus leyes; prometió que así se haría. Dijo
luego a la multitud que si algunos querían agregarse a su
ejército, podrían atenerse a sus costumbres, pues él estaba
dispuesto a recibirlos; muchos de ellos con ánimo alegre se
ofrecieron.
6. Es así como Alejandro, después de haber ordenado los
asuntos en Jerusalén, pasó con su ejército a las ciudades
próximas. Fué recibido amistosamente por todos; los
samaritanos, cuya capital entonces era Siquem, ciudad
situada
cerca del monte Garizim, en la cual moraban muchos
desertores
de raza judía, viendo el buen trato que Alejandro había dado
a
los judíos, resolvieron presentarse como judíos. Los
samaritanos
son de una índole, como he descrito anteriormente, que
cuando a
los judíos las cosas les van mal, niegan que sean parientes,
con lo
cual dicen la verdad; pero cuando advierten que están
favorecidos, inmediatamente se jactan de su parentesco con
ellos, afirmando que son consanguí. neos y haciendo remontar
su
origen a los hijos de José, Efraím y Manasés.
Por lo tanto salieron a recibirlo no muy lejos de Jerusalén,
con gran pompa y señales de sumisión. Alejandro los elogió;
entonces los pobladores de Siquem se acercaron y acompañados
de los soldados que había enviado Sanabalet, le pidieron que
visitara a su ciudad y honrara con su presencia el templo.
Se lo
prometió, pero a su regreso. Como también le pidieron que
los
librara de pagar tributos en el año séptimo, puesto que en
aquel
año no sembraban, les preguntó con qué motivo formulaban tal
pedido. Respondieron que eran hebreos, pero que se los
llamaba
305
sidonios; entonces les interrogó si eran judíos. Contestaron
que
no lo eran.
-Yo -dijo-, solamente he otorgado este privilegio a los
judíos;
sin embargo, a mi regreso, cuando me hayáis informado
detalladamente, haré lo que me parezca bien.
Y así se despidió de los moradores de Siquem. Ordenó a los
soldados de Sanabalet que fueran con él a Egipto; y allí les
entregaría campos. Esto lo cumplió luego en Tebaida, confiándoles la
guardia del país.
7. Después de la muerte de Alejandro, su imperio se dividió
entre sus sucesores. Subsistió el templo en el monte
Garizim.
Siempre que alguien en Jerusalén era acusado de comer algo
impuro, o de violar el sábado o de algún otro pecado,
escapaba a
Siquem pretendiendo que había sido castigado injustamente.
Por
este tiempo murió el sumo pontífice Jad, y le sucedió en el
pontificado su hijo Onías.
Estos fueron los acontecimientos de Jerusalén durante este
tiempo.
306
LIBRO XII
Abarca un espacio de ciento setenta
años
307
CAPITULO I
Los sucesores de Alejandro; sus conflictos. Ptolomeo Sóter
se apodera de Jerusalén
1. Alejandro, rey de los macedonios, después de haber
sometido el imperio de los persas y arreglado los asuntos de los judíos,
como ya se ha dicho, falleció. El imperio quedó dividido
entre
muchos: Antígono se quedó con Asia, Seleuco con Babilonia y
los
pueblos de alrededor, Lisímaco obtuvo el Helesponto,
Casánder
ocupó la Macedonia y Egipto pasó a Ptolomeo hijo de Lago.
Estaban distanciados entre sí, y cada uno luchaba por su propio
imperio, de modo que hubo interminables guerras; las
poblaciones sufrían sus consecuencias con pérdida de la vida
de
muchos de sus habitantes; la Siria sometida a Ptolomeo hijo
de
Lago, que se denominaba Sóter, esto es Salvas ir, estaba muy
lejos de adaptarse a lo que significaba el nombre.
Ptolomeo, con engaños y traiciones se apoderó de Jerusalén.
Entró en Jerusalén un día sábado con el pretexto de
sacrificar,
sin que se lo impidieran los judíos, por no considerarlo
enemigo,
por no tener sospecha ninguna, y por estar entregados al
descanso a causa de ser sábado; sin trabajo ninguno se
apoderó,
de la ciudad, y la trató de un modo cruel e inclemente.
Agatarquides de Cnido1
, que escribió sobre los sucesos de los
sucesores de Alejandro, da testimonio de ello y reprocha
nuestra
superstición, preten. diendo que nos hizo perder nuestra
libertad. Estas son sus palabras:
"Hay un pueblo que se denomina el de los judíos que, no
obstante vivir en una ciudad grande y bien fortificada, Jerusalén, se
dejó caer bajo el dominio de Ptolomeo, por negarse a tomar
las
armas el sábado, y así, a causa de una intempestiva
superstición, se sometió a un dueño cruel."
1
Historiador y
geógrafo griego del siglo II.
308
Esto es lo que dice Agatarquides sobre nuestro pueblo.
Ptolomeo, después de cautivar a muchos hombres, de las
partes
montañosas de Judea, en los alrededores de Jerusalén, como
también de Samaria y el monte Garizim, los trasladó a
Egipto.
Luego, como se informara que los habitantes de Jerusalén
eran
muy fieles cumplidores de los juramentos y de la fe
prometida,
por la respuesta que dieron a Alejandro después de la
derrota de
Darío, puso a muchos de ellos en guarniciones, les otorgó
los
mismos derechos que a los macedonios y con juramento los
constriñó a que fueran fieles a los sucesores que gobernaran
en
aquella provincia. Además, muchos judíos partieron para
Egipto,
estimulados en parte por la fecundidad del suelo y en parte
por
la liberalidad de Ptolomeo. Entre los samaritanos y los
descendientes de los judíos que deseaban conservar las
tradiciones patrias se promovieron discusiones, pues unos
decían
que el Templo de Jerusalén era santo y allí debían enviarse
las
víctimas para el sacrificio, mientras que los samaritanos
afirmaban lo mismo del monte Garizim.
309
CAPITULO II
Ptolomeo Filadelfo, por consejo de Demetrio Falero resuelve
incluir en su biblioteca los libros de los judíos. Los
setenta
intérpretes de la ley. Razones por las cuales los escritores
griegos antiguos no han escrito sobre la Biblia. Regreso de
los
setenta
1. Alejandro gobernó doce años, y después de él Ptolomeo
Sóter por espacio de cuarenta. Luego ascendió al trono de
Egipto
Filadelfo, que lo retuvo por espacio de treinta y nueve
años; éste
hizo traducir la ley judía y libró de la cautividad a los
jerosolimitanos en número de ciento veinte mil.
Demetrio Falero, prefecto de la biblioteca real, deseaba en
lo
posible reunir todos los libros del orbe, comprando todo lo
escrito
. que hubiera tenido fama o fuera digno de estudio o
agradable;
en esto emulaba al rey que era también muy aficionado a los
libros.
Un día le preguntó Ptolomeo cuántos miles de libros había ya
reunido; respondió que tenía cerca de doscientos mil y que
dentro de poco llegaría a quinientos mil. Agregó que se le
había
informado que entre los judíos había varios libros sobre sus
leyes
dignos de estudio y de la biblioteca real; pero por estar escritos
con sus propias letras e idioma, sería un gran trabajo
traducirlos
al griego.
-Parece una escritura similar a la de los sirios y las
palabras
suenan de un modo semejante, pero se trata de una lengua muy
diferente. Sin embargo -dijo-, nada impide que hagas
traducir
esos libros, pues no careces de riquezas para ello, y que
los
guardes en la biblioteca.
310
El rey opinó que Demetrio le daba un muy buen consejo en su
afán de reunir libros y escribió sobre el particular al
pontífice de
los judíos.
2. Ya un cierto Aristeo, que figuraba por su modestia entre
los primeros amigos del rey, había determinado solicitarle
que
libertara a los judíos que se encontraban en su reino;
considerando que era ocasión oportuna para ello, habló sobre
el
particular con los comandantes de los guardias reales,
Sosibios
el tarentino y Andreas, pidiéndoles su apoyo para lo que iba
a
solicitar al rey. Después que ofrecieron su apoyo, se
presentó
ante el rey y le habló en esta forma:
-No conviene, oh rey, vivir en el error y no procurar salir
de
él; debemos, por el contrario, buscar la verdad. Para
complacerte
hemos decidido no sólo copiar, sino también traducir las
leyes de
los judíos; pero, ¿con qué derecho lo podemos hacer, cuando
hay
tantos judíos esclavos en tu reino? No es ajeno a tu
magnificencia y liberalidad librarlos de tan gran calamidad,
tanto más que el Dios que les dió las leyes, es el mismo que
te ha
otorgado el reino, según he deducido después de detenidas
investigaciones. Tanto ellos como nosotros adoramos al Dios
que
todo lo ha creado, llamándolo Zen, de vivir, pues es quien
otorga
la vida a todos. Por lo tanto, para honrar a Dios, devuelve
a su
patria a los que lo honran con culto particular, para que
puedan
vivir en su suelo natal. Quiero que sepas, oh rey, que no
pido
esto por ser de su misma raza o nacionalidad; sino que por
ser
todos los hombres hechura de Dios, y porque todos los que
realizan el bien le son agradables, te exhorto a realizar el
bien.
3. Dichas estas palabras por Aristeo, el rey lo miró
sonriente.
-¿Cuántos miles crees tú -preguntó- son los que deben ser
libertados?
Andreas, que se encontraba presente, respondió que no eran
muchos más de cien mil.
-No es poco lo que me pides, Aristeo -dijo el rey.
Sosibios y los que estaban presentes le dijeron que era
propio
de su magnificencia atestiguar en esta forma su
reconocimiento
al Dios que le había otorgado el reino. El rey, dejándose
conven311
cer, muy contento, ordenó que cuando pagaran sus sueldos a
los
soldados, agregaran ciento veinte dracmas como precio por
cada
uno de los cautivos que tuvieran en su poder. En cuanto a
las
medidas que debía adoptar, dijo que promulgaría un decreto
de
acuerdo con los deseos de Aristeo y, sobre todo, con la
voluntad
de Dios; de modo que no solamente libertaría a los que
fueron
conducidos cautivos por su padre y su ejército, sino también
a los
que lo hubieran sido antes o con posteridad. Cuando se le
dijo
que la liberación de los cautivos costaría arriba de
cuatrocientos
talentos, los concedió. Se resolvió conservar copia del
decreto del
rey, para mostrar su generosidad. Era de este tenor:
"A todos los esclavos que aquellos que militaban con mi
padre
e incursionaron por Siria y Fenicia se llevaron de Judea y
deportaron y vendieron, así como también a los que fueron llevados
con anterioridad, y los llevados posteriormente, a todos
estos
esclavos dejo en libertad donde quiera que se encuentren,
entregando por cada uno ciento veinte dracmas; los soldados
los
recibirán junto con sus sueldos, y los restantes los
recibirán del
tesoro real. Creo que fueron hechos cautivos en contra de la
voluntad de mi padre y de la justicia; que su país fué
asolado por
arrogancia militar y que los soldados se han beneficiado
mucho
por su traslado a Egipto. Por lo tanto, teniendo en cuenta
la
justicia, y queriendo ejercer la misericordia con aquellos
que
están inicuamente oprimidos, ordeno a todos los que tienen
judíos a su servicio los dejen libres por la suma señalada,
y que
nadie proceda dolosamente en este asunto, sino que obedezca
lo
ordenado. Quiero que dentro de tres días después de la
publicación de este edicto, aquellos a quienes concierne
declaren
el número de esclavos que .posean y los presenten; juzgo que
se
trata de una medida útil a mis intereses. El que no cumpla
este
edicto podrá ser denunciado por cualquiera; y sus bienes
serán
confiscados para el tesoro real."
Este edicto fué leído al rey; pero no se decía nada
expresamente sobre los judíos hechos cautivos antes y
después
de las mencionadas expediciones; el rey extendió a todos el
beneficio. A fin de acelerar la distribución de los que
debían ser
indemnizados, ordenó que se repartiera el trabajo entre los
agentes del gobierno y los banqueros reales. Así
establecido, en
312
menos de siete días se cumplió lo ordenado por el rey,
gastándose más de cuatrocientos sesenta talentos; pues los
dueños exigían ciento veinte dracmas hasta por los niños,
diciendo que el rey los había incluído al determinar que
"por todo
esclavo" se pagaría la cantidad señalada.
4. Cumplido lo cual de acuerdo con la generosidad del rey,
éste encargó a Demetrio que publicara el decreto sobre los
libros
de los judíos. Aquellos reyes nada realizaban
temerariamente,
sino que procedían con gran prudencia. Por esto me ha
parecido
conveniente copiar el edicto y las cartas, dar la lista de
los
presentes enviados y el detalle de los ornamentos de cada
uno de
ellos, a fin de que se pueda apreciar la habilidad de cada
uno de
los obreros y que su admirable ejecución haga célebre a cada
uno
de ellos. He aquí una copia del informe:
"Al gran rey, de parte de Demetrio. Puesto que me
ordenaste,
oh rey, que reuniera los libros que faltaran para completar
la
biblioteca, y que todo esto se llevara a cabo con diligente
cuidado,
preocupado por esto te informo que nos faltan los libros de
las
leyes propias de los judíos; pues por estar escritos en
caracteres
hebreos y en su lengua, somos incapaces de comprenderlos.
Además han sido transcritos con descuido por no haber recibido
hasta ahora la atención del rey. Es necesario, pues, que
tengas
en tu poder ejemplares correctos, pues es una legislación
llena de
la más alta sabiduría y la más sincera integridad, como
procedente de Dios. Los poetas y los que han escrito
historia,
según atestigua Hecateo de Abdera1
, no la tienen en cuenta,
como tampoco se acuerdan de aquellos hombres que conformaron
sus vidas de acuerdo con sus preceptos, porque es santa y no
debe ser explicada por bocas profanas. Por lo cual, si te
pareciere
conveniente, oh rey, escribirás al pontífice de los judíos
para que
te envíe seis de los más ancianos de cada una de las tribus,
muy
entendidos en las leyes, para que nos enseñen el sentido más
claro y acorde de aquellos libros y su cuidadosa
traducción."
5. A consecuencia de este informe, el rey hizo escribir al
pontífice de los judíos, Eleazar, informándole al mismo
tiempo
sobre la liberación de los judíos esclavos en Egipto. Le
envió
1
Escritor y filósofo
tracio del siglo ni a. J. C.
313
también cincuenta talentos de oro para la confección de
cráteras,
cálices y vasos y una gran cantidad de piedras preciosas.
Ordenó
también a los que tenían a su cargo la vigilancia de los
cofres
donde estaban estas piedras, que dejaran elegir a los
artífices las
que quisieran. Dispuso también que se entregaran cien
talentos
para sacrificios y demás usos del Templo. Expondré luego las
obras de arte que se realizaron y cómo se hicieron, pero
primeramente quiero copiar el texto de la carta enviada al
pontífice Eleazar.
Este obtuvo el pontificado en la siguiente forma. A la
muerte
del pontífice Onías lo sucedió su hijo Simón, el que fué
denominado el Justo, tanto por su piedad hacia Dios como por
su
ánimo benévolo en relación con sus conciudadanos. Muerto
éste,
y no dejando sino un hijo todavía niño, su hermano Eleazar,
de
quien estamos hablando, recibió el pontificado. A éste le
escribió
Ptolomeo la siguiente carta:
"El rey Ptolomeo al pontífice Eleazar, salud. Habitando
en mi
reino muchos judíos, que fueron hechos cautivos por los
persas
cuando tenían el gobierno, mi padre los honró, a algunos los
colocó en la milicia con sueldos elevados, a otros, esto es,
a los
que con él vinieron a Egipto, les asignó las plazas fuertes,
para
atemorizar a los egipcios. Yo, una vez llegado al gobierno,
he
tratado a todos humanamente, especialmente a tus
conciudadanos, de los cuales he dejado en libertad a más de
cien
mil que estaban en cautiverio, pagando de mis bienes su
precio a
los que eran sus dueños. De ellos, a los que estaban en edad
de
tomar las armas los enlisté en mi ejército; a otros que
estaban
cerca de mí, y cuya fidelidad parecía merecerlo, los
incorporé a
mi corté, pensando que sería ésta una ofrenda agradable a
Dios,
como gratitud por la benevolencia que ha tenido conmigo.
También como prueba de mi afecto a los judíos de todo el
mundo,
he decidido hacer traducir vuestras leyes y colocarlas en mi
biblioteca. Harías bien en elegir varones, seis de cada una
de las
tribus, de cierta edad, que por su experiencia sean
entendidos en
las leyes y capaces de poderlas interpretar; considero que
será de
mucha gloria para nosotros si llegamos a realizarlo. He
enviado
para que hablen contigo de estos asuntos a Andreas, jefe de
mi
guardia, y a Aristeo, hombres a los cuales tengo en mucha
314
estima; les he encargado también que presenten primicias de
ofrendas al Templo, y que entreguen cien talentos de plata
para
los sacrificios y otros usos. En cuanto a ti, será de
nuestro agrado
que nos escribas lo que deseas."
6. Entregadas estas cartas del rey a Eleazar, respondió lo
más solícitamente que pudo:
"Eleazar, pontífice, al rey Ptolomeo, salud. Si tú, la
reina
Arsinoé y tus hijos estáis bien de salud, todo anda bien
para mí.
Me alegré muchísimo al recibir tu carta a causa de tu buen
ánimo; convoqué al pueblo y se la leí, para que se conociera
públicamente tu piedad. También les mostramos los veinte
cálices de oro y los treinta de plata, las cinco cráteras y
la mesa
dedicada a la recepción de los dones consagrados, y los cien
talentos para los sacrificios y demás usos, que se
acostumbran a
hacer en el Templo, que trajeron Andreas y Aristeo, tus muy
honrados amigos, varones honestos que se distinguen por su
bondad y erudición, y dignos de tu alto valor. Queremos que
sepas que haremos todo lo que puede parecerte útil, aunque
fuera superior al orden natural de las cosas; pues es mucho
lo
que te debemos por los beneficios que has dispensado a
nuestros
conciudadanos. De inmediato hemos ofrecido sacrificios por
ti,
por tu hermana, por tus hijos y por tus amigos, y el pueblo
ha
pedido que tus asuntos vayan de acuerdo con tus deseos, que
reine la paz en tu reino y que la traducción de nuestras
leyes
tenga para ti el buen resultado que deseas. He elegido
también
seis ancianos de cada una de las tribus, que te envío junto
con la
ley. Contamos también con que la ley, una vez traducida, nos
sea
devuelta por aquellos que ahora te la llevan, vigilando por
su
seguridad. Adiós."
7. Esta fué la contestación del pontífice. No me ha parecido
necesario dar los nombres de los setenta ancianos que fueron
enviados por Eleazar juntamente con la ley; figuraban a
continuación de la carta1
. Pero no me parece inútil describir los ricos
y admirables regalos enviados a Dios por el rey, para que
todos
conozcan su solicitud hacia la divinidad. Pues como el rey
fué
pródigo en sus donaciones, y se hizo presente para
inspeccionar
1
Eran, en realidad,
setenta y dos, siendo seis de cada tribu.
315
lo que hacían los artífices, no permitió que nada se llevara
a cabo
negligentemente. Expondré la magnificencia de cada uno de
ellos, en cuanto me sea posible, y aunque no lo pide la
historia,
sin embargo lo considero conveniente para que se comprenda el
buen gusto y la magnanimidad del rey.
8. Empezaré por la mesa. El rey pensó que tenía que ser de
gran tamaño. Ordenó que se investigara la dimensión de la
mesa
que se encontraba entonces en Jerusalén, cuál era y si era
posible hacer otra mayor. Cuando se informó de su tamaño y
que
nada impedía que fuera mayor, dijo que la quería hacer cinco
veces más grande, pero que temía no fuera útil para el culto
a
causa de su magnitud; pues deseaba hacer regalos, que no
solamente fueran admirados, sino apropiados al servicio
religioso. Considerando que éste era el motivo de que se
hubiera
dado a la mesa una proporción reducida, no por falta de oro,
determinó que no excediera a la anterior en tamaño, sino que
fuera mejor por la variedad y calidad del material. Siendo de
ingenio pronto a captar la naturaleza de las cosas y rápido
para
imaginar lo nuevo y digno de admiración, en aquellos
aspectos
en los que no existía una especial ordenación inventó por sí
mismo y guió a los artífices; pero en cuanto a las partes de
las
que existían prescripciones, dispuso que se atuvieran a
ellas.
9. Fué construida de oro y medía dos codos y medio de largo,
uno de ancho y uno y medio de alto. Estaba rodeada por una
cornisa de un palmo de anchura, ornada de un cimacio
entrelazado, cuyos relieves en forma de cuerda estaban
maravillosamente cincelados en sus tres lados. Siendo la
mesa
triangular, cada uno de los ángulos guardaba la misma
disposición, de modo que aun cambiándola de sitio,
presentaba el
mismo aspecto ante los ojos. La parte inferior de la cornisa
que
miraba hacia la mesa estaba realizada hermosamente, pero la
parte exterior resplandecía mucho mejor pues estaba a la
vista
de todos. De ahí resultaba que la arista de las dos
vertientes se
destacaran por ser agudas; y ningún ángulo, pues había tres,
como hemos dicho, al trasladarse la mesa de lugar parecía
menor. En las molduras de la cuerda cincelada engastaron
simétricamente piedras preciosas que se sujetaban con
abrochaduras de oro que las atravesaban. Las ramas de la
316
cornisa expuestas a la vista, estaban decoradas en forma de
óvalo hechas con piedras de singular belleza, muy semejantes
en
su relieve a una línea de rayos compactos, y daban la vuelta
a la
mesa.
Por encima de esta hilera de óvalos, los artífices
cincelaron
una guirnalda de frutas de toda índole: racimos de uvas
pendientes, espigas enderezadas, granadas cerradas. Las
piedras con que estaban hechas estas frutas correspondían a
su
color natural y estaban entrelazadas con oro, rodeando toda
la
mesa. Debajo de esta guirnalda se hizo una nueva hilera de
óvalos y de rayos en relieve. La mesa, en los dos sentidos,
presentaba a la vista la misma variedad y la misma prolija
terminación. Mirada por cualquier lado no cambiaba la
disposición de los cimacios ni de las cornisas. La cuidadosa
ejecución llegaba igualmente hasta las patas. Se dispuso una
lámina de oro, de cuatro dedos de espesor, a todo el ancho
de la
mesa; se sujetaron en ella las patas, que en seguida fueron
fijadas a la cornisa con pernos y portillos, de modo que, hacia cualquier lado
que se moviera la mesa, siempre se notaba la misma
novedad y riqueza en el trabajo.
Sobre la mesa esculpieron un meandro, formado con piedras
preciosas de diversos colores, brillantes como estrellas,
carbúnculos, esmeraldas, que resplandecían ante los ojos de
los
espectadores, y otras de diversas clases que se veían con
sumo
agrado. Alrededor del meandro se cinceló una trenza que
contenía espacios libres en forma de rombos, incrustados con
pedazos de cristal de roca y ámbar que por su diseño regular
resultaban un encanto para los ojos. Las patas tenían
capiteles
en forma de lirio cuyas hojas se replegaban debajo de la
mesa,
mientras que las flores surgían derechamente. Descansaban
sobre bases de carbúnculo, de la altura de un palmo y ocho
dedos
de ancho, en forma de estilóbato, que soportaban toda la
carga
de las patas.
Cada una de las patas ostentaba una decoración fina y
delicada que representaba hiedras y sarmientos de vid con
sus
racimos, imitados en forma realmente veraz. Las hojas eran
tan
livianas y adelgazadas que temblaban al soplo del viento y
317
daban la ilusión de ser reales, más bien que obras de arte.
Los
artistas se ingeniaron para dar a la mesa la forma de un
tríptico,
y la ligazón entre sus diversas partes era tan perfecta que
era
imposible ver, o aun sospechar dónde estaban las junturas.
La
tabla de la mesa tenía por lo menos medio codo de espesor.
Tal era esta ofrenda, testimonio de la munificencia del rey,
obra admirable por la riqueza del material, por la variedad
de
los adornos y la exactitud de la imitación en que se
empeñaron
los artistas al cincelarla. El rey había cuidado que, aunque
por
sus dimensiones no fuera mayor que la consagrada
anteriormente a Dios, la superara por el arte, la novedad y
la
belleza del trabajo y que fuera digna de general admiración.
10. Entre las cráteras había dos de oro, esculpidas con
escamas en espiral desde la base hasta la cintura, ornadas con piedras
preciosas. En la parte alta había un meandro de un cubo de
altura, compuesto de piedras preciosas de varias formas;
luego
seguía una hilera de rayos y luego, hasta el orificio, lazos
formados con rombos. Los intervalos fueron rellenados con
piedras muy hermosas de cuatro dedos, en forma de cabujones.
Alrededor del borde de la crátera había hojas de lirio y
sarmientos de vid. Cada una de ellas tenía la capacidad de
un
ánfora.
Las cráteras de plata reflejaban mucho mejor que espejos,
pues la imagen de los que se les aproximaba se veía lo más
bien.
El rey mandó también hacer treinta fialas cuyas partes de
oro
que no estaban ocupadas con piedras preciosas, recibieron
una
decoración de guirnaldas de hiedra y de hojas de vid
cinceladas.
Las obras de arte revelaban fuera de duda en su ejecución no
sólo la admirable habilidad de los artistas, sus autores,
sino también el gusto y la generosidad del rey. Ptolomeo no sólo pagó
amplia y generosamente a los artífices, sino que también,
dejando a un lado la administración de los negocios públicos,
inspeccionó personalmente las obras. Por esto los artífices
se
consagraron a su trabajo con la mayor diligencia, pues
sabían
con qué interés el rey seguía sus trabajos.
318
11. Estas fueron las ofrendas que Ptolomeo envió a
Jerusalén.
El pontífice Eleazar las colocó en el Templo; agasajó a los
que las
trajeron, y luego de darles regalos para el rey, los
despidió.
Una vez en Alejandría, el rey, conocedor de su llegada, y
que
con ellos habían viajado los setenta ancianos, en seguida
hizo
llamar a Andreas y Aristeo. Estos le entregaron las cartas
que
traían del pontífice y le declararon las conversaciones que
con él
habían tenido. Pero él, deseoso de hablar con los ancianos
que
habían ido para la traducción de la Ley, ordenó que se
despidiera
a las otras personas que se habían presentado por diversos
asuntos; procedimiento desacostumbrado en él, pues aquellos
que tenían audiencia para asuntos de servicio eran recibidos
al
quinto día, y los embajadores al mes. Habiendo, pues,
despedido
a los que tenían asuntos que tratar con él, recibió a los
mensajeros de Eleazar.
Cuando los ancianos estuvieron en su presencia, para
entregarle los regalos que le traían de parte del pontífice
y las
membranas en las cuales estaban escritas las leyes con
letras de
oro, les preguntó por los libros. Los ancianos sacaron las
membranas de sus estuches, el rey admiró su delgadez y sus
costuras, invisibles por la gran perfección con la que se
habían
unido las hojas; les dió las gracias por haber venido, pero
más
agradecido estaba al que los envió y especialmente a Dios a
quien pertenecían las leyes que traían consigo.
Cuando los ancianos y los que con ellos estaban desearon a
una voz al rey la mayor prosperidad, el rey derramó lágrimas
de
alegría. Pues la naturaleza ha establecido que el mismo
signo del
dolor exprese la mayor alegría. Luego ordenó que se
entregaran
los libros a los que tenían la misión de guardarlos, abrazó
a los
ancianos y les dijo que había considerado conveniente hablar
con
ellos sobre el objeto de su misión. Agregó que el día de su
llegada
sería considerado insigne y que, mientras él viviera, todos
los
años se celebraría solemnemente. Aconteció casualmente que
el
día del advenimiento de los ancianos coincidió con el día de
la
victoria que obtuvo en el mar contra Antígono. Luego dispuso
que se los considerara como sus invitados, y que se les
dieran los
mejores alojamientos de la ciudadela.
319
12. Nicanor, que era el encargado de recibir a los
huéspedes,
llamó a Doroteo, el intendente de servicio, y le ordenó que
preparara para cada uno de ellos lo necesario para su subsistencia. El
rey había dispuesto que se siguiera este sistema: para los
enviados de las ciudades que tenían un régimen especial de
vida,
había un administrador encargado de disponer los alimentos
de
acuerdo con sus costumbres, de modo que los huéspedes se
encontraran más satisfechos al ser atendidos de acuerdo con
sus
normas y no se sintieran molestos por los hábitos
extranjeros.
Así es como se pro. cedió con los enviados de Eleazar,
siendo el
encargado de ello Doroteo, que era muy buen conocedor de
todo
lo perteneciente a la comida. Dispuso lo que era necesario
para
esta clase de recepciones y preparó para ellos dos hileras a
lo
largo de la mesa; por disposición del rey hizo colocar la
mitad de
ellos a su lado, y los restantes en una mesa que estaba
detrás de
aquélla. Recostados en esta forma, el rey ordenó a Doroteo
que
les sirviera de acuerdo con el rito que se estilaba entre
los judíos.
Por eso despidió a los heraldos sagrados, los sacrificadores
y
todos aquellos que de ordinario hacían las preces, y pidió a
uno
de los huéspedes, de nombre Eliseo, que era sacerdote, que
hiciera una oración. Este, poniéndose de pie en el medio,
rogó
por la prosperidad del rey y de sus súbditos. Luego todos
aplaudieron y aclamaron alegremente, para dedicarse a
festejar
en seguida. El rey, después de un rato que juzgó suficiente,
comenzó a filosofar, y propuso a cada uno de ellos un
problema
sobre filosofía natural. Respondían gravemente a los
problemas
que se les preguntaba; el rey, deleitado por estas
conversaciones,
los tuvo invitados durante doce días. Si se quiere alguien
informar sobre lo que se dijo en este banquete, puede
consultar a
Aristeo, quien escribió un libro sobre el particular.
13. El rey tuvo por ellos una gran admiración, y el filósofo
Menedemo dijo que la providencia lo gobierna todo, lo cual
explicaba la elocuencia y la belleza de sus discursos. Luego dejaron
de preguntarles. El rey decía que con su sola venida había
recibido grandes bienes, pues había aprendido cómo convenía
gobernar; ordenó que a cada uno de ellos se le dieran tres
talentos, y que los condujeran a sus alojamientos para que
descansaran.
320
Al cabo de tres días, bajo la dirección de Demetrio,
atravesaron el muelle de siete estadios, pasaron el puente,
se
dirigieron hacia el norte y se reunieron en una casa
construida al
borde del mar, cuya soledad era apropiada para el estudio.
Una
vez allí, les dijo que como ya disponían de todo lo
necesario para
interpretar la ley, se consagraran a este trabajo. Con toda
atención y celo se dieron a la tarea de traducir la ley. Se
dedicaban a ello hasta la hora nona; luego se consagraban al
cuidado del cuerpo; se les suministraba en abundancia todo
lo
que precisaban para comer, y además Doroteo les llevaba por
mandato del rey muchas cosas que había preparado para sí
mismo. Por la mañana iban al palacio real y saludaban a
Ptolomeo; luego volvían a su alojamiento y después de haberse
lavado las manos en el mar y hecho sus abluciones, se
dedicaban
a la versión de las leyes.
Cuando fué terminado el trabajo de traducción, en cuya tarea
se emplearon setenta y dos días, Demetrio, reuniendo a todos
los
judíos en el lugar donde se había realizado la versión,
estando
también presentes los intérpretes, se dió lectura a la
versión. La
multitud aprobó la obra de los ancianos intérpretes de la
ley,
elogió también la idea de Demetrio a quien debían tantos
beneficios; le pidieron que se las diera a leer también a sus jefes.
Pidieron todos, los sacerdotes, los intérpretes y los jefes
de la
comunidad que, puesto que la versión era perfecta, que
quedara
tal como estaba y que jamás se cambiara. Todos elogiaron
esta
decisión y ordenaron que si alguien en la ley advirtiera
algo
superfluo o abreviado, lo examinara de nuevo, y lo
corrigiera.
Era ésta una sabia medida, gracias a la cual lo que una vez
fuera
juzgado estar bien, siempre se conservaría.
