Prefacio
1. No todos los que emprenden la tarea de escribir la
historia
lo hacen por la misma razón, sino por diversos motivos que
difie-
ren en los distintos autores. Algunos se dedican a esta rama
de la ciencia para exhibir su habilidad en el arte de las
letras y para lograr reputación de elocuentes. Otros se
proponen favorecer a los personajes que intervienen en la
historia, y para hacerlo no ahorran esfuerzos; antes bien,
exceden en la tarea su propia capacidad. Otros, en fin,
escriben
la historia por imperio de las circunstancias, porque ellos
mismos están involucrados en los sucesos y no pueden
abstenerse de relatarlos a la posteridad. Y no son pocos los
que
se ven incitados a sacar los hechos a la luz del día,
exponiéndolos al interés público, debido a la gran
importancia
de los acontecimientos. De las diversas razones que mueven a
los
historiadores a escribir sus libros, debo declarar que las
mías
son las dos mencionadas en último término. Como yo estuve
mezclado personalmente en la guerra que sostuvieron los
judíos
con los romanos, y conocí sus alternativas y supe en qué
terminó, me he sentido obligado a relatar su historia cuando
vi que otros escritores que lo habían hecho antes habían
falsificado la verdad 1
1 Se refiere especialmente a Justo de Tiberíades, que
participó en la guerra y escribió
luego sobre la misma un relato en el que ataca la actuación
de Josefo, y a quien éste
replicó en su autobiografía, y a otros historiadores a los
que en el preámbulo de La
Guerra de los Judíos tacha de inexactos y parciales.
2. Me tomé el trabajo de escribir esta obra pensando que to-
dos los griegos la encontrarían digna de estudio; porque
conten-
drá nuestras antigüedades, y la constitución de nuestras
cosas
públicas, tal como las presentan las escrituras hebreas. Ya
me
había propuesto anteriormente, cuando historié la guerra de
los
judíos, explicar el origen de los judíos, las vicisitudes
por que
pasaron y quién fué el legislador que les enseñó la religión
y la
observancia de otras virtudes. Así como las guerras que
libraron
antiguamente, antes de verse envueltos sin quererlo en la
última
contienda con los romanos. Como sería un trabajo muy amplio,
lo
dividí en varias partes, con su comienzo y su fin. Con el
correr
del tiempo, como suele suceder con los que acometen grandes
empresas, me fatigué y reduje el ritmo de mi labor.
Encontraba,
por otra parte, pesada la tarea de transladar nuestra
historia a
un idioma .extranjero a cuyo manejo estamos poco acos-
tumbrados.
Muchas personas que deseaban conocer nuestra historia me
animaron a seguir adelante, sobre todo Epafrodito, gran
amante
de las ciencias pero especialmente de la historia. También
él
conoció las grandes empresas y las mudanzas de la suerte,
revelando siempre una gran fortaleza de ánimo y un espíritu
virtuoso. Cedí a sus instancias, que acostumbra a ejercer
con los
que poseen alguna capacidad útil y digna, para mancomunar
esfuerzos; avergonzado de permitir que mi pereza pesara más
en
mi espíritu que el placer de trabajar de lleno en un estudio
útil,
reanudé con más ímpetus mi labor. Aparte de estas razones no
dejé de meditar detenidamente en algunas otras, como ser la
de
que nuestros antepasados deseaban difundir aquellos hechos y
de que no pocos griegos se interesaban mucho en las cosas de
nuestra nación.
3. Averigüé de ese modo que el rey Ptolomeo 11 2 era muy
dado a la sabiduría y a los libros, y estaba empeñado en
obtener
una traducción al griego de nuestra ley y de nuestra
organización política allí estipulada. El pontífice Eleazar,
par de
nuestros más altos dignatarios, no deseaba dar al rey esa
facilidad, y se la habría negado, si no fuera porque sabía
que en
2
Ptolomeo II Filadelfo (285-247 a. J.).
nuestro pueblo regía la norma de no impedir que otros
conozcan
lo que nosotros consideramos valioso. Pensé, por lo tanto,
que
bien podía imitar la generosidad de nuestro sumo pontífice y
considerar que tal vez haya otros muchos estudiosos como el
rey,
quien no recibió todos nuestros escritos juntos. Los
traductores
que fueron enviados a Alejandría sólo le dieron los libros
de la
ley, habiendo muchos otros en nuestras sagradas escrituras.
Libros que contienen la historia de un lapso de cinco mil
años,
durante los cuales ocurrieron muchos episodios extraños,
muchas alternativas guerreras, las hazañas de nuestros
grandes
jefes y los profundos cambios de nuestra organización
política.
Los que estudien deteni. damente esa historia verán que
todas
las cosas les salen bien, hasta un extremo increíble, y que
Dios
les propone la recompensa de la felicidad, sólo a los que
cumplen
su voluntad y no se aventuran a violar sus buenas leyes; y
que
cuando los hombres incurren en apostasía de la estricta
observancia de las leyes, lo que antes era posible se vuelve
imposible, y todas las cosas buenas que acometen se tornan
en
plagas insanables. Exhorto a todos los que lean estos libros
a que
pongan sus pensamientos en Dios y analicen la intención de
nuestro legislador, y vean si no interpretó su naturaleza de
manera digna, si no se asignó siempre acciones que
fundamentaron su fuerza, si no libró sus escritos de las
fábulas
indignas inventadas por otros, aunque dado el largo tiempo
transcurrido, podría haber convalidado esas mentiras
impunemente; porque vivió hace dos mil años, lapso durante
el
cual los poetas no han sido tan rigurosos en determinar las
generaciones ni siquiera de sus dioses, cuanto menos las
acciones de los hombres, o sus leyes.
En mi historia describiré detalladamente las constancias de
nuestros anales, en su orden cronológico; porque he
prometido
hacerlo en toda esta obra, y sin añadir nada de lo que
contienen,
ni quitarles tampoco nada.
4. Pero como toda nuestra organización deriva de la
sabiduría
de nuestro legislador Moisés, es ineludible que comience por
decir algo a su respecto, aunque muy brevemente. De lo
contrario los lectores podrán decir que mi trabajo,
destinado a
ser una reseña de leyes y acontecimientos históricos,
contiene
mucha filosofía. Conviene saber que él consideraba
imprescindible tomar en consideración la naturaleza divina
para
todo aquel que quiera conducirse bien en la vida y legislar
para
sus semejantes; y observando los actos de Dios, imitar su
modelo
hasta donde pueda caber la imitación en la naturaleza humana
y
empeñarse en seguirla. Sin ello ningún legislador puede
actuar
con criterio justo ni promoverá lo que escriba el desarrollo
de las
virtudes, lo que sólo se logra enseñando que Dios es padre y
señor de todas las cosas y ve todas las cosas y concede la
felicidad a todos los que observan sus dictados. En cambio a
los
que no siguen la senda de la virtud los hunde en las máximas
calamidades. Cuando Moisés quiso instituir su doctrina a sus
conciudadanos, no comenzó a establecer sus leyes como lo
hacían
otros legisladores, mediante contratos y otros convenios
mutuos,
sino haciéndoles elevar su pensamiento hacia Dios y su
creación
del mundo, y persuadiéndolos que los hombres somos la más
perfecta de sus creaciones terrestres. Habiéndolos hecho
someterse a la religión, le fué fácil persuadirlos de otras
cosas.
Los otros legisladores se ajustaron a las fábulas y
atribuyeron
los más vergonzosos pecados humanos a los dioses, proveyendo
de buenas excusas para sus vicios a los hombres más
perversos;
nuestro legislador, en cambio, después de demostrar la
pureza
de la virtud de Dios, consideró que el hombre debía
empeñarse
con todas sus fuerzas en participar de ella. E impuso los
más
severos castigos a los que no lo admitían ni lo creían.
Insto a los
lectores quieran examinar esta obra bajo este punto de
vista.
Podrán comprobar que no hay nada de absurdo ni en la
majestad
de Dios ni en el amor que profesa a la humanidad. Porque
todas
las cosas se refieren a la naturaleza del universo; nuestro
legislador dice algunas cosas sabiamente pero de modo
enigmá-
tico y otras envueltas en dignas alegorías, pero cuando es
nece-
sario las explica concretamente y con toda claridad. Y los
que
tengan tendencia a conocer las causas de todas las cosas,
hallarán una teoría filosófica muy particular cuya
explicación me
abstendré de dar en este momento, pero si Dios me permite lo
haré al terminar esta obra. Voy a dedicarme ahora a la
historia,
cuya redacción he emprendido, después de mencionar lo que
dice
Moisés sobre la creación del mundo, la que encontramos
relatada
en las sagradas escrituras de la siguiente manera.
CAPITULO I
La creación del mundo. El paraíso. El pecado original.
Expulsión de Adán y Eva
1.1 Al principio Dios creó el cielo y la tierra. Pero como
la
tierra no se veía sino que estaba cubierta de espesas
tinieblas y
un, aire recorría la superficie, ordenó Dios que se hiciera
la luz.
Hecha la luz, consideró la mole en su totalidad y separó la
luz de
las tinieblas, y a las tinieblas las llamó noche y a la luz
día; y al
comienzo de la luz y a la hora del descanso los llamó tarde
y
mañana. Y éste fué el primer día que existió. Moisés dijo
que era
un día. Podría dar ahora mismo la razón; pero como he pro-
metido presentar las causas de todas las cosas en un libro
aparte, postergaré hasta entonces la explicación. Luego, en
el
segundo día superpuso el cielo sobre todo el universo, lo
separó
de las demás cosas y determinó que se mantuviera colocado
por
sí mismo. Lo rodeó de un cristal, para suministrar la
humedad y
las llu^bias a la tierra y provocar la fecundidad. Al tercer
día
ordenó que apareciera la tierra seca, rodeada por el mar. El
mismo día hizo que brotaran de la tierra las plantas y las
semillas. El cuarto día adorné el cielo con el sol, la luna
y los
demás astros, y les señaló sus movimientos y sus cursos,
para
que indicaran las vic áitudes del tiempo y las tempestades.
El
quinto día produjo a los animales que nadan y los que
vuelan, los
primeros en los mares, los segundos, en el aire; y los
clasificó en
especies, y los juntó para que procrearan y aumentaran sus
géneros y se multiplicaran. El sexto día creó a los animales
cuadrúpedos, a los que dividó en machos y hembras; el mismo
día
hizo al hombre. En seis días hizo el mundo con todo lo que
contiene, y dice Moisés que el séptimo día fué de descanso y
de
suspensión de esa labor. Por eso ese día nos abstenemos de
trabajar y lo llamamos sabat, palabra que significa descanso
en
lengua hebrea..
1 La división en capítulos y parágrafos y los sumarios no
son de Josefo.
2. Después del séptimo día Moisés comienza a hablar en tér-
minos de interpretación filosófica y dice acerca de la
formación
del hombre, que Dios tomó tierra del suelo, hizo al hombre y
le
insufló espíritu y alma. A este hombre lo llamé Adán, que en
len-
gua hebrea significa roja, porque fué hecho de tierra roja
ma-
cerada. Porque ésta es auténtica tierra virgen. Y Dios
presentó a
Adán a los animales, que hizo machos y hembras en sus
respec-
tivas especies, y a los que dió los nombres que aún ahora
llevan
4
. Viendo que Adán carecía de sociedad, que no tenía
compañera
hembra (que ninguna había sido creada), y que él observaba
extrañado a los demás animales, que eran machos y hembras,
lo
durmió, le sacó una costilla y con ella formó a la mujer.
Adán la
conoció y supo que había sido sacada de él mismo. Ishá se
dice a
la mujer en lengua hebrea; pero el nombre de esa mujer fué
Eva,
que significa madre de todos los vivientes.
3. Cuenta luego que Dios plantó un paraíso en el oriente,
lleno de árboles florecidos; entre ellos se encontraba el
árbol de
la vida, y el de la ciencia, con el que se conocería lo
bueno y lo
malo. Y que cuando introdujo en el paraíso a Adán con su
mujer,
les ordenó que cuidaran las plantas. El jardín estaba regado
por
un río, que corría alrededor de toda la tierra y estaba
dividido en
cuatro partes. Fisón (que significa multitud), penetra en la
India
y desemboca en el mar, y es llamado por los griegos Ganges.
También el Eufrates y el Tigris desembocan en el mar Rojo.
La
palabra Eufrates, o Fora, significa dispersión o flor;
Tigris o
Diglat, lo que es veloz con angustia. Geón, que corre por
Egipto,
significa lo que sale por el este, y es el que los griegos
llaman
Nilo.
4. Dios ordenó que Adán y su esposa comieran el fruto de
todas las plantas, pero que se abstuvieran del árbol de la
ciencia;
y les previno que si lo tocaban se acarrearían la
destrucción.
Pero mientras todos los demás animales hablaban el mismo
idio-
ma en aquellos tiempos, la serpiente, que vivía con Adán y
su
mujer, les envidiaba que fueran felices viviendo en
obediencia de
los mandamientos de Dios. Y suponiendo que si los desobe-
decieran se acarrearían calamidades, indujo a la mujer
malicio-
2
En la Biblia es Adán el que da nombre a los animales (Gén.,
2, 20).
samente a probar el fruto del árbol de la ciencia,
diciéndole que
en ese árbol residía el conocimiento del bien y el mal, y
que si lo
alcanzaran vivirían una vida feliz, a la par de los dioses;
por este
medio convenció a la mujer que desobedeciera la orden de
Dios.
Cuando ella probó el fruto del árbol, y lo encontró
delicioso,
persuadió a Adán a que lo hiciera él también. Advirtieron
entonces que estaban desnudos; se avergonzaron e inventaron
la
forma de cubrirse. Porque el árbol les había aguzado el entendi-
miento. Y se cubrieron con hojas de higuera. Atándoselas por
de-
lante creyeron ser más felices que antes por haber
descubierto lo
que les hacía falta. Cuando llegó Dios al jardín, Adán, a
quien
antes le agradaba conversar con él, consciente ahora de su
mal
proceder, se ocultó. Dios le preguntó, asombrado, a qué se
debía se
conducta. Por qué él, a quien siempre le gustaba la
conversación,
ahora la eludía. Como no contestara nada, sabedor de que
había
violado la orden de Dios, le dijo Dios: t -Yo había
decretado que
vosotros vivierais felices, sin preocupaciones, sin cuidados
y sin
aflicciones; y que todo lo que es sirviera y pudiera
proporcionaros
placer creciera por mi providencia, sin trabajos ni esfuerzos
por
parte de vosotros; porque trabajos y esfuerzos os llevarían
a la
senectud y la vida ya no vnfiduraría mucho. Has abusado de
mi
buena voluntad y desobedecido mis órdenes; porque tu
silencio
no es señal de virtud sao de mala conciencia.
Adán se disculpó de su pecado, rogó a Dios que no se enojara
eón él y acusó a su mujer de ser la culpable de lo sucedido,
di-
eiondo que lo había engañado. La mujer a su vez acusó a la
serpiente. Pero Dios, por haber seguido el consejo de su
mujer,
aplicó a Adán un castigo, diciéndole que en lo sucesivo la
tierra
no le daría espontáneamente sus frutos; cuando trabajara
fatigo-
ante le daría algunos negándole otros. A Eva la hizo sujeta
a los
dolores del parto, porque había persuadido a Adán con los
mismos argumentos con que la serpiente la había engañado a
produciéndole una situación calamitosa. A la serpiente le
qtt é la
palabra, de ira por su malicioso comportamiento con Adán. Le
inyectó además, veneno bajo la lengua, declarándola amiga de
los hombres, a los que indicó que le lanzaran los golpes la
cabeza,
porque era donde residían sus perversos designios hacia los
hombres y de ese modo podían herirla más fácilmente de
muerte;
la privó, además, de los pies, destinándola a arrastrarse
por el
suelo. Decretadas estas penas, Dios transaldó a Adán y Eva a
otro sitio.
CAPITULO II
La posteridad de Adán. Caín y Abel. Los descendientes
de Set
1. Tuvieron dos hijos varones. Al mayor lo llamaron Caín
(palabra que para ser interpretada denotaría posesión). Al
se-
gundo Abel (vocablo que significa duelo). También tuvieron
hias.
Los dos hermanos tenían distintas modalidades. Abel, el
menor,
creía en la justicia, y que Dios estaba presente en todos
sus
actos; por eso era virtuoso. Su oficio era el de pastor.
Caín en
cambio no sólo era perverso en todas las cosas sino también
codicioso. Prefirió primeramente arar la tierra, y luego
mató a su
hermano en la siguiente ocasión. Habiendo determinado
ofrecer
un sacrificio a Dios, Caín llevó productos agrícolas y fruta
de los
árboles, y Abel leche y los primeros frutos de sus rebaños.
Dios
se regocijó más con este último sacrificio, porque era más
honrado con lo que crecía espontáneamente en la naturaleza,
que con lo que era un producto forzado de la invención de un
hombre avaro. Indignado Caín porque Dios había preferido a
Abel mató a su hermano y escondió el cadáver, creyendo que
no
sería descubierto. Pero Dios, que sabía lo que había pasado,
fué
hacia Caín y le preguntó dónde estaba su hermano, a quien
-no
veía desde hacía varios días, y siempre los había observado
conversando juntos. Caín vaciló, no sabiendo qué contestar a
Dios. Primero dijo que él también estaba angustiado por su
desaparición, pero presionado por Dios que lo interrogaba
con
insistencia, dijo que él no era ni el preceptor ni el
guardián de su
hermano, ni el observador de sus actos. Dios replicó
condenando
a Caín por haber asesinado a su hermano. "Es extraño,
le dijo,
que no sepas qué fué de un hombre a quien tú mismo
eliminaste." Por haberle ofrecido sacrificios rogándole
que no
extremara su ira no lo castigó y sólo lo maldijo a él y a su
posteridad hasta la séptima generación; y lo expulsó con su
mujer de aquella región. Como él temiera ser víctima de las
fieras y perecer, le ordenó que desechara esas tristes
sospechas y
que recorriera la tierra sin temer ningún daño de las
fieras; y
poniéndole una señal para que fuera reconocido, lo mandó
partir.
2. Después de haber recorrido Caín con su mujer muchos paí.
ses, edificó una ciudad llamada Nod, que es una localidad de
este
nombre, y allí estableció su morada, y procrearon hijos.
Pero él
no había aceptado su castigo para corregirse sino para
aumentar
su maldad; porque sólo buscaba sus propios placeres, aunque
con
ello ofendiera al prójimo. Incrementó sus posesiones
domésticas
y su riqueza pecuniaria mediante la rapiña y la violencia; e
in-
vitó a sus familiares a que se entregaran a la lujuria y al
latro-
cinio y se convirtió en conductor de hombres por las sendas
de la
depravación. Alteró la simplicidad de la primitiva vida de
los
hombres creando las medidas y las pesas; la vida inocente y
ge-
nerosa del hombre cuando ignoraba esas cosas se convirtió en
un
mundo de astucia y artería. Comenzó por trazar límites a la
tierra, edificó una ciudad y la fortificó rodeándola de
muros y
obligó a su familia a que se concentrara en ella. Y llamó a
la
ciudad Enoc, nombre de su hijo mayor Enoc. Luego Jared fué
el
hijo de Enoc; y el hijo de éste Maruel; y el hijo de éste
Matusa-
lén; y el hijo de éste Lamec, quien tuvo setenta y siete
hijos con
sus dos esposas, Sila y Ada. Uno de los hijos de Ada fué
Jobel,
que levantó tiendas y prefirió la vida pastoral. Jubal, su
hermano de la misma madre, se dedicó a la música, e inventó
el
salterio y la cítara. Tobel, uno de los hijos de la otra
esposa,
superaba a todos los hombres en fuerza y se destacó en las
actividades militares; de ese modo trataba de lograr lo que
producía placer corporal; e inventó en primer lugar el arte
de
acicalar metales. Lamec fué también el padre de una hija
llamada Noema; y como era entendido en la ciencia de la
revelación divina, y supo que sería castigado por haber
matado
Caín a su hermano, llamó a sus esposas y se lo comunicó.
Todavía en vida de Adán la descendencia de Caín, por
sucesión e
imitación, se fué haciendo cada vez más perversa y fueron
muriendo uno tras otro cada cual más malo que el anterior;
eran
violentos en la guerra y apasionados para los robos. Alguno
podía ser contenido para el asesinato, pero todos eran de
conducta desenfrenada, injustos y ofensivos.1
3. Adán, que fué el primer hombre y hecho de tierra (porque
ahora debemos hablar de él), después del asesinato de Abel y
la
consiguiente huída de Caín, se entregó empeñosamente a
procrear, poseído por un vehemente deseo de engendrar hijos.
Tenía doscientos treinta años; después vivió otros
setecientos
años y murió.
2 Tuvo muchos otros hijos, entre ellos Set. Los
demás sería fastidioso nombrarlos; sólo voy a referirme a
los que
salieron de Set. Cuando Set creció y llegó a la edad en que
supo
discernir lo que era justo, se volvió un hombre virtuoso y
así
como él fué un hombre de excelentes cualidades los hijos que
dejó imitaron sus virtudes. Vivieron felices en la misma
tierra,
sin disensiones y sin sufrir infortunios hasta el día de su
muerte.
Fueron también los inventores de esa especie particular de
sabiduría relativa a los cuerpos celestes y su orden. Y para
que
sus invenciones no se perdieran antes de ser ampliamente
difundidas, como según la predicción de Adán todas las cosas
serían destruídas primero por el fuego y luego por la
violencia de
una gran cantidad de agua, construyeron dos columnas, una de
ladrillos y otra de piedra, e inscribieron en ellas sus
invenciones;
si la de ladrillos era derribada por la inundación, quedaría
la de
piedra para exhibir al mundo sus descubrimientos, y le
informaría que había otra columna de ladrillos. Hasta el día
de
hoy han quedado en la tierra de Siriad.
1
J. 1-6
2 En la Biblia(Génesis V, 3-4), Adán es padre a los ciento
treinta años y vive luego ochocientos años más.
CAPITULO III
El diluvio. Salvación de Noé en el Arca. Cronología de los
patriarcas
1. La posteridad de Set siguió durante siete generaciones
con-
siderando a Dios como señor del universo y observando una
con-
ducta virtuosa; pero con el tiempo se corrompieron,
abandonaron
las prácticas de sus antepasados y no cumplieron con las
honras
señaladas para ser rendidas a Dios ni se preocuparon de ser
justos con los hombres. El mismo celo que antes demostraban
para ser virtuosos lo demostraban ahora doblemente para ser
perversos, y se acarrearon la enemistad de Dios. Muchos
ángeles
de Dios convivieron con mujeres y engendraron hijos
injuriosos
que despreciaban el bien, confiados en sus propias fuerzas;
porque según la tradición estos hombres cometían actos
similares a los de aquellos que los griegos llaman gigantes.
Noé
se sintió inquieto por su conducta y trató de convencerlos
de que
la mejoraran. Viendo que no cedían a sus instancias, y que
seguían esclavizados a sus perversas voluptuosidades, y
temiendo que lo mataran a él, su esposa, sus hijos1 y los
consortes de sus hijos,se alejó de aquella tierra.
2. Dios tenía predilección por él, por su virtud; y no sólo
con-
denó a los otros por su maldad, sino que determinó perder a
todo
el genéro humano y reemplazarlo por otro libre de maldad, al
que limitaría la edad; los años de vida ya no serían tanto
como
antes sino solamente ciento veinte. Para eso convirtió la
tierra
firme en un mar y de ese modo los destruyó. Sólo Noé se
salvó;
porque Dios le indicó el siguiente medio: le dijo que
construyera
un arca de cuatro pisos de altura2 trescientos codos de
largo, cin-
cuenta de ancho y treinta de alto. Entró en el arca Noé con
su
esposa, sus hijos y las esposas de éstos, y no sólo lo cargó
de
provisiones para sus necesidades, sino que también hizo
entrar a
1 No hay nada de esto ni en la Biblia ni en el Midrash.
2 En la biblia, solamente tres.
todas las especies de seres vivos, cada macho con su hembra,
para preservar las especies. De otras clases hizo entrar de
a siete
de cada una.
3 El arca tenía paredes sólidas y un techo y estaba
reforzado con vigas cruzadas para que no pudiera hundirse,
ni
dominado por la violencia de las aguas. Así se salvaron Noé
y su
familia. Noé era el décimo descendiente de Adán, hijo de
Lamec4
,
cuyo padre era Matusalén, hijo de Enoc, hijo de Jared; Jared
era
hijo de Maruel quien, con muchas de sus hermanas, era hijo
de
Cainás, hijo de Enoc. Y Enoc fué hijo de Set, hijo de Adán.
3. Esa calamidad ocurrió en el sexacentésimo año de la edad
de Noé, en el segundo mes que los macedonios llaman dius y
los
hebreos marjeshvan; así era como contaban el año en Egipto.
Pero Moisés señaló que nisán, que es xanticus, debía ser el
primer mes de sus fiestas, porque ese mes fué cuando
salieron
los hebreos de Egipto; luego con ese mes comienza el año,
con
todas las solemnidades que observan para honrar a Dios,
aunque
se mantiene el orden primitivo de los meses para las compras
y
las ventas y otras actividades corrientes. Dice él que la
inun-
dación comenzó el vigésimo séptimo día3 del nombrado mes, a
dos mil seiscientos cincuenta y seis años de Adán, el primer
hombre. En los libros sagrados figuran estos datos, que
fueron
anotados con gran exactitud porque los hombres de aquella
épo-
ca anotaban cuidadosamente el nacimiento y la muerte de los
hombres ilustres.
4. Adán engendró a Set cuando tenía doscientos treinta años,
y vivió novecientos treinta. Set engendró a Enec a los
doscientos
cinco años; cuando había vivido novecientos doce años
entregó la
capitanía a su hijo Cainás, a quien tuvo a los ciento diecinueve
años. Cainás vivió novecientos diez años y tuvo a su hijo
Malael,
que nació a los ciento diecisiete años. Malael murió a los
ochocientos noventa y cinco años dejando a su hijo Jared, a
quien
engendró cuando tenía ciento sesenta y cinco. Jared vivió
no-
3 En las Escrituras, Noé embarcó dos parejas de los animales
impuros (VI, 19) y siete de los puros (VII, 2).
4
Para mantener el mayor grado de fidelidad con el original, y
a pesar de que a veces ofrecen notables
diferencias con sus equivalentes hebreos, hemos conservado
en la presente versión los nombres griegos de los
personajes y de los lugares geográficos, tal como aparecen
en el texto de Josefo.
3 La Biblia dice el diecisiete. Josefo habrá seguido a los
Setenta, que también dan la fecha del
veintisiete.
vecientos sesenta y dos4
, y le siguió su hijo Enoc, que nació
cuando su padre tenía ciento sesenta y dos. Después de vivir
trescientos sesenta y cinco años se fué con Dios; por esta
razón
no registraron la fecha de su muerte. Matusalén, hijo de
Enoc,
nacido cuando éste tenía ciento sesenta y cinco años, tuvo
un
hijo, Lamec, a los ciento ochenta y siete años; a él le
entregó la
capi. tanía después de retenerla novecientos sesenta y nueve
años. Lamec, cuando hubo gobernado setecientos setenta y
siete
años,nombró a su hijo Noé como gobernante del pueblo; Noé
nació cuando Lamec tenía ciento ochenta y dos años y había
conservado el gobierno durante novecientos cincuenta años.
Estos años reunidos completan la suma indicada. No
averigüemos la muerte de esos hombres (porque extendían sus
vidas juntos con sus hijos y sus nietos), y sólo observemos
su
nacimiento.
5. Cuando Dios dió la señal y comenzó a llover, el agua cayó
durante cuarenta días, hasta que llegó a tener quince codos
de
altura sobre la tierra; por esta razón no se salvaron más,
porque
no había sitio para volar. Cuando cesó la lluvia, las aguas
sólo
comenzaron a bajar ciento cincuenta días después, o sea el
déci-
moséptimo día del séptimo mes. El arca quedé reposando sobre
la cima de una montaña de Armenia. Cuando Noé lo advirtió,
la
abrió y viendo un pedazo de tierra concibió esperanzas de
pronta
liberación. Unos días más tarde, habiendo bajado las aguas
en
mayor grado, Noé envió un cuervo para averiguar si había
otras
partes de la tierra que habían quedado libres del agua y si
podía
salir sin peligro del arca. Pero el cuervo no volvió. Siete
días
después envió una paloma5
, para explorar el estado de la tierra;
volvió cubierta de barre y trayendo una rama de olivo en el
pico;
de este modo Noé supo que la tierra se había librado del
diluvio.
Se quedó en el arca otros siete días y luego hizo salir a
los
animales. Y salió también él con su familia, y ofrecieron
sacrificios a Dios y festejaron. Los armenios llaman a ese
sitio
4 El Génesis y los Setenta fijan la edad de Jared en
novecientos sesenta y dos años. La otra
cifra es la de Matusalén.
5 En la Biblia la paloma fué despachada en tres
oportunidades, para averiguar el estado de la tierra
(Génesis, VIII, 8, 10, 12).
aporateion, o desembarcadero, y hasta hoy en día muestran
sus
habitantes en él los restos del arca.
6. El diluvio y el arca les mencionan todos los que
escribieron
las historias bárbaras, entre ellos Beroso el caldeo. Cuando
des-
cribe las circunstancias del diluvio expresa lo siguiente:
"Dicen
que todavía queda una parte de ese barco en Armenia, en el
monte Cordión; y que hay gente que se lleva trozos de betún
para usarlos como amuletos contra la mala suerte". Lo
mismo
dicen Jerónimo el egipcio, que escribió sobre las
antigüedades de
los fenicios, y Manaseas, y muchos otros. Nicolás de
Damasco, en
su nonagésimo sexto libro, incluye un relato particular al
respecto, en estos términos: "Hay una gran montaña en
Armenia, sobre Minias, llamada Baris, en la cual se dice que
se
salvaron muchos de los que huyeron del diluvio; y dicen que
uno
que viajaba en un arca tocó tierra en su cima; y que los
restos de
la madera se conservaron durante mucho tiempo; este último
debe de haber sido el hombre a quien se refiere Moisés, el
legislador de los judíos".
7. Temeroso Noé de que Dios, que había resuelto destruir al
género humano, inundara algún año la tierra, ofreció
sacrificios
y rogó a Dios que las cosas siguieran en lo sucesivo como antes,
y
que no pronunciara nunca más una sentencia tan grande como
aquélla, que pusiera en peligro a toda la creación. Habiendo
cas-
tigado a los malos, que su bondad perdonase a los restantes
y a
los que hasta entonces había creído conveniente librar de la
calamidad. De lo contrario los últimos serían más
desdichados
que los primeros, condenados a sufrir una suerte peor, si no
se
les permitía librarse completamente del peligro. Es decir,
en el
caso de que estuvieran reservados para ser aniquilados en
otro
diluvio. Porque estarían aterrorizados por el recuerdo del
primero y amenazados por un segundo. Rogó asimismo a Dios
que aceptara sus sacrificios y garantizara que la tierra
jamás
volvería a ser objeto de una ira tan grande, que los hombres
podrían seguir cultivando alegremente la tierra, levantar
ciudades y habitarlas felices. Y que no fueran privados de
todas
las cosas buenas de que gozaban antes del diluvio. Y que
alcanzaran la edad a que llegaban los hombres de antes.
8. Ante las preces de Noé Dios, que lo apreciaba por ser un
hombre justo, le concedió sus pedidos y le dijo que no era
él
quien había desencadenado la destrucción de un mundo corrom-
pido, que los perversos habían provocado la venganza por su
maldad; que no había traído hombres al mundo con el
propósito
de ser aniquilados, porque era de más alta sabiduría no
darles
vida desde un principio, que dársela para después
destruirla.
-Pero las ofensas -dijo-, que infirieron a mi santidad y
virtud,
me obligaron a castigarlos. No obstante postergaré los
castigos,
movido por tus súplicas. Y si alguna vez envío a la tierra
grandes
lluvias, tempestuosas, no os alarméis por su prolongada
duración. El agua no volverá a cubrir la tierra. Os
exijo,sin
embargo, que os abstengáis de derramar sangre humana, y que
no cometáis crímenes; y que castiguéis a los que lo hagan.
Os doy
permiso para usar a vuestro gusto a todos los demás
animales, y
como os indique vuestro apetito. Porque yo os he hecho amos
y
señores de todos ellos, tanto de los que caminan por la
tierra,
como los que nadan en el agua y los que vuelan en el aire,
salvo
su sangre, porque en ella está la vida. Y os daré una señal
de que
he dejado a un lado mi ira, mediante mi arco. (Porque se
decidió
que el arco iris era el arco de Dios.)
Después de formular esta promesa, Dios se retiró.
9. Noé vivió feliz trescientos cincuenta años después del
dilu-
vio y murió, habiendo vivido novecientos cincuenta años. Que
nadie piense, al comparar la vida de los antiguos con la
nuestra,
y con los pocos años que ahora existimos, que lo que hemos
dicho
sea falso, o deducir de nuestra vida breve que ninguno de
los
antiguos vivió tanto; porque ellos eran queridos por Dios y
hechos por Dios mismo, y como sus alimentos eran más propios
para la prolongación de la vida, bien pudieron haber vivido
esa
cantidad de años. Además Dios les concedió más tiempo de
vida
por sus virtudes y por el buen uso que hicieron de ella para
realizar descubrimientos astronómicos y geográficos, que si
no
vivieran seiscientos años no podrían predecirlo (la
periodicidad
de los astros). Pongo por testigos de lo que digo a todos
los que
han escrito sobre las antigüedades, tanto griegos como
bárbaros;
están de acuerdo hasta Manetón, que escribió la historia de
Egipto, Beroso, que clasificó los monumentos caldeos, Moc,
Hestieo, y además Jerónimo el egipcio y los que compusieron
la
historia fenicia. También Hesiodo, Hecateo, Helánico y
Acusilao;
y también Eforo y Nicolao dicen que los antiguos vivían mil
años.
Sobre esto que cada cual piense lo que le parezca mejor.
CAPITULO IV
La descendencia de Noé. La Torre de Babel. Confusión de
las lenguas
1. Los hijos de Noé fueron tres, Sem, Jafet y Cam, nacidos
caen años antes del diluvio. Fueron los primeros en
descender de
las montañas a las llanuras donde fijaron su residencia, y
persuadieron a los demás, que temían los terrenos bajos por
el
peligro de inundación, y no querían bajar de las alturas, a
que
siguieran su ejemplo. La llanura donde vivieron primero se
llamaba Senaar. Dios les ordenó además que enviaran colonias
a
ocupar otras regiones, que no fomentaran entre sí las
disidencias
y que cultivaran gran parte de la tierra y gozaran
ampliamente
de sus frutos; pero como estaban muy mal enseñados desobede-
cieron a Dios y cayeron en nuevas calamidades y tuvieron que
conocer por experiencia el pecado en que habían incurrido.
Cuan-
do florecieron en una multitud de jóvenes, Dios les reiteró
el
consejo de que enviaran colonias. Ellos suponiendo que la
vida
cómoda de que gozaban no provenía del favor de Dios sino de
sus
propias fuerzas, no obedecieron. Y añadieron a la
desobediencia
la sospecha de que les ordenaban separarse en colonias
porque
estando divididos los podrían oprimir más fácilmente.
2. El que les incitó a semejante desprecio de Dios fué
Nebrodes, nieto de Cam, hijo de Noé, un hombre audaz y de
mucha fuerza en los brazos, quien los persuadió de que no
adjudicaran a Dios la causa de su felicidad, porque sólo se
la
debían a su propio valor. Paulatinamente convirtió el
gobierno
en una tiranía, viendo que la única forma de quitar a los
hombres el temor a Dios era el de atarlos cada vez más a su
propia dominación. Afirmó que si Dios se proponía ahogar al
mundo de nuevo, haría construir una torre tan alta que las
aguas jamás la alcanzarían, y al mismo tiempo se vengaría de
Dios por haber aniquilado a sus antepasados.
3. La multitud estuvo dispuesta a seguir los dictados de
Nebredes y a considerar una cobardía someterse a Dios. Y
levantaron la torre; trabajaron sin pausa ni descanso, y
como
eran muchos los brazos que intervenían comenzó a levantarse
rápidamente, más rápido de lo que sería de esperar. Pero era
tan
gruesa y tan fuerte, que por su gran altura parecía menos de
lo
que era. Estaba construida de ladrillos cocidos, unidos con
betún
para que no pasara el agua. Cuando Dios los vió trabajar
como
locos decidió no destruirlos por completo, ya que no habían
aprendido nada de la destrucción de los pecadores
anteriores;
provocó, en cambio, la confusión catre ellos haciéndolos
hablar
en distintas lenguas para que no se entendieran entre sí. El
lugar donde edificaron la torre se llamó Babilonia, por la
confusión de las lenguas; porque en hebreo babel significa
confusión. La Sibila también hace mención de la torre y de
la
confusión de las lenguas, al decir: "Cuando los hombres
hablaban todos el mismo idioma algunos de ellos edificaron
una
torre de gran altura, como si quisieran por 4% ascender al
cielo,
pero los dioses enviaron tormentas de viento y derribaron la
torre, e hicieron hablar a cada uno un idioma distinto. Por
eso se
llamó aquella ciudad Babilonia". En cuanto a la llanura
de
Senaar del campo de Babilonia, Hestieo la nomhra al decir
que
"los sacerdotes que fueron salvados tomaron los vasos
sagrados
de Júpiter Enialio y se fueron a Senaar de Babilonia”.
CAPITULO V
Dispersión por todo el mundo de la posteridad de Noé
1 Después de eso se dispersaron, según sus lenguas, e insta-
iáron colonias en todas partes. Cada colonia ocupó las
tierras a
las q te habían llegado y a las que Dios los había
conducido, de
tal modo que todo el continente se llenó de colonias, tanto
las
tierras Mediterráneas como las marítimas. Muchos atravesaron
el mar en barcos y habitaron las islas. Algunas naciones
conservan el nombre que les dieron sus primitivos
fundadores,
otras lo perdieron otras introdujeron algunos cambios para
hacerlos más comprensibles por sus habitantes. Fueron los
griegos los autores de estos cambios, porque en los siglos
posteriores se hicieron poderosos y reivindicaron para sí la
gloria
de la antigüedad y aplicaron nombres a las naciones que
sonaran
bien y que ellos pudieran "enderlos mejor y les dieron
formas
concordantes de gobierno,o si fueran pueblos que procedían
de
ellos mismos.
CAPITULO VI
Los pueblos derivados de los hijos de Noé. Origen de los
hebreos
Los primeros que ocuparon las tierras les dieron nombres
honraban a los nietos de Noé. Jafet, el hijo de Noé, tuvo,
siete
hijos. Se instalaron en las tierras que comenzaban en las
montañas Tauro y Amán y que se extendían por Asia hasta el
río
Tanais, y por Europa hasta Cádiz, y llamaron a las tierras
con
sus propios nombres. Gomar fundó las que los griegos llaman
ahora de los gálatas pero que antes se llamaban de los
gomarenses. Magog fundó a los que se llamaron magogas, pero
que los griegos denominan escitas. En cuanto a Javán y
Mades,
hijos de Jafet, de Mades derivan los madeos, que los griegos
llaman medos; de Javán deriva Jonia. Tobel fundó a los
tobelos,
que ahora se llaman iberos. Los mosquenos fueron fundados
por
Mosoc; ahora son los capadocios. Todavía queda una huella de
las antiguas denominaciones; porque todavía ahora existe una
ciudad llamada Mazaca, que puede informar a los que sean
capaces de entenderlo que así se llamó en un tiempo toda la
nación. Tiras llamó a los que gobernó tirios; los griegos
les
cambiaron el nombre por el de tracios. De los tres hijos de
Gomar, Ascanaxo fundó a los ascanaxos, que ahora los griegos
llaman reginos. Rifate fundó a los rifateos, llamados ahora
paflagones; y Tigrame, a los tigrameos, que ahora, por
resolución
de los griegos, se llaman frigios. De los tres hijos de
Jayán, hijo
de Jafet, Elisas dió nombre a los eliseos, que eran sus
súbditos;
ahora son los eolios. Tarso dió nombre a los tarsos, que así
se
llamaba antiguamente Cilicia; la prueba está en que la
ciudad
más noble que tienen, y que es metrópoli además, se llama
Tarso, habiéndole cambiado la theta por la tau. Ceteim
poseyó la
isla de Cetim (ahora se llama Chipre). De ahí que todas las
islas,
y la mayor parte de la costa marítima, sean llamadas Cetim
por
los hebreos. Una de las ciudades de Chipre pudo conservar su
nombre; la llaman Citio los que cambiaron por el griego,
nombre
que no discrepa mucho del de Cetim1
. Muchas naciones
poseyeron los hijos y los nietos de Jafet. Después de
establecer
algo que los griegos quizá no sepan, explicaré lo que he
pasado
por alto. Porque los nombres se escriben aquí a la manera de
los
griegos, para satisfacción de los lectores. En la lengua de
nuestra
tierra no se pronuncian así; los nombres siempre tienen la
misma forma y la misma terminación. El nombre que aquí
pronunciamos Noes, es Noé, y conserva la misma terminación
en
todos los casos.
2 Los hijos de Cam poseyeron la tierra de Siria y Amán las
montañas del Líbano, ocupando todas las tierras hasta la
obsta
del mar y del océano. Algunos de sus nombres desaparecieion
completamente; otros fueron cambiados, con otra
pronunciación
difícil de identificar. Algunos, sin embargo, se conservan
sin
variaciones. De los cuatro hijos de Cam el tiempo no alteró
el
ñümbre de Cus; porque los etíopes, sobre los cuales reinó,
se
minan ellos mismos y así les dicen todos los habitantes del
Asia,
cogeos. La memoria de los mestres también se conserva en su
üornbre; porque todos los que habitamos en este país
llamamos a
Egipto Mestre y a los egipcios mestreos. Fut fué el fundador
de
Libia, y llamó por su nombre futeos a sus habitantes. Hay un
río
en la región de Maurón que se llama así; por eso muchos
histo-
riadores griegos nombran ese río y sus adyacencias con el
nom-
bre de Fut. Pero el nombre que tiene ahora lo lleva por uno
de
los hijos de Mestraim, llamado Libios. Diremos ahora por qué
llama así el Africa. Canaán, el cuarto hijo de Cam, habitó
la
región llamada ahora Judea, y le puso su propio nombre,
Canaán.Los hijos de Cam tuvieron hijos a su vez. Cus tuvo
seis.
Sabas fundó a los sabeos, Evilas a los evileos, que hoy se
llaman
getulos, Sabatas a los sabatenos, que los griegos llaman
astabaros, Sabacatas a los sabavatenos, Ragmo a los ragmeos;
éste tuvo dos hijos, uno de ellos, Judadas, estableció la
familia de
los judadeos, pueb de los etíopes occidentales, y les dió su
1
Josefo cita solamente tres hijos de Jayán: Elisas, Tarso y
Cetim. El Génesis nombra a otro, Dodanim (X, 4),
que en Crónicas, 1, figura como Rodanim.
nombre. Lo mismo que sabas con los sabeos. Pero Nebrodes,
hijo
de Cus, se instaló como tirano en Babilonia, de lo que ya
hemos
informado. Los hijos de Mestraim, que eran ocho, poseyeron
la
región que va de Gaza a Egipto, pero sólo quedó el nombre de
uno de ellos, Filistinos; los griegos llaman a esa parte de
la
región Palestina. De los demás, Ludim, Enemim, Labim (el
único
que colonizó Libia lpuso a las tierras su nombre), Nedem,
Fetrosim, Ceslem y Geftorim, no sabemos nada, fuera de sus
nombres. Porque la guerra de Etiopía, que luego
describiremos,
ocasionó la destrucción de esas ciudades Los hijos de Canaán
fueron éstos: Sidonio, edificó una ciudad con su nombre en
Fenicia; los griegos la que siguen llamando Sidón, Amatio
habitó
en Amate, que todavía ahora llaman Amatia sus habitantes,
aunque los macedonios, la denominaron Epifanía, en recuerdo
de
un antepasado. Aradio poseyó la isla de Arado. Aruceo poseyó
Arce, que está en el Líbano. De los otros siete, Ceteo,
Jebuseo,
Amorreo, Gergeseo, Eveo, Sineo y Samareo, nuestras sagradas
escrituras no dicen nada, fuera de nombrarlos, porque los
hebreos derribaron sus ciudades y esa fué la causa de sus
calamidades.
3. Noé, cuando después del diluvio la naturaleza se
restituyó
a su anterior condición, se dedicó a la agricultura; plantó
viñas, y
cuando maduró la uva la recogió en su estación, hizo vino,
ofreció
sacrificios y festejó. Y habiéndose embriagado, quedó
dormido,
desnudo de manera indecorosa. Su hijo menor lo vió y riendo
lo
mostró a sus hermanos; ellos cubrieron la desnudez de su
padre.
Cuando Noé lo supo, oró por la prosperidad de sus dos hijos
mayores; a Cam no lo maldijo, por su parentesco sanguíneo,
pero
maldijo a su descendencia, y como los restantes eludieron la
maldición, Dios la infligió en los hijos de Canaán. De este
asunto
hablaré a continuación.
4. Sem, el tercer hijo de Noé, tuvo cinco hijos, que
habitaron
las tierras del Asia que comienzan en el Eufrates y llegan
al
océano Indico. Elam dejó a los elamitas, antepasados de los
persas. Asur vivió en la ciudad de Nínive, y llamó a sus
súbditos
asirios; fué la nación más afortunada. Arfaxad dió nombre a
los
arfaxadeos, que son ahora los caldeos. Aram originó a los
arameos, a quienes los griegos llaman sirios. Lud fundó a
los
ludos, que ahora son llamados lidos. De los cuatro hijos de
Aram,
Us fundó la Traconita y Damasco, entre Palestina y
Celesiria. Ul
fundó a Armenia; Geter a los bactrianos; Mes a los mesaneos,
región que ahora se llama Espasina Carax. Arfaxad fué padre
de
Salas, y éste de Héber, de cuyo nombre se llamó
originalmente
hebreos a los judíos. Héber engendró a Juctas y a Falec,
llamado
así porque nació cuando se desparramaron las naciones en sus
respectivas tierras. Porque Falec en hebreo significa
división.
Juctas, uno de los hijos de Héber, tuvo los siguientes
hijos:
Elmodad, Salef, Azermot, Ires, Adoram, Ezel, Declas, Ebal,
Abimael, Sabeo, Ofir, Evilates y Jobab. Habitaron junto al
río
Cofen, un río de la India. y en una parte de la Aria
adyacente. Y
con esto será suficiente en cuanto a los hijos de Sem.
5. Ahora hablaré de los hebreos. Falec, hijo de Héber,
engen-
dró a Ragav, cuyo hijo fué Serug, a quien le nació Nacor;
hijo de
éste fué Tare, que fué el padre de Abram, que fué por lo
tanto el
décimo después de Noé; nació doscientos noventa y dos años
después del diluvio. Porque Tare engendró a Abram a los
setenta
años. Nacor engendró a Arán cuando tenía ciento veinte años.
Nacor nació por Serug cuando éste tenía ciento treinta y
dos.
Ragav tuvo a Serug a los ciento treinta. A la misma edad
tuvo
Falec a Ragav. Héber procreó a Falce a los ciento treinta y
cuatro; y él fué engendrado por Salas cuando tenía ciento
treinta, y éste por Arfaxad a los ciento treinta y cinco.
Arfaxad
fué hijo de Sem, y nació doce años después del diluvio.
Abram
tuvo dos hermanos, Nacor y Arán; de ellos Arán dejó un hijo,
Lot, y dos hijas, Sara y Melca, y murió en una ciudad de
Caldea
llamada Ur, donde todavía puede verse su monumento. Los dos
hermanos se casaron con sus sobrinas; Nacor con Melca y
Abram
con Sara.
Como Tare odiaba a Caldea, por la muerte de Arán, todos
emigraron a Caran, en Mesopotamia. Allí murió Tare y fué
sepultado después de haber vivido doscientos cinco años;
porque
la vida del hombre había disminuido gradualmente haciéndose
más corta, hasta el nacimiento de Moisés; después el término
de
la existencia humana fué de ciento veinte años, según
determinó
Dios que fuera la duración de la vida de Moisés. Nacor tuvo
con
Melca ocho hijos: Ux, Baux, Matuel, Cazam, Asav, Feldas,
Ieldaf
y Batuel. Todos hijos legítimos de Nacor, porque Tabeo, Gaam
Tavau y Macas fueron hijos de Ruma, su concubina. Pero
Batuel
tuvo una hija Rebeca y un hijo Labán.
CAPITULO VII
Abram se instala en la tierra de Cancún
1. Como Abram no tenía hijos adoptó a Lot, hijo de su her-
inano Arán y hermano de su esposa Sara, y abandonó la tierra
de Caldea. A los setenta y cinco años de edad y por orden de
Dios
se trasladó a Canaán, donde residió y dejó la tierra a sus
des-
cendientes. Era un hombre muy inteligente, entendía todas
las
cosas y sabía convencer a los que lo escuchaban, y no se
equivo-
caba en sus opiniones. Por eso comenzó a concebir una idea
más
elevada de la virtud que los demás hombres, y la noción que
en
aquel entonces tenían acerca de Dios; porque él fué el
primero en
declarar que hay un solo Dios, creador del universo; y que
si los
demás seres contribuían en algo a la felicidad de los
hombres, lo
hacían en virtud del papel que tenían señalado por
disposición
divina y no por su propio poder. Estas opiniones le fueron
inspiradas por los fenómenos naturales que etservaba en la
tierra y en el mar, como también en el sol, la luna y los
demás
cuerpos celestes.
-Si estos cuerpos -decía- tuvieran poder propio, cuidarían
de
cumplir ordenadamente sus movimientos; faltándoles ese po.
der, es indudable que colaboran en nuestro beneficio no por
su
propia capacidad sino como subordinados del que los manda y
a
quien debemos ofrecer nuestras honras y nuestro agradeci-
miento.
Cuando los caldeos y otros pobladores de la Mesopotamia se
levantaron contra él por sus doctrinas, creyó conveniente
aban-
donar la región. Y por orden y con la ayuda de Dios fué a
vivir a
la tierra de Canaán, donde una vez instalado erigió un altar
y
ofreció un sacrificio a Dios.
2. Beroso menciona a nuestro padre Abram sin nombrarlo.
cuando dice: "En la décima generación después del
diluvio hubo
entre los caldeos un hombre justo y grande, y entendido en
la
ciencia del cielo." Hecateo hizo algo más que
nombrarlo; dejó
todo un libro sobre él. Nicolás de Damasco, en el cuarto
libro de
sa historia, dice: "Abram reinó en Damasco, siendo
forastero, y
habiendo llegado con un ejército de una tierra situada más
allá
de Babilonia que él llamaba Caldea. Poco tiempo después se
trasladó con su familia a la tierra llamada entonces Canaán
y
que ahora se llama Judea. Fué cuando su posteridad se
multiplicó y se convirtió en una multitud; en cuanto a esa
posteridad, relatamos su historia en otro libro. El nombre
de
Abram sigue siendo famoso en Damasco, donde hay una aldea
que se llama en su honor Residencia de Abram".
CAPITULO VIII
Hambre en Canaán. Abram se transiada a Egipto y en
seña a los egipcios
1. Cuando invadió el hambre a la tierra de Canaán y Abram
averiguó que los egipcios estaban en buena situación, se
dispuso
a trasladarse allí para participar de su abundancia y
escuchar la
opinión de sus sacerdotes sobre los dioses, y luego
seguirlos si los
conceptos de ellos fueran mejores que los suyos, o
convertirlos si
los de él resultaran más verdaderos. Como tenía que llevar
con-
sigo a Sara y temía la intemperancia de los egipcios con
respecto
a las mujeres y de que el rey lo matase por la gran belleza
de su
mujer, recurrió al expediente de hacerse pasar por su
hermano, y
la instruyó para que dijera lo mismo, asegurándole que sería
en
su beneficio.
Cuando llegó a Egipto sucedió lo que Abram había
sospechado; la fama de la belleza de su mujer se había
extendido
por todas partes. El faraón, rey de Egipto, no se conformó
con lo
que le informaron, quiso verla personalmente, preparándose
de
antemano a gozarla. Pero Dios detuvo sus injustos deseos,
enviándole una peste y una rebelión contra su gobierno.
Cuando
preguntó a los sacerdotes cómo se podría librar de las
calamidades, le respondieron que su desdicha se debía a la
ira de
Dios, por haber querido abusar de la esposa del extranjero.
Dominado por el temor, preguntó a Sara quién era y con quién
había venido. Cuando supo la verdad pidió disculpas a Abram;
creyendo que la mujer era su hermana y no su esposa, había
querido emparentar con él casándose con la mujer y no abusar
de ella incitado por la lujuria. Le dió grandes riquezas y
lo
relacionó con los egipcios más eruditos, con quienes Abram
conversó, destacando y aumentando su virtud y su reputación.
2. Los egipcios tenían anteriormente diversas costumbres, y
se despreciaban mutuamente sus ritos sagrados, odiándose y
ridiculizándose entre sí. Abram conferenció con cada uno de
ellos
refutando las razones que daban en abono de sus respectivas
prácticas, y demostrando que esas razones eran vanas y
carentes
de verdad. Todos lo admiraban como a un hombre sabio,
ingenioso y perspicaz cuando hablaba de cualquier tema; y no
sólo para pensarlo sino también para explicarlo y lograr el
consentimiento de los que lo escuchaban. Les enseñó
aritmética
y la ciencia de la astronomía; porque antes de la llegada de
Abram a Egipto no conocían esas disciplinas, que llegó de
Caldea
a Egipto y de ahí pasó a los griegos.
8. En cuanto Abram volvió a Canaán dividió su tierra con
Lot,
debido a las disensiones de los pastores sobre las tierras
de
pastoreo, dejando a Lot la opción de elegir la parte que
quisiese;
y él se quedó con la parte restante, que eran las tierras
más
bajas situadas al pie de las montañas. Vivió en Hebrón,
ciudad
siete años más antigua que la de Tanis en Egipto. Lot poseyó
la
tierra de la llanura y el río Jordán, no lejos de la ciudad
de
Sodoma, que era entonces una buena ciudad y se encuentra
ahora destruida por la ira de Dios, por la causa que luego
señalaré en su lugar oportuno.
CAPITULO IX
Guerra de los sodomitas con los asirios
1. En aquellos tiempos en que los asirios imperaban en Asia,
Sodoma gozaba de una situación floreciente tanto en riquezas
como en abundancia de juventud. Eran cinco los reyes que domi-
naban en la región, Balas, Barsas, Senabar, Simobor y el rey
Ba-
lenón, y cada rey comandaba sus propias tropas.
Los asirios les hicieron la guerra dividiendo su ejército en
cuatro partes. Cada parte tenía su jefe y después de
entablada la
batalla los asirios fueron los vencedores e impusieron
gabelas a
los reyes sodomitas. Durante doce años se sometieron y
pagaron
el tributo, pero el año décimotercero se rebelaron. El
ejército
asirio volvió a atacarlos a las órdenes de Amarapside,
Ariocho,
Codolamor y Tadal. Estos jefes arrasaron a Siria y vencieron
a
los descendientes de los gigantes. Cuando llegaron a las
tierras
de Sodoma instalaron el campamento en el valle llamado Pozos
de Betún, porque en aquel tiempo era un lugar lleno de pozos
(fréata). Ahora, desaparecida la ciudad de Sodoma, el valle
se
transformó en un lago que se llama Asfaltites. De este lago
volveremos a hablar más adelante. Entablada la lucha de los
sodomitas con los asirios la batalla se hizo encarnizada;
muchos
murieron y los de. más fueron tomados cautivos, entre ellos
Lot,
que había acudido en auxilio de los sodomitas.
CAPITULO X
Abram vence a los asirios, pone en libertad a los
prisioneros y
recupera el botín
1. Cuando Abram se enteró de la calamidad que les había
ocurrido, temió por Lot, su pariente, y se compadeció de los
sodomitas, que eran sus amigos y vecinos. Consideró
conveniente
prestarles ayuda y partió sin demora; marchó rápidamente y a
la
quinta noche atacó a los asirios cerca del Dan (que así se
llama
la otra rama del Jordán), y sorprendiéndolos de improviso,
desprevenidos e inermes, mató a los que estaban durmiendo y
puso en fuga a los que no se habían, acostado aún, pero que
estaban demasiado embriagados para luchar. Abram los
persiguió y al día siguiente los ahuyentó hacia Soba, lugar
perteneciente a Damasco.
De este modo demostró que la victoria no depende del
número, sino de la rapidez y el valor de los soldados, que
pueden
dominar grandes multitudes; Abram venció a un ejército tan
grande con sólo trescientos dieciocho de sus sirvientes y
tres
amigos. Todos los que huyeron regresaron a sus hogares
ignominiosamente.
2. Abram libertó a los cautivos tomados por los asirios,
salvó
también a su pariente Lot y volvió en paz a su casa. El rey
de
Sodoma se encontró con él en un sitio llamado Campo real,
donde lo recibió el rey de la ciudad de Solima, Melquisédec.
Este
nombre significa "rey justo"; y lo era, en opinión
de todos. Por
esa razón lo hicieron sacerdote de Dios. Y a Solima luego la
llamaron Jerusalén.
Melquisédec abasteció generosamente al ejército de Abram
dándole abundantes provisiones. Y mientras se hallaban
festejando lo elogió y alabó a Dios por haber sometido al
enemigo
a sus manos. Abram le dió la décima parte del botín y él la
aceptó; el rey de Sodoma, por su parte, insistió en que
Abram
retuviera el botín para sí; pero le rogó que le devolviera
los
hombres que había salvado de los asirios, porque eran de él.
Abram no quiso tomar del botín más que las provisiones para
sus sirvientes, pero ofreció una parte a sus amigos que lo
habían
ayudado en la batalla. El primero se llamaba Escol, el
segundo
Ener y el tercero Mambres.
3. Dios encomió su virtud, pero le dijo:
-No debes renunciar a la recompensa que merece tu hazaña.
-¿Qué ventaja me dará esa recompensa -respondió él-, si
nadie la gozará en lo futuro? (Porque no tenía hijos).
Dios le prometió que tendría un hijo y que su posteridad
sería
muy numerosa, tanto como el número de estrellas. Y él
ofreció
un sacrificio a Dios, de acuerdo con sus órdenes. El
sacrificio fué
de esta manera: tomó una becerra de tres años, una cabra de
tres años, un carnero igualmene de tres años, una tórtola y
un
palomino, y los dividió en dos, menos las aves. Luego, antes
de
que erigiera el ara y mientras volaban las aves de rapiña
sedientas de sangre, oyó una voz divina que le anunció que
su
posteridad tendría vecinos enemigos durante su permanencia
en
Egipto, que se prolongaría cuatrocientos años; en ese lapso
sufriría penas, pero luego vencería a sus enemigos,
triunfaría en
la guerra contra los cananeos y tomaría posesión de sus
tierras y
sus ciudades.
4. Abram vivía cerca del roble llamado Ogiges (un sitio que
pertenecía a Canaán, no lejos de la ciudad de Hebrón).
Preocupado por la esterilidad de su mujer, rogó a Dios que
le
concediera descendencia masculina. Dios le dijo que tuviera
ánimo, que a todos los dones que le había acordado desde que
lo
sacó de Mesopotamía, agregaría el de darle hijos. Sara, de
acuerdo con las órdenes de Dios, le llevó a la cama a una
sierva
llamada Agar, de ascendencia egipcia, para que le diera
hijos.
Cuando ésta estuvo embarazada miró con desprecio a Sara,
como
si el poder estuviera destinado a pasar a las manos de su
prole.
Abram la entregó a Sara para que la castigara y la mujer
optó
por huir y rogó a Dios que se compadeciera de ella.
En el desierto le salió al encuentro un ángel de Dios y le
orde-
nó que volviera a la casa de sus amos; si se sometía a su
prudente consejo, viviría mejor en lo sucesivo. Porque el
motivo
de su actual desgracia era su ingratitud y su arrogancia
frente a
su ama.
Si desobedecía a Dios y persistía en seguir su camino,
perecería; pero si volvía sería madre de un hijo que
reinaría en
la región. Volvió y obtuvo el perdón de sus amos y poco
tiempo
después nació Ismael, que significa oído por Dios, porque
Dios
escuchó los ruegos de su madre.
5. Abram tenía ochenta y seis años cuando nació el hijo que
hemos dicho. A los noventa y nueve Dios se le apareció y le
pro.
metió que tendría otro hijo con Sara, y le ordenó que le
pusiera
de nombre Isaac; anunciándole que de su hijo saldrían
grandes
naciones y reyes, que por medio de guerras obtendrían toda
la
tierra de Canaán, desde Sidón hasta Egipto. Pero le
prescribió
que, para que su posteridad no se mezclara con otras,
deberían
circuncidarse a los ocho días de haber nacido. La causa de
la
circuncisión la explicaré en otro lugar 1
.
Preguntado por Abram si Ismael viviría, Dios le informó que
sería longevo y padre de grandes multitudes. Después de
agrade-
cer a Dios por sus favores Abram se circuncidó, así como
todos
los que estaban con él y el niño Ismael, que tenía a la
sazón trece
años en tanto que él contaba noventa y nueve.
1 En la Biblia Dios anuncia a Abram que tendrá un hijo con
Sara, que el nombre de Abram será en lo sucesivo
Abraham, porque haría de él un padre de multitudes, y que su
mujer Sarai, madre de naciones, se llamará en
adelante Sara; y establece la circuncisión como signo del
pacto con Jehová (Gen. cap. 7). Esas referencias
acerca del cambio de nombres faltan en el relato de Josefo.
CAPITULO XI
Cólera de Dios por los pecados de los sodomitas. Destrucción
de
Sodoma. Las hijas de Lot
1. Por aquella época los sodomitas, a causa de su gran
riqueza, se volvieron orgullosos, injustos con los hombres e
impíos en la religión, olvidando los beneficios recibidos;
odiaban
a los forasteros y se entregaban a costumbres repudiables.
Dios
se sintió ofendido y decidió castigar su insolencia, y no
solamente
derribarles la ciudad, sino también, devastar los campos
para
que no creciera ningún producto de la tierra.
2. Cuando Dios decretó la suerte de los sodomitas, Abram
(que estaba sentado a la puerta de su casa, junto al roble
de
Mambre), vió tres ángeles, y creyendo que serían forasteros,
se
levantó, los saludó y les ofreció su hospitalidad. Aceptaron
y en
seguida ordenó que se hicieran panes de harina flor, mató un
becerro, lo asó y se lo llevó a sus huéspedes, que estaban
sentados debajo del árbol. Ellos hicieron que comían y le
preguntaron de paso dónde estaba Sara. Respondió que estaba
dentro de la casa; le dijeron entonces que volverían
posteriormente y que para ese entonces Sara sería madre. La
mujer al oírlos sonrió y dijo que era imposible que ella
engendrara hijos porque era nonagenaria y su marido tenía
cien
años. Ellos no disimularon más y manifestaron que eran
ángeles
de Dios; uno de ellos había sido enviado para anunciarles un
hijo
y los otros dos para derribar a Sodoma.
3. Oyendo esto, Abram se sintió apenado por los sodomitas;
se
levantó y rogó a Dios por ellos, pidiéndole que no
destruyera a
los buenos junto con los ímprobos. Dios repuso que no había
buenos entre los sodomitas, y que si hubiese diez perdonaría
a
todos el castigo de sus pecados. Abram guardó silencio y los
án-
geles fueron a la ciudad de Sodoma donde Lot les pidió que
acep-
taran albergarse en su casa; porque era generoso con los
foraste-
ros y había aprendido a imitar la bondad de Abram. Los
sodomitas, al ver a los adolescentes de extraordinaria
belleza
que se habían alojado en la casa de Lot, decidieron gozar de
ellos
por la fuerza; Lot los exhortó a contenerse y a no ofrecer
un
espectáculo inconveniente a los extranjeros, que eran sus
huéspedes; y que si no podían dominarse, les daría a su hija
para
satisfacer su lujuria.
Pero no cedieron.
4. Dios, iracundo por su audacia y su impudicia, quitó la
vista
a esos hombres para que no pudieran hallar la entrada de la
casa de Lot, y condenó a Sodoma a la destrucción total. Lot,
informado por Dios de que los sodomitas serían destruídos,
partió de la ciudad con su mujer y sus hijas (que eran dos y
eran
vírgenes) ; en cuanto a los dos hombres con quienes estaban
prometidas se burlaron de Lot y de sus palabras. Dios lanzó
sus
rayos sobre la ciudad y la hizo arder con todos sus
habitantes, y
devastó por el fuego los campos, como dije antes cuando
escribí
sobre la guerra de los judíos.
La mujer de Lot, que se dió vuelta llena de curiosidad para
ver lo que ocurría a la ciudad, a pesar de que Dios lo había
prohibido, fué convertida en una estatua de sal (yo la he
visto;
todavía está). Lot y sus hijas huyeron a un pequeño lugar
intacto, rodeado por el fuego, y allí se instalaron. Se
llama
todavía ahora Zoar, palabra que en hebreo significa
pequeñez.
Allí llevó una vida miserable, porque no tenía compañera y
escaseaban las provisiones.
5. Creyendo las vírgenes que se había extinguido todo el
géne-
ro humano, tuvieron contacto con el padre, pero tomando la
pre-
caución de que éste no se enterare. Lo hicieron con el
propósito
de que no desapareciese completamente la humanidad. Tuvieron
hijos; el de la mayor se llamó Moab, que significa "del
padre". El
de la menor se llamó Amón, que significa "hijo del
género". El
primero fué el padre de los moabitas, que son ahora una gran
nación; el segundo de los amonitas. Ambas naciones habitan
en
la Celesiria. Y así fué como Lot salió de entre los
sodomitas.
CAPITULO XII
Los árabes, descendientes de Ismael, hijo de Abram
1. Abram partió hacia Gerar, en Palestina, llevando consigo
a
Sara como si fuera su hermana, usando la misma simulación
que
la vez anterior. Temía a Abimélec, el rey de aquella tierra,
que
también se enamoró de Sara y se propuso corromperla. Pero
una
grave enfermedad que le envió Dios le impidió satisfacer su
luju-
ria. Cuando sus médicos desesperaban de curarlo se durmió y
recibió en sueños la advertencia de que no debía inferir
agravio a
la esposa de su huésped.
Cuando se recobró dijo a sus amigos que Dios le había
enviado aquella enfermedad para vindicar a su huésped, a
cuya
esposa se había propuesto violar. (Porque no era su hermana,
sino su legítima esposa.) Dios le había prometido concederle
en
adelante su favor, si libraba a aquel hombre de preocupación
por
la castidad de su esposa. Dicho esto, y por consejo de sus
amigos,
mandó llamar a Abram y lo exhortó a que no temiera que a su
cónyuge le pasara ninguna contrariedad; porque Dios se había
ocupado y por su providencia recuperaba a su mujer sin que
hubiese sufrido ninguna ofensa. Apeló a Dios y a la
conciencia de
la mujer y dijo que no se habría sentido tentado de gozarla,
si
hubiese sabido que era su esposa. Como creyó que era su
hermana, no había cometido nada injusto.
Le suplicó que no le guardara rencor y le hiciera recuperar
el
favor de Dios. Si quería seguir con él, obtendría todo lo
que
necesitara y en abundancia; si decidía marcharse, lo
despediría
honrosamente y le daría todas las provisiones que había ido
a
buscar a su casa. A esto Abram le respondió que no había
men-
tido respecto al parentesco de su esposa (porque era hija de
su
hermano) ; y que no se consideraba seguro cuando viajaba con
su
esposa sin recurrir a ese subterfugio; añadió que él no le
había
causado la enfermedad, porque sólo había buscado su propia
seguridad. Y le dijo que estaba dispuesto a quedarse con él.
Abimélec le concedió tierras y dinero, y ambos convinieron
en
vivir juntos sin engaños. Prestaron juramento junto a un
pozo
llamado Bersube, que significa El pozo del juramento. Así lo
llama
aún hoy la población del lugar.
2. Poco tiempo después Abram tuvo un hijo de Sara, como le
había predicho Dios, y le puso de nombre Isaac, que
significa
risa. Así lo llamaron porque Sara se había reído cuando Dios
le
dijo que pariría; no esperaba tener prole a su edad. Sara
tenía
noventa años y Abram cien. El hijo nació al año siguiente, y
fué
circuncidado al octavo día, y desde entonces los judíos
acostum-
bran a circuncidar a sus hijos dentro de ese término. Los
árabes
a los trece años, porque Ismael, generador de su pueblo,
hijo de
Abram y su concubina, fué circuncidado a esa edad. De lo cual
daré ahora una explicación detallada.
3. Sara amó al principio a Ismael, nacido de su sierva Agar,
con el cariño que hubiese dispensado a su propio hijo,
porque
estaba destinado a ser el sucesor en el gobierno. Pero
cuando dió
a luz a Isaac, no quiso que Ismael se educara junto con el
niño,
porque era mayor y podía perjudicarlo cuando muriera el
padre.
Persuadió a Abram que lo mandara con su madre a un país
lejano.
Al principio no accedió al pedido de Sara, pensando que era
una medida inhumana despedir a un niño y una mujer carentes
de recursos, pero al final consintió (porque Dios estaba
conforme
con lo que Sara había resuelto) ; entregó a Ismael a su
madre,
por. que todavía no sabía andar solo, y le mandó que se
llevara
una botella de agua y una rebanada de pan y se fuera, guiada
por la necesidad.
Marchó hasta que se encontró en mala situación por falta de
provisiones; cuando estaba por terminarse el agua dejó al
niño,
que estaba por expirar, al pie de un abeto, y siguió andando
sola
para no presenciar su muerte. Pero un ángel de Dios le salió
al
encuentro, le indicó una fuente próxima y le ordenó que
cuidara
al niño y lo criara porque su salvación sería la felicidad
de ella.
Ella tuvo fe en la predicción y luego se encontró con unos pas-
tores que la ayudaron a librarse de sus penurias.
