ANTIGUEDADES DE LOS JUDIOS TOMO 1 DE FLAVIO JOSEFO

  Prefacio

 

1. No todos los que emprenden la tarea de escribir la historia

 

lo hacen por la misma razón, sino por diversos motivos que difie-

ren en los distintos autores. Algunos se dedican a esta rama

 

de la ciencia para exhibir su habilidad en el arte de las

letras y para lograr reputación de elocuentes. Otros se

proponen favorecer a los personajes que intervienen en la

historia, y para hacerlo no ahorran esfuerzos; antes bien,

exceden en la tarea su propia capacidad. Otros, en fin, escriben

la historia por imperio de las circunstancias, porque ellos

mismos están involucrados en los sucesos y no pueden

abstenerse de relatarlos a la posteridad. Y no son pocos los que

se ven incitados a sacar los hechos a la luz del día,

exponiéndolos al interés público, debido a la gran importancia

de los acontecimientos. De las diversas razones que mueven a los

historiadores a escribir sus libros, debo declarar que las mías

son las dos mencionadas en último término. Como yo estuve

mezclado personalmente en la guerra que sostuvieron los judíos

con los romanos, y conocí sus alternativas y supe en qué

terminó, me he sentido obligado a relatar su historia cuando

vi que otros escritores que lo habían hecho antes habían

falsificado la verdad 1

 

1 Se refiere especialmente a Justo de Tiberíades, que participó en la guerra y escribió

luego sobre la misma un relato en el que ataca la actuación de Josefo, y a quien éste

replicó en su autobiografía, y a otros historiadores a los que en el preámbulo de La

Guerra de los Judíos tacha de inexactos y parciales.

 

2. Me tomé el trabajo de escribir esta obra pensando que to-

dos los griegos la encontrarían digna de estudio; porque conten-

drá nuestras antigüedades, y la constitución de nuestras cosas

 

públicas, tal como las presentan las escrituras hebreas. Ya me

había propuesto anteriormente, cuando historié la guerra de los

judíos, explicar el origen de los judíos, las vicisitudes por que

pasaron y quién fué el legislador que les enseñó la religión y la

observancia de otras virtudes. Así como las guerras que libraron

antiguamente, antes de verse envueltos sin quererlo en la última

contienda con los romanos. Como sería un trabajo muy amplio, lo

dividí en varias partes, con su comienzo y su fin. Con el correr

del tiempo, como suele suceder con los que acometen grandes

empresas, me fatigué y reduje el ritmo de mi labor. Encontraba,

por otra parte, pesada la tarea de transladar nuestra historia a

 

un idioma .extranjero a cuyo manejo estamos poco acos-

tumbrados.

 

Muchas personas que deseaban conocer nuestra historia me

animaron a seguir adelante, sobre todo Epafrodito, gran amante

de las ciencias pero especialmente de la historia. También él

conoció las grandes empresas y las mudanzas de la suerte,

revelando siempre una gran fortaleza de ánimo y un espíritu

virtuoso. Cedí a sus instancias, que acostumbra a ejercer con los

que poseen alguna capacidad útil y digna, para mancomunar

esfuerzos; avergonzado de permitir que mi pereza pesara más en

mi espíritu que el placer de trabajar de lleno en un estudio útil,

reanudé con más ímpetus mi labor. Aparte de estas razones no

dejé de meditar detenidamente en algunas otras, como ser la de

que nuestros antepasados deseaban difundir aquellos hechos y

de que no pocos griegos se interesaban mucho en las cosas de

nuestra nación.

3. Averigüé de ese modo que el rey Ptolomeo 11 2 era muy

dado a la sabiduría y a los libros, y estaba empeñado en obtener

una traducción al griego de nuestra ley y de nuestra

organización política allí estipulada. El pontífice Eleazar, par de

nuestros más altos dignatarios, no deseaba dar al rey esa

facilidad, y se la habría negado, si no fuera porque sabía que en

2

Ptolomeo II Filadelfo (285-247 a. J.).

 

nuestro pueblo regía la norma de no impedir que otros conozcan

lo que nosotros consideramos valioso. Pensé, por lo tanto, que

bien podía imitar la generosidad de nuestro sumo pontífice y

considerar que tal vez haya otros muchos estudiosos como el rey,

quien no recibió todos nuestros escritos juntos. Los traductores

que fueron enviados a Alejandría sólo le dieron los libros de la

ley, habiendo muchos otros en nuestras sagradas escrituras.

Libros que contienen la historia de un lapso de cinco mil años,

durante los cuales ocurrieron muchos episodios extraños,

muchas alternativas guerreras, las hazañas de nuestros grandes

jefes y los profundos cambios de nuestra organización política.

Los que estudien deteni. damente esa historia verán que todas

las cosas les salen bien, hasta un extremo increíble, y que Dios

les propone la recompensa de la felicidad, sólo a los que cumplen

su voluntad y no se aventuran a violar sus buenas leyes; y que

cuando los hombres incurren en apostasía de la estricta

observancia de las leyes, lo que antes era posible se vuelve

imposible, y todas las cosas buenas que acometen se tornan en

plagas insanables. Exhorto a todos los que lean estos libros a que

pongan sus pensamientos en Dios y analicen la intención de

nuestro legislador, y vean si no interpretó su naturaleza de

manera digna, si no se asignó siempre acciones que

fundamentaron su fuerza, si no libró sus escritos de las fábulas

indignas inventadas por otros, aunque dado el largo tiempo

transcurrido, podría haber convalidado esas mentiras

impunemente; porque vivió hace dos mil años, lapso durante el

cual los poetas no han sido tan rigurosos en determinar las

generaciones ni siquiera de sus dioses, cuanto menos las

acciones de los hombres, o sus leyes.

En mi historia describiré detalladamente las constancias de

nuestros anales, en su orden cronológico; porque he prometido

hacerlo en toda esta obra, y sin añadir nada de lo que contienen,

ni quitarles tampoco nada.

4. Pero como toda nuestra organización deriva de la sabiduría

de nuestro legislador Moisés, es ineludible que comience por

decir algo a su respecto, aunque muy brevemente. De lo

contrario los lectores podrán decir que mi trabajo, destinado a

ser una reseña de leyes y acontecimientos históricos, contiene

 

mucha filosofía. Conviene saber que él consideraba

imprescindible tomar en consideración la naturaleza divina para

todo aquel que quiera conducirse bien en la vida y legislar para

sus semejantes; y observando los actos de Dios, imitar su modelo

hasta donde pueda caber la imitación en la naturaleza humana y

empeñarse en seguirla. Sin ello ningún legislador puede actuar

con criterio justo ni promoverá lo que escriba el desarrollo de las

virtudes, lo que sólo se logra enseñando que Dios es padre y

señor de todas las cosas y ve todas las cosas y concede la

felicidad a todos los que observan sus dictados. En cambio a los

que no siguen la senda de la virtud los hunde en las máximas

calamidades. Cuando Moisés quiso instituir su doctrina a sus

conciudadanos, no comenzó a establecer sus leyes como lo hacían

otros legisladores, mediante contratos y otros convenios mutuos,

sino haciéndoles elevar su pensamiento hacia Dios y su creación

del mundo, y persuadiéndolos que los hombres somos la más

perfecta de sus creaciones terrestres. Habiéndolos hecho

someterse a la religión, le fué fácil persuadirlos de otras cosas.

Los otros legisladores se ajustaron a las fábulas y atribuyeron

los más vergonzosos pecados humanos a los dioses, proveyendo

de buenas excusas para sus vicios a los hombres más perversos;

nuestro legislador, en cambio, después de demostrar la pureza

de la virtud de Dios, consideró que el hombre debía empeñarse

con todas sus fuerzas en participar de ella. E impuso los más

severos castigos a los que no lo admitían ni lo creían. Insto a los

lectores quieran examinar esta obra bajo este punto de vista.

Podrán comprobar que no hay nada de absurdo ni en la majestad

de Dios ni en el amor que profesa a la humanidad. Porque todas

las cosas se refieren a la naturaleza del universo; nuestro

 

legislador dice algunas cosas sabiamente pero de modo enigmá-

tico y otras envueltas en dignas alegorías, pero cuando es nece-

sario las explica concretamente y con toda claridad. Y los que

 

tengan tendencia a conocer las causas de todas las cosas,

hallarán una teoría filosófica muy particular cuya explicación me

abstendré de dar en este momento, pero si Dios me permite lo

haré al terminar esta obra. Voy a dedicarme ahora a la historia,

cuya redacción he emprendido, después de mencionar lo que dice

 

Moisés sobre la creación del mundo, la que encontramos relatada

en las sagradas escrituras de la siguiente manera.

 

CAPITULO I

 

La creación del mundo. El paraíso. El pecado original.

 

Expulsión de Adán y Eva

 

1.1 Al principio Dios creó el cielo y la tierra. Pero como la

tierra no se veía sino que estaba cubierta de espesas tinieblas y

un, aire recorría la superficie, ordenó Dios que se hiciera la luz.

Hecha la luz, consideró la mole en su totalidad y separó la luz de

las tinieblas, y a las tinieblas las llamó noche y a la luz día; y al

comienzo de la luz y a la hora del descanso los llamó tarde y

mañana. Y éste fué el primer día que existió. Moisés dijo que era

 

un día. Podría dar ahora mismo la razón; pero como he pro-

metido presentar las causas de todas las cosas en un libro

 

aparte, postergaré hasta entonces la explicación. Luego, en el

segundo día superpuso el cielo sobre todo el universo, lo separó

de las demás cosas y determinó que se mantuviera colocado por

sí mismo. Lo rodeó de un cristal, para suministrar la humedad y

las llu^bias a la tierra y provocar la fecundidad. Al tercer día

ordenó que apareciera la tierra seca, rodeada por el mar. El

mismo día hizo que brotaran de la tierra las plantas y las

semillas. El cuarto día adorné el cielo con el sol, la luna y los

demás astros, y les señaló sus movimientos y sus cursos, para

que indicaran las vic áitudes del tiempo y las tempestades. El

quinto día produjo a los animales que nadan y los que vuelan, los

primeros en los mares, los segundos, en el aire; y los clasificó en

especies, y los juntó para que procrearan y aumentaran sus

géneros y se multiplicaran. El sexto día creó a los animales

cuadrúpedos, a los que dividó en machos y hembras; el mismo día

hizo al hombre. En seis días hizo el mundo con todo lo que

contiene, y dice Moisés que el séptimo día fué de descanso y de

suspensión de esa labor. Por eso ese día nos abstenemos de

trabajar y lo llamamos sabat, palabra que significa descanso en

lengua hebrea..

 

1 La división en capítulos y parágrafos y los sumarios no son de Josefo.

 

2. Después del séptimo día Moisés comienza a hablar en tér-

minos de interpretación filosófica y dice acerca de la formación

 

del hombre, que Dios tomó tierra del suelo, hizo al hombre y le

 

insufló espíritu y alma. A este hombre lo llamé Adán, que en len-

gua hebrea significa roja, porque fué hecho de tierra roja ma-

cerada. Porque ésta es auténtica tierra virgen. Y Dios presentó a

 

Adán a los animales, que hizo machos y hembras en sus respec-

tivas especies, y a los que dió los nombres que aún ahora llevan

 

4

. Viendo que Adán carecía de sociedad, que no tenía compañera

hembra (que ninguna había sido creada), y que él observaba

extrañado a los demás animales, que eran machos y hembras, lo

durmió, le sacó una costilla y con ella formó a la mujer. Adán la

conoció y supo que había sido sacada de él mismo. Ishá se dice a

la mujer en lengua hebrea; pero el nombre de esa mujer fué Eva,

que significa madre de todos los vivientes.

3. Cuenta luego que Dios plantó un paraíso en el oriente,

lleno de árboles florecidos; entre ellos se encontraba el árbol de

la vida, y el de la ciencia, con el que se conocería lo bueno y lo

malo. Y que cuando introdujo en el paraíso a Adán con su mujer,

les ordenó que cuidaran las plantas. El jardín estaba regado por

un río, que corría alrededor de toda la tierra y estaba dividido en

cuatro partes. Fisón (que significa multitud), penetra en la India

y desemboca en el mar, y es llamado por los griegos Ganges.

También el Eufrates y el Tigris desembocan en el mar Rojo. La

palabra Eufrates, o Fora, significa dispersión o flor; Tigris o

Diglat, lo que es veloz con angustia. Geón, que corre por Egipto,

significa lo que sale por el este, y es el que los griegos llaman

Nilo.

4. Dios ordenó que Adán y su esposa comieran el fruto de

todas las plantas, pero que se abstuvieran del árbol de la ciencia;

y les previno que si lo tocaban se acarrearían la destrucción.

 

Pero mientras todos los demás animales hablaban el mismo idio-

ma en aquellos tiempos, la serpiente, que vivía con Adán y su

 

mujer, les envidiaba que fueran felices viviendo en obediencia de

 

los mandamientos de Dios. Y suponiendo que si los desobe-

decieran se acarrearían calamidades, indujo a la mujer malicio-

 

2

En la Biblia es Adán el que da nombre a los animales (Gén., 2, 20).

 

samente a probar el fruto del árbol de la ciencia, diciéndole que

en ese árbol residía el conocimiento del bien y el mal, y que si lo

alcanzaran vivirían una vida feliz, a la par de los dioses; por este

medio convenció a la mujer que desobedeciera la orden de Dios.

Cuando ella probó el fruto del árbol, y lo encontró delicioso,

persuadió a Adán a que lo hiciera él también. Advirtieron

entonces que estaban desnudos; se avergonzaron e inventaron la

 

forma de cubrirse. Porque el árbol les había aguzado el entendi-

miento. Y se cubrieron con hojas de higuera. Atándoselas por de-

lante creyeron ser más felices que antes por haber descubierto lo

 

que les hacía falta. Cuando llegó Dios al jardín, Adán, a quien

antes le agradaba conversar con él, consciente ahora de su mal

proceder, se ocultó. Dios le preguntó, asombrado, a qué se debía se

conducta. Por qué él, a quien siempre le gustaba la conversación,

ahora la eludía. Como no contestara nada, sabedor de que había

violado la orden de Dios, le dijo Dios: t -Yo había decretado que

vosotros vivierais felices, sin preocupaciones, sin cuidados y sin

aflicciones; y que todo lo que es sirviera y pudiera proporcionaros

placer creciera por mi providencia, sin trabajos ni esfuerzos por

parte de vosotros; porque trabajos y esfuerzos os llevarían a la

senectud y la vida ya no vnfiduraría mucho. Has abusado de mi

buena voluntad y desobedecido mis órdenes; porque tu silencio

no es señal de virtud sao de mala conciencia.

Adán se disculpó de su pecado, rogó a Dios que no se enojara

 

eón él y acusó a su mujer de ser la culpable de lo sucedido, di-

eiondo que lo había engañado. La mujer a su vez acusó a la

 

serpiente. Pero Dios, por haber seguido el consejo de su mujer,

aplicó a Adán un castigo, diciéndole que en lo sucesivo la tierra

 

no le daría espontáneamente sus frutos; cuando trabajara fatigo-

ante le daría algunos negándole otros. A Eva la hizo sujeta a los

 

dolores del parto, porque había persuadido a Adán con los

mismos argumentos con que la serpiente la había engañado a

produciéndole una situación calamitosa. A la serpiente le qtt é la

palabra, de ira por su malicioso comportamiento con Adán. Le

inyectó además, veneno bajo la lengua, declarándola amiga de

los hombres, a los que indicó que le lanzaran los golpes la cabeza,

porque era donde residían sus perversos designios hacia los

hombres y de ese modo podían herirla más fácilmente de muerte;

 

la privó, además, de los pies, destinándola a arrastrarse por el

suelo. Decretadas estas penas, Dios transaldó a Adán y Eva a

otro sitio.

 

CAPITULO II

 

La posteridad de Adán. Caín y Abel. Los descendientes

 

de Set

 

1. Tuvieron dos hijos varones. Al mayor lo llamaron Caín

 

(palabra que para ser interpretada denotaría posesión). Al se-

gundo Abel (vocablo que significa duelo). También tuvieron hias.

 

Los dos hermanos tenían distintas modalidades. Abel, el menor,

creía en la justicia, y que Dios estaba presente en todos sus

actos; por eso era virtuoso. Su oficio era el de pastor. Caín en

cambio no sólo era perverso en todas las cosas sino también

codicioso. Prefirió primeramente arar la tierra, y luego mató a su

hermano en la siguiente ocasión. Habiendo determinado ofrecer

un sacrificio a Dios, Caín llevó productos agrícolas y fruta de los

árboles, y Abel leche y los primeros frutos de sus rebaños. Dios

se regocijó más con este último sacrificio, porque era más

honrado con lo que crecía espontáneamente en la naturaleza,

que con lo que era un producto forzado de la invención de un

hombre avaro. Indignado Caín porque Dios había preferido a

Abel mató a su hermano y escondió el cadáver, creyendo que no

sería descubierto. Pero Dios, que sabía lo que había pasado, fué

hacia Caín y le preguntó dónde estaba su hermano, a quien -no

veía desde hacía varios días, y siempre los había observado

conversando juntos. Caín vaciló, no sabiendo qué contestar a

Dios. Primero dijo que él también estaba angustiado por su

desaparición, pero presionado por Dios que lo interrogaba con

insistencia, dijo que él no era ni el preceptor ni el guardián de su

hermano, ni el observador de sus actos. Dios replicó condenando

a Caín por haber asesinado a su hermano. "Es extraño, le dijo,

que no sepas qué fué de un hombre a quien tú mismo

eliminaste." Por haberle ofrecido sacrificios rogándole que no

extremara su ira no lo castigó y sólo lo maldijo a él y a su

posteridad hasta la séptima generación; y lo expulsó con su

 

mujer de aquella región. Como él temiera ser víctima de las

fieras y perecer, le ordenó que desechara esas tristes sospechas y

que recorriera la tierra sin temer ningún daño de las fieras; y

poniéndole una señal para que fuera reconocido, lo mandó partir.

2. Después de haber recorrido Caín con su mujer muchos paí.

ses, edificó una ciudad llamada Nod, que es una localidad de este

nombre, y allí estableció su morada, y procrearon hijos. Pero él

no había aceptado su castigo para corregirse sino para aumentar

su maldad; porque sólo buscaba sus propios placeres, aunque con

ello ofendiera al prójimo. Incrementó sus posesiones domésticas

 

y su riqueza pecuniaria mediante la rapiña y la violencia; e in-

vitó a sus familiares a que se entregaran a la lujuria y al latro-

cinio y se convirtió en conductor de hombres por las sendas de la

 

depravación. Alteró la simplicidad de la primitiva vida de los

 

hombres creando las medidas y las pesas; la vida inocente y ge-

nerosa del hombre cuando ignoraba esas cosas se convirtió en un

 

mundo de astucia y artería. Comenzó por trazar límites a la

tierra, edificó una ciudad y la fortificó rodeándola de muros y

obligó a su familia a que se concentrara en ella. Y llamó a la

ciudad Enoc, nombre de su hijo mayor Enoc. Luego Jared fué el

 

hijo de Enoc; y el hijo de éste Maruel; y el hijo de éste Matusa-

lén; y el hijo de éste Lamec, quien tuvo setenta y siete hijos con

 

sus dos esposas, Sila y Ada. Uno de los hijos de Ada fué Jobel,

que levantó tiendas y prefirió la vida pastoral. Jubal, su

hermano de la misma madre, se dedicó a la música, e inventó el

salterio y la cítara. Tobel, uno de los hijos de la otra esposa,

superaba a todos los hombres en fuerza y se destacó en las

actividades militares; de ese modo trataba de lograr lo que

producía placer corporal; e inventó en primer lugar el arte de

acicalar metales. Lamec fué también el padre de una hija

llamada Noema; y como era entendido en la ciencia de la

revelación divina, y supo que sería castigado por haber matado

Caín a su hermano, llamó a sus esposas y se lo comunicó.

Todavía en vida de Adán la descendencia de Caín, por sucesión e

imitación, se fué haciendo cada vez más perversa y fueron

muriendo uno tras otro cada cual más malo que el anterior; eran

violentos en la guerra y apasionados para los robos. Alguno

 

podía ser contenido para el asesinato, pero todos eran de

conducta desenfrenada, injustos y ofensivos.1

3. Adán, que fué el primer hombre y hecho de tierra (porque

ahora debemos hablar de él), después del asesinato de Abel y la

consiguiente huída de Caín, se entregó empeñosamente a

procrear, poseído por un vehemente deseo de engendrar hijos.

Tenía doscientos treinta años; después vivió otros setecientos

años y murió.

 

2 Tuvo muchos otros hijos, entre ellos Set. Los

demás sería fastidioso nombrarlos; sólo voy a referirme a los que

salieron de Set. Cuando Set creció y llegó a la edad en que supo

discernir lo que era justo, se volvió un hombre virtuoso y así

como él fué un hombre de excelentes cualidades los hijos que

dejó imitaron sus virtudes. Vivieron felices en la misma tierra,

sin disensiones y sin sufrir infortunios hasta el día de su muerte.

Fueron también los inventores de esa especie particular de

sabiduría relativa a los cuerpos celestes y su orden. Y para que

sus invenciones no se perdieran antes de ser ampliamente

difundidas, como según la predicción de Adán todas las cosas

serían destruídas primero por el fuego y luego por la violencia de

una gran cantidad de agua, construyeron dos columnas, una de

ladrillos y otra de piedra, e inscribieron en ellas sus invenciones;

si la de ladrillos era derribada por la inundación, quedaría la de

piedra para exhibir al mundo sus descubrimientos, y le

informaría que había otra columna de ladrillos. Hasta el día de

hoy han quedado en la tierra de Siriad.

 

1

J. 1-6

2 En la Biblia(Génesis V, 3-4), Adán es padre a los ciento treinta años y vive luego ochocientos años más.

 

CAPITULO III

 

El diluvio. Salvación de Noé en el Arca. Cronología de los

 

patriarcas

 

1. La posteridad de Set siguió durante siete generaciones con-

siderando a Dios como señor del universo y observando una con-

ducta virtuosa; pero con el tiempo se corrompieron, abandonaron

 

las prácticas de sus antepasados y no cumplieron con las honras

señaladas para ser rendidas a Dios ni se preocuparon de ser

justos con los hombres. El mismo celo que antes demostraban

para ser virtuosos lo demostraban ahora doblemente para ser

perversos, y se acarrearon la enemistad de Dios. Muchos ángeles

de Dios convivieron con mujeres y engendraron hijos injuriosos

que despreciaban el bien, confiados en sus propias fuerzas;

porque según la tradición estos hombres cometían actos

similares a los de aquellos que los griegos llaman gigantes. Noé

se sintió inquieto por su conducta y trató de convencerlos de que

la mejoraran. Viendo que no cedían a sus instancias, y que

seguían esclavizados a sus perversas voluptuosidades, y

temiendo que lo mataran a él, su esposa, sus hijos1 y los

consortes de sus hijos,se alejó de aquella tierra.

 

2. Dios tenía predilección por él, por su virtud; y no sólo con-

denó a los otros por su maldad, sino que determinó perder a todo

 

el genéro humano y reemplazarlo por otro libre de maldad, al

que limitaría la edad; los años de vida ya no serían tanto como

antes sino solamente ciento veinte. Para eso convirtió la tierra

firme en un mar y de ese modo los destruyó. Sólo Noé se salvó;

porque Dios le indicó el siguiente medio: le dijo que construyera

 

un arca de cuatro pisos de altura2 trescientos codos de largo, cin-

cuenta de ancho y treinta de alto. Entró en el arca Noé con su

 

esposa, sus hijos y las esposas de éstos, y no sólo lo cargó de

provisiones para sus necesidades, sino que también hizo entrar a

1 No hay nada de esto ni en la Biblia ni en el Midrash.

2 En la biblia, solamente tres.

 

todas las especies de seres vivos, cada macho con su hembra,

para preservar las especies. De otras clases hizo entrar de a siete

de cada una.

 

3 El arca tenía paredes sólidas y un techo y estaba

reforzado con vigas cruzadas para que no pudiera hundirse, ni

dominado por la violencia de las aguas. Así se salvaron Noé y su

familia. Noé era el décimo descendiente de Adán, hijo de Lamec4

,

cuyo padre era Matusalén, hijo de Enoc, hijo de Jared; Jared era

hijo de Maruel quien, con muchas de sus hermanas, era hijo de

Cainás, hijo de Enoc. Y Enoc fué hijo de Set, hijo de Adán.

3. Esa calamidad ocurrió en el sexacentésimo año de la edad

de Noé, en el segundo mes que los macedonios llaman dius y los

hebreos marjeshvan; así era como contaban el año en Egipto.

Pero Moisés señaló que nisán, que es xanticus, debía ser el

primer mes de sus fiestas, porque ese mes fué cuando salieron

los hebreos de Egipto; luego con ese mes comienza el año, con

todas las solemnidades que observan para honrar a Dios, aunque

se mantiene el orden primitivo de los meses para las compras y

 

las ventas y otras actividades corrientes. Dice él que la inun-

dación comenzó el vigésimo séptimo día3 del nombrado mes, a

 

dos mil seiscientos cincuenta y seis años de Adán, el primer

hombre. En los libros sagrados figuran estos datos, que fueron

 

anotados con gran exactitud porque los hombres de aquella épo-

ca anotaban cuidadosamente el nacimiento y la muerte de los

 

hombres ilustres.

4. Adán engendró a Set cuando tenía doscientos treinta años,

y vivió novecientos treinta. Set engendró a Enec a los doscientos

cinco años; cuando había vivido novecientos doce años entregó la

capitanía a su hijo Cainás, a quien tuvo a los ciento diecinueve

años. Cainás vivió novecientos diez años y tuvo a su hijo Malael,

que nació a los ciento diecisiete años. Malael murió a los

ochocientos noventa y cinco años dejando a su hijo Jared, a quien

engendró cuando tenía ciento sesenta y cinco. Jared vivió no-

 

3 En las Escrituras, Noé embarcó dos parejas de los animales impuros (VI, 19) y siete de los puros (VII, 2).

4

Para mantener el mayor grado de fidelidad con el original, y a pesar de que a veces ofrecen notables

diferencias con sus equivalentes hebreos, hemos conservado en la presente versión los nombres griegos de los

personajes y de los lugares geográficos, tal como aparecen en el texto de Josefo.

3 La Biblia dice el diecisiete. Josefo habrá seguido a los Setenta, que también dan la fecha del

veintisiete.

 

vecientos sesenta y dos4

 

, y le siguió su hijo Enoc, que nació

cuando su padre tenía ciento sesenta y dos. Después de vivir

trescientos sesenta y cinco años se fué con Dios; por esta razón

no registraron la fecha de su muerte. Matusalén, hijo de Enoc,

nacido cuando éste tenía ciento sesenta y cinco años, tuvo un

hijo, Lamec, a los ciento ochenta y siete años; a él le entregó la

capi. tanía después de retenerla novecientos sesenta y nueve

años. Lamec, cuando hubo gobernado setecientos setenta y siete

años,nombró a su hijo Noé como gobernante del pueblo; Noé

nació cuando Lamec tenía ciento ochenta y dos años y había

conservado el gobierno durante novecientos cincuenta años.

Estos años reunidos completan la suma indicada. No

averigüemos la muerte de esos hombres (porque extendían sus

vidas juntos con sus hijos y sus nietos), y sólo observemos su

nacimiento.

5. Cuando Dios dió la señal y comenzó a llover, el agua cayó

durante cuarenta días, hasta que llegó a tener quince codos de

altura sobre la tierra; por esta razón no se salvaron más, porque

no había sitio para volar. Cuando cesó la lluvia, las aguas sólo

 

comenzaron a bajar ciento cincuenta días después, o sea el déci-

moséptimo día del séptimo mes. El arca quedé reposando sobre

 

la cima de una montaña de Armenia. Cuando Noé lo advirtió, la

abrió y viendo un pedazo de tierra concibió esperanzas de pronta

liberación. Unos días más tarde, habiendo bajado las aguas en

mayor grado, Noé envió un cuervo para averiguar si había otras

partes de la tierra que habían quedado libres del agua y si podía

salir sin peligro del arca. Pero el cuervo no volvió. Siete días

después envió una paloma5

 

, para explorar el estado de la tierra;

volvió cubierta de barre y trayendo una rama de olivo en el pico;

de este modo Noé supo que la tierra se había librado del diluvio.

Se quedó en el arca otros siete días y luego hizo salir a los

animales. Y salió también él con su familia, y ofrecieron

sacrificios a Dios y festejaron. Los armenios llaman a ese sitio

 

4 El Génesis y los Setenta fijan la edad de Jared en novecientos sesenta y dos años. La otra

cifra es la de Matusalén.

5 En la Biblia la paloma fué despachada en tres oportunidades, para averiguar el estado de la tierra

(Génesis, VIII, 8, 10, 12).

 

aporateion, o desembarcadero, y hasta hoy en día muestran sus

habitantes en él los restos del arca.

6. El diluvio y el arca les mencionan todos los que escribieron

 

las historias bárbaras, entre ellos Beroso el caldeo. Cuando des-

cribe las circunstancias del diluvio expresa lo siguiente: "Dicen

 

que todavía queda una parte de ese barco en Armenia, en el

monte Cordión; y que hay gente que se lleva trozos de betún

para usarlos como amuletos contra la mala suerte". Lo mismo

dicen Jerónimo el egipcio, que escribió sobre las antigüedades de

los fenicios, y Manaseas, y muchos otros. Nicolás de Damasco, en

su nonagésimo sexto libro, incluye un relato particular al

respecto, en estos términos: "Hay una gran montaña en

Armenia, sobre Minias, llamada Baris, en la cual se dice que se

salvaron muchos de los que huyeron del diluvio; y dicen que uno

que viajaba en un arca tocó tierra en su cima; y que los restos de

la madera se conservaron durante mucho tiempo; este último

debe de haber sido el hombre a quien se refiere Moisés, el

legislador de los judíos".

7. Temeroso Noé de que Dios, que había resuelto destruir al

género humano, inundara algún año la tierra, ofreció sacrificios

y rogó a Dios que las cosas siguieran en lo sucesivo como antes, y

que no pronunciara nunca más una sentencia tan grande como

 

aquélla, que pusiera en peligro a toda la creación. Habiendo cas-

tigado a los malos, que su bondad perdonase a los restantes y a

 

los que hasta entonces había creído conveniente librar de la

calamidad. De lo contrario los últimos serían más desdichados

que los primeros, condenados a sufrir una suerte peor, si no se

les permitía librarse completamente del peligro. Es decir, en el

caso de que estuvieran reservados para ser aniquilados en otro

diluvio. Porque estarían aterrorizados por el recuerdo del

primero y amenazados por un segundo. Rogó asimismo a Dios

que aceptara sus sacrificios y garantizara que la tierra jamás

volvería a ser objeto de una ira tan grande, que los hombres

podrían seguir cultivando alegremente la tierra, levantar

ciudades y habitarlas felices. Y que no fueran privados de todas

las cosas buenas de que gozaban antes del diluvio. Y que

alcanzaran la edad a que llegaban los hombres de antes.

 

8. Ante las preces de Noé Dios, que lo apreciaba por ser un

hombre justo, le concedió sus pedidos y le dijo que no era él

 

quien había desencadenado la destrucción de un mundo corrom-

pido, que los perversos habían provocado la venganza por su

 

maldad; que no había traído hombres al mundo con el propósito

de ser aniquilados, porque era de más alta sabiduría no darles

vida desde un principio, que dársela para después destruirla.

-Pero las ofensas -dijo-, que infirieron a mi santidad y virtud,

me obligaron a castigarlos. No obstante postergaré los castigos,

movido por tus súplicas. Y si alguna vez envío a la tierra grandes

lluvias, tempestuosas, no os alarméis por su prolongada

duración. El agua no volverá a cubrir la tierra. Os exijo,sin

embargo, que os abstengáis de derramar sangre humana, y que

no cometáis crímenes; y que castiguéis a los que lo hagan. Os doy

permiso para usar a vuestro gusto a todos los demás animales, y

como os indique vuestro apetito. Porque yo os he hecho amos y

señores de todos ellos, tanto de los que caminan por la tierra,

como los que nadan en el agua y los que vuelan en el aire, salvo

su sangre, porque en ella está la vida. Y os daré una señal de que

he dejado a un lado mi ira, mediante mi arco. (Porque se decidió

que el arco iris era el arco de Dios.)

Después de formular esta promesa, Dios se retiró.

 

9. Noé vivió feliz trescientos cincuenta años después del dilu-

vio y murió, habiendo vivido novecientos cincuenta años. Que

 

nadie piense, al comparar la vida de los antiguos con la nuestra,

y con los pocos años que ahora existimos, que lo que hemos dicho

sea falso, o deducir de nuestra vida breve que ninguno de los

antiguos vivió tanto; porque ellos eran queridos por Dios y

hechos por Dios mismo, y como sus alimentos eran más propios

para la prolongación de la vida, bien pudieron haber vivido esa

cantidad de años. Además Dios les concedió más tiempo de vida

por sus virtudes y por el buen uso que hicieron de ella para

realizar descubrimientos astronómicos y geográficos, que si no

vivieran seiscientos años no podrían predecirlo (la periodicidad

de los astros). Pongo por testigos de lo que digo a todos los que

han escrito sobre las antigüedades, tanto griegos como bárbaros;

están de acuerdo hasta Manetón, que escribió la historia de

 

Egipto, Beroso, que clasificó los monumentos caldeos, Moc,

Hestieo, y además Jerónimo el egipcio y los que compusieron la

historia fenicia. También Hesiodo, Hecateo, Helánico y Acusilao;

y también Eforo y Nicolao dicen que los antiguos vivían mil años.

Sobre esto que cada cual piense lo que le parezca mejor.

 

CAPITULO IV

 

La descendencia de Noé. La Torre de Babel. Confusión de

 

las lenguas

 

1. Los hijos de Noé fueron tres, Sem, Jafet y Cam, nacidos

caen años antes del diluvio. Fueron los primeros en descender de

las montañas a las llanuras donde fijaron su residencia, y

persuadieron a los demás, que temían los terrenos bajos por el

peligro de inundación, y no querían bajar de las alturas, a que

siguieran su ejemplo. La llanura donde vivieron primero se

llamaba Senaar. Dios les ordenó además que enviaran colonias a

ocupar otras regiones, que no fomentaran entre sí las disidencias

y que cultivaran gran parte de la tierra y gozaran ampliamente

 

de sus frutos; pero como estaban muy mal enseñados desobede-

cieron a Dios y cayeron en nuevas calamidades y tuvieron que

 

conocer por experiencia el pecado en que habían incurrido. Cuan-

do florecieron en una multitud de jóvenes, Dios les reiteró el

 

consejo de que enviaran colonias. Ellos suponiendo que la vida

cómoda de que gozaban no provenía del favor de Dios sino de sus

propias fuerzas, no obedecieron. Y añadieron a la desobediencia

la sospecha de que les ordenaban separarse en colonias porque

estando divididos los podrían oprimir más fácilmente.

2. El que les incitó a semejante desprecio de Dios fué

Nebrodes, nieto de Cam, hijo de Noé, un hombre audaz y de

mucha fuerza en los brazos, quien los persuadió de que no

adjudicaran a Dios la causa de su felicidad, porque sólo se la

debían a su propio valor. Paulatinamente convirtió el gobierno

en una tiranía, viendo que la única forma de quitar a los

hombres el temor a Dios era el de atarlos cada vez más a su

propia dominación. Afirmó que si Dios se proponía ahogar al

mundo de nuevo, haría construir una torre tan alta que las

aguas jamás la alcanzarían, y al mismo tiempo se vengaría de

Dios por haber aniquilado a sus antepasados.

 

3. La multitud estuvo dispuesta a seguir los dictados de

Nebredes y a considerar una cobardía someterse a Dios. Y

levantaron la torre; trabajaron sin pausa ni descanso, y como

eran muchos los brazos que intervenían comenzó a levantarse

rápidamente, más rápido de lo que sería de esperar. Pero era tan

gruesa y tan fuerte, que por su gran altura parecía menos de lo

que era. Estaba construida de ladrillos cocidos, unidos con betún

para que no pasara el agua. Cuando Dios los vió trabajar como

locos decidió no destruirlos por completo, ya que no habían

aprendido nada de la destrucción de los pecadores anteriores;

provocó, en cambio, la confusión catre ellos haciéndolos hablar

en distintas lenguas para que no se entendieran entre sí. El

lugar donde edificaron la torre se llamó Babilonia, por la

confusión de las lenguas; porque en hebreo babel significa

confusión. La Sibila también hace mención de la torre y de la

confusión de las lenguas, al decir: "Cuando los hombres

hablaban todos el mismo idioma algunos de ellos edificaron una

torre de gran altura, como si quisieran por 4% ascender al cielo,

pero los dioses enviaron tormentas de viento y derribaron la

torre, e hicieron hablar a cada uno un idioma distinto. Por eso se

llamó aquella ciudad Babilonia". En cuanto a la llanura de

Senaar del campo de Babilonia, Hestieo la nomhra al decir que

"los sacerdotes que fueron salvados tomaron los vasos sagrados

de Júpiter Enialio y se fueron a Senaar de Babilonia”.

 

CAPITULO V

 

Dispersión por todo el mundo de la posteridad de Noé

 

1 Después de eso se dispersaron, según sus lenguas, e insta-

iáron colonias en todas partes. Cada colonia ocupó las tierras a

 

las q te habían llegado y a las que Dios los había conducido, de

tal modo que todo el continente se llenó de colonias, tanto las

tierras Mediterráneas como las marítimas. Muchos atravesaron

el mar en barcos y habitaron las islas. Algunas naciones

conservan el nombre que les dieron sus primitivos fundadores,

otras lo perdieron otras introdujeron algunos cambios para

hacerlos más comprensibles por sus habitantes. Fueron los

griegos los autores de estos cambios, porque en los siglos

posteriores se hicieron poderosos y reivindicaron para sí la gloria

de la antigüedad y aplicaron nombres a las naciones que sonaran

bien y que ellos pudieran "enderlos mejor y les dieron formas

concordantes de gobierno,o si fueran pueblos que procedían de

ellos mismos.

 

CAPITULO VI

 

Los pueblos derivados de los hijos de Noé. Origen de los

 

hebreos

 

Los primeros que ocuparon las tierras les dieron nombres

honraban a los nietos de Noé. Jafet, el hijo de Noé, tuvo, siete

hijos. Se instalaron en las tierras que comenzaban en las

montañas Tauro y Amán y que se extendían por Asia hasta el río

Tanais, y por Europa hasta Cádiz, y llamaron a las tierras con

sus propios nombres. Gomar fundó las que los griegos llaman

ahora de los gálatas pero que antes se llamaban de los

gomarenses. Magog fundó a los que se llamaron magogas, pero

que los griegos denominan escitas. En cuanto a Javán y Mades,

hijos de Jafet, de Mades derivan los madeos, que los griegos

llaman medos; de Javán deriva Jonia. Tobel fundó a los tobelos,

que ahora se llaman iberos. Los mosquenos fueron fundados por

Mosoc; ahora son los capadocios. Todavía queda una huella de

las antiguas denominaciones; porque todavía ahora existe una

ciudad llamada Mazaca, que puede informar a los que sean

capaces de entenderlo que así se llamó en un tiempo toda la

nación. Tiras llamó a los que gobernó tirios; los griegos les

cambiaron el nombre por el de tracios. De los tres hijos de

Gomar, Ascanaxo fundó a los ascanaxos, que ahora los griegos

llaman reginos. Rifate fundó a los rifateos, llamados ahora

paflagones; y Tigrame, a los tigrameos, que ahora, por resolución

de los griegos, se llaman frigios. De los tres hijos de Jayán, hijo

de Jafet, Elisas dió nombre a los eliseos, que eran sus súbditos;

ahora son los eolios. Tarso dió nombre a los tarsos, que así se

llamaba antiguamente Cilicia; la prueba está en que la ciudad

más noble que tienen, y que es metrópoli además, se llama

Tarso, habiéndole cambiado la theta por la tau. Ceteim poseyó la

isla de Cetim (ahora se llama Chipre). De ahí que todas las islas,

 

y la mayor parte de la costa marítima, sean llamadas Cetim por

los hebreos. Una de las ciudades de Chipre pudo conservar su

nombre; la llaman Citio los que cambiaron por el griego, nombre

que no discrepa mucho del de Cetim1

 

. Muchas naciones

poseyeron los hijos y los nietos de Jafet. Después de establecer

algo que los griegos quizá no sepan, explicaré lo que he pasado

por alto. Porque los nombres se escriben aquí a la manera de los

griegos, para satisfacción de los lectores. En la lengua de nuestra

tierra no se pronuncian así; los nombres siempre tienen la

misma forma y la misma terminación. El nombre que aquí

pronunciamos Noes, es Noé, y conserva la misma terminación en

todos los casos.

2 Los hijos de Cam poseyeron la tierra de Siria y Amán las

montañas del Líbano, ocupando todas las tierras hasta la obsta

del mar y del océano. Algunos de sus nombres desaparecieion

completamente; otros fueron cambiados, con otra pronunciación

difícil de identificar. Algunos, sin embargo, se conservan sin

variaciones. De los cuatro hijos de Cam el tiempo no alteró el

ñümbre de Cus; porque los etíopes, sobre los cuales reinó, se

minan ellos mismos y así les dicen todos los habitantes del Asia,

cogeos. La memoria de los mestres también se conserva en su

üornbre; porque todos los que habitamos en este país llamamos a

Egipto Mestre y a los egipcios mestreos. Fut fué el fundador de

Libia, y llamó por su nombre futeos a sus habitantes. Hay un río

 

en la región de Maurón que se llama así; por eso muchos histo-

riadores griegos nombran ese río y sus adyacencias con el nom-

bre de Fut. Pero el nombre que tiene ahora lo lleva por uno de

 

los hijos de Mestraim, llamado Libios. Diremos ahora por qué

llama así el Africa. Canaán, el cuarto hijo de Cam, habitó la

región llamada ahora Judea, y le puso su propio nombre,

Canaán.Los hijos de Cam tuvieron hijos a su vez. Cus tuvo seis.

Sabas fundó a los sabeos, Evilas a los evileos, que hoy se llaman

getulos, Sabatas a los sabatenos, que los griegos llaman

astabaros, Sabacatas a los sabavatenos, Ragmo a los ragmeos;

éste tuvo dos hijos, uno de ellos, Judadas, estableció la familia de

los judadeos, pueb de los etíopes occidentales, y les dió su

1

Josefo cita solamente tres hijos de Jayán: Elisas, Tarso y Cetim. El Génesis nombra a otro, Dodanim (X, 4),

que en Crónicas, 1, figura como Rodanim.

 

nombre. Lo mismo que sabas con los sabeos. Pero Nebrodes, hijo

de Cus, se instaló como tirano en Babilonia, de lo que ya hemos

informado. Los hijos de Mestraim, que eran ocho, poseyeron la

región que va de Gaza a Egipto, pero sólo quedó el nombre de

uno de ellos, Filistinos; los griegos llaman a esa parte de la

región Palestina. De los demás, Ludim, Enemim, Labim (el único

que colonizó Libia lpuso a las tierras su nombre), Nedem,

Fetrosim, Ceslem y Geftorim, no sabemos nada, fuera de sus

nombres. Porque la guerra de Etiopía, que luego describiremos,

ocasionó la destrucción de esas ciudades Los hijos de Canaán

fueron éstos: Sidonio, edificó una ciudad con su nombre en

Fenicia; los griegos la que siguen llamando Sidón, Amatio habitó

en Amate, que todavía ahora llaman Amatia sus habitantes,

aunque los macedonios, la denominaron Epifanía, en recuerdo de

un antepasado. Aradio poseyó la isla de Arado. Aruceo poseyó

Arce, que está en el Líbano. De los otros siete, Ceteo, Jebuseo,

Amorreo, Gergeseo, Eveo, Sineo y Samareo, nuestras sagradas

escrituras no dicen nada, fuera de nombrarlos, porque los

hebreos derribaron sus ciudades y esa fué la causa de sus

calamidades.

3. Noé, cuando después del diluvio la naturaleza se restituyó

a su anterior condición, se dedicó a la agricultura; plantó viñas, y

cuando maduró la uva la recogió en su estación, hizo vino, ofreció

sacrificios y festejó. Y habiéndose embriagado, quedó dormido,

desnudo de manera indecorosa. Su hijo menor lo vió y riendo lo

mostró a sus hermanos; ellos cubrieron la desnudez de su padre.

Cuando Noé lo supo, oró por la prosperidad de sus dos hijos

mayores; a Cam no lo maldijo, por su parentesco sanguíneo, pero

maldijo a su descendencia, y como los restantes eludieron la

maldición, Dios la infligió en los hijos de Canaán. De este asunto

hablaré a continuación.

4. Sem, el tercer hijo de Noé, tuvo cinco hijos, que habitaron

las tierras del Asia que comienzan en el Eufrates y llegan al

océano Indico. Elam dejó a los elamitas, antepasados de los

persas. Asur vivió en la ciudad de Nínive, y llamó a sus súbditos

asirios; fué la nación más afortunada. Arfaxad dió nombre a los

arfaxadeos, que son ahora los caldeos. Aram originó a los

arameos, a quienes los griegos llaman sirios. Lud fundó a los

 

ludos, que ahora son llamados lidos. De los cuatro hijos de Aram,

Us fundó la Traconita y Damasco, entre Palestina y Celesiria. Ul

fundó a Armenia; Geter a los bactrianos; Mes a los mesaneos,

región que ahora se llama Espasina Carax. Arfaxad fué padre de

Salas, y éste de Héber, de cuyo nombre se llamó originalmente

hebreos a los judíos. Héber engendró a Juctas y a Falec, llamado

así porque nació cuando se desparramaron las naciones en sus

respectivas tierras. Porque Falec en hebreo significa división.

Juctas, uno de los hijos de Héber, tuvo los siguientes hijos:

Elmodad, Salef, Azermot, Ires, Adoram, Ezel, Declas, Ebal,

Abimael, Sabeo, Ofir, Evilates y Jobab. Habitaron junto al río

Cofen, un río de la India. y en una parte de la Aria adyacente. Y

con esto será suficiente en cuanto a los hijos de Sem.

 

5. Ahora hablaré de los hebreos. Falec, hijo de Héber, engen-

dró a Ragav, cuyo hijo fué Serug, a quien le nació Nacor; hijo de

 

éste fué Tare, que fué el padre de Abram, que fué por lo tanto el

décimo después de Noé; nació doscientos noventa y dos años

después del diluvio. Porque Tare engendró a Abram a los setenta

años. Nacor engendró a Arán cuando tenía ciento veinte años.

Nacor nació por Serug cuando éste tenía ciento treinta y dos.

Ragav tuvo a Serug a los ciento treinta. A la misma edad tuvo

Falec a Ragav. Héber procreó a Falce a los ciento treinta y

cuatro; y él fué engendrado por Salas cuando tenía ciento

treinta, y éste por Arfaxad a los ciento treinta y cinco. Arfaxad

fué hijo de Sem, y nació doce años después del diluvio. Abram

tuvo dos hermanos, Nacor y Arán; de ellos Arán dejó un hijo,

Lot, y dos hijas, Sara y Melca, y murió en una ciudad de Caldea

llamada Ur, donde todavía puede verse su monumento. Los dos

hermanos se casaron con sus sobrinas; Nacor con Melca y Abram

con Sara.

Como Tare odiaba a Caldea, por la muerte de Arán, todos

emigraron a Caran, en Mesopotamia. Allí murió Tare y fué

sepultado después de haber vivido doscientos cinco años; porque

la vida del hombre había disminuido gradualmente haciéndose

más corta, hasta el nacimiento de Moisés; después el término de

la existencia humana fué de ciento veinte años, según determinó

Dios que fuera la duración de la vida de Moisés. Nacor tuvo con

Melca ocho hijos: Ux, Baux, Matuel, Cazam, Asav, Feldas, Ieldaf

 

y Batuel. Todos hijos legítimos de Nacor, porque Tabeo, Gaam

Tavau y Macas fueron hijos de Ruma, su concubina. Pero Batuel

tuvo una hija Rebeca y un hijo Labán.

 

CAPITULO VII

 

Abram se instala en la tierra de Cancún

 

1. Como Abram no tenía hijos adoptó a Lot, hijo de su her-

inano Arán y hermano de su esposa Sara, y abandonó la tierra

 

de Caldea. A los setenta y cinco años de edad y por orden de Dios

 

se trasladó a Canaán, donde residió y dejó la tierra a sus des-

cendientes. Era un hombre muy inteligente, entendía todas las

 

cosas y sabía convencer a los que lo escuchaban, y no se equivo-

caba en sus opiniones. Por eso comenzó a concebir una idea más

 

elevada de la virtud que los demás hombres, y la noción que en

aquel entonces tenían acerca de Dios; porque él fué el primero en

declarar que hay un solo Dios, creador del universo; y que si los

demás seres contribuían en algo a la felicidad de los hombres, lo

hacían en virtud del papel que tenían señalado por disposición

divina y no por su propio poder. Estas opiniones le fueron

inspiradas por los fenómenos naturales que etservaba en la

tierra y en el mar, como también en el sol, la luna y los demás

cuerpos celestes.

-Si estos cuerpos -decía- tuvieran poder propio, cuidarían de

cumplir ordenadamente sus movimientos; faltándoles ese po.

der, es indudable que colaboran en nuestro beneficio no por su

propia capacidad sino como subordinados del que los manda y a

 

quien debemos ofrecer nuestras honras y nuestro agradeci-

miento.

 

Cuando los caldeos y otros pobladores de la Mesopotamia se

 

levantaron contra él por sus doctrinas, creyó conveniente aban-

donar la región. Y por orden y con la ayuda de Dios fué a vivir a

 

la tierra de Canaán, donde una vez instalado erigió un altar y

ofreció un sacrificio a Dios.

2. Beroso menciona a nuestro padre Abram sin nombrarlo.

cuando dice: "En la décima generación después del diluvio hubo

entre los caldeos un hombre justo y grande, y entendido en la

ciencia del cielo." Hecateo hizo algo más que nombrarlo; dejó

 

todo un libro sobre él. Nicolás de Damasco, en el cuarto libro de

sa historia, dice: "Abram reinó en Damasco, siendo forastero, y

habiendo llegado con un ejército de una tierra situada más allá

de Babilonia que él llamaba Caldea. Poco tiempo después se

trasladó con su familia a la tierra llamada entonces Canaán y

que ahora se llama Judea. Fué cuando su posteridad se

multiplicó y se convirtió en una multitud; en cuanto a esa

posteridad, relatamos su historia en otro libro. El nombre de

Abram sigue siendo famoso en Damasco, donde hay una aldea

que se llama en su honor Residencia de Abram".

 

CAPITULO VIII

 

Hambre en Canaán. Abram se transiada a Egipto y en

 

seña a los egipcios

 

1. Cuando invadió el hambre a la tierra de Canaán y Abram

averiguó que los egipcios estaban en buena situación, se dispuso

a trasladarse allí para participar de su abundancia y escuchar la

opinión de sus sacerdotes sobre los dioses, y luego seguirlos si los

conceptos de ellos fueran mejores que los suyos, o convertirlos si

 

los de él resultaran más verdaderos. Como tenía que llevar con-

sigo a Sara y temía la intemperancia de los egipcios con respecto

 

a las mujeres y de que el rey lo matase por la gran belleza de su

mujer, recurrió al expediente de hacerse pasar por su hermano, y

la instruyó para que dijera lo mismo, asegurándole que sería en

su beneficio.

Cuando llegó a Egipto sucedió lo que Abram había

sospechado; la fama de la belleza de su mujer se había extendido

por todas partes. El faraón, rey de Egipto, no se conformó con lo

que le informaron, quiso verla personalmente, preparándose de

antemano a gozarla. Pero Dios detuvo sus injustos deseos,

enviándole una peste y una rebelión contra su gobierno. Cuando

preguntó a los sacerdotes cómo se podría librar de las

calamidades, le respondieron que su desdicha se debía a la ira de

Dios, por haber querido abusar de la esposa del extranjero.

Dominado por el temor, preguntó a Sara quién era y con quién

había venido. Cuando supo la verdad pidió disculpas a Abram;

creyendo que la mujer era su hermana y no su esposa, había

querido emparentar con él casándose con la mujer y no abusar

de ella incitado por la lujuria. Le dió grandes riquezas y lo

relacionó con los egipcios más eruditos, con quienes Abram

conversó, destacando y aumentando su virtud y su reputación.

2. Los egipcios tenían anteriormente diversas costumbres, y

se despreciaban mutuamente sus ritos sagrados, odiándose y

ridiculizándose entre sí. Abram conferenció con cada uno de ellos

 

refutando las razones que daban en abono de sus respectivas

prácticas, y demostrando que esas razones eran vanas y carentes

de verdad. Todos lo admiraban como a un hombre sabio,

ingenioso y perspicaz cuando hablaba de cualquier tema; y no

sólo para pensarlo sino también para explicarlo y lograr el

consentimiento de los que lo escuchaban. Les enseñó aritmética

y la ciencia de la astronomía; porque antes de la llegada de

Abram a Egipto no conocían esas disciplinas, que llegó de Caldea

a Egipto y de ahí pasó a los griegos.

8. En cuanto Abram volvió a Canaán dividió su tierra con Lot,

debido a las disensiones de los pastores sobre las tierras de

pastoreo, dejando a Lot la opción de elegir la parte que quisiese;

y él se quedó con la parte restante, que eran las tierras más

bajas situadas al pie de las montañas. Vivió en Hebrón, ciudad

siete años más antigua que la de Tanis en Egipto. Lot poseyó la

tierra de la llanura y el río Jordán, no lejos de la ciudad de

Sodoma, que era entonces una buena ciudad y se encuentra

ahora destruida por la ira de Dios, por la causa que luego

señalaré en su lugar oportuno.

 

CAPITULO IX

 

Guerra de los sodomitas con los asirios

 

1. En aquellos tiempos en que los asirios imperaban en Asia,

Sodoma gozaba de una situación floreciente tanto en riquezas

 

como en abundancia de juventud. Eran cinco los reyes que domi-

naban en la región, Balas, Barsas, Senabar, Simobor y el rey Ba-

lenón, y cada rey comandaba sus propias tropas.

 

Los asirios les hicieron la guerra dividiendo su ejército en

cuatro partes. Cada parte tenía su jefe y después de entablada la

batalla los asirios fueron los vencedores e impusieron gabelas a

los reyes sodomitas. Durante doce años se sometieron y pagaron

el tributo, pero el año décimotercero se rebelaron. El ejército

asirio volvió a atacarlos a las órdenes de Amarapside, Ariocho,

Codolamor y Tadal. Estos jefes arrasaron a Siria y vencieron a

los descendientes de los gigantes. Cuando llegaron a las tierras

de Sodoma instalaron el campamento en el valle llamado Pozos

de Betún, porque en aquel tiempo era un lugar lleno de pozos

(fréata). Ahora, desaparecida la ciudad de Sodoma, el valle se

transformó en un lago que se llama Asfaltites. De este lago

volveremos a hablar más adelante. Entablada la lucha de los

sodomitas con los asirios la batalla se hizo encarnizada; muchos

murieron y los de. más fueron tomados cautivos, entre ellos Lot,

que había acudido en auxilio de los sodomitas.

 

CAPITULO X

 

Abram vence a los asirios, pone en libertad a los prisioneros y

 

recupera el botín

 

1. Cuando Abram se enteró de la calamidad que les había

ocurrido, temió por Lot, su pariente, y se compadeció de los

sodomitas, que eran sus amigos y vecinos. Consideró conveniente

prestarles ayuda y partió sin demora; marchó rápidamente y a la

quinta noche atacó a los asirios cerca del Dan (que así se llama

la otra rama del Jordán), y sorprendiéndolos de improviso,

desprevenidos e inermes, mató a los que estaban durmiendo y

puso en fuga a los que no se habían, acostado aún, pero que

estaban demasiado embriagados para luchar. Abram los

persiguió y al día siguiente los ahuyentó hacia Soba, lugar

perteneciente a Damasco.

De este modo demostró que la victoria no depende del

número, sino de la rapidez y el valor de los soldados, que pueden

dominar grandes multitudes; Abram venció a un ejército tan

grande con sólo trescientos dieciocho de sus sirvientes y tres

amigos. Todos los que huyeron regresaron a sus hogares

ignominiosamente.

2. Abram libertó a los cautivos tomados por los asirios, salvó

también a su pariente Lot y volvió en paz a su casa. El rey de

Sodoma se encontró con él en un sitio llamado Campo real,

donde lo recibió el rey de la ciudad de Solima, Melquisédec. Este

nombre significa "rey justo"; y lo era, en opinión de todos. Por

esa razón lo hicieron sacerdote de Dios. Y a Solima luego la

llamaron Jerusalén.

Melquisédec abasteció generosamente al ejército de Abram

dándole abundantes provisiones. Y mientras se hallaban

festejando lo elogió y alabó a Dios por haber sometido al enemigo

a sus manos. Abram le dió la décima parte del botín y él la

aceptó; el rey de Sodoma, por su parte, insistió en que Abram

 

retuviera el botín para sí; pero le rogó que le devolviera los

hombres que había salvado de los asirios, porque eran de él.

Abram no quiso tomar del botín más que las provisiones para

sus sirvientes, pero ofreció una parte a sus amigos que lo habían

ayudado en la batalla. El primero se llamaba Escol, el segundo

Ener y el tercero Mambres.

3. Dios encomió su virtud, pero le dijo:

-No debes renunciar a la recompensa que merece tu hazaña.

-¿Qué ventaja me dará esa recompensa -respondió él-, si

nadie la gozará en lo futuro? (Porque no tenía hijos).

Dios le prometió que tendría un hijo y que su posteridad sería

muy numerosa, tanto como el número de estrellas. Y él ofreció

un sacrificio a Dios, de acuerdo con sus órdenes. El sacrificio fué

de esta manera: tomó una becerra de tres años, una cabra de

tres años, un carnero igualmene de tres años, una tórtola y un

palomino, y los dividió en dos, menos las aves. Luego, antes de

que erigiera el ara y mientras volaban las aves de rapiña

sedientas de sangre, oyó una voz divina que le anunció que su

posteridad tendría vecinos enemigos durante su permanencia en

Egipto, que se prolongaría cuatrocientos años; en ese lapso

sufriría penas, pero luego vencería a sus enemigos, triunfaría en

la guerra contra los cananeos y tomaría posesión de sus tierras y

sus ciudades.

4. Abram vivía cerca del roble llamado Ogiges (un sitio que

pertenecía a Canaán, no lejos de la ciudad de Hebrón).

Preocupado por la esterilidad de su mujer, rogó a Dios que le

concediera descendencia masculina. Dios le dijo que tuviera

ánimo, que a todos los dones que le había acordado desde que lo

sacó de Mesopotamía, agregaría el de darle hijos. Sara, de

acuerdo con las órdenes de Dios, le llevó a la cama a una sierva

llamada Agar, de ascendencia egipcia, para que le diera hijos.

Cuando ésta estuvo embarazada miró con desprecio a Sara, como

si el poder estuviera destinado a pasar a las manos de su prole.

Abram la entregó a Sara para que la castigara y la mujer optó

por huir y rogó a Dios que se compadeciera de ella.

 

En el desierto le salió al encuentro un ángel de Dios y le orde-

nó que volviera a la casa de sus amos; si se sometía a su

 

prudente consejo, viviría mejor en lo sucesivo. Porque el motivo

de su actual desgracia era su ingratitud y su arrogancia frente a

su ama.

Si desobedecía a Dios y persistía en seguir su camino,

perecería; pero si volvía sería madre de un hijo que reinaría en

la región. Volvió y obtuvo el perdón de sus amos y poco tiempo

después nació Ismael, que significa oído por Dios, porque Dios

escuchó los ruegos de su madre.

5. Abram tenía ochenta y seis años cuando nació el hijo que

hemos dicho. A los noventa y nueve Dios se le apareció y le pro.

metió que tendría otro hijo con Sara, y le ordenó que le pusiera

de nombre Isaac; anunciándole que de su hijo saldrían grandes

naciones y reyes, que por medio de guerras obtendrían toda la

tierra de Canaán, desde Sidón hasta Egipto. Pero le prescribió

que, para que su posteridad no se mezclara con otras, deberían

circuncidarse a los ocho días de haber nacido. La causa de la

circuncisión la explicaré en otro lugar 1

.

 

Preguntado por Abram si Ismael viviría, Dios le informó que

 

sería longevo y padre de grandes multitudes. Después de agrade-

cer a Dios por sus favores Abram se circuncidó, así como todos

 

los que estaban con él y el niño Ismael, que tenía a la sazón trece

años en tanto que él contaba noventa y nueve.

 

1 En la Biblia Dios anuncia a Abram que tendrá un hijo con Sara, que el nombre de Abram será en lo sucesivo

Abraham, porque haría de él un padre de multitudes, y que su mujer Sarai, madre de naciones, se llamará en

adelante Sara; y establece la circuncisión como signo del pacto con Jehová (Gen. cap. 7). Esas referencias

acerca del cambio de nombres faltan en el relato de Josefo.

 

CAPITULO XI

 

Cólera de Dios por los pecados de los sodomitas. Destrucción de

 

Sodoma. Las hijas de Lot

 

1. Por aquella época los sodomitas, a causa de su gran

riqueza, se volvieron orgullosos, injustos con los hombres e

impíos en la religión, olvidando los beneficios recibidos; odiaban

a los forasteros y se entregaban a costumbres repudiables. Dios

se sintió ofendido y decidió castigar su insolencia, y no solamente

derribarles la ciudad, sino también, devastar los campos para

que no creciera ningún producto de la tierra.

2. Cuando Dios decretó la suerte de los sodomitas, Abram

(que estaba sentado a la puerta de su casa, junto al roble de

Mambre), vió tres ángeles, y creyendo que serían forasteros, se

levantó, los saludó y les ofreció su hospitalidad. Aceptaron y en

seguida ordenó que se hicieran panes de harina flor, mató un

becerro, lo asó y se lo llevó a sus huéspedes, que estaban

sentados debajo del árbol. Ellos hicieron que comían y le

preguntaron de paso dónde estaba Sara. Respondió que estaba

dentro de la casa; le dijeron entonces que volverían

posteriormente y que para ese entonces Sara sería madre. La

mujer al oírlos sonrió y dijo que era imposible que ella

engendrara hijos porque era nonagenaria y su marido tenía cien

años. Ellos no disimularon más y manifestaron que eran ángeles

de Dios; uno de ellos había sido enviado para anunciarles un hijo

y los otros dos para derribar a Sodoma.

3. Oyendo esto, Abram se sintió apenado por los sodomitas; se

levantó y rogó a Dios por ellos, pidiéndole que no destruyera a

los buenos junto con los ímprobos. Dios repuso que no había

buenos entre los sodomitas, y que si hubiese diez perdonaría a

 

todos el castigo de sus pecados. Abram guardó silencio y los án-

geles fueron a la ciudad de Sodoma donde Lot les pidió que acep-

 

taran albergarse en su casa; porque era generoso con los foraste-

ros y había aprendido a imitar la bondad de Abram. Los

 

sodomitas, al ver a los adolescentes de extraordinaria belleza

que se habían alojado en la casa de Lot, decidieron gozar de ellos

por la fuerza; Lot los exhortó a contenerse y a no ofrecer un

espectáculo inconveniente a los extranjeros, que eran sus

huéspedes; y que si no podían dominarse, les daría a su hija para

satisfacer su lujuria.

Pero no cedieron.

4. Dios, iracundo por su audacia y su impudicia, quitó la vista

a esos hombres para que no pudieran hallar la entrada de la

casa de Lot, y condenó a Sodoma a la destrucción total. Lot,

informado por Dios de que los sodomitas serían destruídos,

partió de la ciudad con su mujer y sus hijas (que eran dos y eran

vírgenes) ; en cuanto a los dos hombres con quienes estaban

prometidas se burlaron de Lot y de sus palabras. Dios lanzó sus

rayos sobre la ciudad y la hizo arder con todos sus habitantes, y

devastó por el fuego los campos, como dije antes cuando escribí

sobre la guerra de los judíos.

La mujer de Lot, que se dió vuelta llena de curiosidad para

ver lo que ocurría a la ciudad, a pesar de que Dios lo había

prohibido, fué convertida en una estatua de sal (yo la he visto;

todavía está). Lot y sus hijas huyeron a un pequeño lugar

intacto, rodeado por el fuego, y allí se instalaron. Se llama

todavía ahora Zoar, palabra que en hebreo significa pequeñez.

Allí llevó una vida miserable, porque no tenía compañera y

escaseaban las provisiones.

 

5. Creyendo las vírgenes que se había extinguido todo el géne-

ro humano, tuvieron contacto con el padre, pero tomando la pre-

caución de que éste no se enterare. Lo hicieron con el propósito

 

de que no desapareciese completamente la humanidad. Tuvieron

hijos; el de la mayor se llamó Moab, que significa "del padre". El

de la menor se llamó Amón, que significa "hijo del género". El

primero fué el padre de los moabitas, que son ahora una gran

nación; el segundo de los amonitas. Ambas naciones habitan en

la Celesiria. Y así fué como Lot salió de entre los sodomitas.

 

CAPITULO XII

 

Los árabes, descendientes de Ismael, hijo de Abram

 

1. Abram partió hacia Gerar, en Palestina, llevando consigo a

Sara como si fuera su hermana, usando la misma simulación que

la vez anterior. Temía a Abimélec, el rey de aquella tierra, que

también se enamoró de Sara y se propuso corromperla. Pero una

 

grave enfermedad que le envió Dios le impidió satisfacer su luju-

ria. Cuando sus médicos desesperaban de curarlo se durmió y

 

recibió en sueños la advertencia de que no debía inferir agravio a

la esposa de su huésped.

Cuando se recobró dijo a sus amigos que Dios le había

enviado aquella enfermedad para vindicar a su huésped, a cuya

esposa se había propuesto violar. (Porque no era su hermana,

sino su legítima esposa.) Dios le había prometido concederle en

adelante su favor, si libraba a aquel hombre de preocupación por

la castidad de su esposa. Dicho esto, y por consejo de sus amigos,

mandó llamar a Abram y lo exhortó a que no temiera que a su

cónyuge le pasara ninguna contrariedad; porque Dios se había

ocupado y por su providencia recuperaba a su mujer sin que

hubiese sufrido ninguna ofensa. Apeló a Dios y a la conciencia de

la mujer y dijo que no se habría sentido tentado de gozarla, si

hubiese sabido que era su esposa. Como creyó que era su

hermana, no había cometido nada injusto.

Le suplicó que no le guardara rencor y le hiciera recuperar el

favor de Dios. Si quería seguir con él, obtendría todo lo que

necesitara y en abundancia; si decidía marcharse, lo despediría

honrosamente y le daría todas las provisiones que había ido a

 

buscar a su casa. A esto Abram le respondió que no había men-

tido respecto al parentesco de su esposa (porque era hija de su

 

hermano) ; y que no se consideraba seguro cuando viajaba con su

esposa sin recurrir a ese subterfugio; añadió que él no le había

causado la enfermedad, porque sólo había buscado su propia

 

seguridad. Y le dijo que estaba dispuesto a quedarse con él.

Abimélec le concedió tierras y dinero, y ambos convinieron en

vivir juntos sin engaños. Prestaron juramento junto a un pozo

llamado Bersube, que significa El pozo del juramento. Así lo llama

aún hoy la población del lugar.

2. Poco tiempo después Abram tuvo un hijo de Sara, como le

había predicho Dios, y le puso de nombre Isaac, que significa

risa. Así lo llamaron porque Sara se había reído cuando Dios le

dijo que pariría; no esperaba tener prole a su edad. Sara tenía

noventa años y Abram cien. El hijo nació al año siguiente, y fué

 

circuncidado al octavo día, y desde entonces los judíos acostum-

bran a circuncidar a sus hijos dentro de ese término. Los árabes

 

a los trece años, porque Ismael, generador de su pueblo, hijo de

Abram y su concubina, fué circuncidado a esa edad. De lo cual

daré ahora una explicación detallada.

3. Sara amó al principio a Ismael, nacido de su sierva Agar,

con el cariño que hubiese dispensado a su propio hijo, porque

estaba destinado a ser el sucesor en el gobierno. Pero cuando dió

a luz a Isaac, no quiso que Ismael se educara junto con el niño,

porque era mayor y podía perjudicarlo cuando muriera el padre.

Persuadió a Abram que lo mandara con su madre a un país

lejano.

Al principio no accedió al pedido de Sara, pensando que era

una medida inhumana despedir a un niño y una mujer carentes

de recursos, pero al final consintió (porque Dios estaba conforme

con lo que Sara había resuelto) ; entregó a Ismael a su madre,

por. que todavía no sabía andar solo, y le mandó que se llevara

una botella de agua y una rebanada de pan y se fuera, guiada

por la necesidad.

Marchó hasta que se encontró en mala situación por falta de

provisiones; cuando estaba por terminarse el agua dejó al niño,

que estaba por expirar, al pie de un abeto, y siguió andando sola

para no presenciar su muerte. Pero un ángel de Dios le salió al

encuentro, le indicó una fuente próxima y le ordenó que cuidara

al niño y lo criara porque su salvación sería la felicidad de ella.

 

Ella tuvo fe en la predicción y luego se encontró con unos pas-

tores que la ayudaron a librarse de sus penurias.

 

4. Cuando el niño creció y llegó a la edad adulta se casó con

una mujer oriunda de Egipto (de donde era también su madre).

 

Con la cual tuvo Ismael doce hijos: Nabaiot, Cedar, Abdel, Ma-

san, Idumas, Masmas, Masa, Codad, Temán, Jetur, Nafés y

 

Cedmas. Habitaron las tierras que se extienden entre el

Eufrates y el mar Rojo, y llamaron a la región Nabatea. Son

árabes y sus tribus llevan sus nombres, por su propia virtud y

por la dignidad de su padre Abram.

 

CAPITULO XIII

 

Dios ordena el sacrificio de Isaac

 

1. Abram amaba mucho a Isaac, porque era su unigénito y le

había sido dado por Dios en los límites de la senectud. El niño a

su vez se ganaba la benevolencia y el amor paternos practicando

todas las virtudes, cumpliendo con su deber hacia sus padres y

observando piadosamente la adoración de Dios. Abram también

cifraba su felicidad en la esperanza de que a su muerte dejaría a

su hijo en situación próspera, y la obtuvo por la voluntad de

Dios. Queriendo probar la piedad de Abram, Dios se le apareció y

le enumeró todos los beneficios que le había concedido; le recordó

que lo había hecho superior a sus enemigos y que el nacimiento

de su hijo Isaac, motivo principal de su presente felicidad, se lo

debía a él; y le dijo que quería que le ofreciera a su hijo como

sacrificio y víctima. Le ordenó que lo llevara al monte Morio, que

levantara un altar y lo ofreciera en holocausto; esa sería la mejor

manera de manifestar su piedad, anteponiendo a la salvación de

su hijo lo que era grato a Dios.

2. Abram juzgó que no era justo desobedecer a Dios y que

estaba obligado a servirlo en todas las circunstancias de la vida,

 

porque todos los seres vivos gozaban de la vida por su providen-

cia y sus dones. Ocultando la orden de Dios y sus propósitos de

 

sacrificar a su hijo a su mujer y sus siervos, para que no le im-

pidieran obedecer a Dios, tomó a Isaac con dos siervos y cargan-

do en un asno lo necesario para el sacrificio partió hacia la mon-

taña.

 

Los siervos marcharon con él dos días; al tercer día, cuando

vió delante de sí a la montaña, dejó en el campo a los siervos que

lo acompañaban y siguió adelante con su hijo. Era la montaña en

la cual el rey David levantó después el Templo. Llevaba todo lo

necesario para el sacrificio menos el animal que había de ser

ofrendado. Isaac tenía veinticinco años de edad. Y cuando estaba

construyendo el ara preguntó a su padre qué sacrificio

 

ofrecerían, ya que faltaba la víctima para el holocausto. Le

contestó que Dios proveería la víctima, porque él tenía el poder

de suministrar todo lo que el hombre necesita y de privar de lo

que tienen a los que se creen seguros; por eso si Dios quería que

le fuera propicio el sacrificio proveería él mismo la víctima.

3. Cuando estuvo preparado el altar y Abram depositó la leña

y todo estuvo listo, habló de este modo a su hijo:

-¡Oh, hijo! Muchos votos hice a Dios para que tú nacieras.

Cuando viniste al mundo te eduqué con los mayores cuidados, no

habiendo nada que te fuera útil que no me empeñara en

conseguir, y nada que me hiciera más feliz que la idea de verte

hecho un hombre y de dejarte a mi muerte como sucesor de mis

dominios. Pero como fué voluntad de Dios que yo fuera tu padre,

y ahora es su voluntad que renuncie a ti, acepta con valor tu

consagración.

Porque te cedo a Dios, que ha considerado conveniente

reclamarme esta prueba de veneración por los beneficios que me

ha concedido, siendo mi sostenedor y mi defensor. Como has

nacido morirás ahora, no de la manera ordinaria, sino enviado a

Dios, padre de todos los hombres, por tu propio padre, por la vía

ritual del sacrificio. Sin duda te considera digno de irte del

mundo no por enfermedad ni por guerra ni por ninguna de las

otras maneras corrientes, sino recibiendo tu alma en solemne

sacrificio, para ponerte junto a sí; y allí serás mi apoyo y el

sostenedor de mi vejez. Para eso principalmente te crié, y tú

ahora harás que Dios sea mi consuelo en tu lugar1

.

 

4. Isaac (que era de ánimo generoso, como hijo de su padre),

quedó muy satisfecho del sermón y dijo que no habría merecido

haber nacido si rechazase la decisión de Dios y de su padre y no

se adaptase rápidamente a su gusto; sería injusto desobedecerlo

 

aunque lo hubiese resuelto únicamente su padre. Y se dirigió in-

mediatamente al altar para ser sacrificado.

 

El hecho se habría consumado si Dios no se hubiera opuesto;

llamando en voz alta a Abram por su nombre, le prohibió que

matara a su hijo. Y le dijo que no era por deseo de sangre hu-

1 En la Biblia no figura este discurso.

 

mana que le había mandado matar a su hijo, ni quería apartarlo

de aquel a quien había hecho su padre, sino para explorar su

 

ánimo y saber si obedecería la orden. Conociendo ahora la pron-

titud y disposición de su piedad, se alegraba de haberle

 

concedido sus favores y no dejaría de velar por él y por toda su

descendencia. Su hijo viviría muchos años y después de gozar de

una existencia feliz dejaría una fuerza potente a una posteridad

grande y legítima. Le predijo asimismo que su familia crearía

numerosas naciones y que los patriarcas dejarían una fama

eterna. Su posteridad obtendría la tierra de Canaán y concitaría

la envidia de todos los hombres.

Dicho esto, Dios hizo aparecer de pronto un carnero para el

 

sacrificio. Habiendo recibido la promesa de tantos grandes favo-

res, Abram e Isaac se abrazaron, y después de hacer el sacrificio

 

volvieron a reunirse con Sara y vivieron felices todos juntos,

asistidos por Dios en todo lo que necesitaban.

 

CAPITULO XIV

 

Muerte de Sara

 

1. Sara murió poco después, habiendo vivido ciento veintisiete

 

años. La sepultaron en Hebrón; los cananeos les cedieron un se-

pulcro público, pero Abram compró la tierra por cuatrocientos

 

siclos a un tal Efrain, un habitante de Hebrón. Allí edificó

Abram su monumento y el de sus descendientes.

 

CAPITULO XV

 

Los trogloditas, descendientes de Abram y Cetura

 

1. Después Abram se casó con Cetura, con la que tuvo seis

hijos, hombres de trabajo y de agudo ingenio: Zambrán, Jazar,

Madán, Madián,, Josubac y Suc. Los hijos de Suc fueron Sabatán

y Dadán. Los de éste Latusim, Asuris y Luames. Los hijos de

Ma. dián fueron: Efas, Ofrés, Anoc, Ebidas y Eldas. Para todos

sus hijos y nietos Abram instaló colonias ocupando las tierras

trogloditas y la región de la Arabia feliz, que se extendía hasta el

 

mar Rojo. Ofrés hizo la guerra a Libia y la conquistó, y sus nie-

tos, que la habitaron, pusieron su nombre al país y lo llamaron

 

Africa.

Lo que acabo de relatar lo atestigua Alejandro Polyhistor,

quien dice: "El profeta Cleodemo, llamado también Malcus, en la

historia que escribió de los judíos, dice, de acuerdo con el relato

de Moisés, su legislador, que Abram tuvo muchos hijos con

Cetura; y nombra a tres de ellos: Afer, Surim y Jafrán. Agrega

que de Surim salió el nombre de Asiria, y de los otros dos, Afer y

Jafrán, los de la ciudad de Afra y de la tierra del Africa. Porque

esos hombres ayudaron a Hércules cuando peleó contra Libia y

Anteo. Y dice que Hércules se casó con la hija de Afra y tuvo con

ella un hijo, Didoro; hijo de éste fué Sofón, de donde sale el

nombre del pueblo bárbaro de los sofaceos".

 

CAPITULO XVI

 

Enlace de Isaac con Rebeca

 

1. Cuando Abram resolvió tomar por esposa para su hijo

Isaac, que tenía cuarenta años de edad, a Rebeca, nieta de su

hermano Nacor, envió a hacer los esponsales al más anciano de

sus sirvientes, después de haberlo obligado a darle la máxima

 

garantía de fidelidad. El juramento se hizo de la siguiente ma-

nera: cada cual puso la mano debajo del muslo del otro, y ambos

 

invocaron a Dios como testigo de lo que debían hacer. Y mandó

con 61 a sus amigos como obsequio objetos que por ser raros o

nunca vistos en aquella tierra eran de valor inestimable.

El viaje insumió al sirviente mucho tiempo, porque era difícil

transitar por la Mesopotamia, en invierno por el espesor del

cieno, y en verano por la falta de agua y por los ladrones que

infestaban el lugar y contra los cuales los viajeros debían

precaverse. Finalmente llegó a Carra. Antes de entrar en la

ciudad se encontró con una gran cantidad de doncellas que iban

a buscar agua y rogó a Dios que Rebeca, aquella a la que su amo

le había enviado a pedir para su hijo, estuviese entre ellas, y que

la señal para reconocerla,

 

fuese que las demás le negasen agua y

 

ella se la diese.

 

2. Con ese propósito se acercó a la fuente y pidió a las don-

cellas que le dieran agua para beber. Todas se negaron, con la

 

excusa de que la necesitaban para sus casas y no podían

disponer de la menor cantidad; sólo una reprochó a las demás su

falta de hospitalidad, y les preguntó cómo podrían compartir la

vida de los hombres si se negaban a compartir con ese hombre

un poco de agua. Y se la ofreció gentilmente para beber.

 

El criado pensó que su misión tendría éxito, pero deseando co-

nocer la verdad, la alabó por su generosidad y su humanidad,

 

porque no había vacilado en dar agua al que la necesitaba,

 

aunque le costaba trabajo sacarla. Y le preguntó quiénes eran

sus padres, felicitándolos por tener una hija como ella.

-Sin duda estarás casada, a satisfacción de ellos -le dijo-, con

un buen esposo a quien darás hijos legítimos.

Rebeca no desdeñó responder a su pregunta, y le dijo quién

era su familia.

-Mi nombre es Rebeca -dijo-. Mi padre se llamaba Batuel,

pero ya ha muerto1

 

. Mi hermano es Labán, que junto con mi

 

madre atiende todos los asuntos de mi familia y cuida mi vir-

ginidad.

 

Al oírlo el criado se alegró mucho por el episodio y vió que era

Dios quien había dirigido sus pasos. Sacando los brazaletes que

había llevado, y otros adornos propios de una virgen, se los dió a

 

la muchacha como agradecimiento y recompensa por su amabili-

dad, diciéndole que era justo que se los diera porque había sido

 

más amable que las demás. Como se acercaba la noche y no

podía seguir viaje, le pidió que le permitiera pernoctar en su

casa. Sacando sus preciosos adornos para mujeres, le dijo que no

los confiaría a nadie mejor que a ellos; y que sin duda por ser tan

humanitarios su madre y su hermano no quedarían

desconformes con él, porque no sería una carga y pagaría el

alojamiento y los gastos de su propio peculio.

Replicó ella que había acertado en cuanto a la humanidad de

 

sus padres, pero que no aceptarían dinero y lo hospedarían com-

pletamente gratis. Pero primero era necesario que le pidiera

 

licencia a su hermano Labán para llevarlo a su casa.

3. Hecho lo cual la muchacha condujo al forastero. Los criados

de Labán se hicieron cargo de los camellos y a él Labán lo llevó a

comer. Después de la cena les dijo, a él y a la madre de la joven:

-Abram es hijo de Tare, y pariente de vosotros, porque Nacor,

mujer, el abuelo de estos hijos, era hermano de Abram, de padre

y madre. El me envió porque desea tomar a esta doncella como

esposa de su hijo. Es su hijo legítimo y su único heredero. Podría

conseguir a la mujer más opulenta de aquella tierra, pero no

quiere que su hijo se case con ninguna de ellas, sino que

1 No está de acuerdo con la Biblia.

 

contraiga enlace honorablemente con una de su raza. Fué por

voluntad de Dios que encontré a tu hija y su casa; porque cuando

estaba cerca de la ciudad vi una cantidad de doncellas que iban a

la fuente, y rogué que pudiese encontrarme con esta virgen, lo

cual así sucedió. Debéis, por lo tanto, confirmar el matrimonio,

cuyos esponsales han sido hechos de antemano por decisión

divina; y honrar a Abram, que me envió con tanto empeño.

Comprendiendo que era la voluntad de Dios, enviaron a la

joven de acuerdo con las condiciones pedidas. Isaac casó con ella

y recibió la herencia; porque los hijos de Cetura se habían

instalado en sus propias colonias.

 

CAPITULO XVII

 

Muerte de Abram

 

1. Poco tiempo después murió Abram. Fué un hombre de

virtudes incomparables, favorecido por Dios por su gran piedad.

El total de su vida fué de ciento setenta y cinco años; fué

sepultado en Hebrón, junto con su esposa Sara, por sus hijos

Isaac e Ismael.

 

CAPITULO XVIII

 

Esaú y Jacob, hijos de Isaac. Matrimonio de Esaú. Isaac

 

bendice a Jacob

 

1. La mujer de Isaac quedó embarazada (después de la muer-

te de Abram), y como el vientre adquiriera un volumen

 

inusitado, Isaac, inquieto, preguntó por ella a Dios. Este le

contestó que Rebeca pariría gemelos1

 

; y que las naciones

tomarían el nombre de sus hijos. Y que el que saliera segundo

sería superior al primero. No mucho tiempo después, como

predijera Dios, nacieron gemelos; el mayor era áspero y velloso

de la cabeza a los pies, pero el menor lo tomó del calcañar

cuando estaban naciendo. El padre amaba al mayor, que por su

pilosidad fué llamado Esaú o Seir, porque en hebreo se dice seir

al pelo. Jacob, el menor, era más amado por la madre.

2. Como había hambre en el país, Isaac quiso trasladarse a

Egipto, pero por orden de Dios se traladó a Gerar, donde el rey

Abimélec lo recibió, porque Abram había vivido en un tiempo con

él y había sido su amigo.

Al principio lo trató amablemente, pero luego sintió envidia al

 

ver que Dios lo ayudaba y lo favorecía, y lo alejó de su lado. Ad-

virtiendo Isaac que la envidia había cambiado al rey, se retiró a

 

un sitio llamado El Valle, no lejos de Gerar. Comenzó a abrir un

pozo pero lo atacaron unos pastores para impedir que lo hiciera.

No queriendo luchar, se retiró y abrió otro pozo; otros pastores

de Abimélec lo hostigaron a su vez. Dejó también el segundo

pozo y se retiró, y de ese modo se ganó la tranquilidad gracias a

su conducta prudente.

 

Finalmente, el rey lo autorizó a abrir un pozo sin sufrir incon-

venientes. Le puso de nombre Rejovot, que significa amplio espa-

cio. De los pozos anteriores uno se llamaba Escón, que significa

 

altercado, el otro Sitena, que significa enemistad.

1 En la Biblia la invocación a Dios la formula en primer término Isaac (Génesis, XXV, 21), y luego Rebeca (id.,

22), siendo a Rebeca solamente a quien Dios descubre el porvenir de sus hijos.

 

3. Los asuntos de Isaac crecieron en potencia y magnitud.

Abimélec creyó que Isaac le guardaba rencor por la mutua

desconfianza que había entre los dos y porque Isaac se retiró

ocultando su enemistad. Temió que su anterior amistad con

Isaac no fuera eficaz si éste se proponía vengarse de las ofensas.

Fué, por tanto, a renovar la amistad con él llevando consigo a

uno de sus generales, llamado Ficol. Después de obtener lo que

quería, gracias a la bondad de Isaac, que prefería la amistad que

Abimélec le había demostrado anteriormente a él y a su padre, a

su ira posterior, se volvió a su casa.

4. Cuando Esaú, el hijo preferido de Isaac, llegó a los

cuarenta años, se casó con Ada, hija de Helón, y con Alibama,

hija de Esebón, poderosos señores de los cananeos; realizó los

matrimonios por su propia autoridad, sin consultar a su padre.

Si hubiese preguntado a Isaac, éste no habría consentido los

enlaces, porque no estaba conforme en contraer alianzas con los

habitantes de esas tierras. Pero no queriendo molestar a su hijo,

ordenándole abandonar a sus esposas, prefirió guardar silencio.

5. Cuando llegó a viejo y quedó privado de la vista, llamó a

Esaú y le dijo que además de su ceguera, su senectud le impedía

rendir culto a Dios; y le ordenó que fuera a cazar todos los

venados que pudiera y que luego le preparase una cena. Podría

entonces suplicar a Dios que ayudara a su hijo y lo sostuviera

durante toda su vida. Añadió que no sabía a ciencia cierta la

fecha de su muerte, y que deseaba obtener de antemano, con sus

oraciones, la bene. volencia divina para él.

6. Esaú salió a cazar. Pero Rebeca, creyendo que era mejor

implorar el favor de Dios para Jacob, contrariando la voluntad

de Isaac le ordenó que matara unos cabritos y preparara un

guisado. Jacob obedeció a su madre, siguiendo sus instrucciones.

Cuando estuvo listo el guisado, se cubrió los brazos con la piel de

un cabrito para que su padre, por el vello, creyera que era Esaú.

Eran mellizos, iguales en todo y diferentes sólo en este detalle.

Lo hizo por temor de que su padre, antes de hacer las

imploraciones, descubriera su superchería y lo maldijera. Le

llevó la vianda e Isaac, reconociéndolo por la voz, llamó a su hijo.

 

Este le dió la mano, cubierta con la piel de cabrito. Cuando Isaac

la tocó dijo

-Tu voz parece la voz de Jacob, pero por el espesor de tu vello

veo que eres Esaú.

7. Sin sospechar el engaño comió el guisado y se entregó a

rogar e interceder ante Dios.

Y dijo:

-¡Señor de todos los tiempos y creador de todas las cosas! Tú

fuiste el que concedió a mi padre abundancia de cosas buenas, y

me diste todo lo que tengo, y prometiste a mi posteridad ser su

ayuda y su sostén y concederle favores más grandes aún. Confirma

ahora tus promesas y no me abandones, porque en mi presente

condición te necesito más que nunca. Concede tu gracia a mi

hijo, evítale todos los males. Concédele una vida feliz y la

posesión de todo lo bueno que tú puedes acordar. Hazlo temible

para sus enemigos y honrado y amado por sus amigos.

8. Esto es lo que pidió Isaac a Dios, creyendo que sus ruegos

eran para Esaú. Apenas había terminado cuando volvió Esaú de

la caza. Cuando Isaac advirtió el error, guardó silencio. Pero

Esaú le pidió que le hiciera compartir la bendición que le había

dado a su hermano; el padre se negó, porque todas las oraciones

las había volcado sobre Jacob. Esaú lloró por el error. Su padre,

apenado por su llanto, le dijo que sería superior en la caza y

fuerte de cuerpo y en el ejercicio de las armas, en todo lo cual

obtendría gloria eterna, él y después de él su posteridad. Pero

que debería servir a su hermano.

9. Jacob temía que su hermano lo castigara por el engaño de

la bendición paterna; su madre lo libró del peligro convenciendo

a Isaac que tomara esposa para Jacob en la Mesopotamia, entre

los miembros de su familia. había ae no vuelto gustaban los

Basemat, hija de Ismael, porque a su padre eso, cananeos y le

había reprobado sus anteriores enlaces;por eso para agradar a su

padre, se había casado con Basemat, por la realmente sentía

mucho afecto.