14. El rey se alegró, al comprobar que se había llevado a
cabo
lo dispuesto; pero su satisfacción fué mayor cuando le
recitaron
las leyes y admiró la inteligencia y sabiduría del
legislador.
Habló con Demetrio de cómo era posible que tratándose de una
ley tan admirable, no la tuviera en cuenta ninguno de los
historiadores y poetas. A lo cual Demetrio respondió que
nadie
se había atrevido a tocarla, por ser divina y augusta, y que
algunos que se habían atrevido fueron heridos por la
divinidad.
Citó el caso de Teopompo quien intentó escribir sobre la ley
y
321
estuvo con el espíritu conturbado por más de treinta días;
en los
intervalos de lucidez rogaba a Dios que lo curase,
sospechando
de dónde procedía su insania. Además vió en sueños que esto
le
había acontecido por haberse aventurado a tratar las cosas
divinas y ponerlas en lenguaje vulgar; de modo que, cuando
desistió, su mente volvió a la normalidad. Le explicó
también el
caso de Teodecta, poeta trágico, el cual, según se dice, al
querer
en uno de sus dramas hacer mención de lo que se explica en
los
libros sagrados, enfermó de los ojos, de la dolencia llamada
glaucoma; luego de rogar a Dios, sanó después de haber
reconocido cuál era la causa de la enfermedad.
15. El rey, después de recibir los libros de Demetrio, según
antes se ha dicho, los veneró y ordenó que se los cuidara
diligentemente, a fin de que permanecieran en su integridad. Pidió a
los intérpretes que lo visitaran con frecuencia; esto les
sería de
gran provecho, no sólo por el respeto con que serían
tratados,
sino por los regalos que les haría. Ahora era justo que los
dejara
marchar, pero si volvían espontáneamente, recibirían la
atención
que merecía su sabiduría, de acuerdo con la liberalidad
real.
Se despidió de ellos después de dar a cada uno tres hermosos
vestidos, dos talentos de oro, un cáliz de un talento y la
cobertura de la cama en que se recostaban para comer. Estos
fueron los regalos que les dió. Por su intermedio envió al
pontífice Eleazar diez camas con patas de plata con todos
sus
adornos, y un cáliz de treinta talentos; además diez
vestidos, una
tela de púrpura, una valiosa corona, cien piezas de tela de
lino y,
por último, fialas, platos, vasos para las libaciones y dos
cráteras
de oro, destinadas al Templo. También le dijo en una carta
que si
alguno de sus hombres quería ir a verlo, se lo permitiera,
pues
apreciaba en mucho poder hablar con hombres instruídos y que
sería muy de su agrado gastar en esta forma sus riquezas.
Esto
es lo que hizo Ptolomeo Filadelfo por la gloria y el honor
de los
judíos.
322
CAPITULO III
Seleuco 1. Privilegios de los judíos, respetados por
Vespasiano. Antíoco II. Los judíos de Jonia y Agripa. Antíoco III
conquista a Palestina
1. Fueron también honrados por los reyes de Asia, a causa de
haberlos servido en la guerra. Pues Seleuco Nicátor, en las
ciudades que estableció en Asia y en la Celesiria, y aun en
la
misma Antioquía, capital del reino, permitió que vivieran en
igualdad de derechos que los macedonios y los griegos;
derecho
del que disfrutan actualmente. Sirva de ejemplo lo
siguiente: los
judíos no queriendo usar aceite extranjero, obtienen de los
encargados de los gimnasios una suma para comprar aceite.
Esta
costumbre la quiso abolir en la última guerra el pueblo de
Antioquía; pero Muciano, que entonces era pretor en la
Siria, la
mantuvo1
.
Más adelante, siendo emperadores Vespasiano y su hijo Tito,
los ciudadanos de Alejandría y Antioquía les pidieron que
privaran de sus derechos a los judíos, pero no lo
consiguieron. De
ahí puede deducirse la equidad y magnanimidad de los
romanos,
especialmente de Vespasiano y Tito. Estos, a pesar de lo
duramente que tuvieron que luchar contra los judíos y del
resentimiento que sentían contra ellos por no querer
rendirse,
pues lucharon hasta lo último, por ningún motivo quisieron
que
sus derechos fueran disminuidos; impusieron silencio a su
cólera
y a los pedidos de los pueblos de Alejandría y Antioquía, a
pesar
de lo importantes que son; pero no consiguieron que
disminuyera
su buena voluntad hacia ellos en lo más mínimo ni que
accedieran al odio de los adversarios que los combatían,
1
La prohibición para
los judíos de usar aceite extranjero era muy estricta, y de ella vuelve a
hablar Josefo en la
Guerra, II, 22, 2, y en la vida, párr. 13. Los privilegios
de los judíos de Antioquía figuraban (Guerra, VII, 5, 2)
en tablas de bronce, pero que su antigüedad llegase hasta
Seleuco Nicátor, como dice aquí, parece desmentirlo
Josefo mismo al decir en el mismo libro de la Guerra (VII,
3, 3), que los últimos reyes de la dinastía, los
sucesores de Antíoco Epífanes, acordaron a los judíos el
derecho de ciudadanía en igualdad de condiciones con
los griegos.
323
continuando con su benevolencia hacia los judíos, diciendo
que
los que se habían levantado en armas contra ellos ya habían
recibido su castigo, y que sería injusto privar de sus
derechos a
los que no eran culpables.
2. Sabemos que Marco Agripa fomentó un afecto similar hacia
los judíos. Los jonios, revolucionados contra los judíos,
pidieron a
Agripa que los privara del derecho de ciudadanía, el que les
fuera otorgado por Antíoco, el nieto de Seleuco, a quien los
griegos denominan Dios, y que sólo ellos disfrutaran del
mismo;
pues decían que si los judíos fueran sus compatriotas
adorarían
a los mismos dioses; les pusieron pleito en el particular,
pero los
judíos lograron que se respetaran sus derechos,
patrocinándolos
Nicolás de Damasco. Agripa determinó que no era lícito
innovar.
Si alguien quiere conocer esto con más exactitud lea al
mismo
Nicolás de Damasco en los libros centésimo vigésimotercero y
centésimo vigésimocuarto de su Historia1
. No hay por qué
admirarse de la decisión de Agripa; pues por aquel entonces
nuestro pueblo no estaba en guerra con los romanos; pero sí
hay
motivo para pasmarse por la magnanimidad de Vespasiano y
Tito, los cuales después de soportar tantas guerras y luchas
con
nosotros, se portaron con tanta moderación. Pero vuelvo a mi
tema, que dejé.
3. Bajo el reinado en Asia de Antíoco el Grande, tanto los
udíos como los que habitaban en la Celesiria, sufrieron
muchas
penalidades. Estando en guerra aquél con Ptolomeo Filópator
y
su hijo de nombre Epífanes, aconteció que tanto si triunfaba
como si era vencido, se encontrarían en las mismas
condiciones
desastrosas; semejantes a una nave maltratada por la
tempestad
por ambos lados, estaban colocados con iguales posibilidades
entre el éxito de Antíoco y las adversidades de su fortuna.
Una
vez vencido Ptolomeo, Antíoco ocupó Judea. Muerto Filopátor,
su
hijo envió un gran ejército, cuyo jefe era Scopas, contra
los
habitantes de la Celesiria; ocupó muchas de sus ciudades y
sometió a nuestro pueblo. No mucho después Antíoco venció a
Scopas en las fuentes del Jordán y aniquiló a una gran parte
de
sus tropas.
1
Y. Antig. XVI, 2,
3-5.
324
Luego Antíoco se apoderó de las ciudades de la Celesiria que
habían caído bajo el poder de Scopas, y también de Samaria.
Los
judíos se entregaron espontáneamente, lo admitieron en la
ciudad, le suministraron todo lo necesario para él y sus
elefantes
y lo ayudaron eficazmente en la lucha contra la guarnición
que
dejara Scopas en la fortaleza de Jerusalén. Por esto,
juzgando
Antíoco que merecía ser recompensada la buena voluntad de
los
udíos hacia él, escribió cartas a sus capitanes y amigos,
refiriéndose a los grandes servicios que le habían prestado los judíos e
indicando los presentes con los que había decidido
recompensarlos. Agregaré una copia, pero primero quiero
citar lo
que dice Polibio de Megalópolis2
en confirmación de
mis
palabras. En el libro décimosexto de su Historia se lee:
"Scopas, jefe de los ejércitos de Ptolomeo,
dirigiéndose hacia
las regiones superiores, durante el invierno sometió a los
judíos."
También en el mismo libro refiere:
"Vencido Scopas por Antíoco, éste se apoderó de
Batanea, Samaria, Abila y Gadara; poco después se le sometieron los judíos
que habitaban cerca del Templo llamado de Jerusalén. Mucho
hay que decir sobre esto, especialmente por la celebridad
del
Templo, lo que haremos en otra oportunidad."
Esto es lo que dice Polibio en su Historia. Volvamos a lo
que
estaba explicando, luego de copiar la carta de Antíoco.
"El rey Antíoco a Ptolomeo, salud. Puesto que los
judíos, así
que penetramos dentro de sus límites, nos manifestaron su
buena voluntad, y nos recibieron espléndidamente dentro de
su
ciudad, nos salieron a recibir con su senado, y nos
proveyeron
abundantemente de todo, para nosotros y nuestros soldados, y
nos prestaron su ayuda para eliminar a la guarnición egipcia
establecida en la ciudadela; por todo esto, nos ha parecido
conveniente recompensarlos, refeccionar su ciudad arruinada
por los azares propios de las guerras y repoblarla, haciendo
reingresar a los ciudadanos dispersos. Y ante todo
decretamos
proveer lo perteneciente a la religión, suministrándoles los
animales necesarios para ser sacrificados, así como vino,
aceite e
2
Historiador griego
(más o menos 210-125 a. J. C.), autor de una Historia General de la que se
conservan cinco
libros.
325
incienso por valor de veinte mil dracmas... y artabas
sagradas de
flor de harina de trigo según la costumbre de la región, mil
cuatrocientos medimnos de trigo, y trescientos setenta y
cinco
medimnos de sal. Quiero que todo esto se les entregue, de
acuerdo con lo ordenado; que se refeccione el Templo, los
pórticos
y cualquier otra parte que convenga arreglar. Utilícese para
ello
material de Judea, de otras regiones y del Líbano, y no se
les
imponga ningún tributo por ello. Lo mismo digo en lo
referente
al embellecimiento del Templo. Que los hombres de esta raza
vivan de acuerdo con sus leyes paternas; que el senado, los
sacerdotes, los escribas del Templo y los cantores sagrados
sean
exceptuados de los impuestos que les tocara por cabeza, del
impuesto de la corona y de otros tributos. Y a fin de que la
ciudad se pueble lo más rápidamente posible, otorgo a los
que
ahora habitan en ella, y a los que emigraran a la misma
hasta el
mes de hiperbereteo, exención de impuestos durante un
trienio.
Y en adelante, los eximimos de una tercera parte de los
impuestos, a fin de resarcirlos de los daños sufridos;
también
ordenamos que sean dejados en libertad los que fueron
sacados
de la ciudad y puestos en esclavitud, ellos y sus hijos, y
que se
les devuelvan sus bienes."
4. Este era el contenido de la carta. Además, en honor del
Templo Antíoco publicó por todo el reino este decreto:
"No se permita a ningún extranjero penetrar dentro del
recinto del Templo prohibido a los mismos judíos, salvo
aquellos
que se hayan purificado de acuerdo con su ley nacional.
También
está prohibido introducir en la ciudad carne de caballo, de
mulo,
de asno salvaje o doméstico, de pantera, de zorro, de liebre
y en
general de todas aquellas clases de animales prohibidos para
los
judíos; no se podrán introducir ni las pieles de estos
animales, ni
tenerlos dentro de la ciudad. El que hiciera algo en contra,
tendrá que pagar a los sacerdotes tres mil dracmas de
plata."
También el rey dió testimonio de su buena voluntad y
confianza, cuando encontrándose en las satrapías de Asia
superior, se informó de un levantamiento producido en Frigia
y
Lidia; ordenó entonces a Zeuxis, su general y uno de sus
íntimos
326
amigos, que trasladara a algunos de los nuestros de
Babilonia a
Frigia. Escribió en estos términos:
"El rey Antíoco a Zeuxis su padre, salud. Si tú estás
bien de
salud, me alegro; yo también estoy bien. Habiendo sabido que
algunos en la Lidia y la Frigia promueven movimientos
sediciosos, pensé que debía prestar al asunto la mayor
atención.
Después de consultar con los amigos lo que parecía más
conveniente hacer, nos ha parecido indicado transferir dos
mil
familias judías con todo su equipo desde Mesopotamia y
Babilonia a las guarniciones y lugares más importantes. Creo
que han de ser buenos custodios de nuestros asuntos, tanto
por
la piedad que practican, como por estar informado de que a
mis
antepasados les dieron pruebas de fidelidad y pronta
obediencia
a las órdenes recibidas. Por lo tanto quiero, no obstante lo
trabajoso que es, que se los traslade, con la promesa de que
se
les permitirá atenerse a sus leyes. Después que los
transportes a
los dichos lugares, les darás lugar donde edifiquen sus
casas y
campo para plantar viñas, y durante diez años estarán libres
de
todo impuesto por los frutos de la tierra. Y hasta que no
perciban
los frutos de la tierra, se les distribuirá trigo para la
alimentación de sus esclavos. Déseles también todo lo que
puedan necesitar, a objeto de que bien tratados por nos.
otros se
manifiesten más celosos de nuestros intereses. Procura
también,
en la medida de lo posible, que nadie los incomode."
Y basta con lo dicho, para mostrar la benevolencia de
Antíoco
el Grande con los judíos.1
1
Josefo dice más
adelante (A. J., XIV, 11, 5) que muchos griegos pusieron en duda la
autenticidad de los actos
de amistad con los judíos de los persas y los macedonios,
basados en que sólo los tenían registrados los judíos
"y otros bárbaros".
327
CAPITULO IV
Desdicha de los judíos. Intervención de José hijo de Tobías,
amigo de Ptolomeo Epífanes. Alianza de los lacedemonios con
el
sumo sacerdote Onías
1. Antíoco muy pronto entró en amistad con Ptolomeo y pactó
con él; le dió en matrimonio a su hija Cleopatra y como dote
la
Baja Siria, Samaria, Judea y Fenicia. Estando divididos los
impuestos entre los dos reyes, los percibían los principales de cada
uno de ellos y entregaban a los reyes las cantidades
establecidas.
En aquel tiempo los samaritanos, favorecidos por la suerte,
perjudicaron mucho a los judíos, devastando sus campos y
llevándose prisioneros. Acontecía esto siendo pontífice
Onías.
Habiendo fallecido Eleazar, le sucedió en el pontificado su
tío
Manasés; después de su muerte, lo sucedió Onías hijo de
Simón,
denominado el justo; este Simón era hermano de Eleazar, como
dije antes.. Este Onías era de ánimo sórdido y apasionado
por el
dinero; por esta causa no pagó el tributo por su pueblo, que
era
costumbre que los principales entregaran al rey, y que
alcanzaba
a la cantidad de veinte talentos de plata. Ptolomeo
Evérgetes se
indignó mucho; era el padre de Filopátor. Envió un mensajero
a
Onías, a Jerusalén, y lo amenazó con que si no pagaba el
tributo
dividiría sus campos y los entregaría a los soldados,
estableciendo una colonia. Informados de esto los judíos, se
atemorizaron en gran manera; pero Onías, a causa de su
avaricia, no hizo el menor caso.
2. Un cierto José, joven todavía, pero ya célebre por su
seriedad, prudencia y justicia entre los jerosolimitanos, hijo de Tobías
y una hermana del pontífice Onías, informado por la última
de la
visita del legado (pues se encontraba ausente en cierto pago
denominado Ficola, del cual procedía), ya en la ciudad
reprendió
a Onías acusándolo de no tomar en cuenta la seguridad de los
ciudadanos y de ponerlos aún en peligro, al negar el dinero
esta328
blecido. Había sido elegido jefe, obteniendo el honor del
sumo
sacerdocio, para velar por la seguridad del pueblo; pero si
estaba
tan ansioso de dinero que por él estaba dispuesto a que
peligrara
la patria y a que sus conciudadanos sufrieran hechos
indignos, le
aconsejaba que se presentara al rey y le suplicara que le
condonara todo o parte del tributo.
Onías le respondió que no ansiaba el mando y que estaba
dispuesto, en caso de que ello fuera posible, a renunciar al sumo
sacerdocio, y que en ninguna forma se presentaría al rey,
pues
tales cosas le tenían sin cuidado; entonces José le solicitó
que le
permitiera asumir la legación en representación de su pueblo
ante Ptolomeo. Le contestó que lo autorizaba; entonces José
ascendió al Templo, y habiendo reunido al pueblo en asamblea
lo
exhortó a que no se perturbara y que nada temiera a causa de
la
negligencia de su tío, y les aconsejó que no se preocuparan
máss
por lo porvenir. Les prometió que él iría como legado ante
el rey
y lo persuadiría que nada inicuo hiciera en su contra.
Oídas estas nuevas, el pueblo las agradeció. Después que
descendió del Templo, recibió en su casa como huésped al
legado
de Ptolomeo; y luego de ofrecerle muchos regalos y darle
banquetes por espacio de varios días, lo envió de vuelta al
rey,
diciéndole que poco después lo seguiría.
Estaba tanto más dispuesto a presentarse ante el rey, por
cuanto el legado le infundió ánimo para ello y lo incitó a
ir a
Egipto, comprometiéndose a interceder ante Ptolomeo en lo
que
pudiera, pues había quedado encantado por la liberalidad y
la
seriedad de conducta de José.
3. El legado, de regreso a Egipto, expuso al rey la sordidez
de
Onías y la bondad de José; le dijo que el último iría a
Egipto
para interceder ante el rey por las faltas que se
reprochaban al
pueblo. Elogió de tal manera al joven, que de antemano
conquistó en su favor la benevolencia del rey y de su esposa
Cleopatra. José envió a pedir dinero a los amigos que tenía
en
Samaria, preparó todo lo necesario para el viaje, vestidos,
vasijas
y bestias de carga, gastando en ello veinte mil dracmas, y
se
marchó a Alejandría.
329
Aconteció que, por el mismo tiempo, los principales
ciudadanos de Siria y Fenicia y los magistrados se
dirigieron
también a Alejandría para el arriendo de los impuestos; pues
anualmente el rey los otorgaba a los más poderosos de
cualquier
ciudad. Cuando vieron a José, se burlaron de su pobreza e
indigencia. Después que éste llegó a Alejandría y fué
informado
que el rey se encontraba en Menfis, fué en su búsqueda.
Casualmente el rey estaba en su carro con su esposa y con su
amigo Atenión (el que había ido como legado a Jerusalén y
fué
recibido como huésped en la casa de José). Al ver a José,
Atenión
indicó al rey que era aquél el joven de quien le había
hablado al
regresar de Jerusalén, diciéndole que era un joven bueno y
liberal. Ptolomeo fué el primero en saludarlo y lo invitó a
subir al
carro. Una vez sentado, empezó a reprochar la conducta de
Onías. Pero él respondió:
-Perdónalo por razón de su vejez; pues no ignoras que la
naturaleza ha dispuesto que los niños y los ancianos tengan
la
misma inteligencia. En cambio conseguirás lo que quieras con
nosotros, que somos jóvenes, y no te daremos motivo de
queja.
El rey, encantado de la gracia y los buenos modales del
joven,
le cobró mucho afecto, como si lo hubiera conocido de mucho
tiempo antes; y lo invitó a quedarse en el palacio y a ser
todos los
días su invitado. Luego, cuando el rey regresó a Alejandría,
los
grandes de Siria, al ver a José sentado con el rey, se
sintieron
despechados.
4. Cuando llegó el día de adjudicar el arriendo de los
impuestos, se presentaron a comprarlo los principales de las ciudades.
Las ofertas por los impuestos de Siria, Fenicia y Judea con
Samaria ascendieron a ocho mil talentos. Se acercó entonces
José y acusó a los licitadores de haberse confabulado para
ofrecer al rey un precio bajo; y declaró que él estaba
dispuesto a
ofrecer el doble, y que además entregaría al rey los bienes
de
aquellos que hubiesen incurrido en falta contra la casa
real, pues
estos bienes se adjudicaban junto con los impuestos. El rey
lo
escuchó con satisfacción y determinó concederle los
impuestos,
porque obtendría mayores ingresos, pero le preguntó si podía
ofrecer garantes. José respondió con buen espíritu:
330
-Ofreceré personas de las cuales no podrás desconfiar.
Como el rey le preguntara quiénes eran, dijo:
-Presento como garantes, oh rey, a ti mismo y a tu esposa,
cada uno por su parte.
Ptolomeo rio, y le otorgó los impuestos sin garantía. Este
favor indignó muchísimo a los que habían ido a Egipto con el
mismo propósito, y al verse relegados regresaron
avergonzados a
sus k ciudades.
5. José, después de aceptar del rey dos mil soldados de
infantería, pues había solicitado al rey protección por si alguien en las
ciudades se atreviera a menospreciar su autoridad, y luego
de
pedir prestados quinientos talentos en Alejandría a los
amigos
del rey, se dirigió a Siria. Al llegar a Ascalón reclamó a
los ascalonitas el impuesto; pero éstos no solamente no lo quisieron
pagar sino que además lo insultaron. José detuvo a sus
jefes,
hizo matar 1 a unos veinte, se apoderó de sus bienes, cerca
de
mil talentos, y los envió al rey, informándolo de lo que
había
hecho. Ptolomeo, admirado de su decisión, lo aprobó y le dió
licencia para proceder en la forma que quisiera. Informados
los
sirios de lo que había acontecido a los de Ascalón, se
atemorizaron; recibieron a José sin resistencia y pagaron
los
impuestos.
Los habitantes de Escitópolis intentaron, sin embargo,
insultarlo - y rehusaron pagar los impuestos que solían
pagar
anteriormente. Mató también a sus jefes y envió sus bienes
al
rey. José, luego de reunir gran cantidad de dinero,
obteniendo
grandes ganancias con la percepción de los impuestos, usó de
las
riquezas para asegurar el poder que tenía, pensando que
procedería bien y sabiamente si conservara la causa de su
felicidad, mediante la ayuda de aque llos de quienes la
había
recibido. Envió muchos dones al rey, a la reina Cleopatra y
a los
amigos de ambos, comprándose en esta' forma su benevolencia.
6. Gozó de esta prosperidad durante veintidós años; tuvo
siete
de una mujer, y uno, llamado Hircano, de la hija de su`
hermano
Solimio. El motivo de que se casara con la última fuá'eel
331
siguiente. Se hallaba cierta vez en Alejandría con su
hermano;
que estaba acompañado de una hija en edad núbil a la que
quería; casar con un judío de alta posición. Durante la cena
José
se enamoró de una bailarina muy hermosa; se lo confesó a su
hermano y le pidió que, puesto que le estaba prohibido por
la ley
mantener relaciones con una mujer de otra raza, lo ayudara y
lo
mantuviera oculto, convirtiéndose en su cómplice a efecto de
satisfacer su pasión.
El hermano de buen grado le prometió que se convertiría en
el cómplice de su deseo; pero durante la noche le condujo a
su
hija, bien adornada, y la puso en su cama. La ebriedad
impidió a
José advertir el cambio; se acostó con la hija de su hermano
y
como el hecho se repitió varias veces, cada vez la deseaba
con
mayores ansias. Le confesó a su hermano que su amor por la
bailarina ponía en peligro su vida, pues temía que el rey no
quisiera otorgársela. El hermano le aconsejó que dejara de lado toda
ansiedad y congoja y que podía tranquilamente gozar de la
mujer
amada y tomarla por esposa; le descubrió lo que había hecho,
que había preferido perjudicar a su hija, antes que tolerar
el
daño de su honor. José, después de elogiar la benevolencia
de su
hermano, se casó con la hija de éste y de ella tuvo un hijo
de
nombre Hircano, como dijimos antes.
Cuando éste tenía apenas trece años ya se distinguía por su
ánimo valeroso y buen ingenio, de tal manera que concitó en
su
contra el celo de los hermanos; era, en efecto, superior a
ellos y
capaz de excitar su envidia. José quiso averiguar cuál de
ellos
era el mejor dotado. Los envió a instruirse con los mejores
maestros. Todos, con excepción de Hircano, por pereza e impaciencia
regresaron, inexpertos e ignorantes.
Después de esto envió a su hijo menor, Hircano, con
trescientos pares de bueyes, al desierto, a una distancia de dos días de
camino, para sembrar un. terreno, pero antes escondió los
aparejos de los bueyes. Al llegar al sitio indicado y no
encontrar
los aparejos, no siguió el consejo de quienes le decían que
enviara a buscarlos; pensó que no le convenía perder tiempo
esperando el regreso de los que enviara e imaginó un medio superior a su edad.
Mató diez pares de bueyes, distribuyó la carne
332
entre los trabajadores, luego cortó la piel de los animales
y la
convirtió en correas, con las que unió los yugos; en esta
forma
aró la tierra, cumpliendo lo ordenado por su padre, y
regresó.
El padre lo tuvo en gran aprecio por su ánimo decidido. Lo
elogió muchísimo, no sólo por haber cumplido lo ordenado
sino
por haber hallado prestamente una solución; y lo estimó más
que
antes, como si él fuera el único hijo verdadero, a despecho
de sus
hermanos.
7. Por este tiempo se le comunicó que Ptolomeo había tenido
un hijo y que todos los jefes de Siria y de las demás
naciones
sometidas pensaban ir a Alejandría para celebrar el
nacimiento
con gran solemnidad; pero a él se lo impedía la ancianidad.
Indagó si alguno de sus hijos estaba dispuesto a viajar hasta donde
se encontraba el rey. Los mayores rehusaron, pues decían que
eran demasiado rústicos para esa clase de reuniones; y le
aconsejaron que enviara a su hermano Hircano. Gustóle a José
lo propuesto; llamó a Hircano y le preguntó si estaba
dispuesto a
presentarse ante el rey. Hircano se comprometió a ir, y dijo
que
no necesitaba mucho dinero, pues pensaba vivir frugalmente,
de
modo que le bastaría con diez mil dracmas; al padre le
complació
la moderación de su hijo.
Poco después Hircano aconsejó a su padre que no enviara regalos
al rey, sino que le diera cartas para su procurador en Alejandría, a fin de que
le suministrara dinero para comprar lo que
fuera más hermoso y más rico.
El padre opinó que serían suficientes diez talentos para los
regalos al rey; y elogiando al hijo por haberle aconsejado
prudentemente, escribió a su administrador Arión, que estaba
encargado en Alejandría de la administración de todos sus
bienes, los que no eran inferiores a tres mil talentos. José
enviaba el dinero que percibía desde Siria a Alejandría y,
llegada
la oportunidad, restaba la cantidad que tocaba al rey en
concepto
de impuestos, y escribía a Arión ordenándole que la
entregara.
Con las cartas en su poder Hircano marchó a Alejandría. Pero
no bien se hubo marchado, sus hermanos escribieron a los
amigos del rey que lo mataran.
333
8. Así que llegó a Alejandría, entregó las cartas a Arión.
Este
le preguntó cuántos talentos necesitaba, confiando en que le
pediría diez talentos, o poco más. Pero Hircano le contestó
que
necesitaba mil. Airado le reprochó que quería vivir
lujosamente;
le dijo que su padre había reunido las riquezas trabajando y
resistiendo a las pasiones, y le aconsejó que siguiera su
ejemplo.
Terminó diciendo que sólo le daría diez talentos, y únicamente
para ser empleados en regalos para el rey. El joven se
indignó e
hizo encerrar a Arión en la cárcel. La esposa de Arión
informó a
Cleopatra de lo que estaba pasando y le pidió que castigara
la
arrogancia del joven, pues Cleopatra apreciaba a Arión. La
reina
se lo contó al rey.
Ptolomeo envió mensajeros a Hircano para decirle que le
sorprendía que siendo legado de su padre todavía no se hubiera presentado ante
el rey, y que en cambio había mandado encarcelar
al administrador; y le pidió que aclarara este asunto. Se
dice que
contestó al mensajero del rey que en su país existía una
costumbre que prohibía al que celebraba una fiesta de nacimiento
que probara las viandas antes de ir al templo a ofrecer
sacrificios
a Dios. Este era el motivo de que no se hubiese presentado,
pues
esperaba poder ofrecerle los dones apropiados a un hombre de
quien su padre tantos beneficios había recibido. En cuanto
al
esclavo, lo había castigado por no haber cumplido sus
órdenes;
pues nada importa que el dueño sea grande o chico. Si no se
castigara a esa gente, agregó, "ten cuidado de que a ti
mismo no
lleguen tus súbditos a despreciarte". Esta respuesta
hizo reír a
Ptolomeo, que admiró la decisión del joven.
9. Cuando supo Arión la disposición de ánimo del rey con
relación al joven y que no podía esperar ayuda de nadie, le
entregó los mil talentos. Fué librado de la cárcel, y tres
días
después Hircano presentó sus saludos a los reyes. Estos lo
recibieron con placer y lo invitaron a su mesa en honor de
su
padre. Hircano visitó secretamente a los vendedores de
esclavos
y les compró cien jóvenes ins truídos, en la flor de la
juventud, a
un talento cada uno, y cien muchachas por el mismo precio.
Cuando fué invitado a comer con el rey, lo ubicaron en el
último
lugar, siendo tenido en menos, a causa de su juventud, por
334
aquellos que estaban encargados de asignar los lugares de
acuerdo con la dignidad de cada uno.
Los que participaban del banquete acumularon frente a él los
huesos, después de sacarles la carne, de modo que su mesa
quedó llena de huesos; Trifón, bufón del rey encargado de
divertir a Ptolomeo con sus dichos durante el banquete, se
acercó
a la mesa del rey, instigado por los invitados, y le dijo:
-¿Ves, señor, la multitud de huesos que hay frente a
Hircano?
Ellos te pueden dar una idea de lo que su padre hizo con
Siria: la
despojó y quedó como esos huesos sin carne.
El rey se rió de lo que decía Trifón y preguntó a Hircano
cómo
era que tenía tantos huesos delante.
-No es extraño, señor -contesó-. Los perros devoran la carne
con huesos y todo, como han hecho éstos -y miró a los demás
invitados-, que no tienen ningún hueso delante. Los hombres
comen la carne y dejan los huesos, como hice yo, que soy hombre.
El rey, admirado de la agudeza de su ingenio, ordenó que lo
aplaudieran, elogiándolo por haberse expresado tan
graciosamente.
Al día siguiente Hircano fué a saludar a los amigos del rey
y a
los que tenían algún poder en la casa real, y preguntó a sus
criados qué regalos ofrecerían al rey con motivo del nacimiento de su
hijo. Le dijeron algunos que le entregarían doce talentos,
otros
que ofrecerían presentes de acuerdo con la dignidad de que
disfrutaban. Simuló entonces lamentarse de no ser capaz de
ofrecer dones similares, pues no disponía más que de cinco
talentos para regalar.
Los criados se apresuraron a informarlo a sus dueños y éstos
se alegraron pensando que José quedaría mal con el rey y
caería
en desgracia por la exigüidad de su regalo. Llegado el momento,
aun los más ricos no ofrecieron más de veinte talentos; pero
Hircano tomó a los cien muchachos y las cien muchachas que había
comprado, les dió a cada uno un talento para que lo llevaran
y
entregó los primeros al rey y las otras a Cleopatra. Todos
quedaron admirados de la suntuosidad de los regalos; además
entregó a los amigos y criados del rey muchos talentos, a
fin de
335
evitar la amenaza que representaban para él, porque era a
ellos
a quienes sus hermanos habían escrito que lo eliminaran.
Admirado Ptolomeo de la magnanimidad del joven, ordenó que
pidiera lo que quisiera. El no pidió otra cosa sino que
escribiera
en su favor a su padre y a sus hermanos. El rey, luego de
haberlo
honrado y remunerado con muchos dones, lo despidió con
cartas
para el padre, los hermanos y sus intendentes y
procuradores.