4. Cuando el niño creció y llegó a la edad adulta se casó
con
una mujer oriunda de Egipto (de donde era también su madre).
Con la cual tuvo Ismael doce hijos: Nabaiot, Cedar, Abdel,
Ma-
san, Idumas, Masmas, Masa, Codad, Temán, Jetur, Nafés y
Cedmas. Habitaron las tierras que se extienden entre el
Eufrates y el mar Rojo, y llamaron a la región Nabatea. Son
árabes y sus tribus llevan sus nombres, por su propia virtud
y
por la dignidad de su padre Abram.
CAPITULO XIII
Dios ordena el sacrificio de Isaac
1. Abram amaba mucho a Isaac, porque era su unigénito y le
había sido dado por Dios en los límites de la senectud. El
niño a
su vez se ganaba la benevolencia y el amor paternos
practicando
todas las virtudes, cumpliendo con su deber hacia sus padres
y
observando piadosamente la adoración de Dios. Abram también
cifraba su felicidad en la esperanza de que a su muerte
dejaría a
su hijo en situación próspera, y la obtuvo por la voluntad
de
Dios. Queriendo probar la piedad de Abram, Dios se le
apareció y
le enumeró todos los beneficios que le había concedido; le
recordó
que lo había hecho superior a sus enemigos y que el
nacimiento
de su hijo Isaac, motivo principal de su presente felicidad,
se lo
debía a él; y le dijo que quería que le ofreciera a su hijo
como
sacrificio y víctima. Le ordenó que lo llevara al monte
Morio, que
levantara un altar y lo ofreciera en holocausto; esa sería
la mejor
manera de manifestar su piedad, anteponiendo a la salvación
de
su hijo lo que era grato a Dios.
2. Abram juzgó que no era justo desobedecer a Dios y que
estaba obligado a servirlo en todas las circunstancias de la
vida,
porque todos los seres vivos gozaban de la vida por su
providen-
cia y sus dones. Ocultando la orden de Dios y sus propósitos
de
sacrificar a su hijo a su mujer y sus siervos, para que no
le im-
pidieran obedecer a Dios, tomó a Isaac con dos siervos y
cargan-
do en un asno lo necesario para el sacrificio partió hacia
la mon-
taña.
Los siervos marcharon con él dos días; al tercer día, cuando
vió delante de sí a la montaña, dejó en el campo a los
siervos que
lo acompañaban y siguió adelante con su hijo. Era la montaña
en
la cual el rey David levantó después el Templo. Llevaba todo
lo
necesario para el sacrificio menos el animal que había de
ser
ofrendado. Isaac tenía veinticinco años de edad. Y cuando
estaba
construyendo el ara preguntó a su padre qué sacrificio
ofrecerían, ya que faltaba la víctima para el holocausto. Le
contestó que Dios proveería la víctima, porque él tenía el
poder
de suministrar todo lo que el hombre necesita y de privar de
lo
que tienen a los que se creen seguros; por eso si Dios
quería que
le fuera propicio el sacrificio proveería él mismo la
víctima.
3. Cuando estuvo preparado el altar y Abram depositó la leña
y todo estuvo listo, habló de este modo a su hijo:
-¡Oh, hijo! Muchos votos hice a Dios para que tú nacieras.
Cuando viniste al mundo te eduqué con los mayores cuidados,
no
habiendo nada que te fuera útil que no me empeñara en
conseguir, y nada que me hiciera más feliz que la idea de
verte
hecho un hombre y de dejarte a mi muerte como sucesor de mis
dominios. Pero como fué voluntad de Dios que yo fuera tu
padre,
y ahora es su voluntad que renuncie a ti, acepta con valor
tu
consagración.
Porque te cedo a Dios, que ha considerado conveniente
reclamarme esta prueba de veneración por los beneficios que
me
ha concedido, siendo mi sostenedor y mi defensor. Como has
nacido morirás ahora, no de la manera ordinaria, sino
enviado a
Dios, padre de todos los hombres, por tu propio padre, por
la vía
ritual del sacrificio. Sin duda te considera digno de irte
del
mundo no por enfermedad ni por guerra ni por ninguna de las
otras maneras corrientes, sino recibiendo tu alma en solemne
sacrificio, para ponerte junto a sí; y allí serás mi apoyo y
el
sostenedor de mi vejez. Para eso principalmente te crié, y
tú
ahora harás que Dios sea mi consuelo en tu lugar1
.
4. Isaac (que era de ánimo generoso, como hijo de su padre),
quedó muy satisfecho del sermón y dijo que no habría
merecido
haber nacido si rechazase la decisión de Dios y de su padre
y no
se adaptase rápidamente a su gusto; sería injusto
desobedecerlo
aunque lo hubiese resuelto únicamente su padre. Y se dirigió
in-
mediatamente al altar para ser sacrificado.
El hecho se habría consumado si Dios no se hubiera opuesto;
llamando en voz alta a Abram por su nombre, le prohibió que
matara a su hijo. Y le dijo que no era por deseo de sangre
hu-
1 En la Biblia no figura este discurso.
mana que le había mandado matar a su hijo, ni quería
apartarlo
de aquel a quien había hecho su padre, sino para explorar su
ánimo y saber si obedecería la orden. Conociendo ahora la
pron-
titud y disposición de su piedad, se alegraba de haberle
concedido sus favores y no dejaría de velar por él y por
toda su
descendencia. Su hijo viviría muchos años y después de gozar
de
una existencia feliz dejaría una fuerza potente a una
posteridad
grande y legítima. Le predijo asimismo que su familia
crearía
numerosas naciones y que los patriarcas dejarían una fama
eterna. Su posteridad obtendría la tierra de Canaán y
concitaría
la envidia de todos los hombres.
Dicho esto, Dios hizo aparecer de pronto un carnero para el
sacrificio. Habiendo recibido la promesa de tantos grandes
favo-
res, Abram e Isaac se abrazaron, y después de hacer el
sacrificio
volvieron a reunirse con Sara y vivieron felices todos
juntos,
asistidos por Dios en todo lo que necesitaban.
CAPITULO XIV
Muerte de Sara
1. Sara murió poco después, habiendo vivido ciento
veintisiete
años. La sepultaron en Hebrón; los cananeos les cedieron un
se-
pulcro público, pero Abram compró la tierra por cuatrocientos
siclos a un tal Efrain, un habitante de Hebrón. Allí edificó
Abram su monumento y el de sus descendientes.
CAPITULO XV
Los trogloditas, descendientes de Abram y Cetura
1. Después Abram se casó con Cetura, con la que tuvo seis
hijos, hombres de trabajo y de agudo ingenio: Zambrán,
Jazar,
Madán, Madián,, Josubac y Suc. Los hijos de Suc fueron
Sabatán
y Dadán. Los de éste Latusim, Asuris y Luames. Los hijos de
Ma. dián fueron: Efas, Ofrés, Anoc, Ebidas y Eldas. Para
todos
sus hijos y nietos Abram instaló colonias ocupando las
tierras
trogloditas y la región de la Arabia feliz, que se extendía
hasta el
mar Rojo. Ofrés hizo la guerra a Libia y la conquistó, y sus
nie-
tos, que la habitaron, pusieron su nombre al país y lo
llamaron
Africa.
Lo que acabo de relatar lo atestigua Alejandro Polyhistor,
quien dice: "El profeta Cleodemo, llamado también
Malcus, en la
historia que escribió de los judíos, dice, de acuerdo con el
relato
de Moisés, su legislador, que Abram tuvo muchos hijos con
Cetura; y nombra a tres de ellos: Afer, Surim y Jafrán.
Agrega
que de Surim salió el nombre de Asiria, y de los otros dos,
Afer y
Jafrán, los de la ciudad de Afra y de la tierra del Africa.
Porque
esos hombres ayudaron a Hércules cuando peleó contra Libia y
Anteo. Y dice que Hércules se casó con la hija de Afra y
tuvo con
ella un hijo, Didoro; hijo de éste fué Sofón, de donde sale
el
nombre del pueblo bárbaro de los sofaceos".
CAPITULO XVI
Enlace de Isaac con Rebeca
1. Cuando Abram resolvió tomar por esposa para su hijo
Isaac, que tenía cuarenta años de edad, a Rebeca, nieta de
su
hermano Nacor, envió a hacer los esponsales al más anciano
de
sus sirvientes, después de haberlo obligado a darle la
máxima
garantía de fidelidad. El juramento se hizo de la siguiente
ma-
nera: cada cual puso la mano debajo del muslo del otro, y
ambos
invocaron a Dios como testigo de lo que debían hacer. Y
mandó
con 61 a sus amigos como obsequio objetos que por ser raros
o
nunca vistos en aquella tierra eran de valor inestimable.
El viaje insumió al sirviente mucho tiempo, porque era
difícil
transitar por la Mesopotamia, en invierno por el espesor del
cieno, y en verano por la falta de agua y por los ladrones
que
infestaban el lugar y contra los cuales los viajeros debían
precaverse. Finalmente llegó a Carra. Antes de entrar en la
ciudad se encontró con una gran cantidad de doncellas que
iban
a buscar agua y rogó a Dios que Rebeca, aquella a la que su
amo
le había enviado a pedir para su hijo, estuviese entre
ellas, y que
la señal para reconocerla,
fuese que las demás le negasen agua y
ella se la diese.
2. Con ese propósito se acercó a la fuente y pidió a las
don-
cellas que le dieran agua para beber. Todas se negaron, con
la
excusa de que la necesitaban para sus casas y no podían
disponer de la menor cantidad; sólo una reprochó a las demás
su
falta de hospitalidad, y les preguntó cómo podrían compartir
la
vida de los hombres si se negaban a compartir con ese hombre
un poco de agua. Y se la ofreció gentilmente para beber.
El criado pensó que su misión tendría éxito, pero deseando
co-
nocer la verdad, la alabó por su generosidad y su humanidad,
porque no había vacilado en dar agua al que la necesitaba,
aunque le costaba trabajo sacarla. Y le preguntó quiénes
eran
sus padres, felicitándolos por tener una hija como ella.
-Sin duda estarás casada, a satisfacción de ellos -le dijo-,
con
un buen esposo a quien darás hijos legítimos.
Rebeca no desdeñó responder a su pregunta, y le dijo quién
era su familia.
-Mi nombre es Rebeca -dijo-. Mi padre se llamaba Batuel,
pero ya ha muerto1
. Mi hermano es Labán, que junto con mi
madre atiende todos los asuntos de mi familia y cuida mi
vir-
ginidad.
Al oírlo el criado se alegró mucho por el episodio y vió que
era
Dios quien había dirigido sus pasos. Sacando los brazaletes
que
había llevado, y otros adornos propios de una virgen, se los
dió a
la muchacha como agradecimiento y recompensa por su amabili-
dad, diciéndole que era justo que se los diera porque había
sido
más amable que las demás. Como se acercaba la noche y no
podía seguir viaje, le pidió que le permitiera pernoctar en
su
casa. Sacando sus preciosos adornos para mujeres, le dijo
que no
los confiaría a nadie mejor que a ellos; y que sin duda por
ser tan
humanitarios su madre y su hermano no quedarían
desconformes con él, porque no sería una carga y pagaría el
alojamiento y los gastos de su propio peculio.
Replicó ella que había acertado en cuanto a la humanidad de
sus padres, pero que no aceptarían dinero y lo hospedarían
com-
pletamente gratis. Pero primero era necesario que le pidiera
licencia a su hermano Labán para llevarlo a su casa.
3. Hecho lo cual la muchacha condujo al forastero. Los
criados
de Labán se hicieron cargo de los camellos y a él Labán lo
llevó a
comer. Después de la cena les dijo, a él y a la madre de la
joven:
-Abram es hijo de Tare, y pariente de vosotros, porque
Nacor,
mujer, el abuelo de estos hijos, era hermano de Abram, de
padre
y madre. El me envió porque desea tomar a esta doncella como
esposa de su hijo. Es su hijo legítimo y su único heredero.
Podría
conseguir a la mujer más opulenta de aquella tierra, pero no
quiere que su hijo se case con ninguna de ellas, sino que
1 No está de acuerdo con la Biblia.
contraiga enlace honorablemente con una de su raza. Fué por
voluntad de Dios que encontré a tu hija y su casa; porque
cuando
estaba cerca de la ciudad vi una cantidad de doncellas que
iban a
la fuente, y rogué que pudiese encontrarme con esta virgen,
lo
cual así sucedió. Debéis, por lo tanto, confirmar el
matrimonio,
cuyos esponsales han sido hechos de antemano por decisión
divina; y honrar a Abram, que me envió con tanto empeño.
Comprendiendo que era la voluntad de Dios, enviaron a la
joven de acuerdo con las condiciones pedidas. Isaac casó con
ella
y recibió la herencia; porque los hijos de Cetura se habían
instalado en sus propias colonias.
CAPITULO XVII
Muerte de Abram
1. Poco tiempo después murió Abram. Fué un hombre de
virtudes incomparables, favorecido por Dios por su gran
piedad.
El total de su vida fué de ciento setenta y cinco años; fué
sepultado en Hebrón, junto con su esposa Sara, por sus hijos
Isaac e Ismael.
CAPITULO XVIII
Esaú y Jacob, hijos de Isaac. Matrimonio de Esaú. Isaac
bendice a Jacob
1. La mujer de Isaac quedó embarazada (después de la muer-
te de Abram), y como el vientre adquiriera un volumen
inusitado, Isaac, inquieto, preguntó por ella a Dios. Este
le
contestó que Rebeca pariría gemelos1
; y que las naciones
tomarían el nombre de sus hijos. Y que el que saliera
segundo
sería superior al primero. No mucho tiempo después, como
predijera Dios, nacieron gemelos; el mayor era áspero y
velloso
de la cabeza a los pies, pero el menor lo tomó del calcañar
cuando estaban naciendo. El padre amaba al mayor, que por su
pilosidad fué llamado Esaú o Seir, porque en hebreo se dice
seir
al pelo. Jacob, el menor, era más amado por la madre.
2. Como había hambre en el país, Isaac quiso trasladarse a
Egipto, pero por orden de Dios se traladó a Gerar, donde el
rey
Abimélec lo recibió, porque Abram había vivido en un tiempo
con
él y había sido su amigo.
Al principio lo trató amablemente, pero luego sintió envidia
al
ver que Dios lo ayudaba y lo favorecía, y lo alejó de su
lado. Ad-
virtiendo Isaac que la envidia había cambiado al rey, se
retiró a
un sitio llamado El Valle, no lejos de Gerar. Comenzó a
abrir un
pozo pero lo atacaron unos pastores para impedir que lo
hiciera.
No queriendo luchar, se retiró y abrió otro pozo; otros
pastores
de Abimélec lo hostigaron a su vez. Dejó también el segundo
pozo y se retiró, y de ese modo se ganó la tranquilidad
gracias a
su conducta prudente.
Finalmente, el rey lo autorizó a abrir un pozo sin sufrir
incon-
venientes. Le puso de nombre Rejovot, que significa amplio
espa-
cio. De los pozos anteriores uno se llamaba Escón, que
significa
altercado, el otro Sitena, que significa enemistad.
1 En la Biblia la invocación a Dios la formula en primer
término Isaac (Génesis, XXV, 21), y luego Rebeca (id.,
22), siendo a Rebeca solamente a quien Dios descubre el
porvenir de sus hijos.
3. Los asuntos de Isaac crecieron en potencia y magnitud.
Abimélec creyó que Isaac le guardaba rencor por la mutua
desconfianza que había entre los dos y porque Isaac se
retiró
ocultando su enemistad. Temió que su anterior amistad con
Isaac no fuera eficaz si éste se proponía vengarse de las
ofensas.
Fué, por tanto, a renovar la amistad con él llevando consigo
a
uno de sus generales, llamado Ficol. Después de obtener lo
que
quería, gracias a la bondad de Isaac, que prefería la
amistad que
Abimélec le había demostrado anteriormente a él y a su
padre, a
su ira posterior, se volvió a su casa.
4. Cuando Esaú, el hijo preferido de Isaac, llegó a los
cuarenta años, se casó con Ada, hija de Helón, y con
Alibama,
hija de Esebón, poderosos señores de los cananeos; realizó
los
matrimonios por su propia autoridad, sin consultar a su
padre.
Si hubiese preguntado a Isaac, éste no habría consentido los
enlaces, porque no estaba conforme en contraer alianzas con
los
habitantes de esas tierras. Pero no queriendo molestar a su
hijo,
ordenándole abandonar a sus esposas, prefirió guardar
silencio.
5. Cuando llegó a viejo y quedó privado de la vista, llamó a
Esaú y le dijo que además de su ceguera, su senectud le
impedía
rendir culto a Dios; y le ordenó que fuera a cazar todos los
venados que pudiera y que luego le preparase una cena.
Podría
entonces suplicar a Dios que ayudara a su hijo y lo
sostuviera
durante toda su vida. Añadió que no sabía a ciencia cierta
la
fecha de su muerte, y que deseaba obtener de antemano, con
sus
oraciones, la bene. volencia divina para él.
6. Esaú salió a cazar. Pero Rebeca, creyendo que era mejor
implorar el favor de Dios para Jacob, contrariando la
voluntad
de Isaac le ordenó que matara unos cabritos y preparara un
guisado. Jacob obedeció a su madre, siguiendo sus
instrucciones.
Cuando estuvo listo el guisado, se cubrió los brazos con la
piel de
un cabrito para que su padre, por el vello, creyera que era
Esaú.
Eran mellizos, iguales en todo y diferentes sólo en este
detalle.
Lo hizo por temor de que su padre, antes de hacer las
imploraciones, descubriera su superchería y lo maldijera. Le
llevó la vianda e Isaac, reconociéndolo por la voz, llamó a
su hijo.
Este le dió la mano, cubierta con la piel de cabrito. Cuando
Isaac
la tocó dijo
-Tu voz parece la voz de Jacob, pero por el espesor de tu
vello
veo que eres Esaú.
7. Sin sospechar el engaño comió el guisado y se entregó a
rogar e interceder ante Dios.
Y dijo:
-¡Señor de todos los tiempos y creador de todas las cosas!
Tú
fuiste el que concedió a mi padre abundancia de cosas
buenas, y
me diste todo lo que tengo, y prometiste a mi posteridad ser
su
ayuda y su sostén y concederle favores más grandes aún.
Confirma
ahora tus promesas y no me abandones, porque en mi presente
condición te necesito más que nunca. Concede tu gracia a mi
hijo, evítale todos los males. Concédele una vida feliz y la
posesión de todo lo bueno que tú puedes acordar. Hazlo
temible
para sus enemigos y honrado y amado por sus amigos.
8. Esto es lo que pidió Isaac a Dios, creyendo que sus
ruegos
eran para Esaú. Apenas había terminado cuando volvió Esaú de
la caza. Cuando Isaac advirtió el error, guardó silencio.
Pero
Esaú le pidió que le hiciera compartir la bendición que le
había
dado a su hermano; el padre se negó, porque todas las
oraciones
las había volcado sobre Jacob. Esaú lloró por el error. Su
padre,
apenado por su llanto, le dijo que sería superior en la caza
y
fuerte de cuerpo y en el ejercicio de las armas, en todo lo
cual
obtendría gloria eterna, él y después de él su posteridad.
Pero
que debería servir a su hermano.
9. Jacob temía que su hermano lo castigara por el engaño de
la bendición paterna; su madre lo libró del peligro
convenciendo
a Isaac que tomara esposa para Jacob en la Mesopotamia,
entre
los miembros de su familia. había ae no vuelto gustaban los
Basemat, hija de Ismael, porque a su padre eso, cananeos y
le
había reprobado sus anteriores enlaces;por eso para agradar
a su
padre, se había casado con Basemat, por la realmente sentía
mucho afecto.
CAPITULO XIX
El sueño de Jacob. Raquel. Jacob huye a la Mesopotamia
1. Jacob fué enviado a la Mesopotamia por su madre para que
se casara con la hija de su hermano Labán, matrimonio
autorizado por Isaac en atención a los deseos de su esposa.
Viajó
por las tierras de Canaán y como odiaba a sus habitantes no
se
alojó en la casa de ninguno de ellos; antes bien se tendió
al aire
libre apoyando la cabeza en un montón de piedras reunidas.
Vió
entonces en sueños una escalera que iba de la tierra al
cielo, y
personas que descendían de la escalera y que parecían
superiores a los seres humanos. Finalmente, apareció Dios
mismo sobre ella, claramente visible. Y llamándolo por su
nombre le habló de esta manera:
2. -Jacob, no es propio que tú, hijo de un buen padre y
nietode un abuelo que ganó reputación por sus grandes
virtudes,tedesalientes por tu actual situación; debes
esperar
tiemposmejores,porque con mi ayuda tendrás todas las cosas
buenasenabundancia;yo traje a Abram hasta aquí desde la
Mesopotamia,cuandofuédesterrado por sus parientes, e hice
detupadreunhombrefeliz.No menor será la felicidad que te
concederé a ti. Levanta el ánimo y prosigue este viaje con
mi
guía, porque el matrimonio que buscas con tanto empeño será
consumado. Y tendrás buenos hijos cuyos descendientes serán
multitudes innumerables; y dejarán lo que tengan a una
posteridad más numerosa aún, y a ellos y su posteridad les
doy
el domino de esta tierra, y su posteridad llenará toda la
tierra y
el mar que ilumina el sol. No temas ningún peligro, ni al
trabajo
que deberás cumplir; yo velaré ahora por lo que debes hacer,
y
mucho más en lo futuro.
3. Estas fueron las predicciones que Dios hizo a Jacob,
quien
se alegró de lo que había visto y oído y echó aceite en las
piedras,
porque en ellas le habían sido hechas las predicciones de tantos
grandes favores. Hizo, además, el voto de que ofrecería un
sacrificio sobre ellas, si vivía y volvía sano y salvo; y en
tal caso
daría a Dios el diezmo de lo que hubiese adquirido.
Consideró
también que aquél era un lugar de honor, y lo llamó Bezel, lo
que
en la lengua de los griegos significa casa de Dios.
4. Prosiguió viaje hacia la Mesopotamia y llegó finalmente a
Carra. Se encontró en los suburbios con pastores,
adolescentes y
muchachas, sentados junto a un pozo, y se quedó con ellos
como
si desease tomar agua. Comenzó a hablar con ellos y les
preguntó si conocían a un tal Labán y si aún vivía. Todos
respondieron que lo conocían (porque no era una persona sin
importancia para que hubiese alguno que lo ignorara), y que
su
hija solía pa. cer con ellos el rebaño de su padre. Y se
extrañaron
de que aún no hubiese llegado.
-Por su intermedio -dijeron- podrás averiguar mayores
detalles sobre su familia.
Cuando decían esto llegó la doncella con otros pastores. Le
señalaron a Jacob diciéndole que era un forastero que
preguntaba por su padre. Contenta como una criatura por la
llegada de Jacob, le preguntó quién era, de dónde venía y
qué le
hacía falta. Y le dijo que ojalá pudieran darle todo lo que
necesitaba.1
5. Jacob quedó cautivado no tanto por la comprobación de su
parentesco ni por la benevolencia con que lo recibía, como
por el
sentimiento de amor que le provocó la doncella y la sorpresa
que
experimentó ante su belleza, tan deslumbrante que pocas
mujeres de su edad podían ostentar. Y dijo:
-Si tú eres la hija de Labán, existe un parentesco anterior
a
tu nacimiento y al mío. Abram fué hijo de Tare, como Arán y
Nacor. Tu abuelo Batuel fué hijo de Nacor. Mi padre, Isaac,
de
Abram y Sara, hija de Arán. Pero hay otro lazo de parentesco
más próximo entre nosotros dos, porque mi madre, Rebeca, es
hermana de tu padre Labán, de padre y madre. Luego tú y yo
somos primos hermanos. Vine ahora a saludaros y a renovar
nuestra relación.
1
J. t-8
Ante estos recuerdos la doncella (como suelen hacer las
adolescentes), se echó a llorar y abrazó a Jacob, porque
había
oído hablar a su padre de Rebeca y sabía que sus padres la
apreciaban. Lo abrazó y le dijo que su llegada sería un gran
placer para su padre y para toda su familia, los que siempre
hablaban de su madre y la recordaban mucho. Luego le rogó
que
fuera a ver a su padre; ella lo conduciría, porque no era
justo
privarlo más tiempo de ese gran placer.
6. Dicho esto lo llevó a presencia de Labán. Recibido por su
tío, se sintió seguro y entre amigos, y les produjo mucho
placer
con su presencia inesperada. Pocos días después Labán le
dijo
que no podía expresar en palabras la alegría que le había
ocasionado su llegada, pero quería saber el motivo de su
visita, y
por qué había dejado a sus ancianos padres, que necesitaban
de
sus cuidados; y le dijo que le daría toda la ayuda que fuera
necesario.
Jacob le explicó el motivo de su viaje, diciéndole que Isaac
tenía dos hijos mellizos, él y Esaú; que éste, habiendo
perdido las
bendiciones de su padre, que por la sabiduría de su madre
habían recaído en él, quiso matarlo, por haber sido privado
del
reino que le daría Dios, y de los beneficios implorados por
su
padre. Por eso se había ido, siguiendo las instrucciones de
su
madre.
-Porque -dijo-, todos somos hermanos, pero mi madre aprecia
más una alianza con ustedes que con cualquier familia de
aquella tierra. Confié para mi peregrinación en la
protección de
Dios y en la tuya y por eso me considero seguro en las
actuales
circunstancias.
7. Labán prometió ayudarlo amistosamente, en homenaje de
sus antepasados y sobre todo en obsequio de su madre, a la
que
demostraría su afecto, aún estando ausente, rodeando de
atenciones a su hijo. Porque lo nombraría principal pastor
de su
rebaño, con toda la autoridad necesaria. Y cuando quisiera
volver a reunirse con sus padres, les enviaría obsequios
dignos
de su estrecho parentesco.
Jacob escuchó sus palabras con mucha alegría y le dijo que
con gusto aceptaría todas las labores que quisiera
encomendarle
mientras estuviese con ellos, pero que quería a Raquel por
esposa, como recompensa por esas labores, porque ése fué el
propósito de su viaje (y porque amaba a la doncella). Labán
aceptó complacido la propuesta y consintió en darle la
doncella
porque dijo que no podría encontrar otro yerno mejor que él.
Pero le anunció que se la daría por esposa si se quedaba
cierto
tiempo a vivir con ellos, porque no quería que su hija fuera
a
vivir entre los cananeos; ya estaba bastante arrepentido de
la
alianza que había hecho anteriormente su hermana.
Jacob consintió, conviniendo en que se quedaría siete años.
Resolvió servir este tiempo a su suegro, para que así,
conociendo
su virtud; supiera qué clase de hombre era. Labán aceptó las
condiciones y transcurrido el tiempo señalado, preparó la
ceremonia nupcial. Cuando llegó la noche, sin que Jacob lo
adviritiera Labán le puso en la cama a su otra hija, que era
mayor que Raquel y de rostro no tan agraciado. Por el vino
que
habían bebido y la oscuridad Jacob no advirtió con quién se
acostaba.
Cuando llegó la luz del día conoció el engaño y reprochó a
La-
bán su proceder injusto. Labán le pidió perdón y alegó que
no le
había dado a Lía por maldad, sino obligado por la necesidad.
Sin
embargo nada le impediría casarse también con Raquel; si le
servía otros siete años le daría la doncella que amaba.
Jacob acce-
dió a la condición, porque su amor por la muchacha no le
permi-
tía hacer otra cosa. Y después de otro lapso de siete años,
tomó a
Raquel en matrimonio.
8. Las dos hermanas tenían cada cual una criada, que les
había dado el padre. La de Lía era Zelfa y la de Raquel,
Bala; no
eran esclavas, sino sometidas a sus amas. Lea sufría por el
amor
que su marido demostraba a su hermana; pensó que si le diera
hijos sería más apreciada, y en este sentido rogó
continuamente
a Dios. Dió a luz un hijo, y su esposo se reconcilió con
ella; Lía le
puso el nombre de Rubén, porque Dios había tenido
misericordia
dándole un hijo; esto es lo que significaba el nombre.
Después de
cierto tiempo tuvo tres hijos más; Simeón, nombre que
significa
que Dios había escuchado sus ruegos; Leví, el confirmador de
su
amistad, y luego Judá, que significa acción de gracias.
Raquel, temiendo que la fertilidad de Lía haría disminuir su
parte del amor de Jacob, le dió como concubina a su criada
Bala;con ella tuvo Jacob un hijo llamado Dan, nombre que en
griego podría interpretarse como reivindicación de Dios. Luego
nació Neftalí, "conquistado con dolo", porque
Raquel había
contendido con la fecundidad de su hermana mediante el dolo.
Pero Lía siguió el mismo sistema, y usó del mismo artificio
contra su hermana: dió a su marido a su criada Zelfa como
con-
cubina. Tuvo un hijo cuyo nombre fué Gad, que puede
interpre.
tarse como ventura. Después de él nació Aser, que sería
"el que
da dicha", porque había aumentado la dicha de Lía.
Rubén, el hijo mayor de Lía, trajo mandrágoras a su madre.
Cuando Raquel las vió le pidió que se las diera, porque
ansiaba
comerlas. Su hermana se las negó, diciéndole que se
conformara
con haberla privado de los favores de su marido. Raquel,
para
aliviar la animosidad de su hermana, le propuso cederle esa
noche a su marido para que se acostara con ella. Aceptó Lía
el
favor, y aquella noche Jacob durmió con ella, por gracia de
Raquel. Luego dió a luz a estos hijos: Isacar, que significa
nacido
por merced, y Zabulón, o prueba de la benevolencia hacia
ella; y
una hija, Dina. Un tiempo después Raquel tuvo un hijo
llamado
José, que significa que habría un agregado.
9. Jacob apacentó el rebaño de su suegro durante veinte
años.
Pasado este tiempo le pidió permiso para irse a su casa con
sus
esposas. Como su suegro se lo negara, decidió marcharse
secreta-
mente y consultó la opinión de sus mujeres sobre el viaje.
Ellas
se declararon conformes.
Raquel se llevó consigo las imágenes de los dioses que según
sus leyes adoraban en esa tierra y se fugó con su hermana,
los
hijos de ambas, las criadas y todo lo que poseían. Jacob se
llevó
además la mitad del ganado, sin decir nada a Labán. La razón
de que Raquel se llevase los ídolos, aunque Jacob le había
enseñado a despreciar esos cultos, fué que, en caso de que
fueran
perseguidos y alcanzados por su padre, podría acudir a los
ídolos
para lograr su perdón.
10. Tres días después, al enterarse de que Jacob había
partido con sus hijas, Labán se sintió muy indignado y los
persiguió llevando consigo un grupo de hombres; al séptimo
día
los alcanzó, encontrándolos cuando estaban descansando en
una
loma. No discutió con ellos porque era la caída de la tarde;
pero
Dios se le apareció en sueños y le advirtió que debía
recibir a su
yerno y sus hijas pacíficamente; que no se dejara llevar por
la ira
e hiciera un pacto con Jacob. Y le previno que si juzgando
que
eran un grupo reducido los atacaba violentamente, él estaría
de
parte de ellos. Advertido de ese modo por Dios, Labán llamó
a
Jacob al día siguiente para tratar con él y le relató el
sueño que
había tenido. Cuando aquél se acercó confiado le reprochó su
proceder, diciendo que lo había mantenido cuando era pobre y
le
había dado todo lo que necesitaba.
-Te di -dijo-, mis hijas en matrimonio, y supuse que de este
modo aumentaría tu afecto; pero tú no tuviste consideración
ni
por el parentesco que me une con tu madre ni por el que
contra-
jimos luego nosotros; ni por las esposas con quienes te
casaste, ni
por los hijos de los que soy abuelo. Me trataste como si
fuera tu
enemigo, llevándote mi ganado y convenciendo a mis hijas que
huyeran del lado de su padre; y llevándote las sagradas
imágenes paternales que adoraron mis antepasados y a las que
yo honré con el mismo culto. Y todo esto lo has hecho siendo
mi
pariente, hijo de mi hermana y esposo de mis hijas, y
después de
haber sido tratado por mí con hospitalidad y de haber comido
en
mi mesa.
Dicho esto por Labán, Jacob se defendió diciendo que él no
era el único en quien Dios había implantado el amor a la
patria y
que era razonable que después de tanto tiempo quisiera
volver a
su tierra.
-En cuanto a la rapiña de que me acusas -dijo-, cualquiera
que lo juzgase encontraría que fuiste tú quien me trató con
injus-
ticia. En lugar de las gracias que debiera haber recibido de
ti por
cuidarte y aumentarte el ganado, me reprochas sin razón por
haberme llevado apenas una pequeña parte. En cuanto a tus
hijas has de saber que no es con malas artes que me han seguido
en mi regreso a mi hogar, sino por el amor que las esposas
sienten naturalmente por sus maridos. Y no me siguen tanto a
mí como a sus hijos.
De este modo se justificó para rechazar la acusación de
haber
actuado injustamente. Luego añadió sus propias quejas y
acusa-
ciones contra Labán, diciendo que era el hijo de su hermana
y
que le había dado sus hijas en matrimonio, pero que lo había
agotado haciéndolo trabajar para él veinte años. Los que
tuvo
que trabajar para casarse con sus hijas fueron pasables,
pero los
que agregó luego fueron peores que si hubiesen sido
inferidos a
un enemigo.
Porque en realidad Labán había tratado muy mal a Jacob;
como viera que Dios estaba con él en todo lo que deseaba, le
pro-
metía que del ganado nuevo que naciera, le corresponderían a
veces los blancos y otras veces los negros; pero cuando los
que
debían pasar a poder de Jacob eran numerosos, no cumplía su
palabra y le decía que se los entregaría al año siguiente,
porque
le envidiaba la cantidad de sus posesiones. Le prometía
siempre
en la creencia de que no habría una producción tan grande. Y
cuando nacía el ganado lo engañaba.
11. En cuanto a las imágenes sagradas, Jacob lo invitó a que
lo registrara. Labán aceptó y cuando Raquel lo supo las puso
en
la silla del camello en que viajaba, y se sentó encima.
Luego dijo
que la menstruación le impedía levantarse. Labán dejó de
buscar, porque no suponía que su hija se acercaría a los
ídolos
estando en ese estado. Hizo un pacto con Jacob, sellado con
juramento, de que no le guardaría rencor por lo acontecido;
y
Jacob aceptó y prometió amar a las hijas de Labán. Hicieron
los
juramentos en unas montañas en las que levantaron una
columna de forma de altar. Por eso aquella colina se llama
Galaad, y por eso aquella tierra se sigue llamando aún hoy
la
tierra de Galaad. Después de festejar el pacto, Labán se
volvió a
su casa.
CAPITULO XX
Jacob vuelve a Canaán. Su encuentro con Esaú
1. Cuando Jacob se dirigía a la tierra de Canaán vió ante él
en el camino unos ángeles de Dios que le dieron buenas refe-
rencias de su futuro; al sitio en que aparecieron lo llamó
Campa-
mento de Dios. Deseando saber cuáles eran las intenciones
que
tenía su hermano a su respecto, envió mensajeros para que lo
averiguaran con exactitud, temiendo que subsistiera la
antigua
enemistad. Les encargó que dijeran a Esaú que Jacob no había
creído conveniente vivir con él cuando estaba enojado y por
eso
se había ido de la región, pero que ahora, suponiendo que el
tiempo transcurrido había modificado las cosas, volvía a su
hogar trayendo consigo a sus esposas y sus hijos y los
bienes que
había adquirido. Se entregaba en sus manos, con todo lo que
era
más caro para él. Su mayor placer sería compartir con su
hermano todo lo que Dios le había dado.
Los mensajeros transmitieron el mensaje y Esaú, muy
contento, le salió al encuentro con cuatrocientos hombres.
Cuando Jacob supo que se aproximaba con tanta gente armada,
tuvo miedo. Se encomendó a Dios y arbitró los recursos
necesarios para salvarse él y los suyos si los atacaban
violentamente. Dividió a su comitiva en dos partes; envió la
primera delante y ordenó a la otra que lo siguiera muy de
cerca.
De tal modo si el enemigo dominaba a la primera se
refugiaría
en la segunda. Hecho esto envió presentes a su hermano,
consistentes en animales de carga y numerosos cuadrúpedos de
todas clases que serían muy estimados por sus destinatarios
debido a su rareza. Los envió separados por ciertos
intervalos
entre sí, para que fueran llegando continuamente y
parecieran
más numerosos. Esperaba aplacar la cólera de Esaú con los
presentes, si aún estaba irritado. Dió asimismo
instrucciones a
los mensajeros de que le hablaran en términos amables.
2. Hechos todos estos preparativos de día, Jacob se puso en
marcha de noche con su comitiva. Después de cruzar el río
Jaboc,
Jacob quedó rezagado. Tropezó con un espectro que lo
provocó,
luchó con él y lo venció. El espectro alzó la voz y habló,
dicién-
dole que se alegrara por lo que le había sucedido porque no
era
una victoria fácil la que había obtenido: había vencido a un
ángel
divino y debía considerar la victoria como un presagio de la
gran
felicidad que le esperaba. Su descendencia jamás fracasaría
y
nadie sería bastante fuerte para vencerla. Le ordenó además
que
en lo sucesivo se llamara Israel, palabra que en hebreo
significa
"el que luchó con el ángel divino".
Estas promesas fueron formuladas a ruego de Jacob, que
cuando supo que era un ángel de Dios le pidió que le
aclarara su
futuro. Pronunciadas sus palabras el espectro desapareció.
Jacob
quedó complacido por todo lo ocurrido y llamó a aquel sitio
Fa-
nuel, que significa "el rostro de Dios". Como de
la lucha le
quedara dolorido el nervio ancho, se abstuvo después de
comer
ese nervio. Y por eso nosotros no lo comemos hoy en día.
3. Cuando Jacob supo que su hermano estaba cerca envió
delante a sus mujeres, cada cual con su criada, para que
vieran
de lejos la pelea de los hombres, si éste era el designio de
Esaú.
Luego se dirigió a su hermano Esaú y le hizo una reverencia.
Esaú, que no abrigaba malas intenciones, le devolvió el
saludo, y
le preguntó quiénes eran esas mujeres y esos niños. Cuando
averiguó lo que deseaba saber, le pidió que fueran con él a
la
casa de su padre. Pero Jacob se excusó pretextando que los
ani-
males estaban cansados, y Esaú se volvió a Saira, que así se
lla-
maba el lugar donde vivía. Le había puesto ese nombre,
"hirsuto", por su hirsuta cabellera.
CAPITULO XXI
El rapto de Dina
1. Jacob llegó a un sitio que todavía ahora se llama Skenas
(Tiendas) y de ahí se trasladó a la ciudad de Síquem, que
era de
los cananeos. Los siquemitas celebraban una festividad
solemne
y Dina, la única hija de Jacob, fué a la ciudad a ver los
atavíos de
las mujeres. Cuando la vió Siquem, hijo del rey Emor, la
raptó y
la violó. Pero enamorado de la joven, rogó a su padre que le
pidiera a la joven en matrimonio. El padre consintió y fué a
ver a
Jacob para pedirle que su hijo tomara a Dina en legítimo
connubio. Jacob juzgó que la ley le prohibía casar a su hija
con
un extranjero, pero no podía negarse a un personaje de tan
alta
jerarquía, y le pidió permiso para consultar el caso. El rey
partió,
esperando que Jacob accedería al enlace.
Jacob informó a sus hijos de la violación de su hermana y
del
pedido de Emor. Y les pidió que le dieran un consejo. Nadie
supo
decir nada, salvo Simeón y Leví, hermanos de madre de la
muchacha, que convinieron en la siguiente resolución: como
los
siquemitas estaban de fiesta, los atacarían de noche cuando
se
hallaran dormidos, matarían a todos los hombres incluso al
rey y
su hijo, y respetarían a las mujeres. Esto lo hicieron sin
el con-
sentimiento de su padre, y rescataron a su hermana.
2. Cuando Jacob, estupefacto ante la magnitud de aquellos
actos, reprochaba a sus hijos por haberlos cometidos, se le
apare-
ció Dios y le ordenó que recuperara el ánimo, que purificara
las
tiendas y ofreciera los sacrificios que había prometido
cuando fué
a Mesopotamia y vió la visión. Cuando estaba purificando a
su
gente, encontró los dioses de Labán (no sabía que Raquel los
ha-
bía robado). Los escondió enterrándolos al pie de una
encina;
luego partió de allí y ofreció sacrificio en Bezel, donde
había visto
el sueño cuando se dirigía a Mesopotamia.
3. De allí siguió viaje y llegó a Efrata, donde sepultó a
Raquel
que murió de parto. Fué la única de los parientes de Jacob
que
no tuvo la honra de ser sepultada en Hebrón. Después de
cumplir un largo período de luto, dió al hijo que había
nacido el
nombre de Benjamín, por el dolor que le había causado a la
madre 1
. Estos fueron los hijos de Jacob, doce varones y una
mujer. De ellos ocho eran legítimos, seis de Lía y dos de
Raquel;
y cuatro de las criadas, dos de cada una. Los nombres ya han
sido dichos anteriormente.
1 En la Biblia Raquel llama a su hijo Benoni (de Biniamin,
hijo de mi vejez), en recuerdo de
sus sufrimientos.
CAPITULO XXII
Muerte de Rebeca y de Isaac
1. De allí Jacob se trasladó a Hebrón, ciudad situada en
Canaán; allí residía Isaac. Vivieron un tiempo juntos. A
Rebeca
Jacob no la encontró viva. Isaac murió al poco tiempo de
regresar
su hijo y fué enterrado por sus hijos junto a su mujer, en
Hebrón,
donde tenían el sepulcro de sus antepasados. Isaac fué un
hombre amado por Dios, y recibió los favores de la
providencia
divina después de su padre Abram. Vivió muchísimos años;
después de vivir virtuosamente ciento ochenta y cinco años,
murió2
.
2 La Biblia fija en ciento ochenta años la edad de Isaac
(Génesis, XXXV, 28).
LIBRO II
Abarca un lapso de doscientos veinte años
CAPITULO I
Esaú y Jacob se reparten sus dominios. Esaú se queda con
la Idumea y Jacob con Canaán
1. Después de la muerte de Isaac sus hijos se repartieron
sus
dominios, sin retener lo que habían recibido antes. Esaú se
trasladó de la ciudad de Hebrón, que dejó a su hermano, a la
de
Seir, desde donde gobernó a Idumea, país al que puso su
propio
sobrenombre. Lo llamaban Edom por la siguiente causa: Un día
que volvía muy hambriento de cazar (era un niño aún), se en-
contró con su hermano que preparaba un potaje de lentejas,
de
un color rojo oscuro. Se sintió incitado a comerlo y le rogó
a su
hermano que le diera una parte; éste, aprovechando el hambre
de su hermano, lo obligó a cederle en cambio la
primogenitura11
.
Impulsado por el hambre, aquél así lo hizo, bajo juramento.
De
ahí que, debido al color rojo del potaje lo llamaran en
broma
Edom, que es como se dice rojo en hebreo. Y éste fué el
nombre
que puso al país. Pero los griegos le dieron una
pronunciación
más agradable, llamándolo Idumea.
2. Tuvo cinco hijos, de los cuales Jaús, Jeglom y Coreo lo
fueron de una de sus esposas llamada Alibama; de los
restantes,
Elifas fué engendrado por Ada, y Ragüel por Basemat; éstos
fueron los hijos de Esaú. Elifas tuvo cinco hijos legítimos,
1 En la Biblia Esaú cede su derecho de primogenitura a
Jacob, no dándole en ese momento
ninguna importancia (Génesis, XXV, 31-34).
Temán, Omán, Sofar, Gotam y Cenés; Amalec no era legítimo,
sino hijo de una concubina llamada Tamna. Vivió en una parte
de la Idumea denominada Gobolitis, la que por Amalec se
llamó
Amalecitia. Idumea era una tierra muy grande y conservó ese
nombre para el conjunto, mientras sus distintas partes
llevaban
el nombre de sus habitantes.
CAPITULO II
Prosperidad de Jacob. Los sueños de José
1. Jacob alcanzó una felicidad tan grande que difícilmente
algún otro hombre la habrá igualado. Era el más rico de los
ha-
bitantes de su tierra, y fué envidiado y admirado además
porque
tenía hijos virtuosos, sin defectos, laboriosos y aptos y de
aguda
inteligencia. Dios le concedió su providencia y cuidó su
dicha,
acordándole grandes beneficios aun en las condiciones que
pa-
recían las más penosas y preparó la salida de nuestros
antepasados de Egipto, por medio de Jacob y sus
descendientes.
Fué de la siguiente manera: José, hijo de Raquel, era al que
más
amaba de todos sus hijos, por la belleza de su cuerpo y las
virtudes de su alma (porque era superior a todos en
sabiduría).
El afecto de su padre y los sueños que vió y que contó a su
padre
y sus hermanos, y que predecían su felicidad futura,
provocaron
la envidia y el odio de sus hermanos. La naturaleza humana
es
proclive a envidiar la prosperidad ajena, incluso la de los
parien-
tes más próximos. Las visiones que vió en sueños fueron las
si-
guientes:
2. José fué enviado con sus hermanos a recoger el fruto de
la
tierra, cuando vió una visión en un sueño, pero muy distinta
de
las apariciones habituales que suelen presentarse en los
sueños.
Cuando despertó la contó a sus hermanos, para que
interpretaran su presagio. Les dijo que había visto la noche
anterior que su manojo permanecía inmóvil en el mismo sitio
donde lo había dejado mientras los manojos de sus hermanos
corrían a inclinarse delante del suyo, como sirvientes ante
el
amo. Comprendiendo que el sueño pronosticaba para José poder
y riquezas y la supre macía sobre ellos, se abstuvieron de
interpretar el sueño, como si no lo entendieran1
. Rogaron que no
1 1 La Biblia dice, en cambio, que ante el relato de José
exclamaron sus hermanos:
"¿Pretendes reinar sobre nosotros y dominarnos?"
(Gén., 37, 8).
se cumplieran sus presagios y aborrecieron aún más a su
hermano.
3. Pero Dios, oponiéndose a su envidia, envió a José otra
visión mucho más maravillosa que la primera; José vió que el
sol
y la luna y las demás estrellas bajaban a la tierra y se
pros-
ternaban ante él. Contó el sueño a su padre, en presencia de
sus
hermanos, de los que no sospechaba ningún mal, para que
inter-
pretara su significado.
A Jacob le agradó el sueño, porque pensando en el presagio
que contenía, cuyo significado acertó sabiamente, se alegró
por
los grandes anuncios que pronosticaba y que anticipaban la
felicidad de su hijo y el advenimiento de un futuro en el
que, con
la bendición de Dios, sería honrado y considerado digno de
adoración por sus padres y hermanos. Porque supuso que la
luna
y el sol representaban a la madre y al padre: la primera era
la
que hacía crecer y nutría todas las cosas, el segundo era el
que
les daba forma y fuerza. Y que las estrellas eran los
hermanos,
puesto que eran en número de once, lo mismo que las
estrellas
que reciben su poder del sol y la luna.
4. Esta fué la interpretación, no desacertada, que hizo
Jacob
del sueño; pero el presagio causó gran pesar a los hermanos
de
José. Lo sintieron como si fuera un extraño el que recibiría
las
cosas buenas contenidas en el sueño, y no un hermano con el
que
podrían compartir todos los bienes. Estando unidos por el
parentesco del nacimiento serían también partícipes de la
feli-
cidad.
Resolvieron matar a su hermano, y confirmándose en su reso-
lución, en cuanto recogieron la cosecha se trasladaron a
Siquem
(tierra apta para el pastoreo). Allí llevaron a pacer a sus
rebaños, sin comunicar a su padre el sitio adonde iban.
Jacob,
que no sabía dónde estaban sus hijos ni tenía noticias de
los
rebaños, temiendo por ellos envió a José con el encargo de
que
averiguara lo que ocurría y le trajera la información.
CAPITULO III
Los hermanos de José traman su muerte
1. Cuando los hermanos lo vieron venir se alegraron, no por
la llegada de un pariente y un enviado de su padre, sino por
la
presencia de un enemigo que la voluntad de Dios ponía en sus
manos. Resolvieron no dejar pasar la oportunidad y matarlo.
Rubén, el mayor, al verlos dispuestos a cumplir sus
propósitos,
trató de refrenarlos, haciéndoles ver que cometerían un acto
inhumano e impío, repudiable a los ojos de Dios y de los
hombres; lo sería si no fuera un pariente de ellos, y lo era
mucho
más tratándose de un hermano. Ese acto perverso y repudiable
causaría un gran dolor a su padre y una tremenda pena a su
madre, que lloraría la pérdida de su hijo muerto de una
manera
contraria a todas las leyes naturales1
.
Les rogó por lo tanto que por su propia conciencia compren-
dieran el error que cometerían con la muerte de un hijo tan
bueno y tan joven; y que temieran a Dios, que era espectador
y
testigo de sus designios contra su hermano. Si abandonaban
sus
propósitos y se entregaban al arrepentimiento y la
penitencia los
amaría; pero si ejecutaban el acto propuesto, el asesinato
de su
hermano, les infligiría toda clase de castigos, porque ha.
brían
profanado su voluntad omnipresente que ve todo lo que
sucede,
sea en las ciudades o en el desierto. Porque en todas partes
donde se encuentren los hombres deben suponer que también se
encuentra Dios. Añadió que sus conciencias serían sus peores
enemigos si llevaban a cabo la perversa empresa; la
conciencia
1 Hay aquí una contradicción, porque si bien la
interpretación del segundo sueño la incluye, Raquel había
muerto mucho tiempo antes (Génesis, XXXV, 19).
no se puede eludir jamás, ya sea una conciencia buena o la
que
les tocaría llevar en su interior si mataran a su hermano.
Añadió que aparte de lo dicho no era justo matar a un her-
mano, aunque los hubiese ofendido. Que es una buena acción
olvidar los actos de los parientes próximos, aunque parezcan
in-
juriosos. Que José no les había hecho ningún daño, y que su
poca
edad debía moverlos a misericordia y a cuidarlo y protegerlo.
Que la causa por la que querían matarlo hacía el acto más
perverso aún, porque lo harían por envidiarle su futura
prospe-
ridad, de la cual participarían con él, mientras él la
gozase, por
partes iguales, ya que no eran ajenos sino parientes cercanos.
Porque lo que Dios concediera a José podían considerarlo
como
que era concedido para ellos también. Y que no olvidaran que
la
ira de Dios sería mayor si mataban al que Dios había juzgado
digno de la prosperidad esperada; al matarlo, impedían a
Dios
que se la otorgase.
2. Estas y otras cosas dijo Rubén, rogándoles y tratando de
impedirles que mataran a su hermano. Pero cuando vió que sus
palabras no conmovían a sus hermanos y que éstos se apresta-
ban a cumplir su propósito, les aconsejó que para aliviar la
per-
versidad del acto eligieran otro medio para llevarlo a cabo;
por-
que si a pesar de sus exhortaciones, con las que trataba de
disua-
dirlos de cumplir la venganza, insistían en matar a su
hermano,
la culpa sería menor si seguían el consejo que ahora les
daría,
para que hicieran lo que deseaban de una manera menos vio-
lenta. Les pidió que no mataran a su hermano con sus propias
manos, y que más bien lo arrojaran a la cisterna que había
en el
desierto, y lo dejaran morir allí; de ese modo no se
mancharían
las manos con su sangre. Los jóvenes aceptaron rápidamente
el
consejo. Rubén tomó una cuerda, ató al niño y lo descendió
suavemente al pozo, que no tenía nada de agua. Hecho esto,
siguió su camino buscando pastos para el ganado.
3. Judá, otro de los hijos de Jacob, al ver unos árabes,
des-
cendientes de Ismael, que conducían a Egipto especias y pro-
ductos de Siria de la tierra de Galaad2
, después de irse Rubén
2 En la Biblia son todos los hermanos, y no sólo Judá, los
que ven pasar a los ismaelitas (Génesis, XXXVII,
25).
aconsejó a sus hermanos que sacaran a José del pozo y lo
ven-
dieran a los árabes; porque si moría entre extraños a mucha
distancia de allí, ellos se librarían de la responsabilidad
de esa
acción brutal.
Así lo resolvieron; sacaron a José de la cisterna y lo
vendieron
a los mercaderes por veinte minas. Tenía diecisiete años.
Rubén
volvió por la noche sin decir nada a sus hermanos, para
sacar a
José del pozo: como sus llamadas no obtuvieran respuesta,
temió
que lo hubiesen matado después de haberse ido. Se quejó a
sus
hermanos y cuando le contaron lo que habían hecho, Rubén
dejó
de lamentarse.
4. Después que los hermanos vendieron a José meditaron so-
bre la manera de eludir las sospechas de su padre. Le habían
quitado la túnica que llevaba puesta (cuando lo descendieron
al
pozo), y pensaron conveniente desgarrarla y empaparla en
san-
gre de cabra, y luego llevársela a su padre para hacerle
creer que
había sido devorado por las fieras.
Así lo hicieron y se presentaron ante el anciano, que ya
había
tenido conocimiento de la desgracia de su hijo2
. Le dijeron que no
habían visto a José ni sabían qué desgracia le había pasado,
pero
que habían encontrado su túnica ensangrentada y rota, sos-
pechando, si ésa era su túnica, que había caído en las
garras de
las fieras. Jacob, que había concebido la esperanza de que
lo
hubiesen vendido como esclavo, abandonó la esperanza, porque
la túnica, que era la que llevaba puesta cuando lo envió a
buscar
a sus hermanos, era prueba de que estaba muerto.
Lloró la muerte del niño como si no tuviera más que un hijo,
y
sin hallar consuelo en los demás. Envuelto en una arpillera
y
presa de gran aflicción, no lo aliviaron los consuelos de
sus hijos
y no se aplacó su dolor durante mucho tiempo.
2 En el Génesis no figura este detalle.
CAPITULO IV
José en la casa de Putifar. La castidad de José
1. Los mercaderes vendieron a José a Putifar, un egipcio que
era jefe de los cocineros del rey Faraón y que lo trató con
mucha
amabilidad y le dió la educación y los alimentos
correspondientes
a hombres libres y no a esclavos. Además, lo nombró
administra-
dor de sus bienes. Gozando de todas estas ventajas, José no
abandonó, sin embargo, con motivo de su cambio de posición,
las
virtudes que poseía anteriormente, demostrando que la
prudencia puede fiscalizar las inseguras pasiones de la vida
cuando se la posee realmente, y cuando no es solamente
apariencia impuesta por una prosperidad pasajera.
2. Cuando la esposa de su amo se enamoró de él, por la
belleza de su cuerpo y su habilidad para manejar las cosas,
la
mujer pensó que con sólo decírselo lo haría acostarse con
ella,
considerando una gran dicha el que su ama quisiera
divertirse
con él. (Ella pensaba en su condición de esclavo, y no en su
moralidad, que siguió siendo la misma después de su cambio
de
condición.) Le comunicó, por lo tanto, sus inclinaciones y
lo invitó
a satisfacerlas. Pero él rechazó sus ruegos, considerando
que
sería injusto ceder a sus instancias e inferir una ofensa al
que lo
había comprado y le había concedido tantos favores. La
invitó, en
cambio, a refrenar su pasión, haciéndole ver la
imposibilidad de
conseguir sus deseos, los que podría dominar al saber que no
lograría complacerlos. Estaba dispuesto a sufrir cualquier
contratiempo antes que cometer ese delito. Porque aunque un
esclavo, como él, no debía contrariar a su ama, podía ser
disculpado en un caso como aquél. La negativa inesperada de
José exacerbó la pasión de su ama. Acosada dolorosamente por
su perversa pasión, trató de satisfacerla haciendo una nueva
tentativa.
3. Cuando llegó una fiesta pública a la que solían asistir
las
mujeres, dijo a su esposo que estaba enferma, para quedarse
sola
y renovar sus ruegos con José. Volvió a suplicarle con
palabras
más dulces, diciéndole que haría bien en ceder a su primer
pedido y no contradecirla, por el respeto que debía a su
dignidad
y considerando la vehemencia de su pasión que la había
obligado, aunque era el ama, a humillar su majestad; ahora
podía, siguiendo una conducta más prudente, enmendar su
anterior error. Ahora volvía a hacerle las mismas
solicitaciones y
con más pasión, porque había pretendido estar enferma sólo
porque prefería su compañía a la solemnidad del festival. Si
se
había negado anteriormente por no creer en la seriedad de
sus
ruegos, le daba ahora la seguridad, repitiendo su pedido, de
que
no trataba de engañarlo.1 Si se sometía a sus deseos no sólo
seguiría gozando de las ventajas que hasta entonces había
adquirido, sino que las aumentaría más aún. Pero si la
rechazaba y prefería conservar su reputación de castidad,
sólo
debía esperar odio y venganza de parte de ella. No ganaría
nada
con su conducta, porque ella lo acusaría ante su marido de
que
había atentado contra su honor. Y Putifar escucharía sus
palabras antes que las de él, aunque las de él fueran más
verí-
dicas que las de ella.
4. Ni las lágrimas y la elocuencia de la mujer, ni la
piedad,
pudieron persuadirlo que abandonara su castidad, ni pudo el
miedo obligarlo a ceder a sus intenciones y sus amenazas.
Prefirió sufrir los peores castigos a gozar de sus actuales
ventajas haciendo lo que su conciencia sabía que por ello
merecería justicieramente la muerte. Le dijo que siendo ella
una
mujer casada sólo debía cohabitar con su marido; estas
razones
eran de mayor peso que el breve placer de un regodeo
lujurioso
del que luego se arrepentiría, con un arrepentimiento que no
corregiría el error cometido. Le habló también del miedo que
sentiría de ser sorprendidos. Que las ventajas del secreto
eran
pocas, y que sólo mientras no se conociera su perversidad
podrían sentirse algo tranquilos. En cambio, la compañía de
su
esposo podía gozarla sin sobresaltos. Añadió que la compañía
de
su esposo le daba la ventaja de poseer una conciencia
limpia,
ante Dios y ante los hombres. Y que actuaría mejor en su
condición de ama haciéndole sentir su autoridad y
conservando
1
J. 1-9
su castidad que complicándose avergonzada en una perversidad
de la que serían secretamente culpables. Es mejor gozar de
una
vida limpia, sabiendo que lo es, que del secreto de una vida
de
prácticas malignas.
5. Diciendo estas y otras cosas José trató de refrenar la
vio-
lenta pasión de la mujer, y retrotraer sus sentimientos a
los lími-
tes de la razón. Pero ella sintió cada vez más vehementes
sus de-
seos, y desesperada de convencerlo le puso las manos encima
para obligarlo por la fuerza. José salió corriendo de la
cámara,
dejando en sus manos la capa; la mujer, temiendo que
delatara a
su marido su lujuria y sintiéndose herida por la ofensa que
le
había inferido, trató de anticiparse acusándolo ante Putifar
y
vengándose de ese modo de su orgullo y su desdén.
Compungida y confusa, aparentó hipócritamente que su enojo
y su pesar, que sentía por haber sido desdeñada, eran por
haber
sido atacada su castidad. Cuando volvió su esposo y le
preguntó
la causa de su disgusto, lanzó su acusación contra José
diciendo:
-Será preciso que mueras, esposo, si no castigas al perverso
esclavo que intentó violar tu lecho, que olvidando quién era
cuando vino a nuestra casa no supo asumir una conducta
modesta, y no recordó los favores recibidos de tu
generosidad;
debe de ser un hombre realmente ingrato el que no se conduce
en
todas las cosas con el mayor respeto hacia nosotros. Este
hombre
se propuso abusar de tu esposa, y aprovechó tu ausencia con
motivo del festival. Ahora se ve claramente que su modestia,
la
que aparentó al principio, se debió solamente al temor que
tenía
por ti, y no a una virtud natural. Esto se debe a que
recibió
honores superiores a los que merecía y esperaba, y dedujo
que si
era digno de que le confiaras la administración y el manejo
de tu
familia, y fuera preferido a los más antiguos de tus
sirvientes,
podía también poner las manos en tu mujer.
Cuando terminó su elocución le mostró la capa, como si
hubiese quedado en su poder cuando trató de forzarla.
Putifar no
podía dejar de creer lo que le decían las palabras y las
lágrimas
de su mujer, y lo que él mismo veía, y seducido por su amor
a su
mujer no se detuvo a investigar la verdad. Seguro de que su
esposa era una mujer púdica, condenó a José por perverso y
lo
envió a la prisión de los malhechores. Y se formó una
opinión
más elevada de su mujer, de cuya modestia y castidad había
recibido el mejor testimonio.
CAPITULO V
En la cárcel. Los sueños del copero y del panadero. Las
visiones del Faraón
1. José, encomendando todas sus cosas a Dios, no trató de
defenderse ni de relatar la verdad de lo sucedido, y aceptó
silen-
ciosamente el cautiverio, creyendo firmemente que Dios, que
sabía la causa de su contrariedad y la verdad de los hechos,
sería
más fuerte que los hombres que lo castigaban. No tardó en
recibir una prueba de la providencia divina. El guardián de
la
cárcel, advirtiendo la diligencia y la fidelidad con las que
cumplía los encargos que le daba, e impresionado, asimismo,
por
la dignidad que reflejaba su semblante, le aligeró las
cadenas,
haciendo su calamidad más llevadera, y le acordó una dieta
mejor que la del resto de los presos.
Los demás prisioneros, terminadas sus pesadas labores,
solían conversar entre sí, como es habitual entre los que
comparten el mismo sufrimiento, y preguntarse las causas que
a
cada uno de ellos los habían llevado a la prisión. Entre
ellos
estaba el copero del rey, a quien éste apreciaba y luego lo
había
encarcelado en un momento de enojo. Este hombre estaba en la
misma cadena que José y se hizo muy amigo de él. Después (al
advertir que José era más inteligente que los demás), le
contó un
sueño que había tenido y le pidió que se lo interpretara,
quejándose de que aparte de las penas que debía sobrellevar
a
causa del rey, Dios le había añadido las que le producían
sus
sueños.
2. Y le dijo que había visto en sueños tres racimos de uvas
col-
gando en tres ramas de una vid, grandes y maduros para ser
recogidos; y que él los exprimió dentro de una copa que el
rey
sostenía en la mano. Después de colar el vino se lo dió a
beber al
rey, quien lo recibió amablemente. Esto era lo que había
visto,
dijo, y quería que José, si entendía algo de esas cosas, le
dijera
qué pronosticaba su visión.
José le respondió que no se desanimara y conservara la
esperanza de que dentro de tres días lo pondrían en
libertad,
porque el rey requeriría sus servicios y lo repondría en su
antiguo cargo. Le hizo saber que el fruto de la vid era un
bien
que Dios concedía a los hombres; el vino es ofrecido a Dios,
es el
compromiso de fidelidad y confianza entre los hombres, pone
fin
a las disputas, aleja el dolor y la pasión y alegra las
mentes.
-Me dices que exprimiste con tus manos, el vino de tres
raci-
mos de uvas y que el rey lo recibió; has de saber, entonces,
que la
visión te favorece; predice la liberación de tu presente
cautiverio
dentro de un número de días igual al de los racimos de los
que
sacaste las uvas en tu sueño. Pero recuerda la prosperidad
que
te he pronosticado, y cuando la compruebes por la
experiencia y
tengas autoridad, no te olvides que quien te la anunció
sigue en
la prisión, donde me dejarás cuando vayas a donde te
anuncio.
No estoy preso por ningún crimen; he sido condenado a sufrir
el
castigo de los malhechores por mi virtud y sobriedad, y
porque
no quise ofender al que me trajo esta desgracia, ni aun
siendo
para mi propio placer.
El copero, como es natural, se alegró al oír esa
interpretación
de su sueño, y esperó que se cumpliera lo que le había pre-
sagiado.
3. Pero había otro servidor del rey, jefe de panaderos, que
estaba en la prisión con el copero. Alentado por la
interpretación
de José del sueño del copero, quiso que José le interpretara
el
suyo (porque había tenido uno la noche anterior), y le
dijera lo
que significaban las visiones que se le habían presentado.
Eran
las siguientes:
-Me parecía -dijo-, que llevaba en la cabeza tres canastas,
dos
llenas de hogazas y la tercera llena de dulces y otras
viandas, como
las que suelen prepararse para los reyes; pero las aves
venían y
se lo comían todo, sin hacer caso de mis esfuerzos por
ahuyen.
tarlas.
El panadero esperaba una predicción semejante a la del
copero. Pero José, después de reflexionar sobre el sentido
del
sueño, le dijo que de buena gana hubiera preferido ser
intérprete
de buenas noticias y no de las que el sueño declaraba; pero
que
sólo tenía dos días de vida (que era lo que significaban las
canastas), y que al tercer día sería crucificado y devorado
por las
aves, sin poder evitarlo. Ambos sueños se cumplieron tal
como
José lo había predicho; al tercer día, cuando el rey celebró
su
cumpleaños, hizo crucificar al panadero y libertó al copero
y lo
repuso en su cargo anterior.
4. Después de sufrir José dos años de encierro, sin que el
co-
pero lo ayudara, porque había olvidado su promesa, Dios lo
libró
de la cárcel arbitrando el siguiente medio: El rey Faraón
había
visto en sueños dos visiones en una misma noche, junto con
las
interpretaciones de ambas; pero olvidó las interpretaciones,
rete-
niendo solamente las visiones. Preocupado por lo que había
visto
(que le parecía triste), al día siguiente reunió a los más
grandes
sabios de Egipto para que le interpretaran los sueños. Como
ellos vacilaran en hacerlo, el rey se sintió más perturbado
aún.
Fué entonces cuando el copero del rey, viendo la confusión
de
Faraón, recordó a José y su inteligencia para entender los
sueños. Habló de él a Faraón contándole el sueño que había
tenido en la cárcel y de qué modo se cumplió su predicción.
Añadió que el jefe de los panaderos había sido crucificado
el
mismo día de su liberación, también de acuerdo con la
interpretación de su sueño hecha por José.
Le informó que José había sido enviado a la cárcel por Pu-
tifar, el jefe de los cocineros, por ser esclavo, pero que
pertenecía
a la clase más noble de los hebreos, y era hijo de un padre
ilustre.
-Si quieres mandarlo llamar, sin parar mientes en su actual
desgracia, conocerás el significado de tus sueños.
El rey ordenó que condujeran a José a su presencia, y así lo
hicieron los enviados, después de ocuparse por indicación
del rey
de atenderlo y acicalarlo.
5. El rey lo tomó de la mano y le dijo:
-¡Joven! Uno de mis sirvientes me dió óptimas referencias
sobre tu gran inteligencia. Me dijo que tú eras actualmente
la
persona a quien mejor podía consultar sobre mis sueños.
Concé.
deme el mismo favor que otorgaste a mi sirviente, y dime
cuáles
son los acontecimientos que pronostican mis visiones. Quiero
que
no me ocultes nada por miedo, que no me adules con mentiras
o
diciéndome cosas que me agraden, aunque la verdad tenga
aspecto horrible. En mi sueño me pareció ver marchando junto
al
río unas vacas gordas, muy grandes, en número de siete, que
iban del río hacia los pantanos; otro número igual de vacas
fué a
su encuentro procedente de los pantanos; eran vacas muy
delgadas y feas y se comieron a las gordas y grandes, pero
no
mejoraron de aspecto y siguieron siendo consumidas por el
hambre. Después de esa visión desperté, pero preocupado por
lo
que pudiera significar mi sueño me volví a dormir y vi otro
sueño, más extraordinario que el anterior, que me preocupó y
atemorizó aún más: vi siete espigas que crecían en una misma
caña, dobladas por el peso de los granos y maduras para la
siega;
y cerca de ellas vi otras siete espigas, magras y marchitas
por
falta de lluvia, que con gran estupefacción mía devoraron a
las
que estaban maduras.
6. José respondió:
-Este sueño, ¡oh, rey! aunque se presentó bajo dos formas,
se
refiere a un mismo acontecimiento; las vacas, animales
hechos para el arado y el trabajo, que viste devoradas por
las
otras más débiles, y las espigas comidas por las más
estropeadas
predicen hambre en Egipto, por falta de productos de la
tierra,
que seguirá a un lapso de igual número de años de
prosperidad.
La abundancia de los años de fertilidad será consumida
durante
el mismo número de años de escasez, y esa escasez de
provisiones necesarias será difícil de subsanar. Es prueba
de ello
el que las vacas feas que devoraron a las de mejor clase, no
quedaron con ello satisfechas. Pero Dios anticipa lo que
ocurrirá
a los hombres no para apenarlos sino para que, sabiendo de
antemano lo que pasará, puedan adoptar con prudencia las
medidas más convenientes. Si dispones con cuidado de las
cosechas abundantes que precederán al hambre, lograrás que
la
calamidad siguiente no sea tan sentida por los egipcios.
7. El rey se maravilló de la discreción y la sabiduría de
José; y
le preguntó de qué modo podría disponer de las cosechas
abun-
dantes de los años buenos que precederían al hambre, para
hacer tolerable el período de austeridad. José agregó
entonces el
siguiente consejo: Que escatimara las cosechas buenas y no
permitiera a los egipcios derrocharlas, guardando los
sobrantes
para satisfacer las necesidades de la época de escasez.
También
le exhortó a que retirara el trigo a los agricultores y les
diera
sólo lo suficiente para su alimentación.
El rey, admirado no sólo por la interpretación de José, sino
también por el consejo que le había dado, le encargó que se
ocu-
para del trigo, dándole poder para hacer todo lo que creyera
beneficioso para el pueblo de Egipto y para el rey, convencido
de
que el mismo que había ideado el recurso sería el más
indicado
para ponerlo en acción. Con el poder que le había conferido
el
rey, y autorizado para usar el sello real y vestir de
púrpura,
recorrió en su carroza todo el país de Egipto y recogió el
trigo de
los agricultores, dejando a cada cual lo suficiente para
semilla y
alimentación, pero sin decir a nadie la razón de que
procediera
de este modo.