 

CAPITULO XIX

 

El sueño de Jacob. Raquel. Jacob huye a la Mesopotamia

 

1. Jacob fué enviado a la Mesopotamia por su madre para que

se casara con la hija de su hermano Labán, matrimonio

autorizado por Isaac en atención a los deseos de su esposa. Viajó

por las tierras de Canaán y como odiaba a sus habitantes no se

alojó en la casa de ninguno de ellos; antes bien se tendió al aire

libre apoyando la cabeza en un montón de piedras reunidas. Vió

entonces en sueños una escalera que iba de la tierra al cielo, y

personas que descendían de la escalera y que parecían

superiores a los seres humanos. Finalmente, apareció Dios

mismo sobre ella, claramente visible. Y llamándolo por su

nombre le habló de esta manera:

2. -Jacob, no es propio que tú, hijo de un buen padre y

nietode un abuelo que ganó reputación por sus grandes

virtudes,tedesalientes por tu actual situación; debes esperar

tiemposmejores,porque con mi ayuda tendrás todas las cosas

buenasenabundancia;yo traje a Abram hasta aquí desde la

Mesopotamia,cuandofuédesterrado por sus parientes, e hice

detupadreunhombrefeliz.No menor será la felicidad que te

concederé a ti. Levanta el ánimo y prosigue este viaje con mi

guía, porque el matrimonio que buscas con tanto empeño será

consumado. Y tendrás buenos hijos cuyos descendientes serán

multitudes innumerables; y dejarán lo que tengan a una

posteridad más numerosa aún, y a ellos y su posteridad les doy

el domino de esta tierra, y su posteridad llenará toda la tierra y

el mar que ilumina el sol. No temas ningún peligro, ni al trabajo

que deberás cumplir; yo velaré ahora por lo que debes hacer, y

mucho más en lo futuro.

3. Estas fueron las predicciones que Dios hizo a Jacob, quien

se alegró de lo que había visto y oído y echó aceite en las piedras,

porque en ellas le habían sido hechas las predicciones de tantos

 

grandes favores. Hizo, además, el voto de que ofrecería un

sacrificio sobre ellas, si vivía y volvía sano y salvo; y en tal caso

daría a Dios el diezmo de lo que hubiese adquirido. Consideró

también que aquél era un lugar de honor, y lo llamó Bezel, lo que

en la lengua de los griegos significa casa de Dios.

4. Prosiguió viaje hacia la Mesopotamia y llegó finalmente a

Carra. Se encontró en los suburbios con pastores, adolescentes y

muchachas, sentados junto a un pozo, y se quedó con ellos como

si desease tomar agua. Comenzó a hablar con ellos y les

preguntó si conocían a un tal Labán y si aún vivía. Todos

respondieron que lo conocían (porque no era una persona sin

importancia para que hubiese alguno que lo ignorara), y que su

hija solía pa. cer con ellos el rebaño de su padre. Y se extrañaron

de que aún no hubiese llegado.

-Por su intermedio -dijeron- podrás averiguar mayores

detalles sobre su familia.

Cuando decían esto llegó la doncella con otros pastores. Le

señalaron a Jacob diciéndole que era un forastero que

preguntaba por su padre. Contenta como una criatura por la

llegada de Jacob, le preguntó quién era, de dónde venía y qué le

hacía falta. Y le dijo que ojalá pudieran darle todo lo que

necesitaba.1

5. Jacob quedó cautivado no tanto por la comprobación de su

parentesco ni por la benevolencia con que lo recibía, como por el

sentimiento de amor que le provocó la doncella y la sorpresa que

experimentó ante su belleza, tan deslumbrante que pocas

mujeres de su edad podían ostentar. Y dijo:

-Si tú eres la hija de Labán, existe un parentesco anterior a

tu nacimiento y al mío. Abram fué hijo de Tare, como Arán y

Nacor. Tu abuelo Batuel fué hijo de Nacor. Mi padre, Isaac, de

Abram y Sara, hija de Arán. Pero hay otro lazo de parentesco

más próximo entre nosotros dos, porque mi madre, Rebeca, es

hermana de tu padre Labán, de padre y madre. Luego tú y yo

somos primos hermanos. Vine ahora a saludaros y a renovar

nuestra relación.

 

1

J. t-8

 

Ante estos recuerdos la doncella (como suelen hacer las

adolescentes), se echó a llorar y abrazó a Jacob, porque había

oído hablar a su padre de Rebeca y sabía que sus padres la

apreciaban. Lo abrazó y le dijo que su llegada sería un gran

placer para su padre y para toda su familia, los que siempre

hablaban de su madre y la recordaban mucho. Luego le rogó que

fuera a ver a su padre; ella lo conduciría, porque no era justo

privarlo más tiempo de ese gran placer.

6. Dicho esto lo llevó a presencia de Labán. Recibido por su

tío, se sintió seguro y entre amigos, y les produjo mucho placer

con su presencia inesperada. Pocos días después Labán le dijo

que no podía expresar en palabras la alegría que le había

ocasionado su llegada, pero quería saber el motivo de su visita, y

por qué había dejado a sus ancianos padres, que necesitaban de

sus cuidados; y le dijo que le daría toda la ayuda que fuera

necesario.

Jacob le explicó el motivo de su viaje, diciéndole que Isaac

tenía dos hijos mellizos, él y Esaú; que éste, habiendo perdido las

bendiciones de su padre, que por la sabiduría de su madre

habían recaído en él, quiso matarlo, por haber sido privado del

reino que le daría Dios, y de los beneficios implorados por su

padre. Por eso se había ido, siguiendo las instrucciones de su

madre.

-Porque -dijo-, todos somos hermanos, pero mi madre aprecia

más una alianza con ustedes que con cualquier familia de

aquella tierra. Confié para mi peregrinación en la protección de

Dios y en la tuya y por eso me considero seguro en las actuales

circunstancias.

7. Labán prometió ayudarlo amistosamente, en homenaje de

sus antepasados y sobre todo en obsequio de su madre, a la que

demostraría su afecto, aún estando ausente, rodeando de

atenciones a su hijo. Porque lo nombraría principal pastor de su

rebaño, con toda la autoridad necesaria. Y cuando quisiera

volver a reunirse con sus padres, les enviaría obsequios dignos

de su estrecho parentesco.

Jacob escuchó sus palabras con mucha alegría y le dijo que

con gusto aceptaría todas las labores que quisiera encomendarle

 

mientras estuviese con ellos, pero que quería a Raquel por

esposa, como recompensa por esas labores, porque ése fué el

propósito de su viaje (y porque amaba a la doncella). Labán

aceptó complacido la propuesta y consintió en darle la doncella

porque dijo que no podría encontrar otro yerno mejor que él.

Pero le anunció que se la daría por esposa si se quedaba cierto

tiempo a vivir con ellos, porque no quería que su hija fuera a

vivir entre los cananeos; ya estaba bastante arrepentido de la

alianza que había hecho anteriormente su hermana.

Jacob consintió, conviniendo en que se quedaría siete años.

Resolvió servir este tiempo a su suegro, para que así, conociendo

su virtud; supiera qué clase de hombre era. Labán aceptó las

condiciones y transcurrido el tiempo señalado, preparó la

ceremonia nupcial. Cuando llegó la noche, sin que Jacob lo

adviritiera Labán le puso en la cama a su otra hija, que era

mayor que Raquel y de rostro no tan agraciado. Por el vino que

habían bebido y la oscuridad Jacob no advirtió con quién se

acostaba.

 

Cuando llegó la luz del día conoció el engaño y reprochó a La-

bán su proceder injusto. Labán le pidió perdón y alegó que no le

 

había dado a Lía por maldad, sino obligado por la necesidad. Sin

embargo nada le impediría casarse también con Raquel; si le

 

servía otros siete años le daría la doncella que amaba. Jacob acce-

dió a la condición, porque su amor por la muchacha no le permi-

tía hacer otra cosa. Y después de otro lapso de siete años, tomó a

 

Raquel en matrimonio.

8. Las dos hermanas tenían cada cual una criada, que les

había dado el padre. La de Lía era Zelfa y la de Raquel, Bala; no

eran esclavas, sino sometidas a sus amas. Lea sufría por el amor

que su marido demostraba a su hermana; pensó que si le diera

hijos sería más apreciada, y en este sentido rogó continuamente

a Dios. Dió a luz un hijo, y su esposo se reconcilió con ella; Lía le

puso el nombre de Rubén, porque Dios había tenido misericordia

dándole un hijo; esto es lo que significaba el nombre. Después de

cierto tiempo tuvo tres hijos más; Simeón, nombre que significa

que Dios había escuchado sus ruegos; Leví, el confirmador de su

amistad, y luego Judá, que significa acción de gracias.

 

Raquel, temiendo que la fertilidad de Lía haría disminuir su

parte del amor de Jacob, le dió como concubina a su criada

Bala;con ella tuvo Jacob un hijo llamado Dan, nombre que en

griego podría interpretarse como reivindicación de Dios. Luego

nació Neftalí, "conquistado con dolo", porque Raquel había

contendido con la fecundidad de su hermana mediante el dolo.

Pero Lía siguió el mismo sistema, y usó del mismo artificio

 

contra su hermana: dió a su marido a su criada Zelfa como con-

cubina. Tuvo un hijo cuyo nombre fué Gad, que puede interpre.

 

tarse como ventura. Después de él nació Aser, que sería "el que

da dicha", porque había aumentado la dicha de Lía.

Rubén, el hijo mayor de Lía, trajo mandrágoras a su madre.

Cuando Raquel las vió le pidió que se las diera, porque ansiaba

comerlas. Su hermana se las negó, diciéndole que se conformara

con haberla privado de los favores de su marido. Raquel, para

aliviar la animosidad de su hermana, le propuso cederle esa

noche a su marido para que se acostara con ella. Aceptó Lía el

favor, y aquella noche Jacob durmió con ella, por gracia de

Raquel. Luego dió a luz a estos hijos: Isacar, que significa nacido

por merced, y Zabulón, o prueba de la benevolencia hacia ella; y

una hija, Dina. Un tiempo después Raquel tuvo un hijo llamado

José, que significa que habría un agregado.

9. Jacob apacentó el rebaño de su suegro durante veinte años.

Pasado este tiempo le pidió permiso para irse a su casa con sus

 

esposas. Como su suegro se lo negara, decidió marcharse secreta-

mente y consultó la opinión de sus mujeres sobre el viaje. Ellas

 

se declararon conformes.

Raquel se llevó consigo las imágenes de los dioses que según

sus leyes adoraban en esa tierra y se fugó con su hermana, los

hijos de ambas, las criadas y todo lo que poseían. Jacob se llevó

además la mitad del ganado, sin decir nada a Labán. La razón

de que Raquel se llevase los ídolos, aunque Jacob le había

enseñado a despreciar esos cultos, fué que, en caso de que fueran

perseguidos y alcanzados por su padre, podría acudir a los ídolos

para lograr su perdón.

10. Tres días después, al enterarse de que Jacob había

partido con sus hijas, Labán se sintió muy indignado y los

 

persiguió llevando consigo un grupo de hombres; al séptimo día

los alcanzó, encontrándolos cuando estaban descansando en una

loma. No discutió con ellos porque era la caída de la tarde; pero

Dios se le apareció en sueños y le advirtió que debía recibir a su

yerno y sus hijas pacíficamente; que no se dejara llevar por la ira

e hiciera un pacto con Jacob. Y le previno que si juzgando que

eran un grupo reducido los atacaba violentamente, él estaría de

parte de ellos. Advertido de ese modo por Dios, Labán llamó a

Jacob al día siguiente para tratar con él y le relató el sueño que

había tenido. Cuando aquél se acercó confiado le reprochó su

proceder, diciendo que lo había mantenido cuando era pobre y le

había dado todo lo que necesitaba.

-Te di -dijo-, mis hijas en matrimonio, y supuse que de este

modo aumentaría tu afecto; pero tú no tuviste consideración ni

 

por el parentesco que me une con tu madre ni por el que contra-

jimos luego nosotros; ni por las esposas con quienes te casaste, ni

 

por los hijos de los que soy abuelo. Me trataste como si fuera tu

enemigo, llevándote mi ganado y convenciendo a mis hijas que

huyeran del lado de su padre; y llevándote las sagradas

imágenes paternales que adoraron mis antepasados y a las que

yo honré con el mismo culto. Y todo esto lo has hecho siendo mi

pariente, hijo de mi hermana y esposo de mis hijas, y después de

haber sido tratado por mí con hospitalidad y de haber comido en

mi mesa.

Dicho esto por Labán, Jacob se defendió diciendo que él no

era el único en quien Dios había implantado el amor a la patria y

que era razonable que después de tanto tiempo quisiera volver a

su tierra.

-En cuanto a la rapiña de que me acusas -dijo-, cualquiera

 

que lo juzgase encontraría que fuiste tú quien me trató con injus-

ticia. En lugar de las gracias que debiera haber recibido de ti por

 

cuidarte y aumentarte el ganado, me reprochas sin razón por

haberme llevado apenas una pequeña parte. En cuanto a tus

hijas has de saber que no es con malas artes que me han seguido

en mi regreso a mi hogar, sino por el amor que las esposas

sienten naturalmente por sus maridos. Y no me siguen tanto a

mí como a sus hijos.

 

De este modo se justificó para rechazar la acusación de haber

 

actuado injustamente. Luego añadió sus propias quejas y acusa-

ciones contra Labán, diciendo que era el hijo de su hermana y

 

que le había dado sus hijas en matrimonio, pero que lo había

agotado haciéndolo trabajar para él veinte años. Los que tuvo

que trabajar para casarse con sus hijas fueron pasables, pero los

que agregó luego fueron peores que si hubiesen sido inferidos a

un enemigo.

Porque en realidad Labán había tratado muy mal a Jacob;

 

como viera que Dios estaba con él en todo lo que deseaba, le pro-

metía que del ganado nuevo que naciera, le corresponderían a

 

veces los blancos y otras veces los negros; pero cuando los que

debían pasar a poder de Jacob eran numerosos, no cumplía su

palabra y le decía que se los entregaría al año siguiente, porque

le envidiaba la cantidad de sus posesiones. Le prometía siempre

en la creencia de que no habría una producción tan grande. Y

cuando nacía el ganado lo engañaba.

11. En cuanto a las imágenes sagradas, Jacob lo invitó a que

lo registrara. Labán aceptó y cuando Raquel lo supo las puso en

la silla del camello en que viajaba, y se sentó encima. Luego dijo

que la menstruación le impedía levantarse. Labán dejó de

buscar, porque no suponía que su hija se acercaría a los ídolos

estando en ese estado. Hizo un pacto con Jacob, sellado con

juramento, de que no le guardaría rencor por lo acontecido; y

Jacob aceptó y prometió amar a las hijas de Labán. Hicieron los

juramentos en unas montañas en las que levantaron una

columna de forma de altar. Por eso aquella colina se llama

Galaad, y por eso aquella tierra se sigue llamando aún hoy la

tierra de Galaad. Después de festejar el pacto, Labán se volvió a

su casa.

 

CAPITULO XX

 

Jacob vuelve a Canaán. Su encuentro con Esaú

 

1. Cuando Jacob se dirigía a la tierra de Canaán vió ante él

 

en el camino unos ángeles de Dios que le dieron buenas refe-

rencias de su futuro; al sitio en que aparecieron lo llamó Campa-

mento de Dios. Deseando saber cuáles eran las intenciones que

 

tenía su hermano a su respecto, envió mensajeros para que lo

averiguaran con exactitud, temiendo que subsistiera la antigua

enemistad. Les encargó que dijeran a Esaú que Jacob no había

creído conveniente vivir con él cuando estaba enojado y por eso

se había ido de la región, pero que ahora, suponiendo que el

tiempo transcurrido había modificado las cosas, volvía a su

hogar trayendo consigo a sus esposas y sus hijos y los bienes que

había adquirido. Se entregaba en sus manos, con todo lo que era

más caro para él. Su mayor placer sería compartir con su

hermano todo lo que Dios le había dado.

Los mensajeros transmitieron el mensaje y Esaú, muy

contento, le salió al encuentro con cuatrocientos hombres.

Cuando Jacob supo que se aproximaba con tanta gente armada,

tuvo miedo. Se encomendó a Dios y arbitró los recursos

necesarios para salvarse él y los suyos si los atacaban

violentamente. Dividió a su comitiva en dos partes; envió la

primera delante y ordenó a la otra que lo siguiera muy de cerca.

De tal modo si el enemigo dominaba a la primera se refugiaría

en la segunda. Hecho esto envió presentes a su hermano,

consistentes en animales de carga y numerosos cuadrúpedos de

todas clases que serían muy estimados por sus destinatarios

debido a su rareza. Los envió separados por ciertos intervalos

entre sí, para que fueran llegando continuamente y parecieran

más numerosos. Esperaba aplacar la cólera de Esaú con los

presentes, si aún estaba irritado. Dió asimismo instrucciones a

los mensajeros de que le hablaran en términos amables.

 

2. Hechos todos estos preparativos de día, Jacob se puso en

marcha de noche con su comitiva. Después de cruzar el río Jaboc,

Jacob quedó rezagado. Tropezó con un espectro que lo provocó,

 

luchó con él y lo venció. El espectro alzó la voz y habló, dicién-

dole que se alegrara por lo que le había sucedido porque no era

 

una victoria fácil la que había obtenido: había vencido a un ángel

divino y debía considerar la victoria como un presagio de la gran

felicidad que le esperaba. Su descendencia jamás fracasaría y

nadie sería bastante fuerte para vencerla. Le ordenó además que

en lo sucesivo se llamara Israel, palabra que en hebreo significa

"el que luchó con el ángel divino".

Estas promesas fueron formuladas a ruego de Jacob, que

cuando supo que era un ángel de Dios le pidió que le aclarara su

futuro. Pronunciadas sus palabras el espectro desapareció. Jacob

 

quedó complacido por todo lo ocurrido y llamó a aquel sitio Fa-

nuel, que significa "el rostro de Dios". Como de la lucha le

 

quedara dolorido el nervio ancho, se abstuvo después de comer

ese nervio. Y por eso nosotros no lo comemos hoy en día.

3. Cuando Jacob supo que su hermano estaba cerca envió

delante a sus mujeres, cada cual con su criada, para que vieran

de lejos la pelea de los hombres, si éste era el designio de Esaú.

Luego se dirigió a su hermano Esaú y le hizo una reverencia.

Esaú, que no abrigaba malas intenciones, le devolvió el saludo, y

le preguntó quiénes eran esas mujeres y esos niños. Cuando

averiguó lo que deseaba saber, le pidió que fueran con él a la

 

casa de su padre. Pero Jacob se excusó pretextando que los ani-

males estaban cansados, y Esaú se volvió a Saira, que así se lla-

maba el lugar donde vivía. Le había puesto ese nombre,

 

"hirsuto", por su hirsuta cabellera.

 

CAPITULO XXI

 

El rapto de Dina

 

1. Jacob llegó a un sitio que todavía ahora se llama Skenas

(Tiendas) y de ahí se trasladó a la ciudad de Síquem, que era de

los cananeos. Los siquemitas celebraban una festividad solemne

y Dina, la única hija de Jacob, fué a la ciudad a ver los atavíos de

las mujeres. Cuando la vió Siquem, hijo del rey Emor, la raptó y

la violó. Pero enamorado de la joven, rogó a su padre que le

pidiera a la joven en matrimonio. El padre consintió y fué a ver a

Jacob para pedirle que su hijo tomara a Dina en legítimo

connubio. Jacob juzgó que la ley le prohibía casar a su hija con

un extranjero, pero no podía negarse a un personaje de tan alta

jerarquía, y le pidió permiso para consultar el caso. El rey partió,

esperando que Jacob accedería al enlace.

Jacob informó a sus hijos de la violación de su hermana y del

pedido de Emor. Y les pidió que le dieran un consejo. Nadie supo

decir nada, salvo Simeón y Leví, hermanos de madre de la

muchacha, que convinieron en la siguiente resolución: como los

siquemitas estaban de fiesta, los atacarían de noche cuando se

hallaran dormidos, matarían a todos los hombres incluso al rey y

 

su hijo, y respetarían a las mujeres. Esto lo hicieron sin el con-

sentimiento de su padre, y rescataron a su hermana.

 

2. Cuando Jacob, estupefacto ante la magnitud de aquellos

 

actos, reprochaba a sus hijos por haberlos cometidos, se le apare-

ció Dios y le ordenó que recuperara el ánimo, que purificara las

 

tiendas y ofreciera los sacrificios que había prometido cuando fué

a Mesopotamia y vió la visión. Cuando estaba purificando a su

 

gente, encontró los dioses de Labán (no sabía que Raquel los ha-

bía robado). Los escondió enterrándolos al pie de una encina;

 

luego partió de allí y ofreció sacrificio en Bezel, donde había visto

el sueño cuando se dirigía a Mesopotamia.

3. De allí siguió viaje y llegó a Efrata, donde sepultó a Raquel

que murió de parto. Fué la única de los parientes de Jacob que

 

no tuvo la honra de ser sepultada en Hebrón. Después de

cumplir un largo período de luto, dió al hijo que había nacido el

nombre de Benjamín, por el dolor que le había causado a la

madre 1

 

. Estos fueron los hijos de Jacob, doce varones y una

mujer. De ellos ocho eran legítimos, seis de Lía y dos de Raquel;

y cuatro de las criadas, dos de cada una. Los nombres ya han

sido dichos anteriormente.

 

1 En la Biblia Raquel llama a su hijo Benoni (de Biniamin, hijo de mi vejez), en recuerdo de

sus sufrimientos.

 

CAPITULO XXII

 

Muerte de Rebeca y de Isaac

 

1. De allí Jacob se trasladó a Hebrón, ciudad situada en

Canaán; allí residía Isaac. Vivieron un tiempo juntos. A Rebeca

Jacob no la encontró viva. Isaac murió al poco tiempo de regresar

su hijo y fué enterrado por sus hijos junto a su mujer, en Hebrón,

donde tenían el sepulcro de sus antepasados. Isaac fué un

hombre amado por Dios, y recibió los favores de la providencia

divina después de su padre Abram. Vivió muchísimos años;

después de vivir virtuosamente ciento ochenta y cinco años,

murió2

.

 

2 La Biblia fija en ciento ochenta años la edad de Isaac (Génesis, XXXV, 28).

 

LIBRO II

 

Abarca un lapso de doscientos veinte años

 

CAPITULO I

 

Esaú y Jacob se reparten sus dominios. Esaú se queda con

 

la Idumea y Jacob con Canaán

 

1. Después de la muerte de Isaac sus hijos se repartieron sus

dominios, sin retener lo que habían recibido antes. Esaú se

trasladó de la ciudad de Hebrón, que dejó a su hermano, a la de

Seir, desde donde gobernó a Idumea, país al que puso su propio

sobrenombre. Lo llamaban Edom por la siguiente causa: Un día

 

que volvía muy hambriento de cazar (era un niño aún), se en-

contró con su hermano que preparaba un potaje de lentejas, de

 

un color rojo oscuro. Se sintió incitado a comerlo y le rogó a su

hermano que le diera una parte; éste, aprovechando el hambre

de su hermano, lo obligó a cederle en cambio la primogenitura11

.

Impulsado por el hambre, aquél así lo hizo, bajo juramento. De

ahí que, debido al color rojo del potaje lo llamaran en broma

Edom, que es como se dice rojo en hebreo. Y éste fué el nombre

que puso al país. Pero los griegos le dieron una pronunciación

más agradable, llamándolo Idumea.

2. Tuvo cinco hijos, de los cuales Jaús, Jeglom y Coreo lo

fueron de una de sus esposas llamada Alibama; de los restantes,

Elifas fué engendrado por Ada, y Ragüel por Basemat; éstos

fueron los hijos de Esaú. Elifas tuvo cinco hijos legítimos,

1 En la Biblia Esaú cede su derecho de primogenitura a Jacob, no dándole en ese momento

ninguna importancia (Génesis, XXV, 31-34).

 

Temán, Omán, Sofar, Gotam y Cenés; Amalec no era legítimo,

sino hijo de una concubina llamada Tamna. Vivió en una parte

de la Idumea denominada Gobolitis, la que por Amalec se llamó

Amalecitia. Idumea era una tierra muy grande y conservó ese

nombre para el conjunto, mientras sus distintas partes llevaban

el nombre de sus habitantes.

 

CAPITULO II

 

Prosperidad de Jacob. Los sueños de José

 

1. Jacob alcanzó una felicidad tan grande que difícilmente

 

algún otro hombre la habrá igualado. Era el más rico de los ha-

bitantes de su tierra, y fué envidiado y admirado además porque

 

tenía hijos virtuosos, sin defectos, laboriosos y aptos y de aguda

inteligencia. Dios le concedió su providencia y cuidó su dicha,

 

acordándole grandes beneficios aun en las condiciones que pa-

recían las más penosas y preparó la salida de nuestros

 

antepasados de Egipto, por medio de Jacob y sus descendientes.

Fué de la siguiente manera: José, hijo de Raquel, era al que más

amaba de todos sus hijos, por la belleza de su cuerpo y las

virtudes de su alma (porque era superior a todos en sabiduría).

El afecto de su padre y los sueños que vió y que contó a su padre

y sus hermanos, y que predecían su felicidad futura, provocaron

la envidia y el odio de sus hermanos. La naturaleza humana es

 

proclive a envidiar la prosperidad ajena, incluso la de los parien-

tes más próximos. Las visiones que vió en sueños fueron las si-

guientes:

 

2. José fué enviado con sus hermanos a recoger el fruto de la

tierra, cuando vió una visión en un sueño, pero muy distinta de

las apariciones habituales que suelen presentarse en los sueños.

Cuando despertó la contó a sus hermanos, para que

interpretaran su presagio. Les dijo que había visto la noche

anterior que su manojo permanecía inmóvil en el mismo sitio

donde lo había dejado mientras los manojos de sus hermanos

corrían a inclinarse delante del suyo, como sirvientes ante el

amo. Comprendiendo que el sueño pronosticaba para José poder

y riquezas y la supre macía sobre ellos, se abstuvieron de

interpretar el sueño, como si no lo entendieran1

 

. Rogaron que no

 

1 1 La Biblia dice, en cambio, que ante el relato de José exclamaron sus hermanos:

"¿Pretendes reinar sobre nosotros y dominarnos?" (Gén., 37, 8).

 

se cumplieran sus presagios y aborrecieron aún más a su

hermano.

3. Pero Dios, oponiéndose a su envidia, envió a José otra

visión mucho más maravillosa que la primera; José vió que el sol

 

y la luna y las demás estrellas bajaban a la tierra y se pros-

ternaban ante él. Contó el sueño a su padre, en presencia de sus

 

hermanos, de los que no sospechaba ningún mal, para que inter-

pretara su significado.

 

A Jacob le agradó el sueño, porque pensando en el presagio

que contenía, cuyo significado acertó sabiamente, se alegró por

los grandes anuncios que pronosticaba y que anticipaban la

felicidad de su hijo y el advenimiento de un futuro en el que, con

la bendición de Dios, sería honrado y considerado digno de

adoración por sus padres y hermanos. Porque supuso que la luna

y el sol representaban a la madre y al padre: la primera era la

que hacía crecer y nutría todas las cosas, el segundo era el que

les daba forma y fuerza. Y que las estrellas eran los hermanos,

puesto que eran en número de once, lo mismo que las estrellas

que reciben su poder del sol y la luna.

4. Esta fué la interpretación, no desacertada, que hizo Jacob

del sueño; pero el presagio causó gran pesar a los hermanos de

José. Lo sintieron como si fuera un extraño el que recibiría las

cosas buenas contenidas en el sueño, y no un hermano con el que

podrían compartir todos los bienes. Estando unidos por el

 

parentesco del nacimiento serían también partícipes de la feli-

cidad.

 

Resolvieron matar a su hermano, y confirmándose en su reso-

lución, en cuanto recogieron la cosecha se trasladaron a Siquem

 

(tierra apta para el pastoreo). Allí llevaron a pacer a sus

rebaños, sin comunicar a su padre el sitio adonde iban. Jacob,

que no sabía dónde estaban sus hijos ni tenía noticias de los

rebaños, temiendo por ellos envió a José con el encargo de que

averiguara lo que ocurría y le trajera la información.

 

CAPITULO III

 

Los hermanos de José traman su muerte

 

1. Cuando los hermanos lo vieron venir se alegraron, no por

la llegada de un pariente y un enviado de su padre, sino por la

presencia de un enemigo que la voluntad de Dios ponía en sus

manos. Resolvieron no dejar pasar la oportunidad y matarlo.

Rubén, el mayor, al verlos dispuestos a cumplir sus propósitos,

trató de refrenarlos, haciéndoles ver que cometerían un acto

inhumano e impío, repudiable a los ojos de Dios y de los

hombres; lo sería si no fuera un pariente de ellos, y lo era mucho

más tratándose de un hermano. Ese acto perverso y repudiable

causaría un gran dolor a su padre y una tremenda pena a su

madre, que lloraría la pérdida de su hijo muerto de una manera

contraria a todas las leyes naturales1

.

 

Les rogó por lo tanto que por su propia conciencia compren-

dieran el error que cometerían con la muerte de un hijo tan

 

bueno y tan joven; y que temieran a Dios, que era espectador y

testigo de sus designios contra su hermano. Si abandonaban sus

propósitos y se entregaban al arrepentimiento y la penitencia los

amaría; pero si ejecutaban el acto propuesto, el asesinato de su

hermano, les infligiría toda clase de castigos, porque ha. brían

profanado su voluntad omnipresente que ve todo lo que sucede,

sea en las ciudades o en el desierto. Porque en todas partes

donde se encuentren los hombres deben suponer que también se

encuentra Dios. Añadió que sus conciencias serían sus peores

enemigos si llevaban a cabo la perversa empresa; la conciencia

 

1 Hay aquí una contradicción, porque si bien la interpretación del segundo sueño la incluye, Raquel había

muerto mucho tiempo antes (Génesis, XXXV, 19).

 

no se puede eludir jamás, ya sea una conciencia buena o la que

les tocaría llevar en su interior si mataran a su hermano.

 

Añadió que aparte de lo dicho no era justo matar a un her-

mano, aunque los hubiese ofendido. Que es una buena acción

 

olvidar los actos de los parientes próximos, aunque parezcan in-

juriosos. Que José no les había hecho ningún daño, y que su poca

 

edad debía moverlos a misericordia y a cuidarlo y protegerlo.

Que la causa por la que querían matarlo hacía el acto más

 

perverso aún, porque lo harían por envidiarle su futura prospe-

ridad, de la cual participarían con él, mientras él la gozase, por

 

partes iguales, ya que no eran ajenos sino parientes cercanos.

Porque lo que Dios concediera a José podían considerarlo como

que era concedido para ellos también. Y que no olvidaran que la

ira de Dios sería mayor si mataban al que Dios había juzgado

digno de la prosperidad esperada; al matarlo, impedían a Dios

que se la otorgase.

2. Estas y otras cosas dijo Rubén, rogándoles y tratando de

impedirles que mataran a su hermano. Pero cuando vió que sus

 

palabras no conmovían a sus hermanos y que éstos se apresta-

ban a cumplir su propósito, les aconsejó que para aliviar la per-

versidad del acto eligieran otro medio para llevarlo a cabo; por-

que si a pesar de sus exhortaciones, con las que trataba de disua-

dirlos de cumplir la venganza, insistían en matar a su hermano,

 

la culpa sería menor si seguían el consejo que ahora les daría,

 

para que hicieran lo que deseaban de una manera menos vio-

lenta. Les pidió que no mataran a su hermano con sus propias

 

manos, y que más bien lo arrojaran a la cisterna que había en el

desierto, y lo dejaran morir allí; de ese modo no se mancharían

las manos con su sangre. Los jóvenes aceptaron rápidamente el

consejo. Rubén tomó una cuerda, ató al niño y lo descendió

suavemente al pozo, que no tenía nada de agua. Hecho esto,

siguió su camino buscando pastos para el ganado.

 

3. Judá, otro de los hijos de Jacob, al ver unos árabes, des-

cendientes de Ismael, que conducían a Egipto especias y pro-

ductos de Siria de la tierra de Galaad2

 

, después de irse Rubén

2 En la Biblia son todos los hermanos, y no sólo Judá, los que ven pasar a los ismaelitas (Génesis, XXXVII,

25).

 

aconsejó a sus hermanos que sacaran a José del pozo y lo ven-

dieran a los árabes; porque si moría entre extraños a mucha

 

distancia de allí, ellos se librarían de la responsabilidad de esa

acción brutal.

Así lo resolvieron; sacaron a José de la cisterna y lo vendieron

a los mercaderes por veinte minas. Tenía diecisiete años. Rubén

volvió por la noche sin decir nada a sus hermanos, para sacar a

José del pozo: como sus llamadas no obtuvieran respuesta, temió

que lo hubiesen matado después de haberse ido. Se quejó a sus

hermanos y cuando le contaron lo que habían hecho, Rubén dejó

de lamentarse.

 

4. Después que los hermanos vendieron a José meditaron so-

bre la manera de eludir las sospechas de su padre. Le habían

 

quitado la túnica que llevaba puesta (cuando lo descendieron al

 

pozo), y pensaron conveniente desgarrarla y empaparla en san-

gre de cabra, y luego llevársela a su padre para hacerle creer que

 

había sido devorado por las fieras.

Así lo hicieron y se presentaron ante el anciano, que ya había

tenido conocimiento de la desgracia de su hijo2

 

. Le dijeron que no

habían visto a José ni sabían qué desgracia le había pasado, pero

 

que habían encontrado su túnica ensangrentada y rota, sos-

pechando, si ésa era su túnica, que había caído en las garras de

 

las fieras. Jacob, que había concebido la esperanza de que lo

hubiesen vendido como esclavo, abandonó la esperanza, porque

la túnica, que era la que llevaba puesta cuando lo envió a buscar

a sus hermanos, era prueba de que estaba muerto.

Lloró la muerte del niño como si no tuviera más que un hijo, y

sin hallar consuelo en los demás. Envuelto en una arpillera y

presa de gran aflicción, no lo aliviaron los consuelos de sus hijos

y no se aplacó su dolor durante mucho tiempo.

 

2 En el Génesis no figura este detalle.

 

CAPITULO IV

 

José en la casa de Putifar. La castidad de José

1. Los mercaderes vendieron a José a Putifar, un egipcio que

era jefe de los cocineros del rey Faraón y que lo trató con mucha

amabilidad y le dió la educación y los alimentos correspondientes

 

a hombres libres y no a esclavos. Además, lo nombró administra-

dor de sus bienes. Gozando de todas estas ventajas, José no

 

abandonó, sin embargo, con motivo de su cambio de posición, las

virtudes que poseía anteriormente, demostrando que la

prudencia puede fiscalizar las inseguras pasiones de la vida

cuando se la posee realmente, y cuando no es solamente

apariencia impuesta por una prosperidad pasajera.

2. Cuando la esposa de su amo se enamoró de él, por la

belleza de su cuerpo y su habilidad para manejar las cosas, la

mujer pensó que con sólo decírselo lo haría acostarse con ella,

considerando una gran dicha el que su ama quisiera divertirse

con él. (Ella pensaba en su condición de esclavo, y no en su

moralidad, que siguió siendo la misma después de su cambio de

condición.) Le comunicó, por lo tanto, sus inclinaciones y lo invitó

a satisfacerlas. Pero él rechazó sus ruegos, considerando que

sería injusto ceder a sus instancias e inferir una ofensa al que lo

había comprado y le había concedido tantos favores. La invitó, en

cambio, a refrenar su pasión, haciéndole ver la imposibilidad de

conseguir sus deseos, los que podría dominar al saber que no

lograría complacerlos. Estaba dispuesto a sufrir cualquier

contratiempo antes que cometer ese delito. Porque aunque un

esclavo, como él, no debía contrariar a su ama, podía ser

disculpado en un caso como aquél. La negativa inesperada de

José exacerbó la pasión de su ama. Acosada dolorosamente por

su perversa pasión, trató de satisfacerla haciendo una nueva

tentativa.

3. Cuando llegó una fiesta pública a la que solían asistir las

mujeres, dijo a su esposo que estaba enferma, para quedarse sola

 

y renovar sus ruegos con José. Volvió a suplicarle con palabras

más dulces, diciéndole que haría bien en ceder a su primer

pedido y no contradecirla, por el respeto que debía a su dignidad

y considerando la vehemencia de su pasión que la había

obligado, aunque era el ama, a humillar su majestad; ahora

podía, siguiendo una conducta más prudente, enmendar su

anterior error. Ahora volvía a hacerle las mismas solicitaciones y

con más pasión, porque había pretendido estar enferma sólo

porque prefería su compañía a la solemnidad del festival. Si se

había negado anteriormente por no creer en la seriedad de sus

ruegos, le daba ahora la seguridad, repitiendo su pedido, de que

no trataba de engañarlo.1 Si se sometía a sus deseos no sólo

seguiría gozando de las ventajas que hasta entonces había

adquirido, sino que las aumentaría más aún. Pero si la

rechazaba y prefería conservar su reputación de castidad, sólo

debía esperar odio y venganza de parte de ella. No ganaría nada

con su conducta, porque ella lo acusaría ante su marido de que

había atentado contra su honor. Y Putifar escucharía sus

 

palabras antes que las de él, aunque las de él fueran más verí-

dicas que las de ella.

 

4. Ni las lágrimas y la elocuencia de la mujer, ni la piedad,

pudieron persuadirlo que abandonara su castidad, ni pudo el

miedo obligarlo a ceder a sus intenciones y sus amenazas.

Prefirió sufrir los peores castigos a gozar de sus actuales

ventajas haciendo lo que su conciencia sabía que por ello

merecería justicieramente la muerte. Le dijo que siendo ella una

mujer casada sólo debía cohabitar con su marido; estas razones

eran de mayor peso que el breve placer de un regodeo lujurioso

del que luego se arrepentiría, con un arrepentimiento que no

corregiría el error cometido. Le habló también del miedo que

sentiría de ser sorprendidos. Que las ventajas del secreto eran

pocas, y que sólo mientras no se conociera su perversidad

podrían sentirse algo tranquilos. En cambio, la compañía de su

esposo podía gozarla sin sobresaltos. Añadió que la compañía de

su esposo le daba la ventaja de poseer una conciencia limpia,

ante Dios y ante los hombres. Y que actuaría mejor en su

condición de ama haciéndole sentir su autoridad y conservando

1

J. 1-9

 

su castidad que complicándose avergonzada en una perversidad

de la que serían secretamente culpables. Es mejor gozar de una

vida limpia, sabiendo que lo es, que del secreto de una vida de

prácticas malignas.

 

5. Diciendo estas y otras cosas José trató de refrenar la vio-

lenta pasión de la mujer, y retrotraer sus sentimientos a los lími-

tes de la razón. Pero ella sintió cada vez más vehementes sus de-

seos, y desesperada de convencerlo le puso las manos encima

 

para obligarlo por la fuerza. José salió corriendo de la cámara,

dejando en sus manos la capa; la mujer, temiendo que delatara a

su marido su lujuria y sintiéndose herida por la ofensa que le

había inferido, trató de anticiparse acusándolo ante Putifar y

vengándose de ese modo de su orgullo y su desdén.

Compungida y confusa, aparentó hipócritamente que su enojo

y su pesar, que sentía por haber sido desdeñada, eran por haber

sido atacada su castidad. Cuando volvió su esposo y le preguntó

la causa de su disgusto, lanzó su acusación contra José diciendo:

-Será preciso que mueras, esposo, si no castigas al perverso

esclavo que intentó violar tu lecho, que olvidando quién era

cuando vino a nuestra casa no supo asumir una conducta

modesta, y no recordó los favores recibidos de tu generosidad;

debe de ser un hombre realmente ingrato el que no se conduce en

todas las cosas con el mayor respeto hacia nosotros. Este hombre

se propuso abusar de tu esposa, y aprovechó tu ausencia con

motivo del festival. Ahora se ve claramente que su modestia, la

que aparentó al principio, se debió solamente al temor que tenía

por ti, y no a una virtud natural. Esto se debe a que recibió

honores superiores a los que merecía y esperaba, y dedujo que si

era digno de que le confiaras la administración y el manejo de tu

familia, y fuera preferido a los más antiguos de tus sirvientes,

podía también poner las manos en tu mujer.

Cuando terminó su elocución le mostró la capa, como si

hubiese quedado en su poder cuando trató de forzarla. Putifar no

podía dejar de creer lo que le decían las palabras y las lágrimas

de su mujer, y lo que él mismo veía, y seducido por su amor a su

mujer no se detuvo a investigar la verdad. Seguro de que su

esposa era una mujer púdica, condenó a José por perverso y lo

 

envió a la prisión de los malhechores. Y se formó una opinión

más elevada de su mujer, de cuya modestia y castidad había

recibido el mejor testimonio.

 

CAPITULO V

 

En la cárcel. Los sueños del copero y del panadero. Las

 

visiones del Faraón

 

1. José, encomendando todas sus cosas a Dios, no trató de

 

defenderse ni de relatar la verdad de lo sucedido, y aceptó silen-

ciosamente el cautiverio, creyendo firmemente que Dios, que

 

sabía la causa de su contrariedad y la verdad de los hechos, sería

más fuerte que los hombres que lo castigaban. No tardó en

recibir una prueba de la providencia divina. El guardián de la

cárcel, advirtiendo la diligencia y la fidelidad con las que

cumplía los encargos que le daba, e impresionado, asimismo, por

la dignidad que reflejaba su semblante, le aligeró las cadenas,

haciendo su calamidad más llevadera, y le acordó una dieta

mejor que la del resto de los presos.

Los demás prisioneros, terminadas sus pesadas labores,

solían conversar entre sí, como es habitual entre los que

comparten el mismo sufrimiento, y preguntarse las causas que a

cada uno de ellos los habían llevado a la prisión. Entre ellos

estaba el copero del rey, a quien éste apreciaba y luego lo había

encarcelado en un momento de enojo. Este hombre estaba en la

misma cadena que José y se hizo muy amigo de él. Después (al

advertir que José era más inteligente que los demás), le contó un

sueño que había tenido y le pidió que se lo interpretara,

quejándose de que aparte de las penas que debía sobrellevar a

causa del rey, Dios le había añadido las que le producían sus

sueños.

 

2. Y le dijo que había visto en sueños tres racimos de uvas col-

gando en tres ramas de una vid, grandes y maduros para ser

 

recogidos; y que él los exprimió dentro de una copa que el rey

sostenía en la mano. Después de colar el vino se lo dió a beber al

rey, quien lo recibió amablemente. Esto era lo que había visto,

 

dijo, y quería que José, si entendía algo de esas cosas, le dijera

qué pronosticaba su visión.

José le respondió que no se desanimara y conservara la

esperanza de que dentro de tres días lo pondrían en libertad,

porque el rey requeriría sus servicios y lo repondría en su

antiguo cargo. Le hizo saber que el fruto de la vid era un bien

que Dios concedía a los hombres; el vino es ofrecido a Dios, es el

compromiso de fidelidad y confianza entre los hombres, pone fin

a las disputas, aleja el dolor y la pasión y alegra las mentes.

 

-Me dices que exprimiste con tus manos, el vino de tres raci-

mos de uvas y que el rey lo recibió; has de saber, entonces, que la

 

visión te favorece; predice la liberación de tu presente cautiverio

dentro de un número de días igual al de los racimos de los que

sacaste las uvas en tu sueño. Pero recuerda la prosperidad que

te he pronosticado, y cuando la compruebes por la experiencia y

tengas autoridad, no te olvides que quien te la anunció sigue en

la prisión, donde me dejarás cuando vayas a donde te anuncio.

No estoy preso por ningún crimen; he sido condenado a sufrir el

castigo de los malhechores por mi virtud y sobriedad, y porque

no quise ofender al que me trajo esta desgracia, ni aun siendo

para mi propio placer.

El copero, como es natural, se alegró al oír esa interpretación

 

de su sueño, y esperó que se cumpliera lo que le había pre-

sagiado.

 

3. Pero había otro servidor del rey, jefe de panaderos, que

estaba en la prisión con el copero. Alentado por la interpretación

de José del sueño del copero, quiso que José le interpretara el

suyo (porque había tenido uno la noche anterior), y le dijera lo

que significaban las visiones que se le habían presentado. Eran

las siguientes:

-Me parecía -dijo-, que llevaba en la cabeza tres canastas, dos

llenas de hogazas y la tercera llena de dulces y otras viandas, como

las que suelen prepararse para los reyes; pero las aves venían y

se lo comían todo, sin hacer caso de mis esfuerzos por ahuyen.

tarlas.

 

El panadero esperaba una predicción semejante a la del

copero. Pero José, después de reflexionar sobre el sentido del

sueño, le dijo que de buena gana hubiera preferido ser intérprete

de buenas noticias y no de las que el sueño declaraba; pero que

sólo tenía dos días de vida (que era lo que significaban las

canastas), y que al tercer día sería crucificado y devorado por las

aves, sin poder evitarlo. Ambos sueños se cumplieron tal como

José lo había predicho; al tercer día, cuando el rey celebró su

cumpleaños, hizo crucificar al panadero y libertó al copero y lo

repuso en su cargo anterior.

 

4. Después de sufrir José dos años de encierro, sin que el co-

pero lo ayudara, porque había olvidado su promesa, Dios lo libró

 

de la cárcel arbitrando el siguiente medio: El rey Faraón había

visto en sueños dos visiones en una misma noche, junto con las

 

interpretaciones de ambas; pero olvidó las interpretaciones, rete-

niendo solamente las visiones. Preocupado por lo que había visto

 

(que le parecía triste), al día siguiente reunió a los más grandes

sabios de Egipto para que le interpretaran los sueños. Como

ellos vacilaran en hacerlo, el rey se sintió más perturbado aún.

Fué entonces cuando el copero del rey, viendo la confusión de

Faraón, recordó a José y su inteligencia para entender los

sueños. Habló de él a Faraón contándole el sueño que había

tenido en la cárcel y de qué modo se cumplió su predicción.

Añadió que el jefe de los panaderos había sido crucificado el

mismo día de su liberación, también de acuerdo con la

interpretación de su sueño hecha por José.

 

Le informó que José había sido enviado a la cárcel por Pu-

tifar, el jefe de los cocineros, por ser esclavo, pero que pertenecía

 

a la clase más noble de los hebreos, y era hijo de un padre

ilustre.

-Si quieres mandarlo llamar, sin parar mientes en su actual

desgracia, conocerás el significado de tus sueños.

El rey ordenó que condujeran a José a su presencia, y así lo

hicieron los enviados, después de ocuparse por indicación del rey

de atenderlo y acicalarlo.

5. El rey lo tomó de la mano y le dijo:

 

-¡Joven! Uno de mis sirvientes me dió óptimas referencias

sobre tu gran inteligencia. Me dijo que tú eras actualmente la

persona a quien mejor podía consultar sobre mis sueños. Concé.

deme el mismo favor que otorgaste a mi sirviente, y dime cuáles

son los acontecimientos que pronostican mis visiones. Quiero que

no me ocultes nada por miedo, que no me adules con mentiras o

diciéndome cosas que me agraden, aunque la verdad tenga

aspecto horrible. En mi sueño me pareció ver marchando junto al

río unas vacas gordas, muy grandes, en número de siete, que

iban del río hacia los pantanos; otro número igual de vacas fué a

su encuentro procedente de los pantanos; eran vacas muy

delgadas y feas y se comieron a las gordas y grandes, pero no

mejoraron de aspecto y siguieron siendo consumidas por el

hambre. Después de esa visión desperté, pero preocupado por lo

que pudiera significar mi sueño me volví a dormir y vi otro

sueño, más extraordinario que el anterior, que me preocupó y

atemorizó aún más: vi siete espigas que crecían en una misma

caña, dobladas por el peso de los granos y maduras para la siega;

y cerca de ellas vi otras siete espigas, magras y marchitas por

falta de lluvia, que con gran estupefacción mía devoraron a las

que estaban maduras.

6. José respondió:

-Este sueño, ¡oh, rey! aunque se presentó bajo dos formas, se

refiere a un mismo acontecimiento; las vacas, animales

hechos para el arado y el trabajo, que viste devoradas por las

otras más débiles, y las espigas comidas por las más estropeadas

predicen hambre en Egipto, por falta de productos de la tierra,

que seguirá a un lapso de igual número de años de prosperidad.

La abundancia de los años de fertilidad será consumida durante

el mismo número de años de escasez, y esa escasez de

provisiones necesarias será difícil de subsanar. Es prueba de ello

el que las vacas feas que devoraron a las de mejor clase, no

quedaron con ello satisfechas. Pero Dios anticipa lo que ocurrirá

a los hombres no para apenarlos sino para que, sabiendo de

antemano lo que pasará, puedan adoptar con prudencia las

medidas más convenientes. Si dispones con cuidado de las

 

cosechas abundantes que precederán al hambre, lograrás que la

calamidad siguiente no sea tan sentida por los egipcios.

7. El rey se maravilló de la discreción y la sabiduría de José; y

 

le preguntó de qué modo podría disponer de las cosechas abun-

dantes de los años buenos que precederían al hambre, para

 

hacer tolerable el período de austeridad. José agregó entonces el

siguiente consejo: Que escatimara las cosechas buenas y no

permitiera a los egipcios derrocharlas, guardando los sobrantes

para satisfacer las necesidades de la época de escasez. También

le exhortó a que retirara el trigo a los agricultores y les diera

sólo lo suficiente para su alimentación.

El rey, admirado no sólo por la interpretación de José, sino

 

también por el consejo que le había dado, le encargó que se ocu-

para del trigo, dándole poder para hacer todo lo que creyera

 

beneficioso para el pueblo de Egipto y para el rey, convencido de

que el mismo que había ideado el recurso sería el más indicado

para ponerlo en acción. Con el poder que le había conferido el

rey, y autorizado para usar el sello real y vestir de púrpura,

recorrió en su carroza todo el país de Egipto y recogió el trigo de

los agricultores, dejando a cada cual lo suficiente para semilla y

alimentación, pero sin decir a nadie la razón de que procediera

de este modo.

 

CAPITULO VI

 

José, después de haberse hecho famoso en Egipto, somete

 

a sus hermanos

 

1. José cumplió treinta años de edad, gozando de grandes ho-

nores de parte del rey, que por su prodigiosa sabiduría lo

 

llamaba Psotomfanej, palabra que significa "descubridor de

secretos". Se casó con una mujer de alta alcurnia, la hija de

Potifera, uno de los sacerdotes de Heliópolis; era una virgen

llamada Asenet. Tuvo con ella hijos antes de que llegara la

escasez: Manasés, el mayor, nombre que significa "olvido",

porque su actual felicidad le había hecho olvidar su desventura

anterior, y Efraím el menor, nombre que sinificaba "restituidor"

porque le había sido devuelta la libertad de sus antepasados.

Después de haber pasado Egipto siete años de abundancia, de

acuerdo con la interpretación de los sueños hecha por José, al

octavo año llegó el hambre; y como la desgracia cayó sobre ellos

 

sin que la conocieran de antemano, se afligieron mucho y se re-

unieron ante las puertas del palacio real. El rey llamó a José,

 

que distribuyó trigo, convirtiéndose en el reconocido salvador del

pueblo. Pero no sólo abrió el mercado del trigo para los del país;

todos los extranjeros tuvieron libertad para comprarlo. José

quería que todos los hombres, que eran parientes entre sí,

recibieran ayuda de los que vivían en la prosperidad.

2. Cuando Jacob supo que el mercado estaba abierto para los

 

extranjeros, envió a todos sus hijos a Egipto a comprar trigo, por-

que la tierra de Canaán sufría terriblemente por el hambre; (la

 

calamidad había invadido a todo el continente). Sólo retuvo a

Benjamín, hijo de Raquel y hermano de José de la misma madre.

Los hijos de Jacob llegaron a Egipto y se dirigieron a José

para pedirle que les permitiera comprar trigo; porque nada se

hacía sin su aprobación, y hasta el homenaje que se tributaba al

 

rey sólo era provechoso cuando se honraba también a José. José

reconoció a sus hermanos, mientras que ellos no lo reconocieron

a él, porque era muy joven cuando lo dejaron, y ahora había

alcanzado una edad mucho mayor y las facciones de su rostro

habían cambiado. Además la gran dignidad que revestía no les

permitía ni sospechar siquiera que pudiera ser él.

José los puso a prueba para tantear sus sentimientos; se negó

a venderles trigo diciendo que habían ido a espiar los asuntos del

rey: y que procedían de distintos países, habiéndose reunido

para simular que eran parientes; porque no era posible que un

particular hubiese criado tantos hijos, y de tan hermosa

prestancia; ni los mismos reyes podían dar a tantos hijos una

educación como la de ellos. Esto lo dijo para averiguar qué había

sido de su padre después de su partida, y la suerte que había

corrido su hermano Benjamín; porque temía que hubiesen hecho

víctima a Benjamín de la misma perfidia que habían cometido

con él.

3. Los hermanos, llenos de terror y confusión, creyeron que

los amenazaba un gran peligro; pero sin pensar en su hermano

José se defendieron rechazando con firmeza la acusación, Rubén

habló en nombre de todos.

-No hemos venido -dijo-, con ningún propósito avieso, ni para

perjudicar los asuntos del rey; sólo queríamos precavernos

 

pensando encontrar en tu generosidad un refugio contra la mi-

seria que aflige, a nuestro país, porque supimos que habías re-

suelto vender trigo, no solamente a tus compatriotas, sino tam-

bién a los extranjeros y que habías decidido permitir que ese

 

trigo sirviera para satisfacer a todos los necesitados. De que so-

mos hermanos, y de la misma sangre, lo dicen claramente los

 

rasgos característicos de nuestros rostros que no son muy

distintos entre sí. Nuestro padre se llama Jacob, un hebreo que

tuvo doce hijos con cuatro esposas. Cuando los doce vivían,

formábamos una fa. milia feliz; pero cuando murió uno de

nuestros hermanos, llamado José, nuestras cosas empeoraron,

porque mi padre, sin poder evitarlo, lo lloró durante mucho

tiempo y nosotros sufrimos doblemente, por la pérdida de

nuestro hermano y por la aflicción de nuestro anciano padre.

 

Ahora vinimos a comprar trigo, después de dejar la atención de

nuestro padre y de nuestra familia al cuidado de nuestro

hermano menor, Benjamín. Si mandas a comprobarlo a nuestra

casa, podrás averiguar que no hemos incurrido en ninguna

falsedad en nuestras palabras.

4. De este modo trató Rubén de inspirar en José una opinión

más favorable a su respecto. Después de enterarse de que su

padre vivía y que sus hermanos no habían matado a su hermano,

los envió temporariamente a la, cárcel, para estudiar

detenidamente el caso cuando tuviera más tiempo. Al tercer día

los mandó llamar y les dijo:

-Vosotros afirmáis insistentemente que no habéis venido a

perjudicar los negocios del rey, y que sois hermanos e hijos del

 

padre que habéis nombrado; pues bien, para comprobar la ver-

dad de lo que decís me dejaréis aquí a uno de vosotros, que no

 

sufrirá ningún daño; llevaréis el trigo a vuestro padre y cuando

volváis traeréis con vosotros al hermano que decís que habéis

dejado en vuestra casa; de ese modo me convenceréis de la

verdad de vuestras palabras.

Con esto la pena de los hermanos aumentó; lloraron, se

lamentaron, recordando la desdichada historia de José, diciendo

que esa desgracia era el castigo que Dios les infligía. Rubén los

reprochó largamente por su tardío arrepentimiento, que no

beneficiaba a José. Y los exhortó a sobrellevar con paciencia los

sufrimientos, porque era un castigo de Dios. De este modo

hablaron entre sí, sin imaginarse que José entendía su idioma.

Ante las palabras de Rubén todos sintieron una honda tristeza y

se arrepintieron por su acción, como culpables del hecho

cometido y por el que Dios los castigaba con justicia.

Cuando José los vió afligidos de ese modo, se sintió conmovido

hasta las lágrimas, y no queriendo que lo vieran llorar, se retiró.

Un rato más tarde volvió y reteniendo a Simón como garantía de

que sus hermanos volverían, les mandó tomar el trigo que

habían comprado y que se marcharan. A su mayordomo le

ordenó privadamente que pusiera en cada uno de los sacos el

dinero que habían traído para comprar el trigo, y los despidiera;

aquél hizo lo que le ordenó.

 

5. Cuando los hijos de Jacob llegaron a la tierra de Canaán

contaron a su padre lo que les había ocurrido en Egipto; que

fueron sospechados de haber ido a espiar al rey, y que cuando

 

dijeron que eran hermanos y habían dejado a su undécimo her-

mano acompañando al padre de ellos, no les habían creído; aña-

dieron que habían dejado a Simón en poder del gobernador hasta

 

que Benjamín fuera a atestiguar la verdad de sus manifesta-

ciones.

 

Rogaron a su padre que no temiera nada y enviara a su her-

mano con ellos.

 

Jacob quedó desconforme con lo que habían hecho sus hijos;

sintió dolorosamente la detención de Simón y juzgó que sería

una tontería entregar también a Benjamín. No cedió a los ruegos

de Rubén, que le ofreció sus propios hijos para que en represalia,

el abuelo los matara si le ocurría algo a Benjamín en el viaje.

Turbados y sin saber qué hacer, un nuevo accidente los alteró

todavía más, y fué cuando hallaron el dinero escondido en los

sacos de trigo.

 

Pero el trigo que compraron se terminó y como el hambre se-

guía apretando, Jacob, obligado por la necesidad, resolvió enviar

 

a Benjamín con sus hermanos, ya que no podían volver a Egipto

si no lo llevaban como lo habían prometido. Como la miseria era

cada día mayor y sus hijos le rogaban, no le quedó otro recurso

que adoptar en aquellas circunstancias. Judas, que solía ser de

carácter audaz, le dijo que no temiera por su hijo, ni pensara en

nada malo, porque nada le pasaría que no hubiese sido dispuesto

por Dios, y que si debía ocurrirle algo lo mismo le pasaría

aunque se quedase en su casa. No debía condenarlos a una

destrucción manifiesta, ni privarlos de la abundancia de

alimentos que podían obtener del faraón, debido a su irrazonable

temor por Benjamín; debía, en cambio, preocuparse por Simón;

impidiendo el viaje de Benjamín podía ocasionar la muerte de

Simón. Lo exhortó a confiar en Dios. Y añadió que si no traía a

su hijo sano y salvo, moriría con él.

Jacob quedó finalmente convencido; les entregó a Benjamín, y

les dió el doble del precio del trigo. Envió también obsequios a

 

José, frutos de la tierra de Canaán, bálsamos, resinas,

trementina y miel. Tanto ellos como su padre derramaron

muchas lágrimas al partir. El deseo del padre era que volvieran

sanos y salvos del viaje; y el de los hijos el de encontrar al padre

gozando de buena salud y no pesaroso y dolorido por ellos. La

aflicción duró todo un día; finalmente el anciano quedó en su

casa, agotado por el dolor, y ellos partieron a Egipto, tratando de

mitigar las penas de sus actuales desgracias con la esperanza de

una suerte mejor para lo futuro.

6. No bien llegaron a Egipto fueron conducidos a presencia de

 

José. Y allí los asaltó otro temor, el de ser acusados de haber en-

gañado a José, por el dinero del trigo. Dieron al mayordomo de

 

José una extensa explicación, diciéndole que cuando llegaron a

su casa encontraron el dinero en las bolsas, y que ahora lo

habían traído de vuelta. El mayordomo replicó que no sabía de

qué hablaban. Esas palabras los libraron del temor. Luego, el

mayordomo dejó en libertad a Simón, le puso una hermosa capa

y le permitió que se reuniera con sus hermanos; en ese momento

llegó José, volviendo de asistir al rey. Le ofrecieron los obsequios

que traían y cuando José les preguntó por su padre le

respondieron que lo habían dejado bien.

Enterado de ese modo de que estaba vivo, y como viera a

Benjamín, les preguntó si ése era su hermano menor. Le dijeron

que sí, y José respondió que Dios era su protector. Pero como se

le llenaron los ojos de lágrimas por la emoción, se retiró para que

no lo vieran llorar. Luego los invitó a cenar, y, ellos se sentaron

en el mismo orden que acostumbraban a observar en la mesa de

su padre. Aunque trató amablemente a todos, envió a Benjamín

una ración doble de la que recibieron los demás comensales.

7. Cuando se acostaron a dormir, después de la cena, José

ordenó a su mayordomo que les diera las medidas de trigo, y que

volviera a esconderles el precio en los sacos; y que en la bolsa de

Benjamín pusiera la copa de plata en la que a José le gustaba

beber. Lo cual tenía por objeto poner a prueba a sus hermanos y

comprobar si defenderían a Benjamín cuando éste fuera acusado

de haber robado la copa y se hallase en peligro, o si lo

 

abandonarían y basándose en su propia inocencia volverían a la

casa de su padre sin él.

Los sirvientes cumplieron las órdenes recibidas, y los hijos de

 

Jacob, sin sospechar nada, se pusieron en marcha llevando con-

sigo a Simón y sintiéndose doblemente felices, porque también

 

volvía con ellos Benjamín, a quien llevaban de vuelta a su padre,

como le habían prometido.

De pronto los rodeó un pelotón de soldados a caballo, acompa.

ñados por el sirviente de José, el mismo que había puesto la copa

en el saco de Benjamín. Alarmados por el inesperado ataque, les

preguntaron a qué se debía que asaltaran de ese modo a un

grupo de hombres que poco antes habían sido considerados por

su amo dignos de una honorable y hospitalaria recepción. Los

hombres respondieron llamándolos malvados y diciéndoles que

habían olvidado el trato amable y hospitalario de José, no

vacilando en perjudicarlo; se habían llevado la copa con la que

José tan amistosamente había brindado por ellos, sin considerar

su amistad, como tampoco el peligro que correrían si fueran

apresados. Los amenazaron con el castigo, porque aunque

habían escapado burlando al sirviente de servicio, no habían

escapado al conocimiento de Dios.

-¡Y todavía preguntáis por qué os hemos detenido, y fingís no

saber nada! Pero ya lo sabréis cuando recibáis vuestro castigo.

Estas y otras cosas les dijo el sirviente, a manera de reproche.

Pero como ellos no sabían nada de lo que decía, lo tomaron a

risa. Y se sorprendieron del lenguaje abusivo que usaba el

criado, que se permitía acusar a los que poco antes habían

devuelto el dinero del trigo que hallaron en sus sacos, en lugar

de quedarse con él, aunque nadie lo sabía, y que estaban muy

lejos de querer inferir ningún agravio a José, voluntariamente.

Pero pensando que si los revisaran quedarían mejor justificados

que con las negativas, les ordenaron que así lo hicieran, y que si

alguno de ellos resultara culpable de robo, los castigaran a todos.

Conscientes de que no habían cometido ningún crimen, hablaban

con la seguridad de que no corrían ningún peligro.

Los sirvientes convinieron en registrarlos, pero dijeron que el

castigo sólo debería alcanzar al que fuera hallado culpable del

 

robo. Los registraron, dejando a Benjamín para el final, porque

sabían que en su saco habían ocultado la copa. Revisaron a los

demás sólo para demostrar que eran rigurosos. Todos quedaron

tranquilos en cuanto a su propia seguridad y solamente les

quedó el temor por Benjamín, pero con la certeza al mismo

tiempo de que también él sería hallado inocente. Y reprocharon a

sus perseguidores por haberles estorbado el viaje. Pero no bien

comenzaron a revisar la bolsa de Benjamín encontraron la copa.

Los hermanos empezaron entonces a gemir y a lamentarse; se

desgarraron las ropas, lloraron por el castigo que su hermano

sufriría por el robo, y por la decepción de su padre, Quien

habían prometido que traerían a Benjamín sano y salvo.

Aumentaba su pesar el hecho de que ese triste accidente se

había producido, desgraciadamente, en el momento preciso en

que se creían libres de riesgos; se proclamaron culpables de la

desdicha de su hermano, lo mismo que de la pena de su padre,

porque habían obligado a su padre a que enviara a Benjamín con

ellos.

8. Los soldados condujeron a Benjamín a presencia de José,

seguidos por sus hermanos. Cuando José vió a Benjamín

arrestado y a su hermanos con ropas de duelo, les dijo:

-¿Qué idea, hombres viles y despreciables, os habéis formado

de mi amabilidad y de la providencia de Dios, para cometer

desvergonzadamente este atentado contra vuestro benefactor,

que os atendió con tanta hospitalidad?

Los hermanos se confesaron culpables para salvar a

Benjamín, y recordaron de nuevo la perversa acción que habían

cometido con José. Manifestaron que él era ahora más feliz que

ellos, si estaba muerto, porque se había librado de las miserias

de la vida, y si estaba vivo porque podía gozar viendo la

venganza de Dios tomada contra ellos. Añadieron que eran una

calamidad para su padre, porque al anterior dolor por José le

agregaban ahora el nuevo pesar por Benjamín. Rubén los

amonestó enérgicamente, pero José les mandó que se retiraran,

porque, dijo, ellos no habían incurrido en ningún delito, y él se

limitaría a castigar al muchacho, al que no podía dejar en

libertad porque no era lógico libertar al culpable por

 

consideración a los inocentes. Como tampoco era justo castigar a

todos porque uno sólo hubiera robado.

Cuando les prometió finalmente darles permiso para partir,

sin ser molestados,, los hermanos se sintieron consternados y no

atinaron a decir nada. Pero Judá, que había convencido al padre

de que les permitiera llevar al muchacho, y que era además un

hombre audaz y activo, resolvió arriesgarse a lograr la salvación

de su hermano.

-Es verdad, ¡oh gobernador! -dijo-, que hemos sido muy

perversos contigo, y que por eso merecemos castigo. Es justo que

todos lo suframos, aunque el robo haya sido cometido por uno de

nosotros, el más joven de todos; no obstante nos queda alguna

esperanza, que nos impide entregarnos a la desesperación, y que

se basa en tu amabilidad de prometernos que saldríamos bien

librados del presente peligro. Te rogamos que no te fijes en

nosotros ni en el gran crimen de que somos culpables, y que con

tu excelente carácter te inspires más bien en tu virtud que en el

odio que nos profesas; pasión ésta que sólo abrigan los que son

de baja índole, porque de ella sacan su fuerza, y no sólo en las

grandes ocasiones sino también en las ocasiones menudas.

Domina, señor, esa pasión, y no te dejes subyugar por ella, ni

permitas que aniquile a los que no reclaman su salvación sino

que la desean aceptar libremente de ti. No sería la primera vez

que nos la darías; la vez pasada cuando vinimos a comprar trigo,

nos diste gran cantidad de alimentos y permiso para que

lleváramos a nuestra familia todo lo que necesitábamos para no

morirnos de hambre. No hay niguna diferencia entre no

descuidar a los hombres que se mueren por falta de lo necesario

y no castigar a los que parecen delincuentes y han tenido la

desdicha de perder la ventaja de la gloriosa protección que

recibieron de ti. Sería el mismo favor concedido de distinta

manera; salvarías a los que diste de comer, y con tuu bondad

conservarías la vida a las almas que no quisiste ver sufrir por el

hambre, siendo simultáneamente una acción grande y

maravillosa mantenernos vivos con el trigo y concedernos el

perdón de lo que ahora nos aflige y que nos permitiría seguir con

vida. Estoy dispuesto a cree que Dios quiso darte la oportunidad

de mostrar tu virtuosa disposición, produciéndonos esta desdicha

 

para que sea evidente que eres capaz de olvidar las ofensas que

te fueron inferidas; y para que puedan apreciar tu bondad los

demás, aparte de los que necesitan de tu ayuda. Si es justo

asistir a los afligidos por falta de alimentos, es más glorioso aún

salvar a los que merecen castigo por ofensas cometidas contra ti.

Porque si es encomiable perdonar a los culpables de pequeños

delitos, que ocasionan pérdidas a una persona, y es loable el que

las olvida, contener la pasión de la cólera ante crímenes que

ponen la vida de los culpables en las manos de las víctimas, es

poseer la excelente naturaleza de Dios mismo. A decir verdad yo,

si no tuviéramos un padre que nos hizo ver, con motivo de la

muerte de José, el dolor que aflige a un padre cuando pierde un

hijo, no habría dicho una sola palabra para salvar nuestras

vidas; es decir, ni una sola que no fuera la de destacar tu

excelente carácter para preservar incluso a aquellos que no

tienen quien los llore a su muerte; nos entregaríamos, en

cambio, preparados a sufrir lo que tú dispusieras. Pero ahora

(porque no pedimos misericordia para nosotros, aunque

tendríamos que morir siendo jóvenes, y antes de haber gozado de

la vida), ten consideración por nuestro padre, compadécete de su

vejez, en cuyo nombre te hacemos estas súplicas. Te rogamos que

nos des estas vidas que nuestra perversidad puso a merced de tu

castigo; y te lo pedimos en nombre del que no es perverso, porque

no por ser nuestro padre es por lo que somos perversos. Nuestro

padre es un buen hombre, y no merece que su dolor sea puesto a

prueba de este modo; ahora mismo está afligido por nuestra

ausencia. Y cuando se entere de nuestra muerte, y por la causa

de ella, morirá indefectiblemente; la detestable forma de nuestra

ruina acelerará su fin, lo matará, le producirá una muerte

miserable, lo hará apresurarse a abandonar este mundo, lo

sumirá en un estado de insensibilidad, antes de que la triste

historia de nuestro fin se difunda por el mundo. Considera las

cosas de este modo, aunque nuestra maldad provoque ahora en ti

un justo deseo de castigarla, y perdónala por nuestro padre. Que

tu conmiseración por él pese más en tu voluntad que nuestro

delito. Considera la vejez de nuestro padre, quien, si nosotros

morimos, quedará muy solo mientras.viva, y no tardará en morir

él también. Concede esa gracia a la palabra padre, y con eso

 

honrarás al que te dió la vida y a ti mismo que también llevas

ese nombre. De ese modo Dios, padre de todas las cosas, te

protegerá, por haber tenido piedad por nuestro padre, y

considerando lo afligido que estaría si perdiera a sus hijos. Te

toca a ti concedernos lo que Dios nos dió, estando en tu poder

quitárnoslo, y ser de ese modo semejante a él en caridad. Es.

preferible que el que puede dar o quitar, use su poder con

misericordia. Está en tus manos destruir, olvidar que tienes ese

poder y considerar que sólo tienes fuerza para proteger. Y cuanto

más se extiende ese último poder tanto más crece la reputación

del que lo ejerce. Perdonando a nuestro hermano lo qué

desdichadamente cometió, nos protegerás a todos; nosotros no

podemos pensar en seguir viviendo si él muere, porque no

osaríamos presentarnos ante nuestro padre sin nuestro

hermano. Tenemos que quedarnos a compartir con él la misma

suerte. Te rogamos, ¡oh, gobernador!, que si condenas a nuestro

hermano a muerte, nos castigues junto con él, como cómplices de

su crimen. No sería razonable dejar que nos matemos de dolor

por la muerte de nuestro hermano; debemos morir como

igualmente culpables de su crimen. Sólo te haré esta

 

consideración, y luego no diré una sola palabra más: nuestro her-

mano cometió su falta siendo joven, sin poseer una conciencia

 

madura de su conducta; y es natural que los hombres perdonen a

los jóvenes. Con esto termino, sin añadir nada, lo que tengo que

decir; en caso de que nos condenes, que esa omisión haya sido la

causa de tu exceso de severidad. En caso de que nos dejes libres,

que la medida corresponda a tu bondad, de la que tienes

conciencia en tu fuero interno. Nos librarás de una condena, no

solamente para protegernos sino para concedernos un favor que

nos dará mayor justificación; con ello habrás hecho más por

nuestra liberación que lo que nosotros mismos pudiéramos

hacer. Si, en cambio, resuelves matarlo, quisiera que me mates a

mí en su lugar, y a él lo devuelvas a su padre; o si te place

retenerlo como esclavo, yo soy más apto para trabajar para ti

como esclavo; como puedes ver, estoy mejor preparado para

cualquiera de estas dos penas.

Dispuesto a soportarlo todo con tal de salvar a su hermano,

Judas se arrojó a los pies de José, tratando empeñosamente de

 

aplacar su enojo. Los demás hermanos también se tiraron a sus

pies, llorando y ofreciéndose para morir y salvar la vida de

Benjamín.

 

9. José, dominado por la emoción e incapaz de seguir fingien-

do enojo, ordenó a todos los presentes que salieran para darse a

 

conocer a sus hermanos cuando estuvieran solos. Todos se re-

tiraron y José se dió a conocer a sus hermanos, diciendo:

 

-Alabo vuestra virtud y vuestra bondad para con nuestro her-

mano. Veo que sois mejores de lo que esperaba por lo que hi-

cistéis conmigo. La verdad es que hice todo esto para probar

 

vuestro amor fraternal. Creo, por lo tanto, que no sois perversos

por naturaleza, por lo que hicisteis en mi caso, sino que todo

ocurrió de acuerdo con la voluntad de Dios, que por este medio

 

trató de que gozáramos las cosas buenas que tenemos; y, si con-

tinúa en buena disposición, por las que tendremos en adelante.

 

Como por eso sé que nuestro padre se encuentra sano y salvo,

mejor de lo que esperaba, y como os veo tan bien dispuestos

hacia nuestro hermano, olvidaré la culpa que hayáis podido

tener en vuestra acción contra mí, dejaré de odiaros por esa

maldad que cometisteis y por el contrario os daré las gracias por

haber colaborado con las intenciones de Dios para llevar las

cosas al estado actual. Os pido que vosotros también lo olvidéis,

ya que vuestra imprudencia llegó a un fin tan feliz, y dejéis de

sentiros incómodos y avergonzados. No permitáis que ahora os

apenen vuestras malas inclinaciones de antes y el acerbo

remordimiento que las siguió, porque esas intenciones fueron

frustradas. Seguid vuestro camino, celebrando lo que ocurrió por

la divina providencia, y decídselo a vuestro padre, para que no se

preocupe por vosotros y me prive de la parte más grata de mi

felicidad, es decir, que no se muera antes de que yo lo vea y de

que goce las cosas buenas que ahora nos alegran. Traed a

vuestro padre, y a sus esposas e hijos y todos sus parientes, e

instalad aquí vuestras moradas. Porque no es propio que las

personas que me son más queridas vivan lejos de mí, ahora que

mis asuntos son tan prósperos, y sobre todo cuando todavía

tienen que sobrellevar otros cinco años de hambre.

 

Dicho esto José abrazó a sus hermanos, que lloraban

conmovidos. Pero la generosa bondad de su hermano no les

dejaba lugar al temor de que fueran castigados por lo que habían

tramado y hecho contra él. Luego celebraron un banquete.

Cuando el rey se enteró de que los hermanos de José habían ido

a verlo, se alegró mucho, como si fuera un acontecimento de su

propia familia; les dió carros llenos de trigo, oro y plata para que

los llevasen a su padre. Recibieron otros presentes de José, para

llevarlos a su padre y como regalos para ellos, siendo mayores

los de Benjamín. Luego partieron.

 

CAPITULO VII

 

El translado, a causa del hambre, del padre de José con

 

toda su familia

 

1. En cuanto Jacob se enteró, al regreso de sus hijos, de las

noticias sobre José, de que no sólo había escapado a la muerte,

por la que todavía Jacob llevaba luto, sino que vivía feliz,

rodeado de esplendor y gobernando a Egipto, junto con el rey que

le había encargado casi todas las cosas, no consideró increíble lo

que le decían, juzgando la grandeza de la obra de Dios y su

bondad para con él, aunque esa bondad había sido intermitente

en los últimos tiempos, e inmediata y fervorosamente se preparó

para ir a reunirse con José.

2. Cuando llegó al pozo del juramento, ofreció sacrificio a

Dios. Luego se sintió temeroso de que la felicidad que reinaba en

Egipto tentara a su posteridad a quedarse allí, y no pensara

volver a la tierra de Canaán para poseerla como Dios les había

prometido; temió también que su descenso a Egipto no contara

con la voluntad de Dios y que su familia fuera por eso destruida;

 

le preocupaba, sobre todo, la idea de abandonar esta vida sin ha-

ber visto a José. Revolviendo esas dudas en su mente se quedó

 

dormido.

3. Dios se le apareció y lo llamó dos veces por su nombre; él

preguntó quién era, y Dios le dijo:

-No es justo, Jacob, que no reconozcas al Dios que siempre

protegió y apoyó a tus antepasados y luego a ti mismo; cuando tu

padre te privó de este dominio, yo te lo di, y fué por mi bondad

que, habiendo ido solo a Mesopotamia, hayas obtenidos buenas

esposas, volviendo con muchos hijos y riquezas. Toda tu familia

fué también protegida por mi providencia. Y fui yo quien condujo

a tu hijo José, a quien dabas por perdido, a la felicidad y la

prosperidad. Yo lo hice señor de Egipto, con poca diferencia del

propio rey. Por eso vengo ahora a guiarte en este viaje; y predigo

que morirás en los brazos de José. Y te informo que tu

 

posteridad gozará durante muchos años de autoridad y gloria, y

que la instalaré en la tierra que le prometí.

4. Animado por su sueño, Jacob fué más alegremente a

Egipto, con sus hijos y todas sus pertenencias. Eran en total

setenta. Pensé que sería mejor no anotar los nombres de esa

familia, sobre todo por su difícil pronunciación. Pero en general

creo que es necesario mencionarlos, para refutar a los que creen

que no procedemos originalmente de Mesopotamia, sino que

somos egipcios. Jacob tuvo doce hijos, uno de los cuales, fué

antes que ellos a Egipto. Vamos a anotar los nombres de los hijos

y nietos de Jacob. Rubén tuvo cuatro hijos: Anoc, Fa], Asarón y

Carmis. Simeón tuvo seis: Jamuel, Jamín, Jaod, Jaquín, Soar y

Saúl. Leví tuvo tres hijos: Gersón, Caaz y Maranir. Judá tuvo

tres hijos: Salas, Farés y Zaras, y dos nietos de Farés: Esrón y

Amir. Isacar tuvo cuatro hijos: Tulas, Fúa, Jasub y Samarón.

Zabulón llevó consigo tres hios: Sarad, Elón y Jalel. Todos ellos

descendientes de Lía, de quien fué también su hija Dina. Son

treinta y tres. Raquel tuvo dos hijos, uno de los cuales, José, tuvo

dos también, Manasés y Efraím. El otro, Benjamín; tuvo diez:

Bolosor, Bacar, Asabel, Gerar, Naemán, Jes, Ros, Momfis,

Optais y Arad. Estos catorce, unidos a los treinta y tres

anteriormente nombrados, suman cuarenta y siete.

Fué la posteridad legítima de Jacob. Tuvo además con Bala,

la criada de Raquel, a Dan y Neftalí, el último de los cuales tuvo

cuatro hijos que lo siguieron: Jesel, Gunis, Isares y Selim. Dan

tuvo un solo hijo, Usis. Añadiendo éstos a los enumerados antes

se completa la cantidad de cincuenta y cuatro. Gad y Aser fueron

los hijos de Zelfa, la criada de Lía. Gad llevó consigo a sus siete

hijos, Safonía, Augis, Sunis, Asabón, Erin, Eredes y Ariel. Aser

tuvo una hija, Sara, y seis hijos cuyos nombres eran Jomnes,

Isus, Isuis, Baris, Abaro y Melkiel. Si agregamos éstos, que son

dieciséis, a los cincuenta y cuatro anteriores, llegamos al antes

mencionado número de setenta, en el que no se incluye a Jacob.

5. Cuando José supo que venía su padre, porque su hermano

 

Judá llegó antes y le anunció su arribo, salió a recibirlo, y se en-

contraron en Herópolis. Jacob se sintió desfallecer ante la

 

grande e inesperada alegría. José lo reanimó, aunque él mismo

 

tampoco pudo resistir la impresión, y el placer del encuentro

estuvo a punto de provocarle el mismo efecto que a su padre.

Pero logró dominarse mejor que éste. Luego rogó a Jacob que

marchara lentamente y él, llevando consigo a cinco de sus

hermanos, se adelantó a prisa para anunciar al rey la llegada de

Jacob y su familia. El rey se alegró por la grata noticia y pidió a

José que le dijera qué clase de vida les gustaba llevar a sus

hermanos, para encomendarles las mismas ocupaciones. José le

dijo que eran buenos pastores, y no estaban acostumbrados a

hacer ninguna otra cosa fuera de esa tarea. Luego dispuso que

no se separaran y vivieran juntos, y cuidaran de su padre;

también determinó que para ser aceptables por los egipcios, no

se dedicaran a ninguna de sus actividades. A los egipcios les

estaba prohibido ocuparse en labores de pastoreo.

6. Jacob se presentó ante el rey y lo saludó y le deseó prospe.

ridad a su gobierno. Faraón le preguntó qué edad tenía; cuando

 

le respondió que tenía ciento treinta años, se admiró de su longe-

vidad. Jacob añadió que no había vivido tanto como sus ante-

pasados, y el rey le dió permiso para residir con sus hijos en

 

Heliópolis. Porque en esta ciudad tenían sus prados los pastores

del rey.

7. El hambre aumentó entre los egipcios. El grave flagelo se

hizo más opresivo; el río no desbordó porque no había llegado a

su anterior altura, ni Dios les mandó lluvia. Tampoco hicieron

acopio de provisiones, porque ignoraban lo que debían hacer.

José les vendió trigo por dinero. Cuando les faltó el dinero,

compraron trigo con el ganado, y con los esclavos, y los que

tenían algún pequeño terreno lo cedieron para adquirir comida;

de ese modo el rey se convirtió en dueño de todas sus cosas.

Tuvieron que ser trasladados unos a un sitio, otros a otro, para

que la posesión del país quedara firmemente en las manos del

rey; excepto las tierras de los sacerdotes, que siguieron en su

poder.

El hambre los convirtió realmente en esclavos, de cuerpo y

alma; finalmente los obligó a procurarse el sustento por medios

deshonrosos. Pero cuando terminó la miseria, y el río desbordó y

cubrió la tierra, y ésta dió abundantes frutos, José fué a todas

 

las ciudades, reunió en cada una al pueblo y les devolvió la tierra

que, por su propio consentimiento, debía ser de propiedad

exclusiva del rey y para su exclusivo provecho. Los exhortó a

considerarla como propiedad de cada cual, y a que se dedicaran

con entusiasmo a la agricultura y pagaran como tributo al rey la

quinta parte de los frutos de la tierra que el rey, siendo suya, les

devolvía. Todos se alegraron al verse inesperadamente dueños

de sus tierras, y cumplieron con diligencia lo que les mandaron.

De este modo aumentó el ascendiente de José sobre los egipcios,

y el cariño que sentían por el rey. La ley de pagar la quinta parte

como tributo se mantuvo hasta el último de los reyes.

 

CAPITULO VIII

 

Muerte de Jacob y de José

 

1 Después de vivir diecisiete años en Egipto, Jacob cayó en-

fermo y murió en presencia de sus hijos; pero antes hizo sus ple-

garias por su prosperidad y les anunció proféticamente que todos

 

ellos vivirían en la tierra de Canaán. Lo cual sucedió muchos

años después. En cuanto a José, lo elogió por haber olvidado la

maldad de sus hermanos, y haber sido generoso con ellos,

dándoles favores que ni siquiera concedían los benefactores.

Ordenó luego a sus hijos que admitieran a los hijos de José,

Efraím y Manasés, entre los suyos, y dividieran en común entre

ellos la tierra de Canaán, sobre lo cual hablaremos más tarde.

 

Pero pidió que lo enterraran en Hebrón. Murió después de ha-

ber vivido sólo tres años menos de ciento cincuenta, no habiendo

 

estado por debajo de ninguno de sus antepasados en su devoción

 

a Dios. Obtuvo la recompensa que corresponde a los que son bue-

nos como él. Con permiso del rey José condujo el cadáver de Ja-

cob a Hebrón, y allí lo sepultó con gran pompa. Sus hermanos no

 

quisieron al principio volver con él, porque temían que, muerto el

padre, los castigaría por sus conspiraciones contra él, ya que

había desaparecido aquel por quien los había tratado tan bien.

Pero José los convenció de que no temieran nada ni desconfiaran

de él. Los llevó consigo, les dió grandes propiedades y nunca dejó

de preocuparse por ellos.

2. José murió a los ciento diez años, habiendo sido un hombre

de admirable virtud; condujo todos sus asuntos con prudencia.

Usó su autoridad con moderación, causando la felicidad de los

 

egipcios, aun cuando procedía de otro país y en las terribles cir-

cunstancias que ya hemos relatado. Con el tiempo sus hermanos

 

murieron, después de haber vivido felices en Egipto. Los descen-

dientes de estos hombres un tiempo después condujeron sus

 

cuerpos a Hebrón y allí los inhumaron. En cuanto a los restos de

 

José lo llevaron después a la tierra de Canaán, cuando los hebreos

salieron de Egipto, porque José lo había hecho prometer con

juramento. Pero lo que a cada uno de esos hombres ocurrió, y con

qué medios tomaron posesión de la tierra de Canaán, se verá

luego, después que haya explicado por qué dejaron la tierra de

Egipto.

 

CAPITULO IX

 

Las aflicciones que sufren los hebreos en Egipto

 

durante cuatrocientos años

 

1. Sucedió que los egipcios se volvieron voluptuosos y holga-

zanes, hasta la exageración, y se entregaron a otros placeres, en

 

particular el amor al lucro. Se sintieron entonces descontentos

de los hebreos y envidiosos de su prosperidad. Cuando vieron

que la nación de los israelitas florecía, y éstos se volvían

eminentes y poseían abundantes riquezas, que habían adquirido

por sus virtudes y su inclinación natural al trabajo, pensaron

que su progreso redundaría en perjuicio de los egipcios.

Habiendo olvidado con el transcurso del tiempo los beneficios

que recibieron de José, sobre todo porque la corona había pasado

a otra familia, sometieron a crueles abusos a los israelitas, e

idearon muchos medios para angustiarlos. Les ordenaron abrir

un gran número de canales para el río, construir muros para las

ciudades y terraplenes para contener el río y evitar el

estancamiento de las aguas cuando aquél desbordaba de las

orillas; también les mandaron levantar pirámides y con todos

esos trabajos los agotaron, viéndose obligados los israelitas a

aprender toda clase de artes mecánicas y a acostumbrarse a

realizar labores pesadas. En estas tribulaciones pasaron

cuatrocientos años; porque ambos bandos se esforzaban

empeñosamente, los egipcios en destruir a los israelitas y los

israelitas en resistir y aguantar hasta el fin.

2. Estando de este modo las cosas, se produjo un

acontecimiento que excitó aún más a los egipcios en su deseo de

exterminar a nuestra nación. Uno de los escribas sagrados,

hombres que son muy astutos para predecir los acontecimientos

futuros, dijo al rey que por aquella época nacería un niño

israelita que, cuando fuera hombre, derribaría el dominio de los

egipcios y exaltaría a los israelitas. Superaría a todos los

hombres en virtudes y obtendría una gloría que perduraría por

todos los siglos.

 

El rey tuvo tanto miedo que, de acuerdo con la opinión de ese

hombre, ordenó que mataran a todos los niños que les nacieran a

 

los israelitas, arrojándolos al río; dispuso, además, que las par-

teras egipcias vigilaran a las mujeres hebreas y observaran a los

 

recién nacidos, porque quería que cumplieran esas funciones con

las mujeres hebreas las parteras que, por ser compatriotas del

rey, no infringirían sus órdenes1

 

. Mandó también que los padres

que desobedecieran y trataran de salvar la vida de un niño

fueran muertos ellos y sus familias.

Fué una gran pesadumbre para los afectados, no sólo porque

los privaban de sus hijos y porque siendo sus padres debían

colaborar en la destrucción de sus propias criaturas, sino

también porque aquella medida conduciría al exterminio de toda

la nación. Esta era la desdichada situación.

Pero nadie puede oponerse a los designios de Dios, ni aunque

 

imagine diez mil recursos sutiles; porque ese niño que había pro-

nosticado el sagrado escriba, fué criado y ocultado a la vista de

 

los observadores nombrados por el rey. El que lo había pronos-

ticado no se equivocó en las consecuencias de ese hecho, que ocu-

rrieron de la siguiente manera.

 

3. Un hombre llamado Amram, de la más noble alcurnia de

los hebreos, temió que su nación se extinguiese por la falta de

varones. Estaba, además, inquieto porque su mujer se hallaba

embarazada, y no sabía qué medidas tomar. Recurrió con

súplicas a Dios; le rogó que tuviera compasión de los hombres

que no habían transgredido de ningún modo la ley de su culto,

que los librara de la desgracia que los afligía e hiciera fracasar

las esperanzas de sus enemigos de destruir a su nación.

Dios se compadeció de él y se dejó conmover por sus súplicas.

 

Se le presentó en sueños y lo exhortó a no desesperar de sus fu-

turos favores. Le dijo que no había olvidado su devoción para con

 

él, y que siempre los recompensaría, como anteriormente había

concedido sus favores a sus antepasados haciéndolos crecer de

un pequeño grupo hasta una gran multitud. Le recordó que

cuando Abram fué sólo de la Mesopotamia a Canaán, le había

concedido todas las felicidades en muchos aspectos, y haciendo

1

Según la Biblia, la orden fué impartida a las parteras judías (Exodo, 1, 15-16).