Pero los hermanos, informados de lo que Hircano había
conseguido del rey y que regresaba muy honrado, salieron a su
encuentro para matarlo, sabiéndolo el padre. Este se sentía
indignado por los gastos que había hecho en regalos, sin
preocuparse de sus bienes. Sin embargo, José disimuló su ira
contra su hijo por miedo al rey. Trabados en lucha los
hermanos
con Hircano, éste mató a varios de sus hombres y a dos de
sus
hermanos; los demás escaparon a Jerusalén al lado de su
padre.
Hircano, viendo que en la ciudad nadie quería recibirlo,
tuvo
miedo y se retiró al otro lado del Jordán, donde se
estableció,
viviendo de los impuestos que impuso a los bárbaros.
10. Por este tiempo reinaba en Asia Seleuco, llamado
Filopátor, hijo de Antíoco el Grande. Murió entonces José, el padre de
Hircano, varón bueno y magnánimo que transformó la pobreza y
parquedad en que vivía el pueblo judío en una vida más
espléndida y que durante veitidós años cobró los impuestos de Siria.,
Fenicia y Samaria. También murió su tío Onías, dejando el
pontificado a su hijo Simón. Este también muerto, lo sucedió
su
hijo Onías, al cual Areo, el rey de los lacedemonios, envió
legados
y cartas del siguiente tenor:
"Areo, rey de los lacedemonios a Onías, salud.
"Casualmente hemos encontrado un escrito, en el cual se
afirma que los judíos y los lacedemonios son de la misma
raza,
de la familia de Abram. Por lo tanto, es justo que vosotros,
que
sois nuestros hermanos, nos indiquéis cuáles son vuestros
deseos. Estamos dispuestos a satisfacerlos, pues
consideramos
vuestros intereses como los nuestros, y los nuestros serán
comunes con los vuestros. Demóteles, el que lleva estas
cartas,
tiene órdenes sobre el particular. La escritura es cuadrada;
el
sello representa un águila apretando una serpiente."
336
11. Este era el contenido de la carta enviada por el rey de
los
lacedemonios. Después de la muerte de José, sus hijos
provocaron discordias en el pueblo. Pues al declarar los
mayores
la guerra a Hircano, que era el menor, el pueblo se dividió;
la
mayor parte estaba con los primeros, como también el
pontífice
Simón, a causa del parentesco. Hircano, por lo tanto,
resolvió no
regresar a Jerusalén; establecido en el otro lado del
Jordán,
incesantemente les hacía la guerra. Mató a muchos de ellos e
hizo muchos cautivos. Edificó una fortaleza muy sólida, toda
de
mármol blanco hasta el techo, con esculturas de animales de
gran tamaño; la rodeó con una fosa grande y profunda. En el
monte que había delante construyó, perforando la piedra,
cuevas
de varios estadios de longitud; en las mismas dispuso
diversas
habitaciones, para comer, dormir y estar. Instaló conductos
de
aguas corrientes, que constituían el encanto y el ornato de
la
residencia.
Las entradas de las cuevas eran de un tamaño que sólo
permitía pasar a un hombre por vez; lo hizo para su
seguridad; si
sus hermanos lo sitiaban no correría peligro de caer en su
poder.
Construyó también granjas muy extensas que adornó con
amplios parques. Habiendo dispuesto el lugar en esta forma,
le
dió el nombre de Tiro. Este lugar se encuentra entre Arabia
y
Judea, más allá del Jordán, no lejos de Esbonitis.
Fué dueño de esta región durante siete años, mientras reinó
Seleuco en Siria. Una vez muerto éste, su hermano Antíoco,
de
nombre Epífanes, obtuvo el reino. Murió también Ptolomeo rey
de Egipto, también denominado Epífanes, habiendo dejado dos
hijos, todavía jóvenes, siendo el nombre del mayor Filométor
y el
del menor Fiscón.
Hircano, informado del gran poder de Antíoco, y temeroso de
que hecho prisionero lo atormentara por la conducta que
observara con los árabes, se dió la muerte por sus propias manos. Antíoco se
apoderó de todas sus riquezas.
337
CAPITULO V
Discordias entre los judíos. Expedición de Antíoco Epífa
nes. Se apodera de la ciudad y saquea el Templo
1. Habiendo muerto por este tiempo Onías el sumo pontífice,
el rey entregó el pontificado a su hermano Jesús, pues el
hijo que
dejara Onías todavía era niño. Lo tocante a este niño, lo
expondremos en su debido lugar. El rey privó del sumo sacerdocio a Jesús,
hermano de Onías, indignado contra él, y lo pasó a su hermano menor, de nombre
Onías. Simón tuvo tres hijos, y los tres
fueron pontífices, como hemos declarado. Jesús se dió el
nombre
de Jasón, y Onías se llamó Menelao.
Surgieron discordias entre el primer pontífice Jesús y
Menelao, que posteriormente fué hecho pontífice. El pueblo
se
dividió; estuvieron en favor de Menelao los hijos de Tobías,
pero
la mayoría del pueblo se pronunció en favor de Jasón.
Incapaces
de oponerse al poder de los últimos, Menelao y los hijos de
Tobías se refugia. ron en la tierra de Antíoco, y dijeron a
éste que
querían atenerse a las costumbres de los griegos y a la
voluntad
del rey, y estaban dispuestos a abandonar las leyes y las
costumbres patrias. Por lo tanto, solicitaron que los
autorizara a
edificar un gimnasio en Jerusalén. Obtenido el permiso,
ocultaron su circuncisión, para que aun con el cuerpo
desnudo
parecieron griegos1
; y en todo lo demás imitaron a los gentiles,
renunciando a las costumbres patrias.
2. Antíoco, viendo que los asuntos del reino se
desarrollaban
de acuerdo con su voluntad, decidió realizar una expedición
a
Egipto, deseoso de ocuparlo, menospreciando a los hijos de
Ptolomeo, demasiado débiles e incapaces de administrar un reino
1
En el gimnasio se
practicaban los ejercicios atléticos con el cuerpo desnudo; por eso los judíos
apóstatas
tuvieron que recurrir a la cirugía para disimular la
circuncisión (1 Mac., 1, 11-15). Este procedimiento, según II
Mac,, 4, 10-17, comenzó a emplearse en la época de Jacón.
338
tan grande. Es así como con un numeroso ejército marchó a
Pelusio, y luego de rodear astutamente a Ptolomeo Filométor,
invadió a Egipto; llegó a las cercanías de Menfis, y luego
de
ocuparla, se dirigió a klejandría para sitiarla y someter a
Ptolomeo, que reinaba allí.
Sin embargo fué rechazado, no sólo de Alejandría, sino de
todo el Egipto, advirtiéndole los romanos que se alejara de
aquellas tierras, como ya antes hemos declarado. Expondré en
detalle lo referente a este rey, que ocupó Judea y el
Templo.
Pues aunque ya traté de esto en mi primera obra2
, considero
necesario hacer una exposición más exacta.
3. El rey Antíoco, al regresar de Egipto por miedo a los
romanos, dirigió su ejército contra la ciudad de Jerusalén; entró en la
misma el año ciento cuarenta y tres del reinado de los
seléucidas, y se apoderó de ella sin lucha, pues le abrieron
las
puertas los que eran sus partidarios. Una vez dueño de
Jerusalén, mató a muchos que le eran contrarios y luego de
apoderarse de gran cantidad de riquezas regresó a Antioquía.
4. Dos años después, el ciento cuarenta y cinco, el día
veinticinco del mes que entre nosotros se denomina caslev, y entre los
macedonios apelaios, en la olimpíada ciento cincuenta y
tres, el
rey con un gran ejército ascendió a Jerusalén, y simulando
intenciones pacíficas, por engaño se apoderó de la ciudad3
. No
perdonó ni aun a aquellos por quienes había sido recibido;
seducido por las riquezas del Templo, llevado por la codicia (pues
había visto gran cantidad de ofrendas en el Templo), para
saquearlo no tuvo el menor escrúpulo en romper el pacto que había
hecho con ellos.
Despojó el Templo, llevándose los vasos de Dios, los
candelabros de oro, el ara de oro, la mesa y los
incensarios, sin
dejar ni aun los velos hechos de lino y escarlata; vació los
tesoros
ocultos sin dejar nada, sumiendo a los judíos en una gran
tristeza. Prohibió los sacrificios que se acostumbraban a
hacer
todos los días, saqueó toda la ciudad; mató a muchos y a
otros,
con sus mujeres e hijos, los redujo a la cautividad, sumando
el
2
La Guerra, 1, 1.
Recordemos que Josefo escribió la Guerra antes que Antigüedades.
3
En La Guerra dice que
la tomó por asalto (1, 1).
339
número de cautivos cerca de diez mil. Entregó al fuego lo
más
hermoso de la ciudad, derribó los muros y construyó la
fortaleza
de la ciudad baja. Era bastante elevada y dominaba al
Templo;
la protegió con altos mu. ros y torres y en ella colocó a la
guarnición macedonia4
.
La fortaleza se convirtió en el refugio de los impíos y los
ímprobos, por cuya causa los ciudadanos sufrieron cruelmente.
Después de haber levantado un ara en el lugar donde estaba
el
antiguo altar de los sacrificios, el rey sacrificó cerdos,
índole de
sacrificio ilegítimo y que no está de acuerdo con el culto
propio de
los judíos.
Obligó también a los judíos a que, olvidando el culto de su
Dios, adoraran a los que él consideraba dioses; y a
levantarles en
las poblados y las ciudades santuarios y altares en los
cuales
todos los días se sacrificaban cerdos. Además les ordenó que
no
circuncidaran a sus hijos, amenazándolos con castigos si
procedían en contra de esta orden.
Nombró también inspectores encargados de hacer cumplir lo
ordenado. Muchos de los judíos, algunos espontáneamente,
otros
por miedo, acataron las órdenes del rey, pero los más
eminentes
y de ánimo elevado las despreciaron, cumpliendo los ritos de
su
patria sin miedo al castigo con que se amenazaba a los que
no
obedecían; es así como todos los días morían algunos
sometidos a
intensos tormentos. Heridos a latigazos y mutilados en el
cuerpo,
estando todavía vivos y respirando los colgaban de las
cruces;
sus mujeres y sus hijos, circuncidados a pesar de la
prohibición
del rey, eran estrangulados; suspendían a los hijos del
cuello de
sus padres crucificados.
Los libros sagrados o de la Ley que encontraban eran
destruídos inmediatamente, y los desdichados que los habían guardado morían
miserablemente.
5. Los samaritanos, ante los sufrimientos de los judíos,
dejaron de afirmar que eran sus parientes, y de sostener que
el
templo de Garizim estaba consagrado al Dios máximo; de
acuerdo con su costumbre, que antes indicamos, ahora dijeron
4
2 El Acra, situada en
la cnlina oriental, al sud del Templo, del que la separaba un barranco.
340
que eran descen. dientes de los medos y los persas, lo que
era la
verdad. Enviaron, además, a Antíoco, mensajeros con una
carta
que decía lo si. guiente:
"Los habitantes de Siquem al rey Antíoco Theos
Epífanes, le
comunican: Nuestros antepasados, a causa de frecuentes
pestes
que hubo en esta región, se adaptaron a una vieja
superstición,
estableciendo la observancia del día que los judíos
denominaron
sabat; elevaron en el monte Garizim un templo que no
dedicaron
a nadie y en el cual ofrecieron sacrificios. Puesto que te
ha
parecido bien proceder con los judíos tal como lo exige su
maldad, los servidores reales, creyendo que nosotros a causa
del
parentesco hacemos lo mismo, nos castigan por los mismos
crímenes, a pesar de que somos sidonios de raza, lo que
consta
en los anales públicos. Por lo tanto, te pedimos a ti,
benefactor y
salvador, que ordenes a Apolonio, comandante de la región, y
a
Nicanor, procurador de los negocios reales, que no nos
molesten,
acusándonos de los mismos crímenes que cometen los judíos
pues somos tan distintos de ellos en costumbres y raza; y en
cuanto al templo, que no figura bajo nombre ninguno, que sea
dedicado a Júpiter Heleno. Una vez hecho esto estaremos
libres
de molestias, y consagrados a nuestra labor podremos pagarte
tributos mayores."
Ante el pedido de los samaritanos el rey envió la siguiente
carta:
"El rey Antíoco a Nicanor. Los sidonios que viven en
Siquem
nos enviaron la carta que incluímos aquí. Ya que a nosotros
y a
nuestros amigos reunidos en consejo, los legados enviados
por
tl1os dijeron que nada tenían que ver con aquellos hechos
que se
consideran condenables en los judíos, y que querían vivir de
acuerdo con las costumbres de los griegos, los consideramos
libres de toda culpa y queremos que su templo, de acuerdo
con lo
solicitado, sea consagrado a Júpiter Heleno."
Una carta del mismo estilo envió a Apolonio, comandante de
la región, el cuadragésimo sexto año, el día doce del mes de
hecatombeón.
341
342
CAPITULO VI
Matatías, hijo de Asmoneo, desprecia la prohibición del
rey de observar las leyes nacionales, y derrota a los gene
rales de Antíoco. Muerte de Matatías. Lo sucede Judas
Macabeo
1. Por el mismo tiempo vivía en Modim, aldea de Judea,
cierto hombre de nombre Matatías, hijo de Juan, hijo de
Simón,
hijo de Asmoneo, sacerdote de la clase de Joarib, de
Jerusalén.
Tenía cinco hijos, Juan por sobrenombre Gadés, Simón llamado
Mates, Judas el Macabeo, Eleazar que se decía Auran y
Jonatás
por sobrenombre Afo. Este Matatías se dolía con sus hijos de
la
situación en que se encontraban los asuntos de los judíos,
el
despojo del Templo y de la ciudad y los sufrimientos del
pueblo, y
decía que era mejor morir por las leyes patrias que vivir en
la
deshonra.
2. Llegaron a Modim los encargados de hacer cumplir a los
udíos lo establecido por el rey; les ordenaron que
celebraran el
culto divino de acuerdo con lo establecido por el rey y
pidieron a
Matatías, que era respetado por todos los demás por su
doctrina,
que fuera el primero en inmolar. Dijéronle que si así lo
hacía, los
demás lo imitarían y sería honrado por el rey; Matatías
respondió que de ninguna manera haría tal cosa, aunque todos
cumplieran las órdenes de Antíoco, ya fuera por miedo o por
el
deseo de complacerle; ni él ni sus hijos abandonarían el
culto de
sus padres.
No bien terminó de hablar acercóse un judío y en presencia
de
todos ofreció sacrificios de acuerdo con las órdenes del
rey.
Matatías, indignado, y sus hijos, que llevaban espadas, se
precipitaron sobre el judío y lo decapitaron; también
mataron a
Apeles, el prefecto real, que quería obligarlos a
sacrificar, y a
343
varios de los soldados que lo acompañaban. Habiendo
destruido
el ara, exclamó Matatías:
-Todos aquellos que sientan celo por los ritos de nuestros
padres y el culto de Dios, que me sigan.
Dicho esto se retiró con sus hijos al desierto, abandonando
todos sus bienes. Fueron muchos los que lo imitaron y se
fueron
con él. acompañados de sus esposas e hijos, y habitaron en
cuevas.
Al recibir estas nuevas, los generales del rey, con todos
los
soldados que había en la fortaleza de Jerusalén, siguieron a
los
judías al desierto. Cuando los alcanzaron, primeramente se
esforzaron por persuadirlos de que en su propio interés no
los
obligaran a tratarlos de acuerdo con las leyes de la guerra.
Los
judíos se mantuvieron en su decisión y fueron atacados el
día del
sabat; los quemaron tal como se encontraban en las cavernas,
sin
que ellos opusieran resistencia ni hicieran nada para cerrar
las
salidas. Por respeto al del día del sabat se abstuvieron de
toda
violencia. No quisieron profanar el sábado, a pesar de
encontrarse en apuros, porque la ley nos ordena que el día
del
sabat no debemos hacer nada. Murie. ron cerca de mil con sus
mujeres e hijos.
Muchos, sin embargo, escaparon al peligro, se unieron con
Matatías y lo nombraron jefe. El les dijo que incluso el día
sábado tenían que luchar. Si no lo hacían por observar la
ley, se
convertirían en sus propios enemigos, porque el adversario
elegiría siempre ese día para atacarlos, y como no se
defenderían
perecerían todos sin combatir.
Los persuadió, y desde entonces quedó establecida entre
nosotros la norma de luchar, incluso los sábados, cuando sea
necesario.
Matatías reunió un gran ejército, destruyó las aras y mató a
los culpables que pudo apresar, pues muchos, por prudencia,
se
ha. bían dispersado por los pueblos vecinos. Luego ordenó
que
fueran circuncidados los niños que no lo hubieran sido, y
expulsó
a aquellos que estaban encargados de oponerse a la medida.
344
3. Después de haber ejercido el mando por espacio de un año,
cayó enfermo. Llamó a sus hijos, y cuando los vió reunidos
dijo:
-Yo, hijos míos, parto por el camino que el destino me ha
designado; pero a vosotros os dejo depositarios de mi
pensamiento, y os pido que lo guardéis debidamente, y tened
en
cuenta a aquel que os engendró y nutrió; observad los ritos
de
nuestros antepasados y nuestra antigua forma de gobierno,
que
corre peligro de desaparecer; restituídla, sin que os
seduzcan
aquellos que. espontáneamente u obligados, la traicionan.
Vosotros portaos como dignos hijos míos, superiores a toda
violencia y coacción; dispuestos, si así los acontecimientos
lo
exigieran, a morir por la ley. Pen. sad que Dios, al
contemplar
vuestra conducta, no os olvidará; recompensando vuestra
virtud,
os devolverá lo que perdisteis y os restituirá la libertad
de vivir,
para que podáis disfrutar con toda tranquilidad de vuestras
costumbres. Nuestros cuerpos son mortales y caducos, y es
por el
recuerdo de nuestras acciones que conseguimos la
inmortalidad;
inflamados en su amor quiero que aspiréis a la gloria, y
dispuestos a realizar los más nobles designios no dudéis en
sacrificar vuestras vidas. Os exhorto principalmente a que
procedáis en forma unánime; y si alguno de entre vosotros se
destacara por alguna facultad prestadle ayuda, para que cada
uno se distinga en el talento de que esté dotado. Elegiréis
a
Simón, vuestro hermano, como vuestro padre, excelente como
es
en prudencia, y seguiréis sus consejos; como capitán para
hacer
la guerra tomaréis a Macabeo, egregio por su valor y
fortaleza; él
defenderá al pueblo y castigará al enemigo. Admitid a
vuestro
lado a los varones que practican la justicia y la piedad, y
así
acrecentaréis vuestra fuerza.
4. Cuando hubo dicho esto, rogó a Dios que se dignara
prestarles ayuda y que restituyera a su pueblo su manera de vivir
anterior; poco después murió y fué sepultado en Modim. Fué
llorado y lamentado intensamente por el pueblo. Hízose cargo
del gobierno su hijo Judas, llamado también Macabeo, en el
año
ciento cuarenta y seis. Con la decidida ayuda de sus
hermanos y
otros, expulsó a los enemigos de la región, condenó a morir
a
aquellos de sus compatriotas que violaron las costumbres
paternas y purificó la tierra de toda iniquidad.
345
346
CAPITULO VII
Invasión de Apolonio. Es vencido y muerto por Judas Ma
cabeo. Expediciones de Serón y de Gorgias; derrota y
destrucción de sus ejércitos
1. Informado de estos acontecimientos Apolonio, prefecto de
Samaria, reunió un ejército y marchó contra Judas. Este le
hizo
frente y lo venció, y mató a muchos enemigos; entre otros al
mismo general Apolonio, a quien despojó de la espada que acostumbraba llevar.
Hirió a muchos y se retiró luego de apoderarse de
un gran botín en el campamento.
Serón, general del ejército de la Baja Siria, informado de
que
muchos se pasaban a Judas, y que éste ya había reunido un
ejército suficiente para hacer la guerra, determinó marchar en su
contra con sus soldados; pues pensaba que era conveniente
castigar a aquellos que procedían contra las órdenes del
rey.
Después de reunir a los soldados que tenía consigo, a los
que se
agregaron muchos judíos fugitivos y renegados, marchó contra
Judas; al llegar a Baitora, poblado de Judea, acampó.
Judas le salió al encuentro con el propósito de presentarle
combate. Al ver a los suyos, de número reducido y extenuados
por la abstinencia, pues habían ayunado, poco dispuestos
para la
lucha, los animó diciéndoles que la victoria no estribaba en
el
número elevado de soldados ni por este motivo se obtenía el
triunfo, sino en la piedad hacia Dios. Sobre el particular
tenían
muchos ejemplos en sus mayores, los cuales al luchar por su
derecho, sus leyes y sus hijos, frecuentemente habían
destruido
a miles de enemigos; pues la inocencia es un gran poder. En
esta
forma persuadió a los suyos que, menospreciando la multitud
de
sus enemigos, entraran a luchar contra Serón; combatió e
hizo
huir a los sirios. Habiendo caído su capitán, todos
escaparon,
347
como si en él hubieran depositado toda la esperanza. Judas
los
persiguió por la llanura y mató hasta ochocientos; los
restantes
se salvaron en la costa marítima.
2. Informado Antíoco de estos acontecimientos, se indignó en
gran manera; reunió todas las tropas, a las cuales agregó
muchos mercenarios de las islas y se preparó para invadir a
Judea a principios de la primavera. Pero después de haber
pagado los sueldos, vió que sus tesoros estaban vacíos.
Escaseaba el dinero, pues no se pagaban los tributos a causa
de
diversas sediciones de los pueblos; además, la generosidad
del
rey hacía que los recursos fueran insuficientes. Determinó
primeramente marchar contra Persia y levantar los tributos
de
esta región.
Dejó a un cierto Lisias encargado de los negocios, con
autoridad suficiente, quien administraría las provincias
desde el
río Eufrates hasta los límites de Egipto y el Asia inferior,
con
parte de las tropas y de los elefantes. Le ordenó que
educara
diligentemente a su hijo Antíoco hasta su regreso, y le
encargó
que derrotara a Judea, redujera a sus moradores a la
servidumbre, destruyera a Jerusalén y exterminara a la raza
de
los hebreos. Luego marchó a Persia, en el año ciento
cuarenta y
siete, y una vez pasado el Eufrates ascendió a las
provincias
superiores.
3. Lisias eligió a Ptolomeo hijo de Dorimenes y a Nicanor y
Gorgias, personajes poderosos entre los amigos del rey, y
los
envió a Judea con cuarenta mil soldados de infantería y
siete mil
de caballería. Estas fuerzas avanzaron hasta Emaús, y
establecieron el campamento en la llanura. Allí se les agregaron fuerzas
auxiliares de Siria y otras zonas cercanas, y muchos judíos
tránsfugas, así como comerciantes, dispuestos a comprar a
los
que iban a ser reducidos a la servidumbre, llevando consigo
grillos para sujetar a los cautivos y plata y oro para
comprarlos.
Judas, al contemplar el campamento de los enemigos y
advertir su gran multitud, exhortó a sus soldados a que
fueran
valerosos y a que depositaran en Dios la esperanza de la
victoria;
que le suplicaran de acuerdo con la costumbre patria,
vestidos
con sacos, para que les diera fortaleza contra los enemigos.
348
Habiéndolos distribuído en ciliarcas y taxiarcas, de acuerdo
con
la costumbre antigua, se deshizo de los que se habían casado
recientemente o que se habían enriquecido últimamente, para
que no lucharan con timidez a causa de su afición a la vida.
Luego exhortó a sus soldados con estas palabras:
-Compañeros, no tendréis jamás una mejor oportunidad para
demostrar fortaleza y menosprecio del peligro. Ahora luchando
valerosamente podemos conseguir la libertad, que por su
naturaleza es deseable para todos, pero todavía es más deseable para
vosotros, pues con ella tendréis oportunidad de adorar a
Dios en
la forma debida. Los acontecimientos han llegado a tal
extremo,
que si recobráis la libertad, con ella renovaréis una vida
feliz de
acuerdo con las leyes y costumbres de nuestros antepasados;
si
no, si lucháis con poco ardor, tendréis que sufrir vilmente
y pereceréis con toda vuestra raza. Entrad a pelear con este
pensamiento. Y si recordáis que aunque no luchéis tendréis
que
morir igual. mente y os persuadís de que luchar por
objetivos
como la libertad, la patria, las leyes, la piedad,
proporcionan
gloria eterna, os prepararéis con valor para echaros contra
el
enemigo mañana, a las primeras horas del día.
4. Estas son las palabras que pronunció Judas, para animar a
sus soldados. Los enemigos enviaron a Gorgias con cinco mil
soldados de infantería y mil de caballería para que cayera de noche
sobre el campamento de los judíos, utilizando como guías a
algunos judíos tránsfugas. Informado de esto el hijo de Matatías,
determinó también irrumpir de noche en el campamento
enemigo en el momento en que estuvieran divididas sus
fuerzas.
Habiendo, pues, cenado en una hora oportuna y dejado muchas
hogueras en el campamento, durante toda la noche marcharon
contra el enemigo, que se encontraba cerca de Emaús. Al ver
Gorgias que no había nadie en el campamento, sospechando que
se habían retirado por miedo y escondido en el monte,
determinó
buscarlos.
Judas, al amanecer, estaba a la vista del enemigo acampado
cerca de Emaús, con tres mil hombres, mal armados a causa de
la escasez. Cuando vió al enemigo bien fortificado en un
campamento debidamente trazado, exhortó a los judíos a que
no
349
dudaran a entrar a la lucha incluso a cuerpo desnudo,
recordando que en otra oportunidad Dios, admirando su valor,
los hizo salir vencedores de una multitud mayor y bien
armada;
luego ordenó que se tocaran las trompetas. Cayendo de
improviso sobre los soldados enemigos aterrorizados y
perturbados, mató a muchos que opusieron resistencia, y a
los
restantes los persiguió hasta Gadara y las llanuras de
Idumea,
Azot y Jamnia. Murieron unos tres mil.
Judas prohibió a los suyos que se apoderaran de los
despojos;
todavía tenían que luchar contra Gorgias y su ejército. Una
vez
que los hubieran vencidos, estarían en condiciones de
apoderarse
de los despojos, pues no tendrían ninguna otra cosa que
hacer.
Mientras Judas decía estas cosas a los soldados, los hombres
de
Gorgias vieron desde el monte al ejército que habían dejado
en el
campamento, disperso y en fuga, y el campamento incendiado;
el
humo que contemplaban desde lo alto les indicaba lo que
había
pasado. De modo que, ante todo esto y convencidos de que el
ejército judío estaba preparado para la lucha, ellos
también, aterrorizados, se dieron a la fuga.
Judas, cuando comprobó que los soldados de Gorgias habían
sido vencidos sin lucha, de regreso se apoderó del botín. Se
retiró
con gran cantidad de oro y plata, y telas de jacinto y
púrpura,
contento y alabando a Dios por haberle otorgado buen éxito;
pues
esta victoria contribuyó mucho a la obtención de la
libertad.
5. Lisias quedó confundido con el desastre de los que habían
sido enviados contra los hebreos.
Al año siguiente, después de reunir sesenta mil hombres
seleccionados de infantería y cinco mil de caballería,
marchó
contra Judea y, luego de ascender a los montes, dispuso su
campamento en Betsura, pueblo de Judea1
. Judas le hizo frente
con diez mil; al ver la multitud del enemigo pidió el
auxilio de
Dios. Atacó la vanguardia del enemigo y la venció. Los
soldados
restantes fueroíi dominados por el terror, al saber que
Judas
había matado a cinco mil de los suyos. Lisias reflexionó
sobre la
disposición en que se encontraban los judíos, prontos a
morir si
no podían disfrutar de la vida con libertad; y reputando que
lo
1
Sobre el camino de
Hebrón, a treinta kilómetros al sud de Jerusalén.
350
que les daba fuerza era su desesperación, luego de reunir a
las
tropas que le quedaban regresó a Antioquía. Allí se dedicó a
reclutar mercenarios, pues pensaba dirigirse contra Judas
con
un ejército mayor.
6. Después de haber vencido tantas veces a los generales de
Antíoco, Judas convocó una asamblea. Dijo que convenía,
después de haber obtenido tantas victorias, subir a
Jerusalén
para purificar el Templo y ofrecer los sacrificios
acostumbrados.
Cuando con todo el pueblo se acercó a Jerusalén, encontró el
Templo desierto, las puertas incendiadas y el santuario
invadido
por las plantas; a la vista del espectáculo que ofrecía el
Templo
se lamentó en compañía de los suyos.
Ordenó a algunos de sus soldados que atacaran a los que
estaban en la fortaleza, mientras él purificaba el Templo.
Después de purificarlo con sumo cuidado, colocó vasos
nuevos, el
candelabro, una mesa, todo de oro; de nuevo suspendió velos
en
las puertas y puso a éstas en su lugar. Además, luego de
demoler
el ara de los sacrificios, construyó una nueva de piedras no
cortadas con hierro. El día veinticinco del mes de caslev,
llamado
por los macedonios apelaios, encendieron las luces del
candelabro, el incienso humeó en el altar, colocaron los
panes
sobre la mesa y ofrecieron holocaustos en el nuevo altar.
Esto se realizó el mismo día que, tres años atrás, el culto
sagrado había sido reemplazado por un culto impuro,
adoptándose las costumbres de otros pueblos. El Templo, que
había sido desolado por Antíoco, permaneció en este estado
por
espacio de tres años2
; pues estos acontecimientos tuvieron lugar
el día veinticinco del mes de apelaios, en la olimpíada
ciento
cincuenta y tres. Fué restaurado el mismo día, el
veinticinco del
mes de apelaio, año ciento cuarenta y ocho, olimpíada ciento
cincuenta y cuatro. La desolación del Templo se realizó de
acuerdo con lo predicho por Daniel cuatrocientos años antes;
profetizó que los macedonios lo destruirían.
7. Judas celebró por espacio de ocho días la restauración de
los sacrificios en el Templo, sin omitir señal ninguna de
alegría;
ofreció a sus compatriotas magníficos y espléndidos
sacrificios,
2
Según La Guerra (1,
1, 1), tres años y seis meses.
351
honrando también a Dios con himnos y salmos. Fué tan grande
el gozo por la restauración de los ritos y por la libertad
religiosa
recuperada inesperadamente después de tanto tiempo, que
establecieron por ley la conmemoración anual de la
restauración
del Templo. Desde entonces hasta la actualidad celebramos lo
que se llama la fiesta de las Luminarias; creo que se le da
este
nombre porque en forma inesperada lució para nosotros la
libertad.
Judas rodeó a la ciudad de murallas y construyó torres altas
contra las incursiones de los enemigos, colocando en ellas
guardianes; luego fortificó la ciudad de Betsura, para que sirviera de
avanzada contra las agresiones del enemigo.
352
CAPITULO VIII
Expedición victoriosa de Judas contra los amonitas y los
idumeos. Simón, hermano de Judas, derrota a los habitan
tes de Tiro y Ptolemáis
1. Los pueblos vecinos, contrariados al comprobar que los
judíos habían recobrado sus fuerzas, conspiraron y mataron a
muchos, de los cuales se apoderaban mediante engaños y
emboscadas. Judas guerreaba contra ellos de continuo y se
esforzaba en impedir sus incursiones para evitar los males
que
ocasionaban a los judíos. En Acabratena cayó sobre los
idumeos,
hijos de Esaú, mató a muchos de ellos y les arrebató
despojos.
Luego bloqueó a los hijos de Baanos, que molestaban también
a
los judíos, los sitió, incendió sus torres y destruyó a los
hombres.
Después marchó contra los amonitas, que disponían de un
ejército numeroso y poderoso, comandado por Timoteo. Los
venció, se apoderó de su ciudad Jazorón y, luego de reducir
a
cautividad a sus mujeres e hijos, incendió la ciudad y
regresó a
Jerusalén.
Los pueblos vecinos, informados de que había regresado a
Jerusalén, reunieron sus fuerzas en el país de Galaad contra los
judíos establecidos en su territorio. Estos se refugiaron en
la
plaza fuerte de Datema y enviaron mensajeros a Judas para
comunicarle que Timoteo intentaba apoderarse del lugar donde
se habían encerrado. Mientras Judas tomaba conocimiento de
la
novedad, tuvo noticia por mensajeros de Galilea de que se
formaba una liga de los habitantes de Ptolemáis, Tiro, Sidón
y
de otros extranjeros de Galilea.