CAPITULO VI
José, después de haberse hecho famoso en Egipto, somete
a sus hermanos
1. José cumplió treinta años de edad, gozando de grandes ho-
nores de parte del rey, que por su prodigiosa sabiduría lo
llamaba Psotomfanej, palabra que significa "descubridor
de
secretos". Se casó con una mujer de alta alcurnia, la
hija de
Potifera, uno de los sacerdotes de Heliópolis; era una
virgen
llamada Asenet. Tuvo con ella hijos antes de que llegara la
escasez: Manasés, el mayor, nombre que significa
"olvido",
porque su actual felicidad le había hecho olvidar su
desventura
anterior, y Efraím el menor, nombre que sinificaba
"restituidor"
porque le había sido devuelta la libertad de sus
antepasados.
Después de haber pasado Egipto siete años de abundancia, de
acuerdo con la interpretación de los sueños hecha por José,
al
octavo año llegó el hambre; y como la desgracia cayó sobre
ellos
sin que la conocieran de antemano, se afligieron mucho y se
re-
unieron ante las puertas del palacio real. El rey llamó a
José,
que distribuyó trigo, convirtiéndose en el reconocido
salvador del
pueblo. Pero no sólo abrió el mercado del trigo para los del
país;
todos los extranjeros tuvieron libertad para comprarlo. José
quería que todos los hombres, que eran parientes entre sí,
recibieran ayuda de los que vivían en la prosperidad.
2. Cuando Jacob supo que el mercado estaba abierto para los
extranjeros, envió a todos sus hijos a Egipto a comprar
trigo, por-
que la tierra de Canaán sufría terriblemente por el hambre;
(la
calamidad había invadido a todo el continente). Sólo retuvo
a
Benjamín, hijo de Raquel y hermano de José de la misma
madre.
Los hijos de Jacob llegaron a Egipto y se dirigieron a José
para pedirle que les permitiera comprar trigo; porque nada
se
hacía sin su aprobación, y hasta el homenaje que se
tributaba al
rey sólo era provechoso cuando se honraba también a José.
José
reconoció a sus hermanos, mientras que ellos no lo
reconocieron
a él, porque era muy joven cuando lo dejaron, y ahora había
alcanzado una edad mucho mayor y las facciones de su rostro
habían cambiado. Además la gran dignidad que revestía no les
permitía ni sospechar siquiera que pudiera ser él.
José los puso a prueba para tantear sus sentimientos; se
negó
a venderles trigo diciendo que habían ido a espiar los
asuntos del
rey: y que procedían de distintos países, habiéndose reunido
para simular que eran parientes; porque no era posible que
un
particular hubiese criado tantos hijos, y de tan hermosa
prestancia; ni los mismos reyes podían dar a tantos hijos
una
educación como la de ellos. Esto lo dijo para averiguar qué
había
sido de su padre después de su partida, y la suerte que
había
corrido su hermano Benjamín; porque temía que hubiesen hecho
víctima a Benjamín de la misma perfidia que habían cometido
con él.
3. Los hermanos, llenos de terror y confusión, creyeron que
los amenazaba un gran peligro; pero sin pensar en su hermano
José se defendieron rechazando con firmeza la acusación,
Rubén
habló en nombre de todos.
-No hemos venido -dijo-, con ningún propósito avieso, ni
para
perjudicar los asuntos del rey; sólo queríamos precavernos
pensando encontrar en tu generosidad un refugio contra la
mi-
seria que aflige, a nuestro país, porque supimos que habías
re-
suelto vender trigo, no solamente a tus compatriotas, sino
tam-
bién a los extranjeros y que habías decidido permitir que
ese
trigo sirviera para satisfacer a todos los necesitados. De
que so-
mos hermanos, y de la misma sangre, lo dicen claramente los
rasgos característicos de nuestros rostros que no son muy
distintos entre sí. Nuestro padre se llama Jacob, un hebreo
que
tuvo doce hijos con cuatro esposas. Cuando los doce vivían,
formábamos una fa. milia feliz; pero cuando murió uno de
nuestros hermanos, llamado José, nuestras cosas empeoraron,
porque mi padre, sin poder evitarlo, lo lloró durante mucho
tiempo y nosotros sufrimos doblemente, por la pérdida de
nuestro hermano y por la aflicción de nuestro anciano padre.
Ahora vinimos a comprar trigo, después de dejar la atención
de
nuestro padre y de nuestra familia al cuidado de nuestro
hermano menor, Benjamín. Si mandas a comprobarlo a nuestra
casa, podrás averiguar que no hemos incurrido en ninguna
falsedad en nuestras palabras.
4. De este modo trató Rubén de inspirar en José una opinión
más favorable a su respecto. Después de enterarse de que su
padre vivía y que sus hermanos no habían matado a su
hermano,
los envió temporariamente a la, cárcel, para estudiar
detenidamente el caso cuando tuviera más tiempo. Al tercer
día
los mandó llamar y les dijo:
-Vosotros afirmáis insistentemente que no habéis venido a
perjudicar los negocios del rey, y que sois hermanos e hijos
del
padre que habéis nombrado; pues bien, para comprobar la ver-
dad de lo que decís me dejaréis aquí a uno de vosotros, que
no
sufrirá ningún daño; llevaréis el trigo a vuestro padre y
cuando
volváis traeréis con vosotros al hermano que decís que
habéis
dejado en vuestra casa; de ese modo me convenceréis de la
verdad de vuestras palabras.
Con esto la pena de los hermanos aumentó; lloraron, se
lamentaron, recordando la desdichada historia de José,
diciendo
que esa desgracia era el castigo que Dios les infligía.
Rubén los
reprochó largamente por su tardío arrepentimiento, que no
beneficiaba a José. Y los exhortó a sobrellevar con
paciencia los
sufrimientos, porque era un castigo de Dios. De este modo
hablaron entre sí, sin imaginarse que José entendía su
idioma.
Ante las palabras de Rubén todos sintieron una honda
tristeza y
se arrepintieron por su acción, como culpables del hecho
cometido y por el que Dios los castigaba con justicia.
Cuando José los vió afligidos de ese modo, se sintió
conmovido
hasta las lágrimas, y no queriendo que lo vieran llorar, se
retiró.
Un rato más tarde volvió y reteniendo a Simón como garantía
de
que sus hermanos volverían, les mandó tomar el trigo que
habían comprado y que se marcharan. A su mayordomo le
ordenó privadamente que pusiera en cada uno de los sacos el
dinero que habían traído para comprar el trigo, y los
despidiera;
aquél hizo lo que le ordenó.
5. Cuando los hijos de Jacob llegaron a la tierra de Canaán
contaron a su padre lo que les había ocurrido en Egipto; que
fueron sospechados de haber ido a espiar al rey, y que
cuando
dijeron que eran hermanos y habían dejado a su undécimo her-
mano acompañando al padre de ellos, no les habían creído;
aña-
dieron que habían dejado a Simón en poder del gobernador
hasta
que Benjamín fuera a atestiguar la verdad de sus manifesta-
ciones.
Rogaron a su padre que no temiera nada y enviara a su her-
mano con ellos.
Jacob quedó desconforme con lo que habían hecho sus hijos;
sintió dolorosamente la detención de Simón y juzgó que sería
una tontería entregar también a Benjamín. No cedió a los
ruegos
de Rubén, que le ofreció sus propios hijos para que en represalia,
el abuelo los matara si le ocurría algo a Benjamín en el
viaje.
Turbados y sin saber qué hacer, un nuevo accidente los
alteró
todavía más, y fué cuando hallaron el dinero escondido en
los
sacos de trigo.
Pero el trigo que compraron se terminó y como el hambre se-
guía apretando, Jacob, obligado por la necesidad, resolvió
enviar
a Benjamín con sus hermanos, ya que no podían volver a
Egipto
si no lo llevaban como lo habían prometido. Como la miseria
era
cada día mayor y sus hijos le rogaban, no le quedó otro
recurso
que adoptar en aquellas circunstancias. Judas, que solía ser
de
carácter audaz, le dijo que no temiera por su hijo, ni
pensara en
nada malo, porque nada le pasaría que no hubiese sido
dispuesto
por Dios, y que si debía ocurrirle algo lo mismo le pasaría
aunque se quedase en su casa. No debía condenarlos a una
destrucción manifiesta, ni privarlos de la abundancia de
alimentos que podían obtener del faraón, debido a su
irrazonable
temor por Benjamín; debía, en cambio, preocuparse por Simón;
impidiendo el viaje de Benjamín podía ocasionar la muerte de
Simón. Lo exhortó a confiar en Dios. Y añadió que si no
traía a
su hijo sano y salvo, moriría con él.
Jacob quedó finalmente convencido; les entregó a Benjamín, y
les dió el doble del precio del trigo. Envió también
obsequios a
José, frutos de la tierra de Canaán, bálsamos, resinas,
trementina y miel. Tanto ellos como su padre derramaron
muchas lágrimas al partir. El deseo del padre era que
volvieran
sanos y salvos del viaje; y el de los hijos el de encontrar
al padre
gozando de buena salud y no pesaroso y dolorido por ellos.
La
aflicción duró todo un día; finalmente el anciano quedó en
su
casa, agotado por el dolor, y ellos partieron a Egipto,
tratando de
mitigar las penas de sus actuales desgracias con la
esperanza de
una suerte mejor para lo futuro.
6. No bien llegaron a Egipto fueron conducidos a presencia
de
José. Y allí los asaltó otro temor, el de ser acusados de
haber en-
gañado a José, por el dinero del trigo. Dieron al mayordomo
de
José una extensa explicación, diciéndole que cuando llegaron
a
su casa encontraron el dinero en las bolsas, y que ahora lo
habían traído de vuelta. El mayordomo replicó que no sabía
de
qué hablaban. Esas palabras los libraron del temor. Luego,
el
mayordomo dejó en libertad a Simón, le puso una hermosa capa
y le permitió que se reuniera con sus hermanos; en ese
momento
llegó José, volviendo de asistir al rey. Le ofrecieron los
obsequios
que traían y cuando José les preguntó por su padre le
respondieron que lo habían dejado bien.
Enterado de ese modo de que estaba vivo, y como viera a
Benjamín, les preguntó si ése era su hermano menor. Le
dijeron
que sí, y José respondió que Dios era su protector. Pero
como se
le llenaron los ojos de lágrimas por la emoción, se retiró
para que
no lo vieran llorar. Luego los invitó a cenar, y, ellos se
sentaron
en el mismo orden que acostumbraban a observar en la mesa de
su padre. Aunque trató amablemente a todos, envió a Benjamín
una ración doble de la que recibieron los demás comensales.
7. Cuando se acostaron a dormir, después de la cena, José
ordenó a su mayordomo que les diera las medidas de trigo, y
que
volviera a esconderles el precio en los sacos; y que en la
bolsa de
Benjamín pusiera la copa de plata en la que a José le
gustaba
beber. Lo cual tenía por objeto poner a prueba a sus
hermanos y
comprobar si defenderían a Benjamín cuando éste fuera
acusado
de haber robado la copa y se hallase en peligro, o si lo
abandonarían y basándose en su propia inocencia volverían a
la
casa de su padre sin él.
Los sirvientes cumplieron las órdenes recibidas, y los hijos
de
Jacob, sin sospechar nada, se pusieron en marcha llevando
con-
sigo a Simón y sintiéndose doblemente felices, porque
también
volvía con ellos Benjamín, a quien llevaban de vuelta a su
padre,
como le habían prometido.
De pronto los rodeó un pelotón de soldados a caballo,
acompa.
ñados por el sirviente de José, el mismo que había puesto la
copa
en el saco de Benjamín. Alarmados por el inesperado ataque,
les
preguntaron a qué se debía que asaltaran de ese modo a un
grupo de hombres que poco antes habían sido considerados por
su amo dignos de una honorable y hospitalaria recepción. Los
hombres respondieron llamándolos malvados y diciéndoles que
habían olvidado el trato amable y hospitalario de José, no
vacilando en perjudicarlo; se habían llevado la copa con la
que
José tan amistosamente había brindado por ellos, sin
considerar
su amistad, como tampoco el peligro que correrían si fueran
apresados. Los amenazaron con el castigo, porque aunque
habían escapado burlando al sirviente de servicio, no habían
escapado al conocimiento de Dios.
-¡Y todavía preguntáis por qué os hemos detenido, y fingís
no
saber nada! Pero ya lo sabréis cuando recibáis vuestro
castigo.
Estas y otras cosas les dijo el sirviente, a manera de
reproche.
Pero como ellos no sabían nada de lo que decía, lo tomaron a
risa. Y se sorprendieron del lenguaje abusivo que usaba el
criado, que se permitía acusar a los que poco antes habían
devuelto el dinero del trigo que hallaron en sus sacos, en
lugar
de quedarse con él, aunque nadie lo sabía, y que estaban muy
lejos de querer inferir ningún agravio a José,
voluntariamente.
Pero pensando que si los revisaran quedarían mejor
justificados
que con las negativas, les ordenaron que así lo hicieran, y
que si
alguno de ellos resultara culpable de robo, los castigaran a
todos.
Conscientes de que no habían cometido ningún crimen,
hablaban
con la seguridad de que no corrían ningún peligro.
Los sirvientes convinieron en registrarlos, pero dijeron que
el
castigo sólo debería alcanzar al que fuera hallado culpable
del
robo. Los registraron, dejando a Benjamín para el final,
porque
sabían que en su saco habían ocultado la copa. Revisaron a
los
demás sólo para demostrar que eran rigurosos. Todos quedaron
tranquilos en cuanto a su propia seguridad y solamente les
quedó el temor por Benjamín, pero con la certeza al mismo
tiempo de que también él sería hallado inocente. Y
reprocharon a
sus perseguidores por haberles estorbado el viaje. Pero no
bien
comenzaron a revisar la bolsa de Benjamín encontraron la
copa.
Los hermanos empezaron entonces a gemir y a lamentarse; se
desgarraron las ropas, lloraron por el castigo que su
hermano
sufriría por el robo, y por la decepción de su padre, Quien
habían prometido que traerían a Benjamín sano y salvo.
Aumentaba su pesar el hecho de que ese triste accidente se
había producido, desgraciadamente, en el momento preciso en
que se creían libres de riesgos; se proclamaron culpables de
la
desdicha de su hermano, lo mismo que de la pena de su padre,
porque habían obligado a su padre a que enviara a Benjamín
con
ellos.
8. Los soldados condujeron a Benjamín a presencia de José,
seguidos por sus hermanos. Cuando José vió a Benjamín
arrestado y a su hermanos con ropas de duelo, les dijo:
-¿Qué idea, hombres viles y despreciables, os habéis formado
de mi amabilidad y de la providencia de Dios, para cometer
desvergonzadamente este atentado contra vuestro benefactor,
que os atendió con tanta hospitalidad?
Los hermanos se confesaron culpables para salvar a
Benjamín, y recordaron de nuevo la perversa acción que
habían
cometido con José. Manifestaron que él era ahora más feliz
que
ellos, si estaba muerto, porque se había librado de las
miserias
de la vida, y si estaba vivo porque podía gozar viendo la
venganza de Dios tomada contra ellos. Añadieron que eran una
calamidad para su padre, porque al anterior dolor por José
le
agregaban ahora el nuevo pesar por Benjamín. Rubén los
amonestó enérgicamente, pero José les mandó que se
retiraran,
porque, dijo, ellos no habían incurrido en ningún delito, y
él se
limitaría a castigar al muchacho, al que no podía dejar en
libertad porque no era lógico libertar al culpable por
consideración a los inocentes. Como tampoco era justo
castigar a
todos porque uno sólo hubiera robado.
Cuando les prometió finalmente darles permiso para partir,
sin ser molestados,, los hermanos se sintieron consternados
y no
atinaron a decir nada. Pero Judá, que había convencido al
padre
de que les permitiera llevar al muchacho, y que era además
un
hombre audaz y activo, resolvió arriesgarse a lograr la
salvación
de su hermano.
-Es verdad, ¡oh gobernador! -dijo-, que hemos sido muy
perversos contigo, y que por eso merecemos castigo. Es justo
que
todos lo suframos, aunque el robo haya sido cometido por uno
de
nosotros, el más joven de todos; no obstante nos queda alguna
esperanza, que nos impide entregarnos a la desesperación, y
que
se basa en tu amabilidad de prometernos que saldríamos bien
librados del presente peligro. Te rogamos que no te fijes en
nosotros ni en el gran crimen de que somos culpables, y que
con
tu excelente carácter te inspires más bien en tu virtud que
en el
odio que nos profesas; pasión ésta que sólo abrigan los que
son
de baja índole, porque de ella sacan su fuerza, y no sólo en
las
grandes ocasiones sino también en las ocasiones menudas.
Domina, señor, esa pasión, y no te dejes subyugar por ella,
ni
permitas que aniquile a los que no reclaman su salvación
sino
que la desean aceptar libremente de ti. No sería la primera
vez
que nos la darías; la vez pasada cuando vinimos a comprar
trigo,
nos diste gran cantidad de alimentos y permiso para que
lleváramos a nuestra familia todo lo que necesitábamos para
no
morirnos de hambre. No hay niguna diferencia entre no
descuidar a los hombres que se mueren por falta de lo
necesario
y no castigar a los que parecen delincuentes y han tenido la
desdicha de perder la ventaja de la gloriosa protección que
recibieron de ti. Sería el mismo favor concedido de distinta
manera; salvarías a los que diste de comer, y con tuu bondad
conservarías la vida a las almas que no quisiste ver sufrir
por el
hambre, siendo simultáneamente una acción grande y
maravillosa mantenernos vivos con el trigo y concedernos el
perdón de lo que ahora nos aflige y que nos permitiría
seguir con
vida. Estoy dispuesto a cree que Dios quiso darte la
oportunidad
de mostrar tu virtuosa disposición, produciéndonos esta
desdicha
para que sea evidente que eres capaz de olvidar las ofensas
que
te fueron inferidas; y para que puedan apreciar tu bondad
los
demás, aparte de los que necesitan de tu ayuda. Si es justo
asistir a los afligidos por falta de alimentos, es más
glorioso aún
salvar a los que merecen castigo por ofensas cometidas
contra ti.
Porque si es encomiable perdonar a los culpables de pequeños
delitos, que ocasionan pérdidas a una persona, y es loable
el que
las olvida, contener la pasión de la cólera ante crímenes
que
ponen la vida de los culpables en las manos de las víctimas,
es
poseer la excelente naturaleza de Dios mismo. A decir verdad
yo,
si no tuviéramos un padre que nos hizo ver, con motivo de la
muerte de José, el dolor que aflige a un padre cuando pierde
un
hijo, no habría dicho una sola palabra para salvar nuestras
vidas; es decir, ni una sola que no fuera la de destacar tu
excelente carácter para preservar incluso a aquellos que no
tienen quien los llore a su muerte; nos entregaríamos, en
cambio, preparados a sufrir lo que tú dispusieras. Pero
ahora
(porque no pedimos misericordia para nosotros, aunque
tendríamos que morir siendo jóvenes, y antes de haber gozado
de
la vida), ten consideración por nuestro padre, compadécete
de su
vejez, en cuyo nombre te hacemos estas súplicas. Te rogamos
que
nos des estas vidas que nuestra perversidad puso a merced de
tu
castigo; y te lo pedimos en nombre del que no es perverso,
porque
no por ser nuestro padre es por lo que somos perversos.
Nuestro
padre es un buen hombre, y no merece que su dolor sea puesto
a
prueba de este modo; ahora mismo está afligido por nuestra
ausencia. Y cuando se entere de nuestra muerte, y por la
causa
de ella, morirá indefectiblemente; la detestable forma de
nuestra
ruina acelerará su fin, lo matará, le producirá una muerte
miserable, lo hará apresurarse a abandonar este mundo, lo
sumirá en un estado de insensibilidad, antes de que la
triste
historia de nuestro fin se difunda por el mundo. Considera
las
cosas de este modo, aunque nuestra maldad provoque ahora en
ti
un justo deseo de castigarla, y perdónala por nuestro padre.
Que
tu conmiseración por él pese más en tu voluntad que nuestro
delito. Considera la vejez de nuestro padre, quien, si
nosotros
morimos, quedará muy solo mientras.viva, y no tardará en
morir
él también. Concede esa gracia a la palabra padre, y con eso
honrarás al que te dió la vida y a ti mismo que también
llevas
ese nombre. De ese modo Dios, padre de todas las cosas, te
protegerá, por haber tenido piedad por nuestro padre, y
considerando lo afligido que estaría si perdiera a sus
hijos. Te
toca a ti concedernos lo que Dios nos dió, estando en tu
poder
quitárnoslo, y ser de ese modo semejante a él en caridad.
Es.
preferible que el que puede dar o quitar, use su poder con
misericordia. Está en tus manos destruir, olvidar que tienes
ese
poder y considerar que sólo tienes fuerza para proteger. Y
cuanto
más se extiende ese último poder tanto más crece la
reputación
del que lo ejerce. Perdonando a nuestro hermano lo qué
desdichadamente cometió, nos protegerás a todos; nosotros no
podemos pensar en seguir viviendo si él muere, porque no
osaríamos presentarnos ante nuestro padre sin nuestro
hermano. Tenemos que quedarnos a compartir con él la misma
suerte. Te rogamos, ¡oh, gobernador!, que si condenas a
nuestro
hermano a muerte, nos castigues junto con él, como cómplices
de
su crimen. No sería razonable dejar que nos matemos de dolor
por la muerte de nuestro hermano; debemos morir como
igualmente culpables de su crimen. Sólo te haré esta
consideración, y luego no diré una sola palabra más: nuestro
her-
mano cometió su falta siendo joven, sin poseer una
conciencia
madura de su conducta; y es natural que los hombres perdonen
a
los jóvenes. Con esto termino, sin añadir nada, lo que tengo
que
decir; en caso de que nos condenes, que esa omisión haya
sido la
causa de tu exceso de severidad. En caso de que nos dejes
libres,
que la medida corresponda a tu bondad, de la que tienes
conciencia en tu fuero interno. Nos librarás de una condena,
no
solamente para protegernos sino para concedernos un favor
que
nos dará mayor justificación; con ello habrás hecho más por
nuestra liberación que lo que nosotros mismos pudiéramos
hacer. Si, en cambio, resuelves matarlo, quisiera que me
mates a
mí en su lugar, y a él lo devuelvas a su padre; o si te
place
retenerlo como esclavo, yo soy más apto para trabajar para
ti
como esclavo; como puedes ver, estoy mejor preparado para
cualquiera de estas dos penas.
Dispuesto a soportarlo todo con tal de salvar a su hermano,
Judas se arrojó a los pies de José, tratando empeñosamente
de
aplacar su enojo. Los demás hermanos también se tiraron a
sus
pies, llorando y ofreciéndose para morir y salvar la vida de
Benjamín.
9. José, dominado por la emoción e incapaz de seguir
fingien-
do enojo, ordenó a todos los presentes que salieran para
darse a
conocer a sus hermanos cuando estuvieran solos. Todos se re-
tiraron y José se dió a conocer a sus hermanos, diciendo:
-Alabo vuestra virtud y vuestra bondad para con nuestro her-
mano. Veo que sois mejores de lo que esperaba por lo que hi-
cistéis conmigo. La verdad es que hice todo esto para probar
vuestro amor fraternal. Creo, por lo tanto, que no sois
perversos
por naturaleza, por lo que hicisteis en mi caso, sino que
todo
ocurrió de acuerdo con la voluntad de Dios, que por este
medio
trató de que gozáramos las cosas buenas que tenemos; y, si
con-
tinúa en buena disposición, por las que tendremos en
adelante.
Como por eso sé que nuestro padre se encuentra sano y salvo,
mejor de lo que esperaba, y como os veo tan bien dispuestos
hacia nuestro hermano, olvidaré la culpa que hayáis podido
tener en vuestra acción contra mí, dejaré de odiaros por esa
maldad que cometisteis y por el contrario os daré las
gracias por
haber colaborado con las intenciones de Dios para llevar las
cosas al estado actual. Os pido que vosotros también lo
olvidéis,
ya que vuestra imprudencia llegó a un fin tan feliz, y
dejéis de
sentiros incómodos y avergonzados. No permitáis que ahora os
apenen vuestras malas inclinaciones de antes y el acerbo
remordimiento que las siguió, porque esas intenciones fueron
frustradas. Seguid vuestro camino, celebrando lo que ocurrió
por
la divina providencia, y decídselo a vuestro padre, para que
no se
preocupe por vosotros y me prive de la parte más grata de mi
felicidad, es decir, que no se muera antes de que yo lo vea
y de
que goce las cosas buenas que ahora nos alegran. Traed a
vuestro padre, y a sus esposas e hijos y todos sus
parientes, e
instalad aquí vuestras moradas. Porque no es propio que las
personas que me son más queridas vivan lejos de mí, ahora
que
mis asuntos son tan prósperos, y sobre todo cuando todavía
tienen que sobrellevar otros cinco años de hambre.
Dicho esto José abrazó a sus hermanos, que lloraban
conmovidos. Pero la generosa bondad de su hermano no les
dejaba lugar al temor de que fueran castigados por lo que
habían
tramado y hecho contra él. Luego celebraron un banquete.
Cuando el rey se enteró de que los hermanos de José habían
ido
a verlo, se alegró mucho, como si fuera un acontecimento de
su
propia familia; les dió carros llenos de trigo, oro y plata
para que
los llevasen a su padre. Recibieron otros presentes de José,
para
llevarlos a su padre y como regalos para ellos, siendo
mayores
los de Benjamín. Luego partieron.
CAPITULO VII
El translado, a causa del hambre, del padre de José con
toda su familia
1. En cuanto Jacob se enteró, al regreso de sus hijos, de
las
noticias sobre José, de que no sólo había escapado a la
muerte,
por la que todavía Jacob llevaba luto, sino que vivía feliz,
rodeado de esplendor y gobernando a Egipto, junto con el rey
que
le había encargado casi todas las cosas, no consideró
increíble lo
que le decían, juzgando la grandeza de la obra de Dios y su
bondad para con él, aunque esa bondad había sido
intermitente
en los últimos tiempos, e inmediata y fervorosamente se
preparó
para ir a reunirse con José.
2. Cuando llegó al pozo del juramento, ofreció sacrificio a
Dios. Luego se sintió temeroso de que la felicidad que
reinaba en
Egipto tentara a su posteridad a quedarse allí, y no pensara
volver a la tierra de Canaán para poseerla como Dios les
había
prometido; temió también que su descenso a Egipto no contara
con la voluntad de Dios y que su familia fuera por eso
destruida;
le preocupaba, sobre todo, la idea de abandonar esta vida
sin ha-
ber visto a José. Revolviendo esas dudas en su mente se
quedó
dormido.
3. Dios se le apareció y lo llamó dos veces por su nombre;
él
preguntó quién era, y Dios le dijo:
-No es justo, Jacob, que no reconozcas al Dios que siempre
protegió y apoyó a tus antepasados y luego a ti mismo;
cuando tu
padre te privó de este dominio, yo te lo di, y fué por mi
bondad
que, habiendo ido solo a Mesopotamia, hayas obtenidos buenas
esposas, volviendo con muchos hijos y riquezas. Toda tu
familia
fué también protegida por mi providencia. Y fui yo quien
condujo
a tu hijo José, a quien dabas por perdido, a la felicidad y
la
prosperidad. Yo lo hice señor de Egipto, con poca diferencia
del
propio rey. Por eso vengo ahora a guiarte en este viaje; y
predigo
que morirás en los brazos de José. Y te informo que tu
posteridad gozará durante muchos años de autoridad y gloria,
y
que la instalaré en la tierra que le prometí.
4. Animado por su sueño, Jacob fué más alegremente a
Egipto, con sus hijos y todas sus pertenencias. Eran en
total
setenta. Pensé que sería mejor no anotar los nombres de esa
familia, sobre todo por su difícil pronunciación. Pero en
general
creo que es necesario mencionarlos, para refutar a los que
creen
que no procedemos originalmente de Mesopotamia, sino que
somos egipcios. Jacob tuvo doce hijos, uno de los cuales,
fué
antes que ellos a Egipto. Vamos a anotar los nombres de los
hijos
y nietos de Jacob. Rubén tuvo cuatro hijos: Anoc, Fa],
Asarón y
Carmis. Simeón tuvo seis: Jamuel, Jamín, Jaod, Jaquín, Soar
y
Saúl. Leví tuvo tres hijos: Gersón, Caaz y Maranir. Judá
tuvo
tres hijos: Salas, Farés y Zaras, y dos nietos de Farés:
Esrón y
Amir. Isacar tuvo cuatro hijos: Tulas, Fúa, Jasub y Samarón.
Zabulón llevó consigo tres hios: Sarad, Elón y Jalel. Todos
ellos
descendientes de Lía, de quien fué también su hija Dina. Son
treinta y tres. Raquel tuvo dos hijos, uno de los cuales,
José, tuvo
dos también, Manasés y Efraím. El otro, Benjamín; tuvo diez:
Bolosor, Bacar, Asabel, Gerar, Naemán, Jes, Ros, Momfis,
Optais y Arad. Estos catorce, unidos a los treinta y tres
anteriormente nombrados, suman cuarenta y siete.
Fué la posteridad legítima de Jacob. Tuvo además con Bala,
la criada de Raquel, a Dan y Neftalí, el último de los
cuales tuvo
cuatro hijos que lo siguieron: Jesel, Gunis, Isares y Selim.
Dan
tuvo un solo hijo, Usis. Añadiendo éstos a los enumerados
antes
se completa la cantidad de cincuenta y cuatro. Gad y Aser
fueron
los hijos de Zelfa, la criada de Lía. Gad llevó consigo a
sus siete
hijos, Safonía, Augis, Sunis, Asabón, Erin, Eredes y Ariel.
Aser
tuvo una hija, Sara, y seis hijos cuyos nombres eran Jomnes,
Isus, Isuis, Baris, Abaro y Melkiel. Si agregamos éstos, que
son
dieciséis, a los cincuenta y cuatro anteriores, llegamos al
antes
mencionado número de setenta, en el que no se incluye a
Jacob.
5. Cuando José supo que venía su padre, porque su hermano
Judá llegó antes y le anunció su arribo, salió a recibirlo,
y se en-
contraron en Herópolis. Jacob se sintió desfallecer ante la
grande e inesperada alegría. José lo reanimó, aunque él
mismo
tampoco pudo resistir la impresión, y el placer del
encuentro
estuvo a punto de provocarle el mismo efecto que a su padre.
Pero logró dominarse mejor que éste. Luego rogó a Jacob que
marchara lentamente y él, llevando consigo a cinco de sus
hermanos, se adelantó a prisa para anunciar al rey la
llegada de
Jacob y su familia. El rey se alegró por la grata noticia y
pidió a
José que le dijera qué clase de vida les gustaba llevar a
sus
hermanos, para encomendarles las mismas ocupaciones. José le
dijo que eran buenos pastores, y no estaban acostumbrados a
hacer ninguna otra cosa fuera de esa tarea. Luego dispuso
que
no se separaran y vivieran juntos, y cuidaran de su padre;
también determinó que para ser aceptables por los egipcios,
no
se dedicaran a ninguna de sus actividades. A los egipcios
les
estaba prohibido ocuparse en labores de pastoreo.
6. Jacob se presentó ante el rey y lo saludó y le deseó
prospe.
ridad a su gobierno. Faraón le preguntó qué edad tenía;
cuando
le respondió que tenía ciento treinta años, se admiró de su
longe-
vidad. Jacob añadió que no había vivido tanto como sus ante-
pasados, y el rey le dió permiso para residir con sus hijos
en
Heliópolis. Porque en esta ciudad tenían sus prados los
pastores
del rey.
7. El hambre aumentó entre los egipcios. El grave flagelo se
hizo más opresivo; el río no desbordó porque no había llegado
a
su anterior altura, ni Dios les mandó lluvia. Tampoco
hicieron
acopio de provisiones, porque ignoraban lo que debían hacer.
José les vendió trigo por dinero. Cuando les faltó el
dinero,
compraron trigo con el ganado, y con los esclavos, y los que
tenían algún pequeño terreno lo cedieron para adquirir
comida;
de ese modo el rey se convirtió en dueño de todas sus cosas.
Tuvieron que ser trasladados unos a un sitio, otros a otro,
para
que la posesión del país quedara firmemente en las manos del
rey; excepto las tierras de los sacerdotes, que siguieron en
su
poder.
El hambre los convirtió realmente en esclavos, de cuerpo y
alma; finalmente los obligó a procurarse el sustento por
medios
deshonrosos. Pero cuando terminó la miseria, y el río
desbordó y
cubrió la tierra, y ésta dió abundantes frutos, José fué a
todas
las ciudades, reunió en cada una al pueblo y les devolvió la
tierra
que, por su propio consentimiento, debía ser de propiedad
exclusiva del rey y para su exclusivo provecho. Los exhortó
a
considerarla como propiedad de cada cual, y a que se
dedicaran
con entusiasmo a la agricultura y pagaran como tributo al
rey la
quinta parte de los frutos de la tierra que el rey, siendo
suya, les
devolvía. Todos se alegraron al verse inesperadamente dueños
de sus tierras, y cumplieron con diligencia lo que les
mandaron.
De este modo aumentó el ascendiente de José sobre los
egipcios,
y el cariño que sentían por el rey. La ley de pagar la
quinta parte
como tributo se mantuvo hasta el último de los reyes.
CAPITULO VIII
Muerte de Jacob y de José
1 Después de vivir diecisiete años en Egipto, Jacob cayó en-
fermo y murió en presencia de sus hijos; pero antes hizo sus
ple-
garias por su prosperidad y les anunció proféticamente que
todos
ellos vivirían en la tierra de Canaán. Lo cual sucedió
muchos
años después. En cuanto a José, lo elogió por haber olvidado
la
maldad de sus hermanos, y haber sido generoso con ellos,
dándoles favores que ni siquiera concedían los benefactores.
Ordenó luego a sus hijos que admitieran a los hijos de José,
Efraím y Manasés, entre los suyos, y dividieran en común
entre
ellos la tierra de Canaán, sobre lo cual hablaremos más
tarde.
Pero pidió que lo enterraran en Hebrón. Murió después de ha-
ber vivido sólo tres años menos de ciento cincuenta, no
habiendo
estado por debajo de ninguno de sus antepasados en su
devoción
a Dios. Obtuvo la recompensa que corresponde a los que son
bue-
nos como él. Con permiso del rey José condujo el cadáver de
Ja-
cob a Hebrón, y allí lo sepultó con gran pompa. Sus hermanos
no
quisieron al principio volver con él, porque temían que,
muerto el
padre, los castigaría por sus conspiraciones contra él, ya
que
había desaparecido aquel por quien los había tratado tan
bien.
Pero José los convenció de que no temieran nada ni
desconfiaran
de él. Los llevó consigo, les dió grandes propiedades y
nunca dejó
de preocuparse por ellos.
2. José murió a los ciento diez años, habiendo sido un
hombre
de admirable virtud; condujo todos sus asuntos con
prudencia.
Usó su autoridad con moderación, causando la felicidad de
los
egipcios, aun cuando procedía de otro país y en las
terribles cir-
cunstancias que ya hemos relatado. Con el tiempo sus
hermanos
murieron, después de haber vivido felices en Egipto. Los
descen-
dientes de estos hombres un tiempo después condujeron sus
cuerpos a Hebrón y allí los inhumaron. En cuanto a los
restos de
José lo llevaron después a la tierra de Canaán, cuando los
hebreos
salieron de Egipto, porque José lo había hecho prometer con
juramento. Pero lo que a cada uno de esos hombres ocurrió, y
con
qué medios tomaron posesión de la tierra de Canaán, se verá
luego, después que haya explicado por qué dejaron la tierra
de
Egipto.
CAPITULO IX
Las aflicciones que sufren los hebreos en Egipto
durante cuatrocientos años
1. Sucedió que los egipcios se volvieron voluptuosos y
holga-
zanes, hasta la exageración, y se entregaron a otros
placeres, en
particular el amor al lucro. Se sintieron entonces
descontentos
de los hebreos y envidiosos de su prosperidad. Cuando vieron
que la nación de los israelitas florecía, y éstos se volvían
eminentes y poseían abundantes riquezas, que habían
adquirido
por sus virtudes y su inclinación natural al trabajo, pensaron
que su progreso redundaría en perjuicio de los egipcios.
Habiendo olvidado con el transcurso del tiempo los
beneficios
que recibieron de José, sobre todo porque la corona había
pasado
a otra familia, sometieron a crueles abusos a los
israelitas, e
idearon muchos medios para angustiarlos. Les ordenaron abrir
un gran número de canales para el río, construir muros para
las
ciudades y terraplenes para contener el río y evitar el
estancamiento de las aguas cuando aquél desbordaba de las
orillas; también les mandaron levantar pirámides y con todos
esos trabajos los agotaron, viéndose obligados los
israelitas a
aprender toda clase de artes mecánicas y a acostumbrarse a
realizar labores pesadas. En estas tribulaciones pasaron
cuatrocientos años; porque ambos bandos se esforzaban
empeñosamente, los egipcios en destruir a los israelitas y
los
israelitas en resistir y aguantar hasta el fin.
2. Estando de este modo las cosas, se produjo un
acontecimiento que excitó aún más a los egipcios en su deseo
de
exterminar a nuestra nación. Uno de los escribas sagrados,
hombres que son muy astutos para predecir los
acontecimientos
futuros, dijo al rey que por aquella época nacería un niño
israelita que, cuando fuera hombre, derribaría el dominio de
los
egipcios y exaltaría a los israelitas. Superaría a todos los
hombres en virtudes y obtendría una gloría que perduraría
por
todos los siglos.
El rey tuvo tanto miedo que, de acuerdo con la opinión de
ese
hombre, ordenó que mataran a todos los niños que les
nacieran a
los israelitas, arrojándolos al río; dispuso, además, que
las par-
teras egipcias vigilaran a las mujeres hebreas y observaran
a los
recién nacidos, porque quería que cumplieran esas funciones
con
las mujeres hebreas las parteras que, por ser compatriotas
del
rey, no infringirían sus órdenes1
. Mandó también que los padres
que desobedecieran y trataran de salvar la vida de un niño
fueran muertos ellos y sus familias.
Fué una gran pesadumbre para los afectados, no sólo porque
los privaban de sus hijos y porque siendo sus padres debían
colaborar en la destrucción de sus propias criaturas, sino
también porque aquella medida conduciría al exterminio de
toda
la nación. Esta era la desdichada situación.
Pero nadie puede oponerse a los designios de Dios, ni aunque
imagine diez mil recursos sutiles; porque ese niño que había
pro-
nosticado el sagrado escriba, fué criado y ocultado a la
vista de
los observadores nombrados por el rey. El que lo había
pronos-
ticado no se equivocó en las consecuencias de ese hecho, que
ocu-
rrieron de la siguiente manera.
3. Un hombre llamado Amram, de la más noble alcurnia de
los hebreos, temió que su nación se extinguiese por la falta
de
varones. Estaba, además, inquieto porque su mujer se hallaba
embarazada, y no sabía qué medidas tomar. Recurrió con
súplicas a Dios; le rogó que tuviera compasión de los
hombres
que no habían transgredido de ningún modo la ley de su
culto,
que los librara de la desgracia que los afligía e hiciera
fracasar
las esperanzas de sus enemigos de destruir a su nación.
Dios se compadeció de él y se dejó conmover por sus
súplicas.
Se le presentó en sueños y lo exhortó a no desesperar de sus
fu-
turos favores. Le dijo que no había olvidado su devoción
para con
él, y que siempre los recompensaría, como anteriormente
había
concedido sus favores a sus antepasados haciéndolos crecer
de
un pequeño grupo hasta una gran multitud. Le recordó que
cuando Abram fué sólo de la Mesopotamia a Canaán, le había
concedido todas las felicidades en muchos aspectos, y
haciendo
1
Según la Biblia, la orden fué impartida a las parteras
judías (Exodo, 1, 15-16).
además, que su mujer, que había sido estéril, pudiera
concebir y
le diera hijos. A Ismael y a su posteridad les dejó el país
de
Arabia, a los hijos de Cetura, el país de los trogloditas, y
a Isaac,
la tierra de Canaán.
-Con mi ayuda -añadió-, cumplió grandes hazañas en la
guerra, la cual, a menos que seas impío, debes recordar. En
cuanto a Jacob, fué famoso incluso entre los extranjeros,
por la
grandeza y la prosperidad con las que vivió y que dejó a sus
hijos, los que llegaron a Egipto siendo no más de setenta
almas,
mientras que vosotros sois ahora más de seiscientos mil. Has
de
saber por lo tanto que os daré a todos vosotros lo que os
sea útil,
y a ti particularmente lo que te hará famoso. Porque ese
niño por
el que, temerosos de su nacimiento, los egipcios condenaron
a
muerte a los niños israelitas, será tu hijo, y será ocultado
de los
que vigilan para destruirlo; después de ser criado de manera
sorprendente, salvará a la nación hebrea de la desgracia que
la
aflige en Egipto. Su memoria será famosa mientras dure el
mundo; no sólo entre los hebreos, sino también entre los
extranjeros. Todo lo cual será consecuencia del favor que te
dispensaré a ti y a tu posteridad. Tu hijo tendrá otro
hermano
que obtendrá mi sacerdocio, el que pasará a su posteridad
después de él hasta el fin del mundo.
4. Después de que la visión le hubiese informado de estas
cosas, Amram despertó y se lo contó a Joquebed, su esposa.
Aumentó en. tonces el temor de los dos, por la predicción
contenida en el sueño de Amram; les preocupaba, no solamente
el niño, sino también la gran felicidad que le esperaba.
Pero los
dolores de parto de la madre fueron de tal naturaleza que
permitieron confirmar lo que Dios había anticipado, porque
no se
enteraron los que estaban encargados de vigilarla, debido a
que
los dolores fueron suaves, no la atacaron con violencia.
Durante
tres meses nutrieron a la criatura privadamente; después
Amram, temiendo ser descubierto y caer en el desagrado del
rey,
con lo que morirían ambos, él y su hijo, quedando sin ningún
efecto la promesa de Dios, resolvió confiar a Dios el
cuidado y la
salvación del niño antes que hacerla depender de su propia
ocultación, por demás insegura. Estaba convencido de que
Dios
procuraría de algún modo la salvación del niño, para
asegurar la
exactitud de sus propias predicciones.
Hicieron una arquilla de fibras de papiro con la forma de
una
cuna, de un tamaño suficiente para que pudiera caber un niño
sin mucha estrechez. La untaron con betún, que impediría la
en-
trada del agua por entre las junturas, pusieron en ella al
niño y
depositándola en el agua la abandonaron al cuidado de Dios.
El
río recibió al niño y lo llevó a flote. Miriam, la hermana
de la
criatura, se paseó por la orilla, frente a la arquilla, como
le había
ordenado su madre, para ver hacia dónde sería llevada. Dios
de-
mostró que la sabiduría humana no es nada, y que todo lo que
el
Ser Supremo quiere cumplir se realiza finalmente. Aquellos
que
por su propia seguridad condenan a muerte a los demás y se
em-
peñan en lograrlo, fracasan en su propósito, mientras que
otros,
de manera sorprendente, se salvan y alcanzan la prosperidad
en
medio de sus propias calamidades; son aquellos, desde luego,
cuyo peligro surge por mandato de Dios. Esa providencia se
reveló en el caso de este niño, demostrando el poder de
Dios.
5. Termutis era la hija del rey. Estaba pasando el rato en
la
orilla del río, cuando vió una cuna arrastrada por la
corriente.
Envió a alguien que sabía nadar con orden de traerle la
cuna.
Cuando los enviados volvieron y la princesa vió al niño se
enamoró de él, porque era grande y bello. Dios había puesto
tanto esmero en la formación de Moisés que hizo que lo
consideraran digno de ser criado y atendido aquellos mismos
que, temiendo su nacimiento, habían tomado la fatal
resolución
de destruir al, resto de la nación hebrea.
Termutis ordenó que buscaran una mujer para dar el pecho al
niño; pero la criatura se negó a aceptarlo, volviendo la
cabeza, e
hizo lo mismo con otras mujeres que le trajeron. Miriam
estaba
presente, fingiendo que no había ido de propósito, sino que
se
había detenido accidentalmente para contemplar a la
criatura.
Dirigiéndose a Termutis, le dijo:
-Será en vano, ¡oh, reina!, que llames para alimentar al
niño
mujeres que no son de su parentesco. Pero si haces traer una
mujer hebrea, es posible que el niño admita el pecho de una
mujer de su propia raza.
Termutis encontró razonable el consejo y le ordenó que
buscara y trajera una mujer hebrea que amamantara. Miriam
trajo entonces a su madre, a quien nadie conocía allí. El
niño
aceptó alegremente el pecho y se prendió fuertemente de él.
Y
así fué como, a pedido de la reina, la nutrición del niño se
encomendó a su propia madre.
6. Después Termutis le impuso el nombre de Mouses, recor-
dando su extracción del río, porque los egipcios llaman Mo
al
agua, y Uses a lo que es salvado de ella. Uniendo las dos
palabras
formaron el nombre que le dieron. Y de acuerdo con la
predicción
de Dios fué, por su gran inteligencia y su desdén por las dificul-
tades, el más ilustre de los hebreos. (Porque Abram fué su
ante-
pasado de la séptima generación. Moisés era hijo de Amram,
que
era hijo de Caat, cuyo padre Leví era hijo de Jacob, que era
hijo
de Isaac, el hijo de Abram.)
La inteligencia de Moisés no era la de su edad, sino muy
superior a su término medio. Reveló una rapidez de
aprehensión
mayor de la habitual, presagiando grandes acciones para
cuando
llegara a ser hombre. Dios le dió también una estatura que a
los
tres años ya era maravillosa. En cuanto a su belleza, nadie
dejaba de asombrarse por la hermosura de su rostro cuando lo
veía. Frecuentemente sucedía que la gente que se cruzaba con
él
cuando lo llevaban por el camino volviera la cabeza para
seguir
mirándolo; dejaban lo que estaban haciendo y se quedaban un
rato largo contemplándolo. Porque la belleza del niño era
tan
notable y natural por muchos conceptos que detenía a los
espectadores obligándolos a mirarlo largo rato.
7. Advirtiendo Termutis lo notable que era el niño, lo
adoptó
como hijo porque ella no los tenía. Un día se lo llevó a su
padre y
le dijo que pensaba hacer de él el sucesor del rey, si Dios
quería
que no tuviese un hijo propio.
-He criado un niño -dijo-, de forma divina y de mente ge-
nerosa. Y como lo he recibido por la merced del río, de
manera
maravillosa, he creído conveniente adoptarlo como hijo y
here-
dero de tu trono.
Diciendo esto puso al niño en los brazos de su padre, quien
lo
oprimió sobre su pecho y, para subrayar las palabras de su
hija,
1c puso amablemente su corona en la cabeza. Pero Moisés la
arrojó al suelo y con ademanes pueriles la hizo rodar y la
pisó, lo
que pareció traer un mal presagio para el reino de Egipto.
Cuando lo vió el sagrado escriba (el mismo que había pronos-
ticado que su nacimiento derribaría el dominio del reino),
hizo
una violenta tentativa para matarlo, y con voz terrible
exclamó:
-Este, loh, rey!, es el niño de quien Dios nos previno que
si lo
matábamos nos libraríamos del peligro. Ahora él mismo con-
firma la predicción, atropellando tu autoridad y pisoteando
tu
corona. Elimínalo, y libra a los egipcios del miedo que
tienen por
su causa; y quita a los hebreos las esperanzas de ser
animados
por él.
Pero Termutis se lo impidió y le arrebató el niño de las
manos. El rey no se apresuró a matarlo, porque Dios protegió
a
Moisés induciendo al rey a salvarle la vida. Fué luego
educado
con gran esmero. Los hebreos pusieron en él sus esperanzas
en
la certeza de que haría grandes cosas. Los egipcios, en
cambio,
desconfiaban del resultado que daría su educación. Pero se
abstuvieron de matarlo porque si Moisés era muerto no
quedaría
ninguno, ni pariente ni adoptado, que pudiera pretender la
corona con beneficio para ellos.
CAPITULO X
Moisés hace la guerra a los etíopes
1. Cuando Moisés llegó a la edad madura hizo manifiesta su
virtud a los egipcios: demostró que había nacido para
abatirlos y
exaltar a los israelitas. La ocasión de que se valió fué la
siguien-
te: los etíopes, que eran vecinos de los egipcios, hicieron
una in-
cursión en su tierra, de la que se apoderaron llevándose los
efectos de los egipcios. Estos, indignados, salieron a
atacarlos
para vengar las ofensas recibidas. Pero vencidos en la
batalla,
algunos fueron asesinados y los restantes huyeron
vergonzosamente y se salvaron.
Los etíopes los persiguieron; considerando que sería una co-
bardía no someter a todo Egipto se extendieron por el país y
lo
subyugaron. Después de haber probado los frutos de la tierra
ya
no cejaron en la prosecución de la guerra, y como las zonas
más
próximas no tuvieron valor al principio para pelear con
ellos,
fueron hasta Menfis, y hasta el mismo mar, mientras ninguna
de
las ciudades les hacía oposición.
Los egipcios, apesadumbrados y oprimidos, echaron mano a
sus oráculos y profecías, y por consejo de Dios resolvieron
tomar
como aliado a Moisés el hebreo, para que los ayudara. El rey
ordenó a su hija que lo enviara, para nombrarlo general de
su
ejército. Después de hacer jurar al rey que no le haría
ningún
daño, Termutis se lo confió al rey, segura de que su ayuda
sería
de gran beneficio para todos. Y reprochó a los sacerdotes
que
antes habían reclamado de los egipcios que lo mataran y
ahora
no se avergon. zaban de rogarle su ayuda.
2. Moisés, persuadido por Termutis y el rey, asumió animosa-
mente la misión. Los sagrados escribas de ambas naciones se
sin. tieron satisfechos; los egipcios porque pensaban que
con el
valor de Moisés vencerían a sus enemigos y en la misma
acción
sería muerto Moisés; y los hebreos porque podrían escapar de
los
egipcios, cuando Moisés fuera su general.
Moisés se adelantó al enemigo y condujo su ejército contra
él,
antes de que se enterara de que iba a atacarlo. No marchó
por el
río, sino por tierra, dando en esta ocasión una magnífica
prueba
de su sagacidad. Habían llegado a un sitio por donde no se
podía
pasar porque estaba lleno de serpientes, peculiaridad de esa
región que no presentan otros lugares. Las serpientes eran
numerosísimas, peores que las de otras partes en fuerza y
maldad; de aspecto terrible, algunas surgían del suelo sin
ser
vistas, y hasta volaban por el aire, y de ese modo atacaban
imprevistamente a los hombres ocasionando grandes daños.
Moisés ideó una extraordinaria estratagema para sacar al
ejército sano y salvo. Hizo unos canastos de corteza de
papiros,
los llenó de ibis y los llevó consigo; estos animales son
los más
grandes enemigos de las serpientes, que huyen cuando
aquéllos
se acercan; los ibis las cazan y devoran, como hacen los
ciervos.
Los ibis son animales mansos, enemigos únicamente de los
reptiles. Pero no diré nada más de los ibis, porque los
griegos los
conocen muy bien.
En cuanto Moisés llegó a la tierra donde se criaban las
serpientes, dejó en libertad a los ibis, y por este medio
repelió el
ataque de los reptiles, usándolo antes de que el ejército
llegara a
aquel punto1
. Hecho esto, pudo caer sobre los etíopes antes de lo
que éstos esperaban. Les presentó batalla y los venció,
quitándoles la esperanza de triunfar contra los egipcios.
Prosiguió luego derribando sus ciudades e hizo una gran
matanza de etíopes.
Después de que los egipcios tomaron el gusto al buen éxito,
gracias a los recursos de Moisés, se sintieron infatigables
y los
etíopes se vieron amenazados con la esclavitud y la
destrucción
total. Por último éstos se retiraron a Saba, ciudad real de
Etiopía, a la que después Cambises dió el nombre de su
1 En la Biblia figura un relato similar, pero allí Moisés
alecciona a los etíopes
proporcionándoles la manera de volver a suciudad, después de
una guerra, a pesar de las
serpientes y los escorpiones con los que el adivinoBalaam
había llenado los caminos. Moisés les
recomienda amaestrar pichones de cigüeñas y lanzarlos sobre
las serpientes.
hermana, Meroé. Hubo que sitiar la plaza con grandes
dificultades, porque el Nilo que la rodea completamente, y
los
otros ríos Astap y Astabora, cuyo cruce era difícil de
intentar,
hacían imposible el ataque. La ciudad, situada en el centro,
era
como una isla. Estaba rodeada de una fuerte muralla y
protegida
por los ríos. Grandes terraplenes entre la muralla y los
ríos
impedían que las aguas la inundaran, aunque se desbordaban
con gran violencia. Y aunque el enemigo cruzara los ríos,
los
terraplenes hacían casi imposible tomar la ciudad.
Moisés estaba inquieto por la inactividad del ejército
(porque
el enemigo no se animaba a presentar batalla), cuando
sucedió el
siguiente episodio: Tarbis, la hija del rey de Etiopía, vió
a Moisés
conduciendo las tropas hasta la muralla y peleando con gran
valor. Admirada por la sutileza de sus acometidas, y
comprendiendo que él era el autor de los triunfos de los
egipcios,
que antes desespera. ban de recobrar la libertad, y el
causante
del gran peligro en que se hallaban los etíopes, que antes
se
jactaban de sus grandes victorias, se enamoró profundamente
de
él. Impulsada por su pasión, le envió al más fiel de sus
sirvientes
para tratar con él de su matrimonio. Moisés aceptó la
oferta, con
la condición de que se rindiera la ciudad; y le aseguró con
juramento que la tomaría por esposa y que después de tomar
la
ciudad no quebrantaría su pro. mesa. Hecho el trato, se
cumplió
inmediatamente. Derrotados los etíopes, Moisés dió gracias a
Dios, realizó el enlace y condujo a los egipcios de vuelta a
su
patria.
CAPITULO XI
Moisés huye de Egipto a Madián
1. Después de haber sido salvados por Moisés los egipcios le
cobraron odio y conspiraron ansiosamente contra él porque
sos-
pechaban que se aprovecharía de su triunfo para provocar un
levantamiento y producir cambios en Egipto. Y dijeron al rey
que
había que matarlo. El rey también abrigaba intenciones simi-
lares, envidioso de su gloriosa expedición al frente de su
ejército,
y temeroso de que lo derribara. Instigado por sus sagrados
escri-
bas, se manifestó dispuesto a decidir la muerte de Moisés.
Cuando éste se enteró de lo que se tramaba contra él, se
alejó en
secreto. Como los caminos públicos estaban vigilados, huyó
por el
desierto, por donde sus enemigos no sospecharían que pudiera
viajar. Aunque carecía de alimentos siguió adelante
arrostrando
valerosamente todas las dificultades. Llegó a la ciudad de
Madián, a orillas del mar Rojo, llamada así por uno de los
hijos
de Abram y Cetura. Se sentó junto a un pozo a descansar de
la
pesada jornada y de la aflicción que sufría. No estaba lejos
de la
ciudad; era mediodía, y tuvo una oportunidad, ofrecida por
las
costumbres del país, de hacer algo que le hizo revelar sus
cualidades y que le dió base para mejorar su situación.
2. Como aquel pa' s tenía poca agua, los pastores solían
sacar-
la de los pozos antes de que vinieran otros, para que sus
rebaños
no sufrieran sed y para que los otros no la gastaran. Al
pozo don-
de él estaba llegaron siete hermanas, que eran vírgenes,
hijas de
Ragüel, un sacerdote considerado por el pueblo digno de gran
honor. Esas doncellas cuidaban los rebaños de su padre, lo
que
era costumbre en el país y habitual entre los trogloditas.
Fueron
las primeras en venir y sacaron, en cubetas hechas
especialmente para el agua, la cantidad que necesitaban sus
animales. Pero llegaron los pastores y echaron a las
doncellas,
para disponer del agua en beneficio de ellos. Moisés juzgó
que
sería censurable dejar sufrir a las mozas esa injusticia, y
echó a
los hombres, prestando ayuda apropiada a las mujeres.
Después de recibir este favor, las jóvenes volvieron a su
casa
y contaron a su padre que habían sido ofendidas por los
pastores
y ayudadas por un extranjero, y le rogaron que no dejara
pasar
sin recompensa su generosa acción. El padre apoyó el deseo
de
sus hijas de recompensar a su bienhechor, y les ordenó que
trajeran a Moisés a su presencia, para premiarlo como
merecía.
Cuando llegó Moisés se refirió a lo que sus hijas le habían
relatado sobre su intervención y su ayuda. Añadió que
admiraba
su virtud y le aseguró que había dado asistencia a personas
que
no eran insensibles a los favores y que deseaban devolverle
su
gentileza y sobrepasar la medida de su generosidad. Lo hizo
entonces su hijo, dándole una de sus hijas en matrimonio. Y
lo
nombró guardián y superintendente de su ganado, que desde
antiguo constituía toda la riqueza de los bárbaros.
CAPITULO XII
La zarza ardiente y la vara de Moisés
1. Obtenidos esos beneficios de Jetro (que era uno de los
nombres de Ragüel), Moisés se quedó a vivir con ellos y
cuidó sus
rebaños. Poco tiempo después, un día que los estaba apacen-
tando junto a la montaña llamada Sinaí, llevó los rebaños
más
lejos que de costumbre. Aquélla era la montaña más alta del
lugar y la mejor para apacentar, porque tenía una hierba
exce-
lente; pero nunca subían hasta allí los pastores, porque
decían
que allí moraba Dios. Ocurrióle entonces a Moisés un
prodigio
maravilloso; se incendió una zarza, pero el fuego no
consumía las
hojas verdes ni las flores, ni tampoco, las ramas, aunque
las
llamas eran grandes y fuertes. Moisés se asustó ante aquel
extraño espectáculo, pero se sintió más sorprendido aún
cuando
el fuego emitió una voz, que lo llamó por el nombre y
pronunció
palabras, advirtiéndole la temeridad que había cometido
aventurándose a subir a un sitio al que ningún hombre había
ido, porque era un sitio sagrado. Y le aconsejó que se
alejase del
fuego y se conformase con lo que había visto. Aunque era un
hombre virtuoso y descendía de antepasados ilustres, debía
en lo
sucesivo reprimir su curiosidad. Le predijo que obtendría
gloria
y honores entre los hombres, porque tenía la bendición de
Dios.
Le ordenó que volviera confiado a Egipto, donde sería el
jefe y el
conductor de los hebreos y salvaría a su pueblo de sus
sufrimientos.
-Porque -dijo- habitarán la tierra dichosa que habitó su
antepasado Abram, y gozarán de todas las cosas buenas. Y tú
con tu prudencia los conducirás hacia ellas.
Pero le ordenó que cuando sacara a los hebreos de Egipto
volviera a aquel sitio, a ofrecer sacrificios y
agradecimientos.
Este fué el divino oráculo que partió del fuego.
2. Moisés quedó atónito por lo que veía, y mucho más por lo
que había oído. Y dijo:
-Creo, señor, que sería una gran locura para alguien que,
como yo, te venera, desconfiar de tu poder, que también se
ma-
nifestó a mis progenitores. Pero sigo dudando de que yo, que
soy
un particular y sin capacidad, pueda persuadir a mis
compatrio-
tas que abandonen el país que ahora habitan, y me sigan al
país
al que yo los conduciré. Y si pudiera persuadirlos, no sé de
qué
modo podré obligar a Faraón que les permita partir, ya que
ellos
aumentan sus riquezas y su prosperidad con el trabajo y las
tareas que les hace realizar.
3. Pero Dios lo exhortó a que tuviera valor en todas las oca-
siones y le prometió estar con él y asistirlo en sus
palabras
cuando tuviera que persuadir a los hombres, y en sus hechos
cuando tu. viera que actuar. Le ordenó que como prenda de
confianza arrojara su vara al suelo, la cual, cuando así lo
hizo, se
arrastró y se transformó en una serpiente, se enrolló,
irguió la
cabeza, pronta a defenderse de quien la atacara, y luego se
transformó nuevamente en una vara como antes.
Luego Dios ordenó a Moisés que se pusiera la mano derecha
en el pecho. Obedeció, y cuando la sacó estaba blanca, del
color
de la tiza; pero luego recuperó su color habitual. A una
orden de
Dios, tomó un poco de agua y la derramó en el suelo, y vió
que su
color era el de la sangre. Ante el asombro que Moisés
manifestó
por los milagros. Dios lo exhortó a que tuviera ánimo y
estuviera
seguro de que él sería su gran apoyo. Le ordenó que usara
esos
signos para hacer que los hombres creyeran "que yo te
mando, y
que haces todo eso de acuerdo con mis órdenes. Te
ordeno,pues,
que vuelvas de prisa a Egipto, viajando día y noche, sin
perder
más tiempo. Para que no duren más la esclavitud de los
hebreos
y sus sufrimientos".
4. Habiendo visto y oído esos milagros, que le garantizaban
la
verdad de las promesas de Dios, Moisés ya no pudo dudar y le
rogó que le concediera ese poder cuando estuviera en Egipto.
Le
rogó que le permitiera conocer su nombre; ya que lo había
concedido que lo viera y le hablara, que le dijera también
cómo
llamarlo; así en el momento de hacer los sacrificios podría
invo-
carlo para presidir la ceremonia. Dios entonces le dijo su
santo
nombre, que nunca había sido comunicado a ningún hombre; por
lo tanto no sería leal por mi parte que dijera nada más al
res-
pecto1
. Esos signos acompañaron-a Moisés, no sólo entonces, sino
siempre. A todos los signos les atribuía la firme
confirmación del
fuego de la zarza. Creyendo que Dios le daría el don de su
ayuda,
tuvo la esperanza de que podría librar a su nación, y
acarrear
calamidades a los egipcios.
1 Se refiere al tetragrámaton de Jehová, o Iahvé, cuatro
consonantes que forman el nombre
de Dios (777P), y cuya pronunciación exacta no se conoce por
la falta de las vocales, pequeños
signos que en el idioma hebreo. se colocan encima, al lado o
debajo de las consonantes y que
generalmente, se omiten.
CAPITULO XII
Moisés y Aarón se presentan ante el rey
1. Cuando Moisés supo que el rey Faraón, de cuyo reino había
huído, había muerto, pidió permiso a Ragüel para ir a
Egipto, en
beneficio de su pueblo. Se llevó consigo a Séfora, la hija
de
Ragüel, con la que se había casado, y a los hijos que tuvo
con
ella, Gersón y Eleazar, y se apresuró a trasladarse a
Egipto. El
primero de estos nombres, Gersón, significa en lengua hebrea
en
país extraño; y Eleazar que con la ayuda del Dios de sus
padres,
había huido de Egipto.
Cuando se acercaba a las fronteras de Egipto, su hermano
Aarón le salió al encuentro por orden de Dios. Moisés le
refirió lo
que le había pasado en la montaña y las órdenes que había
recibido de Dios. Siguieron andando y a medida que avanzaban
salían a recibirlos los principales de los judíos, que se
habían
enterado de su llegada. Moisés les informó de los signos que
había visto, y como no le creyeran los tuvo que repetir para
que
los vieran ellos también. Frente a este espectáculo
sorprendente
e inesperado, se animaron y concibieron la esperanza de su
total
liberación, convencidos ahora de que Dios velaba por ellos.
2. Moisés supo entonces que los hebreos obedecerían todo lo
que él les mandase, según lo prometieron, porque amaban la
libertad. Se presentó ante el rey, que hacía poco se había
hecho
cargo del gobierno, y le habló de todo lo que Moisés había
hecho
por el bien de los egipcios, cuando los dominaban los
etíopes que
habían arruinado el país; le recordó que él había sido el
coman-
dante de los egipcios y había trabajado por ellos como si
fuera su
propio pueblo. Le informó de los peligros que había corrido
durante la expedición, añadiendo que no había recibido el
agra-
decimiento que merecía. También le contó claramente lo que
le
había ocurrido en el Sinaí, y lo que Dios le había dicho. Y
le
habló de los signos que le había dado Dios para confirmarle
la
autoridad de las órdenes impartidas. Finalmente le exhortó a
creer lo que le había dicho y a no oponerse a la voluntad de
Dios.
3. Como el rey ridiculizara a Moisés, le hizo ver los signos
que
le fueron dados en el Sinaí. El rey se enojó, lo trató de
malvado y
lo acusó de haber huído de su esclavitud en Egipto para
volver
ahora. a sorprenderlo con trucos engañosos y milagros de
artes
mágicas. Diciendo esto ordenó a los sacerdotes que le
hicieran
ver idénticos milagros, porque los egipcios eran hábiles en
esas
prácticas; él no era la única persona que las sabía, y si
pretendía
que eran divinas, añadió, sólo sería creído por los
ignorantes. Los
sacerdotes arrojaron sus varas, que se transformaron en
serpientes. Pero Moisés no se amilanó y dijo:
-No desprecio, oh rey, la sabiduría de los griegos, pero
afirmo
que lo que yo hago es superior a lo que ellos hacen con
artes
mágicas y triquiñuelas, porque el poder divino es superior
al hu-
mano. Pero voy a demostrar que lo que yo hago no son pro-
ducciones de la magia ni de las artes de imitación, sino
apari-
ciones que surgen por la providencia y el poder de Dios.
Diciendo esto arrojó al suelo su vara y le ordenó que se
con-
virtiera en una serpiente. La vara obedeció, recorrió la
estancia y
devoró las varas de los egipcios, que parecían dragones,
hasta
que los consumió enteramente. Luego recuperó su forma
anterior y Moisés la tomó de nuevo en su mano.
4. El rey no se sintió más conmovido que antes y dijo, muy
enojado, que no ganaría nada con su astucia y sus habilidades
contra los egipcios. Ordenó al que era capataz principal de
los
hebreos que no les diera descanso en sus tareas, y los
sometiera
a una opresión mayor aún que antes. Este, que antes les daba
paja para hacer los ladrillos, decidió no darles más ese
material
y los hizo trabajar duramente de día haciendo ladrillos y de
noche untando paja.
Cuando vieron duplicado el trabajo que debían hacer, los he-
breos echaron la culpa a Moisés, porque su trabajo y sus
desdichas se hicieron mayores aún. Pero Moisés no dejó que
decayera su valor por las amenazas del rey; ni desmayó en su
celo por las quejas de los hebreos. Las soportó
resueltamente y
usó todo su empeño para libertar a sus compatriotas. Fué de
nuevo a ver al rey y trató de convencerlo de que permitiera
a los
hebreos trasladarse hasta el monte Sinaí para poder ofrecer
sacrificios a Dios, quien así se lo había ordenado; que no
contradijera los designios de Dios, apreciara en cambio sus
favores por sobre todas las cosas, permitiera a los hebreos
partir
y no obstruyera los mandamientos divinos ocasionando su
propio
castigo. Las más severas aflicciones surgen de todas partes
contra aquellos que provocan la ira divina; ya no tienen ni
tierra,
ni aire, ni amigos; ni son los frutos del vientre como deben
ser y
todas las cosas son para ellos adversas e inamistosas. Los
egipcios, añadió, lo sabrían por experiencia propia,
mientras que
el pueblo hebreo lo mismo saldría de su país sin su
consentimiento.
CAPITULO XIV
Las diez plagas que asuelan a los egipcios
1. Como el rey despreciara las palabras de Moisés y no les
prestara ninguna atención, cayeron dolorosas plagas sobre
los
egipcios, las que describiré una por una, porque ninguna
nación
sufrió nunca esa clase de azotes y porque quiero demostrar
que
Moisés no dejó de cumplir una sola de las cosas que había
anunciado; conviene que la humanidad aprenda la lección de
que
no se debe hacer nada que disguste a Dios, para no provocar
su
ira.
A una orden de Dios en el río egipcio corrió agua
sangrienta,
la que no podía ser bebida, no teniendo los egipcios otra
fuente.
El agua no sólo tenía color de sangre sino que provocaba en
quien se aventuraba a beberla grandes dolores y amargos tor-
mentos. Así era el río para los egipcios, pero era dulce y
potable
para los hebreos, y en nada diferente de lo que solía ser
habi-
tualmente. Como el rey no supiera qué hacer en estas
sorprendentes circunstancias, y temió por los egipcios, dió
permiso a los hebreos para que se fueran. Pero cuando la
plaga
cesó, cambio de nuevo de opinión y les impidió que
partieran.
2. Cuando Dios vió que era ingrato, y que después de cesar
la
calamidad ya no se mostraba razonable envió otra plaga a los
egipcios. Una multitud innumerable de ranas consumió el
fruto
de la tierra. El río también estaba lleno de ellas, y el
agua se co-
rrompió con la sangre de los animales muertos. El país se
trans-
formó en un sucio lodazal, en el que nacían y morían las
ranas.
Arruinaron las vasijas en las casas, invadieron los
alimentos y
las bebidas y aparecieron en gran número en las camas.
Producían un hedor desagradable cuando nacían y cuando
morían.
Viendo a los egipcios oprimidos por esa miseria, el rey
ordenó
a Moisés que sacara a los hebreos y se fuera con ellos. La
mul-
titud de ranas desapareció, y la tierra y el río volvieron a
su
estado natural anterior. Pero no bien quedó el país libre de
la
plaga, Faraón se olvidó de su causa y retuvo a los hebreos.
Como
si quisiera experimentar nuevas calamidades, se negó a que
Moisés y su pueblo partieran; había dado el permiso por
miedo y
no por consideración.
3. Por lo tanto Dios castigó su falsedad con otra plaga,
aña-
dida a la anterior. A los egipcios se les criaron en el
cuerpo innu-
merables cantidades de piojos; los malvados perecieron,
porque
fueron incapaces de destruir las sabandijas ni con lavados
ni con
unturas. La terrible sentencia inquietó al rey de Egipto,
por el
miedo de que su pueblo fuera destruído de esa manera
detestable. Se vió obligado a contener su maldad y dió
permiso a
los hebreos para que se fueran. Pero cuando la plaga cesó,
exigió
que dejaran a sus mujeres y sus hijos como rehenes de su
retorno.