 

además, que su mujer, que había sido estéril, pudiera concebir y

le diera hijos. A Ismael y a su posteridad les dejó el país de

Arabia, a los hijos de Cetura, el país de los trogloditas, y a Isaac,

la tierra de Canaán.

-Con mi ayuda -añadió-, cumplió grandes hazañas en la

guerra, la cual, a menos que seas impío, debes recordar. En

cuanto a Jacob, fué famoso incluso entre los extranjeros, por la

grandeza y la prosperidad con las que vivió y que dejó a sus

hijos, los que llegaron a Egipto siendo no más de setenta almas,

mientras que vosotros sois ahora más de seiscientos mil. Has de

saber por lo tanto que os daré a todos vosotros lo que os sea útil,

y a ti particularmente lo que te hará famoso. Porque ese niño por

el que, temerosos de su nacimiento, los egipcios condenaron a

muerte a los niños israelitas, será tu hijo, y será ocultado de los

que vigilan para destruirlo; después de ser criado de manera

sorprendente, salvará a la nación hebrea de la desgracia que la

aflige en Egipto. Su memoria será famosa mientras dure el

mundo; no sólo entre los hebreos, sino también entre los

extranjeros. Todo lo cual será consecuencia del favor que te

dispensaré a ti y a tu posteridad. Tu hijo tendrá otro hermano

que obtendrá mi sacerdocio, el que pasará a su posteridad

después de él hasta el fin del mundo.

4. Después de que la visión le hubiese informado de estas

cosas, Amram despertó y se lo contó a Joquebed, su esposa.

Aumentó en. tonces el temor de los dos, por la predicción

contenida en el sueño de Amram; les preocupaba, no solamente

el niño, sino también la gran felicidad que le esperaba. Pero los

dolores de parto de la madre fueron de tal naturaleza que

permitieron confirmar lo que Dios había anticipado, porque no se

enteraron los que estaban encargados de vigilarla, debido a que

los dolores fueron suaves, no la atacaron con violencia. Durante

tres meses nutrieron a la criatura privadamente; después

Amram, temiendo ser descubierto y caer en el desagrado del rey,

con lo que morirían ambos, él y su hijo, quedando sin ningún

efecto la promesa de Dios, resolvió confiar a Dios el cuidado y la

salvación del niño antes que hacerla depender de su propia

ocultación, por demás insegura. Estaba convencido de que Dios

 

procuraría de algún modo la salvación del niño, para asegurar la

exactitud de sus propias predicciones.

Hicieron una arquilla de fibras de papiro con la forma de una

cuna, de un tamaño suficiente para que pudiera caber un niño

 

sin mucha estrechez. La untaron con betún, que impediría la en-

trada del agua por entre las junturas, pusieron en ella al niño y

 

depositándola en el agua la abandonaron al cuidado de Dios. El

río recibió al niño y lo llevó a flote. Miriam, la hermana de la

criatura, se paseó por la orilla, frente a la arquilla, como le había

 

ordenado su madre, para ver hacia dónde sería llevada. Dios de-

mostró que la sabiduría humana no es nada, y que todo lo que el

 

Ser Supremo quiere cumplir se realiza finalmente. Aquellos que

 

por su propia seguridad condenan a muerte a los demás y se em-

peñan en lograrlo, fracasan en su propósito, mientras que otros,

 

de manera sorprendente, se salvan y alcanzan la prosperidad en

medio de sus propias calamidades; son aquellos, desde luego,

cuyo peligro surge por mandato de Dios. Esa providencia se

reveló en el caso de este niño, demostrando el poder de Dios.

5. Termutis era la hija del rey. Estaba pasando el rato en la

orilla del río, cuando vió una cuna arrastrada por la corriente.

Envió a alguien que sabía nadar con orden de traerle la cuna.

Cuando los enviados volvieron y la princesa vió al niño se

enamoró de él, porque era grande y bello. Dios había puesto

tanto esmero en la formación de Moisés que hizo que lo

consideraran digno de ser criado y atendido aquellos mismos

que, temiendo su nacimiento, habían tomado la fatal resolución

de destruir al, resto de la nación hebrea.

Termutis ordenó que buscaran una mujer para dar el pecho al

niño; pero la criatura se negó a aceptarlo, volviendo la cabeza, e

hizo lo mismo con otras mujeres que le trajeron. Miriam estaba

presente, fingiendo que no había ido de propósito, sino que se

había detenido accidentalmente para contemplar a la criatura.

Dirigiéndose a Termutis, le dijo:

-Será en vano, ¡oh, reina!, que llames para alimentar al niño

mujeres que no son de su parentesco. Pero si haces traer una

mujer hebrea, es posible que el niño admita el pecho de una

mujer de su propia raza.

 

Termutis encontró razonable el consejo y le ordenó que

buscara y trajera una mujer hebrea que amamantara. Miriam

trajo entonces a su madre, a quien nadie conocía allí. El niño

aceptó alegremente el pecho y se prendió fuertemente de él. Y

así fué como, a pedido de la reina, la nutrición del niño se

encomendó a su propia madre.

 

6. Después Termutis le impuso el nombre de Mouses, recor-

dando su extracción del río, porque los egipcios llaman Mo al

 

agua, y Uses a lo que es salvado de ella. Uniendo las dos palabras

formaron el nombre que le dieron. Y de acuerdo con la predicción

 

de Dios fué, por su gran inteligencia y su desdén por las dificul-

tades, el más ilustre de los hebreos. (Porque Abram fué su ante-

pasado de la séptima generación. Moisés era hijo de Amram, que

 

era hijo de Caat, cuyo padre Leví era hijo de Jacob, que era hijo

de Isaac, el hijo de Abram.)

La inteligencia de Moisés no era la de su edad, sino muy

superior a su término medio. Reveló una rapidez de aprehensión

mayor de la habitual, presagiando grandes acciones para cuando

llegara a ser hombre. Dios le dió también una estatura que a los

tres años ya era maravillosa. En cuanto a su belleza, nadie

dejaba de asombrarse por la hermosura de su rostro cuando lo

veía. Frecuentemente sucedía que la gente que se cruzaba con él

cuando lo llevaban por el camino volviera la cabeza para seguir

mirándolo; dejaban lo que estaban haciendo y se quedaban un

rato largo contemplándolo. Porque la belleza del niño era tan

notable y natural por muchos conceptos que detenía a los

espectadores obligándolos a mirarlo largo rato.

7. Advirtiendo Termutis lo notable que era el niño, lo adoptó

como hijo porque ella no los tenía. Un día se lo llevó a su padre y

le dijo que pensaba hacer de él el sucesor del rey, si Dios quería

que no tuviese un hijo propio.

 

-He criado un niño -dijo-, de forma divina y de mente ge-

nerosa. Y como lo he recibido por la merced del río, de manera

 

maravillosa, he creído conveniente adoptarlo como hijo y here-

dero de tu trono.

 

Diciendo esto puso al niño en los brazos de su padre, quien lo

oprimió sobre su pecho y, para subrayar las palabras de su hija,

 

1c puso amablemente su corona en la cabeza. Pero Moisés la

arrojó al suelo y con ademanes pueriles la hizo rodar y la pisó, lo

que pareció traer un mal presagio para el reino de Egipto.

 

Cuando lo vió el sagrado escriba (el mismo que había pronos-

ticado que su nacimiento derribaría el dominio del reino), hizo

 

una violenta tentativa para matarlo, y con voz terrible exclamó:

-Este, loh, rey!, es el niño de quien Dios nos previno que si lo

 

matábamos nos libraríamos del peligro. Ahora él mismo con-

firma la predicción, atropellando tu autoridad y pisoteando tu

 

corona. Elimínalo, y libra a los egipcios del miedo que tienen por

su causa; y quita a los hebreos las esperanzas de ser animados

por él.

Pero Termutis se lo impidió y le arrebató el niño de las

manos. El rey no se apresuró a matarlo, porque Dios protegió a

Moisés induciendo al rey a salvarle la vida. Fué luego educado

con gran esmero. Los hebreos pusieron en él sus esperanzas en

la certeza de que haría grandes cosas. Los egipcios, en cambio,

desconfiaban del resultado que daría su educación. Pero se

abstuvieron de matarlo porque si Moisés era muerto no quedaría

ninguno, ni pariente ni adoptado, que pudiera pretender la

corona con beneficio para ellos.

 

CAPITULO X

 

Moisés hace la guerra a los etíopes

 

1. Cuando Moisés llegó a la edad madura hizo manifiesta su

virtud a los egipcios: demostró que había nacido para abatirlos y

 

exaltar a los israelitas. La ocasión de que se valió fué la siguien-

te: los etíopes, que eran vecinos de los egipcios, hicieron una in-

cursión en su tierra, de la que se apoderaron llevándose los

 

efectos de los egipcios. Estos, indignados, salieron a atacarlos

para vengar las ofensas recibidas. Pero vencidos en la batalla,

algunos fueron asesinados y los restantes huyeron

vergonzosamente y se salvaron.

 

Los etíopes los persiguieron; considerando que sería una co-

bardía no someter a todo Egipto se extendieron por el país y lo

 

subyugaron. Después de haber probado los frutos de la tierra ya

no cejaron en la prosecución de la guerra, y como las zonas más

próximas no tuvieron valor al principio para pelear con ellos,

fueron hasta Menfis, y hasta el mismo mar, mientras ninguna de

las ciudades les hacía oposición.

Los egipcios, apesadumbrados y oprimidos, echaron mano a

sus oráculos y profecías, y por consejo de Dios resolvieron tomar

como aliado a Moisés el hebreo, para que los ayudara. El rey

ordenó a su hija que lo enviara, para nombrarlo general de su

ejército. Después de hacer jurar al rey que no le haría ningún

daño, Termutis se lo confió al rey, segura de que su ayuda sería

de gran beneficio para todos. Y reprochó a los sacerdotes que

antes habían reclamado de los egipcios que lo mataran y ahora

no se avergon. zaban de rogarle su ayuda.

 

2. Moisés, persuadido por Termutis y el rey, asumió animosa-

mente la misión. Los sagrados escribas de ambas naciones se

 

sin. tieron satisfechos; los egipcios porque pensaban que con el

valor de Moisés vencerían a sus enemigos y en la misma acción

 

sería muerto Moisés; y los hebreos porque podrían escapar de los

egipcios, cuando Moisés fuera su general.

Moisés se adelantó al enemigo y condujo su ejército contra él,

antes de que se enterara de que iba a atacarlo. No marchó por el

río, sino por tierra, dando en esta ocasión una magnífica prueba

de su sagacidad. Habían llegado a un sitio por donde no se podía

pasar porque estaba lleno de serpientes, peculiaridad de esa

región que no presentan otros lugares. Las serpientes eran

numerosísimas, peores que las de otras partes en fuerza y

maldad; de aspecto terrible, algunas surgían del suelo sin ser

vistas, y hasta volaban por el aire, y de ese modo atacaban

imprevistamente a los hombres ocasionando grandes daños.

Moisés ideó una extraordinaria estratagema para sacar al

ejército sano y salvo. Hizo unos canastos de corteza de papiros,

los llenó de ibis y los llevó consigo; estos animales son los más

grandes enemigos de las serpientes, que huyen cuando aquéllos

se acercan; los ibis las cazan y devoran, como hacen los ciervos.

Los ibis son animales mansos, enemigos únicamente de los

reptiles. Pero no diré nada más de los ibis, porque los griegos los

conocen muy bien.

En cuanto Moisés llegó a la tierra donde se criaban las

serpientes, dejó en libertad a los ibis, y por este medio repelió el

ataque de los reptiles, usándolo antes de que el ejército llegara a

aquel punto1

 

. Hecho esto, pudo caer sobre los etíopes antes de lo

que éstos esperaban. Les presentó batalla y los venció,

quitándoles la esperanza de triunfar contra los egipcios.

Prosiguió luego derribando sus ciudades e hizo una gran

matanza de etíopes.

Después de que los egipcios tomaron el gusto al buen éxito,

gracias a los recursos de Moisés, se sintieron infatigables y los

etíopes se vieron amenazados con la esclavitud y la destrucción

total. Por último éstos se retiraron a Saba, ciudad real de

Etiopía, a la que después Cambises dió el nombre de su

 

1 En la Biblia figura un relato similar, pero allí Moisés alecciona a los etíopes

proporcionándoles la manera de volver a suciudad, después de una guerra, a pesar de las

serpientes y los escorpiones con los que el adivinoBalaam había llenado los caminos. Moisés les

recomienda amaestrar pichones de cigüeñas y lanzarlos sobre las serpientes.

 

hermana, Meroé. Hubo que sitiar la plaza con grandes

dificultades, porque el Nilo que la rodea completamente, y los

otros ríos Astap y Astabora, cuyo cruce era difícil de intentar,

hacían imposible el ataque. La ciudad, situada en el centro, era

como una isla. Estaba rodeada de una fuerte muralla y protegida

por los ríos. Grandes terraplenes entre la muralla y los ríos

impedían que las aguas la inundaran, aunque se desbordaban

con gran violencia. Y aunque el enemigo cruzara los ríos, los

terraplenes hacían casi imposible tomar la ciudad.

Moisés estaba inquieto por la inactividad del ejército (porque

el enemigo no se animaba a presentar batalla), cuando sucedió el

siguiente episodio: Tarbis, la hija del rey de Etiopía, vió a Moisés

conduciendo las tropas hasta la muralla y peleando con gran

valor. Admirada por la sutileza de sus acometidas, y

comprendiendo que él era el autor de los triunfos de los egipcios,

que antes desespera. ban de recobrar la libertad, y el causante

del gran peligro en que se hallaban los etíopes, que antes se

jactaban de sus grandes victorias, se enamoró profundamente de

él. Impulsada por su pasión, le envió al más fiel de sus sirvientes

para tratar con él de su matrimonio. Moisés aceptó la oferta, con

la condición de que se rindiera la ciudad; y le aseguró con

juramento que la tomaría por esposa y que después de tomar la

ciudad no quebrantaría su pro. mesa. Hecho el trato, se cumplió

inmediatamente. Derrotados los etíopes, Moisés dió gracias a

Dios, realizó el enlace y condujo a los egipcios de vuelta a su

patria.

 

CAPITULO XI

 

Moisés huye de Egipto a Madián

 

1. Después de haber sido salvados por Moisés los egipcios le

 

cobraron odio y conspiraron ansiosamente contra él porque sos-

pechaban que se aprovecharía de su triunfo para provocar un

 

levantamiento y producir cambios en Egipto. Y dijeron al rey que

 

había que matarlo. El rey también abrigaba intenciones simi-

lares, envidioso de su gloriosa expedición al frente de su ejército,

 

y temeroso de que lo derribara. Instigado por sus sagrados escri-

bas, se manifestó dispuesto a decidir la muerte de Moisés.

 

Cuando éste se enteró de lo que se tramaba contra él, se alejó en

secreto. Como los caminos públicos estaban vigilados, huyó por el

desierto, por donde sus enemigos no sospecharían que pudiera

viajar. Aunque carecía de alimentos siguió adelante arrostrando

valerosamente todas las dificultades. Llegó a la ciudad de

Madián, a orillas del mar Rojo, llamada así por uno de los hijos

de Abram y Cetura. Se sentó junto a un pozo a descansar de la

pesada jornada y de la aflicción que sufría. No estaba lejos de la

ciudad; era mediodía, y tuvo una oportunidad, ofrecida por las

costumbres del país, de hacer algo que le hizo revelar sus

cualidades y que le dió base para mejorar su situación.

 

2. Como aquel pa' s tenía poca agua, los pastores solían sacar-

la de los pozos antes de que vinieran otros, para que sus rebaños

 

no sufrieran sed y para que los otros no la gastaran. Al pozo don-

de él estaba llegaron siete hermanas, que eran vírgenes, hijas de

 

Ragüel, un sacerdote considerado por el pueblo digno de gran

honor. Esas doncellas cuidaban los rebaños de su padre, lo que

era costumbre en el país y habitual entre los trogloditas. Fueron

las primeras en venir y sacaron, en cubetas hechas

especialmente para el agua, la cantidad que necesitaban sus

animales. Pero llegaron los pastores y echaron a las doncellas,

para disponer del agua en beneficio de ellos. Moisés juzgó que

sería censurable dejar sufrir a las mozas esa injusticia, y echó a

los hombres, prestando ayuda apropiada a las mujeres.

 

Después de recibir este favor, las jóvenes volvieron a su casa

y contaron a su padre que habían sido ofendidas por los pastores

y ayudadas por un extranjero, y le rogaron que no dejara pasar

sin recompensa su generosa acción. El padre apoyó el deseo de

sus hijas de recompensar a su bienhechor, y les ordenó que

trajeran a Moisés a su presencia, para premiarlo como merecía.

Cuando llegó Moisés se refirió a lo que sus hijas le habían

relatado sobre su intervención y su ayuda. Añadió que admiraba

su virtud y le aseguró que había dado asistencia a personas que

no eran insensibles a los favores y que deseaban devolverle su

gentileza y sobrepasar la medida de su generosidad. Lo hizo

entonces su hijo, dándole una de sus hijas en matrimonio. Y lo

nombró guardián y superintendente de su ganado, que desde

antiguo constituía toda la riqueza de los bárbaros.

 

CAPITULO XII

 

La zarza ardiente y la vara de Moisés

 

1. Obtenidos esos beneficios de Jetro (que era uno de los

nombres de Ragüel), Moisés se quedó a vivir con ellos y cuidó sus

 

rebaños. Poco tiempo después, un día que los estaba apacen-

tando junto a la montaña llamada Sinaí, llevó los rebaños más

 

lejos que de costumbre. Aquélla era la montaña más alta del

 

lugar y la mejor para apacentar, porque tenía una hierba exce-

lente; pero nunca subían hasta allí los pastores, porque decían

 

que allí moraba Dios. Ocurrióle entonces a Moisés un prodigio

maravilloso; se incendió una zarza, pero el fuego no consumía las

hojas verdes ni las flores, ni tampoco, las ramas, aunque las

llamas eran grandes y fuertes. Moisés se asustó ante aquel

extraño espectáculo, pero se sintió más sorprendido aún cuando

el fuego emitió una voz, que lo llamó por el nombre y pronunció

palabras, advirtiéndole la temeridad que había cometido

aventurándose a subir a un sitio al que ningún hombre había

ido, porque era un sitio sagrado. Y le aconsejó que se alejase del

fuego y se conformase con lo que había visto. Aunque era un

hombre virtuoso y descendía de antepasados ilustres, debía en lo

sucesivo reprimir su curiosidad. Le predijo que obtendría gloria

y honores entre los hombres, porque tenía la bendición de Dios.

Le ordenó que volviera confiado a Egipto, donde sería el jefe y el

conductor de los hebreos y salvaría a su pueblo de sus

sufrimientos.

-Porque -dijo- habitarán la tierra dichosa que habitó su

antepasado Abram, y gozarán de todas las cosas buenas. Y tú

con tu prudencia los conducirás hacia ellas.

Pero le ordenó que cuando sacara a los hebreos de Egipto

volviera a aquel sitio, a ofrecer sacrificios y agradecimientos.

Este fué el divino oráculo que partió del fuego.

 

2. Moisés quedó atónito por lo que veía, y mucho más por lo

que había oído. Y dijo:

-Creo, señor, que sería una gran locura para alguien que,

 

como yo, te venera, desconfiar de tu poder, que también se ma-

nifestó a mis progenitores. Pero sigo dudando de que yo, que soy

 

un particular y sin capacidad, pueda persuadir a mis compatrio-

tas que abandonen el país que ahora habitan, y me sigan al país

 

al que yo los conduciré. Y si pudiera persuadirlos, no sé de qué

modo podré obligar a Faraón que les permita partir, ya que ellos

aumentan sus riquezas y su prosperidad con el trabajo y las

tareas que les hace realizar.

 

3. Pero Dios lo exhortó a que tuviera valor en todas las oca-

siones y le prometió estar con él y asistirlo en sus palabras

 

cuando tuviera que persuadir a los hombres, y en sus hechos

cuando tu. viera que actuar. Le ordenó que como prenda de

confianza arrojara su vara al suelo, la cual, cuando así lo hizo, se

arrastró y se transformó en una serpiente, se enrolló, irguió la

cabeza, pronta a defenderse de quien la atacara, y luego se

transformó nuevamente en una vara como antes.

Luego Dios ordenó a Moisés que se pusiera la mano derecha

en el pecho. Obedeció, y cuando la sacó estaba blanca, del color

de la tiza; pero luego recuperó su color habitual. A una orden de

Dios, tomó un poco de agua y la derramó en el suelo, y vió que su

color era el de la sangre. Ante el asombro que Moisés manifestó

por los milagros. Dios lo exhortó a que tuviera ánimo y estuviera

seguro de que él sería su gran apoyo. Le ordenó que usara esos

signos para hacer que los hombres creyeran "que yo te mando, y

que haces todo eso de acuerdo con mis órdenes. Te ordeno,pues,

que vuelvas de prisa a Egipto, viajando día y noche, sin perder

más tiempo. Para que no duren más la esclavitud de los hebreos

y sus sufrimientos".

4. Habiendo visto y oído esos milagros, que le garantizaban la

verdad de las promesas de Dios, Moisés ya no pudo dudar y le

rogó que le concediera ese poder cuando estuviera en Egipto. Le

rogó que le permitiera conocer su nombre; ya que lo había

concedido que lo viera y le hablara, que le dijera también cómo

llamarlo; así en el momento de hacer los sacrificios podría invo-

 

carlo para presidir la ceremonia. Dios entonces le dijo su santo

nombre, que nunca había sido comunicado a ningún hombre; por

 

lo tanto no sería leal por mi parte que dijera nada más al res-

pecto1

 

. Esos signos acompañaron-a Moisés, no sólo entonces, sino

siempre. A todos los signos les atribuía la firme confirmación del

fuego de la zarza. Creyendo que Dios le daría el don de su ayuda,

tuvo la esperanza de que podría librar a su nación, y acarrear

calamidades a los egipcios.

 

1 Se refiere al tetragrámaton de Jehová, o Iahvé, cuatro consonantes que forman el nombre

de Dios (777P), y cuya pronunciación exacta no se conoce por la falta de las vocales, pequeños

signos que en el idioma hebreo. se colocan encima, al lado o debajo de las consonantes y que

generalmente, se omiten.

 

CAPITULO XII

 

Moisés y Aarón se presentan ante el rey

 

1. Cuando Moisés supo que el rey Faraón, de cuyo reino había

huído, había muerto, pidió permiso a Ragüel para ir a Egipto, en

beneficio de su pueblo. Se llevó consigo a Séfora, la hija de

Ragüel, con la que se había casado, y a los hijos que tuvo con

ella, Gersón y Eleazar, y se apresuró a trasladarse a Egipto. El

primero de estos nombres, Gersón, significa en lengua hebrea en

país extraño; y Eleazar que con la ayuda del Dios de sus padres,

había huido de Egipto.

Cuando se acercaba a las fronteras de Egipto, su hermano

Aarón le salió al encuentro por orden de Dios. Moisés le refirió lo

que le había pasado en la montaña y las órdenes que había

recibido de Dios. Siguieron andando y a medida que avanzaban

salían a recibirlos los principales de los judíos, que se habían

enterado de su llegada. Moisés les informó de los signos que

había visto, y como no le creyeran los tuvo que repetir para que

los vieran ellos también. Frente a este espectáculo sorprendente

e inesperado, se animaron y concibieron la esperanza de su total

liberación, convencidos ahora de que Dios velaba por ellos.

2. Moisés supo entonces que los hebreos obedecerían todo lo

que él les mandase, según lo prometieron, porque amaban la

libertad. Se presentó ante el rey, que hacía poco se había hecho

cargo del gobierno, y le habló de todo lo que Moisés había hecho

por el bien de los egipcios, cuando los dominaban los etíopes que

 

habían arruinado el país; le recordó que él había sido el coman-

dante de los egipcios y había trabajado por ellos como si fuera su

 

propio pueblo. Le informó de los peligros que había corrido

 

durante la expedición, añadiendo que no había recibido el agra-

decimiento que merecía. También le contó claramente lo que le

 

había ocurrido en el Sinaí, y lo que Dios le había dicho. Y le

habló de los signos que le había dado Dios para confirmarle la

 

autoridad de las órdenes impartidas. Finalmente le exhortó a

creer lo que le había dicho y a no oponerse a la voluntad de Dios.

3. Como el rey ridiculizara a Moisés, le hizo ver los signos que

le fueron dados en el Sinaí. El rey se enojó, lo trató de malvado y

lo acusó de haber huído de su esclavitud en Egipto para volver

ahora. a sorprenderlo con trucos engañosos y milagros de artes

mágicas. Diciendo esto ordenó a los sacerdotes que le hicieran

ver idénticos milagros, porque los egipcios eran hábiles en esas

prácticas; él no era la única persona que las sabía, y si pretendía

que eran divinas, añadió, sólo sería creído por los ignorantes. Los

sacerdotes arrojaron sus varas, que se transformaron en

serpientes. Pero Moisés no se amilanó y dijo:

-No desprecio, oh rey, la sabiduría de los griegos, pero afirmo

que lo que yo hago es superior a lo que ellos hacen con artes

 

mágicas y triquiñuelas, porque el poder divino es superior al hu-

mano. Pero voy a demostrar que lo que yo hago no son pro-

ducciones de la magia ni de las artes de imitación, sino apari-

ciones que surgen por la providencia y el poder de Dios.

 

Diciendo esto arrojó al suelo su vara y le ordenó que se con-

virtiera en una serpiente. La vara obedeció, recorrió la estancia y

 

devoró las varas de los egipcios, que parecían dragones, hasta

que los consumió enteramente. Luego recuperó su forma

anterior y Moisés la tomó de nuevo en su mano.

4. El rey no se sintió más conmovido que antes y dijo, muy

enojado, que no ganaría nada con su astucia y sus habilidades

contra los egipcios. Ordenó al que era capataz principal de los

hebreos que no les diera descanso en sus tareas, y los sometiera

a una opresión mayor aún que antes. Este, que antes les daba

paja para hacer los ladrillos, decidió no darles más ese material

y los hizo trabajar duramente de día haciendo ladrillos y de

noche untando paja.

 

Cuando vieron duplicado el trabajo que debían hacer, los he-

breos echaron la culpa a Moisés, porque su trabajo y sus

 

desdichas se hicieron mayores aún. Pero Moisés no dejó que

decayera su valor por las amenazas del rey; ni desmayó en su

 

celo por las quejas de los hebreos. Las soportó resueltamente y

usó todo su empeño para libertar a sus compatriotas. Fué de

nuevo a ver al rey y trató de convencerlo de que permitiera a los

hebreos trasladarse hasta el monte Sinaí para poder ofrecer

sacrificios a Dios, quien así se lo había ordenado; que no

contradijera los designios de Dios, apreciara en cambio sus

favores por sobre todas las cosas, permitiera a los hebreos partir

y no obstruyera los mandamientos divinos ocasionando su propio

castigo. Las más severas aflicciones surgen de todas partes

contra aquellos que provocan la ira divina; ya no tienen ni tierra,

ni aire, ni amigos; ni son los frutos del vientre como deben ser y

todas las cosas son para ellos adversas e inamistosas. Los

egipcios, añadió, lo sabrían por experiencia propia, mientras que

el pueblo hebreo lo mismo saldría de su país sin su

consentimiento.

 

CAPITULO XIV

 

Las diez plagas que asuelan a los egipcios

 

1. Como el rey despreciara las palabras de Moisés y no les

prestara ninguna atención, cayeron dolorosas plagas sobre los

egipcios, las que describiré una por una, porque ninguna nación

sufrió nunca esa clase de azotes y porque quiero demostrar que

Moisés no dejó de cumplir una sola de las cosas que había

anunciado; conviene que la humanidad aprenda la lección de que

no se debe hacer nada que disguste a Dios, para no provocar su

ira.

A una orden de Dios en el río egipcio corrió agua sangrienta,

la que no podía ser bebida, no teniendo los egipcios otra fuente.

El agua no sólo tenía color de sangre sino que provocaba en

 

quien se aventuraba a beberla grandes dolores y amargos tor-

mentos. Así era el río para los egipcios, pero era dulce y potable

 

para los hebreos, y en nada diferente de lo que solía ser habi-

tualmente. Como el rey no supiera qué hacer en estas

 

sorprendentes circunstancias, y temió por los egipcios, dió

permiso a los hebreos para que se fueran. Pero cuando la plaga

cesó, cambio de nuevo de opinión y les impidió que partieran.

2. Cuando Dios vió que era ingrato, y que después de cesar la

calamidad ya no se mostraba razonable envió otra plaga a los

egipcios. Una multitud innumerable de ranas consumió el fruto

 

de la tierra. El río también estaba lleno de ellas, y el agua se co-

rrompió con la sangre de los animales muertos. El país se trans-

formó en un sucio lodazal, en el que nacían y morían las ranas.

 

Arruinaron las vasijas en las casas, invadieron los alimentos y

las bebidas y aparecieron en gran número en las camas.

Producían un hedor desagradable cuando nacían y cuando

morían.

Viendo a los egipcios oprimidos por esa miseria, el rey ordenó

a Moisés que sacara a los hebreos y se fuera con ellos. La mul-

 

titud de ranas desapareció, y la tierra y el río volvieron a su

estado natural anterior. Pero no bien quedó el país libre de la

plaga, Faraón se olvidó de su causa y retuvo a los hebreos. Como

si quisiera experimentar nuevas calamidades, se negó a que

Moisés y su pueblo partieran; había dado el permiso por miedo y

no por consideración.

 

3. Por lo tanto Dios castigó su falsedad con otra plaga, aña-

dida a la anterior. A los egipcios se les criaron en el cuerpo innu-

merables cantidades de piojos; los malvados perecieron, porque

 

fueron incapaces de destruir las sabandijas ni con lavados ni con

unturas. La terrible sentencia inquietó al rey de Egipto, por el

miedo de que su pueblo fuera destruído de esa manera

detestable. Se vió obligado a contener su maldad y dió permiso a

los hebreos para que se fueran. Pero cuando la plaga cesó, exigió

que dejaran a sus mujeres y sus hijos como rehenes de su

retorno.

 

Con esta medida provocó el enojo más vehemente de Dios por-

que pretendió imponerse a su providencia como si fuera sólo Moi-

sés, y no Dios, el que castigaba a los egipcios por los hebreos. Por

 

eso llenó el país con varias clases de criaturas pestilentes de

variadas características, que nunca había visto anteriormente el

ojo humano. Los hombres perecían y la tierra se vió privada de

labradores para su cultivo. Los que escapaban a su destrucción

eran muertos por una enfermedad que tuvieron que sufrir los

hombres.

 

4. Como Faraón ni aún entonces cedió al deseo de Dios, por-

que permitió que los maridos llevaran a sus mujeres, pero in-

sistió en que dejaran a los hijos, Dios resolvió castigar su maldad

 

con varias otras clases de calamidades, peores que las que ya lo

habían afligido anteriormente. A los egipcios les salieron en el

cuerpo terribles diviesos que formaban llagas y los consumían

interiormente. Gran parte de los egipcios pereció de esta

manera. Como el flagelo no hiciera entrar en razón al rey, cayó

un granizo del cielo, un granizo como jamás lo había conocido el

clima de Egipto, ni era parecido a las lluvias de invierno de otras

partes; era más grande que el que conocen los que viven en las

regiones del norte y del noroeste. El granizo cayó en plena

 

primavera y desgajó las ramas cargadas de frutos1

 

. Después una

manga de langostas consumió la semilla que no había sido

herida por el granizo, con lo que los egipcios perdieron todas las

esperanzas de obtener frutos de la tierra.

5. Se diría que las anteriores calamidades serían suficientes

para hacer prudente al que sólo fuera tonto, y no perverso, y de

hacerle ver con sensatez lo que le convenía. Pero Faraón, guiado

no tanto por su locura como por su maldad, aunque vió el motivo

de sus miserias, volvió a oponerse a Dios, renunciando a la causa

de la virtud. Ordenó a Moisés que se llevara a los hebreos con

sus mujeres y sus hijos, pero dejando el ganado., porque el

ganado de los egipcios había sido destruido. Moisés le dijo que su

deseo era injusto, porque tenían que ofrecer sacrificios a Dios con

ese ganado. Entretanto se extendió sobre Egipto una densa

oscuridad en la que no había la menor claridad. Los egipcios no

podían ver, ni respirar por la densidad del aire; murieron

miserablemente y aterrorizados por el temor de que los tragara

la nube de oscuridad. Cuando después de tres días con sus

noches se disipó la niebla, y como Faraón todavía no se

arrepentía ni dejaba marchar a los hebreos, Moisés fué a verlo y

le dijo:

-¿Hasta cuándo desobedecerás el mandamiento de Dios? Por.

que él te ordena que dejes salir a los hebreos. Y ésta es la única

forma de que os veáis libres de las calamidades que ahora sufrís.

El rey, furioso por estas palabras, lo amenazó con cortarle la

cabeza si volvía a molestarlo al respecto. Moisés respondió que

no volvería a hablarle del asunto, porque sería el rey mismo, lo

mismo que los principales de los egipcios, los que pedirían que

los hebreos se fueran.

Dicho esto se retiró.

6. Dios señaló que con una plaga más obligaría a los egipcios

a dejar salir a los hebreos y mandó a Moisés a decir al pueblo

que preparara un sacrificio el décimo día del mes de xanticus,

para el día catorce (mes que los egipcios llaman farmuti y los

hebreos nisán; pero los macedonios le dicen xánticus), y que se

1 Aquí Josefo saltea la plaga de la peste (Exodo, IX, 15).

 

llevara a los hebreos con todas sus pertenencias. Por

consiguiente preparó a los hebreos para partir, los dividió en

tribus y los tuvo reunidos en un mismo sitio.

Llegó el día décimocuarto y estaban todos listos para partir.

Ofrecieron el sacrificio, purificaron sus casas con la sangre,

usando para ello hisopos. Después de cenar quemaron el resto de

la carne y se dispusieron a partir. Por eso seguimos ofreciendo

todavía ahora ese secrificio del mismo modo, y llamamos a la

fiesta Pascua, que significa el paso al otro lado, porque ese día

Dios nos pasó al otro lado, y envió la plaga a los egipcios. Porque

 

aquella noche cayó sobre los egipcios la destrucción del primo-

génito, y muchos egipcios que vivían cerca del palacio del rey

 

persuadieron a Faraón de que dejara salir a los hebreos. Este

llamó a Moisés y le ordenó que se fueran los hebreos, suponiendo

que en cuanto hubieran salido de Egipto, el país se vería libre de

sus miserias. Honraron asimismo a los hebreos con obsequios,

algunos para que se marcharan más rápidamente y otros por la

vecindad y la amistad que los había unido.

 

CAPITULO XV

 

Los hebreos, conducidos por Moisés, salen de Egipto

1. Y los hebreos se fueron de Egipto, mientras los egipcios

lloraban y se arrepentían de haberlos tratado tan duramente. Se

dirigieron por Letópolis, un sitio desierto a la sazón, pero que fué

donde luego se edificó Babilonia, cuando Cambises asoló a

Egipto. Marcharon apresuradamente y al tercer día llegaron a

un sitio llamado Baalsefón, junto al mar Rojo. Como no contaban

con alimentos producidos por la tierra, porque era un desierto,

comieron hogazas amasadas con harina y calentadas a fuego

lento. Las consumieron durante treinta días, porque lo que

llevaron de Egipto no les alcanzó para más tiempo, aunque sólo

dieron a cada cual lo suficiente para servir sus necesidades y no

para saciarlo. Es por esto que, en recuerdo de aquella escasez,

celebramos durante ocho días la fiesta que se llama del pan sin

levadura.

La multitud de los emigrantes, incluyendo mujeres y niños,

no era fácil de contar, pero los que estaban en edad de pelear

eran seiscientos mil.

2. Salieron de Egipto en el mes de xánticus, el décimoquinto

día de la lupa, cuatrocientos treinta años después de la llegada

de nuestro antepasado Abram a Canaán y doscientos quince

años después del traslado de Jacob a Egipto. Fué el octogésimo

año de la edad de Moisés; Aarón tenía tres años más. También se

llevaron consigo los huesos de José, como él había encargado a

sus hijos que hicieran.

 

3. Pero los egipcios no tardaron en arrepentirse de haber de-

jado salir a los hebreos; el rey estaba sumamente preocupado,

 

pensando que aquello había sido posible sólo por las artes

mágicas de Moisés.

 

Y resolvió ir a buscarlos. Tomaron las armas y demás imple-

mentos bélicos y los persiguieron para traerlos de vuelta en

 

cuanto los alcanzaran; ya no tendrían motivo para invocar a

Dios, porque les habían permitido salir. Creyeron que los

dominarían fácilmente porque no tenían armas, y estarían

cansados del viaje.

Apresuraron, pues, la persecución, preguntando en el camino

a todos los que encontraban hacia qué lado habían ido. Esa

tierra era realmente difícil de transitar, no solamente para los

ejércitos, sino también para personas aisladas. Moisés los llevó

por ese camino para que en caso de que los egipcios se

arrepintieran y decidieran perseguirlos, soportaran el castigo de

su maldad y de la violación de sus promesas. También los llevó

por ese camino para que los filisteos, cuyo país estaba cerca de

Egipto, no se enteraran de su partida, porque odiaban a los

hebreos por una antigua enemistad.

Por eso Moisés no condujo a la multitud por el camino que

llevaba a la tierra de los filisteos, sino por el desierto, por donde

después de un viaje largo y penoso, entrarían en la tierra de

Canaán.

Otra razón fué la de que Dios le había ordenado que llevara al

pueblo al monte Sinaí, para ofrecerle sacrificios.

Cuando los egipcios alcanzaron a los hebreos se prepararon

 

para pelear con ellos, y valiéndose de su mayor número los em-

pujaron hacia un sitio estrecho; los perseguidores tenían

 

seiscientos carros y eran cincuenta mil hombres a caballo y

doscientos mil a pie, todos armados. Ocuparon todos los pasos

por donde supo. nían que los hebreos podrían huir,

encerrándolos entre precipicios inaccesibles y el mar; había una

cadena de montañas que terminaba en el mar, y que era

infranqueable por lo escabrosa e inadecuada para huir.

Aprovechando que las montañas estaban cerradas por el mar,

colocaron al ejército en las grietas de las montañas para impedir

a los hebreos el paso a la llanura.

4. Los hebreos no pudieron sostenerse, porque estaban

sitiados y sin provisiones, y no vieron la posibilidad de escapar.

Aunque hubiesen pensado en pelear, no tenían armas, y creían

que serían totalmente destruídos, a menos que se entregaran

voluntariamente a los egipcios.

 

Culparon de la difícil situación a Moisés, olvidando todas las

señales que Dios les había dado para recuperar la libertad, y

llegaron hasta el punto de arrojar piedras al profeta, mientras él

 

los animaba prometiéndoles la liberación. Finalmente resolvie-

ron entregarse a los egipcios.

 

No había más que dolor y lamentos entre las mujeres y los ni-

ños, que sólo veían ante ellos la destrucción, rodeados como esta-

ban por las montañas, el mar y los enemigos, y sin encontrar la

 

forma de eludirlos.

5. Pero Moisés, aunque la multitud lo miraba furiosa, no

abandonó sus cuidados por ella, despreciando todos los peligros,

con la confianza de que Dios, si le había hecho dar los pasos

tomados hasta entonces para recobrar la libertad predicha, no

permitiría que los subyugaran los enemigos ni para esclavizarlos

ni para darles muerte. Moisés habló a la multitud de esta

manera:

-No es justo que desconfiemos de los hombres que hasta ahora

han manejado bien nuestras cosas, como si no fueran los mismos

de antes; y es una locura desesperar ahora de la providencia de

Dios, por cuyo poder y con mi intermedio se realizaron todas las

cosas que prometió para libraros de la esclavitud, y aunque

vosotros no las esperabais. En esta gran aflicción, en la que

ahora nos encontramos, debemos esperar que Dios nos socorrerá,

ya que él hizo que nos veamos encerrados en este espacio

estrecho, y que nos librará de las dificultades que parecen

insuperables y de las que ni vosotros ni vuestros enemigos creéis

que os podréis librar, y que demostrará al mismo tiempo su

poder y su providencia con nosotros. Dios no acuerda su ayuda a

los que favorece en dificultades pequeñas, sino en aquellos casos

en los que no se ve la posibilidad de que la acción humana logre

mejorar la situación. Confiad, por lo tanto, en ese protector,

capaz de hacer grandes cosas y demostrar que la poderosa fuerza

que ahora os ataca es realmente débil, y no os asustéis ante el

ejército egipcio. Ni desesperéis de ser salvados porque el mar

delante y la montaña detrás no os den oportunidad de huir, por

que si Dios lo quiere esa misma montaña puede tranformarse

para vosotros en tierra llana y el mar en terreno seco.

 

CAPITULO XVI

 

El mar se divide ante los hebreos perseguidos por los egipcios,

 

dándoles oportunidad para escapar

 

1. Dicho esto Moisés los condujo hacia el mar, mientras los

egipcios, que estaban a la vista, los observaban. Fatigados por la

persecución, los egipcios consideraron conveniente suspender la

 

lucha hasta el otro día. Cuando llegaron a la orilla del mar, Moi-

sés tomó su vara y suplicó a Dios que acudiera en su ayuda.

 

-Tú no ignoras, ¡oh, señor! -dijo-, que está fuera de las fuerzas

y las posibilidades humanas eludir las dificultades en que ahora

nos hallamos, y debe ser obra tuya procurar la salvación de este

pueblo que dejó a Egipto por tu orden. Desesperamos de recibir

cualquier otra ayuda o recurso, y sólo nos queda la esperanza

que depositamos en ti, y de tu providencia confiamos recibir el

medio para escapar. Que llegue pronto el socorro que pondrá de

manifiesto tu poder. Eleva el ánimo de este pueblo y hazle

esperar la salvación, porque está profundamente hundido en el

desconsuelo. Estamos en un sitio extraño, pero no deja de ser un

sitio que tú posees; el mar es tuyo, las montañas que nos rodean

son tuyas. Si tú lo ordenas las montañas se abrirán, y el mar, si

tú se lo mandas, se transformará en tierra seca. Y hasta

podríamos escapar volando por el aire, si tú resolvieras que éste

fuera el medio de salvación.

2. Después de hablar de este modo a Dios, Moisés golpeó el

 

mar con la vara; al recibir el golpe se partió en dos y recogién-

dose las aguas quedó la tierra seca, como un camino, para que

 

huyeran los hebreos. Viendo Moisés esa demostración de Dios y

de que el mar había dejado su lugar a la tierra firme, entró

primero y ordenó a los hebreos que lo siguieran por el camino

 

divino y se regocijaran por el peligro que corrían los enemigos

 

que los seguían; y dió gracias a Dios por la sorprendente salva-

ción que les mandaba.

 

3. Los hebreos no se detuvieron; avanzaron con firmeza, guia-

dos por la presencia entre ellos de Dios. Los egipcios creyeron al

 

principio que lo hacían distraídos y marchaban a ciegas hacia

una destrucción segura. Pero cuando los vieron recorrer un gran

trecho sin sufrir ningún daño y sin encontrar obstáculos ni

 

dificultades en su marcha, se apresuraron a perseguirlos, pen-

sando que el mar se mantendría sereno también para ellos. Con

 

la caballería a la cabeza, penetraron en el mar. Los hebreos,

mientras aquéllos perdían tiempo colocándose las armaduras, se

adelantaron y escaparon, llegando indemnes a la otra orilla.

Los otros se sintieron animados y los persiguieron, creyendo

que tampoco a ellos les sucedería ningún daño. Pero los egipcios

no sabían que habían entrado en un camino hecho únicamente

 

para los hebreos y no para otros; un camino hecho para la sal-

vación de los que estaban en peligro y no para los que estaban

 

empeñados en la destrucción de los demás. Por eso no bien

estuvo en él la totalidad del ejército egipcio, el mar volvió a su

sitio, descendieron las aguas impulsadas por el viento y

envolvieron a los egipcios. Abundantes lluvias bajaron asimismo

del cielo, con terribles truenos y relámpagos y descargas de

fuego. No faltó nada de lo que Dios suele usar para indicar su

ira; una noche oscura y lúgubre los rodeó y perecieron todos los

hombres, no quedando ni uno solo que pudiera llevar la

información de la calamidad al resto de los egipcios.

 

4. Los hebreos no pudieron contener su gozo ante su mara-

villosa liberación y la destrucción de sus enemigos; se creyeron

 

firmemente a salvo, porque aquellos que los hubieran obligado a

volver a la esclavitud habían sido destruídos, y vieron que Dios

 

era evidentemente su protector. De este modo escaparon los he-

breos al peligro y como vieron que sus enemigos habían sido

 

castigados con una pena de la que no había memoria entre los

 

hombres, se pasaron toda la noche cantando himnos y regoci-

jándose. Moisés compuso una canción a Dios, en versos hexá-

metros, expresando sus alabanzas y agradeciéndole su bondad.

 

5. En cuanto a mí, relaté todas las partes de esta historia tal

como las hallé en los libros sagrados. Que a nadie le extrañe la

rareza de la narración, y no piense si la senda que se abrió ante

esos hombres de la antigüedad, libres de la maldad de las edades

modernas, fué obra de la voluntad de Dios o fruto del azar.

Porque ante los acompañantes de Alejandro, rey de Macedonia,

que vivió comparativamente hace poco tiempo, el mar de Panfilia

se retiró y les abrió paso, cuando no tenían otro camino por

donde ir, y eso ocurrió cuando fué la voluntad de Dios destruir la

monarquía de los persas. El hecho lo reconocen como auténtico

todos los que han escrito sobre las acciones de Alejandro. Pero de

estos acontecimientos que cada cual resuelva a su gusto.

6. Al día siguiente Moisés reunió las armas de los egipcios, ue

fueron llevados al campo de los hebreos por la corriente del mar,

impulsada por la fuerza del viento. Y conjeturó que también

aquello había ocurrido por la providencia divina, para que no

carecieran de armas. Después de ordenar a los hebreos que las

tomaran, los guió hacia el monte Sinaí, para ofrecer sacrificios a

Dios, y dar ofrendas por la salvación de la multitud, como se lo

habían indicado de antemano.

 

LIBRO III

 

Abarca un intervalo de dos años

 

CAPITULO I

 

Moisés lleva al pueblo al monte Sinaí, después de experimentar

 

numerosos sufrimientos en el viaje

 

1. Después de obtener esa maravillosa liberación, los hebreos

 

se encontraron con el problema del campo, que era completa-

mente desierto y no daba ningún sustento. Había también muy

 

poca agua, que era insuficiente para los hombres y no alcanzaba

para dar de beber al ganado. La tierra estaba reseca y no tenía

humedad que permitiera nutrir vegetales. Se vieron obligados a

viajar por ese campo, porque no había otro por el que pudieran

hacerlo.

Habían llevado consigo agua de la tierra por donde habían

viajado antes, como les ordenó que hicieran su conductor. Pero

cuando se hubo consumido, se vieron obligados a sacar agua de

pozos, penosamente, por la dureza de la tierra. Además el agua

que encontraron era amarga, no potable, y escasa.

Siguieron viajando y llegaron al atardecer a un sitio llamado

Mar, nombre éste que tenía por la mala calidad de sus aguas,

porque mar significa amargo. Llegaron allí afligidos por el

cansancio del viaje y la falta de alimentos, que para ese entonces

ya era completa.

 

Había allí una fuente, que los indujo a acampar en ese sitio, y

que aunque no era bastante para satisfacer a un ejército tan

grande, les dió algún ánimo el haberla hallado en ese sitio del

 

desierto, sobre todo porque se habían enterado por los que ha-

bían ido a investigar, que si seguían más adelante no encontra-

rían nada. Pero aquella agua era amarga y no potable para los

 

hombres, e intolerable para los animales.

2. Moisés vió que el pueblo estaba decaído y que las palabras

no serían eficaces en esas circunstancias; porque no se trataba

de un ejército corriente de hombres, que podía oponer fortaleza

masculina a la necesidad que los agobiaba. La multitud de los

 

niños, y también de las mujeres, demasiado débiles para ser per-

suadidos por la razón, entorpecían el valor de los hombres.

 

Moisés se vió por eso en grandes dificultades y tuvo que cargar

con las calamidades de todos. Porque todos corrieron hacia él, a

pedirle socorro. Las mujeres pedían por sus niños, los hombres

por las mujeres, que no los abandonara y buscara algún medio

de salvarlos.

Moisés comenzó a rogar a Dios que cambiara la condición del

agua y la hiciera buena para beber. Acordado por Dios ese favor,

tomó la punta del palo que encontró tirado a sus pies y lo dividió

por la mitad, prolongando la sección a todo lo largo1

 

. Luego lo

dejó caer en el pozo, asegurando a los hebreos que Dios había

accedido a sus ruegos,. prometiendo volver el agua tal como ellos

querían que fuera, siempre que obedecieran los que les iba a

 

mandar; pero no de manera remisa o negligente. Cuando le pre-

guntaron qué era lo que debían hacer para que mejorara el agua,

 

ordenó al más fuerte de los que estaban a su lado, que sacara

agua del pozo. Y les dijo que cuando hubieran sacado la mayor

parte del agua, el resto sería potable. Trabajaron tanto hasta

que el agua, agitada y purificada quedó apropiada para beber2

.

3. Luego partieron de allí y llegaron a Elis, sitio que desde

lejos parecía bueno, porque había un bosquecillo de palmeras;

pero cuando estuvieron cerca vieron que era un mal sitio, porque

las palmeras eran sólo setenta, y eran árboles mal crecidos,

1 En la Biblia no hay nada de esto.

2 Explicación racional que da Josefo al milagro bíblico.

 

rastreros, por falta de agua. Toda la tierra estaba seca; de los

 

manantiales, de los que había doce, no llegaba la húmedad su-

ficiente para hacerla útil. Más que fuentes eran sitios

 

húmedos,de los que no brotaba agua y que no podían regar

suficientemente los árboles.

Cavaron en la arena, pero no hallaron agua. Las pocas gotas

que podían recoger en las manos eran inservibles por el barro.

Los árboles eran demasiado flojos para producir frutos, por falta

 

de agua que los vivificara. La multitud echó la culpa a su con-

ductor y formuló graves quejas contra él. Dijo que a él le debían

 

la miserable situación en que se hallaban y la adversidad que

estaban experimentando; porque para ese entonces ya habían

viajado durante treinta días1 1 y se habían agotado todas las

provisiones que llevaran consigo; como no encontraban alivio, se

hallaban desalentados. Al fijar su atención únicamente en su

desgracia actual, no recordaban las mercedes que habían

recibido de Dios, ni las que les diera la sabiduría de Moisés. Muy

enojados con su conductor sentían fervorosas intenciones de

apedrearlo, como responsable directo de sus desdichas2

.

 

4. En cuanto a Moisés, mientras la multitud estaba amargada

 

e irritada con él, confiaba animosamente en Dios y tenía con-

ciencia de la atención con que había cuidado a su pueblo. Se puso

 

en medio de ellos, aunque todos gritaban en su contra y tenían

piedras en las manos para arrojárselas. Era de muy agradable

presencia y sabía persuadirlos con sus discursos; comenzó a

mitigar su enojo y los exhortó a no preocuparse excesivamente

por sus actuales adversidades, no fueran a sufrir con ellas por

haber dejado que se les fueran de la memoria los beneficios que

antes les habían sido otorgados; y les pidió que de ningún modo,

debido a sus presentes infortunios, arrojaran de la memoria los

grandes y maravillosos favores y dones que habían obtenido de

Dios, y que esperaran en cambio la salvación de sus problemas

de los que ahora no podían desprenderse, por medio de la divina

providencia que los vigilaba. Siendo posible que Dios estuviese

poniendo a prueba su virtud, ejercitándoles la paciencia con esas

1 La Biblia (Exodo, XVI, 1) dice que los israelitas se hallaban en el décimoquinto día del segundo mes de la

salida de Egipto.

2 En la Biblia la intención de apedrear a Moisés no aparece hasta más adelante (Exodo, XVII, 4).

 

adversidades, para apreciar su fortaleza y la memoria que

conservaban de su anterior maravillosa actuación en su beneficio

y para ver si se acordarían de ello cuando estuvieran sufriendo

miserias. Les dijo que al parecer no eran buenos hombres, ni en

paciencia ni en recordar lo que les habían hecho con tanto éxito,

a veces despreciando a Dios y sus mandamientos, siendo que por

esos mandamientos habían salido de la tierra de Egipto, y a

veces portándose mal con él, que era el siervo de Dios y eso que

nunca los había engañado, ni en lo que les había dicho ni por lo

que les había mandado hacer por orden de Dios. También les

recordó todo lo que anteriormente había pasado; que los egipcios

habían sido destruídos cuando trataron de detenerlos, contra la

orden de Dios, que un mismo río fué sangre para los otros,

inapta para beber, y para ellos dulce y potable, que ellos pasaron

por un camino nuevo abierto en el mar, el que se alejó a mucha

distancia de ellos, y que de ese modo se salvaron y vieron luego

destruídos a sus enemigos, y que cuando se encontraron carentes

de armas Dios se las suministró en gran cantidad. De este modo

les recordó todas las oportunidades en las que cada vez que

parecía que iban a ser destruídos Dios acudía a salvarlos de

manera asombrosa; y que conservaba el mismo poder, y que ni

aun ahora debían desesperar de su providencia.3

Los exhortó por lo tanto a seguir tranquilos, y a que conside

raran que la ayuda, aunque no viniese en seguida, novendría

demasiado tarde, si se presentaba antes de que sufrieran

grandes desdichas. Que debían razonar que Dios nodemoraba su

ayuda porque no tuviese miramientos con ellos, sino porque

primero quería probar su fortaleza y el placer con que tomaban

su libertad, para averiguar si tenían el alma suficientemente

grande como para soportar la falta de alimentos y la escasez de

agua; o si preferían ser esclavos, como los animales son esclavos

de los queles dan de comer generosamente, pero sólo para

hacerlos más

útiles para servirlos. En cuanto a él, no le preocupaba su propia

seguridad, porque si moría injustamente, no lo consideraría una

aflicción; más se preocupaba por ellos, por temor de que al

 

3

J. 1 - 12

 

arrojarle piedras a él los juzgaran como condenando a Dios

mismo

5. De este modo Moisés apaciguó al pueblo y la contuvo de

apedrearlo y le hizo arrepentirse de lo que estaba a punto de

hacer. Como le pareció que la necesidad que sufrían hacía menos

 

injustificable su pasión, pensó que debía apelar a Dios con ora-

ciones y súplicas. Subió a una altura y pidió a Dios algún socorro

 

para el pueblo, y alguna forma de librarlo de la necesidad que

 

sufría, porque en él, y sólo en él, estaba su esperanza de sal-

vación; y le pidió que perdonara lo que la necesidad había obli-

gado a hacer al pueblo, porque estaba en la naturaleza de la

 

humanidad ser difícil de satisfacer y quejarse ante la

adversidad. Dios prometió que se ocuparía y les daría el socorro

que pedían. Oyendo esto Moisés bajó a reunirse con la multitud;

cuando lo vieron alegre ante las promesas que había recibido de

Dios, se les cambió la expresión del rostro, que de triste se volvió

jubilosa. Moisés se situó entre ellos y les dijo que venía a traerles

la salvación de Dios de sus actuales desventuras.

En efecto, poco después llegó volando desde el mar una gran

cantidad de codornices, aves que abundan más en ese golfo árabe

que en otra parte; cuando estuvieron sobre ellos, fatigadas por su

laborioso vuelo y volando siempre muy cerca de la tierra,

cayeron entre los hebreos; éstos las cogieron y satisfacieron con

ellas su hambre, y supusieron que ése era el medio empleado por

Dios para proveerles alimentos. Moisés agradeció a Dios por

prestarles su asistencia más rápidamente de lo que les había

prometido.

6. Después de ese primer suministro de alimentos, les envió

otro. Cuando Moisés levantaba sus brazos para orar, cayó un

rocío. Moisés vió que era pegajoso en las manos y supuso que era

otra comida que Dios les mandaba, y lo probó; y viendo que el

 

pueblo no sabía lo que era y pensaba que era la nieve que habi-

tualmente cae en era época del año4

 

, les dijo que ese rocío no

había caído del cielo de la forma que ellos se imaginaban, sino

para su preservación y sustento. Lo probó y les dió un poco para

que pudieran comprobar lo que les había dicho. Imitaron a su

4 La Biblia no habla de nieve, sino de una "helada blanca".

 

conductor y les agradó el alimento, porque era dulce como la

miel, de agradable gusto, pero de cuerpo como el del bedelio; se

trataba de una especia dulce, igual por su tamaño a la semilla

del coriandro. Lo reunieron activamente. Pero les habían

ordenado recogerlo en cantidades iguales, un gomer por día para

cada uno, porque ese alimento no vendría en cantidades

demasiado pequeñas, para que los débiles no dejaran de tomar

su parte a causa de que los fuertes recogieran demasiado.

De todos modos los fuertes que tomaban una cantidad mayor

de la señalada, no obtenían más que los otros, sólo se cansaban

más en el trabajo de recogerlo, porque no hallaron más que un

gomer cada uno; el excedente no les sirvió, porque se pudrió por

los gusanos y porque era amargo. ¡Qué alimento maravilloso y

divino! También suplía la necesidad de otros alimentos al que los

comía. Todavía ahora llueve el maná del cielo en ese sitio, en el

que Moisés obtuvo que Dios lo enviara al pueblo para su

sustento.

Los hebreos lo llamaron maná, por la partícula man, que en

nuestra lengua equivale a la pregunta ¿Qué es esto? Los hebreos

se alegraron mucho con lo que les habían mandado del cielo.

Usaron ese alimento cuarenta años, mientras estuvieron en el

desierto.

 

7. Cuando se fueron de allí, se trasladaron a Rafidín, su-

friendo sed en extremo. En los días anteriores habían obtenido

 

agua en algunas pequeñas fuentes, pero ahora encontraron la

 

tierra completamente seca y se encontraron en muy mala situa-

ción. Se volvieron de nuevo con su enojo contra Moisés, quien al

 

principio eludió la furia de la multitud y luego oró a Dios, rogán-

dole que si les había dado alimentos cuando lo necesitaban gran-

demente, les diera ahora agua, porque el favor de darles de

 

comer no tenía valor si no tenían agua para beber.

Dios no tardó en darles el agua; prometió a Moisés que les

conseguiría una fuente con abundancia de agua en un sitio

donde no esperaban hallar ninguna. Le ordenó que golpeara con

su vara la roca que veía a sus pies, y que recibiera de allí toda la

que pedían; porque él se había ocupado de que el agua les llegara

sin trabajo ni sufrimientos. Recibida la orden de Dios Moisés

 

volvió al pueblo que lo esperaba, y todos confiaron en él porque lo

vieron llegar apresuradamente de su eminencia.

No bien llegó les dijo que Dios los libraría de sus actuales

inconvenientes y les había acordado un inesperado favor; y les

 

informó que de aquella roca brotaría para ellos un río. Sorpren-

didos ante estas palabras, creyeron que tendrían que partir la

 

roca a pedazos, fatigados como estaban por la sed y el viaje.

Pero Moisés abrió un pasaje con sólo golpear la roca con su

vara, y de ahí manó el agua, clara y abundante. Estupefactos

ante aquel maravilloso resultado, sintieron satisfecha la sed, por

así decirlo, con sólo ver el agua. Y bebieron el agua, que

encontraron grata y dulce, como un verdadero presente de Dios.

El pueblo sintió también admiración por la manera como Moisés

era honrado por Dios; y agradecieron a Dios con sacrificios por su

providencia hacia ellos. Esa Escritura que hay en el Templo nos

informa de qué modo Dios anunció a Moisés que saldría el agua

de la roca.

 

CAPITULO II

 

Los amalecitas y las naciones vecinas hacen guerra a los

hebreos y son derrotados, perdiendo gran parte de su

 

ejército

 

1. El nombre de los hebreos ya había comenzado a ser cono-

cido en todas partes, llegando hasta el extranjero los rumores de

 

sus actividades. Lo cual hizo concebir no poco miedo a los

habitantes de los países. Se enviaron embajadores, exhortándose

 

recíprocamente a defenderse, y a empeñarse en destruir a aque-

llos hombres. Los que indujeron a los demás a hacerlo fueron los

 

que habitaban en Goboltis y Petra. Se llamaban los amalecitas, y

eran la nación más guerrera de todas las que vivían en los

 

alrededores. Sus reyes se exhortaron entre sí y también a los ve-

cinos a hacer la guerra a los hebreos diciéndoles que un ejército

 

de extranjeros que habían huído de la esclavitud en Egipto,

aguardaba para exterminarlos; que ese ejército, por prudencia y

por seguridad, no debía ser descuidado, sino aplastado antes de

que se hiciera más fuerte y prosperara. Que había que

anticiparse a iniciar las hostilidades, porque sería indolencia no

hacerlo.

"Debemos vengarnos por lo que hicieron en el desierto, pero

no podremos hacerlo cuando hayan puesto sus manos sobre

nuestras ciudades y nuestras posesiones. Los que se empeñan en

aplastar un poder que surge, son más sabios que los que tratan

de detener su progreso cuando se vuelve poderoso; porque estos

últimos sólo parecen enojarse ante el florecimiento de los otros,

en tanto que los anteriores no dan tiempo a sus enemigos a que

puedan serles perjudiciales".

Después de enviar las embajadas a las naciones vecinas y

unas a las otras, resolvieron atacar a los hebreos en batalla.

 

2. El proceder de esos pueblos causó perplejidad y preocupa-

ción a Moisés, que no esperaba sus aprestos bélicos. Cuando los

 

países estuvieron listos para combatir, y la multitud de los he-

breos se vió obligada a probar la suerte de la guerra, se hallaron

 

en un gran desorden, carentes de todo, y tuvieron que pelear con

hombres que estaban bien preparados para ello. Por eso Moisés

comenzó a animarlos, a exhortarlos a templar los corazones, y a

confiar en la ayuda de Dios, con la cual habían adelantado hasta

encontrarse en libertad, y a esperar la victoria sobre los que

estaban prontos a pelear con ellos para privarlos de esa

 

bendición. Debían suponer, les dijo, que su ejército era nume-

roso, que no les faltaba nada, ni armas, ni dinero, ni provisiones,

 

ni ninguna de esas otras ventajas que cuando los hombres las

poseen pelean intrépidamente. Y que debían considerar que

tenían todas esas ventajas en la asistencia divina.

 

También debían suponer que el ejército del enemigo era pe-

queño, desarmado, débil y carente de esas conveniencias que

 

ellos sabían que son necesarias cuando es la voluntad de Dios

que sean derrotados. Que la asistencia de Dios era valiosa ya lo

sabían por experiencia, lo habían conocido en numerosas

pruebas; y todas ellas más terribles que la guerra, que sólo es

contra hombres, mientras que aquéllas eran el hambre y la sed,

cosas realmente por su propia naturaleza insuperables; y

también contra montañas, y ese mar que no les permitía huir.

Sin embargo todas esas dificultades habían sido vencidas por la

graciosa amabilidad de Dios para con ellos. Los exhortó a ser

valientes en la ocasión y a considerar que toda su prosperidad

dependía de su actual victoria sobre el enemigo.

3. Con estas palabras Moisés animó a la multitud, y luego

reunió a los principales de las tribus y a sus jefes, separada y

conjuntamente. A los jóvenes les encargó que obedecieran a los

mayores, y a los mayores a obedecer a los conductores. El pueblo

se sintió exaltado y estuvo dispuesto a probar la fortuna en la

batalla, esperando que de ese modo se vería libre al fin de sus

 

miserias. Más aún, pidieron a Moisés que los llevara inmedia-

tamente contra sus enemigos sin la menor demora, porque

 

ningún atraso podría obstaculizar su presente resolución. Moisés

agrupó a los que eran aptos para la guerra en diferentes tropas;

y los puso a las órdenes de Josué hijo de Nun, de la tribu de

Efraím, hombre de gran valor y paciencia para el trabajo y de

 

gran capacidad para entender y para hablar lo que era

apropiado; muy serio en su adoración a Dios y, verdaderamente

como Moisés, maestro de piedad. Destinó una pequeña parte de

los hombres armados para que se apostaran junto al agua y

cuidaran a los niños, las mujeres y el campamento. Toda la

noche se prepararon para la guerra; tomaron las armas, las que

estaban bien hechas, y prestaron atención a sus comandantes,

listos para correr a la lucha en cuanto Moisés diera la voz de

orden. Moisés también se quedó despierto, enseñando a Josué a

ordenar el campo.

Al despuntar el día, Moisés volvió a llamar a Josué y lo

exhortó a realizar la hazaña que los hombres esperaban de un

hombre de su reputación y a ganar gloria con la expedición, ante

la opinión de esos hombres, con sus proezas en la batalla. Hizo

escuchar también una exhortación especial a los principales de

los hebreos, y alentó a todo el ejército reunido delante de él.

Animados de ese modo los hombres, con su acción y su palabra,

se retiró a una montaña, encomendando el ejército a Dios y a

Josué.

4. Los ejércitos se trabaron en lucha; llegaron a combatir

cuerpo a cuerpo, revelando por ambas partes gran actividad y

animándose unos a otros. Cuando Moisés tendía los brazos al

cielo, los hebreos dominaban a los amalecitas. Pero como no

podía mantener todo el tiempo los brazos extendidos (cuando

bajaba los brazos su pueblo llevaba la peor parte), dijo a su

hermano Aarón y a Ur, el marido de su hermana Miriam, que se

pusieran uno a cada lado y le sostuvieran las manos para que

pudiera mantener los brazos extendidos a pesar del cansancio.

Con esto los hebreos vencieron a los amalecitas, los que

habrían perecido todos si la llegada de la noche no hubiera

obligado a los hebreos a desistir de seguir matándolos. Así

obtuvieron nuestros antepasados una victoria muy señalada y

oportuna; no sólo dominaron a los que peleaban contra ellos, sino

que además aterrorizaron a las naciones vecinas y obtuvieron

una grande y espléndida ventaja. Porque cuando tomaron el

campamento de los enemigos, conquistaron un botín para el

pueblo y para sus familias privadas, siendo que hasta entonces

 

no tenían abundancia de nada y ni siquiera de los alimentos

necesarios.

La referida batalla, una vez triunfantes, fué también motivo

de su prosperidad, no sólo para el presente sino también para las

 

edades futuras. Porque no sólo esclavizaron el cuerpo de sus ene-

migos, sino que subyugaron también sus mentes y, después de

 

esa batalla, se hicieron terribles para todos los que vivían

alrededor de ellos. Adquirieron además una vasta cantidad de

riquezas, porque quedó en el campamento del enemigo una gran

porción de plata y oro; también vasijas de bronce, de las que

usaban las familias, muchos utensilios, bordados, de dos clases,

es decir, de los que estaban tejidos y de los que eran adornos de

sus armaduras, y otras cosas que servían para uso de las

familias y para el moblaje de las habitaciones. También

obtuvieron la presa del ganado y de todo lo que suele seguir por

el campo a los campamentos cuando se trasladan de un sitio a

otro1

. Los hebreos se valoraron por su valentía y reclamaron el

mérito de su valor. Y se acostumbraron perpetuamente a

sobrellevar penurias, con las que juzgaban que todas las

 

dificultades pueden ser superadas. Estas fueron las con-

secuencias de la batalla.

 

5. Al, día siguiente Moisés despojó los cuerpos de sus

enemigos y reunió los armamentos de los que habían huido, y

entregó recompensas a los que se habían destacado en la acción.

Y recomendó sumamente a Josué, el general del ejército, con el

testimonio de todos los hombres, por las grandes acciones que

había realizado.

Ningún hebreo fué muerto, y las muertes del ejército enemigo

fueron demasiado grandes para ser enumeradas. Moisés ofreció

sacrificios de agradecimiento a Dios, y levantó un altar al que

llamó Dios conquistador. Anticipó además que los amalecitas

serían completamente destruídos y que en adelante no quedaría

ninguno, porque habían peleado contra los hebreos, cuando éstos

se hallaban en el desierto y afligidos. Luego obsequió una fiesta

al ejército.

 

1 Esta presa no la menciona la Biblia.

 

De este modo libraron su primera batalla con los que se aven-

turaron a oponerse a ellos, después de su salida de Egipto.

 

Cuando Moisés celebró el festival de la victoria, permitió a los

hebreos que descansasen unos días, y luego los hizo formar en

orden de batalla, porque ahora tenía muchos soldados en

armadura liviana. Avanzando gradualmente, llegaron al monte

Sinaí, tres meses después de haber salido de Egipto; era la

montaña donde, como hemos relatado anteriormente, habían

ocurrido la visión de la zarza y las demás apariciones

milagrosas2

.

 

2

Josefo altera el orden del relato bíblico. En la Biblia (Exodo, XVIII, S), Jetro va al encuentro de Moisés cerca de la

"montaña de Dios", o sea el Sinaí. Pero la partida de Rafidín la Biblia la refiere después de la visita de Jetro.

 

CAPITULO III

 

Moisés recibe amablemente a su suegro Jetro, cuando va

 

a visitarlo al monte Sinaí.

 

1. Cuando Ragüel1

 

, el suegro de Moisés, supo el próspero esta-

do de sus asuntos, fué alegremente a su encuentro y dió una

 

buena acogida a Moisés, a Séfora, su mujer, y a sus hijos2

.

Moisés se alegró sobremanera de su llegada. Después de ofrecer

sacrificios hizo una fiesta para la multitud junto a la zarza que

había visto anteriormente; todos participaron con sus familias.

Aarón y su familia se reunieron con Ragüel y cantaron himnos a

Dios, como autor y procurador de su liberación y su libertad.

También elogiaron a su conductor, por cuya virtud les habían

salido todas las cosas tan bien. Ragüel hizo grandes elogios a

toda la multitud por el agradecimiento que testimoniaba a

Moisés. Y admiró a Moisés por su fortaleza, y la humanidad que

había demostrado en la salvación de sus amigos.

 

1

2 Aquí Josefo llama al suegro de Moisés Ragüel, primero de los nombres que le da la Biblia, siendo luego llamado en

todas partes Jetro.

2

3 En la Biblia Jetro se dirige a -la casa de Moisés acompañado de Séfora y sus hijos, de quienes Moisés se había separado.

 

CAPITULO IV

 

Ragüel sugiere a Moisés que ordene al pueblo, nombrando Jefes

y capitanes. Moisés acepta el consejo de su suegro

 

1. Al día siguiente Ragüel vió a Moisés rodeado por una mul-

titud de asuntos. (Porque él dilucidaba las diferencias de los que

 

se las sometían, yendo todos a verlo a él porque suponían que

sólo obtendrían justicia si él era el árbitro; los que perdían sus

causas no pensaban mal porque consideraban que las habían

perdido justamente, y no con parcialidad.) Ragüel no dijo nada

en ese momento, para no estorbar a los que hacían uso de la

virtud de su conductor. Pero luego llevó a Moisés aparte y

cuando estuvieron solos le instruyó sobre lo que debía hacer; le

aconsejó que dejara las causas menores a otros, y él se ocupara

sólo de las grandes, y de la seguridad del pueblo; porque podrían

encontrarse otros hebreos aptos para juzgar causas, pero nadie

más que Moisés podía ocuparse de la seguridad de tantas

decenas de miles.

-No seas impasible ante tu propia virtud -le dijo-, y ante lo

que has hecho administrando a las órdenes de Dios para la

 

salvación del pueblo. Deja, pues, que otros juzguen las causas co-

munes, y tú resérvate únicamente para la atención de Dios.

 

Busca métodos de preservar a la multitud de su actual aflicción.

Usa el método que te sugiero para los asuntos humanos; pasa

revista al ito y nombra jefes selectos sobre decenas de miles, y

luego sobre miles; luego divídelos en grupos de quinientos, luego

de cien, y luego de cincuenta. Nombra capitanes para cada uno

de esos grupos, que podrán distinguirlos en grupos de treinta y

mantenerlos en orden. Finalmente enuméralos en grupos de

veinte y de diez. Que cada número tenga un comandante, para

ser designados por el número que dirijan; pero hombres probos

que la multitud apruebe como buenos y justos. Y que esos jefes

decidan las controversias que surjan entre ellos. Y si se produce

alguna causa grande, que la traigan ante los jefes de mayor

dignidad; y si surge alguna dificultad grande que ni aun ellos

 

pueden resolverla, que te la envíen a ti. De ese modo habrá dos

 

ventajas: los hebreos tendrán justicia y tú podrás servir constan-

temente a Dios y procurar de él que sea más favorable a su

 

pueblo.

 

2. Esta fué la admonición de Ragüel; Moisés recibió amable-

mente su consejo, y actuó de acuerdo con su sugestión. No ocultó

 

quién había ideado el método, ni pretendió que fuera de su

invención. Informó a la multitud quién había sido. Y nombró a

Ragüel en los libros que escribió, como la persona que había

creado esa ordenación del pueblo, considerando justo dar un

testimonio verdadero a las personas valiosas, aunque pudiese

haber obtenido reputación adjudicándose las invenciones de

otros hombres. De ahí podemos conocer la virtuosa disposición de

Moisés. Pero a esta disposición tendremos ocasión apropiada

para referirnos en otras partes de estos libros.

 

CAPITULO V

 

Moisés sube al monte Sinaí yrecibe leyes de Dios, y las

 

entrega a los hebreos

 

1. Moisés reunió a la multitud y anunció que se iría al monte

Sinaí, a conversar con Dios, y a recibir de él cierto oráculo que

traería consigo. Les ordenó que plantaran sus tiendas cerca de la

montaña, prefiriendo la habitación próxima a Dios, y no la

lejana. Dicho esto ascendió al monte Sinaí, que es la montaña

más alta de esa tierra, y no sólo es difícil de escalar para los

hombres por su enorme altura, sino también por la escabrosidad

 

de sus precipicios. No se puede mirarla sin sentir los ojos dolori-

dos. Además era terrible e inaccesible por el rumor de que Dios

 

moraba en ella.

 

Los hebreos levantaron sus tiendas, como Moisés les había or-

denado, y tomaron posesión de la falda de la montaña, y

 

aguardaron con el ánimo elevado a que Moisés volviera de su

encuentro con Dios trayendo promesas de las buenas cosas que

les había propuesto. Hicieron un banquete y aguardaron a su

conductor, y se mantuvieron puros, entre otras cosas, en no

juntarse con sus mujeres durante tres días, como les ordenara

anteriormente. Y rogaron a Dios que recibiera favorablemente a

Moisés en su conversación con él; y que les concediera dones con

los cuales pudieran vivir bien. Hicieron también comidas más

abundantes, y adornaron a sus mujeres e hijos con ropas más

decentes que de costumbre.

2. Pasaron dos días en esas fiestas, pero el tercer día, antes

de que saliera el sol, se tendió sobre todo el campamento de los

hebreos una nube tal como nadie la había visto anteriormente y

rodeó el sitio donde habían plantado las tiendas. Mientras todo

el resto del aire estaba limpio, a ese sitio llegaron fuertes vientos

que levantaron grandes chubascos, los que se transformaron en

una poderosa tempestad. Había unos relámpagos terribles que

espantaban la vista. Truenos y rayos caían, declarando que Dios

 

estaba presente de manera benigna para aquellos con los que

Moisés quería que fuera benigno.

Respecto a estos hechos, mis lectores pueden pensar lo que a

cada cual le plazca. Yo tengo que contar esta historia, tal como

figura en los libros sagrados. Ese espectáculo, y los

sorprendentes ruidos que herían los oídos, perturbaron a los

hebreos en sumo grado, porque no estaban acostumbrados a

ellos. Luego el rumor extendido de que Dios habitaba

habitualmente en aquella montaña, les impresionó

grandemente, y se encerraron apesadumbrados en sus tiendas,

suponiendo que Moisés sería destruido por la ira divina y

esperando igual destrucción para ellos.

 

3. Estando dominados por esos temores, apareció Moisés ju-

L.iloso y muy exaltado. Cuando lo vieron perdieron el miedo y

 

concibieron mayores esperanzas para lo futuro. También el aire,

después de aparecer Moisés, se limpió de todo su desorden

anterior.

Moisés congregó al pueblo para que oyera lo que Dios le

dijera. Una vez reunidos, subió a una eminencia desde la cual

pudieran oírlo, y dijo:

-Hebreos, Dios me recibió amablemente como lo había hecho

antes. Y sugirió un método feliz de vida para vosotros y un orden

de gobierno político, y está ahora presente en este campamento.

Os encargo por eso, por él y por sus obras, y por lo que hemos

hecho con su intermedio, que no déis poco valor a lo que voy a

deciros, porque los mandamientos que ahora os entrego no son la

palabra de un hombre; si consideráis la gran importancia de las

 

cosas mismas, comprenderéis la grandeza de aquel que los insti-

tuyó, y que no desdeñó comunicármelos para nuestro común be-

neficio. Porque no debe suponerse que el autor de esas institucio-

nes es simplemente Moisés, el hijo de Amram y Joquebed, sino

 

de aquel que obligó al Nilo a llevar sangre por vosotros, el que

domó la altivez de los egipcios con varias clases de sentencias, el

que nos abrió un camino por el mar, el que ideó un medio para

enviarros alimentos del cielo cuando nos afligía su falta, el que

hizo salir agua de una roca, cuando era poca la que teníamos, el

que hizo que Adán compartiera los frutos de la tierra y del mar,

 

el que dió los medios para que Noé escapara al diluvio, el que

hizo que nuestro antepasado Abram, peregrino nómada, se

convirtiera en el heredero de Canaán, el que hizo que Isaac

naciera de padres muy viejos, el que hizo que Jacob se viera

adornado de doce hijos virtuosos, el que hizo que José fuera el

poderoso señor de los egipcios. Es él quien os envía estas

instrucciones, siendo yo su intérprete. Que sean venerables para

vosotros. Sustentadlas con más firmeza que a vuestras mujeres e

hijos. Porque si las seguís llevaréis una vida feliz, gozaréis de los

frutos de la tierra, veréis tranquilo el mar y los frutos del vientre

nacerán completos, como lo exige la naturaleza. Seréis, además,

terribles para vuestros enemigos. He sido recibido ante Dios y he

oído su voz incorruptible, porque es grande su preocupación por

vuestra nación y su permanencia.

4. Dicho esto condujo a los hebreos, con sus mujeres e hijos,

tan cerca de la montaña, que pudieron oír a Dios mismo que les

hablaba sobre los preceptos que debían practicar, para que la

energía de lo que debía decir no sufriera daño al ser pronunciada

 

por la lengua de un hombre, que sólo podía ofrecerla a su com-

prensión de manera imperfecta. Todos oyeron una voz que les

 

llegaba de arriba, de tal modo que no se les escapó ni una sola de

las palabras, que Moisés escribió en dos tablas, y que no nos es

 

permitido anotar directamente; pero vamos a declarar su im-

portancia.

 

5. El primer mandamiento nos enseña que no hay más que un

Dios, y que sólo a él debemos adorar. El segundo nos ordena no

hacer ninguna imagen de animal para adorarla1

 

. El tercero, que

no debemos jurar por Dios falsamente. El cuarto, que debemos

guardar el séptimo día, descansando de toda clase de trabajo. El

quinto que debemos honrar a nuestros padres. El sexto que

 

debemos abstenernos de matar. El séptimo, que no debemos co-

meter adulterio. El octavo, que no debemos ser culpables de robo.

 

1 La Biblia prohibe reproducir la imagen de todo lo que existe "en el cielo, la tierra y las

aguas" (Exodo, XX, 4). Al concretar la prohibición a los animales Josefo parece anticiparse a la

refutación que hace en Contra Apión de las fábulas difamatorias alejandrinas que acusan a los

judíos de adorar en el Templo una cabeza de asno.

 

El noveno, que no debemos prestar falso testimonio. El décimo,

que no debemos cobijar deseos de lo que sea de otros.

6. La multitud se regocijó al oír a Dios mismo dar los precepts

de los cuales les había hablado Moisés, y la congregación se

disolvió. Pero durante los días siguientes fueron a la tienda de

Moisés pidiéndole que les trajera otras leyes de Dios. Moisés

anotó esas leyes y luego les informó de qué manera debían

desempeñarse en todos los casos. A estas leyes me referiré a su

debido tiempo. Pero la mayoría la reservaré para otro libro,

donde daré de ellas una clara explicación.

7. Al llegar las cosas a este punto, Moisés subió de nuevo al

monte Sinaí, anunciándolo de antemano. Ascendió en presencia

de todos; y como estuviera ausente mucho tiempo (porque

permaneció allí cuarenta días), se apoderó el temor de los

hebreos de que le hubiera ocurrido algún daño. No había nada

tan triste y que tanto les perturbara, como la idea de que Moisés

hubiera perecido. Hubo una variante en los sentimientos hacia

él; algunos decían que había caído entre fieras, siendo de esta

opinión en su mayoría los que estaban mal dispuestos hacia él;

otros decían que había partido y se había ido con Dios; pero los

más prudentes se dejaban guiar por la razón y no encontraban

satisfacción en ninguna de estas opiniones, pensando que si

sucedía a veces que los hombres cayeran entre las fieras y

perecieran, también era posible que por su virtud hubiese

partido y se hubiese ido con Dios. Permanecieron por lo tanto

tranquilos a la espera de los acontecimientos. Pero les dolía

mucho la suposición de que. hubiesen perdido a un gobernador y

protector, que no podrían nunca recobrar; ni esta sospecha les

daba autorización para esperar ningún hecho confortante sobre

aquel hombre, ni podían reprimir su preocupación y melancolía.

No obstante el campamento no se movió de su lugar, porque

Moisés les había ordenado que permanecieran allí.

8. Cuando pasaron los cuarenta días, con otras tantas noches,

Moisés regresó, no habiendo probado bocado de ninguna comida

indicada habitualmente para la alimentación de los hombres. Su

aparición llenó al ejército de alegría, y él les declaró los cuidados

que Dios sentía por ellos, y con qué conducta de vida podrían

 

vivir felices; les dijo que durante esos días de su ausencia le ha-

bía sugerido que hiciera construir un tabernáculo para él, al que

 

descendería cuando viniera a reunirse con ellos, y de qué modo

"deberemos conducirlo con nosotros cuando nos vayamos de este

sitio. Ya no habrá necesidad de subir al monte Sinaí, porque él

vendrá a ocupar su tabernáculo y estará presente durante

nuestras oraciones". También dijo que el tabernáculo debía ser

de las medidas y de la construcción que le había indicado, y que

había que poner manos a la obra y hacerlo con diligencia.

Dicho esto les mostró las dos tablas, con los diez

mandamientos grabados en ellas, cinco en cada tabla2

; la

 

escritura era de la mano de Dios.

 

2 La Biblia no dice nada sobre la disposición de los mandamientos en las dos tablas de Moisés.

 

CAPITULO VI

 

El tabernáculo que Moisés construye en el desierto en

 

honor de Dios, y que sirve de templo

 

1. Jubilosos por lo que habían visto y oído a su conductor, los

israelitas no fueron remisos en demostrar sus habilidades;

trajeron plata, oro y bronce, maderas de las mejores clases, que

no se arruinarían por la putrefacción, pelo de camellos, cueros de

carnero, algunos de ellos teñidos de azul, otros de rojo. Unos

trajeron la flor para el color púrpura, otros para el blanco, y

lana, teñida con las flores nombradas, y lino fino, y piedras

preciosas, que los que usaban adornos costosos engastaban en

monturas de oro. Llevaron también gran cantidad de especias.

Con estos materiales Moisés construyó el tabernáculo, que no

difería en nada de un templo móvil y ambulante. Reunidas con

gran diligencia todas esas cosas, porque todos tenían la ambición

de hacer más de lo que podían, nombró los arquitectos para la

obra, por orden de Dios, que fueron por cierto los mismos que el

pueblo habría elegido si les hubiesen encargado la elección. Sus

nombres figuran en los libros sagrados; eran Beseleel, hijo de

Uri, de la tribu de Judá, nieto de Miriam, la hermana del

conductor, y Eliab hijo de Isamac, de la tribu de Dan.

El pueblo prosiguió la tarea que había emprendido con tanta

actividad que Moisés se vió obligado a contenerlos, proclamando

 

que lo que habían traído era suficiente, según informaban los ar-

tífices. Se entregaron entonces a la construcción del tabernáculo.

 

Moisés les informó, de acuerdo con las directivas de Dios, las

medidas que debía tener, y su tamaño; y cuántos vasos debía

contener para uso de los sacrificios. También las mujeres

querían hacer su parte, con respecto a las vestimentas de los

sacerdotes y de otras cosas, que harían falta, tanto para los

ornamentos como para el mismo servicio divino.

 

2. Preparadas todas las cosas, el oro, la plata, el bronce, los

 

tejidos, Moisés, que había anunciado anticipadamente que se ha-

ría una fiesta, ofreciéndose sacrificios de acuerdo con la capaci-

dad de cada cual, erigió el tabernáculo. Midió el atrio abierto, de

 

cincuenta codos de ancho y cien de largo, puso columnas de

 

bronce, de cinco codos de altura, veinte en cada uno de los cos-

tados más largos, y diez columnas en el ancho posterior. Todas

 

las columnas tenían un anillo. Los capiteles eran de plata, pero

las bases de bronce; parecían puntas de lanza y eran de bronce,

fijas en el suelo. Pasaron cuerdas por los anillos, atados por la

otra punta a clavos de bronce de un codo de largo, clavados en el

suelo junto a cada columna, para sostener el tabernáculo y evitar

que lo sacudiesen los vientos. Una cortina de lino fino y suave

 

rodeaba todas las columnas, y colgaba libremente de los capite-

les; envolvía todo el espacio y parecía una pared que lo rodeara.

 

Así fué la estructura de tres costados del recinto. El cuarto,

que tenía cincuenta codos de longitud, era el frente del conjunto;

veinte codos eran para la abertura de las entradas, donde había

dos columnas de cada lado, pareciendo puertas abiertas; estaban

hechas totalmente de plata, pulidas, excepto las bases que eran

de bronce. A cada lado de la entrada tres columnas, insertadas

en la base cóncava del portal, con el que hacían juego.

Rodeándolas había una cortina de lino fino. En el portal mismo,

de veinte codos de largo y cinco de altura, la cortina era de

púrpura, rojo y azul, lino fino y bordado con muchas y diversas

clases de figuras, excepto figuras de animales. Dentro del portal

estaba la jofaina de bronce para la purificación, con una base

debajo, del mismo metal, donde el sacerdote pudiera lavarse las

manos y rociarse los pies. Esa fué la construcción ornamental del

recinto que rodeaba el atrio del tabernáculo, y que estaba

expuesto al aire libre.

3. En cuanto al tabernáculo mismo, Moisés lo ubicó en el

centro de ese atrio, dando frente al este, de modo que recibiera

los primeros rayos del sol. Su longitud, una vez instalado, era de

treinta codos, y su ancho de doce. Una de las paredes daba al sud

y la otra estaba expuesta al norte, quedando el oeste en la parte

posterior. Fu¿ necesario que su altura fuera igual a su ancho.

Había también columnas de madera, veinte a cada lado; estaban

 

talladas de forma rectangular, de un codo y medio de ancho y

cuatro dedos de espesor; tenían colocadas de ambos lados finas

placas de plata en dos lados, el de dentro y el de fuera; cada una

de ellas tenía dos espigas de plata insertadas en la base,

habiendo en cada base un receptáculo para recibir las espigas.

Las columnas de la pared del oeste eran seis. Las espigas y

los quicios, exactamente fijados unos en otros, de modo que las

junturas fueran invisibles, parecían una sola pared unida,

cubierta de oro, por dentro y por fuera. El número de columnas

era el mismo en los lados opuestos; había veinte en cada lado.

Cada una de ellas tenía un espesor de un tercio de palmo, y de

ese modo formaban los treinta codos entre ellos. Pero en la pared

posterior, donde las seis columnas sólo sumaban nueve codos,

hicieron otras dos columnas, de un codo, y las pusieron en las

esquinas, haciéndolas igualmente finas como las otras.1

Todas las columnas tenían anillos de oro en la cara externa,

como si se hubieran arraigado en las columnas, y formaban una

fila por la que pasaron varillas forradas de oro, de cinco codos de

largo cada una, las que unían las columnas pasando la cabeza de

un varilla dentro de la otra, como las espigas insertas una en

 

otra. En la pared de atrás sólo había una fila de varillas que pa-

saba por todas las columnas, en cuya fila entraban las puntas de

 

las varillas de los costados de la pared más larga, machihem-

brados firmemente para que el tabernáculo no se moviera, ni

 

sacudido por el viento ni por otros medios, y para que perma-

neciera continuamente quieto e inmóvil.

 

4. En cuanto a la parte interior, Moisés la dividió a lo largo en

tres porciones. A diez codos del extremo más secreto Moisés situó

cuatro columnas, hechas de igual manera que las otras y con la

misma base, y colocadas a poca distancia una de otra. El espacio

al que rodeaban estas columnas era el lugar más sagrado. El

resto del espacio era el tabernáculo, abierto para los sacerdotes.