2. Judas analizó lo que convenía hacer para acudir en ayuda
de ambas partes. Envió a Simón, su hermano, con tres mil
hombres elegidos, a defender a los judíos que se encontraban en Ga353
lilea; él, con su otro hermano Jonatás, y con ocho mil
soldados,
marchó a Galaad. Dejó a José hijo de Zacarías y a Azarías al
frente de lo que restaba del ejército, con la orden de
guardar con
todo cuidado a Judea y de no luchar con nadie antes de su
regreso.
Simón, una vez llegado a Galilea, atacó al enemigo y lo puso
en fuga; persiguió a los fugitivos hasta las puertas de
Ptolemáis
y mató cerca de tres mil de ellos; luego de apoderarse de
sus despojos y de librar a los judíos que tenían en cautividad y su
bagaje, se retiró.
3. Judas Macabeo y su hermano Jonatás pasaron el Jordán, y
a tres días de camino encontraron a los nabateos que venían
con
intenciones amistosas, y que les dieron noticias sobre los
judíos
que se encontraban en Galaad y los males que los afligían,
muchos de ellos obligados a servir en las fortalezas y
pueblos del
país; les aconsejaron que se apresuraran a marchar contra
los
extranjeros y que hicieran todo lo posible para vengar a sus
conciudadanos.
Convencido Judas, marchó por el desierto, cayendo
primeramente sobre los habitantes de Betsura; una vez conquistada esta
ciudad, mató a todos los varones en edad de combatir e
incendió
la ciudad. Ya de noche, no dejó de luchar, aprovechando para
dirigirse a la fortaleza donde se encontraban los judíos
sitiados
por Timoteo con su ejército. Llegó en las primeras horas de
la
mañana, en el momento en que el enemigo daba el asalto,
aproximando escaleras a los muros y usando máquinas de
asalto.
Ordenó que tocaran la trompeta y exhortó a sus soldados a
que
se sometieran valerosamente a los peligros por sus hermanos
y
parientes; dividió sus tropas en tres partes y atacó la
retaguardia enemiga. Los soldados de Timoteo, al saber que
quien los atacaba era el Macabeo, cuyo valor y éxito en las
batallas ya antes habían experimentado, de inmediato se
dieron
a la fuga. Pero Judas los persiguió con su ejército, mató a
unos
ocho mil y, desviándose, se apoderó de Male, pueblo
extranjero,
mató a todos los varones e incendió la población. Desde allí
marchó contra Casfota, Bosor y otras muchas poblaciones de
los
galaaditas.
354
4. Poco después Timoteo reunió un gran ejército y recibió a
muchos en su ayuda e incluso persuadió a los árabes mediante
regalos que se le unieran; les hizo atravesar el torrente
que está
en frente de Rafón, un poblado, y exhortó a los soldados a
que si,
por casualidad, se toparan con los judíos, lucharan
reciamente y
les impidieran el paso del torrente; pues si llegaban a
pasarlo,
serían vencidos.
Pero Judas, informado de que Timoteo se estaba preparando
para la lucha, reuniendo todas sus tropas se dirigió contra
el
enemigo, atravesó el torrente y cayó sobre ellos; mató a los
que
se resistían. Los demás, atemorizados, abandonaron las armas
y
se dieron a la fuga.
Algunos de los que escaparon se refugiaron en el templo que
se encontraba en Carnain, con la esperanza de que así
estarían a
salvo. Pero Judas se apoderó de la ciudad, los mató e
incendió el
templo y procuró de todos modos la muerte de los enemigos.
5. Después de esto, se puso en marcha acompañado de los
judíos de Galaad con sus mujeres e hijos, para trasladarlos a
Judea. Cuando llegó a la ciudad de Efrón, situada en su
camino,
sin poder desviarse hacia ningún lado y sin ánimo para
retroceder, envió mensajeros para que suplicaran que les
abrieran las puertas y permitieran su paso por la ciudad.
Pues
habían obstruido las puertas con piedras y dificultado el
tránsito.
Como los de Efrón se negaron, sitió la ciudad rodeándola con
sus soldados. Después de un sitio que duró un día y una
noche,
se apoderó de ella y se abrió paso matando a todos los
varones y
prendiendo fuego a la ciudad.
Fué tan elevado el número de los muertos, que tuvieron que
caminar sobre los cadáveres. Después de haber atravesado el
Jordán, llegaron a una gran llanura situada frente a la
villa de
Bezana, llamada por los griegos Escitópolis. Desde allí
pasaron a
Judea, tocando instrumentos y cantando con todas las señales
de
alegría que se estilan en estos' casos para celebrar una
victoria.
Ofrecieron holocaustos por el feliz resultado de los
acontecimientos, así como también por la seguridad del
ejército,
pues en esta campaña no había muerto ni un solo judío.
355
6. Entre tanto José hijo de Zacarías y Azarías, a quienes
Judas dejara como comandantes de las tropas, mientras Simón
hacía la guerra en Galilea contra los moradores de
Ptolemáis, y
él y su hermano Jonatás se encontraban en Galaad, ávidos de
conseguir gloria por sus virtudes bélicas, con los soldados
marcharon hacia Jamnia. Gorgias, que estaba al frente de la
guarnición de Jamnia, los combatió; perdieron dos mil
hombres y
escaparon hacia los límites de Judea. Sufrieron este
desastre,
por no haber cumplido lo que les ordenara Judas, esto es que
no
lucharan con nadie, antes de que llegara él.
A más de sus condiciones militares, hay que admirar en
Judas su perspicacia, que le hizo comprender la derrota a
que
estarían
expuestos José y Azarías, si se apartaban lo más mínimo de
sus órdenes. Pero Judas y sus hermanos no dejaron de
proseguir
la guerra contra los idumeos, a quienes acosaron por todos
lados.
Luego que se apoderaron de la ciudad de Hebrón y destruyeron
sus fortificaciones, incendiaron las torres, asolaron el
territorio
extranjero y la villa de Marisa. Después, una vez en Azot,
la
tomaron y saquearon. Llevando consigo muchos de los despojos
regresaron a Judea.
356
CAPITULO IX
Muere en Persia Antíoco Epífanes. Antíoco Eupátor ataca
a los judíos con Lisias. Judas es sitiado en el Templo.
Paz honorable
1. Por este tiempo el rey Antíoco, en expedición por las
regiones superiores del país, supo que en Persia había una ciudad, de
nombre Elimáis, célebre por sus riquezas, y que en la misma
existía un templo, dedicado a Diana, muy opulento y lleno de
ofrendas de toda índole; que había también allí armas y
corazas
que, según la fama, había dejado Alejandro, hijo de Filipo,
rey de
Macedonia. Estimulado por estas noticias, se apresuró a
trasladarse a Elimáis, y acercándose con el ejército la sitió.
Pero sus esperanzas resultaron frustradas, pues los que
estaban en ella, lejos de atemorizarse por su venida y por
el sitio,
resistieron valerosamente. Lo rechazaron y saliendo de la
ciudad, lo persiguieron; en su fuga se refugió en Babilonia,
luego
de perder gran parte del ejército.
Estando todavía angustiado por el mal cariz que tomaban sus
empresas, le comunicaron que los jefes que había enviado a
luchar contra los judíos también habían sido derrotados y
que
aumentaban las fuerzas de los judíos. Apremiado por noticias
tan adversas, enfermóse de ansiedad. Como la enfermedad
durara largo tiempo y aumentaran los tormentos, pensando que
iba a morir, convocó a los amigos; les dijo que padecía una
grave
enfermedad y que ello se debía al hecho de haber maltratado
a
los judíos, despojando el Templo y menospreciando a Dios.
Dichas estas cosas, expiró.
No puede menos de admirarme que Polibio de Megalópolis,
por otra parte un honesto varón, diga que Antíoco murió por
haber querido despojar el templo de Diana. Pues el propósito
de
357
hacerlo, sin haberlo llevado a cabo, no era digno de
castigo. Pues
si a Polibio le parece que Antíoco falleció por este motivo,
es
mucho más verosímil que la verdadera causa fuera el robo
sacrílego del Templo de Jerusalén. Pero sobre este problema no
quiero entrar en discusión con aquellos que consideran que
el
motivo de la muerte de Antíoco presentada por el megalopolitano
se acerca a la verdad más que la nuestra.
2. Antíoco, antes de morir, llamó a uno de sus amigos,
Filipo,
y le confió la custodia del reino; le entregó la diadema, el
vestido
y el anillo con la orden de entregarlos a su hijo,
suplicándole que
vigilara su educación y le conservara el reino. Antíoco
falleció en
el año ciento cuarenta y nueve. Lisias, después de anunciar
al
pueblo su muerte, declaró rey a su hijo Antíoco, que estaba
a su
cargo, y lo llamó Eupátor.
3. Durante este tiempo los guardas de la fortaleza de
Jerusalén y los tránsfugas judíos causaron muchos perjuicios
a
los judíos. Los que subían al Templo con el propósito de
ofrecer
sacrificios, eran inmediatamente perseguidos y muertos por
los
soldados, pues la ciudadela dominaba al Templo. En vista de
lo
que acontecía, Judas decidió quitar de en medio la
fortaleza, y
luego de convocar a todo el pueblo la sitió resueltamente.
Esto
acontecó en el año ciento cincuenta de los seleucidas.
Preparó
máquinas adecuadas y levantó terraplenes y puso todas sus
fuerzas para apoderarse de la fortaleza.
Pero muchos prófugos que se encontraban en ella, salieron de
noche y, reuniendo a algunos impíos como ellos, se
dirigieron al
rey Antíoco, pidiéndole que no los abandonara, pues estaban
sufriendo muy duramente de parte de sus conciudadanos; y esto lo
sufrían a causa de su padre, por haber abandonado la
religión
nacional y seguir la que él había establecido. Ahora corrían
el
peligro de que Judas y los que con él estaban se apoderaran
de la
fortaleza y de la guarnición que en ella el rey había
establecido,
si no les procuraban ayuda.
Cuando oyó esto el joven Antíoco se encolerizó, reunió a sus
capitanes y amigos y les ordenó que juntaran mercenarios y
los
varones que en el reino estaban en edad para entrar en la
milicia.
358
Y formó un ejército de cien mil soldados de infantería,
veinte
mil de caballería y treinta y dos elefantes1
.
4. El rey salió de Antioquía con estas tropas juntamente con
Lisias, quien tenía el mando del ejército. Una vez en
Idumea,
ascendió a Betsura, ciudad muy bien protegida y difícil de
tomar;
la rodeó e inició el asedio. Pasó mucho tiempo en este
sitio, pues
los de Betsura resistían valerosamente y, con incursiones,
incendiaban las máquinas de guerra.
Judas, informado de la expedición del rey, cesó en el sitio
de
la ciudadela; salió al encuentro del rey y dispuso su
campamento
a la entrada de los desfiladeros en el lugar que se denomina
Betzacaria, a una distancia de setenta estadios del enemigo.
El rey, abandonando Betsura, condujo el ejército hacia los
desfiladeros, contra el campamento de Judas. Desde las
primeras horas de la mañana dispuso sus tropas para el
combate. En vista de que no podía ordenar los elefantes en
una
línea, por lo angosto del lugar, los dispuso uno tras otro.
Rodeaban a cada uno de los elefantes mil soldados de
infantería
y quinientos de caballería; los elefantes llevaban torres
muy
altas y arqueros. En cuanto al resto de las tropas las hizo
subir
por los lados de las colinas, estando al frente de las
mismas sus
amigos.
Ordenó al ejército que gritara fuertemente, y así se lanzó
contra el enemigo, haciendo levantar los escudos de oro y
hierro,
a fin de que produjeran abundantes reflejos. El eco de los
montes
respondía a los gritos.
Pero no se consternó el ánimo de Judas a la vista de todo
esto,
sino que resistiendo fuertemente el ímpetu de los enemigos,
mató a seiscientos de ellos, los primeros que se le
acercaron.
Eleazar, su hermano, al que llamaban Auran, al ver que uno
de
los elefantes era mayor que los otros y que llevaba corazas
de
lujo real, sospechando que en él se encontraba el rey, se
dirigió
impetuosamente en su contra. Después de matar a muchos que
estaban cerca del elefante y de alejar a otros, se ubicó
bajo su
vientre y con repetidas heridas, lo mató; pero el animal,
cayendo
1
En La Guerra da estas
cantidades: 50.000 hombres de infantería, 5.000 ¿e caballería y 80 elefantes.
359
sobre Eleazar, con su peso lo aplastó. Así murió este varón,
después de haber exterminado a muchos enemigos.
5. En cuanto a Judas, cuando se dió cuenta del poderío del
enemigo, se refugió en Jerusalén, preparándose para sufrir
el
asedio 1. Antíoco envió parte del ejército al sitio de
Betsura y con
el resto marchó a Jerusalén. Los habitantes de Betsura,
aterrorizados por la multitud del enemigo y luego de
comprobar
que les faltarían recursos, se rindieron bajo juramento de
que no
les causaría ningún daño. Antíoco, una vez que se apoderó de
la
ciudad, se limitó a echarlos desarmados de la misma, en la
que
estableció su guarnición.
Pero el sitio del Templo de Jerusalén le llevó mucho tiempo,
por la resistencia que ofrecían los que se encontraban
dentro de
él. A cada una de las máquinas que el rey dirigía en su
contra,
ellos respondían con otras para contrarrestarlas. A los
sitiados
empezaron a faltarles recursos, estando agotadas sus
provisiones
de trigo, pues no habían cultivado la tierra en aquel año
por ser
un año séptimo durante el cual, de acuerdo con nuestras
costumbres, la tierra descansa, y no se siembra. Muchos de los
asediados, por la indigencia en que se encontraban,
escaparon;
finalmente fueron pocos los que quedaron en el Templo.
6. Esa era la situación de los sitiados en el Templo.
Lisias, comandaitte de las tropas, y el rey Antíoco, informados que Filipo
venía desde Persia con la intención de tomar el poder,
convinieron en que, abandonando el asedio, marcharían contra
Filipo; pero determinaron ocultar esta decisión tanto a los
jefes
como a los soldados. El rey ordenó a Lisias que hablara a
los
jefes, sin mencionar para nada a Filipo, sino que expresara
que
el sitio duraría mucho tiempo pues se trataba de un lugar
muy
bien fortificado, que pronto el ejército carecería de
víveres y que,
por otro lado, había mucho que hacer en el reino. Por lo
tanto,
sería mucho mejor pactar con los sitiados y estar en buenos
términos con toda aquella gente, y dejar que se atuvieran a
sus
propias leyes, cuya privación era causa de la guerra. La
propuesta de Lisias agradó tanto a los jefes como a los
soldados.
7. Entonces el rey envió mensajeros a Judas y a los que
estaban sitiados con él, les ofreció la paz y la libertad de
vivir de
360
acuerdo con las leyes patrias. Aceptada la propuesta y
confirmadas las promesas con juramento, los sitiados
salieron
del Templo.
Pero Antíoco, al penetrar en el Templo vió que se trataba de
un lugar muy bien fortificado; violó su juramento y ordenó
al
ejército que destruyera y arrasara sus muros.
Después volvió a Antioquía, llevando consigo a Onías,
llamado Menelao. Pues Lisias había aconsejado al rey que
matara a Menelao, si quería que los judíos se aquietaran y
no le
creasen dificultades; pues el sumo sacerdote había sido el
responsable de todo, por haber persuadido al padre del rey
que
obligara a los judíos a abandonar el culto de sus
antepasados. El
rey envió, pues, a Menelao a Berea, en Siria, y lo hizo
matar,
después de haber estado diez años en el pontificado; era un
hombre malo e impío el cual, para poder ejercer el poder,
obligó
al pueblo a violar las leyes tradicionales.
Después de la muerte de Menelao fué elegido pontífice
Alcimo, también conocido como Jacimo. El rey Antíoco
encontró
que Filipo era ya dueño del poder; le declaró la guerra, lo
hizo
prisionero y lo mató. Pero Onías, hijo del pontífice, que,
como va
hemos dicho, fué dejado de lado a causa de su poca edad,
después
de la muerte de su padre, al ver que el rey, después de
haber
muerto a su tío Menelao, había entregado el sumo pontificado
a
Alcimo, que no era de la familia sacerdotal, siguiendo el
consejo
de Lisias de que pasara ese honor a otra familia, Onías
escapó a
la tierra de Ptolomeo, rey de Egipto. Fué recibido
honrosamente
por él y por su esposa Cleopatra, a quienes pidió le
cedieran
lugar en la provincia de Heliópolis, para construir un
templo
similar al de Jerusalén. Pero trataremos este asunto
oportunamente.
361
CAPITULO X
Báquides, general de Demetrio, hace una expedición con
tra los judíos, sin resultado. Nicanor, enviado después de
Báquides, es aniquilado con su ejército
1. Por este tiempo Demetrio hijo de Seleuco, prófugo en
Roma, luego de ocupar la ciudad de Trípoli en Siria, se
impuso la
diadema, y con ayuda de soldados y mercenarios ocupó el
palacio
real, con agrado de todos los que se le sometieron. Antíoco
y
Lisias fueron capturados y entregados vivos a Demetrio,
quien
ordenó que los mataran inmediatamente. Antíoco había reinado
dos años, como ya lo hemos dicho.
Se le unieron también muchos judíos prófugos e impíos,
acompañados por el pontífice Alcimo, y acusaron a todo el
pueblo, y a Judas y sus hermanos. Dijeron que éstos habían
eliminado a los amigos de Demetrio y a todos los que
confiaban
en él; que a ellos los habían expulsado de su propia tierra
obligándolos a peregrinar por países extraños, y le pidieron
que
enviara a alguno de sus amigos para que le informara de lo
que
había hecho Judas.
2. Demetrio, irritado, envió a Báquides, amigo del rey
Antíoco
Epífanes, hombre de prestigio, gobernador de toda la
Mesopotamia; le entregó tropas, le recomendó al sumo sacerdote Alcimo,
y le ordenó que aniquilara a Judas y a los que estaban con
él.
Báquides salió de Antioquía con su ejército; ya en Judea,
envió mensajeros a Judas y a sus hermanos ofreciéndoles
hacer
con ellos la paz y establecer amistad. Su propósito era
apoderarse de Judas por la astucia. Pero Judas no le dió
crédito,
porque lo vió acompañado por un ejército demasiado grande,
más
apto para la guerra que para la paz.
362
Pero algunos del pueblo creyeron lo que decían los
mensajeros
de parte de Báquides; confirmados en su opinión por Alcimo,
su
conciudadano, quien les aseguró que no les iba a acontecer
nada
malo, se pasaron a su lado; con juramentos de que no los
dañarían ni a ellos ni a los que estaban de su parte,
lograron su
sumisión.
Pero Báquides, sin cuidarse de su juramento, mató a
seiscientos de ellos; con lo cual hizo desistir a los demás
que
pensaban hacer lo mismo. Báquides se alejó de Jerusalén y se
estableció en un suburbio denominado Betzeto; y envió a
buscar
y apresar a muchos tránsfugas y a algunos del pueblo y los
mató
a todos. Ordenó que todos los que se encontraran en aquella
región obedecieran a Alcimo, con quien dejó soldados para
que lo
ayudaran en la vigilancia de la provincia. El se marchó a
Antioquía a reunirse con Demetrio.
3. Alcimo hizo todo lo posible para afirmarse en el
gobierno.
Comprendió que gobernaría con mayor seguridad, si lograba la
benevolencia del pueblo; por eso se esforzó en conquistarlo
mediante hábiles discursos, a fin de halagarlos y atraerlos. Es así
como en poco tiempo logró organizar un poderoso ejército, en
su
mayoría con judíos tránsfugas e impíos; a la vez empleó a
sus
servidores y soldados para asesinar a todos los partidarios
de
Judas que encontraba.
Judas, al ver que se acrecentaba el poder de Alcimo y que
había muerto a muchos de sus seguidores, hombres buenos y
piadosos, él por su parte también empezó a salir por la
región a
matar a los partidarios de Alcimo.
Viendo Alcimo que no podía resistir a Judas y considerando
que sus fuerzas eran inferiores, determinó pedir ayuda a
Demetrio. Fué, pues, a Antioquía e indispuso en gran manera al rey
contra Judas, acusando a éste de haberle hecho mucho daño, y
previniendo que le haría muchísimo más si no tomaba la
delantera enviando contra él un poderoso ejército.
4. Demetrio, pensando que sería peligroso para sus asuntos
permitir que aumentara el poder de Judas, envió a Nicanor,
el
más abnegado y fiel de sus amigos (el que lo había
acompañado
cuando escapó de Roma), con un ejército suficiente, a su
parecer,
363
para luchar contra Judas, y con la orden de que no perdonara
a
ninguno de sus partidarios. Nicanor, una vez en Jerusalén,
pensó que no le convenía luchar inmediatamente, sino tratar
de
apoderarse de él con engaños. Le transmitió mensajes
pacíficos,
diciéndole que no había razón para que lucharan y
resolvieran
sus diferencias con las armas, y que por su parte estaba
dispuesto a darle con juramento garantías de seguridad. Por
eso
había ido acompañado de amigos, para expresarle las
intenciones de Demetrio y su opinión sobre su pueblo.
Hechas estas promesas de Nicanor por intermedio de sus
legados, Judas y sus hermanos, que estaban dispuestos a
darles
crédito sin sospechar que se trataba de un engaño,
recibieron a
Nicanor con su ejército. Nicanor saludó a Judas y durante la
conversación hizo una señal a los suyos para que se
apoderaran
de él Judas lo advirtió, salió corriendo y se unió con los
suyos.
Nicanor, viendo que se habían descubierto sus intenciones,
decidió hacer la guerra abiertamente contra Judas. Reunió a
su
ejército y lo organizó para la lucha, atacándolo cerca de la
aldea
de Cafarsalama, derrotándolo y obligándolo a refugiarse en
la
fortaleza de Jerusalén1
.
5. En cierta ocasión en la que descendió de la ciudadela
para
ir al Templo, algunos sacerdotes y ancianos encontraron a
Nicanor, lo saludaron y le mostraron los sacrificios que decían iban a
ofrecer por el rey. Nicanor respondió con blasfemias y los
amenazó con que, si el pueblo no le entregaba a judas, destruiría el
Templo a su regreso. Después de estas amenazas salió de
Jerusalén. Pero los sacerdotes, angustiados por lo que había
dicho, prorrumpieron en lágrimas y suplicaron a Dios que los
librara de las manos de sus enemigos. Nicanor se trasladó de
Jerusalén a cierto lugar llamado Bezorón, donde acampó; allí
se
le unió otro ejército procedente de Siria.
Judas acampó en Adasa, otro pueblo situado a una distancia
de treinta estadios de Bezorón, no disponiendo sino de mil
1
El texto parece
atribuir la victoria a Nicanor, salvo que deba leerse "Judas reunió a su
ejército. . ." etcétera.
Esta interpretación estaría con firmada por el hecho de que
la ciudadela de Jerusalén no estaba en manos de los
judíos sino de los sirios, como también por el texto del
párrafo siguiente. Esta es, por otra parte, la versión de I
Macabeos, VII, 32, según la cual Nicanor perdió unos cinco
mil hombres y huyó a refugiarse en la ciudadela de
David.
364
hombres. Los exhortó valerosamente a que no se afligieran
por la
multitud del enemigo, y que no pensaran contra cuántos
tenían
que luchar, sino quiénes eran ellos y qué esperaban a cambio
de
la lucha y, por lo tanto, que marcharan animosamente contra
el
enemigo.
Trabados en acerba lucha, Judas venció al adversario y mató
a muchos enemigos, incluso al mismo Nicanor que cayó después
de luchar denodadamente. Muerto Nicanor se dispersó el
ejército; puesto que habían perdido al jefe, arrojaron las
armas y
escaparon. Judas los persiguió haciendo una gran matanza;
los
toques de trompetas avisaban a los pueblos vecinos que
hostigaran al enemigo. Los que se encontraban en estos
pueblos
salían armados, y frente a frente mataban al enemigo, de
modo
que no escapó ni uno solo, a pesar de que el ejército
constaba de
nueve mil hombres.
Esta victoria se logró el día trece del mes que los judíos
denominan adar y los macedonios distro. Todos los años en este día
ofrecen sacrificios y lo consideran festivo. Desde este
tiempo el
pueblo judío descansó de la guerra y gozó de paz, pero luego
volvió a la lucha y a los peligros.
6. Queriendo el pontífice Alcimo derribar el muro viejo
construído por los santos profetas, fué castigado por Dios. Sin voz
cayó al suelo y después de sufrir por espacio de varios días
falleció, habiendo sido sumo pontífice durante cuatro años1
.
Después de su muerte el pueblo entregó el sumo sacerdocio a
Judas. Este, informado del poder de los romanos, que habían
sometido Galia, Iberia y Cartago y que además Grecia se
había
reducido a su poder, triunfando sobre los reyes Perseo,
Filipo y
Antíoco el Grande, determinó entrar en amistad con este
pueblo.
Envió a Roma a sus amigos Eupolemo hijo de Juan y Jasón hijo
de Eleazar; por su intermedio pidió que establecieran
alianza y
amistad y que escribieran a Demetrio para que no les hiciera
la
guerra.
Cuando los legados llegaron a Roma, el senado los recibió e
informado de los motivos de su visita, aceptó la alianza
1
Según I Macabeos, IX,
34-57, la muerte de Alcimo se produjo después de la muerte de Judas, durante el
gobierno de Jonatás.
365
propuesta. Se aprobó un decreto, del que se envió una copia
a
Jerusalén, guardándose el original en el Capitolio, grabado
en
tablas de bronce.
Decía así:
"Decreto del senado sobre la alianza y amistad con el
pueblo
judío. Nadie que pertenezca como súbdito a Roma hará guerra
a
los judíos, ni suministrará a sus enemigos trigo, naves ni
dinero.
Si alguien invadiera su territorio, los romanos les
prestarán
ayuda en lo posible. A su vez, si alguien invadiera a los
romanos,
los judíos darán su ayuda. Si los judíos quisieran agregar o
anular alguna cláusula de este tratado, ello sea hecho con
el
consentimiento del pueblo romano, y todo agregado goce de
autoridad."
Este decreto fué escrito por Eupolemo hijo de Juan y Jasón
hijo de Eleazar, siendo sumo sacerdote de la nación Judas y
general su hermano Simón.
Y es así como se hizo la primera alianza y tratado de
amistad
entre romanos y judíos.
366
CAPITULO XI
Báquides es enviado por segunda vez a Judea, y vence.
Judas muere en el combate
1. Demetrio, cuando supo la muerte de Nicanor y el desastre
del ejército que lo acompañaba, envió de nuevo a Báquides
con
tropas de refresco. Este, luego que saliera de Antioquía y
llegara
a Judea, estableció el campamento en la villa de Arbela, en
Galilea. En las cavernas había muchos refugiados a los
cuales
sitió e hizo prisioneros. Salió de estos lugares y marchó a
Jerusalén. Informado de que Judas había acampado en la villa
denominada Betzeto, reunió en su contra veinte mil soldados
de
infantería y dos mil de caballería. Judas solamente disponía
de
tres mil hombres.
Cuando vieron el gran ejército de Báquides, aterrorizados
escaparon del campamento, con la excepción de ochocientos
hombres. Judas, abandonado por sus soldados, cuando ya
estaba
cerca el enemigo, sin tiempo para reunir nuevos soldados, se
vió
obligado a luchar contra Báquides con sólo los ochocientos
que
habían quedado; después que los exhortó a que sufrieran los
peligros con ánimo decidido, dió orden de ir al combate.
Pero
ellos respondieron que no era posible luchar con un ejército
tan
grande, y le aconsejaron que se retirase y cuidara de su
seguridad; y que luego, más adelante, cuando dispusiera de
tropas peleara con el enemigo.
-Que jamás vea el sol que he dado las espaldas al enemigo -
contestó Judas-. Si ha llegado la hora fatal de que tenga
que
morir, y es absolutamente necesario que perezca, seguiré
firmemente en mi puesto. Estoy dispuesto a sufrir todo lo que pueda
acontecerme, antes que deshonrar con una torpe huida mis
triunfos anteriores y la gloria conquistada.
367
Después de decir estas palabras, exhortó a los que le
quedaban a que, menospreciando el peligro, lucharan contra
el
enemigo.
2. Entre tanto, Báquides salió de su campamento y dispuso
sus tropas en esta forma: la caballería dividida en dos
alas, las
tropas ligeras y los arqueros precediendo a toda la falange;
él se
encontraba en el lado derecho. Así colocadas las tropas, ya
cerca
del enemigo, dió orden de que tocaran las trompetas y que
los
soldados a gritos iniciaran la lucha. Lo mismo hizo Judas
entrando a luchar con el enemigo, peleando intensamente
ambas
partes. La batalla se prolongó hasta la puesta del sol;
Judas,
dándose cuenta de la presencia de Báquides y de que
encabezaba
el ejército encontrándose del lado derecho, tomó consigo a
los
más animosos y se precipitó contra ese lado. Atacando a los
que
allí estaban, disolvió su falange. Luego penetró en su
interior, los
puso en fuga y los persiguió hasta el monte denominado Aza.
Pero los que estaban en el lado izquierdo, viendo derrotados
a
los de la otra ala, persiguieron a Judas y lo rodearon,
encontrándose éste en medio del enemigo. Puesto que no tenía por
donde evadirse, rodeado por todas partes, se hizo fuerte con
los
suyos y luchó. Después de haber muerto a un eran número de
enemigos, agotado él mismo, cavó y murió. Su fin no fué
menos
glorioso que sus acciones realizadas anteriormente.
Fallecido
Judas, los que estaban con él, privados de jefe tan excelso,
escaparon.
Simón v Jonatás, hermanos de Judas, mediante un tratado
obtuvieron del enemigo la entrega de su cuerpo, lo
trasladaron al
pueblo de Modim, donde estaba enterrado en un monumento el
cuerpo de su padre, y allí lo sepultaron después que el
pueblo lo
lloró durante varios días y lo honró con los ritos de
costumbre.
Así falleció Judas, varón fuerte y valeroso, quién
recordando
las órdenes de su padre Matatías estuvo dispuesto a sufrirlo
todo
por la libertad de sus compatriotas. Dotado de tanta virtud,
dejo
glorioso recuerdo y fué muy honrado, habiendo conseguido la
libertad de su pueblo al que arrebató de la servidumbre de
los
macedonios. Murió después de haber sido pontífice durante
tres
años.
368
LIBRO XIII
Contiene un período de ochenta y dos
años
369
CAPITULO I
Muerto Judas, es elegido comandante su hermano Jonatás,
quien hace la guerra a Báquides y lo obliga a aceptar la paz
y
retirarse del país
1. En el libro anterior expusimos cómo el pueblo judío,
sometido a servidumbre por los macedonios había recuperado la libertad y cómo
Judas luchando por ellos murió después de librar muchas batallas. Muerto Judas,
los hombres perversos, aquellos
que habían violado las leyes paternas, surgieron de nuevo
contra
los judíos y los persiguieron y oprimieron. A esta
perversidad se
agregó el hambre que azotó la región; muchos, llevados por
la
necesidad, se pasaron a los macedonios. Báquides reunió a
los
judíos que habían abandonado las leyes patrias y preferido
la
vida de los gentiles y les encomendó el gobierno de la
región, y
ellos, luego de prender a los amigos y protectores de Judas,
los
entregaron a Báquides.
Este empezaba por atormentarlos a su placer, para luego
matarlos. En medio de tantas calamidades, como no se habían
sufrido desde que volvieran de Babilonia, los judíos que
quedaban de los amigos de Judas, al ver cómo la gente
perecía
miserablemente, se presentaron ante Jonatás, el hermano de
Judas, y le rogaron que tomara en cuenta el ejemplo de su
hermano, quien se preocupó de sus conciudadanos y murió por
la
libertad de la patria; que lo imitara y que no dejara sin
defensa a
su pueblo, especialmente cuando se encontraba en gran
peligro.