Con esta medida provocó el enojo más vehemente de Dios por-
que pretendió imponerse a su providencia como si fuera sólo
Moi-
sés, y no Dios, el que castigaba a los egipcios por los
hebreos. Por
eso llenó el país con varias clases de criaturas pestilentes
de
variadas características, que nunca había visto
anteriormente el
ojo humano. Los hombres perecían y la tierra se vió privada
de
labradores para su cultivo. Los que escapaban a su
destrucción
eran muertos por una enfermedad que tuvieron que sufrir los
hombres.
4. Como Faraón ni aún entonces cedió al deseo de Dios, por-
que permitió que los maridos llevaran a sus mujeres, pero
in-
sistió en que dejaran a los hijos, Dios resolvió castigar su
maldad
con varias otras clases de calamidades, peores que las que
ya lo
habían afligido anteriormente. A los egipcios les salieron
en el
cuerpo terribles diviesos que formaban llagas y los
consumían
interiormente. Gran parte de los egipcios pereció de esta
manera. Como el flagelo no hiciera entrar en razón al rey,
cayó
un granizo del cielo, un granizo como jamás lo había
conocido el
clima de Egipto, ni era parecido a las lluvias de invierno
de otras
partes; era más grande que el que conocen los que viven en
las
regiones del norte y del noroeste. El granizo cayó en plena
primavera y desgajó las ramas cargadas de frutos1
. Después una
manga de langostas consumió la semilla que no había sido
herida por el granizo, con lo que los egipcios perdieron
todas las
esperanzas de obtener frutos de la tierra.
5. Se diría que las anteriores calamidades serían
suficientes
para hacer prudente al que sólo fuera tonto, y no perverso,
y de
hacerle ver con sensatez lo que le convenía. Pero Faraón,
guiado
no tanto por su locura como por su maldad, aunque vió el
motivo
de sus miserias, volvió a oponerse a Dios, renunciando a la
causa
de la virtud. Ordenó a Moisés que se llevara a los hebreos
con
sus mujeres y sus hijos, pero dejando el ganado., porque el
ganado de los egipcios había sido destruido. Moisés le dijo
que su
deseo era injusto, porque tenían que ofrecer sacrificios a
Dios con
ese ganado. Entretanto se extendió sobre Egipto una densa
oscuridad en la que no había la menor claridad. Los egipcios
no
podían ver, ni respirar por la densidad del aire; murieron
miserablemente y aterrorizados por el temor de que los
tragara
la nube de oscuridad. Cuando después de tres días con sus
noches se disipó la niebla, y como Faraón todavía no se
arrepentía ni dejaba marchar a los hebreos, Moisés fué a
verlo y
le dijo:
-¿Hasta cuándo desobedecerás el mandamiento de Dios? Por.
que él te ordena que dejes salir a los hebreos. Y ésta es la
única
forma de que os veáis libres de las calamidades que ahora
sufrís.
El rey, furioso por estas palabras, lo amenazó con cortarle
la
cabeza si volvía a molestarlo al respecto. Moisés respondió
que
no volvería a hablarle del asunto, porque sería el rey
mismo, lo
mismo que los principales de los egipcios, los que pedirían
que
los hebreos se fueran.
Dicho esto se retiró.
6. Dios señaló que con una plaga más obligaría a los
egipcios
a dejar salir a los hebreos y mandó a Moisés a decir al
pueblo
que preparara un sacrificio el décimo día del mes de
xanticus,
para el día catorce (mes que los egipcios llaman farmuti y
los
hebreos nisán; pero los macedonios le dicen xánticus), y que
se
1 Aquí Josefo saltea la plaga de la peste (Exodo, IX, 15).
llevara a los hebreos con todas sus pertenencias. Por
consiguiente preparó a los hebreos para partir, los dividió
en
tribus y los tuvo reunidos en un mismo sitio.
Llegó el día décimocuarto y estaban todos listos para
partir.
Ofrecieron el sacrificio, purificaron sus casas con la
sangre,
usando para ello hisopos. Después de cenar quemaron el resto
de
la carne y se dispusieron a partir. Por eso seguimos
ofreciendo
todavía ahora ese secrificio del mismo modo, y llamamos a la
fiesta Pascua, que significa el paso al otro lado, porque
ese día
Dios nos pasó al otro lado, y envió la plaga a los egipcios.
Porque
aquella noche cayó sobre los egipcios la destrucción del
primo-
génito, y muchos egipcios que vivían cerca del palacio del
rey
persuadieron a Faraón de que dejara salir a los hebreos.
Este
llamó a Moisés y le ordenó que se fueran los hebreos,
suponiendo
que en cuanto hubieran salido de Egipto, el país se vería
libre de
sus miserias. Honraron asimismo a los hebreos con obsequios,
algunos para que se marcharan más rápidamente y otros por la
vecindad y la amistad que los había unido.
CAPITULO XV
Los hebreos, conducidos por Moisés, salen de Egipto
1. Y los hebreos se fueron de Egipto, mientras los egipcios
lloraban y se arrepentían de haberlos tratado tan duramente.
Se
dirigieron por Letópolis, un sitio desierto a la sazón, pero
que fué
donde luego se edificó Babilonia, cuando Cambises asoló a
Egipto. Marcharon apresuradamente y al tercer día llegaron a
un sitio llamado Baalsefón, junto al mar Rojo. Como no
contaban
con alimentos producidos por la tierra, porque era un
desierto,
comieron hogazas amasadas con harina y calentadas a fuego
lento. Las consumieron durante treinta días, porque lo que
llevaron de Egipto no les alcanzó para más tiempo, aunque
sólo
dieron a cada cual lo suficiente para servir sus necesidades
y no
para saciarlo. Es por esto que, en recuerdo de aquella
escasez,
celebramos durante ocho días la fiesta que se llama del pan
sin
levadura.
La multitud de los emigrantes, incluyendo mujeres y niños,
no era fácil de contar, pero los que estaban en edad de
pelear
eran seiscientos mil.
2. Salieron de Egipto en el mes de xánticus, el décimoquinto
día de la lupa, cuatrocientos treinta años después de la
llegada
de nuestro antepasado Abram a Canaán y doscientos quince
años después del traslado de Jacob a Egipto. Fué el
octogésimo
año de la edad de Moisés; Aarón tenía tres años más. También
se
llevaron consigo los huesos de José, como él había encargado
a
sus hijos que hicieran.
3. Pero los egipcios no tardaron en arrepentirse de haber
de-
jado salir a los hebreos; el rey estaba sumamente
preocupado,
pensando que aquello había sido posible sólo por las artes
mágicas de Moisés.
Y resolvió ir a buscarlos. Tomaron las armas y demás imple-
mentos bélicos y los persiguieron para traerlos de vuelta en
cuanto los alcanzaran; ya no tendrían motivo para invocar a
Dios, porque les habían permitido salir. Creyeron que los
dominarían fácilmente porque no tenían armas, y estarían
cansados del viaje.
Apresuraron, pues, la persecución, preguntando en el camino
a todos los que encontraban hacia qué lado habían ido. Esa
tierra era realmente difícil de transitar, no solamente para
los
ejércitos, sino también para personas aisladas. Moisés los
llevó
por ese camino para que en caso de que los egipcios se
arrepintieran y decidieran perseguirlos, soportaran el
castigo de
su maldad y de la violación de sus promesas. También los
llevó
por ese camino para que los filisteos, cuyo país estaba
cerca de
Egipto, no se enteraran de su partida, porque odiaban a los
hebreos por una antigua enemistad.
Por eso Moisés no condujo a la multitud por el camino que
llevaba a la tierra de los filisteos, sino por el desierto,
por donde
después de un viaje largo y penoso, entrarían en la tierra
de
Canaán.
Otra razón fué la de que Dios le había ordenado que llevara
al
pueblo al monte Sinaí, para ofrecerle sacrificios.
Cuando los egipcios alcanzaron a los hebreos se prepararon
para pelear con ellos, y valiéndose de su mayor número los
em-
pujaron hacia un sitio estrecho; los perseguidores tenían
seiscientos carros y eran cincuenta mil hombres a caballo y
doscientos mil a pie, todos armados. Ocuparon todos los
pasos
por donde supo. nían que los hebreos podrían huir,
encerrándolos entre precipicios inaccesibles y el mar; había
una
cadena de montañas que terminaba en el mar, y que era
infranqueable por lo escabrosa e inadecuada para huir.
Aprovechando que las montañas estaban cerradas por el mar,
colocaron al ejército en las grietas de las montañas para
impedir
a los hebreos el paso a la llanura.
4. Los hebreos no pudieron sostenerse, porque estaban
sitiados y sin provisiones, y no vieron la posibilidad de
escapar.
Aunque hubiesen pensado en pelear, no tenían armas, y creían
que serían totalmente destruídos, a menos que se entregaran
voluntariamente a los egipcios.
Culparon de la difícil situación a Moisés, olvidando todas
las
señales que Dios les había dado para recuperar la libertad,
y
llegaron hasta el punto de arrojar piedras al profeta,
mientras él
los animaba prometiéndoles la liberación. Finalmente
resolvie-
ron entregarse a los egipcios.
No había más que dolor y lamentos entre las mujeres y los
ni-
ños, que sólo veían ante ellos la destrucción, rodeados como
esta-
ban por las montañas, el mar y los enemigos, y sin encontrar
la
forma de eludirlos.
5. Pero Moisés, aunque la multitud lo miraba furiosa, no
abandonó sus cuidados por ella, despreciando todos los
peligros,
con la confianza de que Dios, si le había hecho dar los
pasos
tomados hasta entonces para recobrar la libertad predicha,
no
permitiría que los subyugaran los enemigos ni para
esclavizarlos
ni para darles muerte. Moisés habló a la multitud de esta
manera:
-No es justo que desconfiemos de los hombres que hasta ahora
han manejado bien nuestras cosas, como si no fueran los
mismos
de antes; y es una locura desesperar ahora de la providencia
de
Dios, por cuyo poder y con mi intermedio se realizaron todas
las
cosas que prometió para libraros de la esclavitud, y aunque
vosotros no las esperabais. En esta gran aflicción, en la
que
ahora nos encontramos, debemos esperar que Dios nos
socorrerá,
ya que él hizo que nos veamos encerrados en este espacio
estrecho, y que nos librará de las dificultades que parecen
insuperables y de las que ni vosotros ni vuestros enemigos
creéis
que os podréis librar, y que demostrará al mismo tiempo su
poder y su providencia con nosotros. Dios no acuerda su
ayuda a
los que favorece en dificultades pequeñas, sino en aquellos
casos
en los que no se ve la posibilidad de que la acción humana
logre
mejorar la situación. Confiad, por lo tanto, en ese
protector,
capaz de hacer grandes cosas y demostrar que la poderosa
fuerza
que ahora os ataca es realmente débil, y no os asustéis ante
el
ejército egipcio. Ni desesperéis de ser salvados porque el
mar
delante y la montaña detrás no os den oportunidad de huir,
por
que si Dios lo quiere esa misma montaña puede tranformarse
para vosotros en tierra llana y el mar en terreno seco.
CAPITULO XVI
El mar se divide ante los hebreos perseguidos por los
egipcios,
dándoles oportunidad para escapar
1. Dicho esto Moisés los condujo hacia el mar, mientras los
egipcios, que estaban a la vista, los observaban. Fatigados
por la
persecución, los egipcios consideraron conveniente suspender
la
lucha hasta el otro día. Cuando llegaron a la orilla del
mar, Moi-
sés tomó su vara y suplicó a Dios que acudiera en su ayuda.
-Tú no ignoras, ¡oh, señor! -dijo-, que está fuera de las
fuerzas
y las posibilidades humanas eludir las dificultades en que
ahora
nos hallamos, y debe ser obra tuya procurar la salvación de
este
pueblo que dejó a Egipto por tu orden. Desesperamos de
recibir
cualquier otra ayuda o recurso, y sólo nos queda la
esperanza
que depositamos en ti, y de tu providencia confiamos recibir
el
medio para escapar. Que llegue pronto el socorro que pondrá
de
manifiesto tu poder. Eleva el ánimo de este pueblo y hazle
esperar la salvación, porque está profundamente hundido en
el
desconsuelo. Estamos en un sitio extraño, pero no deja de
ser un
sitio que tú posees; el mar es tuyo, las montañas que nos
rodean
son tuyas. Si tú lo ordenas las montañas se abrirán, y el
mar, si
tú se lo mandas, se transformará en tierra seca. Y hasta
podríamos escapar volando por el aire, si tú resolvieras que
éste
fuera el medio de salvación.
2. Después de hablar de este modo a Dios, Moisés golpeó el
mar con la vara; al recibir el golpe se partió en dos y
recogién-
dose las aguas quedó la tierra seca, como un camino, para
que
huyeran los hebreos. Viendo Moisés esa demostración de Dios
y
de que el mar había dejado su lugar a la tierra firme, entró
primero y ordenó a los hebreos que lo siguieran por el
camino
divino y se regocijaran por el peligro que corrían los
enemigos
que los seguían; y dió gracias a Dios por la sorprendente
salva-
ción que les mandaba.
3. Los hebreos no se detuvieron; avanzaron con firmeza,
guia-
dos por la presencia entre ellos de Dios. Los egipcios
creyeron al
principio que lo hacían distraídos y marchaban a ciegas
hacia
una destrucción segura. Pero cuando los vieron recorrer un
gran
trecho sin sufrir ningún daño y sin encontrar obstáculos ni
dificultades en su marcha, se apresuraron a perseguirlos,
pen-
sando que el mar se mantendría sereno también para ellos.
Con
la caballería a la cabeza, penetraron en el mar. Los
hebreos,
mientras aquéllos perdían tiempo colocándose las armaduras,
se
adelantaron y escaparon, llegando indemnes a la otra orilla.
Los otros se sintieron animados y los persiguieron, creyendo
que tampoco a ellos les sucedería ningún daño. Pero los
egipcios
no sabían que habían entrado en un camino hecho únicamente
para los hebreos y no para otros; un camino hecho para la
sal-
vación de los que estaban en peligro y no para los que estaban
empeñados en la destrucción de los demás. Por eso no bien
estuvo en él la totalidad del ejército egipcio, el mar
volvió a su
sitio, descendieron las aguas impulsadas por el viento y
envolvieron a los egipcios. Abundantes lluvias bajaron
asimismo
del cielo, con terribles truenos y relámpagos y descargas de
fuego. No faltó nada de lo que Dios suele usar para indicar
su
ira; una noche oscura y lúgubre los rodeó y perecieron todos
los
hombres, no quedando ni uno solo que pudiera llevar la
información de la calamidad al resto de los egipcios.
4. Los hebreos no pudieron contener su gozo ante su mara-
villosa liberación y la destrucción de sus enemigos; se
creyeron
firmemente a salvo, porque aquellos que los hubieran
obligado a
volver a la esclavitud habían sido destruídos, y vieron que
Dios
era evidentemente su protector. De este modo escaparon los
he-
breos al peligro y como vieron que sus enemigos habían sido
castigados con una pena de la que no había memoria entre los
hombres, se pasaron toda la noche cantando himnos y regoci-
jándose. Moisés compuso una canción a Dios, en versos hexá-
metros, expresando sus alabanzas y agradeciéndole su bondad.
5. En cuanto a mí, relaté todas las partes de esta historia
tal
como las hallé en los libros sagrados. Que a nadie le
extrañe la
rareza de la narración, y no piense si la senda que se abrió
ante
esos hombres de la antigüedad, libres de la maldad de las
edades
modernas, fué obra de la voluntad de Dios o fruto del azar.
Porque ante los acompañantes de Alejandro, rey de Macedonia,
que vivió comparativamente hace poco tiempo, el mar de
Panfilia
se retiró y les abrió paso, cuando no tenían otro camino por
donde ir, y eso ocurrió cuando fué la voluntad de Dios
destruir la
monarquía de los persas. El hecho lo reconocen como
auténtico
todos los que han escrito sobre las acciones de Alejandro.
Pero de
estos acontecimientos que cada cual resuelva a su gusto.
6. Al día siguiente Moisés reunió las armas de los egipcios,
ue
fueron llevados al campo de los hebreos por la corriente del
mar,
impulsada por la fuerza del viento. Y conjeturó que también
aquello había ocurrido por la providencia divina, para que
no
carecieran de armas. Después de ordenar a los hebreos que
las
tomaran, los guió hacia el monte Sinaí, para ofrecer
sacrificios a
Dios, y dar ofrendas por la salvación de la multitud, como
se lo
habían indicado de antemano.
LIBRO III
Abarca un intervalo de dos años
CAPITULO I
Moisés lleva al pueblo al monte Sinaí, después de experimentar
numerosos sufrimientos en el viaje
1. Después de obtener esa maravillosa liberación, los
hebreos
se encontraron con el problema del campo, que era completa-
mente desierto y no daba ningún sustento. Había también muy
poca agua, que era insuficiente para los hombres y no
alcanzaba
para dar de beber al ganado. La tierra estaba reseca y no
tenía
humedad que permitiera nutrir vegetales. Se vieron obligados
a
viajar por ese campo, porque no había otro por el que
pudieran
hacerlo.
Habían llevado consigo agua de la tierra por donde habían
viajado antes, como les ordenó que hicieran su conductor.
Pero
cuando se hubo consumido, se vieron obligados a sacar agua
de
pozos, penosamente, por la dureza de la tierra. Además el
agua
que encontraron era amarga, no potable, y escasa.
Siguieron viajando y llegaron al atardecer a un sitio
llamado
Mar, nombre éste que tenía por la mala calidad de sus aguas,
porque mar significa amargo. Llegaron allí afligidos por el
cansancio del viaje y la falta de alimentos, que para ese
entonces
ya era completa.
Había allí una fuente, que los indujo a acampar en ese
sitio, y
que aunque no era bastante para satisfacer a un ejército tan
grande, les dió algún ánimo el haberla hallado en ese sitio
del
desierto, sobre todo porque se habían enterado por los que
ha-
bían ido a investigar, que si seguían más adelante no
encontra-
rían nada. Pero aquella agua era amarga y no potable para
los
hombres, e intolerable para los animales.
2. Moisés vió que el pueblo estaba decaído y que las
palabras
no serían eficaces en esas circunstancias; porque no se
trataba
de un ejército corriente de hombres, que podía oponer
fortaleza
masculina a la necesidad que los agobiaba. La multitud de
los
niños, y también de las mujeres, demasiado débiles para ser
per-
suadidos por la razón, entorpecían el valor de los hombres.
Moisés se vió por eso en grandes dificultades y tuvo que
cargar
con las calamidades de todos. Porque todos corrieron hacia
él, a
pedirle socorro. Las mujeres pedían por sus niños, los
hombres
por las mujeres, que no los abandonara y buscara algún medio
de salvarlos.
Moisés comenzó a rogar a Dios que cambiara la condición del
agua y la hiciera buena para beber. Acordado por Dios ese favor,
tomó la punta del palo que encontró tirado a sus pies y lo
dividió
por la mitad, prolongando la sección a todo lo largo1
. Luego lo
dejó caer en el pozo, asegurando a los hebreos que Dios
había
accedido a sus ruegos,. prometiendo volver el agua tal como
ellos
querían que fuera, siempre que obedecieran los que les iba a
mandar; pero no de manera remisa o negligente. Cuando le
pre-
guntaron qué era lo que debían hacer para que mejorara el
agua,
ordenó al más fuerte de los que estaban a su lado, que sacara
agua del pozo. Y les dijo que cuando hubieran sacado la
mayor
parte del agua, el resto sería potable. Trabajaron tanto
hasta
que el agua, agitada y purificada quedó apropiada para
beber2
.
3. Luego partieron de allí y llegaron a Elis, sitio que
desde
lejos parecía bueno, porque había un bosquecillo de
palmeras;
pero cuando estuvieron cerca vieron que era un mal sitio,
porque
las palmeras eran sólo setenta, y eran árboles mal crecidos,
1 En la Biblia no hay nada de esto.
2 Explicación racional que da Josefo al milagro bíblico.
rastreros, por falta de agua. Toda la tierra estaba seca; de
los
manantiales, de los que había doce, no llegaba la húmedad
su-
ficiente para hacerla útil. Más que fuentes eran sitios
húmedos,de los que no brotaba agua y que no podían regar
suficientemente los árboles.
Cavaron en la arena, pero no hallaron agua. Las pocas gotas
que podían recoger en las manos eran inservibles por el
barro.
Los árboles eran demasiado flojos para producir frutos, por falta
de agua que los vivificara. La multitud echó la culpa a su
con-
ductor y formuló graves quejas contra él. Dijo que a él le
debían
la miserable situación en que se hallaban y la adversidad
que
estaban experimentando; porque para ese entonces ya habían
viajado durante treinta días1 1 y se habían agotado todas
las
provisiones que llevaran consigo; como no encontraban
alivio, se
hallaban desalentados. Al fijar su atención únicamente en su
desgracia actual, no recordaban las mercedes que habían
recibido de Dios, ni las que les diera la sabiduría de
Moisés. Muy
enojados con su conductor sentían fervorosas intenciones de
apedrearlo, como responsable directo de sus desdichas2
.
4. En cuanto a Moisés, mientras la multitud estaba amargada
e irritada con él, confiaba animosamente en Dios y tenía
con-
ciencia de la atención con que había cuidado a su pueblo. Se
puso
en medio de ellos, aunque todos gritaban en su contra y
tenían
piedras en las manos para arrojárselas. Era de muy agradable
presencia y sabía persuadirlos con sus discursos; comenzó a
mitigar su enojo y los exhortó a no preocuparse
excesivamente
por sus actuales adversidades, no fueran a sufrir con ellas
por
haber dejado que se les fueran de la memoria los beneficios
que
antes les habían sido otorgados; y les pidió que de ningún
modo,
debido a sus presentes infortunios, arrojaran de la memoria
los
grandes y maravillosos favores y dones que habían obtenido
de
Dios, y que esperaran en cambio la salvación de sus
problemas
de los que ahora no podían desprenderse, por medio de la
divina
providencia que los vigilaba. Siendo posible que Dios
estuviese
poniendo a prueba su virtud, ejercitándoles la paciencia con
esas
1 La Biblia (Exodo, XVI, 1) dice que los israelitas se
hallaban en el décimoquinto día del segundo mes de la
salida de Egipto.
2 En la Biblia la intención de apedrear a Moisés no aparece
hasta más adelante (Exodo, XVII, 4).
adversidades, para apreciar su fortaleza y la memoria que
conservaban de su anterior maravillosa actuación en su
beneficio
y para ver si se acordarían de ello cuando estuvieran
sufriendo
miserias. Les dijo que al parecer no eran buenos hombres, ni
en
paciencia ni en recordar lo que les habían hecho con tanto
éxito,
a veces despreciando a Dios y sus mandamientos, siendo que
por
esos mandamientos habían salido de la tierra de Egipto, y a
veces portándose mal con él, que era el siervo de Dios y eso
que
nunca los había engañado, ni en lo que les había dicho ni
por lo
que les había mandado hacer por orden de Dios. También les
recordó todo lo que anteriormente había pasado; que los
egipcios
habían sido destruídos cuando trataron de detenerlos, contra
la
orden de Dios, que un mismo río fué sangre para los otros,
inapta para beber, y para ellos dulce y potable, que ellos
pasaron
por un camino nuevo abierto en el mar, el que se alejó a
mucha
distancia de ellos, y que de ese modo se salvaron y vieron
luego
destruídos a sus enemigos, y que cuando se encontraron
carentes
de armas Dios se las suministró en gran cantidad. De este
modo
les recordó todas las oportunidades en las que cada vez que
parecía que iban a ser destruídos Dios acudía a salvarlos de
manera asombrosa; y que conservaba el mismo poder, y que ni
aun ahora debían desesperar de su providencia.3
Los exhortó por lo tanto a seguir tranquilos, y a que
conside
raran que la ayuda, aunque no viniese en seguida, novendría
demasiado tarde, si se presentaba antes de que sufrieran
grandes desdichas. Que debían razonar que Dios nodemoraba su
ayuda porque no tuviese miramientos con ellos, sino porque
primero quería probar su fortaleza y el placer con que
tomaban
su libertad, para averiguar si tenían el alma
suficientemente
grande como para soportar la falta de alimentos y la escasez
de
agua; o si preferían ser esclavos, como los animales son
esclavos
de los queles dan de comer generosamente, pero sólo para
hacerlos más
útiles para servirlos. En cuanto a él, no le preocupaba su
propia
seguridad, porque si moría injustamente, no lo consideraría
una
aflicción; más se preocupaba por ellos, por temor de que al
3
J. 1 - 12
arrojarle piedras a él los juzgaran como condenando a Dios
mismo
5. De este modo Moisés apaciguó al pueblo y la contuvo de
apedrearlo y le hizo arrepentirse de lo que estaba a punto
de
hacer. Como le pareció que la necesidad que sufrían hacía
menos
injustificable su pasión, pensó que debía apelar a Dios con
ora-
ciones y súplicas. Subió a una altura y pidió a Dios algún
socorro
para el pueblo, y alguna forma de librarlo de la necesidad
que
sufría, porque en él, y sólo en él, estaba su esperanza de
sal-
vación; y le pidió que perdonara lo que la necesidad había
obli-
gado a hacer al pueblo, porque estaba en la naturaleza de la
humanidad ser difícil de satisfacer y quejarse ante la
adversidad. Dios prometió que se ocuparía y les daría el
socorro
que pedían. Oyendo esto Moisés bajó a reunirse con la
multitud;
cuando lo vieron alegre ante las promesas que había recibido
de
Dios, se les cambió la expresión del rostro, que de triste
se volvió
jubilosa. Moisés se situó entre ellos y les dijo que venía a
traerles
la salvación de Dios de sus actuales desventuras.
En efecto, poco después llegó volando desde el mar una gran
cantidad de codornices, aves que abundan más en ese golfo
árabe
que en otra parte; cuando estuvieron sobre ellos, fatigadas
por su
laborioso vuelo y volando siempre muy cerca de la tierra,
cayeron entre los hebreos; éstos las cogieron y
satisfacieron con
ellas su hambre, y supusieron que ése era el medio empleado
por
Dios para proveerles alimentos. Moisés agradeció a Dios por
prestarles su asistencia más rápidamente de lo que les había
prometido.
6. Después de ese primer suministro de alimentos, les envió
otro. Cuando Moisés levantaba sus brazos para orar, cayó un
rocío. Moisés vió que era pegajoso en las manos y supuso que
era
otra comida que Dios les mandaba, y lo probó; y viendo que
el
pueblo no sabía lo que era y pensaba que era la nieve que
habi-
tualmente cae en era época del año4
, les dijo que ese rocío no
había caído del cielo de la forma que ellos se imaginaban,
sino
para su preservación y sustento. Lo probó y les dió un poco
para
que pudieran comprobar lo que les había dicho. Imitaron a su
4 La Biblia no habla de nieve, sino de una "helada
blanca".
conductor y les agradó el alimento, porque era dulce como la
miel, de agradable gusto, pero de cuerpo como el del
bedelio; se
trataba de una especia dulce, igual por su tamaño a la
semilla
del coriandro. Lo reunieron activamente. Pero les habían
ordenado recogerlo en cantidades iguales, un gomer por día
para
cada uno, porque ese alimento no vendría en cantidades
demasiado pequeñas, para que los débiles no dejaran de tomar
su parte a causa de que los fuertes recogieran demasiado.
De todos modos los fuertes que tomaban una cantidad mayor
de la señalada, no obtenían más que los otros, sólo se
cansaban
más en el trabajo de recogerlo, porque no hallaron más que
un
gomer cada uno; el excedente no les sirvió, porque se pudrió
por
los gusanos y porque era amargo. ¡Qué alimento maravilloso y
divino! También suplía la necesidad de otros alimentos al
que los
comía. Todavía ahora llueve el maná del cielo en ese sitio,
en el
que Moisés obtuvo que Dios lo enviara al pueblo para su
sustento.
Los hebreos lo llamaron maná, por la partícula man, que en
nuestra lengua equivale a la pregunta ¿Qué es esto? Los
hebreos
se alegraron mucho con lo que les habían mandado del cielo.
Usaron ese alimento cuarenta años, mientras estuvieron en el
desierto.
7. Cuando se fueron de allí, se trasladaron a Rafidín, su-
friendo sed en extremo. En los días anteriores habían
obtenido
agua en algunas pequeñas fuentes, pero ahora encontraron la
tierra completamente seca y se encontraron en muy mala
situa-
ción. Se volvieron de nuevo con su enojo contra Moisés,
quien al
principio eludió la furia de la multitud y luego oró a Dios,
rogán-
dole que si les había dado alimentos cuando lo necesitaban
gran-
demente, les diera ahora agua, porque el favor de darles de
comer no tenía valor si no tenían agua para beber.
Dios no tardó en darles el agua; prometió a Moisés que les
conseguiría una fuente con abundancia de agua en un sitio
donde no esperaban hallar ninguna. Le ordenó que golpeara
con
su vara la roca que veía a sus pies, y que recibiera de allí
toda la
que pedían; porque él se había ocupado de que el agua les
llegara
sin trabajo ni sufrimientos. Recibida la orden de Dios Moisés
volvió al pueblo que lo esperaba, y todos confiaron en él
porque lo
vieron llegar apresuradamente de su eminencia.
No bien llegó les dijo que Dios los libraría de sus actuales
inconvenientes y les había acordado un inesperado favor; y
les
informó que de aquella roca brotaría para ellos un río.
Sorpren-
didos ante estas palabras, creyeron que tendrían que partir
la
roca a pedazos, fatigados como estaban por la sed y el
viaje.
Pero Moisés abrió un pasaje con sólo golpear la roca con su
vara, y de ahí manó el agua, clara y abundante. Estupefactos
ante aquel maravilloso resultado, sintieron satisfecha la
sed, por
así decirlo, con sólo ver el agua. Y bebieron el agua, que
encontraron grata y dulce, como un verdadero presente de
Dios.
El pueblo sintió también admiración por la manera como
Moisés
era honrado por Dios; y agradecieron a Dios con sacrificios
por su
providencia hacia ellos. Esa Escritura que hay en el Templo
nos
informa de qué modo Dios anunció a Moisés que saldría el
agua
de la roca.
CAPITULO II
Los amalecitas y las naciones vecinas hacen guerra a los
hebreos y son derrotados, perdiendo gran parte de su
ejército
1. El nombre de los hebreos ya había comenzado a ser cono-
cido en todas partes, llegando hasta el extranjero los
rumores de
sus actividades. Lo cual hizo concebir no poco miedo a los
habitantes de los países. Se enviaron embajadores,
exhortándose
recíprocamente a defenderse, y a empeñarse en destruir a
aque-
llos hombres. Los que indujeron a los demás a hacerlo fueron
los
que habitaban en Goboltis y Petra. Se llamaban los
amalecitas, y
eran la nación más guerrera de todas las que vivían en los
alrededores. Sus reyes se exhortaron entre sí y también a
los ve-
cinos a hacer la guerra a los hebreos diciéndoles que un
ejército
de extranjeros que habían huído de la esclavitud en Egipto,
aguardaba para exterminarlos; que ese ejército, por
prudencia y
por seguridad, no debía ser descuidado, sino aplastado antes
de
que se hiciera más fuerte y prosperara. Que había que
anticiparse a iniciar las hostilidades, porque sería
indolencia no
hacerlo.
"Debemos vengarnos por lo que hicieron en el desierto,
pero
no podremos hacerlo cuando hayan puesto sus manos sobre
nuestras ciudades y nuestras posesiones. Los que se empeñan
en
aplastar un poder que surge, son más sabios que los que
tratan
de detener su progreso cuando se vuelve poderoso; porque
estos
últimos sólo parecen enojarse ante el florecimiento de los
otros,
en tanto que los anteriores no dan tiempo a sus enemigos a
que
puedan serles perjudiciales".
Después de enviar las embajadas a las naciones vecinas y
unas a las otras, resolvieron atacar a los hebreos en
batalla.
2. El proceder de esos pueblos causó perplejidad y preocupa-
ción a Moisés, que no esperaba sus aprestos bélicos. Cuando
los
países estuvieron listos para combatir, y la multitud de los
he-
breos se vió obligada a probar la suerte de la guerra, se
hallaron
en un gran desorden, carentes de todo, y tuvieron que pelear
con
hombres que estaban bien preparados para ello. Por eso
Moisés
comenzó a animarlos, a exhortarlos a templar los corazones,
y a
confiar en la ayuda de Dios, con la cual habían adelantado
hasta
encontrarse en libertad, y a esperar la victoria sobre los
que
estaban prontos a pelear con ellos para privarlos de esa
bendición. Debían suponer, les dijo, que su ejército era
nume-
roso, que no les faltaba nada, ni armas, ni dinero, ni
provisiones,
ni ninguna de esas otras ventajas que cuando los hombres las
poseen pelean intrépidamente. Y que debían considerar que
tenían todas esas ventajas en la asistencia divina.
También debían suponer que el ejército del enemigo era pe-
queño, desarmado, débil y carente de esas conveniencias que
ellos sabían que son necesarias cuando es la voluntad de
Dios
que sean derrotados. Que la asistencia de Dios era valiosa
ya lo
sabían por experiencia, lo habían conocido en numerosas
pruebas; y todas ellas más terribles que la guerra, que sólo
es
contra hombres, mientras que aquéllas eran el hambre y la
sed,
cosas realmente por su propia naturaleza insuperables; y
también contra montañas, y ese mar que no les permitía huir.
Sin embargo todas esas dificultades habían sido vencidas por
la
graciosa amabilidad de Dios para con ellos. Los exhortó a
ser
valientes en la ocasión y a considerar que toda su
prosperidad
dependía de su actual victoria sobre el enemigo.
3. Con estas palabras Moisés animó a la multitud, y luego
reunió a los principales de las tribus y a sus jefes,
separada y
conjuntamente. A los jóvenes les encargó que obedecieran a
los
mayores, y a los mayores a obedecer a los conductores. El
pueblo
se sintió exaltado y estuvo dispuesto a probar la fortuna en
la
batalla, esperando que de ese modo se vería libre al fin de
sus
miserias. Más aún, pidieron a Moisés que los llevara
inmedia-
tamente contra sus enemigos sin la menor demora, porque
ningún atraso podría obstaculizar su presente resolución.
Moisés
agrupó a los que eran aptos para la guerra en diferentes
tropas;
y los puso a las órdenes de Josué hijo de Nun, de la tribu
de
Efraím, hombre de gran valor y paciencia para el trabajo y
de
gran capacidad para entender y para hablar lo que era
apropiado; muy serio en su adoración a Dios y,
verdaderamente
como Moisés, maestro de piedad. Destinó una pequeña parte de
los hombres armados para que se apostaran junto al agua y
cuidaran a los niños, las mujeres y el campamento. Toda la
noche se prepararon para la guerra; tomaron las armas, las
que
estaban bien hechas, y prestaron atención a sus comandantes,
listos para correr a la lucha en cuanto Moisés diera la voz
de
orden. Moisés también se quedó despierto, enseñando a Josué
a
ordenar el campo.
Al despuntar el día, Moisés volvió a llamar a Josué y lo
exhortó a realizar la hazaña que los hombres esperaban de un
hombre de su reputación y a ganar gloria con la expedición,
ante
la opinión de esos hombres, con sus proezas en la batalla.
Hizo
escuchar también una exhortación especial a los principales
de
los hebreos, y alentó a todo el ejército reunido delante de
él.
Animados de ese modo los hombres, con su acción y su
palabra,
se retiró a una montaña, encomendando el ejército a Dios y a
Josué.
4. Los ejércitos se trabaron en lucha; llegaron a combatir
cuerpo a cuerpo, revelando por ambas partes gran actividad y
animándose unos a otros. Cuando Moisés tendía los brazos al
cielo, los hebreos dominaban a los amalecitas. Pero como no
podía mantener todo el tiempo los brazos extendidos (cuando
bajaba los brazos su pueblo llevaba la peor parte), dijo a
su
hermano Aarón y a Ur, el marido de su hermana Miriam, que se
pusieran uno a cada lado y le sostuvieran las manos para que
pudiera mantener los brazos extendidos a pesar del
cansancio.
Con esto los hebreos vencieron a los amalecitas, los que
habrían perecido todos si la llegada de la noche no hubiera
obligado a los hebreos a desistir de seguir matándolos. Así
obtuvieron nuestros antepasados una victoria muy señalada y
oportuna; no sólo dominaron a los que peleaban contra ellos,
sino
que además aterrorizaron a las naciones vecinas y obtuvieron
una grande y espléndida ventaja. Porque cuando tomaron el
campamento de los enemigos, conquistaron un botín para el
pueblo y para sus familias privadas, siendo que hasta
entonces
no tenían abundancia de nada y ni siquiera de los alimentos
necesarios.
La referida batalla, una vez triunfantes, fué también motivo
de su prosperidad, no sólo para el presente sino también
para las
edades futuras. Porque no sólo esclavizaron el cuerpo de sus
ene-
migos, sino que subyugaron también sus mentes y, después de
esa batalla, se hicieron terribles para todos los que vivían
alrededor de ellos. Adquirieron además una vasta cantidad de
riquezas, porque quedó en el campamento del enemigo una gran
porción de plata y oro; también vasijas de bronce, de las
que
usaban las familias, muchos utensilios, bordados, de dos
clases,
es decir, de los que estaban tejidos y de los que eran
adornos de
sus armaduras, y otras cosas que servían para uso de las
familias y para el moblaje de las habitaciones. También
obtuvieron la presa del ganado y de todo lo que suele seguir
por
el campo a los campamentos cuando se trasladan de un sitio a
otro1
. Los hebreos se valoraron por su valentía y reclamaron el
mérito de su valor. Y se acostumbraron perpetuamente a
sobrellevar penurias, con las que juzgaban que todas las
dificultades pueden ser superadas. Estas fueron las con-
secuencias de la batalla.
5. Al, día siguiente Moisés despojó los cuerpos de sus
enemigos y reunió los armamentos de los que habían huido, y
entregó recompensas a los que se habían destacado en la
acción.
Y recomendó sumamente a Josué, el general del ejército, con
el
testimonio de todos los hombres, por las grandes acciones
que
había realizado.
Ningún hebreo fué muerto, y las muertes del ejército enemigo
fueron demasiado grandes para ser enumeradas. Moisés ofreció
sacrificios de agradecimiento a Dios, y levantó un altar al
que
llamó Dios conquistador. Anticipó además que los amalecitas
serían completamente destruídos y que en adelante no
quedaría
ninguno, porque habían peleado contra los hebreos, cuando
éstos
se hallaban en el desierto y afligidos. Luego obsequió una
fiesta
al ejército.
1 Esta presa no la menciona la Biblia.
De este modo libraron su primera batalla con los que se
aven-
turaron a oponerse a ellos, después de su salida de Egipto.
Cuando Moisés celebró el festival de la victoria, permitió a
los
hebreos que descansasen unos días, y luego los hizo formar
en
orden de batalla, porque ahora tenía muchos soldados en
armadura liviana. Avanzando gradualmente, llegaron al monte
Sinaí, tres meses después de haber salido de Egipto; era la
montaña donde, como hemos relatado anteriormente, habían
ocurrido la visión de la zarza y las demás apariciones
milagrosas2
.
2
Josefo altera el orden del relato bíblico. En la Biblia
(Exodo, XVIII, S), Jetro va al encuentro de Moisés cerca de la
"montaña de Dios", o sea el Sinaí. Pero la partida
de Rafidín la Biblia la refiere después de la visita de Jetro.
CAPITULO III
Moisés recibe amablemente a su suegro Jetro, cuando va
a visitarlo al monte Sinaí.
1. Cuando Ragüel1
, el suegro de Moisés, supo el próspero esta-
do de sus asuntos, fué alegremente a su encuentro y dió una
buena acogida a Moisés, a Séfora, su mujer, y a sus hijos2
.
Moisés se alegró sobremanera de su llegada. Después de
ofrecer
sacrificios hizo una fiesta para la multitud junto a la
zarza que
había visto anteriormente; todos participaron con sus
familias.
Aarón y su familia se reunieron con Ragüel y cantaron himnos
a
Dios, como autor y procurador de su liberación y su
libertad.
También elogiaron a su conductor, por cuya virtud les habían
salido todas las cosas tan bien. Ragüel hizo grandes elogios
a
toda la multitud por el agradecimiento que testimoniaba a
Moisés. Y admiró a Moisés por su fortaleza, y la humanidad
que
había demostrado en la salvación de sus amigos.
1
2 Aquí Josefo llama al suegro de Moisés Ragüel, primero de
los nombres que le da la Biblia, siendo luego llamado en
todas partes Jetro.
2
3 En la Biblia Jetro se dirige a -la casa de Moisés
acompañado de Séfora y sus hijos, de quienes Moisés se había separado.
CAPITULO IV
Ragüel sugiere a Moisés que ordene al pueblo, nombrando
Jefes
y capitanes. Moisés acepta el consejo de su suegro
1. Al día siguiente Ragüel vió a Moisés rodeado por una mul-
titud de asuntos. (Porque él dilucidaba las diferencias de
los que
se las sometían, yendo todos a verlo a él porque suponían
que
sólo obtendrían justicia si él era el árbitro; los que
perdían sus
causas no pensaban mal porque consideraban que las habían
perdido justamente, y no con parcialidad.) Ragüel no dijo
nada
en ese momento, para no estorbar a los que hacían uso de la
virtud de su conductor. Pero luego llevó a Moisés aparte y
cuando estuvieron solos le instruyó sobre lo que debía
hacer; le
aconsejó que dejara las causas menores a otros, y él se
ocupara
sólo de las grandes, y de la seguridad del pueblo; porque
podrían
encontrarse otros hebreos aptos para juzgar causas, pero
nadie
más que Moisés podía ocuparse de la seguridad de tantas
decenas de miles.
-No seas impasible ante tu propia virtud -le dijo-, y ante
lo
que has hecho administrando a las órdenes de Dios para la
salvación del pueblo. Deja, pues, que otros juzguen las
causas co-
munes, y tú resérvate únicamente para la atención de Dios.
Busca métodos de preservar a la multitud de su actual
aflicción.
Usa el método que te sugiero para los asuntos humanos; pasa
revista al ito y nombra jefes selectos sobre decenas de
miles, y
luego sobre miles; luego divídelos en grupos de quinientos,
luego
de cien, y luego de cincuenta. Nombra capitanes para cada
uno
de esos grupos, que podrán distinguirlos en grupos de
treinta y
mantenerlos en orden. Finalmente enuméralos en grupos de
veinte y de diez. Que cada número tenga un comandante, para
ser designados por el número que dirijan; pero hombres
probos
que la multitud apruebe como buenos y justos. Y que esos
jefes
decidan las controversias que surjan entre ellos. Y si se
produce
alguna causa grande, que la traigan ante los jefes de mayor
dignidad; y si surge alguna dificultad grande que ni aun
ellos
pueden resolverla, que te la envíen a ti. De ese modo habrá
dos
ventajas: los hebreos tendrán justicia y tú podrás servir
constan-
temente a Dios y procurar de él que sea más favorable a su
pueblo.
2. Esta fué la admonición de Ragüel; Moisés recibió amable-
mente su consejo, y actuó de acuerdo con su sugestión. No
ocultó
quién había ideado el método, ni pretendió que fuera de su
invención. Informó a la multitud quién había sido. Y nombró
a
Ragüel en los libros que escribió, como la persona que había
creado esa ordenación del pueblo, considerando justo dar un
testimonio verdadero a las personas valiosas, aunque pudiese
haber obtenido reputación adjudicándose las invenciones de
otros hombres. De ahí podemos conocer la virtuosa
disposición de
Moisés. Pero a esta disposición tendremos ocasión apropiada
para referirnos en otras partes de estos libros.
CAPITULO V
Moisés sube al monte Sinaí yrecibe leyes de Dios, y las
entrega a los hebreos
1. Moisés reunió a la multitud y anunció que se iría al
monte
Sinaí, a conversar con Dios, y a recibir de él cierto
oráculo que
traería consigo. Les ordenó que plantaran sus tiendas cerca
de la
montaña, prefiriendo la habitación próxima a Dios, y no la
lejana. Dicho esto ascendió al monte Sinaí, que es la
montaña
más alta de esa tierra, y no sólo es difícil de escalar para
los
hombres por su enorme altura, sino también por la
escabrosidad
de sus precipicios. No se puede mirarla sin sentir los ojos
dolori-
dos. Además era terrible e inaccesible por el rumor de que
Dios
moraba en ella.
Los hebreos levantaron sus tiendas, como Moisés les había
or-
denado, y tomaron posesión de la falda de la montaña, y
aguardaron con el ánimo elevado a que Moisés volviera de su
encuentro con Dios trayendo promesas de las buenas cosas que
les había propuesto. Hicieron un banquete y aguardaron a su
conductor, y se mantuvieron puros, entre otras cosas, en no
juntarse con sus mujeres durante tres días, como les
ordenara
anteriormente. Y rogaron a Dios que recibiera favorablemente
a
Moisés en su conversación con él; y que les concediera dones
con
los cuales pudieran vivir bien. Hicieron también comidas más
abundantes, y adornaron a sus mujeres e hijos con ropas más
decentes que de costumbre.
2. Pasaron dos días en esas fiestas, pero el tercer día,
antes
de que saliera el sol, se tendió sobre todo el campamento de
los
hebreos una nube tal como nadie la había visto anteriormente
y
rodeó el sitio donde habían plantado las tiendas. Mientras
todo
el resto del aire estaba limpio, a ese sitio llegaron
fuertes vientos
que levantaron grandes chubascos, los que se transformaron
en
una poderosa tempestad. Había unos relámpagos terribles que
espantaban la vista. Truenos y rayos caían, declarando que
Dios
estaba presente de manera benigna para aquellos con los que
Moisés quería que fuera benigno.
Respecto a estos hechos, mis lectores pueden pensar lo que a
cada cual le plazca. Yo tengo que contar esta historia, tal
como
figura en los libros sagrados. Ese espectáculo, y los
sorprendentes ruidos que herían los oídos, perturbaron a los
hebreos en sumo grado, porque no estaban acostumbrados a
ellos. Luego el rumor extendido de que Dios habitaba
habitualmente en aquella montaña, les impresionó
grandemente, y se encerraron apesadumbrados en sus tiendas,
suponiendo que Moisés sería destruido por la ira divina y
esperando igual destrucción para ellos.
3. Estando dominados por esos temores, apareció Moisés ju-
L.iloso y muy exaltado. Cuando lo vieron perdieron el miedo
y
concibieron mayores esperanzas para lo futuro. También el
aire,
después de aparecer Moisés, se limpió de todo su desorden
anterior.
Moisés congregó al pueblo para que oyera lo que Dios le
dijera. Una vez reunidos, subió a una eminencia desde la
cual
pudieran oírlo, y dijo:
-Hebreos, Dios me recibió amablemente como lo había hecho
antes. Y sugirió un método feliz de vida para vosotros y un
orden
de gobierno político, y está ahora presente en este
campamento.
Os encargo por eso, por él y por sus obras, y por lo que
hemos
hecho con su intermedio, que no déis poco valor a lo que voy
a
deciros, porque los mandamientos que ahora os entrego no son
la
palabra de un hombre; si consideráis la gran importancia de
las
cosas mismas, comprenderéis la grandeza de aquel que los
insti-
tuyó, y que no desdeñó comunicármelos para nuestro común be-
neficio. Porque no debe suponerse que el autor de esas
institucio-
nes es simplemente Moisés, el hijo de Amram y Joquebed, sino
de aquel que obligó al Nilo a llevar sangre por vosotros, el
que
domó la altivez de los egipcios con varias clases de
sentencias, el
que nos abrió un camino por el mar, el que ideó un medio
para
enviarros alimentos del cielo cuando nos afligía su falta,
el que
hizo salir agua de una roca, cuando era poca la que
teníamos, el
que hizo que Adán compartiera los frutos de la tierra y del
mar,
el que dió los medios para que Noé escapara al diluvio, el que
hizo que nuestro antepasado Abram, peregrino nómada, se
convirtiera en el heredero de Canaán, el que hizo que Isaac
naciera de padres muy viejos, el que hizo que Jacob se viera
adornado de doce hijos virtuosos, el que hizo que José fuera
el
poderoso señor de los egipcios. Es él quien os envía estas
instrucciones, siendo yo su intérprete. Que sean venerables
para
vosotros. Sustentadlas con más firmeza que a vuestras
mujeres e
hijos. Porque si las seguís llevaréis una vida feliz,
gozaréis de los
frutos de la tierra, veréis tranquilo el mar y los frutos
del vientre
nacerán completos, como lo exige la naturaleza. Seréis,
además,
terribles para vuestros enemigos. He sido recibido ante Dios
y he
oído su voz incorruptible, porque es grande su preocupación
por
vuestra nación y su permanencia.
4. Dicho esto condujo a los hebreos, con sus mujeres e
hijos,
tan cerca de la montaña, que pudieron oír a Dios mismo que
les
hablaba sobre los preceptos que debían practicar, para que
la
energía de lo que debía decir no sufriera daño al ser
pronunciada
por la lengua de un hombre, que sólo podía ofrecerla a su
com-
prensión de manera imperfecta. Todos oyeron una voz que les
llegaba de arriba, de tal modo que no se les escapó ni una
sola de
las palabras, que Moisés escribió en dos tablas, y que no
nos es
permitido anotar directamente; pero vamos a declarar su im-
portancia.
5. El primer mandamiento nos enseña que no hay más que un
Dios, y que sólo a él debemos adorar. El segundo nos ordena no
hacer ninguna imagen de animal para adorarla1
. El tercero, que
no debemos jurar por Dios falsamente. El cuarto, que debemos
guardar el séptimo día, descansando de toda clase de
trabajo. El
quinto que debemos honrar a nuestros padres. El sexto que
debemos abstenernos de matar. El séptimo, que no debemos co-
meter adulterio. El octavo, que no debemos ser culpables de
robo.
1 La Biblia prohibe reproducir la imagen de todo lo que
existe "en el cielo, la tierra y las
aguas" (Exodo, XX, 4). Al concretar la prohibición a
los animales Josefo parece anticiparse a la
refutación que hace en Contra Apión de las fábulas
difamatorias alejandrinas que acusan a los
judíos de adorar en el Templo una cabeza de asno.
El noveno, que no debemos prestar falso testimonio. El
décimo,
que no debemos cobijar deseos de lo que sea de otros.
6. La multitud se regocijó al oír a Dios mismo dar los
precepts
de los cuales les había hablado Moisés, y la congregación se
disolvió. Pero durante los días siguientes fueron a la
tienda de
Moisés pidiéndole que les trajera otras leyes de Dios.
Moisés
anotó esas leyes y luego les informó de qué manera debían
desempeñarse en todos los casos. A estas leyes me referiré a
su
debido tiempo. Pero la mayoría la reservaré para otro libro,
donde daré de ellas una clara explicación.
7. Al llegar las cosas a este punto, Moisés subió de nuevo
al
monte Sinaí, anunciándolo de antemano. Ascendió en presencia
de todos; y como estuviera ausente mucho tiempo (porque
permaneció allí cuarenta días), se apoderó el temor de los
hebreos de que le hubiera ocurrido algún daño. No había nada
tan triste y que tanto les perturbara, como la idea de que
Moisés
hubiera perecido. Hubo una variante en los sentimientos
hacia
él; algunos decían que había caído entre fieras, siendo de
esta
opinión en su mayoría los que estaban mal dispuestos hacia
él;
otros decían que había partido y se había ido con Dios; pero
los
más prudentes se dejaban guiar por la razón y no encontraban
satisfacción en ninguna de estas opiniones, pensando que si
sucedía a veces que los hombres cayeran entre las fieras y
perecieran, también era posible que por su virtud hubiese
partido y se hubiese ido con Dios. Permanecieron por lo
tanto
tranquilos a la espera de los acontecimientos. Pero les
dolía
mucho la suposición de que. hubiesen perdido a un gobernador
y
protector, que no podrían nunca recobrar; ni esta sospecha
les
daba autorización para esperar ningún hecho confortante
sobre
aquel hombre, ni podían reprimir su preocupación y
melancolía.
No obstante el campamento no se movió de su lugar, porque
Moisés les había ordenado que permanecieran allí.
8. Cuando pasaron los cuarenta días, con otras tantas
noches,
Moisés regresó, no habiendo probado bocado de ninguna comida
indicada habitualmente para la alimentación de los hombres.
Su
aparición llenó al ejército de alegría, y él les declaró los
cuidados
que Dios sentía por ellos, y con qué conducta de vida
podrían
vivir felices; les dijo que durante esos días de su ausencia
le ha-
bía sugerido que hiciera construir un tabernáculo para él,
al que
descendería cuando viniera a reunirse con ellos, y de qué
modo
"deberemos conducirlo con nosotros cuando nos vayamos
de este
sitio. Ya no habrá necesidad de subir al monte Sinaí, porque
él
vendrá a ocupar su tabernáculo y estará presente durante
nuestras oraciones". También dijo que el tabernáculo
debía ser
de las medidas y de la construcción que le había indicado, y
que
había que poner manos a la obra y hacerlo con diligencia.
Dicho esto les mostró las dos tablas, con los diez
mandamientos grabados en ellas, cinco en cada tabla2
; la
escritura era de la mano de Dios.
2 La Biblia no dice nada sobre la disposición de los
mandamientos en las dos tablas de Moisés.
CAPITULO VI
El tabernáculo que Moisés construye en el desierto en
honor de Dios, y que sirve de templo
1. Jubilosos por lo que habían visto y oído a su conductor,
los
israelitas no fueron remisos en demostrar sus habilidades;
trajeron plata, oro y bronce, maderas de las mejores clases,
que
no se arruinarían por la putrefacción, pelo de camellos,
cueros de
carnero, algunos de ellos teñidos de azul, otros de rojo.
Unos
trajeron la flor para el color púrpura, otros para el
blanco, y
lana, teñida con las flores nombradas, y lino fino, y
piedras
preciosas, que los que usaban adornos costosos engastaban en
monturas de oro. Llevaron también gran cantidad de especias.
Con estos materiales Moisés construyó el tabernáculo, que no
difería en nada de un templo móvil y ambulante. Reunidas con
gran diligencia todas esas cosas, porque todos tenían la
ambición
de hacer más de lo que podían, nombró los arquitectos para
la
obra, por orden de Dios, que fueron por cierto los mismos
que el
pueblo habría elegido si les hubiesen encargado la elección.
Sus
nombres figuran en los libros sagrados; eran Beseleel, hijo
de
Uri, de la tribu de Judá, nieto de Miriam, la hermana del
conductor, y Eliab hijo de Isamac, de la tribu de Dan.
El pueblo prosiguió la tarea que había emprendido con tanta
actividad que Moisés se vió obligado a contenerlos,
proclamando
que lo que habían traído era suficiente, según informaban
los ar-
tífices. Se entregaron entonces a la construcción del
tabernáculo.
Moisés les informó, de acuerdo con las directivas de Dios,
las
medidas que debía tener, y su tamaño; y cuántos vasos debía
contener para uso de los sacrificios. También las mujeres
querían hacer su parte, con respecto a las vestimentas de
los
sacerdotes y de otras cosas, que harían falta, tanto para
los
ornamentos como para el mismo servicio divino.
2. Preparadas todas las cosas, el oro, la plata, el bronce,
los
tejidos, Moisés, que había anunciado anticipadamente que se
ha-
ría una fiesta, ofreciéndose sacrificios de acuerdo con la
capaci-
dad de cada cual, erigió el tabernáculo. Midió el atrio
abierto, de
cincuenta codos de ancho y cien de largo, puso columnas de
bronce, de cinco codos de altura, veinte en cada uno de los cos-
tados más largos, y diez columnas en el ancho posterior.
Todas
las columnas tenían un anillo. Los capiteles eran de plata,
pero
las bases de bronce; parecían puntas de lanza y eran de
bronce,
fijas en el suelo. Pasaron cuerdas por los anillos, atados
por la
otra punta a clavos de bronce de un codo de largo, clavados
en el
suelo junto a cada columna, para sostener el tabernáculo y
evitar
que lo sacudiesen los vientos. Una cortina de lino fino y
suave
rodeaba todas las columnas, y colgaba libremente de los
capite-
les; envolvía todo el espacio y parecía una pared que lo
rodeara.
Así fué la estructura de tres costados del recinto. El
cuarto,
que tenía cincuenta codos de longitud, era el frente del
conjunto;
veinte codos eran para la abertura de las entradas, donde
había
dos columnas de cada lado, pareciendo puertas abiertas;
estaban
hechas totalmente de plata, pulidas, excepto las bases que
eran
de bronce. A cada lado de la entrada tres columnas,
insertadas
en la base cóncava del portal, con el que hacían juego.
Rodeándolas había una cortina de lino fino. En el portal
mismo,
de veinte codos de largo y cinco de altura, la cortina era
de
púrpura, rojo y azul, lino fino y bordado con muchas y
diversas
clases de figuras, excepto figuras de animales. Dentro del
portal
estaba la jofaina de bronce para la purificación, con una
base
debajo, del mismo metal, donde el sacerdote pudiera lavarse
las
manos y rociarse los pies. Esa fué la construcción
ornamental del
recinto que rodeaba el atrio del tabernáculo, y que estaba
expuesto al aire libre.
3. En cuanto al tabernáculo mismo, Moisés lo ubicó en el
centro de ese atrio, dando frente al este, de modo que
recibiera
los primeros rayos del sol. Su longitud, una vez instalado,
era de
treinta codos, y su ancho de doce. Una de las paredes daba
al sud
y la otra estaba expuesta al norte, quedando el oeste en la
parte
posterior. Fu¿ necesario que su altura fuera igual a su
ancho.
Había también columnas de madera, veinte a cada lado;
estaban
talladas de forma rectangular, de un codo y medio de ancho y
cuatro dedos de espesor; tenían colocadas de ambos lados
finas
placas de plata en dos lados, el de dentro y el de fuera;
cada una
de ellas tenía dos espigas de plata insertadas en la base,
habiendo en cada base un receptáculo para recibir las
espigas.
Las columnas de la pared del oeste eran seis. Las espigas y
los quicios, exactamente fijados unos en otros, de modo que
las
junturas fueran invisibles, parecían una sola pared unida,
cubierta de oro, por dentro y por fuera. El número de
columnas
era el mismo en los lados opuestos; había veinte en cada
lado.
Cada una de ellas tenía un espesor de un tercio de palmo, y
de
ese modo formaban los treinta codos entre ellos. Pero en la
pared
posterior, donde las seis columnas sólo sumaban nueve codos,
hicieron otras dos columnas, de un codo, y las pusieron en
las
esquinas, haciéndolas igualmente finas como las otras.1
Todas las columnas tenían anillos de oro en la cara externa,
como si se hubieran arraigado en las columnas, y formaban
una
fila por la que pasaron varillas forradas de oro, de cinco
codos de
largo cada una, las que unían las columnas pasando la cabeza
de
un varilla dentro de la otra, como las espigas insertas una
en
otra. En la pared de atrás sólo había una fila de varillas
que pa-
saba por todas las columnas, en cuya fila entraban las
puntas de
las varillas de los costados de la pared más larga,
machihem-
brados firmemente para que el tabernáculo no se moviera, ni
sacudido por el viento ni por otros medios, y para que
perma-
neciera continuamente quieto e inmóvil.
4. En cuanto a la parte interior, Moisés la dividió a lo
largo en
tres porciones. A diez codos del extremo más secreto Moisés
situó
cuatro columnas, hechas de igual manera que las otras y con
la
misma base, y colocadas a poca distancia una de otra. El
espacio
al que rodeaban estas columnas era el lugar más sagrado. El
resto del espacio era el tabernáculo, abierto para los
sacerdotes.
Esta proporción de las medidas del tabernáculo resultaron
ser una imitación de la organización del mundo; porque esa
tercera parte que estaba dentro de las cuatro columnas, en
la
que no podían entrar los sacerdotes era, por así decir, un
cielo,
1
J. 1-13
reservado a Dios. El espacio de los veinte codos era, por
así decir,
mar y tierra, accesible a los hombres; por eso esta parte
estaba
reservada a los sacerdotes.
Al frente, donde se hizo la entrada, pusieron columnas de
oro,
sobre bases de bronce, en número de siete; luego tendieron
sobre
el tabernáculo velos de lino fino, de color púrpura, rojo y
azul, y
bordados. El primer velo tenía diez codos por lado, y lo
exten-
dieron sobre las columnas que dividían el templo, ocultando
el
sitio más sagrado; ese velo hacía que esa parte no fuera
visible
para nadie. Todo el templo se llamaba el lugar sagrado, pero
esa
parte que estaba dentro de las cuatro columnas, en la que no
podía entrar nadie, se llamaba el sanctasanctórum.
El velo era muy hermoso, bordado con las flores que produce
la tierra2
, y llevaba tejidas todas las variedades que pudieran ser
ornamentales, exceptuando formas de animales. Había otro
velo
cubriendo las cinco columnas de la entrada. Era como el
anterior
en su tamaño, textura y color. En la esquina de cada columna
un
anillo lo sostenía de arriba abajo hasta la mitad de las
columnas
siendo la otra mitad una entrada para los sacerdotes que se
desli. zaban debajo de él. Sobre aquél había un velo de
lino, del
mismo largo que el anterior; se corría hacia un lado o hacia
el
otro por medio de cuerdas, cuyas anillas, fijadas en el
tejido del
velo y en las cuerdas, servían para correrlo y descorrerlo y
para
soste. nerlo en las esquinas, de modo que una vez corrido no
estorbase la vista del santuario, sobre todo en los días
solemnes.
En otros días, especialmente cuando el tiempo amenazaba
nevar,
se extendía, suministrando al velo una cubierta de diversos
colores. De ahí de. riva nuestra costumbre de colocar sobre
la
entrada, después de la construcción del templo, un hermoso
velo
de lino.
Las otras diez cortinas tenían cuatro codos de ancho y
veinti-
ocho de largo, con broches de oro, para unir una cortina con
otra,
lo que hacían tan exactamente que parecían una sola cortina
en.
tera. Estaban extendidas sobre el templo y cubrían toda la
parte
superior y partes de las paredes, a los costados y por
detrás,
hasta un codo del suelo. Había otras cortinas del mismo
ancho,
2 La Biblia no dice nada al respecto.
pero una más en número, y más largas, porque tenían treinta
codos de largo; estaban tejidas con pelo, con la misma
delicadeza
que las de lana, y caían flojamente hasta el suelo,
pareciendo en
el portal un frente triangular con una elevación; la
undécima
cortina era usada precisamente con ese objeto.
Encima de aquéllas había otras cortinas hechas de piel, que
daban cubierta y protección a las hiladas, pero cuando hacía
calor y llovía. Era grande la sorpresa de los que veían esas
cortinas desde lejos, porque no se diferenciaban en nada del
color
del cielo. Las que estaban hechas de pelo y de piel llegaban
hasta
abajo como el velo del portal, y protegían contra el calor
del sol y
contra los daños que pudiera ocasionar la lluvia. De ese
modo fué
erigido el tabernáculo.
5. También hicieron un arca, consagrada a Dios, de madera
fuerte que no se pudría. La llamaban, en nuestro idioma,
erón.
Fué construída de este modo: Su largo era de cinco palmos, y
su
ancho y alto de tres palmos cada uno. Estaba toda recubierta
de
oro, por dentro y por fuera, de modo que no se veía la
madera.
Tenía además una cubierta, unida por medio de goznes de
oro,y
de una manera extraordinaria; la cubierta era pareja por
todas
partes, y no presentaba eminencias que ocultaran su exacta
unión. Había además dos anillas de oro en cada uno de sus
tablas más largas, que pasaban por toda la madera; corrían
por
ellas varillas de oro que se extendían por todo el largo de
cada
tabla, para que por medio de ellas se pudiera moverla y
sacarla,
cuando llegara la ocasión. Porque no era conducida en un
carro
por bestias de carga, sino en los hombros de los sacerdotes.
Sobre la cubierta había dos imágenes, que los hebreos llaman
querubirn. Son seres alados, pero su forma no es parecida a
ninguna de las criaturas que hayan visto los hombres, aunque
Moisés dijo que él había visto seres como ésos junto al
trono de
Dios. En esta arca puso las dos tablas que tenían escritos
los diez
mandamientos, cinco en cada una, dos y medio de cada lado.
El
arca la instaló en el santuario.
6. En el templo sagrado puso una mesa, como las de Delfos.
Su largo era de dos codos, su ancho de un codo y su altura
de
tres palmos. Tenía patas, cuyas partes inferiores eran
completas,
como las que los dorios ponían en las camas, y las
superiores de
forma cuadrada. La mesa tenía un hueco en cada extremo, y
una
cornisa de cuatro dedos que la rodeaba como una espiral, por
arriba y por abajo. En cada una de las patas había un
anillo,
cerca de la cubierta, por la que pasaban varas de madera
dorada,
para sacar la mesa cuando hacía falta, habiendo una cavidad
donde se unía con los anillos. Porque no eran anillos
enteros;
antes de redondearse terminaban en agudas puntas, una de las
cuales se insertaba en la parte prominente de la mesa y la
otra
en la pata; por ahí era conducida cuando viajaban.
En esa mesa, que se hallaba al norte del templo, no lejos de
la
parte más sagrada, había doce hogazas de pan ázimo, seis en
cada pila, una sobre otra. Estaban hechas con dos décimas
partes de la harina más pura; la décima parte es una medida
de
los hebreos, y contiene siete cotylae atenienses. Encima de
las
hogazas había dos redomas llenas de incienso. Cada siete
días
cambiaban hogazas, el día que nosotros llamamos el sabat;
porque al séptimo día le decimos el sabat. Pero de esas
hogazas
volveremos a hablar en otro sitio.
7. Por encima de la mesa, cerca de la pared del sud, había
un
candelabro de oro fundido; hueco por dentro, pesaba cien
minas,
peso que los hebreos llaman cincares. Traducido al griego
significa talento. Tenía sus borlas, sus lirios, sus
granadas y sus
cuencos (adornos que sumaban en total setenta) ; de ese modo
la
caña se elevaba desde una sola base y se desparramaba en
tantos brazos como el número de planetas, incluyendo la
luna.
Terminaba en siete cabezas, puestas en fila, una al lado de
la
otra. Esos brazos llevaban siete lámparas, imitando el
número
de planetas, que miraban hacia el este y hacia el sud,
estando el
candelabro en posición oblicua.
8. Entre el candelabro y la mesa que, como dijimos, estaban
dentro del santuario, se hallaba el altar del incienso,
hecho de
madera, pero de la misma madera con que habían hecho los
vasos anteriores, que no podía pudrirse. Estaba
completamente
revestido con una placa de oro. Su ancho en cada lado era de
un
codo, pero su altura el doble. Encima había una reja de oro,
extendida sobre el altar, con una corona de oro que la
rodeaba y
a la que correspondían anillos y varas, por medio de los
cuales
los sacerdotes lo conducían cuando viajaban.
Delante de este tabernáculo erigieron un altar de bronce,
pero
hecho de madera por dentro, de cinco codos por lado y tres
de
alto, adornado igualmente con láminas de bronce brillantes
como
el oro. Tenía también un hogar de malla, porque como no
tenía
base para recibirla, el suelo recibía el fuego del hogar.
Junto al
altar estaban los tazones, las redomas, los incensarios, las
cal-
deras, hechas de oro. Los otros vasos, para los sacrificios,
eran de
bronce. Esta era la construcción del tabernáculo; y éstos
son los
vasos que le correspondían.
CAPITULO VII
Las vestimentas de los sacerdotes y del sumo sacerdote
1. Había vestimentas especiales señaladas para los
sacerdotes, tanto para los que ellos llaman caneas, como
para el
anarabac
1
, o sumo sacerdote. Cuando el sacerdote se dirige a
hacer el sacrificio, se purifica con la purificación que
prescribe la
ley. En primer lugar se pone lo que se llama el macanase,
que
significa algo que se ata fuertemente. Es un calzón hecho de
lino
finamente retorcido y se pone sobre las partes privadas,
introduciéndole las piernas como si fuera un pantalón; pero
está
cortado hacia la mitad y termina en los muslos, donde se ata
fuertemente.
2. Encima se coloca una vestimenta de lino, hecha de fino
lino
torcido; se llama quetomene, que significa lino, porque al
lino le
decimos quetón. Esta vestimenta llega hasta los pies, y se
ajusta
al cuerpo. Tiene mangas fuertemente atadas a los brazos,
está
atada al pecho un poco más arriba de los codos, mediante un
cinturón que a menudo lo rodea sobresaliendo cuatro dedos,
pero
está hecho con un tejido flojo que parece una piel de
serpiente.
Tiene bordadas flores rojas, púrpuras y azules, con lino
finamente retorcido; la urdimbre es nada más que lino fino.
Comienzan las vueltas en el pecho, y después de varias de
ellas
se ata y cuelga desde allí hasta las rodillas. El sacerdote
se
presenta de este modo con un aspecto agradable. Pero cuando
está obligado a asistir un ofrecimiento de sacrificios, y
cumplir
con los servicios señalados, no se ve estorbado en sus
movimientos, lo tira a la izquierda y se lo echa sobre el
hombro.
Moisés llamaba ese cinturón abanez, pero nosotros aprendimos
de los babilonios a llamarlo emián, que es como ellos lo
llaman.
Esta vestimenta no tiene partes sueltas ni vacías, y sólo
una
estrecha abertura para el cuello; se ata con unas cintas que
1 Curiosa alteración de las palabras arameas cahaná rabá
(sacerdote supremo), en la que parece haber
sido puesta al final la sílaba inicial.
cuelgan del borde, sobre el pecho y la espalda, y se ajusta
sobre
cada hombro; se llama masabazanes.