Esta proporción de las medidas del tabernáculo resultaron

ser una imitación de la organización del mundo; porque esa

tercera parte que estaba dentro de las cuatro columnas, en la

que no podían entrar los sacerdotes era, por así decir, un cielo,

1

J. 1-13

 

reservado a Dios. El espacio de los veinte codos era, por así decir,

mar y tierra, accesible a los hombres; por eso esta parte estaba

reservada a los sacerdotes.

Al frente, donde se hizo la entrada, pusieron columnas de oro,

sobre bases de bronce, en número de siete; luego tendieron sobre

el tabernáculo velos de lino fino, de color púrpura, rojo y azul, y

 

bordados. El primer velo tenía diez codos por lado, y lo exten-

dieron sobre las columnas que dividían el templo, ocultando el

 

sitio más sagrado; ese velo hacía que esa parte no fuera visible

para nadie. Todo el templo se llamaba el lugar sagrado, pero esa

parte que estaba dentro de las cuatro columnas, en la que no

podía entrar nadie, se llamaba el sanctasanctórum.

El velo era muy hermoso, bordado con las flores que produce

la tierra2

 

, y llevaba tejidas todas las variedades que pudieran ser

ornamentales, exceptuando formas de animales. Había otro velo

cubriendo las cinco columnas de la entrada. Era como el anterior

en su tamaño, textura y color. En la esquina de cada columna un

anillo lo sostenía de arriba abajo hasta la mitad de las columnas

siendo la otra mitad una entrada para los sacerdotes que se

desli. zaban debajo de él. Sobre aquél había un velo de lino, del

mismo largo que el anterior; se corría hacia un lado o hacia el

otro por medio de cuerdas, cuyas anillas, fijadas en el tejido del

velo y en las cuerdas, servían para correrlo y descorrerlo y para

soste. nerlo en las esquinas, de modo que una vez corrido no

estorbase la vista del santuario, sobre todo en los días solemnes.

En otros días, especialmente cuando el tiempo amenazaba nevar,

se extendía, suministrando al velo una cubierta de diversos

colores. De ahí de. riva nuestra costumbre de colocar sobre la

entrada, después de la construcción del templo, un hermoso velo

de lino.

 

Las otras diez cortinas tenían cuatro codos de ancho y veinti-

ocho de largo, con broches de oro, para unir una cortina con otra,

 

lo que hacían tan exactamente que parecían una sola cortina en.

tera. Estaban extendidas sobre el templo y cubrían toda la parte

superior y partes de las paredes, a los costados y por detrás,

hasta un codo del suelo. Había otras cortinas del mismo ancho,

2 La Biblia no dice nada al respecto.

 

pero una más en número, y más largas, porque tenían treinta

codos de largo; estaban tejidas con pelo, con la misma delicadeza

que las de lana, y caían flojamente hasta el suelo, pareciendo en

el portal un frente triangular con una elevación; la undécima

cortina era usada precisamente con ese objeto.

Encima de aquéllas había otras cortinas hechas de piel, que

daban cubierta y protección a las hiladas, pero cuando hacía

calor y llovía. Era grande la sorpresa de los que veían esas

cortinas desde lejos, porque no se diferenciaban en nada del color

del cielo. Las que estaban hechas de pelo y de piel llegaban hasta

abajo como el velo del portal, y protegían contra el calor del sol y

contra los daños que pudiera ocasionar la lluvia. De ese modo fué

erigido el tabernáculo.

5. También hicieron un arca, consagrada a Dios, de madera

fuerte que no se pudría. La llamaban, en nuestro idioma, erón.

Fué construída de este modo: Su largo era de cinco palmos, y su

ancho y alto de tres palmos cada uno. Estaba toda recubierta de

oro, por dentro y por fuera, de modo que no se veía la madera.

Tenía además una cubierta, unida por medio de goznes de oro,y

de una manera extraordinaria; la cubierta era pareja por todas

partes, y no presentaba eminencias que ocultaran su exacta

unión. Había además dos anillas de oro en cada uno de sus

tablas más largas, que pasaban por toda la madera; corrían por

ellas varillas de oro que se extendían por todo el largo de cada

tabla, para que por medio de ellas se pudiera moverla y sacarla,

cuando llegara la ocasión. Porque no era conducida en un carro

por bestias de carga, sino en los hombros de los sacerdotes.

Sobre la cubierta había dos imágenes, que los hebreos llaman

querubirn. Son seres alados, pero su forma no es parecida a

ninguna de las criaturas que hayan visto los hombres, aunque

Moisés dijo que él había visto seres como ésos junto al trono de

Dios. En esta arca puso las dos tablas que tenían escritos los diez

mandamientos, cinco en cada una, dos y medio de cada lado. El

arca la instaló en el santuario.

6. En el templo sagrado puso una mesa, como las de Delfos.

Su largo era de dos codos, su ancho de un codo y su altura de

tres palmos. Tenía patas, cuyas partes inferiores eran completas,

 

como las que los dorios ponían en las camas, y las superiores de

forma cuadrada. La mesa tenía un hueco en cada extremo, y una

cornisa de cuatro dedos que la rodeaba como una espiral, por

arriba y por abajo. En cada una de las patas había un anillo,

cerca de la cubierta, por la que pasaban varas de madera dorada,

para sacar la mesa cuando hacía falta, habiendo una cavidad

donde se unía con los anillos. Porque no eran anillos enteros;

antes de redondearse terminaban en agudas puntas, una de las

cuales se insertaba en la parte prominente de la mesa y la otra

en la pata; por ahí era conducida cuando viajaban.

En esa mesa, que se hallaba al norte del templo, no lejos de la

parte más sagrada, había doce hogazas de pan ázimo, seis en

cada pila, una sobre otra. Estaban hechas con dos décimas

partes de la harina más pura; la décima parte es una medida de

los hebreos, y contiene siete cotylae atenienses. Encima de las

hogazas había dos redomas llenas de incienso. Cada siete días

cambiaban hogazas, el día que nosotros llamamos el sabat;

porque al séptimo día le decimos el sabat. Pero de esas hogazas

volveremos a hablar en otro sitio.

7. Por encima de la mesa, cerca de la pared del sud, había un

candelabro de oro fundido; hueco por dentro, pesaba cien minas,

peso que los hebreos llaman cincares. Traducido al griego

significa talento. Tenía sus borlas, sus lirios, sus granadas y sus

cuencos (adornos que sumaban en total setenta) ; de ese modo la

caña se elevaba desde una sola base y se desparramaba en

tantos brazos como el número de planetas, incluyendo la luna.

Terminaba en siete cabezas, puestas en fila, una al lado de la

otra. Esos brazos llevaban siete lámparas, imitando el número

de planetas, que miraban hacia el este y hacia el sud, estando el

candelabro en posición oblicua.

8. Entre el candelabro y la mesa que, como dijimos, estaban

dentro del santuario, se hallaba el altar del incienso, hecho de

madera, pero de la misma madera con que habían hecho los

vasos anteriores, que no podía pudrirse. Estaba completamente

revestido con una placa de oro. Su ancho en cada lado era de un

codo, pero su altura el doble. Encima había una reja de oro,

extendida sobre el altar, con una corona de oro que la rodeaba y

 

a la que correspondían anillos y varas, por medio de los cuales

los sacerdotes lo conducían cuando viajaban.

Delante de este tabernáculo erigieron un altar de bronce, pero

hecho de madera por dentro, de cinco codos por lado y tres de

alto, adornado igualmente con láminas de bronce brillantes como

el oro. Tenía también un hogar de malla, porque como no tenía

base para recibirla, el suelo recibía el fuego del hogar. Junto al

 

altar estaban los tazones, las redomas, los incensarios, las cal-

deras, hechas de oro. Los otros vasos, para los sacrificios, eran de

 

bronce. Esta era la construcción del tabernáculo; y éstos son los

vasos que le correspondían.

 

CAPITULO VII

 

Las vestimentas de los sacerdotes y del sumo sacerdote

 

1. Había vestimentas especiales señaladas para los

sacerdotes, tanto para los que ellos llaman caneas, como para el

anarabac

1

, o sumo sacerdote. Cuando el sacerdote se dirige a

hacer el sacrificio, se purifica con la purificación que prescribe la

ley. En primer lugar se pone lo que se llama el macanase, que

significa algo que se ata fuertemente. Es un calzón hecho de lino

finamente retorcido y se pone sobre las partes privadas,

introduciéndole las piernas como si fuera un pantalón; pero está

cortado hacia la mitad y termina en los muslos, donde se ata

fuertemente.

2. Encima se coloca una vestimenta de lino, hecha de fino lino

torcido; se llama quetomene, que significa lino, porque al lino le

decimos quetón. Esta vestimenta llega hasta los pies, y se ajusta

al cuerpo. Tiene mangas fuertemente atadas a los brazos, está

atada al pecho un poco más arriba de los codos, mediante un

cinturón que a menudo lo rodea sobresaliendo cuatro dedos, pero

está hecho con un tejido flojo que parece una piel de serpiente.

Tiene bordadas flores rojas, púrpuras y azules, con lino

finamente retorcido; la urdimbre es nada más que lino fino.

Comienzan las vueltas en el pecho, y después de varias de ellas

se ata y cuelga desde allí hasta las rodillas. El sacerdote se

presenta de este modo con un aspecto agradable. Pero cuando

está obligado a asistir un ofrecimiento de sacrificios, y cumplir

con los servicios señalados, no se ve estorbado en sus

movimientos, lo tira a la izquierda y se lo echa sobre el hombro.

Moisés llamaba ese cinturón abanez, pero nosotros aprendimos

de los babilonios a llamarlo emián, que es como ellos lo llaman.

Esta vestimenta no tiene partes sueltas ni vacías, y sólo una

estrecha abertura para el cuello; se ata con unas cintas que

1 Curiosa alteración de las palabras arameas cahaná rabá (sacerdote supremo), en la que parece haber

sido puesta al final la sílaba inicial.

 

cuelgan del borde, sobre el pecho y la espalda, y se ajusta sobre

cada hombro; se llama masabazanes.

3. En la cabeza lleva una gorra, que no tiene forma cónica ni

rodea toda la cabeza, pero la cubre hasta más de la mitad; se

llama masnemftes. Está hecha de manera que parece una corona,

de gruesas fajas, pero la contextura es de lino; está cosida

después de dar varias vueltas. Además un trozo de fino lino

cubre la gorra por la parte superior, y llega hacia abajo por la

frente, y tapa las costuras de las fajas, que sería indecente que

se vieran. Se adhiere fuertemente en la parte sólida de la cabeza,

y queda fijada con tanta firmeza que no se puede caer durante el

sagrado servicio de los sacrificios. Con esto les hemos indicado

cuál era el ropaje de la generalidad de los sacerdotes.

4. El sumo sacerdote se adornaba con las mismas vestimentas

que hemos descrito, sin descontar ninguna; sólo que encima se

ponía un ropaje de color azul. Es un manto también largo, que

llega hasta los pies. En nuestro idioma se llama meeir, y se ata

con un cinturón, bordado con los mismos colores y flores de los

demás, y entretejido con hilos de oro. Del borde inferior de este

manto cuelgan flecos, del color de la granada, con campanillas

doradas, en una hermosa combinación; una granada entre dos

campanillas, y entre dos granadas una campanilla. Este vestido

no estaba compuesto de dos piezas, ni estaba cosido en los

hombros y los costados; era una sola vestimenta larga, tejida de

tal modo que le quedara una abertura en el cuello, la que no era

oblicua, sino partida a lo largo del pecho y la espalda. Llevaba

cosido un reborde, para que la abertura no pareciera demasiado

indecente. También estaba partida por donde salían los brazos.

5. Aparte de esa prenda el sumo sacerdote se ponía otra, que

se llamaba efod, y era parecida al epomis de los griegos. Se hacía

de la siguiente manera. La tejían hasta un espesor de un codo,

de varios colores, con oro entretejido y bordados, dejando el

centro del pecho descubierto. Tenía mangas, y no se diferenciaba

de una chaqueta corta. Pero en el sitio vacío de esta prenda se

insertaba una pieza del tamaño de un palmo, bordada con oro y

los demás colores del efod, y que se llama esen, lo que en griego

significa oráculo. Esta pieza llenaba exactamente el espacio vacío

 

del efod, al que iba unida por anillos de oro en todas las

esquinas, iguales a los anexados al efod, y atado con una cinta

azul. Para que el espacio entre los anillos no quedara vacío lo

llenaban con puntadas de cintas azules. Había también dos

sardónices en los hombros del efod, para asegurarlo como si

fueran botones, haciendo correr los dos bordes hasta los

sardónices para poder abrocharlos. Llevaban grabados los

nombres de los hijos de Jacob en nuestra lengua y con nuestro

alfabeto; seis en cada lado de las piedras, estando los nombres de

los hijos mayores en el hombro derecho. Había también doce

piedras en el peto, de tamaño y belleza extraordinarios. Eran un

ornamento que no podía ser comprado por los hombres, por su

inmenso valor. Estas piedras estaban en tres filas, de a cuatro

por fila, y se insertaban en el peto, engastadas en monturas de

oro, fijadas en el peto de tal modo que no se podían caer. Las

primeras tres piedras eran un sardónice, un topacio y una

esmeralda. La segunda fila contenía un carbúnculo, un jaspe y

un zafiro. El primero de la tercera fila era un ligurio, el siguiente

una amatista y el tercero un ágata, que era el noveno del total.

El primero de la cuarta fila era un crisolito, el siguiente un ónix

y el último de todos un berilo.

Estas piedras llevaban grabados los nombres de los hijos de

Jacob, a los que consideramos los jefes de nuestras tribus,

teniendo cada piedra el honor de un nombre, en el orden de su

nacimiento. Y como los anillos eran demasiado débiles para

soportar el peso de las piedras, ponían otros dos anillos de

tamaño mayor, al borde de esa parte del peto que llega al cuello,

y los insertaban en la misma contextura del peto, para recibir

cadenas finamente labradas que los conectaban con bandas de

oro sobre los hombros; las extremidades se doblaban hacia atrás

y penetraban en el anillo, en la parte posterior prominente del

efod. Todo lo cual era para seguridad del peto, para que no se

saliera de su sitio. Había también un cinturón cosido al peto, con

los colores mencionados y entretejido con oro, que después de dar

una vuelta se ataba sobre la costura y quedaba colgando.

También había lazos de oro que recibían los flecos en cada

extremo del cinturón y lo contenían enteramente.

 

6. La mitra del sumo sacerdote era la misma que hemos des-

crito anteriormente, y estaba formada del mismo modo que la de

 

todos los sacerdotes; pero encima llevaba otra, con fajas

bordadas de azul, rodeada de una tiara de oro pulido, de tres

filas, una encima de otra; de la tiara salía una copa de oro

parecida a la hierba que nosotros llamamos sácaro, pero que los

griegos entendidos en botánica llaman hiosciamo. Por si alguien

vió la hierba pero no sabe su nombre, o conoce el nombre pero no

sabe distinguirla, daré una descripción de la hierba. Tiene a

menudo más de tres palmos de altura; su raíz es parecida a la

del nabo (y el que la compare con ella no se equivocará), pero sus

hojas son como las de la menta. De sus ramas sale un cáliz que

penetra en la rama, y la rodea una túnica, que se desprende

naturalmente cuando cambia, para producir el fruto. El cáliz es

del tamaño del hueso del dedo meñique, pero en la extensión de

su apertura es como una copa. Lo voy a describir para los que no

lo conocen.

Imaginemos una esfera dividida en dos partes, redonda abajo

pero con otro segmento que crece de abajo arriba hasta formar

una circunferencia. Supongamos que se va estrechando poco a

poco, y que la cavidad de esa parte se achica y luego se ensancha

de nuevo gradualmente hacia el borde, como las ranuras que

vemos en el ombligo de una granada. La recubre una túnica

hemisférica, que parece torneada, y que sube hacia arriba por los

gajos que, como dije, crecen como en las granadas, sólo que son

agudos y terminan únicamente en púas. Este manto del cáliz

preserva el fruto, que es como la semilla de la hierba sideritis:

deja salir una flor que puede parecerse a la de la amapola. Con

el modelo de esta planta se hacía la corona, que iba desde la

parte posterior de la cabeza hasta las sienes; pero el efielis, que

así puede llamarse el cáliz, no cubría la frente, que estaba

cubierta por una placa de oro con la inscripción del nombre de

Dios en caracteres sagrados. Estos fueron los ornamentos del

sumo sacerdote.

 

7. Uno podría sorprenderse por la mala voluntad que nos tie-

nen los hombres que la explican afirmando que es porque

 

despreciamos la deidad que ellos pretenden honrar. Porque si

alguien considerase la hechura del tabernáculo, y observase las

 

vestimentas del sumo sacerdote, y de los vasos que empleamos

en nuestros servicios sagrados, descubriría que nuestro

legislador fué un hombre divino y que somos injustamente

reprochados. Porque si lo miraran sin prejuicio, y juzgaran

rectamente estas cosas, hallarían que todas están hechas

imitando el universo. Cuando Moisés dividió el tabernáculo en

tres partes, y señaló dos para los sacerdotes, como sitio accesible

y común, significó con ello la tierra y el mar, que son de acceso

general para todos; pero dejó aparte la tercera división para

Dios, porque el cielo es inaccesible para el hombre. Y cuando

ordenó que se colocaran doce hogazas en una mesa, significó con

ellas el año, dividido en otros tantos meses. Dividiendo el

candelabro en setenta partes, indicó secretamente el decani, o las

 

setenta divisiones de los planetas. En cuanto a las siete lám-

paras del candelabro, se refieren al curso de los planetas que son

 

de ese número.

También las redomas, compuestas de cuatro cosas, declaran

los cuatro elementos; el lino es apropiado para denotar la tierra,

porque crece en la tierra; la púrpura significa el mar, porque de

ese color se tiñe con la sangre de un marisco marino. El azul es

adecuado para señalar el aire y el rojo indica naturalmente el

fuego. Las vestimentas del sumo sacerdote, por el lino de que

están hechas, señalan la tierra; el azul denota el cielo, siendo

como relámpagos sus granadas y semejando a los truenos el

sonido de las campanillas.

En cuanto al efod, enseña que Dios hizo el universo con

cuatro elementos; el oro entretejido supongo que se refiere al

esplendor con que se iluminan todas las cosas. Señaló también

que se colocara el peto en el centro del efod, para semejar la

tierra, que ocupa el centro del mundo. El cinturón que rodea el

cuerpo del sumo sacerdote, significa el océano, que corre en

redondo e incluye el universo. Cada sardónice nos declara al sol

y a la luna, me refiero a los que hacen de botones en los hombros

del sumo sacerdote. En cuanto a las doce piedras, ya sea que las

interpretemos como que son los meses o los signos de igual

número de ese círculo que los griegos llaman el zodíaco, no nos

equivocaremos en su sentido.

 

La mitra, de color azul, me parece que significa el cielo. ¿De

qué otro modo se podría inscribir en ella el nombre de Dios? Está

adornada con una corona, de oro, por el esplendor con que Dios

se regocija. Basta esta explicación por el momento, ya que en el

curso de mi narración tendré a menudo y en muchas ocasiones la

oportunidad de extenderme sobre las virtudes de nuestro

legislador.

 

CAPITULO VIII

 

El sacerdocio de Aarón. Consagración del tabernáculo

 

1. Cuando se concluyó de construir el tabernáculo que ha sido

descrito, sin haber sido consagradas todavía las ofrendas, Dios se

apareció a Moisés y le ordenó que adjudicara el sumo sacerdocio

a su hermano Aarón, porque el mejor de todos ellos por su virtud

merecía ese honor. Moisés reunió a la multitud, le dió un

informe sobre la virtud de Aarón y su buena voluntad para con

todos y de los peligros que había corrido por ellos. El pueblo

testimonió su conformidad, y se mostró dispuesto a recibirlo,

Moisés dijo:

-Esta obra, israelitas, ha llegado a su fin, de la manera más

aceptable para Dios, y de acuerdo con nuestra capacidad. Ahora,

como debemos recibir a Dios en este tabernáculo, nos hará falta

ante todo alguien que oficie por nosotros, y haga el servicio de los

sacrificios y de las oraciones que habrá que elevar. Si la elección

de esa persona se me hubiera dejado a mí, yo me habría creído

digno de ese honor, porque todos los hombres están

 

naturalmente encariñados consigo mismos, y porque tengo con-

ciencia de que he hecho mucho por vuestra liberación. Pero Dios

 

mismo determinó que Aarón es digno de ese honor, y lo eligió

para ser su sacerdote, sabiendo que es la persona más justa de

 

todos vosotros. De modo que él se pondrá las vestimentas consa-

gradas a Dios; él se ocupará de los altares, y de hacer provisión

 

para los sacrificios. Y es él quien elevará sus oraciones a Dios,

que las escuchará de buena gana, no sólo porque él es solícito

para su nación, sino también porque las recibirá como ofrecidas

por alguien que él mismo eligió para ese menester.

Los hebreos estuvieron satisfechos con sus palabras, y dieron

su aprobación al que Dios había ordenado. Porque Aarón era de

todos ellos el que más merecía ese honor, por sus propios valores,

sus dones y profecías, y la virtud de su hermano. Tenía a la

sazón cuatro hijos, Nabad, Abió, Eleazar e Itamar.

 

2. Moisés le mandó que usara todos los elementos sobrantes

 

de la construcción del tabernáculo, para cubrir el mismo taber-

náculo, el candelabro, el altar del incienso y los otros vasos, de

 

modo que no sufrieran daño cuando viajaran, por la lluvia o la

tierra. Reunida la multitud de nuevo, ordenó que ofrecieran

 

medio siclo cada uno como oblación a Dios. El siclo es una mo-

neda de los hebreos y equivale a cuatro dracmas atenienses.

 

Obedecieron inmediatamente la orden de Moisés, siendo el

número de los que ofrecieron seiscientos cinco mil quinientos

cincuenta. El dinero que trajeron los hombres que eran libres,

fue donado por los que tenían más de veinte años y menos de

cincuenta. Lo que se recolectó se empleó para los usos del

tabernáculo.

3. Moisés purificó el tabernáculo e hizo lo mismo con los

 

sacerdotes, de la siguiente manera: Ordenó que tomaran qui-

nientos siclos de mirra selecta, igual cantidad de casia y la mitad

 

de ese peso de canela y cálamo (una clase de especia dulce), que

lo machacaran, lo mojaran con un hin de aceite de oliva (el hin es

una medida de nuestra tierra, y contiene dos congios

atenienses), que lo mezclaran y lo pusieran a hervir; luego que lo

prepararan según el arte de la perfumería y formaran un

ungüento de aroma suave. Luego untó a los sacerdotes y a todo

el tabernáculo y los purificó. También había muchas clases de

especias dulces que pertenecían al tabernáculo, y que eran de

mucho precio y fueron llevados al altar dorado del incienso; no

describo su naturaleza para no cansar a mis lectores. Pero el

incienso había que ofrecerlo dos veces por día, antes de la salida

del sol y a la puesta del sol. Debían conservar también aceite

purificado para las lámparas, tres de las cuales debían alumbrar

todo el día, en el candelero sagrado, ante Dios, y el resto debía

ser encendido por la tarde.

4. Cuando todo terminó, Beseleel y Eliab revelaron ser los

obreros más hábiles, porque inventaron obras más finas que lo

que habían hecho otros antes que ellos. Tenían gran aptitud

para imaginar cosas que antes no se conocían. De los dos

Beseleel fué considerado el mejor. El tiempo que emplearon en la

obra fué de siete meses; y con ellos se cumplió el primer año de

su salida de Egipto. Pero al comenzar el segundo año en el mes

 

de xántico, como lo llaman los macedonios, y nisán, como lo

llaman los hebreos, en la luna nueva, consagraron el tabernáculo

y todos sus vasos que ya he descrito.

5. Dios se mostró satisfecho con la obra de los hebreos, y no

dejó que su trabajo fuera en vano; ni desdeñó usar lo que habían

hecho, y bajó a habitar con ellos instalándose en la-casa santa.

Llegó de la siguiente manera; el cielo estaba claro, y sólo sobre el

tabernáculo había una niebla, rodeándolo; pero no era de las

espesas y gruesas que se ven en invierno, ni tampoco tan

delgada como para que se pudieran distinguir las cosas a través

de ella. Desprendía un rocío dulce que revelaba la presencia de

Dios a los que la deseaban y la creían.

6. Después de acordar a los obreros honrosos regalos como los

que merecían recibir los que habían trabajado tan bien, Moisés

ofreció en el atrio abierto del tabernáculo, como Dios le había

ordenado, el sacrificio de un toro, un carnero y un cabrito,

propiciatorio por los pecados. En mi escrito sobre los sacrificios

 

diré cómo los hacemos, e informaré en qué casos Moisés nos or-

denó ofrecer un holocausto y en qué casos la ley nos permite

 

comerlo.

Después roció a Aarón, y a sus hijos y sus vestimentas con la

sangre de los animales sacrificados, y los purificó con agua de

manantial y ungüento, para entregarlos como sacerdotes de

Dios. De este modo los consagró a ellos y sus ropas durante siete

 

días. Lo mismo hizo con el tabernáculo y los vasos que le per-

tenecían, con aceite primeramente incensado, como he dicho, y

 

con la sangre de toros y carneros, matados uno por día, uno de

cada clase. El octavo día lo señaló como fiesta para el pueblo, y

 

mandó ofrecer sacrificios, cada cual según sus posibilidades. To-

dos compitieron entre sí, queriendo sobrepasar a los demás en

 

los sacrificios que llevaban; de ese modo cumplieron el mandato

de Moisés. Pero cuando los sacrificios estaban sobre el altar, de

pronto se encendió espontáneamente un fuego, que pareció el de

un relámpago, y consumió todo lo que había en el altar.

7. Aarón sufrió una gran aflicción, considerado como hombre

 

y padre, pero la sobrellevó con gran fortaleza. Porque tenía real-

mente una gran firmeza de alma para los accidentes, y pensó

 

que esa calamidad le había caído encima por la voluntad de Dios.

Porque tenía cuatro hijos, como dije antes, y los dos mayores,

Nabad y Abió, no habían llevado los sacrificios que Moisés les

había ordenado, sino los que acostumbraban a ofrecer antes, y

fueron muertos por el fuego. Cuando el fuego cayó sobre ellos y

comenzó a quemarlos, nadie pudo apagarlo. De esta manera

murieron.

Moisés ordenó a su padre y a sus hermanos que sacaran los

cuerpos del campamento, y los sepultaran con magnificencia1

. La

 

multitud los lloró, muy afligida por su muerte que tan inespe-

radamente les había caído. Pero Moisés rogó a sus hermanos y

 

su padre que no se atribularan por ellos, y que prefirieran el

honor de Dios, ante su dolor, pues Aarón ya se había puesto las

vestimentas sagradas.

 

8. Moisés rehusó todo el honor que la multitud estaba dis-

puesta a conferirle, y sólo atendió al servicio de Dios. No volvió a

 

subir al monte Sinaí; iba al tabernáculo y traía las respuestas de

 

Dios a lo que le rogaba. Su ropa seguía siendo la de un par-

ticular; y en todas las demás circunstancias se conducía como un

 

hombre del pueblo. No quería distinguirse de la multitud a la

que hacía saber que no hacía otra cosa más que atenderla.

También registró por escrito la forma del gobierno por la que se

regían, y las leyes por cuya obediencia llevarían una existencia

para agradar a Dios y no disputarían entre ellos. Las leyes que

ordenó fueron las que Dios le había sugerido. Ahora me referiré

a esa forma de gobierno, y a estas leyes.

9. Voy a tratar ahora de algo que antes omití sobre la

vestimenta del sumo sacerdote. Porque Moisés no dejó lugar a

las malas prácticas de los impostores, si alguno de esa clase

tratara de abusar de la autoridad divina, porque dejó a la

voluntad de Dios la decisión de estar presente o ausente de los

sacrificios que se le ofrecieran. Y quería que lo supieran no sólo

los hebreos sino también los extranjeros que estaban allí. De las

piedras de que antes les hablé, que lleva el sumo sacerdote en los

hombros, y que son sardónices (creo innecesario describirlas,

1 En la Biblia son los hijos de Uziel, Misael y Elcefán, los encargados de sacar del campamento los cuerpos de

Nabad y Abió.

 

porque todos las conocen), una de ellas relucía cuando Dios

estaba presente en los sacrificios; era la que hacía de botón en el

hombro derecho. De ella salían rayos brillantes que podían ver

aun los que estaban lejos y que no eran esplendores naturales de

la piedra. Este hecho debe de parecer maravilloso a los que no se

entregan a la filosofía de despreciar las cosas divinas.

Y diré algo que es más maravilloso aún: Dios anunciaba de

antemano, por medio de esas doce piedras que el sumo sacerdote

lleva en el pecho, insertadas en el peto, cuándo saldrían

victoriosos de una batalla. Antes de que el ejército se pusiera en

marcha salía de ellos un esplendor tan grande que todo el pueblo

 

sabía que Dios estaba con él para ayudarlo. De ahí que los grie-

gos, que veneraron nuestras leyes porque no pudieron

 

contradecir este hecho, llamaron al peto oráculo.

El peto, y la sardónice, dejaron de brillar doscientos años

antes de que yo compusiera este libro, porque a Dios le

desagradó la transgresión de sus leyes. De esto hablaremos más

adelante, en ocasión más indicada. Ahora proseguiré mi

narración.

10. Consagrado el tabernáculo y establecido el orden regular

para los sacerdotes, la multitud juzgó que ahora Dios moraba

con ellos y se entregó a ofrecer sacrificios y preces a Dios, por

haber sido librados de todo mal y por cobijar esperanzadas

perspectivas de mejores tiempos a partir de ese momento.

También ofrecieron donaciones a Dios, algunas comunes a toda

la nación y otras particulares, tribu por tribu.

Los jefes de las tribus se reunieron de a dos y trajeron cada

grupo un carro y una yunta de bueyes. Seis, en total, conducían

el tabernáculo cuando viajaban. Además cada jefe de tribu trajo

una escudilla, un cargador y una cuchara de diez daricos llena de

incienso. El cargador y la escudilla eran de plata y juntos

pesaban doscientos siclos, pero la escudilla no tenía más que

 

setenta siclos; y estaban llenos de harina fina mezclada con acei-

te, del que usaban en el altar para los sacrificios. También lle-

varon un becerro, un carnero de un año, para el holocausto, y

 

una cabra para el perdón de los pecados. Todos los jefes de las

tribus trajeron asimismo otros sacrificios, llamados ofrendas de

 

paz, cada día dos toros, cinco carneros, un cordero de un año, y

cabritos. Los jefes de las tribus sacrificaron durante doce días,

uno cada día.

Moisés no volvió a subir al monte Sinaí, pero penetraba en el

tabernáculo y Dios le informaba lo que debían hacer y las leyes

que había que emitir; leyes que eran preferibles a las que ideaba

el entendimiento humano, y fueron observadas firmemente en

todos los tiempos futuros, consideradas como dones de Dios; los

hebreos no transgredieron ninguna de ellas, ni por tentación de

 

lujuria en tiempos de paz, ni por angustia ante los aconteci-

mientos en tiempo de guerra.

 

Pero aquí no diré nada más sobre ellas, porque he resuelto

redactar otro libro referente a nuestras leyes.

 

CAPITULO IX

 

La naturaleza de nuestros sacrificios de ofrenda

 

1. Ahora, no obstante, mencionaré algunas de nuestras leves,

 

las que se refieren a las purificaciones, y oficios sagrados simi-

lares, ya que accidentalmente llegué a este tema de los

 

sacrificios.

 

Los sacrificios son de dos clases, los que ofrecen los particula-

res y los del pueblo en general. Se hacen de dos maneras dife-

rentes; en la primera lo que se mata se quema, en holocausto,y

 

por eso se le da este nombre; la otra es una oferta de agrade-

cimiento, y se destina para festín de los que sacrifican.

 

Me referiré a la primera. Supongamos que un particular

ofrece un holocausto; debe matar un toro, un cordero o un

cabrito, estos últimos de menos de un año; los toros se permite

sacrificarlos de más edad. Todos los sacrificios de holocausto

deben ser machos. Una vez muertos, el sacerdote salpica la

sangre alrededor del altar; luego se lavan los cuerpos, se dividen

en partes, se salan y se colocan en el altar, mientras se apilan

unos sobre otros los trozos de madera y arde el fuego. Luego se

lavan las patas de los sacrificios y las entrañas, cuidadosamente,

y se agregan al resto para ser expurgados por el fuego. El

sacerdote recibe los pellejos. Esta es la forma de ofrecer un

holocausto.

2. Los que hacen ofrendas de agradecimiento, sacrifican en

realidad los mismos animales, pero tienen que ser inmaculados y

de más de un año; pueden elegir machos o hembras. También

salpican el altar con la sangre, pero ponen en el altar los riñones,

los redaños, toda la grasa, el lóbulo del hígado y las nalgas del

cordero; luego, dando al sacerdote el pecho y la espalda derecha,

los oferentes comen durante dos días el resto de la carne. Lo que

queda lo queman.

 

3. Los sacrificios por pecados son ofrecidos de la misma ma-

nera que los de agradecimiento. Pero los que no pueden comprar

 

sacrificios completos, ofrecen dos palomas, o tórtolas, con la

primera de las cuales hacen el holocausto a Dios, y la otra la dan

para alimento de los sacerdotes. Pero de la ofrenda de esos

animales trataré detalladamente en el escrito sobre los

sacrificios.

Cuando una persona incurre en pecado por ignorancia ofrece

una oveja o una chivita, de la misma edad; los sacerdotes rocían

 

la sangre en el altar, no de la manera anterior, sino en los rinco-

nes. Luego transportan al altar los riñones y el resto de la grasa,

 

junto con el lóbulo del hígado, mientras los sacerdotes se llevan

los pellejos y la carne, y lo gastan en el lugar santo el mismo día.

Porque la ley no les permite dejarla para el día siguiente. Pero si

alguien peca, y tiene conciencia de haber pecado, pero nadie se lo

puede probar, ofrece un carnero, como le ordena la ley; la carne

se la comen los sacerdotes como la anterior, en el sitio sagrado,

el mismo día. Cuando los gobernantes ofrecen sacrificios por sus

pecados, traen las mismas ofrendas que los particulares; pero

difieren en que el toro o el cabrito deben ser machos.

4. La ley exige, tanto para los sacrificios públicos como para

 

los privados, que se lleve asimismo harina finísima; por un cor-

dero la medida de una décima parte, por un carnero, dos, y por

 

un toro, tres. La consagran en el altar, después de mezclarla con

aceite. Porque también traen aceite los que sacrifican, para un

toro la mitad de un hin, para un carnero la tercera parte de la

 

misma medida y un cuarto para un cordero. El hin es una anti-

gua medida hebrea, y es el equivalente de dos congios

 

atenienses. Traen la misma cantidad de aceite que de vino, y

echan el vino por el altar; pero si alguien no ofrece un sacrificio

completo de animales, y trae harina flor sólo como voto, arroja

un puñado sobre el altar como primicia, mientras los sacerdotes

toman el resto del alimento, ya sea hervido, o mezclado con

aceite, pero hecho en tortas de pan. Pero cualquier cosa que

ofrezca el sacerdote mismo, tiene que ser necesariamente

quemado por completo. La ley nos prohibe sacrificar un animal

al mismo tiempo que su madre; y en otros casos hasta el octavo

día de su nacimiento. Hay otros sacrificios señalados para eludir

 

las enfermedades, o para otras ocasiones, en los que las ofrendas

de carne son consumidas junto con los animales sacrificados, de

los que no es legítimo dejar ninguna parte para el día siguiente y

del que sólo los sacerdotes deben tomar su parte.

 

CAPITULO X

 

Acerca de los festivales, y de cómo debe observarse cada

 

uno de sus días

 

1. La ley exige que al comienzo y al final de cada día se mate

un corderito de un año, costeado con los gastos públicos; pero el

séptimo día, que es llamado el sabat, se matan dos y se sacrifican

de la misma manera.1 Con la luna nueva se realiza el sacrificio

diario y se matan además dos toros, siete corderos de menos de

un año y un cabrito, para expiación de los pecados; esto es,

cuando se ha pecado por ignorancia.

 

2. Pero el séptimo mes, que los macedonios llaman hyperbe-

reteo, hacen un agregado a los que nombramos y sacrifican un

 

toro, un carnero, siete corderos y un cabrito, por los pecados.

3. El décimo día del mismo mes lunar, hacen un festín que

dura hasta la noche; ese día sacrifican un toro, dos carneros,

siete corderos y un cabrito, por los pecados. Traen además dos

cabritos, uno de los cuales es enviado vivo hacia el desierto,

fuera de los límites del campamento, como chivo emisario y para

expiar los pecados de toda la multitud; el otro es llevado a un

sitio muy limpio dentro de los límites del campamento donde es

quemado con la piel, sin lavado de ninguna clase. Junto con el

chivo queman un toro, traído no por el pueblo sino por el sumo

sacerdote, por su cuenta; toro del que, una vez muerto,

transporta la sangre al lugar santo, junto con la sangre del

cabrito, y salpica el techo con los dedos siete veces, lo mismo que

el pavimento, y luego el sitio más sagrado y alrededor del altar

dorado. Finalmente la lleva al patio abierto y salpica alrededor

del gran altar. Aparte de esto se colocan las extremidades, los

riñones y la grasa, con el lóbulo del hígado, en el altar. El sumo

sacerdote presenta del mismo modo un carnero a Dios como

holocausto.

 

1

J. 1 - 14

 

4. El décimoquinto día del mismo mes, cuando comienza la

estación del invierno, la ley nos ordena instalar tabernáculos en

todas las casas, para preservarnos del frío de esa época del año;

y también que cuando lleguemos a nuestro país, a la ciudad que

entonces tendremos por metrópoli, porque en ella edificaremos el

 

templo, y que cuando celebremos un festival de ocho días, ofre-

ciendo holocaustos y sacrificando ofrendas de agradecimiento,

 

llevemos en las manos una rama de mirto y sauce, y un ramo de

la palmera con el agregado de la cidra. Y que el holocausto del

primero de esos días sea un sacrificio de treinta toros, catorce

corderos y quince carneros, con el agregado de un cabrito, como

expiación de pecados; los días siguientes el mismo número de

corderos y de carneros, con los cabritos; pero disminuyendo los

toros en uno por día hasta que sólo sean siete. El octavo día se

 

abandona todo el trabajo y entonces, como dijimos antes, se sa-

crifica a Dios un toro, un carnero y siete corderos, con un cabrito

 

para expiación de pecados. Esta es la solemnidad habitual de los

hebreos, que cumplen cuando instalan los tabernáculos.

5. El mes de xántico, que nosotros llamamos nisán y es el

comienzo de nuestro año, el décimocuarto día del mes lunar,

cuando el sol se halla en Aries (porque en este mes fué cuando

fuimos libertados de la esclavitud de Egipto), la ley ordena que

todos los años matemos el mismo sacrificio que como les dije

antes habíamos matado al salir de Egipto, y que llamamos la

pascua; celebramos, pues, la pascua en compañía, sin dejar nada

de lo que sacrificamos para el día siguiente.

La fiesta del pan ácimo sucede al de la pascua y cae el

décimoquinto día del mes y continúa durante siete días, durante

los cuales nos alimentamos de pan ácimo. Cada uno de estos días

se matan dos toros, un carnero y siete corderos. Los carneros se

queman enteramente, además del cabrito que se añade al resto,

para los pecados; porque el propósito es que sea una fiesta para

el sacerdote durante todos esos días.

El segundo día del pan ácimo, que es el décimosexto del mes,

se participa por primera vez de los frutos de la tierra, porque

antes de ese día no se tocan. Se considera apropiado honrar a

Dios, de quien se obtiene una abundante provisión, ofreciendo la

 

primicia de la cebada de la siguiente manera: se toma un puñado

de espigas, se secan y se machacan, separando la cebada del

afrecho; luego se lleva una décima parte al altar, ante Dios, y

arrojando un puñado al fuego, se deja el resto para uso del

sacerdote. Después de esto se puede recoger la cosecha, pública o

 

privadamente. Con esta participación de las primicias de la tie-

rra se sacrifica un cordero, como holocausto a Dios.

 

6. Transcurridas una semana de semanas después del

sacrificio (semana que contiene cuarenta y nueve días), el

quincuagésimo día, que es pentecostés pero que los hebreos

llaman asarla, que significa también pentecostés, se trae ante

Dios una hogaza, hecha con harina de trigo, de dos décimas

partes, con levadura, y dos corderos para sacrificar; una vez que

han sido presentados a Dios son preparados para la cena de los

sacerdotes, no siendo permitido dejar nada para el día siguiente.

También se matan tres bueyes para holocausto, y dos carneros, y

catorce corderos con dos cabritos por los pecados.

 

No hay un solo festival sin ofrendas de holocaustos; y se per-

mite también descansar en cada uno de ellos. Concordantemente

 

la ley determina las clases de sacrificios que deben hacerse en

cada festival, y el descanso absoluto que en cada uno de ellos

debe tomarse. Los sacrificios se hacen para celebrar festines.

7. Aparte de las cargas comunes, el pueblo suministra pan

horneado sin levadura de veinticuatro décimas de harina. De los

cuales dos montones son horneados y tomados la víspera del

sabat, pero son llevados al sitio sacro durante la mañana del

sabat y colocados en la mesa sacra, de a seis por montón, una

hogaza apoyada en la otra. Les ponen encima dos copas doradas

llenas de incienso, y ahí quedan hasta el sabat siguiente; se

ponen entonces otras hogazas en su lugar, mientras las hogazas

se entregan a los sacerdotes para su alimento y el incienso es

quemado en ese fuego sagrado en el que se queman todas las

ofrendas; y otro incienso se pone sobre las hogazas en lugar del

anterior.

El sacerdote también de su propio cargo ofrece sacrificios, dos

veces por día. Hechos de harina mezclada con aceite y cocidos a

fuego lento. La cantidad es de una décima de harina; trae al

 

fuego la mitad por la mañana y la otra mitad por la noche. Más

adelante daré un informe más detallado de estos sacrificios; pero

creo que por ahora he establecido lo suficiente a su respecto.

 

CAPITULO XI

 

De las purificaciones

 

1. Moisés apartó a la tribu de Leví de toda comunicación con

el resto del pueblo, separándola para que fuera una tribu santa;

 

la purificó con agua, tomada de manantiales perpetuos, y con sa-

crificios como los que solían ofrecerse a Dios en ocasiones simi-

lares. Le entregó el tabernáculo y el vaso sagrado y las demás

 

cortinas que fueron hechas para cubrir el tabernáculo, para que

pudiera ministrar con la guía de los sacerdotes que ya habían

sido consagrados a Dios.

2. Determinó también lo relativo a los animales; cuáles de

 

ellos podían ser usados como alimentos, y de cuáles debían abs-

tenerse. Estas cuestiones, cuando esta obra me dé oportunidad,

 

serán más ampliamente explicadas; agregando las causas que

movieron a Moisés a permitirnos que empleáramos algunos de

ellos como alimentos y a ordenarnos que nos abstuviéramos de

otros. Pero nos prohibió completamente que usáramos como

alimento la sangre, la que consideró que contiene el alma y el

espíritu. También nos prohibió comer carne de animales muertos

por sí mismos, y el redaño y la grasa de cabras, ovejas y toros.

3. Ordenó también que aquellos cuyos cuerpos sufrieran de

lepra, y los que tuviesen gonorrea, no entraran en la ciudad; más

 

aún, alejó a las mujeres, cuando tenían sus purgaciones natu-

rales, hasta el séptimo día, después de lo cual las consideraba

 

puras y les permitía volver. La ley permite también a los que

han asistido a funerales que vuelvan cuando ha pasado el mismo

número de días. Pero si alguien continúa después de ese lapso en

estado de polución, la ley señala la ofrenda de dos corderos como

sacrificio; uno de los cuales debe ser purificado por el fuego

mientras que el otro lo toman para ellos los sacerdotes. Del

mismo modo sacrifican los que han tenido gonorrea. El que

derrama el semen, durmiendo, si se sumerge en agua fría tiene

 

el mismo derecho que el que se ha acompañado legítimamente

con su esposa.

En cuanto a los leprosos, no les permitió entrar en la ciudad

 

de ningún modo, ni vivir con los demás, como si fueran efectiva-

mente personas muertas; pero si alguno obtenía, por oración a

 

Dios, el restablecimiento de su enfermedad y recuperaba su es-

tado de salud, daba gracias a Dios con varias clases de sacrifi-

cios, acerca de los cuales hablaremos luego.

 

4. Por eso uno no puede menos que sonreír ante aquellos que

afirman que Moisés estaba afectado de lepra cuando salió de

 

Egipto, y que se hizo conductor de los que por igual razón aban-

donaron el país, llevándolos al país de Canaán. Porque si

 

hubiese sido cierto, Moisés no habría hecho esas leyes para su

propio deshonor, siendo más probable que se hubiera opuesto a

su aprobación si otros hubiesen tratado de introducirlas; hay

leprosos en muchos países que sin embargo son honrados, y no

sólo libres de reproches y exclusión; los hubo que fueron grandes

jefes de ejércitos y se les confiaron altas funciones en la

comunidad, y tuvieron el privilegio de entrar en sitios sagrados y

en templos.

De modo que nada impedía que si Moisés o la multitud que

estaba con él hubiesen estado sujetos a esa desgracia en el

estado de la piel, que hiciese el legislador leyes favorables a

los leprosos en lugar dificultades. Por consiguiente es claro que

es sólo por violentos prejuicios que afirman esas cosas de

nosotros.

En cuanto a Moisés, estaba exento de ese mal, del que

también estimando cosa feliz que los hombres fueran prudentes

en los estaba libre el pueblo, e hizo las leyes con referencia a

otros que asuntos del matrimonio, y que era provechoso para las

ciudades lo sufrían, por el honor de Dios. Que cada cual juzgue

este asunto y las familias que los hijos se supieran legítimos.

También rede acuerdo con su criterio.

5. En cuanto a las mujeres, a las que habían dado a luz un

crímenes más grandes; del mismo modo, acostarse con la esposa

 

niño Moisés les prohibió entrar en el templo y tocar los sacrifi-

del padre y con las tías, hermanas y nueras lo señaló como ejem-

 

cios antes de que pasaran cuarenta días. Si era una niña la ley j

plo de abominable vileza. También prohibió que un hombre se

acosdecía que la madre no podía entrar hasta el doble de aquel

nú- tara con su mujer cuando estaba profanada por su natural

purmero de días. Después del lapso señalado, podían entrar a

ofrecer gación; y que se juntara con bestias, y que aspirara a

acostarse sacrificios, que los sacerdotes consagraban a Dios.

6. Si alguien sospechaba que su esposa era culpable de

adulterio culpables de esa conducta insolente ordenó castigarlos

con la terio debía llevar una décima de harina de cebada; echaba

un puñado a Dios y entregaba el resto a los sacerdotes para su

alimento. Uno de los sacerdotes colocaba a la mujer junto a las

pureza; porque les prohibió todo lo anterior y no les permitió

puertas vueltas hacia el templo, le retiraba el velo de la cabeza,

casarse con rameras. También les prohibió casarse con esclavas

escribía el nombre de Dios en un pergamino y le ordenaba jurar

o con cautivas, y con las que se ganan la vida con el comerque no

había ofendido a su marido y que si había violado su cio de

engaños o con posadas; y también con mujeres separacastidad

que se le desarticulara el muslo derecho, que se le hin- das por

cualquier causa de sus maridos. Más aún; consideró chara el

vientre y que se muriera en ese estado; pero que si inapropiado

para el sumo sacerdote casarse hasta con una viuda, su esposo

había sido inducido temerariamente a concebir sus sospechas

 

aunque se lo permitió a los sacerdotes, y sólo lo autorizó a con-

pechas por la violencia de su afecto y los celos consiguientes, que

 

traer enlace con una virgen y a retenerla. Tampoco puede el

sumo quedara embarazada con un varón en el décimo mes.

Hecho este juramento, el sacerdote borraba el nombre de Dios

prohibe acercarse a sus hermanos o padres o hijos muertos.

Los del pergamino, echaba el agua en una redoma, tomaba un

poco sacerdotes no deben tener ningún defecto físico.de tierra, si

la había en el templo, la echaba en la redoma, y se Ordenó que

el sacerdote que adoleciese de alguna mácula obtulo daba todo a

la mujer para que lo bebiera. Luego la mujer, viera su parte de

alimentos, pero le prohibió subir al altar o si había sido acusada

injustamente, concebía un varón y lo generaba en su viente Pero

si había violado la fe de su matrimonio varan pureza en sus

 

sagrados ministerios sino también en su con y jurado en falso

ante Dios, moría de reprochable manera; se leversación diaria, la

que debía ser intachable. Por eso los quecaía el muslo y la

hidropesía le hinchaba el vientre.

Estas son las ceremonias de los sacrificios y las purificaciones

nentes por su pureza y sobriedad. No se les permite beber vino

correspondientes, que Moisés suministró a sus compatriotas. Y

mientras lleven la ropa. Además deben ofrecer sacrificios sanos,

también les prescribió las siguientes leyes.

 

CAPITULO XII

 

Diversas leyes

 

1. En cuanto al adulterio, Moisés lo prohibió completamente,

estimando cosa feliz que los hombres fueran prudentes en los

asuntos del matrimonio, y que era provechoso para las ciudades y

 

las familias que los hijos se supieran legítimos. También re-

pudió el incesto de los hombres con sus madres como uno de los

 

crímenes más grandes; del mismo modo, acostarse con la esposa

del padre y con las tías, hermanas y nueras lo señaló como ejem.

plo de abominable vileza. También prohibió que un hombre se

acostara con su mujer cuando estaba profanada por su

natural purgación; y que se juntara con bestias, y que

aspirara a acostarse con hombres, todo lo cual era perseguir

placeres ilegítimos. A los culpables de esa conducta insolente

ordenó castigarlos con la muerte.

2. En cuanto a los sacerdotes, les prescribió doble grado de

pureza; porque les prohibió todo lo anterior y no les permitió

casarse con rameras. También les prohibió casarse con

esclavas o con cautivas, y con las que se ganan la vida con el

comercio de engaños o con posadas; y también con mujeres

separadas por cualquier causa de sus maridos. Más aún;

consideró inapropiado para el sumo sacerdote casarse hasta con

una viuda, aunque se lo permitió a los sacerdotes, y sólo lo

autorizó a contraer enlace con una virgen y a retenerla. Tampoco

puede el sumo sacerdote acercarse a un muerto, aunque a los

demás no se les prohibe acercarse a sus hermanos o padres o

hijos muertos. Los sacerdotes no deben tener ningún defecto

físico.

Ordenó que el sacerdote que adoleciese de alguna mácula

obtuviera su parte de alimentos, pero le prohibió subir al altar o

entrar en la casa santa. También les ordenó que no sólo

observaran pureza en sus sagrados ministerios sino también en

 

su conversación diaria, la que debía ser intachable. Por eso

los que visten los ropajes sacerdotales son hombres sin

mancha y eminentes por su pureza y sobriedad. No se les

permite beber vino mientras lleven la ropa. Además deben

ofrecer sacrificios sanos, que no tengan ningún defecto.

3. Moisés les dió todos esos preceptos, que fueron observados

 

mientras vivió. Pero aunque vivió en el desierto proveyó no obs-

tante la manera de que observaran las mismas leyes cuando hu-

biesen tomado la tierra de Canaán. Dispuso entonces que cada

 

siete años, la tierra descansara y no fuera arada ni sembrada, lo

mismo que había prescrito a los hombres que descansaran del

trabajo cada siete días. Y ordenó que en esa oportunidad lo que

crezca espontáneamente en la tierra perteneciera en común a

todos los que quisieran emplearlo, sin hacer distinción entre

compatriotas y extranjeros, y que hicieran lo mismo después de

un lapso de siete veces siete años, o sea en un total de cincuenta

años.

El quincuagésimo año es llamado por los hebreos el jubileo, y

en él los deudores quedan libres de sus deudas, y recobran la

libertad los esclavos que se convirtieron en tales, aunque eran

del mismo linaje, como castigo por haber transgredido alguna de

 

las leyes cuya pena no era la capital. Ese año se restituye asi-

mismo la tierra a sus anteriores poseedores, de la siguiente ma-

nera: cuando llega al jubileo, palabra que significa libertad, el

 

que vendió la tierra y el que la compró se reúnen y calculan, por

una parte, los frutos recogidos, y por la otra los gastos invertidos.

Si los frutos recogidos superan a los gastos, el que la vendió

recupera la tierra; pero si los gastos resultan ser mayores que los

frutos, el poseedor actual recibe del anterior dueño la diferencia

faltante, y le deja la tierra. Si el fruto recibido resulta igual a los

gastos el actual poseedor la cede a su anterior propietario.

 

Moisés quería aplicar la misma ley a las casas que eran ven-

didas en las aldeas; pero hizo una ley diferente para las que eran

 

vendidas en una ciudad. Porque si el vendedor conservaba el

 

dinero del comprador dentro del año, estaba obligado a devol-

verlo; pero si transcurría un año entero, el comprador gozaba de

 

lo que había comprado.

 

Esa fué la formación de las leyes que Moisés aprendió de

Dios, cuando tenían el campamento al pie del monte Sinaí, y las

entregó por escrito a los hebreos.

 

4. Cuando el establecimiento de las leyes parecía haber que-

dado concluido, Moisés consideró oportuno pasar revista al ejér-

cito, pensando que era conveniente arreglar los asuntos de la

 

guerra. Encargó a los jefes de las tribus, exceptuando la tribu de

Leví, que registraran el número exacto de los que eran aptos

para ir a la guerra; los levitas eran santos y libres de todas esas

 

cargas. Después de numerar a la gente, se halló que había seis-

cientos mil en condiciones de guerrear, de veinte a cincuenta

 

años de edad, aparte de otros tres mil seiscientos cincuenta. En

lugar de Leví Moisés incluyó a Manasés, hijo de José, entre los

jefes de tribus, y a Efraím en lugar de José. Había sido, como

conté anteriormente, un pedido hecho por Jacob a José, de que le

diera sus hijos para adoptarlos como propios.

5. Instalado el tabernáculo, lo recibieron en medio del campo,

armando sus tiendas tres tribus a cada lado, y abriendo caminos

 

por el centro de esas tiendas. Era como un mercado bien orde-

nado; todas las cosas estaban bien arregladas y preparadas para

 

vender. En los puestos había toda clase de artículos; parecía una

ciudad que a veces se translada y a veces queda fija.

Los sacerdotes ocupaban el primer lugar junto al tabernáculo;

venían luego los levitas, cuyos varones de más de treinta días de

edad habían sido contados y sumaban veintitrés mil ochocientos

ochenta. Durante el tiempo en el que la nube permanecía sobre

el tabernáculo, juzgaban conveniente quedarse en el mismo sitio,

suponiendo que Dios habitaba allí entre ellos; pero cuando se

alejaba, ellos también se desplazaban.

6. Moisés fué además el creador de un modelo de trompeta,

que estaba hecha de plata. Su descripción es la siguiente: De lar.

go tenía poco menos de un codo. Estaba compuesta de un tubo

angosto, algo más delgado que una flauta pero suficientemente

ancho como para que pasara el aliento de la boca de un hombre.

Terminaba en forma de campana, como las trompetas comunes.

Se llamaba en lengua hebrea asosrá. Hicieron dos, una de las

cuales se hacía sonar cuando había que reunir a la multitud en

 

congregación. Cuando la primera daba la señal, los jefes de las

tribus debían juntarse para cambiar ideas sobre los asuntos de

su competencia. Pero cuando daban la señal con las dos, era para

llamar a la multitud a que se reuniera.

 

Cuando se transladaba el tabernáculo, se procedía con el si-

guiente orden solemne: A la primera alarma de la trompeta, los

 

que tenían sus tiendas hacia el este se preparaban para el trans-

lado; cuando se daba la segunda señal, hacían lo mismo los que

 

estaban del lado sud. En un lugar vecino se desarmaba el taber-

náculo y se transportaba entre seis tribus que iban delante y

 

otras seis que seguían detrás, rodeando los levitas al

tabernáculo. Cuando sonaba la tercera señal se ponían en

movimiento los que tenían sus tiendas hacia el oeste, y a la

cuarta señal hacían lo mismo los del norte.

También empleaban las trompetas en los oficios sagrados,

cuando conducían los sacrificios al altar, tanto el día del sabat

como en el descanso de las fiestas.

 

Y entonces fué cuando Moisés ofreció el sacrificio que llama-

ron pascua, en el desierto; fué el primero que ofreció después de

 

la salida de Egipto.

 

CAPITULO XIII

 

Moisés parte del monte Sinaí conduciendo al pueblo hasta

 

las fronteras de los cananeos

 

1. Poco después levantó el campamento alejándose del monte

Sinaí; después de pasar por varias etapas, de las que hablaremos

luego, llegó a un lugar llamado Esermot, donde la multitud comenzó

 

de nuevo a amotinarse y a culpar a Moisés por lo que había su-

frido en los viajes; decían que los había persuadido de que aban-

donaran un buen país, el que perdieron, y ahora, en lugar de en

 

contrarse en la situación feliz que les había prometido, vagaban

en condiciones miserables y escaseándoles el agua; y si el maná

dejara de caer, perecerían todos de hambre.

Sin embargo, mientras todos pronunciaban palabras amargas

contra aquel hombre, uno de ellos los exhortó a no ser

desconsiderados con Moisés y a que no olvidaran las grandes

penurias que había pasado en beneficio de ellos; y a que no

desesperaran de recibir la asistencia de Dios. La multitud se

volvió más indócil aún y más rebelde contra Moisés que antes.

Aunque era vilmente injuriado por ellos Moisés los alentó,

prometiéndoles que trataría de

conseguir una gran cantidad de carne, y no sólo para unos

días sino para muchos días.

La gente no quiso creerlo y cuando uno de ellos le preguntó de

dónde sacaría la abundancia que prometía, Moisés replicó:

 

Ni yo ni Dios, aunque escuchamos frases oprobiosas, deja-

remos de trabajar por vosotros; pronto lo veréis.

 

No bien lo dijo todo el campo se llenó de codornices; el pueblo

las rodeó y recogió una gran cantidad de ellas. No obstante Dios

no tardó en castigar a los hebreos por su insolencia y los repro.

ches que les habían lanzado, porque no pocos de ellos murieron.

Y hasta hoy en día ese sitio conserva el recuerdo de esa destruc-

 

ción; se llama Cabrotabá, que significa los sepulcros de la concu-

piscencia.

 

CAPITULO XIV

 

Moisés envía a varias personas a explorar la tierra de los

cananeos, y el tamaño de sus ciudades. Ante el informe de los

enviados la multitud cae en la desesperación y resuelve apedrear

 

a Moisés y regresar a Egipto servir a los egipcios.

 

1. Moisés condujo a los hebreos a un sitio llamado Faranx,

próximo a la frontera de los cananeos, y en el que era difícil

permanecer. Al llegar allí congregó a la multitud y colocándose

en medio de ellos, dijo:

-De una de las dos cosas que Dios determinó concedernos, la

libertad y la posesión de un país feliz, ya sois poseedores, por la

gracia de Dios; la otra pronto la obtendréis. Porque hemos

acampado cerca de las fronteras de Canaán, y nada podrá

impedirnos su adquisición cuando finalmente caigamos sobre

 

ella; ningún rey y ninguna ciudad, y ni siquiera la humanidad en-

tera si se uniera para eso. Pongamos, pues, manos a la obra,

 

porque los cananeos no nos entregarán su tierra sin pelear, y

 

tendremos que arrancársela con grandes luchas guerreras. En-

viemos espías para observar las cosas buenas de la tierra y la

 

fuerza que poseen. Pero sobre todo unamos los pensamientos y

honremos a Dios que por sobre todas las cosas es nuestra ayuda

y asistencia.

 

2. Dicho esto por Moisés, la multitud lo recompensó con se-

ñales de acatamiento; eligieron doce espías entre los hombres

 

más eminentes, uno de cada tribu, que atravesando todo el país

de Canaán, desde las fronteras con Egipto, llegaron a la ciudad

de Amaté y hasta el monte Líbano. Habiendo averiguado la

naturaleza del país y de sus habitantes, volvieron después de los

cuarenta días que invirtieron en la operación. Trajeron consigo

los frutos que producía la tierra, cuya excelencia destacaron, e

informaron la gran cantidad de cosas buenas que producía el

 

país y que dieron motivo para que la multitud se enardeciera y

deseara ir a la guerra.

 

Pero luego los aterrorizaron de nuevo al referirse a las gran-

des dificultades que ofrecería la conquista, y al decirles que los

 

ríos eran tan grandes y profundos que no podían ser atrave-

sados, que las colinas eran tan altas que no se podía viajar por

 

ellas y que las ciudades estaban protegidas por murallas y for-

tificaciones. También dijeron que habían encontrado en Hebrón

 

a los descendientes de los gigantes. Cuando los espías enviados a

 

observar la tierra de Canaán advirtieron que todas esas dificul-

tades eran mayores que todas las que habían hallado desde su

 

salida de Egipto, asustaron a la multitud.

 

3. Por las informaciones recibidas supusieron que sería impo-

sible tomar posesión del país. La congregación se disolvió pero

 

los hombres, con sus mujeres y niños, siguieron lamentándose,

 

como si Dios realmente no los asistiese y les diera solamente pro-

mesas. Volvieron a culpar a Moisés y levantaron una grita con-

tra él y su hermano Aarón, el sumo sacerdote. Pasaron aquella

 

noche muy mal, lanzándoles invectivas, y a la mañana siguiente

se congregaron apresuradamente con el propósito de apedrear a

Moisés y Aarón y retornar a Egipto.

4. Entre los espías se hallaban Josué hijo de Nun, de la tribu

de Efraím, y Caleb, de la tribu de Judá, quienes, temiendo las

consecuencias, penetraron en medio de la multitud y la acallaron

incitándolos a que tuvieran valor, y a que no condenaran a Dios,

acusándolo de haberles mentido, ni prestaran oídos a aquellos

que los habían amedrentado diciendo lo que no era cierto acerca

de los cananeos, y escucharan en cambio a aquellos que los

animaban instándolos a tener esperanzas en el buen éxito.

Dijeron que podrían tomar posesión de la felicidad prometida,

porque ni la altura de las montañas, ni la profundidad de los ríos

impedirían que lo intentaran los hombres de verdadero valor,

sobre todo cuando Dios se ocuparía de antemano de cuidarlos y

asistirlos.

-Vamos, pues -dijeron-, a atacar al enemigo, sin pensar en

derrotas, confiando en la conducción de Dios y siguiendo a

nuestros jefes.

 

Con estas exhortaciones los dos hombres lograron apaciguar

la ira de la multitud. Moisés y Aarón cayeron a tierra y rogaron

a Dios, no por ellos, sino que pusiera término a lo que el pueblo

hacía imprudentemente y le aquietara las ideas desordenadas

por su actual apasionamiento.

También esta vez apareció la nube y se mantuvo por encima

del tabernáculo, expresando que estaba con ellos la presencia de

Dios.

 

CAPITULO XV

 

Moisés queda disgustado y predice que continuarán en el

desierto cuarenta años, durante los cuales no volverán a Egipto

 

ni tomarán posesión de Canaán.

 

1. Moisés se acercó animosamente a la multitud y le informó

que Dios, sacudido por sus injurias, la castigaría, no con la pena

qúe merecían sus pecados sino con la que aplican los padres a

sus hijos para corregirlos. Cuando estaba, dijo, en el tabernáculo,

llorando por la destrucción que caería sobre ellos, Dios le recordó

lo que había hecho por ellos y los beneficios que de él habían

recibido, y que sin embargo habían sido tan ingratos con él; que

habían sido inducidos por el miedo de los espías a pensar que sus

palabras eran más veraces que la promesa divina. Por eso,

aunque no los destruiría por completo a todos, ni exterminaría

enteramente a la nación, a la que por cierto había honrado más

que a cualquier otra parte de la humanidad, no les permitiría

tomar posesión de la tierra de Canaán, ni gozar de su felicidad, y

los haría en cambio errar en el desierto, viviendo sin habitación

fija y sin ciudad, durante cuarenta años, como castigo por su

trasgresión. "Pero como había prometido dar el país a nuestros

hijos, los haría poseedores a ellos de esas cosas buenas de que

 

vosotros mismos os habéis despojado debido a vuestras inconte-

nidas pasiones."

 

2. Después de haberles hablado Moisés de ese modo,

siguiendo las indicaciones de Dios, la multitud cayó en gran

aflicción; rogaron a Moisés que tratara de reconciliarlos con Dios

y que no los dejara seguir errando en el desierto, concediéndoles

ciudades. Moisés respondió que Dios no accedería a la tentativa,

porque su determinación no había sido tomada con ligereza,

como hacen los hombres, y era en cambio una decisión bien

meditada.

No dejaremos de creer que Moisés, que era un solo hombre,

apaciguó a tantos millares de personas iracundas, y las convirtió

 

en gente de carácter suave; es que Dios estaba con él, y le pre-

paró el camino para que pudiera persuadir a la multitud. Como

 

muchas veces habían sido desobedientes, ahora comprendían

que esa desobediencia no era conveniente para ellos, y que ahora

por esa causa sufrirían calamidades.

3. Pero ese hombre fué admirable por su virtud, y fuerte para

 

hacer que los hombres dieran crédito a lo que les decía, no sola-

mente durante su vida, pero ni aun ahora hay un solo hebreo

 

que no se comporte como si Moisés estuviera presente y pronto

para castigarlo si comete un acto incorrecto, violando las leyes

que ordenó, aunque pudiera disimular sus trasgresiones. Hay

muchas otras pruebas de que su poder era más que humano,

porque hubo quienes llegaron de allende el Eufrates, lo que es

una jornada de cuatro meses, para venerar nuestro Templo; no

obstante, y a pesar de sus ofrendas, no pudieron participar de

sus propios sacrificios, porque Moisés lo prohibió, porque no

pertenecían a nuestras leyes ni estaban en relación con nosotros

por las costumbres de nuestros antepasados.

Algunos de ellos no ofrecieron sacrificios, otros dejaron sus

 

sacrificios en imperfectas condiciones, muchos ni siquiera pu-

dieron entrar en el Templo, y se volvieron como vinieron, prefi-

riendo la sumisión a las leyes de Moisés antes que la satisfacción

 

de sus propias inclinaciones; y no porque tuvieran temor de que

alguien los condenara, sino temiendo únicamente a su propia

conciencia.

Es así que esa legislación, que aparece como divina, hizo que

este hombre fuera estimado como superior a su propia

naturaleza humana. Más aún; un poco antes de esta última

guerra, cuando Claudio era emperador de los romanos e Ismael

nuestro sumo sacerdote, y cuando un hambre muy grande nos

había asaltado, hasta el punto que una décima se vendía por

cuatro dracmas; y cuando no menos de setenta coros de harina

fueron llevados al Templo en la fiesta del pan ácimo (o sea

treinta y un medimnos sicilianos o cuarenta y uno atenienses),

ninguno de los sacerdotes comió ni una migaja aunque el país

sufría una desgracia tan grande. Fué por temor a la ley, y por

 

esa cólera que Dios conserva contra los actos de perversidad, aun

cuando nadie pueda acusar a los actores.

Por eso no debe asombrarnos lo que entonces se hizo, ya que

 

hasta el día de hoy los escritos que dejó Moisés tienen tanta fuer-

za, que aun hasta los que nos odian confiesan que fué Dios el que

 

estableció esa reglamentación, y que fué por medio de Moisés y

su virtud.

Pero estas cosas que cada cual las tome como mejor le

parezca.

 

LIBRO IV

 

Abarca un lapso de treinta y ocho años

 

CAPITULO I

 

La lucha de los hebreos con los cananeos, sin el consenti

 

miento de Moisés, y su derrota.

 

1. La vida de los hebreos en el desierto fué tan ingrata y pe-

nosa y tanto los inquietaba que, aunque Dios les había prohibido

 

enredarse con los cananeos, no pudieron ser convencidos de que

obedecieran las palabras de Moisés y permanecieran tranquilos.

 

Creyendo que podrían derrotar al enemigo, aun sin su aproba-

ción, lo acusaron de mantenerlos de propósito en situación an-

gustiosa para que tuvieran que recurrir constantemente a su

 

ayuda. Resolvieron, por lo tanto, pelear con los cananeos, dicien-

do que Dios les daría su asistencia no por la intercesión de

 

Moisés sino porque había tomado a su cargo el cuidado de toda la

 

nación en atención a sus antepasados cuyos asuntos había to-

mado bajo su dirección y que si antes les había dado la libertad

 

por sus virtudes, ahora los ayudaría cuando habían decidido lu-

char por ella.

 

Dijeron también que tenían por sí mismos suficientes

condiciones para conquistar al enemigo, aunque Moisés tuviera

el propósito de alejar a Dios de ellos; que de todos modos era

conveniente para ellos dirigir sus propios destinos, y no

regocijarse por su liberación de los sufrimientos que habían

padecido con los egipcios para soportar la tiranía de Moisés y ser

engañados, y vivir de acuerdo con sus deseos, como si Dios

 

hubiese profetizado lo que a nosotros respecta por ser amable

con él, como si no fueran ellos la posteridad de Abram, a quien

Dios hizo el único autor de todo lo que sabemos y de quien aún

debemos continuar aprendiendo.

 

Sería una medida prudente oponerse a sus arrogantes preten-

siones, depositar la confianza en Dios, resolver tomar posesión

 

de la tierra prometida y no prestar oídos a quien, con la

pretensión de la divina autoridad, les había prohibido hacerlo.

Considerando el estado de zozobra en que se hallaban, y de

que en aquellos sitios desiertos sólo podía empeorar su situación,

resolvieron combatir con los cananeos, sometiéndose sólo a Dios,

su comandante supremo, y sin esperar la ayuda de su legislador.

2. Tomada esta resolución, que consideraron la mejor,

avanzaron contra el enemigo. Pero éste no se desanimó ni por el

ataque ni por la gran multitud que lo realizaba, y los recibieron

valerosamente. Muchos hebreos fueron muertos, y el resto del

ejército, después del desorden en que cayeron las tropas, fué

perseguido y huyó de manera vergonzosa a su campamento.

La inesperada desgracia los desalentó, y ya no esperaron

nada bueno de su acción, porque el desastre les había venido por

la ira de Dios ante su conducta de ir imprudentemente a la

guerra sin su aprobación.

3. Cuando Moisés vió la profunda aflicción en que habían

caído a causa de la derrota, y temiendo que el enemigo se

sintiera animado por la victoria y tentado a buscar una gloria

mayor aún y los atacara, resolvió que convenía retirar el ejército

hasta el desierto, a mayor distancia de los cananeos. La multitud

se entregó de nuevo a su conducción porque comprendió que sin

su guía sus asuntos no marcharían bien. Moisés hizo desplazar

al ejército internándose más en el desierto, para dejarlo

descansar allí y no permitirle combatir de nuevo a los cananeos

antes de que Dios les diera una oportunidad más favorable.

 

CAPITULO II

 

La sedición de Coré y de la multitud, contra Moisés y su

 

hermano, con motivo del sacerdocio

 

1. Ocurrió con los judíos lo que suele suceder con los grandes

 

ejércitos, y sobre todo en casos de mal éxito: son difíciles de com-

placer y de gobernar. Eran seiscientos mil, y no se sometían fá-

cilmente a sus gobernantes, ni aun en caso de prosperidad;

 

debido a la aflicción que sufrían y a las calamidades que

soportaban, se mostraron más furiosos que de costumbre, entre

ellos y contra su jefe. Fueron presa de una sedición de la que no

hay ejemplo ni entre los griegos ni entre los bárbaros y que los

ponía en peligro de ser destruídos completamente.

 

Fueron, no obstante, salvados por Moisés, que no quiso acor-

darse de que casi fué apedreado por ellos. Tampoco dejó Dios de

 

evitar su ruina; a pesar de las injurias que habían inferido a su

legislador y a las leyes, y a la desobediencia de los

mandamientos que les había enviado por medio de Moisés, los

libró de terribles calamidades que, sin su cuidado providencial,

les había acarreado la sedición.

Explicaré primero la causa por la que surgió la sedición y

luego relataré la sedición misma, así como las ordenanzas de

gobierno que dictó Moisés cuando hubo terminado.

2. Coré, un hebreo de importancia, tanto por su familia como

 

por sus riquezas, y que también sabía hablar muy bien y persua-

dir al pueblo con sus discursos, vió que Moisés revestía una dig-

nidad excesivamente grande. Disgustado por eso y envidioso (era

 

de la misma tribu de Moisés y pariente de él), se sintió particu-

larmente ofendido porque pensó que a él le correspondía con más

 

derecho aquel puesto de honor, por las grandes riquezas que

poseía y porque no era inferior a Moisés por su nacimiento.

Levantó por lo tanto una grita contra él entre los levitas, que

eran de la misma tribu, y especialmente entre sus parientes,

 

diciendo que era una cosa triste que tuvieran que tolerar a

Moisés mientras éste trazaba y recorría el camino de su propia

gloria, que obtenía con malas artes y con la pretensión de recibir

órdenes de Dios.

Contrariando las leyes había dado el sacerdocio a Aarón, no

por el voto general de la multitud sino por su propio sufragio,

adjudicando dignidades de manera tiránica a quien él quería.

Añadió que ese modo disimulado de imponerse sobre ellos era

más difícil de soportar que si lo hubiese hecho abiertamente, por

la fuerza porque no sólo se había apoderado de su poder sin el

consentimiento de la multitud sino también cuando estaban

desprevenidos e ignorando sus planes contra ellos. Porque el que

tiene conciencia de que merece alguna dignidad, trata de

conseguirla por la persuasión, y no por arrogantes métodos de

violencia. Los que creen imposible obtener esos honores con

justicia, aparentan bondad y fingen que no hacen uso de la

fuerza, y se vuelven perversamente poderosos valiéndose de

recursos taimados. Corresponde a la multitud castigar a esos

hombres, aunque disimulen sus designios, y no permitirles que

se hagan fuertes antes de proclamarse abiertamente enemigos.

-¿Por qué razón -añadió-, acordó Moisés el sacerdocio a Aarón

y sus hijos? Si Dios determinó conceder ese honor a un hombre

de la tribu de Leví, yo soy más digno de obtenerlo que él, siendo

igual a Moisés por mi familia, y superior a él en riquezas y en

 

edad. Y si Dios acordó concederlo a la tribu mayor, le corres-

pondería con más justicia a la tribu de Rubén; y lo recibirían

 

Datán, Abiram y Falaes, porque son los más ancianos de la

tribu, y poderosos además por sus grandes riquezas.

3. Diciendo esto Coré se proponía aparecer como interesado

en el bienestar público, pero en realidad trataba de que la

multitud le transfiriera a él esa dignidad. Con propósitos

malignos pero con palabras plausibless habló a los de su tribu;

sus palabras llegaron luego gradualmente hasta un número

mayor de personas y luego todo el ejército las repitió con los

agregados que cada cual añadía a los escándalos arrojados

contra Aarón.

 

Los que conspiraban con Coré, en número de doscientos cin-

cuenta, eran hombres principales que estaban ansiosos de quitar

 

al hermano de Moisés al sacerdocio y hacerlo caer en desgracia.

La multitud fué inducida a la rebelión y trató de apedrear a

 

Moisés, reuniéndose en asamblea, en confusión y desorden. Tu-

multuosamente alzaron una grita frente al tabernáculo de Dios,

 

pidiendo procesar al tirano y librar al pueblo de la esclavitud a la

que, con el pretexto de que eran mandamientos divinos, los

sometía con órdenes violentas. Porque si hubiese sido Dios el que

eligiese un hombre para cumplir las funciones de sacerdote,

habría elevado a esa dignidad a alguna persona merecedora, y

no a uno que era inferior a muchos otros; si hubiese juzgado

conveniente designar a Aarón, le habría permitido a la multitud

que lo hiciera, y no habría dejado esa tarea a cargo de su propio

hermano.

4. Aunque Moisés había visto de antemano las calumnias de

Coré y advertido que el pueblo estaba irritado, no obstante no se

asustó; animosamente, sabiendo que lo había aconsejado bien en

sus asuntos, y que su hermano había sido nombrado para

compartir el sacerdocio por orden de Dios y no como un favor

personal de él, se dirigió a la asamblea y sin decir nada a la

multitud habló con la voz más alta que pudo, dirigiéndose a

Coré. Como era muy hábil para hacer discursos, y poseía, entre

otros, el talento natural de conmover a la multitud con sus

arengas, dijo:

-Tú, Coré, y los que están contigo -y señaló a los doscientos

cincuenta hombres-, parecéis dignos de ese honor; yo creo que

todos los hombres del pueblo son merecedores de esa dignidad,

aunque no sean tan ricos o tan grandes como vosotros. No he

dado el oficio a mi hermano porque sea superior a otros en

riquezas, ya que tú nos superas a ambos en la grandeza de tu

opulencia; ni tampoco porque sea de familia eminente, ya que

Dios, al darnos un antepasado común, hizo iguales a nuestras

 

familias. Tampoco fué por afecto fraternal, como otro pudiera ha-

ber hecho con justicia; porque si no hubiese acordado ese honor

 

por consideración a Dios y sus leyes, por cierto que no me habría

 

pasado por alto yo mismo, dándoselo a otro, ya que soy un pa-

riente más próximo de mí mismo que de mi hermano y teniendo

 

más intimidad conmigo mismo que con él; no habría sido

prudente por mi parte exponerme a los peligros de ofender

concediendo el feliz empleo a otro. Pero yo estoy por encima de

esas bajas prácticas. Dios no lo hubiera consentido, viéndose de

ese modo despreciado, ni hubiera permitido que vosotros

ignorarais lo que debíais hacer para complacerlo; hubiera elegido

él mismo a quien debiera cumplir el sagrado ministerio,

librándoos a vosotros de ese cuidado. No fué algo que yo

pretenda dar si no es de acuerdo con la determinación de Dios.

"Propongo por lo tanto que sea disputado por los que desean

obtenerlo, pidiendo solamente que se permita ofrecerse como

candidato al que ha sido preferido y lo obtuvo hasta ahora.

Prefiero vuestra tranquilidad y que lleguéis sin sedición al

honorable cargo, aunque en verdad él lo haya obtenido con

vuestra aprobación; porque si bien Dios fué el dador, no

ofendemos cuando pensamos que lo aceptamos con su visto

bueno; y sería impiedad no tomar el honorable empleo cuando lo

ofrece. Al contrario; sería muy irrazonable rehusarlo cuando

Dios considera conveniente que alguien lo retenga por todos los

tiempos y se lo entrega seguro y firme.

"Pero dejemos que él mismo juzgue de nuevo quién quiere que

le ofrezca sacrificios y tenga la dirección de las cosas de la

religión. Porque es absurdo que Coré, que ambiciona ese honor,

prive a Dios del poder de otorgarlo a quien quiera. Suspended,

por lo tanto, la sedición y los disturbios y que mañana por la

mañana todos los que deseen el sacerdocio traigan un incensario

y vengan aquí con incienso y fuego. Deja, Coré, la decisión a

Dios, y aguarda a ver de qué lado se inclinará, pero no trates de

ser más grande que Dios. Ven tú también, para que esta

competencia por el cargo reciba su determinación. Y supongo que

podemos admitir que Aarón se ofrezca en la elección, ya que es

del mismo linaje que tú, y no hizo nada en su sacerdocio que

pueda hacerlo excluir.

"Venid, por lo tanto todos juntos, y ofreced el incienso ante el

pueblo; y cuando lo ofrezcáis, aquel cuyo sacrificio acepte Dios

será ordenado para el sacerdocio y estará libre de las actuales

 

calumnias formuladas contra Aarón, de que obtuvo el favor por

ser mi hermano."

 

CAPITULO III

 

Los sediciosos son destruídos por la voluntad de Dios.

Aarón, el hermano de Moisés, retiene el sacerdocio

 

1. Después de estas palabras de Moisés la multitud abandonó

la conducta turbulenta a que se había entregado y las sospechas

contra Moisés y comentó lo que había dicho, porque la propuesta

era buena y el pueblo así lo consideró. Con tal motivo disolvieron

la asamblea. Pero al día siguiente se congregaron para

presenciar el sacrificio y la determinación que se haría entre los

candidatos al sacerdocio.

La reunión resultó turbulenta; toda la multitud esperaba con

gran expectación lo que habría de suceder. A algunos les hubiera

agradado que Moisés fuese condenado por malas prácticas, pero

los más inteligentes deseaban librarse cuanto antes del desorden

y la perturbación, porque temían que si la sedición continuaba se

destruiría el orden de la organización del campamento. Pero el

grueso del pueblo se complacía en gritar contra sus gobernantes,

y cambiando entre sí opiniones sobre las arengas de los oradores

alteraban la tranquilidad pública.

Moisés envió mensajeros a buscar a Abiram y Datán,

ordenándoles que acudieran a la asamblea y aguardaran los

oficios sagrados que se llevarían a cabo. Respondieron al

mensajero que no obedecerían la orden, y que no tolerarían la

conducta de Moisés, que se estaba volviendo demasiado grande

para ellos merced a sus malas prácticas. Al conocer su respuesta,

Moisés dispuso que los jefes del pueblo lo siguieran y se

dirigieron a la facción de Datán, sin pensar en temer nada al

dirigirse hacia esa gente insolente. No hicieron oposición y

fueron con él.

Pero Datán y sus asociados, cuando supieron que Moisés y los

 

principales del pueblo se dirigían hacia ellos, salieron con sus es-

posas e hijos y se quedaron delante de sus tiendas, a la espera de

 

lo que Moisés haría. Se hicieron rodear por los sirvientes para

que los defendieran en el caso de que Moisés usara la fuerza

contra ellos.

2. Moisés se aproximó, alzó los brazos al cielo y dijo con voz

bien alta para que lo oyera la multitud:

-¡Oh, señor de todos los seres que están en el cielo, en la

tierra y en el mar! Tú eres el más auténtico testigo de lo que

hice, y de que todo fué hecho por tu orden; tú que fuiste quien

nos dió asistencia cuando intentábamos cualquier cosa y que te

mostraste misericordioso con los hebreos en todas sus angustias,

acércate y escucha lo que digo, ya que nada, ni acción ni

pensamiento escapa a tu conocimiento, y no desdeñes decir la

verdad para vindicarme, sin considerar las ingratas

imputaciones de estos hombres. Lo que ocurrió antes de que yo

naciera tú bien lo sabes, no por referencias sino por haberlo visto

y presenciado; en cuanto a lo que se hizo últimamente, y de lo

que estos hombres, aunque lo conocen perfectamente, pretenden

sospechar, te pongo a ti de testigo. Viviendo una vida privada

tranquila, abandoné todas las cosas buenas de que por mi

diligencia, y por tu consejo, gozaba con mi suegro Ragüel, y me

entregué a este pueblo y soporté numerosas penurias por él.

Pasé al principio por muchos trabajos, para obtener su libertad,

y ahora para preservarlos. Y siempre me mostré dispuesto a

ayudarlos en todas sus desgracias.

"Ahora, sospechado por esos mismos hombres que deben su

ser a mi actividad, ven tú, como es razonable esperarlo de ti, tú,

que te mostraste primeramente en el monte Sinaí, y me hiciste

oír tu voz, y ver los distintos milagros que ese sitio me deparó; tú

que me mandaste ir a Egipto a declarar tu voluntad a este

pueblo; tú, que perturbaste la situación feliz de los egipcios y nos

diste oportunidad de huir de nuestra esclavitud e hiciste el

dominio del faraón inferior a mi dominio; tú que hiciste del mar

tierra seca para nosotros, cuando no sabíamos hacia dónde

encaminarnos, y anonadaste a los egipcios con esas olas

destructivas que se habían separado para nosotros; tú que nos

otorgaste la seguridad de las armas cuando estábamos desnudos;

tú, que hiciste que de las fuentes corrompidas brotase agua

 

apropiada para beber, y nos suministraste agua que venía de las

rocas cuando más falta nos hacía; tú que nos salvaste la vida con

lo que era alimento del mar, cuando nos faltaron los frutos de la

tierra; tú que nos mandaste un alimento del cielo que nunca se

había visto anteriormente; tú que nos sugeriste el conocimiento

de tus leyes y nos señalaste la forma de gobierno; ven tú, ¡oh,

señor de todo el mundo!, y como juez y testigo que no puede ser

sobornado, revela que nunca acepté de ningún hebreo ninguna

donación contraria a la justicia, nunca condené a un pobre que

debía ser absuelto, para favorecer a un rico, y nunca traté de

dañar a la comunidad. Ahora me acusan de lo que está más lejos

de mis intenciones, de haber dado el sacerdocio a Aarón no por

tu orden sino por favorecerlo; demuestra ahora que todas las

cosas son administradas por tu providencia, y que nada sucede

por casualidad, sino que todo es gobernado por tu voluntad y

logra de ese modo su fin; demuestra asimismo que tú proteges a

los que hacen bien a los hebreos; demuéstralo con el castigo de

Abiram y Datán, que te condenan como un ser insensible y

dominado por mis ideas.

 

"Lo harás infligiendo un castigo a estos hombres, que tan im-

prudentemente atacan tu gloria, castigo que los retire del

 

mundo, no de manera ordinaria sino de tal modo que sea visible

que no murieron como todos. Que se abra la tierra que pisan y

los consuma con sus familias y sus bienes. Lo cual será

demostración de tu poder para todos los hombres; y el método de

su sufrimiento será un ejemplo para enseñar prudencia a los que

abrigan sentimientos profanos hacia ti. Y será la prueba de que

soy un fiel intérprete de tus preceptos. Pero si las calumnias que

han lanzado contra mí son verdades, evita a estos hombres todo

accidente y haz caer sobre mí la destrucción que imprequé contra

ellos.

"Después que hayas infligido el castigo a los que procuraron

tratar injustamente con el pueblo, otorga a éste concordia y paz.

Salva a esta multitud que sigue tus mandamientos y líbralos de

 

daños, y no permitas que compartan el castigo de los que han pe-

cado. Como tú sabes, no es justo que por la perversidad de esos

 

hombres sufra castigo toda la corporación de los israelitas."

 

3. Después que Moisés dijera estas palabras, con lágrimas en

los ojos, estremecióse de pronto la tierra, ocasionando una

agitación semejante a la que produce el viento en las olas del

mar. El pueblo se asustó. La tierra se hundió debajo de las

tiendas arrastrando consigo todo lo que estimaban los sediciosos,

que así perecieron tan enteramente que no quedaron ni huellas

de que hubiese habido hombres en aquel sitio. La tierra se abrió

debajo de ellos volviendo a cerrarse y quedando entera como

antes, tanto que nadie que la vió después notó que hubiese

pasado allí un accidente como el que había ocurrido.

Así murieron esos hombres, siendo su muerte una

demostración del poder de Dios. Realmente cualquiera lo

lamentaría, no sólo por la calamidad que les había caído y que

merece nuestra conmiseración, sino también porque sus

parientes quedaron complacidos por su desgracia. Porque

olvidaron el parentesco que los unía y ante el triste accidente

aprobaron la sentencia que había recaído sobre ellos; y como

consideraron a la gente que rodeaba a Datán como hombres

pestilentes, juzgaron que habían muerto como tales y no

sintieron pesar por ellos.

4. Moisés llamó a los que competían por el sacerdocio para

realizar una prueba que determinaría quién sería sacerdote;

aquel cuyo sacrificio sería más grato a Dios sería ordenado para

el oficio.

Asistieron doscientos cincuenta hombres, que fueron

realmente honrados por el pueblo, no solamente por el poder de

sus antepasados sino también por ellos mismos en lo que

superaban a los demás. También Aarón y Coré se adelantaron y

todos ellos ofrecieron incienso ante el tabernáculo, en los

incensarios que habían llevado consigo. Inmediatamente se

produjo una llamarada tan grande que nadie había visto jamás

nada igual, ni hecho por la mano del hombre, ni en las

erupciones de la tierra causadas por fuegos subterráneos, ni en

los incendios que estallan espontáneamente en los bosques,

cuando se agitan los árboles rozándose unos con otros; era un

fuego brillantísimo, de llama terrible, como los que arden por

orden de Dios. Envuelta por la erupción toda la compañía, in-

 

cluso Coré, fueron destruídos, tan completamente que no

quedaron restos de sus cuerpos. El único que se salvó fué Aarón,

que ni siquiera fué dañado por el fuego, porque Dios había

enviado el fuego para quemar únicamente a los' que debían ser

quemados.

Después de la destrucción de aquellos hombres, Moisés quiso

que el recuerdo de la sentencia fuera transmitido a la

posteridad, para que la conocieran las generaciones futuras.