Jonatás replicó que estaba dispuesto a sufrir la muerte por
ellos,
y como no lo consideraban inferior a su hermano, lo
nombraron
jefe.
2. Cuando lo supo Báquides, temeroso de que Jonatás creara
dificultades al rey y a los macedonios, como lo había hecho
antes
Judas, buscó la forma de matarlo a traición. No se les
ocultó este
propósito ni a Jonatás, ni a su hermano Simón; por eso, en
com370
pañía de los suyos, marcharon a un desierto, el más cercano
a la
ciudad, y al llegar al lago Asfar se detuvieron.
Cuando Báquides supo que se habían ido y establecido en el
lugar mencionado, reuniendo todas sus tropas marchó contra
ellos; y acampó al otro lado del Jordán para que sus tropas
se
repusieran. Informado Jonatás de que Báquides lo buscaba,
envió a su hermano Juan, llamado también Gadín, a ver a los
árabes nabateos (que eran amigos), para que dejara con ellos
sus
bagajes, mientras luchaban contra Báquides.
Cuando Juan se dirigía a la tierra de los nabateos, los
hijos de
Amareo, que habían salido de la ciudad de Medaba para
atacarlo, lo capturaron con los que lo acompañaban, y luego
de
robarles todo lo que llevaban, lo mataron a él y a sus
compañeros. No tardaron sus hermanos en darles el castigo
que
por este hecho merecían, como veremos más adelante.
3. Informado Báquides que Jonatás había establecido su
campamento en los pantanos del Jordán, marchó contra él un día
sábado, pensando que no lucharía por respeto a la ley.
Jonatás
arengó a los suyos, diciéndoles que sus vidas estaban en
peligro;
encerrados entre el enemigo y el río, no tenían por dónde
huir,
pues el enemigo estaba delante y el río a sus espaldas1
. Rogó a
Dios que les otorgara la victoria y entró a luchar.
Después de eliminar a muchos, vió que Báquides se dirigía
contra él impetuosamente; entonces Jonatás extendió la mano
derecha para golpearlo. Báquides esquivó el golpe; Jonatás
con
los suyos saltaron al río, lo atravesaron a nado y se
pusieron a
salvo al otro lado del Jordán. Los enemigos no atravesaron
el río
y regresaron a la fortaleza de Jerusalén.
Perdieron cerca de dos mil soldados. Báquides se adueñó de
varios poblados de Judea y los fortificó: Jericó, Emaús,
Bezorón,
Bezela, Tamnata, Faratón, Tocoa y Gazara. En cada una de
ellos
1
Báquides, según el
párrafo anterior, había atravesado el Jordán, donde acampó; o sea en la orilla
este. No se
explica, por lo tanto, que Jonatás y los suyos estuviesen entre
el río y el enemigo, con el río detrás, ni menos aún
que luego se hayan puesto a salvo atravesándolo a nado.
371
edificó torres y los rodeó de murallas muy fuertes; puso en
ellos
guarniciones, para que salieran y persiguieran a los judíos.
De
una manera especial aseguró la fortaleza de Jerusalén. Tomó
como rehenes a los hijos de los principales de Judea, a
quienes
encerró en la fortaleza e hizo custodiar.
4. Por aquel entonces un mensajero informó a Jonatás y su
hermano Simón que los hijos de Amareo celebrarían un
casamiento, trayendo a la novia, hija de un importante personaje
árabe2
, desde la ciudad de Gabata, con un séquito espléndido y
suntuoso. Jonatás y Simón, considerando que aquélla sería
una
ocasión propicia para vengar a su hermano, y que sería muy
fácil
imponer a los culpables el castigo por la muerte de Juan, se
trasladaron a Medaba y se emboscaron en la montaña, a la
espera de sus enemigos. Cuando los vieron llegar,
conduciendo a
la doncella y al novio y acompañados por numerosos amigos,
como se acostumbra en las bodas, salieron de su escondite y
los
mataron a todos. Después de recoger los adornos y los
efectos de
todos los hombres, regresaron.
De este modo se vengaron de los hijos de Amareo por la
muerte de su hermano Juan; perecieron los culpables, los
amigos
que los acompañaban y sus mujeres e hijos, en un total de
unas
cuatrocientas personas.
5. Simón y Jonatás regresaron a los pantanos del río, donde
acamparon. En cuanto a Báquides, después de establecer
guarniciones en toda Judea, marchóse al lado del rey.
Por espacio de dos años hubo tranquilidad en Judea. Pero los
tránsfugas y malvados, viendo que Jonatás con los suyos,
gracias
a que había paz, recorrían libremente el país, enviaron
legados
al rey Demetrio pidiéndole que les enviara a Báquides para
capturar a Jonatás. Indicaban que era asunto fácil y que, en
una
sola noche, si cayeran de improviso todos juntos sobre
ellos, los
vencerían.
El rey envió a Báquides; una vez en Judea éste escribió a
todos sus amigos, a los judíos, a sus aliados, que le
entregaran a
Jonatás como prisionero.
2
Según el libro de los
Macabeos la novia no era árabe, sino cananea.
372
Todos procuraron con gran ahínco cumplir el pedido, pero
inútilmente, porque Jonatás, que conocía sus intenciones, se
cuidaba bien. Báquides, indignado contra los tránsfugas que
le
habían informado falsamente, a él y al rey, se apoderó de
cincuenta de los más importantes y los mató. Pero Jonatás,
con
su hermano y los suyos, por miedo a Báquides se retiró a
Bezalaga, un pueblo ubicado en el desierto. Construyó torres
y
las rodeó de murallas, y allí permaneció fuera de peligro.
Cuando Báquides supo esto, con las tropas que tenía a su
disposición, y con la ayuda de los judíos, se dirigió contra
Jonatás para atacarlo en su refugio; lo sitió durante muchos
años.
Jonatás no cedió en lo más mínimo al ataque intensivo de los
que lo combatían; después de resistir valerosamente, dejó a
su
hermano Simón en la ciudad para que mantuviera a raya a
Báquides, y él salió ocultamente, reunió numerosos partidarios, y
durante la noche cayó impetuosamente sobre el campamento de
Báquides. Mató a muchos e hizo anunciar a su hermano Simón
que atacara también al enemigo.
En vista de la carnicería que había hecho su hermano contra
los enemigos, salió de la fortaleza, incendió las máquinas
preparadas por los macedonios para el asedio y mató a muchos de
ellos.
Báquides, al verse rodeado por todas partes de enemigos, que
atacaban unos de frente y otros por la espalda, desesperado
por
el fracaso repentino del sitio, descargó su indignación
sobre los
judíos tránsfugas que lo habían sacado del lado del rey,
acusándolos de haberlo engañado. Ahora sólo deseaba finalizar el
asedio y regresar, si ello era posible, sin gran deshonra.
6. Cuando supo esto Jonatás envió legados para ofrecerle un
pacto de amistad y alianza, y la devolución de los cautivos
que
cada uno de ellos tuviera en su poder1
. Báquides, pensando que
sería la mejor salida, hizo pacto de amistad con Jonatás,
comprometiéndose ambas partes a no atacarse.
1
Macabeos sólo
menciona prisioneros judíos.
373
Y es así como recibiendo y entregando mutuamente los
cautivos, Báquides regresó a Antioquía; y en adelante no emprendió
ninguna lucha contra Judea. Jonatás, sintiéndose seguro, se
estableció en Macma donde gobernó al pueblo. Castigó a los
malvados e impíos y purificó a la nación.
374
CAPITULO II
Alejandro, hijo de Antíoco Epífanes, entra en Siria y hace
la guerra a Demetrio. Este envía una embajada a Jonatás,
pacta con él una alianza y lo llena de presentes. Alejandro
supera la liberalidad de Demetrio y nombra a Jonatás
sumo sacerdote
1. En el año ciento sesenta aconteció que Alejandro, hijo de
Antíoco Epífanes, subió a Siria y ocupó a Ptolemáis, gracias
a la
traición de los soldados apostados en la guarnición. Estaban
éstos descontentos con Demetrio por su soberbia y por la
dificultad de acercarse a él. Se había encerrado en un palacio
rodeado de cuatro torres, construido no lejos de Antioquía y
no
admitía a nadie; y era a la vez descuidado y negligente en
la
administración del reino. De ahí que se acrecentara el odio
de
sus súbditos, como dijimos en otro lugar.
Cuando supo Demetrio que Alejandro se encontraba en
Ptolemáis, reunió a todas sus tropas y marchó contra él. También
envió legados a Jonatás, para que se convirtiera en su
aliado; era
su propósito anticiparse a Alejandro, a fin de que éste no
pidiera
su ayuda. Se esforzó tanto más en conseguir su alianza,
cuanto
que temía que Jonatás, recordando las injurias recibidas,
pudiera ser fácilmente persuadido a declararse contra él. Lo invitó
a que reuniera sus fuerzas y tuviera preparadas las armas y
a
que recuperara los rehenes judíos que Báquides había
encerrado
en la fortaleza de Jerusalén. Después que le fueron
expresados
estos deseos de Demetrio, Jonatás pasó a Jerusalén donde dió
a
conocer las cartas recibidas, informando de ellas tanto al
pueblo
como a los soldados que estaban en la fortaleza. Los impíos
y
tránsfugas que se encontraban en la fortaleza, se
aterrorizaron,
al comprobar que el rey permitía a Jonatás formar un
ejército y
375
le entregaba los rehenes. Jonatás devolvió los rehenes a sus
padres.
Después se instaló en Jerusalén, y restauró la ciudad de
acuerdo con sus deseos. Dispuso que los muros se
construyeran
con piedras cuadradas, para mayor seguridad contra el
enemigo.
Ante estos hechos los soldados de las guarniciones de Judea
abandonaron sus puestos y se fueron a Antioquía, con
excepción
de los que se encontraban en Betsura y en la fortaleza de
Jerusalén, que eran en su mayor parte judíos tránsfugas e
impíos y por eso no abandonaron las fortalezas.
2. Alejandro se informó de las promesas que Demetrio hiciera
a Jonatás, así como también de los hechos valerosos de este
último y de las derrotas que en la guerra había infligido a
los
macedonios y de lo mucho que había sufrido de parte de
Demetrio y del efe de sus tropas, Báquides; comentando con
sus
amigos afirmó que no podía esperar mejor aliado que Jonatás,
valiente contra los enemigos y que odiaba particularmente a
Demetrio de quien había recibido muchos males y a quien, por
otra parte, también había atacado. Por eso, si lo quería
convertir
en amigo y aliado contra Demetrio, nada mejor que invitarlo
ahora a formalizar una alianza. De acuerdo con la opinión de
sus
amigos, le envió la siguiente carta:
"El rey Alejandro a Jonatás su hermano, salud. Hemos
oído
hablar de tu fidelidad y valor; por lo tanto te pedimos
amistad y
alianza. Te nombramos pontífice de los judíos, y
determinamos
que te llames amigo nuestro. Te envío como regalo una estola
de
púrpura y una corona de oro. Te pido que ya que cuentas con
nuestra consideración, te comportes en igual forma con
nosotros."
3. Después de recibir esta carta, Jonatás se puso la estola
pontifical, con motivo de la fiesta de los Tabernáculos,
cuatro
años después de la muerte de su hermano Judas, pues durante
aquel tiempo nadie había ejercido el pontificado. Reunió un
gran
ejército y fabricó muchas armas. Cuando supo todo esto
Demetrio se dolió por su demora en atraerse a Jonatás y por
no
anticiparse a Aleandro, conquistándose su benevolencia con
376
mayores obsequios, en lugar de dejar pasar tanto tiempo. Sin
embargo, le envió una carta, dirigida a él y al pueblo:
"El rey Demetrio a Jonatás y a su pueblo, salud. Puesto
que
habéis conservado la amistad que yo inicié con vosotros, y
no os
pasasteis a los enemigos que procuraban atraeros, elogio
vuestra
fidelidad y os exhorto a que permanezcáis en ella, por la
que
recibiréis de nosotros beneficios. Os libraré de los
tributos e
impuestos que antes pagabais a los reyes mis antecesores; y
desde ya os eximo de los tributos permanentes. Además desde
ya
os perdono el precio de la sal y de las coronas, que
acostumbrabais a pagarme; así como también de la parte que
me
tocaba del tercio de la cosecha y de la mitad del fruto de
los
árboles. También en adelante os eximo de las tasas que
tenían
que pagarme por cabeza los habitantes de Judea y de las tres
toparquías vecinas, Samaria, Galilea y Perea, y esto para
siempre. Quiero que la ciudad de Jerusalén sea sagrada e
inviolable; y que esté exenta hasta sus límites de pagar el
diezmo y los derechos de aduana. También estoy de acuerdo
con
que la fortaleza de Jerusalén sea entregada en custodia a
los que
el pontífice Jonatás considere amigos y fieles, para que la
guarden bajo nuestro nombre. Además pongo en libertad a los
judíos prisioneros de guerra que se encuentran en nuestro
territorio. Prohibo también que sean requisadas las bestias
de
carga de los judíos. Estos estarán exentos de todo servicio
los
días sábado y durante todas las fiestas y tres días antes de
cada
fiesta. Igualmente libro a los judíos que viven en mi reino
de
toda carga, y si algunos quisieran ser soldados a mi lado
que se
los admita, hasta la cantidad de treinta mil; se les pagará
el
mismo sueldo que reciben nuestros soldados, vayan a donde
vayan. A algunos los ubicaré en fortalezas, a otros los
convertiré
en guardias personales míos y les daré el mando de las
fuerzas
de mi palacio. Permito también que vivan de acuerdo con sus
leyes nacionales y quiero que estén al frente de tres
prefecturas
en Judea y que el pontífice vigile que ningún judío disponga
de
otro templo para su culto que el que se encuentra en
Jerusalén.
Además ofrezco de mis bienes ciento cincuenta mil dracmas
anualmente para los sacrificios y si algo sobrare quiero que
sea
vuestro; perdono también las diez mil dracmas que los reyes
377
percibían del Templo, que pertenecerán a los sacerdotes que
están al cuidado del mismo. Aquellos que se refugiaran en el
Templo de Jerusalén o en sus dependencias, por ser deudores
del
tesoro real o por cualquier otro motivo, serán absueltos y
nada
tendrán que temer por sus bienes. Permito también que el
Templo sea restaurado a mis expensas; también dispongo que
se
reedifiquen los muros y las altas torres, por mi cuenta.
Además,
si se considera conveniente fortificar alguna plaza fuerte
en el
territorio de los judíos, que esto se haga por cuenta
mía."
4. En esta forma escribió Demetrio, queriendo atraerse a los
judíos. El rey Alejandro, luego de reunir un gran ejército,
formado tanto por mercenarios como por soldados que habían
pasado a su lado desde Siria, marchó contra Demetrio.
Se inició la batalla; el ala izquierda de Demetrio puso en
fuga
a los enemigos y mató a muchos de ellos; pero el ala
derecha,
donde se encontraba Demetrio, fué vencida. Todos los demás
escaparon, pero Demetrio, que luchaba valientemente, mató a
muchos y mientras seguía a los suyos, su caballo se metió en
un
pantano cenagoso y profundo, del cual no pudo salir, y
murió.
Los soldados enemigos, al ver caído a Demetrio, lo rodearon
y le
tiraron muchas flechas. Demetrio, aun sin caballo, resistió
valerosamente, pero al final, lleno de heridas, no pudo
resistir
por más tiempo, y sucumbió. Este fué el fin de Demetrio,
después
de haber gobernado por espacio de once años, según dijimos
en
otra parte.
378
CAPITULO III
La amistad de Onías con Ptolomeo Filométor. Onías fun
da un templo similar al de Jerusalén
1. Onías, hijo de aquel pontífice del mismo nombre, que
vivía
prófugo en Alejandría junto al rey Ptolomeo llamado
Filométor,
según dijimos antes, al ver la opresión que los macedonios y
sus
reyes ejercían en Judea y para conquistar gloria y recuerdo
eternos, determinó, luego de enviar cartas al rey Ptolomeo y
a la
reina Cleopatra, solicitarles que le permitieran edificar en
Egipto un templo semejante al de Jerusalén y que en el mismo
actuaran levitas y sacerdotes. Se apoyaba para esto en lo
que
dijera el profeta Isaías, seiscientos años antes, de que en
Egipto
un judío levantaría un templo al Dios supremo1
. Onías, pues,
entusiasmado por la profecía, escribió la siguiente carta a
Ptolomeo y Cleopatra:
"Después de haberos prestado grandes servicios en la
guerra2
recorrí la Baja Siria y Fenicia y llegué con los judíos a
Leontópolis, ciudad de la prefectura heliopolitana; he encontrado en
todas partes templos levantados fuera de toda conveniencia,
lo
cual indisponía entre sí a los fieles. Es lo que pasa
también entre
los egipcios por su multitud de templos, de modo que no se
entienden en lo que se refiere al culto. He encontrado un
lugar
sumamente oportuno en la fortaleza que lleva el nombre de
Bubastis Agreste, lleno de maderas de toda índole y de
animales
sagrados; pido que se me permita limpiar y purificar el
templo
abandonado y derruído, y dedicarlo al Dios máximo a
semejanza
del que está en Jerusalén, y con las mismas medidas, bajo tu
1
Isaías, XIX, 19:
"En aquel tiempo habrá altar para Jehová en medio de la tierra de Egipto,
y el trofeo de Jehová
junto a su término".
2
Estas palabras
parecerían dar asidero a la suposición de que este Onías es el mismo que, según
el Contra Apión
(II, 5), fué general de Ptolomeo y Cleopatra.
379
invocación, la de tu esposa y de tus hijos. Así los judíos
que viven
en Egipto estarán en un lugar donde podrán vivir en mutua
concordia y servirán a tus intereses. Pues el profeta Isaías
predijo esto, que habría en Egipto un altar consagrado al
Dios
máximo; y este lugar le ha sugerido muchas profecías
similares."
2. Esto es lo que Onías escribió al rey Ptolomeo. Se puede
conjeturar la piedad del rey y de su esposa Cleopatra por la
respuesta a esta carta; hicieron que el pecado y la prevaricación
contra la ley cayera sobre la cabeza de Onías. La
contestación
fué la siguiente:
"El rey Ptolomeo y la reina Cleopatra, a Onías, salud.
Leímos
tu solicitud por la cual nos pides que te permitamos limpiar
el
templo derruido que se encuentra en Leontópolis, prefectura
de
Heliópolis, denominado Bubastis Agreste. Nosotros nos
preguntamos si será del agrado de Dios levantar un templo en lugar impuro y
lleno de animales salvajes. Pero puesto que tú nos dices
que esto fué predicho por el profeta Isaías, nosotros te
otorgamos
el permiso, con tal que no sea contrario a la ley, pues no
queremos aparecer culpables en ninguna forma ante
Dios."
3. Es así que Onías, estableciéndose en el lugar, edificó un
templo con altar similar al de Jerusalén, pero más pequeño y
más pobre. No me parece conveniente indicar sus medidas y
los
vasos que poseía, pues sobre el particular ya escribí en el
libro
séptimo de la guerra judía. También encontró Onías judíos
semejantes a él, levitas y sacerdotes, que instauraron allí el culto de
Dios. Pero bastante hemos dicho sobre este templo.
4. En Alejandría surgió una contienda entre los judíos y los
samaritanos, que introdujeron el culto en el templo fundado
en
el monte Garizim en tiempo de Alejandro. Llevaron ante
Ptolomeo la disputa sobre los templos, pretendiendo los
judíos
que el construído según las leyes de Moisés era el de
Jerusalén, y
los samaritanos que lo era el de Garizim. Rogaron al rey que
en
una reunión con sus amigos se tratara esta causa, con la
condición de que los vencidos fueran muertos.
Por los samaritanos hablaron Sabeo y Teodocio; por los
jerosolimitanos y judíos Andrónico hijo de Mesalam. Juraron
por
Dios y por el rey, que traerían pruebas de la ley, y
pidieron a
380
Ptolomeo que castigara con la muerte al que violara el
juramento. De modo que el rey, reuniendo a muchos de sus
amigos, se aprestó a oír a los contendientes. Los judíos
alejandrinos tenían mucho miedo a aquellos que atacaban los
derechos del Templo de Jerusalén; pues le parecía muy penoso
que se destruyera un templo tan antiguo y célebre en todo el
mundo.
Sabeo y Teodosio estuvieron de acuerdo en que primeramente
hablara Andrónico. Este fundamentó sus argumentos en la ley
y
en la sucesión de los pontífices, pues cada uno de ellos
estaba al
frente del Templo por sucesión paterna; recordó que todos
los
reyes de Asia lo habían honrado con donaciones y regalos. En
cuanto al de Garizim, como si no existiera, nadie lo tuvo en
cuenta.
Con estas y otras razones similares Andrónico convenció al
rey de que declarara que el Templo de Jerusalén había sido
construído de acuerdo con la decisión de Moisés y que Sabeo y Teodosio tenían
que ser condenados a muerte. Estas son las cosas
que acontecieron con los judíos alejandrinos bajo Ptolomeo
Filométor.
381
CAPITULO IV
Muerto Demetrio, Alejandro colma de honores a Jonatás.
Demetrio, el hijo de Demetrio, vence a Alejandro, hace
amistad con Jonatás y ocupa el trono
1. Después que Demetrio muriera en la guerra, según dijimos
antes, Alejandro ocupó el reino de Siria y escribió a
Ptolomeo
Filométor pidiéndole a su hija en matrimonio. Le parecía
conveniente que Ptolomeo se aliara con un príncipe que había recuperado el
imperio paterno y que por providencia divina había vencido a Demetrio y que en
adelante no sería indigno de una
alianza con él.
Ptolomeo contestó diciendo que accedía de buen grado a su
pedido, y agregando que se alegraba que hubiera obtenido el
reino paterno; prometióle darle a su hija en matrimonio y le
pidió que se encontrara con él en Ptolemáis, donde la
entregaría
a su hija; la acompañaría desde Egipto hasta ese lugar donde
se
la daría en matrimonio.
Una vez escritas estas cosas, Ptolomeo se fué a toda prisa a
Ptolemáis con su hija Cleopatra. Como se lo había expresado
por
carta allí encontró a Alejandro; le dió a su hija por esposa
y una
gran cantidad de oro y plata, propia de un rey.
2. Durante las fiestas del matrimonio, Alejandro envió
cartas
a Jonatás el pontífice, pidiéndole que fuera a Ptolemáis.
Jonatás
se presentó ofreciendo espléndidos obsequios a los reyes, y
fué
honrado por ambos. Alejandro hizo que se despojara de su
vestido y que se vistiera de púrpura, haciéndolo sentarse a
su
lado en el solio; ordenó a sus oficiales que fueran con él
por la
ciudad y proclamaran por medio de un heraldo la prohibición
de
hablar contra él y de suscitarle dificultades. Después que
así lo
cumplieron los oficiales, los que querían acusarlo y estaban
con
382
ánimo malévolo en su contra, al ver el honor que se le
confería,
escaparon temerosos de que no les aconteciera algún mal. Era
tan grande la buena voluntad de Alejandro para Jonatás que
lo
inscribió entre sus primeros amigos.
3. En el año ciento sesenta y cinco, Demetrio hijo de
Demetrio, con muchos mercenarios que le suministró Lastenes
el
cretense, pasó de Creta a Cilicia. Al saberlo Alejandro se
afligió y
perturbó mucho y al punto determinó volver de Fenicia a
Antioquía, a objeto de tomar todas las medidas necesarias
antes
de la llegada de Demetrio. Dejó como gobernador de la Baja
Siria
a Apolonio Daos1
. Este con un gran ejército se trasladó a Jamnia
e hizo decir al pontífice Jonatás, que era injusto que él
fuera el
único que viviera a su capricho, sin estar subordinado al
rey; que
en todas partes se le reprochaba esta falta de sumisión.
"No te
engañes de tu poder -añadía-, por estar tranquilamente
instalado en los montes; si en algo confías en tus fuerzas,
desciende a la llanura y lucha con los nuestros; y
evidentemente
será el más fuerte aquel que logre vencer. Sin embargo,
conviene
que sepas que los más fuertes de todas las ciudades están
conmigo; pues son aquellos mismos que siempre vencieron a
tus
antepasados. Lucharás con nosotros en un terreno donde hay
que luchar con armas, no con piedras y donde no hay lugar
para
refugiarse al que resultare vencido."
4. Indignado Jonatás por estas palabras salió de Jerusalén
con diez mil hombres elegidos y con su hermano Simón. Al
llegar
a Jope estableció el campamento fuera de la ciudad, pues los
habitantes de Jope le cerraron las puertas; en el interior
se
encontraba una guarnición colocada por Apolonio. Mientras
Jonatás se preparaba para el asedio, temerosos los de la
ciudad
de que se apoderara de ella violentamente, le abrieron las
puertas. Cuando Apolonio se informó que Jonatas ocupaba
Jope,
vino a Azot con tres mil soldados de caballería y ocho mil
de
infantería; desde allí prosiguió su camino tranquila y
lentamente. Ya cerca de Jope, simuló retirarse para atraer a
Jonatás a la llanura, confiado en la caballería en la cual
depositaba todas Is esperanzas de su victoria. Jonatás se
1
Aquí hay, al parecer,
un error cometido por Josefo; porque según el libro de los Macabeos (10, 69),
Apolonio
era gobernador de Celesiria nombrado por Demetrio, y no por
Alejandro.
383
adelantó y persiguió a Apolonio hasta Azot. Este, cuando vió
que
el enemigo se encontraba en la llanura, se dió vuelta y lo
atacó.
Insidiosamente Apolonio apostó mil soldados de caballería en
un barranco, para atacar al enemigo por la espalda; pero
Jonatás, que se dió cuenta de la maniobra, estuvo muy lejos
de
consternarse; disponiendo a su ejército en cuadro lo exhortó
a
que empujara al enemigo por todos lados y que resistiera
tanto
de frente como por la espalda. La batalla se alargó hasta el
anochecer. Jonatás, dando parte del ejército a su hermano
Simón, le ordenó que presentara batalla al enemigo; pero por
su
lado ordenó a los suyos, protegidos por los escudos, que
recibieran las flechas adversarias.
Estos cumplieron lo que les había ordenado; el enemigo desde
los caballos lanzaron hasta la última flecha, sin herir a nadie,
pues no llegaban a los cuerpos, sino que, formando los
escudos
una densa coraza, caían en ellos sin causar daño alguno.
Cuando el enemigo estuvo fatigado de tirar flechas desde la
mañana hasta la noche, y Simón advirtió su cansancio, atacó
a la
falange; y sus soldados lucharon valerosamente, poniendo en
fuga al enemigo.
Cuando vieron los de la caballería que la infantería huía,
no
resistieron más; cansados de estar luchando de la mañana a
la
noche y habiendo perdido la esperanza que habían depositado
en
los de a pie, escaparon sin orden, confusamente, vagando
dispersos por la llanura.
Jonatás persiguió a los vencidos hasta Azot, y luego de
haber
muerto a muchos, obligó a los restantes, que desesperaban de
salvarse, a refugiarse en el templo de Dagón, que se
encontraba
en Azot. Pero Jonatás, luego de apoderarse de la ciudad al
primer impulso, la incendió así como también a los pueblos
vecinos; no descuidó el templo de Dagón, el que también
incendió, matando a todos los que se encontraban en él. El
número de hombres que perecieron en la batalla o que
murieron
incendiados en el templo, fué de ocho mil.
Luego de haber derrotado a fuerzas tan importantes, desde
Azot se dirigió a Ascalón. Acampó fuera de la ciudad; pero
los
384
ascalonitas lo visitaron ofreciéndole regalos y
hospitalidad.
Jonatás, luego de apreciar su buena disposición, partió de
allí
para Jerusalén con un gran botín obtenido en sus victorias
sobre
los enemigos.
Alejandro, cuando supo que su general Apolonio había sido
vencido, simuló alegrarse por haber atacado contra su
voluntad
a Jonatás, que era su amigo y aliado; envió también a
Jonatás,
como prueba de su satisfacción y para honrarlo, un broche de
oro, tal como se acostumbra dar a los consanguíneos del rey;
finalmente, le otorgó Acarón a título hereditario con la
toparquía
que depende de ella1
.
5. Por el mismo tiempo Ptolomeo, por sobrenombre Filométor,
con una flota y tropas terrestres, vino a Siria, para ayudar
a Alejandro; pues éste era su yerno. Todos lo recibieron alegremente,
por así haberlo ordenado Alejandro, y lo guiaron a la ciudad
de
Azot, donde se lamentaron de que se hubiera incendiado el
templo de Dagón. Acusaron a Jonatás de haberlo destruido por
completo, de haber asolado la región y muerto a muchos de
ellos.
Ptolomeo escuchó las acusaciones y guardó silencio.
Jonatás se encontró con Ptolomeo en Jope, donde recibió de
él
espléndidos presentes y grandes honores. Luego de acompañar
al
rey hasta el río que se denomina Eleutero, regresó a
Jerusalén.
6. Ptolomeo llegó inesperadamente a Ptolemáis, donde poco
faltó para que pereciera, víctima de las asechanzas de
Alejandro,
a manos de Amonio, que era su amigo. Una vez descubierto,
Ptolomeo envió cartas a Alejandro, para que castigara a Amonio,
diciéndole que había conspirado contra él, y por lo tanto
era justo
que sufriera la pena merecida. Al no querer acceder
Alejandro,
Ptolomeo conjeturó que él era autor de la maquinación, por
lo
cual se indignó en gran manera. Los de Antioquía ya
previamente estaban en contra de Alejandro a causa de
Amonio:
pues por su causa habían sufrido mucho. Pero Amonio sufrió
el
castigo merecido por sus crímenes, siendo muerto
vergonzosamente como si fuera una mujer, pues intentó
ocultarse con ropas femeninas, como dijimos en otro lugar.
1
Considerando a
Apolonio general de Alejandro y no de Demetrio (V. nota de la pág. 326), Josefo
trata de
explicar de este modo las manifestaciones de Alejandro y los
presentes que envió a Jonatás.
385
7. Ptolomeo, disgustado consigo mismo por haber entregado
su hija a Alejandro, y haberse aliado con él contra
Demetrio,
rompió su parentesco con aquél.
Después de quitarle su hija, propuso a Demetrio un pacto de
amistad y alianza, prometiendo otorgarle su hija como esposa
y
restituirlo en el trono paterno. Demetrio, satisfecho por el
ofrecimiento de los legados, aceptó la alianza y el matrimonio. Le faltaba sin
embargo a Ptolomeo superar una dificultad: persuadir a
los de Antioquía que recibieran a Demetrio, pues estaban
alejados de él a causa de las injurias que les había inferido su padre
Demetrio. Pero también en el particular tuvo éxito.
Los de Antioquía odiaban sumamente a Alejandro a causa de
Amonio, como dijimos; por eso fueron fácilmente convencidos
de
que lo expulsaran de la ciudad. Expulsado de Antioquía se
dirigió a Cilicia. Cuando Ptolomeo estuvo en Antioquía, fué proclamado rey por
sus habitantes y por el ejército, y se vió precisado a imponerse dos diademas,
una de Asia y la otra de Egipto.
Pero siendo por naturaleza hombre bueno, justo y sin deseo
de lo
ajeno, y previendo además sabiamente lo futuro, determinó
abstenerse del reino de Asia, a fin de no dar motivo de
rencor a
los romanos.
Reunió a los de Antioquía en una asamblea y los exhortó a
que aceptaran a Demetrio, diciendo que agradecido por sus
beneficios, no les guardaría ningún rencor por lo que habían
hecho a su padre; y que si intentara algo inconveniente, él
no lo
permitiría. En cuanto a él, tenía bastante con Egipto. Es
así
como convenció a los de Antioquía que recibieran a Demetrio.
8. Sin embargo Alejandro, con un gran ejército y mucho
material, desde Cilicia irrumpió en Siria; devastó los campos de Antioquía con
robos e incendios; pero Ptolomeo y su yerno Demetrio
(pues ya le había dado a su hija en matrimonio) le hicieron
frente.
Obtenida la victoria, Alejandro escapó y se refugió en
Arabia.