3. En la cabeza lleva una gorra, que no tiene forma cónica
ni
rodea toda la cabeza, pero la cubre hasta más de la mitad;
se
llama masnemftes. Está hecha de manera que parece una
corona,
de gruesas fajas, pero la contextura es de lino; está cosida
después de dar varias vueltas. Además un trozo de fino lino
cubre la gorra por la parte superior, y llega hacia abajo
por la
frente, y tapa las costuras de las fajas, que sería
indecente que
se vieran. Se adhiere fuertemente en la parte sólida de la
cabeza,
y queda fijada con tanta firmeza que no se puede caer
durante el
sagrado servicio de los sacrificios. Con esto les hemos
indicado
cuál era el ropaje de la generalidad de los sacerdotes.
4. El sumo sacerdote se adornaba con las mismas vestimentas
que hemos descrito, sin descontar ninguna; sólo que encima
se
ponía un ropaje de color azul. Es un manto también largo,
que
llega hasta los pies. En nuestro idioma se llama meeir, y se
ata
con un cinturón, bordado con los mismos colores y flores de
los
demás, y entretejido con hilos de oro. Del borde inferior de
este
manto cuelgan flecos, del color de la granada, con
campanillas
doradas, en una hermosa combinación; una granada entre dos
campanillas, y entre dos granadas una campanilla. Este
vestido
no estaba compuesto de dos piezas, ni estaba cosido en los
hombros y los costados; era una sola vestimenta larga,
tejida de
tal modo que le quedara una abertura en el cuello, la que no
era
oblicua, sino partida a lo largo del pecho y la espalda.
Llevaba
cosido un reborde, para que la abertura no pareciera
demasiado
indecente. También estaba partida por donde salían los
brazos.
5. Aparte de esa prenda el sumo sacerdote se ponía otra, que
se llamaba efod, y era parecida al epomis de los griegos. Se
hacía
de la siguiente manera. La tejían hasta un espesor de un
codo,
de varios colores, con oro entretejido y bordados, dejando
el
centro del pecho descubierto. Tenía mangas, y no se
diferenciaba
de una chaqueta corta. Pero en el sitio vacío de esta prenda
se
insertaba una pieza del tamaño de un palmo, bordada con oro
y
los demás colores del efod, y que se llama esen, lo que en
griego
significa oráculo. Esta pieza llenaba exactamente el espacio
vacío
del efod, al que iba unida por anillos de oro en todas las
esquinas, iguales a los anexados al efod, y atado con una
cinta
azul. Para que el espacio entre los anillos no quedara vacío
lo
llenaban con puntadas de cintas azules. Había también dos
sardónices en los hombros del efod, para asegurarlo como si
fueran botones, haciendo correr los dos bordes hasta los
sardónices para poder abrocharlos. Llevaban grabados los
nombres de los hijos de Jacob en nuestra lengua y con
nuestro
alfabeto; seis en cada lado de las piedras, estando los
nombres de
los hijos mayores en el hombro derecho. Había también doce
piedras en el peto, de tamaño y belleza extraordinarios.
Eran un
ornamento que no podía ser comprado por los hombres, por su
inmenso valor. Estas piedras estaban en tres filas, de a
cuatro
por fila, y se insertaban en el peto, engastadas en monturas
de
oro, fijadas en el peto de tal modo que no se podían caer.
Las
primeras tres piedras eran un sardónice, un topacio y una
esmeralda. La segunda fila contenía un carbúnculo, un jaspe
y
un zafiro. El primero de la tercera fila era un ligurio, el
siguiente
una amatista y el tercero un ágata, que era el noveno del
total.
El primero de la cuarta fila era un crisolito, el siguiente
un ónix
y el último de todos un berilo.
Estas piedras llevaban grabados los nombres de los hijos de
Jacob, a los que consideramos los jefes de nuestras tribus,
teniendo cada piedra el honor de un nombre, en el orden de
su
nacimiento. Y como los anillos eran demasiado débiles para
soportar el peso de las piedras, ponían otros dos anillos de
tamaño mayor, al borde de esa parte del peto que llega al
cuello,
y los insertaban en la misma contextura del peto, para
recibir
cadenas finamente labradas que los conectaban con bandas de
oro sobre los hombros; las extremidades se doblaban hacia
atrás
y penetraban en el anillo, en la parte posterior prominente
del
efod. Todo lo cual era para seguridad del peto, para que no
se
saliera de su sitio. Había también un cinturón cosido al
peto, con
los colores mencionados y entretejido con oro, que después
de dar
una vuelta se ataba sobre la costura y quedaba colgando.
También había lazos de oro que recibían los flecos en cada
extremo del cinturón y lo contenían enteramente.
6. La mitra del sumo sacerdote era la misma que hemos des-
crito anteriormente, y estaba formada del mismo modo que la
de
todos los sacerdotes; pero encima llevaba otra, con fajas
bordadas de azul, rodeada de una tiara de oro pulido, de
tres
filas, una encima de otra; de la tiara salía una copa de oro
parecida a la hierba que nosotros llamamos sácaro, pero que
los
griegos entendidos en botánica llaman hiosciamo. Por si
alguien
vió la hierba pero no sabe su nombre, o conoce el nombre
pero no
sabe distinguirla, daré una descripción de la hierba. Tiene
a
menudo más de tres palmos de altura; su raíz es parecida a
la
del nabo (y el que la compare con ella no se equivocará),
pero sus
hojas son como las de la menta. De sus ramas sale un cáliz
que
penetra en la rama, y la rodea una túnica, que se desprende
naturalmente cuando cambia, para producir el fruto. El cáliz
es
del tamaño del hueso del dedo meñique, pero en la extensión
de
su apertura es como una copa. Lo voy a describir para los
que no
lo conocen.
Imaginemos una esfera dividida en dos partes, redonda abajo
pero con otro segmento que crece de abajo arriba hasta formar
una circunferencia. Supongamos que se va estrechando poco a
poco, y que la cavidad de esa parte se achica y luego se
ensancha
de nuevo gradualmente hacia el borde, como las ranuras que
vemos en el ombligo de una granada. La recubre una túnica
hemisférica, que parece torneada, y que sube hacia arriba
por los
gajos que, como dije, crecen como en las granadas, sólo que
son
agudos y terminan únicamente en púas. Este manto del cáliz
preserva el fruto, que es como la semilla de la hierba
sideritis:
deja salir una flor que puede parecerse a la de la amapola.
Con
el modelo de esta planta se hacía la corona, que iba desde
la
parte posterior de la cabeza hasta las sienes; pero el
efielis, que
así puede llamarse el cáliz, no cubría la frente, que estaba
cubierta por una placa de oro con la inscripción del nombre
de
Dios en caracteres sagrados. Estos fueron los ornamentos del
sumo sacerdote.
7. Uno podría sorprenderse por la mala voluntad que nos tie-
nen los hombres que la explican afirmando que es porque
despreciamos la deidad que ellos pretenden honrar. Porque si
alguien considerase la hechura del tabernáculo, y observase
las
vestimentas del sumo sacerdote, y de los vasos que empleamos
en nuestros servicios sagrados, descubriría que nuestro
legislador fué un hombre divino y que somos injustamente
reprochados. Porque si lo miraran sin prejuicio, y juzgaran
rectamente estas cosas, hallarían que todas están hechas
imitando el universo. Cuando Moisés dividió el tabernáculo
en
tres partes, y señaló dos para los sacerdotes, como sitio
accesible
y común, significó con ello la tierra y el mar, que son de
acceso
general para todos; pero dejó aparte la tercera división
para
Dios, porque el cielo es inaccesible para el hombre. Y
cuando
ordenó que se colocaran doce hogazas en una mesa, significó
con
ellas el año, dividido en otros tantos meses. Dividiendo el
candelabro en setenta partes, indicó secretamente el decani,
o las
setenta divisiones de los planetas. En cuanto a las siete
lám-
paras del candelabro, se refieren al curso de los planetas
que son
de ese número.
También las redomas, compuestas de cuatro cosas, declaran
los cuatro elementos; el lino es apropiado para denotar la
tierra,
porque crece en la tierra; la púrpura significa el mar,
porque de
ese color se tiñe con la sangre de un marisco marino. El
azul es
adecuado para señalar el aire y el rojo indica naturalmente
el
fuego. Las vestimentas del sumo sacerdote, por el lino de
que
están hechas, señalan la tierra; el azul denota el cielo,
siendo
como relámpagos sus granadas y semejando a los truenos el
sonido de las campanillas.
En cuanto al efod, enseña que Dios hizo el universo con
cuatro elementos; el oro entretejido supongo que se refiere
al
esplendor con que se iluminan todas las cosas. Señaló
también
que se colocara el peto en el centro del efod, para semejar
la
tierra, que ocupa el centro del mundo. El cinturón que rodea
el
cuerpo del sumo sacerdote, significa el océano, que corre en
redondo e incluye el universo. Cada sardónice nos declara al
sol
y a la luna, me refiero a los que hacen de botones en los
hombros
del sumo sacerdote. En cuanto a las doce piedras, ya sea que
las
interpretemos como que son los meses o los signos de igual
número de ese círculo que los griegos llaman el zodíaco, no
nos
equivocaremos en su sentido.
La mitra, de color azul, me parece que significa el cielo.
¿De
qué otro modo se podría inscribir en ella el nombre de Dios?
Está
adornada con una corona, de oro, por el esplendor con que
Dios
se regocija. Basta esta explicación por el momento, ya que
en el
curso de mi narración tendré a menudo y en muchas ocasiones
la
oportunidad de extenderme sobre las virtudes de nuestro
legislador.
CAPITULO VIII
El sacerdocio de Aarón. Consagración del tabernáculo
1. Cuando se concluyó de construir el tabernáculo que ha
sido
descrito, sin haber sido consagradas todavía las ofrendas,
Dios se
apareció a Moisés y le ordenó que adjudicara el sumo
sacerdocio
a su hermano Aarón, porque el mejor de todos ellos por su
virtud
merecía ese honor. Moisés reunió a la multitud, le dió un
informe sobre la virtud de Aarón y su buena voluntad para
con
todos y de los peligros que había corrido por ellos. El
pueblo
testimonió su conformidad, y se mostró dispuesto a
recibirlo,
Moisés dijo:
-Esta obra, israelitas, ha llegado a su fin, de la manera
más
aceptable para Dios, y de acuerdo con nuestra capacidad.
Ahora,
como debemos recibir a Dios en este tabernáculo, nos hará
falta
ante todo alguien que oficie por nosotros, y haga el
servicio de los
sacrificios y de las oraciones que habrá que elevar. Si la
elección
de esa persona se me hubiera dejado a mí, yo me habría
creído
digno de ese honor, porque todos los hombres están
naturalmente encariñados consigo mismos, y porque tengo con-
ciencia de que he hecho mucho por vuestra liberación. Pero
Dios
mismo determinó que Aarón es digno de ese honor, y lo eligió
para ser su sacerdote, sabiendo que es la persona más justa
de
todos vosotros. De modo que él se pondrá las vestimentas
consa-
gradas a Dios; él se ocupará de los altares, y de hacer
provisión
para los sacrificios. Y es él quien elevará sus oraciones a
Dios,
que las escuchará de buena gana, no sólo porque él es solícito
para su nación, sino también porque las recibirá como
ofrecidas
por alguien que él mismo eligió para ese menester.
Los hebreos estuvieron satisfechos con sus palabras, y
dieron
su aprobación al que Dios había ordenado. Porque Aarón era
de
todos ellos el que más merecía ese honor, por sus propios
valores,
sus dones y profecías, y la virtud de su hermano. Tenía a la
sazón cuatro hijos, Nabad, Abió, Eleazar e Itamar.
2. Moisés le mandó que usara todos los elementos sobrantes
de la construcción del tabernáculo, para cubrir el mismo
taber-
náculo, el candelabro, el altar del incienso y los otros
vasos, de
modo que no sufrieran daño cuando viajaran, por la lluvia o
la
tierra. Reunida la multitud de nuevo, ordenó que ofrecieran
medio siclo cada uno como oblación a Dios. El siclo es una
mo-
neda de los hebreos y equivale a cuatro dracmas atenienses.
Obedecieron inmediatamente la orden de Moisés, siendo el
número de los que ofrecieron seiscientos cinco mil
quinientos
cincuenta. El dinero que trajeron los hombres que eran
libres,
fue donado por los que tenían más de veinte años y menos de
cincuenta. Lo que se recolectó se empleó para los usos del
tabernáculo.
3. Moisés purificó el tabernáculo e hizo lo mismo con los
sacerdotes, de la siguiente manera: Ordenó que tomaran qui-
nientos siclos de mirra selecta, igual cantidad de casia y
la mitad
de ese peso de canela y cálamo (una clase de especia dulce),
que
lo machacaran, lo mojaran con un hin de aceite de oliva (el
hin es
una medida de nuestra tierra, y contiene dos congios
atenienses), que lo mezclaran y lo pusieran a hervir; luego
que lo
prepararan según el arte de la perfumería y formaran un
ungüento de aroma suave. Luego untó a los sacerdotes y a
todo
el tabernáculo y los purificó. También había muchas clases
de
especias dulces que pertenecían al tabernáculo, y que eran
de
mucho precio y fueron llevados al altar dorado del incienso;
no
describo su naturaleza para no cansar a mis lectores. Pero
el
incienso había que ofrecerlo dos veces por día, antes de la
salida
del sol y a la puesta del sol. Debían conservar también
aceite
purificado para las lámparas, tres de las cuales debían
alumbrar
todo el día, en el candelero sagrado, ante Dios, y el resto
debía
ser encendido por la tarde.
4. Cuando todo terminó, Beseleel y Eliab revelaron ser los
obreros más hábiles, porque inventaron obras más finas que
lo
que habían hecho otros antes que ellos. Tenían gran aptitud
para imaginar cosas que antes no se conocían. De los dos
Beseleel fué considerado el mejor. El tiempo que emplearon
en la
obra fué de siete meses; y con ellos se cumplió el primer
año de
su salida de Egipto. Pero al comenzar el segundo año en el
mes
de xántico, como lo llaman los macedonios, y nisán, como lo
llaman los hebreos, en la luna nueva, consagraron el
tabernáculo
y todos sus vasos que ya he descrito.
5. Dios se mostró satisfecho con la obra de los hebreos, y
no
dejó que su trabajo fuera en vano; ni desdeñó usar lo que
habían
hecho, y bajó a habitar con ellos instalándose en la-casa
santa.
Llegó de la siguiente manera; el cielo estaba claro, y sólo
sobre el
tabernáculo había una niebla, rodeándolo; pero no era de las
espesas y gruesas que se ven en invierno, ni tampoco tan
delgada como para que se pudieran distinguir las cosas a
través
de ella. Desprendía un rocío dulce que revelaba la presencia
de
Dios a los que la deseaban y la creían.
6. Después de acordar a los obreros honrosos regalos como
los
que merecían recibir los que habían trabajado tan bien,
Moisés
ofreció en el atrio abierto del tabernáculo, como Dios le
había
ordenado, el sacrificio de un toro, un carnero y un cabrito,
propiciatorio por los pecados. En mi escrito sobre los
sacrificios
diré cómo los hacemos, e informaré en qué casos Moisés nos
or-
denó ofrecer un holocausto y en qué casos la ley nos permite
comerlo.
Después roció a Aarón, y a sus hijos y sus vestimentas con
la
sangre de los animales sacrificados, y los purificó con agua
de
manantial y ungüento, para entregarlos como sacerdotes de
Dios. De este modo los consagró a ellos y sus ropas durante
siete
días. Lo mismo hizo con el tabernáculo y los vasos que le
per-
tenecían, con aceite primeramente incensado, como he dicho,
y
con la sangre de toros y carneros, matados uno por día, uno
de
cada clase. El octavo día lo señaló como fiesta para el
pueblo, y
mandó ofrecer sacrificios, cada cual según sus
posibilidades. To-
dos compitieron entre sí, queriendo sobrepasar a los demás
en
los sacrificios que llevaban; de ese modo cumplieron el
mandato
de Moisés. Pero cuando los sacrificios estaban sobre el
altar, de
pronto se encendió espontáneamente un fuego, que pareció el
de
un relámpago, y consumió todo lo que había en el altar.
7. Aarón sufrió una gran aflicción, considerado como hombre
y padre, pero la sobrellevó con gran fortaleza. Porque tenía
real-
mente una gran firmeza de alma para los accidentes, y pensó
que esa calamidad le había caído encima por la voluntad de
Dios.
Porque tenía cuatro hijos, como dije antes, y los dos
mayores,
Nabad y Abió, no habían llevado los sacrificios que Moisés
les
había ordenado, sino los que acostumbraban a ofrecer antes,
y
fueron muertos por el fuego. Cuando el fuego cayó sobre
ellos y
comenzó a quemarlos, nadie pudo apagarlo. De esta manera
murieron.
Moisés ordenó a su padre y a sus hermanos que sacaran los
cuerpos del campamento, y los sepultaran con magnificencia1
. La
multitud los lloró, muy afligida por su muerte que tan
inespe-
radamente les había caído. Pero Moisés rogó a sus hermanos y
su padre que no se atribularan por ellos, y que prefirieran
el
honor de Dios, ante su dolor, pues Aarón ya se había puesto
las
vestimentas sagradas.
8. Moisés rehusó todo el honor que la multitud estaba dis-
puesta a conferirle, y sólo atendió al servicio de Dios. No
volvió a
subir al monte Sinaí; iba al tabernáculo y traía las
respuestas de
Dios a lo que le rogaba. Su ropa seguía siendo la de un par-
ticular; y en todas las demás circunstancias se conducía
como un
hombre del pueblo. No quería distinguirse de la multitud a
la
que hacía saber que no hacía otra cosa más que atenderla.
También registró por escrito la forma del gobierno por la
que se
regían, y las leyes por cuya obediencia llevarían una
existencia
para agradar a Dios y no disputarían entre ellos. Las leyes
que
ordenó fueron las que Dios le había sugerido. Ahora me
referiré
a esa forma de gobierno, y a estas leyes.
9. Voy a tratar ahora de algo que antes omití sobre la
vestimenta del sumo sacerdote. Porque Moisés no dejó lugar a
las malas prácticas de los impostores, si alguno de esa
clase
tratara de abusar de la autoridad divina, porque dejó a la
voluntad de Dios la decisión de estar presente o ausente de
los
sacrificios que se le ofrecieran. Y quería que lo supieran
no sólo
los hebreos sino también los extranjeros que estaban allí.
De las
piedras de que antes les hablé, que lleva el sumo sacerdote
en los
hombros, y que son sardónices (creo innecesario
describirlas,
1 En la Biblia son los hijos de Uziel, Misael y Elcefán, los
encargados de sacar del campamento los cuerpos de
Nabad y Abió.
porque todos las conocen), una de ellas relucía cuando Dios
estaba presente en los sacrificios; era la que hacía de
botón en el
hombro derecho. De ella salían rayos brillantes que podían
ver
aun los que estaban lejos y que no eran esplendores
naturales de
la piedra. Este hecho debe de parecer maravilloso a los que
no se
entregan a la filosofía de despreciar las cosas divinas.
Y diré algo que es más maravilloso aún: Dios anunciaba de
antemano, por medio de esas doce piedras que el sumo
sacerdote
lleva en el pecho, insertadas en el peto, cuándo saldrían
victoriosos de una batalla. Antes de que el ejército se
pusiera en
marcha salía de ellos un esplendor tan grande que todo el
pueblo
sabía que Dios estaba con él para ayudarlo. De ahí que los
grie-
gos, que veneraron nuestras leyes porque no pudieron
contradecir este hecho, llamaron al peto oráculo.
El peto, y la sardónice, dejaron de brillar doscientos años
antes de que yo compusiera este libro, porque a Dios le
desagradó la transgresión de sus leyes. De esto hablaremos
más
adelante, en ocasión más indicada. Ahora proseguiré mi
narración.
10. Consagrado el tabernáculo y establecido el orden regular
para los sacerdotes, la multitud juzgó que ahora Dios moraba
con ellos y se entregó a ofrecer sacrificios y preces a
Dios, por
haber sido librados de todo mal y por cobijar esperanzadas
perspectivas de mejores tiempos a partir de ese momento.
También ofrecieron donaciones a Dios, algunas comunes a toda
la nación y otras particulares, tribu por tribu.
Los jefes de las tribus se reunieron de a dos y trajeron
cada
grupo un carro y una yunta de bueyes. Seis, en total,
conducían
el tabernáculo cuando viajaban. Además cada jefe de tribu
trajo
una escudilla, un cargador y una cuchara de diez daricos
llena de
incienso. El cargador y la escudilla eran de plata y juntos
pesaban doscientos siclos, pero la escudilla no tenía más
que
setenta siclos; y estaban llenos de harina fina mezclada con
acei-
te, del que usaban en el altar para los sacrificios. También
lle-
varon un becerro, un carnero de un año, para el holocausto,
y
una cabra para el perdón de los pecados. Todos los jefes de
las
tribus trajeron asimismo otros sacrificios, llamados
ofrendas de
paz, cada día dos toros, cinco carneros, un cordero de un
año, y
cabritos. Los jefes de las tribus sacrificaron durante doce
días,
uno cada día.
Moisés no volvió a subir al monte Sinaí, pero penetraba en
el
tabernáculo y Dios le informaba lo que debían hacer y las
leyes
que había que emitir; leyes que eran preferibles a las que
ideaba
el entendimiento humano, y fueron observadas firmemente en
todos los tiempos futuros, consideradas como dones de Dios;
los
hebreos no transgredieron ninguna de ellas, ni por tentación
de
lujuria en tiempos de paz, ni por angustia ante los
aconteci-
mientos en tiempo de guerra.
Pero aquí no diré nada más sobre ellas, porque he resuelto
redactar otro libro referente a nuestras leyes.
CAPITULO IX
La naturaleza de nuestros sacrificios de ofrenda
1. Ahora, no obstante, mencionaré algunas de nuestras leves,
las que se refieren a las purificaciones, y oficios sagrados
simi-
lares, ya que accidentalmente llegué a este tema de los
sacrificios.
Los sacrificios son de dos clases, los que ofrecen los
particula-
res y los del pueblo en general. Se hacen de dos maneras
dife-
rentes; en la primera lo que se mata se quema, en
holocausto,y
por eso se le da este nombre; la otra es una oferta de
agrade-
cimiento, y se destina para festín de los que sacrifican.
Me referiré a la primera. Supongamos que un particular
ofrece un holocausto; debe matar un toro, un cordero o un
cabrito, estos últimos de menos de un año; los toros se
permite
sacrificarlos de más edad. Todos los sacrificios de
holocausto
deben ser machos. Una vez muertos, el sacerdote salpica la
sangre alrededor del altar; luego se lavan los cuerpos, se
dividen
en partes, se salan y se colocan en el altar, mientras se
apilan
unos sobre otros los trozos de madera y arde el fuego. Luego
se
lavan las patas de los sacrificios y las entrañas,
cuidadosamente,
y se agregan al resto para ser expurgados por el fuego. El
sacerdote recibe los pellejos. Esta es la forma de ofrecer
un
holocausto.
2. Los que hacen ofrendas de agradecimiento, sacrifican en
realidad los mismos animales, pero tienen que ser
inmaculados y
de más de un año; pueden elegir machos o hembras. También
salpican el altar con la sangre, pero ponen en el altar los
riñones,
los redaños, toda la grasa, el lóbulo del hígado y las
nalgas del
cordero; luego, dando al sacerdote el pecho y la espalda
derecha,
los oferentes comen durante dos días el resto de la carne.
Lo que
queda lo queman.
3. Los sacrificios por pecados son ofrecidos de la misma ma-
nera que los de agradecimiento. Pero los que no pueden
comprar
sacrificios completos, ofrecen dos palomas, o tórtolas, con
la
primera de las cuales hacen el holocausto a Dios, y la otra
la dan
para alimento de los sacerdotes. Pero de la ofrenda de esos
animales trataré detalladamente en el escrito sobre los
sacrificios.
Cuando una persona incurre en pecado por ignorancia ofrece
una oveja o una chivita, de la misma edad; los sacerdotes
rocían
la sangre en el altar, no de la manera anterior, sino en los
rinco-
nes. Luego transportan al altar los riñones y el resto de la
grasa,
junto con el lóbulo del hígado, mientras los sacerdotes se
llevan
los pellejos y la carne, y lo gastan en el lugar santo el
mismo día.
Porque la ley no les permite dejarla para el día siguiente.
Pero si
alguien peca, y tiene conciencia de haber pecado, pero nadie
se lo
puede probar, ofrece un carnero, como le ordena la ley; la
carne
se la comen los sacerdotes como la anterior, en el sitio
sagrado,
el mismo día. Cuando los gobernantes ofrecen sacrificios por
sus
pecados, traen las mismas ofrendas que los particulares;
pero
difieren en que el toro o el cabrito deben ser machos.
4. La ley exige, tanto para los sacrificios públicos como
para
los privados, que se lleve asimismo harina finísima; por un
cor-
dero la medida de una décima parte, por un carnero, dos, y
por
un toro, tres. La consagran en el altar, después de
mezclarla con
aceite. Porque también traen aceite los que sacrifican, para
un
toro la mitad de un hin, para un carnero la tercera parte de
la
misma medida y un cuarto para un cordero. El hin es una
anti-
gua medida hebrea, y es el equivalente de dos congios
atenienses. Traen la misma cantidad de aceite que de vino, y
echan el vino por el altar; pero si alguien no ofrece un
sacrificio
completo de animales, y trae harina flor sólo como voto,
arroja
un puñado sobre el altar como primicia, mientras los
sacerdotes
toman el resto del alimento, ya sea hervido, o mezclado con
aceite, pero hecho en tortas de pan. Pero cualquier cosa que
ofrezca el sacerdote mismo, tiene que ser necesariamente
quemado por completo. La ley nos prohibe sacrificar un
animal
al mismo tiempo que su madre; y en otros casos hasta el
octavo
día de su nacimiento. Hay otros sacrificios señalados para
eludir
las enfermedades, o para otras ocasiones, en los que las
ofrendas
de carne son consumidas junto con los animales sacrificados,
de
los que no es legítimo dejar ninguna parte para el día
siguiente y
del que sólo los sacerdotes deben tomar su parte.
CAPITULO X
Acerca de los festivales, y de cómo debe observarse cada
uno de sus días
1. La ley exige que al comienzo y al final de cada día se
mate
un corderito de un año, costeado con los gastos públicos;
pero el
séptimo día, que es llamado el sabat, se matan dos y se
sacrifican
de la misma manera.1 Con la luna nueva se realiza el sacrificio
diario y se matan además dos toros, siete corderos de menos
de
un año y un cabrito, para expiación de los pecados; esto es,
cuando se ha pecado por ignorancia.
2. Pero el séptimo mes, que los macedonios llaman hyperbe-
reteo, hacen un agregado a los que nombramos y sacrifican un
toro, un carnero, siete corderos y un cabrito, por los
pecados.
3. El décimo día del mismo mes lunar, hacen un festín que
dura hasta la noche; ese día sacrifican un toro, dos
carneros,
siete corderos y un cabrito, por los pecados. Traen además
dos
cabritos, uno de los cuales es enviado vivo hacia el
desierto,
fuera de los límites del campamento, como chivo emisario y
para
expiar los pecados de toda la multitud; el otro es llevado a
un
sitio muy limpio dentro de los límites del campamento donde
es
quemado con la piel, sin lavado de ninguna clase. Junto con
el
chivo queman un toro, traído no por el pueblo sino por el
sumo
sacerdote, por su cuenta; toro del que, una vez muerto,
transporta la sangre al lugar santo, junto con la sangre del
cabrito, y salpica el techo con los dedos siete veces, lo
mismo que
el pavimento, y luego el sitio más sagrado y alrededor del
altar
dorado. Finalmente la lleva al patio abierto y salpica
alrededor
del gran altar. Aparte de esto se colocan las extremidades,
los
riñones y la grasa, con el lóbulo del hígado, en el altar.
El sumo
sacerdote presenta del mismo modo un carnero a Dios como
holocausto.
1
J. 1 - 14
4. El décimoquinto día del mismo mes, cuando comienza la
estación del invierno, la ley nos ordena instalar
tabernáculos en
todas las casas, para preservarnos del frío de esa época del
año;
y también que cuando lleguemos a nuestro país, a la ciudad
que
entonces tendremos por metrópoli, porque en ella
edificaremos el
templo, y que cuando celebremos un festival de ocho días,
ofre-
ciendo holocaustos y sacrificando ofrendas de
agradecimiento,
llevemos en las manos una rama de mirto y sauce, y un ramo
de
la palmera con el agregado de la cidra. Y que el holocausto
del
primero de esos días sea un sacrificio de treinta toros,
catorce
corderos y quince carneros, con el agregado de un cabrito,
como
expiación de pecados; los días siguientes el mismo número de
corderos y de carneros, con los cabritos; pero disminuyendo
los
toros en uno por día hasta que sólo sean siete. El octavo
día se
abandona todo el trabajo y entonces, como dijimos antes, se
sa-
crifica a Dios un toro, un carnero y siete corderos, con un
cabrito
para expiación de pecados. Esta es la solemnidad habitual de
los
hebreos, que cumplen cuando instalan los tabernáculos.
5. El mes de xántico, que nosotros llamamos nisán y es el
comienzo de nuestro año, el décimocuarto día del mes lunar,
cuando el sol se halla en Aries (porque en este mes fué
cuando
fuimos libertados de la esclavitud de Egipto), la ley ordena
que
todos los años matemos el mismo sacrificio que como les dije
antes habíamos matado al salir de Egipto, y que llamamos la
pascua; celebramos, pues, la pascua en compañía, sin dejar
nada
de lo que sacrificamos para el día siguiente.
La fiesta del pan ácimo sucede al de la pascua y cae el
décimoquinto día del mes y continúa durante siete días,
durante
los cuales nos alimentamos de pan ácimo. Cada uno de estos
días
se matan dos toros, un carnero y siete corderos. Los
carneros se
queman enteramente, además del cabrito que se añade al
resto,
para los pecados; porque el propósito es que sea una fiesta
para
el sacerdote durante todos esos días.
El segundo día del pan ácimo, que es el décimosexto del mes,
se participa por primera vez de los frutos de la tierra,
porque
antes de ese día no se tocan. Se considera apropiado honrar
a
Dios, de quien se obtiene una abundante provisión,
ofreciendo la
primicia de la cebada de la siguiente manera: se toma un
puñado
de espigas, se secan y se machacan, separando la cebada del
afrecho; luego se lleva una décima parte al altar, ante
Dios, y
arrojando un puñado al fuego, se deja el resto para uso del
sacerdote. Después de esto se puede recoger la cosecha,
pública o
privadamente. Con esta participación de las primicias de la
tie-
rra se sacrifica un cordero, como holocausto a Dios.
6. Transcurridas una semana de semanas después del
sacrificio (semana que contiene cuarenta y nueve días), el
quincuagésimo día, que es pentecostés pero que los hebreos
llaman asarla, que significa también pentecostés, se trae
ante
Dios una hogaza, hecha con harina de trigo, de dos décimas
partes, con levadura, y dos corderos para sacrificar; una
vez que
han sido presentados a Dios son preparados para la cena de
los
sacerdotes, no siendo permitido dejar nada para el día
siguiente.
También se matan tres bueyes para holocausto, y dos
carneros, y
catorce corderos con dos cabritos por los pecados.
No hay un solo festival sin ofrendas de holocaustos; y se
per-
mite también descansar en cada uno de ellos.
Concordantemente
la ley determina las clases de sacrificios que deben hacerse
en
cada festival, y el descanso absoluto que en cada uno de
ellos
debe tomarse. Los sacrificios se hacen para celebrar
festines.
7. Aparte de las cargas comunes, el pueblo suministra pan
horneado sin levadura de veinticuatro décimas de harina. De
los
cuales dos montones son horneados y tomados la víspera del
sabat, pero son llevados al sitio sacro durante la mañana
del
sabat y colocados en la mesa sacra, de a seis por montón,
una
hogaza apoyada en la otra. Les ponen encima dos copas
doradas
llenas de incienso, y ahí quedan hasta el sabat siguiente;
se
ponen entonces otras hogazas en su lugar, mientras las
hogazas
se entregan a los sacerdotes para su alimento y el incienso
es
quemado en ese fuego sagrado en el que se queman todas las
ofrendas; y otro incienso se pone sobre las hogazas en lugar
del
anterior.
El sacerdote también de su propio cargo ofrece sacrificios,
dos
veces por día. Hechos de harina mezclada con aceite y
cocidos a
fuego lento. La cantidad es de una décima de harina; trae al
fuego la mitad por la mañana y la otra mitad por la noche.
Más
adelante daré un informe más detallado de estos sacrificios;
pero
creo que por ahora he establecido lo suficiente a su
respecto.
CAPITULO XI
De las purificaciones
1. Moisés apartó a la tribu de Leví de toda comunicación con
el resto del pueblo, separándola para que fuera una tribu
santa;
la purificó con agua, tomada de manantiales perpetuos, y con
sa-
crificios como los que solían ofrecerse a Dios en ocasiones
simi-
lares. Le entregó el tabernáculo y el vaso sagrado y las
demás
cortinas que fueron hechas para cubrir el tabernáculo, para
que
pudiera ministrar con la guía de los sacerdotes que ya
habían
sido consagrados a Dios.
2. Determinó también lo relativo a los animales; cuáles de
ellos podían ser usados como alimentos, y de cuáles debían
abs-
tenerse. Estas cuestiones, cuando esta obra me dé
oportunidad,
serán más ampliamente explicadas; agregando las causas que
movieron a Moisés a permitirnos que empleáramos algunos de
ellos como alimentos y a ordenarnos que nos abstuviéramos de
otros. Pero nos prohibió completamente que usáramos como
alimento la sangre, la que consideró que contiene el alma y
el
espíritu. También nos prohibió comer carne de animales
muertos
por sí mismos, y el redaño y la grasa de cabras, ovejas y
toros.
3. Ordenó también que aquellos cuyos cuerpos sufrieran de
lepra, y los que tuviesen gonorrea, no entraran en la
ciudad; más
aún, alejó a las mujeres, cuando tenían sus purgaciones
natu-
rales, hasta el séptimo día, después de lo cual las
consideraba
puras y les permitía volver. La ley permite también a los
que
han asistido a funerales que vuelvan cuando ha pasado el
mismo
número de días. Pero si alguien continúa después de ese
lapso en
estado de polución, la ley señala la ofrenda de dos corderos
como
sacrificio; uno de los cuales debe ser purificado por el
fuego
mientras que el otro lo toman para ellos los sacerdotes. Del
mismo modo sacrifican los que han tenido gonorrea. El que
derrama el semen, durmiendo, si se sumerge en agua fría
tiene
el mismo derecho que el que se ha acompañado legítimamente
con su esposa.
En cuanto a los leprosos, no les permitió entrar en la
ciudad
de ningún modo, ni vivir con los demás, como si fueran
efectiva-
mente personas muertas; pero si alguno obtenía, por oración
a
Dios, el restablecimiento de su enfermedad y recuperaba su
es-
tado de salud, daba gracias a Dios con varias clases de
sacrifi-
cios, acerca de los cuales hablaremos luego.
4. Por eso uno no puede menos que sonreír ante aquellos que
afirman que Moisés estaba afectado de lepra cuando salió de
Egipto, y que se hizo conductor de los que por igual razón
aban-
donaron el país, llevándolos al país de Canaán. Porque si
hubiese sido cierto, Moisés no habría hecho esas leyes para
su
propio deshonor, siendo más probable que se hubiera opuesto
a
su aprobación si otros hubiesen tratado de introducirlas;
hay
leprosos en muchos países que sin embargo son honrados, y no
sólo libres de reproches y exclusión; los hubo que fueron
grandes
jefes de ejércitos y se les confiaron altas funciones en la
comunidad, y tuvieron el privilegio de entrar en sitios
sagrados y
en templos.
De modo que nada impedía que si Moisés o la multitud que
estaba con él hubiesen estado sujetos a esa desgracia en el
estado de la piel, que hiciese el legislador leyes
favorables a
los leprosos en lugar dificultades. Por consiguiente es
claro que
es sólo por violentos prejuicios que afirman esas cosas de
nosotros.
En cuanto a Moisés, estaba exento de ese mal, del que
también estimando cosa feliz que los hombres fueran
prudentes
en los estaba libre el pueblo, e hizo las leyes con
referencia a
otros que asuntos del matrimonio, y que era provechoso para
las
ciudades lo sufrían, por el honor de Dios. Que cada cual
juzgue
este asunto y las familias que los hijos se supieran
legítimos.
También rede acuerdo con su criterio.
5. En cuanto a las mujeres, a las que habían dado a luz un
crímenes más grandes; del mismo modo, acostarse con la
esposa
niño Moisés les prohibió entrar en el templo y tocar los
sacrifi-
del padre y con las tías, hermanas y nueras lo señaló como
ejem-
cios antes de que pasaran cuarenta días. Si era una niña la
ley j
plo de abominable vileza. También prohibió que un hombre se
acosdecía que la madre no podía entrar hasta el doble de
aquel
nú- tara con su mujer cuando estaba profanada por su natural
purmero de días. Después del lapso señalado, podían entrar a
ofrecer gación; y que se juntara con bestias, y que aspirara
a
acostarse sacrificios, que los sacerdotes consagraban a
Dios.
6. Si alguien sospechaba que su esposa era culpable de
adulterio culpables de esa conducta insolente ordenó
castigarlos
con la terio debía llevar una décima de harina de cebada;
echaba
un puñado a Dios y entregaba el resto a los sacerdotes para
su
alimento. Uno de los sacerdotes colocaba a la mujer junto a
las
pureza; porque les prohibió todo lo anterior y no les
permitió
puertas vueltas hacia el templo, le retiraba el velo de la
cabeza,
casarse con rameras. También les prohibió casarse con
esclavas
escribía el nombre de Dios en un pergamino y le ordenaba
jurar
o con cautivas, y con las que se ganan la vida con el
comerque no
había ofendido a su marido y que si había violado su cio de
engaños o con posadas; y también con mujeres separacastidad
que se le desarticulara el muslo derecho, que se le hin- das
por
cualquier causa de sus maridos. Más aún; consideró chara el
vientre y que se muriera en ese estado; pero que si
inapropiado
para el sumo sacerdote casarse hasta con una viuda, su
esposo
había sido inducido temerariamente a concebir sus sospechas
aunque se lo permitió a los sacerdotes, y sólo lo autorizó a
con-
pechas por la violencia de su afecto y los celos
consiguientes, que
traer enlace con una virgen y a retenerla. Tampoco puede el
sumo quedara embarazada con un varón en el décimo mes.
Hecho este juramento, el sacerdote borraba el nombre de Dios
prohibe acercarse a sus hermanos o padres o hijos muertos.
Los del pergamino, echaba el agua en una redoma, tomaba un
poco sacerdotes no deben tener ningún defecto físico.de
tierra, si
la había en el templo, la echaba en la redoma, y se Ordenó
que
el sacerdote que adoleciese de alguna mácula obtulo daba
todo a
la mujer para que lo bebiera. Luego la mujer, viera su parte
de
alimentos, pero le prohibió subir al altar o si había sido
acusada
injustamente, concebía un varón y lo generaba en su viente
Pero
si había violado la fe de su matrimonio varan pureza en sus
sagrados ministerios sino también en su con y jurado en
falso
ante Dios, moría de reprochable manera; se leversación
diaria, la
que debía ser intachable. Por eso los quecaía el muslo y la
hidropesía le hinchaba el vientre.
Estas son las ceremonias de los sacrificios y las purificaciones
nentes por su pureza y sobriedad. No se les permite beber
vino
correspondientes, que Moisés suministró a sus compatriotas.
Y
mientras lleven la ropa. Además deben ofrecer sacrificios
sanos,
también les prescribió las siguientes leyes.
CAPITULO XII
Diversas leyes
1. En cuanto al adulterio, Moisés lo prohibió completamente,
estimando cosa feliz que los hombres fueran prudentes en los
asuntos del matrimonio, y que era provechoso para las
ciudades y
las familias que los hijos se supieran legítimos. También
re-
pudió el incesto de los hombres con sus madres como uno de
los
crímenes más grandes; del mismo modo, acostarse con la
esposa
del padre y con las tías, hermanas y nueras lo señaló como
ejem.
plo de abominable vileza. También prohibió que un hombre se
acostara con su mujer cuando estaba profanada por su
natural purgación; y que se juntara con bestias, y que
aspirara a acostarse con hombres, todo lo cual era perseguir
placeres ilegítimos. A los culpables de esa conducta
insolente
ordenó castigarlos con la muerte.
2. En cuanto a los sacerdotes, les prescribió doble grado de
pureza; porque les prohibió todo lo anterior y no les
permitió
casarse con rameras. También les prohibió casarse con
esclavas o con cautivas, y con las que se ganan la vida con
el
comercio de engaños o con posadas; y también con mujeres
separadas por cualquier causa de sus maridos. Más aún;
consideró inapropiado para el sumo sacerdote casarse hasta
con
una viuda, aunque se lo permitió a los sacerdotes, y sólo lo
autorizó a contraer enlace con una virgen y a retenerla.
Tampoco
puede el sumo sacerdote acercarse a un muerto, aunque a los
demás no se les prohibe acercarse a sus hermanos o padres o
hijos muertos. Los sacerdotes no deben tener ningún defecto
físico.
Ordenó que el sacerdote que adoleciese de alguna mácula
obtuviera su parte de alimentos, pero le prohibió subir al
altar o
entrar en la casa santa. También les ordenó que no sólo
observaran pureza en sus sagrados ministerios sino también
en
su conversación diaria, la que debía ser intachable. Por eso
los que visten los ropajes sacerdotales son hombres sin
mancha y eminentes por su pureza y sobriedad. No se les
permite beber vino mientras lleven la ropa. Además deben
ofrecer sacrificios sanos, que no tengan ningún defecto.
3. Moisés les dió todos esos preceptos, que fueron
observados
mientras vivió. Pero aunque vivió en el desierto proveyó no
obs-
tante la manera de que observaran las mismas leyes cuando
hu-
biesen tomado la tierra de Canaán. Dispuso entonces que cada
siete años, la tierra descansara y no fuera arada ni
sembrada, lo
mismo que había prescrito a los hombres que descansaran del
trabajo cada siete días. Y ordenó que en esa oportunidad lo
que
crezca espontáneamente en la tierra perteneciera en común a
todos los que quisieran emplearlo, sin hacer distinción
entre
compatriotas y extranjeros, y que hicieran lo mismo después
de
un lapso de siete veces siete años, o sea en un total de
cincuenta
años.
El quincuagésimo año es llamado por los hebreos el jubileo,
y
en él los deudores quedan libres de sus deudas, y recobran
la
libertad los esclavos que se convirtieron en tales, aunque
eran
del mismo linaje, como castigo por haber transgredido alguna
de
las leyes cuya pena no era la capital. Ese año se restituye
asi-
mismo la tierra a sus anteriores poseedores, de la siguiente
ma-
nera: cuando llega al jubileo, palabra que significa
libertad, el
que vendió la tierra y el que la compró se reúnen y
calculan, por
una parte, los frutos recogidos, y por la otra los gastos
invertidos.
Si los frutos recogidos superan a los gastos, el que la
vendió
recupera la tierra; pero si los gastos resultan ser mayores
que los
frutos, el poseedor actual recibe del anterior dueño la
diferencia
faltante, y le deja la tierra. Si el fruto recibido resulta
igual a los
gastos el actual poseedor la cede a su anterior propietario.
Moisés quería aplicar la misma ley a las casas que eran ven-
didas en las aldeas; pero hizo una ley diferente para las
que eran
vendidas en una ciudad. Porque si el vendedor conservaba el
dinero del comprador dentro del año, estaba obligado a
devol-
verlo; pero si transcurría un año entero, el comprador
gozaba de
lo que había comprado.
Esa fué la formación de las leyes que Moisés aprendió de
Dios, cuando tenían el campamento al pie del monte Sinaí, y
las
entregó por escrito a los hebreos.
4. Cuando el establecimiento de las leyes parecía haber que-
dado concluido, Moisés consideró oportuno pasar revista al
ejér-
cito, pensando que era conveniente arreglar los asuntos de
la
guerra. Encargó a los jefes de las tribus, exceptuando la
tribu de
Leví, que registraran el número exacto de los que eran aptos
para ir a la guerra; los levitas eran santos y libres de
todas esas
cargas. Después de numerar a la gente, se halló que había
seis-
cientos mil en condiciones de guerrear, de veinte a
cincuenta
años de edad, aparte de otros tres mil seiscientos
cincuenta. En
lugar de Leví Moisés incluyó a Manasés, hijo de José, entre
los
jefes de tribus, y a Efraím en lugar de José. Había sido,
como
conté anteriormente, un pedido hecho por Jacob a José, de
que le
diera sus hijos para adoptarlos como propios.
5. Instalado el tabernáculo, lo recibieron en medio del
campo,
armando sus tiendas tres tribus a cada lado, y abriendo
caminos
por el centro de esas tiendas. Era como un mercado bien
orde-
nado; todas las cosas estaban bien arregladas y preparadas
para
vender. En los puestos había toda clase de artículos;
parecía una
ciudad que a veces se translada y a veces queda fija.
Los sacerdotes ocupaban el primer lugar junto al
tabernáculo;
venían luego los levitas, cuyos varones de más de treinta
días de
edad habían sido contados y sumaban veintitrés mil
ochocientos
ochenta. Durante el tiempo en el que la nube permanecía
sobre
el tabernáculo, juzgaban conveniente quedarse en el mismo
sitio,
suponiendo que Dios habitaba allí entre ellos; pero cuando
se
alejaba, ellos también se desplazaban.
6. Moisés fué además el creador de un modelo de trompeta,
que estaba hecha de plata. Su descripción es la siguiente:
De lar.
go tenía poco menos de un codo. Estaba compuesta de un tubo
angosto, algo más delgado que una flauta pero
suficientemente
ancho como para que pasara el aliento de la boca de un
hombre.
Terminaba en forma de campana, como las trompetas comunes.
Se llamaba en lengua hebrea asosrá. Hicieron dos, una de las
cuales se hacía sonar cuando había que reunir a la multitud
en
congregación. Cuando la primera daba la señal, los jefes de
las
tribus debían juntarse para cambiar ideas sobre los asuntos
de
su competencia. Pero cuando daban la señal con las dos, era
para
llamar a la multitud a que se reuniera.
Cuando se transladaba el tabernáculo, se procedía con el si-
guiente orden solemne: A la primera alarma de la trompeta,
los
que tenían sus tiendas hacia el este se preparaban para el
trans-
lado; cuando se daba la segunda señal, hacían lo mismo los
que
estaban del lado sud. En un lugar vecino se desarmaba el
taber-
náculo y se transportaba entre seis tribus que iban delante
y
otras seis que seguían detrás, rodeando los levitas al
tabernáculo. Cuando sonaba la tercera señal se ponían en
movimiento los que tenían sus tiendas hacia el oeste, y a la
cuarta señal hacían lo mismo los del norte.
También empleaban las trompetas en los oficios sagrados,
cuando conducían los sacrificios al altar, tanto el día del
sabat
como en el descanso de las fiestas.
Y entonces fué cuando Moisés ofreció el sacrificio que
llama-
ron pascua, en el desierto; fué el primero que ofreció
después de
la salida de Egipto.
CAPITULO XIII
Moisés parte del monte Sinaí conduciendo al pueblo hasta
las fronteras de los cananeos
1. Poco después levantó el campamento alejándose del monte
Sinaí; después de pasar por varias etapas, de las que
hablaremos
luego, llegó a un lugar llamado Esermot, donde la multitud
comenzó
de nuevo a amotinarse y a culpar a Moisés por lo que había
su-
frido en los viajes; decían que los había persuadido de que
aban-
donaran un buen país, el que perdieron, y ahora, en lugar de
en
contrarse en la situación feliz que les había prometido,
vagaban
en condiciones miserables y escaseándoles el agua; y si el
maná
dejara de caer, perecerían todos de hambre.
Sin embargo, mientras todos pronunciaban palabras amargas
contra aquel hombre, uno de ellos los exhortó a no ser
desconsiderados con Moisés y a que no olvidaran las grandes
penurias que había pasado en beneficio de ellos; y a que no
desesperaran de recibir la asistencia de Dios. La multitud
se
volvió más indócil aún y más rebelde contra Moisés que
antes.
Aunque era vilmente injuriado por ellos Moisés los alentó,
prometiéndoles que trataría de
conseguir una gran cantidad de carne, y no sólo para unos
días sino para muchos días.
La gente no quiso creerlo y cuando uno de ellos le preguntó
de
dónde sacaría la abundancia que prometía, Moisés replicó:
Ni yo ni Dios, aunque escuchamos frases oprobiosas, deja-
remos de trabajar por vosotros; pronto lo veréis.
No bien lo dijo todo el campo se llenó de codornices; el
pueblo
las rodeó y recogió una gran cantidad de ellas. No obstante
Dios
no tardó en castigar a los hebreos por su insolencia y los
repro.
ches que les habían lanzado, porque no pocos de ellos
murieron.
Y hasta hoy en día ese sitio conserva el recuerdo de esa
destruc-
ción; se llama Cabrotabá, que significa los sepulcros de la
concu-
piscencia.
CAPITULO XIV
Moisés envía a varias personas a explorar la tierra de los
cananeos, y el tamaño de sus ciudades. Ante el informe de
los
enviados la multitud cae en la desesperación y resuelve
apedrear
a Moisés y regresar a Egipto servir a los egipcios.
1. Moisés condujo a los hebreos a un sitio llamado Faranx,
próximo a la frontera de los cananeos, y en el que era
difícil
permanecer. Al llegar allí congregó a la multitud y
colocándose
en medio de ellos, dijo:
-De una de las dos cosas que Dios determinó concedernos, la
libertad y la posesión de un país feliz, ya sois poseedores,
por la
gracia de Dios; la otra pronto la obtendréis. Porque hemos
acampado cerca de las fronteras de Canaán, y nada podrá
impedirnos su adquisición cuando finalmente caigamos sobre
ella; ningún rey y ninguna ciudad, y ni siquiera la
humanidad en-
tera si se uniera para eso. Pongamos, pues, manos a la obra,
porque los cananeos no nos entregarán su tierra sin pelear,
y
tendremos que arrancársela con grandes luchas guerreras. En-
viemos espías para observar las cosas buenas de la tierra y
la
fuerza que poseen. Pero sobre todo unamos los pensamientos y
honremos a Dios que por sobre todas las cosas es nuestra
ayuda
y asistencia.
2. Dicho esto por Moisés, la multitud lo recompensó con se-
ñales de acatamiento; eligieron doce espías entre los
hombres
más eminentes, uno de cada tribu, que atravesando todo el
país
de Canaán, desde las fronteras con Egipto, llegaron a la
ciudad
de Amaté y hasta el monte Líbano. Habiendo averiguado la
naturaleza del país y de sus habitantes, volvieron después
de los
cuarenta días que invirtieron en la operación. Trajeron
consigo
los frutos que producía la tierra, cuya excelencia
destacaron, e
informaron la gran cantidad de cosas buenas que producía el
país y que dieron motivo para que la multitud se enardeciera
y
deseara ir a la guerra.
Pero luego los aterrorizaron de nuevo al referirse a las
gran-
des dificultades que ofrecería la conquista, y al decirles
que los
ríos eran tan grandes y profundos que no podían ser atrave-
sados, que las colinas eran tan altas que no se podía viajar
por
ellas y que las ciudades estaban protegidas por murallas y
for-
tificaciones. También dijeron que habían encontrado en
Hebrón
a los descendientes de los gigantes. Cuando los espías
enviados a
observar la tierra de Canaán advirtieron que todas esas
dificul-
tades eran mayores que todas las que habían hallado desde su
salida de Egipto, asustaron a la multitud.
3. Por las informaciones recibidas supusieron que sería
impo-
sible tomar posesión del país. La congregación se disolvió
pero
los hombres, con sus mujeres y niños, siguieron
lamentándose,
como si Dios realmente no los asistiese y les diera
solamente pro-
mesas. Volvieron a culpar a Moisés y levantaron una grita
con-
tra él y su hermano Aarón, el sumo sacerdote. Pasaron
aquella
noche muy mal, lanzándoles invectivas, y a la mañana
siguiente
se congregaron apresuradamente con el propósito de apedrear
a
Moisés y Aarón y retornar a Egipto.
4. Entre los espías se hallaban Josué hijo de Nun, de la
tribu
de Efraím, y Caleb, de la tribu de Judá, quienes, temiendo
las
consecuencias, penetraron en medio de la multitud y la
acallaron
incitándolos a que tuvieran valor, y a que no condenaran a
Dios,
acusándolo de haberles mentido, ni prestaran oídos a
aquellos
que los habían amedrentado diciendo lo que no era cierto
acerca
de los cananeos, y escucharan en cambio a aquellos que los
animaban instándolos a tener esperanzas en el buen éxito.
Dijeron que podrían tomar posesión de la felicidad
prometida,
porque ni la altura de las montañas, ni la profundidad de
los ríos
impedirían que lo intentaran los hombres de verdadero valor,
sobre todo cuando Dios se ocuparía de antemano de cuidarlos
y
asistirlos.
-Vamos, pues -dijeron-, a atacar al enemigo, sin pensar en
derrotas, confiando en la conducción de Dios y siguiendo a
nuestros jefes.
Con estas exhortaciones los dos hombres lograron apaciguar
la ira de la multitud. Moisés y Aarón cayeron a tierra y
rogaron
a Dios, no por ellos, sino que pusiera término a lo que el
pueblo
hacía imprudentemente y le aquietara las ideas desordenadas
por su actual apasionamiento.
También esta vez apareció la nube y se mantuvo por encima
del tabernáculo, expresando que estaba con ellos la
presencia de
Dios.
CAPITULO XV
Moisés queda disgustado y predice que continuarán en el
desierto cuarenta años, durante los cuales no volverán a
Egipto
ni tomarán posesión de Canaán.
1. Moisés se acercó animosamente a la multitud y le informó
que Dios, sacudido por sus injurias, la castigaría, no con
la pena
qúe merecían sus pecados sino con la que aplican los padres
a
sus hijos para corregirlos. Cuando estaba, dijo, en el
tabernáculo,
llorando por la destrucción que caería sobre ellos, Dios le
recordó
lo que había hecho por ellos y los beneficios que de él
habían
recibido, y que sin embargo habían sido tan ingratos con él;
que
habían sido inducidos por el miedo de los espías a pensar
que sus
palabras eran más veraces que la promesa divina. Por eso,
aunque no los destruiría por completo a todos, ni
exterminaría
enteramente a la nación, a la que por cierto había honrado
más
que a cualquier otra parte de la humanidad, no les
permitiría
tomar posesión de la tierra de Canaán, ni gozar de su
felicidad, y
los haría en cambio errar en el desierto, viviendo sin
habitación
fija y sin ciudad, durante cuarenta años, como castigo por
su
trasgresión. "Pero como había prometido dar el país a
nuestros
hijos, los haría poseedores a ellos de esas cosas buenas de
que
vosotros mismos os habéis despojado debido a vuestras
inconte-
nidas pasiones."
2. Después de haberles hablado Moisés de ese modo,
siguiendo las indicaciones de Dios, la multitud cayó en gran
aflicción; rogaron a Moisés que tratara de reconciliarlos
con Dios
y que no los dejara seguir errando en el desierto,
concediéndoles
ciudades. Moisés respondió que Dios no accedería a la
tentativa,
porque su determinación no había sido tomada con ligereza,
como hacen los hombres, y era en cambio una decisión bien
meditada.
No dejaremos de creer que Moisés, que era un solo hombre,
apaciguó a tantos millares de personas iracundas, y las
convirtió
en gente de carácter suave; es que Dios estaba con él, y le
pre-
paró el camino para que pudiera persuadir a la multitud.
Como
muchas veces habían sido desobedientes, ahora comprendían
que esa desobediencia no era conveniente para ellos, y que
ahora
por esa causa sufrirían calamidades.
3. Pero ese hombre fué admirable por su virtud, y fuerte
para
hacer que los hombres dieran crédito a lo que les decía, no
sola-
mente durante su vida, pero ni aun ahora hay un solo hebreo
que no se comporte como si Moisés estuviera presente y
pronto
para castigarlo si comete un acto incorrecto, violando las
leyes
que ordenó, aunque pudiera disimular sus trasgresiones. Hay
muchas otras pruebas de que su poder era más que humano,
porque hubo quienes llegaron de allende el Eufrates, lo que
es
una jornada de cuatro meses, para venerar nuestro Templo; no
obstante, y a pesar de sus ofrendas, no pudieron participar
de
sus propios sacrificios, porque Moisés lo prohibió, porque
no
pertenecían a nuestras leyes ni estaban en relación con
nosotros
por las costumbres de nuestros antepasados.
Algunos de ellos no ofrecieron sacrificios, otros dejaron
sus
sacrificios en imperfectas condiciones, muchos ni siquiera
pu-
dieron entrar en el Templo, y se volvieron como vinieron,
prefi-
riendo la sumisión a las leyes de Moisés antes que la
satisfacción
de sus propias inclinaciones; y no porque tuvieran temor de
que
alguien los condenara, sino temiendo únicamente a su propia
conciencia.
Es así que esa legislación, que aparece como divina, hizo
que
este hombre fuera estimado como superior a su propia
naturaleza humana. Más aún; un poco antes de esta última
guerra, cuando Claudio era emperador de los romanos e Ismael
nuestro sumo sacerdote, y cuando un hambre muy grande nos
había asaltado, hasta el punto que una décima se vendía por
cuatro dracmas; y cuando no menos de setenta coros de harina
fueron llevados al Templo en la fiesta del pan ácimo (o sea
treinta y un medimnos sicilianos o cuarenta y uno
atenienses),
ninguno de los sacerdotes comió ni una migaja aunque el país
sufría una desgracia tan grande. Fué por temor a la ley, y
por
esa cólera que Dios conserva contra los actos de
perversidad, aun
cuando nadie pueda acusar a los actores.
Por eso no debe asombrarnos lo que entonces se hizo, ya que
hasta el día de hoy los escritos que dejó Moisés tienen
tanta fuer-
za, que aun hasta los que nos odian confiesan que fué Dios
el que
estableció esa reglamentación, y que fué por medio de Moisés
y
su virtud.
Pero estas cosas que cada cual las tome como mejor le
parezca.
LIBRO IV
Abarca un lapso de treinta y ocho años
CAPITULO I
La lucha de los hebreos con los cananeos, sin el consenti
miento de Moisés, y su derrota.
1. La vida de los hebreos en el desierto fué tan ingrata y
pe-
nosa y tanto los inquietaba que, aunque Dios les había
prohibido
enredarse con los cananeos, no pudieron ser convencidos de
que
obedecieran las palabras de Moisés y permanecieran
tranquilos.
Creyendo que podrían derrotar al enemigo, aun sin su aproba-
ción, lo acusaron de mantenerlos de propósito en situación
an-
gustiosa para que tuvieran que recurrir constantemente a su
ayuda. Resolvieron, por lo tanto, pelear con los cananeos,
dicien-
do que Dios les daría su asistencia no por la intercesión de
Moisés sino porque había tomado a su cargo el cuidado de
toda la
nación en atención a sus antepasados cuyos asuntos había to-
mado bajo su dirección y que si antes les había dado la
libertad
por sus virtudes, ahora los ayudaría cuando habían decidido
lu-
char por ella.
Dijeron también que tenían por sí mismos suficientes
condiciones para conquistar al enemigo, aunque Moisés
tuviera
el propósito de alejar a Dios de ellos; que de todos modos
era
conveniente para ellos dirigir sus propios destinos, y no
regocijarse por su liberación de los sufrimientos que habían
padecido con los egipcios para soportar la tiranía de Moisés
y ser
engañados, y vivir de acuerdo con sus deseos, como si Dios
hubiese profetizado lo que a nosotros respecta por ser
amable
con él, como si no fueran ellos la posteridad de Abram, a
quien
Dios hizo el único autor de todo lo que sabemos y de quien
aún
debemos continuar aprendiendo.
Sería una medida prudente oponerse a sus arrogantes preten-
siones, depositar la confianza en Dios, resolver tomar
posesión
de la tierra prometida y no prestar oídos a quien, con la
pretensión de la divina autoridad, les había prohibido
hacerlo.
Considerando el estado de zozobra en que se hallaban, y de
que en aquellos sitios desiertos sólo podía empeorar su
situación,
resolvieron combatir con los cananeos, sometiéndose sólo a
Dios,
su comandante supremo, y sin esperar la ayuda de su
legislador.
2. Tomada esta resolución, que consideraron la mejor,
avanzaron contra el enemigo. Pero éste no se desanimó ni por
el
ataque ni por la gran multitud que lo realizaba, y los
recibieron
valerosamente. Muchos hebreos fueron muertos, y el resto del
ejército, después del desorden en que cayeron las tropas,
fué
perseguido y huyó de manera vergonzosa a su campamento.
La inesperada desgracia los desalentó, y ya no esperaron
nada bueno de su acción, porque el desastre les había venido
por
la ira de Dios ante su conducta de ir imprudentemente a la
guerra sin su aprobación.
3. Cuando Moisés vió la profunda aflicción en que habían
caído a causa de la derrota, y temiendo que el enemigo se
sintiera animado por la victoria y tentado a buscar una
gloria
mayor aún y los atacara, resolvió que convenía retirar el
ejército
hasta el desierto, a mayor distancia de los cananeos. La
multitud
se entregó de nuevo a su conducción porque comprendió que
sin
su guía sus asuntos no marcharían bien. Moisés hizo
desplazar
al ejército internándose más en el desierto, para dejarlo
descansar allí y no permitirle combatir de nuevo a los
cananeos
antes de que Dios les diera una oportunidad más favorable.
CAPITULO II
La sedición de Coré y de la multitud, contra Moisés y su
hermano, con motivo del sacerdocio
1. Ocurrió con los judíos lo que suele suceder con los
grandes
ejércitos, y sobre todo en casos de mal éxito: son difíciles
de com-
placer y de gobernar. Eran seiscientos mil, y no se sometían
fá-
cilmente a sus gobernantes, ni aun en caso de prosperidad;
debido a la aflicción que sufrían y a las calamidades que
soportaban, se mostraron más furiosos que de costumbre,
entre
ellos y contra su jefe. Fueron presa de una sedición de la
que no
hay ejemplo ni entre los griegos ni entre los bárbaros y que
los
ponía en peligro de ser destruídos completamente.
Fueron, no obstante, salvados por Moisés, que no quiso acor-
darse de que casi fué apedreado por ellos. Tampoco dejó Dios
de
evitar su ruina; a pesar de las injurias que habían inferido
a su
legislador y a las leyes, y a la desobediencia de los
mandamientos que les había enviado por medio de Moisés, los
libró de terribles calamidades que, sin su cuidado
providencial,
les había acarreado la sedición.
Explicaré primero la causa por la que surgió la sedición y
luego relataré la sedición misma, así como las ordenanzas de
gobierno que dictó Moisés cuando hubo terminado.
2. Coré, un hebreo de importancia, tanto por su familia como
por sus riquezas, y que también sabía hablar muy bien y
persua-
dir al pueblo con sus discursos, vió que Moisés revestía una
dig-
nidad excesivamente grande. Disgustado por eso y envidioso
(era
de la misma tribu de Moisés y pariente de él), se sintió
particu-
larmente ofendido porque pensó que a él le correspondía con
más
derecho aquel puesto de honor, por las grandes riquezas que
poseía y porque no era inferior a Moisés por su nacimiento.
Levantó por lo tanto una grita contra él entre los levitas,
que
eran de la misma tribu, y especialmente entre sus parientes,
diciendo que era una cosa triste que tuvieran que tolerar a
Moisés mientras éste trazaba y recorría el camino de su
propia
gloria, que obtenía con malas artes y con la pretensión de
recibir
órdenes de Dios.
Contrariando las leyes había dado el sacerdocio a Aarón, no
por el voto general de la multitud sino por su propio
sufragio,
adjudicando dignidades de manera tiránica a quien él quería.
Añadió que ese modo disimulado de imponerse sobre ellos era
más difícil de soportar que si lo hubiese hecho
abiertamente, por
la fuerza porque no sólo se había apoderado de su poder sin
el
consentimiento de la multitud sino también cuando estaban
desprevenidos e ignorando sus planes contra ellos. Porque el
que
tiene conciencia de que merece alguna dignidad, trata de
conseguirla por la persuasión, y no por arrogantes métodos
de
violencia. Los que creen imposible obtener esos honores con
justicia, aparentan bondad y fingen que no hacen uso de la
fuerza, y se vuelven perversamente poderosos valiéndose de
recursos taimados. Corresponde a la multitud castigar a esos
hombres, aunque disimulen sus designios, y no permitirles
que
se hagan fuertes antes de proclamarse abiertamente enemigos.
-¿Por qué razón -añadió-, acordó Moisés el sacerdocio a
Aarón
y sus hijos? Si Dios determinó conceder ese honor a un
hombre
de la tribu de Leví, yo soy más digno de obtenerlo que él,
siendo
igual a Moisés por mi familia, y superior a él en riquezas y
en
edad. Y si Dios acordó concederlo a la tribu mayor, le
corres-
pondería con más justicia a la tribu de Rubén; y lo
recibirían
Datán, Abiram y Falaes, porque son los más ancianos de la
tribu, y poderosos además por sus grandes riquezas.
3. Diciendo esto Coré se proponía aparecer como interesado
en el bienestar público, pero en realidad trataba de que la
multitud le transfiriera a él esa dignidad. Con propósitos
malignos pero con palabras plausibless habló a los de su
tribu;
sus palabras llegaron luego gradualmente hasta un número
mayor de personas y luego todo el ejército las repitió con
los
agregados que cada cual añadía a los escándalos arrojados
contra Aarón.
Los que conspiraban con Coré, en número de doscientos cin-
cuenta, eran hombres principales que estaban ansiosos de
quitar
al hermano de Moisés al sacerdocio y hacerlo caer en
desgracia.
La multitud fué inducida a la rebelión y trató de apedrear a
Moisés, reuniéndose en asamblea, en confusión y desorden.
Tu-
multuosamente alzaron una grita frente al tabernáculo de
Dios,
pidiendo procesar al tirano y librar al pueblo de la
esclavitud a la
que, con el pretexto de que eran mandamientos divinos, los
sometía con órdenes violentas. Porque si hubiese sido Dios
el que
eligiese un hombre para cumplir las funciones de sacerdote,
habría elevado a esa dignidad a alguna persona merecedora, y
no a uno que era inferior a muchos otros; si hubiese juzgado
conveniente designar a Aarón, le habría permitido a la
multitud
que lo hiciera, y no habría dejado esa tarea a cargo de su
propio
hermano.
4. Aunque Moisés había visto de antemano las calumnias de
Coré y advertido que el pueblo estaba irritado, no obstante
no se
asustó; animosamente, sabiendo que lo había aconsejado bien
en
sus asuntos, y que su hermano había sido nombrado para
compartir el sacerdocio por orden de Dios y no como un favor
personal de él, se dirigió a la asamblea y sin decir nada a
la
multitud habló con la voz más alta que pudo, dirigiéndose a
Coré. Como era muy hábil para hacer discursos, y poseía,
entre
otros, el talento natural de conmover a la multitud con sus
arengas, dijo:
-Tú, Coré, y los que están contigo -y señaló a los
doscientos
cincuenta hombres-, parecéis dignos de ese honor; yo creo
que
todos los hombres del pueblo son merecedores de esa
dignidad,
aunque no sean tan ricos o tan grandes como vosotros. No he
dado el oficio a mi hermano porque sea superior a otros en
riquezas, ya que tú nos superas a ambos en la grandeza de tu
opulencia; ni tampoco porque sea de familia eminente, ya que
Dios, al darnos un antepasado común, hizo iguales a nuestras
familias. Tampoco fué por afecto fraternal, como otro
pudiera ha-
ber hecho con justicia; porque si no hubiese acordado ese
honor
por consideración a Dios y sus leyes, por cierto que no me
habría
pasado por alto yo mismo, dándoselo a otro, ya que soy un
pa-
riente más próximo de mí mismo que de mi hermano y teniendo
más intimidad conmigo mismo que con él; no habría sido
prudente por mi parte exponerme a los peligros de ofender
concediendo el feliz empleo a otro. Pero yo estoy por encima
de
esas bajas prácticas. Dios no lo hubiera consentido,
viéndose de
ese modo despreciado, ni hubiera permitido que vosotros
ignorarais lo que debíais hacer para complacerlo; hubiera
elegido
él mismo a quien debiera cumplir el sagrado ministerio,
librándoos a vosotros de ese cuidado. No fué algo que yo
pretenda dar si no es de acuerdo con la determinación de
Dios.
"Propongo por lo tanto que sea disputado por los que
desean
obtenerlo, pidiendo solamente que se permita ofrecerse como
candidato al que ha sido preferido y lo obtuvo hasta ahora.
Prefiero vuestra tranquilidad y que lleguéis sin sedición al
honorable cargo, aunque en verdad él lo haya obtenido con
vuestra aprobación; porque si bien Dios fué el dador, no
ofendemos cuando pensamos que lo aceptamos con su visto
bueno; y sería impiedad no tomar el honorable empleo cuando
lo
ofrece. Al contrario; sería muy irrazonable rehusarlo cuando
Dios considera conveniente que alguien lo retenga por todos
los
tiempos y se lo entrega seguro y firme.
"Pero dejemos que él mismo juzgue de nuevo quién quiere
que
le ofrezca sacrificios y tenga la dirección de las cosas de
la
religión. Porque es absurdo que Coré, que ambiciona ese
honor,
prive a Dios del poder de otorgarlo a quien quiera.
Suspended,
por lo tanto, la sedición y los disturbios y que mañana por
la
mañana todos los que deseen el sacerdocio traigan un
incensario
y vengan aquí con incienso y fuego. Deja, Coré, la decisión
a
Dios, y aguarda a ver de qué lado se inclinará, pero no
trates de
ser más grande que Dios. Ven tú también, para que esta
competencia por el cargo reciba su determinación. Y supongo
que
podemos admitir que Aarón se ofrezca en la elección, ya que
es
del mismo linaje que tú, y no hizo nada en su sacerdocio que
pueda hacerlo excluir.