Ordenó a Eleazar, el hijo de Aarón, que pusiera sus incensarios

junto al altar de bronce, para que fueran un recuerdo para la

posteridad de lo que sufrieron aquellos hombres, por suponer

que se podía eludir el poder de Dios. Y Aarón ya no fué

considerado como que desempeñaba el sacerdocio por el favor de

Moisés, sino por el juicio público de Dios. Y él y sus hijos gozaron

pacíficamente ese honor.

 

CAPITULO IV

 

La permanencia de los hebreos en el desierto durante trein

 

ta y ocho años

 

1. No obstante la sedición, lejos de cesar después de esa des-

trucción, se hizo más fuerte volviéndose cada vez más

 

intolerable. El motivo de su empeoramiento fué de tal naturaleza

que parecía que la calamidad no terminaría nunca, que duraría

mucho tiempo. Creyendo los hombres que nada sucedía sin la

providencia de Dios, dieron en pensar que aquellas cosas sólo

habían ocurrido por el favor de Dios hacia Moisés; y le echaron la

culpa de que Dios estuviera tan enojado y afirmaron que aquello

había sucedido no tanto por la perversidad de los que fueron

castigados como porque Moisés se empeñó en que lo fueran; y de

que aquellos hombres habían sido destruídos sin haber pecado, y

sólo porque habían sido celosos del culto divino, y también de

que aquel que había sido causa de que el número del pueblo

disminuyese, con la destrucción de tantos hombres, y de los

mejores de todos, además de haber escapado a todo castigo había

dado ahora el sacerdocio a su hermano con tanta firmeza que ya

nadie podía disputárselo.

Porque indudablemente ya nadie podría aspirar a ocuparlo,

después de haber visto perecer miserablemente a los primeros

que lo intentaron. Además, los parientes de los que fueron

destruídos instaron empeñosamente a la multitud a abatir la

arrogancia de Moisés, aduciendo que sería mejor para todos si lo

hacían.

2. Enterado del tumulto que promovía la multitud, Moisés, te.

meroso de que intentaran alguna otra innovación, cuya

consecuencia podría ser alguna terrible y lamentable calamidad,

convocó a congregación a la multitud y escuchó pacientemente

los alegatos que formulaban, sin refutarlos para no excitar a la

multitud. Sólo pidió a los jefes de las tribus que trajeran sus

varas, con los nombres de las tribus inscriptos en ellas, y

 

anunció que correspondería el sacerdocio a la vara en la que Dios

dejara una señal. Aceptado este temperamento todos trajeron las

varas, incluso Aarón, que puso en la suya el nombre de la tribu

de Leví1

 

. Moisés depositó las varas en el tabernáculo de Dios.

Al día siguiente las sacó y fueron reconocidas por los que las

habían traído, así como por la multitud. Vieron que todas las

demás varas estaban tal como Moisés las había recibido, pero en

la de Aarón habían brotado pimpollos, ramas y frutos maduros

de almendras, porque la vara era de un árbol de almendro. El

pueblo quedó tan asombrado ante aquel espectáculo

extraordinario, que aunque sentía hacia Moisés y Aarón cierto

grado de odio, dejó a un lado esa aversión y comenzó a admirar

el juicio de Dios; y todos aplaudieron lo que Dios había decretado

y permitieron que Aarón gozara pacíficamente el sacerdocio.

De ese modo Dios ordenó a su sacerdote tres veces; y éste

retuvo el honor sin posteriores contratiempos. Y esta sedición de

los hebreos, que había sido grande y duradera, quedó finalmente

solucionada.

3. Como la tribu de Leví había sido exceptuada de la guerra y

de las expediciones bélicas y destinada al servicio divino, para

que sus miembros no pasaran necesidades y tuvieran que

buscarse la vida descuidando el templo, Moisés ordenó a los

hebreos, de acuerdo con la voluntad de Dios, que cuando

entraran en posesión de la tierra de Canaán asignaran a los

levitas cuarenta y ocho ciudades, buenas y limpias, y les

permitieran usufructuar de sus su. burbios hasta el límite de dos

mil codos desde las murallas de la ciudad. Mandó, además, que

el pueblo pagara a los levitas y a los sacerdotes un diezmo de su

producción anual de frutos de la tierra. Esto es lo que la tribu

recibe de la multitud; pero creo necesario anotar lo que se paga

en total, especialmente a los sacerdotes.

4. Ordenó a los levitas que cedieran a los sacerdotes trece de

sus cuarenta y ocho ciudades2

 

, y que les apartaran la décima

parte del diezmo que reciben anualmente del pueblo. Dispuso

también que era justo ofrecer a Dios las primicias de toda la

1

Según la Biblia era el nombre de Aarón, y no el de la tribu, el que había grabado en la vara (Números, XVII, 3).

2 La Biblia dice solamente que los nazarenos se rapaban y arrojaban los cabellos al fuego (Números, VI, 18).

 

producción de la tierra, y que debían dar a los sacerdotes, para

que pudieran comerlo con sus familias en la ciudad santa, el

primogénito de los cuadrúpedos señalados para los sacrificios, si

era macho.

Los dueños de los primogénitos no indicados para sacrificios

por las leyes de nuestro país, deben entregar en su lugar un siclo

y medio; por el primogénito de un hombre, cinco siclos. También

les corresponde la primicia de la esquila de las ovejas; y los que

cuecen pan de maíz y hacen hogazas deben darles un poco de lo

que han hecho. Además los que han hecho un voto sagrado, me

refiero a los llamados nazarenos, que se dejan crecer el cabello y no

usan vino, cuando consagran el pelo y ofrecen sacrificios, deben

donar sus rizos a los sacerdotes32

.

 

También los que se dedican a Dios como exvoto, que es lo que

 

los griegos llaman ofrenda, cuando quieren librarse de ese ser-

vicio deben dejar dinero para los sacerdotes; treinta siclos las

 

mujeres y cincuenta los hombres. Para los que sean demasiado

pobres para abonar esa suma, los sacerdotes podrán determinar

la cantidad que les parezca apropiada.

Los que matan en su casa animales para un festival privado,

no religioso, están obligados a llevar a los sacerdotes el cuajar y

la mejilla, y la espalda derecha del sacrificio.

Con esto Moisés arbitró la manera de que los sacerdotes estén

abundantemente mantenidos, aparte de lo que obtienen de las

ofren. das por pecados, que el pueblo les da, como he dicho en el

libro anterior. Ordenó, asimismo, que de todo lo que les dan a los

sacerdotes participen lo mismo que ellos sus sirvientes, hijas y

esposas, exceptuando lo que reciben de los sacrificios ofrecidos

por pecados; porque de éstos sólo pueden comer los varones de

las familias de los sacerdotes, y únicamente en el templo, y el

mismo día que son ofrecidos.

5. Hechas estas reglamentaciones, después de terminada la

sedición, Moisés se transladó, con todo el ejército, hasta las

fronteras de Idumea. De allí envió embajadores al rey de los

idumeos pidiéndole que le diera paso por su país y convino en

3

El Pentateuco no menciona esta distribución, que sólo se encuentra en Josué (XXI, 4/20).

 

enviarle los rehenes que quisiera como garantía contra toda

ofensa. También le pidió que diera libertad a su ejército para

comprar provisiones; y si insistía le pagaría por el agua que

beberían.

Al rey no le satisfizo la embajada de Moisés; no dió paso al

ejército y llevó a su pueblo armado a enfrentar a Moisés y estor.

barle su propósito en el caso de que intentara pasar por la

fuerza.

Moisés consultó por el oráculo a Dios, quien no le ordenó

entrar en guerra. Moisés retiró sus fuerzas e hizo un rodeo

viajando por el desierto.

6. Fué entonces cuando Miriam, la hermana de Moisés, llegó

a su fin, habiendo completado el cuadrgésimo año de su salida de

 

Egipto eI primer día del mes lunar de xántico. Le hicieron un fu-

reral público, con grandes gastos. Fué enterrada en cierta mon-

taña que se llama Sin.

 

Después de guardar duelo durante treinta días, Moisés

purificó al pueblo de la siguiente manera: tomó una vaca que no

había sido usada para el arado o para labranza, que estaba sana

en todas sus partes y de color totalmente rojo, y la llevó a cierta

distancia del campo, a un sitio perfectamente limpio. La vaca fué

muerta por el sumo sacerdote quien salpicó la sangre, con los

dedos, siete veces frente al tabernáculo` de Dios; luego la vaca

fué quemada entera con su piel y sus entrañas, echando en el

fuego madera de cedro, hisopo y lana escarlata. Luego un

hombre limpio recogió las cenizas y las depositó en un sitio

perfectamente limpio.

Después, cuando una persona quedaba profanada por un

cadáver, echaban un poco de esas cenizas en agua de manantial,

con hisopo, y sumergiendo parte de las cenizas la rociaban al

tercero y séptimo día, y con eso quedaba limpia. Moisés ordenó

que hicieran lo mismo cuando las tribus llegaran a su tierra.

7. Finalizada la purificación descrita, que el conductor realizó

 

por el duelo de su hermana, hizo marchar al ejército por el de-

sierto, a través de Arabia. Al llegar a un sitio que los árabes con-

sideraban su metrópoli, un lugar rodeado de altas montañas que

 

antes se llamaba Arce y lleva ahora el nombre de Petra, Aarón

subió sobre una de las montañas, porque Moisés le había dicho

de antemano que moriría, y quedó frente a todo el ejército, por la

pendiente de la ladera.

Se quitó el ropaje sacerdotal y lo entregó a su hijo Eleazar, a

 

quien pertenecía el sacerdocio por ser el mayor, y falleció mien-

tras la multitud lo miraba. Murió el mismo año en el que perdió

 

a su hermana, habiendo vivido en total ciento veintitrés años.

Fué el primer día de ese mes lunar que los atenienses llaman

hecatombeon, los macedonios lous y los hebreos ab.

 

CAPITULO V

 

Moisés vence a los amorreos Sicón y Og, destruyéndoles todo el

ejército, y luego divide la tierra entre dos y media tribus de los

 

hebreos

 

1. El pueblo guardó duelo por Aarón durante treinta días; ter.

minado el duelo, Moisés retiró al ejército de aquel sitio y llegó al

río Arno, el que saliendo de las montañas, corre atravesando el

desierto y cae en el lago Asfaltites. Constituía el límite entre el

país de los moabitas y el de los amorreos. Se trata de una tierra

fructífera, suficiente para mantener un gran número de hombres

con las cosas buenas que produce.

 

Moisés envió mensajeros a Sicón, rey del país, pidiéndole per-

miso para pasar, con las seguridades que quisiera pedirle. Le

 

prometió que no serían ofendidos, ni el país que Sicón gobernaba

ni sus habitantes, y que compraría las provisiones a un precio

conveniente para el rey, incluyendo, si lo quería, el agua.

Sicón rechazó la oferta y puso a su ejército en pie de guerra,

preparándose para impedirles el paso por el Arno.

2. Viendo Moisés que el rey amorreo estaba dispuesto a

entrar en hostilidades, decidió que no debía tolerar el insulto; y

resuelto a arrancar a los hebreos de su temperamento indolente

y prevenir los desórdenes resultantes, que habían motivado la

anterior sedición (y todavía no estaban del todo apaciguados),

preguntó a Dios si le daba permiso para pelear. Acordado el

permiso, y habiéndole Dios prometido la victoria, se sintió muy

animado y dispuesto a entrar en batalla.

Alentó a los soldados, instándolos a que tomaran gusto a la

pelea, ahora que Dios les había dado la venia para combatir.

Recibida la misión, que ansiaban hacía mucho tiempo, los

hombres revistieron los armamentos y pusieron manos a la obra

sin demora. El rey de los amorreos no las tuvo todas consigo

cuando los hebreos estuvieron listos para el ataque; tuvo miedo,

 

y su ejército, que antes había demostrado mucho valor, se volvió

temeroso y no pudo hacer frente a los hebreos ni resistir su

primera embestida.

Huyeron, creyendo que podrían escapar protegiéndose en sus

 

ciudades, que eran fuertes; pero no sacaron ninguna ventaja hu-

yendo hacia ellas, porque no bien los hebreos los vieron ceder te-

rreno inmediatamente los siguieron pisándoles los talones. Una

 

vez rotas las filas los aterrorizaron grandemente,

desprendiéndose algunos de ellos para correr a las ciudades.

Los hebreos los siguieron vivamente persistiendo

obstinadamente en la tarea que habían emprendido; y como eran

muy hábiles en el manejo de la honda y muy diestros para

arrojar flechas, o cualquier otra cosa parecida, y como sólo

llevaban armamento ligero, lo que los hacía veloces para la

persecución, alcanzaron al enemigo. A los que estaban más lejos

y no podían llegar hasta ellos, los alcanzaban con sus hondas o

sus arcos, y los mataron en gran número. Los enemigos que

escaparon a la matanza quedaron gravemente heridos, y muchos

sufrieron más por la sed que por los elementos bélicos; porque

era verano y corrieron en desorden al río por el deseo de beber.

Allí fueron rodeados por los hebreos, que los atacaron con dardos

y flechas e hicieron una matanza. El rey Sicón también fué

muerto.

Los hebreos despojaron los cadáveres recogiendo el botín. La

tierra que tomaron abundaba en frutos, y el ejército la recorrió

sin temor, alimentando al ganado y se apoderaron de las

ciudades sin que nadie pudiera detenerlos, ya que todos los

hombres combatientes habían perecido.

Esta fué la destrucción que alcanzó a los amorreos, que no

eran sagaces en los designios ni valerosos en la acción. Los

hebreos tomaron posesión de su tierra, que es un país situado

entre tres ríos y parece una isla. El río Arno es su límite sud, el

Jabaco determina el lado norte (este río, al derramarse en el

Jordán, pierde su nombre y toma el otro), y el Jordán corre por

todo el costado oeste.

3. Cuando las cosas llegaron a este estado, Og, el rey de

Galaad y Gaulanitis, cayó sobre los israelitas. Llevó consigo un

 

ejército y acudió apresuradamente en ayuda de su amigo Sicón.

Aunque ya lo encontró muerto, decidió no obstante pelear con los

hebreos, suponiendo que sería demasiado para ellos y deseando

probar su valor.

Sus esperanzas fallaron y fué muerto en la batalla y

destruido su ejército. Moisés atravesó el río Jabaco e invadió el

reino de Og. Derribó las ciudades y mató a todos sus habitantes,

que superaban en riquezas a todos los hombres de esa parte del

continente, debido a la bondad de la tierra y la abundancia de

sus frutos. Muy pocos hombres había iguales a Og, en el tamaño

de su cuerpo y la belleza de su aspecto. Era, además, un hombre

de gran habilidad, hábil en el uso de sus manos, y sus proezas

armonizaban con el enorme tamaño y la hermosa apariencia de

su cuerpo. Los hombres pudieron adivinar fácilmente su fuerza y

magnitud, cuando tomaron su cama en Rabat, la ciudad real de

los amonitas; estaba hecha de hierro y tenía cuatro codos de

ancho y un codo más del doble de largo.

Su caída no sólo mejoró la situación actual de los hebreos,

sino que su muerte fué para ellos motivo de nuevos triunfos,

porque tomaron las sesenta ciudades, rodeadas de excelentes

murallas, que le estaban sometidas, y cobraron en general y en

particular una buena presa.

 

CAPITULO VI

 

El profeta Balaam y la apostasía de Zambrías

 

1. Moisés condujo su ejército al Jordán e instaló el

campamento en la gran planicie que se hallaba frente a Jericó.

Esta ciudad gozaba de una situación muy buena y era muy

adecuada para producir palmeras y bálsamos. Los israelitas

comenzaron a sentirse muy orgullosos de sí mismos y muy

ansiosos de pelear. Moisés, después de haber ofrecido durante

varios días sacrificios de agradecimiento a Dios y fiestas al

pueblo, envió una expedición de hombres armados a arrasar el

país de los madianitas y tomar sus ciudades. La ocasión con que

decidió hacerles la guerra fué la siguiente:

2. Cuando Balac, rey de los moabitas, que por sus

antepasados tenía parentesco y asociación con los madianitas,

vió el gran crecimiento de los israelitas, tuvo miedo, por el

peligro que corrían él y su reino, porque ignoraba que los

hebreos, habiéndoles Dios pro. hibido ir más lejos, no tocarían a

ningún otro país y se limitarían a la posesión del país de

Canaán. Con más apresuramiento que sabiduría Balac resolvió

hacer la tentativa de atacarlos con palabras; no creyó prudente

combatir con ellos, después de sus grandes triunfos, y de su

propiedad que había aumentado hasta con los malos éxitos, y

pensó tratar de impedir que siguieran prosperando. Decidió,

pues, enviar embajadores a los madianitas para conversar con

ellos al respecto.

Los madianitas, sabiendo que junto al Eufrates vivía un tal

Balaam, que era uno de los más grandes profetas de la época y

era amigo de ellos, envió a varios de sus honorables príncipes

junto con los embajadores de Balac, para rogar al profeta que

fuera a imprecar maldiciones para la destrucción de los

israelitas.

 

Balaam recibió a los embajadores y los trató muy

amablemente y después de haber cenado inquirió cuál era la

voluntad de Dios acerca del asunto para el que le pedían los

madianitas que fuera a su país. Como Dios se opusiera a su

partida, volvió a reunirse con los embajadores y les dijo que él

satisfaría con mucho gusto su pedido, pero Dios se oponía a sus

intenciones, ese Dios que lo había exaltado hasta la reputación

que poseía por la verdad de sus predicciones; porque ese ejército,

que le pedían que fuera a maldecir, gozaba del favor de Dios. Por

lo tanto les aconsejaba que volvieran a su tierra y que no

persistieran en su enemistad con los israelitas. Después de

darles su respuesta, despidió a los embaja. dores.

3. Los madianitas, cediendo a las sinceras instancias y

fervientes ruegos de Balac, enviaron otros embajadores a

Balaam quien, deseando satisfacerlos, volvió a interrogar a Dios;

disgustado por esta prueba, le ordenó que no contradijera a los

embajadores. Balaam no se imaginó que Dios le había dado esa

orden para engañarlo, y se fué con los embajadores; pero cuando

el ángel divino le salió al paso en un pasaje angosto y lo cercó con

paredes por los dos lados, la burra que montaba comprendió que

era un espíritu divino el que les había salido al paso, y arrojó a

Balaam contra una de las paredes, sin cuidarse de los golpes que

Balaam le aplicó cuando se sintió lanzado contra la pared.

Perturbada por el ángel y por los golpes, la burra cayó al

suelo, y por la voluntad de Dios hizo uso de una voz de hombre y

se quejó contra Balaam, acusándolo de maltratarla

injustamente; sin tener motivo para castigarla, le dijo, por sus

anteriores servicios, ahora la apaleaba sin entender que era la

providencia de Dios que le estorbaba para que no fuera a realizar

lo que se proponía.

Balaam quedó perplejo por la voz de la burra, que era la voz

 

de un hombre; entonces se le apareció claramente el ángel y le re-

prochó los golpes que había aplicado a la burra y le informó que

 

el animal no había cometido ninguna falta y que él había ido a

interrumpirle el viaje que era contrario a la voluntad de Dios.

 

Balaam se asustó y se dispuso a regresar; pero Dios lo incitó a

proseguir su camino, pero agregando la orden de que no dijera

nada más que lo que él le sugeriría.

 

4. Recibido ese encargo de Dios, Balaam se presentó ante Ba-

lac. El rey lo atendió magníficamente y le pidió que se

 

transladara a una de las montañas a observar la situación del

campamento hebreo. Balac también fué a la montaña llevando

consigo al profeta y un cortejo real. La montaña se hallaba por

encima de los hebreos y a una distancia de sesenta estadios del

campamento. Después de observarlos, Balaam pidió al rey que

levantara siete altares y le llevara otros tantos toros y carneros.

El rey satisfizo su deseo. Balaam mató los sacrificios y los ofreció

en holocausto. Como observara la señal de una fuga, dijo:

 

-Dichoso este pueblo a quien Dios otorgó la posesión de innu-

merables cosas buenas, y le concede su providencia para asistirlo

 

y guiarlo. No habrá ninguna nación en la humanidad a la que no

seáis considerados superiores en virtud y en la celosa

observancia de las mejores reglas de vida, libres de perversidad.

Reglas excelentes que dejaréis a vuestros hijos, por la

consideración que Dios os guarda y la provisión de cosas que os

harán más felices que cualquier otro pueblo que se encuentra

bajo el sol. Vosotros retendréis la tierra a la que él os mandó, la

que estará siempre a las órdenes de vuestros hijos, y tanto esta

tierra como el mundo entero y los mares se llenarán de vuestra

gloria. Seréis suficientemente numerosos como para proveer al

mundo en general, y a cada región en particular, de habitantes

de vuestra estirpe. Y eso aunque sea extraño, ¡oh, bendito

ejército!, que hayáis salido tantos de un solo padre. Realmente la

tierra de Canaán podrá conteneros ahora que sois relativamente

pocos; pero sabed que todo el mundo es propuesto para ser el

lugar de vuestra residencia permanente.

"La multitud de vuestra posteridad vivirá tanto en las islas

como en el continente, y en mayor número que el de las estrellas

del cielo. Y cuando hayáis llegado a ser tantos, Dios no dejará de

cuidaros, os suministrará en abundancia todas las cosas buenas

en tiempo de paz y la victoria y la dominación en tiempo de

guerra.

 

"Que los hijos de vuestros enemigos se sientan tentados de lu-

char con vosotros, y que les sea duro llegar a las armas y

 

asaltaros en combate, porque no volverán victoriosos ni su

retorno será placentero para sus esposas y sus hijos. A ese alto

grado de valor seréis elevados por la providencia de Dios, que

puede disminuir la afluencia de unos y suplir las necesidades de

otros.

5. Así habló Balaam por inspiración, porque no podía hacerlo

por su propio poder sino movido por el espíritu divino. Pero

Balac quedó disgustado, afirmando que había violado el

compromiso, según el cual había ido, invitado por él y sus

confederados y con la promesa de grandes obsequios, para

maldecir a sus enemigos, y él en cambio los había encomiado,

diciendo que eran los más felices de los hombres. A esto replicó

Balaam:

 

-Si consideras justicieramente este asunto, loh, Balac!, com-

prenderás que no está en nuestro poder callar o decir algo

 

cuando hemos sido tomados por el espíritu de Dios. Porque él nos

pone en la boca las palabras que quiere y frases de las que

nosotros no tenemos conciencia. Bien recuerdo los ruegos con los

cuales vosotros y los madianitas me trajeron jubilosamente

hasta aquí, y por los cuales emprendí este viaje. Rogué que me

fuera permitido no defraudar vuestros deseos; pero Dios es más

fuerte que las intenciones que tuve de serviros; porque aquellos

que han asumido la tarea de predecir los hechos de la

humanidad de acuerdo con sus propias capacidades, se ven

completamente incapacitados para hacerlo, o de abstenerse de

pronunciar lo que Dios les sugiere, o de hacer violencia a su

voluntad, porque cuando él nos previene o entra en nosotros,

nada de lo que decimos es nuestro. Yo no me propuse elogiar a

ese ejército, ni enumerar las diversas cosas buenas que Dios se

propone hacer a su raza, pero como Dios estaba tan inclinado en

su favor y tan dispuesto a concederles una vida feliz y gloria

eterna, me sugirió la declaración de esas cosas. Mas ahora, como

mi deseo es cumplir contigo y con los madianitas, cuyos ruegos

no es decente que rechace, erijamos otros altares y ofrezcamos de

nuevo los mismos sacrificios de antes, para que yo vea si puedo

 

persuadir a Dios de que me permita atar a esos hombres con

maldiciones.

 

Balac estuvo de acuerdo, pero Dios no consintió, ni con el se-

gundo sacrificio, que maldijera a los israelitas. Volvió a sacrificar

 

por tercera vez, después de hacer levantar nuevos altares, pero

ni aun entonces lanzó maldiciones contra los israelitas. Balaam

cayó de cara al suelo, y predijo las calamidades que caerían sobre

los reyes de las naciones y las ciudades más eminentes, muchas

de las cuales no estaban desde hacía mucho tiempo ni siquiera

habitadas. Hechos que luego ocurrieron entre los distintos

pueblos referidos, en los tiempos pasados y en los actuales, hasta

llegar a mis propios tiempos, tanto por mar como por tierra. Del

cumplimiento de todas las predicciones que formuló se puede

fácilmente comprender que las restantes también se cumplirán

en lo futuro.

6. Muy enojado por el hecho de que los israelitas no hubiesen

sido maldecidos, Balac despachó a Balaam sin considerarlo digno

de nada más. Cuando ya estaba por pasar el Eufrates, envió a

buscar a Balac y los príncipes madianitas, y les habló de la

siguiente manera

-¡Oh, Balac, y vosotros los madianitas que estáis presentes!

Me siento obligado, aun sin la voluntad de Dios, a daros

satisfacción. Es verdad que no puede caer sobre los hebreos la

destrucción completa, ni por medio de guerras, ni por plagas, ni

por la escasez de frutos de la tierra, ni puede llegar a ser su

ruina total ningún otro accidente inesperado. Porque la

providencia de Dios se preocupa de preservarlos de esas

desgracias y no permitirá que les caiga ninguna calamidad que

los haga perecer.

"Pero pequeñas desgracias, y por poco tiempo, y por las que

parezca que han caído, puede acaecerles. Sólo que después de

ellas florecerán de nuevo, para terror de los que les han aportado

desdichas. De modo que si os proponéis obtener alguna victoria

sobre ellos por un corto espacio de tiempo, lo conseguiréis

siguiendo mis indicaciones. Elegid las más hermosas de vuestras

hijas, las que sean más eminentes por su belleza y apropiadas

para doblegar y conquistar la modestia de los que las miran,

 

preparadlas bien vestidas y adornadas, lo mejor que podáis, y

enviadlas a las proximidades del campamento israelita,

encargándoles que cuando los jóvenes hebreos requieran su

compañía, se la concedan.

"Cuando vean que están enamorados de ellas, que se

despidan para irse, y si les piden que se queden, que no les den

consentimiento hasta que no los hayan persuadido de que

abandonen la obediencia a sus leyes y el culto al Dios que las

estableció y adoren a los dioses de los madianitas y los moabitas;

de este modo Dios se enojará con ellos.

Después de darles este consejo, Balaam se fué.

7. Los madianitas enviaron a sus hijas, como Balaam les

había exhortado a hacerlo, y los jóvenes hebreos se sintieron

atraídos por su belleza y fueron a hablar con ellas, rogándoles

que no les escatimaran el gozo de su hermosura ni les negaran la

conversación. Las hijas de los madianitas recibieron sus

palabras de buen grado y consintieron al pedido, quedándose con

ellos; pero cuando lograron enamorarlos y la inclinación de los

jóvenes hacia ellas se había hecho madura, comenzaron a hablar

de retirarse.

Los hombres se sintieron grandemente desconsolados e

instaron a las mujeres a que no se fueran y les rogaron que se

quedaran y fueran sus esposas, prometiéndoles que serían

dueñas de todo lo que poseían. Esta promesa la afirmaron con

juramento poniendo a Dios de árbitro de su ofrecimiento; lo

dijeron con lágrimas en los ojos y todas las demás señales de

afecto, para despertar su compasión demostrándoles lo

desdichados que serían sin ellas.

Las mujeres, en cuanto notaron que los habían hecho sus

esclavos, conquistándolos con su conversación, comenzaron a

hablar de la siguiente manera:

8. -¡Oh, jóvenes ilustres! Nosotros poseemos nuestras casas,

llenas de cosas buenas, junto con el natural afecto de nuestros

padres y amigos. No hemos venido a conversar con vosotros

porque nos falten esas cosas, ni hemos admitido la invitación con

el propósito de prostituir por lucro la belleza de nuestros

 

cuerpos; accedimos a vuestro pedido considerándoos hombres

valientes y dignos, y para poder trataros con los honores que

exije la hospitalidad. Ahora, ante vuestras afirmaciones de que

sentís un gran afecto por nosotras y os perturba la idea de que

nos vayamos, no nos negaremos a vuestros ruegos, y si

pudiéramos recibir las seguridades de vuestra buena voluntad

que considerásemos suficientes, tendríamos mucho gusto de vivir

con vosotros en calidad de esposas; pero tememos que con el

tiempo os canséis de nuestra compañía, nos maltratéis y nos

enviéis ignominiosamente de vuelta a las casas de nuestros

padres.

Los jóvenes afirmaron que les darían todas las seguridades

que quisieran y no les discutieron nada de lo que dijeron, tan

grande era la pasión que sentían.

 

-Si ésta es vuestra decisión -respondieron ellas-, como vos-

otros usáis costumbres y formas de vida que son completamente

 

diferentes de las de todos los hombres, tanto que vuestros

alimentos son propios solamente de vosotros y vuestras bebidas

no son comunes a las demás, ha de ser absolutamente necesario,

si queréis que seamos vuestras esposas, que también vosotros

adoréis a nuestros dioses. No puede haber ninguna otra prueba

del cariño que afirmáis sentir y prometéis para lo futuro que

ésta, la de que adoréis los mismos dioses que nosotros. ¿Puede

alguien quejarse razonablemente de que al haber llegado a este

país adoréis sus dioses? Sobre todo siendo nuestros dioses

comunes a todos los hombres, y el vuestro uno que no pertenece

a nadie más que a vosotros.

Añadieron que debían adoptar los métodos de culto de todos

los demás, o buscar otro mundo en el que pudieran vivir para

ellos mismos, de acuerdo con sus leyes.

9. Inducidos por el cariño que sentían hacia aquellas mujeres,

los jóvenes juzgaron que habían hablado muy bien y se rindieron

a sus indicaciones, trasgrediendo las leyes paternas y aceptando

que había muchos dioses, a los que resolvieron ofrecer sacrificios

de acuerdo con las leyes de la tierra. Saborearon encantados sus

extraños alimentos e hicieron todo lo que las mujeres les

mandaban, aunque contradecían sus propias leyes.

 

La transgresión se extendió a todo el ejército de los jóvenes,

los que cayeron en una sedición mucho peor que la anterior, y en

el peligro de la abolición de todas sus instituciones. Porque

después de tomar el gusto a aquellas extrañas costumbres,

cayeron en una insaciable inclinación hacia ellas, y aunque

algunos de los hombres principales eran ilustres por las virtudes

de sus padres, se corrompieron junto con todos los restantes.

10. Incluso Zambrías, el jefe de la tribu de Simón, buscó la

compañía de Cosbia, una mujer madianita hija de Sur, hombre

de autoridad en aquel país. Solicitado por su mujer a que

abandonara la ley de Moisés y siguiera aquellas a las que ella

estaba habituada, satisfizo su deseo, sacrificando de manera

distinta a la suya y tomando una mujer extranjera por esposa.

En ese estado de cosas, Moisés, temeroso de que las cosas

empeoraran aún más, congregó al pueblo y no acusó a nadie por

su nombre para no hacer desesperar a los que, ocultándose en

mentiras, podían arrepentirse. Sólo dijo que no habían observado

una conducta digna de ellos mismo ni de sus padres, al preferir

el placer a Dios y a vivir de acuerdo con su voluntad; que era

conveniente que cambiaran de rumbo mientras las cosas se

hallaban aún en buen estado, y que no creyeran que era fuerte el

que hacía violencia a sus leyes sino el que resistía a la lujuria.

Dijo además que no era razonable que después de haber hecho

una vida sobria en el desierto se portaran descabelladamente

ahora que estaban en la prosperidad, y que no debían perder,

ahora que tenían abundancia, lo que habían ganado cuando

tenían poco. Y les rogó que corrigieran a los jóvenes y los

hicieran arrepentirse de lo que habían hecho.

11. Pero Zambrías se levantó y dijo:

-Tú, Moisés, puedes usar libremente las leyes a las que tienes

tanto cariño y que afirmaste sobre la ingenuidad de esta gente;

de lo contrario, no siendo por este carácter que tienen, ya

habrías averiguado, mediante más de un castigo, que no es fácil

imponerse a los hebreos. Pero no me obligarás a que sea tu

partidario en tus órdenes tiránicas, porque hasta ahora no has

hecho otra cosa más que imponernos la esclavitud y lograr

dominio, con el pretexto de las leyes y de Dios, mientras nos

 

privabas de las dulzuras de la vida, que consisten en actuar de

acuerdo con nuestra propia voluntad, derecho de los hombres

libres y de los que no tienen amo que los mande. Serías más duro

con los hebreos que los mismos egipcios, al pretender castigar de

acuerdo con tus leyes.

 

"Cada cual se conduce como mejor le place; tú eres el que me-

rece castigo, por pretender abolir lo que cada cual sabe que es lo

 

mejor para él, y tratas de que tu sola opinión tenga más fuerza

que la de todos los demás. Lo que hago ahora, y que creo que es

lo correcto, no negaré que lo hago de acuerdo con mis propios

sentimientos. Desposé, como tú dices correctamente, a una

mujer extranjera, y lo hago como hombre libre, y no intento por

cierto disimularlo. Admito también que ofrezco sacrificios a los

dioses a quienes tú no consideras digno sacrificar.

"Creo justo inquirir la verdad preguntando a muchos, y no

vivir bajo la tiranía para sufrir que todas las esperanzas de la

vida dependan de un solo hombre. Nadie podrá vanagloriarse de

que tiene más autoridad sobre mis acciones que yo mismo."

12. Después que Zambrías hubo dicho esas cosas, sobre los

hechos que perversamente él y otros habían cometido, el pueblo

guardó silencio, por temor de lo que pudiera ocurrirles, y porque

vieron que su legislador no quería seguir presentando ante el

pueblo la insolencia de aquel hombre ni discutir abiertamente

con él, para evitar que otros muchos imitaran su lenguaje

imprudente perturbando a la multitud. En seguida fué disuelta

la asamblea.

Aquella perniciosa tentativa habría ido más lejos si Zambrías

no hubiese sido muerto. Lo cual ocurrió de la siguiente manera:

Finees, un hombre mejor que el resto de los jóvenes y que por su

padre superaba a sus contemporáneos en dignidad (porque era

hijo de Eleazar, el sumo sacerdote, y nieto del hermano de

Moisés), grandemente perturbado por lo que Zambrías había

hecho, resolvió seriamente castigarlo, antes de que su indigna

conducta creciera por la impunidad, y para impedir que la

transgresión avanzara, lo que sucedería si los cabecillas no eran

castigados. Era intrépido de alma y fuerte de cuerpo, y cuando

adoptaba una resolución peligrosa no la postergaba hasta

 

dominarla, y obtuvo una victoria completa. Penetró en la tienda

de Zambrías y lo mató con su lanza, y junto con él mató también

a Cosbia.

Después de eso todos aquellos jóvenes que respetaban la

virtud y querían hacer una acción gloriosa, imitaron la audacia

de Finees, y mataron a todos los que fueron hallados culpables

del mismo crimen que Zambrías. Muchos de los transgresores

murieron por la valiente actitud de los jóvenes; los restantes

murieron a causa de una plaga, enfermedad que Dios mismo les

mandó. Todos sus parientes que, en lugar de impedirles que

realizaran esas perversas acciones, los convencieron de que las

prosiguieran, fueron considerados por Dios como cómplices, y

murieron. Murieron no menos de catorce mil del ejército1

.

 

13. Esa fué la causa de que Moisés se viera inducido a enviar

un ejército a destruir a los madianitas. De esa expedición habla.

remos luego, después de haber relatado lo que hemos omitido.

Porque es justo no pasar por encima del debido encomio a

nuestro legislador, por su conducta en este asunto.

Balaam fué enviado por los madianitas para maldecir a los

hebreos, y al ser estorbado para hacerlo por la providencia

divina les sugirió aquel consejo, con cuyo ardid nuestros

enemigos casi corrompieron a toda la multitud de los hebreos,

hasta el punto de que algunos de ellos se vieron hondamente

afectados por sus opiniones; no obstante Moisés le hizo el gran

honor de registrar por escrito sus profecías. Estando en su mano

pretender para sí esa gloria y hacer creer a los hombres que esas

predicciones eran suyas, no habiendo nadie que pudiera

atestiguar lo contrario, le acordó su testimonio y le hizo el honor

de mencionarlo con ese motivo. Pero que cada cual piense al'

respecto lo que le plazca.

 

1 Esta cifra está en contradicción con la de veinticuatro mil que da la Biblia (Núm., 25-9).

 

CAPITULO VII

 

Los hebreos pelean con los madianitas, y los vencen

1. Moisés envió un ejército sobre el 'país madianita, por las

causas arriba mencionadas, con un total de doce mil hombres,

los que tomó en igual número de cada tribu. Nombró

comandante a Finees, de quien hemos hablado anteriormente,

diciendo que era el que había guardado la ley de los hebreos,

castigando a Zambrías cuando la transgredió.

Viendo los madianitas que venían los hebreos y que caerían

de pronto sobre ellos, reunieron el ejército, fortificaron las

entradas del país y aguardaron la llegada del enemigo. Cuando

llegaron se trabaron en lucha, cayendo una inmensa multitud de

los madianitas, tantos que no pudieron ser contados. Entre ellos

cayeron todos sus reyes, en número de cinco, a saber: Oeo, Sur,

Robees, Ures y Recem. La ciudad que lleva el nombre de este

último es la principal de toda Arabia y todavía ahora la nación

árabe la llama Arecem, por el nombre de su rey fundador; los

griegos la llaman Petra.

Derrotado el enemigo, los hebreos saquearon el país, tomando

un gran botín, y destruyeron a los hombres que lo habitaban,

junto con las mujeres. Sólo dejaron a las vírgenes, como Moisés

lo ordenara a Finees, quien regresó trayendo un ejército que no

había sufrido ningún daño y un gran botín: cincuenta y dos mil

reses, setenta y cinco mil seiscientas ovejas, sesenta mil asnos y

una inmensa cantidad de objetos de oro y plata que los

madianitas empleaban en sus hogares; porque eran tan ricos que

llegaban a ser lujosos. También tomaron cautivas a treinta y dos

mil vírgenes.

Moisés dividió el botín en partes, y dió una cincuentava parte

a Eleazar y los dos sacerdotes y otra cincuentava parte a los

levitas, distribuyendo el resto entre el pueblo. Después de esto

vivieron felices, habiendo obtenido abundantes cosas buenas por

 

su valor y sin que hubiera desgracias que los afligieran o les

perturbara el goce de su felicidad.

2. Pero Moisés se había vuelto viejo y nombró sucesor a

Josué, para recibir directivas de Dios como profeta y como

comandante del ejército, cuando les hiciese falta. Lo cual hizo

por orden de Dios, que dispuso que le fuera encomendado el

cuidado de la cosa pública. Josué había sido instruído en todo lo

concerniente al estudio de las leyes, habiendo sido Dios mismo y

Moisés sus instructores.

3. Fué entonces cuando las dos tribus de Gad y de Rubén y

media tribu de Manasés, que poseían una gran cantidad de

ganado así como muchas otras cosas de prosperidad, después de

reunirse en asamblea fueron a ver a Moisés y le pidieron que les

diera, como parte particular de ellos, la tierra de los amorreos,

que habían tomado por derecho de guerra, porque era fructífera

y buena para el pastoreo del ganado. Moisés, suponiendo que

temían pelear con los cananeos y usaban la preocupación por el

ganado como una bonita excusa para eludir la guerra, los llamó

cobardes y les dijo que habían buscado únicamente una excusa

decente para cubrir su cobardía, que se proponían vivir con lujo

y holgorio, mientras los restantes trabajaban fatigosamente para

obtener la tierra que querían poseer, y que no querían marchar

con ellos y sobrellevar los esfuerzos que faltaban y que eran los

de pasar el Jordán y dominar a los enemigos que Dios les había

señalado para obtener sus tierras.

Las tribus, al ver el enojo de Moisés y comprender que tenía

un justo motivo para sentirse disgustado por su pedido, se

disculparon y dijeron que no lo habían formulado por temor al

peligro, ni por pereza, sino para dejar la presa que les tocó en

lugar seguro y encontrarse más libres y dispuestos a afrontar las

dificultades y librar batallas. Añadieron que después de levantar

ciudades, en las que pudieran poner a cubierto a sus hijos, sus

esposas y sus pertenencias, si sedas acordaba, irían con todo el

resto del ejército.

Ante esas palabras Moisés quedó satisfecho. Llamó a Eleazar

 

el sumo sacerdote y a Josué, y a los jefes de las tribus y los auto-

rizó a poseer la tierra de los amorreos; pero con la condición de

 

que participaran con sus parientes en la guerra, hasta que todas

las cosas quedaran establecidas. Con esta condición tomaron

posesión del país y edificaron ciudades fuertes, en las que

instalaron a sus hijos y sus esposas y todo lo que poseían y que

podía ser un impedimento en la actividad de sus futuras

marchas.

4. Moisés edificó las diez ciudades que integrarían el número

de cuarenta y ocho, tres de las cuales las asignó para que

aquellos que habían matado a alguna persona

involuntariamente pudieran asilarse en ellas, y señaló para su

destierro el mismo lapso que el de la vida del sumo sacerdote

bajo quien ocurrieron las muertes y la huída, permitiendo el

retorno de los matadores después de la muerte del sumo

pontífice. Durante el destierro los parientes de los que fueron

 

muertos podían, por esta ley, matar al homicida, si lo sorpren-

dían fuera de los límites de la ciudad a la que había huido, aun-

que este permiso no se le concedía a ninguna otra persona. Las

 

ciudades apartadas para servir de refugio eran éstas: Bosora, en

los límites de Arabia; Arimán, en el país de Galaad, y Gaulana,

en la tierra de Batanea. Habría también, por orden de Moisés,

otras tres ciudades destinadas a la residencia de los fugitivos de

las ciudades de los levitas, pero no antes de que entraran en

posesión de la tierra de Canaán.

5. Fué entonces cuando los principales de la tribu de Manasés

fueron a ver a Moisés, y le informaron que había muerto un

hombre eminente de su tribu, llamado Holofantes, que no había

dejado hijos pero sí hijas; y le preguntaron si las hijas podían

heredar su tierra.

Moisés respondió que si se casaban dentro de la tribu,

podrían mantener su patrimonio; pero que si se daban en

matrimonio a hombres de otras tribus, deberían dejar la

herencia en la tribu del padre. Y fué entonces cuando Moisés

ordenó que la herencia de cada cual debía continuar en su

respectiva tribu.

 

CAPITULO VIII

 

Sobre la política establecida por Moisés, y de cómo el

 

legislador desaparece del mundo

 

1. Completados los cuarenta años, dentro de los treinta días

siguientes Moisés reunió a la congregación junto al Jordán, en

unsitio lleno de palmeras, donde se levanta actualmente la

ciudad de Abila. Reunido el pueblo le habló de la siguiente

manera:

2. -Israelitas y soldados que me acompañasteis en esta larga e

inquieta jornada: Puesto que es la voluntad de Dios, y así lo

exige mi edad de ciento veinte años, que abandone la vida; y

como Dios me prohibió que os apadrinara o asistiera en la tarea

que queda por realizar allende el Jordán, he creído razonable no

abandonar ni aun ahora mis esfuerzos en pro de vuestra

felicidad, y hacer en cambio todo lo posible para procuraros el

goce eterno de las cosas buenas, y para mí un momento

imperecedero como autor de vuestra prosperidad. Permitidme

que os sugiera de qué modo podréis ser felices y dejar una

posesión próspera eterna a vuestros hijos después de vosotros, y

luego irme del mundo. Merezco que me creais por las grandes

cosas que he hecho por vosotros y porque las almas cuando están

a punto de abandonar los cuerpos hablan con la más sincera

libertad. ¡Hijos de Israel! Hay una sola fuente de felicidad para

toda la humanidad: el favor de Dios. Porque sólo él es capaz de

dar cosas buenas a los que las merecen, y de privar de ellas a los

que pecan contra él. Si os comportáis de acuerdo con su

voluntad, y de acuerdo con lo que yo, que conozco muy bien su

pensamiento, os exhorto a que hagáis, seréis estimados y

bendecidos por él, y admirados por todos los hombres, y jamás

sufriréis desdichas ni dejaréis de ser felices. Así conservaréis la

posesión de las cosas buenas que ahora poseéis y obtendréis

rápidamente aquellas que ahora os faltan; sólo tenéis que ser

obedientes con aquel a quien Dios querrá que sigáis. No prefiráis

 

ninguna otra organización de gobierno a las leyes que os han

sido dadas; no descuidéis la forma de culto divino que tenéis

actualmente, ni la cambiéis por ninguna otra. Si así lo hacéis,

seréis los hombres más valientes sobrellevando las fatigas de la

guerra, y no seréis fácilmente conquistados por ninguno de

vuestros enemigos. Porque mientras Dios se encuentre presente

para asistiros, es de esperar que podáis desdeñar la oposición de

toda la humanidad. Y grandes recompensas os traerá la virtud,

si la conserváis durante toda la vida. La virtud es ella misma el

primero y principal de los bienes, que después concede

abundancia de otros; vuestro ejercicio de la virtud os hará vivir

felices y más gloriosos que lo que puedan ser los pueblos

forasteros, procurándoos indisputada reputación y prosperidad.

"Podréis obtener esas bendiciones si obedecéis y observáis las

leyes que os he ordenado, por mandato divino, y meditáis sobre

la sabiduría que contienen. Me alejo de vosotros, regocijándome

con las cosas buenas de que gozáis; y os recomiendo la sabia

 

conducción de vuestra ley, el decoroso orden de vuestra or-

ganización política y las virtudes de vuestros comandantes, que

 

atenderán a lo que es mejor para vosotros. Y que Dios, que ha

sido hasta ahora vuestro conductor, y por cuya voluntad os he

sido útil, no ponga punto final a su providencia para con

vosotros, y que gocéis de su cuidado mientras deseéis tenerlo de

protector, en vuestro ejercicio de la virtud. Vuestro sumo

sacerdote, Eleazar, lo mismo que Josué, con el senado y los jefes

de vuestras tribus, se pondrán a la cabeza de vosotros para

sugeriros los mejores consejos, siguiendo los cuales continuaréis

siendo felices. Prestadles oído sin reservas, sabiendo que el que

sabe ser gobernado sabrá también gobernar cuando sea llamado

a hacerlo.

 

"Y no penséis que la libertad consiste en oponeros a las direc-

tivas que vuestros gobernantes consideran conveniente daros,

 

como hacéis ahora, que sólo destináis la libertad a ofender a

vuestros benefactores. Si podéis evitar este error en lo futuro,

vuestros asuntos estarán en mejores condiciones que hasta

ahora. No pongáis en esas cosas el grado de pasión que a

menudo habéis puesto cuando os sentíais coléricos conmigo;

porque vos sabéis que he estado en peligro de morir a vuestras

 

manos más veces que a las de nuestros enemigos. Si ahora os lo

recuerdo no es para reprocharos, porque no lo considero

apropiado, ni me voy del mundo para traeroslo a la memoria y

dejaros ofendidos conmigo, ya que cuando sufrí esas injusticias

vuestras no estaba enojado con vosotros, sino para que seáis más

prudentes en lo sucesivo y para haceros ver que es por vuestra

seguridad. Quiero decir que no debéis ser injuriosos con los que

os dirigen, aunque os hayáis vuelto ricos, como lo seréis en alto

grado cuando hayáis pasado el Jordán y estéis en posesión de la

tierra de Canaán. Porque si impulsados por vuestras riquezas

llegáis hasta el extremo de menospreciar y descuidar la virtud,

habréis perdido el favor de Dios. Y cuando lo hayáis hecho, seréis

vencidos en la guerra, y vuestros enemigos os quitarán de nuevo

la tierra que poseáis, con grandes reproches hacia vuestra

conducta. Seréis dispersados por todo el mundo, y llenaréis como

esclavos mar y tierra. Después de sufrir esa experiencia os

arrepentiréis, recordando las leyes que violasteis cuando sea

demasiado tarde. Por eso quiero aconsejaros, si os proponéis

cuidar esas leyes, que no dejéis ningún enemigo vivo después de

haberlos vencido, y que consideréis conveniente para vosotros

destruirlos a todos, para que no ocurra que si los dejáis vivos

probéis sus costumbres y corrompáis vuestras instituciones. Os

exhorto asimismo a derribar sus altares y sus bosques y todos los

templos que tengan, y a que destruyáis su memoria por el fuego,

porque sólo por este medio podrá garantizarse la seguridad de

vuestra feliz organización. Y para evitar vuestra ignorancia de la

virtud, y la degeneración de vuestra naturaleza hacia el vicio, os

he ordenado leyes, por sugestión divina, y una forma de gobierno

que es tan buena, que si la observáis regularmente seréis

considerados los más dichosos de los hombres."

3. Dichas estas palabras, les dió las leyes y la constitución del

gobierno, escritas en un libro. El pueblo se deshizo en lágrimas y

parecía conmovido por la sensación de que les haría mucha falta

su conductor, porque recordaban la cantidad de peligros por que

había pasado y los cuidados que había tomado para evitarlos. Se

sintieron desesperados ante la idea de lo que les sobrevendría

 

después de su muerte, y pensaban que jamás tendrían otro go-

bernante como él; temían que cuando muriese Moisés, que solía

 

interceder por ellos, Dios se cuidaría menos de ellos. También se

sintieron arrepentidos y pesarosos por lo que le habían dicho en

el desierto cuando estaban coléricos, tanto que todo el pueblo

rompió a llorar con tanta amargura que no había palabras para

confortarlos en su aflicción. Moisés los consoló distrayéndolos del

pensamiento de que era digno de que lloraran por él, y los

exhortó a que mantuvieran la forma de gobierno que les había

dado. Luego la congregación fué disuelta.

4. Por consiguiente comenzaré ahora por describir esa forma

de gobierno que responde a la dignidad y la virtud de Moisés, e

informaré a los que lean estas antigüedades cómo era nuestra

organización original, procediendo luego a continuar con las

restantes historias. Esa organización se conserva escrita, tal

como él la dejó.

 

No agregaremos ningún adorno, ni nada que no sea lo que

Moisés nos dejó. Sólo innovaremos lo necesario para recopilar las

distintas clases de leyes en un sistema regular, porque las dejó

escritas tal como habían sido accidentalmente desparramadas en

su entrega, y tal como, a su requerimiento, las recibía de Dios.

Por eso he creído conveniente formular de antemano la

observación, para que no me culpen mis propios compatriotas de

haber inferido alguna ofensa.

Una parte de nuestra constitución comprende las leyes que

corresponden a nuestro estado político. En cuanto a las leyes que

 

Moisés dejó relativas a nuestras relaciones recíprocas, las he re-

servado para una exposición sobre nuestra forma de vida que me

 

he propuesto escribir, con la ayuda de Dios, después de haber

concluído la obra en que ahora estoy empeñado.

5. Cuando hayáis entrado en posesión de la tierra de Cancán

y tengáis ocasión de gozar de sus buenas cosas, y cuando hayáis

decidido posteriormente construir ciudades, si hacéis lo que es

grato a Dios gozaréis de una segura situación de bienestar.

Levantaréis entonces una ciudad santa en la tierra de Canaán,

situada en el lugar más agradable por su bondad y sus

cualidades, y será la que Dios elija por sí mismo por revelación

profética. Haréis un templo en ella, y un altar, erigido no con

 

piedra labrada sino con la que se recoge al azar, las que

blanqueadas con almirez tendrán una hermosa apariencia, grata

a la vista. El ascenso hacia el altar no será por gradas, sino por

cuesta de tierra elevada. Y no habrá altar ni templo en ninguna

otra ciudad; porque Dios es uno solo y la nación de los hebreos,

una sola.

 

6. El que blasfeme contra Dios, será apedreado y colgado de

 

un árbol todo ese día, y será luego sepultado de manera ignomi-

niosa y oscura.

 

7. Los que vivan en los confines de la tierra que posean los

hebreos acudirán a la ciudad donde se encuentre el templo, tres

veces por año, para dar gracias a Dios por sus anteriores

beneficios y rogarle por los que necesiten en adelante; de este

modo mantendrán una amistosa correspondencia con todos los

demás, reuniéndose y comiendo juntos; porque es bueno que

aquellos que son del mismo linaje y viven bajo las mismas leyes,

no sean desconocidos entre sí. Ese conocimiento será mantenido

conversando juntos, viéndose y hablando unos con otros y

renovando los recuerdos de esta unión. Porque si no conversan

continuamente parecerán extraños entre sí.

8. Sacaréis una décima parte de vuestros frutos, aparte del

que habréis asignado para darlo a los sacerdotes y los levitas, el

que podréis vender en el país, pero será para ser usado en las

fiestas y sacrificios que se celebren en la ciudad santa. Porque es

conveniente que gocéis los frutos de la tierra que Dios os da en

posesión, para honor del donante.

 

9. No ofreceréis sacrificios con las remuneraciones de las mu-

jeres prostitutas, porque a la divinidad no le agrada nada que

 

salga de esas ofensas a la naturaleza, de las que ninguna es tan

mala como la prostitución del cuerpo1

 

. De igual modo nadie

podrá emplear el precio de la cobertura de un perro, de los

 

1 Esta disposición parece inspirada por la costumbre imperante en Siria de ofrecer a Venus los emolumentos de

las prostitutas.

 

empleados en la caza o para cuidar ovejas, para ofrecer con él

sacrificios a Dios.

10. Que nadie blasfeme contra los dioses estimados como

tales por otras ciudades; y nadie podrá robar lo que pertenezca a

los templos ajenos, ni retirar las donaciones dedicadas a ningún

dios.

11. Que ninguno de vosotros use ropa hecha de lana y lino,

destinada únicamente para los sacerdotes.

12. Cuando la multitud se reúna cada siete años en la ciudad

santa para ofrecer sacrificios en la fiesta de los tabernáculos, el

sumo sacerdote subirá a una plataforma alta, para que pueda

ser oído por todos, y leerá las leyes al pueblo; no se impedirá

escucharlo a las mujeres y a los niños, ni tampoco a los

sirvientes. Es bueno que esas leyes queden grabadas en el alma

y conservadas en la memoria indeleblemente, porque de este

modo nadie será culpable de pecado al no poder alegar

ignorancia de lo que las leyes mandan. También tendrán las

leyes gran autoridad para predecir lo que sufrirán los que las

violan y para imprimir en el alma, escuchando su lectura, lo que

mandan hacer. Y que siempre las tengan presentes los que las

desprecien y violen causando su propia desgracia. Que también

los niños aprendan las leyes, siendo lo primero y lo mejor que se

deberá enseñarles y que será la causa de su futura felicidad.

 

13. Todos deberán conmemorar ante Dios los beneficios que

les otorgó al sacarlos de la tierra de Egipto, dos veces por día, al

comenzar el día y al llegar la hora del sueño, porque la gratitud

espor su propia naturaleza una cosa buena y sirve no sólo como

reribución por lo pasado, sino también como invitación de

futuros avores. Inscribirán también en las puertas de sus casas

las principales bendiciones que recibieron de Dios, y mostrarán

el mismo recuerdo en sus brazos; llevarán, asimismo, en la

frente y en el brazo los milagros que declaran el poder de Dios y

su buena voluntad hacia ellos, para que la disposición de Dios a

bendecirlos aparezca en todas partes claramente visible.

 

14. En cada ciudad habrá siete hombres para juzgar, serán

los más celosos en el ejercicio de la virtud y la justicia. Cada juez

tendrá asignados dos agentes de la tribu de Leví. Serán tenidos

en gran honor aquellos que sean elegidos para juzgar en las

diversas ciudades; a nadie le será permitido vilipendiar en su

presencia a nadie, ni tratarlo con insolencia, siendo natural que

el respeto hacia los que ocupan altos cargos entre los hombres

procure el temor y el respeto hacia Dios. Les será permitido a los

que juzgan determinar de acuerdo con lo que crean justo, a

menos que alguien pueda demostrar que han recibido soborno,

para pervertir la justicia, o pueda alegar alguna otra acusación

contra ellos por la que pueda suponerse que han dictado una

sentencia injusta; porque no es propio que las causas sean

determinadas por consideraciones de lucro, o por la dignidad de

los litigantes, debiendo los jueces estimar antes que ninguna

otra cosa aquello que es justo. De lo contrario Dios parecería

despreciado y estimado inferior a aquellos que por el temor a su

poder ocasionaron la sentencia injusta; porque la justicia es el

poder de Dios. El que complace a los que tienen gran dignidad

los supone más poderosos que Dios mismo. Pero si los jueces son

incapaces de dictar una sentencia justa en las causas que les

presentar. (lo que no es poco frecuente en las cosas humanas),

que envíen la causa sin determinarla a la ciudad santa, y que

allí la determinen como les parezcabien el sumo sacerdote, el

profeta y el sanedrín'.

1 Difiere de la enumeración de la Biblia, que sólo menciona a

los sacerdotes levitas y al juez (Deuteronomio, XVII, 9).

15. No debe darse crédito a un solo testigo; tienen que ser

tres, o por lo menos dos, y sólo aquellos cuyo testimonio esté

 

confirmado por la corrección de su vida. No se admitirá el testi-

monio de las mujeres, por su veleidad y la audacia de su sexo.

 

Tampoco se permitirá dar testimonio a los sirvientes, por la

villanía de su alma; ya que es probable que no digan la verdad,

por esperanza de lucro o temor al castigo. El que sea sospechado

de haber prestado falso testimonio, sufrirá, cuando sea convicto,

el mismo castigo que debía haber sufrido aquel contra quien

declaró.

 

16. Si se comete un crimen en cualquier parte y no se encuen-

tra al autor, ni hay sospechas de que alguien lo haya odiado y

 

matado, se hará una investigación diligente en busca del

hombre, ofreciéndose recompensas a quien lo descubra; si no se

obtiene ninguna información, se reunirán los magistrados y el

senado de las ciudades próximas al sitio donde se cometió el

crimen, y medirán la distancia que haya desde el sitio donde

yazca el cadáver. Luego el magistrado de la ciudad más cercana

comprará una ternera y la llevará a un valle, a un sitio donde no

haya tierra arada ni árboles plantados y cortará los nervios de la

ternera; luego el sacerdote y los levitas, y el senado de la ciudad

tomarán agua y se lavarán las manos sobre la cabeza del animal,

y declararán abiertamente que sus manos son inocentes del

crimen, que no lo han hecho ellos mismos ni ayudado al que lo

hizo. Rogarán asimismo a Dios que sea misericordioso con ellos y

que no vuelva a cometerse en esa tierra un hecho horrible como

aquél.

17. El gobierno de los mejores es el mejor régimen, lo mismo

que la forma de vida que de él deriva; no tengáis nunca

inclinación hacia ninguna otra forma de gobierno, amad ese

régimen, observad las leyes de vuestros gobernantes y gobernad

todas vuestras acciones de acuerdo con ellas; porque no

necesitáis otro supremo gobernante más que Dios. Pero si

deseareis un rey, que sea uno de vuestra propia nación, que sea

siempre, perpetuamente, cuidadoso de la justicia y de otras

virtudes, que se someta a las leyes y estime los mandamientos

de Dios como su más alta sabiduría. Pero que no haga nada sin

el sumo sacerdote y el voto de los senadores; que no posea un

gran número de esposas, ni persiga abundancia de riquezas, ni

multitud de caballos, por lo que pueda volverse demasiado

orgulloso para someterse a las leyes. Y si se aficiona a esas

cosas, restringidlo, para que no se vuelva tan poderoso que su

estado se haga incompatible con vuestro bienestar.

18. No será legal modificar las fronteras, ni las nuestras ni

las de aquellos con quienes estamos en paz. Tened cuidado de no

 

retirar los mojones que son, por así decirlo, un límite divino e in-

conmovible de derechos hecho por Dios mismo para durar siem-

pre; porque pasar de los límites y ganar terreno a costa de otros,

 

es motivo de guerras y sediciones; los que modifican fronteras no

están lejos de intentar la subversión de las leyes.

19. El que siembre un lote de tierra, cuyos árboles produzcan

frutos antes del cuarto año, no deberá llevar las primicias a Dios,

ni usar esos frutos él mismo, porque no se han producido en su

 

estación apropiada; porque cuando la naturaleza hace un esfuer-

zo intempestivo el fruto no es apropiado para Dios, ni para uso

 

de su dueño, quien deberá juntar todo lo que creció el cuarto año,

que es la estación propia. Después de recogido deberá llevarlo a

la ciudad santa y gastarlo, junto con el diezmo de sus restantes

frutos, celebrando festines con sus amigos, con los huérfanos y

con las viudas. Pero el fruto del quinto año será suyo y podrá

usarlo como le plazca.

 

20. No sembraréis con semilla un lote de terreno plantado con

vides, porque es suficiente que nutra esta planta sin que deba

ser atigado además por el arado. Araréis vuestras tierras con

bueyes, y no obligaréis a otros animales a unirse con ellos en el

mismo yugo; labraréis vuestros campos con animales que sean

de la misma especie. Las semillas también deberán ser puras,

sin mezclas, y no estarán compuestas de dos o tres clases; porque

a la naturaleza no le agrada la unión de las cosas que no son de

la misma clase, ni deberéis vosotros permitir que engendren

juntos animales de distinta clase. Hay razones para temer que

esa injuria antinatural se extienda de los animales de distintas

clases a los hombres; a esto pueden conducir las faltas cometidas

con sujetos insignificantes. No debe permitirse que por imitación

se introduzca la más mínima subversión en la constitución. Las

leyes no deben descuidar ni aun las cosas chicas, y deben estar

ellas mismas por encima de todo reproche.

 

21. Los que cosechan y recogen el maíz cosechado, no reco-

gerán las arrebañaduras; dejarán algunos puñados para los que

 

estén apurados por las necesidades de la vida, para que puedan

servirles de sustento y proveer a su subsistencia. Lo mismo

cuando recojan la uva; dejarán algunos racimos para los pobres,

y dejarán pasar algo de los frutos de los olivos, cuando los

recojan, dejándolos para que los compartan los que no los

 

tengan; porque la ventaja que obtendrán los dueños recogiéndolo

todo no será tan grande como la que obtendrán de la gratitud de

los pobres. Y si vosotros no os preocupáis solamente de vuestro

propio beneficio sino también de mantener a los demás, Dios

hará que la tierra sea más eficaz para producir y hacer crecer

sus frutos. No pondréis bozal a los bueyes cuando desgranan el

maíz en la era; porque no es justo privar del fruto a nuestros

colaboradores que trabajan para su producción. No prohibiréis

tocar la fruta de los árboles a los que pasan, cuando está

madura, y les daréis permiso para llenarse con lo que vosotros

poseáis, ya sean de vuestro país o extranjeros, demostrando que

os agrada tener la oportunidad de darles una parte de vuestra

fruta cuando está madura; pero no será legal que se la lleven.

Los que recogen las uvas y las conducen a los lagares que no

 

impidan comer de ellas a los que encuentren en el camino; por-

que es injusto impedir, por envidia, a los que así lo deseen, que

 

participen de las cosas buenas que llegan al mundo según la vo-

luntad de Dios, cuando la estación está en su apogeo y

 

transcurre rápidamente como agrada a Dios. Más aún; si alguien

se retrae, por timidez, de tocar los frutos, habrá que animarlo a

que los tome. Me refiero tanto a los israelitas, que tienen algo así

como un derecho de propiedad y de participación por el origen

común, como a los hombres llegados de otros países, a quienes se

permitirá participar como huéspedes de los frutos que Dios ha

dado en su estación propicia. No deberá considerarse como

derrochado inútilmente, lo que cada cual concede por amabilidad

a los demás, ya que Dios otorga cosas buenas a los hombres, no

solamente para que ellos recojan los beneficios, sino también

para que las den a otros generosamente. Por ese medio quiere

dar a conocer a los demás su especial gentileza para con el

pueblo de Israel, a quien acuerda libremente felicidad mientras

la comparta abundantemente, por sus grandes sobrantes, incluso

con los extraños.

Pero el que realice actos contrarios a esta ley será azotado con

cuarenta golpes menos uno, por el verdugo público. Sufrirá este

castigo, uno de los ignominiosos para un hombre libre, por ser

tan esclavo para el lucro como para echar un baldón en su propia

dignidad. Porque es correcto que vosotros, que habéis tenido la

 

experiencia de las aflicciones en Egipto y en el desierto, hagáis

provisión para los que se encuentran en iguales circunstancias, y

que al haber obtenido ahora la abundancia, por la merced y la

providencia de Dios, distribuyáis una parte con la misma

simpatía a los que tienen necesidad.

 

22. Aparte de los dos diezmos, que como os he dicho, deberéis

 

pagar todos los años, uno para los levitas y el otro para las fies-

tas, deberéis aportar cada tres años un tercer diezmo para ser

 

distribuido entre los necesitados, las mujeres viudas y los niños

huérfanos. En cuanto a los frutos maduros, se conducirán los

primeros que se recojan al templo, y después de bendecir a Dios

por la tierra que los produjo, y que él dió en posesión, y después

de ofrecer los sacrificios que la ley ordena, se entrega. rán las

primicias a los sacerdotes. Después que todos lo hayan hecho,

trayendo el diezmo de todo lo que poseen, junto con las primicias

que corresponden a los levitas y para las fiestas, antes de volver

a sus hogares se detendrán frente a la casa santa y darán

gracias a Dios por haberlos librado del injurioso tratamiento que

recibieron en Egipto y dado un país bueno, grande, cuyos rutos

les permite gozar. Después de haber atestiguado públicamente

que abonaron los diezmos, de acuerdo con la ley de Moisés,

rogarán a Dios que sea siempre misericordioso y propicio con

ellos, y siga siendo así con todos los hebreos, preservándo. les las

cosas buenas que les había dado y añadiendo lo que aún estaba

en su poder otorgarles.

23. Los hebreos desposarán, a la edad conveniente, vírgenes

que sean libres y nacidas de buenos padres. Los que no se casen

con una virgan que no corrompan a la mujer de otro hombre ni la

quiten a su anterior marido.

Los hombres libres no se casarán con esclavas, aunque su

afecto los induzca fuertemente a hacerlo, porque es decente, y

conveniente para la dignidad de las personas, saber gobernar el

afecto.

Nadie se casará con una prostituta, cuyas ofrendas

matrimoniales, proviniendo de la prostitución de su cuerpo, Dios

no recibirá.

 

Para que los hijos sean libres y virtuosos, no deberán nacer

de uniones vergonzosas ni ser frutos de pasiones ilegítimas.

Si alguien se casa con una mujer creyéndola virgen, y luego

 

comprueba que no lo es, que la demande, acusándola y emplean-

do las indicaciones probatorias que posea, y que defiendan a la

 

mujer el padre o el hermano o el pariente que les siga. Si la

mujer obtiene una sentencia favorable, de que no fu¿ culpable,

 

que viva con el marido que la acusó, quien carecerá de todo po-

der para rechazarla en lo sucesivo, salvo si le da motivos muy

 

grandes de sospecha y de tal índole que no puedan ser dene-

gados. El que formule acusaciones calumniosas contra su mujer

 

de manera impúdica y temeraria, será castigado recibiendo cua-

renta azotes menos uno, y deberá pagar cincuenta siclos al padre

 

de su mujer. Si la mujer es convicta de haber sido corrompida, y

 

si es del pueblo común, será apedreada, porque no supo preser-

var su virginidad hasta estar legítimamente casada; si fuera hija

 

de un sacerdote será quemada viva.

Si un hombre tiene dos esposas y respeta mucho y es muy

amable con una de ellas, por su cariño hacia ella, o por la belleza

 

de la mujer, o por cualquier otra razón, en tanto que estima me-

nos a la otra, y si el hijo de la que es amada es menor por su

 

nacimiento que otro hijo nacido de la otra mujer, y trata de ob-

tener el derecho de primogenitura valiéndose de la amabilidad

 

de su padre hacia su madre, con lo que lograría una parte doble

del caudal de su padre (porque esa doble porción es la que le

asigné en las leyes), no le será permitido; porque es injusto que

el mayor por su nacimiento sea privado de lo que le corresponde

en la disposición de la hacienda del padre, porque su madre no

sea considerada con equidad por aquél.

Si un hombre seduce a una mujer casada con otro, contando

 

con el consentimiento de ella, se les dará muerte a ambos, por-

que los dos son igualmente culpables: el hombre por haber per-

suadido a la mujer de que se someta voluntariamente a la acción

 

más impura prefiriéndola al matrimonio legítimo, la mujer

porque f ué persuadida de que cediera a la seducción, ya sea por

placer o por lucro. Pero si un hombre se encuentra con una mujer

cuando está sola y la viola, no habiendo nadie que pueda acudir

 

en su ayuda, se dará muerte al hombre solamente. El que

seduzca a una virgen no desposada, que se case con ella; si el

padre de la mujer no quiere que sea su esposo, el hombre pagará

cincuenta siclos como reparación del ultraje. El que quiera

divorciarse de su mujer por cualquier causa, y entre hombres

hay muchas causas de ésas, que dé garantías por escrito de que

jamás volverá a usarla como esposa; de este modo ella estará en

libertad de contraer matrimonio con otro hombre, aunque no

podrá hacerlo hasta que no se decrete el divorcio. Pero si es

maltratada por el nuevo esposo también, o si éste muere y el

primer esposo quisiera desposarla de nuevo, no será legal que

vuelva con él.

Si el esposo de una mujer muere y la deja sin hijos, que se

case con ella el hermano del marido, que le ponga al hijo que les

nazca el nombre del hermano y lo eduque como heredero de su

patrimonio; este procedimiento será beneficioso para el pueblo,

porque de este modo no fracasarán las familias y la hacienda

continuará entre los parientes. Y será un consuelo para las

mujeres casarse con los familiares más próximos de sus

anteriores maridos. Pero si el hermano no quisiera tomarla en

matrimonio, la mujer se presentará ante el senado y protestará

públicamente de que el hermano, no quiere admitirla como

esposa, ofendiendo la memoria de su difunto hermano, ya que

ella desea continuar en la familia y engendrarle hijos. Después

de interrogar al hermano sobre la causa de que se oponga al

enlace, sea buena o mala la razón que aduzca, el asunto deberá

terminar del siguiente modo: la mujer desatará las sandalias del

hermano y escupirá a éste en la cara, diciendo que merece ese

reproche por parte de ella por haber injuriado la memoria del

difunto. El hombre se retirará

del senado, cargando toda la vida con el reproche de la mujer.

Luego ella podrá casarse con quien le plazca de entre los que

lapidan en matrimonio.

Si un hombre toma cautiva a una virgen, o a una mujer que

estuvo casada, y se propone casarse con ella, no se le permitirá

llevarla a su cama, ni vivir con ella como esposo, antes de que la

mujer se haga afeitar la cabeza, se ponga ropa de luto y llore a

 

sus parientes y amigos muertos en la batalla. De este modo dará

salida a su dolor, después de lo cual podrá ocuparse de la fiestci

y del matrimonio. Es bueno que el que toma una mujer para

tener hijos con ella complazca sus inclinaciones, y no persiga

meramente su propio placer sin considerar lo que puede ser

agradable para ella. Pasados los treinta días de duelo, lapso que

basta a las personas prudentes para llorar a los amigos más

queridos, podrán llevar adelante el matrimonio. En el caso de

que después de haber satisfecho su lujuria el hombre se sienta

demasiado orgulloso para retenerla como esposa, no tendrá

atribuciones para hacerla esclava, y ella podrá ir a donde quiera

con el derecho de una mujer libre.

24. A los jóvenes que desprecien a sus padres y los ofendan en

lugar de honrarlos, ya sea porque se avergüencen de ellos o se

 

crean más sabios que ellos, primeramente los padres los amones-

tarán de palabra (ya que por naturaleza tienen autoridad

 

suficiente para ser sus jueces), y les dirán que han cohabitado no

por gusto ni para aumentar sus riquezas, uniendo sus

patrimonios, sino para tener hijos que los cuiden en la vejez y les

provean sus necesidades. Les dirán también:

-Cuando tú naciste te recibimos con alegría, dimos las gracias

a Dios por ti y te educamos con todo cuidado sin ahorrarnos nada

que pudiera ser útil para tu seguridad y para tu instrucción, en

lo que fuera más excelente. Ahora, como es razonable perdonar

los pecados de los jóvenes, suspende las muchas pruebas de

desprecio que nos diste, refórmate y pórtate en lo sucesivo con

más prudencia, considerando que a Dios le disgustan los que son

insolentes con sus padres, porque él es el padre de toda la

humanidad y parece cargar en parte el deshonor que recae sobre

los que llevan el mismo nombre cuando no son retribuídos

debidamente por sus hijos. Sobre éstos la ley aplica el castigo

inexorablemente. ¡Que no conozcas nunca ese castigo!

Si la insolencia de los jóvenes se cura por este medio, éstos

eludirán el reproche que merecen por sus anteriores errores; el

legislador habrá demostrado su bondad y los padres quedarán

contentos por no haber visto castigados a un hijo o una hija. Pero

si esas palabras y las instrucciones de corrección que contienen

 

resultan inútiles, las leyes se volverán implacables enemigos de

la insolencia con la que trataron a sus padres. Sus mismos

padres los llevarán entonces fuera de la ciudad, seguidos por una

multitud, y allí serán apedreados. Después de ser expuestos ante

la multitud durante un día entero, serán sepultados durante la

noche. Así es como enterramos a todos los que la ley condena a

muerte, por cualquier causa. Nuestros enemigos que caigan en la

lucha también serán enterrados; ningún cuerpo muerto deberá

quedar sobre la tierra, ni sufrir mayores castigos que los que

exige la justicia.

25. Nadie prestará a ningún hebreo con usura, ni usura de lo

que se come, o bebe, porque no es justo sacar ventaja de la

desgracia de un compatriota; el que lo ayude en sus necesidades

se considerará pagado con su gratitud y con la recompensa que

recibirá de Dios por su humanidad.

26. Los que hayan pedido prestado plata o cualquier clase de

ruta, seca o fresca, cuando sus asuntos, con la bendición de Dios,

marchen bien, deberán devolver lo prestado con placer, como si

lo hubiesen recibido en depósito con el compromiso de restituirlo

cuando fuera necesario. Pero si alguien fuera desvergonzado y no

lo devolviera, el prestador no irá a la casa del prestatario a

tomar una prenda por sí mismo antes de que se dicte sentencia

sobre el asunto; pero requerirá la prenda, y el deudor deberá

llevarla por sí mismo, sin la menor oposición hacia el que viene a

verlo con la protección de la ley. Si el que da la prenda es rico, el

acreedor la retendrá hasta que le sea pagado su préstamo; pero

si es pobre, la tomará y la devolverá antes de la puesta del sol,

especialmente si la prenda es ropa de vestir, para que el deudor

pueda usarla como cobertor para dormir. Dios demuestra

naturalmente misericordia por los pobres. No será legítimo

tomar como prenda una piedra de molino ni cualquier utensilio

que le pertenezca, para que el deudor no se vea privado de los

instrumentos con que se procura el alimento y quede

desamparado en sus necesidades.

27. La muerte será el castigo por robar a un hombre; pero el

que haya hurtado oro o plata, Fagará el doble. El que mate a un

hombre que le roba en su casa, será considerado inocente,

 

aunque el hombre sólo haya estado escalando la pared. El que

robe ganado pagará el cuádruple de la pérdida; excepto cuando

se trate de un toro, por el que el ladrón pagará el quíntuple. El

que sea pobre y no pueda pagar la multa que se le imponga, será

sirviente de aquel a quien haya sido sentenciado a pagar.

 

28. El que sea vendido a alguien de su propia nación le ser-

virá seis años, y al séptimo saldrá libre. Pero si hubiese tenido

 

un hijo con una mujer sierva de la casa de su comprador, y si por

 

su buena voluntad hacia su amo y su natural afecto hacia su mu-

jer y su hijo, quisiera seguir sirviéndole, será declarado libre sólo

 

a la llegada del año del jubileo, que es cada quincuagésimo año;

entonces se llevará consigo a su mujer y su hijo, que también

serán libres.

29. El que encuentre oro o plata en el camino averiguará

quién lo perdió, anunciando el lugar donde lo halló, y se lo

devolverá, por considerar que no es justo obtener ventaja de la

pérdida de otro. La misma regla se observará con el ganado que

se encuentre extraviado en un lugar solitario. Si no se descubre

al dueño,el que hizo el hallazgo se lo guardará para sí, apelando

a Dios de que no hurtó lo que pertenece a otro.

30. No es legítimo pasar frente a un animal en desgracia, que

en un temporal haya caído en el cieno, sin tratar de

ayudarlo,compadeciéndose de su pena.

31. Es también un deber indicar el camino a los que no lo

conocen, evitando, por hacer una broma, estorbar las ventajas de

otras personas indicándoles un camino equivocado.

32. De igual manera, nadie deberá ofender a los ciegos o a los

lelos.

 

33. En una pelea entre hombres en la que no se usen instru-

mentos de hierro, el que haya sido castigado será vengado inme-

diatamente infligiendo el mismo castigo al que lo castigó. Pero si

 

el herido es conducido a su casa, donde yace enfermo varios días

y luego muere, el que lo hirió no podrá escapar al castigo; si el

castigado escapa a la muerte, pero tiene grandes gastos para su

curación, el heridor abonará todos los gastos ocasionados du-

 

rante todo el tiempo que dure la enfermedad y lo que se haya

pagado al médico.

El que patee a una mujer embarazada, haciéndola abortar,

pagará en dinero la multa que determinen los jueces, por haber

disminuido la multitud destruyendo lo que la mujer llevaba en

su seno; también dará dinero al esposo de la mujer el que la

haya pateado. Pero si muere del golpe, será castigado con la

muerte, porque la ley juzga equitativo pagar vida por vida.

34. Ningún israelita tendrá en su poder venenos que causen

la muerte o produzcan otros daños; el que fuera sorprendido con

alguno será condenado a muerte, debiendo sufrir el mismo

infortunio que el acusado ocasionaría a aquel para quien había

preparado el veneno.

 

35. El que mutile a otro sufrirá la misma mutilación, debien-

do privársele del mismo miembro del que él privó al otro, a

 

menos que el mutilado acepte dinero en cambio; porque ley

instituye a la víctima como juez del valor de lo que sufrió y le

permite estimarlo, a menos que prefiera ser más severo.

36. El que posea un buey que da cornadas deberá matarlo; si

 

el animal acuerna a, alguien en la era deberá ser muerto a pe-

dradas y su carne no se considerará apta para ser usada como

 

alimento. Si se comprueba que el dueño conocía la costumbre del

animal y no tomaba medidas para contenerlo, aquél recibirá

también la muerte por haber sido el causante de que el buey

diese muerte a un hombre. Si el buey hubiese matado a un

siervo o una sierva, será apedreado y el dueño del buey pagará

treinta siclos al amo del muerto. Si fuese un toro el que de ese

modo hubiese sido golpeado y muerto, ambos bueyes, el que

atacó y el que f ué muerto, serán vendidos, dividiéndose sus

dueños el precio de laventa.

37. El que cave un pozo o un hoyo deberá cuidarse de cubrirlo

con tablas y mantenerlo cerrado, no para impedir que saquen

agua sino para que no haya peligro de que alguien caiga dentro

de él. Si un animal cayese en un pozo o un hoyo abierto que no

hubiese sido tapado y muriera, el dueño del pozo pagará el precio

correspondiente al dueño del animal. Rodeando el coronamiento

 

de las casas deberá haber un almenaje, que impedirá que la

gente caiga y se mate.

38. El que reciba algo en custodia de otra persona lo cuidará

 

como un depósito sagrado y divino y no imaginará ningún re-

curso para privar de esa cosa al que se la ha confiado, sea hom-

bre o mujer, y ni aunque gane con ello una inmensa suma de oro, y

 

aunque nadie pueda comprobárselo, porque la conciencia del

hombre, que sabe lo que posee, debe obligarlo en todos los casos

a actuar correctamente. La conciencia será su testigo y lo hará

siempre portarse de tal manera que le procure el encomio de la

gente, pero que piense sobre todo en Dios, de quien no puede

ocultarse ningún hombre perverso. Pero si el depositario de la cosa

la perdiera, sin que hubiera engaño de su parte, se presentará

ante los siete jueces y jurará por Dios que no perdió nada

voluntariamente, o con torcida intención, y que no usó nada de la

cosa perdida, con lo que se lo dejará ir sin culpa; pero el que

hiciera uso de la más mínima parte de lo que se le hubiese

 

entregado en custodia y lo hubiese perdido, será condenado a pa-

gar todo lo que recibió. Del mismo modo que con los depósitos,

 

serán abominados los que defrauden a los que hagan por ellos

algún trabajo corporal. Y recordemos siempre que no debemos

defraudar el salario de los pobres, considerando que Dios les

asignó esos salarios en lugar de tierra y otras posesiones. Más

aún, esos pagos no deberán ser de ningún modo demorados y

serán abonados el mismo día, puesto que Dios no desea privar al

trabajador del uso inmediato de aquello por lo que ha trabajado.

39. Los hijos no serán castigados por las faltas de los padres;

más bien por sus virtudes se les acordará conmiseración en lugar

de odio por haber nacido de padres malos. Tampoco deberemos

imputar los pecados de los hijos a los padres, puesto que hay

jóvenes que se entregan a muchas prácticas distintas de las que

 

les han sido enseñadas, por su altanero repudio de esas ense-

ñanzas.

 

40. Los que se hagan eunucos serán detestados; deberéis elu-

dir toda conversación con aquellos que se hayan privado de la

 

masculinidad y del fruto de la generación que Dios dió a los hom-

bres para multiplicar su especie. Esos deberán ser echados, como

 

si hubiesen matado a sus hijos, ya que de antemano perdieron lo

que se los procuraría. Porque es evidente que sus almas se han

vuelto afeminadas y ellos transfundieron la afeminación a sus

cuerpos. Del mismo modo trataréis a los que son de naturaleza

monstruosa cuando los miráis; tampoco es legítimo castrar ni a

los hombres ni a ningún otro animal.

41. Estas serán vuestras leyes políticas en tiempo de paz.

Dios tendrá la misericordia de preservar esta excelente

constitución libre de toda perturbación. Que jamás llegue la hora

de que sea reformada o modificada en sentido contrario. Pero

como debe necesariamente ocurrir que la humanidad caiga en

conflictos y peligros, ya sea involuntaria o intencionadamente,

habrá que hacer varios reglamentos al respecto, de tal modo que

estando informados de

antemano de lo que debe hacerse, tengáis saludables consejos

preparados para cuando los necesitéis y no os veáis obligados a

buscarlos y caer por imprevisión en circunstancias peligrosas.

Sed un pueblo laborioso, ejercitad vuestras almas en acciones

virtuosas y poseed y heredad la tierra sin guerras, y que no os

haga la guerra ningún extranjero, afligiéndoos, ni se produzca

ninguna sedición interior, por la que podáis cometer actos

contrarios a vuestros padres y perder las leyes que establecieron.

Continuad observando las leyes que Dios aprobó y os entregó.

Que todas las operaciones bélicas, ya sea las que se produzcan

ahora, en vuestro tiempo, o luego en los tiempos de vuestra

posteridad, se cumplan fuera de vuestras fronteras. Cuando

estéis a punto de entrar en guerra, enviad embajadores y

heraldos a vuestros voluntarios enemigos, porque es justo hacer

uso de la palabra con ellos antes de llegar a las armas de guerra,

y aseguradles que aunque poseéis un ejército numeroso, con

caballos y armas, y por encima un Dios misericordioso con

vosotros y dispuesto a asistiros, no obstante deseáis que no os

obliguen a pelear con ellos ni quitarles lo que tienen y que será

sin duda vuestra ganancia, pero que ellos tendrán razones para

querer que no nos lo apropiemos. Si os escuchan, será propio que

 

mantengáis con ellos la paz; pero si confían en sus fuerzas, supo-

niéndolas superiores a las vuestras y se niegan a haceros

 

justicia, conducid vuestro ejército contra ellos, usando a Dios

 

como comandante supremo vuestro pero nombrando un teniente

bajo su mando, el más valiente de los vuestros; porque muchos

comandantes, aparte de ser un obstáculo en las acciones que

deben ser emprendidas súbitamente, son una desventaja para

los que deben emplearlos.

Conducid un ejército puro, de hombres selectos, compuesto

por los que tengan el cuerpo extraordinariamente fuerte y el

alma intrépida, y apartad a los timoratos, para que no huyan en

el momento de la acción dando ventaja al enemigo. Dad también

licencia a los que construyeron recientemente sus casas y las

habitaron menos de un año, y a los que plantaron sus viñedos y

todavía no compartieron sus frutos, para que se queden en sus

tierras, lo mismo que a los que se desposaron, o contrajeron

últimamente enlace con sus esposas, no sea que sintiendo el

afecto que no gozaron mucho en sus vidas, se reserven para

saborearlo y se vuelvan voluntariamente cobardes (a causa de

sus esposas).

42. Cuando arméis vuestras tiendas, tened cuidado de no

hacer nada que sea cruel. Cuando estéis empeñados en un asedio

y os haga falta madera para las máquinas bélicas, no arraséis la

tierra cortando los árboles frutales; respetadlos, considerando

que fueron hechos en beneficio de los hombres, y que si pudieran

hablar se quejarían justamente contra vosotros; porque sin ser

motivo de guerra son tratados injustamente y sufren, y si

pudieran se transladarían a otro país.

Cuando hayáis derrotado al enemigo en la batalla, matad a

los que combatieron contra vosotros, pero dejad a los demás

vivos para que os paguen tributo, exceptuando a la nación de los

cananeos, porque a este pueblo deberéis destruirlo enteramente.

 

43. Tened cuidado, especialmente en las batallas, de que nin-

guna mujer use ropas de hombre y ningún hombre ropas de

 

mujer.

44. Esa fué la forma de gobierno que Moisés nos dejó. En

tregó también las leyes escritas cuarenta años antes, acerca

de las cuales hablaremos en otro libro. En los días siguientes

(porque los reunía continuamente en asamblea), les dió

 

bendiciones, y envió maldiciones a los que no vivieran de acuerdo

con las leyes, transgrediendo los deberes que les habían señalado

para observar. Luego leyó una canción poética, compuesta con

versos hexámetros, y la dejó en el libro santo. Contiene una

predicción de lo que pasaría después. Todas las cosas sucedieron

de conformidad y nos siguen pasando, no habiéndose apartado

absolutamente nada de la verdad.

Entregó los libros a los sacerdotes junto con el arca, en la que

también puso los diez mandamientos escritos en dos tablas.

También les entregó los tabernáculos, y exhortó al pueblo a que,

una vez conquistado el país e instalados en él, no olvidaran las

ofensas de los amalecitas y les hicieran la guerra, infligiéndoles

el castigo por el daño que les habían hecho cuando se hallaban

en el desierto; y a que después de tomar posesión de la tierra de

los cananeos y destruir a la multitud de sus habitantes, como

deberían hacer, erigieran un altar dando frente a la salida del

sol, no lejos de la ciudad de los siquemitas, entre dos montañas,

la de Garizim a la derecha y la llamada Gibal a la izquierda; y a

que el ejército fuera dividido, quedando seis tribus en cada una

de las dos montañas, y con ellos los levitas y los sacerdotes.

Primero orarían los de la montaña Garizim por la bendición de

los que eran diligentes en la adoración de Dios y la observancia

de sus leyes, y de los que no habían rechazado lo que les dijera

Moisés; y los demás responderían con murmullos favorables.

Cuando estos últimos pronunciaran las mismas oraciones, los

anteriores aprobarían. Luego serían declaradas maldiciones

sobre los que transgredieran las leyes, respondiéndose

alternativamente a manera de confirmación de lo dicho.

Moisés les escribió las bendiciones y las maldiciones, para

que las aprendieran tan bien que jamás las olvidaran con el

correr del tiempo. Cuando estuvo preparado para morir, escribió

las bendiciones y maldiciones a cada lado del altar, donde esta

vez también estaba el pueblo; luego sacrificó y ofreció

holocaustos, aunque después de ese día nunca ofrecieron en él

ningún otro sacrificio, porque no era legítimo hacerlo1

.

 

1 En la Biblia (Deuter., XXVII, 3) Moisés no pone ninguna inscripción; encomienda al pueblo que, después de pasar

el Jordán, escriba las palabrasde la ley "en piedras grandes revocadas con cal", las que deberán levantar en el

 

Estas son las leyes de Moisés; y la nación hebrea sigue

viviendo de acuerdo con ellas.

 

45. Al día siguiente Moisés congregó al pueblo, con las muje-

res y los niños, estando presentes también los esclavos, para que

 

se comprometieran con juramento a observar las leyes, y para

que después de considerar debidamente el sentido que tenían de

Dios, no fueran a creer que otra cosa era preferible a las leyes y

las transgredieran, ni por favorecer a un pariente, ni por temor a

terceros, ni por ningún otro motivo. En caso de que alguien de su

sangre, o toda una ciudad, tratara de confundir o disolver la

constitución de su gobierno, deberían combatirlos, todos juntos y

 

cada persona en particular; después de conquistarlos, derri-

barían la ciudad hasta los cimientos y si fuera posible no

 

dejarían la menor huella de semejante locura. Si no fueran

capaces de tomar esa venganza, demostrarían de todos modos

que lo que habían hecho era contrarió a sus deseos.

Y la multitud se comprometió con juramento a hacerlo.