Aconteció en la batalla que el caballo de Ptolomeo,
aterrorizado
por el bramido de un elefante, hizo caer al suelo a su
jinete; al
verlo los enemigos se precipitaron sobre él, hiriéndolo en
la cabeza y poniéndolo en peligro de muerte. Arrancado del poder de
386
los enemigos por los suyos, se encontró tan mal que durante
cuatro días estuvo sin recuperar el conocimiento ni el habla.
Entretanto Zabel, príncipe de los árabes, cortó la cabeza a
Alejandro y se la envió a Ptolomeo. Este, vuelto en sí el
día
quinto y repuesto de sus heridas, supo y vió dos cosas que
le
agradaron sobremanera: se enteró del fin de Alejandro y vió
su
cabeza. Murió poco después, lleno de gozo por la muerte de
Alejandro.
Alejandro, llamado Balas, como dijimos, gobernó en Asia
durante cinco años.
9. Demetrio, llamado Nicátor1
, una vez dueño del poder, a
causa de su malignidad empezó a destruir las tropas de
Ptolomeo, olvidando la alianza que había hecho con él y que era su
yerno por su matrimonio con Cleopatra. Los soldados, para
escapar a sus maldades, pasaron a Alejandría, pero los elefantes
quedaron en poder de Demetrio. El pontífice Jonatás,
habiendo
reunido un ejército en Judea, determinó apoderarse de la
fortaleza de Jerusalén, ocupada por una guarnición de macedonios y
por algunos judíos apóstatas que habían abandonado las
costumbres de sus padres.
Estos al principio menospreciaron las máquinas que Jonatás
había preparado para el asedio, confiados en la seguridad
del lugar; pero durante la noche algunos escaparon de la fortaleza y se
dirigieron a Demetrio, para anunciarle el asedio. Este,
indignado, salió con el ejército de Antioquía contra
Jonatás. Al
llegar a Ptolemáis, le escribió ordenándole que se
presentara
inmediatamente. Jonatás no interrumpió el asedio de la
fortaleza, pero poniéndose al frente de los ancianos y
sacerdotes,
y llevando consigo oro, plata, vestidos y mchos otros
regalos, se
dirigió al encuentro de Demetrio ; con los presentes que le
ofreció, apaciguó la ira del rey, y fué recibido con
honores. El rey
lo confirmó en el pontificado que había recibido de sus
antecesores. Demetrio no dió oídos a las acusaciones de los
tránsfugas, sino que ante el pedido de Jonatás, que ofreció
trescientos talentos por toda Judea y las tres toparquías de
1
Demetrius Nicator, o
sea Demetrio el conquistador.
387
Samaria, Perca y Galilea, le dió una carta concebida en los
siguientes términos:
"El rey Demetrio a su hermano Jonatás y al pueblo
judío,-
salud. Os enviamos una copia de la carta que escribimos a
nuestro pariente Lastenes, para que os informéis de su
contenido: «El rey Demetrio a su padre Lastenes, salud. He
dispuesto reconocer la benevolencia del pueblo judío que es
mi
amigo y respeta la justicia. Les entrego tres prefecturas,
Aferima, Lida y Ramata, que fueron separadas de la provincia
de
Samaria para ser agregadas a la de Judea; además les perdono
todos los impuestos que los reyes, nuestros antecesores,
percibían por los sacrificios del Templo, y los tributos de
los
frutos de la tierra y de los árboles, y otros que se nos
entregaban,
como el impuesto de la sal y las coronas; de ahora en
adelante no
estarán obligados a pagar estos impuestos. Por lo tanto,
procura
que se saque copia de esta carta y se envíe a Jonatás y sea
colocada en algún lugar del Templo sagrado.»"
Este era el contenido de la carta. Viendo, pues, Demetrio
que
había paz y que no amenazaba ninguna guerra, licenció a los
soldados, y disminuyó el estipendio que les pagaba; sólo se quedó
con los extranjeros que había reunido y que habían ido con
él
desde Creta y otras islas. Con esto se granjeó la enemistad
y el
odio de los soldados, por no querer darles más, mientras que
los
reyes sus antecesores les pagaban incluso en tiempo de paz,
a fin
de tener asegurada su fidelidad en caso de guerra, si ello
fuera
necesario.
388
CAPITULO V
Trifón de Apamea derrota a Demetrio, entrega la corona a
Antíoco, hijo de Alejandro, y hace alianza con Jonatás
1. Sabedor del odio de los soldados contra Demetrio, uno de
los generales de Alejandro, Diodoto, de Apamea, llamado
Trifón,
se dirigió al árabe Maleo, que educaba a Antíoco, el hijo de
Alejandro. Le informó del gran rencor que los soldados tenían a Demetrio, y
quiso convencerlo que le entregara a Antíoco, a quien
haría rey restituyéndole el trono paterno. Maleo, al
principio, se
negó, pues desconfiaba de él; luego, ante la insistencia de
Trifón,
accedió a lo que solicitaba. Así se obraba de este lado.
2. Interín el pontífice Jonatás, deseoso de expulsar a los
que
se encontraban en la fortaleza de Jerusalén, no menos que a
los
judíos tránsfugas y apóstatas, así como a todas las
guarniciones
del país, envió legados a Demetrio con varios regalos para
pedirle que eliminara a las tropas ubicadas en las
fortalezas de
Judea. Demetrio prometió no sólo hacer lo que le pedía, sino
mucho más, una vez finalizada la guerra en la que estaba
ocupado1
; pues ésta le absorbía por el momento todo el tiempo. Le
pidió
que le enviara soldados auxiliares, pues los suyos le habían
hecho defección. Jonatás le envió tres mil soldados
seleccionados.
3. Por otro lado los habitantes de Antioquía, que detestaban
a
Demetrio por lo que habían sufrido de su parte, siendo
además
sus enemigos a causa de las aflicciones a que los había
sometido
su padre, esperaban que se les presentara una oportunidad
para
atacarlo. Al saber que Jonatás le enviaba ayuda, y
considerando
que el rey reuniría un gran ejército, si no se lo impedían
prestamente, reunieron gente armada, rodearon el palacio real como
para sitiarlo, y ocuparon las salidas, buscando apoderarse
de su
persona. Al ver que el pueblo de Antioquía se había
levantado en
1
No se sabe a qué
guerra se refiere. Macabeos (11, 43) sólo habla de un éxodo de tropas.
389
armas, le hizo frente con ayuda de los mercenarios y de los
judíos
enviados por Jonatás; pero no pudo resistir su empuje, pues
eran
muchísimos, y fué vencido.
Los judíos, al comprobar que los de Antioquía eran
superiores
en la lucha, subieron al techo del palacio real; desde allí
atacaron
a los antioquenos, estando ellos suficientemente lejos para
poder
ser alcanzados; les infirieron grandes daños, por la altura
del lugar, y los rechazaron hacia las casas vecinas. Luego prendieron
fuego a las casas, propagándose las llamas por toda la
ciudad,
pues las casas estaban muy juntas y eran en su mayoría de
madera.
Toda la ciudad resultó destruida. Los habitantes de
Antioquía, al no disponer de ayuda e incapaces de dominar el
fuego, escaparon. Los judíos saltaron de casa en casa y los
persiguieron de manera singular. El rey al ver que los
antioquenos estaban ocupados en salvar a sus hijos y sus
esposas y que habían dejado de luchar, los atacó por otros
lados;
mató a muchos de ellos y los obligó a tirar las armas y a
entregarse. Luego, dominada la sedición, los perdonó.
Después de recompensar a los judíos con los despojos del
botín y de darles las gracias como autores principales de la
victoria, los envió a Jerusalén, otorgándoles testimonio del
auxilio que le habían prestado.
Pero más adelante se portó malvadamente con Jonatás, faltó
a las promesas y lo amenazó con la guerra, en el caso de que
no
le pagara los tributos que los judíos entregaban a los
primeros
reyes. Y le habría hecho la guerra, si no fuera por Trifón,
quien
lo obligó a dirigir contra él las tropas preparadas para
atacar a
Jonatás.
Trifón pasó de Arabia a Siria con el joven Antíoco, todavía
de
corta edad, a quien impuso la diadema; acudieron a él todos
los
soldados que se alejaron de Demetrio a causa de los sueldos
impagos. Declaró abiertamente la guerra a Demetrio, a quien
venció, apoderándose tanto de los elefantes como de la
ciudad de
Antioquía.
390
4. Una vez vencido, Demetrio se retiró a Cilicia. El joven
Antíoco, por intermedio de cartas y legados, notificó a Jonatás su
amistad y alianza y lo confirmó en el pontificado y le cedió
cuatro
prefecturas que estaban cercanas al territorio de los
judíos.
Además le envió vasos y copas de oro y un vestido de
púrpura,
otorgándole potestad para usarlo; le regaló también un
prendedor de oro y ordenó que se lo considerara entre sus primeros
amigos.
Nombró también a Simón, gobernador de la costa desde Tiro
hasta Egipto. Jonatás, satisfecho por las concesiones de
Antíoco,
por intermedio de legados que envió tanto a él como a
Trifón, se
comprometió a ser su amigo y aliado, y a luchar junto con
ellos
contra Demetrio, recordando que éste fué un desagradecido,
al
no reconocer los beneficios que le había hecho y responder
con la
injusticia a los favores.
5. Habiendo permitido Antíoco que organizara un gran
ejército en Siria y Fenicia para hacer la guerra a los
capitanes de
Demetrio, Jonatás sin demora marchó a esas provincias.
Algunas poblaciones lo recibieron espléndidamente, pero se
negaron a suministrarle soldados. Se dirigió a la ciudad de
Ascalón, recibiéndolo sus ciudadanos con regalos y
honrosamente. Les aconsejó, a ellos así como a las ciudades
de la
Baja Siria, que abandonaran a Demetrio y se unieran a
Antíoco,
y que junto con él se vengaran de aquél por las ofensas que
habían recibido. Tenían muchos motivos para proceder de esta
forma: Luego que persuadió a sus ciudadanos a hacer pacto de
alianza con Antíoco, se dirigió a Gaza, para lograr la
conciliación
y alianza de sus ciudadanos con Antíoco.
Pero encontró que los ciudadanos de Gaza estaban en una
disposición de ánimo muy diferente de lo que esperaba. Le
cerraron las puertas, y no quisieron abandonar a Demetrio
para
seguir a Antíoco. Jonatás se indignó de tal manera por esta
actitud, que puso sitio a la ciudad y devastó la región; con
una
parte del ejército asedió a la ciudad y con la restante,
mediante
incursiones, asoló e incendió la región.
Entonces los de Gaza, sometidos a tales penalidades y en
vista de que no podían esperar ayuda ninguna de Demetrio,
391
considerando que los inconvenientes de su actitud los
sufrían
ahora mientras que el provecho era incierto y lejano,
juzgaron
que harían bien y sabiamente si, abandonando a Demetrio,
accedían a lo que pedía Jonatás.
Por lo tanto, por intermedio de mensajeros, ofreciéronle a
Jonatás amistad y alianza. Esta es la característica de los seres humanos;
antes de sufrir perjuicios no comprenden lo que les conviene hacer, y cambian
luego de opinión, se inclinan por lo que
debieran haber hecho antes sin exponerse a sufrir daños.
Jonatás hizo pacto de amistad con los habitantes de Gaza,
recibiendo rehenes, que envió a Jerusalén. El penetró en el
país
hasta Damasco.
6. Se informó que los capitanes de Demetrio, con un gran
ejército, se dirigían a Cedasa, que se encuentra entre el territorio de
Tiro y Galilea. Pensaban que así lo alejarían de Siria,
atrayéndolo a Galilea para ayudar a esta última; creían que
no
abandonaría a los galileos, hombres de su territorio, cuando
los
viera envueltos en la guerra. Jonatás marchó a su encuentro,
dejando en Judea a su hermano Simón.
Este a su vez reunió un ejército, el más grande que pudo,
con
hombres de la región; acampó cerca de Betsura, plaza fuerte
de
Judea, y la sitió; había en ella una guarnición que
respondía a
Demetrio, según hemos dicho antes. Cuando Simón elevó
terraplenes y acercó máquinas y organizó con tanta decisión
el
asedio, la guarnición defensora temió que, una vez
conquistado
el lugar, ellos serían muertos; enviaron entonces mensajeros
a
Simón y le solicitaron que, bajo juramento, les prometiera
no
causarles ningún mal; ellos se retirarían de la región y se
irían a
reunir con Demetrio. Simón se lo prometió con juramento, los
echó de la ciudad y dejó una guarnición de sus fuerzas.
7. Entretanto Jonatás partió de Galilea, de las orillas del
lago
de Genesara, donde acampaba, hasta la llanura de Asor,
ignorando que allí se encontraba el enemigo. Los capitanes
de
Demetrio que supieron con un día de antelación que Jonatás
venía contra ellos, le prepararon una emboscada en la
montaña,
y ellos con el ejército salieron a su encuentro.
392
Divisándolos Jonatás preparados para la lucha, él con sus
soldados se dispuso a pelear. Pero los que estaban ocultos en la
emboscada atacaron por la espalda a los judíos; éstos,
temerosos
de que los mataran, rodeados como estaban, se dieron a la
fuga.
Casi todos abandonaron a Jonatás, pero pocos, en número de
quinientos, quedaron a su lado, con Matatías hijo de Absalón
y
Judas hijo de Capseo, jefes de todo el ejército. Audazmente
y
como desesperados irrumpieron contra el enemigo,
intrépidamente lo atacaron y por su vigor lo obligaron a
huir. Al
ver los soldados de Jonatás que habían huido que el enemigo
estaba en derrota, desistiendo de la huida cargaron sobre
ellos; y
los persiguieron hasta Cedasa, donde se encontraba el
campamento enemigo.
8. Jonatás, después de esta brillante victoria en la que
mató a
dos mil soldados enemigos, regresó a Jerusalén. Al ver que
todo,
por providencia divina, le resultaba satisfactorio, envió
legados a
Roma, con el propósito de renovar la amistad que el pueblo
judío
había hecho antes con los romanos. Ordenó también a sus
mensajeros que, de regreso de Roma, visitaran a los espartanos y les
recordaran la amistad y alianza pactadas con ellos.
Llegaron los legados a Roma y se dirigieron al senado, donde
expusieron lo que Jonatás les había ordenado, para confirmar
la
alianza anterior. El senado ratificó la amistad con los
judíos y
entregó cartas a los legados para presentar a los reyes de
Asia y
Europa y a los jefes de las ciudades, a fin de que pudieran
regresar sin inconvenientes a su patria. Los emisarios
partieron
y entregaron las cartas que recibieron de Jonatás a los
espartanos. Su contenido era el siguiente:
"Jonatás, sumo pontífice de los judíos, la asamblea de
los ancianos y el pueblo, a los éforos, senado y pueblo de los lacedemonios,
hermanos, salud. Si gozáis de buena salud, si vuestros
asuntos públicos y privados se desarrollan prósperamente,
será
conforme a nuestros deseos; nosotros también gozamos de
buena
salud. Anteriormente, vuestro rey Arco, por intermedio de
Demóteles, envió una carta a nuestro pontífice Onías sobre el
parentesco que teníais con nosotros, carta cuya copia se
encuentra más abajo;
393
aceptamos aquella carta con buen ánimo y manifestamos
gran benevolencia a Demóteles y a Areo; sin embargo, no
teníamos necesidad de esta demostración, pues ya estábamos
informados de este parentesco por nuestros libros sagrados.
A
nosotros no nos pareció conveniente ser los primeros en
hacer
este reconocimiento, para que no pareciera que buscábamos la
gloria que recibiríamos de vuestra parte. A pesar de haber
pasado mucho tiempo desde que se renovara este parentesco
con
vosotros, en los sacrificios que hacemos en las fiestas y
días
sagrados, suplicamos a Dios que os otorgue salud y victoria.
A
pesar de habernos visto constreñidos a librar muchas guerras
por la excesiva codicia de nuestros vecinos, sin embargo no
quisimos ser gravosos para vosotros o para otros de nuestros
parientes. Ahora, después de vencer a nuestros enemigos, al
enviar a los romanos a Numenio hijo de Antíoco y a Antipáter
hijo de Jasón, varones que pertenecen a nuestro senado, les
hemos dado carta para vosotros, a fin de renovar nuestra
mutua
amistad. Por esto obraríais bien si nos escribierais a
nosotros y
nos indicarais si precisáis algo, persuadidos de que
nosotros
estamos dispuestos a cumplir vuestra voluntad."
Los lacedemonios recibieron benignamente a los legados y
enviaron un decreto confirmando la amistad y alianza.
9. Por esta época existían tres sectas judías, que opinaban
diversamente sobre problemas humanos: la de los fariseos, la de
los saduceos y la de los esenios. Los fariseos decían que
algunas
cosas, no todas, se deben al destino; otras dependen de
nuestra
voluntad que se cumplan o no. Los esenios afirmaban que todo
se
debe al destino, y que los hombres nada pueden hacer que
escape
al destino. En cuanto a los saduceos suprimían el destino,
diciendo que no es nada y que no interviene para nada en los
asuntos humanos, sino que todo está sometido a nuestro
arbitrio;
de modo que somos autores tanto de los bienes como de los
males
que nos acontecen por imprudencia nuestra. Pero sobre el
particular hablé más extensamente en el segundo libro de mi
Historia Judía1
.
1
La Guerra de los
Judíos (II, 8) ; aquí la llama "Historia Judía".
394
10. Los capitanes de Demetrio, queriendo resarcirse de la
derrota sufrida, habiendo reunido mayores fuerzas que antes, marcharon contra
Jonatás. Pero éste, informado de que se
acercaban, repentinamente les hizo frente en la región de
Amatitis; no quería darles tiempo para invadir a Judea.
Encontrándose a una distancia de quinientos estadios del
enemigo, envió a algunos que exploraran su campamento y
vieran cómo estaba dispuesto. Los espías le informaron de
todo e
hicieron prisioneros que revelaron que durante la noche se
atacaría a los judíos. Con estos informes, atendió a su
seguridad,
colocó centinelas más allá del campamento e hizo que sus
soldados durante toda la noche estuvieran atentos a las
armas.
Los exhortó a que tuvieran ánimo y estuvieran bien
dispuestos,
de modo que aunque fuera necesario luchar durante la noche
no
los sorprendiera el proyecto del enemigo.
Los capitanes de Demetrio cuando supieron que Jonatás
conocía sus propósitos se desalentaron y perturbaron al
verse
descubiertos, pues creían que no les quedaba esperanza
ninguna
de vencer, una vez puestas en evidencia sus intenciones.
Creían
que si atacaban a Jonatás a campo abierto, en ninguna forma
podrían imponérsele. Pensaron escaparse y, haciendo grandes
fogatas, para que creyeran que permanecían en el campamento,
se alejaron.
Jonatás, a primera hora de la mañana, se acercó a su
campamento y lo encontró abandonado; en vista de que el enemigo había escapado,
lo persiguió. Pero no logró alcanzarlo; pues una vez
traspasado el río Eleutero estaba en lugar seguro.
De allí pasó Jonatás a Arabia, donde luchó contra los
nabateos; luego de apoderarse de un gran botín y muchos
cautivos, se dirigió a Damasco, donde vendió todo. Por el
mismo
tiempo Simón su hermano, luego de recorrer toda Judea y
Palestina hasta Ascalón, construyó fortificaciones y dispuso
guarniciones. Pasó a Jope y luego de ocuparla dejó una
fuerte
guarnición, pues se había enterado de que sus habitantes
querían entregar la ciudad a los soldados de Demetrio.
11. Después que Jonatás y Simón realizaron estos hechos,
regresaron a Jerusalén. Jonatás convocó al pueblo en el Templo y
395
dispuso restaurar las murallas de Jerusalén, refeccionar
aquella
parte del, cerco del Templo que estaba derruída y fortificar
los
lugares cercanos con torres muy altas. Además propuso
construir otro muro que corriera por en medio de la ciudad,
para
impedir los suministros a la guarnición de la fortaleza. En
fin,
estableció fortificaciones en el país, mucho más fuertes que
antes. El pueblo estuvo de acuerdo; así él aseguró la ciudad
con
muros y edificios, mientras Simón fué enviado al interior
del
país, para reforzar los fuertes.
Demetrio, pasando el río Eufrates, llegó hasta Mesopotamia
con el propósito de ocuparla, así como también a Babilonia;
de
tal manera que dueño de las satrapías superiores, desde allí
podría apoderarse de todo el imperio. Pues los griegos y los
macedonios que habitaban aquellas regiones de continuo le
enviaban legaciones, prometiéndole que si llegaba hasta
ellos se
someterían y luego juntos emprenderían la guerra contra
Arsace, el rey de los partos.
Con esta esperanza marchó a aquella región, pensando que si
lograba someter a los partos, atacaría luego a Trifón y lo
expulsaría de Siria. Fué recibido alegremente por los hombres que
vivían allí; luego de reunir un gran ejército, hizo la
guerra a Arsace; pero perdió todo el ejército y fué capturado vivo, como
dijimos en otro lugar.
396
CAPITULO VI
Trifón viola su compromiso y mata a traición a Jonatás.
Simón es nombrado sumo sacerdote
1. Trifón, cuando supo el fin que había tenido Demetrio, no
continuó permaneciendo fiel a Antíoco, sino que se puso a
imaginar la manera de librarse de él y ocupar el trono. Pero no se
aventuraba a hacerlo por miedo a Jonatás, amigo de Antíoco.
Pensó, pues, quitar primeramente de en medio a Jonatás y
luego
tomar una decisión contra Antíoco. Decidió matar a Jonatás
traidora y astutamente; con este propósito de Antioquía pasó a Bezana, que los
griegos llaman Escitópolis.
Jonatás le salió al encuentro con cuarenta mil hombres
seleccionados, pues sospechaba que su presencia tenía por objeto hacerle la
guerra. Cuando Trifón supo que Jonatás estaba
dispuesto a luchar, lo conquistó con regalos y buenas
palabras y
ordenó a sus capitanes que lo obedecieran. Quería ganarse su
benevolencia y librarse de sospechas, de modo que,
descuidado 'y
sin guardarse, pudiera apoderarse de él. Lo convenció que
licenciara al ejército, - pues no tenía necesidad de él una
vez
finalizada la guerra y estando en buenos términos; y que
reteniendo unos pocos consigo, lo acompañara hasta
Ptolemáis;
quería entregarle la ciudad y todos los lugares fortificados
de la
región, pues éste era el motivo de su venida.
2. Jonatás, sin sospechar sus propósitos, confió en Trifón,
que
lo persuadió de su ánimo benévolo y veraz, y se desprendió
del
ejército. Sin embargo, retuvo tres mil hombres consigo, dejó
dos
397
mil en Galilea y se llevó mil consigo para ir con Trifón a
Ptolemáis.
Los habitantes de Ptolemáis le cerraron las puertas, como
les
había ordenado Trifón; éste se apoderó de Jonatás, vivo, y
mató
a todos su hombres. Envió luego soldados a Galilea para que
mataran a los dos mil que se encontraban allí. Pero éstos, que
supieron lo que había acontecido a Jonatás, antes que
llegaran
los que fueran enviados por Trifón, protegiéndose con las
armas
se alejaron de la región. Los que fueron enviados para
perseguirlos, cuando comprobaron que estaban dispuestos a
luchar por su vida, regresaron sin atacarlos.
3. Los habitantes de Jerusalén, cuando supieron que Jonatás
había sido capturado y los soldados que lo acompañaban
muertos, deploraron lo acontecido y se lamentaron de su
pérdida.
Con toda razón temían que privados del valor, cuidado y
moderación de Jonatás, los pueblos vecinos, sus enemigos,
que
estaban aquietados por temor a Jonatás, se lanzaran a
combatirlos, con lo cual se verían expuestos a los mayores
peligros.
Y aconteció como lo habían temido. Aquellos pueblos, cuando
se informaron de la muerte de Jonatás, empezaron a guerrear
contra los judíos, a quienes consideraban privados de jefe.
El
mismo Trifón, luego de reunir un ejército, se propuso
ascender a
Judea para atacar a sus habitantes.
Simón, ante el temor que se había apoderado de los
ciudadanos de Jerusalén, trató de animarlos para que
estuvieran
dispuestos a resistir valerosamente a Trifón. Reunió al
pueblo en
asamblea en el Templo y empezó a exhortarlo con estas
palabras:
-No debéis ignorar, queridos compatriotas, que mi padre, mis
hermanos y yo gustosamente afrontamos el peligro de muerte
mirando por vuestra libertad. Los grandes ejemplos que he
tenido y mi seguridad de que el destino de nuestra familia
es el
de morir en defensa de la religión y de la ley, hacen que
nada me
obligue a desistir de este propósito, y que nada me induzca
a
amar la vida y a menospreciar la gloria. Por lo tanto, no
creáis
que os falta un jefe que esté dispuesto a sufrir y realizar
el
398
máximo por vosotros. Debéis seguirme con entusiasmo a donde
yo os conduzca; no soy superior a mis hermanos para que
tenga
en gran aprecio mi vida, ni inferior a ellos para rehusar lo
que a
ellos les pareció dignísimo: morir por las leyes y el culto
de Dios.
En todas aquellas cosas en que convenga portarme como digno
de aquellos hermanos, sabré cumplir. Estoy convencido de que
rechazaré al enemigo, que os libraré de sus manos a
vosotros, a
vuestras esposas y a vuestros hijos y que el Templo, con la
ayuda
de Dios, será preservado de toda devastación; pues compruebo
que las naciones han empezado a luchar, menospreciándoos,
como si no tuvierais jefe.
4. Las palabras que Simón pronunció dieron valor al pueblo y
le hicieron perder el miedo; llenos de esperanza, todos al
unísono
exclamaron que Simón era su jefe y que ocupaba el lugar que
habían ocupado Judas y Jonatás; y todos prometieron obedecer lo
que ordenara.
Habiendo reunido a los que estaban en condiciones de figurar
en el ejército, se apresuró a reconstruir los muros de la
ciudad y
la fortificó con torres fuertes y altas. Envió a Jonatás,
hijo de
Absalón, uno de sus amigos, con tropas a Jope con la orden
de
expulsar a sus moradores, pues temía que éstos entregaran la
ciudad a Trifón. El quedóse en Jerusalén para guardar la
ciudad.
5. En cuanto a Trifón, habiendo salido de Ptolemáis con sus
tropas, se dirigió a Judea, llevando consigo a Jonatás
prisionero.
Simón le salió al encuentro en Adida con su ejército, colocado
en
un monte al pie del cual se extiende la llanura de Judea.
Cuando Trifón se informó de que Simón había sido elegido
jefe por los judíos, le envió mensajeros con el propósito de
atraérselo dolosamente, y le pidió que si quería que dejara
libre
a su hermano Jonatás le enviara cien talentos de oro y dos
de los
hijos de éste como rehenes, pues temía que una vez en
libertad
sublevara a Judea contra el rey. Pues si todavía lo retenía
como
prisionero era por el dinero que había recibido del rey y
que le
debía.
Pero Simón no ignoraba las maquinaciones de Trifón, sabía
que perdería el dinero y que su hermano no sería puesto en
399
libertad, y que además el enemigo se apoderaría de los hijos
de
Jonatás.
Pero temeroso de que el pueblo lo acusara de haber causado
la muerte de su hermano, por no querer entregar el dinero y
los
hijos de éste, lo convocó a asamblea; le refirió las
propuestas de
Trifón, agregando que escondían fraude y engaño, pero que
era
mejor entregarle los hijos y el dinero antes que dar lugar,
al no
atender las propuestas de Trifón, a que se sospechara que no
deseaba la seguridad de su hermano. Le envió, pues, los
hijos de
Jonatás y el dinero.
Trifón los recibió, pero no fué fiel a su palabra y no dejó
en
libertad a Jonatás, sino que con el ejército rodeó la región
y
remontando por Idumea ascendió a Jerusalén. Llegó hasta
Adora, población de la Idumea. Simón salió con los suyos
para
hacerle frente y se mantuvo acampado frente a él.
6. Entretanto los que se encontraban en la fortaleza
enviaron
mensajeros a Trifón, exhortándole a que viniera rápidamente
y
les llevara víveres; éste preparó la caballería como si
aquella
noche pudiera ya encontrarse en Jerusalén. Pero, durante la
noche, cayó mucha nieve que obstruyó los caminos y a causa
de
su profundidad se hizo difícil el tránsito; se encontró sin
poder
pasar a Jerusalén.
Trifón se trasladó a la Baja Siria, invadió rápidamente la
Galaadítida, y allí hizo matar a Jonatás y sepultarlo; luego entró en
Antioquía. Simón envió al poblado de Basca a buscar los
restos
de su hermano. Los sepultó en su tierra, Modim, siendo su
muerte muy lamentada por todo el pueblo.
Además Simón hizo construir un gran monumento a su padre
y hermanos, de piedra blanca y pulida. Estaba ubicado en un
lugar alto, rodeado de un pórtico, con columnas cada una de
ellas
de una sola piedra, obra digna de admiración. Elevó también
siete pirámides, para cada uno de sus padres y hermanos,
admirables por su hermosura y su magnitud; todavía se
conservan en la actualidad. Se ve con qué cuidado Simón se
preocupó de la sepultura de Jonatás y de los monumentos
consagrados a los suyos. Jonatás murió después de haber sido
400
pontífice durante diez años y estado al frente de su pueblo
por
espacio de dieciocho.
7. Simón, que fué elegido pontífice por el pueblo, en el
primer
año de su pontificado libró a los suyos de la servidumbre de
los
macedonios, de modo que no pagaran más tributos.
Consiguieron
los judíos esta libertad y la exención de los tributos en el
año
ciento setenta del reino de los asirios, a contar del día en
que
Seleuco, por sobrenombre Nicátor, se apoderó de Siria.
Estaba el
pueblo tan ansioso de honrar a Simón que tanto en los
contratos
como en los actos públicos escribían: "En el primer año
de Simón,
benefactor de los judíos y etnarca."
Fueron muy felices bajo su gobierno y vencieron a los
enemigos que los rodeaban. Simón redujo a su dominio a
Gazara,
Jope y Jamnia. Después de apoderarse de la fortaleza de
Jerusalén, la destruyó y arras&, para que no fuera
refugio de sus
enemigos, pues cuando éstos la habían ocupado habían sufrido
mucho.
Hecho esto les pareció conveniente rebajar el monte en que
se
encontraba la fortaleza, a fin de que sobresaliera el
Templo. Con
este propósito convocó al pueblo a asamblea pidiéndoles que
se lo
permitieran, recordando lo que habían padecido de parte de
las
guarniciones y de los judíos tránsfugas; y lo que sufrirían
en adelante, si de nuevo lo ocuparan fuerzas extranjeras y
establecieran una guarnición en la fortaleza. Con esto
persuadió
al pueblo, pues lo que les decía era para su seguridad.
Pusieron
todos manos a la obra para rebajar la colina, y durante tres
años
día y noche no dejaron de trabajar, hasta reducirla a la
altura de
la planicie. Desde entonces el Templo dominó la ciudad,
habiendo sido reducidas a la nada la fortaleza y la colina
donde
se encontraba. Estos son los hechos realizados por Simón.
401
CAPITULO VII
Muerte de Trifón. Simón derrota a Cendebeo. Asesinato
de Simón
1. Poco después de que Demetrio fuera hecho prisionero,
Trifón, su tutor, mató a Antíoco hijo de Alejandro, llamado Theos, y
declaró que había muerto de resultas de una operación;
después
envió a sus amigos y parientes a reunirse con los soldados,
prometiéndoles darles gran cantidad de dinero si lo
nombraban
rey. Decía que Demetrio había caído prisionero de los partos
y
que su hermano Antíoco, en caso de que llegara al poder, los
castigaría - por traición. Los soldados, con la esperanza de
vivir
holgadamente si entregaban el reino a Trifón, accedieron.
Pero
una vez que Trifón tuvo el reino en sus manos reveló su
índole
perversa. Mientras había sido un particular, aduló al pueblo
y
simuló moderación, procurando en esta forma atraérselo; pero
así que consiguió el reino se desenmascaró y se mostró el
verdadero Trifón.