"Venid, por lo tanto todos juntos, y ofreced el
incienso ante el
pueblo; y cuando lo ofrezcáis, aquel cuyo sacrificio acepte
Dios
será ordenado para el sacerdocio y estará libre de las
actuales
calumnias formuladas contra Aarón, de que obtuvo el favor
por
ser mi hermano."
CAPITULO III
Los sediciosos son destruídos por la voluntad de Dios.
Aarón, el hermano de Moisés, retiene el sacerdocio
1. Después de estas palabras de Moisés la multitud abandonó
la conducta turbulenta a que se había entregado y las
sospechas
contra Moisés y comentó lo que había dicho, porque la
propuesta
era buena y el pueblo así lo consideró. Con tal motivo
disolvieron
la asamblea. Pero al día siguiente se congregaron para
presenciar el sacrificio y la determinación que se haría
entre los
candidatos al sacerdocio.
La reunión resultó turbulenta; toda la multitud esperaba con
gran expectación lo que habría de suceder. A algunos les
hubiera
agradado que Moisés fuese condenado por malas prácticas,
pero
los más inteligentes deseaban librarse cuanto antes del
desorden
y la perturbación, porque temían que si la sedición
continuaba se
destruiría el orden de la organización del campamento. Pero
el
grueso del pueblo se complacía en gritar contra sus
gobernantes,
y cambiando entre sí opiniones sobre las arengas de los
oradores
alteraban la tranquilidad pública.
Moisés envió mensajeros a buscar a Abiram y Datán,
ordenándoles que acudieran a la asamblea y aguardaran los
oficios sagrados que se llevarían a cabo. Respondieron al
mensajero que no obedecerían la orden, y que no tolerarían
la
conducta de Moisés, que se estaba volviendo demasiado grande
para ellos merced a sus malas prácticas. Al conocer su respuesta,
Moisés dispuso que los jefes del pueblo lo siguieran y se
dirigieron a la facción de Datán, sin pensar en temer nada
al
dirigirse hacia esa gente insolente. No hicieron oposición y
fueron con él.
Pero Datán y sus asociados, cuando supieron que Moisés y los
principales del pueblo se dirigían hacia ellos, salieron con
sus es-
posas e hijos y se quedaron delante de sus tiendas, a la
espera de
lo que Moisés haría. Se hicieron rodear por los sirvientes
para
que los defendieran en el caso de que Moisés usara la fuerza
contra ellos.
2. Moisés se aproximó, alzó los brazos al cielo y dijo con
voz
bien alta para que lo oyera la multitud:
-¡Oh, señor de todos los seres que están en el cielo, en la
tierra y en el mar! Tú eres el más auténtico testigo de lo
que
hice, y de que todo fué hecho por tu orden; tú que fuiste
quien
nos dió asistencia cuando intentábamos cualquier cosa y que
te
mostraste misericordioso con los hebreos en todas sus
angustias,
acércate y escucha lo que digo, ya que nada, ni acción ni
pensamiento escapa a tu conocimiento, y no desdeñes decir la
verdad para vindicarme, sin considerar las ingratas
imputaciones de estos hombres. Lo que ocurrió antes de que
yo
naciera tú bien lo sabes, no por referencias sino por
haberlo visto
y presenciado; en cuanto a lo que se hizo últimamente, y de
lo
que estos hombres, aunque lo conocen perfectamente,
pretenden
sospechar, te pongo a ti de testigo. Viviendo una vida
privada
tranquila, abandoné todas las cosas buenas de que por mi
diligencia, y por tu consejo, gozaba con mi suegro Ragüel, y
me
entregué a este pueblo y soporté numerosas penurias por él.
Pasé al principio por muchos trabajos, para obtener su
libertad,
y ahora para preservarlos. Y siempre me mostré dispuesto a
ayudarlos en todas sus desgracias.
"Ahora, sospechado por esos mismos hombres que deben su
ser a mi actividad, ven tú, como es razonable esperarlo de
ti, tú,
que te mostraste primeramente en el monte Sinaí, y me
hiciste
oír tu voz, y ver los distintos milagros que ese sitio me
deparó; tú
que me mandaste ir a Egipto a declarar tu voluntad a este
pueblo; tú, que perturbaste la situación feliz de los
egipcios y nos
diste oportunidad de huir de nuestra esclavitud e hiciste el
dominio del faraón inferior a mi dominio; tú que hiciste del
mar
tierra seca para nosotros, cuando no sabíamos hacia dónde
encaminarnos, y anonadaste a los egipcios con esas olas
destructivas que se habían separado para nosotros; tú que
nos
otorgaste la seguridad de las armas cuando estábamos
desnudos;
tú, que hiciste que de las fuentes corrompidas brotase agua
apropiada para beber, y nos suministraste agua que venía de
las
rocas cuando más falta nos hacía; tú que nos salvaste la
vida con
lo que era alimento del mar, cuando nos faltaron los frutos
de la
tierra; tú que nos mandaste un alimento del cielo que nunca
se
había visto anteriormente; tú que nos sugeriste el
conocimiento
de tus leyes y nos señalaste la forma de gobierno; ven tú,
¡oh,
señor de todo el mundo!, y como juez y testigo que no puede
ser
sobornado, revela que nunca acepté de ningún hebreo ninguna
donación contraria a la justicia, nunca condené a un pobre
que
debía ser absuelto, para favorecer a un rico, y nunca traté
de
dañar a la comunidad. Ahora me acusan de lo que está más
lejos
de mis intenciones, de haber dado el sacerdocio a Aarón no
por
tu orden sino por favorecerlo; demuestra ahora que todas las
cosas son administradas por tu providencia, y que nada
sucede
por casualidad, sino que todo es gobernado por tu voluntad y
logra de ese modo su fin; demuestra asimismo que tú proteges
a
los que hacen bien a los hebreos; demuéstralo con el castigo
de
Abiram y Datán, que te condenan como un ser insensible y
dominado por mis ideas.
"Lo harás infligiendo un castigo a estos hombres, que
tan im-
prudentemente atacan tu gloria, castigo que los retire del
mundo, no de manera ordinaria sino de tal modo que sea
visible
que no murieron como todos. Que se abra la tierra que pisan
y
los consuma con sus familias y sus bienes. Lo cual será
demostración de tu poder para todos los hombres; y el método
de
su sufrimiento será un ejemplo para enseñar prudencia a los
que
abrigan sentimientos profanos hacia ti. Y será la prueba de
que
soy un fiel intérprete de tus preceptos. Pero si las
calumnias que
han lanzado contra mí son verdades, evita a estos hombres
todo
accidente y haz caer sobre mí la destrucción que imprequé
contra
ellos.
"Después que hayas infligido el castigo a los que
procuraron
tratar injustamente con el pueblo, otorga a éste concordia y
paz.
Salva a esta multitud que sigue tus mandamientos y líbralos
de
daños, y no permitas que compartan el castigo de los que han
pe-
cado. Como tú sabes, no es justo que por la perversidad de
esos
hombres sufra castigo toda la corporación de los
israelitas."
3. Después que Moisés dijera estas palabras, con lágrimas en
los ojos, estremecióse de pronto la tierra, ocasionando una
agitación semejante a la que produce el viento en las olas
del
mar. El pueblo se asustó. La tierra se hundió debajo de las
tiendas arrastrando consigo todo lo que estimaban los
sediciosos,
que así perecieron tan enteramente que no quedaron ni
huellas
de que hubiese habido hombres en aquel sitio. La tierra se
abrió
debajo de ellos volviendo a cerrarse y quedando entera como
antes, tanto que nadie que la vió después notó que hubiese
pasado allí un accidente como el que había ocurrido.
Así murieron esos hombres, siendo su muerte una
demostración del poder de Dios. Realmente cualquiera lo
lamentaría, no sólo por la calamidad que les había caído y
que
merece nuestra conmiseración, sino también porque sus
parientes quedaron complacidos por su desgracia. Porque
olvidaron el parentesco que los unía y ante el triste
accidente
aprobaron la sentencia que había recaído sobre ellos; y como
consideraron a la gente que rodeaba a Datán como hombres
pestilentes, juzgaron que habían muerto como tales y no
sintieron pesar por ellos.
4. Moisés llamó a los que competían por el sacerdocio para
realizar una prueba que determinaría quién sería sacerdote;
aquel cuyo sacrificio sería más grato a Dios sería ordenado
para
el oficio.
Asistieron doscientos cincuenta hombres, que fueron
realmente honrados por el pueblo, no solamente por el poder
de
sus antepasados sino también por ellos mismos en lo que
superaban a los demás. También Aarón y Coré se adelantaron y
todos ellos ofrecieron incienso ante el tabernáculo, en los
incensarios que habían llevado consigo. Inmediatamente se
produjo una llamarada tan grande que nadie había visto jamás
nada igual, ni hecho por la mano del hombre, ni en las
erupciones de la tierra causadas por fuegos subterráneos, ni
en
los incendios que estallan espontáneamente en los bosques,
cuando se agitan los árboles rozándose unos con otros; era
un
fuego brillantísimo, de llama terrible, como los que arden
por
orden de Dios. Envuelta por la erupción toda la compañía,
in-
cluso Coré, fueron destruídos, tan completamente que no
quedaron restos de sus cuerpos. El único que se salvó fué
Aarón,
que ni siquiera fué dañado por el fuego, porque Dios había
enviado el fuego para quemar únicamente a los' que debían
ser
quemados.
Después de la destrucción de aquellos hombres, Moisés quiso
que el recuerdo de la sentencia fuera transmitido a la
posteridad, para que la conocieran las generaciones futuras.
Ordenó a Eleazar, el hijo de Aarón, que pusiera sus
incensarios
junto al altar de bronce, para que fueran un recuerdo para
la
posteridad de lo que sufrieron aquellos hombres, por suponer
que se podía eludir el poder de Dios. Y Aarón ya no fué
considerado como que desempeñaba el sacerdocio por el favor
de
Moisés, sino por el juicio público de Dios. Y él y sus hijos
gozaron
pacíficamente ese honor.
CAPITULO IV
La permanencia de los hebreos en el desierto durante trein
ta y ocho años
1. No obstante la sedición, lejos de cesar después de esa
des-
trucción, se hizo más fuerte volviéndose cada vez más
intolerable. El motivo de su empeoramiento fué de tal
naturaleza
que parecía que la calamidad no terminaría nunca, que
duraría
mucho tiempo. Creyendo los hombres que nada sucedía sin la
providencia de Dios, dieron en pensar que aquellas cosas
sólo
habían ocurrido por el favor de Dios hacia Moisés; y le
echaron la
culpa de que Dios estuviera tan enojado y afirmaron que
aquello
había sucedido no tanto por la perversidad de los que fueron
castigados como porque Moisés se empeñó en que lo fueran; y
de
que aquellos hombres habían sido destruídos sin haber
pecado, y
sólo porque habían sido celosos del culto divino, y también
de
que aquel que había sido causa de que el número del pueblo
disminuyese, con la destrucción de tantos hombres, y de los
mejores de todos, además de haber escapado a todo castigo
había
dado ahora el sacerdocio a su hermano con tanta firmeza que
ya
nadie podía disputárselo.
Porque indudablemente ya nadie podría aspirar a ocuparlo,
después de haber visto perecer miserablemente a los primeros
que lo intentaron. Además, los parientes de los que fueron
destruídos instaron empeñosamente a la multitud a abatir la
arrogancia de Moisés, aduciendo que sería mejor para todos
si lo
hacían.
2. Enterado del tumulto que promovía la multitud, Moisés, te.
meroso de que intentaran alguna otra innovación, cuya
consecuencia podría ser alguna terrible y lamentable
calamidad,
convocó a congregación a la multitud y escuchó pacientemente
los alegatos que formulaban, sin refutarlos para no excitar
a la
multitud. Sólo pidió a los jefes de las tribus que trajeran
sus
varas, con los nombres de las tribus inscriptos en ellas, y
anunció que correspondería el sacerdocio a la vara en la que
Dios
dejara una señal. Aceptado este temperamento todos trajeron
las
varas, incluso Aarón, que puso en la suya el nombre de la
tribu
de Leví1
. Moisés depositó las varas en el tabernáculo de Dios.
Al día siguiente las sacó y fueron reconocidas por los que
las
habían traído, así como por la multitud. Vieron que todas
las
demás varas estaban tal como Moisés las había recibido, pero
en
la de Aarón habían brotado pimpollos, ramas y frutos maduros
de almendras, porque la vara era de un árbol de almendro. El
pueblo quedó tan asombrado ante aquel espectáculo
extraordinario, que aunque sentía hacia Moisés y Aarón
cierto
grado de odio, dejó a un lado esa aversión y comenzó a
admirar
el juicio de Dios; y todos aplaudieron lo que Dios había
decretado
y permitieron que Aarón gozara pacíficamente el sacerdocio.
De ese modo Dios ordenó a su sacerdote tres veces; y éste
retuvo el honor sin posteriores contratiempos. Y esta
sedición de
los hebreos, que había sido grande y duradera, quedó
finalmente
solucionada.
3. Como la tribu de Leví había sido exceptuada de la guerra
y
de las expediciones bélicas y destinada al servicio divino,
para
que sus miembros no pasaran necesidades y tuvieran que
buscarse la vida descuidando el templo, Moisés ordenó a los
hebreos, de acuerdo con la voluntad de Dios, que cuando
entraran en posesión de la tierra de Canaán asignaran a los
levitas cuarenta y ocho ciudades, buenas y limpias, y les
permitieran usufructuar de sus su. burbios hasta el límite
de dos
mil codos desde las murallas de la ciudad. Mandó, además,
que
el pueblo pagara a los levitas y a los sacerdotes un diezmo
de su
producción anual de frutos de la tierra. Esto es lo que la
tribu
recibe de la multitud; pero creo necesario anotar lo que se
paga
en total, especialmente a los sacerdotes.
4. Ordenó a los levitas que cedieran a los sacerdotes trece
de
sus cuarenta y ocho ciudades2
, y que les apartaran la décima
parte del diezmo que reciben anualmente del pueblo. Dispuso
también que era justo ofrecer a Dios las primicias de toda
la
1
Según la Biblia era el nombre de Aarón, y no el de la tribu,
el que había grabado en la vara (Números, XVII, 3).
2 La Biblia dice solamente que los nazarenos se rapaban y
arrojaban los cabellos al fuego (Números, VI, 18).
producción de la tierra, y que debían dar a los sacerdotes,
para
que pudieran comerlo con sus familias en la ciudad santa, el
primogénito de los cuadrúpedos señalados para los
sacrificios, si
era macho.
Los dueños de los primogénitos no indicados para sacrificios
por las leyes de nuestro país, deben entregar en su lugar un
siclo
y medio; por el primogénito de un hombre, cinco siclos.
También
les corresponde la primicia de la esquila de las ovejas; y
los que
cuecen pan de maíz y hacen hogazas deben darles un poco de
lo
que han hecho. Además los que han hecho un voto sagrado, me
refiero a los llamados nazarenos, que se dejan crecer el
cabello y no
usan vino, cuando consagran el pelo y ofrecen sacrificios,
deben
donar sus rizos a los sacerdotes32
.
También los que se dedican a Dios como exvoto, que es lo que
los griegos llaman ofrenda, cuando quieren librarse de ese
ser-
vicio deben dejar dinero para los sacerdotes; treinta siclos
las
mujeres y cincuenta los hombres. Para los que sean demasiado
pobres para abonar esa suma, los sacerdotes podrán
determinar
la cantidad que les parezca apropiada.
Los que matan en su casa animales para un festival privado,
no religioso, están obligados a llevar a los sacerdotes el
cuajar y
la mejilla, y la espalda derecha del sacrificio.
Con esto Moisés arbitró la manera de que los sacerdotes
estén
abundantemente mantenidos, aparte de lo que obtienen de las
ofren. das por pecados, que el pueblo les da, como he dicho
en el
libro anterior. Ordenó, asimismo, que de todo lo que les dan
a los
sacerdotes participen lo mismo que ellos sus sirvientes,
hijas y
esposas, exceptuando lo que reciben de los sacrificios
ofrecidos
por pecados; porque de éstos sólo pueden comer los varones
de
las familias de los sacerdotes, y únicamente en el templo, y
el
mismo día que son ofrecidos.
5. Hechas estas reglamentaciones, después de terminada la
sedición, Moisés se transladó, con todo el ejército, hasta
las
fronteras de Idumea. De allí envió embajadores al rey de los
idumeos pidiéndole que le diera paso por su país y convino
en
3
El Pentateuco no menciona esta distribución, que sólo se
encuentra en Josué (XXI, 4/20).
enviarle los rehenes que quisiera como garantía contra toda
ofensa. También le pidió que diera libertad a su ejército
para
comprar provisiones; y si insistía le pagaría por el agua
que
beberían.
Al rey no le satisfizo la embajada de Moisés; no dió paso al
ejército y llevó a su pueblo armado a enfrentar a Moisés y
estor.
barle su propósito en el caso de que intentara pasar por la
fuerza.
Moisés consultó por el oráculo a Dios, quien no le ordenó
entrar en guerra. Moisés retiró sus fuerzas e hizo un rodeo
viajando por el desierto.
6. Fué entonces cuando Miriam, la hermana de Moisés, llegó
a su fin, habiendo completado el cuadrgésimo año de su
salida de
Egipto eI primer día del mes lunar de xántico. Le hicieron
un fu-
reral público, con grandes gastos. Fué enterrada en cierta
mon-
taña que se llama Sin.
Después de guardar duelo durante treinta días, Moisés
purificó al pueblo de la siguiente manera: tomó una vaca que
no
había sido usada para el arado o para labranza, que estaba
sana
en todas sus partes y de color totalmente rojo, y la llevó a
cierta
distancia del campo, a un sitio perfectamente limpio. La
vaca fué
muerta por el sumo sacerdote quien salpicó la sangre, con
los
dedos, siete veces frente al tabernáculo` de Dios; luego la
vaca
fué quemada entera con su piel y sus entrañas, echando en el
fuego madera de cedro, hisopo y lana escarlata. Luego un
hombre limpio recogió las cenizas y las depositó en un sitio
perfectamente limpio.
Después, cuando una persona quedaba profanada por un
cadáver, echaban un poco de esas cenizas en agua de
manantial,
con hisopo, y sumergiendo parte de las cenizas la rociaban
al
tercero y séptimo día, y con eso quedaba limpia. Moisés
ordenó
que hicieran lo mismo cuando las tribus llegaran a su
tierra.
7. Finalizada la purificación descrita, que el conductor
realizó
por el duelo de su hermana, hizo marchar al ejército por el
de-
sierto, a través de Arabia. Al llegar a un sitio que los
árabes con-
sideraban su metrópoli, un lugar rodeado de altas montañas
que
antes se llamaba Arce y lleva ahora el nombre de Petra,
Aarón
subió sobre una de las montañas, porque Moisés le había
dicho
de antemano que moriría, y quedó frente a todo el ejército,
por la
pendiente de la ladera.
Se quitó el ropaje sacerdotal y lo entregó a su hijo
Eleazar, a
quien pertenecía el sacerdocio por ser el mayor, y falleció
mien-
tras la multitud lo miraba. Murió el mismo año en el que
perdió
a su hermana, habiendo vivido en total ciento veintitrés
años.
Fué el primer día de ese mes lunar que los atenienses llaman
hecatombeon, los macedonios lous y los hebreos ab.
CAPITULO V
Moisés vence a los amorreos Sicón y Og, destruyéndoles todo
el
ejército, y luego divide la tierra entre dos y media tribus
de los
hebreos
1. El pueblo guardó duelo por Aarón durante treinta días;
ter.
minado el duelo, Moisés retiró al ejército de aquel sitio y
llegó al
río Arno, el que saliendo de las montañas, corre atravesando
el
desierto y cae en el lago Asfaltites. Constituía el límite
entre el
país de los moabitas y el de los amorreos. Se trata de una
tierra
fructífera, suficiente para mantener un gran número de
hombres
con las cosas buenas que produce.
Moisés envió mensajeros a Sicón, rey del país, pidiéndole
per-
miso para pasar, con las seguridades que quisiera pedirle.
Le
prometió que no serían ofendidos, ni el país que Sicón
gobernaba
ni sus habitantes, y que compraría las provisiones a un
precio
conveniente para el rey, incluyendo, si lo quería, el agua.
Sicón rechazó la oferta y puso a su ejército en pie de
guerra,
preparándose para impedirles el paso por el Arno.
2. Viendo Moisés que el rey amorreo estaba dispuesto a
entrar en hostilidades, decidió que no debía tolerar el
insulto; y
resuelto a arrancar a los hebreos de su temperamento
indolente
y prevenir los desórdenes resultantes, que habían motivado
la
anterior sedición (y todavía no estaban del todo
apaciguados),
preguntó a Dios si le daba permiso para pelear. Acordado el
permiso, y habiéndole Dios prometido la victoria, se sintió
muy
animado y dispuesto a entrar en batalla.
Alentó a los soldados, instándolos a que tomaran gusto a la
pelea, ahora que Dios les había dado la venia para combatir.
Recibida la misión, que ansiaban hacía mucho tiempo, los
hombres revistieron los armamentos y pusieron manos a la
obra
sin demora. El rey de los amorreos no las tuvo todas consigo
cuando los hebreos estuvieron listos para el ataque; tuvo
miedo,
y su ejército, que antes había demostrado mucho valor, se
volvió
temeroso y no pudo hacer frente a los hebreos ni resistir su
primera embestida.
Huyeron, creyendo que podrían escapar protegiéndose en sus
ciudades, que eran fuertes; pero no sacaron ninguna ventaja
hu-
yendo hacia ellas, porque no bien los hebreos los vieron
ceder te-
rreno inmediatamente los siguieron pisándoles los talones.
Una
vez rotas las filas los aterrorizaron grandemente,
desprendiéndose algunos de ellos para correr a las ciudades.
Los hebreos los siguieron vivamente persistiendo
obstinadamente en la tarea que habían emprendido; y como
eran
muy hábiles en el manejo de la honda y muy diestros para
arrojar flechas, o cualquier otra cosa parecida, y como sólo
llevaban armamento ligero, lo que los hacía veloces para la
persecución, alcanzaron al enemigo. A los que estaban más
lejos
y no podían llegar hasta ellos, los alcanzaban con sus
hondas o
sus arcos, y los mataron en gran número. Los enemigos que
escaparon a la matanza quedaron gravemente heridos, y muchos
sufrieron más por la sed que por los elementos bélicos; porque
era verano y corrieron en desorden al río por el deseo de
beber.
Allí fueron rodeados por los hebreos, que los atacaron con
dardos
y flechas e hicieron una matanza. El rey Sicón también fué
muerto.
Los hebreos despojaron los cadáveres recogiendo el botín. La
tierra que tomaron abundaba en frutos, y el ejército la
recorrió
sin temor, alimentando al ganado y se apoderaron de las
ciudades sin que nadie pudiera detenerlos, ya que todos los
hombres combatientes habían perecido.
Esta fué la destrucción que alcanzó a los amorreos, que no
eran sagaces en los designios ni valerosos en la acción. Los
hebreos tomaron posesión de su tierra, que es un país
situado
entre tres ríos y parece una isla. El río Arno es su límite
sud, el
Jabaco determina el lado norte (este río, al derramarse en
el
Jordán, pierde su nombre y toma el otro), y el Jordán corre
por
todo el costado oeste.
3. Cuando las cosas llegaron a este estado, Og, el rey de
Galaad y Gaulanitis, cayó sobre los israelitas. Llevó
consigo un
ejército y acudió apresuradamente en ayuda de su amigo
Sicón.
Aunque ya lo encontró muerto, decidió no obstante pelear con
los
hebreos, suponiendo que sería demasiado para ellos y
deseando
probar su valor.
Sus esperanzas fallaron y fué muerto en la batalla y
destruido su ejército. Moisés atravesó el río Jabaco e
invadió el
reino de Og. Derribó las ciudades y mató a todos sus
habitantes,
que superaban en riquezas a todos los hombres de esa parte
del
continente, debido a la bondad de la tierra y la abundancia
de
sus frutos. Muy pocos hombres había iguales a Og, en el
tamaño
de su cuerpo y la belleza de su aspecto. Era, además, un
hombre
de gran habilidad, hábil en el uso de sus manos, y sus
proezas
armonizaban con el enorme tamaño y la hermosa apariencia de
su cuerpo. Los hombres pudieron adivinar fácilmente su
fuerza y
magnitud, cuando tomaron su cama en Rabat, la ciudad real de
los amonitas; estaba hecha de hierro y tenía cuatro codos de
ancho y un codo más del doble de largo.
Su caída no sólo mejoró la situación actual de los hebreos,
sino que su muerte fué para ellos motivo de nuevos triunfos,
porque tomaron las sesenta ciudades, rodeadas de excelentes
murallas, que le estaban sometidas, y cobraron en general y
en
particular una buena presa.
CAPITULO VI
El profeta Balaam y la apostasía de Zambrías
1. Moisés condujo su ejército al Jordán e instaló el
campamento en la gran planicie que se hallaba frente a
Jericó.
Esta ciudad gozaba de una situación muy buena y era muy
adecuada para producir palmeras y bálsamos. Los israelitas
comenzaron a sentirse muy orgullosos de sí mismos y muy
ansiosos de pelear. Moisés, después de haber ofrecido
durante
varios días sacrificios de agradecimiento a Dios y fiestas
al
pueblo, envió una expedición de hombres armados a arrasar el
país de los madianitas y tomar sus ciudades. La ocasión con
que
decidió hacerles la guerra fué la siguiente:
2. Cuando Balac, rey de los moabitas, que por sus
antepasados tenía parentesco y asociación con los madianitas,
vió el gran crecimiento de los israelitas, tuvo miedo, por
el
peligro que corrían él y su reino, porque ignoraba que los
hebreos, habiéndoles Dios pro. hibido ir más lejos, no
tocarían a
ningún otro país y se limitarían a la posesión del país de
Canaán. Con más apresuramiento que sabiduría Balac resolvió
hacer la tentativa de atacarlos con palabras; no creyó
prudente
combatir con ellos, después de sus grandes triunfos, y de su
propiedad que había aumentado hasta con los malos éxitos, y
pensó tratar de impedir que siguieran prosperando. Decidió,
pues, enviar embajadores a los madianitas para conversar con
ellos al respecto.
Los madianitas, sabiendo que junto al Eufrates vivía un tal
Balaam, que era uno de los más grandes profetas de la época
y
era amigo de ellos, envió a varios de sus honorables
príncipes
junto con los embajadores de Balac, para rogar al profeta
que
fuera a imprecar maldiciones para la destrucción de los
israelitas.
Balaam recibió a los embajadores y los trató muy
amablemente y después de haber cenado inquirió cuál era la
voluntad de Dios acerca del asunto para el que le pedían los
madianitas que fuera a su país. Como Dios se opusiera a su
partida, volvió a reunirse con los embajadores y les dijo
que él
satisfaría con mucho gusto su pedido, pero Dios se oponía a
sus
intenciones, ese Dios que lo había exaltado hasta la
reputación
que poseía por la verdad de sus predicciones; porque ese
ejército,
que le pedían que fuera a maldecir, gozaba del favor de
Dios. Por
lo tanto les aconsejaba que volvieran a su tierra y que no
persistieran en su enemistad con los israelitas. Después de
darles su respuesta, despidió a los embaja. dores.
3. Los madianitas, cediendo a las sinceras instancias y
fervientes ruegos de Balac, enviaron otros embajadores a
Balaam quien, deseando satisfacerlos, volvió a interrogar a
Dios;
disgustado por esta prueba, le ordenó que no contradijera a
los
embajadores. Balaam no se imaginó que Dios le había dado esa
orden para engañarlo, y se fué con los embajadores; pero cuando
el ángel divino le salió al paso en un pasaje angosto y lo
cercó con
paredes por los dos lados, la burra que montaba comprendió
que
era un espíritu divino el que les había salido al paso, y
arrojó a
Balaam contra una de las paredes, sin cuidarse de los golpes
que
Balaam le aplicó cuando se sintió lanzado contra la pared.
Perturbada por el ángel y por los golpes, la burra cayó al
suelo, y por la voluntad de Dios hizo uso de una voz de
hombre y
se quejó contra Balaam, acusándolo de maltratarla
injustamente; sin tener motivo para castigarla, le dijo, por
sus
anteriores servicios, ahora la apaleaba sin entender que era
la
providencia de Dios que le estorbaba para que no fuera a
realizar
lo que se proponía.
Balaam quedó perplejo por la voz de la burra, que era la voz
de un hombre; entonces se le apareció claramente el ángel y
le re-
prochó los golpes que había aplicado a la burra y le informó
que
el animal no había cometido ninguna falta y que él había ido
a
interrumpirle el viaje que era contrario a la voluntad de
Dios.
Balaam se asustó y se dispuso a regresar; pero Dios lo
incitó a
proseguir su camino, pero agregando la orden de que no
dijera
nada más que lo que él le sugeriría.
4. Recibido ese encargo de Dios, Balaam se presentó ante Ba-
lac. El rey lo atendió magníficamente y le pidió que se
transladara a una de las montañas a observar la situación
del
campamento hebreo. Balac también fué a la montaña llevando
consigo al profeta y un cortejo real. La montaña se hallaba
por
encima de los hebreos y a una distancia de sesenta estadios
del
campamento. Después de observarlos, Balaam pidió al rey que
levantara siete altares y le llevara otros tantos toros y
carneros.
El rey satisfizo su deseo. Balaam mató los sacrificios y los
ofreció
en holocausto. Como observara la señal de una fuga, dijo:
-Dichoso este pueblo a quien Dios otorgó la posesión de
innu-
merables cosas buenas, y le concede su providencia para
asistirlo
y guiarlo. No habrá ninguna nación en la humanidad a la que
no
seáis considerados superiores en virtud y en la celosa
observancia de las mejores reglas de vida, libres de
perversidad.
Reglas excelentes que dejaréis a vuestros hijos, por la
consideración que Dios os guarda y la provisión de cosas que
os
harán más felices que cualquier otro pueblo que se encuentra
bajo el sol. Vosotros retendréis la tierra a la que él os
mandó, la
que estará siempre a las órdenes de vuestros hijos, y tanto
esta
tierra como el mundo entero y los mares se llenarán de
vuestra
gloria. Seréis suficientemente numerosos como para proveer
al
mundo en general, y a cada región en particular, de
habitantes
de vuestra estirpe. Y eso aunque sea extraño, ¡oh, bendito
ejército!, que hayáis salido tantos de un solo padre.
Realmente la
tierra de Canaán podrá conteneros ahora que sois
relativamente
pocos; pero sabed que todo el mundo es propuesto para ser el
lugar de vuestra residencia permanente.
"La multitud de vuestra posteridad vivirá tanto en las
islas
como en el continente, y en mayor número que el de las estrellas
del cielo. Y cuando hayáis llegado a ser tantos, Dios no
dejará de
cuidaros, os suministrará en abundancia todas las cosas
buenas
en tiempo de paz y la victoria y la dominación en tiempo de
guerra.
"Que los hijos de vuestros enemigos se sientan tentados
de lu-
char con vosotros, y que les sea duro llegar a las armas y
asaltaros en combate, porque no volverán victoriosos ni su
retorno será placentero para sus esposas y sus hijos. A ese
alto
grado de valor seréis elevados por la providencia de Dios,
que
puede disminuir la afluencia de unos y suplir las
necesidades de
otros.
5. Así habló Balaam por inspiración, porque no podía hacerlo
por su propio poder sino movido por el espíritu divino. Pero
Balac quedó disgustado, afirmando que había violado el
compromiso, según el cual había ido, invitado por él y sus
confederados y con la promesa de grandes obsequios, para
maldecir a sus enemigos, y él en cambio los había encomiado,
diciendo que eran los más felices de los hombres. A esto
replicó
Balaam:
-Si consideras justicieramente este asunto, loh, Balac!,
com-
prenderás que no está en nuestro poder callar o decir algo
cuando hemos sido tomados por el espíritu de Dios. Porque él
nos
pone en la boca las palabras que quiere y frases de las que
nosotros no tenemos conciencia. Bien recuerdo los ruegos con
los
cuales vosotros y los madianitas me trajeron jubilosamente
hasta aquí, y por los cuales emprendí este viaje. Rogué que
me
fuera permitido no defraudar vuestros deseos; pero Dios es
más
fuerte que las intenciones que tuve de serviros; porque
aquellos
que han asumido la tarea de predecir los hechos de la
humanidad de acuerdo con sus propias capacidades, se ven
completamente incapacitados para hacerlo, o de abstenerse de
pronunciar lo que Dios les sugiere, o de hacer violencia a
su
voluntad, porque cuando él nos previene o entra en nosotros,
nada de lo que decimos es nuestro. Yo no me propuse elogiar
a
ese ejército, ni enumerar las diversas cosas buenas que Dios
se
propone hacer a su raza, pero como Dios estaba tan inclinado
en
su favor y tan dispuesto a concederles una vida feliz y
gloria
eterna, me sugirió la declaración de esas cosas. Mas ahora,
como
mi deseo es cumplir contigo y con los madianitas, cuyos
ruegos
no es decente que rechace, erijamos otros altares y
ofrezcamos de
nuevo los mismos sacrificios de antes, para que yo vea si
puedo
persuadir a Dios de que me permita atar a esos hombres con
maldiciones.
Balac estuvo de acuerdo, pero Dios no consintió, ni con el
se-
gundo sacrificio, que maldijera a los israelitas. Volvió a
sacrificar
por tercera vez, después de hacer levantar nuevos altares,
pero
ni aun entonces lanzó maldiciones contra los israelitas.
Balaam
cayó de cara al suelo, y predijo las calamidades que caerían
sobre
los reyes de las naciones y las ciudades más eminentes,
muchas
de las cuales no estaban desde hacía mucho tiempo ni
siquiera
habitadas. Hechos que luego ocurrieron entre los distintos
pueblos referidos, en los tiempos pasados y en los actuales,
hasta
llegar a mis propios tiempos, tanto por mar como por tierra.
Del
cumplimiento de todas las predicciones que formuló se puede
fácilmente comprender que las restantes también se cumplirán
en lo futuro.
6. Muy enojado por el hecho de que los israelitas no
hubiesen
sido maldecidos, Balac despachó a Balaam sin considerarlo
digno
de nada más. Cuando ya estaba por pasar el Eufrates, envió a
buscar a Balac y los príncipes madianitas, y les habló de la
siguiente manera
-¡Oh, Balac, y vosotros los madianitas que estáis presentes!
Me siento obligado, aun sin la voluntad de Dios, a daros
satisfacción. Es verdad que no puede caer sobre los hebreos la
destrucción completa, ni por medio de guerras, ni por
plagas, ni
por la escasez de frutos de la tierra, ni puede llegar a ser
su
ruina total ningún otro accidente inesperado. Porque la
providencia de Dios se preocupa de preservarlos de esas
desgracias y no permitirá que les caiga ninguna calamidad
que
los haga perecer.
"Pero pequeñas desgracias, y por poco tiempo, y por las
que
parezca que han caído, puede acaecerles. Sólo que después de
ellas florecerán de nuevo, para terror de los que les han
aportado
desdichas. De modo que si os proponéis obtener alguna
victoria
sobre ellos por un corto espacio de tiempo, lo conseguiréis
siguiendo mis indicaciones. Elegid las más hermosas de
vuestras
hijas, las que sean más eminentes por su belleza y
apropiadas
para doblegar y conquistar la modestia de los que las miran,
preparadlas bien vestidas y adornadas, lo mejor que podáis,
y
enviadlas a las proximidades del campamento israelita,
encargándoles que cuando los jóvenes hebreos requieran su
compañía, se la concedan.
"Cuando vean que están enamorados de ellas, que se
despidan para irse, y si les piden que se queden, que no les
den
consentimiento hasta que no los hayan persuadido de que
abandonen la obediencia a sus leyes y el culto al Dios que
las
estableció y adoren a los dioses de los madianitas y los
moabitas;
de este modo Dios se enojará con ellos.
Después de darles este consejo, Balaam se fué.
7. Los madianitas enviaron a sus hijas, como Balaam les
había exhortado a hacerlo, y los jóvenes hebreos se
sintieron
atraídos por su belleza y fueron a hablar con ellas,
rogándoles
que no les escatimaran el gozo de su hermosura ni les
negaran la
conversación. Las hijas de los madianitas recibieron sus
palabras de buen grado y consintieron al pedido, quedándose
con
ellos; pero cuando lograron enamorarlos y la inclinación de
los
jóvenes hacia ellas se había hecho madura, comenzaron a
hablar
de retirarse.
Los hombres se sintieron grandemente desconsolados e
instaron a las mujeres a que no se fueran y les rogaron que
se
quedaran y fueran sus esposas, prometiéndoles que serían
dueñas de todo lo que poseían. Esta promesa la afirmaron con
juramento poniendo a Dios de árbitro de su ofrecimiento; lo
dijeron con lágrimas en los ojos y todas las demás señales
de
afecto, para despertar su compasión demostrándoles lo
desdichados que serían sin ellas.
Las mujeres, en cuanto notaron que los habían hecho sus
esclavos, conquistándolos con su conversación, comenzaron a
hablar de la siguiente manera:
8. -¡Oh, jóvenes ilustres! Nosotros poseemos nuestras casas,
llenas de cosas buenas, junto con el natural afecto de
nuestros
padres y amigos. No hemos venido a conversar con vosotros
porque nos falten esas cosas, ni hemos admitido la
invitación con
el propósito de prostituir por lucro la belleza de nuestros
cuerpos; accedimos a vuestro pedido considerándoos hombres
valientes y dignos, y para poder trataros con los honores
que
exije la hospitalidad. Ahora, ante vuestras afirmaciones de
que
sentís un gran afecto por nosotras y os perturba la idea de
que
nos vayamos, no nos negaremos a vuestros ruegos, y si
pudiéramos recibir las seguridades de vuestra buena voluntad
que considerásemos suficientes, tendríamos mucho gusto de
vivir
con vosotros en calidad de esposas; pero tememos que con el
tiempo os canséis de nuestra compañía, nos maltratéis y nos
enviéis ignominiosamente de vuelta a las casas de nuestros
padres.
Los jóvenes afirmaron que les darían todas las seguridades
que quisieran y no les discutieron nada de lo que dijeron,
tan
grande era la pasión que sentían.
-Si ésta es vuestra decisión -respondieron ellas-, como vos-
otros usáis costumbres y formas de vida que son
completamente
diferentes de las de todos los hombres, tanto que vuestros
alimentos son propios solamente de vosotros y vuestras
bebidas
no son comunes a las demás, ha de ser absolutamente
necesario,
si queréis que seamos vuestras esposas, que también vosotros
adoréis a nuestros dioses. No puede haber ninguna otra
prueba
del cariño que afirmáis sentir y prometéis para lo futuro
que
ésta, la de que adoréis los mismos dioses que nosotros.
¿Puede
alguien quejarse razonablemente de que al haber llegado a
este
país adoréis sus dioses? Sobre todo siendo nuestros dioses
comunes a todos los hombres, y el vuestro uno que no
pertenece
a nadie más que a vosotros.
Añadieron que debían adoptar los métodos de culto de todos
los demás, o buscar otro mundo en el que pudieran vivir para
ellos mismos, de acuerdo con sus leyes.
9. Inducidos por el cariño que sentían hacia aquellas
mujeres,
los jóvenes juzgaron que habían hablado muy bien y se
rindieron
a sus indicaciones, trasgrediendo las leyes paternas y
aceptando
que había muchos dioses, a los que resolvieron ofrecer
sacrificios
de acuerdo con las leyes de la tierra. Saborearon encantados
sus
extraños alimentos e hicieron todo lo que las mujeres les
mandaban, aunque contradecían sus propias leyes.
La transgresión se extendió a todo el ejército de los
jóvenes,
los que cayeron en una sedición mucho peor que la anterior,
y en
el peligro de la abolición de todas sus instituciones.
Porque
después de tomar el gusto a aquellas extrañas costumbres,
cayeron en una insaciable inclinación hacia ellas, y aunque
algunos de los hombres principales eran ilustres por las
virtudes
de sus padres, se corrompieron junto con todos los
restantes.
10. Incluso Zambrías, el jefe de la tribu de Simón, buscó la
compañía de Cosbia, una mujer madianita hija de Sur, hombre
de autoridad en aquel país. Solicitado por su mujer a que
abandonara la ley de Moisés y siguiera aquellas a las que
ella
estaba habituada, satisfizo su deseo, sacrificando de manera
distinta a la suya y tomando una mujer extranjera por
esposa.
En ese estado de cosas, Moisés, temeroso de que las cosas
empeoraran aún más, congregó al pueblo y no acusó a nadie
por
su nombre para no hacer desesperar a los que, ocultándose en
mentiras, podían arrepentirse. Sólo dijo que no habían
observado
una conducta digna de ellos mismo ni de sus padres, al
preferir
el placer a Dios y a vivir de acuerdo con su voluntad; que
era
conveniente que cambiaran de rumbo mientras las cosas se
hallaban aún en buen estado, y que no creyeran que era
fuerte el
que hacía violencia a sus leyes sino el que resistía a la
lujuria.
Dijo además que no era razonable que después de haber hecho
una vida sobria en el desierto se portaran descabelladamente
ahora que estaban en la prosperidad, y que no debían perder,
ahora que tenían abundancia, lo que habían ganado cuando
tenían poco. Y les rogó que corrigieran a los jóvenes y los
hicieran arrepentirse de lo que habían hecho.
11. Pero Zambrías se levantó y dijo:
-Tú, Moisés, puedes usar libremente las leyes a las que
tienes
tanto cariño y que afirmaste sobre la ingenuidad de esta
gente;
de lo contrario, no siendo por este carácter que tienen, ya
habrías averiguado, mediante más de un castigo, que no es
fácil
imponerse a los hebreos. Pero no me obligarás a que sea tu
partidario en tus órdenes tiránicas, porque hasta ahora no
has
hecho otra cosa más que imponernos la esclavitud y lograr
dominio, con el pretexto de las leyes y de Dios, mientras
nos
privabas de las dulzuras de la vida, que consisten en actuar
de
acuerdo con nuestra propia voluntad, derecho de los hombres
libres y de los que no tienen amo que los mande. Serías más
duro
con los hebreos que los mismos egipcios, al pretender
castigar de
acuerdo con tus leyes.
"Cada cual se conduce como mejor le place; tú eres el
que me-
rece castigo, por pretender abolir lo que cada cual sabe que
es lo
mejor para él, y tratas de que tu sola opinión tenga más
fuerza
que la de todos los demás. Lo que hago ahora, y que creo que
es
lo correcto, no negaré que lo hago de acuerdo con mis
propios
sentimientos. Desposé, como tú dices correctamente, a una
mujer extranjera, y lo hago como hombre libre, y no intento
por
cierto disimularlo. Admito también que ofrezco sacrificios a
los
dioses a quienes tú no consideras digno sacrificar.
"Creo justo inquirir la verdad preguntando a muchos, y
no
vivir bajo la tiranía para sufrir que todas las esperanzas
de la
vida dependan de un solo hombre. Nadie podrá vanagloriarse
de
que tiene más autoridad sobre mis acciones que yo
mismo."
12. Después que Zambrías hubo dicho esas cosas, sobre los
hechos que perversamente él y otros habían cometido, el
pueblo
guardó silencio, por temor de lo que pudiera ocurrirles, y
porque
vieron que su legislador no quería seguir presentando ante
el
pueblo la insolencia de aquel hombre ni discutir
abiertamente
con él, para evitar que otros muchos imitaran su lenguaje
imprudente perturbando a la multitud. En seguida fué
disuelta
la asamblea.
Aquella perniciosa tentativa habría ido más lejos si
Zambrías
no hubiese sido muerto. Lo cual ocurrió de la siguiente
manera:
Finees, un hombre mejor que el resto de los jóvenes y que
por su
padre superaba a sus contemporáneos en dignidad (porque era
hijo de Eleazar, el sumo sacerdote, y nieto del hermano de
Moisés), grandemente perturbado por lo que Zambrías había
hecho, resolvió seriamente castigarlo, antes de que su
indigna
conducta creciera por la impunidad, y para impedir que la
transgresión avanzara, lo que sucedería si los cabecillas no
eran
castigados. Era intrépido de alma y fuerte de cuerpo, y
cuando
adoptaba una resolución peligrosa no la postergaba hasta
dominarla, y obtuvo una victoria completa. Penetró en la
tienda
de Zambrías y lo mató con su lanza, y junto con él mató
también
a Cosbia.
Después de eso todos aquellos jóvenes que respetaban la
virtud y querían hacer una acción gloriosa, imitaron la
audacia
de Finees, y mataron a todos los que fueron hallados
culpables
del mismo crimen que Zambrías. Muchos de los transgresores
murieron por la valiente actitud de los jóvenes; los
restantes
murieron a causa de una plaga, enfermedad que Dios mismo les
mandó. Todos sus parientes que, en lugar de impedirles que
realizaran esas perversas acciones, los convencieron de que
las
prosiguieran, fueron considerados por Dios como cómplices, y
murieron. Murieron no menos de catorce mil del ejército1
.
13. Esa fué la causa de que Moisés se viera inducido a
enviar
un ejército a destruir a los madianitas. De esa expedición
habla.
remos luego, después de haber relatado lo que hemos omitido.
Porque es justo no pasar por encima del debido encomio a
nuestro legislador, por su conducta en este asunto.
Balaam fué enviado por los madianitas para maldecir a los
hebreos, y al ser estorbado para hacerlo por la providencia
divina les sugirió aquel consejo, con cuyo ardid nuestros
enemigos casi corrompieron a toda la multitud de los
hebreos,
hasta el punto de que algunos de ellos se vieron hondamente
afectados por sus opiniones; no obstante Moisés le hizo el
gran
honor de registrar por escrito sus profecías. Estando en su
mano
pretender para sí esa gloria y hacer creer a los hombres que
esas
predicciones eran suyas, no habiendo nadie que pudiera
atestiguar lo contrario, le acordó su testimonio y le hizo
el honor
de mencionarlo con ese motivo. Pero que cada cual piense al'
respecto lo que le plazca.
1 Esta cifra está en contradicción con la de veinticuatro
mil que da la Biblia (Núm., 25-9).
CAPITULO VII
Los hebreos pelean con los madianitas, y los vencen
1. Moisés envió un ejército sobre el 'país madianita, por
las
causas arriba mencionadas, con un total de doce mil hombres,
los que tomó en igual número de cada tribu. Nombró
comandante a Finees, de quien hemos hablado anteriormente,
diciendo que era el que había guardado la ley de los
hebreos,
castigando a Zambrías cuando la transgredió.
Viendo los madianitas que venían los hebreos y que caerían
de pronto sobre ellos, reunieron el ejército, fortificaron
las
entradas del país y aguardaron la llegada del enemigo. Cuando
llegaron se trabaron en lucha, cayendo una inmensa multitud
de
los madianitas, tantos que no pudieron ser contados. Entre
ellos
cayeron todos sus reyes, en número de cinco, a saber: Oeo,
Sur,
Robees, Ures y Recem. La ciudad que lleva el nombre de este
último es la principal de toda Arabia y todavía ahora la
nación
árabe la llama Arecem, por el nombre de su rey fundador; los
griegos la llaman Petra.
Derrotado el enemigo, los hebreos saquearon el país, tomando
un gran botín, y destruyeron a los hombres que lo habitaban,
junto con las mujeres. Sólo dejaron a las vírgenes, como
Moisés
lo ordenara a Finees, quien regresó trayendo un ejército que
no
había sufrido ningún daño y un gran botín: cincuenta y dos
mil
reses, setenta y cinco mil seiscientas ovejas, sesenta mil
asnos y
una inmensa cantidad de objetos de oro y plata que los
madianitas empleaban en sus hogares; porque eran tan ricos
que
llegaban a ser lujosos. También tomaron cautivas a treinta y
dos
mil vírgenes.
Moisés dividió el botín en partes, y dió una cincuentava
parte
a Eleazar y los dos sacerdotes y otra cincuentava parte a
los
levitas, distribuyendo el resto entre el pueblo. Después de
esto
vivieron felices, habiendo obtenido abundantes cosas buenas
por
su valor y sin que hubiera desgracias que los afligieran o
les
perturbara el goce de su felicidad.
2. Pero Moisés se había vuelto viejo y nombró sucesor a
Josué, para recibir directivas de Dios como profeta y como
comandante del ejército, cuando les hiciese falta. Lo cual
hizo
por orden de Dios, que dispuso que le fuera encomendado el
cuidado de la cosa pública. Josué había sido instruído en
todo lo
concerniente al estudio de las leyes, habiendo sido Dios
mismo y
Moisés sus instructores.
3. Fué entonces cuando las dos tribus de Gad y de Rubén y
media tribu de Manasés, que poseían una gran cantidad de
ganado así como muchas otras cosas de prosperidad, después
de
reunirse en asamblea fueron a ver a Moisés y le pidieron que
les
diera, como parte particular de ellos, la tierra de los
amorreos,
que habían tomado por derecho de guerra, porque era
fructífera
y buena para el pastoreo del ganado. Moisés, suponiendo que
temían pelear con los cananeos y usaban la preocupación por
el
ganado como una bonita excusa para eludir la guerra, los
llamó
cobardes y les dijo que habían buscado únicamente una excusa
decente para cubrir su cobardía, que se proponían vivir con
lujo
y holgorio, mientras los restantes trabajaban fatigosamente
para
obtener la tierra que querían poseer, y que no querían
marchar
con ellos y sobrellevar los esfuerzos que faltaban y que
eran los
de pasar el Jordán y dominar a los enemigos que Dios les
había
señalado para obtener sus tierras.
Las tribus, al ver el enojo de Moisés y comprender que tenía
un justo motivo para sentirse disgustado por su pedido, se
disculparon y dijeron que no lo habían formulado por temor
al
peligro, ni por pereza, sino para dejar la presa que les
tocó en
lugar seguro y encontrarse más libres y dispuestos a
afrontar las
dificultades y librar batallas. Añadieron que después de
levantar
ciudades, en las que pudieran poner a cubierto a sus hijos,
sus
esposas y sus pertenencias, si sedas acordaba, irían con
todo el
resto del ejército.
Ante esas palabras Moisés quedó satisfecho. Llamó a Eleazar
el sumo sacerdote y a Josué, y a los jefes de las tribus y
los auto-
rizó a poseer la tierra de los amorreos; pero con la
condición de
que participaran con sus parientes en la guerra, hasta que
todas
las cosas quedaran establecidas. Con esta condición tomaron
posesión del país y edificaron ciudades fuertes, en las que
instalaron a sus hijos y sus esposas y todo lo que poseían y
que
podía ser un impedimento en la actividad de sus futuras
marchas.
4. Moisés edificó las diez ciudades que integrarían el
número
de cuarenta y ocho, tres de las cuales las asignó para que
aquellos que habían matado a alguna persona
involuntariamente pudieran asilarse en ellas, y señaló para
su
destierro el mismo lapso que el de la vida del sumo
sacerdote
bajo quien ocurrieron las muertes y la huída, permitiendo el
retorno de los matadores después de la muerte del sumo
pontífice. Durante el destierro los parientes de los que
fueron
muertos podían, por esta ley, matar al homicida, si lo
sorpren-
dían fuera de los límites de la ciudad a la que había huido,
aun-
que este permiso no se le concedía a ninguna otra persona.
Las
ciudades apartadas para servir de refugio eran éstas:
Bosora, en
los límites de Arabia; Arimán, en el país de Galaad, y
Gaulana,
en la tierra de Batanea. Habría también, por orden de
Moisés,
otras tres ciudades destinadas a la residencia de los
fugitivos de
las ciudades de los levitas, pero no antes de que entraran
en
posesión de la tierra de Canaán.
5. Fué entonces cuando los principales de la tribu de
Manasés
fueron a ver a Moisés, y le informaron que había muerto un
hombre eminente de su tribu, llamado Holofantes, que no
había
dejado hijos pero sí hijas; y le preguntaron si las hijas
podían
heredar su tierra.
Moisés respondió que si se casaban dentro de la tribu,
podrían mantener su patrimonio; pero que si se daban en
matrimonio a hombres de otras tribus, deberían dejar la
herencia en la tribu del padre. Y fué entonces cuando Moisés
ordenó que la herencia de cada cual debía continuar en su
respectiva tribu.
CAPITULO VIII
Sobre la política establecida por Moisés, y de cómo el
legislador desaparece del mundo
1. Completados los cuarenta años, dentro de los treinta días
siguientes Moisés reunió a la congregación junto al Jordán,
en
unsitio lleno de palmeras, donde se levanta actualmente la
ciudad de Abila. Reunido el pueblo le habló de la siguiente
manera:
2. -Israelitas y soldados que me acompañasteis en esta larga
e
inquieta jornada: Puesto que es la voluntad de Dios, y así
lo
exige mi edad de ciento veinte años, que abandone la vida; y
como Dios me prohibió que os apadrinara o asistiera en la
tarea
que queda por realizar allende el Jordán, he creído
razonable no
abandonar ni aun ahora mis esfuerzos en pro de vuestra
felicidad, y hacer en cambio todo lo posible para procuraros
el
goce eterno de las cosas buenas, y para mí un momento
imperecedero como autor de vuestra prosperidad. Permitidme
que os sugiera de qué modo podréis ser felices y dejar una
posesión próspera eterna a vuestros hijos después de
vosotros, y
luego irme del mundo. Merezco que me creais por las grandes
cosas que he hecho por vosotros y porque las almas cuando
están
a punto de abandonar los cuerpos hablan con la más sincera
libertad. ¡Hijos de Israel! Hay una sola fuente de felicidad
para
toda la humanidad: el favor de Dios. Porque sólo él es capaz
de
dar cosas buenas a los que las merecen, y de privar de ellas
a los
que pecan contra él. Si os comportáis de acuerdo con su
voluntad, y de acuerdo con lo que yo, que conozco muy bien
su
pensamiento, os exhorto a que hagáis, seréis estimados y
bendecidos por él, y admirados por todos los hombres, y
jamás
sufriréis desdichas ni dejaréis de ser felices. Así
conservaréis la
posesión de las cosas buenas que ahora poseéis y obtendréis
rápidamente aquellas que ahora os faltan; sólo tenéis que
ser
obedientes con aquel a quien Dios querrá que sigáis. No
prefiráis
ninguna otra organización de gobierno a las leyes que os han
sido dadas; no descuidéis la forma de culto divino que
tenéis
actualmente, ni la cambiéis por ninguna otra. Si así lo
hacéis,
seréis los hombres más valientes sobrellevando las fatigas
de la
guerra, y no seréis fácilmente conquistados por ninguno de
vuestros enemigos. Porque mientras Dios se encuentre
presente
para asistiros, es de esperar que podáis desdeñar la
oposición de
toda la humanidad. Y grandes recompensas os traerá la
virtud,
si la conserváis durante toda la vida. La virtud es ella
misma el
primero y principal de los bienes, que después concede
abundancia de otros; vuestro ejercicio de la virtud os hará
vivir
felices y más gloriosos que lo que puedan ser los pueblos
forasteros, procurándoos indisputada reputación y
prosperidad.
"Podréis obtener esas bendiciones si obedecéis y
observáis las
leyes que os he ordenado, por mandato divino, y meditáis
sobre
la sabiduría que contienen. Me alejo de vosotros,
regocijándome
con las cosas buenas de que gozáis; y os recomiendo la sabia
conducción de vuestra ley, el decoroso orden de vuestra or-
ganización política y las virtudes de vuestros comandantes,
que
atenderán a lo que es mejor para vosotros. Y que Dios, que
ha
sido hasta ahora vuestro conductor, y por cuya voluntad os
he
sido útil, no ponga punto final a su providencia para con
vosotros, y que gocéis de su cuidado mientras deseéis
tenerlo de
protector, en vuestro ejercicio de la virtud. Vuestro sumo
sacerdote, Eleazar, lo mismo que Josué, con el senado y los
jefes
de vuestras tribus, se pondrán a la cabeza de vosotros para
sugeriros los mejores consejos, siguiendo los cuales
continuaréis
siendo felices. Prestadles oído sin reservas, sabiendo que
el que
sabe ser gobernado sabrá también gobernar cuando sea llamado
a hacerlo.
"Y no penséis que la libertad consiste en oponeros a
las direc-
tivas que vuestros gobernantes consideran conveniente daros,
como hacéis ahora, que sólo destináis la libertad a ofender
a
vuestros benefactores. Si podéis evitar este error en lo
futuro,
vuestros asuntos estarán en mejores condiciones que hasta
ahora. No pongáis en esas cosas el grado de pasión que a
menudo habéis puesto cuando os sentíais coléricos conmigo;
porque vos sabéis que he estado en peligro de morir a
vuestras
manos más veces que a las de nuestros enemigos. Si ahora os
lo
recuerdo no es para reprocharos, porque no lo considero
apropiado, ni me voy del mundo para traeroslo a la memoria y
dejaros ofendidos conmigo, ya que cuando sufrí esas
injusticias
vuestras no estaba enojado con vosotros, sino para que seáis
más
prudentes en lo sucesivo y para haceros ver que es por
vuestra
seguridad. Quiero decir que no debéis ser injuriosos con los
que
os dirigen, aunque os hayáis vuelto ricos, como lo seréis en
alto
grado cuando hayáis pasado el Jordán y estéis en posesión de
la
tierra de Canaán. Porque si impulsados por vuestras riquezas
llegáis hasta el extremo de menospreciar y descuidar la
virtud,
habréis perdido el favor de Dios. Y cuando lo hayáis hecho,
seréis
vencidos en la guerra, y vuestros enemigos os quitarán de
nuevo
la tierra que poseáis, con grandes reproches hacia vuestra
conducta. Seréis dispersados por todo el mundo, y llenaréis
como
esclavos mar y tierra. Después de sufrir esa experiencia os
arrepentiréis, recordando las leyes que violasteis cuando
sea
demasiado tarde. Por eso quiero aconsejaros, si os proponéis
cuidar esas leyes, que no dejéis ningún enemigo vivo después
de
haberlos vencido, y que consideréis conveniente para
vosotros
destruirlos a todos, para que no ocurra que si los dejáis
vivos
probéis sus costumbres y corrompáis vuestras instituciones.
Os
exhorto asimismo a derribar sus altares y sus bosques y
todos los
templos que tengan, y a que destruyáis su memoria por el
fuego,
porque sólo por este medio podrá garantizarse la seguridad
de
vuestra feliz organización. Y para evitar vuestra ignorancia
de la
virtud, y la degeneración de vuestra naturaleza hacia el
vicio, os
he ordenado leyes, por sugestión divina, y una forma de
gobierno
que es tan buena, que si la observáis regularmente seréis
considerados los más dichosos de los hombres."
3. Dichas estas palabras, les dió las leyes y la
constitución del
gobierno, escritas en un libro. El pueblo se deshizo en
lágrimas y
parecía conmovido por la sensación de que les haría mucha
falta
su conductor, porque recordaban la cantidad de peligros por
que
había pasado y los cuidados que había tomado para evitarlos.
Se
sintieron desesperados ante la idea de lo que les
sobrevendría
después de su muerte, y pensaban que jamás tendrían otro go-
bernante como él; temían que cuando muriese Moisés, que
solía
interceder por ellos, Dios se cuidaría menos de ellos.
También se
sintieron arrepentidos y pesarosos por lo que le habían
dicho en
el desierto cuando estaban coléricos, tanto que todo el
pueblo
rompió a llorar con tanta amargura que no había palabras
para
confortarlos en su aflicción. Moisés los consoló
distrayéndolos del
pensamiento de que era digno de que lloraran por él, y los
exhortó a que mantuvieran la forma de gobierno que les había
dado. Luego la congregación fué disuelta.
4. Por consiguiente comenzaré ahora por describir esa forma
de gobierno que responde a la dignidad y la virtud de
Moisés, e
informaré a los que lean estas antigüedades cómo era nuestra
organización original, procediendo luego a continuar con las
restantes historias. Esa organización se conserva escrita,
tal
como él la dejó.
No agregaremos ningún adorno, ni nada que no sea lo que
Moisés nos dejó. Sólo innovaremos lo necesario para
recopilar las
distintas clases de leyes en un sistema regular, porque las
dejó
escritas tal como habían sido accidentalmente desparramadas
en
su entrega, y tal como, a su requerimiento, las recibía de
Dios.
Por eso he creído conveniente formular de antemano la
observación, para que no me culpen mis propios compatriotas
de
haber inferido alguna ofensa.
Una parte de nuestra constitución comprende las leyes que
corresponden a nuestro estado político. En cuanto a las
leyes que
Moisés dejó relativas a nuestras relaciones recíprocas, las
he re-
servado para una exposición sobre nuestra forma de vida que
me
he propuesto escribir, con la ayuda de Dios, después de haber
concluído la obra en que ahora estoy empeñado.
5. Cuando hayáis entrado en posesión de la tierra de Cancán
y tengáis ocasión de gozar de sus buenas cosas, y cuando
hayáis
decidido posteriormente construir ciudades, si hacéis lo que
es
grato a Dios gozaréis de una segura situación de bienestar.
Levantaréis entonces una ciudad santa en la tierra de
Canaán,
situada en el lugar más agradable por su bondad y sus
cualidades, y será la que Dios elija por sí mismo por
revelación
profética. Haréis un templo en ella, y un altar, erigido no
con
piedra labrada sino con la que se recoge al azar, las que
blanqueadas con almirez tendrán una hermosa apariencia,
grata
a la vista. El ascenso hacia el altar no será por gradas,
sino por
cuesta de tierra elevada. Y no habrá altar ni templo en
ninguna
otra ciudad; porque Dios es uno solo y la nación de los
hebreos,
una sola.
6. El que blasfeme contra Dios, será apedreado y colgado de
un árbol todo ese día, y será luego sepultado de manera
ignomi-
niosa y oscura.
7. Los que vivan en los confines de la tierra que posean los
hebreos acudirán a la ciudad donde se encuentre el templo,
tres
veces por año, para dar gracias a Dios por sus anteriores
beneficios y rogarle por los que necesiten en adelante; de
este
modo mantendrán una amistosa correspondencia con todos los
demás, reuniéndose y comiendo juntos; porque es bueno que
aquellos que son del mismo linaje y viven bajo las mismas
leyes,
no sean desconocidos entre sí. Ese conocimiento será
mantenido
conversando juntos, viéndose y hablando unos con otros y
renovando los recuerdos de esta unión. Porque si no
conversan
continuamente parecerán extraños entre sí.
8. Sacaréis una décima parte de vuestros frutos, aparte del
que habréis asignado para darlo a los sacerdotes y los
levitas, el
que podréis vender en el país, pero será para ser usado en
las
fiestas y sacrificios que se celebren en la ciudad santa.
Porque es
conveniente que gocéis los frutos de la tierra que Dios os
da en
posesión, para honor del donante.
9. No ofreceréis sacrificios con las remuneraciones de las
mu-
jeres prostitutas, porque a la divinidad no le agrada nada
que
salga de esas ofensas a la naturaleza, de las que ninguna es
tan
mala como la prostitución del cuerpo1
. De igual modo nadie
podrá emplear el precio de la cobertura de un perro, de los
1 Esta disposición parece inspirada por la costumbre
imperante en Siria de ofrecer a Venus los emolumentos de
las prostitutas.
empleados en la caza o para cuidar ovejas, para ofrecer con
él
sacrificios a Dios.
10. Que nadie blasfeme contra los dioses estimados como
tales por otras ciudades; y nadie podrá robar lo que
pertenezca a
los templos ajenos, ni retirar las donaciones dedicadas a
ningún
dios.
11. Que ninguno de vosotros use ropa hecha de lana y lino,
destinada únicamente para los sacerdotes.
12. Cuando la multitud se reúna cada siete años en la ciudad
santa para ofrecer sacrificios en la fiesta de los
tabernáculos, el
sumo sacerdote subirá a una plataforma alta, para que pueda
ser oído por todos, y leerá las leyes al pueblo; no se
impedirá
escucharlo a las mujeres y a los niños, ni tampoco a los
sirvientes. Es bueno que esas leyes queden grabadas en el
alma
y conservadas en la memoria indeleblemente, porque de este
modo nadie será culpable de pecado al no poder alegar
ignorancia de lo que las leyes mandan. También tendrán las
leyes gran autoridad para predecir lo que sufrirán los que
las
violan y para imprimir en el alma, escuchando su lectura, lo
que
mandan hacer. Y que siempre las tengan presentes los que las
desprecien y violen causando su propia desgracia. Que
también
los niños aprendan las leyes, siendo lo primero y lo mejor
que se
deberá enseñarles y que será la causa de su futura
felicidad.
13. Todos deberán conmemorar ante Dios los beneficios que
les otorgó al sacarlos de la tierra de Egipto, dos veces por
día, al
comenzar el día y al llegar la hora del sueño, porque la
gratitud
espor su propia naturaleza una cosa buena y sirve no sólo
como
reribución por lo pasado, sino también como invitación de
futuros avores. Inscribirán también en las puertas de sus
casas
las principales bendiciones que recibieron de Dios, y
mostrarán
el mismo recuerdo en sus brazos; llevarán, asimismo, en la
frente y en el brazo los milagros que declaran el poder de
Dios y
su buena voluntad hacia ellos, para que la disposición de
Dios a
bendecirlos aparezca en todas partes claramente visible.
14. En cada ciudad habrá siete hombres para juzgar, serán
los más celosos en el ejercicio de la virtud y la justicia.
Cada juez
tendrá asignados dos agentes de la tribu de Leví. Serán
tenidos
en gran honor aquellos que sean elegidos para juzgar en las
diversas ciudades; a nadie le será permitido vilipendiar en
su
presencia a nadie, ni tratarlo con insolencia, siendo
natural que
el respeto hacia los que ocupan altos cargos entre los
hombres
procure el temor y el respeto hacia Dios. Les será permitido
a los
que juzgan determinar de acuerdo con lo que crean justo, a
menos que alguien pueda demostrar que han recibido soborno,
para pervertir la justicia, o pueda alegar alguna otra
acusación
contra ellos por la que pueda suponerse que han dictado una
sentencia injusta; porque no es propio que las causas sean
determinadas por consideraciones de lucro, o por la dignidad
de
los litigantes, debiendo los jueces estimar antes que
ninguna
otra cosa aquello que es justo. De lo contrario Dios
parecería
despreciado y estimado inferior a aquellos que por el temor
a su
poder ocasionaron la sentencia injusta; porque la justicia
es el
poder de Dios. El que complace a los que tienen gran
dignidad
los supone más poderosos que Dios mismo. Pero si los jueces
son
incapaces de dictar una sentencia justa en las causas que
les
presentar. (lo que no es poco frecuente en las cosas
humanas),
que envíen la causa sin determinarla a la ciudad santa, y
que
allí la determinen como les parezcabien el sumo sacerdote,
el
profeta y el sanedrín'.
1 Difiere de la enumeración de la Biblia, que sólo menciona
a
los sacerdotes levitas y al juez (Deuteronomio, XVII, 9).
15. No debe darse crédito a un solo testigo; tienen que ser
tres, o por lo menos dos, y sólo aquellos cuyo testimonio
esté
confirmado por la corrección de su vida. No se admitirá el
testi-
monio de las mujeres, por su veleidad y la audacia de su
sexo.
Tampoco se permitirá dar testimonio a los sirvientes, por la
villanía de su alma; ya que es probable que no digan la
verdad,
por esperanza de lucro o temor al castigo. El que sea sospechado
de haber prestado falso testimonio, sufrirá, cuando sea
convicto,
el mismo castigo que debía haber sufrido aquel contra quien
declaró.
16. Si se comete un crimen en cualquier parte y no se
encuen-
tra al autor, ni hay sospechas de que alguien lo haya odiado
y
matado, se hará una investigación diligente en busca del
hombre, ofreciéndose recompensas a quien lo descubra; si no
se
obtiene ninguna información, se reunirán los magistrados y
el
senado de las ciudades próximas al sitio donde se cometió el
crimen, y medirán la distancia que haya desde el sitio donde
yazca el cadáver. Luego el magistrado de la ciudad más
cercana
comprará una ternera y la llevará a un valle, a un sitio
donde no
haya tierra arada ni árboles plantados y cortará los nervios
de la
ternera; luego el sacerdote y los levitas, y el senado de la
ciudad
tomarán agua y se lavarán las manos sobre la cabeza del
animal,
y declararán abiertamente que sus manos son inocentes del
crimen, que no lo han hecho ellos mismos ni ayudado al que
lo
hizo. Rogarán asimismo a Dios que sea misericordioso con
ellos y
que no vuelva a cometerse en esa tierra un hecho horrible
como
aquél.
17. El gobierno de los mejores es el mejor régimen, lo mismo
que la forma de vida que de él deriva; no tengáis nunca
inclinación hacia ninguna otra forma de gobierno, amad ese
régimen, observad las leyes de vuestros gobernantes y
gobernad
todas vuestras acciones de acuerdo con ellas; porque no
necesitáis otro supremo gobernante más que Dios. Pero si
deseareis un rey, que sea uno de vuestra propia nación, que
sea
siempre, perpetuamente, cuidadoso de la justicia y de otras
virtudes, que se someta a las leyes y estime los
mandamientos
de Dios como su más alta sabiduría. Pero que no haga nada
sin
el sumo sacerdote y el voto de los senadores; que no posea
un
gran número de esposas, ni persiga abundancia de riquezas,
ni
multitud de caballos, por lo que pueda volverse demasiado
orgulloso para someterse a las leyes. Y si se aficiona a
esas
cosas, restringidlo, para que no se vuelva tan poderoso que
su
estado se haga incompatible con vuestro bienestar.
18. No será legal modificar las fronteras, ni las nuestras
ni
las de aquellos con quienes estamos en paz. Tened cuidado de
no
retirar los mojones que son, por así decirlo, un límite
divino e in-
conmovible de derechos hecho por Dios mismo para durar siem-
pre; porque pasar de los límites y ganar terreno a costa de
otros,
es motivo de guerras y sediciones; los que modifican
fronteras no
están lejos de intentar la subversión de las leyes.