46. También les enseñó Moisés cómo serían más aceptables

para Dios sus sacrificios; y de qué manera deberían ir a la

guerra guiándose por las piedras2

 

, como he expresado

anteriormente. También Josué profetizó estando Moisés

presente. En seguida Moisés recapituló todo lo que había hecho

por el cuidado del pueblo, en las guerras y en la paz, habiéndoles

dado una excelente forma de gobierno, y les predijo, como Dios le

había declarado, que si transgredían la institución de la

adoración a Dios, sufrirían las siguientes desgracias: su país se

llenaría de armas de guerra de sus enemigos, sus ciudades

serían derribadas y su templo incendiado; ellos serían vendidos

como esclavos a otros hombres que no se compadecerían de sus

aflicciones; y se arrepentirían, cuando el arrepentimiento no les

aliviaría los sufrimientos.

-No obstante -agregó-, el Dios que fundó vuestra nación

devolverá las ciudades a vuestros ciudadanos, con el templo, y

vosotros perderéis estas ventajas no una vez, sino a menudo.

 

monte Ebal, como altar a Jehová. Josué cumple el encargo, comodice más adelante Josefo (V, 1, 19), aunque

refiriéndose a las maldiciones.

2

Se refiere a las que llevaban los sacerdotes en el pecho.

 

47. Después de haber exhortado a Josué a organizar una

expedición contra los cananeos, ayudado por Dios en todas sus

empresas, añadió

 

-Como debo ir a reunirme con mis antepasados, y Dios dis-

puso que hoy fuera el día de mi partida, le daré las gracias mien-

tras todavía estoy vivo y con vosotros, porque él ejerció su provi-

dencia con vosotros, y ella no sólo nos libró de las miserias en

 

que estábamos sino que nos otorgó prosperidad; asimismo me

asistió en la tarea que emprendí y en todas las obras que realicé

por vosotros para mejorar vuestra condición, y se mostró

favorable con nosotros en todas las ocasiones; mejor dicho fué él

quien manejó desde el principio nuestros asuntos, llevándolos a

un fin feliz, usándome como vicario general bajo sus órdenes y

como ministro en los asuntos en los que quería beneficiaros. Por

eso creo apropiado bendecir el poder divino que os cuidará en los

tiempos venideros, con el objeto de pagar la deuda que tengo con

él y dejaros a vosotros el recuerdo de que debemos adorarlo y

honrarlo y cumplir las leyes que son el don más excelso de todos

 

los que hasta ahora nos ha dado y de los que, si sigue favorecién-

doos, os dará en lo futuro. Un legislador humano es sin duda un

 

terrible enemigo cuando sus leyes son ofendidas y despreciadas;

pero no experimentéis jamás el desagrado de Dios, descuidando

las leyes que creó y os dió.

48. Después de estas palabras de Moisés, dichas al final de su

vida, y cuando les predijo lo que a cada tribu ocurriría y añadió

su bendición, la multitud se deshizo en lágrimas, y hasta las

,mujeres, golpeándose el pecho, expresaron la honda

preocupación que les causaba su inminente muerte. Los niños

también lloraron, tanto más intensamente cuanto que no podían

contener su dolor, con lo que expresaban que aun a su edad

apreciaban su virtud y sus grandes hazañas. Jóvenes y viejos

parecían rivalizar en sus manifestaciones de dolor. Los viejos

penaban porque se verían pri. vados de un gran protector, y se

lamentaban por su situación futura. Los jóvenes penaban no

solamente por eso, sino también porque se verían abandonados

por él antes de haber gustado bastante de su virtud. Se puede

adivinar el dolor y las lamentaciones de la multitud, por lo que le

pasó al mismo legislador, aunque siempre estaba persuadido de

 

que no debía abatirse al acercarse el momento de su muerte, ya

que debía correrse esa suerte porque era la voluntad de Dios y la

ley de la naturaleza, pero la actitud del pueblo lo agobió de tal

modo que se echó a llorar.

Luego se dirigió al lugar donde debía desaparecer de su vista,

seguido por toda la multitud que lloraba; Moisés hizo seña con la

 

mano a los que estaban más alejados indicándoles que se detu-

vieran, mientras exhortaba a los que estaban cerca a que no hi-

cieran tan lamentable su partida. Pensaron entonces que debían

 

acordarle ese favor, dejándolo partir como él quisiera, y se con-

tuvieron, aunque siguieron llorando entre sí. Lo acompañaron el

 

senado, Eleazar el sumo sacerdote y Josué su comandante.

 

Cuando llegaron al monte llamado Abarim, (que es una mon-

taña muy alta, situada frente a Jericó, ofreciendo al que estaba

 

sobre ella una vista de la mayor parte de la excelente tierra de

Canaán), despidió al senado; y cuando iba a abrazar a Eleazar y

 

Josué, y mientras seguía conversando con ellos, de pronto se cir-

mo sobre él una nube y Moisés desapareció en un valle; aunque

 

él escribió en los libros sagrados que murió, lo que hizo por

temor de que se aventuraran a decir que por su extraordinaria

virtud se había ido con Dios.

49. Moisés vivió en total ciento veinte años, una tercera parte

de los cuales, menos un mes, fué el gobernante del pueblo. Murió

el último mes del año, llamado por los macedonios distro y por

nosotros adar, el primer día del mes. Fué superior a todos los

 

hombres en inteligencia, e hizo el mejor uso de lo que esa inte-

ligencia le indicaba. Tenía una manera muy grata de hablar y di-

rigirse a la multitud, y en cuanto a sus otras cualidades, sabía

 

dominar ampliamente sus pasiones, como si apenas las tuviera

en su alma, y las conocía sólo de nombre y más bien por

advertirlas en los demás que en sí mismo. Fué además un

general de ejército de los que se ven pocos, y un profeta como no

se conoció ningún otro, hasta el punto de que cualquier cosa que

decía era la voz de Dios mismo la que hablaba.

El pueblo lo lloró treinta días. Jamás sufrieron los hebreos

una pena tan honda como la que sintieron por la muerte de

Moisés; no sólo lo querían aquellos que habían experimentado su

 

conducción sino todos los que utilizaron las leyes que dejó y que

le dió la extraordinaria virtud que poseía.

Con lo cual considero que es bastante para expresar de qué

modo se produjo la muerte de Moisés.

 

LIBRO V

 

Abarca un lapsode cuatrocientossetenta y seis años

 

CAPITULO I

 

Josué, comandante de los hebreos, hace la guerra a los

cananeos, los vence, los destruye y divide la tierra por sor.

 

teo entre las tribus de Israel

 

1. Después que Moisés fué sacado de entre los hombres, de la

forma que ya hemos descrito, y cuando concluyeron todas las

solemnidades correspondientes al duelo y el dolor de su muerte,

Josué ordenó a la multitud que se aprestara para una

expedición. Envió espías a Jericó a averiguar de qué fuerzas

disponían y cuáles eran sus intenciones; y puso en orden el

campamento, disponiéndose a pasar el Jordán en la estación

propicia.

 

Luego citó a los dirigentes de la tribu de Rubén y a los gober-

nantes de la tribu de Gad y de Manasés, la mitad de la cual

 

había sido autorizada para instalarse en la tierra de los

amorreos, que era la séptima parte del país de Canaán, y les

recordó lo que habían prometido a Moisés y los exhortó a que por

el cuidado que Moisés les había dado, que nunca se fatigaba de

ocuparse de ellos, ni siquiera cuando se estaba muriendo, y por

el bienestar del pueblo, que se prepararan y realizaran

rápidamente lo que habían prometido. Y tomando cincuenta mil

hombres que los siguieron marchó de Abila al Jordán, sesenta

estadios.

 

2. Inmediatamente después de instalar el campamento

volvieron los espías, conociendo exactamente la situación general

de los cananeos. Al principio, antes de ser descubiertos, pudieron

ver sin

209

JI

molestias toda la ciudad de Jericó, notando qué partes de las

murallas eran fuertes y cuáles no lo eran, y si eran realmente

seguras, y qué puertas eran tan débiles que podrían permitir la

entrada del ejército. Aquellos que los vieron creyeron que eran

simplemente forasteros, que solían ser curiosos y observaban las

cosas de la ciudad, y no los supusieron enemigos. Pero luego se

retiraron a una posada, próxima a las murallas, donde comieron,

y cuando estaban considerando la forma de regresar, el rey, que

estaba cenando, fué informado de que habían llegado ciertas

personas del campamento de los hebreos para ver la ciudad como

espías, y que estaban en la posada de Rahab, tratando de no ser

descubiertos. El rey mandó inmediatamente gente con orden de

arrestarlos y llevarlos a su presencia, para hacerlos torturar y

averiguar qué asuntos los habían llevado.

Cuando Rahab se enteró de la llegada de los mensajeros

escondió a los espías bajo unos haces de lino que había puesto a

secar en el techo de la casa, y dijo a los mensajeros enviados por

el rey que unos farasteros desconocidos habían cenado con ella

poco antes de la puesta del sol y se habían ido; y que si eran

peligrosos para la ciudad, o para el rey, podían fácilmente ser

apresados.

Los mensajeros, engañados por la mujer y sin sospechar

nada, siguieron su camino sin ocuparse de registrar la posada y

tomaron por los caminos por los que creyeron más probable que

se hubiesen marchado los espías, y sobre todo los que conducían

al río; pero no tuvieron ninguna noticia de ellos, y abandonaron

la persecución.

Pasado el tumulto, Rahab hizo bajar a los hombres y les pidió

 

que cuando tomaran posesión de Canaán y estuvieran en condi-

ciones de hacer algo por ella, que no olvidaran el peligro que

 

había corrido para salvarlos. Porque si hubiese sido sorprendida

ocultándolos no habría escapado a una muerte terrible, con toda

su familia. Les pidió que se fueran pero que antes le juraran que

la salvarían a ella y su familia, cuando tomaran la ciudad y

destruyeran a todos sus habitantes, como lo habían decretado.

Porque se había sentido asegurada por los milagros divinos de

que se había enterado.

Los espías reconocieron que le debían las gracias por lo que

había hecho y juraron recompensarle su amabilidad no sólo con

palabras, sino con hechos. Le recomendaron que cuando viera

 

que la ciudad estaba por ser tomada reuniera sus cosas y su fa-

milia en la posada para mayor seguridad, y colgara unos hilos

 

rojos delante de las puertas, para que el comandante de los he.

 

breos pudiera reconocer la casa y se ocupara de que no le hicie-

ran daño.

 

-Porque -añadieron-, le informaremos de lo sucedido, de que

te preocupaste de salvarnos. Pero si alguno de tus parientes

cayera en la batalla, no nos culpes a nosotros. Y rogamos que

Dios, por quien hemos jurado, no se disguste con nosotros, de

que hemos violado nuestro juramento.

Hecho ese convenio los hombres partieron, descendiendo por

la pared por medio de una cuerda, y huyeron. Volvieron al

campamento y contaron al pueblo lo que habían hecho en su

viaje a la ciudad. Josué relató a Eleazar, el sumo sacerdote, y al

senado, lo que los espías habían jurado a Rahab, quienes

confirmaron el juramento.

3. Josué, el comandante, estaba preocupado por el paso del

Jordán, porque el río tenía una corriente muy fuerte y no podía

 

ser atravesado por medio de puentes, que nunca habían sido ten-

didos sobre él. Sospechaba que si trataba de tender un puente

 

los enemigos no lo dejarían terminarlo, y barcas no tenían. Dios

había prometido disponer el río de tal modo que pudieran

pasarlo, retirando la mayor parte de las aguas.

 

Dos días más tarde Josué hizo pasar al ejército y toda la mul-

titud de la siguiente manera: Primero avanzaron los sacerdotes,

 

con el arca; luego los levitas conduciendo el tabernáculo y los va-

 

sos de los sacrificios; después les siguió la multitud, por tribus,

llevando a las mujeres y los niños en el centro, para que no los

arrastrara la corriente.

No bien entraron los sacerdotes el río apareció fácil de

vadear; se redujo la profundidad de las aguas y se vió la arena

en el fondo. La corriente no era ni tan fuerte ni tan rápida como

para arrastrar a nadie. Todos pasaron el río sin temor,

encontrándolo tal como Dios había predicho que lo pondría. Los

sacerdotes se quedaron inmóviles en el centro del río hasta que

pasó la multitud y llegó sana y salva a la orilla. Después salieron

ellos también, dejando que las aguas corrieran de nuevo

libremente como antes.

J

 

Cuando hubieron salido todos los hebreos, el río volvió a subir

y recuperó su magnitud anterior `

q4. Los hebreos avanzaron cincuenta estadios más e

instalaron el campamento a diez estadios de Jericó. Josué erigió

un altar con las piedras que los jefes de las tribus, por orden del

profeta, habían sacado de la profundidad, para que fuera un

recuerdo del retroceso del río y para ofrecer en él sacrificios a

Dios. En aquel sitio celebraron la pascua, y consiguieron en

abundancia todas las cosas que querían, porque cosecharon el

grano de los cananeos, ue estaba a punto, y tomaron otras cosas

como botín, porque ya no recibieron más el maná, que había sido

anteriormente su alimento y que habían comido durante

cuarenta años.

5. Mientras hacían eso los israelitas, los cananeos no los

atacaron; permanecieron quietos dentro de sus murallas, y Josué

resolvió ponerles sitio. El primer día de la fiesta2 los sacerdotes

condujeron el arca, rodeada por un grupo de hombres armados,

para hacerle guardia. Los sacerdotes iban delante, soplando las

siete trompetas, y exhortando al ejército a que tuviera valor y

marchara alrededor de la ciudad, seguido por el senado. Después

 

de hacer sonar las trompetas, que fué sólo eso lo que hicieron, los

sacerdotes volvieron al campamento. Después de hacer lo mismo

durante seis días, al séptimo Josué congregó a los hombres

armados y al pueblo y les dijo la buena nueva de que ahora

tomarían la ciudad, porque ese día Dios se la entregaría con la

caída de las murallas, lo que ocurriría espontáneamente, sin que

los hombres hicieran nada.

 

Sin embargo les encargó que mataran a todos los que aprisio-

naran, y no se abstuvieran de matar a sus enemigos ni por debi-

lidad ni por lástima, y que no se entregaran al saqueo

 

desviándose de perseguir a sus enemigos cuando huyeran; y que

destruyeran todos los animales y no se llevaran nada para su

ventaja personal.

Les mandó también que reunieran todo lo que fuera de plata

y oro, para apartarlo y ofrecerlo como primicia a Dios, por el

éxito

1 También aquí Josefo reduce el aspecto sobrenatural del

relato bíblico. En Josué (III, 15, 16, 17) dice que el río se divide

en dos y "todo Israel

lo pasó en seco".

2 La fiesta de Pascua, pero la Biblia no lo dice.

obtenido en la primera ciudad conquistada 1. Y que dejaran

vivos únicamente a Rahab y su familia, por el juramento que le

habían hecho los espías.

 

6. Dicho esto, y después de poner en orden al ejército, lo con-

dujo contra la ciudad. Volvieron a marchar en derredor de ella,

 

con el arca a la cabeza, y los sacerdotes animando al pueblo a

obrar con fervor. Dieron siete vueltas a la ciudad y

permanecieron un instante inmóviles y luego las murallas se

derrumbaron sin que los hebreos les hubiesen aplicado ningún

instrumento guerrero ni ninguna otra fuerza.

7. Entraron en Jericó y mataron a todos los hombres que

encontraron y que seguían sorprendidos y atemorizados al ver

caer las murallas; habían perdido todo el valor y no se pudieron

defender. Fueron muertos, degollados, algunos en los caminos,

otros apresados en sus casas. Nada ni nadie les dió ayuda y pe-

 

recieron todos, incluso las mujeres y los niños. No escapó ni uno

solo y la ciudad se llenó de cadáveres.

Luego prendieron fuego a la ciudad y el campo que la

rodeaba; sólo dejaron vivos a Rahab y su familia que se habían

refugiado en la posada. La condujeron a presencia de Josué

quien le dijo que le debían las gracias por haber protegido a los

espías. Añadió que no sería inferior el beneficio que le haría, e

inmediatamente le dió unas tierras y siempre la tuvo en gran

estima.

 

8. Las partes que escaparon al fuego las arrasó hasta los ci-

mientos; y echó una maldición sobre sus habitantes; si alguno

 

quería reedificarla poniendo los cimientos sobre las murallas,

que se viera privado de su primogénito, y al terminarla que

perdiera a su hijo menor. Pero de lo que aconteció luego

hablaremos más tarde.

9. Había una inmensa cantidad de plata y oro, y además de

bronce, que fué retirado todo junto de la ciudad sin que nadie

transgrediera el decreto ni hurtara nada para su beneficio

particular. El botín Josué lo entregó a los sacerdotes para

depositarlo junto con los demás tesoros. Y de este modo pereció

Jericó.

10. Pero hubo un tal Acar hijo de Zebedía, de la tribu de Judá,

que encontró una prenda real tejida completamente con oro, una

pieza de plata que pesaba cincuenta siclos y otra de oro de

 

1 Josefo omite aquí el bronce y el hierro (Josué, VI, 19).

212

213

1

doscientos siclos, y pensando que era injusto que el botín que

él, corriendo algunos peligros,- había recogido, tuviera que

entregarlo para ser ofrecido a Dios, que no lo necesitaba,

mientras que el que lo necesitaba tenía que entregarlo, abrió un

pozo profundo en su tienda y los guardó allí, suponiendo que no

sólo quedaría escondido de sus camaradas sino también de Dios.

 

11. El sitio donde Josué había establecido el campamento se

llamaba Galgalá, que significa libertad; porque desde que habían

 

pasado el Jordán se consideraban libres de las miserias que ha-

bían sufrido con los egipcios y en el desierto.

 

12. Pocos días después de la calamidad que había asolado a

Jericó Josué envió tres mil hombres armados a tomar Ana,

ciudad situada más allá de Jericó. Pero a la vista del pueblo de

Ana fueron rechazados, perdiendo treinta y seis hombres.

Cuando lo supieron los israelitas quedaron muy tristes y

sumamente desconsolados, no tanto por los hombres que habían

sido destruídos, aunque eran buenos hombres, y merecían su

estima, como por la desesperación que les causaba. Porque

cuando creían que ya estaban en posesión del país y que el

ejército saldría de las batallas sin sufrir pérdidas, como Dios les

había prometido de antemano, inesperadamente veían al

enemigo audaz por el buen éxito. Se pusieron sacos sobre la ropa

y pasaron todo el día llorando y lamentándose, sin pensar en

comer y tomándose muy a pecho lo ocurrido.

 

13. Viendo Josué al ejército afligido y lleno de malos presa-

gios para toda la expedición, usó libertad con Dios y dijo:

 

-No hemos llegado hasta aquí por nuestra precipitación, por

habernos considerado capaces de someter esta tierra con

nuestras armas, sino por instigación de Moisés tu siervo, porque

tú prometiste, con muchos signos, que nos darías la posesión de

esta tierra y que harías nuestro ejército siempre superior en la

guerra a nuestros enemigos. Varios triunfos ya hemos logrado,

concordantes con tus promesas; pero como ahora hemos

fracasado, perdiendo unos hombres de nuestro ejército, nos

sentimos pesarosos, temiendo que no podamos esperar lo que tú

nos has prometido, y que Moisés nos predijo. Y nuestra futura

expectación nos perturba más aún porque hemos sufrido ese

desastre en nuestra primera tentativa. Líbranos, señor, de esas

sospechas, porque tú puedes hallar remedio al desorden

dándonos la victoria, lo que nos

214

quitará el pesar que padecemos ahora y evitará nuestra

desconfianza en lo porvenir. s

 

14. Josué presentó este pedido a Dios postrado sobre su ros-

tro. Dios le contestó que se levantara y purificara a su hueste de

 

la contaminación que le había entrado. Porque habían sido roba-

dos desvergonzadamente objetos consagrados a él. Esa era la

 

causa de la derrota que sufrieron, agregó. Que buscaran y

castigaran al ofensor, y él volvería a preocuparse de que

obtuvieran la victoria sobre sus enemigos.

Josué lo comunicó al pueblo. Llamó a Eleazar, el sumo

sacerdote, a las autoridades, y echó suertes, tribu por tribu. La

suerte señaló que la mala acción había sido cometida por uno de

la tribu de Judá. Volvió a sortear entre sus diversas familias y se

halló que la mala acción correspondía a la familia de Acar.

Hecha la investigación hombre por hombre, tomaron a Acar, que,

después de ser reducido por Dios a un terrible rigor, no pudo

negar el hecho. Confesó el robo y entregó lo que había tomado.

Inmediatamente fué muerto y condenado a ser sepultado de

noche y vergonzosamente, como correspondía a un malhechor

condenado 1.

15. Purificada de este modo la hueste, Josué la condujo contra

Ana. Tendió de noche una emboscada alrededor de la ciudad y

 

atacó al enemigo no bien fué de día. El enemigo avanzó audaz-

mente contra los israelitas, animado por su victoria anterior.

 

Josué fingió una retirada y los llevó de ese modo a gran distancia

de la ciudad, haciéndoles creer que los perseguían y que se

repetía el caso de la batalla anterior. De pronto Josué ordenó a

sus fuerzas que se volvieran e hicieran frente al enemigo. Hizo

entonces la señal convenida a los que estaban emboscados,

incitándolos a pelear. Estos corrieron a la ciudad, cuyos

habitantes, perplejos, se hallaban en las murallas, contemplando

a los que se acercaban a las puertas. Tomaron la ciudad y

mataron a todos los que encontraron. Josué obligó a los que lo

habían seguido a librar una batalla cuerpo a cuerpo, los derrotó

y los puso en fuga. El enemigo corrió a la ciudad, creyendo que

no había sido tocada; cuando

1 Con este detalle, que no figura en las Escrituras, Josefo

habrá querido demostrar que se aplicó la ley mosaica de la

lapidación, que menciona en el libro IV (cap. 3, párr. 6).

 

215

t

1

vieron que había sido tomada y que ardía, con sus esposas e

hijos, se desparramaron por el campo, incapaces de defenderse

porque no tenían quién los sostuviera.

Después del desastre sufrido por Ana, los israelitas tomaron

 

gran número de niños, mujeres y sirvientes, y una inmensa can-

tidad de diversos efectos. Los hebreos tomaron también rebaños

 

de ganado y una gran suma de dinero, porque era un país rico.

Cuando llegó Josué a Galgalá, dividió el botín entre los soldados.

 

16. Los gabaonitas, que vivían muy cerca de Jerusalén, cuan-

do vieron las desdichas de los habitantes de Jericó y de Ana y

 

sospechando que les tocaría a ellos la misma triste calamidad, no

creyeron conveniente pedir misericordia a Josué, porque

pensaron que poca conmiseración podrían encontrar en el que

hacía la guerra y podía destruir todo el país de los cananeos, e

invitaron en cambio a los ceferitas y al pueblo de Cariatiarima,

que eran sus ve cipos, a coaligarse contra ellos diciéndoles que

no podrían eludir el peligro en que se hallaban si los israelitas se

anticipaban y los atacaban. Cuando los convencieron resolvieron

tratar de escapar a las fuerzas israelitas.

De acuerdo con el convenio que pactaron, enviaron delegados

a Josué para proponerle un pacto de amistad con él, eligiendo a

los ciudadanos mejor conceptuados y más capaces de hacer lo

que beneficiara a la multitud.

Los embajadores creyeron que sería peligroso confesarse

cananeos, y supusieron que con este recurso evitarían el peligro,

o sea diciendo que no tenían ninguna relación con los cananeos y

vivían a mucha distancia de ellos. Añadieron que habían hecho

un largo viaje, atraídos por la reputación de su virtud. Como

prueba de la verdad de sus palabras, le mostraron la ropa que

llevaban puesta, que era nueva cuando salieron y ahora estaba

muy gastada por el largo tiempo del viaje. Porque realmente se

había puesto ropa rota de propósito para hacerle creer lo que

decían.

 

Rodeados por el pueblo, declararon que eran enviados por el

pueblo de Gabaón y las ciudades circunvecinas, que estaban muy

alejadas de aquel sitio, para hacer con ellos un pacto de amistad,

en las condiciones que eran habituales de sus antepasados.

Porque cuando supieron, añadieron, que por el favor de Dios y

sus mercedes entrarían en posesión de la tierra de Canaán, que

les había

sido concedida, se alegraron mucho y deseaban ser incluidos

en el número de sus ciudadanos. Así dijeron los embajadores, y

mostrando las señales de su largo viaje, rogaron a los hebreos

que hicieran con ellos un pacto de amistad.

Creyendo sus palabras, y de que no eran de la nación de los

 

cananeos, Josué hizo amistad con ellos. Eleazar, el sumo pontí-

fice, y el senado, les juraron que los considerarían amigos y aso-

ciados y que no harían nada que fuera injusto contra ellos; y la

 

multitud asintió al juramento que les hacían.

 

Obtenido lo que querían, engañando a los israelitas, los hom-

bres se volvieron. Pero cuando Josué condujo su ejército al cam-

po, al pie de las montañas de esa parte de Canaán, supo que los

 

gabaonitas vivían cerca de Jerusalén y que eran del linaje de los

cananeos. Envió a llamar a sus gobernadores y les reprochó el

engaño que le habían hecho. Ellos alegaron en su defensa que no

tenían otra manera de salvarse y se vieron obligados a acudir a

ese recurso. Josué, citó a Eleazar, el sumo pontífice, y al senado,

 

que consideraron justo hacerlos servidores públicos, para no vio-

lar el juramento que les habían hecho, y les dieron esa orden.

 

Ese fué el medio de que se valieron esos hombres para salir

sanos y salvos de la calamidad que iba a ocurrirles.

17. El rey de Jerusalén, indignado por la actitud de los

gabaonitas de pasarse a Josué, invitó a los reyes de las naciones

vecinas a unirse para hacerles la guerra juntos. Cuando los

gabaonitas vieron que esos reyes, que eran cuatro además del

rey de Jerusalén, se proponían atacarlos, y advirtieron que

habían instalado el campamento junto a una fuente, cerca de la

ciudad a la que se preparaban para asediar, pidieron ayuda a

Josué. Porque temían ser destruidos por aquellos cananeos y

suponían que serían salvados por aquellos que habían ido a

 

destruir a los cananeos merced al pacto de amistad que con ellos

habían hecho.

Josué se apresuró a acudir con todo su ejército en su ayuda, y

marchando día y noche, a la mañana cayeron sobre el enemigo

cuando iba al asedio y después de derrotarlo lo persiguió cuesta

abajo por las lomas.

Aquel sitio se llama Bezorón; allí también supo que Dios lo

había asistido, lo que declaró con truenos y relámpagos, como

por la caída de granizo más grande que el habitual. Además su

216

217

 

cedió que el día se prolongó, y la noche no llegó demasiado rá-

pido para no ser un obstáculo al fervor con que los hebreos perse-

guían al enemigo; de ese modo Josué pudo apresar a las reyes,

 

que se habían escondido en una cueva de Maceda, y les dió

muerte. El hecho de que el día se hubiese prolongado, siendo

más largo que de costumbre, figura en los libros guardados en el

Templo.

 

18. Vencidos los reyes que iban a hacer la guerra a los ga-

baonitas, Josué volvió a la parte montañosa de Canaán, y

 

después de hacer una gran matanza de ese pueblo tomó el botín

y regresó al campamento de Galgalá. Se extendió entonces una

gran fama entre los pueblos de los alrededores, acerca del valor

dedos hebreos, y los que se enteraron de la gran cantidad de

hombres que habían matado sintieron gran temor. Los reyes que

vivían alrededor del monte Líbano, que eran cananeos,

organizaron una expedición. Los cananeos que vivían en la

llanura, reunidos con los filisteos, establecieron campamento en

Berota, ciudad de la alta Galilea, próxima a Cedasa, que es

también localidad de la Galilea.

 

El número total de los que componían el ejército era de tres-

cientos mil infantes y diez mil jinetes, con veinte mil carros. La

 

multitud del enemigo asustó a Josué y a los israelitas, y en lugar

de tener amplias esperanzas en el buen éxito, se sintieron

supersticiosamente atemorizados por el terror que los había

asaltado.

 

Dios entonces les reconvino por el temor que tenían, y les pre-

guntó si querían una ayuda mayor aún que la que podía darles, y

 

les prometió que vencerían al enemigo y les encomendó que

inutilizaran los caballos del enemigo y les quemaran los carros.

Con estas promesas de Dios Josué se sintió lleno de valor y

salió de pronto a enfrentar al enemigo, y después de cinco días

de marcha se encontró con él y le ofreció batalla. Hubo una lucha

terrible y fueron muertos tantos que nadie lo quería creer. Luego

los persiguió un trecho largo, destruyendo a todo el ejército

enemigo, salvo algunos pocos. Todos los reyes cayeron en la

batalla. Cuando no hubo más hombres para matar, Josué mató

los caballos y quemó los carros y pasó por todo el país sin

oposición, no atreviéndose nadie a darle batalla. Pero él siguió

adelante, tomando las ciudades por asedio y matando a todos los

que tomaba.

 

19. Transcurrió el quinto año y ya no quedaba ningún cana-

neo, salvo los que se habían retirado a sitios de gran resistencia.

 

Josué retiró su campamento a la región montañosa, y

depositó el tabernáculo en la ciudad de Siló, porque parecía un

lugar apropiado debido a la belleza de su posición, hasta que

pudieran edificar un templo. De ahí se trasladó a Siquem, con

todo el pueblo, y erigió un altar en el sitio que Moisés había

indicado de antemano. Luego dividió al ejército, dejando una

mitad en el monte Garizim y la otra en el monte Gibal, donde

estaba el altar. También dejó allí a la tribu de Leví y a los

sacerdotes. Después de sacrificar y declarar las maldiciones, y

dejarlas grabadas en el altar, volvieron a Siló 1.

20. Josué se hizo viejo, y vió que las ciudades de los cananeos

 

no eran fáciles de tomar, no sólo porque estaban situadas en si-

tios tios muy resguardados, sino por la fortaleza de las murallas,

 

construídas alrededor de la fortaleza natural de los lugares

donde se hallaban las ciudades, que parecían capaces de repeler

al enemigo que las asediara y hacerle desesperar de tomarlas.

Porque cuando los cananeos supieron que los israelitas habían

salido de Egipto para destruirlos se dedicaron a hacer más

fuertes sus ciudades.

 

Josué congregó al pueblo en Siló, y cuando todos se reunieron,

apresuradamente y con gran celo, les hizo observar los grandes

éxitos que habían logrado hasta entonces y las cosas gloriosas

que habían hecho, dignas de aquel Dios que los había capacitado

para hacerlas y de la virtud de las leyes que observaban.

Advirtió también que treinta y uno de los reyes que se habían

aventurado a darles batalla habían sido vencidos, y que todos los

ejércitos que habían luchado contra ellos, por grandes y

confiados en su poder que hubiesen sido, fueron completamente

destruidos,

¡ hasta el punto de que no quedaba ni uno de sus

descendientes. En cuanto a las ciudades, como algunas habían

sido tomadas pero

! quedaban otras que debían ser tomadas con el tiempo,

mediante largos asedios, por la fortaleza de las murallas y la

confianza que éstas inspiraban a sus habitantes, consideraba

razonable que las tribus que habían ido con ellos desde el otro

lado del Jordán, participando de los peligros que corrieron,

siendo de su propia estirpe, que fueran despedidos y enviados a

sus casas, agradeciéndoseles por las penurias que sufrieron

junto con ellos. Y creía

1 V. nota de la pág. 272.

218

219

igualmente razonable que enviaran un hombre de cada tribu

1, de los que hubiesen demostrado una extraordinaria virtud,

para medir fielmente la tierra y que sin engaños ni falsedades

informaran sobre su real magnitud.

 

21. Después de hacer esa propuesta, Josué halló que la mul-

titud la aprobaba. Envió por lo tanto hombres a medir la tierra y

 

mandó con ellos a varios geómetras, que no podrían dejar fá-

cilmente de conocer la verdad por su habilidad en el arte. Les

 

encargó asimismo que estimaran las medidas de las partes del

país que eran más fértiles y de las que no eran tan buenas.

Porque así es el país de Canaán; hay grandes llanuras,

excelentes para dar frutos, y que comparadas con otras partes

 

del país pueden parecer sumamente fértiles, pero comparadas

con los campos que rodean a Jericó, y con los que pertenecen a

Jerusalén, parecerán sin ninguna utilidad. Y aunque la tierra de

este último pueblo tiene poca extensión y es, además, en su

mayor parte, montañosa, sin embargo no desmerece de otras

partes por su excelente calidad y belleza. Por cuya razón Josué

consideraba que la tierra destinada a las tribus debería ser

dividida estimando su calidad, más que su extensión, porque

podía suceder que un arapende de una clase de tierra valiera por

mil de otra clase. Los hombres que fueron enviados, y que eran

en número de diez, recorrieron toda la tierra estimándola, y al

séptimo mes regresaron a la ciudad de Siló, donde Josué había

instalado el tabernáculo.

22. Junto con Eleazar, el senado y los jefes de las tribus,

Josué distribuyó la tierra entre las nueve tribus y la mitad de la

tribu de Manasés, señalando las dimensiones de acuerdo con la

extensión de cada tribu. Sortearon y en el sorteo le tocó a Judá la

mitad superior de Judea, llegando hasta Jerusalén, y

extendiéndose a lo ancho hasta el lago de Sodoma. En el lote de

esta tribu estaban las ciudades de Ascalón y de Gaza.

El lote de Simeón, que fué el segundo, incluyó las partes de

Idumea que limitaba con Egipto y Arabia. A la tribu de

Benjamín le tocó en suerte un lote que a lo largo iba del río

Jordán hasta el mar, y a lo ancho estaba limitado por Jerusalén

y Bezel. Era el lote más estrecho de todos, debido a la calidad de

la tierra,

1 Según la Biblia, tres hombres por tribu (Josué, XVIII, 4).

220

porque incluía a Jericó y la ciudad de Jerusalén. A la tribu de

Efraím le tocó en suerte la tierra que se extiende desde el río

Jordán hasta Gazara, y a lo ancho desde Bezel hasta su fin en la

gran llanura.

La media tribu de Manasés recibió la tierra que va desde el

Jordán hasta la ciudad de Dora, y en el ancho hasta Bezana, que

ahora se llama Escitópolis. Después le tocó a Isacar, cuyos

límites fueron en longitud el monte Carmelo y el río, y en el

 

ancho el monte Tabor. El lote de la tribu de Zabulón incluyó la

tierra que pueda llegar hasta el lago Genezaret y la que

pertenece al Carmelo y el mar. La tribu de Aser obtuvo la parte

que se llamó el Valle, porque lo era, toda la parte que se

encuentra frente a Sidón. La ciudad de Arce, llamada también

Actipus, estaba en esa parte.

Los neftalitas recibieron las partes orientales, hasta la ciudad

de Damasco y la alta Galilea, el monte Líbano y los manantiales

del Jordán que salen de ese monte; es decir, de la parte cuyos

 

límites son los de la vecina ciudad de Arce. La parte de los da-

nitas comprendía toda la región del valle que corresponde a la

 

puesta del sol y estaba limitada por Azot y Dora; también reci-

bieron Jamnia y Geta, desde Acarón hasta la montaña donde co-

menzaba la tribu de Judá.

 

23. De ese modo dividió Josué a las seis naciones que

llevaban los nombres de los hijos de Canaán, con sus tierras,

para ser poseídas por las nueve tribus y media. Porque Moisés le

había prevenido y ya había distribuido la tierra de los amorreos,

que también tenía el nombre de uno de los hijos de Canaán,

entre las dos tribus y media restantes, como hemos visto

anteriormente. De las partes de Sidón, como las de los aruceos,

los amateos y los aradianos, todavía no dispusieron.

24. Impedido Josué por su edad de realizar lo que se había

 

propuesto y como los que le sucedieron en el gobierno se cui-

daron poco de lo que era ventajoso para el pueblo, encargó a cada

 

tribu que no dejaran ni el recuerdo de la raza de los cananeos en

la tierra que les había sido dividida por sorteo; porque Moisés les

había asegurado de antemano que podrían descansar satisfechos

de que su seguridad y la observancia de sus leyes dependía

enteramente de ello. Les ordenó además que entregaran treinta

y ocho ciudades a los levitas, porque ya habían recibido

221

0

u

diez en la tierra de los amorreos, tres de las cuales asignó a

los que huyeran de un homicidio, para habitarlas; porque tuvo

 

buen cuidado de que no se descuidara nada de lo que Moisés

había ordenado. Esas ciudades eran Hebrón, de la tribu de Judá,

Siquem, de la de Efraím, y Cedasa, localidad de la alta Galilea,

de la de Neftalí.

También distribuyó el resto del botín, que era muy grande,

 

con lo que se vieron en posesión de grandes riquezas, todos jun-

tos y cada uno en particular, consistentes en oro, plata, vestidos

 

y otros muebles, aparte de gran cantidad de ganado cuyo número

no se podía determinar.

25. Terminada esta operación, congregó al ejército y habló de

este modo a aquellas tribus que se habían establecido en la

tierra de los amorreos al otro lado del Jordán (de los cuales

cincuenta mil hombres se habían armado para marchar con ellos

a la guerra)

-Ya que ese Dios que es el padre y señor de la nación hebrea

nos dió en posesión esta tierra, y prometió mantenernos para

siempre en el goce de su propiedad, y ya que vosotros os habéis

ofrecido celosamente a ayudarnos cuando nos hacía falta vuestra

ayuda, de acuerdo en todas las ocasiones con las órdenes de Dios,

es justo ahora que terminaron nuestras dificultades que se os

permita gozar de un descanso y que no abusemos más de vuestro

 

celo para ayudarnos, de modo que si volvemos a necesitarla po-

damos contar con ella en ocasiones futuras y que el exceso de

 

fatiga no sea motivo para que seáis más remisos en ayudarnos

en otra oportunidad. Os damos, por lo tanto, las gracias, por los

peligros que habéis corrido con nosotros; y no lo hacemos

solamente ahora sino que siempre estaremos dispuestos a

recordaros como amigos y a tener en cuenta las ventajas que

obtuvimos y la diligencia con que habéis pospuesto el goce de

vuestra felicidad por nosotros y habéis trabajado por lo que

ahora, por la voluntad de Dios, hemos obtenido, resolviendo no

gozar de vuestra propia prosperidad hasta que no nos hayáis

prestado esa asistencia.

 

"No obstante, al uniros a nosotros habéis obtenido grandes ri-

quezas y llevaréis a vuestros hogares abundante botín, de oro y

 

de plata, y lo que es más que todo eso, nuestra buena voluntad

 

para con vosotros y la disposición para devolveros vuestra

ama

bilidad en cualquier caso en que lo deseéis, porque vosotros

no

habéis omitido nada de lo que Moisés os requirió de antemano

ni lo habéis despreciado después de haber muerto; nada, pues,

puede disminuir la gratitud que os debemos. Por eso os

despedimos jubilosamente enviándoos a vuestras heredades; y os

rogamos dar por sentado que no hay límites entre nuestras

íntimas relaciones y que no imaginéis que porque se interponga

el río entre nosotros sois por eso de diferente raza que la nuestra

y dejáis de ser hebreos, porque todos somos de la posteridad de

Abram, nosotros los que habitamos aquí y vosotros los que

habitáis allí; el mismo Dios trajo al mundo a nuestros

antepasados y a los vuestros, y nosotros debemos observar su

culto y la forma de gobierno que él nos ordenó, muy

cuidadosamente, porque mientras continuéis cumpliendo esas

leyes Dios se mostrará misericordioso con vosotros y os asistirá.

Pero si imitáis a las otras naciones y abandonáis esas leyes,

rechazará a vuestra nación.

Dicho esto saludó a las autoridades uno por uno y a toda la

multitud en común y mientras él permanecía en su sitio el

pueblo acompañó a las tribus en su viaje, no sin lágrimas en los

ojos, separándose luego con gran pena.

26. Después de pasar el río la tribu de Rubén y la de Gad y la

parte de la de Manasés que los siguió, levantaron un altar en las

orillas del Jordán, como monumento para la posteridad y señal

de parentesco con los que habitarían al otro lado.

Pero cuando los del otro lado supieron que aquellos a quienes

habían despedido habían levantado un altar, al no saber con qué

intención lo habían construído supusieron que había sido para

hacer una innovación e introducir dioses extraños. Creyendo los

informes difamatorios, en lugar de estar inclinados a

rechazarlos, tomaron las armas para ir a vengarse de los que

habían erigido el altar. Se dispusieron a cruzar el río para

castigarlos por la subversión de las leyes de su país, pensando

que no debían guardarles consideración por su parentesco ni su

 

dignidad y que sólo debían consideración a la voluntad de Dios y

el modo con que él quería que se le rindiera culto.

Pero Josué, con Eleazar, el sumo pontífice, y el senado, los

contuvieron, y los persuadieron de que primero hicieran una

requisitoria verbal acerca de sus intenciones, y si encontraban

que eran malas sólo entonces procedieran a hacerles la guerra.

Enviaron,

222

223

entonces, como delegados a Finees, el hijo de Eleazar, y otras

diez personas de gran estima entre los hebreos, para que les

preguntaran qué se habían propuesto al edificar un altar en la

orilla después de haber pasado el río.

No bien los embajadores cruzaron el río y llegaron hasta ellos,

fué congregada la multitud y Finees les dijo que la ofensa que

 

habían cometido era demasiado horrible para ser castigada úni-

camente con palabras, ni para ser corregida en lo futuro sola.

 

mente.

-Pero -añadió-, no hemos acudido a las armas para castigaros

inmediatamente por la horrible transgresión en consideración a

nuestro parentesco y a la posibilidad de que el hecho tuviese una

explicación satisfactoria. Preferimos enviarles esta embajada

para indagar las verdaderas razones que os han movido a erigir

el altar y no aparecer apresurados en recurrir a la guerra sin

conocer previamente si hay razones justificadas, y proceder a

castigaros después si no las hubiere y la acusación fuese exacta.

 

Porque se nos hace difícil creer que vosotros, que conocéis la vo-

luntad de Dios, que habéis escuchado las leyes que él mismo nos

 

dió, al separaros de nosotros para instalaros en vuestro patrimo-

nio, obtenido en el sorteo por la gracia de Dios y la providencia

 

que ejerce con vosotros, hayáis podido olvidarlo, abandonar el

arca y el altar que es propio de nosotros, para introducir dioses

 

extraños e imitar las malas prácticas de los cananeos. Pero que-

daréis libres de culpa si os arrepentís ahora y no seguís adelante

 

con esa locura y ofrecéis la debida reverencia y recordáis las

leyes de vuestro país. Pero si persistís en el pecado, no

 

escatimaremos esfuerzos para proteger nuestras leyes, y

pasaremos el Jordán para defenderlas, y defender también a

Dios, y os consideraremos iguales a los cananeos y os

destruiremos como los hemos destruido a ellos. Porque no debéis

imaginaros que al cruzar el río quedasteis fuera del alcance del

poder de Dios. En cualquier parte donde os halléis estaréis en

sitios que le pertenecen, y es imposible eludir su poder y el

castigo que por eso aplica a los hombres. Y si creéis que vuestra

instalación en este lado puede impediros ser razonables, nada se

opondría a que dividamos de nuevo la tierra, dejando esta parte

para el pastoreo de las ovejas; pero como este crimen es reciente

haréis bien en volver prudentemente a vuestros

deberes. Os rogamos por vuestros hijos y mujeres que no nos

obliguéis a castigaros. Tomad, por lo tanto, en esta asamblea, las

medidas necesarias, teniendo en cuenta que de ellas dependen

vuestra seguridad y la seguridad de vuestros seres queridos, y

creed que es mejor para vosotros ser conquistados con palabras

que insistir en vuestros propósitos y sufrir las consecuencias de

la guerra.

27. Después de este discurso de Finees, los directores de la

 

asamblea y toda la multitud comenzaron a disculparse de la acu-

sación, diciendo que no habían renunciado al parentesco que los

 

unía y que no habían levantado el altar para introducir inno-

vaciones; que reconocían un solo Dios común a todos los hebreos,

 

y al altar de bronce erigido delante del tabernáculo en el cual

ofrecerían los sacrificios.

-En cuanto al altar que levantamos aquí -siguieron diciendo-,

y que dió motivo a las sospechas, no lo hemos erigido para adorar

ante él, sino como signo y testimonio de nuestro eterno

 

parentesco con vosotros, y como precaución necesaria para nues-

tra prudente conducta y para continuar con las leyes de nuestro

 

país, y no como medio para transgredirlas, como vosotros ha.

béis sospechado. Ponemos a Dios como auténtico testigo nuestro

 

de que éste fué el motivo por el cual edificamos el altar. Os roga-

mos por lo tanto que modifiquéis la mala opinión que os habéis

 

formado de nosotros y no nos imputéis lo que a cualquier descen.

diente de Abram le habría hecho merecedor de la muerte por

 

intentar introducir nuevos ritos, diferentes de nuestras prácticas

habituales.

28. Oída esa respuesta, que Finees les alabó, éste regresó y

 

explicó a Josué, delante de todo el pueblo, cuál había sido la con-

testación obtenida. Josué se alegró de no tener que ponerlos en

 

pie de guerra ni conducirlos a derramar sangre y combatir con

hombres de su propia estirpe. Ofreció en consecuencia sacrificios

dando gracias a Dios. Luego Josué disolvió la gran asamblea del

pueblo, enviándolos a sus respectivas heredades, mientras él

establecía su residencia en Siquem.

Veinte años después, siendo muy viejo, envió a buscar a los de

mayor dignidad de las distintas ciudades, a las autoridades, al

senado y a todo el pueblo común que podía estar presente. Una

vez reunidos, les recordó todos los beneficios que Dios les había

a

otorgado, que no podían ser sino muchos, ya que de su baja

condición habían subido a un grado tan alto de gloria y

abundancia, y les exhortó a que tomaran nota de las intenciones

de Dios que habían sido tan favorables para ellos. Les dijo que la

divinidad seguiría concediéndoles su amistad sólo por la piedad

de ellos. Y que era apropiado que él, Josué, ahora que estaba por

abandonar la vida, les dejara esa exhortación y les expresara su

deseo de que recordaran sus recomendaciones.

29. Después de estas palabras Josué murió, habiendo vivido

 

ciento diez años, cuarenta de ellos junto con Moisés, para apren-

der con él conocimientos ventajosos. Después de la muerte de

 

Moisés fué comandante durante veinticinco años.

Fué un hombre a quien no le faltó ni sabiduría ni elocuencia

para expresarse; se destacó en ambas virtudes. Fué de gran

valor y magnanimidad, en la acción y en el peligro, muy sagaz

para buscar la paz del pueblo y de grandes cualidades en todos

los momentos.

Fué sepultado en la ciudad de Tamna, de la tribu de Efraím.

En la misma época murió Eleazar, el sumo sacerdote, dejando el

sumo sacerdocio a su hijo Finees. Su monumento y su sepulcro

están en la ciudad de Gabata.

 

CAPITULO II

 

Después de la muerte de Josué los israelitas transgreden

las leyes de su país. Estalla una sedición. Destrucción de

 

la tribu de Benjamín

 

1. Después de la muerte de éstos (Josué y Eleazar), Finees

 

profetizó que de acuerdo con la voluntad de Dios debían enco-

mendar el gobierno a la tribu de Judá, la que destruiría la raza

 

de los cananeos. Porque a la sazón el pueblo estaba preocupado

por conocer cuál era la voluntad de Dios. Judá contó con la

ayuda de la tribu de Simeón, con la condición de que cuando

fueran muertos los cananeos atribuidos a la tribu de Judá,

harían lo mismo con los que estaban en la parte de Simeón.

 

2. Pero la situación de los cananeos era en aquel entonces flo-

reciente, y esperaron a los israelitas con un gran ejército en la

 

ciudad de Bezek, habiendo puesto el gobierno en las manos de

Adonibezek, nombre que significa señor de Bezek, porque adoni

en hebreo significa señor 1.

Los cananeos esperaban que la muerte de Josué hubiese sido

un gran golpe para los israelitas. Pero cuando entraron en

batalla con ellos, es decir, con las dos tribus arriba mencionadas,

los hebreos lucharon gloriosamente y mataron a más de diez mil

cananeos, poniendo en fuga a los restantes; los persiguieron y

apresaron a Adonibezek quien, cuando le cortaron los dedos de

las manos y los pies, dijo:

-Por lo que veo era imposible que pudiera escapar siempre de

Dios, y ahora tengo que sufrir lo que no vacilé en infligir a

setenta y dos reyes.

Lo condujeron vivo hasta Jerusalén y cuando murió lo

sepultaron y prosiguieron tomando ciudades. Después de

conquistar la mayor parte de ellas, pusieron sitio a Jerusalén.

Tomaron la parte baja de la ciudad, después de un tiempo

considerable, y mataron a todos los habitantes. Pero la parte alta

 

de la ciudad no podía ser tomada sin grandes dificultades, debido

a la fortaleza de sus murallas y la naturaleza del lugar.

3. Por esta razón trasladaron el campamento a Hebrón, la

que tomaron matando a todos los habitantes. Quedaba todavía la

raza de los gigantes; tenían un cuerpo tan grande y un rostro tan

distinto de los demás hombres, que asombraban con su presencia

e impresionaban con su voz. Los huesos de esos hombres todavía

se exhiben ahora, diferentes a los de todos los demás hombres.

Los israelitas dieron la ciudad a los levitas como recompensa

 

extraordinaria, con los suburbios de dos mil codos. Pero las tie-

rras que les correspondían las entregaron como donación a Ca-

leb, de acuerdo con las órdenes de Moisés. Caleb era uno de los

 

espías que Moisés había enviado a la tierra de Canaán. También

entregaron tierras para habitar a los descendientes de Jetro, el

1 En realidad, "mi señor". Josefo no traduce la declinación,

refiriéndose solamente al nominativo.

'Q

u I

madianita, suegro de Moisés, los que habían dejado su país

para seguirlos y acompañarlos en el desierto.

4. Las tribus de Judá y Simeón tomaron las ciudades de la

parte montañosa de Canaán, así como Ascalón y Azot de las que

estaban cerca del mar. Pero Gaza y Acarón escaparon, porque,

estando en una región llana, y poseyendo gran número de carros,

hostigaron dolorosamente a los atacantes.

Cuando estas tribus se hicieron muy ricas con la guerra, se

retiraron a sus ciudades, dejando las armas.

5. Los benjaminitas, a quienes pertenecía Jerusalén,

permitieron a sus habitantes pagarles tributo. Dejaron,

entonces, unos de matar, otros de correr riesgos, y tuvieron

tiempo para dedicarse al cultivo de la tierra. Las demás tribus

imitaron a la de Benjamín e hicieron lo mismo; contentándose

con el tributo que les pagaban, dejaron a los cananeos vivir en

paz.

 

q6. La tribu de Efraím, que había sitiado a Bezel, no hacía

ningún progreso ni realizaba nada digno del tiempo y las

penurias que pasaban instalados delante de la ciudad; pero

persistieron en mantener el sitio, aun a costa de grandes

contratiempos. Al cabo de cierto tiempo apresaron a un

ciudadano que fué hacia ellos a buscar lo que necesitaba, y le

dieron seguridades de que si entregaba la ciudad lo protegerían

a él y su familia. El hombre juró ue con esas condiciones pondría

la ciudad en sus manos. Efectivamente, el que traicionó la

ciudad fué protegido, él y su familia. Los israelitas mataron a

todos los habitantes y retuvieron la ciudad.

 

7. Luego los israelitas dejaron de seguir peleando con sus ene-

migos y se dedicaron a cultivar la tierra, lo que les produjo gran-

des riquezas; descuidaron la disciplina y se entregaron al lujo y

 

los placeres. También dejaron de cuidar celosamente las leyes

que pertenecían a su forma de gobierno.

 

Dios se indignó y les hizo notar en primer término que con-

trariando sus indicaciones habían perdonado la vida a los cana-

neos, y luego esos cananeos, cuando llegara el momento

 

oportuno, los explotarían bárbaramente. Pero los israelitas,

aunque pesaro

sos por las admoniciones de Dios, seguían desganados para

hacer la guerra; obtenían grandes tributos de los cananeos y

entregados

a la lujuria, estaban poco dispuestos a correr riesgos. Por eso

tam

bién permitieron que la aristocracia se corrompiera y no

forma

ron el senado ni nombraron las otras magistraturas que les

señalaban las leyes; sólo se dedicaban a cultivar los campos para

obtener riquezas. Esa gran indolencia provocó una terrible

sedición y llegaron hasta el punto de pelear entre sí, en la

siguiente ocasión:

 

8. Vivía allí un levita, un hombre de familia vulgar, que per-

tenecía a la tribu de Efraím, quien contrajo matrimonio con una

 

mujer de Betlem, localidad perteneciente a la tribu de Judá. El

 

hombre estaba muy enamorado de su esposa y subyugado por su

belleza. Pero tenía la desdicha de no ser correspondido por la

mujer, que lo odiaba, con lo que encendía aún más su pasión.

Ambos reñían continuamente hasta que la mujer, disgustada por

las perpetuas querellas, abandonó a su marido y se fué a reunir

con sus padres al cuarto mes'.

El marido, inquieto por su partida, fué a ver a sus suegros,

 

arregló la disputa y se reconcilió con su mujer; tratado amable-

mente por los padres de su esposa, se quedó con ellos cuatro

 

días. Al quinto día resolvió regresar a su casa y partió al

anochecer, porque los padres de ella no querían separarse de su

hija, y demoraron la partida hasta el final del día.

Tenían un criado, que los siguió, y un asno en el que montó la

esposa. Cuando estaban cerca de Jerusalén, después de haber

recorrido treinta estadios, el criado les aconsejó que se alojaran

en alguna posada, para evitar que les pasara alguna desgracia si

viajaban de noche, sobre todo porque estaban cerca del enemigo

y en aquella época había razones para sospechar hasta de los

amigos. Al marido no le gustó el consejo ni quiso hospedarse

entre extranjeros, porque la ciudad pertenecía a los cananeos, y

juzgó preferible viajar veinte estadios más y alojarse en alguna

ciudad israelita.

 

De este modo llegaron a Gaba, una ciudad de la tribu de Ben-

jamín, cuando comenzaba a oscurecer. Nadie de los que vivían en

 

la plaza del mercado los invitó a alojarse en su casa, pero un

anciano del campo, que era de la tribu de Efraím pero residía en

Gaba, le preguntó de dónde era y por qué había llegado a la

ciudad tan tarde y por qué buscaba provisiones para cenar

siendo de noche.

1 La frase no es clara en cuanto al tiempo. En Jueces (XIX, 2)

dice que la mujer regresó a la casa de su padre, donde

permaneció cuatro meses.

228

229

El hombre respondió que era levita y volvía a su casa

llevando a su esposa de la casa de sus padres, y le dijo que su

 

casa estaba en la tribu de Efraím. El anciano, tanto por su

parentesco como porque vivían en la misma tribu, y también

porque se habían encontrado accidentalmente, los llevó a

alojarlos en su casa.

Ciertos jóvenes de los habitantes de Gaba, que habían visto a

la mujer en la plaza y admirado su belleza, cuando supieron que

se alojaba en la casa del viejo, llegaron hasta la puerta,

despreciando la debilidad y el reducido número de la familia del

anciano. Este les pidió que se fueran y no hicieran ofensa ni

abuso. Los jóvenes le respondieron que les entregara a la

extranjera y no le harían a él ningún daño.

El viejo alegó que el levita era pariente de él y que

cometerían una acción malvada si se dejaban dominar por sus

deseos y ofendían las leyes; los jóvenes despreciaron su justa

admonición, riendo y bromeando. Y lo amenazaron con matarlo

si se interponía en sus inclinaciones.

 

El anciano se encontró en mala situación pero no quiso aban-

donar a sus huéspedes y entregarlos al abuso; y les dió su propia

 

hija, diciéndoles que sería una violación menor de la ley

satisfacer su lujuria con ella que abusar de sus huéspedes. De

este modo pensaba evitar la ofensa a sus huéspedes.

Los jóvenes no cejaron en su empeño de que les entregase a la

extranjera; el anciano les rogó que no perpetraran esa injusticia.

 

Pero los jóvenes la tomaron por la fuerza, y dominados por la vio-

lencia de sus inclinaciones la retiraron de la casa y después de

 

satisfacer con ella sus deseos durante toda la noche la

abandonaron al rayar el alba.

 

La mujer volvió a la casa donde había sido recibida, muy afli-

gida por lo que le había ocurrido y muy apenada por sus sufri-

mientos. No osando mirar a su marido a la cara, porque suponía

 

que jamás la perdonaría por lo que había hecho, cayó al suelo y

expiró.

Creyendo el marido que su esposa estaba dormida, la levantó

 

y resolvió hablarle y confortarla, ya que no se había expuesto vo-

luntariamente a la lujuria de aquellos hombres, sino que había

 

sido sacada a la fuerza de la casa. Pero en cuanto advirtió que

 

estaba muerta, actuó con toda la grandeza que su desgracia le

per

1

mitía. Depositó a la difunta sobre el asno y la condujo a su

casa; allí la desmembró, dividiéndola en doce partes y envió un

trozo a cada tribu, encargando a los que condujeron los trozos

que informaran a las tribus quiénes habían sido los causantes de

su muerte y la violencia de que habían hecho objeto a la mujer.

9. El pueblo se sintió muy perturbado por lo que veía y oía,

porque nunca había sucedido nada semejante. Se reunió en Siló,

lleno de una grande y justa indignación, y congregándose

delante del tabernáculo resolvió inmediatamente tomar las

armas y tratar a los habitantes de Gaba como enemigos. Pero el

senado los contuvo, persuadiéndolos de que no debían

precipitarse a hacer la guerra a los que eran de su misma

nación, y que antes debían hablarles acerca de la acusación que

se les había formulado. Porque la ley decía que ni aun contra

extranjeros que apareciesen como ofensores debían tomarse las

armas sin enviarles antes una embajada procurando de ese modo

averiguar si se arrepentían o no 1.

Los exhortaron, por consiguiente, a obedecer las leyes, esto

es, a mandar preguntar a los habitantes de Gaba si estaban

dispuestos a entregar a los ofensores y si aceptarían su castigo.

Si despreciaban a los enviados, entonces tomarían las armas

para castigarlos.

Enviaron delegados a los habitantes de Gaba acusando a los

jóvenes del crimen cometido con la mujer del levita, y les

pidieron que entregaran a los que habían cometido lo que era

contrario a las leyes, para que pudieran ser castigados, porque

merecían la muerte por su acción. Los habitantes de Gaba se

negaron a entregar a los jóvenes y consideraron que era

reprochable ceder, por temor a la guerra, a las demandas de

otros hombres; no querían ser inferiores a nadie en la guerra, ni

en el número ni en el valor. El resto de la tribu comenzó a hacer

grandes preparativos para ir a la guerra, porque eran tan

insolentes que estaban dispuestos a repeler la fuerza con la

fuerza.

 

10. Enterados los israelitas de lo que habían resuelto los de

Gaba, juraron que nadie daría a su hija en matrimonio a un ben

1 La intervención del senado es agregado por Josefo,

probablemente

1 para indicar que se actuó de acuerdo con las leyes de

Moisés. La Biblia sólo dice que se enviaron varones a reclamar la

entrega de los culpables (Jueces, XX, 12, 13).

231

230

jaminita, y decidieron hacerles la guerra con más furia que la

que según sabían habían empleado nuestros antepasados para

combatir a los cananeos; enviaron contra ellos un ejército de

cuatrocientos mil hombres. El ejército de los benjaminitas era de

veinticinco mil seiscientos hombres. De estos, quinientos eran

muy hábiles para arrojar piedras con honda con la mano

izquierda, tanto que al entablarse la batalla los benjaminitas

derrotaron a los israelitas, de los que cayeron dos mil hombres;

probablemente habrían matado más si la llegada de la noche no

hubiese interrumpido la batalla. Los benjaminitas regresaron a

la ciudad llenos de júbilo mientras los israelitas volvieron a sus

campamentos asustados por lo ocurrido.

 

Al día siguiente, al reanudarse la pelea, los benjaminitas vol-

vieron a derrotar a los israelitas, matando a dieciocho mil. El

 

resto abandonó el campo temeroso de que la matanza fuera

mayor. Volvieron a Bezel, ciudad próxima al campamento, y

ayunaron al día siguiente. Por intermedio de Finees, el sumo

sacerdote, pidieron a Dios que cesara su cólera contra ellos y se

declarara satisfecho con esas dos derrotas, dándoles la victoria y

el poder para derrotar a sus enemigos. Dios les prometió hacerlo

mediante la profecía de Finees.

 

11. Luego dividieron al ejército en dos partes, una de las cua-

les tendió de noche una emboscada cerca de la ciudad de Gaba y

 

la otra atacó a los benjaminitas. En seguida emprendieron la

retirada, perseguidos por los benjaminitas; los hebreos

retrocedían lentamente, para sacar al adversario completamente

de la ciudad. Los viejos y los jóvenes que habían sido dejados en

 

la ciudad por ser demasiado débiles para combatir, salieron

junto con los combatientes, deseosos de rendir al enemigo.

Pero cuando estaban a gran distancia de la ciudad los hebreos

dejaron de huir, se volvieron y presentaron batalla, e hicieron la

señal convenida con los que habían quedado emboscados, los

cuales salieron y cayeron con gran estrépito sobre el enemigo.

En cuanto advirtieron que habían sido engañados, no

supieron qué hacer; empujados hacia una hondonada que había

en un valle fueron atacados por las fuerzas de los hebreos que los

rodearon y mataron a todos menos a seiscientos que formando

un grupo compacto, se abrieron paso a través del enemigo y

huyeron a las

montañas vecinas, donde se quedaron. El resto, unos

veinticinco mil, fueron muertos.

Los israelitas prendieron fuego a Gaba, mataron a las

mujeres y a los hombres menores de edad, y luego hicieron lo

mismo con las demás ciudades de los benjaminitas. Estaban tan

arrebatados por la ira que enviaron doce mil hombres con orden

de destruir la ciudad de Jabis, de Galaditis, que no los había

ayudado a combatir a los benjaminitas. Los enviados mataron a

los guerreros, con sus mujeres e hijos, exceptuando cuatrocientas

vírgenes. A ese extremo llegaron en su cólera, porque no sólo

tenían que vengar los sufrimientos de la esposa del levita, sino

también la matanza de sus soldados.

12. No obstante, luego se arrepintieron de la calamidad que

habían hecho caer sobre los benjaminitas, y señalaron con ese

motivo un día de ayuno, aunque juzgaban que esos hombres

habían sufrido un justo castigo por haber violado las leyes. Y

enviaron a buscar a los seiscientos que habían escapado, y que se

habían instalado en una roca llamada Roa, en el desierto.

Los embajadores se lamentaron por el desastre que no sólo

había herido a los benjaminitas sino también a ellos mismos, por

la destrucción de sus parientes, y los persuadieron de que

tuvieran paciencia y fueran a unirse con ellos y no dieran motivo

para el exterminio total de la tribu de Benjamín.

 

-Os autorizamos -les dijeron-, para que toméis toda la tierra

de Benjamín para vosotros, y todo el botín que podáis llevar con

vosotros.

Los hombres reconocieron que lo sucedido había ocurrido de

 

acuerdo con la decisión de Dios, y por la maldad de ellos; acepta-

ron la invitación y regresaron a su tribu. Los israelitas les dieron

 

a las cuatrocientas vírgenes de Jabis de Galaad, para que las

tomaran por esposas. Luego deliberaron acerca de los doscientos

restantes, para ver la manera de darles esposas con las que

tuvieran hijos. Y aunque antes de comenzar la guerra habían

jurado no dar a sus hijas para esposas a ningún benjaminita,

alguien aconsejó que no hicieron caso del juramento, porque no

había sido hecho juiciosa y deliberadamente, sino en un rapto de

pasión. Jamás harían nada contra Dios, pero como se trataba de

salvar una tribu entera amenazada de extinción, consideraron

que el perjurio era un acto

 

232

233

triste y peligroso cuando se cometía con mala intención, pero

no

cuando se hacía por necesidad. ,

El senado expresó su temor ante la sola mención de la

palabra

perjurio, pero una persona les dijo que podía indicarles la

manera 1 de suministrar esposas a los benjaminitas, sin dejar

de cumplir el juramento. Preguntado sobre cuál era su

propuesta, respondió:

l-Cuando nos encontramos en Siló tres veces por año,

nuestras esposas e hijas nos acompañan. Que los benjaminitas

rapten y se casen con las mujeres que puedan conseguir, y

nosotros ni los incitaremos ni se lo prohibiremos. Si los padres lo

toman a mal y piden el castigo de los raptores, les diremos que la

culpa es de ellos por no haber vigilado a sus hijas, y que no

 

deben exagerar el enojo contra los benjaminitas, porque ese

enojo ya había ido demasiado ejos.

Los israelitas fueron persuadidos de que siguieran ese

consejo, resolviéndose permitir a los benjaminitas que robaran

sus esposas. Cuando llegó el festival, los doscientos benjaminitas

se emboscaron frente a la ciudad, en grupos de dos y tres, y

aguardaron la llegada de las vírgenes, en los viñedos y en otros

lugares donde podían esconderse.

Las vírgenes se aproximaron jugando despreocupadamente,

sin sospechar lo que les esperaba; los emboscados en el camino

se levantaron y se apoderaron de ellas. De este modo los

benjaminitas consiguieron esposas y se dedicaron a la

agricultura, tratando de recuperar su antigua prosperidad.

Así fué como la tribu de Benjamín, que corrió peligro de ser

exterminada totalmente, se salvó por la sabiduría de los

israelitas. Luego florecieron y se multiplicaron hasta llegar a ser

una multitud, y alcanzaron la felicidad. Este fué el fin de esa

guerra.

 

CAPITULO III

 

Los israelitas, después de esa desgracia, se vuelven perversos y

sirven a los asirios. Dios los salva por medio de Otoniel, quien

 

gobierna durante cuarenta años

 

1. Sucedió que la tribu de Dan sufrió lo mismo que la de

Benjamín. Fué del siguiente modo:

Cuando los israelitas abandonaron el ejercicio de las armas y

se dedicaron a la labranza, los cananeos los miraron con

desprecio y reunieron un ejército, no en previsión de

contratiempos, sino para poder tratar mal a los hebreos cuando

quisieran y vivir mejor en lo futuro en sus ciudades. Prepararon

carros, reunieron soldados, las ciudades se combinaron y

quitaron a la tribu de Judá las ciudades de Ascalón y Acarón, y

muchas otras que se hallaban en la llanura. Obligaron a los

danitas a huir a la región montañosa, sin dejarles la menor

porción de la llanura donde pudieran poner el pie.

Como entonces los danitas no podían combatirlos y no tenían

 

suficiente territorio, enviaron cinco hombres al interior para bus-

car territorio al que pudieran transladar su residencia. Los hom-

bres llegaron hasta la vecindad del monte Líbano y los

 

manantiales del Jordán inferior, en la gran planicie de Sidón, a

un día de viaje de la ciudad. Después de observar la tierra y

encontrándola buena y muy fértil, la hicieron conocer a la tribu y

luego realizaron una expedición con el ejército y edificaron la

ciudad de Dan, nombre del hijo de Jacob y de la tribu.

2. Pero los israelitas se volvieron tan indolentes y poco

dispuestos a molestarse, que sufrieron cada vez mayores

desdichas, las que en parte provenían también de su

menosprecio del culto divino. Porque después de haberse

apartado de la normalidad de su gobierno político se dedicaron a

vivir de acuerdo con sus placeres y su voluntad, hasta que su

 

conducta se llenó con las mismas malas prácticas de los

cananeos.

 

Dios por lo tanto se indignó y a causa de su lujuria los israe-

litas perdieron la situación de felicidad que habían conseguido

 

con mucho trabajo. Cusartes, rey de los asirios, les hizo la

guerra, perdieron en la batalla muchos soldados y fueron

sitiados y tomados por la fuerza. Algunos, impulsados por el

miedo, se sometieron voluntariamente y aunque el tributo que

les impusieron fué mayor de lo que podían afrontar, lo pagaron y

durante ocho años sobrellevaron toda clase de opresiones. Al

cabo de ese tiempo fueron libertados de la siguiente manera.

3. Había un hombre llamado Otoniel, hijo de Cenez, de la

tribu de Judá, un hombre activo y de gran valor. Recibió una

admonición de Dios indicándole que no abandonara a los

israelitas en la

t

desdichada situación en que se hallaban, y que se empeñara

audazmente en conseguir su libertad. Otoniel consiguió reunir

un grupo que lo ayudara en la peligrosa empresa (y pocos fueron

los que, por vergüenza ante la situación o por el deseo de

cambiarla, pudieron ser convencidos de que lo secundaran), y en

primer lugar destruyó la guarnición que Cusartes les había

impuesto. Cuando vieron que no había fracasado en su primera

tentativa, otros hombres del pueblo se unieron en su ayuda.

Entablaron batalla con los asirios, los hicieron retroceder y

los obligaron a pasar el Eufrates. Luego Otoniel, que había dado

pruebas de su valor, recibió de la multitud autoridad para juzgar

al pueblo. Después de gobernarlos durante cuarenta años, murió.

 

CAPITULO IV

 

Nuestro pueblo sirve a los moabitas durante dieciocho años,y es

luego librado de la esclavitud por Ehud, quien gobierna durante

 

ochenta años

 

1. Muerto Otoniel, los asuntos de los israelitas cayeron de

nuevo en el desorden; no rendían a Dios los honores debidos r.i

obedecían las leyes. Sus aflicciones fueron aumentando hasta

que Eglón, rey de los moabitas, concibió por ellos un desprecio

tan grande, a causa de los desórdenes de su política

gubernamental, que les hizo la guerra y los venció después en

varias batallas. Sometió a los más valientes, subyugó a todo el

ejército y les ordenó pagar tributo.

Eglón se hizo edificar un palacio real en Jericó1 y no omitió

ningún medio para oprimirlos. Los redujo a la pobreza durante

dieciocho años. Pero cuando Dios se compadeció de los israelitas

por sus aflicciones y las súplicas que le hacían los libró de la

dura es. clavitud a que habían sido sometidos por los moabitas.

La liberación se la otorgó de la siguiente manera.

 

1 La Biblia no nombra a Jericó. Dice la "ciudad de las

palmeras". El Targum también lo traduce por Jericó. Esta

interpretación parece ignorar

la destrucción de Jericó por Josué, aunque Jericó vuelve a ser

nombrada más adelante por David (II Samuel, X, 5).

2. En la tribu de Benjamín había un joven llamado Ehud, hijo

de Gera, un hombre de gran valor en empresas audaces, y de

cuerpo robusto hecho para tareas duras, y muy hábil en el uso de

su mano izquierda en la que residía toda su fuerza. Ehud vivía

en Jericó, y se hizo familiar con Eglón, obteniendo su favor por

medio de presentes y ganándose su buena voluntad y la estima

de los que rodeaban al rey.

 

Cierta vez que llevó presentes al rey, acompañado de dos

criados, se guardó secretamente una daga en el muslo derecho.

Era verano, a mediodía; los guardias no vigilaban bien, por el

calor y porque estaban comiendo. El joven ofreció los presentes

al rey, que se hallaba en una pequeña salita convenientemente

resguardada del calor, y entró a conversar con él. Estaban solos

porque el rey había despedido a los sirvientes.

El rey estaba sentado en su trono y Ehud sintió temor de

errar el golpe y no herirlo mortalmente. Le dijo que tenía que

informarle de un sueño por orden de Dios. El rey se levantó

gozoso para escuchar el sueño y Ehud le asestó una puñalada en

el corazón, después de lo cual, dejando el puñal en el cuerpo del

rey, salió y cerró la puerta. Los sirvientes guardaron silencio,

creyendo que el rey se había acostado a dormir.

3. Ehud informó privadamente al pueblo de Jericó de lo que

había hecho, y lo exhortó a recuperar la libertad. El pueblo le

hizo caso de buen grado y se levantó en armas, enviando

mensajeros a todo el país para invitarlos a hacer sonar

trompetas en cuernos de cabrío, que era nuestra acostumbrada

manera de reunir al pueblo.

Los sirvientes de Eglón ignoraron durante un buen rato la

desgracia que a éste le había ocurrido; pero hacia el anochecer,

temiendo que le hubiese pasado algo, penetraron en la sala y lo

hallaron muerto. Se produjo un gran alboroto en el que nadie

sabía lo que debía hacer. Antes de que pudieran ser reunidos los

guardias, los israelitas cayeron sobre ellos, matando a algunos

inmediatamente y poniendo en fuga a otros, que huyeron para

salvarse hacia el país de Moab. Eran más de diez mil.

Los israelitas tomaron por el vado del Jordán y los

persiguieron y los mataron sin que escapara ninguno, siendo

muchos de ellos muertos en el mismo vado.

u

De este modo los israelitas se libertaron de la esclavitud de

los moabitas. Ehud fué elevado a la dignidad de gobernante de

toda la multitud, y murió después de gobernar ochenta años1.

Era un hombre digno de encomio, aparte de lo que había hecho.

 

Después de su muerte fué elegido gobernador Sanagar, hijo de

Anat, pero murió al primer año de su gobierno.

 

CAPITULO V

 

Los cananeos esclavizan a los israelitas durante veinte

años, después de los cuales éstos son libertados por Barac

y Débora, que los gobiernan durante cuarenta años

 

1. Los israelitas, que no aprendieron nada de sus anteriores

.infortunios para corregir su conducta, y no adoraron a Dios ni

obedecieron las leyes, fueron esclavizados por Jabín, rey de los

cananeos, cuando sólo habían obtenido un corto respiro después

de la esclavitud con los moabitas.

Jabín salió de Asor, ciudad situada junto al lago Semeconitis,

con trescientos mil hombres a pie, diez mil a caballo y no menos

 

de tres mil carros. El comandante del ejército era Sisara, el hom-

bre que gozaba del principal favor del rey. Derrotó a los

 

israelitas y les ordenó pagar tributo.

2. Sobrellevaron la pesada carga durante veinte años, sin

sacar bastante experiencia dé sus desgracias. Dios quiso

domeñar su obstinación e ingratitud para con él. Cuando

finalmente se arrepintieron y aprendieron que sus contratiempos

provenían de su desdén por las leyes, pidieron a Débora, una

profetisa (cuyo nombre en hebreo significa abeja), que rogara a

Dios que se apiadara de ellos y no los abandonara, y no

permitiera que los exterminaran los cananeos. Dios les concedió

la salvación, y les eligió como general a Barac, de la tribu de

Neftalí. (Barac en hebreo

significa relámpago.)

3. Débora mandó llamar a Barac y le ordenó que eligiera diez

mil jóvenes para marchar contra el enemigo, porque Dios había

 

1 La Biblia sólo dice que "reposó la tierra ochenta años"

(Jueces, III, 30).

 

dicho que ese número sería suficiente y les había prometido la

victoria. Barac respondió que no sería general del ejército a

menos que ella, Débora, fuera con él.

Débora, indignada, respondió:

-Tú, Barac, delegas despectivamente la autoridad que Dios te

dió en una mujer; pero yo no la rechazo.

Reunieron diez mil hombres e instalaron el campamento en el

 

monte Tabor, donde por orden del rey, Sísara les hizo frente ins-

talando el campamento no lejos del enemigo.

 

Los israelitas y el mismo Barac se asustaron ante la

magnitud del enemigo y habrían decidido retirarse si Débora no

se lo hubiese impedido, ordenándoles presentar batalla al

enemigo ese mismo día; porque era su deber conquistarlo, y para

ello contaban con la asistencia de Dios.

4. Comenzó la batalla y cuando entraron a pelear cuerpo a

cuerpo llegó del cielo una gran tormenta con abundante lluvia y

granizo; el viento sopló la lluvia sobre el rostro de los cananeos y

les oscureció de tal modo la vista que no pudieron obtener

ningún beneficio de sus hondas y sus flechas. El frío del aire no

permitió tampoco a los soldados emplear las espadas. La

tormenta en cambio no incomodó mucho a los israelitas, porque

estaba a sus espaldas.

Ante la certeza de que Dios los asistía, los israelitas cobraron

tanto valor que se lanzaron sobre el enemigo y mataron un gran

 

número de sus hombres. Algunos cayeron a manos de los israeli-

tas, otros fueron derribados por sus propios caballos, que se des-

bandaron, y no pocos fueron muertos por sus propios carros.

 

Finalmente, Sísara, cuando se vió derrotado, huyó y llegó

hasta la casa de una mujer cinea llamada Jael y le pidió que lo

ocultara. La mujer lo recibió y cuando le pidió algo para beber le

dió leche agria de la que tomó tanta que se quedó dormido.

Estando dormido, Jael tomó una estaca de hierro y con un

martillo se la clavó en la sien hasta el suelo.

Poco después llegó Barac y la mujer le mostró a Sisara

clavado al suelo. De ese modo esa victoria fué ganada por una

mujer, como lo predijo Débora. Barac peleó luego con Jabín en

 

Asor y cuando se encontró con él lo mató. Caído el general, Barac

arrasó

238

239

la ciudad y fué comandante de los israelitas durante cuarenta

años 1.

 

CAPITULO VI

 

Los madianitas y otras naciones luchan con los israelitas

y los derrotan y sojuzgan a su país durante siete años. Los

israelitas son libertados por Gedeón, que gobierna a la mul

 

titud durante siete años

 

1. Cuando murieron Barac y Débora, lo que ocurrió casi al

 

mismo tiempo, los madianitas llamaron en su ayuda a los amale- citas y a los árabes e hicieron la guerra a los israelitas; vencieron

 

a sus adversarios, devastaron los frutos de la tierra y se llevaron

el botín recogido.

Como repitieron lo mismo durante siete años, los israelitas se

retiraron a las montañas, abandonando la llanura. Abrieron

cuevas subterráneas y cavernas y guardaron lo que habían

podido salvar de las manos del enemigo. Porque los madianitas

hacían excursiones en la época de la cosecha, pero los dejaban

arar la tierra en invierno, para que los israelitas hicieran el

trabajo y ellos recogieran los frutos.

Se produjo una escasez de alimentos y sobrevino el hambre, y

los israelitas acudieron a suplicar a Dios que los salvara.

2. Gedeón, hijo de Joas, uno de los principales de la tribu de

Manasés, llevaba en secreto sus haces de trigo y los sacudía en el

lugar, porque por temor a sus enemigos no los sacudía

abiertamente en la era. En cierto momento se le apareció alguien

con la forma de un joven, y le dijo que Gedeón era un hombre

feliz y amado de Dios.

-¡Buena prueba del favor de Dios -replicó inmediatamente

Gedeón- es ésta de que me vea obligado a usar el lagar en lugar

de la era!

 

Pero la aparición lo exhortó a que tuviera ánimos e hiciera la

tentativa de recuperar la libertad. Gedeón respondió que le era

imposible hacerlo, porque la tribu a que pertenecía era poco nu

 

1 La Biblia dice: "...y la tierra reposó cuarenta años" (Jueces,

Y, 31).

merosa, y porque él era demasiado joven y carente de

importancia para pensar en grandes acciones.

El otro le prometió entonces que Dios le suministraría lo que

le faltara, y daría la victoria a los israelitas, conducidos por él.

3. Gedeón relató el episodio a varios jóvenes, que le creyeron,

e inmediatamente se reunió un ejército de diez mil hombres listo

para la lucha. Dios se apareció en sueños a Gedeón y le dijo que

la humanidad era demasiado egoísta y enemiga de los que se

destacaban por su virtud, y que en lugar de adjudicar la victoria

a Dios, se imaginaban que la obtenían por sus propias fuerzas,

porque eran un gran ejército capaz de derrotar al enemigo. Para

que apreciaran que la debían a su ayuda, le aconsejó que a

mediodía, con la violencia de la lucha, llevara al ejército hacia el

río y observara a los hombres que bebían. Si se echaban de

rodillas y bebían eran hombres de valor; los que bebieran

desordenadamente, sería porque temían al enemigo.

Gedeón hizo lo que Dios le había sugerido. Trescientos

hombres bebieron el agua en las manos desordenadamente, y

Dios le ordenó que tomara a esos hombres y atacara al enemigo.

Gedeón instaló el campamento junto al río Jordán, preparándose

para cruzarlo al día siguiente.

4. Pero Gedeón sentía un gran temor, porque Dios le había

 

anticipado que debería caer sobre el enemigo por la noche. De-

seando liberarlo del temor, Dios le ordenó que tomara uno de sus

 

soldados y se acercara a las tiendas de los madianitas; de ese

modo aumentaría su valor y su audacia. Gedeón obedeció y salió

con su criado Furá; al acercarse a una de las tiendas descubrió

que sus ocupantes estaban despiertos y hablaban. Uno de los

soldados relataba a su compañero un sueño que había tenido,

tan claramente que Gedeón alcanzó a oírlo. El sueño era el

 

siguiente: El soldado vió una torta de cebada, tan vil que ningún

hombre la comería, la que rodando por el campamento derribó la

tienda real y las tien

das de todos los soldados.

El otro soldado le dijo que ese sueño significaba la destrucción

del ejército y explicó en qué razones se basaba para afirmarlo, y

que eran éstas. La semilla llamada cebada era considerada la

más vil de todas las semillas, y los israelitas eran el pueblo más

vil de

i

240

241

todos los de Asia, como la semilla de cebada. Los que parecían

ser grandes de los israelitas eran Gedeón y su ejército.

-Si tú dices -concluyó-, que viste a la torta derribando

nuestras tiendas, me temo que Dios haya concedido la victoria a

Gedeón sobre nosotros.

5. Al oír Gedeón el relato del sueño, se sintió animado y lleno

de esperanzas. Ordenó a sus hombres que se armaran y les contó

la visión de sus enemigos. También los soldados sintieron

aumentar su valor y se dispusieron a cumplir lo que les

mandara.

Gedeón dividió al ejército en tres partes, cada una de cien

hombres, y lo sacó durante la cuarta guardia de la noche; todos

ellos llevaban cántaros vacíos con antorchas encendidas dentro

de ellos para que su ataque no fuera descubierto por el enemigo.

Cada cual llevaba además en la mano un cuerno de cabrío, para

usarlo como trompeta.

El campamento enemigo ocupaba una gran extensión, porque

tenían gran número de camellos; divididos en naciones se habían

reunido en un solo círculo. Cuando los hebreos se acercaron al

enemigo, al recibir la señal y cumpliendo las órdenes recibidas

hicieron sonar los cuernos, rompieron los cántaros y cayeron

sobre el enemigo con las antorchas a los gritos de: "¡Victoria para

Gedeón, con la asistencia de Dios!".

 

Los hombres del otro bando, que estaban durmiendo (porque

 

era de noche, como había dicho Dios), se desbandaron aterrori-

zados. Algunos de ellos fueron muertos por los israelitas, pero la

 

mayoría por ellos mismos. Como hablaban distintas lenguas, al

producirse el desorden se mataron entre sí, tomando cada grupo

a los demás por enemigos. De este modo se produjo una gran

matanza. Cuando la noticia de la victoria de Gedeón llegó hasta

los israelitas, éstos tomaron las armas y persiguieron al enemigo

y lo alcanzaron en un valle rodeado de torrentes, del que no

podía pasar. Lo rodearon y mataron a todos los soldados, junto

con sus reyes Oreb y Zebul.

Los capitanes que quedaron se llevaron a los soldados

restantes, que eran unos dieciocho mil, e instalaron el

campamento a mucha distancia de los israelitas. Pero Gedeón no

escatimó sus esfuerzos y los persiguió con todo el ejército, les dió

batalla, destruyó todo el ejército enemigo y tomó prisioneros a

sus jefes restantes, Zebes

y Salmana. En esta batalla fueron muertos unos ciento veinte

mil hombres de los madianitas y sus aliados árabes. Los hebreos

tomaron un gran botín de oro, plata, ropas, camellos y asnos.

Cuando Gedeón volvió a su tierra de Efrán, mató a los reyes de

los madianitas.

6. La tribu de Efraím quedó tan disgustada por los triunfos de

Gedeón que resolvió hacerle la guerra, acusándolo de no haberles

avisado que haría una expedición contra sus enemigos. Gedeón,

que era un hombre reposado y sobresalía en todas las virtudes,

argumentó que no había llevado el ataque contra el enemigo sin

avisarles por su propia resolución, sino por orden de Dios, y que

la victoria les pertenecía tanto a ellos como a los combatientes.

Apaciguando de este modo las pasiones, benefició a los hebreos

más que con el buen éxito que había obtenido frente al enemigo,

porque evitó la sedición que amenazaba producirse. Sin

embargo, esa tribu sufrió luego el castigo por haber ofendido a

Gedeón, de lo que informaremos a su tiempo.

7. Gedeón quiso rechazar el gobierno, pero fué persuadido de

que lo aceptara y lo retuvo durante cuarenta años, impartiendo

 

justicia al pueblo, que le sometía sus diferencias y acataba sus

decisiones. Cuando murió fué sepultado en su pueblo, Efrán.

 

CAPITULO VII

 

Sobre la guerra que libran durante mucho tiempo con sus

 

vecinos los jueces que suceden a Gedeón

 

1. Gedeón tuvo setenta hijos legítimos, porque casó con varias

esposas, y uno bastardo con su concubina Drumá. Este último,

que se llamaba Abimélec, después de la muerte de su padre se

retiró a Siquem a reunirse con los parientes de su madre, que

vivían allí. Obtuvo dinero de gente famosa por sus numerosas

tropelías y volvió a la casa de su padre, donde mató a todos sus

hermanos, menos a Joatam, quien tuvo la suerte de escapar y

salvarse.

Abimélec se hizo dueño y señor y gobernó tiránicamente, ha

242

243

ciendo lo que quería y no lo que mandaban las leyes, y siendo

más severo aún con los que defendían la justicia.

2. En cierta ocasión en que se realizaba un festival público en

Siquem y se había reunido la multitud, Joatam, el hermano de

Abimélec, de quien habíamos dicho que había logrado escapar,

subió al monte Garizim, que dominaba la ciudad de Siquem,

para que lo oyera la multitud y les pidió que lo escucharan y

meditaran sobre lo que iba a decirles. Cuando hubieron

guardado silencio, les habló diciéndoles que un día que los

árboles tuvieron voz humana se reunieron en asamblea y

expresaron su deseo de que la higuera los gobernara. La higuera

se negó porque prefería gozar el honor que le daban sus frutos y

no el que recibiría de otros. Los árboles no abandonaron su

propósito de nombrar un gobernante, y creyeron conveniente

ofrecer ese honor a la vid. Elegida la vid, ésta se disculpó y

rechazó el gobierno con las mismas palabras que había empleado

la higuera. Después de haber hecho lo mismo el olivo, se lo

pidieron al espino (que es una especie de madera buena para

 

hacer fuego), quien prometió hacerse cargo del gobierno y

ejercerlo con celo, pero siempre que se mantuvieran bajo su

sombra; y si se complotaban, el principio del fuego que residía en

él los destruiría. Añadió Joatam que no les había contado un

cuento para reír, porque después de haber gozado de tantas

bendiciones con Gedeón, toleraban a Abimélec que los dominaba

y lo habían ayudado a matar a sus hermanos. Terminó diciendo

que Abimélec no era mejor que el fuego.

Dicho esto se marchó y vivió en las montañas tres años,

temiendo la persecución de Abimélec.

3. Poco después del festival, los siquemitas, arrepentidos de

haber matado a los hijos de Gedeón, expulsaron a Abimélee de la

ciudad y de la tribu. Abimélec pensó entonces de qué manera

podría dañar a la ciudad.

Llegó la época de la vendimia y el pueblo no quiso salir a

recoger los frutos, por temor a las represalias de Abimélec.

Sucedió que arribó a la ciudad un jefe llamado Gaal, quien se

alojó en la ciudad con sus parientes y sus soldados. Los

siquemitas le pidieron que les facilitara una guardia hasta

después de la vendimia; el hombre accedió y el pueblo salió

precedido por Gaal al frente de sus soldados.

Recogieron el fruto sin inconvenientes, y cuando se reunieron

a cenar en varios grupos se animaron a maldecir abiertamente a

 

Abimélec. Los magistrados tendieron celadas alrededor de la ciu-

dad y apresaron y mataron a muchos de los hombres de

 

Abimélec.

4. Pero Zebul, uno de los magistrados de Siquem, estaba en

 

buenas relaciones con Abimélec y le envió mensajeros, informán-

dole que Gaal había soliviantado al pueblo contra él, y lo incitó a

 

tender emboscadas frente a la ciudad. Zebul convencería a Gaal

de que saliera a hacerle frente, y así estaría en condiciones de

vengarse, después de lo cual haría reconciliar a Abimélec con la

ciudad.

Abimélec tendió las celadas y aguardó personalmente junto a

las mismas. Gaal se encontraba en los suburbios sin tomar

mayores precauciones. Zebul estaba con él. De pronto vió venir

 

hacia él hombres armados y se lo advirtió a Zebul. Replicó éste

que eran las sombras de las rocas. Pero cuando estuvieron más

cerca Gaal comprendió cuál era la realidad y afirmó que no eran

sombras sino hombres emboscados.