Con todo esto sólo consiguió que sus enemigos se hicieran
más poderosos. Los soldados, movidos por el odio, se pasaron
a
Cleopatra, la esposa de Demetrio, que se había retirado a
Seleucia con sus hijos. El hermano de Demetrio Antíoco,
denominado Sóter, ambulaba de una ciudad a otra, sin que
ninguna se atreviera a recibirlo por miedo a Trifón.
Cleopatra lo
invitó a casarse con ella y a ponerse al frente del reino.
Le hizo
esta invitación tanto porque así se lo aconsejaron sus
amigos
como por temor de que algunos ciudadanos de Seleucia
entregaran la ciudad a Trifón.
2. Una vez en Seleucia, Antíoco vió aumentar su poderío de
día en día. Hizo la guerra contra Trifón, lo venció y lo
expulsó de
402
la Siria superior. Trifón huyó a Fenicia, y hasta allí lo
persiguió
Antíoco, sitiándolo en Dora, donde se había refugiado en una
fortaleza muy difícil de capturar. Antíoco envió mensajeros a
Simón, el pontífice de los judíos, proponiéndole un pacto de
amistad y alianza.
Simón accedió a su pedido y, después de enviar una embajada
a Antíoco, mandó dinero y víveres a las tropas que asediaban
a
Dora. En poco tiempo figuró entre sus amigos más íntimos.
Trifón escapó de Dora a Apamea; aquí fué capturado y muerto,
después de reinar durante tres años.
3. Antíoco, de índole avara y perversa, olvidó la ayuda que
le
había prestado Simón cuando estaba en apuros; envió a su
amigo
Cendebeo con equipo y soldados a Judea para que la devastara
y
prendiera a Simón.
Simón, informado de tal iniquidad, a pesar de lo avanzado de
su edad, se indignó sobremanera al comprobar que nada
equitativo podía esperarse de Antíoco; con muchos bríos y
juvenil
decisión condujo a las tropas a la guerra.
Envió delante a sus hijos con los más valientes de sus
soldados; él con el grueso del ejército siguió por otro camino. Ubicó a
los suyos en los desfiladeros de los montes y, sin haber
sido jamás vencido, derrotó totalmente al enemigo.
Disfrutó de paz durante el resto de su vida, habiendo hecho
él
también una alianza con los romanos.
4. Gobernó durante ocho años a los judíos, y murió en un
banquete, a causa de un complot urdido por su yerno Ptolomeo. Este,
habiéndose apoderado de la esposa de Simón y de dos de sus
hijos, los encarceló; envió también a que mataran a Juan, el
tercero, conocido con el nombre de Hircano. Pero el joven,
informado de sus intenciones, evitó el peligro y se dirigió
a la
ciudad, confiado en el pueblo, que había recibido beneficios
del
padre y odiaba a Ptolomeo. El pueblo, que ya había recibido
a
Hircano, rechazó a Ptolomeo, que intentaba entrar por otra
puerta.
403
404
CAPITULO VIII
Hircano asume el mando y sitia a Ptolomeo en la fortaleza
de Dagón. Guerra de Antíoco con Hircano. Las expedi
ciones de Hircano a Siria
1. Ptolomeo se retiró a una fortaleza ubicada en Jericó, de
nombre Dagón. Hircano, después de obtener el pontificado
paterno, primeramente ofreció a Dios sacrificios, luego se
dirigió
contra Ptolomeo; atacó el lugar donde se encontraba. En todo
era
superior a él, pero le paralizaba su amor a su madre y sus
hermanos, a quienes Ptolomeo hizo conducir hasta los muros y
los hizo maltratar, amenazando precipitarlos si Hircano no
desistía del asedio.
Pensó que si ponía menos ardor en la empresa evitaría
mayores males a los seres que le eran tan queridos, y
procedió
más lentamente en el asedio. Sin embargo, la madre,
extendiendo las manos, le pidió que no cejara por causa de
ellos,
sino que, al contrario, extrajera de la indignación mayores
bríos
para reducir al enemigo y vengar a los seres queridos; ella
moriría con placer en el tormento sabiendo que el autor de
la
perfidia sufriría la pena que merecía.
Con estas palabras de la madre, Hircano se sintió
fortalecido
para tomar la ciudadela. Pero cuando la vió golpear y
atormentar, nuevamente languideció su entusiasmo,
compadecido de las aflicciones a que estaba sometida. Y así,
con
un asedio tan largo, vino el año en el cual los judíos
acostumbran
descansar; pues descansan cada siete años, en la misma forma
que descansan cada siete días. Ptolomeo, libre de la guerra
por
esta causa, mató a la madre y a los hermanos de Hircano.
Hecho
esto, se refugió al lado de Zenón, conocido por Cotilas,
tirano de
la ciudad de Filadelfia.
405
2. Antíoco, indignado por las derrotas que le había
infligido
Simón, invadió a Judea en el año cuarto de su reinado,
primera
del gobierno de Hircano, en la centésima sexagésima segunda
olimpíada. Después de devastar los campos, obligó a Hircano
a
encerrarse en la ciudad, que rodeó con siete campamentos. Al
principio no hizo ningún progreso, tanto por la solidez de
los
muros como por el valor de los sitiados y la falta de agua,
aunque
esta última calamidad la remedió una abundante lluvia que
cavó
a la puesta de las Pléyades. Del lado norte de la muralla,
donde
el lugar era plano, levantó cien torres de tres pisos, en
las cuales
colocó destacamentos militares.
Todos los días atacaba, y habiendo hecho un gran hoyo de
mucha longitud, bloqueó a los habitantes. Estos, por su
parte,
hacían frecuentes salidas, y si encontraban al enemigo
descuidado le ocasionaban grandes pérdidas; si lo veían
alerta,
se retiraban a lugar seguro.
Hircano, cuando comprendió que la presencia de mucha gente
era perjudicial, que muy pronto se terminarían los víveres y
que
no se hace nada útil cuando intervienen muchos, separó a los
inútiles y los expulsó; sólo retuvo a los fuertes y en
condiciones
de luchar. Pero Antíoco impidió que pudieran salir los
excluidos;
y fué así que muchos de ellos, vagando entre los muros y
hambrientos, perecieron miserablemente.
Sin embargo, al llegar la fiesta de los Tabernáculos, los
que se
encontraban dentro de la ciudad, conmovidos, los aceptaron
de
nuevo. Hircano envió una delegación a Antíoco pidiéndole una
tregua de siete días a causa de la fiesta; Antíoco, por
veneración
a Dios, accedió, y además dispuso un gran sacrificio, toros
con
cuernos dorados y vasos de oro y plata llenos de perfumes de
toda índole. Recibieron el sacrificio los que se encontraban
en las
puertas y lo introdujeron en el Templo.
Antíoco, durante este tiempo, ofreció un banquete a su
ejército; muy diferente de Antíoco Epífanes quien, después
de
apoderarse de la ciudad, sacrificó cerdos sobre el altar y
esparció
la grasa sobre los muros del Templo, violando la ley y las
costumbres patrias de los judíos, a quienes el sacrilegio
empujó a
406
la guerra y los hizo irreconciliables. En cuanto a este Antíoco,
por su religiosidad conquistó el nombre de Eusebio
(piadoso).
3. Es así que Hircano, habiendo comprobado su equidad y su
buena voluntad hacia Dios, le envió legados, pidiéndole que
les
permitiera vivir de acuerdo con sus leyes y costumbres.
Antíoco
desechó el consejo de aquellos que le decían que debía
destruir a
una clase de gente cuyo género de vida era tan diferente del
de
los otros pueblos. Decidió conformar todos sus actos a la
piedad;
respondió a los mensajeros que daría fin a la guerra con las
siguientes condiciones: los sitiados entregarían las armas,
pagarían tributos por Jope y los otros pueblos limítrofes de Judea y
aceptarían una guarnición.
Los judíos estuvieron de acuerdo en todo, pero no admitieron
la guarnición, pues se negaban a relacionarse con otros
pueblos.
En vez de la guarnición ofrecieron rehenes y quinientos
talentos
de plata, todo lo cual fué del agrado de Antíoco; entre los
rehenes
estaba el hermano de Hircano. Antíoco destruyó, además, el
cerco de murallas que rodeaba a la ciudad. Con estas
condiciones
Antíoco levantó el asedio y se retiró.
4. Hircano, habiendo abierto el sepulcro de David que
sobrepasaba en riqueza a todos los sepulcros de los otros reyes, extrajo
de allí tres mil talentos de plata; con este dinero hizo lo
que no
había realizado ningún otro judío, alquilar mercenarios.
Hizo
amistad y alianza con Antíoco, y habiéndolo recibido en la
ciudad, suministró de todo, abundante y magníficamente, al
ejército. Cuando Antíoco emprendió una expedición contra los
partos, Hircano lo acompañó. Sobre esto nos suministra
testimonio Nicolás de Damasco, quien dice:
"Antíoco, después de haber levantado un trofeo en las
orillas
del río Lico, por haber derrotado a Indates, comandante de
los
partos, permaneció allí durante dos días a pedido del judío
Hircano, por ser una fiesta de los judíos durante la cual no se les
permite viajar."
Al afirmar esto no decía nada falso; la fiesta de
Pentecostés
tenía que celebrarse después del sábado, pues a nosotros nos
está prohibido viajar los sábados o días festivos.
407
En cuanto a Antíoco, habiendo emprendido la guerra contra
el parto Arsace, perdió gran parte de su ejército y él mismo
murió.
Le sucedió en el reino de Siria su hermano Demetrio, a quien
Arsace libró de la cautividad cuando Antíoco invadió el país
de
los partos, como se ha dicho en otro lugar.
408
CAPITULO IX
Las conquistas de Hircano en Siria. Su alianza con Ale
jandro Zebina
1. Hircano, así que se informó de la muerte de Antíoco,
marchó sobre las ciudades de Siria, confiado, como era la
verdad,
que las encontraría libres de combatientes y defensores. Se
apoderó de Medaba, con grandes esfuerzos de su ejército, al
sexto
mes de sitio. Luego capturó Samega y los lugares vecinos,
así
como también Sicima y Garizim y el país de los cuteos; estos
últimos adoraban en un templo similar al de Jerusalén que
Alejandro había permitido edificar a su capitán Sanabaleta
para
su yerno Manasés, hermano del pontífice Jad, según dijimos
antes.
Este templo fué devastado después de doscientos años.
Hircano se apoderó de las poblaciones de Idumea, Adora y
Marisa, y sometió a todos los idumeos, a los cuales les
permitó
que se quedaran en su país, con tal que se circuncidaran y
observaran las leyes de los judíos. Por amor a su país se
circuncidaron y adoptaron las leyes de los judíos. Desde
esta
época son verdaderos judíos.
2. El sumo sacerdote Hircano, deseoso de renovar su amistad
con los romanos, les envió legados. El senado, aceptadas las
cartas de presentación, pactó en la siguiente forma:
"Fanio, hijo de Marco, pretor, convocó al senado el día
ocho
antes de los idus de febrero, estando presentes Lucio Manlio
hijo
de Lucio, de la tribu Mentina, y Cayo Sempronio hijo
de" Cayo,
de la tribu Falerna, para deliberar sobre los asuntos que
presentaron Simón hijo de Dositeo y Apolonio hijo de Alejandro y Diodoro hijo
de Jasón, varones honestos y buenos, enviados por el
pueblo de los judíos, que expusieron la amistad y alianza
que
409
existe con los romanos. Han pedido que Jope, los puertos,
Gazara
y las fuentes y todas las otras ciudades y lugares de los
cuales se
apoderó Antíoco en contra del decreto del senado, les sean
devueltos; y que no se permita a los soldados reales
transitar por
sus límites y los de sus súbditos. Además que se considere
sin
valor lo dispuesto por Antíoco sin sentencia del senado; y
que,
mediante el envío de legados, se procure la devolución de lo
que
les fuera sustraído por Antíoco y se contemplen las
destrucciones
ocasionadas por la guerra; y que se les den cartas para los
reyes
y pueblos libres a fin de que puedan regresar con seguridad
a su
patria. Sobre el particular se ha decretado: renovar la
amistad y
la alianza con los buenos varones, enviados por un pueblo
bueno
y amigo."
En cuanto a las cartas dijeron que deliberarían sobre las
mismas. cuando el senado tuviera oportunidad para ello; y
que
procurarían que en adelante no se les causara ningún
perjuicio.
Se ordenó al pretor Fanio que les suministrara dinero del
erario,
para que regresaran a su patria.
Fanio despidió a los legados de los judíos, dándoles dinero
del
erario, y una disposición del senado para aquellos que
debían
guiarlos y asegurarles un viaje sin peligros.
3. La situación del pontífice Hircano era la siguiente. El
rey
Demetrio, que anhelaba hacer la guerra a Hircano, no
disponía
de tiempo ni de oportunidad; por ser un hombre perverso, no
contaba con las simpatías ni de los soldados ni de los
sirios,
quienes enviaron a decir a Ptolomeo. conocido por Fiscón,
que les
enviara a alguien de la familia de Seleuco para hacerse
cargo del
reino. Ptolomeo envió a Alejandro, de sobrenombre Zebina,
con el
ejército.
Trabado en lucha con Demetrio, éste resultó vencido y huyó a
Ptolemáis a reunirse con Cleopatra, su esposa. Esta no lo
admitió; entonces se dirigió a Tiro, donde fué capturado y muerto
después de los muchos sufrimientos a los que fué sometido
por
sus enemigos.
Alejandro, una vez en el reino, hizo pacto de amistad con el
pontífice Hircano. Después, atacado por Antíoco hijo de
410
Demetrio, conocido por Gripo, fué derrotado y falleció en el
combate.
411
CAPITULO X
Antíoco Ciziceno, derrotado por Hircano, es expulsado
de Judea
1. Antíoco, ya dueño del reino de Siria, temía atacar a los
judíos, sabiendo que su hermano de parte de madre, que
también
se llamaba Antíoco, reunía en su contra tropas en Cizico.
Determinó no salir de sus fronteras a fin de prepararse contra su hermano,
denominado Ciziceno, por la ciudad de Cizico donde se
había criado; su padre era Antíoco Sóter, que murió entre
los
partos, y que era hermano de Demetrio, padre de Gripo.
Cleopatra se había casado con dos hermanos, conforme dijimos
en otro lugar.
Antíoco Ciziceno marchó a Siria y durante muchos años
estuvo en guerra con su hermano. Durante todo este tiempo
hubo paz para Hircano. Después de la muerte de Antíoco se
libró
de los macedonios, y no los tuvo en cuenta ni como súbdito
ni
como amigo.
Aprovechó la paz y prosperidad de la época de Alejandro
Zebina, y especialmente de la época de los dos hermanos. La guerra
que se había declarado entre los hermanos le ofrecía
oportunidad
de explotar a Judea con toda seguridad, de modo que reunió
una
gran cantidad de dinero. Sin embargo, cuando Ciziceno
devastó
abiertamente su territorio, Hircano mostró cuáles eran sus
intenciones; cuando vió a Antíoco privado de su ayuda de
Egipto,
y que tanto uno como el otro hermano sufrían mucho en los
combates, menospreció a ambos por igual.
2. Hizo una expedición contra Samaria, ciudad muy
fortificada, la cual, como diremos en su lugar, ahora se llama Sebaste,
reedificada por Herodes. La atacó con gran violencia,
indignado
contra los samaritanos por haber injuriado a los marisenos,
colo412
nos y aliados de los judíos, por orden de los reyes de
Siria. Rodeó
la ciudad de una fosa y de un doble muro de unos ochenta
estadios; confió las operaciones a sus hijos Antíoco y Aristóbulo.
Presionados por los hermanos, los samaritanos se vieron
reducidos a un hambre tan extrema que comían cosas
desacostumbradas y pidieron auxilio a Antíoco Ciziceno.
Este se lo otorgó de buen grado; pero fué vencido por
Aristóbulo, y puesto en fuga por los dos hermanos escapó
hasta
Escitópolis.
De nuevo volvieron a atacar a los samaritanos, a los que
obligaron a replegarse dentro de las murallas, de modo que,
enviando mensajeros al mismo Antíoco, le solicitaron ayuda.
Antíoco hizo pedir seis mil hombres a Ptolomeo Laturo; éste
los
otorgó en contra de la voluntad de su madre, que casi le
hizo
perder el trono.
Con las fuerzas egipcias Antíoco comenzó por invadir el país
de Hircano y se dedicó a asolarlo como un bandido, no
atreviéndose a entrar en guerra directamente, pues carecía
de
fuerzas para ello, y esperaba que con la devastación de los
campos obligaría a Hircano a suspender el asedio de Samaria.
Pero perdió muchos hombres en las emboscadas, y se retiró a
Trípoli, encargando a Calimandro y Epícrates la prosecución
de
la guerra con los judíos.
3. Calimandro, en sus ataques contra el enemigo, fué
derrotado y murió; Epícrates, por avidez, entregó
Escitópolis y
otros lugares a los judíos, pero no logró que se levantara
el sitio
de Samaria1
.
Hircano, después de un año de asedio, la tomó; y no contento
con esto, la destruyó por completo, inundándola por medio de
torrentes, socavándola para precipitarla a las barrancas y
borrando toda señal de que allí hubiera existido una ciudad.
Se cuenta un hecho extraordinario del pontífice Hircano, a
quien Dios habló. Se narra que cierto día que sus hijos
estaban
luchando con el Ciziceno, estando él solo en el Templo
ofreciendo
1
Según la Guerra las
fuerzas de Hircano toman primeramente Samaria, la arrasan y marchan en seguida
contra
Escitópolis, saqueando todo su territorio hasta el monte
Carmelo (1, 2, 7).
413
incienso, oyó una voz que le decía que sus hijos habían
vencido a
Antíoco. Una vez fuera del Templo informó a todo el pueblo.
Y
así fué en verdad.
Estos son los hechos de Hircano.
4. Por este tiempo la buena suerte no sólo sonreía a los
judíos
que se encontraban en Judea, sino también a los que vivían
en
Alejandría, Egipto y Chipre. Cleopatra, en disentimiento con
su
hijo Ptolomeo, por sobrenombre Laturo, nombró comandantes a
Celcías y Ananías, hijos de Onías, el que había construído
un
templo similar al de Jerusalén en la prefectura de
Heliópolis, según dijimos en otro lugar. Cleopatra les encargó el ejército, y
no`
tomaba ninguna determinación sin consultarlos, como lo
atestigua el siguiente pasaje de Estrabón de Capadocia2
:
"Muchos de los que fueron enviados a Chipre por
Cleopatra
desertaron para unirse a Ptolomeo; únicamente los judíos de
la
facción de Onías permanecieron fieles, por estar sus
compatriotas Celcías y Ananías en gran estima de la
reina."
Esto es lo que dice Estrabón.
5. La prosperidad de Hircano despertó envidias entre los
judíos. Especialmente estaban contra él los fariseos, una de
las
sectas de los judíos, como hemos dicho anteriormente. Gozan
de
tanta autoridad en el pueblo que si afirman algo incluso
contra
el rey o el pontífice, son creídos. Sin embargo Hircano
había sido
uno de sus discípulos a quien tenían en gran estima.
En cierta oportunidad los invitó a un banquete y los festejó
sobremanera. Cuando los vió animados, empezó a decirles que
ellos sabían muy bien que quería ser justo y obrar de
acuerdo
con la voluntad de Dios, pues esto lo enseñan los fariseos.
Les
pidió que si veían que en algo pecaba y se desviaba que lo
corrigieran y le señalaran el buen camino.
Cuando ellos le testimoniaron su virtud, quedó satisfecho
con
sus elogios. Pero uno de los invitados, de nombre Eleazar,
hombre perverso y sedicioso, dijo:
2
Famoso geógrafo e
historiador griego (60 a. J. C. - 21/25 d. J. C.).
414
-Puesto que pides conocer la verdad, si quieres ser justo,
despréndete del pontificado y conténtate con ser príncipe del pueblo.
Hircano preguntó por qué debía abdicar el pontificado.
-Porque hemos sabido por nuestros mayores -respondió— que
tu madre fué esclava durante el reinado de Antíoco Epífanes.
Era falso. Hircano se indignó, lo mismo que todos los
fariseos.
6. Pero un miembro de la secta de los saduceos, que tenía
opiniones contrarias al pensamiento de los fariseos, un tal Jonatás,
que era uno de los principales amigos de Hircano, afirmó que
Eleazar había expresado una convicción propia de todos los
fariseos. Esto se pondría en evidencia, si les preguntara de qué castigo era
digno Eleazar por lo que había manifestado.
Preguntando a los fariseos qué castigo merecía, Hircano
sabría si
aquél había hablado en nombre de todos, juzgando por la pena
que propondrían.
Los fariseos dijeron que merecía azotes y prisión. Creían
que
ese insulto no merecía la muerte; por otro lado, los
fariseos, por
naturaleza, son indulgentes en la aplicación de los
castigos.
Esta respuesta indignó de tal manera a Hircano que opinó
que Eleazar había hablado en nombre de todos. Además Jonatás
lo empujó y estimuló con el fin de apartarlo de los fariseos
y
hacerlo pasar a la secta de los saduceos. Hircano abolió las
prácticas impuestas al pueblo por los fariseos y castigó a
los que
las observaban. De ahí surgió el odio del pueblo tanto
contra él
como contra sus hijos.
Sobre el particular hablaremos más adelante. Por ahora
quiero simplemente decir que los fariseos habían introducido
prácticas recibidas de los antepasados pero que no se
encuentran
en las leyes de Moisés; por esto las rechazan los saduceos,
quienes afirman que deben observarse únicamente las leyes
escritas, no las que han sido transmitidas por la tradición.
Sobre
el particular se produjeron graves discusiones: los ricos se
inclinaban por los saduceos, mientras que los fariseos
contaban
con la simpatía de la multitud. Pero de estas dos sectas,
así como
415
también de la secta de los esenios, hemos tratado en el
segundo
libro que escribimos sobre los judíos3
.
7. Hircano, apaciguada la discusión, vivió luego felizmente,
y
durante treinta y un años hizo un buen gobierno hasta que
murió, dejando cinco hijos. Tres dones consiguió de' Dios: el mando
del pueblo, el honor de ser pontífice y el don de la
profecía. Tenía
este don, y presentía y predecía los acontecimientos
futuros, de
modo que de sus hijos mayores predijo que no permanecerían
en
el gobierno durante mucho tiempo. Nos conviene explicar la
caída de éstos, para que veamos cómo su padre los superó en
felicidad.
3
La Guerra, II, 8,
2-14 (V. nota 2 de la pág. 289).
416
CAPITULO XI
Aristóbulo hereda el poder y toma cl título de rey
1. Una vez muerto el padre, su hijo mayor Aristóbulo,
juzgando conveniente cambiar por su propia autoridad el
gobierno del reino, se impuso la diadema, cuatrocientos
ochenta
y un años y tres meses después de que el pueblo, libre de la
esclavitud de Babilonia, volvió a su país. De entre sus
hermanos
sólo apreciaba al que le seguía en edad, Antígono, a quien
hizo
partícipe del mismo honor; a los demás los puso en la
cárcel.
También encarceló a su madre, que le disputaba el poder,
pues
Hircano la había dejado dueña de todo; y procedió contra
ella tan
cruelmente que la mató de hambre en la cárcel.
Siguió la misma suerte su hermano Antígono, a quien parecía
amar y que había asociado al reino. Lo alejaron de su lado
las
calumnias a las cuales primeramente no dió crédito. nensando
ove se originaban en la envidia. Pero en una oportunidad en
que
Antígono volvió lleno de gloria de una expedición militar,
durante la festividad en la que se levantan tiendas en honor
de
Dios, aconteció que Aristóbulo enfermó y tuvo que permanecer
en cama. Antígono subió al Templo, para celebrar la fiesta,
magníficamente vestido y rodeado por sus soldados, y rogó
principalmente por la salud de su hermano.
Algunos perversos, deseosos de destruir la concordia
existente entre los hermanos, aprovecharon el brillante
séquito
de Antígono y su éxito militar para presentarse ante el rey
y
exagerar maliciosamente los hechos, como si los actos de
Antígono no fuesen los de un hombre particular, sino los de
un
aspirante a apoderarse del trono; añadieron que se proponía
matar a Aristóbulo, presentándose con sus tropas, por
considerar
necio que, pudiendo gobernar solo, tuviera que participar
del
gobierno con otro.
417
2. Aristóbulo, convencido contra su voluntad, para evitar
las
sospechas del hermano y cuidar al mismo tiempo su seguridad,
colocó a algunos de los suyos en cierto lugar subterráneo,
pues
estaba acostado en una torre que se denominaba Antonia 1, y
les
ordenó que no tocaran a Antígono si venía desarmado, pero si
quería acercársele con armas que fuera muerto.
Al mismo tiempo envió a decir a Antígono que se presentara
sin armas.
Había sido levantada por Hircano, según dice más adelante
(Antig., XVIII, 4, 3). Hircano le dió ese nombre en homenaje
u
Antonio, que era su amigo.
Pero la reina y los que con ella conspiraban contra Antígono
persuadieron al mensajero que dijera todo lo contrario; que
el
rey, informado de que se había hecho una hermosa armadura e
instrumentos bélicos, le pedía que se presentara con ellos,
para
que los pudiera ver.
Antígono, que no sospechaba engaño alguno y que confiaba en
la benevolencia del hermano, se dirigió a ver a Aristóbulo
completamente armado. Cuando llegó a la torre que se llamaba
Estratón, en un lugar donde la entrada era muy oscura, fué
muerto por los guardias.
Su muerte comprobó que no hay nada más fuerte que la
envidia y la calumnia y que nada sobrepasa a estas pasiones
para romper la benevolencia y la unión prescritas por la
naturaleza. Sobre el particular pasó algo digno de
admiración a
un cierto Judas, esenio, el cual en sus predicciones nunca
se
apartó de la verdad. Este, al ver a Antígono pasar cerca del
Templo, exclamó, dirigiéndose a sus compañeros y amigos, que
lo
rodeaban para escuchar sus predicciones sobre lo futuro:
-Merezco morir por haber mentido, puesto que Antígono
todavía vive.
Había predicho que Antígono moriría en la Torre de Estratón
y ahora lo veía pasar, y el lugar donde tenía que morir se
encontraba a una distancia de seiscientos estadios; había ya pasado la
mayor parte del día, de modo que corría el peligro de que su
oráculo resultara falso. Mientras decía estas cosas y se
418
lamentaba, fué anunciada la muerte de Antígono en un lugar
subterráneo, que se denominaba torre de Estratón, el mismo
nombre que el de la ciudad marítima de Cesárea. Esta había
sido la causa de la perturbación del profeta.
3. No tardó Aristóbulo en sufrir el castigo por la muerte de
su
hermano; con el espíritu conturbado por el recuerdo de su
crimen, corrompidas sus entrañas, vomitó sangre. Uno de los
criados que lo servían, pienso que por disposición divina,
mientras la transportaba, al pasar por el lugar donde
todavía se
encontraba la sangre de Antígono, resbaló y derramó la que
llevaba. Los espectadores gritaron que lo había hecho
adrede;
habiéndolo oído Aristóbulo, preguntó cuál era la causa de la
gritería: Como no se lo dijeran, insistió con más calor en
saberlo;
pues la naturaleza humana es tal que supone siempre peor que
la realidad lo que sé empeñan en ocultar. Finalmente, cuando
mediante amenazas logró arrancarles la verdad, afligido
intensamente por los remordimientos, derramó muchas lágrimas
y exclamó en alta voz
-No era posible que crímenes tan horrendos e impíos
permanecieran ocultos a Dios; me ha invadido la aflicción
por la
muerte de mi hermano. ¿Hasta cuándo, oh cuerpo miserable,
retendrás un alma que pertenece a los manes de mi hermano y
de mi madre? ¿Por qué no la entregas de golpe, en vez de
derramarla gota a gota como libación por mis víctimas?
Murió mientras decía estas cosas, después de reinar durante
un año. Era considerado admirador de los griegos. Hizo
muchos
beneficios a su patria; declaró la guerra a Iturca y anexó
gran
parte de su territorio a Judea, obligando a sus moradores,
si
querían vivir en el país, a que se circuncidaran y vivieran
de
acuerdo con las leyes de los judíos. Fué por naturaleza
equitativo
y muy modesto, como lo atestigua Estrabón, según Timágenes:
"Este varón mostró ser justo y muy útil a los judíos,
pues amplió su país, y parte de la región de Iturea, unida por el vínculo
de la circuncisión, pasó a formar parte del mismo."
419
CAPITULO XII
Muerto Aristóbulo, lo sucede su hermano Alejandro. Sus
campañas guerreras
1. Habiendo fallecido Aristóbulo, su esposa Salomé, llamada
por los griegos Alejandra, después de poner en libertad a
los hermanos de Aristóbulo a los cuales, como ya dijimos, éste había
encarcelado, nombró rey a Janea, denominada Alejandro, el
menor y más moderado. Este nunca contó con el amor de su
padre el cual, mientras vivió, siempre rehusó verlo. El
motivo de
este odio fué el siguiente: Hircano tenía gran amor a sus
hijos
mayores, Antígono y Aristóbulo, e interrogó a Dios, que se
le
apareció en sueños, cuál de sus hijos le sucedería; al
manifestarle Dios las letras con que se escribe el nombre de
Janea, tomó a mal el que fuera en lo futuro el sucesor de
todos
sus bienes y lo hizo educar en Galilea, donde había nacido.
Pero Dios no engañó a Hircano. Janea, habiendo logrado el
reino después de la muerte de Aristóbulo, hizo morir a uno
de los
hermanos que intentaba apoderarse del trono, y trató con
honores al otro, que estaba dispuesto a llevar una vida pacífica.
2. Luego de disponer el principado en la forma que
consideraba más conveniente, emprendió una expedición contra
Ptolemáis; después de haber vencido a los ciudadanos los
obligó
a entrar en la ciudad, que sitió. Sólo le faltaba someter a
las
ciudades marítimas de Ptolemáis y Gaza y al tirano Zoilo que
tenía bajo su dominio las de Torre de Estratón y Dora. Pues
mientras Antíoco Filométor y su hermano Antíoco, llamado
Ciziceno, guerreaban entre sí y gastaban sus fuerzas
mutuamente, los de Ptolemáis no podían esperar ningún
auxilio
de su parte.
420
Durante el asedio se presentó para ayudarlos Zoilo, que
ocupaba la Torre de Estratón y Dora, y que tenía unas pocas tropas
y aspiraba a aprovecharse de la discordia de los dos reyes
para
.quedarse con la tiranía.
La situación de los reyes era tal que no cabía esperar ayuda
ninguna de su parte. Pues les estaba pasando lo que acontece
con los atletas que, cansados y desfallecientes, se
avergüenzan
de ceder y perseveran, y entre descansar y respirar van
difiriendo la lucha. Les quedaba, sin embargo, la esperanza
de
ayuda de parte de los reyes de Egipto y de Ptolomeo Laturo
que
retenía Chipre, donde se había refugiado después de haber
sido
expulsado del imperio por su madre Cleopatra.
Le enviaron mensajeros pidiéndole auxilio y que los librara
del peligro en que estaban de caer en poder de Alejandro.
Los
legados le dieron la esperanza de que si pasaba a Siria,
tendría
como aliados a los de Gaza, Zoilo, los sidonios y muchos
otros que
se les juntarían. Con esta esperanza, aprestó sus naves para
ir a
ayudarlos.
3. Entretanto Demeneto, hombre popular y elocuente y aue
contaba con autoridad entre los de Ptolemáis, los hizo
cambiar
de parecer, diciéndoles que más les convenía sufrir los
peligros
de una lucha contra los judíos, que aceptar una servidumbre
expresa, entregándose a un dueño; y, por añadidura, no sólo
sufrir la guerra actual, sino otra mucha mayor de parte de Egipto.
No era de creer que Cleopatra se olvidara de tal manera de
sus
asuntos que permitiera que los de Ptolemáis recibieran ayuda
de
sus vecinos; los atacaría con un gran ejército, pues
procuraría
echar a su hijo de Chipre. Ptolomeo, si las cosas no le
salían
bien, se podía refugiar en Chipre; pero ellos se verían
reducidos
a lo último.