19. El que siembre un lote de tierra, cuyos árboles
produzcan
frutos antes del cuarto año, no deberá llevar las primicias
a Dios,
ni usar esos frutos él mismo, porque no se han producido en
su
estación apropiada; porque cuando la naturaleza hace un
esfuer-
zo intempestivo el fruto no es apropiado para Dios, ni para
uso
de su dueño, quien deberá juntar todo lo que creció el
cuarto año,
que es la estación propia. Después de recogido deberá
llevarlo a
la ciudad santa y gastarlo, junto con el diezmo de sus
restantes
frutos, celebrando festines con sus amigos, con los
huérfanos y
con las viudas. Pero el fruto del quinto año será suyo y
podrá
usarlo como le plazca.
20. No sembraréis con semilla un lote de terreno plantado
con
vides, porque es suficiente que nutra esta planta sin que
deba
ser atigado además por el arado. Araréis vuestras tierras
con
bueyes, y no obligaréis a otros animales a unirse con ellos
en el
mismo yugo; labraréis vuestros campos con animales que sean
de la misma especie. Las semillas también deberán ser puras,
sin mezclas, y no estarán compuestas de dos o tres clases;
porque
a la naturaleza no le agrada la unión de las cosas que no
son de
la misma clase, ni deberéis vosotros permitir que engendren
juntos animales de distinta clase. Hay razones para temer
que
esa injuria antinatural se extienda de los animales de
distintas
clases a los hombres; a esto pueden conducir las faltas
cometidas
con sujetos insignificantes. No debe permitirse que por
imitación
se introduzca la más mínima subversión en la constitución.
Las
leyes no deben descuidar ni aun las cosas chicas, y deben
estar
ellas mismas por encima de todo reproche.
21. Los que cosechan y recogen el maíz cosechado, no reco-
gerán las arrebañaduras; dejarán algunos puñados para los
que
estén apurados por las necesidades de la vida, para que
puedan
servirles de sustento y proveer a su subsistencia. Lo mismo
cuando recojan la uva; dejarán algunos racimos para los
pobres,
y dejarán pasar algo de los frutos de los olivos, cuando los
recojan, dejándolos para que los compartan los que no los
tengan; porque la ventaja que obtendrán los dueños
recogiéndolo
todo no será tan grande como la que obtendrán de la gratitud
de
los pobres. Y si vosotros no os preocupáis solamente de
vuestro
propio beneficio sino también de mantener a los demás, Dios
hará que la tierra sea más eficaz para producir y hacer
crecer
sus frutos. No pondréis bozal a los bueyes cuando desgranan
el
maíz en la era; porque no es justo privar del fruto a
nuestros
colaboradores que trabajan para su producción. No
prohibiréis
tocar la fruta de los árboles a los que pasan, cuando está
madura, y les daréis permiso para llenarse con lo que
vosotros
poseáis, ya sean de vuestro país o extranjeros, demostrando
que
os agrada tener la oportunidad de darles una parte de
vuestra
fruta cuando está madura; pero no será legal que se la
lleven.
Los que recogen las uvas y las conducen a los lagares que no
impidan comer de ellas a los que encuentren en el camino;
por-
que es injusto impedir, por envidia, a los que así lo
deseen, que
participen de las cosas buenas que llegan al mundo según la
vo-
luntad de Dios, cuando la estación está en su apogeo y
transcurre rápidamente como agrada a Dios. Más aún; si
alguien
se retrae, por timidez, de tocar los frutos, habrá que
animarlo a
que los tome. Me refiero tanto a los israelitas, que tienen
algo así
como un derecho de propiedad y de participación por el
origen
común, como a los hombres llegados de otros países, a
quienes se
permitirá participar como huéspedes de los frutos que Dios
ha
dado en su estación propicia. No deberá considerarse como
derrochado inútilmente, lo que cada cual concede por
amabilidad
a los demás, ya que Dios otorga cosas buenas a los hombres,
no
solamente para que ellos recojan los beneficios, sino
también
para que las den a otros generosamente. Por ese medio quiere
dar a conocer a los demás su especial gentileza para con el
pueblo de Israel, a quien acuerda libremente felicidad
mientras
la comparta abundantemente, por sus grandes sobrantes,
incluso
con los extraños.
Pero el que realice actos contrarios a esta ley será azotado
con
cuarenta golpes menos uno, por el verdugo público. Sufrirá
este
castigo, uno de los ignominiosos para un hombre libre, por
ser
tan esclavo para el lucro como para echar un baldón en su
propia
dignidad. Porque es correcto que vosotros, que habéis tenido
la
experiencia de las aflicciones en Egipto y en el desierto,
hagáis
provisión para los que se encuentran en iguales
circunstancias, y
que al haber obtenido ahora la abundancia, por la merced y
la
providencia de Dios, distribuyáis una parte con la misma
simpatía a los que tienen necesidad.
22. Aparte de los dos diezmos, que como os he dicho,
deberéis
pagar todos los años, uno para los levitas y el otro para
las fies-
tas, deberéis aportar cada tres años un tercer diezmo para
ser
distribuido entre los necesitados, las mujeres viudas y los
niños
huérfanos. En cuanto a los frutos maduros, se conducirán los
primeros que se recojan al templo, y después de bendecir a
Dios
por la tierra que los produjo, y que él dió en posesión, y
después
de ofrecer los sacrificios que la ley ordena, se entrega.
rán las
primicias a los sacerdotes. Después que todos lo hayan
hecho,
trayendo el diezmo de todo lo que poseen, junto con las
primicias
que corresponden a los levitas y para las fiestas, antes de
volver
a sus hogares se detendrán frente a la casa santa y darán
gracias a Dios por haberlos librado del injurioso
tratamiento que
recibieron en Egipto y dado un país bueno, grande, cuyos
rutos
les permite gozar. Después de haber atestiguado públicamente
que abonaron los diezmos, de acuerdo con la ley de Moisés,
rogarán a Dios que sea siempre misericordioso y propicio con
ellos, y siga siendo así con todos los hebreos, preservándo.
les las
cosas buenas que les había dado y añadiendo lo que aún
estaba
en su poder otorgarles.
23. Los hebreos desposarán, a la edad conveniente, vírgenes
que sean libres y nacidas de buenos padres. Los que no se
casen
con una virgan que no corrompan a la mujer de otro hombre ni
la
quiten a su anterior marido.
Los hombres libres no se casarán con esclavas, aunque su
afecto los induzca fuertemente a hacerlo, porque es decente,
y
conveniente para la dignidad de las personas, saber gobernar
el
afecto.
Nadie se casará con una prostituta, cuyas ofrendas
matrimoniales, proviniendo de la prostitución de su cuerpo,
Dios
no recibirá.
Para que los hijos sean libres y virtuosos, no deberán nacer
de uniones vergonzosas ni ser frutos de pasiones ilegítimas.
Si alguien se casa con una mujer creyéndola virgen, y luego
comprueba que no lo es, que la demande, acusándola y
emplean-
do las indicaciones probatorias que posea, y que defiendan a
la
mujer el padre o el hermano o el pariente que les siga. Si
la
mujer obtiene una sentencia favorable, de que no fu¿
culpable,
que viva con el marido que la acusó, quien carecerá de todo
po-
der para rechazarla en lo sucesivo, salvo si le da motivos
muy
grandes de sospecha y de tal índole que no puedan ser dene-
gados. El que formule acusaciones calumniosas contra su
mujer
de manera impúdica y temeraria, será castigado recibiendo
cua-
renta azotes menos uno, y deberá pagar cincuenta siclos al
padre
de su mujer. Si la mujer es convicta de haber sido
corrompida, y
si es del pueblo común, será apedreada, porque no supo
preser-
var su virginidad hasta estar legítimamente casada; si fuera
hija
de un sacerdote será quemada viva.
Si un hombre tiene dos esposas y respeta mucho y es muy
amable con una de ellas, por su cariño hacia ella, o por la
belleza
de la mujer, o por cualquier otra razón, en tanto que estima
me-
nos a la otra, y si el hijo de la que es amada es menor por
su
nacimiento que otro hijo nacido de la otra mujer, y trata de
ob-
tener el derecho de primogenitura valiéndose de la
amabilidad
de su padre hacia su madre, con lo que lograría una parte
doble
del caudal de su padre (porque esa doble porción es la que
le
asigné en las leyes), no le será permitido; porque es
injusto que
el mayor por su nacimiento sea privado de lo que le
corresponde
en la disposición de la hacienda del padre, porque su madre
no
sea considerada con equidad por aquél.
Si un hombre seduce a una mujer casada con otro, contando
con el consentimiento de ella, se les dará muerte a ambos, por-
que los dos son igualmente culpables: el hombre por haber
per-
suadido a la mujer de que se someta voluntariamente a la
acción
más impura prefiriéndola al matrimonio legítimo, la mujer
porque f ué persuadida de que cediera a la seducción, ya sea
por
placer o por lucro. Pero si un hombre se encuentra con una
mujer
cuando está sola y la viola, no habiendo nadie que pueda
acudir
en su ayuda, se dará muerte al hombre solamente. El que
seduzca a una virgen no desposada, que se case con ella; si
el
padre de la mujer no quiere que sea su esposo, el hombre
pagará
cincuenta siclos como reparación del ultraje. El que quiera
divorciarse de su mujer por cualquier causa, y entre hombres
hay muchas causas de ésas, que dé garantías por escrito de
que
jamás volverá a usarla como esposa; de este modo ella estará
en
libertad de contraer matrimonio con otro hombre, aunque no
podrá hacerlo hasta que no se decrete el divorcio. Pero si
es
maltratada por el nuevo esposo también, o si éste muere y el
primer esposo quisiera desposarla de nuevo, no será legal
que
vuelva con él.
Si el esposo de una mujer muere y la deja sin hijos, que se
case con ella el hermano del marido, que le ponga al hijo
que les
nazca el nombre del hermano y lo eduque como heredero de su
patrimonio; este procedimiento será beneficioso para el
pueblo,
porque de este modo no fracasarán las familias y la hacienda
continuará entre los parientes. Y será un consuelo para las
mujeres casarse con los familiares más próximos de sus
anteriores maridos. Pero si el hermano no quisiera tomarla
en
matrimonio, la mujer se presentará ante el senado y
protestará
públicamente de que el hermano, no quiere admitirla como
esposa, ofendiendo la memoria de su difunto hermano, ya que
ella desea continuar en la familia y engendrarle hijos.
Después
de interrogar al hermano sobre la causa de que se oponga al
enlace, sea buena o mala la razón que aduzca, el asunto
deberá
terminar del siguiente modo: la mujer desatará las sandalias
del
hermano y escupirá a éste en la cara, diciendo que merece
ese
reproche por parte de ella por haber injuriado la memoria
del
difunto. El hombre se retirará
del senado, cargando toda la vida con el reproche de la
mujer.
Luego ella podrá casarse con quien le plazca de entre los
que
lapidan en matrimonio.
Si un hombre toma cautiva a una virgen, o a una mujer que
estuvo casada, y se propone casarse con ella, no se le
permitirá
llevarla a su cama, ni vivir con ella como esposo, antes de
que la
mujer se haga afeitar la cabeza, se ponga ropa de luto y
llore a
sus parientes y amigos muertos en la batalla. De este modo
dará
salida a su dolor, después de lo cual podrá ocuparse de la
fiestci
y del matrimonio. Es bueno que el que toma una mujer para
tener hijos con ella complazca sus inclinaciones, y no
persiga
meramente su propio placer sin considerar lo que puede ser
agradable para ella. Pasados los treinta días de duelo,
lapso que
basta a las personas prudentes para llorar a los amigos más
queridos, podrán llevar adelante el matrimonio. En el caso
de
que después de haber satisfecho su lujuria el hombre se
sienta
demasiado orgulloso para retenerla como esposa, no tendrá
atribuciones para hacerla esclava, y ella podrá ir a donde
quiera
con el derecho de una mujer libre.
24. A los jóvenes que desprecien a sus padres y los ofendan
en
lugar de honrarlos, ya sea porque se avergüencen de ellos o
se
crean más sabios que ellos, primeramente los padres los
amones-
tarán de palabra (ya que por naturaleza tienen autoridad
suficiente para ser sus jueces), y les dirán que han
cohabitado no
por gusto ni para aumentar sus riquezas, uniendo sus
patrimonios, sino para tener hijos que los cuiden en la
vejez y les
provean sus necesidades. Les dirán también:
-Cuando tú naciste te recibimos con alegría, dimos las
gracias
a Dios por ti y te educamos con todo cuidado sin ahorrarnos
nada
que pudiera ser útil para tu seguridad y para tu
instrucción, en
lo que fuera más excelente. Ahora, como es razonable
perdonar
los pecados de los jóvenes, suspende las muchas pruebas de
desprecio que nos diste, refórmate y pórtate en lo sucesivo
con
más prudencia, considerando que a Dios le disgustan los que
son
insolentes con sus padres, porque él es el padre de toda la
humanidad y parece cargar en parte el deshonor que recae
sobre
los que llevan el mismo nombre cuando no son retribuídos
debidamente por sus hijos. Sobre éstos la ley aplica el
castigo
inexorablemente. ¡Que no conozcas nunca ese castigo!
Si la insolencia de los jóvenes se cura por este medio,
éstos
eludirán el reproche que merecen por sus anteriores errores;
el
legislador habrá demostrado su bondad y los padres quedarán
contentos por no haber visto castigados a un hijo o una
hija. Pero
si esas palabras y las instrucciones de corrección que contienen
resultan inútiles, las leyes se volverán implacables
enemigos de
la insolencia con la que trataron a sus padres. Sus mismos
padres los llevarán entonces fuera de la ciudad, seguidos
por una
multitud, y allí serán apedreados. Después de ser expuestos
ante
la multitud durante un día entero, serán sepultados durante
la
noche. Así es como enterramos a todos los que la ley condena
a
muerte, por cualquier causa. Nuestros enemigos que caigan en
la
lucha también serán enterrados; ningún cuerpo muerto deberá
quedar sobre la tierra, ni sufrir mayores castigos que los
que
exige la justicia.
25. Nadie prestará a ningún hebreo con usura, ni usura de lo
que se come, o bebe, porque no es justo sacar ventaja de la
desgracia de un compatriota; el que lo ayude en sus
necesidades
se considerará pagado con su gratitud y con la recompensa
que
recibirá de Dios por su humanidad.
26. Los que hayan pedido prestado plata o cualquier clase de
ruta, seca o fresca, cuando sus asuntos, con la bendición de
Dios,
marchen bien, deberán devolver lo prestado con placer, como
si
lo hubiesen recibido en depósito con el compromiso de
restituirlo
cuando fuera necesario. Pero si alguien fuera desvergonzado
y no
lo devolviera, el prestador no irá a la casa del prestatario
a
tomar una prenda por sí mismo antes de que se dicte
sentencia
sobre el asunto; pero requerirá la prenda, y el deudor
deberá
llevarla por sí mismo, sin la menor oposición hacia el que
viene a
verlo con la protección de la ley. Si el que da la prenda es
rico, el
acreedor la retendrá hasta que le sea pagado su préstamo;
pero
si es pobre, la tomará y la devolverá antes de la puesta del
sol,
especialmente si la prenda es ropa de vestir, para que el
deudor
pueda usarla como cobertor para dormir. Dios demuestra
naturalmente misericordia por los pobres. No será legítimo
tomar como prenda una piedra de molino ni cualquier
utensilio
que le pertenezca, para que el deudor no se vea privado de
los
instrumentos con que se procura el alimento y quede
desamparado en sus necesidades.
27. La muerte será el castigo por robar a un hombre; pero el
que haya hurtado oro o plata, Fagará el doble. El que mate a
un
hombre que le roba en su casa, será considerado inocente,
aunque el hombre sólo haya estado escalando la pared. El que
robe ganado pagará el cuádruple de la pérdida; excepto
cuando
se trate de un toro, por el que el ladrón pagará el
quíntuple. El
que sea pobre y no pueda pagar la multa que se le imponga,
será
sirviente de aquel a quien haya sido sentenciado a pagar.
28. El que sea vendido a alguien de su propia nación le ser-
virá seis años, y al séptimo saldrá libre. Pero si hubiese
tenido
un hijo con una mujer sierva de la casa de su comprador, y
si por
su buena voluntad hacia su amo y su natural afecto hacia su
mu-
jer y su hijo, quisiera seguir sirviéndole, será declarado
libre sólo
a la llegada del año del jubileo, que es cada quincuagésimo
año;
entonces se llevará consigo a su mujer y su hijo, que
también
serán libres.
29. El que encuentre oro o plata en el camino averiguará
quién lo perdió, anunciando el lugar donde lo halló, y se lo
devolverá, por considerar que no es justo obtener ventaja de
la
pérdida de otro. La misma regla se observará con el ganado que
se encuentre extraviado en un lugar solitario. Si no se
descubre
al dueño,el que hizo el hallazgo se lo guardará para sí,
apelando
a Dios de que no hurtó lo que pertenece a otro.
30. No es legítimo pasar frente a un animal en desgracia,
que
en un temporal haya caído en el cieno, sin tratar de
ayudarlo,compadeciéndose de su pena.
31. Es también un deber indicar el camino a los que no lo
conocen, evitando, por hacer una broma, estorbar las
ventajas de
otras personas indicándoles un camino equivocado.
32. De igual manera, nadie deberá ofender a los ciegos o a
los
lelos.
33. En una pelea entre hombres en la que no se usen instru-
mentos de hierro, el que haya sido castigado será vengado
inme-
diatamente infligiendo el mismo castigo al que lo castigó.
Pero si
el herido es conducido a su casa, donde yace enfermo varios
días
y luego muere, el que lo hirió no podrá escapar al castigo;
si el
castigado escapa a la muerte, pero tiene grandes gastos para
su
curación, el heridor abonará todos los gastos ocasionados
du-
rante todo el tiempo que dure la enfermedad y lo que se haya
pagado al médico.
El que patee a una mujer embarazada, haciéndola abortar,
pagará en dinero la multa que determinen los jueces, por
haber
disminuido la multitud destruyendo lo que la mujer llevaba
en
su seno; también dará dinero al esposo de la mujer el que la
haya pateado. Pero si muere del golpe, será castigado con la
muerte, porque la ley juzga equitativo pagar vida por vida.
34. Ningún israelita tendrá en su poder venenos que causen
la muerte o produzcan otros daños; el que fuera sorprendido
con
alguno será condenado a muerte, debiendo sufrir el mismo
infortunio que el acusado ocasionaría a aquel para quien
había
preparado el veneno.
35. El que mutile a otro sufrirá la misma mutilación,
debien-
do privársele del mismo miembro del que él privó al otro, a
menos que el mutilado acepte dinero en cambio; porque ley
instituye a la víctima como juez del valor de lo que sufrió
y le
permite estimarlo, a menos que prefiera ser más severo.
36. El que posea un buey que da cornadas deberá matarlo; si
el animal acuerna a, alguien en la era deberá ser muerto a
pe-
dradas y su carne no se considerará apta para ser usada como
alimento. Si se comprueba que el dueño conocía la costumbre
del
animal y no tomaba medidas para contenerlo, aquél recibirá
también la muerte por haber sido el causante de que el buey
diese muerte a un hombre. Si el buey hubiese matado a un
siervo o una sierva, será apedreado y el dueño del buey
pagará
treinta siclos al amo del muerto. Si fuese un toro el que de
ese
modo hubiese sido golpeado y muerto, ambos bueyes, el que
atacó y el que f ué muerto, serán vendidos, dividiéndose sus
dueños el precio de laventa.
37. El que cave un pozo o un hoyo deberá cuidarse de
cubrirlo
con tablas y mantenerlo cerrado, no para impedir que saquen
agua sino para que no haya peligro de que alguien caiga
dentro
de él. Si un animal cayese en un pozo o un hoyo abierto que
no
hubiese sido tapado y muriera, el dueño del pozo pagará el
precio
correspondiente al dueño del animal. Rodeando el
coronamiento
de las casas deberá haber un almenaje, que impedirá que la
gente caiga y se mate.
38. El que reciba algo en custodia de otra persona lo
cuidará
como un depósito sagrado y divino y no imaginará ningún re-
curso para privar de esa cosa al que se la ha confiado, sea
hom-
bre o mujer, y ni aunque gane con ello una inmensa suma de
oro, y
aunque nadie pueda comprobárselo, porque la conciencia del
hombre, que sabe lo que posee, debe obligarlo en todos los
casos
a actuar correctamente. La conciencia será su testigo y lo
hará
siempre portarse de tal manera que le procure el encomio de
la
gente, pero que piense sobre todo en Dios, de quien no puede
ocultarse ningún hombre perverso. Pero si el depositario de
la cosa
la perdiera, sin que hubiera engaño de su parte, se
presentará
ante los siete jueces y jurará por Dios que no perdió nada
voluntariamente, o con torcida intención, y que no usó nada
de la
cosa perdida, con lo que se lo dejará ir sin culpa; pero el
que
hiciera uso de la más mínima parte de lo que se le hubiese
entregado en custodia y lo hubiese perdido, será condenado a
pa-
gar todo lo que recibió. Del mismo modo que con los
depósitos,
serán abominados los que defrauden a los que hagan por ellos
algún trabajo corporal. Y recordemos siempre que no debemos
defraudar el salario de los pobres, considerando que Dios
les
asignó esos salarios en lugar de tierra y otras posesiones.
Más
aún, esos pagos no deberán ser de ningún modo demorados y
serán abonados el mismo día, puesto que Dios no desea privar
al
trabajador del uso inmediato de aquello por lo que ha
trabajado.
39. Los hijos no serán castigados por las faltas de los
padres;
más bien por sus virtudes se les acordará conmiseración en
lugar
de odio por haber nacido de padres malos. Tampoco deberemos
imputar los pecados de los hijos a los padres, puesto que
hay
jóvenes que se entregan a muchas prácticas distintas de las
que
les han sido enseñadas, por su altanero repudio de esas
ense-
ñanzas.
40. Los que se hagan eunucos serán detestados; deberéis elu-
dir toda conversación con aquellos que se hayan privado de
la
masculinidad y del fruto de la generación que Dios dió a los
hom-
bres para multiplicar su especie. Esos deberán ser echados,
como
si hubiesen matado a sus hijos, ya que de antemano perdieron
lo
que se los procuraría. Porque es evidente que sus almas se
han
vuelto afeminadas y ellos transfundieron la afeminación a
sus
cuerpos. Del mismo modo trataréis a los que son de
naturaleza
monstruosa cuando los miráis; tampoco es legítimo castrar ni
a
los hombres ni a ningún otro animal.
41. Estas serán vuestras leyes políticas en tiempo de paz.
Dios tendrá la misericordia de preservar esta excelente
constitución libre de toda perturbación. Que jamás llegue la
hora
de que sea reformada o modificada en sentido contrario. Pero
como debe necesariamente ocurrir que la humanidad caiga en
conflictos y peligros, ya sea involuntaria o intencionadamente,
habrá que hacer varios reglamentos al respecto, de tal modo
que
estando informados de
antemano de lo que debe hacerse, tengáis saludables consejos
preparados para cuando los necesitéis y no os veáis
obligados a
buscarlos y caer por imprevisión en circunstancias
peligrosas.
Sed un pueblo laborioso, ejercitad vuestras almas en
acciones
virtuosas y poseed y heredad la tierra sin guerras, y que no
os
haga la guerra ningún extranjero, afligiéndoos, ni se
produzca
ninguna sedición interior, por la que podáis cometer actos
contrarios a vuestros padres y perder las leyes que
establecieron.
Continuad observando las leyes que Dios aprobó y os entregó.
Que todas las operaciones bélicas, ya sea las que se
produzcan
ahora, en vuestro tiempo, o luego en los tiempos de vuestra
posteridad, se cumplan fuera de vuestras fronteras. Cuando
estéis a punto de entrar en guerra, enviad embajadores y
heraldos a vuestros voluntarios enemigos, porque es justo
hacer
uso de la palabra con ellos antes de llegar a las armas de
guerra,
y aseguradles que aunque poseéis un ejército numeroso, con
caballos y armas, y por encima un Dios misericordioso con
vosotros y dispuesto a asistiros, no obstante deseáis que no
os
obliguen a pelear con ellos ni quitarles lo que tienen y que
será
sin duda vuestra ganancia, pero que ellos tendrán razones
para
querer que no nos lo apropiemos. Si os escuchan, será propio
que
mantengáis con ellos la paz; pero si confían en sus fuerzas,
supo-
niéndolas superiores a las vuestras y se niegan a haceros
justicia, conducid vuestro ejército contra ellos, usando a
Dios
como comandante supremo vuestro pero nombrando un teniente
bajo su mando, el más valiente de los vuestros; porque
muchos
comandantes, aparte de ser un obstáculo en las acciones que
deben ser emprendidas súbitamente, son una desventaja para
los que deben emplearlos.
Conducid un ejército puro, de hombres selectos, compuesto
por los que tengan el cuerpo extraordinariamente fuerte y el
alma intrépida, y apartad a los timoratos, para que no huyan
en
el momento de la acción dando ventaja al enemigo. Dad
también
licencia a los que construyeron recientemente sus casas y
las
habitaron menos de un año, y a los que plantaron sus viñedos
y
todavía no compartieron sus frutos, para que se queden en
sus
tierras, lo mismo que a los que se desposaron, o contrajeron
últimamente enlace con sus esposas, no sea que sintiendo el
afecto que no gozaron mucho en sus vidas, se reserven para
saborearlo y se vuelvan voluntariamente cobardes (a causa de
sus esposas).
42. Cuando arméis vuestras tiendas, tened cuidado de no
hacer nada que sea cruel. Cuando estéis empeñados en un
asedio
y os haga falta madera para las máquinas bélicas, no
arraséis la
tierra cortando los árboles frutales; respetadlos,
considerando
que fueron hechos en beneficio de los hombres, y que si
pudieran
hablar se quejarían justamente contra vosotros; porque sin
ser
motivo de guerra son tratados injustamente y sufren, y si
pudieran se transladarían a otro país.
Cuando hayáis derrotado al enemigo en la batalla, matad a
los que combatieron contra vosotros, pero dejad a los demás
vivos para que os paguen tributo, exceptuando a la nación de
los
cananeos, porque a este pueblo deberéis destruirlo
enteramente.
43. Tened cuidado, especialmente en las batallas, de que
nin-
guna mujer use ropas de hombre y ningún hombre ropas de
mujer.
44. Esa fué la forma de gobierno que Moisés nos dejó. En
tregó también las leyes escritas cuarenta años antes, acerca
de las cuales hablaremos en otro libro. En los días
siguientes
(porque los reunía continuamente en asamblea), les dió
bendiciones, y envió maldiciones a los que no vivieran de
acuerdo
con las leyes, transgrediendo los deberes que les habían
señalado
para observar. Luego leyó una canción poética, compuesta con
versos hexámetros, y la dejó en el libro santo. Contiene una
predicción de lo que pasaría después. Todas las cosas
sucedieron
de conformidad y nos siguen pasando, no habiéndose apartado
absolutamente nada de la verdad.
Entregó los libros a los sacerdotes junto con el arca, en la
que
también puso los diez mandamientos escritos en dos tablas.
También les entregó los tabernáculos, y exhortó al pueblo a
que,
una vez conquistado el país e instalados en él, no olvidaran
las
ofensas de los amalecitas y les hicieran la guerra,
infligiéndoles
el castigo por el daño que les habían hecho cuando se
hallaban
en el desierto; y a que después de tomar posesión de la
tierra de
los cananeos y destruir a la multitud de sus habitantes,
como
deberían hacer, erigieran un altar dando frente a la salida
del
sol, no lejos de la ciudad de los siquemitas, entre dos
montañas,
la de Garizim a la derecha y la llamada Gibal a la
izquierda; y a
que el ejército fuera dividido, quedando seis tribus en cada
una
de las dos montañas, y con ellos los levitas y los
sacerdotes.
Primero orarían los de la montaña Garizim por la bendición
de
los que eran diligentes en la adoración de Dios y la
observancia
de sus leyes, y de los que no habían rechazado lo que les
dijera
Moisés; y los demás responderían con murmullos favorables.
Cuando estos últimos pronunciaran las mismas oraciones, los
anteriores aprobarían. Luego serían declaradas maldiciones
sobre los que transgredieran las leyes, respondiéndose
alternativamente a manera de confirmación de lo dicho.
Moisés les escribió las bendiciones y las maldiciones, para
que las aprendieran tan bien que jamás las olvidaran con el
correr del tiempo. Cuando estuvo preparado para morir,
escribió
las bendiciones y maldiciones a cada lado del altar, donde
esta
vez también estaba el pueblo; luego sacrificó y ofreció
holocaustos, aunque después de ese día nunca ofrecieron en
él
ningún otro sacrificio, porque no era legítimo hacerlo1
.
1 En la Biblia (Deuter., XXVII, 3) Moisés no pone ninguna
inscripción; encomienda al pueblo que, después de pasar
el Jordán, escriba las palabrasde la ley "en piedras
grandes revocadas con cal", las que deberán levantar en el
Estas son las leyes de Moisés; y la nación hebrea sigue
viviendo de acuerdo con ellas.
45. Al día siguiente Moisés congregó al pueblo, con las
muje-
res y los niños, estando presentes también los esclavos, para
que
se comprometieran con juramento a observar las leyes, y para
que después de considerar debidamente el sentido que tenían
de
Dios, no fueran a creer que otra cosa era preferible a las
leyes y
las transgredieran, ni por favorecer a un pariente, ni por
temor a
terceros, ni por ningún otro motivo. En caso de que alguien
de su
sangre, o toda una ciudad, tratara de confundir o disolver
la
constitución de su gobierno, deberían combatirlos, todos
juntos y
cada persona en particular; después de conquistarlos, derri-
barían la ciudad hasta los cimientos y si fuera posible no
dejarían la menor huella de semejante locura. Si no fueran
capaces de tomar esa venganza, demostrarían de todos modos
que lo que habían hecho era contrarió a sus deseos.
Y la multitud se comprometió con juramento a hacerlo.
46. También les enseñó Moisés cómo serían más aceptables
para Dios sus sacrificios; y de qué manera deberían ir a la
guerra guiándose por las piedras2
, como he expresado
anteriormente. También Josué profetizó estando Moisés
presente. En seguida Moisés recapituló todo lo que había
hecho
por el cuidado del pueblo, en las guerras y en la paz,
habiéndoles
dado una excelente forma de gobierno, y les predijo, como
Dios le
había declarado, que si transgredían la institución de la
adoración a Dios, sufrirían las siguientes desgracias: su
país se
llenaría de armas de guerra de sus enemigos, sus ciudades
serían derribadas y su templo incendiado; ellos serían
vendidos
como esclavos a otros hombres que no se compadecerían de sus
aflicciones; y se arrepentirían, cuando el arrepentimiento
no les
aliviaría los sufrimientos.
-No obstante -agregó-, el Dios que fundó vuestra nación
devolverá las ciudades a vuestros ciudadanos, con el templo,
y
vosotros perderéis estas ventajas no una vez, sino a menudo.
monte Ebal, como altar a Jehová. Josué cumple el encargo,
comodice más adelante Josefo (V, 1, 19), aunque
refiriéndose a las maldiciones.
2
Se refiere a las que llevaban los sacerdotes en el pecho.
47. Después de haber exhortado a Josué a organizar una
expedición contra los cananeos, ayudado por Dios en todas
sus
empresas, añadió
-Como debo ir a reunirme con mis antepasados, y Dios dis-
puso que hoy fuera el día de mi partida, le daré las gracias
mien-
tras todavía estoy vivo y con vosotros, porque él ejerció su
provi-
dencia con vosotros, y ella no sólo nos libró de las
miserias en
que estábamos sino que nos otorgó prosperidad; asimismo me
asistió en la tarea que emprendí y en todas las obras que
realicé
por vosotros para mejorar vuestra condición, y se mostró
favorable con nosotros en todas las ocasiones; mejor dicho
fué él
quien manejó desde el principio nuestros asuntos, llevándolos
a
un fin feliz, usándome como vicario general bajo sus órdenes
y
como ministro en los asuntos en los que quería beneficiaros.
Por
eso creo apropiado bendecir el poder divino que os cuidará
en los
tiempos venideros, con el objeto de pagar la deuda que tengo
con
él y dejaros a vosotros el recuerdo de que debemos adorarlo
y
honrarlo y cumplir las leyes que son el don más excelso de
todos
los que hasta ahora nos ha dado y de los que, si sigue
favorecién-
doos, os dará en lo futuro. Un legislador humano es sin duda
un
terrible enemigo cuando sus leyes son ofendidas y
despreciadas;
pero no experimentéis jamás el desagrado de Dios,
descuidando
las leyes que creó y os dió.
48. Después de estas palabras de Moisés, dichas al final de
su
vida, y cuando les predijo lo que a cada tribu ocurriría y
añadió
su bendición, la multitud se deshizo en lágrimas, y hasta
las
,mujeres, golpeándose el pecho, expresaron la honda
preocupación que les causaba su inminente muerte. Los niños
también lloraron, tanto más intensamente cuanto que no
podían
contener su dolor, con lo que expresaban que aun a su edad
apreciaban su virtud y sus grandes hazañas. Jóvenes y viejos
parecían rivalizar en sus manifestaciones de dolor. Los
viejos
penaban porque se verían pri. vados de un gran protector, y
se
lamentaban por su situación futura. Los jóvenes penaban no
solamente por eso, sino también porque se verían abandonados
por él antes de haber gustado bastante de su virtud. Se
puede
adivinar el dolor y las lamentaciones de la multitud, por lo
que le
pasó al mismo legislador, aunque siempre estaba persuadido
de
que no debía abatirse al acercarse el momento de su muerte,
ya
que debía correrse esa suerte porque era la voluntad de Dios
y la
ley de la naturaleza, pero la actitud del pueblo lo agobió
de tal
modo que se echó a llorar.
Luego se dirigió al lugar donde debía desaparecer de su
vista,
seguido por toda la multitud que lloraba; Moisés hizo seña
con la
mano a los que estaban más alejados indicándoles que se
detu-
vieran, mientras exhortaba a los que estaban cerca a que no
hi-
cieran tan lamentable su partida. Pensaron entonces que
debían
acordarle ese favor, dejándolo partir como él quisiera, y se
con-
tuvieron, aunque siguieron llorando entre sí. Lo acompañaron
el
senado, Eleazar el sumo sacerdote y Josué su comandante.
Cuando llegaron al monte llamado Abarim, (que es una mon-
taña muy alta, situada frente a Jericó, ofreciendo al que
estaba
sobre ella una vista de la mayor parte de la excelente
tierra de
Canaán), despidió al senado; y cuando iba a abrazar a
Eleazar y
Josué, y mientras seguía conversando con ellos, de pronto se
cir-
mo sobre él una nube y Moisés desapareció en un valle;
aunque
él escribió en los libros sagrados que murió, lo que hizo
por
temor de que se aventuraran a decir que por su
extraordinaria
virtud se había ido con Dios.
49. Moisés vivió en total ciento veinte años, una tercera
parte
de los cuales, menos un mes, fué el gobernante del pueblo.
Murió
el último mes del año, llamado por los macedonios distro y
por
nosotros adar, el primer día del mes. Fué superior a todos
los
hombres en inteligencia, e hizo el mejor uso de lo que esa
inte-
ligencia le indicaba. Tenía una manera muy grata de hablar y
di-
rigirse a la multitud, y en cuanto a sus otras cualidades,
sabía
dominar ampliamente sus pasiones, como si apenas las tuviera
en su alma, y las conocía sólo de nombre y más bien por
advertirlas en los demás que en sí mismo. Fué además un
general de ejército de los que se ven pocos, y un profeta
como no
se conoció ningún otro, hasta el punto de que cualquier cosa
que
decía era la voz de Dios mismo la que hablaba.
El pueblo lo lloró treinta días. Jamás sufrieron los hebreos
una pena tan honda como la que sintieron por la muerte de
Moisés; no sólo lo querían aquellos que habían experimentado
su
conducción sino todos los que utilizaron las leyes que dejó
y que
le dió la extraordinaria virtud que poseía.
Con lo cual considero que es bastante para expresar de qué
modo se produjo la muerte de Moisés.
LIBRO V
Abarca un lapsode cuatrocientossetenta y seis años
CAPITULO I
Josué, comandante de los hebreos, hace la guerra a los
cananeos, los vence, los destruye y divide la tierra por
sor.
teo entre las tribus de Israel
1. Después que Moisés fué sacado de entre los hombres, de la
forma que ya hemos descrito, y cuando concluyeron todas las
solemnidades correspondientes al duelo y el dolor de su
muerte,
Josué ordenó a la multitud que se aprestara para una
expedición. Envió espías a Jericó a averiguar de qué fuerzas
disponían y cuáles eran sus intenciones; y puso en orden el
campamento, disponiéndose a pasar el Jordán en la estación
propicia.
Luego citó a los dirigentes de la tribu de Rubén y a los
gober-
nantes de la tribu de Gad y de Manasés, la mitad de la cual
había sido autorizada para instalarse en la tierra de los
amorreos, que era la séptima parte del país de Canaán, y les
recordó lo que habían prometido a Moisés y los exhortó a que
por
el cuidado que Moisés les había dado, que nunca se fatigaba
de
ocuparse de ellos, ni siquiera cuando se estaba muriendo, y
por
el bienestar del pueblo, que se prepararan y realizaran
rápidamente lo que habían prometido. Y tomando cincuenta mil
hombres que los siguieron marchó de Abila al Jordán, sesenta
estadios.
2. Inmediatamente después de instalar el campamento
volvieron los espías, conociendo exactamente la situación
general
de los cananeos. Al principio, antes de ser descubiertos,
pudieron
ver sin
209
JI
molestias toda la ciudad de Jericó, notando qué partes de
las
murallas eran fuertes y cuáles no lo eran, y si eran
realmente
seguras, y qué puertas eran tan débiles que podrían permitir
la
entrada del ejército. Aquellos que los vieron creyeron que
eran
simplemente forasteros, que solían ser curiosos y observaban
las
cosas de la ciudad, y no los supusieron enemigos. Pero luego
se
retiraron a una posada, próxima a las murallas, donde
comieron,
y cuando estaban considerando la forma de regresar, el rey,
que
estaba cenando, fué informado de que habían llegado ciertas
personas del campamento de los hebreos para ver la ciudad
como
espías, y que estaban en la posada de Rahab, tratando de no
ser
descubiertos. El rey mandó inmediatamente gente con orden de
arrestarlos y llevarlos a su presencia, para hacerlos
torturar y
averiguar qué asuntos los habían llevado.
Cuando Rahab se enteró de la llegada de los mensajeros
escondió a los espías bajo unos haces de lino que había
puesto a
secar en el techo de la casa, y dijo a los mensajeros
enviados por
el rey que unos farasteros desconocidos habían cenado con
ella
poco antes de la puesta del sol y se habían ido; y que si
eran
peligrosos para la ciudad, o para el rey, podían fácilmente
ser
apresados.
Los mensajeros, engañados por la mujer y sin sospechar
nada, siguieron su camino sin ocuparse de registrar la
posada y
tomaron por los caminos por los que creyeron más probable
que
se hubiesen marchado los espías, y sobre todo los que
conducían
al río; pero no tuvieron ninguna noticia de ellos, y
abandonaron
la persecución.
Pasado el tumulto, Rahab hizo bajar a los hombres y les
pidió
que cuando tomaran posesión de Canaán y estuvieran en condi-
ciones de hacer algo por ella, que no olvidaran el peligro
que
había corrido para salvarlos. Porque si hubiese sido
sorprendida
ocultándolos no habría escapado a una muerte terrible, con
toda
su familia. Les pidió que se fueran pero que antes le
juraran que
la salvarían a ella y su familia, cuando tomaran la ciudad y
destruyeran a todos sus habitantes, como lo habían
decretado.
Porque se había sentido asegurada por los milagros divinos
de
que se había enterado.
Los espías reconocieron que le debían las gracias por lo que
había hecho y juraron recompensarle su amabilidad no sólo
con
palabras, sino con hechos. Le recomendaron que cuando viera
que la ciudad estaba por ser tomada reuniera sus cosas y su
fa-
milia en la posada para mayor seguridad, y colgara unos
hilos
rojos delante de las puertas, para que el comandante de los
he.
breos pudiera reconocer la casa y se ocupara de que no le
hicie-
ran daño.
-Porque -añadieron-, le informaremos de lo sucedido, de que
te preocupaste de salvarnos. Pero si alguno de tus parientes
cayera en la batalla, no nos culpes a nosotros. Y rogamos
que
Dios, por quien hemos jurado, no se disguste con nosotros,
de
que hemos violado nuestro juramento.
Hecho ese convenio los hombres partieron, descendiendo por
la pared por medio de una cuerda, y huyeron. Volvieron al
campamento y contaron al pueblo lo que habían hecho en su
viaje a la ciudad. Josué relató a Eleazar, el sumo
sacerdote, y al
senado, lo que los espías habían jurado a Rahab, quienes
confirmaron el juramento.
3. Josué, el comandante, estaba preocupado por el paso del
Jordán, porque el río tenía una corriente muy fuerte y no
podía
ser atravesado por medio de puentes, que nunca habían sido
ten-
didos sobre él. Sospechaba que si trataba de tender un
puente
los enemigos no lo dejarían terminarlo, y barcas no tenían.
Dios
había prometido disponer el río de tal modo que pudieran
pasarlo, retirando la mayor parte de las aguas.
Dos días más tarde Josué hizo pasar al ejército y toda la
mul-
titud de la siguiente manera: Primero avanzaron los
sacerdotes,
con el arca; luego los levitas conduciendo el tabernáculo y
los va-
sos de los sacrificios; después les siguió la multitud, por
tribus,
llevando a las mujeres y los niños en el centro, para que no
los
arrastrara la corriente.
No bien entraron los sacerdotes el río apareció fácil de
vadear; se redujo la profundidad de las aguas y se vió la
arena
en el fondo. La corriente no era ni tan fuerte ni tan rápida
como
para arrastrar a nadie. Todos pasaron el río sin temor,
encontrándolo tal como Dios había predicho que lo pondría.
Los
sacerdotes se quedaron inmóviles en el centro del río hasta
que
pasó la multitud y llegó sana y salva a la orilla. Después
salieron
ellos también, dejando que las aguas corrieran de nuevo
libremente como antes.
J
Cuando hubieron salido todos los hebreos, el río volvió a
subir
y recuperó su magnitud anterior `
q4. Los hebreos avanzaron cincuenta estadios más e
instalaron el campamento a diez estadios de Jericó. Josué
erigió
un altar con las piedras que los jefes de las tribus, por
orden del
profeta, habían sacado de la profundidad, para que fuera un
recuerdo del retroceso del río y para ofrecer en él
sacrificios a
Dios. En aquel sitio celebraron la pascua, y consiguieron en
abundancia todas las cosas que querían, porque cosecharon el
grano de los cananeos, ue estaba a punto, y tomaron otras
cosas
como botín, porque ya no recibieron más el maná, que había
sido
anteriormente su alimento y que habían comido durante
cuarenta años.
5. Mientras hacían eso los israelitas, los cananeos no los
atacaron; permanecieron quietos dentro de sus murallas, y
Josué
resolvió ponerles sitio. El primer día de la fiesta2 los
sacerdotes
condujeron el arca, rodeada por un grupo de hombres armados,
para hacerle guardia. Los sacerdotes iban delante, soplando
las
siete trompetas, y exhortando al ejército a que tuviera
valor y
marchara alrededor de la ciudad, seguido por el senado.
Después
de hacer sonar las trompetas, que fué sólo eso lo que
hicieron, los
sacerdotes volvieron al campamento. Después de hacer lo
mismo
durante seis días, al séptimo Josué congregó a los hombres
armados y al pueblo y les dijo la buena nueva de que ahora
tomarían la ciudad, porque ese día Dios se la entregaría con
la
caída de las murallas, lo que ocurriría espontáneamente, sin
que
los hombres hicieran nada.
Sin embargo les encargó que mataran a todos los que aprisio-
naran, y no se abstuvieran de matar a sus enemigos ni por
debi-
lidad ni por lástima, y que no se entregaran al saqueo
desviándose de perseguir a sus enemigos cuando huyeran; y
que
destruyeran todos los animales y no se llevaran nada para su
ventaja personal.
Les mandó también que reunieran todo lo que fuera de plata
y oro, para apartarlo y ofrecerlo como primicia a Dios, por
el
éxito
1 También aquí Josefo reduce el aspecto sobrenatural del
relato bíblico. En Josué (III, 15, 16, 17) dice que el río
se divide
en dos y "todo Israel
lo pasó en seco".
2 La fiesta de Pascua, pero la Biblia no lo dice.
obtenido en la primera ciudad conquistada 1. Y que dejaran
vivos únicamente a Rahab y su familia, por el juramento que
le
habían hecho los espías.
6. Dicho esto, y después de poner en orden al ejército, lo
con-
dujo contra la ciudad. Volvieron a marchar en derredor de
ella,
con el arca a la cabeza, y los sacerdotes animando al pueblo
a
obrar con fervor. Dieron siete vueltas a la ciudad y
permanecieron un instante inmóviles y luego las murallas se
derrumbaron sin que los hebreos les hubiesen aplicado ningún
instrumento guerrero ni ninguna otra fuerza.
7. Entraron en Jericó y mataron a todos los hombres que
encontraron y que seguían sorprendidos y atemorizados al ver
caer las murallas; habían perdido todo el valor y no se
pudieron
defender. Fueron muertos, degollados, algunos en los
caminos,
otros apresados en sus casas. Nada ni nadie les dió ayuda y
pe-
recieron todos, incluso las mujeres y los niños. No escapó
ni uno
solo y la ciudad se llenó de cadáveres.
Luego prendieron fuego a la ciudad y el campo que la
rodeaba; sólo dejaron vivos a Rahab y su familia que se
habían
refugiado en la posada. La condujeron a presencia de Josué
quien le dijo que le debían las gracias por haber protegido
a los
espías. Añadió que no sería inferior el beneficio que le
haría, e
inmediatamente le dió unas tierras y siempre la tuvo en gran
estima.
8. Las partes que escaparon al fuego las arrasó hasta los
ci-
mientos; y echó una maldición sobre sus habitantes; si
alguno
quería reedificarla poniendo los cimientos sobre las
murallas,
que se viera privado de su primogénito, y al terminarla que
perdiera a su hijo menor. Pero de lo que aconteció luego
hablaremos más tarde.
9. Había una inmensa cantidad de plata y oro, y además de
bronce, que fué retirado todo junto de la ciudad sin que
nadie
transgrediera el decreto ni hurtara nada para su beneficio
particular. El botín Josué lo entregó a los sacerdotes para
depositarlo junto con los demás tesoros. Y de este modo
pereció
Jericó.
10. Pero hubo un tal Acar hijo de Zebedía, de la tribu de
Judá,
que encontró una prenda real tejida completamente con oro,
una
pieza de plata que pesaba cincuenta siclos y otra de oro de
1 Josefo omite aquí el bronce y el hierro (Josué, VI, 19).
212
213
1
doscientos siclos, y pensando que era injusto que el botín
que
él, corriendo algunos peligros,- había recogido, tuviera que
entregarlo para ser ofrecido a Dios, que no lo necesitaba,
mientras que el que lo necesitaba tenía que entregarlo,
abrió un
pozo profundo en su tienda y los guardó allí, suponiendo que
no
sólo quedaría escondido de sus camaradas sino también de
Dios.
11. El sitio donde Josué había establecido el campamento se
llamaba Galgalá, que significa libertad; porque desde que
habían
pasado el Jordán se consideraban libres de las miserias que
ha-
bían sufrido con los egipcios y en el desierto.
12. Pocos días después de la calamidad que había asolado a
Jericó Josué envió tres mil hombres armados a tomar Ana,
ciudad situada más allá de Jericó. Pero a la vista del
pueblo de
Ana fueron rechazados, perdiendo treinta y seis hombres.
Cuando lo supieron los israelitas quedaron muy tristes y
sumamente desconsolados, no tanto por los hombres que habían
sido destruídos, aunque eran buenos hombres, y merecían su
estima, como por la desesperación que les causaba. Porque
cuando creían que ya estaban en posesión del país y que el
ejército saldría de las batallas sin sufrir pérdidas, como
Dios les
había prometido de antemano, inesperadamente veían al
enemigo audaz por el buen éxito. Se pusieron sacos sobre la
ropa
y pasaron todo el día llorando y lamentándose, sin pensar en
comer y tomándose muy a pecho lo ocurrido.
13. Viendo Josué al ejército afligido y lleno de malos
presa-
gios para toda la expedición, usó libertad con Dios y dijo:
-No hemos llegado hasta aquí por nuestra precipitación, por
habernos considerado capaces de someter esta tierra con
nuestras armas, sino por instigación de Moisés tu siervo,
porque
tú prometiste, con muchos signos, que nos darías la posesión
de
esta tierra y que harías nuestro ejército siempre superior
en la
guerra a nuestros enemigos. Varios triunfos ya hemos
logrado,
concordantes con tus promesas; pero como ahora hemos
fracasado, perdiendo unos hombres de nuestro ejército, nos
sentimos pesarosos, temiendo que no podamos esperar lo que
tú
nos has prometido, y que Moisés nos predijo. Y nuestra
futura
expectación nos perturba más aún porque hemos sufrido ese
desastre en nuestra primera tentativa. Líbranos, señor, de
esas
sospechas, porque tú puedes hallar remedio al desorden
dándonos la victoria, lo que nos
214
quitará el pesar que padecemos ahora y evitará nuestra
desconfianza en lo porvenir. s
14. Josué presentó este pedido a Dios postrado sobre su ros-
tro. Dios le contestó que se levantara y purificara a su
hueste de
la contaminación que le había entrado. Porque habían sido
roba-
dos desvergonzadamente objetos consagrados a él. Esa era la
causa de la derrota que sufrieron, agregó. Que buscaran y
castigaran al ofensor, y él volvería a preocuparse de que
obtuvieran la victoria sobre sus enemigos.
Josué lo comunicó al pueblo. Llamó a Eleazar, el sumo
sacerdote, a las autoridades, y echó suertes, tribu por
tribu. La
suerte señaló que la mala acción había sido cometida por uno
de
la tribu de Judá. Volvió a sortear entre sus diversas
familias y se
halló que la mala acción correspondía a la familia de Acar.
Hecha la investigación hombre por hombre, tomaron a Acar,
que,
después de ser reducido por Dios a un terrible rigor, no
pudo
negar el hecho. Confesó el robo y entregó lo que había
tomado.
Inmediatamente fué muerto y condenado a ser sepultado de
noche y vergonzosamente, como correspondía a un malhechor
condenado 1.
15. Purificada de este modo la hueste, Josué la condujo
contra
Ana. Tendió de noche una emboscada alrededor de la ciudad y
atacó al enemigo no bien fué de día. El enemigo avanzó
audaz-
mente contra los israelitas, animado por su victoria
anterior.
Josué fingió una retirada y los llevó de ese modo a gran
distancia
de la ciudad, haciéndoles creer que los perseguían y que se
repetía el caso de la batalla anterior. De pronto Josué
ordenó a
sus fuerzas que se volvieran e hicieran frente al enemigo.
Hizo
entonces la señal convenida a los que estaban emboscados,
incitándolos a pelear. Estos corrieron a la ciudad, cuyos
habitantes, perplejos, se hallaban en las murallas,
contemplando
a los que se acercaban a las puertas. Tomaron la ciudad y
mataron a todos los que encontraron. Josué obligó a los que
lo
habían seguido a librar una batalla cuerpo a cuerpo, los
derrotó
y los puso en fuga. El enemigo corrió a la ciudad, creyendo
que
no había sido tocada; cuando
1 Con este detalle, que no figura en las Escrituras, Josefo
habrá querido demostrar que se aplicó la ley mosaica de la
lapidación, que menciona en el libro IV (cap. 3, párr. 6).
215
t
1
vieron que había sido tomada y que ardía, con sus esposas e
hijos, se desparramaron por el campo, incapaces de
defenderse
porque no tenían quién los sostuviera.
Después del desastre sufrido por Ana, los israelitas tomaron
gran número de niños, mujeres y sirvientes, y una inmensa
can-
tidad de diversos efectos. Los hebreos tomaron también
rebaños
de ganado y una gran suma de dinero, porque era un país
rico.
Cuando llegó Josué a Galgalá, dividió el botín entre los
soldados.
16. Los gabaonitas, que vivían muy cerca de Jerusalén, cuan-
do vieron las desdichas de los habitantes de Jericó y de Ana
y
sospechando que les tocaría a ellos la misma triste
calamidad, no
creyeron conveniente pedir misericordia a Josué, porque
pensaron que poca conmiseración podrían encontrar en el que
hacía la guerra y podía destruir todo el país de los
cananeos, e
invitaron en cambio a los ceferitas y al pueblo de
Cariatiarima,
que eran sus ve cipos, a coaligarse contra ellos diciéndoles
que
no podrían eludir el peligro en que se hallaban si los
israelitas se
anticipaban y los atacaban. Cuando los convencieron
resolvieron
tratar de escapar a las fuerzas israelitas.
De acuerdo con el convenio que pactaron, enviaron delegados
a Josué para proponerle un pacto de amistad con él,
eligiendo a
los ciudadanos mejor conceptuados y más capaces de hacer lo
que beneficiara a la multitud.
Los embajadores creyeron que sería peligroso confesarse
cananeos, y supusieron que con este recurso evitarían el
peligro,
o sea diciendo que no tenían ninguna relación con los cananeos
y
vivían a mucha distancia de ellos. Añadieron que habían
hecho
un largo viaje, atraídos por la reputación de su virtud.
Como
prueba de la verdad de sus palabras, le mostraron la ropa
que
llevaban puesta, que era nueva cuando salieron y ahora
estaba
muy gastada por el largo tiempo del viaje. Porque realmente
se
había puesto ropa rota de propósito para hacerle creer lo
que
decían.
Rodeados por el pueblo, declararon que eran enviados por el
pueblo de Gabaón y las ciudades circunvecinas, que estaban
muy
alejadas de aquel sitio, para hacer con ellos un pacto de
amistad,
en las condiciones que eran habituales de sus antepasados.
Porque cuando supieron, añadieron, que por el favor de Dios
y
sus mercedes entrarían en posesión de la tierra de Canaán,
que
les había
sido concedida, se alegraron mucho y deseaban ser incluidos
en el número de sus ciudadanos. Así dijeron los embajadores,
y
mostrando las señales de su largo viaje, rogaron a los
hebreos
que hicieran con ellos un pacto de amistad.
Creyendo sus palabras, y de que no eran de la nación de los
cananeos, Josué hizo amistad con ellos. Eleazar, el sumo
pontí-
fice, y el senado, les juraron que los considerarían amigos
y aso-
ciados y que no harían nada que fuera injusto contra ellos;
y la
multitud asintió al juramento que les hacían.
Obtenido lo que querían, engañando a los israelitas, los
hom-
bres se volvieron. Pero cuando Josué condujo su ejército al
cam-
po, al pie de las montañas de esa parte de Canaán, supo que
los
gabaonitas vivían cerca de Jerusalén y que eran del linaje
de los
cananeos. Envió a llamar a sus gobernadores y les reprochó
el
engaño que le habían hecho. Ellos alegaron en su defensa que
no
tenían otra manera de salvarse y se vieron obligados a
acudir a
ese recurso. Josué, citó a Eleazar, el sumo pontífice, y al
senado,
que consideraron justo hacerlos servidores públicos, para no
vio-
lar el juramento que les habían hecho, y les dieron esa
orden.
Ese fué el medio de que se valieron esos hombres para salir
sanos y salvos de la calamidad que iba a ocurrirles.
17. El rey de Jerusalén, indignado por la actitud de los
gabaonitas de pasarse a Josué, invitó a los reyes de las
naciones
vecinas a unirse para hacerles la guerra juntos. Cuando los
gabaonitas vieron que esos reyes, que eran cuatro además del
rey de Jerusalén, se proponían atacarlos, y advirtieron que
habían instalado el campamento junto a una fuente, cerca de
la
ciudad a la que se preparaban para asediar, pidieron ayuda a
Josué. Porque temían ser destruidos por aquellos cananeos y
suponían que serían salvados por aquellos que habían ido a
destruir a los cananeos merced al pacto de amistad que con
ellos
habían hecho.
Josué se apresuró a acudir con todo su ejército en su ayuda,
y
marchando día y noche, a la mañana cayeron sobre el enemigo
cuando iba al asedio y después de derrotarlo lo persiguió
cuesta
abajo por las lomas.
Aquel sitio se llama Bezorón; allí también supo que Dios lo
había asistido, lo que declaró con truenos y relámpagos,
como
por la caída de granizo más grande que el habitual. Además
su
216
217
cedió que el día se prolongó, y la noche no llegó demasiado
rá-
pido para no ser un obstáculo al fervor con que los hebreos
perse-
guían al enemigo; de ese modo Josué pudo apresar a las
reyes,
que se habían escondido en una cueva de Maceda, y les dió
muerte. El hecho de que el día se hubiese prolongado, siendo
más largo que de costumbre, figura en los libros guardados
en el
Templo.
18. Vencidos los reyes que iban a hacer la guerra a los ga-
baonitas, Josué volvió a la parte montañosa de Canaán, y
después de hacer una gran matanza de ese pueblo tomó el
botín
y regresó al campamento de Galgalá. Se extendió entonces una
gran fama entre los pueblos de los alrededores, acerca del
valor
dedos hebreos, y los que se enteraron de la gran cantidad de
hombres que habían matado sintieron gran temor. Los reyes
que
vivían alrededor del monte Líbano, que eran cananeos,
organizaron una expedición. Los cananeos que vivían en la
llanura, reunidos con los filisteos, establecieron
campamento en
Berota, ciudad de la alta Galilea, próxima a Cedasa, que es
también localidad de la Galilea.
El número total de los que componían el ejército era de
tres-
cientos mil infantes y diez mil jinetes, con veinte mil
carros. La
multitud del enemigo asustó a Josué y a los israelitas, y en
lugar
de tener amplias esperanzas en el buen éxito, se sintieron
supersticiosamente atemorizados por el terror que los había
asaltado.
Dios entonces les reconvino por el temor que tenían, y les
pre-
guntó si querían una ayuda mayor aún que la que podía
darles, y
les prometió que vencerían al enemigo y les encomendó que
inutilizaran los caballos del enemigo y les quemaran los
carros.
Con estas promesas de Dios Josué se sintió lleno de valor y
salió de pronto a enfrentar al enemigo, y después de cinco
días
de marcha se encontró con él y le ofreció batalla. Hubo una
lucha
terrible y fueron muertos tantos que nadie lo quería creer.
Luego
los persiguió un trecho largo, destruyendo a todo el
ejército
enemigo, salvo algunos pocos. Todos los reyes cayeron en la
batalla. Cuando no hubo más hombres para matar, Josué mató
los caballos y quemó los carros y pasó por todo el país sin
oposición, no atreviéndose nadie a darle batalla. Pero él
siguió
adelante, tomando las ciudades por asedio y matando a todos
los
que tomaba.
19. Transcurrió el quinto año y ya no quedaba ningún cana-
neo, salvo los que se habían retirado a sitios de gran
resistencia.
Josué retiró su campamento a la región montañosa, y
depositó el tabernáculo en la ciudad de Siló, porque parecía
un
lugar apropiado debido a la belleza de su posición, hasta
que
pudieran edificar un templo. De ahí se trasladó a Siquem,
con
todo el pueblo, y erigió un altar en el sitio que Moisés
había
indicado de antemano. Luego dividió al ejército, dejando una
mitad en el monte Garizim y la otra en el monte Gibal, donde
estaba el altar. También dejó allí a la tribu de Leví y a
los
sacerdotes. Después de sacrificar y declarar las
maldiciones, y
dejarlas grabadas en el altar, volvieron a Siló 1.
20. Josué se hizo viejo, y vió que las ciudades de los
cananeos
no eran fáciles de tomar, no sólo porque estaban situadas en
si-
tios tios muy resguardados, sino por la fortaleza de las
murallas,
construídas alrededor de la fortaleza natural de los lugares
donde se hallaban las ciudades, que parecían capaces de
repeler
al enemigo que las asediara y hacerle desesperar de
tomarlas.
Porque cuando los cananeos supieron que los israelitas
habían
salido de Egipto para destruirlos se dedicaron a hacer más
fuertes sus ciudades.
Josué congregó al pueblo en Siló, y cuando todos se
reunieron,
apresuradamente y con gran celo, les hizo observar los
grandes
éxitos que habían logrado hasta entonces y las cosas
gloriosas
que habían hecho, dignas de aquel Dios que los había
capacitado
para hacerlas y de la virtud de las leyes que observaban.
Advirtió también que treinta y uno de los reyes que se habían
aventurado a darles batalla habían sido vencidos, y que
todos los
ejércitos que habían luchado contra ellos, por grandes y
confiados en su poder que hubiesen sido, fueron
completamente
destruidos,
¡ hasta el punto de que no quedaba ni uno de sus
descendientes. En cuanto a las ciudades, como algunas habían
sido tomadas pero
! quedaban otras que debían ser tomadas con el tiempo,
mediante largos asedios, por la fortaleza de las murallas y
la
confianza que éstas inspiraban a sus habitantes, consideraba
razonable que las tribus que habían ido con ellos desde el
otro
lado del Jordán, participando de los peligros que corrieron,
siendo de su propia estirpe, que fueran despedidos y
enviados a
sus casas, agradeciéndoseles por las penurias que sufrieron
junto con ellos. Y creía
1 V. nota de la pág. 272.
218
219
igualmente razonable que enviaran un hombre de cada tribu
1, de los que hubiesen demostrado una extraordinaria virtud,
para medir fielmente la tierra y que sin engaños ni
falsedades
informaran sobre su real magnitud.
21. Después de hacer esa propuesta, Josué halló que la mul-
titud la aprobaba. Envió por lo tanto hombres a medir la
tierra y
mandó con ellos a varios geómetras, que no podrían dejar fá-
cilmente de conocer la verdad por su habilidad en el arte.
Les
encargó asimismo que estimaran las medidas de las partes del
país que eran más fértiles y de las que no eran tan buenas.
Porque así es el país de Canaán; hay grandes llanuras,
excelentes para dar frutos, y que comparadas con otras
partes
del país pueden parecer sumamente fértiles, pero comparadas
con los campos que rodean a Jericó, y con los que pertenecen
a
Jerusalén, parecerán sin ninguna utilidad. Y aunque la
tierra de
este último pueblo tiene poca extensión y es, además, en su
mayor parte, montañosa, sin embargo no desmerece de otras
partes por su excelente calidad y belleza. Por cuya razón
Josué
consideraba que la tierra destinada a las tribus debería ser
dividida estimando su calidad, más que su extensión, porque
podía suceder que un arapende de una clase de tierra valiera
por
mil de otra clase. Los hombres que fueron enviados, y que
eran
en número de diez, recorrieron toda la tierra estimándola, y
al
séptimo mes regresaron a la ciudad de Siló, donde Josué
había
instalado el tabernáculo.
22. Junto con Eleazar, el senado y los jefes de las tribus,
Josué distribuyó la tierra entre las nueve tribus y la mitad
de la
tribu de Manasés, señalando las dimensiones de acuerdo con
la
extensión de cada tribu. Sortearon y en el sorteo le tocó a
Judá la
mitad superior de Judea, llegando hasta Jerusalén, y
extendiéndose a lo ancho hasta el lago de Sodoma. En el lote
de
esta tribu estaban las ciudades de Ascalón y de Gaza.
El lote de Simeón, que fué el segundo, incluyó las partes de
Idumea que limitaba con Egipto y Arabia. A la tribu de
Benjamín le tocó en suerte un lote que a lo largo iba del
río
Jordán hasta el mar, y a lo ancho estaba limitado por
Jerusalén
y Bezel. Era el lote más estrecho de todos, debido a la
calidad de
la tierra,
1 Según la Biblia, tres hombres por tribu (Josué, XVIII, 4).
220
porque incluía a Jericó y la ciudad de Jerusalén. A la tribu
de
Efraím le tocó en suerte la tierra que se extiende desde el
río
Jordán hasta Gazara, y a lo ancho desde Bezel hasta su fin
en la
gran llanura.
La media tribu de Manasés recibió la tierra que va desde el
Jordán hasta la ciudad de Dora, y en el ancho hasta Bezana,
que
ahora se llama Escitópolis. Después le tocó a Isacar, cuyos
límites fueron en longitud el monte Carmelo y el río, y en
el
ancho el monte Tabor. El lote de la tribu de Zabulón incluyó
la
tierra que pueda llegar hasta el lago Genezaret y la que
pertenece al Carmelo y el mar. La tribu de Aser obtuvo la
parte
que se llamó el Valle, porque lo era, toda la parte que se
encuentra frente a Sidón. La ciudad de Arce, llamada también
Actipus, estaba en esa parte.
Los neftalitas recibieron las partes orientales, hasta la
ciudad
de Damasco y la alta Galilea, el monte Líbano y los
manantiales
del Jordán que salen de ese monte; es decir, de la parte
cuyos
límites son los de la vecina ciudad de Arce. La parte de los
da-
nitas comprendía toda la región del valle que corresponde a
la
puesta del sol y estaba limitada por Azot y Dora; también
reci-
bieron Jamnia y Geta, desde Acarón hasta la montaña donde
co-
menzaba la tribu de Judá.
23. De ese modo dividió Josué a las seis naciones que
llevaban los nombres de los hijos de Canaán, con sus
tierras,
para ser poseídas por las nueve tribus y media. Porque
Moisés le
había prevenido y ya había distribuido la tierra de los
amorreos,
que también tenía el nombre de uno de los hijos de Canaán,
entre las dos tribus y media restantes, como hemos visto
anteriormente. De las partes de Sidón, como las de los
aruceos,
los amateos y los aradianos, todavía no dispusieron.
24. Impedido Josué por su edad de realizar lo que se había
propuesto y como los que le sucedieron en el gobierno se
cui-
daron poco de lo que era ventajoso para el pueblo, encargó a
cada
tribu que no dejaran ni el recuerdo de la raza de los
cananeos en
la tierra que les había sido dividida por sorteo; porque
Moisés les
había asegurado de antemano que podrían descansar
satisfechos
de que su seguridad y la observancia de sus leyes dependía
enteramente de ello. Les ordenó además que entregaran
treinta
y ocho ciudades a los levitas, porque ya habían recibido
221
0
u
diez en la tierra de los amorreos, tres de las cuales asignó
a
los que huyeran de un homicidio, para habitarlas; porque
tuvo
buen cuidado de que no se descuidara nada de lo que Moisés
había ordenado. Esas ciudades eran Hebrón, de la tribu de
Judá,
Siquem, de la de Efraím, y Cedasa, localidad de la alta
Galilea,
de la de Neftalí.
También distribuyó el resto del botín, que era muy grande,
con lo que se vieron en posesión de grandes riquezas, todos
jun-
tos y cada uno en particular, consistentes en oro, plata,
vestidos
y otros muebles, aparte de gran cantidad de ganado cuyo número
no se podía determinar.
25. Terminada esta operación, congregó al ejército y habló
de
este modo a aquellas tribus que se habían establecido en la
tierra de los amorreos al otro lado del Jordán (de los
cuales
cincuenta mil hombres se habían armado para marchar con
ellos
a la guerra)
-Ya que ese Dios que es el padre y señor de la nación hebrea
nos dió en posesión esta tierra, y prometió mantenernos para
siempre en el goce de su propiedad, y ya que vosotros os
habéis
ofrecido celosamente a ayudarnos cuando nos hacía falta
vuestra
ayuda, de acuerdo en todas las ocasiones con las órdenes de
Dios,
es justo ahora que terminaron nuestras dificultades que se
os
permita gozar de un descanso y que no abusemos más de
vuestro
celo para ayudarnos, de modo que si volvemos a necesitarla
po-
damos contar con ella en ocasiones futuras y que el exceso
de
fatiga no sea motivo para que seáis más remisos en ayudarnos
en otra oportunidad. Os damos, por lo tanto, las gracias,
por los
peligros que habéis corrido con nosotros; y no lo hacemos
solamente ahora sino que siempre estaremos dispuestos a
recordaros como amigos y a tener en cuenta las ventajas que
obtuvimos y la diligencia con que habéis pospuesto el goce
de
vuestra felicidad por nosotros y habéis trabajado por lo que
ahora, por la voluntad de Dios, hemos obtenido, resolviendo
no
gozar de vuestra propia prosperidad hasta que no nos hayáis
prestado esa asistencia.
"No obstante, al uniros a nosotros habéis obtenido
grandes ri-
quezas y llevaréis a vuestros hogares abundante botín, de
oro y
de plata, y lo que es más que todo eso, nuestra buena
voluntad
para con vosotros y la disposición para devolveros vuestra
ama
bilidad en cualquier caso en que lo deseéis, porque vosotros
no
habéis omitido nada de lo que Moisés os requirió de antemano
ni lo habéis despreciado después de haber muerto; nada,
pues,
puede disminuir la gratitud que os debemos. Por eso os
despedimos jubilosamente enviándoos a vuestras heredades; y
os
rogamos dar por sentado que no hay límites entre nuestras
íntimas relaciones y que no imaginéis que porque se
interponga
el río entre nosotros sois por eso de diferente raza que la
nuestra
y dejáis de ser hebreos, porque todos somos de la posteridad
de
Abram, nosotros los que habitamos aquí y vosotros los que
habitáis allí; el mismo Dios trajo al mundo a nuestros
antepasados y a los vuestros, y nosotros debemos observar su
culto y la forma de gobierno que él nos ordenó, muy
cuidadosamente, porque mientras continuéis cumpliendo esas
leyes Dios se mostrará misericordioso con vosotros y os
asistirá.
Pero si imitáis a las otras naciones y abandonáis esas
leyes,
rechazará a vuestra nación.