 

-¿Tú no reprochaste a Abimélec por ser cobarde? -dijo en-

tonces Zebul-. ¿Por qué no demuestras ahora tu valentía y sales

 

a pelear con ellos?

Gaal, alterado, salió y presentó batalla a Abimélec, cayendo

algunos de sus hombres, después de lo cual huyó hacia la ciudad

llevándose a los restantes.

Pero Zebul manejó las cosas de tal modo que la ciudad

expulsó a Gaal, acusándolo de cobardía ante los soldados de

Abimélec 1. Cuando éste supo que los siquemitas volverían a

salir a cosechar la uva, preparó emboscadas delante de la ciudad

y cuando salieron una tercera parte del ejército tomó posesión de

las puertas, para impedir que volvieran a entrar los ciudadanos,

mientras el resto perseguía a los que se habían diseminado,

habiendo por lo tanto matanzas en todas partes.

Arrasada la ciudad hasta los cimientos, porque no estaba en

condiciones de sostener un sitio, hizo desparramar sal sobre las

ruinas y avanzó con su ejército hasta que todos los siquemitas

quedaron muertos. Los que se desparramaron por el campo y

 

1 La Biblia no da los motivos de la expulsión.

lograron huir, se reunieron en una fuerte roca 1, se instalaron

en ella y se dispusieron a levantar una muralla alrededor.

Enterado Abimélec de sus propósitos impidió que lo cumplieran.

Dirigióse hacia ellos con sus fuerzas e hizo depositar alrededor

del lugar haces de madera seca, algunos de los cuales los llevó él

mismo para animar a sus soldados. Después pegaron fuego a los

haces que rodeaban la roca, arrojando encima todo lo que

pudiera inflamarse fácilmente. De este modo se formó una gran

hoguera y nadie pudo escapar de la roca; murieron todos los

hombres con sus mujeres e hijos, siendo en total los hombres

unos mil quinientos 2 y también numerosos los demás.

 

Esa fué la calamidad que cayó sobre los siquemitas. El pesar

causado por su suerte habría sido más grande de lo que fué si

aquélla no hubiese estado justificada como castigo por haber

traído tantos infortunios sobre una persona que tanto bien les

hizo.

5. Abimélec atemorizó a los israelitas con la desgracia de los

siquemitas y adquirió una autoridad mayor de la que tenía. Su

violencia ya no tuvo límites, como no fuera la destrucción total.

 

Marchó hacia Tebas y tomó la ciudad por sorpresa; como la mul-

titud corriera a refugiarse en una gran torre que tenía la ciudad,

 

se dispuso a sitiarla.

Mientras corría furiosamente junto a la puerta, una mujer le

arrojó a la cabeza un trozo de rueda de molino, y Abimélec cayó y

pidió a su escudero que lo matara para que no se dijera que lo

había ultimado una mujer. Así lo hizo el escudero.

Abimélec recibió la muerte en castigo por la maldad que

había cometido con sus hermanos y la insolente barbaridad

perpetrada contra los siquemitas. En cuanto a la calamidad

sufrida por los siquemitas, fué de acuerdo con la predicción de

Joatam. El ejército que acompañaba a Abimélec, después de la

caída de éste se dispersó, yéndose cada cual a su hogar.

6. Tomó entonces el gobierno el galadita Jair, que era de la

tribu de Manasés. Hombre dichoso en varios aspectos, lo era

sobre todo por sus hijos, que tenían buen carácter. Eran treinta,

muy hábiles para montar, y a ellos les confiaron el gobierno de

las

1 La Biblia habla de una torre.

2 Según Jueces (IX. 49) eran "unos mil hombres y mujeres".

ciudades de Galaad. Jair gobernó veintidós años y murió

viejo, siendo sepultado en Camón, ciudad de Galaad.

 

7. Los asuntos de los hebreos fueron luego manejados de ma-

nera insegura y amenazaban terminar en desorden, y en el des-

precio de Dios y de las leyes. Los amonitas y los filisteos los

 

menospreciaron y arrasaron la comarca con un gran ejército.

Después de tomar toda la Perea, su insolencia llegó al extremo

de cruzar el río para apoderarse de todo el resto.

 

Los hebreos, escarmentados por las calamidades que habían

sufrido, se dedicaron a suplicar a Dios, llevándole sacrificios y

pidiéndole que no fuera demasiado severo con ellos y aceptara

sus ruegos y les retirara su cólera. Dios se volvió más

misericordioso con ellos y se dispuso a asistirlos.

8. Cuando los amonitas organizaron una expedición hacia la

tierra de Galaad, los habitantes de la comarca les hicieron frente

en la montaña, pero pidieron que les nombraran un comandante.

Había un hombre llamado Jefté, poderoso por la virtud de su

padre y por el ejército que mantenía con sus propias expensas.

Los israelitas enviaron a verlo y le rogaron que fuera a

ayudarlos, prometiéndole en cambio la jefatura vitalicia sobre

ellos. Jefté no accedió a sus ruegos; los acusó de no haber ido a

ayudarlo a él cuando fué tratado con injusticia, abiertamente,

por sus hermanos. Lo habían excluido por no tener la misma

madre, sino una madre extraña, una mujer que el cariño de su

padre había traído a vivir con ellos, y eso lo hicieron por

desprecio de su capacidad. Jefté vivió desde entonces en la

comarca de Galaad y recibía a todos los que iban a juntarse con

él, de cualquier parte que fuera, y les pagaba sueldos.

Presionado para que aceptara la jefatura, con el juramento de

que le asegurarían el gobierno para toda la vida, los condujo

finalmente a la guerra.

9. Jefté se hizo cargo inmediatamente de sus funciones, situó

a su ejército frente a la ciudad de Masfate y envió un mensaje al

amonita, protestando por su injusta ocupación de la tierra. El

rey respondió con otro mensaje, protestando por la salida de los

israelitas de Egipto y ordenándoles que desocuparan la tierra de

los amorreos y se la entregaran a él, por haber pertenecido

originalmente a sus antepasados.

Jefté contestó que su queja contra sus antepasados por la

tierra

de los amorreos no era justa, y que más bien debían

agradecerles por haberles dejado la de los amonitas, ya que

Moisés pudo haberla tomado. Y añadió que no renunciaría a la

tierra que les pertenecía, la que Dios había obtenido para ellos y

 

en la que ahora vivían desde hacía trescientos años, y que en

cambio pelearía por ella.

 

10. Después de darles esa respuesta, despidió a los embajado-

res. Impetró la victoria e hizo voto de que realizaría sacrificios

 

sagrados y de que si volvía sano y salvo a su hogar, ofrecería en

sacrificio la primera criatura viva que le saliera al encuentro;

luego entabló batalla con el enemigo y obtuvo una gran victoria,

persiguiéndolo hasta la ciudad de Maliate y dando muerte a sus

soldados. Pasó luego a la tierra de los amonitas y derribó muchas

de sus ciudades, tomando botín y libertando a su pueblo de la

esclavitud que estaban sufriendo desde hacía dieciocho años.

Pero al volver a su casa experimentó una desgracia que no

condecía con las grandes acciones realizadas. Porque salió a

recibirlo su hija, hija única y virgen. Jefté lamentó

dolorosamente su pesar y reprochó a su hija por haberse

apresurado a salir a su encuentro, porque había hecho voto de

sacrificarla a Dios.

La suerte que tendría que tocarle no fué sin embargo

desagradable para ella, porque moriría con motivo del triunfo de

su padre y de la libertad de sus conciudadanos. Sólo pidió a su

padre que le diera dos meses para llorar su juventud con sus

conciudadanos. Al cabo de ese tiempo, consentiría en que hiciera

con ella lo que mandaba su voto.

 

Pasado el lapso mencionado Jefté sacrificó a su hija en holo-

causto, haciendo una ofrenda que no estaba de acuerdo con la ley

 

ni era aceptable para Dios; tampoco había considerado la opinión

que se formaría la posteridad.

11. La tribu de Efraím le hizo la guerra porque no los había

llevado consigo en la expedición contra los amonitas y se había

apoderado para él solo del botín y de la gloria. A lo que

respondió, en primer lugar, que ellos no ignoraban que su

comarca le había hecho oposición y que cuando fueron invitados

no acudieron en su ayuda, aunque debieron haber ido

rápidamente aun antes de ser invitados. Y en segundo término

que se portaban injustamente, porque no tuvieron valor para

pelear con el enemigo y en cambio

 

248

venían a toda prisa a luchar contra sus propios parientes. Y

los amenazó de que, si no obraban con más prudencia, con la

ayuda de Dios les daría el castigo merecido.

No pudiendo convencerlos, peleó contra ellos con las fuerzas

 

que había enviado desde Galaad e hizo entre ellos una gran ma-

tanza. Una vez derrotados, los persiguió y los aprisionó en los

 

pasos del Jordán con una parte del ejército que había enviado de

antemano, y mató unos cuarenta y dos mil.

12. Jefté murió después de gobernar seis años, y fué

sepultado en su pueblo, Sebea, del país de Galaad.

13. Muerto Jefté, tomó el gobierno Apsán, que era de la tribu

 

de Judá y de la ciudad de Betlem. Tuvo sesenta hijos, treinta va-

rones y el resto mujeres. Dejó a todos vivos, y casados. No hizo

 

nada en los siete años de su gobierno que merezca ser registrado

o recordado. Murió viejo y fué enterrado en su pueblo.

 

14. Muerto Apsán, tampoco hizo nada notable Eleón, de la tri-

bu de Sabulón, que lo siguió en el gobierno durante diez años.

 

15. Abdón, hijo de Hilel, de la tribu de Efraím y nacido en la

ciudad de Piratón, fué ordenado gobernador supremo después de

Eleón. Sólo consta que fué feliz por sus hijos. Los asuntos

públicos fueron tan pacíficos y seguros que tampoco él tuvo

ocasión de realizar acciones gloriosas. Tuvo cuarenta hijos y

treinta nietos y marchaba con gran pompa con los setenta, que

eran todos hábiles jinetes. Los dejó todos vivos al morir. Falleció

a edad avanzada y recibió un magnífico sepelio en Piratón.

 

CAPITULO VIII

 

Sobre la fuerza de Sansón y las desventuras que ocasiona

 

a los filisteos

 

1. Después de la muerte de Abdón los filisteos dominaron a

los isarelitas y recibieron tributo de los vencidos durante

cuarenta años. De su infortunio fueron libertados de la siguiente

manera.

2. Había un hombre llamado Manoc, que era uno de los más

notables dantas, y sin disputa el principal de su comarca. Tenía

una esposa celebrada por su hermosura y superior a sus

 

contempo-

249

 

11

ráneos. Manoc no tenía hijos. Preocupado por su deseo de

posteridad, rogaba a Dios, cuando paseaba con su mujer por los

suburbios, en una gran llanura que había, que les diera hijos

legítimos para sucederlos.

Manoc amaba a su mujer hasta la locura y por eso era

inmensamente celoso. Una vez que la mujer estaba sola vió ante

sí una aparición; era un ángel de Dios que parecía un hombre

apuesto y alto, y le trajo la buena noticia de que daría a luz un

hijo, nacido por la providencia de Dios; sería bueno y fuerte y por

él, cuando llegara a la edad viril, sufrirían aflicciones los

filisteos. Le exhortó a que no le cortaran el cabello y que sólo

bebiera agua (porque Dios lo había ordenado). Dado el mensaje,

el ángel se fué, habiéndose presentado por la voluntad de Dios.

3. Cuando volvió a su casa su marido, la mujer le informó lo

que le había dicho el ángel. Demostró tanta admiración por la

belleza y la estatura del joven que se le había aparecido que el

hombre quedó pasmado, fuera de sí por los celos y presa de gran

excitación por la sospecha. Queriendo la mujer quitar a su

 

marido su injusto pesar, rogó a Dios que le enviara el ángel de

nuevo para que lo viera su esposo.

Por el favor de Dios volvió el ángel cuando ambos estaban en

los suburbios, y se le apareció a la mujer estando sola. La mujer

le pidió que se quedara hasta que llegara su esposo. Concedida la

petición, la mujer fué a buscar a Manoc.

Cuando vió al ángel sintió de nuevo las sospechas y le pidió

que le repitiera todo lo que había dicho a su mujer. Respondió el

ángel que era suficiente con que sólo ella lo supiera, y Manoc le

pidió entonces que el dijera su nombre, para que así, cuando

 

naciera el niño, pudieran darle las gracias y entregarle un ob-

sequio.

 

El ángel replicó que no quería regalos, porque no les había

llevado la buena nueva del nacimiento de un hijo por interés. Y

cuando Manoc le rogó que se quedara a compartir su

hospitalidad no consintió. Pero accedió, a instancias de Manoc, a

quedarse hasta que le diera por lo menos una prueba de su

hospitalidad.

Manoc mató un corderito y ordenó a su mujer que lo hirviera.

Cuando estuvo listo el ángel lo ayudó a disponer las hogazas y la

carne, pero sin los vasos, sobre una roca. Hecho esto, tocó la car

ne con la varilla que tenía en la mano; salió una llama que

consumió la carne junto con las hogazas. El ángel ascendió al

cielo por el humo, como si fuera un vehículo, a la vista de ellos.

Manoc temía que correrían peligro por haber visto a Dios,

pero su mujer lo animó, diciéndole que Dios se había aparecido a

ellos para favorecerlos.

4. La mujer quedó embarazada y observó cuidadosamente las

instrucciones que le habían dado. Llamaron al niño, cuando

nació, Sansón, que significa fuerte. El niño creció con rapidez,

siendo evidente que sería profeta por la moderación de su dieta y

el crecimiento de su cabello.

 

5. Un día que fué con sus padres a Tamna, ciudad de los filis-

teos, donde se desarrollaba un gran festival, se enamoró de una

 

doncella de la comarca y pidió a sus padres que se la

consiguieran para esposa. Los padres se negaron porque no era

 

del linaje de Israel. Pero como el matrimonio era cosa de Dios,

que se proponía hacerlo servir en beneficio de los hebreos,

Sansón los convenció de que trataran de lograr que la doncella se

casara con él.

Sansón iba continuamente a ver a los padres de ella, y una

vez se encontró con un león; aunque estaba desarmado, lo esperó

y lo estranguló con las manos y arrojó la bestia en una parte

arbolada del campo, a un lado del camino.

6. Otro día que se dirigía a ver a la joven, se encontró con una

colmena instalada en el pecho del león; tomó tres panales y se los

dió a su amada, con los demás regalos que le llevaba.

El pueblo de Tamna, temeroso de su fuerza, cuando se hizo la

fiesta de la boda (porque Sansón los invitó a todos), le dió treinta

jóvenes de los más fuertes de la ciudad con el pretexto de que le

hicieran compañía, pero en realidad para vigilarlo y evitar que

 

ocasionara contratiempos. Mientras estaban bebiendo y en-

treteniéndose dijo Sansón, como era habitual en esos casos:

 

-Les voy a proponer un enigma que podrán solucionar en el

plazo de siete días. Si aciertan, como premio a su sabiduría les

daré una camisa y un vestido a cada uno.

Ambiciosos de obtener fama de sabios y ganar al mismo

tiempo el premio, le pidieron que les propusiera el enigma.

Sansón les dijo que "un gran devorador que era violento por sí

mismo produjo en su seno un alimento dulce".

250

251

u

Como no pudieran solucionar el acertijo, tres días después p;

dieron a la doncella que se lo averiguara a su esposo y se lo

comunicara a ellos, amena ándola con quemarla si no lo hacía.

La mujer rogó a su esposo que se lo dijera y Sansón se negó al

principio, pero ante la insistencia de su esposa que lloró y

declaró que su negativa era prueba de su falta de afecto, le contó

que había matado un león encontrando luego en su pecho las

colmenas, de las cuales le había llevado los tres panales.

 

Sin sospechar ningún engaño se lo reveló todo, y la mujer

informó a los que querían saberlo. Al séptimo día, en el que

debían responder al enigma, se reunieron antes de la puesta del

sol y le dijeron:

-No hay nada tan violento como un león para los que se

encuentran con él, ni tan dulce como la miel para los que la

usan.

A lo que Sansón respondió:

-No hay nada tan traicionero como una mujer, porque ésa fué

la persona que les descubrió mi interpretación.

 

De acuerdo con lo prometido les dió los regalos, que sacó pre-

viamente a los ascalonitas, filisteos también, a quienes encontró

 

en el camino. Pero se divorció de su mujer, y la mujer despre-

ciando su enojo se casó con el compañero de Sansón, que había

 

sido el que anteriormente los había unido.

 

7. Ofendido por el injurioso tratamiento, Sansón resolvió cas-

tigar junto con ella a todos los filisteos. Siendo verano y estando

 

los frutos de la tierra casi maduros para la cosecha, tomó tres-

cientos zorros y atándoles antorchas encendidas en la cola los

 

echó sobre los campos de los filisteos. De ese modo se echaron a

perder todos los frutos de los campos.

Enterados los filisteos de que aquello había sido obra de

Sansón, y sabiendo por qué lo había hecho, enviaron a sus

magistrados a Tamna y quemaron a su ex esposa y sus

parientes, por haber sido los causantes de su desgracia.

8. Después de matar muchos filisteos en la llanura, Sansón se

alojó en Eta, que era un peñasco fortificado de la tribu de Judá.

Los filisteos hicieron una expedición contra esa tribu. Pero el

pueblo de Judá dijo que no era justo que los castigaran a ellos,

que pagaban tributo, por las ofensas de Sansón. A lo que respon

dieron los filisteos que si no querían ser inculpados debían

entregar a Sansón.

Deseosos de librarse de la acusación fueron al peñasco con

tres mil hombres armados y se quejaron ante Sansón de los

audaces insultos que había inferido a los filisteos, que eran

 

hombres capaces de acarrear desgracias a toda la nación de los

hebreos. Le dijeron que habían ido a prenderlo para entregarlo a

los filisteos y le pidieron que lo aceptara voluntariamente.

Cuando le dieron seguridades, con juramento, de que no le

harían ningún daño y se limitarían a entregarlo a sus enemigos,

descendió de la roca y se puso en las manos de sus compatriotas.

Lo ataron con dos cuerdas y lo condujeron para entregarlo a los

filisteos. Cuando llegaron a cierto lugar, que es ahora llamado

Siagón, por la gran hazaña que allí realizó Sansón, aunque antes

no tenía ningún nombre, los filisteos, que habían acampado

cerca de allí, les salieron al encuentro jubilosos y gritando, como

si hubiesen hecho una gran proeza obteniendo lo que querían.

Pero Sansón rompió las cuerdas y apoderándose de una

quijada de asno que encontró tirada a sus pies, cayó sobre el

enemigo y mató mil de ellos golpeándolos con la quijada, y puso

en fuga desordenada a los restantes.

 

9. Después de la matanza, Sansón se sintió orgulloso y no de-

claró que aquello había ocurrido por la asistencia de Dios sino

 

por su propio valor y se jactó de que por miedo al verlo usar la

quijada cayeron algunos y huyeron los demás.

Luego sintió sed y juzgó que el valor humano no es nada y dió

testimonio de que todo debía ser adjudicado a Dios y le rogó que

 

no se enojara por lo que había dicho ni lo entregara a sus ene-

migos, y que le prestara ayuda en su aflicción y lo librara de la

 

desgracia que lo agobiaba. Movido por sus ruegos, Dios le hizo

salir una abundante fuente de agua dulce de una roca. Por eso

 

Sansón llamó a ese sitio Siagón (La quijada), y así se sigue lla-

mando actualmente.

 

10. Después de esa pelea Sansón despreció a los filisteos y se

fué a Gaza' alojándose en una posada. Cuando los gobernantes

de Gaza se enteraron de su llegada apostaron hombres

emboscados en las puertas para que no pudiera escapar sin ser

visto. Sansón, que conocía las medidas tomadas contra él, se

levantó a media

252

253

 

q

noche, corrió hacia las puertas, las arrancó con sus postes,

vigas y demás partes de madera y ,llevándolo todo sobre los

hombros lo condujo hasta las montañas que se encuentran sobre

Hebrón y allí lo depositó.

11. Pero finalmente transgredió las leyes de su país alterando

su norma de vida e imitando las extrañas costumbres de los

extranjeros. Este fué el comienzo de su desgracia. Se enamoró de

una mujer que era una prostituta filistea. Se llamaba Dalila, y

Sansón vivió con ella. Los que gobernaban a los filisteos fueron a

verla y mediante promesas la indujeron a que sonsacara a

Sansón la causa de la fuerza que lo hacía inconquistable por sus

enemigos.

Cuando se hallaban conversando y bebiendo, la mujer fingió

sentirse admirada por sus acciones y trató de averiguar

sutilmente de qué medios se valía para superar a todos en

fuerza. Sansón, para engañarla, porque aún no había perdido la

sensatez, le dijo que si lo ataban con siete pámpanos todavía

flexibles, sería más débil que cualquier otro hombre.

La mujer no dijo nada más pero comunicó las palabras de

Sansón a los gobernantes de los filisteos y escondió a varios

soldar dos filisteos en su casa. Cuando Sansón, estando bebido,

se durmió, Dalila lo ató lo más fuertemente posible con los

pámpanos. En seguida lo despertó y le dijo que los filisteos lo

atacaban. Sansón rompió las ligaduras y se dispuso a

defenderse, como si realmente lo atacaran.

La mujer, en su constante conversación con Sansón, fingió

ofenderse por su falta de confianza en su cariño, como si ella no

supiera guardar los secretos que él quisiera ocultar. Sin embargo

Sansón la engañó de nuevo, diciéndole que si lo ataban con siete

cuerdas perdería la fuerza. Como tampoco esta vez obtuviera

ningún resultado, insistió por tercera vez. Sansón le dijo que

había que trenzarle el cabello. Tampoco esta vez descubrió la

mujer la verdad.

 

Finalmente, ante las súplicas de Dalila, Sansón quiso compla-

cerla (porque estaba destinado a sufrir desgracias), y le dijo que

 

Dios lo había cuidado, que él había nacido bajo su providencia.

-Por eso debo dejarme crecer el cabello, porque Dios me

ordenó que jamás me lo cortara. Mi fuerza depende del largo de

mi cabello.

Enterada del secreto, Dalila le cortó el cabello y lo entregó a

 

sus enemigos cuando ya no tenía suficientes fuerzas para defen-

derse de sus ataques. Los filisteos le sacaron los ojos, lo ataron y

 

se lo llevaron.

12. Pero con el tiempo el cabello de Sansón creció de nuevo.

Hubo una vez una fiesta de la que participaron los gobernantes

de los filisteos y los personajes más importantes. (El salón donde

se realizaba la fiesta tenía el techo sostenido por dos columnas.)

Mandaron traer a Sansón para insultarlo. Considerando que la

mayor de sus desgracias sería no poder vengarse de los insultos,

 

Sansón convenció al muchacho que lo conducía de la mano, di-

ciéndole que estaba cansado y quería descansar, y le pidió que lo

 

condujera hasta las columnas.

No bien llegó a tocarlas, las empujó con fuerza, derrumbó la

casa al derribar las columnas, matándose los tres mil hombres

que estaban dentro y Sansón con ellos. Así fué el fin de ese

hombre, que gobernó a los israelitas durante veinte años.

Merece ser admirado por su valor y su fuerza y la grandeza

de su muerte. Su odio a sus enemigos era tanto que prefirió

morir con ellos. En cuanto a que fué engañado por una mujer,

eso es propio de la naturaleza humana, demasiado débil para

resistir las tentaciones del pecado. Pero es preciso dar fe de que

en todos los demás aspectos fué un hombre de extraordinaria

virtud.

Sus parientes retiraron su cuerpo y lo sepultaron en Sarasat,

su tierra, junto con el resto de su familia.

 

CAPITULO IX

 

En, gobernador de los israelitas. Boaz se casa con Rut,

naciendo de ellos Obed, el abuelo de David

 

1. Después de la muerte de Sansón, Eli, el sumo sacerdote,

fué gobernador de los israelitas. En su tiempo el hambre azotó al

país, y Elimélec, de Betlem, ciudad de la tribu de Judá, no

pudiendo mantener a su familia en las desastrosas condiciones

imperantes, tomó a su mujer Noemí y a los hijos que había

tenido con ella,

Celión y Malón, y se trasladó a la tierra de Moab. Habiendo

prosperado sus asuntos, tomó esposas para sus hijos a las

mujeres moabitas Orfa, para Celión, y Rut, para Malón.

Pero en el lapso de diez años murieron primero Elimélec y

poco después sus dos hijos. Noemí, dolorida por sus desgracias y

encontrando difícil la vida solitaria, después de haber muerto

sus seres queridos por quienes había abandonado a su patria,

volvió a ella, porque le habían informado que ahora se

encontraba en situación floreciente. Pero sus nueras no

quisieron separarse de ella y se dispusieron a partir con su

suegra. Noemí insistió en que se quedaran, se casaran y fueran

más felices en su nuevo matrimonio que con sus hijos y tuvieran

prosperidad también en las demás cosas. Estando ella en tan

mala situación, no podía llevarlas consigo para que compartieran

la inseguridad con que regresaba a su hogar.

Orfa obedeció y se quedó, pero Rut se fué con Noemí, deseosa

de compartir con ella la suerte que le tocara.

2. Cuando Rut llegó a Betlem con su suegra, fué atendida por

Boaz, un pariente de Elimélec. Sus conciudadanos llamaron a

Noemí por su nombre, y ella les dijo:

-Mejor sería que me llamaran Mara.

Noemí significa en hebreo felicidad, y Mara, dolor. Era la

época de la cosecha y Rut, con permiso de su suegra, salió a

 

recoger, para que pudieran guardar una cantidad de trigo para

alimentarse. Sucedió que Rut se pasó al campo de Boaz y cuando

éste llegó poco después preguntó por ella a sus sirvientes.

Enterado de quién era la abrazó cordialmente, por el afecto que

sentía hacia su suegra y por el recuerdo del hijo de ésta.

Y le dió permiso para que recogiera todo lo que pudiera y se lo

llevara a su casa. También encargó a su criado que no le

impidieran llevarse nada, y le ordenó que le dieran de conwr y de

beber junto con los segadores. Todo el trigo que recibió4tut lo

guardó para su suegra, a quien le llevó las gavillas cuando volvió

por la noche.

Noemí le había guardado una parte de los alimentos que sus

vecinos le habían obsequiado. Rut contó a su suegra todo lo que

Boav le había dicho; y cuando Noemí le dijo que era un pariente

y probablemente un hombre muy piadoso que haría provisiones

pari

256

ella, Rut volvió a salir los días siguientes a recoger junto con

las criadas de Boaz.

3. Pocos días después de haber sido aventada la cebada, Boaz

se durmió en su era. Informada Noemí de esa circunstancia, hizo

que Rut se acostara junto a él, porque pensó que sería ventajoso

para ellas que hablara con la joven. Y le mandó que se tendiera a

sus pies, lo que ella así hizo porque no creyó propio de su deber

oponerse a las órdenes de su suegra.

 

Primero se acostó sin que Booz lo supiera, porque dormía pro-

fundamente. Pero a medianoche despertó y al ver una mujer

 

acostada a su lado le preguntó quién era. Ella le dijo su nombre

y pidió que aquel a quien tenía por señor la perdonara.

Boaz no dijo nada, pero a la mañana siguiente, antes de que

los sirvientes comenzaran sus tareas, la despertó y le ordenó que

tomara toda la cebada que pudiera cargar y se la llevara a su

suegra, antes de que alguien viera que se había acostado a su

lado, porque era prudente evitar los reproches que pudieran

suscitarse, sobre todo no habiendo hecho nada malo.

 

En cuanto al punto principal que era su objetivo, el asunto

quedaría suspendido.

-El que es tu pariente más próximo debe ser interrogado si

quiere tomarte por esposa. Si dice que sí, tendrás que seguirlo.

Pero si te rechaza, yo te desposaré de acuerdo con la ley.

Cuando informó a su suegra, ambas se alegraron, porque

tenían la esperanza de que Boaz las cuidaría. A mediodía Boaz

bajó a la ciudad y reunió al senado y mandó llamar a Rut y a su

pariente. Cuando éste llegó le preguntó Boaz:

-¿No retienes tú la herencia de Elimélec y guardas a sus

hijos?

El pariente admitió que la retenía, y que lo había hecho de

acuerdo con lo que permitían las leyes, porque era el pariente

más próximo. Dijo entonces Boaz:

-No debes recordar las leyes a medias, sino cumplirlas en todo

lo que mandan. Vino la viuda de Malón y tú tienes que casarte

con ella, de acuerdo con las leyes, si quieres retener sus campos.

El hombre cedió entonces los campos y la mujer a Boaz, que

también era pariente de los difuntos, alegando que él tenía

esposa e hijos.

Boaz puso al senado de testigo, y ordenó a la mujer que des

257

IIII~'i~

atara el zapato al hombre y le escupiera en la cara, de

acuerdo con la ley. Hecho esto Boaz se casó con Rut y al cabo de

un año tuvieron un hijo.

Noemí lo crió ella misma y por consejo de las mujeres lo llamó

Obed, porque le serviría de sustento en su vejez, y Obed en

hebreo significa sirviente.

Obed fué padre de Isaí, y éste de David, que fué rey y dejó sus

dominios a sus hijos durante veintiuna generaciones. Me vi

obligado a relatar la historia de Rut porque me propuse

demostrar el poder de Dios, quien sin dificultad puede elevar a

 

los que son de padres ordinarios a la dignidad y el esplendor a

los que subió a David a pesar de su procedencia humilde.

 

CAPITULO X

 

Samuel predice la calamidad que sufrieron los hijos de Eli

1. Las cosas de los hebreos se hallaban en mala situación e

hicieron la guerra a los filisteos. Fué de la siguiente manera: El

sumo pontífice Eli tenía dos hijos, Ofnis y Fineés, que cometieron

actos de injusticia contra los hombres y de impiedad con Dios y

no se abstuvieron de ninguna clase de maldad. Algunas de las

 

donaciones las retiraban porque les pertenecían por su honora-

ble cargo; otras las tomaban por la violencia. También incurrían

 

en impureza con las mujeres que acudían a adorar a Dios, obli-

gando a algunas a ceder a su lujuria por la fuerza, y seduciendo

 

a otras con obsequios. Su conducta no difería nada de la tiranía.

Estas maldades provocaron la indignación de su padre, que

esperaba ver caer de pronto el castigo de Dios por lo que hacían.

También la multitud se sentía apenada. Y cuando Dios predijo la

calamidad que caería sobre los hijos de Eli, comunicándolo a Eli

y al profeta Samuel, que todavía era un niño, el padre demostró

abiertamente su pesar por la destrucción de sus hijos.

 

2. Primero terminaré con lo que tengo que decir sobre el pro-

feta Samuel y luego seguiré narrando la historia de los hijos de

 

Eli y de los infortunios que acarrearon sobre todo el pueblo de los

hebreos.

El levita Elcana, hombre de mediana condición que residía en

Armata, ciudad de la tribu de Efraím, tenía dos esposas, Ana y

Fenana. La última le había dado hijos, pero él amaba más a la

otra aunque era estéril. Elcana se trasladó con sus dos mujeres a

la ciudad de Siló a sacrificar, porque allí se había instalado el

tabernáculo, como dijimos anteriormente. Después de sacrificar

distribuyó en el festival porciones de la carne a sus esposas e

hijos, y cuando Ana vió a los hijos de la otra sentados alrededor

de su madre se echó a llorar por su esterilidad y su soledad.

 

Sin que pudieran dominar su dolor los consuelos de su

marido, se dirigió al tabernáculo a rogar a Dios que le diera prole

y la hiciera madre, e hizo voto de que consagraría al servicio de

Dios, el primer hijo que concibiera, el que no haría una vida

como la de un hombre corriente.

Como prolongara indefinidamente sus oraciones, Eli, que

estaba delante del tabernáculo, creyendo que estaba trastornada

por el vino, le ordenó que se retirara. Ella le respondió que sólo

había bebido agua y que estaba apesadumbrada porque no tenía

hijos y rogaba a Dios que se los diera. El¡ le dijo que tuviera

ánimo, que Dios le daría hijos.

3. Volvió a reunirse con su marido llena de esperanzas y

comió alegremente. Cuando regresaron a su pueblo se encontró

embarazada. Nació un hijo al que llamaron Samuel, que podría

traducirse por "pedido a Dios". Luego fueron al tabernáculo a

ofrecer sacrificios por el nacimiento del niño, y llevaron consigo

sus diezmos. Pero la mujer recordó el voto que había hecho sobre

su hijo, y se lo entregó a Eli para que lo dedicara a Dios y para

que fuera profeta.

Por consiguiente le dejaron crecer el cabello y sólo bebió agua.

Samuel vivió y creció en el templo. Pero Elcana tuvo con Ana

otros hijos, y tres hijas.

4. Cuando Samuel tuvo doce años de edad comenzó a

profetizar. Una vez que estaba durmiendo Dios lo llamó por su

nombre; creyendo que lo había llamado el sumo sacerdote, se

dirigió hacia Eli, pero éste le dijo que no lo había llamado. Dios

repitió el llamado tres veces y Eli comprendió entonces y le dijo:

-Tampoco te llamé esta vez, Samuel. Es Dios quien te llama.

Respóndele, diciendo aquí estoy.

Cuando Samuel oyó nuevamente a Dios, le pidió que hablara

y

258

259

1

 

le comunicara los oráculos que quisiera decirle, porque no

dejaría de cumplir cualquier ministerio que le encomendara.

Dios replicó:

-Si estás aquí, entérate de las desgracias que afligirán a los

israelitas, tan grandes que no pueden ser descritas con palabras

y que no hay fe que las crea. Los hijos de Eli morirán el mismo

día y el sacerdocio será transferido a la familia de Eleazar,

porque Eli amó a sus hijos más que a mi culto, y hasta un punto

inconveniente para ellos.

Eli obligó al profeta con juramento a comunicarle el mensaje,

porque el profeta no quería afligirlo diciéndoselo, y tuvo entonces

la certeza de la perdición de sus hijos. Por su parte la gloria de

Samuel fué siempre en aumento, comprobándose que todo lo que

profetizaba se cumplía.

 

CAPITULO XI

 

Los filisteos derrotan a los hebreos y se apoderan del arca.

 

Muerte de Eli

 

1. En aquel tiempo los filisteos hicieron la guerra a los israeli-

tas, instalando el campamento en la ciudad de Afee. Poco

 

después se presentaron los israelitas, y al día siguiente

entablaron combate. Los filisteos obtuvieron la victoria y

mataron más de cuatro mil hebreos, persiguiendo al resto de la

multitud hasta su campamento.

2. Temiendo los hebreos lo peor, llamaron al senado y al sumo

sacerdote y pidieron que trajeran el arca de Dios, porque,

estando en formación con el arca entre ellos, serían difíciles de

vencer. No pensaban que aquel que los había condenado a sufrir

esa calamidad era más grande que el arca y que sólo por él se

honraba al arca.

Trajeron el arca y con él a los hijos del sumo sacerdote, a

quienes su padre les había dicho que si pretendían sobrevivir a

la toma del arca no volvieran a presentarse ante él. Fineés ya

oficiaba a la sazón como sumo sacerdote, porque su padre había

renunciado al cargo en su favor, por su avanzada edad.

Los hebreos se sintieron llenos de valor, suponiendo que con

la llegada del arca serían difíciles de vencer por el enemigo.

También el enemigo se sintió preocupado, temerosos por la

llegada del

1

arca de los israelitas. Pero el resultado no fué como lo

preveían ambos bandos. Entablada la batalla la victoria que

esperaban los hebreos fué ganada por los filisteos, y la derrota

que temían los filisteos, le tocó a los israelitas, quienes

comprobaron que habían confiado en vano en el arca. En cuanto

se trabó la lucha cuerpo a cuerpo fueron derrotados y perdieron

 

unos treinta mil hombres, entre los cuales se hallaban los hijos

del sumo sacerdote. Y el arca fué tomada por el enemigo.

3. Cuando llegó a Siló la noticia de la derrota con la captura

del arca (un joven benjaminita, que había combatido, actuó como

mensajero), la ciudad se llenó de lamentos. Eli, el sumo

sacerdote, que se hallaba sentado en un trono alto junto a una de

las puertas, oyó el llanto y los gritos y pensó que había ocurrido

algo extraño a su familia. Mandó llamar al mensajero y al

enterarse de lo que había pasado en la batalla, no se sintió muy

perturbado por sus hijos ni por la suerte del ejército, ya que

sabía de antemano, por la revelación divina, lo que debía ocurrir;

pero cuando supo que el enemigo se había llevado el arca, sufrió

un gran dolor, porque era lo contrario de lo que había esperado,

se cayó del trono y murió. Había vivido noventa y ocho años,

durante cuarenta de los cuales retuvo el gobierno.

4. Aquel mismo día murió también la esposa de su hijo Finees

que no pudo sobrevivir a la desgracia de la muerte de su esposo,

noticia que le dieron cuando estaba con dolores de parto. Dió a

luz, sin embargo, un niño de siete meses, que vivió, y a quien

pusieron de nombre Jocab, que significa desgracia, porque el

ejército había sufrido un desgraciado revés.

5. Eli fué el primero de la familia de Itamar, segundo hijo de

Aarón, que obtuvo el gobierno; al principio desempeñó el sumo

sacerdocio la familia de Eleazar, transmitiéndose el honroso

cargo de padres a hijos. Eleazar se lo confirió a su hijo Fineés,

luego tomó el honor su hijo Abiezer, quien se lo entregó a su hijo,

llamado Boco, quien a su vez lo transmitió a su hijo Ozis. Luego

ocupó el cargo Eli, de quien hemos estado hablando, y después la

posteridad de él hasta el reinado de Salomón, en cuya ocasión lo

reasumió la posteridad de Eleazar.

260

261

 

LIBRO VI

 

Comprende un lapsode treinta y dos años

 

CAPITULO I

 

Los filisteos y su tierra sufren calamidades, por la ira de

Dios, a causa de haberse llevado cautiva el arca. La de

 

vuelven a los hebreos

 

1. Cuando los filisteos capturaron el arca de los hebreos, como

dije poco antes, la llevaron a la ciudad de Azot, y la pusieron

junto a su dios, que se llamaba Dagón, como parte del botín. Pero

cuando entraron a la mañana siguiente en el templo, para

adorar a su dios, lo encontraron adorando a su vez al arca:

estaba tirado en el suelo, como si se hubiese caído de su pedestal.

Muy preocupados, lo levantaron y lo colocaron de nuevo en su

sitio. Y cada vez que entraban hallaban a Dagón tendido en el

suelo, en actitud de adorar al arca 1. Los filisteos quedaron

sumamente preocupados y confusos.

Finalmente Dios envió una enfermedad destructora a la

ciudad y la comarca de Azot; muchos fueron víctima de la

disentería o flujo, mal doloroso que mataba de golpe. Antes de

que el alma pudiera, como es habitual en las muertes sencillas,

separarse del cuerpo, a los atacados se les revolvían las

entrañas, vomitaban todo lo que habían comido y quedaban

completamente putrefactos por la enfermedad.

En cuanto a los frutos del campo salió de la tierra una gran

cantidad de ratones que no perdonaron ni las plantas ni los

 

frutos. Mientras el pueblo de Azot sufría estas calamidades

insoporta

1 En la Biblia se repite la caída una sola vez. Pero figuran

detalles de la mutilación del ídolo que Josefo no da.

263

bles, comprendió que era a causa del arca y que la victoria

obtenida y el apresamiento del arca no habían sido beneficios

para ellos. Enviaron un mensaje al pueblo de Ascalón, pidiéndole

que les recibiera el arca.

 

El pedido del pueblo de Azot no fué desagradable para el pue-

blo de Ascalón, que resolvió acordarle ese favor. Pero después de

 

recibir el arca sufrieron las mismas consecuencias desdichadas,

 

porque el arca trajo consigo el desastre que ya había experimen-

tado el pueblo de Azot.

 

Los de Ascalón enviaron el arca a otros pueblos. Tampoco allí

quedó mucho tiempo, porque al ser atacado por idénticos males,

fué cada pueblo enviándolo a la ciudad vecina. De ese modo el

arca recorrió las cinco ciudades de los filisteos.

2. Agotados por las calamidades, y escarmentados de recibir

el arca horque debían pagarlo tan caro, buscaron finalmente

algún medio para librarse de ella. Los gobernadores de las cinco

ciudades, Gita, Acarón, Ascalón, Gaza y Azot, se reunieron y

discutieron lo que convenía hacer. Al principio pensaron enviar

de vuelta el arca a su pueblo, admitiendo que Dios había

vengado su causa, que las desdichas las producía el arca y caían

por ella y con ella sobre las ciudades. Otros, sin embargo,

opinaron que no debían dejarse engañar, adjudicando al arca la

causa de sus males, porque no podía tener ese poder y esa

fuerza. Si Dios hubiese tenido tanta consideración por el arca, no

habría permitido que cayera en las manos de los hombres.

Exhortaron, por lo tanto, a los demás, a sufrir con paciencia su

suerte, y admitir que la causa era nada más que la naturaleza,

que en ciertos cambios del tiempo producía esas mutaciones en

el cuerpo de los hombres, en la tierra, en las plantas y en todas

las cosas que crecen en la tierra 2.

 

Pero la opinión que prevaleció fué la de aquellos que se

habían distinguido anteriormente por su comprensión y su

prudencia y que en las presentes circunstancias parecían

expresar el consejo más

 

1 En la Biblia, el pueblo de Asdod (Azot), convoca a los

principales de los filisteos, que hacen transportar el arca a Gat y

de allí a Ekrón (Gita y Acarón) (1 Samuel, V, 8 y 10).

2 Este intercambio de opiniones no figura en el relato bíblico,

pero probablemente se inspiró en el versículo 9, cap. VI, de 1

Samuel.

apropiado. Esos hombres dijeron que no creían justo ni enviar

el arca de vuelta ni conservarla; lo que había que hacer era

dedicar

cinco imágenes de oro, una por cada ciudad, como ofrenda de

gracias a Dios 1, por haberles salvado la vida cuando estaban

por perderla por esa enfermedad que no estaba en sus manos

combatir.

Propusieron igualmente que hicieran cinco ratones de oro

como aquellos que les habían devorado y destruido los campos,

que los pusieran en una bolsa y depositaran ésta sobre el arca.

Que hicieran, asimismo, un carro nuevo, y le uncieran vacas

lecheras, pero encerrando a los becerros para que no siguieran y

estorbaran a sus madres y las hicieran volver. Luego deberían

conducir el carro con las vacas lecheras hasta un cruce de

caminos y dejarlo allí para que las vacas tomaran el camino que

quisieran. Si seguían por el que llevaba a la tierra de los

hebreos, darían por sentado que el arca había sido la causa de

sus desdichas, pero si tomaban por otro camino, deducirían que

el arca no tenía la fuerza que le habían atribuído.

3. Resolvieron aceptar como prudentes las palabras de esos

hombres, e hicieron lo que habían indicado. Llevaron el carro a

un cruce de tres caminos y lo dejaron. La yunta de vacas tomó el

camino correcto, como si alguien la guiara, mientras los jefes

filisteos la seguían deseosos de averiguar dónde se detendría o a

donde se dirigiría.

 

Había una aldea de la tribu de Judá que se llamaba Bezamé,

y hacia ella se dirigieron las vacas; y aunque delante de ellas

había

4 una amplia y buena llanura, no siguieron andando y

detuvieron allí el carro. Los aldeanos se alegraron sobremanera

al verlo. Era

1 verano y todos los habitantes de la aldea estaban en los

campos recogiendo la cosecha. En cuanto vieron el arca

abandonaron la tarea y corrieron alegremente hacia el carro.

Bajaron el arca con los vasos que contenían las imágenes y los

ratones y lo colocaron en una roca de la llanura. Después de

ofrecer un espléndido sacrificio a Dios y de celebrar un festín,

hicieron un holocausto con el carro y las vacas.

Viendo esto los príncipes de los filisteos, se volvieron a su

tierra.

1 En las Escrituras, la ofrenda no tiene por objeto agradecer a

Dios, sino apaciguarlo.

264

265

4. Pero luego cayó la ira de Dios sobre la aldea de Bezamé y

provocó la muerte de setenta personas que, no siendo sacerdotes,

e indignos por lo tanto de tocar el arca, se habían acercado a ella

1. Los aldeanos lloraron por los caídos, con los lamentos que eran

de esperarse por la gran desgracia que les había mandado Dios,

llorando cada cual por sus parientes.

Como reconocieron que eran indignos de que el arca morara

con ellos, enviaron mensajeros al senado público de los israelitas

para informar que los filisteos habían devuelto el arca. Cuando

el senado lo supo, la hizo trasladar a Cariatiarima, ciudad

situada en la vecindad de Bezamé, en la que vivía un hombre

llamado Aminadab, levita de nacimiento 2, muy encomiado por

su vida recta y piadosa. A su casa llevaron el arca,

considerándola digna de que Dios habite en ella porque en ella

vivía un hombre recto.

 

Sus hijos s cumplieron el servicio divino, y fueron sus princi-

pales cuidadores durante veinte años, tiempo que estuvo en

 

Cariatiarima, habiendo permanecido sólo cuatro meses en poder

de los

filisteos 4.

 

CAPITULO II

 

La expedición de los filisteos contra los hebreos, y la victoria de

éstos bajo el mando del profeta Samuel, que fué su

 

general

 

1. Mientras el arca estuvo en la ciudad de Cariatiarima todo

el pueblo se dedicó a ofrecer continuamente oraciones y

sacrificios a Dios, demostrando celo y empeño en su adoración.

Viendo el profeta Samuel que estaban muy dispuestos a cumplir

con su deber, pensó que aquél era el momento oportuno para

hablarles sobre la recuperación de la libertad y las bendiciones

que ésta traía consigo. Para eso usó las palabras que consideró

más apropiadas para excitar su inclinación y para convencerlos

que lo intentaran.

1 En 1 Samuel, VI, 19, dice que por haber mirado el arca Dios

"hirió en el pueblo a cincuenta mil setenta hombres", suma

inexplicable que se su

pone un error de copia.

2 La Biblia no dice que era levita.

a La Biblia sólo habla de un hijo, Eleazar. 4 Siete meses en 1

Samuel (VI, 1).

 

-Israelitas -dijo-. Los filisteos siguen siendo vuestros enco-

nados enemigos, pero Dios comienza a seros favorable. Corres-

ponde que no sólo deseéis la libertad sino que adoptéis los

 

métodos adecuados para obtenerla. No debéis conformaros con la

tendencia a libraros de vuestros amos y señores, mientras

continuáis haciendo lo que os mantendrá en la esclavitud. Sed

justos, por lo tanto, y expulsad la maldad de vuestras almas, y

con vuestra adoración suplicad a la divina majestad con todo el

corazón y perseverad en su culto. Si lo hacéis gozaréis de

prosperidad, os veréis libres de la esclavitud y obtendréis la

victoria frente a vuestros enemigos, bendiciones que no podréis

 

alcanzar ni por las armas de la guerra ni por la fuerza de

vuestros cuerpos ni por el número de combatientes; Dios no

prometió conceder aquellas bendiciones por estos medios, sino

por la bondad y la rectitud. Si sois virtuosos y justos yo os

garantizaré la realización de las promesas de Dios.

La multitud aclamó su discurso y aceptó complacida su

exhortación y prometió someterse a la voluntad de Dios. Samuel

los reunió entonces en una ciudad llamada Masfate, que en

hebreo significa atalaya. Allí sacaron agua e hicieron libaciones

a Dios, ayunaron todo el día y se entregaron a la oración.

 

2. La asamblea no pasó inadvertida a los filisteos. Cuando su-

pieron que se había reunido una compañía tan grande, cayeron

 

sobre los hebreos con un gran ejército, con la esperanza de asal-

tarlos inesperadamente y sin preparación. Los hebreos se

 

asustaron y se desbandaron llenos de terror. Corrieron a ver a

Samuel y le dijeron que tenían el alma abatida, por el temor y

por la última derrota que habían sufrido.

-Por eso queremos permanecer quietos, para no excitar el

poder de nuestros enemigos. Tú nos trajiste aquí para ofrecer

oraciones y sacrificios y prestar juramento, y entre tanto

nuestros enemigos organizaron una expedición contra nosotros,

estando nosotros desnudos y desarmados. Nuestra única

esperanza es la de que, por tus medios, y con la asistencia de

Dios, consigas con nuestros ruegos que nos libre de los filisteos.

Samuel les pidió que tuvieran ánimo y les prometió que Dios

les ayudaría. Tomó un cordero de leche, lo sacrificó en beneficio

de la multitud y rogó a Dios que mantuviera sobre ellos su

mano

i

266

267

protectora cuando lucharan con los filisteos y que no los

abandonase ni permitiese que sufriesen un nuevo descalabro.

Dios escuchó sus ruegos, aceptando su sacrificio con intención

propicia y buena disposición para asistirlos, y les garantizó la

 

victoria y poder sobre sus enemigos. Mientras se hallaba todavía

el sacrificio en el altar, no habiendo sido consumido enteramente

por el fuego sagrado, el ejército enemigo salió de su campamento

y fué puesto en orden de batalla. Tenían la esperanza de salir

triunfadores, porque los judíos serían tomados en circuns

tancias desfavorables, sin armas y desordenados.

Pero las cosas ocurrieron de tal manera que nadie lo creería

aunque hubiesen sido pronosticadas. En primer lugar Dios

perturbó al enemigo con un terremoto, y sacudió la tierra bajo

sus pies de tal manera que la hizo temblar e hizo tambalear a los

hombres; algunos no pudieron sostenerse en pie y cayeron al

suelo; abriendo grietas hizo caer a otros en los pozos. Luego

produjo entre ellos terribles truenos y relámpagos vivísimos que

los rodeaban amenazando quemarles los rostros. Hizo que las

armas les temblaran tanto en las manos que se les cayeron y

huyeron desarmados a sus casas 1. Samuel y la multitud los

persiguieron hasta un pueblo llamado Correa. Allí Samuel puso

una piedra como límite de su victoria y de la huída del enemigo,

y la llamó la "piedra del poder", en señal del poder que Dios le

había dado contra sus enemigos.

3. Después de este golpe los filisteos no volvieron a hacer

expediciones contra los israelitas y permanecieron quietos, por

miedo y por el recuerdo de lo que les había ocurrido.

 

Todo el valor que tenían los filisteos contra los hebreos, des-

pués de la victoria fué transferido a los hebreos. Samuel hizo

 

además una expedición contra los filisteos y mató a muchos de

ellos y humilló completamente su orgullo 4r les quitó esa

comarca que, cuando habían sido triunfadores en la batalla, les

habían quitado a los judíos; era la comarca que se extiende desde

las fronteras de Gita hasta la ciudad de Acarón. Pero el resto de

los cananeos estaba a la sazón en términos amistosos con los

israelitas.

1 Nada de esto figura en la Biblia, donde sólo dice que

"Jehová tronó aquel día con gran estruendo sobre los filisteos, y

desbaratólos, y fueron vencidos delante de Israel" (1 Sanr, VI,

10).

 

CAPITULO III

 

Samuel, por su avanzada edad, no puede ocuparse de los

asuntos públicos, y los confía a sus hijos. Ante la mala

administración de éstos, la multitud se indigna y pide un

 

rey. Disgusto de Samuel

 

1. El profeta Samuel, después de ordenar los asuntos del

pueblo de manera conveniente, señaló una ciudad para cada

distrito y ordenó que se presentaran en esas ciudades para

ventilar las controversias que se suscitaran. Samuel las visitaba

dos veces por año, administrando justicia. Así mantuvo el orden

mucho tiempo.

2. Pero luego sintió el peso de los años y ya no pudo hacer lo

 

que solía. Entregó por lo tanto el gobierno y el cuidado de la mul-

titud a sus hijos, el mayor de los cuales se llamaba Joel y el

 

menor Abia. Les ordenó que residieran y juzgaran al pueblo, uno

en la ciudad de Bezel y otro en la de Bersabé 1, y dividió al

pueblo en distritos que estarían bajo la jurisdicción de cada uno

de ellos.

Estos hombres constituyen un ejemplo evidente y una prueba

de que a veces los hijos no tienen el mismo carácter que sus

padres; a veces son buenos y prudentes, aunque hayan nacido de

padres malos; éstos se mostraron malos, siendo hijos de padres

buenos. Apartándose de la buena senda de su padre, tomaron un

camino contrario, pervirtieron la justicia por el sucio lucro de los

presentes y los sobornos y tomaron sus determinaciones no de

acuerdo con la verdad sino del interés. Se entregaron al lujo, a

una vida costosa, y de ese modo en primer término practicaban

lo que era contrario a la voluntad de Dios, y en segundo término

lo que era contrario a la voluntad de su padre el profeta, que se

había preocupado mucho y había tomado cuidadosas medidas

para que la multitud fuera virtuosa.

 

3. El pueblo se sintió muy intranquilo ante la injuria que a su

constitución y gobierno inferían los hijos del profeta, y acudieron

a verlo a la ciudad de Armata, donde entonces vivía,

comunicándole

 

1 Según la Biblia, ambos hijos de Samuel "eran jueces en

Beersheba" (Bersabé).

I

las transgresiones de sus hijos. Como él estaba viejo, le

dijeron, y demasiado impedido per su edad para vigilar las cosas

como antes, le rogaban y pedían que nombrara un rey para

gobernar la nación y vengarlos de los filisteos, que debían ser

castigados por sus anteriores opresiones.

Esas palabras afligieron grandemente a Samuel, por su

natural amor a la justicia y su aversión al gobierno real. Tenía

mucho afecto a la aristocracia, que hacía a los hombres que la

empleaban de una feliz disposición divina. Preocupado y

atormentado por lo que le habían dicho, no pudo comer ni

dormir. Permaneció toda la noche despierto, revolviendo

diversas ideas en su mente relativas al problema.

4. Estando en esa situación Dios se le apareció y lo consoló

diciéndole que no debía inquietarse por los deseos de la multitud,

 

porque no era a él, sino a Dios, a quien despreciaban con toda in-

solencia, negándose a que fuera su único rey. Añadió que esas

 

cosas las habían estado urdiendo desde el mismo día en que

salieron de Egipto. Pero que no tardarían mucho en arrepentirse

de lo que habían hecho, arrepentimiento que no podría impedir

los acontecimientos futuros.

Serían bastante reprochados y confundidos por su desdén y

su conducta ingrata hacia Dios y el profético oficio de Samuel.

-Te ordeno, por lo tanto -terminó diciendo-, que les elijas un

rey, el que yo te indicaré de antemano, después de enumerarles

las desdichas que les acarreará un gobierno real, haciéndoles ver

claramente el gran cambio que se apresuran a pedir.

 

5. Samuel llamó a los judíos a la mañana siguiente y les

anunció que nombraría un rey; pero primero les describiría lo

que les esperaba, el tratamiento que recibirían de los reyes y los

agravios con que tendrían que luchar.

-Porque debéis saber -dijo-, que en primer lugar os quitarán a

vuestros hijos, y a unos los harán conductores de sus carrozas, a

otros jinetes y guardias personales del rey; otros serán

mensajeros, capitanes de milicias y capitanes de centurias. Los

convertirán en artífices y armeros, tendrán que hacer carros e

instrumentos, labrar la tierra de los reyes y cuidar sus campos y

cavar

1 La Biblia sólo habla de una plegaria dirigida a Dios por

Samuel.

sus viñedos. Tendrán que hacer todo lo que les manden, como

si fueran esclavos comprados con dinero. Nombrarán a vuestras

hijas reposteras, cocineras y panaderas, y ellas estarán obligadas

a hacer todo el trabajo que realizan las esclavas por temor a los

azotes y los tormentos. Además se apoderarán de vuestras

posesiones y se las darán a sus eunucos y sus guardianes, y

entregarán vuestros rebaños a sus sirvientes. Y para decirlo todo

en pocas palabras, vosotros y los vuestros seréis siervos de

vuestro rey, en nada superiores a los esclavos. Cuando sufráis

estas desdichas, recordaréis entonces lo que ahora os digo. Os

arrepentiréis de lo que habéis hecho y rogaréis a Dios que se

apiade de vosotros y os libre de los reyes; pero Dios no aceptará

vuestros ruegos, os abandonará y dejará que sufráis el castigo

merecido por vuestra perversa conducta.

6. La multitud cometió la tontería de prestar oídos sordos a

sus predicciones y fué demasiado antojadiza para dejarse

disuadir de una determinación que había tomado con tanta

imprudencia. Rechazando las palabras de Samuel insistieron

perentoriamente en su decisión y le pidieron que nombrara

inmediatamente un rey y no se preocupara por lo que pudiera

suceder después. Porque ellos necesitaban alguien que los

llevara a la batalla y los vengara de sus enemigos, y si los países

vecinos tenían reyes no era ningún absurdo que ellos tuvieran el

suyo.

 

Viendo Samuel que su admonición no los había apartado de

sus propósitos y que se afirmaban en su resolución, dijo:

 

-Idos por ahora a vuestras casas. Os mandaré llamar oportu-

namente, cuando haya averiguado a quién quiere Dios daros

 

como rey.

 

CAPITULO IV

 

Sobre el nombramiento, por orden de Dios, de un rey para

los israelitas llamado Saúl

1. Había un hombre de la tribu de Benjamín que era de buena

familia y de virtuosa disposición; se llamaba Cis. Tenía un hijo,

joven, apuesto, alto, pero cuya inteligencia era superior a sus

cualidades visibles. Su nombre era Saúl. Cis tenía unas asnas de

buena

1

1

1

clase que se habían extraviado alejándose del prado donde

pastaban. Como le gustaban esos animales más que todos los

restantes que poseía, envió a su hijo con un criado a buscar a las

asnas.

Después de buscarlas por toda la tribu pasó a otras tribus y

como no las hallara resolvió regresar a su casa, para no

preocupar a su padre sobre su propia suerte. Pero el criado que

iba con él le dijo que como estaban cerca de la ciudad de Armata,

donde moraba un auténtico profeta, le aconsejaba que fuera a

verlo para averiguar lo que había ocurrido con las asnas.

Replicó Saúl que no tenían nada para darle como recompensa

 

por la profecía, porque se le había terminado la provisión de di-

nero. Respondió el criado que a él le quedaba aún un cuarto de

 

siclo y que podían dárselo al profeta, ignorando ambos que el

profeta no recibía esas recompensas.

Fueron, pues, a verlo; cuando estaban frente a las puertas de

la ciudad se encontraron con unas mozas que iban a buscar agua

y les preguntaron dónde vivía el profeta. Las mozas les indicaron

la casa y les recomendaron que se apresuraran a llegar antes de

que se sentara a comer, porque tenía muchos invitados, y solía

sentarse a la mesa antes que sus huéspedes.

 

Samuel había convidado a mucha gente a comer con él por

esa misma razón, porque Dios, a quien todos los días le había

rogado que le anticipara a quién quería hacer rey, el día anterior

le había dicho que le enviaría un joven de la tribu de Benjamín a

esa hora del día; y Samuel se había sentado en la terraza de la

casa esperando que llegara el momento indicado. Llegado ese

momento, descendió para ir a comer y se encontró con Saúl, y

Dios le reveló que era ése el hombre que los gobernaría.

Saúl se acercó a Samuel y lo saludó, y le pidió que le

informara cuál era la casa del profeta, porque él, Saúl, era

forastero y no la conocía. Samuel le respondió que él era el

profeta y lo invitó a comer, asegurándole que las asnas que había

ido a buscar habían sido halladas, y que a él le había sido

adjudicada la más grande de las buenas cosas.

-Señor -respondió Saúl-, soy demasiado insignificante para

aspirar a esas cosas, y pertenezco a una tribu demasiado

pequeña para que de ella salgan reyes, y a una de las familias

más chicas. Pero tú me lo dices en broma y me tomas como

objeto de risa,

272

hablándome de asuntos importantes que no están en

proporción con mi origen.

Pero el profeta lo condujo a la fiesta v lo hizo sentar a la

mesa, a él y a su criado, a la cabecera de los demás invitados,

que eran en número de setenta;' y ordenó a los criados que

sirvieran a Saúl una porción real. Cuando llegó la hora de

dormir, todos se levantaron y cada cual se retiró a su casa, pero

Saúl se quedó con el profeta, él y su criado, y durmieron en la

casa de él.

2. No bien despuntó el día Samuel despertó a Saúl y lo

condujo a su casa. Al salir de la ciudad, le pidió que hiciera

adelantarse al criado porque tenía algo que decirle sin que

hubiera nadie delante. Saúl alejó al sirviente. El profeta Samuel

tomó entonces un vaso de aceite, lo derramó sobre la cabeza del

joven, lo besó y dijo:

 

-Serás rey ordenado por Dios contra los filisteos, y para

vengar los sufrimientos que infligieron a los hebreos. La prueba

será la que ahora te diré. En cuanto te hayas marchado de aquí

encontrarás en el camino a tres hombres que se dirigirán a

adorar a Dios en Bezel2. El primero llevará tres hogazas de pan,

el segundo un cabrito 3 y el tercero, que irá detrás, una botella

de vino. Esos tres hombres te saludarán, y te hablarán

amablemente y te darán dos de las hogazas, que tú aceptarás.

De allí irás a un sitio llamado el sepulcro de Raquel, donde una

persona 4 que encontrarás te dirá que tus asnas fueron halladas.

Luego, cuando llegues a Gabata verás una compañía de profetas

y serás arrebatado por el espíritu divino y profetizarás junto con

ellos hasta que todos los que te vean queden atónitos y

admirados y digan: "¿A qué se debe que al hijo de Cis le haya

tocado un honor tan grande?" a Después de comprobar estas

señales, sabrás que Dios está contigo. Luego podrás saludar a tu

padre y tus parientes. Y cuando mande a buscarte a

1 El versículo correspondiente de la Biblia dice que eran

"unos treinta hombres". (I Samuel, IX, 22).

2 Josefo invierte el orden de los encuentros detallados en los

versículos 2, 3 y 4 (Samuel, cap. X).

3 El primero de los tres hombres llevaba, según la Biblia, tres

cabritos y el segundo tres hogazas.

4 Según la Biblia, dos hombres.

s En Samuel (X, 11) dice que el pueblo se preguntaba: "¿Qué

ha sucedido al hijo de Cis? ¿Saúl también entre los profetas?",

frase esta última que se transformó en proverbio.

273

1

Galgala, vendrás, para que podamos hacer nuestras ofrendas

de agradecimiento a Dios por sus bendiciones.

Habiéndole dicho esas palabras, anticipándole los sucesos,

Samuel despachó al joven. Y todas las cosas ocurrieron tal como

lo había profetizado Samuel.

 

3. En cuanto Saúl llegó a la casa de su pariente Abner, a

quien por cierto amaba más que a todos sus restantes familiares,

éste le preguntó acerca de su viaje y de los accidentes que tuvo

en su transcurso. Saúl no le ocultó nada, ni su llegada a la casa

de Samuel, ni que éste le había anunciado el hallazgo de las

asnas. Pero no le dijo nada del reinado ni de lo que al mismo

concernía, porque pensó que provocaría envidias y por otra parte

tampoco sería creído fácilmente. No juzgó prudente comunicarle

esas cosas, aunque era muy amigo de él y lo amaba más que a

todos los demás parientes, teniendo en cuenta, me imagino, lo

que es la naturaleza humana, y pensando que nadie, ni aun el

más íntimo amigo, mantiene inconmovible su amistad cuando

Dios promueve a un hombre a una gran prosperidad; es, por el

contrario, avieso y envidioso del que llega a un puesto eminente.

4. Luego Samuel reunió al pueblo en la ciudad de Masfate, y

le habló en los siguientes términos, diciendo que lo hacía por

orden de Dios. Comenzó por recordarles que Dios les había

conseguido la libertad, sometiendo al enemigo. Pero ellos,

olvidando sus beneficios, lo rechazaron como rey, sin considerar

que sería más ventajoso ser comandados por el mejor de los

seres. Porque siendo Dios el mejor de los seres, preferían un

hombre para rey. Los reyes tratan a sus súbditos como bestias,

de acuerdo con la violencia de su voluntad e inclinación y sus

restantes pasiones exasperadas por la lujuria del poder, y no se

empeñan en proteger a la raza humana como obra suya y

creación suya, mientras que Dios, por esa misma razón, lo haría

con mucha atención.

-Pero -concluyó-, ya que habéis tomado esa resolución, y se

impuso el trato ofensivo que habéis dado a Dios, agrupaos por

tribus y cetros y tirad a la suerte.

5. Así lo hicieron los hebreos y la suerte recayó en la tribu de

Benjamín. Cuando sortearon entre las familias de la tribu le tocó

a la llamada Matri. Luego echaron suertes entre los miembros

de esa familia, y resultó elegido rey Saúl hijo de Cis.

274

Cuando el joven lo supo, se anticipó y alejándose de allí se

ocultó 1. Supongo que habrá sido para que no pensaran que

 

aceptaba voluntariamente el gobierno. Demostró, por el

contrario, mucho dominio de sí mismo y modestia. Mientras la

mayor parte del pueblo no cabía en sí de gozo, el hombre elegido

no mostró ninguna de esas emociones al ser nombrado señor de

tantos y de tribus tan grandes. Huyó y se escondió de la vista de

aquellos sobre quienes había de reinar, y los obligó a que lo

buscaran muy perturbados.

Viendo al pueblo acongojado por la desaparición de Saúl,

 

Samuel pidió a Dios que le indicara el sitio donde se había escon-

dido. Envió entonces a buscarlo y cuando lo trajeron lo pusieron

 

en medio de la multitud. Y él era más alto que todos y tenía una

estatura majestuosa.

6. Dijo entonces el profeta:

-Dios os da a este hombre para que sea vuestro rey. Ved su

altura, mayor que la de cualquier otro, y qué digno es del mando.

El pueblo lo aclamó gritando "¡Viva el rey!" El profeta escribió

en un libro lo que había de pasar en lo futuro, lo leyó delante del

rey y depositó el libro en el tabernáculo de Dios, para testimonio

de las generaciones venideras de lo que él había predicho. Luego

despidió a la multitud y se trasladó a la ciudad de Armata, que

era su pueblo.

Saúl se fué a Gabata, el lugar donde había nacido. Muchos

hombres buenos lo acompañaron, rindiéndole los respetos

debidos a un rey; pero la mayoría eran hombres malos, que

fingían despreciarlo, se reían de los demás, no le llevaban

presentes ni trataban de complacerlo ni con su afecto, ni

simplemente con palabras.

 

CAPITULO V

 

Saúl ayuda a los galaditas. Popularidad del rey. Confirmación de

 

Saúl. Reproches de Samuel

 

1. Un mes después la guerra que Saúl sostuvo con Naas, el

rey de los amonitas, le granjeó el respeto de todo el pueblo, por

1 La Biblia sólo dice que el elegido no fué hallado.

275

que Naas había ocasionado grandes perjuicios a los judíos que

 

vivían al otro lado del Jordán atacándolos con un ejército nume-

roso y aguerrido. Redujo a la esclavitud a las ciudades, no sola-

mente sometiéndolas por la fuerza, sino debilitándolas con suti.

 

leza y astucia para que luego no pudieran librarse de la

esclavitud; hizo sacar el ojo derecho a los que se rendían bajo

palabra o eran tomados prisioneros en la acción, porque de ese

modo al quedar tapado el ojo izquierdo por el escudo se volvían

inútiles para la guerra.

Después de haber tratado de ese modo a los que vivían al otro

lado del Jordán, el rey de los amonitas condujo su ejército contra

los que se llamaban los galaditas. Instaló el campamento frente

a la capital de sus enemigos, que era la ciudad de Jabis, y les

envió embajadores, ofreciéndoles la alternativa de que se dejasen

saltar el ojo derecho o sufrir un asedio y ver derribadas sus

ciudades. Les daba a elegir entre perder un pequeño miembro

del cuerpo o perecer en su totalidad.

Los galaditas, átemorizados por la oferta, no se animaron a

responder en ningún sentido, ni de que se rendirían ni de que

pelearían. Solamente le pidieron siete días de tregua, para que

pudieran enviar emisarios a sus compatriotas y pedirles ayuda,.

 

Si acudían a ayudarlos, pelearían, pero si la ayuda fuera impo-

sible de obtener se entregarían para sufrir lo que quisiera

 

infligirles.

 

2. Menospreciando a la multitud de los galaditas y la

respuesta que le dieron, les concedió la tregua permitiéndoles

que enviaran a pedir ayuda a quien quisieran. Inmediatamente

mandaron emisarios a todas las ciudades israelitas

informándoles de la amenaza de Naas y del desasosiego en que

se hallaban. Todos rompieron a llorar y a lamentarse, ante las

noticias que traían los embajadores de Jabis. Pero el terror no

les permitía hacer nada más.

Cuando los mensajeros llegaron hasta la ciudad del rey Saúl

y relataron el peligro en que se hallaban los habitantes de Jabis,

el pueblo sufrió la misma aflicción que el de las demás ciudades.

 

Al volver Saúl de la labranza a la ciudad encontró a sus compa-

triotas llorando; les preguntó la causa y se enteró de la tristeza y

 

la confusión que los afligía. Saúl se sintió arrebatado por la furia

 

divina y despachó a los emisarios de los habitantes de Jabis pro-

metiéndoles que iría a ayudarlos al cabo de tres días, y que derro

 

276

taría al enemigo antes, de la salida del sol para que al salir

éste se viera que habían triunfado y se habían librado del temor

que ahora los sobrecogía. Pero ordenó a varios de ellos que se

quedaran para conducirlo a Jabis.

3. Deseando inducir al pueblo a que enfrentara a los amonitas

 

por el miedo de lo que perderían si no peleaban, y para que pu-

dieran reunirse lo más rápidamente, cortó los nervios de sus

 

bueyes y amenazó hacer lo mismo a todos los que no se

presentaran al día siguiente con sus armas junto al Jordán, para

seguirlo a él y al profeta Samuel a donde quisieran conducirlos 1.

Asustados por la amenaza, los israelitas se reunieron el día

señalado. La multitud fué contada en la ciudad de Bezek, siendo

setecientos mil, sin incluir a los de la tribu de Judá, que

sumaban setenta mil. Atravesaron el Jordán y marcharon

durante toda la noche, una distancia de treinta estadios,

llegando a Jabis antes del alba. Saúl dividió el ejército en tres

compañías y cayó sobre el enemigo repentina e inesperadamente

por tres costados a la vez Trabada la batalla, mataron un gran

número de amonitas, entre

 

ellos al rey Naas 2.

La gloriosa acción de Saúl fué relatada con grandes elogios a

todos los hebreos, y Saúl conquistó una magnífica reputación por

su valor. Aunque había antes algunos que lo despreciaban,

ahoga cambiarón de opinión y lo honraron y lo estimaron como el

mejor de los hombres. Porque no se conformó con salvar a los

habitantes de Jabis, sino que realizó una expedición a la tierra

de los amonitas y la arrasó, tomando un valioso botín. Regresó a

su patria con más gloria que antes. El pueblo se sintió muy

satisfecho con las hazañas de Saúl y se alegró de haberlo

nombrado rey, y volviéndose con gritos de protesta contra

aquellos que habían afirmado que no sería útil para los asuntos

del pueblo, pidieron su castigo, diciendo lo que suelen decir las

multitudes en casos semejantes, cuando les sonríe la

prosperidad, contra los que habían despreciado a los autores de

sus triunfos.

Pero Saúl, aunque recibió amablemente el afecto y la buena

1 Según la Biblia, Saúl amenaza hacer lo mismo "con los

bueyes" de los que no se unieran a él.

2 No figura la muerte del rey en las Escrituras.

277

voluntad de esos hombres, juró que ese día no permitiría

matar a ninguno de sus compatriotas, porque sería absurdo

mezclar la victoria que Dios les había concedido con la sangre y

la matanza de los que eran de la misma raza que ellos; y los

instó a celebrar el triunfo con ánimo amistoso.

4. Habiéndoles dicho Samuel que debían confirmar el reinado

de Saúl con una segunda ordenación, se congregaron todos en la

ciudad de Galgala. El profeta ungió a Saúl con el óleo santo, en

presencia de la multitud, y lo declaró rey por segunda vez.

De este modo el gobierno de los hebreos se convirtió en un

gobierno real; porque en los tiempos de Moisés y de su discípulo

Josué, que fué el general de los hebreos, mantuvieron el régimen

de la aristocracia, pero después de la muerte de Josué, y durante

dieciocho años, la multitud no tuvo forma estable de gobierno, y

vivió en la anarquía. Luego tornaron a su forma anterior de

 

gobierno, confiando la autoridad para juzgarlos al que era el me-

jor y más valeroso guerrero; por eso fué llamado ese lapso de su

 

gobierno el de los jueces.

5. Luego el profeta Samuel convocó otra asamblea y dijo:

-En nombre de Dios todopoderoso, que trajo al mundo esos

excelentes hermanos que fueron Moisés y Aarón, que libertó a

nuestros padres del yugo egipcio y de la esclavitud que sufrían

en su tierra, os adjuro solemnemente a que no habléis solamente

por el deseo de agradarme, ni suprimáis nada por temor, ni os

dejéis llevar por ninguna otra pasión, y digáis si alguna vez he

cometido algún acto cruel o injusto, o si he sido guiado por el

 

lucro o. la codicia, o por la intención de agradar a terceros. De-

clarad si alguna vez he tomado un buey o una oveja o algo seme-

jante, aunque siendo para mi sustento se considera que no es

 

acción censurable, o si he tomado algún asno para mi uso en

perjuicio de cualquiera. Acusadme de esos crímenes, ahora que

estamos en presencia de vuestro rey.

Todos respondieron a gritos que nunca había hecho nada de

eso, y que siempre había comandado a la nación con santidad y

justicia.

6. Ante el testimonio de su rectitud que prestaba el pueblo,

prosiguió diciendo Samuel:

-Ya que aseguráis que no podéis acusarme de nada malo, escu

278

chad entonces lo que ahora os diré con entera libertad.

Vosotros habéis cometido un gran acto de impiedad contra Dios

pidiendo que os nombraran un rey. Debéis recordar que vuestro

abuelo Jacob se trasladó a Egipto a causa del hambre,

acompañado únican.ente de setenta almas de nuestra familia, y

su posteridad se multiplicó hasta sumar muchas decenas de

miles. Los egipcios los redujeron a la esclavitud y los oprimieron

duramente, y Dios mismo, respondiendo a los ruegos de nuestros

padres, envió a Moisés v Aarón, que eran hermanos, y les dió

poder para librar a la multitud de sus desgracias, lo cual

hicieron sin ningún rey. Ellos nos trajeron a este país que ahora

poseéis. Y cuando gozabais los beneficios concedidos por Dios,

 

traicionasteis su culto y religión; y eso que cuando os hallasteis

en las manos de vuestros enemigos os libró de ellas, primero

haciéndoos superiores a los asirios y sus fuerzas, luego

permitiéndoos derrotar a los amonitas y los rnoabitas y

finalníerite a los filisteos. Todos estos triunfos los habéis logrado

bajo el mando de Jefté y Gedeón. ¿Qué delirio os ha poseído

ahora para que queráis alejaros de Dios y vivir bajo el dominio

de un rey? He ordenado rey al que Dios eligió para vosotros; y

aunque podría manifestaros claramente el enojo de Dios por

vuestra elección de un gobierno real, le rogaré que él mismo os lo

declare per medio de extrañas señales. Ninguno de vosotros ha

visto antes una tormenta de invierno en la época de la cosecha;

pues bien, rogaré a Dios que os la haga ver ahora.

No bien hubo dicho estas palabras cuando Dios produjo

grandes señales, con rayos y truenos y granizo, confirmando la

verdad de todo lo que había manifestado el profeta. Estupefactos

y aterrorizados confesaron que habían pecado y que habían caído

en el pecado por ignorancia. Y rogaron al profeta, que era para

ellos como un padre bueno y amable, que volviera a Dios

misericordioso y lo hiciese perdonarles los pecados, los que

habían añadido a las ofensas y transgresiones cometidas contra

él.

Samuel les prometió entonces que rogaría a Dios, pidiéndole

que les perdonara esos pecados. Pero les aconsejó que fueran

virtuosos y buenos y que no olvidaran nunca las desdichas que

habían sufrido cada vez que se apartaban de la virtud. Y que

recordaran los extraños signos que Dios les había hecho ver y

que tuvieran siempre presente el código de Moisés si querían ser

 

279

 

0

protegidos y vivir felices con su rey. Si volvían a descuidar

esas cosas, añadió, ellos y su rey sufrirían grandes castigos de

Dios.

 

Hecha esta profecía a los hebreos Samuel los despidió,

después de haber confirmado el reinado de Saúl por segunda vez.

 

CAPITULO VI

 

Los filisteos realizan otra expedición contra los hebreos, y

 

son derrotados

 

1. Saúl seleccionó tres mil hombres de la multitud,

destinando dos mil para que formaran su guardia personal y

residieran en la ciudad de Bezel, y los otros mil para la guardia

personal de su hijo Jonatás, a quien envió a Gabaón; éste puso

sitio a una guarnición filistea, cerca de Galgala y la tomó.

Porque los filisteos de Gabaón habían derrotado a los judíos, les

habían secuestrado las armas y puesto guarniciones en los sitios

más fuertes de la región, prohibiéndoles portar ningún

instrumento de hierro ni usar el hierro para nada en ningún

caso. Por esta razón cuando los labradores tenían que afilar sus

herramientas, ya sea palas o rejas de arado, o cualquier otro

instrumento agrícola, tenían que acudir a los filisteos.

 

Cuando los filisteos se enteraron del exterminio de su guarni-

ción montaron en cólera, y considerándolo una terrible ofensa

 

salieron a hacer la guerra a los judíos con trescientos mil

hombres de a pie, y treinta mil carros y seis mil caballos', e

instalaron el campamento en la ciudad de Macma. Informado

Saúl, rey de los hebreos, bajó a la ciudad de Galgala y lanzó una

proclama a todo el país instando al pueblo a esforzarse por

recuperar la libertad y a hacer la guerra a los filisteos,

despreciando sus fuerzas y considerándolos no tan grandes como

para no intentar combatir con ellos.

Al ver el pueblo que rodeaba a Saúl que los filisteos eran muy

numerosos se sintió consternado; muchos se escindieron en

cuevas

1 La Biblia dice que eran 30.000 carros, 6.000 jinetes "y

pueblo como la arena de la orilla del mar en multitud" (1

Samuel, 13, 5).

 

y en cavernas subterráneas, pero la mayor parte huyó hacia

el otro lado del Jordán, a las tierras de Gad y de Rubén 1.

2. Saúl mandó a llamar al profeta para consultarlo acerca de

la guerra y de los asuntos públicos. El profeta le ordenó que lo

aguardara y preparara sacrificios, anunciándole que él iría

dentro de siete días, para ofrecer sacrificios el séptimo día y

luego entablar batalla con el enemigo.

Saúl esperó la llegada del profeta, pero no cumplió sus

órdenes; viendo que tardaba en venir, y que sus soldados

desertaban, ofreció por sí mismo los sacrificios. Luego, al

enterarse de que llegaba Samuel, salió a recibirlo. El profeta le

dijo que había hecho mal en desobedecer las órdenes que le

había enviado; el plazo se lo había indicado de acuerdo con la

voluntad de Dios y Saúl se había apresurado a hacer mal los

sacrificios que Samuel se proponía ofrecer por la multitud. Saúl

se defendió aduciendo que había aguardado los días que Samuel

le señaló, y que se había anticipado a ofrecer los sacrificios

impelido por la necesidad en que se hallaba y porque los

soldados se marchaban, atemorizados por la presencia del

enemigo en Macma y por los rumores de que se aprestaba a

atacarlos en Galgala.

-Si te hubieses conducido como un hombre virtuoso -replicó

Samuel-, sin desobedecer mis órdenes, ni soslayar las órdenes

que Dios me sugirió acerca del presente estado de cosas, ni

actuar con más premura de la que las circunstancias exigían, te

habría sido dado reinar mucho tiempo, y a tus descendientes

después de ti.

Ofendido por lo que había acontecido, Samuel regresó a su

casa. Saúl, por su parte, en compañía de su hijo Jonatás, avanzó

sobre la ciudad de Gabaón, con sólo seiscientos hombres, la

mayor parte de los cuales carecía de armas a causa de la escasez

de hierro y artífices que supieran trabajarlo. Porque ya hemos

dicho que los filisteos no les habían permitido que poseyeran

hierro, ni que hubiera artesanos de esa especialidad.

Los filisteos dividieron sus fuerzas en tres compañías y

tomando otros tantos caminos devastaron el país de los hebreos,

en presencia del rey Saúl y su hijo Jonatás, que no pudieron

 

hacer nada para defenderlo porque sólo disponían de seiscientos

hombres.

1 Gad y Gilead, en la Biblia.

281

f

Saúl y su hijo y el sumo pontífice Aquías, que era

descendiente del sumo pontífice Eli, contemplaban

apesadumbrados desde una alta loma la devastación de su país.

El hijo de Saúl convino con su escudero en que irían

privadamente al campo enemigo a provocar el desorden. El

escudero le prometió seguirlo a donde lo llevara, aunque le

costara la vida.

Jonatás, con la ayuda del mozo, descendió de la loma y se

dirigió hacia donde se hallaba el enemigo. El campamento

filisteo estaba sobre un precipicio que tenía tres picos

terminados en una extremidad pequeña pero larga y aguda y con

una roca que los rodeaba como si fueran líneas hechas para

prevenir los ataques del enemigo 1. Sucedió que habían

descuidado la guardia exterior del campamento, por la seguridad

que ofrecía el sitio y porque consideraban completamente

imposible no sólo que alguien subiera al campamento por aquel

lado sino que pudiera acercarse a él.

En cuanto hubo llegado al campamento Jonatás animó a su

escudero diciéndole:

-Vamos a atacar al enemigo; y si cuando nos vean nos

ordenan que subamos, ten por seguro que es una señal de

victoria. Pero si no dicen nada, si no se proponen invitarnos a

subir, nos volveremos.

Cuando estaban cerca del campamento, poco después del

alba, y los filisteos los vieron, dijeron entre ellos: "Los hebreos

están saliendo de las cuevas", y dirigiéndose a Jonatás y su

escudero les gritaron

-Vamos, subid, así podremos daros el castigo que merecéis,

por vuestra temeridad de atacarnos.

 

El hijo de Saúl aceptó la invitación, como signo de victoria,

salió del sitio donde había sido visto por el enemigo y cambiando

de dirección se encaminó hacia la roca que estaba sin guardias

 

por tratarse de un punto fuerte inaccesible. De ahí subieron tre-

pando con mucho trabajo y dificultades y venciendo los

 

obstáculos naturales del lugar hasta que estuvieron en posición

de luchar con el enemigo. Cayeron sobre él cuando estaba

durmiendo y mataron unos veinte hombres, provocando tanta

sorpresa y desorden que muchos filisteos arrojaron las armas y

huyeron. En su mayor parte

1 La Biblia menciona sólo dos peñascos, Boses y Sené.

no se conocían entre sí porque eran de diferentes naciones, y

como no se imaginaban que los hebreos eran solamente dos, se

tomaron los unos a los otros por enemigos y se mataron entre sí.

Algunos murieron en la batalla; otros que quisieron huir fueron

arrojados de cabeza al precipicio.

3. Los centinelas de Saúl informaron al rey que había

confusión en el campamento de los filisteos. Saúl preguntó si se

había ido alguien del ejército y cuando supo que su hijo y el

escudero de éste se hallaban ausentes, pidió al sumo sacerdote

que se pusiera las vestimentas de su alto sacerdocio y

profetizara el éxito que tendrían. El sumo sacerdote dijo que

obtendrían la victoria y dominarían al enemigo.

Saúl salió entonces contra los filisteos y los atacó mientras se

mataban entre sí. Los que ante se habían ocultado en las

cavernas y las grutas, al enterarse de que Saúl triunfaba,

corrieron a unirse a sus filas. Cuando el número de sus fuerzas

ascendió a unos diez mil hombres, emprendió la persecución del

enemigo, que se desparramó por todo el país. Pero luego incurrió

en un acto lamentable que merece ser muy censurado. Ya sea

por ignorancia, o por la alegría de la victoria tan extrañamente

obtenida, lo que suele suceder con las personas afortunadas, que

en ese momento no razonan, deseando vengarse e imponer el

debido castigo a los filisteos, lanzó una maldición contra todo

hebreo "que abandonase la matanza del enemigo o su

persecución y tomase alimentos antes de que llegara la noche".

 

El hijo de Saúl, que estaba en un bosque perteneciente a la

tribu de Efraím donde había numerosos panales, y no había oído

la maldición de su padre ni la aprobación que le dió la multitud,

partió un trozo de panal y comió la miel 1. En ese momento fué

informado del anatema con que su padre les había prohibido que

probaran bocado antes de la puesta del sol. Jonatás dejó de

comer y dijo que su padre había hecho mal, porque si los

hombres comieran algo perseguirían al enemigo con más vigor y

decisión y matarían mayor número de filisteos.

4. Después de exterminar unos diez mil filisteos, se

entregaron a saquear el campamento enemigo, cuando ya era

entrada la no

 

1 En el relato bíblico, Jonatás sólo moja en un panal la punta

de su vara.

282

283

che. Tomaron gran botín, así como ganado, al que mataron y

comieron con la sangre. Los escribas comunicaron al rey que la

multitud pecaba contra Dios, sacrificando y comiendo antes de

haber lavado perfectamente la sangre y limpiado la carne 1. Saúl

ordenó que se colocara en medio de la multitud una gran roca, y

proclamó que mataran sobre ella los sacrificios y que no

comieran la carne con la sangre, porque no era aceptado por

Dios. El pueblo hizo lo que el rey ordenaba, y Saúl erigió en ese

sitio un altar

y ofreció holocaustos a Dios.

Fué el primer altar levantado por Saúl.

5. Saúl deseaba conducir a sus hombres al campo enemigo

antes del amanecer, para saquearlo; a los soldados no les faltaba

voluntad para seguirlo, y estaban muy dispuestos a cumplir sus

órdenes. El rey llamó entonces a Aquitob, el sumo sacerdote, y le

pidió que indagara si Dios le concedería el favor y el permiso de

atacar el campamento enemigo para destruir a los que se

hallaran en él. El sacerdote le informó que Dios no respondía.

 

-Debe de haber alguna causa -replicó Saúl-. Poco antes nos

declaró todo lo que deseábamos saber de antemano, y hasta nos

previno sin que le preguntáramos. Si ahora se niega a contestar,

es porque hay algún pecado escondido entre nosotros que motiva

su silencio. Juro por Dios mismo, que aunque el culpable del

pecado resulte ser mi propio hijo Jonatás, lo mataré, y

apaciguaré de ese modo la ira de Dios, y lo castigaré como si

fuera un extraño y no un pariente.

La multitud aprobó a gritos su decisión; Saúl la reunió a un

lado quedando él con su hijo al otro lado y ordenó buscar al

culpable por sorteo; el sorteo señaló a Jonatás. Preguntado por

su padre qué pecado había cometido y qué hecho de su vida

consideraba que podía ser motivo de culpa o profanación,

respondió:

-Padre, lo único que hice fué que ayer, ignorando tu maldición

y juramento, probé la miel de un panal mientras perseguía al

enemigo.

Saúl juró que lo mataría, prefiriendo el cumplimiento de su

promesa a todos los lazos de nacimiento y naturaleza. Jonatás no

se

1 No menciona escribas la Biblia. Sólo dice que el pueblo

comió la carne con la sangre.

alteró ante la amenaza de muerte, y ofreciéndose generosa e

intré

pidamente, dijo:

-No deseo que me perdones, padre; la muerte será para mí

muy

aceptable procediendo de tu piedad y después de una gloriosa

victoria. Tengo el gran consuelo de dejar a los hebreos victoriosos

contra los filisteos.

Todo el pueblo, afligido y pesaroso por la suerte de Jonatás,

juró que no lo dejaría morir, a él que era el autor de su triunfo.

De esta manera lo sacaron del peligro en que se hallaba por la

anatema de su padre, y rogaron a Dios que perdonara al joven su

pecado.

 

6. Habiendo matado unos sesenta mil enemigos, Saúl regresó

a su casa y tuvo un reinado feliz. Luchó con los países vecinos y

sometió a los amonitas, los moabitas, los filisteos, los idumeos y

los amalecitas y venció al rey de Soba. Tuvo tres hijos, Jonatás,

Jesús y Melquiso, y dos hijas, Meroba y Mico]. Abner, el hijo de

su tío, fué capitán de su ejército. El tío se llamaba Nero. Este y

Cis, el padre de Saúl, eran hermanos. Saúl poseyó gran número

de carros y jinetes; volvió siempre triunfante de todas las

guerras que acometió y llevó los asuntos de los hebreos a un alto

grado de éxito y prosperidad, haciéndolos superiores a las demás

naciones. Su guardia personal estaba formada por los jóvenes de

mayor talla

y apostura.