Ptolomeo se informó, mientras se encontraba navegando, que
los de Ptolemáis habían cambiado de opinión; no por eso
suspendió el viaje, y después de abordar en un lugar llamado Sicaminos,
desembarcó con sus tropas. Su ejército estaba compuesto
por cerca de treinta mil soldados, de caballería y de
infantería.
Acampó cerca de Ptolemáis, muy inquieto y preocupado, pues
los
421
habitantes de la ciudad no recibían a sus legados ni
escuchaban
sus palabras.
4. Zoilo y los de Gaza fueron a verlo y le rogaron que los
ayudara, pues los judíos y Alejandro les estaban devastando
los
campos. Aleiandro resolvió levantar el asedio por temor a
Ptolomeo. Se retiró con el ejército a su país, procurando astutamente
enemistar a Cleopatra con Ptolomeo, mientras simulaba
amistad
y alianza con el último; incluso prometió darle
cuatrocientos talentos si quitaba de en medio al tirano Zoilo y entregaba su
país
a los judíos.
Ptolomeo hizo pacto de amistad con los judíos gustosamente y
se apoderó de Zoilo. Pero cuando luego supo que Alejandro,
clande-ztinamente, había enviado mensajeros a su madre
Cleopatra, se deshizo del juramento prestado, y puso sitio a
Ptolemáis, la ciudad que no había querido admitirlo. Dejó en
el
sitio a sus capitanes y parte de las tropas, y él con las
restantes
invadió a Judea.
Alejandro, conocida la intención de Ptolomeo, reunió
cincuenta mil habitantes del país o, según afirman algunos
escritores, ochenta mil; con estas tropas se dispuso a
hacerle
frente. Ptolomeo cayó sobre Asoquín en Galilea un día
sábado,
hizo cerca de diez mil prisioneros y se apoderó de un gran
botín.
5. Luego hizo una tentativa contra Séforis, ciudad que no se
encontraba muy lejos de la que acababa de devastar, pero
perdió
un gran número de soldados.
De allí partió para luchar contra Alejandro. Este lo
enfrentó
cerca del río Jordán, en un lugar denominado Asofón,
colocando
su campamento cerca del enemigo. Como combatientes de
primera línea puso a ocho mil hombres a quienes llamaba
"campeones de cien hombres", armados con escudos
recubiertos
de bronce. La primera línea de los soldados de Ptolomeo
estaba
formada por soldados armados de la misma manera. Pero en
todo lo demás eran inferiores los soldados de Ptolomeo e
iban a
la lucha más tímidamente. Sin embargo, el táctico
Filostéfano
les infundió gran valor al hacerles atravesar el río que los
separaba.
422
Alejandro no consideró conveniente hacer pasar el río a los
suyos; pues creía que le seria mucho más fácil vencer al
enemigo,
si éste luchaba de espaldas al río, porque entonces tendría
cortada la retirada. Al principio la lucha fué dudosa, tanto
por el
entusiasmo como por las acciones; hubo muchos muertos de
ambas partes. Cuando los soldados de Alejandro parecía que
estaban en ventaja, Filostéfano dividió sus tropas, para ir
enviando auxilio a las que cedían. Pero como nadie iba en
auxilio
del conjunto de los judíos en derrota, éstos escapaban sin
contar
con la ayuda de los más próximos, que también escapaban; y
los
soldados de Ptolomeo atacaban contra todos. Perseguían a los
judíos y los mataban y los pusieron a todos en fuga,
ocasionando
una matanza tan grande, que las espadas se embotaron y las
manos se cansaron. Se cuenta que hubo treinta mil muertos,
aunque Timágenes dice que fueron cincuenta mil; y los
restantes
en parte fueron hechos cautivos y en parte buscaron refugio
en
sus hogares.
6. Ptolomeo, después de la victoria, recorrió el país y,
durante
la noche, se detuvo en algunas poblaciones de los judíos;
las
encontró llenas de mujeres y niños, ordenando a sus soldados
que los degollaran y cortaran a pedazos y que echaran los
pedazos en marmitas de agua hirviendo, antes de partir.
Ordenó
esto, para que los escapados de la lucha al regresar a sus
casas
creyeran que los enemigos se alimentaban con carne humana, y
así su terror seria mucho mayor. Estrabón y Nicolás dicen
que
los soldados de Ptolomeo cumplieron la orden. Luego tomó a
la
fuerza Ptolemáis, como ya dije.
423
CAPITULO XIII
Alejandro conquista a Gaza y aplasta una sedición en Judea
1. Viendo Cleopatra que su hijo crecía en poderío, que
devas.
taba a Judea y que estaba en su poder la ciudad de Gaza,
decidió
no descuidar por más tiempo sus asuntos, pues ya lo tenía
muy
cerca, y si iba creciendo en poder luego desearía apoderarse
de
Egipto. Inmediatamente, con tropas de mar y tierra marchó en
su contra, poniendo al frente de todo el ejército a los
judíos Celcías y Ananías. También envió a Cos, en depósito, la mayor parte
de sus riquezas, y mandó allí a sus nietos con su
testamento.
Ordenó a su hijo Alejandro que se dirigiera a Fenicia con
las
naves, y ella marchó con sus tropas a Ptolemáis; pero, al no
querer recibirla esta ciudad, la sitió.
Ptolomeo, desde, Siria, se apresuró a dirigirse a Egipto,
considerando que podría oprimirla y apoderarse de ella, desprovista
como estaba de tropas. Pero se engañó. Por el mismo tiempo,
Celcías, uno de los comandantes de las tropas de Cleopatra,
murió en la Baja Siria, mientras perseguía a Ptolomeo.
2. Cleopatra, informada de los propósitos de su hijo y de
que,
como esperaba, no logró en Egipto el éxito deseado, envió a
una
parte del ejército para expulsarlo de aquella región.
Ptolomeo salió de Egipto y se detuvo a invernar en Gaza.
Interin Cleopatra se apoderó de la fortaleza y ciudad de
Ptolemáis.
Alejandro se presentó con muchos regalos y honores,
actitudes propias de un hombre que había sido maltratado por
Ptolomeo, y a quien no se le ofrecía otra alternativa. Los
amigos
de Cleopatra le aconsejaron que aceptara los regalos y que
luego
impetuosamente invadiera el país; que se apoderara de él y
no
424
permitiera que una multitud tan grande de valientes judíos
obedecieran a un solo hombre. Pero Ananías opinó de otro
modo:
—Obrarías injustamente si privaras de sus bienes a un aliado
que además es nuestro compatriota. No quiero que ignores que
si
se obra con él injustamente, todos nosotros que somos judíos
nos
convertiremos en tus enemigos.
Con estos consejos de Ananías, se convenció Cleopatra de que
no debía comportarse injustamente con Alejandro; al
contrario,
concertó una alianza con él en Escitópolis, en la Baja
Siria.
3. Libre de Ptolomeo, Alejandro llevó seguidamente el
ejército
a la Baja Siria. Se apoderó de Gadara1
, después de un sitio de
diez meses; y después de Amato, la ciudad más fortificada de
las
que se encuentran más allá del Jordán, donde Teodoro hijo de
Zenón guardaba sus objetos más apreciados y hermosos. Pero
éste, cayendo de improviso sobre los judíos, mató a diez mil
de
ellos, y robó el botín de Alejandro. Sin embargo, Alejandro
no se
detuvo por todo esto, sino que hizo una expedición contra
las
zonas martítimas, Rafia y Antedón2
, denominada más tarde
Agripias por el rey Herodes, ciudades que tomó por la
fuerza.
Al saber que Ptolomeo desde Gaza se había pasado a Chipre y
que su madre Cleopatra se había retirado a Egipto,
encolerizado
contra los de Gaza por haber implorado la ayuda de Ptolomeo,
sitió a la ciudad y devastó sus campos.
Apolodoto, comandante de los de Gaza, a la cabeza de dos mil
mercenarios y diez mil ciudadanos, invadió durante la noche
el
campamento de los judíos. Mientras duró la oscuridad se
impusieron los de Gaza, gracias al engaño en que estaban los judíos,
que creían que quien los atacaba era Ptolomeo; pero ya de
día y
libres del error, sabedores de la verdad, los judíos se
reunieron y
atacaron impetuosamente a los de Gaza y mataron unos mil.
Los
de Gaza resistieron, a pesar de su número reducido y de la
multitud de muertos, pues estaban dispuestos a sufrir
cualquier
cosa antes que caer en poder del enemigo. Su ánimo se
acrecentó
con el auxilio prometido por Aretas, rey de los árabes.
1
Situada al sudeste
del lago Tiberíades.
2
Rafia era la primera
ciudad de la costa siria, de sud a norte; Antedón se hallaba entre Gaza y
Ascalón.
425
Pero aconteció que antes de que pudiera cumplirse esta
promesa, murió Apolodoro; su hermano Lisímaco, celoso de su
popularidad entre los ciudadanos, lo mató, reunió parte de
las
tropas y entregó la ciudad a Alejandro.
Entró Alejandro y al principio se comportó pacíficamente;
pero luego abandonó sus habitantes a los soldados y permitió
que los asesinaran.
Los soldados se esparcieron por toda la ciudad y mataron a
sus habitantes. Sin embargo los de Gaza no dejaron de
ofrecer
resistencia, hicieron frente a sus atacantes y mataron más
judíos
de los que ellos eran. Algunos abandonaron las casas y las
incendiaron, para que no quedara ningún despojo para el enemigo;
otros, con sus propias manos mataron a sus esposas e hijos,
a fin
de librarlos de caer en la esclavitud.
Los consejeros, en número de quinientos, se refugiaron en el
templo de Apolo; la toma de la ciudad los había sorprendido
estando en sesión. A éstos también los mató Alejandro, y los
sepultó bajo las ruinas de su ciudad. Alejandro regresó a
Jerusalén, después del asedio de Gaza, que duró un año.
4. Por el mismo tiempo murió Antíoco, llamado Gripo,
asesinado por Heracleón, a la edad de cuarenta y cinco años,
después de haber reinado veintinueve. Le sucedió en el trono
su
hijo Seleuco, quien hizo la guerra a Antíoco, hermano de su
padre, conocido por el Cicizeno; venciólo, lo hizo
prisionero y lo
hizo morir. Poco después Antíoco el hijo de Cicizeno,
denominado
Eusebio (el Pío), vino a Arado y se impuso la diadema;
declaró la
guerra a Seleuco, v después de vencerlo lo expulsó de toda
Siria.
Seleuco se fugó a Cilicia y se estableció en Mopsuestia,
donde
empezó a exigir dinero. Pero el pueblo de Mopsuestia,
irritado,
prendió fuego al palacio real, y lo hizo perecer con sus
amigos.
Cuando Antíoco el hijo de Cicizeno reinaba en Siria,
Antíoco,
el hermano de Seleuco, le declaró la guerra, pero fué
vencido y
perdió el ejército y la vida. Después de él su hermano
Filipo,
impuesta la diadema, reinó en una parte de Siria.
Entretanto Ptolomeo hizo venir de Cnido a su hermano
Demetrio, llamado el Intempestivo, a quien nombró rey de
426
Damasco. Resistiendo intensamente Antíoco a estos dos
hermanos, al poco tiempo falleció; pues queriendo ayudar a
Laodice, la reina de los galadenos, que estaba en guerra con
los
partos, murió luchando valerosamente. Dos hermanos, según
hemos dicho, gobernaban en Siria, Demetrio y Filipo.
5. En lo referente a Alejandro se levantaron contra él los
suyos; su propia gente se sublevó. Mientras celebraba una
fiesta
y estaba en el altar para ofrecer sacrificios, lo atacaron
con
limones. Era costumbre de los judíos en la fiesta de los
Tabernáculos, que cada uno presentara ramas de palmera y
limones, como declaramos en otro lugar. Empezaron a
injuriarlo,
enrostrándole que era hijo de cautivos1
y, por lo tanto,
indigno
del honor pontifical y de ofrecer sacrificios. Airado por
todo esto,
mató como a seis mil del pueblo; luego hizo construir un
cerco de
madera alrededor del altar y la parte del Templo en la cual
sólo
podían entrar los sacerdotes; así tuvo alejada a la multitud.
Disponía también de tropas mercenarias de Pisidas y Cilicia,
pues no utilizaba a los sirios, por ser sus contrarios.
Sometió a
los moabitas y galaaditas, que eran de raza árabe, para
imponerles tributos; demolió también a Amato, sin que
Teodoro
se atreviera a atacarlo.
Hizo la guerra a Obedas, rey de los árabes; pero cayó en una
emboscada en un lugar áspero y difícil. Fué empujado por la
multitud de camellos a un valle profundo cerca de Gadara,
población de los galaaditidas, y pudo escapar sólo con gran
dificultad. De allí marchóse á Jerusalén.
Esta catástrofe le ocasionó la enemistad de los judíos; les
hizo
la guerra durante seis años, matando no menos de cincuenta
mil.
Pidió entonces a sus compatriotas que pusieran fin a sus
ataques, pero éstos lo odiaban todavía más a causa de su
malevolencia. Como les preguntara qué querían, le
contestaron:
-Tu muerte.
Con este fin enviaron legados a Demetrio el Intempestivo
para pedir su alianza.
1
Alude-a la acusación
lanzada por el fariseo Eleazar contra Hircano, el padre de Alejandro (v. supra,
XIII, 10,
5).
427
CAPITULO XIV
Demetrio Eucero, el Intempestivo, hace la guerra a Alejan
dro y lo derrota
1. Demetrio partió con su ejército, acrecentado con aquellos
que lo habían llamado, y acampó cerca de la ciudad de
Siquem.
Alejandro, a la cabeza de seis mil doscientos mercenarios,
además de unos veinte mil judíos que estaban de su lado,
marchó contra Demetrio. Este disponía de tres mil hombres de
caballería y cuarenta mil de infantería. Ambas partes
procuraron atraerse a los soldados: Demetrio solicitaba a
los
mercenarios que se le unieran por ser griegos, mientras que
Alejandro trataba de atraerse a los judíos. Pero ni uno ni
otro
lograron convencerlos; y entonces se pasó a la guerra, en la
cual
triunfó Demetrio. Murieron todos los mercenarios de
Alejandro,
portándose fiel y vigorosamente, así como también muchos de
los
soldados de Demetrio.
2. Habiéndose Alejandro escapado a los montes, seis mil
judíos, compadecidos de su suerte adversa, pasaron a su
lado.
Demetrio tuvo miedo y se retiró. Los judíos continuaron su
guerra contra Alejandro, pero fueron vencidos y murieron en
gran número. Alejandro encerró a los más poderosos de ellos
en
el poblado de Bezoma y la sitió; habiéndose apoderado de la
ciudad y de sus enemigos, los condujo a Jerusalén, donde los
trató en la forma más cruel. En un banquete que dió en
presencia de todos, con sus concubinas, ordenó que unos
ochocientos de ellos fueran crucificados y estando todavía
vivos
hizo degollar frente a ellos a sus esposas e hijos,
vengándose en
esta forma de las ofensas recibidas; pero con una severidad
mayor de la que cabe esperar de un hombre, que estuvo a
punto
de perder la vida y el reino. Sus adversarios no se habían
limitado a luchar contra él, sino que pidieron ayuda
exterior. Lo
428
redujeron a extremos tan angustiosos, que se vió obligado a
ceder las zonas que había sometido en Moab y Galaad, con sus
lugares fortificados, al rey de los árabes, a fin de que
éste no
formara alianza bélica en su contra; para no decir otras
muchas
cosas que lo perjudicaron. Pero no procedió de acuerdo con
sus
intereses, de modo que fué llamado por los judíos, causa de
su
gran crueldad, Tracidas1
. Sus adversarios, cuyo número era
cerca de ocho mil, durante la noche escaparon y siguieron
desterrados mientras vivió Alejandro. Y éste, librado desde
entonces de esta turba, reinó pacíficamente.
3. Demetrio, habiendo salido de Judea a Berea, luchó contra
su hermano Filipo, disponiendo de diez mil soldados de
infantería y mil de caballería. Estratón, tirano de Berea,
aliado
de Filipo, llamó en su ayuda a Zizo, que estaba al frente de
las
tribus de los árabes y a Mitrídates Sináces, prefecto de los
partos. Fueron en su ayuda con un gran ejército y cercaron a
Demetrio en sus trincheras, en las cuales con una lluvia de
flechas y por la sed obligaron a los que estaban con él a
que se
rindieran.
Se apoderaron de un gran botín e hicieron cautivo a
Demetrio, que enviaron a Mitrídates, rey de los partos, y
entregaron gratuitamente a los habitantes de Antioquía todos
sus compatriotas cautivos.
Mitrídates, rey de los partos, retuvo consigo a Demetrio con
todos los honores, hasta que falleció de enfermedad. Filipo,
después de la lucha, dirigióse a Antioquía, y así se convirtió en rey
de toda Siria.
1
No se conoce el
sentido exacto del sobrenombre, suponiéndose que se refería a la ferocidad
proverbial de los
tracios.
429
CAPITULO XV
Expedición victoriosa a Judea de Antíoco Dionisio
1. Después Antíoco, llamado Dionisio, hermano de Filipo, que
aspiraba al poder, fuése a Damasco, y allí, convertido en su
dueño, lo hicieron rey.
Entretanto su hermano Filipo, que estaba en una expedición
contra los árabes, informado de la novedad se dirigió a
Damasco.
Le fué entregada la ciudad por Milesio, prefecto de la
fortaleza;
pero se comportó ingratamente con Milesio, quien no recibió
de
él ninguna de las recompensas que esperaba. Prefirió que se
pensara que la ciudad había caído en su poder por el miedo.
Puesto que no lo recompensó como convenía, resultó
sospechoso, y de nuevo perdió a Damasco. Un día que había
salido para ir al hipódromo, Milesio le cerró las puertas y
reservó
Damasco para Antíoco.
Este, al enterarse de lo que le había acontecido a Filipo,
regresó de Arabia. Se dirigió a Judea con un ejército de
ocho mil
hombres de infantería y ochocientos de caballería1
.
Alejandro, temeroso por su venida, cavó una profunda fosa
desde Cabarzaba, llamada actualmente Antipatris, hasta el
mar
de . Jope, la única parte por donde era posible el ingreso.
Levantó muros y torres de madera y otras máquinas bélicas
por
un espacio de ciento cincuenta estadios, y esperó a Antíoco.
Pero éste incendió todas estas obras y pasó con sus tropas
hacia Arabia. Al principio parecía que los árabes cedían,
luego
repentinamente le hicieron frente con diez mil hombres de
caballería, contra las cuales luchó denodadamente; resultó
1
Según La Guerra (1,
4, 7) Antíoco se dirigía a Arabia y no a Judea, por donde sólo debía pasar.
430
vencedor, pero perdió la vida, mientras acudía en ayuda de
una
parte de su ejército que parecía flaquear. Muerto Antíoco,
su
ejército escapó a un poblado llamado Caná, donde la mayor
parte
murió de hambre.
2. Después de él en la Baja Siria reinó Aretas1
, llamado al
gobierno por los que tenían en su poder a Damasco, por odio
a
Ptolomeo hijo de Meneos. De allí Aretas marchó a Judea y
venció
a Alejandro cerca de Adida, lugar fortificado. Después de
haber
hecho un pacto, se retiró de Judea.
3. Alejandro se dirigió de nuevo hacia el pueblo de Dión,
que
capturó. Después pasó a Esa, donde se encontraban las
riquezas
más preciosas de Zenón. Rodeó la plaza de un triple muro y
la
tomó sin combate.
Luego se dirigió a Gaulana y Seleucia. Una vez que se hubo
apoderado de ellas, sometió también a su poder el valle y la
fortaleza de Gamala. Y como tuviera muchas quejas contra
Demetrio, prefecto de estos lugares, le quitó la provincia.
Pasó
tres años en estas expediciones, volvió a su patria, siendo
recibido con mucho entusiasmo por los judíos a causa del
éxito
obtenido.
4. Por aquel tiempo los judíos dominaban en las siguientes
poblaciones de los sirios, idumeos y fenicios. En la costa,
la Torre
de Estratón, Apolonia, Jope, Jamnia, Azot, Gaza, Antedón,
Rafia
y Rinocorura. En el interior, Adora, Marisa v Samaria. el
mente
Carmelo y el monte Itubrio, Escitópolis y Gadara; en
Caulanítida, Seleucia y Gabala; en Moabítida, Herbón,
Medaba,
Lemba, Oronas, Telitón, Zara, el valle de Cílices y Pela.
Esta
última fué destruida porque sus moradores no quisieron
prometer que adoptarían las costumbres nacionales judías.
Además otras principales poblaciones de Siria que se
sometieron.
5. Después de todos estos éxitos, el rey Alejandro cayó
enfermo a consecuencia de haberse embriagado. Durante tres
años lo atormentó la fiebre cuartana, pero no dejó de
guerrear,
hasta que agotado por la fatiga falleció en los limites de
la tierra
1
Era el rey de Arabia
que había resistido el ataque de Antíoco.
431
de los gerasenos, mientras sitiaba la fortaleza de Ragaba,
más
allá del Jordán.
La reina, viendo que estaba próximo a la muerte sin que le
quedara ninguna esperanza, rompió a llorar y a lamentarse,
deplorando la soledad en que se encontrarían ella y sus
hijos:
-¿Por qué -le decía- me dejas a mí y a mis hijos necesitados
de
ayuda ajena, cuando no ignoras cómo te odia el pueblo?
Pero él le respondió que se atuviera a sus consejos, para
conservar con seguridad el reino y los hijos. Debía ocultar su muerte
a los soldados, hasta que conquistara el lugar. Luego
marcharía
a Jerusalén como vencedora, y otorgaría algún poder a los
fariseos. Estos, estimulados por el honor recibido, le procurarían la
benevolencia nacional. Tenían mucho poder entre los judíos,
y
perjudicaban a los que odiaban y, en cambio, ayudaban a los
que
querían. El vulgo, sobre todo, les creía, cuando hablaban
mal de
alguien, aunque fuera por envidia; él había incurrido en el
odio
del pueblo, por haberlos injuriado.
-Por lo tanto, tú -añadió-, una vez en Jerusalén, llama a
sus
jefes. Muéstrales mi cuerpo y permíteles, habiendo preparado
bien lo que les dirás, que hagan con él lo que más les
plazca, ya
sea privar a mi cadáver del honor de ser sepultado, por lo
mucho
que han sufrido por mi causa, ya sea infligir cualquier otra
injuria a mi cuerpo a causa de su indignación. Diles que sin
su
consentimiento no pensabas hacer nada en el reino. Si les
hablas
en esta forma, yo seré sepultado con mucho más honor del que
podría recibir de ti, por el hecho de habérseles permitido
tratarme injuriosamente; y tú gobernarás con toda seguridad.
Luego que diera estos consejos a la esposa, falleció,
habiendo
reinado veintisiete años y siendo de edad de cuarenta y
nueve.
432
CAPITULO XVI
Muerto Antíoco, su viuda Alejandra ocupa el trono y muere
después de nueve años de reinado pacífico
1. Alejandra, conquistado el lugar, de acuerdo con los consejos
del marido habló a los fariseos y todo lo puso bajo su
dominio,
tanto en lo referente a su esposo muerto, como en lo tocante
al
reino; en esta forma aplacó su ira contra Alejandro y se
ganó su
benevolencia y amistad. Los fariseos se esparcieron entre el
pueblo, comentando los hechos de Alejandro y diciendo que
había
fallecido un rey justo. Fueron tan grandes los elogios, que
el
pueblo lo lloró, y el difunto fué más elogiado que
cualquiera de
los reyes anteriores.
Alejandro dejó dos hijos, Hircano y Aristóbulo, pero el
reino lo
encomendó a Alejandra. Hircano era poco hábil para el
gobierno
y prefería una vida tranquila; en cuanto al menor,
Aristóbulo,
era activo y emprendedor. La mujer era amada por el pueblo,
puesto que parecía deplorar las faltas cometidas por el
marido1
.
2. Nombró sumo pontífice a Hircano, por su edad, pero sobre
todo por su indiferencia por el gobierno, y entregó todo el
poder a
los fariseos. Ordenó que la multitud los obedeciera.
Restituyó las
antiguas costumbres de los fariseos que habían sido abolidas
por
su suegro Hircano. De modo que ella gobernaba de nombre,
pero
el poder lo ejercían los fariseos. Estos hacían regresar a
los
desterrados, ponían en libertad a los encarcelados, en pocas
palabras, actuaban como si fuera de ellos el poder.
Sin embargo la mujer se ocupaba del reino; reunió muchos
soldados mercenarios y aumentó su poder, atemorizando a los
tiranos vecinos y recibiendo rehenes de ellos. Todo el país
estaba
tranquilo, con excepción de los fariseos. Pues éstos
insistían ante
1
Y también, según dice
Josefo en La Guerra, porque seguía fielmente las normas fariseos.
433
la reina, tratando de persuadirla que condenara a muerte a
los
responsables de la matanza dedos ochocientos.
Finalmente lograron que fuera muerto uno de ellos, Diógenes,
y luego otros y otros, hasta que en una oportunidad los
grandes,
junto con Aristóbulo, quien parecía estar disgustado por lo
que
estaba pasando y sostenía que, si estuviera en el poder, no
permitiría tales cosas a su madre, se dirigieron al palacio y recordaron a la
reina todos los peligros que habían sufrido por servir a
su señor, a quien fueron fieles, tanto que de él lograron
los mayores bienes, y le pidieron que su esperanza no se convirtiera en
todo lo contrario. Ahora que habían eludido los peligros de
los
enemigos, en su mismo país los mataban como a animales, sin
que nadie les prestara ayuda. Si sus adversarios se
declararan
satisfechos con los que habían muerto, ellos, por el innato
afecto
que sentían hacia sus señores, olvidarían pacientemente lo
pasado; pero si seguirían repitiendo los mismos hechos, pedían a la
reina los dejara en libertad de acción. No eran hombres que
aceptaran una salvación no consentida por ella, pues antes
morirían voluntariamente a las puertas del palacio que
cargarse
la conciencia con una infidelidad. Les parecía vergonzoso
tanto
para ellos como para la reina, que, abandonados por ella,
fueran
recibidos por los enemigos de su marido. El árabe Aretas y
los
restantes príncipes los tendrían en gran honor, si pudieran
atraerse tales varones, cuyo nombre anteriormente les había
parecido terrible. Si lo último no fuera del agrado de la
reina, si
tan grande era el poder de los fariseos, que les asignara
como
morada las fortalezas. Mientras un genio tan malo se
apoderaba
de la familia de Alejandro, ellos no se negaban a vivir en
una
condición tan humilde1
.
3. Dijeron estas y muchas otras cosas, implorando que los
manes de Alejandro se compadecieran de sus amigos muertos y
de ellos, que estaban en peligro, y prorrumpieron en
lágrimas.
Sobre todo Aristóbulo mostró cuál era su pensamiento por los
reproches que hizo a su madre; dijo que aquellos hombres habían
sido ellos mismos la causa de las calamidades que estaban
su-
1
Esta parte del texto,
poco inteligible, parece mutilada.
434
friendo, al otorgar las riendas del reino a una mujer
deseosa de
poder, como si a Alejandro le faltaran hijos.
La reina, no sabiendo cómo proceder honestamente, les confió
la guarda de los lugares fortificados, con excepción de
Hircania,
Alexandreion y Maquero, donde guardaba sus riquezas más
preciosas.
Poco después envió a su hijo Aristóbulo a Damasco contra
Ptolomeo llamado Meneos, que era un vecino incómodo. Pero
regresó sin haber hecho nada importante.
4. Por el mismo tiempo se supo que Tigranes, rey de los
armenios, había invadido a Siria al frente de quinientos mil hombres y se
disponía a atacar a Judea. Esto, como es natural, atemorizó a la reina y al
pueblo. Por lo cual, mediante mensajeros,
le enviaron magníficos y preciosos regalos, mientras estaba
sitiando a Ptolemáis. La reina Selene, que también se
llamaba
Cleopatra, gobernaba en Siria y había inducido a sus
moradores
a que cerraran las puertas a Tigranes.
Los mensajeros judíos se presentaron ante Tigranes y le
pidieron que otorgara sus favores a la reina y al pueblo. El
los
congratuló por haber venido de tan lejos, infundiéndoles
buenas
esperanzas. No bien se apoderó de Ptolemáis, cuando se
enteró
que Lúculo, que había perseguido a Mitrídates, sin poder
alcanzarlo porque había huído a Iberia, estaba asolando y
sitiando a Armenia. Tigranes, cuando supo esto, determinó
regresar a su reino.
5. Después de esto, habiendo enfermado la reina, creyendo
Aristóbulo que había llegado el momento de apoderarse del
reino, durante la noche salió ocultamente del palacio y se
hizo
presente en las plazas fuertes donde se encontraban los
amigos
de su padre. Disgustado desde tiempo atrás por los actos de
su
madre temió que si ésta fallecía, toda su familia cayera
bajo el
poder de los fariseos, sobre todo teniendo en cuenta la
debilidad
de su hermano, que sería el sucesor en el gobierno.
Solamente
conocía sus intenciones su esposa, a quien dejó en compañía
de
sus hijos.
435
Se dirigió primeramente a Agaba, siendo recibido por
Galestes, que era uno de los poderosos. Supo la reina al día
siguiente la fuga de Aristóbulo y por un tiempo no pensó que
tuviera por objeto fomentar una revolución; pero cuando día
tras
día le fueron anunciando que había ocupado la primera
fortaleza, luego la segunda y las restantes, pues habiendo
uno
dado el ejemplo todos los demás lo siguieron, tanto la reina
como
el pueblo se vieron en gran confusión. Veían que poco
faltaba
para que Aristóbulo se adueñara del poder, y temían
especialmente su castigo por las ofensas inferidas a su
casa.
Determinaron encerrar a su esposa e hijos en la fortaleza
que
dominaba al Templo.
Acudió a unirse a Aristóbulo tanta gente, que pronto estuvo
rodeado por un verdadero cortejo real. En cerca de quince
días
ocupó veintidós lugares fortificados, de los que obtuvo los
recursos para reunir un ejército en el Líbano, la Traconítida y entre
los príncipes. Los hombres, cediendo a la mayoría, lo
obedecían
fácilmente; confiaban que si lo ayudaban en lo que esperaba,
no
sería menor el fruto y recompensa que recibirían por haber
contribuído a su obtención. Los judíos ancianos e Hircano se presentaron ante
la reina y le pidieron su opinión sobre lo que
estaba aconteciendo; Aristóbulo había ocupado tantos
lugares,
que casi ya tenía el poder en sus manos; pero, agregaron, no
convenía que ellos solos tomaran una resolución, pues a
pesar de
estar muy enferma la reina todavía vivía; el peligro era
inminente. La reina ordenó que hicieran lo que consideraran
justo; disponían de numerosos recursos, un pueblo valiente,
el
ejército y el dinero de los gazofilacios. Ella no tenía por
qué
preocuparse de los asuntos públicos, pues carecía de fuerzas
corporales.
6. Esta fué la respuesta de la reina. Poco después murió,
luego de reinar durante nueve años y haber vivido setenta y
tres.
Fué una mujer que en nada manifestó la debilidad propia de
su
sexo. Estuvo poseída de un gran afán de mando, demostró la
energía de su carácter y a la vez las tonterías propias de
los
hombres en el ejercicio del poder. Consideraba que valía más
aprovechar lo presente que esperar lo futuro, y lo tenía
todo a
menos con tal que pudiera dominar y no apreciaba ni el bien
ni
436
lo justo por ellos mismos. Administró los asuntos de su
familia
hasta tal extremo de infelicidad, que el poder que se había
preparado con muchos peligros y trabajos, por el afán de
aquello
que no convenía a una mujer, lo perdió poco después, pues
estuvo del lado de aquellos que tenían mala voluntad contra
la
familia real y dejó al reino privado de la vigilancia de los
poderosos. Las medidas que adoptara durante su
administración, después de su muerte llenaron el palacio de
tribulaciones y malestar. Sin embargo, a pesar de
comportarse
de esta manera, conservó el reino en paz. Y este fué el
resultado
que tuvo la administración de Alejandra.
437