 

CAPITULO VII

 

La guerra de Saúl contra los amalecitas, y su conquista

 

1. Samuel fué a ver a Saúl y le dijo que Dios lo había enviado

a recordarle que lo había preferido a todos los demás y lo había

ordenado rey, y que por eso debía obedecerle y someterse a su

 

autoridad, considerando que aunque tenía el dominio de las de-

más tribus, Dios tenía el dominio sobre él y sobre todas las cosas.

 

Le manifestó por lo tanto que Dios le había dicho lo siguiente:

-Como los amalecitas habían inferido a los hebreos grandes

ofensas cuando éstos estaban en el desierto y se dirigían,

después de salir de Egipto, a la tierra que ahora era de ellos, te

ordeno, por lo tanto, que los castigues haciéndoles la guerra, y

que después de

1

285

someterlos no dejes ni a uno solo vivo; los matarás a todos,

comenzando por las mujeres y los niños, como castigo por el daño

que hicieron a nuestros antepasados. No perdonarás nada, ni

asnos ni otros animales, ni dejarás ninguno de ellos para tu

ventaja y posesión; los dedicarás universalmente a Dios, para

borrar completamente, en obediencia a las órdenes de Moisés, el

nombre de Amalec.

2. Saúl prometió cumplir todo lo que le habían ordenado; y

juzgando que mostraría mejor su obediencia a Dios, no

solamente haciendo la guerra a los amalecitas, sino actuando con

decisión y rapidez, reunió sin demora sus fuerzas y después de

contarlas en Galgala halló que eran cuatrocientos mil israelitas,

además de la tribu de Judá, que contenía treinta mil. Saúl

irrumpió en la tierra de los amalecitas, tendió varias

emboscadas junto al río, para herirlos no solamente en la lucha

 

abierta sino también caerles encima inesperadamente en los

caminos y rodearlos y matarlos.

Entablada la batalla, derrotó al enemigo, lo persiguió y lo

destruyó. Obtenida la victoria en esta empresa, como Dios lo

había predicho, puso sitio a las ciudades amalecitas, las tomó por

la fuerza, en parte con máquinas de guerra y en parte con minas

subterráneas y en parte levantando muros en el exterior. Al

algunos los mataron de hambre; a otros los dominaron por otros

métodos. Luego se dedicó a matar a las mujeres y los niños,

juzgando que no cometía un acto bárbaro e inhumano, primero,

porque eran enemigos, y segundo, porque lo hacía por orden de

Dios, a quien era peligroso desobedecer 1.

Tomó en cambio, prisionero a Agag, el rey enemigo, por cuya

belleza y estatura sintió tanta admiración que lo consideró digno

de ser perdonado. Pero no lo hizo de acuerdo con la voluntad de

Dios sino cediendo a impulsos humanos, y dejándose conmover

por una inoportuna conmiseración en un punto que no podía

decidir por sí mismo, porque Dios odiaba a la nación de los

amalecitas hasta el extremo de que había ordenado a Samuel

que no tuviera piedad ni siquiera de los niños a quienes más

compadecemos por naturaleza. Pero Saúl salvó al rey, autor de

todas las

1 Estos comentarios son de Josefo, así como los relativos al

perdón de Agag.

desdichas de los hebreos, como si prefiriera la buena

apariencia del enemigo al recuerdo de lo que Dios le había

mandado.

La multitud incurrió en la misma culpa, lo mismo que Saúl,

porque salvaron los rebaños y las manadas y los tomaron como

botín, habiendo ordenado Dios que no fueran perdonados. Se

llevaron también el resto de las riquezas, y destruyeron lo que no

valía la pena de llevarse.

3. Después de conquistar a todos los pueblos instalados desde

Pelusio, en Egipto, hasta el mar Rojo, devastó el territorio

enemigo, pero no tocó a los siquemitas, aunque vivían en el

mismo centro de la tierra de Madián. Porque antes de la batalla

 

Saúl envió a decirles que se fueran para no compartir la suerte

de los amalecitas, porque eran parientes de Ragüel, el suegro de

Moisés.

 

4. Saúl regresó jubiloso a su casa, por el acto religioso que ha-

bía cumplido y la conquista de sus enemigos, y como si no hu-

biera descuidado nada de lo que le había ordenado el profeta

 

cuando partió a combatir contra los amalecitas, y como si

hubiese observado puntualmente todo lo que debía hacer. Pero

Dios estaba enojado porque había perdonado la vida al rey de

Amalec, y porque la multitud se había apoderado del ganado

como botín, actos realizados sin su permiso. Consideraba

intolerable que hubiesen dominado y conquistado al enemigo con

el poder que él les había dado, para ser luego despreciado y

desobedecido con una grosería que un simple rey humano no

toleraría. Dijo por lo tanto al profeta Samuel que estaba

arrepentido por haber ungido rey a Saúl, quien no obedecía lo

que le mandaba y se dejaba guiar por sus propias inclinaciones.

Samuel se sintió conturbado y rogó toda la noche a Dios que se

compadeciera de Saúl y le retirara su enojo. Dios no le concedió

el perdón que el profeta pedía, porque no creyó prudente

perdonar esa clase de pecados contra sus órdenes, ya que las

ofensas crecían con la indulgencia de los ofendidos; buscando la

gloria de ser considerados amables y bondadosos, sin quererlo

producen otros pecados.

Rechazada por Dios la intercesión del profeta y viendo éste

que no modificaría su decisión, Samuel fu¿ al alba a ver a Saúl

en Galgala. El rey corrió a su encuentro, lo abrazó y le dijo:

 

-Doy gracias a Dios que me dió la victoria, porque he cum-

plido todas sus órdenes.

 

F

-¿Cómo es que oigo balar ovejas -replicó Samuel-, y mugir

ganado mayor en el campamento?

Saúl respondió que el pueblo había reservado los animales

para los sacrificios, pero que la nación de los amalecitas había

sido totalmente destruida, de acuerdo con las órdenes recibidas,

 

no quedando un solo hombre vivo, excepto el rey, a quien había

traído, y sobre cuya suerte decidirían juntos.

Samuel respondió que a Dios no le satisfacían los sacrificios

sino los hombres buenos y virtuosos, o sea los que obedecían su

voluntad y sus leyes y consideraban que nada de lo que hacían

estaba bien hecho más que cuando lo hacían de acuerdo con las

órdenes de Dios. Y que se juzgaba ofendido no cuando alguien

dejaba de hacer un sacrificio sino cuando lo desobedecía. De

aquellos que no lo obedecían ni cumplían con ese deber que era

la única adoración verdadera y aceptable, no recibía de buen

grado sus ofrendas, aunque los sacrificios fueran más numerosos

y gruesos que nunca, y los presentes más lujosos, así fueran de

oro y plata; los rechazaría, considerándolos más bien señales de

perversidad que de piedad.

Añadió que sólo se complacía con aquellos que pensaban

únicamente en cumplir las órdenes de Dios, cualesquiera que

fueran, y preferían la muerte antes que transgredir alguna de

sus órdenes. Y que ni siquiera les requería un sacrificio. Pero

cuando lo hacían, aunque fuera una ofrenda magra, lo aceptaba

como honra de pobreza con más agrado que las ofrendas

procedentes de los hombres más ricos.

-Has de saber, por consiguiente -concluyó- que has provocado

la ira de Dios, porque despreciaste y descuidaste lo que te

mandó. ¿Cómo crees que Dios respetará un sacrificio de aquello

que destinó a la destrucción? A menos que supongas que es lo

mismo ofrecerlo a Dios como sacrificio que destruirlo. Debes por

lo tanto esperar que te sea quitado el reino y esta autoridad de la

que has abusado con tu insolente conducta hasta el extremo de

desatender a ese Dios que la concedió.

Saúl admitió entonces que había actuado injustamente, y no

negó que había pecado, porque había transgredido las órdenes

del profeta. Pero agregó que sólo por temor a los soldados no les

había prohibido tomar el botín.

-Perdóname -dijo-, y sé misericordioso conmigo, y en lo

sucesivo me cuidaré de no volver a pecar.

 

Rogó finalmente al profeta que volviera con él para hacer sus

 

ofrendas de agradecimiento a Dios. Pero Samuel se dispuso a re-

gresar a su casa, porque comprendió que Dios no aceptaría su

 

reconciliación con él.

5. Ansioso Saúl de retener a Samuel lo tomó de la capa, y por

la vehemencia con que Samuel partió con un movimiento

violento, la capa se rasgó. El profeta declaró entonces que de la

misma manera le sería arrancado el reino del que se haría cargo

un hombre bueno y justo, y que Dios se mantenía en lo que había

resuelto, porque ser mudable y cambiante en las

determinaciones era propio de las pasiones humanas pero no del

poder divino.

Saúl repuso que había sido perverso, pero que lo hecho no

podía deshacerse. Y le pidió que lo honrara acompañándolo a

adorar a Dios, para que los viera la multitud. Samuel le concedió

ese favor y ambos fueron a adorar a Dios. Agag, el rey de los

amalecitas, fué llevado a su presencia y cuando le preguntó si

sería amarga la muerte, Samuel respondió:

-Del mismo modo que tantas madres hebreas, sumidas en el

dolor por tu causa, lloraron la muerte de sus hijos, así también

llorará tu madre la tuya.

Ordenó que le dieran muerte inmediatamente en Galgala, y

se retiró a la ciudad de Ramata.

 

CAPITULO VIII

 

A raíz de la transgresión por parte de Saúl de las órdenes del

profeta, Samuel, de acuerdo con lo que le mandara Dios, ordena

privadamente como rey a otro hombre,llamado David

 

1. Consciente Saúl de la desdichada situación en que había

caído, incurriendo en la enemistad de Dios, se trasladó a su

palacio real de Gabaa, nombre que significaba colina, y a partir

de ese día no volvió a presentarse delante del profeta. Samuel se

dolió por él, pero Dios le dijo que no se preocupara más por Saúl

y que to

i

288

289

mara el óleo santo y fuera a ver en Betlem a Isaí hijo de

Obed, y ungiera al que él le señalaría como futuro rey.

Samuel expresó su temor de que al enterarse Saúl lo matara,

por algún medio privado o abiertamente. Dios le prometió

hacerlo llegar sano y salvo y Samuel se dirigió hacia la

mencionada ciudad. Allí recibió el saludo de sus habitantes, y

cuando le preguntaron el motivo de su visita respondió que había

ido a ofrecer sacrificios a Dios. Después de cumplir los sacrifios

llamó a Isaí y sus hijos para que participaran del festín sacro.

Viendo al hijo mayor de Isaí juzgó por su alta estatura y su

apostura que ése debía de ser el futuro rey. Pero Samuel se

equivocó sobre los propósitos de Dios, porque al preguntarle si

debía ungir al joven, a quien admiraba y juzgaba digno de ser

rey, Dios le respondió que los hombres no veían del mismo modo

que Dios.

 

-Tú resptas la favorable apariencia de ese joven y por eso lo

consideras digno de ser rey, yo en cambio propongo el trono no

como recompensa de la belleza física sino de la virtud del alma, y

busco a alguno que reúna esta condición. Es decir, alguno cuya

 

belleza resida en su piedad, su justicia, su fortaleza y su obedien-

cia; porque esto es lo que significa la apostura del alma.

 

Ante estas palabras de Dios, Samuel pidió a Isaí que le

presentara a todos sus hijos. Isaí llamó a sus cinco hijos

restantes, de los cuales Eliab era el mayor, Aminadab el

segundo, Samal el tercero, Nataniel el cuarto, Rael el quinto y

Asán el sexto. Samuel vió que ninguno de los cinco era inferior

en aspecto al mayor y preguntó a Dios a cuál de ellos había

elegido. Dios respondió que no era ninguno de ellos, y Samuel

preguntó a Isaí si no tenía más hijos. Contestó Isaí que tenía

otro, llamado David, pero que era pastor y estaba cuidando a las

ovejas. Samuel le ordenó que lo llamara inmediatamente, porque

mientras faltara alguno no podía dar comienzo a la fiesta.

Cuando llegó David vió que era pálido, de vista aguda y de

aspecto generoso y correcto. Este, se dijo Samuel, es el que a

Dios le place darnos para rey. Sentóse a la mesa poniendo al

joven a su lado, junto con Isaí y sus otros hijos. Luego tomó

aceite, lo puso delante de David, y se lo echó encima, diciéndole

al oído que Dios lo había elegido para ser rey, y que debía ser

justo y obediente a sus mandamientos, para que su reinado fuese

duradero y su di.

nastía tuviese gran esplendor y ganase celebridad en todo el

mundo. Le anunció que derrotaría a los filisteos y que saldría

siempre triunfador de todas las guerras que hiciera contra

cualquier nación, sobreviviendo en todas las luchas. Su fama

sería gloriosa durante toda su vida y luego dejaría esa gloria a su

posteridad.

 

2. Después de estas exhortaciones Samuel partió. El poder di-

vino dejó a Saúl y pasó a David, quien, con ese translado a su

 

persona del espíritu divino, comenzó a profetizar. En cuanto a

Saúl, fué presa de una extraña y diabólica enfermedad que le

provocaba sofocaciones amenazando ahogarlo. Los médicos l

señalaron como único remedio que le buscaran alguna persona

 

capaz de adormecerle las pasiones cantando y tocando el arpa,

cuando observara que los demonios comenzaban a perturbarlo.

 

Saúl ordenó sin demora que buscaran esa persona. Un tran-

seúnte informó que había visto en la ciudad de Betlem a un

 

joven, hijo de Isaí, todavía un niño por su edad, pero bello y

apuesto y digno en otros aspectos de consideración, que era muy

hábil para tocar el arpa y sabía cantar himnos, además de ser un

buen soldado en la guerra.

Saúl mandó recado a Isaí pidiéndole que retirara a David del

 

cuidado de los rebaños y se lo enviara, porque se lo habían en-

comendado por su apostura y su valor, y quería verlo.

 

Isaí envió a su hijo, dándole presentes para que los entregara

a Saúl. Cuando llegó, Saúl lo recibió complacido y lo nombró su

escudero.

Le cobró mucha estima porque sabía aplacarle su pasión; era

el único médico que, tocando el arpa y recitando himnos, lograba

 

dominarle los trastornos que le producían los ataques de los de-

monios y lo tranquilizaba, normalizándole las ideas.

 

Saúl mandó pedir a Isaí, el padre del joven, que le dejara a

David, porque le encantaba su presencia y su compañía. Isaí, no

pudiendo negarse al pedido de Saúl, concedió su permiso.

1 Los criados de Saúl, dice la Biblia (1 Samuel, XVI, 15 y 16).

 

CAPITULO IX

 

Los filisteos realizan otra expedición contra los hebreos,

bajo el reinado de Saúl, y son derrotados por David que

 

mata a Goliat en combate singular

 

1. Poco después los filisteos volvieron a reunirse, y habiendo

formado un gran ejército hicieron la guerra a los israelitas. Se

apoderaron de un sitio ubicado entre Soco y Azeca e instalaron

en él su campamento. Saúl movilizó su ejército para hacerles

frente y estableció el campamento en una loma, obligando a los

filisteos a abandonar el de ellos y trasladarlo a otra loma,

enfrente de aquella que había ocupado Saúl 1, de modo que los

dos ejércitos quedaron separados por el valle que corría entre

ambas colinas.

Del campo de los filisteos descendió un hombre llamado

Goliat, de la ciudad de Gita. Era un hombre de enorme estatura

(tenía cuatro codos y un palmo, y armas que estaban en

proporción con el tamaño de su cuerpo, una coraza que pesaba

cinco mil siclos, un yelmo y grebas de bronce del tamaño

necesario para cubrir las piernas de un hombre de ese tamaño

prodigioso. La lanza no la llevaba como un arma liviana en la

mano derecha, sino cargada al hombro. Tenía además un

venablo que pesaba seiscientos siclos, y lo seguían varios

escuderos 2).

El susodicho Goliat se detuvo entre ambos ejércitos, que

estaban en tren de combate, y gritó, dirigiéndose a Saúl y los

hebreos:

-Os libraré de la batalla y de los peligros. No es necesario que

vuestro ejército caiga y sufra. ¿Para qué? Enviadme un hombre

 

de los vuestros que pelee conmigo, y el que gane obtendrá la re-

compensa de ser el triunfador y decidirá la guerra. Los vencidos

 

servirán a los vencedores. Es mejor y más prudente ganar con el

riesgo de un solo hombre que con el de todos.

Dicho esto se retiró a su campamento, pero al día siguiente

volvió y repitió su desafío con las mismas palabras, e hizo lo

mismo durante cuarenta días seguidos. Saúl y su ejército

quedaron ate

1 No hay nada de esto en la Biblia.

2 Según la Biblia, era un solo escudero, que iba delante de

Goliat.

I rrorizados, y aunque estaban en formación de batalla no

entablaron la lucha.

2. Cuando estalló la guerra entre los hebreos y los filisteos,

Saúl envio a David a la casa de su padre Isaí, conformándose con

retener a los otros tres hijos que le había enviado para asistirlo y

compartir los peligros de la guerra. David volvió a apacentar las

 

ovejas y los rebaños; poco después regresó al campo de los he-

breos, enviado por su padre para llevar alimentos a sus

 

hermanos y a averiguar cómo se encontraban. Cuando estaba

hablando con sus hermanos oyó al filisteo, que había salido de

nuevo a renovar su desafío, y a reprochar y ultrajar al ejército

hebreo, diciendo que no había ninguno entre ellos con suficiente

valor para hacerle frente. David se sintió indignado y anunció a

sus hermanos que estaba dispuesto a aceptar el reto y luchar en

combate singular con aquel adversario.

Eliab, el hermano mayor, lo reprendió, afirmando que

hablaba con demasiada imprudencia para su edad, y le ordenó

que volviera a su casa. Confundido por las palabras de su

hermano, se alejó, pero hablando con unos soldados repitió que

estaba dispuesto a aceptar el desafío del filisteo. Los soldados

comunicaron al rey la resolución del joven y Saúl lo mandó

llamar y le preguntó qué era lo que tenía que decir.

-No te sientas abatido, joh, rey!, ni temas nada; yo aplastaré

la insolencia del adversario. Bajaré a combatir con él y lo traeré

conmigo, alto y grande como es, para que haga de hazmerreír y

 

tu ejército se llene de gloria cuando se advierta que fué muerto

por alguien que no es hombre aún, ni sirve para pelear, ni se le

 

puede confiar el mando de un ejercito ni la dirección de una ba-

talla; por alguien que parece un niño, y que en realidad no tiene

 

más edad que la de un niño.

 

3. Saúl se maravilló ante la audacia de David, pero no se ani-

mó a confiar en su capacidad, en razón de su edad. Sólo dijo que

 

sería demasiado débil para pelear con un hombre ducho en el

arte de la guerra.

-Emprenderé esta acción -repuso David-, confiando en que

Dios estará conmigo, porque ya otras veces recibí su ayuda. Una

 

vez perseguí y cogí un león que había asaltado mis rebaños lle-

vándose un cordero. Le arranqué el cordero de la boca y cuando

 

1

me saltó furiosamente encima lo tomé por la cola 1 y lo maté

golpeándolo contra el suelo. Del mismo modo me vengué en otra

oportunidad de un oso. Este adversario nuestro no es más que

una fiera como aquéllas; hace un rato reprochó a nuestro ejército

y blasfemó de nuestro Dios, que lo dominará con mi poder.

4. Saúl rogó entonces a Dios que el final de la contienda no

fuera ingrato a la audacia y la decisión del joven. Y le dijo:

-Ve y lucha.

Le puso en el pecho su coraza, le ajustó en la cintura su

espada, le colocó el yelmo en la cabeza y lo despachó. Pero David

se sintió sobrecargado con la armadura, a la que no estaba

acostumbrado y que le impedía caminar.

-Quédate tú con la armadura, ¡oh, rey! -dijo-, que sabes

usarla. Dame tu venia para pelear como siervo tuyo y a mi

manera.

Dejó la armadura, tomó su cayado, recogió cinco piedras del

arroyo, que guardó en la bolsa, y con la honda en la mano

derecha se dirigió al encuentro de Goliat. El adversario lo miró

con des. precio y lo hizo objeto de bromas, diciéndole que no

llevaba las armas que se usan para pelear con un hombre, sino

las que se emplean para ahuyentar a los perros.

 

-¿Es que me tomas por un perro?

-No -replicó David-, por un perro, no. Eres menos que un

perro.

Estas palabras provocaron el enojo de Goliat, que lo maldijo

en nombre de Dios y lo amenazó con hacer que le comieran la

carne las bestias de la tierra y las aves del cielo. A lo que David

respondió:

-Vienes a mi encuentro armado de espada, lanza y coraza, y

yo tengo a Dios como único escudo; él te destruirá a ti y a todo tu

ejército por medio de mis manos. Porque hoy te cortaré la cabeza

y arrojaré a los perros las restantes partes de tu cuerpo, y todo el

mundo sabrá que Dios es el protector de los hebreos. Nuestras

armas y nuestra fuerza están en su providencia, y sin la

asistencia de Dios todos los armamentos son inútiles.

Retardado por el peso de su armadura, el filisteo, aunque

quiso avanzar apresuradamente contra David, tuvo que hacerlo

con toda

 

1 La Biblia dice "la barba".

lentitud, despreciándolo y seguro de que lo mataría porque

estaba desarmado y era un niño.

5. Pero el joven hizo frente a su antagonista acompañado por

un asistente invisible, que no era otro que Dios. Tomando una de

las piedras que había recogido del arroyo y guardado en su bolsa,

y ajustándola a la honda, la disparó contra el filisteo. La piedra

le dió en la frente y se hundió en el cerebro; Goliat quedó

aturdido y cayó de bruces. David corrió, subió sobre el cuerpo de

su adversario y con la propia espada de éste, ya que él no llevaba

ninguna, le cortó la cabeza.

Al caer Goliat los filisteos quedaron derrotados y huyeron;

porque al ver postrado a su campeón tuvieron miedo y

resolvieron abandonarlo todo, entregándose a una ignominiosa e

indecente fuga.

 

Saúl y el ejército de los hebreos se lanzaron contra ellos y ma-

taron un gran número y persiguieron al resto hasta las fronteras

 

de Gita y las puertas de Ascalón. Quedaron treinta mil filisteos

muertos y el doble de heridos 1. Saúl regresó a su campamento,

destrozó sus fortificaciones y las quemó. David arrastró la cabeza

de Goliat hasta su tienda, pero dedicó su espada a Dios.

 

CAPITULO X

 

Saúl envidia a David por su gloriosa victoria y aprovecha la

promesa que le hace de darle su hija en matrimonio para

tenderle una celada, poniendo como condición de que debe

 

llevarle seiscientas cabezas de filisteos

 

1. Las mujeres fueron la causa de la envidia y el odio que

Saúl concibió hacia David. Porque salieron al encuentro del

ejército victorioso con címbalos y tambores y grandes

demostraciones de júbilo y cantando. Decían las esposas que

Saúl había matado miles de filisteos, y las vírgenes respondían

que David había matado decenas de millares 2.

1 Este detalle no figura en la Biblia.

2 El relato bíblico no distingue entre las aclamaciones de las

casadas

y de las doncellas.

 

Cuando Saúl las oyó cantar y advirtió que le adjudicaban la

parte menor de los elogios, atribuyendo al joven el mayor

número, de decenas de millares, pensó que después de ese

aplauso a aquél sólo le faltaría ser rey, y comenzó a temer y

sospechar de David. Lo retiró del cargo que tenía anteriormente,

el de escudero, que le pareció demasiado próximo a su persona, y

lo nombró capitán de una milicia; le dió otro puesto que era

mejor pero más seguro para Saúl, porque se proponía enviarlo a

luchar contra el enemigo esperando que en aquellos peligrosos

encuentros perdiera la vida.

2. Pero David tenía a Dios que lo acompañaba a todas partes,

y por consiguiente prosperó mucho en todas sus empresas; era

tanto su buen éxito que la hija de Saúl, que era virgen, se

 

enamoró de él, de una manera tan visible que no lo pudo ocultar

y su padre se enteró.

 

Saúl lo supo complacido, proponiéndose aprovechar esa opor-

tunidad para tender una celada a David. Declaró a los que le ha-

bían informado del afecto de su hija que gustosamente daría la

 

doncella a David en matrimonio. Y agregó:

-Me comprometo a casar a mi hija con él si me trae

seiscientas cabezas de enemigos 1. Cuando trate de buscar la

gloria aceptando una acción tan peligrosa como increíble, morirá

a manos de los filisteos, quedando realizados mis planes a su

respecto tal como los pensé, porque me veré libre de él

haciéndolo matar, no por mi mano, sino por mano ajena.

Ordenó a sus sirvientes que tantearan de qué modo

respondería David ante la propuesta de contraer matrimonio con

la joven. Los sirvientes comenzaron a hablar con David,

diciéndole que el rey Saúl lo amaba, lo mismo que el pueblo, y

que el rey quería emparentar con él mediante el enlace de su

hija. A lo que respondió David

-¿Os parece cosa sencilla ser el yerno del rey? Pues, a mí, no,

sobre todo siendo de familia baja, sin gloria ni honor.

Enterado Saúl de la respuesta de David, dijo:

-Díganle que no quiero dinero, ni dote, lo que sería más bien

vender a mi hija que darla en matrimonio; sólo deseo tener un

yerno que posea fortaleza y toda clase de virtudes, y esas

virtudes

1 En la Biblia, Saúl pide cien "prepucios" de filisteos.

las veo en él; no quiero que me dé, por casarse con mi hija, ni

oro ni plata, ni que me traiga esas riquezas de la casa de su

padre; sólo quiero venganza contra los filisteos. Seiscientas

cabezas de filisteos serían un presente mucho más deseable y

más glorioso; prefiero recibir ese obsequio y no la dote

acostumbrada, vale decir, prefiero que mi hija se case con un

hombre de esas cualidades y que pueda ofrecer el testimonio de

haber vencido a sus enemigos.

 

3. Cuando las palabras de Saúl llegaron a los oídos de David,

éste se sintió complacido y supuso que Saúl deseaba realmente

emparentar con él. Sin pensarlo más, ni detenerse a considerar

si la propuesta era posible y si ofrecía o no dificultades, él y sus

compañeros salieron inmediatamente contra el enemigo para

cumplir la condición del matrimonio.

Y como era Dios el que hacía todas las cosas posibles y fáciles

para David, mató a muchos y cortando la cabeza a seiscientos de

ellos se las llevó al rey y le pidió permiso para casarse con su

hija.

No pudiendo eludir sus compromisos, y juzgando que sería

una bajeza aparecer como embustero por haber prometido a su

hija, o como traicionero, por proponer cosas imposibles para que

lo mataran, le dió en matrimonio a su hija, que se llamaba Mical.

 

CAPITULO XI

 

David escapa a las trampas que le tiende Saúl gracias al afecto y

los cuidados de Jonatás y los recursos de su esposa Mical. Su

 

entrevista con el profeta Samuel

 

1. Saúl no estaba dispuesto a continuar mucho tiempo en esa

situación. Viendo que David gozaba de la estima de Dios y de la

multitud, tuvo miedo, y no pudiendo ocultar su temor referente a

cosas importantes como eran su reino y su vida, porque perder

uno u otra sería igualmente terrible, resolvió hacer matar a

David y encomendó la tarea a su hijo Jonatás y a sus más fieles

servidores.

Sorprendido Jonatás por el cambio que había experimentado

su padre con respecto a David, cambio tan completo que después

de demostrarle tanta benevolencia había pasado a dar la orden

de

296

297

 

matarlo, y como estimaba al joven y lo respetaba por sus

virtudes, le informó de la misión secreta que le había

encomendado su padre y de las intenciones que abrigaba hacia

él. Le aconsejó que tuviera cuidado y se ausentara al día

siguiente y que él iría a saludar a su padre y si lo encontraba en

disposición favorable hablaría con él para averiguar la causa de

su disgusto. Le diría que no había motivo para ello, y que por un

delito menor no debía matar a un hombre que tanto había hecho

por la multitud y lo había beneficiado a él mismo con hazañas

que bien merecían el perdón, aunque hubiese sido culpable de los

mayores crímenes.

 

-Luego -concluyó-, te informaré la decisión de mi padre.

David aceptó el ventajoso consejo, y no se presentó ante el

rey.

2. Al día siguiente Jonatás fué a ver a Saúl y encontrándolo

en buen estado de ánimo comenzó a hablarle de David.

-Padre, ¿qué acción injusta, grande o chica, cometió David

para que nos ordenes matar a un hombre que fué ventajoso para

 

tu conservación y más aún para castigar a los filisteos? Un hom-

bre que libró al pueblo hebreo de burla y reproche, soportados

 

durante cuarenta días seguidos, que fué el único de suficiente

valor para aceptar el reto del adversario, y que luego trajo las

cabezas enemigas que le indicaste y recibió como premio el

enlace con mi hermana. Su muerte sería dolorosa para nosotros,

no sólo por sus virtudes sino por nuestro parentesco, porque tu

hija sufrirá con su muerte y se verá obligada a experimentar el

estado de viudez antes de haber gozado de la vida conyugal.

Considera todo esto, y cambia tu decisión por otra más

misericordiosa, para no perjudicar a un hombre que en primer

lugar nos hizo la gran merced de devolverte la salud. Cuando un

espíritu malo y los demonios se habían apoderado de ti, los

expulsó y procuró descanso a tu alma libertándola de sus

incursiones; y en segundo lugar nos vengó de nuestros enemigos.

Sería una acción vergonzosa olvidar estos beneficios.

Saúl se apaciguó con estas palabras y juró a su hijo que no

haría ningún daño a David; así es como un discurso justo suele

apagar el enojo y los temores.

Jonatás mandó a buscar a David y le dió buenas noticias de

su padre, diciéndole que estaba salvado. Y llevó a David a

presencia de su padre, continuando David con el rey como antes.

29R

3. Fu¿ en aquel entonces cuando, al hacer los filisteos una

nueva expedición contra los hebreos, Saúl mandó a David a

combatirlos con el ejército. David les dió batalla y mató muchos

de ellos y volvió victorioso junto al rey. Pero Saúl no lo recibió

como esperaba, porque estaba pesaroso por su prosperidad y

pensaba que después de su gloriosa actuación sería más

 

peligroso que antes. Como el espíritu diabólico volvió a hacer

presa de él, y lo enfermó y perturbó, llamó a David a la alcoba

donde yacía y teniendo una lanza en la mano le ordenó que lo

apaciguara tocando el arpa y cantando himnos.

Mientras David cumplía la orden, Saúl alzó el brazo y le

arrojó con gran fuerza la lanza; David lo advirtió a tiempo y la

eludió y huyó a su casa, donde permaneció todo el día.

 

4. Por la noche el rey envió oficiales con el encargo de vigi-

larlo y evitar que huyera sigilosamente, y hacerlo comparecer

 

luego a la sala de justicia donde sería condenado a muerte.

Enterada Mical, la esposa de David e hija del rey, de los

designios de su padre, fué a ver a su esposo, inquieta por el

peligro que corría y preocupada también por su propia suerte,

porque no podría seguir viviendo si se veía privada de su marido.

-Que el sol no te encuentre aquí cuando salga de nuevo -le

dijo-, porque será la última vez que te vea. Huye al amparo de la

noche y que Dios la prolongue para ti. Porque has de saber que si

mi padre te encuentra, eres hombre muerto.

Mical lo hizo descender por la ventana con la ayuda de una

cuerda y logró salvarlo. Luego preparó la cama como para un

enfermo, y puso debajo de las cobijas el hígado de una cabra.

Cuando, al romper el alba, su padre envió a buscar a David, dijo

a los mensajeros que David no se había sentido bien toda la

noche y les mostró la cama cubierta, haciéndoles creer, por los

latidos del hígado que hacía mover las cobijas, que David estaba

acostado y respiraba como un asmático.

Los mensajeros informaron a Saúl que David se había sentido

mal toda la noche y el rey ordenó que lo llevaran como estaba

para hacerlo matar. Volvieron los mensajeros y al levantar las

cobijas

1 Según la Biblia, los emisarios llevaban simplemente la

orden de matar a David al amanecer.

299

k

 

descubrieron la artimaña de la mujer; inmediatamente se lo

comunicaron al rey.

Saúl se quejó ante Mical de que había salvado a su enemigo y

ella inventó una plausible defensa para justificarse. Dijo que

David la había amenazado de muerte y tuvo que ayudarlo para

salvarse. Agregó que tenía que perdonarla por haberlo ayudado,

ya que no lo había hecho por su propia voluntad sino por

necesidad.

-Supongo -terminó-, que te interesará más la vida de tu hija

que la muerte de tu enemigo.

Saúl perdonó a la joven. David, por su parte, habiéndose

librado del peligro, fué a Rama a ver al profeta Samuel y le

relató las celadas que le había tendido el rey; le dijo que había

estado a punto de ser muerto cuando Saúl le arrojó la lanza,

aunque no había cometido ningún crimen, ni había sido cobarde

peleando con el enemigo y en cambio había salido siempre

triunfante, con la ayuda de Dios. Lo cual era precisamente la

causa del odio de Saúl.

5. Enterado el profeta del proceder injusto del rey, partió de

la ciudad de Ramata llevando a David consigo; fueron a un sitio

llamado Galbaat, donde se instalaron. Cuando Saúl supo que

David estaba con el profeta, envió soldados con orden de

prenderlo y conducirlo a su presencia.

Los soldados llegaron hasta donde se hallaba Samuel y se

encontraron con una congregación de profetas; se apoderó

entonces de ellos el espíritu divino y comenzaron a profetizar. Al

saberlo Saúl envió a otros soldados, que arrebatados por el

mismo impulso profetizaron de igual modo que los anteriores;

envió entonces a un tercer grupo, que también profetizó como los

otros. Enojado Saúl resolvió ir personalmente, pero cuando

estaba cerca y aún antes de que lo viera, el profeta Samuel lo

hizo profetizar a él también. Cuando se acercó Saúl estaba tan

posesionado del espíritu divino, que quitándose la ropa cayó al

suelo y quedó prosternado todo el día y toda la noche delante de

Samuel y de David.

 

6. David fué a ver a Jonatás, hijo de Saúl, y se lamentó de las

celadas que le tendía su padre. Aunque no era culpable de

ningún delito ni lo había ofendido en nada, estaba empeñado en

hacerlo matar. Jonatás lo exhortó a que no diera crédito a sus

sospechas ni a las calumnias de los que llevaran esos informes, y

que confiara en él y tuviera valor. Su padre no abrigaba, sin

duda, ese

propósito, porque de otro modo se lo habría dicho, para

pedirle su opinión, como lo consultaba siempre en todas las cosas

para actuar de acuerdo con él.

David le juró que era cierto, y le pidió que le creyera y

buscara los medios de salvarlo, en lugar de rechazar lo que con

gran sinceridad le había dicho, y esperar para creerlo a verlo

muerto o enterarse por informes de terceros del asesinato de su

amigo. La razón de que su padre no se lo hubiese dicho era que

conocía la amistad y el afecto que los unía.

7. Cuando Jonatás comprobó que no podía convencer a David

de las buenas intenciones de Saúl, le preguntó qué podía hacer

por él.

-Sé -respondió David- que tú quieres complacerme en todo, y

 

darme lo que deseo. Mañana hay luna nueva, y ese día acos-

tumbro a cenar con el rey. Si te parece bien saldré de la ciudad y

 

me esconderé. Si Saúl te pregunta por mí dile que me fui a

Betlem, mi ciudad, a participar de un festival de mi tribu, y

agrega que tú me diste permiso para ir. Si te dice, como es

habitual entre amigos: "¡Que tenga buen viaje!", sabrás que no

abriga contra mí intenciones perversas u hostiles, pero si

responde otra cosa será un signo seguro de sus designios

adversos. Luego me informarás de las intenciones de tu padre

como prueba de tu compasión y tu amistad, por cuya instancia

aceptaste las seguridades de mi afecto y me garantizaste las

tuyas, que son las de un amo hacia su siervo. Pero si descubres

en mí alguna maldad, protege a tu padre y mátame tú mismo.

8. Jonatás se indignó ante estas últimas palabras, y le

prometió hacer lo que quería e informarle si las respuestas de su

padre contenían alguna enemistad contra él. Y para que confiara

en él firmemente lo llevó al aire libre, bajo el cielo del campo, y le

 

juró que no omitiría nada que pudiera tender a la protección de

David.

-Apelo a ese Dios -dijo-, que como ves se encuentra en todas

partes y conoce mis intenciones, antes de que las explique con

palabras, y lo tomo como testigo de este trato que hago contigo,

de que no dejaré de hacer frecuentes pruebas de los propósitos de

mi padre, hasta que averigüe si hay alguna asechanza en lo más

recóndito de su alma. Y cuando lo sepa, no te lo ocultaré, te lo

diré, sea buena o mala su inclinación. Dios sabe con qué fervor le

300

301

ruego que esté siempre contigo; está contigo ahora y no te

abandonará, y te hará superior a tus enemigos, aunque mi padre

sea uno de ellos, o yo mismo. Recuerda únicamente estas

palabras; y si me sucediera alguna desgracia, protege la vida de

mis hijos y lo que yo ahora hago por ti hazlo a tu vez por ellos.

Después de prestar el juramento, despidió a David, pidiéndole

que fuera a cierto lugar de la llanura donde solía hacer sus

ejercicios. En cuanto supiera los propósitos de su padre, iría a

reunirse con él llevando un solo criado.

-Si disparo tres flechas al blanco -dijo-, y ordeno al criado que

vaya a buscarlas, porque estarán delante de él, sabrás que no

hay nada que temer de parte de mi padre; pero si me oyes decir

lo contrario, es porque debes esperar lo contrario del rey. De

todos modos quedarás a salvo por mi intermedio y no sufrirás

ningún daño. Pero no olvides lo que te he pedido para cuando

estés en la prosperidad, y sé atento con mis hijos.

Recibidas estas seguridades de Jonatás, David se dirigió al

sitio indicado.

9. Al día siguiente, que era de luna nueva, el rey se purificó,

de acuerdo con la costumbre, y se fué a cenar. Vió sentados a la

mesa a su derecha a su hijo Jonatás y a su izquierda a Abner,

capitán de su ejército; el asiento de David estaba vacío. El rey no

dijo nada, pensando que no se había purificado después de haber

estado con su esposa, y no podía venir. Pero al día siguiente,

cuando vió que tampoco se había hecho presente el segundo día

 

del mes, preguntó a su hijo Jonatás por qué el hijo de Isaí no

había concurrido a la cena y la fiesta ni el día anterior ni ese día.

De acuerdo con lo convenido, Jonatás respondió que se había

ido a su ciudad, al festival de su tribu, con permiso de él. Añadió

que lo había invitado al sacrificio.

-Si me das permiso -dijo-, iré, porque tú conoces el afecto que

le tengo.

Y entonces Jonatás supo que Saúl odiaba a David y conoció

claramente cuál era su estado de ánimo. Saúl no pudo contener

su ira y reprochó a Jonatás; lo llamó hijo de descarriada y

enemigo, y le dijo que era socio de David y su asistente, y que

con su conducta demostraba una falta de consideración hacia él

mismo, y hacia su madre, y que no quería convencerse de que

mientras

David estuviera vivo correría peligro el reinado. Luego ordenó

que fuera a buscarlo para que sufriera su castigo.

-¿Qué hizo para que quieras castigarlo? -preguntó Jonatás.

Saúl ya no se conformó con las palabras para expresar su

indignación; apoderándose de su lanza la lanzó sobre Jonatás

para matarlo. No pudo lograrlo porque se lo impidieron sus

amigos, pero reveló claramente que odiaba a David y deseaba

eliminarlo, hasta el punto de que casi había matado a su propio

hijo.

10. El hijo del rey se levantó apresuradamente de la mesa, sin

 

poder probar bocado, y lloró toda la noche de pesar, tanto por ha-

ber estado a punto de perder la vida como porque la muerte de

 

David estaba resuelta. Al rayar el alba salió a la llanura que

había delante de la ciudad, como si fuera a realizar sus

ejercicios, pero en realidad para informar a su amigo sobre los

propósitos de su padre, como le había prometido. Después de

hacer lo que habían arreglado, despidió a su criado, ordenándole

que volviera a la ciudad, y se dirigió al desierto a buscar a David

y hablar con él.

 

Apareció David y cayó a los pies de Jonatás, haciéndole reve-

rencias y llamándolo salvador de su vida. Jonatás lo hizo

 

levantar y ambos se confundieron en un abrazo, y derramando

 

lágrimas lloraron por su juventud, por la amistad de la que los

privaría la envidia y por la separación que era ahora inminente y

que les parecía peor que la muerte. Recuperándose finalmente

de sus lamentaciones y exhortándose mutuamente a recordar los

juramentos, se separaron.

 

CAPITULO XII

 

David huye a reunirse con Agimélec y luego con el rey de los

filisteos y de los moabitas. Y Saúl mata a Agimélec y su familia

 

1. David huyó del rey y del peligro de muerte y llegó a la ciu-

dad de Naba; allí fué a ver al sacerdote Agimélec, quien al verlo

 

solo, sin amigos ni sirvientes, se extrañó y le preguntó la causa

de que nadie lo acompañara. David respondió que el rey le había

encomendado una misión secreta, y que había ordenado a sus

criados que lo esperaran en un sitio que nombró.

Luego le pidió que lo proveyera de alimentos, diciéndole que

 

si lo hacía, cumpliría un acto de amistad y lo ayudaría en su mi-

sión. Obtenido lo que pidió, le preguntó si tenía armas, una

 

espada o una lanza. Estaba presente un siervo de Saúl, sirio de

nacimiento, llamado Doeg, que cuidaba las mulas del rey. El

sumo sacerdote repuso que no tenía armas.

-Pero -agregó-, aquí está la espada de Goliat, la que después

de matar al filisteo dedicaste a Dios.

2. Recibida la espada, David huyó del país de los hebreos y

pasó al de los filisteos, en el que reinaba Anco. Cuando los

criados del rey lo vieron informaron a éste que aquél era el

David que había matado muchas "decenas de miles" de filisteos.

David tuvo miedo de que el rey lo hiciera matar, sufriendo a sus

manos una suerte peor que la que había evitado escapando de los

dominios de Saúl. Fingió estar loco y rabioso, dejando caer la

saliva de la boca y simulando otros síntomas delante del rey de

Gita para convencerlo de su enfermedad. El rey se enojó con sus

criados por haberle llevado un insano y ordenó que expulsaran

inmediatamente a David.

3. De este modo escapó David de Gita y llegó hasta la tribu de

Judá y se escondió en una cueva junto a la ciudad de Adulam.

Envió un recado a sus hermanos, informándoles dónde estaba, y

ellos fueron a reunirse con él con todos sus parientes. Muchos

 

otros que estaban necesitados o temían al rey Saúl fueron a jun-

tarse con ellos y formaron un cuerpo declarando que estaban dis-

puestos a cumplir las órdenes de David. Eran unos

 

cuatrocientos.

David cobró ánimos, con esa fuerza que había ido a ayudarlo.

Partió y fué a ver al rey de los moabitas, pidiéndole que

albergara a sus padres mientras sus asuntos siguieran en el

estado incierto en que se hallaban. El rey le concedió ese favor y

atendió muy respetuosamente a los padres de David todo el

tiempo que estuvieron con él.

 

4. Luego David obedeció la orden del profeta de salir del de-

sierto y trasladarse al territorio de la tribu de Judá. Llegó a la

 

ciudad de Sara y allí se quedó. Cuando Saúl supo que David

había sido visto con una multitud, sintió gran desconcierto y

preocupación. Sabiendo que era audaz y valiente, sospechó que

acontecería algo extarordinario que haría llorar a Saúl y lo

pondría en apuros. Reunió a sus amigos y comandantes y a la

tribu de la que

procedía, en la colina donde estaba su palacio. Sentado en un

sitio llamado Arura y rodeado de sus cortesanos y dignatarios y

su guardia personal, les habló de esta manera:

 

-Vosotros que sois hombres de mi tribu, supongo que recor-

daréis los beneficios que os he dado; a algunos de vosotros os he

 

hecho dueños de tierras, os he nombrado comandantes y

concedido puestos de honor. Os pregunto ahora si esperáis que el

hijo de Isaí os haga donaciones mayores. Porque yo sé que todos

vosotros os inclináis hacia él; incluso mi propio hijo Jonatás es

de esa opinión, y os persuade a que la compartáis. No ignoro los

juramentos y convenios concertados entre él y David, y de que

Jonatás es consejero y asistente de los que conspiran contra mí;

vosotros no estáis comprometidos, pero guardáis silencio y

permanecéis a la expectativa de lo que ocurra.

Nadie contestó a la palabras del rey, excepto Doeg, el sirio, el

que alimentaba las mulas, quien dijo que había visto a David

cuando fué a ver al sumo sacerdote Agimélec en Naba, por cuyas

profecías averiguó los hechos de lo futuro. Añadió que había reci-

 

bido de él alimentos y la espada de Goliat, y fué conducido con

seguridad a donde quería ir.

 

5. Saúl mandó a buscar al sumo sacerdote y toda su paren-

tela, y le dijo:

 

-¿Qué cosa terrible o ingrata te he hecho para que recibieras

al hijo de Isaí y le dieras víveres y armas, mientras él conspira

para arrebatarme el trono? Además, ¿por qué le hiciste oráculos

sobre lo futuro? No podías ignorar que huyó de mí y que odia a

mi familia.

El sumo sacerdote no negó lo que había hecho; confesó con

 

franqueza que le había suministrado esas cosas, no para compla-

cer a David, sino a Saúl.

 

-Yo no sabía -dijo-, que era tu adversario; pensé que era tu

fidelísimo siervo y capitán de una milicia de tus soldados, y lo

que es más aún, tu yerno y tu pariente. Nadie confiere estos

favores a un adversario, sino a quien estima digno del mayor

respeto y buena voluntad. Tampoco fué la primera vez que le

había profetizado; lo hice otras veces, a menudo, lo mismo que

ahora. Me dijo que tú lo habías enviado con mucha prisa a

cumplir una misión, y pensé que si no lo proveía de lo que

deseaba, atentaría contra ti

304

305

y no contra él. Por lo tanto, no pienses mal de mí, y no

sospeches de lo que yo consideré un acto de humanidad, a causa

de lo que ahora te dicen sobre las tentativas de David, porque yo

lo hice por servir a tu amigo, tu yerno y tu capitán de milicia, y

no a tu adversario.

6. Las palabras del sumo sacerdote no persuadieron a Saúl;

su miedo era tan grande que no pudo dar crédito a una disculpa

que era justa. Ordenó a los hombres armados que lo rodeaban

que lo mataran a él y a toda su familia. Como no se animaron a

tocar al sumo sacerdote, temiendo más desobedecer a Dios que al

rey, ordenó a Doeg el sirio que le diera muerte. Doeg se hizo

ayudar por otros hombres tan perversos como él y mató a

Agimélec y sus familia, que eran en total trescientas ochenta y

 

cinco personas. Saúl envió luego emisarios a Naba, la ciudad de

los sacerdotes, con orden de matar a todos los que se

encontraran en ella, sin perdonar a mujeres ni niños, de ninguna

edad, y de incendiar la ciudad. Sólo un hijo de Agimélec, llamado

Abiatar, logró escapar.

Estas cosas ocurrieron tal como las había predicho Dios al

sumo sacerdote Eli, cuando le dijo que su posteridad sería

destruida, por la transgresión de sus dos hijos.

7. La conducta del rey Saúl, al cometer un crimen tan

bárbaro, asesinando a toda la familia de la dignidad del sumo

pontífice, sin tener conmiseración por los niños, ni respeto por

los ancianos, y arrasando la ciudad que Dios había elegido para

propiedad y mantenimiento de los sacerdotes y profetas que en

ella vivían, y la había destinado como única ciudad asignada

para la educación de esos hombres, hace comprender y

considerar la disposición de los hombres que cuando son de baja

condición y carecen de poder para dar rienda suelta a su genio y

sus gustos, se muestran equitativos y moderados, y sólo

persiguen lo que es justo, y se empeñan en ese sentido con su

pensamiento y su acción. Entonces creen que Dios está presente

en todos los actos de su vida, y que no sólo los ve sino que conoce

sus pensamientos, de los que surgen las acciones.

Pero en cuanto adquieren poder y autoridad abandonan todos

esos conceptos, y como si no fueran más que actores de teatro, se

quitan los disfraces y se vuelven audaces e insolentes y

desprecian las leyes humanas y divinas. Y precisamente lo hacen

cuando más necesitan ser piadosos y justos, porque están más

que nadie ex

306

puestos a la envidia y todo lo que piensan y dicen es

observado por todos los hombres.

Se vuelven insolentes en sus actos, como si Dios ya no los

viera, o temiera su poder. Y ya sea que se aterroricen por los

rumores, o que odien por inclinación, o que amen sin razón, todo

les parece legítimo, firme, auténtico, y grato a los hombres y a

Dios. En cuanto a lo que vendrá después, poco les preocupa.

 

Premian con honores a los que les prestan servicios, y luego les

envidian la fama; los elevan a grandes dignidades y luego no sólo

se las quitan sino que les quitan también la vida, con

acusaciones perversas que por su naturaleza extravagante son

increíbles.

Castigan a los hombres no por las acciones que merecen

condenación, sino basados en calumnias y acusaciones sin

examen, y haciendo extensivo el castigo no sólo a los que lo

merecen sino a todos los que puedan matar. Estas reflexiones

nos parecen claramente confirmadas por el ejemplo de Saúl hijo

de Cis, primer rey que gobernó después de la aristocracia y el

gobierno de los jueces, quien mató a trescientos sacerdotes y

profetas por sospechar de Agimélec, con la maldad adicional de

arrasarles la ciudad, como si quisiera destruir el templo, los

sacerdotes y los profetas sin dejar ni siquiera el lugar que

pudiera producir otros.

8. Abiatar hijo de Agimélec, el único que se salvó de la familia

de sacerdotes asesinados por Saúl, huyó, se reunió con David y le

informó de la calamidad que había caído sobre su familia y de la

muerte de su padre.

David respondió que cuando vió a Doeg sospechó lo que

podría ocurrir, pensando que sin duda acusaría falsamente al

sumo sacerdote ante el rey, y se culpó de haber sido el causante

de la desgracia. Pero le pidió que se quedara a vivir con él,

porque allí estaría mejor oculto que en cualquier otra parte.

 

CAPITULO XIII

 

David tiene dos veces la oportunidad de matar a Saúl, y

 

no lo hace. Muerte de Samuel y Nabal

 

1. Por aquel entonces David fué informado de que los filisteos

habían hecho una incursión en el país de Keilá y lo habían sa

307

0

queado, y se ofreció a luchar contra ellos, si Dios, al ser

consultado por el profeta, le otorgaba la victoria. El profeta le

dijo que Dios había dado una señal de victoria y David atacó a

los filisteos con su compañía, derramándoles mucha sangre y

retirándose con el botín. Se quedó con los habitantes de Keilá

hasta que recogieron el trigo y los frutos.

El rey Saúl se enteró de que David se hallaba con los hombres

de Keilá, porque los hechos y el gran triunfo obtenido no

quedaron confinados al sitio de la acción; se difundieron y

llegaron al conocimiento de otras personas hasta que el episodio

y el nombre de su autor fueron llevados a oídos del rey.

Saúl se alegró de saber que David estaba en Keilá.

-Dios lo puso en mis manos -dijo-, ya que lo obligó a ir a una

ciudad que tiene muros, puertas y cerrojos.

Ordenó que todo el pueblo corriera a Keilá, y que después de

 

sitiarla y tomarla, mataran a David. Pero David se anticipó; ha-

biendo sabido por Dios que si se quedaba en la ciudad, los

 

habitantes de Keilá lo entregarían a Saúl, tomó sus

cuatrocientos hombres y se retiró a un desierto que se hallaba

 

junto a una ciudad llamada Engadi. Enterado el rey de que

había huido de Keila, abandonó la expedición.

2. David se fué luego de allí y se trasladó a cierto lugar

llamado Cena (La Nueva), perteneciente a Zifene; allí fué a verlo

Jonatás hijo de Saúl, lo saludó y lo exhortó a tener ánimo y

esperanza en lo porvenir y no desalentarse por las presentes

circunstancias, porque él sería rey y tendría a sus órdenes a

todas las fuerzas hebreas. Pero añadió que esa dicha suele venir

con grandes trabajos y penas. Luego renovó los juramentos de

confianza y fidelidad mutua y puso a Dios de testigo de las

execraciones que se había lanzado a sí mismo para el caso de que

transgrediera el pacto y cambiara de conducta por otra

contraria. Jonatás lo dejó luego, más tranquilo en sus

inquietudes y temores, y regresó a su casa.

Los hombres de Zifene, para complacer a Saúl, le informaron

que David se hallaba entre ellos y que si se trasladaba a la

ciudad se lo entregarían; si el rey ocupaba los caminos de Zifene,

David no podría huir a ningún otro pueblo.

El rey elogió su fidelidad, manifestando que les quedaba

agradecido por la información que le habían dado de su enemigo;

y les

308

prometió que no pasaría mucho tiempo sin que les

recompensara su amabilidad. Mandó un grupo de hombres para

buscar a David y registrar el desierto, y aseguró que él los

seguiría personalmente.

 

Los zifenos se adelantaron al rey para cazar a David, y se em-

peñaron no sólo en demostrar su buena voluntad a Saúl, infor-

mándole dónde estaba su enemigo, sino para evidenciarlo más

 

claramente entregándolo en sus manos. Pero esos hombres

fracasaron en sus malos propósitos tanto más injustos cuanto

que no hubieran corrido ningún riesgo por no hacer esas

revelaciones a Saúl; no obstante acusaron falsamente y

prometieron traicionar a un hombre amado por Dios, que era

buscado injustamente para ser muerto y que podía haber

seguido oculto, y todo para halagar al rey y esperar su

 

recompensa. Cuando David se enteró de las malignas

intenciones de los zifenos y de que se acercaba Saúl, abandonó

los desfiladeros de esa comarca y huyó a las grandes rocas del

desierto de Maon.

 

3. Saúl se apresuró a perseguirlo; estando en marcha se ente-

ró que David había salido de los desfiladeros de Zifene y se

 

dirigía hacia el otro lado de la roca. Pero la noticia de que los

filisteos habían realizado otra incursión en el país de los hebreos

desvió a Saúl de la persecución cuando David estaba a punto de

ser apresado; tuvo que volverse para hacer frente a los filisteos,

que eran el enemigo hereditario y juzgaba más necesario

vengarse de ellos que apresar a un enemigo personal y permitir

el saqueo de su país.

4. De ese modo David escapó inesperadamente al peligro en

que se hallaba, y llegó a los desfiladeros de Engadi. Expulsados

los filisteos, Saúl recibió la información de que David se

encontraba dentro de los límites de Engadi. Tomó entonces tres

mil hombres armados selectos y se apresuró a trasladarse hasta

allí. Cuando ya estaba cerca vió una cueva profunda y vacía

junto al camino, con una gran abertura, ancha y larga, que era

precisamente donde se ocultaban David y sus cuatrocientos

hombres.

Teniendo necesidad de aliviar el cuerpo, entró solo en la

cueva. Uno de los compañeros de David lo vió y dijo a David que

por la providencia de Dios tenía ahora oportunidad de vengarse

de su adversario, y le aconsejó que le cortara la cabeza y se

librara de sus preocupaciones y su vida errante. David se levantó

pero cortó solamente la falda de la vestimenta que llevaba

puesta Saúl; luego,

 

309

1

1

habiendo cambiado inmediatamente de opinión, declaró que

no era justo matar al que era su amo, y a quien Dios había

 

considerado digno de ocupar el trono; aunque abrigaba malas

intenciones hacia él, no quería responderle de la misma manera.

 

Después que Saúl salió de la cueva David corrió hasta la en-

trada y le gritó que lo escuchara. El rey se volvió y David, de

 

acuerdo con la costumbre, se prosternó ante él de cara al suelo y

dijo:

-No debes, 1oh, rey!, prestar oídos a los perversos y a los que

inventan calumnias, ni complacerlos hasta el punto de creer lo

 

que dicen, ni abrigar sospechas de los que son tus mejores ami-

gos, sino juzgar la disposición de los hombres por sus actos, por-

que la calumnia engaña a los hombres, pero las acciones son una

 

clara demostración de sus buenos sentimientos. Las palabras,

por su propia naturaleza, pueden ser verdaderas o falsas, pero

las acciones de los hombres exponen abiertamente sus

verdaderas intenciones. Guiándote por ellas bien podrás

creerme, y creer en mi respeto hacia ti y tu casa, y no dar crédito

a los que fraguan acusaciones atribuyéndome propósitos que

jamás he tenido, ni es posible que se realicen; por eso quieres

quitarme la vida, y sin darme respiro ni de día ni de noche tratas

injustamente de acorralarme para darme muerte. ¿Cómo has

llegado a concebir la falsa idea de que yo quiero matarte? ¿Cómo

no ha de ser un crimen de impiedad contra Dios, buscar la

pérdida y juzgar adversario al hombre que hoy te tuvo en su

poder y pudo vengarse y castigarte, y no lo hizo? No aproveché la

oportunidad que tú en mi caso no hubieras dejado pasar, porque

cuando te corté un trozo del vestido lo mismo podría haberte

cortado la cabeza.

David le mostró el trozo del vestido como prueba de que le

estaba diciendo la verdad.

 

-Yo me abstuve de tomar una justa venganza, pero tú no tie-

nes reparos en perseguirme con tu odio injusto. Que Dios haga

 

justicia y resuelva sobre nuestros respectivas conductas.

Asombrado Saúl ante su extraña salvación, e impresionado

grandemente por la moderación y la generosidad del joven, se

echó a llorar. David hizo lo mismo, y el rey le dijo que él tenía

motivos para llorar.

 

-Tú fuiste bueno conmigo, y yo te he devuelto mal por bien.

Hoy demostraste poseer la virtud de los antiguos que

determinaron que el hombre debe salvar a su enemigo cuando lo

sorprende en un lugar desierto. Ahora estoy convencido de que

Dios reserva el trono para ti, y de que obtendrás el mando de

todos los hebreos. Asegúrame con juramento que no extirparás a

mi familia, y que por el recuerdo del mal que te hice no

destruirás a mi posteridad, y que en cambio salvarás y

protegerás a mi casa.

David se lo juró como lo deseaba, y envió a Saúl de vuelta a

su reino. Mientras que él y sus acompañantes se dirigieron a los

desfiladeros de Masterón.

 

5. Por aquel entonces murió el profeta Samuel. Fué un hom-

bre que gozó entre los hebreos de un respeto extraordinario. El

 

aprecio de su virtud y el afecto que lo rodeaba se revelaron en el

duelo que guardó el pueblo por él durante mucho tiempo, en la

solemnidad y el pesar que se manifestaron en los funerales y en

la observancia de todo el rito fúnebre.

Lo sepultaron en Armata, su ciudad natal, y lo lloraron

muchos días. No fué el pesar público con el que se lamenta la

muerte de un extranjero; cada cual la sintió profundamente

como si fuera la de un pariente personal.

 

Fué un hombre justo, de carácter amable y por eso muy que-

rido por Dios. Gobernó y presidió al pueblo, solo, después de la

 

muerte del sumo pontífice Eli, durante doce años, y luego die-

ciocho junto con el rey Saúl. Y con esto damos por terminada la

 

historia de Samuel.

6. Había un hombre de la tierra de Zifene, de la ciudad de

Maón, que era rico y tenía numeroso ganado; un rebaño de tres

mil ovejas y otro de mil cabras. David había encargado a sus

compañeros que no dañaran ni perjudicaran esos rebaños, ni por

codicia, ni por necesidad, ni porque estuvieran en el desierto y no

podían ser fácilmente descubiertos; debían poner por encima de

todo el principio de no perjudicar a nadie y considerar un crimen

horrible, contrario a la voluntad de Dios, tocar lo que

pertenecía a otro hombre.

 

David les dió estas instrucciones, pensando que concedía su

favor a un hombre que lo merecía. El hombre se llamaba Nabal,

y era rudo, de vida perversa y conducta cínica, pero había tenido

s

D

la suerte de casarse con una mujer de buen carácter,

prudente y hermosa.

David envió a Nabal, cuando estaba esquilando, diez de sus

hombres, para saludarlo en su nombre y desearle que le sonriera

la suerte durante muchos años, y pedirle que le suministrara un

poco de lo que él tenía en abundancia, ya que sin duda se había

enterado por sus pastores que sus hombres no lo habían ofendido

y habían sido en cambio sus guardianes durante todo el tiempo

que había durado su permanencia en el desierto. Añadieron que

no se arrepentiría de dar algo a David.

Transmitido el mensaje, Nabal respondió a los mensajeros de

manera ruda e inhumana, preguntándoles quién era David.

Cuando le dijeron que era el hijo de Isaí, replicó que ahora a los

fu. gitivos que abandonaban a sus amos les daba por volverse

insolentes y pretenciosos.

Enterado David de su respuesta, montó en cólera y

ordenando a cuatrocientos hombres que lo siguieran con sus

armas, dejó doscientos al cuidado de las cosas (porque ya tenía

seiscientos), y se dirigió al campo de Nabal, jurando que aquella

noche destruiría completamente su casa y sus posesiones. David

estaba ofendido, no sólo por su ingratitud, por no haber

correspondido a la cortesía demostrada, sino también por

haberlo reprochado usando palabras viles, sin tener motivo

ninguno de disgusto.

7. Uno de los que cuidaban los rebaños de Nabal informó a su

ama, la esposa de Nabal, que su esposo había recibido con

palabras poco civiles a los mensajeros de David, a pesar de que

David había tomado extraordinarios cuidados para evitarle todo

daño a sus rebaños; ese episodio sería indudablemente

desastroso para su amo.

 

Oyendo estas palabras del criado, Abigail, que éste era su

nombre, ensilló su asno y lo cargó con toda clase de regalos; y sin

 

decir nada a su marido (que estaba borracho), se dirigió al en-

cuentro de David, a quien vió cuando descendía la colina, al fren-

te de sus cuatrocientos hombres. La mujer bajó del asno y pros-

ternándose de cara al suelo le rogó que no tomara en cuenta las

 

palabras de Nabal, porque éste era realmente lo que indicaba su

nombre. Nabal en hebreo significa locura. Abigail se disculpó

diciendo que no había visto a los mensajeros de David.

-Perdóname -dijo-, y agradece a Dios por haberte impedido

derramar sangre humana; porque mientras tú te mantengas

inocente, Dios te vengará de los perversos, y las desdichas que

aguardaban a Nabal caerán sobre la cabeza de tus enemigos. Sé

generoso conmigo y considérame digna de aceptarme estos

presentes y por consideración hacia mí, olvida tu ira y tu enojo

contra mi esposo y su casa; puesto que has de ser nuestro rey la

gentileza y la humanidad te sentarán.

David aceptó los regalos y le dijo:

-Sólo la misericordia de Dios, mujer, fué la que te trajo hasta

aquí, porque de lo contrario no verías el día de mañana, porque

yo había jurado destruir la casa de Nabal esta misma noche, sin

 

dejar vivo a nadie que pertenezca a ese hombre que fué tan in-

grato conmigo y mis compañeros. Tú llegaste a tiempo para apa-

ciguarme, porque estás bajo la providencia de Dios. En cuanto a

 

Nabal, aunque ahora eluda gracias a ti el castigo, no siempre po-

drá huir de la justicia y su conducta será algún día su ruina.

 

8. Dicho esto David despidió a la mujer. Abigail volvió a su

casa y encontró a su marido comiendo con una gran compañía, y

ofuscado por el vino; no dijo nada de lo que había ocurrido pero

al día siguiente cuando Nabal estaba sereno, le contó todos los

detalles. Las palabras de la mujer y la pena que le produjeron le

dejaron el cuerpo como si estuviera muerto; vivió diez días más y

murió.

Al saberlo David dijo que Dios lo había vengado justamente,

porque Nabal había muerto por su propia maldad quedando las

manos de David limpias. Comprendió entonces que los perversos

eran perseguidos por Dios, que no descuidaba a nadie, que daba

 

a los buenos lo que les correspondía e infligía un merecido cas-

tigo a los malos. Envió a buscar a la esposa de Nabal, invitán-

dola a vivir con él y ser su esposa. La mujer respondió a los men-

sajeros que no era digna de tocar los pies de David; pero fué con

 

todos sus criadas y se convirtió en su esposa, recibiendo ese

honor por su prudencia, su vida virtuosa y su belleza. David ya

tenía una esposa, que era de la ciudad de Atiesar. En cuanto a

Mical, la hija del rey Saúl, que había sido esposa de David, su

padre la había dado en matrimonio a Feltias hijo de Liso, de la

ciudad de Galim.

f

313

9. Después de esto varios zifenos fueron a decir a Saúl que

 

David había vuelto a su tierra, y que si los ayudaba, lo aprehen-

derían. Saúl se trasladó a Zifene con tres mil hombres armados,

 

y al acercarse la noche instalaron el campamento en un lugar

llamado Sicela.

Enterado David de que Saúl marchaba contra él envió espías

a averiguar en qué lado del país se hallaba. Cuando supo que

estaba en Sicela, ocultando su salida a sus compañeros se dirigió

hacia el campamento de Saúl acompañado por Abiseo, el hijo de

su hermana Saruia, y por Agimélec el heteo.

Saúl estaba durmiendo; los hombres armados con su coman.

 

dante, Abner, dormían tendidos alrededor, formando círculo. Da-

vid penetró en la tienda del rey, pero no lo mató, aunque sabía

 

dónde estaba tendido, porque Saúl tenía la lanza clavada en el

suelo al lado de él, ni permitió a Abiseo que lo matara, aunque

éste deseaba decididamente hacerlo. David declaró que sería un

crimen horrible matar al hombre que había sido ordenado rey

por Dios, aunque fuera un hombre perverso; aquél que le había

dado el poder a su turno lo castigaría.

Contuvo, por lo tanto, a Abiseo, pero para demostrar que

había estado en su mano matarlo, tomó la lanza y la bota de

agua que tenía Saúl a su lado y salió sin ser advertido del

campamento, donde todos dormían. Se retiró y después de

atravesar un arroyo, subió a una loma, desde la que podía ser

 

oído, y llamó a grandes voces a los soldados de Saúl y a su

comandante Abner, hasta despertarlos. El comandante lo oyó y

preguntó quién lo llamaba.

-Soy yo -respondió David-, el hijo de Isaí, a quien vos. otros

habéis convertido en un vagabundo. ¿Pero qué es esto? ¿Tú que

eres un hombre de tan gran dignidad y de primera fila en la

corte del rey, tan poco te preocupas por la seguridad de tu amo?

¿Tiene para ti más importancia dormir que cuidar y proteger al

rey? La negligencia de todos vosotros merece la muerte y el

castigo, porque no habéis advertido hace un rato que alguien

entró en el campamento y llegó hasta el sitio donde dormía el

rey. Si buscas la lanza del rey y su bota de agua, comprenderás

la desgracia que estuvo a punto de ocurrir en vuestro campo sin

que lo sepáis.

Saúl oyó la voz de David y comprendió que lo había tenido en

su poder mientras dormía y sus guardias se preocupaban

poco de cuidarlo; a pesar de todo no lo había matado,

perdonándolo cuando podía haberlo matado con toda justicia. Y

le dijo que le debía dar las gracias; lo exhortó a que tuviera valor

y no temiera nada de él en lo sucesivo, y le aseguró que podía

volver a su hogar; porque ahora estaba convencido de que David

lo amaba más que él mismo; había alejado de su lado al hombre

que mejor lo habría protegido y que le había dado tantas

demostraciones de su buena voluntad. Lo había obligado a vivir

desterrado mucho tiempo, temiendo por su vida, separado de sus

amigos y parientes; él, en cambio, le había salvado la vida varias

veces cuando estaba en peligro de perecer.

David le pidió que mandara a buscar la lanza y la bota de

agua, y agregó que Dios sería el juez de su carácter y de los actos

de uno y otro, porque él sabía que se había abstenido de matarlo

cuando pudo haberlo hecho.

10. Por aquel entonces los filisteos resolvieron hacer la guerra

 

de David, Saúl se retiró al palacio real de su ciudad. David, te-

meroso de que si se quedaba en aquel sitio sería apresado por

 

Saúl, creyó más prudente transladarse al país de los filisteos y

quedarse allí a vivir. Fué, por lo tanto, con sus seiscientos hom-

 

bres, a ver a Anco, rey de Gita, que era una de sus cinco

ciudades.

El rey lo recibió con su gente y les dió un lugar para habitar.

 

David tenía consigo a sus dos esposas, Agima y Abigail y se ins-

taló en Gita. Enterado Saúl no volvió a hablar de enviar o ir a

 

buscarlo, ya que dos veces había sido apresado por él cuando tra-

taba de aprehenderlo.

 

No obstante David no quiso quedarse en la ciudad de Gita, y

pidió al rey, que lo había recibido con tanta humanidad, que le

 

concediera otro favor y le otorgara un lugar del país como resi-

dencia; temía que si seguía viviendo en la ciudad sería una carga

 

gravosa para él. Anco le dió una aldea llamada Secela, que luego

recordaron con cariño él y sus hijos, cuando fué rey.

Pero sobre esto daremos información al lector en otro sitio.

David vivió en Secela, en el país de los filisteos, cuatro meses y

veinte días. Privadamente atacó a los serritas y los amalecitas

que eran vecinos de los filisteos, arrasó sus países y después de

tomar gran botín de animales y camellos, regresó a su casa.

David

f

314

315

perdonó a los hombres', temiendo que informaran al rey Anco,

pero mandó a éste una parte del botín como presente voluntario.

Cuando el rey preguntó a quién había atacado para recoger ese

botín, le dijo que a las poblaciones judías del sud que vivían en la

llanura, y logró que el rey le creyera. Este concibió la esperanza

de que habiendo David combatido contra los de su propia nación

podría mantenerlo toda la vida como servidor de él en su tierra.

 

CAPITULO XIV

 

Los filisteos salen nuevamente contra los hebreos y los de

rrotan. Mueren en el combate Saúl y sus hijos

 

1. Por aquel entonces los filisteos resolvieron hacer la guerra

a los israelitas, y mandaron llamar a todos sus confederados

para que fueran con ellos a Renga a hacer la guerra; allí se

reunirían y atacarían de sorpresa a los hebreos. Anco, rey de

Gita, quiso que David lo asistiera con sus hombres contra los

hebreos. David accedió diciéndole que había llegado el momento

de devolverle su bondad y su hospitalidad.

El rey le prometió nombrarlo su guardia personal después de

la victoria, si la batalla con el enemigo se decidía en su favor.

Esta promesa de honores y confianza se la hizo para acrecentar

su celo.

2. Saúl, el rey de los hebreos, había expulsado del país a los

adivinos y nigromantes y a todos los demás que ejercían esas

artes, exceptuando a los profetas. Al enterarse de que venían los

filisteos y de que habían instalado campamento cerca de la

ciudad de Suna, situada en la llanura, se puso en marcha contra

ellos a la cabeza de sus fuerzas. Al llegar a una montaña

llamada Gelboe instaló su campamento delante del enemigo.

Pero al ver al ejército del enemigo se sintió grandemente

perturbado porque le pareció numeroso y superior al suyo.

Interrogó a Dios por medio de los profetas acerca de la

batalla, para saber de antemano cuáles serían sus acciones.

Como Dios no contestara, Saúl sintió acrecentar grandemente

sus temores; per

1 En I Samuel (XXVII, 11) dice en cambio que los mataba a

todos, para evitar que "dieran aviso".

dió el valor, previendo, como era razonable suponer, que

sufriría un descalabro, al no contar con la asistencia de Dios.

 

Ordenó a sus sirvientes que averiguaran por medio de alguna

mujer nigromante de las que llamaban el alma de los muertos, si

las cosas sucederían en la medida de sus deseos. Esas mujeres

evocaban el alma de los muertos y predecían por su intermedio

 

los hechos futuros a los que deseaban conocerlos. Uno de sus sir-

vientes le dijo que en la ciudad de Endor había una mujer de

 

ésas. Sin que nadie lo supiera en el campamento, Saúl se quitó

sus vestimentas reales y llevando consigo dos criados de los más

fieles fué a Endor a ver a la mujer y le rogó que le adivinara lo

porvenir y que llamara a un alma que él le nombraría. La mujer

se negó, diciendo que no quería violar el edicto del rey que había

proscrito esa clase de adivinas, y que hacía mal, porque ella no le

había hecho ningún daño, en tenderle esa celada para que

cometiera una acción prohibida que le acarrearía un castigo.

Saúl le juró que nadie sabría lo que hiciera y que 61 no le

diría a nadie lo que le predijera y no correría ningún peligro.

Inducida la mujer por el juramento a no temer ningún daño,

Saúl le pidió que llamara al alma de Samuel. Sin saber quién era

Samuel, la mujer lo evocó del otro mundo.

 

Cuando llegó, la mujer vió que era venerable, de formas divi-

nas y quedó perturbada. Atónita ante su vista, preguntó:

 

-¿No eres tú el rey Saúl?

Porque Samuel le había informado quién era. Saúl le

respondió afirmativamente y le preguntó a qué se debía su

perturbación. La mujer le dijo que había visto ascender una

persona que por su forma era como un Dios. Saúl le pidió que le

dijera cómo era, cómo vestía y de qué edad parecía ser.

-Era un anciano -respondió ella-, un personaje glorioso,

vestido con un manto sacerdotal.

El rey comprendió que se trataba de Samuel, y postrándose

de cara al suelo lo saludó y lo veneró. El alma de Samuel le

preguntó por qué lo había molestado haciéndolo venir.

 

Saúl se lamentó de la necesidad en que se hallaba; sus enemi-

gos lo presionaban y no sabía qué hacer; Dios lo había abando-

nado y no podía obtener de él la predicción de lo que vendría, ni

 

por los profetas ni por sueños.

 

l

-Estas son las razones de que haya recurrido a ti, que siempre

me atendiste.

Pero Samuel, viendo que había llegado el fin de la vida de

Saúl, dijo:

-Es vano tu deseo de averiguar algo más por mi intermedio,

ya que Dios te abandonó. Escucha, sin embargo, lo que te digo;

 

David será rey y concluirá con buen éxito esta guerra. Tú perde-

rás tu dominio y tu vida, porque no obedeciste a Dios en la

 

guerra con los amalecitas, ni observaste sus mandamientos,

como te lo predije cuando estaba vivo. Has de saber, por lo tanto,

que el pueblo será sometido a sus enemigos, y que tú y tus hijos

caerán mañana en la batalla, y tú vendrás a reunirte conmigo.

3. Al oír estas palabras Saúl quedó mudo de dolor y cayó al

 

suelo, ya sea por el pesar que le había causado el anuncio, o por-

que no había comido nada desde el día anterior. Cuando con

 

grandes dificultades volvió en sí la mujer lo obligó a tomar algún

alimento, pidiéndoselo como única recompensa por el oráculo que

le había dado, temerosa del que no había reconocido. Por eso le

pidió que le permitiera ponerle una mesa con alimentos para que

recobrara las fuerzas y volviera sano y salvo al campamento.

Saúl rechazó su propuesta a causa de su ansiedad, pero la

mujer insistió y al fin lo convenció de que comiera. Tenía un

ternerito por el que sentía mucho cariño, al que cuidaba y

alimentaba personalmente, porque era una mujer que vivía de

su trabajo y no poseía más que un solo ternerito. Lo mató y lo

aderezó y lo sirvió a Saúl y sus sirvientes. Saúl volvió al

campamento cuando todavía era de noche.

 

4. Es justo encomiar la generosidad de esa mujer, porque ha-

biendo prohibido el rey el empleo de sus artes que le habían dado

 

más bienestar, aunque nunca había visto al rey no le guardó ren-

cor por haber condenado su ciencia y no lo rechazó como extraño

 

y desconocido.

 

En cambio le tuvo compasión y lo consoló y lo exhortó a ven-

cer su disgusto y le ofreció el único bien que poseía, como pobre

 

mujer que era; y lo hizo sinceramente, con mucha humanidad,

 

sin pedirle nada en cambio de su amabilidad, ni persiguiendo

favores futuros, porque sabía que el rey iba a morir; los hombres

en cambio son naturalmente ambiciosos para complacer a los

que les

dan beneficios o están muy dispuestos a servir a aquellos de

quienes esperan alguna ventaja.

Es digno de imitar el ejemplo de esa mujer, haciendo el bien a

quien lo necesita; y pensar que nada es mejor ni más propio de la

humanidad que esa general beneficencia, ni nada que haga más

fácilmente favorable a Dios y dispuesto a acordarnos cosas

buenas.

Y esto es suficiente en lo que respecta a la mujer. Pero quiero

hablar ahora de otro tema, que me dará oportunidad de

comentar lo que es ventajoso para las ciudades, los pueblos y las

naciones, y conveniente para el gusto de las personas buenas, y a

todos inducirá a conservar la virtud y podrá mostrarles la forma

de conseguir gloria y fama imperecedera. También servirá para

imprimir en los reyes de las naciones y los gobernantes de las

ciudades inclinación y diligencia para hacer el bien, y animarlos

a arrostrar peligros y a morir por sus patrias y les enseñará a

despreciar las más terribles adversidades. La ocasión para

desarrollar estas reflexiones me la proporciona Saúl, el rey de los

hebreos.

Aunque por la predicción del profeta conocía su destino y su

próxima muerte, no pensó rehuirla, ni aun por amor a la vida, ni

llegar hasta el punto de entregar a su pueblo al enemigo y

deshonrar la dignidad real. Exponiéndose, él y 3u familia, al

peligro, juzgó que era un acto de arrojo caer junto con ellos en la

lucha por sus objetivos. Era mejor que sus hijos murieran

demostrando valor que dejarlos abandonados a su conducta

incierta. Dejó en cambio a sus sucesores y a la posteridad una

fama duradera.

 

Un hombre así me parece a mí justo, valiente y sabio; y cuan-

do alguien ha llegado a ese estado de ánimo, o llegará después,

 

ése es el hombre que debe ser honrado por todos con el testimo-

nio de un hombre virtuoso y valiente. A los que van a la guerra

 

con la esperanza del triunfo y de volver sanos y salvos después

 

de haber realizado alguna acción gloriosa, pienso que no hacen

bien los que los llaman valientes, como muchos historiadores y

escritores suelen hacerlo, aunque confieso que también ellos

merecen con justicia cierto encomio, pero sólo pueden ser

reputados de valientes y audaces en grandes empresas y

despreciadores de la adversidad, los que imitan a Saúl.

Los que ignoran la suerte que la guerra les tiene deparada, y

aunque se entregan sin desmayos a un futuro incierto, y son

arrojados de un lado para otro, como un navegante en un mar

embravecido, no son ejemplos muy eminentes de generosidad,

aunque puedan realizar grandes hazañas; pero cuando saben de

antemano que deben morir y que sufrirán la muerte en la

batalla, y no sólo no se asustan ni se pasman ante el terrible

destino que les espera sino que van directamente a su encuentro,

ésos son los que yo considero hombres realmente valientes. Así lo

hizo Saúl, demostrando con ello que aquellos que quieran ser

famosos después de la muerte deben actuar de esta manera,

sobre todo los reyes, a quienes su alto cargo les prohibe no sólo

ser malos para gobernar a sus súbditos sino también ser nada

más que moderadamente buenos.

Podría decir mucho más de Saúl y su valor, porque el tema lo

permite, pero por no aparecer excesivo en su elogio vuelvo a la

historia de la que me aparté para hacer esta digresión.

 

5. Los filisteos, como dije, instalaron el campamento y conta-

ron las fuerzas por naciones, reinos y gobiernos. El rey Anco

 

venía al final de todos con su ejército, y detrás de él David con

sus seiscientos hombres. Cuando los comandantes de los filisteos

lo vieron, preguntaron al rey de dónde venían esos hebreos y

quién los había invitado.

Achis respondió que era David, que había huido de su jefe

Saúl y a quien él había recibido cuando fué a su tierra. Ahora

 

quería devolverle los favores y vengarse de Saúl, y se había con-

vertido en su aliado.

 

Los comandantes le reprocharon por haber tomado como

aliado a un enemigo, y le aconsejaron que lo despidiera, porque

si su jefe le daba una oportunidad de reconciliarse con él haría

 

daño a sus amigos. Previéndolo prudentemente, le aconsejaron

que lo enviara de vuelta con sus seiscientos hombres al sitio que

le había dado para habitar, porque aquél era el David a quien las

vírgenes habían celebrado en sus himnos diciendo que había

destruido decenas de miles de filisteos.

Oyendo esto el rey de Gita juzgó que tenían razón y llamando

a David le dijo:

-Yo puedo atestiguar que me has demostrado diligencia y

amabilidad, y por eso te tomé como aliado; pero lo que hice no

agra

da a nuestros comandantes. Luego, dentro de un día te

volverás al sitio que te di, sin temer ningún daño, y cuidarás allí

mi país contra la posibilidad de que hagan alguna incursión

nuestros enemigos; ésa será una parte de la ayuda que espero de

ti.

Obedeciendo la orden del rey de Gita David regresó a Secela,

 

pero ocurrió que mientras David había ido a ayudar a los filis-

teos irrumpieron en el lugar los amalecitas, tomando a Secela y

 

prendiéndole fuego. Después de apoderarse de un gran botín allí

y en otras partes de la tierra de los filisteos, se retiraron.

6. David se halló con que Secela había sido arrasada y

saqueada y que sus dos esposas y las esposas de sus compañeros

y sus respectivos hijos habían sido tomados en cautiverio. David

se rasgó las ropas llorando y lamentándose, junto con sus

amigos. Se sintió tan abrumado por la desgracia, que al final

hasta le faltaron las lágrimas. Corrió además el peligro de ser

apedreado por sus compañeros que, afligidos por la captura de

sus esposas y sus hijos, culpaban a David de lo ocurrido.

David se recuperó de su pesar y elevó sus pensamientos a

Dios, pidiendo al sumo sacerdote Abiatar que se pusiera las

vestimentas sacerdotales, interrogara a Dios y profetizara si

persiguiendo a los amalecitas le concedería la victoria sobre ellos

y salvaría a sus esposas e hijos, castigando a sus enemigos.

El sumo sacerdote le ordenó perseguirlos y él marchó en su

seguimiento con sus seiscientos hombres. Al llegar a un arroyo

llamado Basel encontraron a un vagabundo, un egipcio medio

 

muerto de hambre (hacía tres días que erraba por el desierto) ;

David le dió de comer y beber, tonificándolo, y luego le preguntó

de quién era y de dónde venía.

 

El hombre le dijo que era egipcio y que había sido abando-

nado por su amo porque estaba enfermo y débil y no podía se-

guirlo. Su amo era uno de los jefes que habían quemado y sa-

queado a Secela y otras partes de Judea. David lo usó como guía

 

para buscar a los amalecitas; los encontró desparramados por el

suelo, algunos comiendo, otros descompuestos y completamente

borrachos de vino, gozando por las depredaciones y el botín que

habían obtenido.

David cayó sobre ellos de improviso e hizo una gran matanza,

porque estaban desarmados y no esperaban ningún ataque, y se

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entregaban a festejar y beber. De este modo fueron fácilmente

destruídos. Algunos, sorprendidos junto a las mesas, fueron

muertos en esta postura, mezclándose la sangre con los

alimentos y las bebidas. A otros los mataron mientras brindaban

con sus copas y a otros cuando estaban amodorrados con el

vientre lleno.

 

A los que tuvieron tiempo para armarse los mataron tan fácil-

mente como a los que estaban desarmados. Los compañeros de

 

David continuaron la matanza desde las primeras horas del día

 

hasta la noche, no quedando vivos más que cuatrocientos amale-

citas, los que pudieron huir saltando sobre sus dromedarios y sus

 

camellos.

 

David recuperó no sólo el botín que el enemigo se había lleva-

do, sino también sus esposas y las esposas de sus compañeros.

 

Cuando volvieron al sitio donde habían dejado los doscientos

hombres que no los habían podido seguir y se habían quedado a

cuidar sus efectos, los cuatrocientos de la expedición no creyeron

 

conveniente dividir con ellos la presa obtenida, ya que no los ha-

bían acompañado a perseguir al enemigo pretextando debilidad,

 

y manifestaron que deberían conformarse con haber recobrado

sus esposas. Pero David declaró que esa opinión era perversa e

injusta, y que si Dios les había concedido el favor de que se ven-

 

garan de sus enemigos y recuperaran lo que les pertenecía,

debían distribuir lo obtenido en partes iguales, porque los

restantes se habían quedado para cuidar las cosas. Desde

entonces rige la ley de que aquellos que se quedan a cuidar las

cosas reciben una parte igual a la de los combatientes.

 

De regreso David en Secela, envió partes de la presa a sus fa-

miliares y amigos de la tribu de Judá. De ese modo terminaron

 

los hechos del saqueo de Secela y de la matanza de los

amalecitas.

7. Entablada la batalla con los filisteos hubo un encuentro

reñido y los filisteos resultaron vencedores y mataron gran

número de sus enemigos. Saúl, rey de Israel, y sus hijos, se

condujeron con gran valentía y decisión, sabiendo que toda su

gloria dependía nada más que de morir honrosamente. Se

expusieron al mayor peligro (ya que no les quedaba ninguna otra

esperanza), y atrajeron sobre sí todo el poder del enemigo, hasta

que fueron rodeados y muertos, pero no antes de matar

numerosos filisteos.

Los hijos de Saúl eran Jonatás, Aminadab y Melquiso, y cuan

do cayeron muertos la multitud de los hebreos se dió a la fuga

en desorden y confusión, y fué perseguida y exterminada por los

filisteos. Saúl por su parte huyó rodeado por una fuerte guardia

de soldados y perseguido por filisteos que les arrojaban jabalinas

y les disparaban flechas. Saúl perdió a sus compañeros, salvo

unos pocos y él mismo peleó con gran bravura. Cuando las

numerosas heridas que había recibido no le permitieron seguir

en pie ni continuar luchando, como no podía matarse a sí mismo,

pidió a su escudero que le sacara la espada y lo atravesara con

ella, para evitar que el enemigo lo tomara vivo. El escudero no se

animó a matar a su amo, y Saúl sacó la espada y apoyándose

sobre la punta trató de ensartarse en la hoja.

 

No lo pudo lograr y viendo un joven que pasaba cerca le pre-

guntó quién era. Enterado de que era un amalecita, le pidió que

 

le empujara la espada dentro del cuerpo, porque él no podía ha-

cerlo por sí mismo.

 

El joven accedió y tomando luego el brazalete de oro que lle-

vaba Saúl y la corona de oro que tenía en la cabeza, huyó co-

rriendo. Viendo el escudero que Saúl estaba muerto, se mató él

 

también. De los guardias del rey no escapó ninguno; todos ca-

yeron en la montaña llamada Gelboe. Enterados los hebreos que

 

vivían en el valle al otro lado del Jordán, y los de las ciudades de

la llanura, de que habían caído Saúl y sus hijos y que la multitud

que los rodeaba había sido destruida, abandonaron las ciudades

y se refugiaron en las fortalezas amuralladas. Los filisteos

hallaron las ciudades desiertas y se instalaron en ellas.

8. Al día siguiente fueron los filisteos a despojar los cuerpos

de los enemigos. Encontraron los cadáveres de Saúl y sus hijos,

 

los despojaron y les cortaron la cabeza. Luego enviaron mensa-

jeros a todo el país informando que había caído el enemigo; con-

sagraron las armas en el templo de Astarté, y colgaron los cuer-

pos en cruces en las paredes de la ciudad de Bezana, que ahora

 

se llama Escitópolis. Al saber los habitantes de Jabis de Galaad

que habían desmembrado los cadáveres de Saúl y sus hijos, con

 

1 En el primer libro de Samuel dice que Saúl se echó sobre su

espada (XXXI, 4). En el segundo Samuel (1, 6-10), el relato hecho

a David por el

amalecita que lo ayudó a atravesarse completa este detalle de

la muerte del rey, y así lo narra Josefo.

 

sideraron que sería terrible consentir esa barbaridad y

dejarlos sin sepultura. Los más valientes y osados (y en esa

ciudad había hombres fuertes y decididos), viajaron toda la

noche, llegaron a Bezana y descolgando de los muros enemigos

los cuerpos de Saúl y sus hijos se los llevaron a Jabis. El

enemigo, impresionado por su audacia, no se atrevió a impedirlo.

Todo el pueblo de Jabis lloró, y después de quemar los

cuerpos los inhumaron en el mejor sitio del país, un lugar

llamado Arura. Observaron duelo público durante siete días,

hombres, mujeres y niños, que se golpearon el pecho y lloraron al

rey y sus hijos, sin tomar alimentos ni bebida.

 

9. Eso fué el fin de Saúl, profetizado por Samuel, por haber

 

desobedecido la orden de Dios acerca de los amalecitas, y por ha-

ber matado a Agimélee y su familia y destruído la ciudad de los

 

sacerdotes. Saúl reinó dieciocho años durante la vida de Samuel, y 22 despues de su muerte.