Dicho esto saludó a las autoridades uno por uno y a toda la
multitud en común y mientras él permanecía en su sitio el
pueblo acompañó a las tribus en su viaje, no sin lágrimas en
los
ojos, separándose luego con gran pena.
26. Después de pasar el río la tribu de Rubén y la de Gad y
la
parte de la de Manasés que los siguió, levantaron un altar
en las
orillas del Jordán, como monumento para la posteridad y
señal
de parentesco con los que habitarían al otro lado.
Pero cuando los del otro lado supieron que aquellos a
quienes
habían despedido habían levantado un altar, al no saber con qué
intención lo habían construído supusieron que había sido
para
hacer una innovación e introducir dioses extraños. Creyendo
los
informes difamatorios, en lugar de estar inclinados a
rechazarlos, tomaron las armas para ir a vengarse de los que
habían erigido el altar. Se dispusieron a cruzar el río para
castigarlos por la subversión de las leyes de su país,
pensando
que no debían guardarles consideración por su parentesco ni
su
dignidad y que sólo debían consideración a la voluntad de
Dios y
el modo con que él quería que se le rindiera culto.
Pero Josué, con Eleazar, el sumo pontífice, y el senado, los
contuvieron, y los persuadieron de que primero hicieran una
requisitoria verbal acerca de sus intenciones, y si
encontraban
que eran malas sólo entonces procedieran a hacerles la
guerra.
Enviaron,
222
223
entonces, como delegados a Finees, el hijo de Eleazar, y
otras
diez personas de gran estima entre los hebreos, para que les
preguntaran qué se habían propuesto al edificar un altar en
la
orilla después de haber pasado el río.
No bien los embajadores cruzaron el río y llegaron hasta
ellos,
fué congregada la multitud y Finees les dijo que la ofensa
que
habían cometido era demasiado horrible para ser castigada
úni-
camente con palabras, ni para ser corregida en lo futuro
sola.
mente.
-Pero -añadió-, no hemos acudido a las armas para castigaros
inmediatamente por la horrible transgresión en consideración
a
nuestro parentesco y a la posibilidad de que el hecho
tuviese una
explicación satisfactoria. Preferimos enviarles esta
embajada
para indagar las verdaderas razones que os han movido a
erigir
el altar y no aparecer apresurados en recurrir a la guerra
sin
conocer previamente si hay razones justificadas, y proceder
a
castigaros después si no las hubiere y la acusación fuese
exacta.
Porque se nos hace difícil creer que vosotros, que conocéis
la vo-
luntad de Dios, que habéis escuchado las leyes que él mismo
nos
dió, al separaros de nosotros para instalaros en vuestro patrimo-
nio, obtenido en el sorteo por la gracia de Dios y la
providencia
que ejerce con vosotros, hayáis podido olvidarlo, abandonar
el
arca y el altar que es propio de nosotros, para introducir
dioses
extraños e imitar las malas prácticas de los cananeos. Pero
que-
daréis libres de culpa si os arrepentís ahora y no seguís
adelante
con esa locura y ofrecéis la debida reverencia y recordáis
las
leyes de vuestro país. Pero si persistís en el pecado, no
escatimaremos esfuerzos para proteger nuestras leyes, y
pasaremos el Jordán para defenderlas, y defender también a
Dios, y os consideraremos iguales a los cananeos y os
destruiremos como los hemos destruido a ellos. Porque no
debéis
imaginaros que al cruzar el río quedasteis fuera del alcance
del
poder de Dios. En cualquier parte donde os halléis estaréis
en
sitios que le pertenecen, y es imposible eludir su poder y
el
castigo que por eso aplica a los hombres. Y si creéis que
vuestra
instalación en este lado puede impediros ser razonables,
nada se
opondría a que dividamos de nuevo la tierra, dejando esta
parte
para el pastoreo de las ovejas; pero como este crimen es
reciente
haréis bien en volver prudentemente a vuestros
deberes. Os rogamos por vuestros hijos y mujeres que no nos
obliguéis a castigaros. Tomad, por lo tanto, en esta
asamblea, las
medidas necesarias, teniendo en cuenta que de ellas dependen
vuestra seguridad y la seguridad de vuestros seres queridos,
y
creed que es mejor para vosotros ser conquistados con
palabras
que insistir en vuestros propósitos y sufrir las
consecuencias de
la guerra.
27. Después de este discurso de Finees, los directores de la
asamblea y toda la multitud comenzaron a disculparse de la
acu-
sación, diciendo que no habían renunciado al parentesco que
los
unía y que no habían levantado el altar para introducir
inno-
vaciones; que reconocían un solo Dios común a todos los
hebreos,
y al altar de bronce erigido delante del tabernáculo en el
cual
ofrecerían los sacrificios.
-En cuanto al altar que levantamos aquí -siguieron
diciendo-,
y que dió motivo a las sospechas, no lo hemos erigido para
adorar
ante él, sino como signo y testimonio de nuestro eterno
parentesco con vosotros, y como precaución necesaria para
nues-
tra prudente conducta y para continuar con las leyes de
nuestro
país, y no como medio para transgredirlas, como vosotros ha.
béis sospechado. Ponemos a Dios como auténtico testigo
nuestro
de que éste fué el motivo por el cual edificamos el altar.
Os roga-
mos por lo tanto que modifiquéis la mala opinión que os
habéis
formado de nosotros y no nos imputéis lo que a cualquier
descen.
diente de Abram le habría hecho merecedor de la muerte por
intentar introducir nuevos ritos, diferentes de nuestras
prácticas
habituales.
28. Oída esa respuesta, que Finees les alabó, éste regresó y
explicó a Josué, delante de todo el pueblo, cuál había sido
la con-
testación obtenida. Josué se alegró de no tener que ponerlos
en
pie de guerra ni conducirlos a derramar sangre y combatir
con
hombres de su propia estirpe. Ofreció en consecuencia
sacrificios
dando gracias a Dios. Luego Josué disolvió la gran asamblea
del
pueblo, enviándolos a sus respectivas heredades, mientras él
establecía su residencia en Siquem.
Veinte años después, siendo muy viejo, envió a buscar a los
de
mayor dignidad de las distintas ciudades, a las autoridades,
al
senado y a todo el pueblo común que podía estar presente.
Una
vez reunidos, les recordó todos los beneficios que Dios les
había
a
otorgado, que no podían ser sino muchos, ya que de su baja
condición habían subido a un grado tan alto de gloria y
abundancia, y les exhortó a que tomaran nota de las
intenciones
de Dios que habían sido tan favorables para ellos. Les dijo
que la
divinidad seguiría concediéndoles su amistad sólo por la
piedad
de ellos. Y que era apropiado que él, Josué, ahora que
estaba por
abandonar la vida, les dejara esa exhortación y les
expresara su
deseo de que recordaran sus recomendaciones.
29. Después de estas palabras Josué murió, habiendo vivido
ciento diez años, cuarenta de ellos junto con Moisés, para
apren-
der con él conocimientos ventajosos. Después de la muerte de
Moisés fué comandante durante veinticinco años.
Fué un hombre a quien no le faltó ni sabiduría ni elocuencia
para expresarse; se destacó en ambas virtudes. Fué de gran
valor y magnanimidad, en la acción y en el peligro, muy
sagaz
para buscar la paz del pueblo y de grandes cualidades en
todos
los momentos.
Fué sepultado en la ciudad de Tamna, de la tribu de Efraím.
En la misma época murió Eleazar, el sumo sacerdote, dejando
el
sumo sacerdocio a su hijo Finees. Su monumento y su sepulcro
están en la ciudad de Gabata.
CAPITULO II
Después de la muerte de Josué los israelitas transgreden
las leyes de su país. Estalla una sedición. Destrucción de
la tribu de Benjamín
1. Después de la muerte de éstos (Josué y Eleazar), Finees
profetizó que de acuerdo con la voluntad de Dios debían
enco-
mendar el gobierno a la tribu de Judá, la que destruiría la
raza
de los cananeos. Porque a la sazón el pueblo estaba
preocupado
por conocer cuál era la voluntad de Dios. Judá contó con la
ayuda de la tribu de Simeón, con la condición de que cuando
fueran muertos los cananeos atribuidos a la tribu de Judá,
harían lo mismo con los que estaban en la parte de Simeón.
2. Pero la situación de los cananeos era en aquel entonces
flo-
reciente, y esperaron a los israelitas con un gran ejército
en la
ciudad de Bezek, habiendo puesto el gobierno en las manos de
Adonibezek, nombre que significa señor de Bezek, porque
adoni
en hebreo significa señor 1.
Los cananeos esperaban que la muerte de Josué hubiese sido
un gran golpe para los israelitas. Pero cuando entraron en
batalla con ellos, es decir, con las dos tribus arriba
mencionadas,
los hebreos lucharon gloriosamente y mataron a más de diez
mil
cananeos, poniendo en fuga a los restantes; los persiguieron
y
apresaron a Adonibezek quien, cuando le cortaron los dedos
de
las manos y los pies, dijo:
-Por lo que veo era imposible que pudiera escapar siempre de
Dios, y ahora tengo que sufrir lo que no vacilé en infligir
a
setenta y dos reyes.
Lo condujeron vivo hasta Jerusalén y cuando murió lo
sepultaron y prosiguieron tomando ciudades. Después de
conquistar la mayor parte de ellas, pusieron sitio a
Jerusalén.
Tomaron la parte baja de la ciudad, después de un tiempo
considerable, y mataron a todos los habitantes. Pero la
parte alta
de la ciudad no podía ser tomada sin grandes dificultades,
debido
a la fortaleza de sus murallas y la naturaleza del lugar.
3. Por esta razón trasladaron el campamento a Hebrón, la
que tomaron matando a todos los habitantes. Quedaba todavía
la
raza de los gigantes; tenían un cuerpo tan grande y un
rostro tan
distinto de los demás hombres, que asombraban con su
presencia
e impresionaban con su voz. Los huesos de esos hombres
todavía
se exhiben ahora, diferentes a los de todos los demás
hombres.
Los israelitas dieron la ciudad a los levitas como
recompensa
extraordinaria, con los suburbios de dos mil codos. Pero las
tie-
rras que les correspondían las entregaron como donación a
Ca-
leb, de acuerdo con las órdenes de Moisés. Caleb era uno de
los
espías que Moisés había enviado a la tierra de Canaán.
También
entregaron tierras para habitar a los descendientes de
Jetro, el
1 En realidad, "mi señor". Josefo no traduce la
declinación,
refiriéndose solamente al nominativo.
'Q
u I
madianita, suegro de Moisés, los que habían dejado su país
para seguirlos y acompañarlos en el desierto.
4. Las tribus de Judá y Simeón tomaron las ciudades de la
parte montañosa de Canaán, así como Ascalón y Azot de las
que
estaban cerca del mar. Pero Gaza y Acarón escaparon, porque,
estando en una región llana, y poseyendo gran número de
carros,
hostigaron dolorosamente a los atacantes.
Cuando estas tribus se hicieron muy ricas con la guerra, se
retiraron a sus ciudades, dejando las armas.
5. Los benjaminitas, a quienes pertenecía Jerusalén,
permitieron a sus habitantes pagarles tributo. Dejaron,
entonces, unos de matar, otros de correr riesgos, y tuvieron
tiempo para dedicarse al cultivo de la tierra. Las demás
tribus
imitaron a la de Benjamín e hicieron lo mismo; contentándose
con el tributo que les pagaban, dejaron a los cananeos vivir
en
paz.
q6. La tribu de Efraím, que había sitiado a Bezel, no hacía
ningún progreso ni realizaba nada digno del tiempo y las
penurias que pasaban instalados delante de la ciudad; pero
persistieron en mantener el sitio, aun a costa de grandes
contratiempos. Al cabo de cierto tiempo apresaron a un
ciudadano que fué hacia ellos a buscar lo que necesitaba, y
le
dieron seguridades de que si entregaba la ciudad lo
protegerían
a él y su familia. El hombre juró ue con esas condiciones
pondría
la ciudad en sus manos. Efectivamente, el que traicionó la
ciudad fué protegido, él y su familia. Los israelitas
mataron a
todos los habitantes y retuvieron la ciudad.
7. Luego los israelitas dejaron de seguir peleando con sus
ene-
migos y se dedicaron a cultivar la tierra, lo que les
produjo gran-
des riquezas; descuidaron la disciplina y se entregaron al
lujo y
los placeres. También dejaron de cuidar celosamente las
leyes
que pertenecían a su forma de gobierno.
Dios se indignó y les hizo notar en primer término que con-
trariando sus indicaciones habían perdonado la vida a los
cana-
neos, y luego esos cananeos, cuando llegara el momento
oportuno, los explotarían bárbaramente. Pero los israelitas,
aunque pesaro
sos por las admoniciones de Dios, seguían desganados para
hacer la guerra; obtenían grandes tributos de los cananeos y
entregados
a la lujuria, estaban poco dispuestos a correr riesgos. Por
eso
tam
bién permitieron que la aristocracia se corrompiera y no
forma
ron el senado ni nombraron las otras magistraturas que les
señalaban las leyes; sólo se dedicaban a cultivar los campos
para
obtener riquezas. Esa gran indolencia provocó una terrible
sedición y llegaron hasta el punto de pelear entre sí, en la
siguiente ocasión:
8. Vivía allí un levita, un hombre de familia vulgar, que
per-
tenecía a la tribu de Efraím, quien contrajo matrimonio con
una
mujer de Betlem, localidad perteneciente a la tribu de Judá.
El
hombre estaba muy enamorado de su esposa y subyugado por su
belleza. Pero tenía la desdicha de no ser correspondido por
la
mujer, que lo odiaba, con lo que encendía aún más su pasión.
Ambos reñían continuamente hasta que la mujer, disgustada
por
las perpetuas querellas, abandonó a su marido y se fué a
reunir
con sus padres al cuarto mes'.
El marido, inquieto por su partida, fué a ver a sus suegros,
arregló la disputa y se reconcilió con su mujer; tratado
amable-
mente por los padres de su esposa, se quedó con ellos cuatro
días. Al quinto día resolvió regresar a su casa y partió al
anochecer, porque los padres de ella no querían separarse de
su
hija, y demoraron la partida hasta el final del día.
Tenían un criado, que los siguió, y un asno en el que montó
la
esposa. Cuando estaban cerca de Jerusalén, después de haber
recorrido treinta estadios, el criado les aconsejó que se
alojaran
en alguna posada, para evitar que les pasara alguna
desgracia si
viajaban de noche, sobre todo porque estaban cerca del
enemigo
y en aquella época había razones para sospechar hasta de los
amigos. Al marido no le gustó el consejo ni quiso hospedarse
entre extranjeros, porque la ciudad pertenecía a los
cananeos, y
juzgó preferible viajar veinte estadios más y alojarse en
alguna
ciudad israelita.
De este modo llegaron a Gaba, una ciudad de la tribu de Ben-
jamín, cuando comenzaba a oscurecer. Nadie de los que vivían
en
la plaza del mercado los invitó a alojarse en su casa, pero
un
anciano del campo, que era de la tribu de Efraím pero
residía en
Gaba, le preguntó de dónde era y por qué había llegado a la
ciudad tan tarde y por qué buscaba provisiones para cenar
siendo de noche.
1 La frase no es clara en cuanto al tiempo. En Jueces (XIX,
2)
dice que la mujer regresó a la casa de su padre, donde
permaneció cuatro meses.
228
229
El hombre respondió que era levita y volvía a su casa
llevando a su esposa de la casa de sus padres, y le dijo que
su
casa estaba en la tribu de Efraím. El anciano, tanto por su
parentesco como porque vivían en la misma tribu, y también
porque se habían encontrado accidentalmente, los llevó a
alojarlos en su casa.
Ciertos jóvenes de los habitantes de Gaba, que habían visto
a
la mujer en la plaza y admirado su belleza, cuando supieron
que
se alojaba en la casa del viejo, llegaron hasta la puerta,
despreciando la debilidad y el reducido número de la familia
del
anciano. Este les pidió que se fueran y no hicieran ofensa
ni
abuso. Los jóvenes le respondieron que les entregara a la
extranjera y no le harían a él ningún daño.
El viejo alegó que el levita era pariente de él y que
cometerían una acción malvada si se dejaban dominar por sus
deseos y ofendían las leyes; los jóvenes despreciaron su
justa
admonición, riendo y bromeando. Y lo amenazaron con matarlo
si se interponía en sus inclinaciones.
El anciano se encontró en mala situación pero no quiso aban-
donar a sus huéspedes y entregarlos al abuso; y les dió su
propia
hija, diciéndoles que sería una violación menor de la ley
satisfacer su lujuria con ella que abusar de sus huéspedes.
De
este modo pensaba evitar la ofensa a sus huéspedes.
Los jóvenes no cejaron en su empeño de que les entregase a
la
extranjera; el anciano les rogó que no perpetraran esa
injusticia.
Pero los jóvenes la tomaron por la fuerza, y dominados por
la vio-
lencia de sus inclinaciones la retiraron de la casa y
después de
satisfacer con ella sus deseos durante toda la noche la
abandonaron al rayar el alba.
La mujer volvió a la casa donde había sido recibida, muy
afli-
gida por lo que le había ocurrido y muy apenada por sus
sufri-
mientos. No osando mirar a su marido a la cara, porque
suponía
que jamás la perdonaría por lo que había hecho, cayó al
suelo y
expiró.
Creyendo el marido que su esposa estaba dormida, la levantó
y resolvió hablarle y confortarla, ya que no se había
expuesto vo-
luntariamente a la lujuria de aquellos hombres, sino que
había
sido sacada a la fuerza de la casa. Pero en cuanto advirtió
que
estaba muerta, actuó con toda la grandeza que su desgracia
le
per
1
mitía. Depositó a la difunta sobre el asno y la condujo a su
casa; allí la desmembró, dividiéndola en doce partes y envió
un
trozo a cada tribu, encargando a los que condujeron los
trozos
que informaran a las tribus quiénes habían sido los
causantes de
su muerte y la violencia de que habían hecho objeto a la
mujer.
9. El pueblo se sintió muy perturbado por lo que veía y oía,
porque nunca había sucedido nada semejante. Se reunió en
Siló,
lleno de una grande y justa indignación, y congregándose
delante del tabernáculo resolvió inmediatamente tomar las
armas y tratar a los habitantes de Gaba como enemigos. Pero
el
senado los contuvo, persuadiéndolos de que no debían
precipitarse a hacer la guerra a los que eran de su misma
nación, y que antes debían hablarles acerca de la acusación
que
se les había formulado. Porque la ley decía que ni aun
contra
extranjeros que apareciesen como ofensores debían tomarse
las
armas sin enviarles antes una embajada procurando de ese
modo
averiguar si se arrepentían o no 1.
Los exhortaron, por consiguiente, a obedecer las leyes, esto
es, a mandar preguntar a los habitantes de Gaba si estaban
dispuestos a entregar a los ofensores y si aceptarían su
castigo.
Si despreciaban a los enviados, entonces tomarían las armas
para castigarlos.
Enviaron delegados a los habitantes de Gaba acusando a los
jóvenes del crimen cometido con la mujer del levita, y les
pidieron que entregaran a los que habían cometido lo que era
contrario a las leyes, para que pudieran ser castigados,
porque
merecían la muerte por su acción. Los habitantes de Gaba se
negaron a entregar a los jóvenes y consideraron que era
reprochable ceder, por temor a la guerra, a las demandas de
otros hombres; no querían ser inferiores a nadie en la
guerra, ni
en el número ni en el valor. El resto de la tribu comenzó a
hacer
grandes preparativos para ir a la guerra, porque eran tan
insolentes que estaban dispuestos a repeler la fuerza con la
fuerza.
10. Enterados los israelitas de lo que habían resuelto los
de
Gaba, juraron que nadie daría a su hija en matrimonio a un
ben
1 La intervención del senado es agregado por Josefo,
probablemente
1 para indicar que se actuó de acuerdo con las leyes de
Moisés. La Biblia sólo dice que se enviaron varones a
reclamar la
entrega de los culpables (Jueces, XX, 12, 13).
231
230
jaminita, y decidieron hacerles la guerra con más furia que
la
que según sabían habían empleado nuestros antepasados para
combatir a los cananeos; enviaron contra ellos un ejército
de
cuatrocientos mil hombres. El ejército de los benjaminitas
era de
veinticinco mil seiscientos hombres. De estos, quinientos
eran
muy hábiles para arrojar piedras con honda con la mano
izquierda, tanto que al entablarse la batalla los
benjaminitas
derrotaron a los israelitas, de los que cayeron dos mil
hombres;
probablemente habrían matado más si la llegada de la noche
no
hubiese interrumpido la batalla. Los benjaminitas regresaron
a
la ciudad llenos de júbilo mientras los israelitas volvieron
a sus
campamentos asustados por lo ocurrido.
Al día siguiente, al reanudarse la pelea, los benjaminitas
vol-
vieron a derrotar a los israelitas, matando a dieciocho mil.
El
resto abandonó el campo temeroso de que la matanza fuera
mayor. Volvieron a Bezel, ciudad próxima al campamento, y
ayunaron al día siguiente. Por intermedio de Finees, el sumo
sacerdote, pidieron a Dios que cesara su cólera contra ellos
y se
declarara satisfecho con esas dos derrotas, dándoles la
victoria y
el poder para derrotar a sus enemigos. Dios les prometió
hacerlo
mediante la profecía de Finees.
11. Luego dividieron al ejército en dos partes, una de las
cua-
les tendió de noche una emboscada cerca de la ciudad de Gaba
y
la otra atacó a los benjaminitas. En seguida emprendieron la
retirada, perseguidos por los benjaminitas; los hebreos
retrocedían lentamente, para sacar al adversario
completamente
de la ciudad. Los viejos y los jóvenes que habían sido
dejados en
la ciudad por ser demasiado débiles para combatir, salieron
junto con los combatientes, deseosos de rendir al enemigo.
Pero cuando estaban a gran distancia de la ciudad los
hebreos
dejaron de huir, se volvieron y presentaron batalla, e
hicieron la
señal convenida con los que habían quedado emboscados, los
cuales salieron y cayeron con gran estrépito sobre el
enemigo.
En cuanto advirtieron que habían sido engañados, no
supieron qué hacer; empujados hacia una hondonada que había
en un valle fueron atacados por las fuerzas de los hebreos
que los
rodearon y mataron a todos menos a seiscientos que formando
un grupo compacto, se abrieron paso a través del enemigo y
huyeron a las
montañas vecinas, donde se quedaron. El resto, unos
veinticinco mil, fueron muertos.
Los israelitas prendieron fuego a Gaba, mataron a las
mujeres y a los hombres menores de edad, y luego hicieron lo
mismo con las demás ciudades de los benjaminitas. Estaban
tan
arrebatados por la ira que enviaron doce mil hombres con
orden
de destruir la ciudad de Jabis, de Galaditis, que no los
había
ayudado a combatir a los benjaminitas. Los enviados mataron
a
los guerreros, con sus mujeres e hijos, exceptuando
cuatrocientas
vírgenes. A ese extremo llegaron en su cólera, porque no
sólo
tenían que vengar los sufrimientos de la esposa del levita,
sino
también la matanza de sus soldados.
12. No obstante, luego se arrepintieron de la calamidad que
habían hecho caer sobre los benjaminitas, y señalaron con
ese
motivo un día de ayuno, aunque juzgaban que esos hombres
habían sufrido un justo castigo por haber violado las leyes.
Y
enviaron a buscar a los seiscientos que habían escapado, y
que se
habían instalado en una roca llamada Roa, en el desierto.
Los embajadores se lamentaron por el desastre que no sólo
había herido a los benjaminitas sino también a ellos mismos,
por
la destrucción de sus parientes, y los persuadieron de que
tuvieran paciencia y fueran a unirse con ellos y no dieran motivo
para el exterminio total de la tribu de Benjamín.
-Os autorizamos -les dijeron-, para que toméis toda la
tierra
de Benjamín para vosotros, y todo el botín que podáis llevar
con
vosotros.
Los hombres reconocieron que lo sucedido había ocurrido de
acuerdo con la decisión de Dios, y por la maldad de ellos;
acepta-
ron la invitación y regresaron a su tribu. Los israelitas
les dieron
a las cuatrocientas vírgenes de Jabis de Galaad, para que
las
tomaran por esposas. Luego deliberaron acerca de los
doscientos
restantes, para ver la manera de darles esposas con las que
tuvieran hijos. Y aunque antes de comenzar la guerra habían
jurado no dar a sus hijas para esposas a ningún benjaminita,
alguien aconsejó que no hicieron caso del juramento, porque
no
había sido hecho juiciosa y deliberadamente, sino en un
rapto de
pasión. Jamás harían nada contra Dios, pero como se trataba
de
salvar una tribu entera amenazada de extinción, consideraron
que el perjurio era un acto
232
233
triste y peligroso cuando se cometía con mala intención,
pero
no
cuando se hacía por necesidad. ,
El senado expresó su temor ante la sola mención de la
palabra
perjurio, pero una persona les dijo que podía indicarles la
manera 1 de suministrar esposas a los benjaminitas, sin
dejar
de cumplir el juramento. Preguntado sobre cuál era su
propuesta, respondió:
l-Cuando nos encontramos en Siló tres veces por año,
nuestras esposas e hijas nos acompañan. Que los benjaminitas
rapten y se casen con las mujeres que puedan conseguir, y
nosotros ni los incitaremos ni se lo prohibiremos. Si los
padres lo
toman a mal y piden el castigo de los raptores, les diremos
que la
culpa es de ellos por no haber vigilado a sus hijas, y que
no
deben exagerar el enojo contra los benjaminitas, porque ese
enojo ya había ido demasiado ejos.
Los israelitas fueron persuadidos de que siguieran ese
consejo, resolviéndose permitir a los benjaminitas que
robaran
sus esposas. Cuando llegó el festival, los doscientos
benjaminitas
se emboscaron frente a la ciudad, en grupos de dos y tres, y
aguardaron la llegada de las vírgenes, en los viñedos y en
otros
lugares donde podían esconderse.
Las vírgenes se aproximaron jugando despreocupadamente,
sin sospechar lo que les esperaba; los emboscados en el
camino
se levantaron y se apoderaron de ellas. De este modo los
benjaminitas consiguieron esposas y se dedicaron a la
agricultura, tratando de recuperar su antigua prosperidad.
Así fué como la tribu de Benjamín, que corrió peligro de ser
exterminada totalmente, se salvó por la sabiduría de los
israelitas. Luego florecieron y se multiplicaron hasta
llegar a ser
una multitud, y alcanzaron la felicidad. Este fué el fin de
esa
guerra.
CAPITULO III
Los israelitas, después de esa desgracia, se vuelven
perversos y
sirven a los asirios. Dios los salva por medio de Otoniel,
quien
gobierna durante cuarenta años
1. Sucedió que la tribu de Dan sufrió lo mismo que la de
Benjamín. Fué del siguiente modo:
Cuando los israelitas abandonaron el ejercicio de las armas
y
se dedicaron a la labranza, los cananeos los miraron con
desprecio y reunieron un ejército, no en previsión de
contratiempos, sino para poder tratar mal a los hebreos
cuando
quisieran y vivir mejor en lo futuro en sus ciudades.
Prepararon
carros, reunieron soldados, las ciudades se combinaron y
quitaron a la tribu de Judá las ciudades de Ascalón y
Acarón, y
muchas otras que se hallaban en la llanura. Obligaron a los
danitas a huir a la región montañosa, sin dejarles la menor
porción de la llanura donde pudieran poner el pie.
Como entonces los danitas no podían combatirlos y no tenían
suficiente territorio, enviaron cinco hombres al interior
para bus-
car territorio al que pudieran transladar su residencia. Los
hom-
bres llegaron hasta la vecindad del monte Líbano y los
manantiales del Jordán inferior, en la gran planicie de
Sidón, a
un día de viaje de la ciudad. Después de observar la tierra
y
encontrándola buena y muy fértil, la hicieron conocer a la
tribu y
luego realizaron una expedición con el ejército y edificaron
la
ciudad de Dan, nombre del hijo de Jacob y de la tribu.
2. Pero los israelitas se volvieron tan indolentes y poco
dispuestos a molestarse, que sufrieron cada vez mayores
desdichas, las que en parte provenían también de su
menosprecio del culto divino. Porque después de haberse
apartado de la normalidad de su gobierno político se
dedicaron a
vivir de acuerdo con sus placeres y su voluntad, hasta que
su
conducta se llenó con las mismas malas prácticas de los
cananeos.
Dios por lo tanto se indignó y a causa de su lujuria los
israe-
litas perdieron la situación de felicidad que habían
conseguido
con mucho trabajo. Cusartes, rey de los asirios, les hizo la
guerra, perdieron en la batalla muchos soldados y fueron
sitiados y tomados por la fuerza. Algunos, impulsados por el
miedo, se sometieron voluntariamente y aunque el tributo que
les impusieron fué mayor de lo que podían afrontar, lo
pagaron y
durante ocho años sobrellevaron toda clase de opresiones. Al
cabo de ese tiempo fueron libertados de la siguiente manera.
3. Había un hombre llamado Otoniel, hijo de Cenez, de la
tribu de Judá, un hombre activo y de gran valor. Recibió una
admonición de Dios indicándole que no abandonara a los
israelitas en la
t
desdichada situación en que se hallaban, y que se empeñara
audazmente en conseguir su libertad. Otoniel consiguió
reunir
un grupo que lo ayudara en la peligrosa empresa (y pocos
fueron
los que, por vergüenza ante la situación o por el deseo de
cambiarla, pudieron ser convencidos de que lo secundaran), y
en
primer lugar destruyó la guarnición que Cusartes les había
impuesto. Cuando vieron que no había fracasado en su primera
tentativa, otros hombres del pueblo se unieron en su ayuda.
Entablaron batalla con los asirios, los hicieron retroceder
y
los obligaron a pasar el Eufrates. Luego Otoniel, que había
dado
pruebas de su valor, recibió de la multitud autoridad para
juzgar
al pueblo. Después de gobernarlos durante cuarenta años,
murió.
CAPITULO IV
Nuestro pueblo sirve a los moabitas durante dieciocho años,y
es
luego librado de la esclavitud por Ehud, quien gobierna
durante
ochenta años
1. Muerto Otoniel, los asuntos de los israelitas cayeron de
nuevo en el desorden; no rendían a Dios los honores debidos
r.i
obedecían las leyes. Sus aflicciones fueron aumentando hasta
que Eglón, rey de los moabitas, concibió por ellos un
desprecio
tan grande, a causa de los desórdenes de su política
gubernamental, que les hizo la guerra y los venció después
en
varias batallas. Sometió a los más valientes, subyugó a todo
el
ejército y les ordenó pagar tributo.
Eglón se hizo edificar un palacio real en Jericó1 y no
omitió
ningún medio para oprimirlos. Los redujo a la pobreza
durante
dieciocho años. Pero cuando Dios se compadeció de los
israelitas
por sus aflicciones y las súplicas que le hacían los libró
de la
dura es. clavitud a que habían sido sometidos por los
moabitas.
La liberación se la otorgó de la siguiente manera.
1 La Biblia no nombra a Jericó. Dice la "ciudad de las
palmeras". El Targum también lo traduce por Jericó.
Esta
interpretación parece ignorar
la destrucción de Jericó por Josué, aunque Jericó vuelve a
ser
nombrada más adelante por David (II Samuel, X, 5).
2. En la tribu de Benjamín había un joven llamado Ehud, hijo
de Gera, un hombre de gran valor en empresas audaces, y de
cuerpo robusto hecho para tareas duras, y muy hábil en el
uso de
su mano izquierda en la que residía toda su fuerza. Ehud
vivía
en Jericó, y se hizo familiar con Eglón, obteniendo su favor
por
medio de presentes y ganándose su buena voluntad y la estima
de los que rodeaban al rey.
Cierta vez que llevó presentes al rey, acompañado de dos
criados, se guardó secretamente una daga en el muslo
derecho.
Era verano, a mediodía; los guardias no vigilaban bien, por
el
calor y porque estaban comiendo. El joven ofreció los
presentes
al rey, que se hallaba en una pequeña salita
convenientemente
resguardada del calor, y entró a conversar con él. Estaban
solos
porque el rey había despedido a los sirvientes.
El rey estaba sentado en su trono y Ehud sintió temor de
errar el golpe y no herirlo mortalmente. Le dijo que tenía
que
informarle de un sueño por orden de Dios. El rey se levantó
gozoso para escuchar el sueño y Ehud le asestó una puñalada
en
el corazón, después de lo cual, dejando el puñal en el
cuerpo del
rey, salió y cerró la puerta. Los sirvientes guardaron
silencio,
creyendo que el rey se había acostado a dormir.
3. Ehud informó privadamente al pueblo de Jericó de lo que
había hecho, y lo exhortó a recuperar la libertad. El pueblo
le
hizo caso de buen grado y se levantó en armas, enviando
mensajeros a todo el país para invitarlos a hacer sonar
trompetas en cuernos de cabrío, que era nuestra acostumbrada
manera de reunir al pueblo.
Los sirvientes de Eglón ignoraron durante un buen rato la
desgracia que a éste le había ocurrido; pero hacia el
anochecer,
temiendo que le hubiese pasado algo, penetraron en la sala y
lo
hallaron muerto. Se produjo un gran alboroto en el que nadie
sabía lo que debía hacer. Antes de que pudieran ser reunidos
los
guardias, los israelitas cayeron sobre ellos, matando a
algunos
inmediatamente y poniendo en fuga a otros, que huyeron para
salvarse hacia el país de Moab. Eran más de diez mil.
Los israelitas tomaron por el vado del Jordán y los
persiguieron y los mataron sin que escapara ninguno, siendo
muchos de ellos muertos en el mismo vado.
u
De este modo los israelitas se libertaron de la esclavitud
de
los moabitas. Ehud fué elevado a la dignidad de gobernante
de
toda la multitud, y murió después de gobernar ochenta años1.
Era un hombre digno de encomio, aparte de lo que había
hecho.
Después de su muerte fué elegido gobernador Sanagar, hijo de
Anat, pero murió al primer año de su gobierno.
CAPITULO V
Los cananeos esclavizan a los israelitas durante veinte
años, después de los cuales éstos son libertados por Barac
y Débora, que los gobiernan durante cuarenta años
1. Los israelitas, que no aprendieron nada de sus anteriores
.infortunios para corregir su conducta, y no adoraron a Dios
ni
obedecieron las leyes, fueron esclavizados por Jabín, rey de
los
cananeos, cuando sólo habían obtenido un corto respiro
después
de la esclavitud con los moabitas.
Jabín salió de Asor, ciudad situada junto al lago
Semeconitis,
con trescientos mil hombres a pie, diez mil a caballo y no
menos
de tres mil carros. El comandante del ejército era Sisara,
el hom-
bre que gozaba del principal favor del rey. Derrotó a los
israelitas y les ordenó pagar tributo.
2. Sobrellevaron la pesada carga durante veinte años, sin
sacar bastante experiencia dé sus desgracias. Dios quiso
domeñar su obstinación e ingratitud para con él. Cuando
finalmente se arrepintieron y aprendieron que sus
contratiempos
provenían de su desdén por las leyes, pidieron a Débora, una
profetisa (cuyo nombre en hebreo significa abeja), que
rogara a
Dios que se apiadara de ellos y no los abandonara, y no
permitiera que los exterminaran los cananeos. Dios les
concedió
la salvación, y les eligió como general a Barac, de la tribu
de
Neftalí. (Barac en hebreo
significa relámpago.)
3. Débora mandó llamar a Barac y le ordenó que eligiera diez
mil jóvenes para marchar contra el enemigo, porque Dios
había
1 La Biblia sólo dice que "reposó la tierra ochenta
años"
(Jueces, III, 30).
dicho que ese número sería suficiente y les había prometido
la
victoria. Barac respondió que no sería general del ejército
a
menos que ella, Débora, fuera con él.
Débora, indignada, respondió:
-Tú, Barac, delegas despectivamente la autoridad que Dios te
dió en una mujer; pero yo no la rechazo.
Reunieron diez mil hombres e instalaron el campamento en el
monte Tabor, donde por orden del rey, Sísara les hizo frente
ins-
talando el campamento no lejos del enemigo.
Los israelitas y el mismo Barac se asustaron ante la
magnitud del enemigo y habrían decidido retirarse si Débora
no
se lo hubiese impedido, ordenándoles presentar batalla al
enemigo ese mismo día; porque era su deber conquistarlo, y
para
ello contaban con la asistencia de Dios.
4. Comenzó la batalla y cuando entraron a pelear cuerpo a
cuerpo llegó del cielo una gran tormenta con abundante
lluvia y
granizo; el viento sopló la lluvia sobre el rostro de los
cananeos y
les oscureció de tal modo la vista que no pudieron obtener
ningún beneficio de sus hondas y sus flechas. El frío del
aire no
permitió tampoco a los soldados emplear las espadas. La
tormenta en cambio no incomodó mucho a los israelitas,
porque
estaba a sus espaldas.
Ante la certeza de que Dios los asistía, los israelitas
cobraron
tanto valor que se lanzaron sobre el enemigo y mataron un
gran
número de sus hombres. Algunos cayeron a manos de los
israeli-
tas, otros fueron derribados por sus propios caballos, que
se des-
bandaron, y no pocos fueron muertos por sus propios carros.
Finalmente, Sísara, cuando se vió derrotado, huyó y llegó
hasta la casa de una mujer cinea llamada Jael y le pidió que
lo
ocultara. La mujer lo recibió y cuando le pidió algo para
beber le
dió leche agria de la que tomó tanta que se quedó dormido.
Estando dormido, Jael tomó una estaca de hierro y con un
martillo se la clavó en la sien hasta el suelo.
Poco después llegó Barac y la mujer le mostró a Sisara
clavado al suelo. De ese modo esa victoria fué ganada por
una
mujer, como lo predijo Débora. Barac peleó luego con Jabín
en
Asor y cuando se encontró con él lo mató. Caído el general,
Barac
arrasó
238
239
la ciudad y fué comandante de los israelitas durante
cuarenta
años 1.
CAPITULO VI
Los madianitas y otras naciones luchan con los israelitas
y los derrotan y sojuzgan a su país durante siete años. Los
israelitas son libertados por Gedeón, que gobierna a la mul
titud durante siete años
1. Cuando murieron Barac y Débora, lo que ocurrió casi al
mismo tiempo, los madianitas llamaron en su ayuda a los
amale- citas y a los árabes e hicieron la guerra a los israelitas; vencieron
a sus adversarios, devastaron los frutos de la tierra y se
llevaron
el botín recogido.
Como repitieron lo mismo durante siete años, los israelitas
se
retiraron a las montañas, abandonando la llanura. Abrieron
cuevas subterráneas y cavernas y guardaron lo que habían
podido salvar de las manos del enemigo. Porque los
madianitas
hacían excursiones en la época de la cosecha, pero los
dejaban
arar la tierra en invierno, para que los israelitas hicieran
el
trabajo y ellos recogieran los frutos.
Se produjo una escasez de alimentos y sobrevino el hambre, y
los israelitas acudieron a suplicar a Dios que los salvara.
2. Gedeón, hijo de Joas, uno de los principales de la tribu
de
Manasés, llevaba en secreto sus haces de trigo y los sacudía
en el
lugar, porque por temor a sus enemigos no los sacudía
abiertamente en la era. En cierto momento se le apareció
alguien
con la forma de un joven, y le dijo que Gedeón era un hombre
feliz y amado de Dios.
-¡Buena prueba del favor de Dios -replicó inmediatamente
Gedeón- es ésta de que me vea obligado a usar el lagar en
lugar
de la era!
Pero la aparición lo exhortó a que tuviera ánimos e hiciera
la
tentativa de recuperar la libertad. Gedeón respondió que le
era
imposible hacerlo, porque la tribu a que pertenecía era poco
nu
1 La Biblia dice: "...y la tierra reposó cuarenta
años" (Jueces,
Y, 31).
merosa, y porque él era demasiado joven y carente de
importancia para pensar en grandes acciones.
El otro le prometió entonces que Dios le suministraría lo
que
le faltara, y daría la victoria a los israelitas, conducidos
por él.
3. Gedeón relató el episodio a varios jóvenes, que le
creyeron,
e inmediatamente se reunió un ejército de diez mil hombres
listo
para la lucha. Dios se apareció en sueños a Gedeón y le dijo
que
la humanidad era demasiado egoísta y enemiga de los que se
destacaban por su virtud, y que en lugar de adjudicar la
victoria
a Dios, se imaginaban que la obtenían por sus propias
fuerzas,
porque eran un gran ejército capaz de derrotar al enemigo.
Para
que apreciaran que la debían a su ayuda, le aconsejó que a
mediodía, con la violencia de la lucha, llevara al ejército
hacia el
río y observara a los hombres que bebían. Si se echaban de
rodillas y bebían eran hombres de valor; los que bebieran
desordenadamente, sería porque temían al enemigo.
Gedeón hizo lo que Dios le había sugerido. Trescientos
hombres bebieron el agua en las manos desordenadamente, y
Dios le ordenó que tomara a esos hombres y atacara al
enemigo.
Gedeón instaló el campamento junto al río Jordán,
preparándose
para cruzarlo al día siguiente.
4. Pero Gedeón sentía un gran temor, porque Dios le había
anticipado que debería caer sobre el enemigo por la noche.
De-
seando liberarlo del temor, Dios le ordenó que tomara uno de
sus
soldados y se acercara a las tiendas de los madianitas; de
ese
modo aumentaría su valor y su audacia. Gedeón obedeció y
salió
con su criado Furá; al acercarse a una de las tiendas
descubrió
que sus ocupantes estaban despiertos y hablaban. Uno de los
soldados relataba a su compañero un sueño que había tenido,
tan claramente que Gedeón alcanzó a oírlo. El sueño era el
siguiente: El soldado vió una torta de cebada, tan vil que
ningún
hombre la comería, la que rodando por el campamento derribó
la
tienda real y las tien
das de todos los soldados.
El otro soldado le dijo que ese sueño significaba la
destrucción
del ejército y explicó en qué razones se basaba para
afirmarlo, y
que eran éstas. La semilla llamada cebada era considerada la
más vil de todas las semillas, y los israelitas eran el
pueblo más
vil de
i
240
241
todos los de Asia, como la semilla de cebada. Los que
parecían
ser grandes de los israelitas eran Gedeón y su ejército.
-Si tú dices -concluyó-, que viste a la torta derribando
nuestras tiendas, me temo que Dios haya concedido la
victoria a
Gedeón sobre nosotros.
5. Al oír Gedeón el relato del sueño, se sintió animado y
lleno
de esperanzas. Ordenó a sus hombres que se armaran y les
contó
la visión de sus enemigos. También los soldados sintieron
aumentar su valor y se dispusieron a cumplir lo que les
mandara.
Gedeón dividió al ejército en tres partes, cada una de cien
hombres, y lo sacó durante la cuarta guardia de la noche;
todos
ellos llevaban cántaros vacíos con antorchas encendidas
dentro
de ellos para que su ataque no fuera descubierto por el
enemigo.
Cada cual llevaba además en la mano un cuerno de cabrío,
para
usarlo como trompeta.
El campamento enemigo ocupaba una gran extensión, porque
tenían gran número de camellos; divididos en naciones se
habían
reunido en un solo círculo. Cuando los hebreos se acercaron
al
enemigo, al recibir la señal y cumpliendo las órdenes
recibidas
hicieron sonar los cuernos, rompieron los cántaros y cayeron
sobre el enemigo con las antorchas a los gritos de:
"¡Victoria para
Gedeón, con la asistencia de Dios!".
Los hombres del otro bando, que estaban durmiendo (porque
era de noche, como había dicho Dios), se desbandaron
aterrori-
zados. Algunos de ellos fueron muertos por los israelitas,
pero la
mayoría por ellos mismos. Como hablaban distintas lenguas,
al
producirse el desorden se mataron entre sí, tomando cada
grupo
a los demás por enemigos. De este modo se produjo una gran
matanza. Cuando la noticia de la victoria de Gedeón llegó
hasta
los israelitas, éstos tomaron las armas y persiguieron al
enemigo
y lo alcanzaron en un valle rodeado de torrentes, del que no
podía pasar. Lo rodearon y mataron a todos los soldados,
junto
con sus reyes Oreb y Zebul.
Los capitanes que quedaron se llevaron a los soldados
restantes, que eran unos dieciocho mil, e instalaron el
campamento a mucha distancia de los israelitas. Pero Gedeón
no
escatimó sus esfuerzos y los persiguió con todo el ejército,
les dió
batalla, destruyó todo el ejército enemigo y tomó
prisioneros a
sus jefes restantes, Zebes
y Salmana. En esta batalla fueron muertos unos ciento veinte
mil hombres de los madianitas y sus aliados árabes. Los
hebreos
tomaron un gran botín de oro, plata, ropas, camellos y
asnos.
Cuando Gedeón volvió a su tierra de Efrán, mató a los reyes
de
los madianitas.
6. La tribu de Efraím quedó tan disgustada por los triunfos
de
Gedeón que resolvió hacerle la guerra, acusándolo de no
haberles
avisado que haría una expedición contra sus enemigos.
Gedeón,
que era un hombre reposado y sobresalía en todas las
virtudes,
argumentó que no había llevado el ataque contra el enemigo
sin
avisarles por su propia resolución, sino por orden de Dios,
y que
la victoria les pertenecía tanto a ellos como a los
combatientes.
Apaciguando de este modo las pasiones, benefició a los
hebreos
más que con el buen éxito que había obtenido frente al
enemigo,
porque evitó la sedición que amenazaba producirse. Sin
embargo, esa tribu sufrió luego el castigo por haber
ofendido a
Gedeón, de lo que informaremos a su tiempo.
7. Gedeón quiso rechazar el gobierno, pero fué persuadido de
que lo aceptara y lo retuvo durante cuarenta años,
impartiendo
justicia al pueblo, que le sometía sus diferencias y acataba
sus
decisiones. Cuando murió fué sepultado en su pueblo, Efrán.
CAPITULO VII
Sobre la guerra que libran durante mucho tiempo con sus
vecinos los jueces que suceden a Gedeón
1. Gedeón tuvo setenta hijos legítimos, porque casó con
varias
esposas, y uno bastardo con su concubina Drumá. Este último,
que se llamaba Abimélec, después de la muerte de su padre se
retiró a Siquem a reunirse con los parientes de su madre,
que
vivían allí. Obtuvo dinero de gente famosa por sus numerosas
tropelías y volvió a la casa de su padre, donde mató a todos
sus
hermanos, menos a Joatam, quien tuvo la suerte de escapar y
salvarse.
Abimélec se hizo dueño y señor y gobernó tiránicamente, ha
242
243
ciendo lo que quería y no lo que mandaban las leyes, y
siendo
más severo aún con los que defendían la justicia.
2. En cierta ocasión en que se realizaba un festival público
en
Siquem y se había reunido la multitud, Joatam, el hermano de
Abimélec, de quien habíamos dicho que había logrado escapar,
subió al monte Garizim, que dominaba la ciudad de Siquem,
para que lo oyera la multitud y les pidió que lo escucharan
y
meditaran sobre lo que iba a decirles. Cuando hubieron
guardado silencio, les habló diciéndoles que un día que los
árboles tuvieron voz humana se reunieron en asamblea y
expresaron su deseo de que la higuera los gobernara. La
higuera
se negó porque prefería gozar el honor que le daban sus
frutos y
no el que recibiría de otros. Los árboles no abandonaron su
propósito de nombrar un gobernante, y creyeron conveniente
ofrecer ese honor a la vid. Elegida la vid, ésta se disculpó
y
rechazó el gobierno con las mismas palabras que había
empleado
la higuera. Después de haber hecho lo mismo el olivo, se lo
pidieron al espino (que es una especie de madera buena para
hacer fuego), quien prometió hacerse cargo del gobierno y
ejercerlo con celo, pero siempre que se mantuvieran bajo su
sombra; y si se complotaban, el principio del fuego que
residía en
él los destruiría. Añadió Joatam que no les había contado un
cuento para reír, porque después de haber gozado de tantas
bendiciones con Gedeón, toleraban a Abimélec que los
dominaba
y lo habían ayudado a matar a sus hermanos. Terminó diciendo
que Abimélec no era mejor que el fuego.
Dicho esto se marchó y vivió en las montañas tres años,
temiendo la persecución de Abimélec.
3. Poco después del festival, los siquemitas, arrepentidos
de
haber matado a los hijos de Gedeón, expulsaron a Abimélee de
la
ciudad y de la tribu. Abimélec pensó entonces de qué manera
podría dañar a la ciudad.
Llegó la época de la vendimia y el pueblo no quiso salir a
recoger los frutos, por temor a las represalias de Abimélec.
Sucedió que arribó a la ciudad un jefe llamado Gaal, quien
se
alojó en la ciudad con sus parientes y sus soldados. Los
siquemitas le pidieron que les facilitara una guardia hasta
después de la vendimia; el hombre accedió y el pueblo salió
precedido por Gaal al frente de sus soldados.
Recogieron el fruto sin inconvenientes, y cuando se
reunieron
a cenar en varios grupos se animaron a maldecir abiertamente
a
Abimélec. Los magistrados tendieron celadas alrededor de la
ciu-
dad y apresaron y mataron a muchos de los hombres de
Abimélec.
4. Pero Zebul, uno de los magistrados de Siquem, estaba en
buenas relaciones con Abimélec y le envió mensajeros,
informán-
dole que Gaal había soliviantado al pueblo contra él, y lo
incitó a
tender emboscadas frente a la ciudad. Zebul convencería a
Gaal
de que saliera a hacerle frente, y así estaría en
condiciones de
vengarse, después de lo cual haría reconciliar a Abimélec
con la
ciudad.
Abimélec tendió las celadas y aguardó personalmente junto a
las mismas. Gaal se encontraba en los suburbios sin tomar
mayores precauciones. Zebul estaba con él. De pronto vió
venir
hacia él hombres armados y se lo advirtió a Zebul. Replicó
éste
que eran las sombras de las rocas. Pero cuando estuvieron
más
cerca Gaal comprendió cuál era la realidad y afirmó que no
eran
sombras sino hombres emboscados.
-¿Tú no reprochaste a Abimélec por ser cobarde? -dijo en-
tonces Zebul-. ¿Por qué no demuestras ahora tu valentía y
sales
a pelear con ellos?
Gaal, alterado, salió y presentó batalla a Abimélec, cayendo
algunos de sus hombres, después de lo cual huyó hacia la
ciudad
llevándose a los restantes.
Pero Zebul manejó las cosas de tal modo que la ciudad
expulsó a Gaal, acusándolo de cobardía ante los soldados de
Abimélec 1. Cuando éste supo que los siquemitas volverían a
salir a cosechar la uva, preparó emboscadas delante de la
ciudad
y cuando salieron una tercera parte del ejército tomó
posesión de
las puertas, para impedir que volvieran a entrar los
ciudadanos,
mientras el resto perseguía a los que se habían diseminado,
habiendo por lo tanto matanzas en todas partes.
Arrasada la ciudad hasta los cimientos, porque no estaba en
condiciones de sostener un sitio, hizo desparramar sal sobre
las
ruinas y avanzó con su ejército hasta que todos los
siquemitas
quedaron muertos. Los que se desparramaron por el campo y
1 La Biblia no da los motivos de la expulsión.
lograron huir, se reunieron en una fuerte roca 1, se
instalaron
en ella y se dispusieron a levantar una muralla alrededor.
Enterado Abimélec de sus propósitos impidió que lo
cumplieran.
Dirigióse hacia ellos con sus fuerzas e hizo depositar
alrededor
del lugar haces de madera seca, algunos de los cuales los
llevó él
mismo para animar a sus soldados. Después pegaron fuego a
los
haces que rodeaban la roca, arrojando encima todo lo que
pudiera inflamarse fácilmente. De este modo se formó una
gran
hoguera y nadie pudo escapar de la roca; murieron todos los
hombres con sus mujeres e hijos, siendo en total los hombres
unos mil quinientos 2 y también numerosos los demás.
Esa fué la calamidad que cayó sobre los siquemitas. El pesar
causado por su suerte habría sido más grande de lo que fué
si
aquélla no hubiese estado justificada como castigo por haber
traído tantos infortunios sobre una persona que tanto bien
les
hizo.
5. Abimélec atemorizó a los israelitas con la desgracia de
los
siquemitas y adquirió una autoridad mayor de la que tenía.
Su
violencia ya no tuvo límites, como no fuera la destrucción
total.
Marchó hacia Tebas y tomó la ciudad por sorpresa; como la
mul-
titud corriera a refugiarse en una gran torre que tenía la
ciudad,
se dispuso a sitiarla.
Mientras corría furiosamente junto a la puerta, una mujer le
arrojó a la cabeza un trozo de rueda de molino, y Abimélec
cayó y
pidió a su escudero que lo matara para que no se dijera que
lo
había ultimado una mujer. Así lo hizo el escudero.
Abimélec recibió la muerte en castigo por la maldad que
había cometido con sus hermanos y la insolente barbaridad
perpetrada contra los siquemitas. En cuanto a la calamidad
sufrida por los siquemitas, fué de acuerdo con la predicción
de
Joatam. El ejército que acompañaba a Abimélec, después de la
caída de éste se dispersó, yéndose cada cual a su hogar.
6. Tomó entonces el gobierno el galadita Jair, que era de la
tribu de Manasés. Hombre dichoso en varios aspectos, lo era
sobre todo por sus hijos, que tenían buen carácter. Eran
treinta,
muy hábiles para montar, y a ellos les confiaron el gobierno
de
las
1 La Biblia habla de una torre.
2 Según Jueces (IX. 49) eran "unos mil hombres y
mujeres".
ciudades de Galaad. Jair gobernó veintidós años y murió
viejo, siendo sepultado en Camón, ciudad de Galaad.
7. Los asuntos de los hebreos fueron luego manejados de ma-
nera insegura y amenazaban terminar en desorden, y en el
des-
precio de Dios y de las leyes. Los amonitas y los filisteos
los
menospreciaron y arrasaron la comarca con un gran ejército.
Después de tomar toda la Perea, su insolencia llegó al
extremo
de cruzar el río para apoderarse de todo el resto.
Los hebreos, escarmentados por las calamidades que habían
sufrido, se dedicaron a suplicar a Dios, llevándole
sacrificios y
pidiéndole que no fuera demasiado severo con ellos y
aceptara
sus ruegos y les retirara su cólera. Dios se volvió más
misericordioso con ellos y se dispuso a asistirlos.
8. Cuando los amonitas organizaron una expedición hacia la
tierra de Galaad, los habitantes de la comarca les hicieron
frente
en la montaña, pero pidieron que les nombraran un
comandante.
Había un hombre llamado Jefté, poderoso por la virtud de su
padre y por el ejército que mantenía con sus propias
expensas.
Los israelitas enviaron a verlo y le rogaron que fuera a
ayudarlos, prometiéndole en cambio la jefatura vitalicia
sobre
ellos. Jefté no accedió a sus ruegos; los acusó de no haber
ido a
ayudarlo a él cuando fué tratado con injusticia,
abiertamente,
por sus hermanos. Lo habían excluido por no tener la misma
madre, sino una madre extraña, una mujer que el cariño de su
padre había traído a vivir con ellos, y eso lo hicieron por
desprecio de su capacidad. Jefté vivió desde entonces en la
comarca de Galaad y recibía a todos los que iban a juntarse
con
él, de cualquier parte que fuera, y les pagaba sueldos.
Presionado para que aceptara la jefatura, con el juramento
de
que le asegurarían el gobierno para toda la vida, los
condujo
finalmente a la guerra.
9. Jefté se hizo cargo inmediatamente de sus funciones,
situó
a su ejército frente a la ciudad de Masfate y envió un
mensaje al
amonita, protestando por su injusta ocupación de la tierra.
El
rey respondió con otro mensaje, protestando por la salida de
los
israelitas de Egipto y ordenándoles que desocuparan la
tierra de
los amorreos y se la entregaran a él, por haber pertenecido
originalmente a sus antepasados.
Jefté contestó que su queja contra sus antepasados por la
tierra
de los amorreos no era justa, y que más bien debían
agradecerles por haberles dejado la de los amonitas, ya que
Moisés pudo haberla tomado. Y añadió que no renunciaría a la
tierra que les pertenecía, la que Dios había obtenido para
ellos y
en la que ahora vivían desde hacía trescientos años, y que
en
cambio pelearía por ella.
10. Después de darles esa respuesta, despidió a los
embajado-
res. Impetró la victoria e hizo voto de que realizaría
sacrificios
sagrados y de que si volvía sano y salvo a su hogar,
ofrecería en
sacrificio la primera criatura viva que le saliera al
encuentro;
luego entabló batalla con el enemigo y obtuvo una gran
victoria,
persiguiéndolo hasta la ciudad de Maliate y dando muerte a
sus
soldados. Pasó luego a la tierra de los amonitas y derribó
muchas
de sus ciudades, tomando botín y libertando a su pueblo de
la
esclavitud que estaban sufriendo desde hacía dieciocho años.
Pero al volver a su casa experimentó una desgracia que no
condecía con las grandes acciones realizadas. Porque salió a
recibirlo su hija, hija única y virgen. Jefté lamentó
dolorosamente su pesar y reprochó a su hija por haberse
apresurado a salir a su encuentro, porque había hecho voto
de
sacrificarla a Dios.
La suerte que tendría que tocarle no fué sin embargo
desagradable para ella, porque moriría con motivo del
triunfo de
su padre y de la libertad de sus conciudadanos. Sólo pidió a
su
padre que le diera dos meses para llorar su juventud con sus
conciudadanos. Al cabo de ese tiempo, consentiría en que
hiciera
con ella lo que mandaba su voto.
Pasado el lapso mencionado Jefté sacrificó a su hija en
holo-
causto, haciendo una ofrenda que no estaba de acuerdo con la
ley
ni era aceptable para Dios; tampoco había considerado la
opinión
que se formaría la posteridad.
11. La tribu de Efraím le hizo la guerra porque no los había
llevado consigo en la expedición contra los amonitas y se
había
apoderado para él solo del botín y de la gloria. A lo que
respondió, en primer lugar, que ellos no ignoraban que su
comarca le había hecho oposición y que cuando fueron
invitados
no acudieron en su ayuda, aunque debieron haber ido
rápidamente aun antes de ser invitados. Y en segundo término
que se portaban injustamente, porque no tuvieron valor para
pelear con el enemigo y en cambio
248
venían a toda prisa a luchar contra sus propios parientes. Y
los amenazó de que, si no obraban con más prudencia, con la
ayuda de Dios les daría el castigo merecido.
No pudiendo convencerlos, peleó contra ellos con las fuerzas
que había enviado desde Galaad e hizo entre ellos una gran
ma-
tanza. Una vez derrotados, los persiguió y los aprisionó en
los
pasos del Jordán con una parte del ejército que había
enviado de
antemano, y mató unos cuarenta y dos mil.
12. Jefté murió después de gobernar seis años, y fué
sepultado en su pueblo, Sebea, del país de Galaad.
13. Muerto Jefté, tomó el gobierno Apsán, que era de la
tribu
de Judá y de la ciudad de Betlem. Tuvo sesenta hijos,
treinta va-
rones y el resto mujeres. Dejó a todos vivos, y casados. No
hizo
nada en los siete años de su gobierno que merezca ser
registrado
o recordado. Murió viejo y fué enterrado en su pueblo.
14. Muerto Apsán, tampoco hizo nada notable Eleón, de la
tri-
bu de Sabulón, que lo siguió en el gobierno durante diez
años.
15. Abdón, hijo de Hilel, de la tribu de Efraím y nacido en
la
ciudad de Piratón, fué ordenado gobernador supremo después
de
Eleón. Sólo consta que fué feliz por sus hijos. Los asuntos
públicos fueron tan pacíficos y seguros que tampoco él tuvo
ocasión de realizar acciones gloriosas. Tuvo cuarenta hijos
y
treinta nietos y marchaba con gran pompa con los setenta,
que
eran todos hábiles jinetes. Los dejó todos vivos al morir.
Falleció
a edad avanzada y recibió un magnífico sepelio en Piratón.
CAPITULO VIII
Sobre la fuerza de Sansón y las desventuras que ocasiona
a los filisteos
1. Después de la muerte de Abdón los filisteos dominaron a
los isarelitas y recibieron tributo de los vencidos durante
cuarenta años. De su infortunio fueron libertados de la
siguiente
manera.
2. Había un hombre llamado Manoc, que era uno de los más
notables dantas, y sin disputa el principal de su comarca.
Tenía
una esposa celebrada por su hermosura y superior a sus
contempo-
249
11
ráneos. Manoc no tenía hijos. Preocupado por su deseo de
posteridad, rogaba a Dios, cuando paseaba con su mujer por
los
suburbios, en una gran llanura que había, que les diera
hijos
legítimos para sucederlos.
Manoc amaba a su mujer hasta la locura y por eso era
inmensamente celoso. Una vez que la mujer estaba sola vió
ante
sí una aparición; era un ángel de Dios que parecía un hombre
apuesto y alto, y le trajo la buena noticia de que daría a
luz un
hijo, nacido por la providencia de Dios; sería bueno y
fuerte y por
él, cuando llegara a la edad viril, sufrirían aflicciones
los
filisteos. Le exhortó a que no le cortaran el cabello y que
sólo
bebiera agua (porque Dios lo había ordenado). Dado el
mensaje,
el ángel se fué, habiéndose presentado por la voluntad de
Dios.
3. Cuando volvió a su casa su marido, la mujer le informó lo
que le había dicho el ángel. Demostró tanta admiración por
la
belleza y la estatura del joven que se le había aparecido
que el
hombre quedó pasmado, fuera de sí por los celos y presa de
gran
excitación por la sospecha. Queriendo la mujer quitar a su
marido su injusto pesar, rogó a Dios que le enviara el ángel
de
nuevo para que lo viera su esposo.
Por el favor de Dios volvió el ángel cuando ambos estaban en
los suburbios, y se le apareció a la mujer estando sola. La
mujer
le pidió que se quedara hasta que llegara su esposo.
Concedida la
petición, la mujer fué a buscar a Manoc.
Cuando vió al ángel sintió de nuevo las sospechas y le pidió
que le repitiera todo lo que había dicho a su mujer.
Respondió el
ángel que era suficiente con que sólo ella lo supiera, y
Manoc le
pidió entonces que el dijera su nombre, para que así, cuando
naciera el niño, pudieran darle las gracias y entregarle un
ob-
sequio.
El ángel replicó que no quería regalos, porque no les había
llevado la buena nueva del nacimiento de un hijo por
interés. Y
cuando Manoc le rogó que se quedara a compartir su
hospitalidad no consintió. Pero accedió, a instancias de
Manoc, a
quedarse hasta que le diera por lo menos una prueba de su
hospitalidad.
Manoc mató un corderito y ordenó a su mujer que lo hirviera.
Cuando estuvo listo el ángel lo ayudó a disponer las hogazas
y la
carne, pero sin los vasos, sobre una roca. Hecho esto, tocó
la car
ne con la varilla que tenía en la mano; salió una llama que
consumió la carne junto con las hogazas. El ángel ascendió
al
cielo por el humo, como si fuera un vehículo, a la vista de
ellos.
Manoc temía que correrían peligro por haber visto a Dios,
pero su mujer lo animó, diciéndole que Dios se había
aparecido a
ellos para favorecerlos.
4. La mujer quedó embarazada y observó cuidadosamente las
instrucciones que le habían dado. Llamaron al niño, cuando
nació, Sansón, que significa fuerte. El niño creció con
rapidez,
siendo evidente que sería profeta por la moderación de su
dieta y
el crecimiento de su cabello.
5. Un día que fué con sus padres a Tamna, ciudad de los
filis-
teos, donde se desarrollaba un gran festival, se enamoró de
una
doncella de la comarca y pidió a sus padres que se la
consiguieran para esposa. Los padres se negaron porque no
era
del linaje de Israel. Pero como el matrimonio era cosa de
Dios,
que se proponía hacerlo servir en beneficio de los hebreos,
Sansón los convenció de que trataran de lograr que la
doncella se
casara con él.
Sansón iba continuamente a ver a los padres de ella, y una
vez se encontró con un león; aunque estaba desarmado, lo
esperó
y lo estranguló con las manos y arrojó la bestia en una
parte
arbolada del campo, a un lado del camino.
6. Otro día que se dirigía a ver a la joven, se encontró con
una
colmena instalada en el pecho del león; tomó tres panales y
se los
dió a su amada, con los demás regalos que le llevaba.
El pueblo de Tamna, temeroso de su fuerza, cuando se hizo la
fiesta de la boda (porque Sansón los invitó a todos), le dió
treinta
jóvenes de los más fuertes de la ciudad con el pretexto de
que le
hicieran compañía, pero en realidad para vigilarlo y evitar
que
ocasionara contratiempos. Mientras estaban bebiendo y en-
treteniéndose dijo Sansón, como era habitual en esos casos:
-Les voy a proponer un enigma que podrán solucionar en el
plazo de siete días. Si aciertan, como premio a su sabiduría
les
daré una camisa y un vestido a cada uno.
Ambiciosos de obtener fama de sabios y ganar al mismo
tiempo el premio, le pidieron que les propusiera el enigma.
Sansón les dijo que "un gran devorador que era violento
por sí
mismo produjo en su seno un alimento dulce".
250
251
u
Como no pudieran solucionar el acertijo, tres días después
p;
dieron a la doncella que se lo averiguara a su esposo y se
lo
comunicara a ellos, amena ándola con quemarla si no lo
hacía.
La mujer rogó a su esposo que se lo dijera y Sansón se negó
al
principio, pero ante la insistencia de su esposa que lloró y
declaró que su negativa era prueba de su falta de afecto, le
contó
que había matado un león encontrando luego en su pecho las
colmenas, de las cuales le había llevado los tres panales.
Sin sospechar ningún engaño se lo reveló todo, y la mujer
informó a los que querían saberlo. Al séptimo día, en el que
debían responder al enigma, se reunieron antes de la puesta
del
sol y le dijeron:
-No hay nada tan violento como un león para los que se
encuentran con él, ni tan dulce como la miel para los que la
usan.
A lo que Sansón respondió:
-No hay nada tan traicionero como una mujer, porque ésa fué
la persona que les descubrió mi interpretación.
De acuerdo con lo prometido les dió los regalos, que sacó
pre-
viamente a los ascalonitas, filisteos también, a quienes
encontró
en el camino. Pero se divorció de su mujer, y la mujer
despre-
ciando su enojo se casó con el compañero de Sansón, que
había
sido el que anteriormente los había unido.
7. Ofendido por el injurioso tratamiento, Sansón resolvió
cas-
tigar junto con ella a todos los filisteos. Siendo verano y
estando
los frutos de la tierra casi maduros para la cosecha, tomó
tres-
cientos zorros y atándoles antorchas encendidas en la cola
los
echó sobre los campos de los filisteos. De ese modo se
echaron a
perder todos los frutos de los campos.
Enterados los filisteos de que aquello había sido obra de
Sansón, y sabiendo por qué lo había hecho, enviaron a sus
magistrados a Tamna y quemaron a su ex esposa y sus
parientes, por haber sido los causantes de su desgracia.
8. Después de matar muchos filisteos en la llanura, Sansón
se
alojó en Eta, que era un peñasco fortificado de la tribu de
Judá.
Los filisteos hicieron una expedición contra esa tribu. Pero
el
pueblo de Judá dijo que no era justo que los castigaran a
ellos,
que pagaban tributo, por las ofensas de Sansón. A lo que
respon
dieron los filisteos que si no querían ser inculpados debían
entregar a Sansón.
Deseosos de librarse de la acusación fueron al peñasco con
tres mil hombres armados y se quejaron ante Sansón de los
audaces insultos que había inferido a los filisteos, que
eran
hombres capaces de acarrear desgracias a toda la nación de
los
hebreos. Le dijeron que habían ido a prenderlo para
entregarlo a
los filisteos y le pidieron que lo aceptara voluntariamente.
Cuando le dieron seguridades, con juramento, de que no le
harían ningún daño y se limitarían a entregarlo a sus
enemigos,
descendió de la roca y se puso en las manos de sus
compatriotas.
Lo ataron con dos cuerdas y lo condujeron para entregarlo a
los
filisteos. Cuando llegaron a cierto lugar, que es ahora
llamado
Siagón, por la gran hazaña que allí realizó Sansón, aunque
antes
no tenía ningún nombre, los filisteos, que habían acampado
cerca de allí, les salieron al encuentro jubilosos y
gritando, como
si hubiesen hecho una gran proeza obteniendo lo que querían.
Pero Sansón rompió las cuerdas y apoderándose de una
quijada de asno que encontró tirada a sus pies, cayó sobre
el
enemigo y mató mil de ellos golpeándolos con la quijada, y
puso
en fuga desordenada a los restantes.
9. Después de la matanza, Sansón se sintió orgulloso y no
de-
claró que aquello había ocurrido por la asistencia de Dios
sino
por su propio valor y se jactó de que por miedo al verlo
usar la
quijada cayeron algunos y huyeron los demás.
Luego sintió sed y juzgó que el valor humano no es nada y
dió
testimonio de que todo debía ser adjudicado a Dios y le rogó
que
no se enojara por lo que había dicho ni lo entregara a sus
ene-
migos, y que le prestara ayuda en su aflicción y lo librara
de la
desgracia que lo agobiaba. Movido por sus ruegos, Dios le
hizo
salir una abundante fuente de agua dulce de una roca. Por
eso
Sansón llamó a ese sitio Siagón (La quijada), y así se sigue
lla-
mando actualmente.
10. Después de esa pelea Sansón despreció a los filisteos y
se
fué a Gaza' alojándose en una posada. Cuando los gobernantes
de Gaza se enteraron de su llegada apostaron hombres
emboscados en las puertas para que no pudiera escapar sin
ser
visto. Sansón, que conocía las medidas tomadas contra él, se
levantó a media
252
253
q
noche, corrió hacia las puertas, las arrancó con sus postes,
vigas y demás partes de madera y ,llevándolo todo sobre los
hombros lo condujo hasta las montañas que se encuentran
sobre
Hebrón y allí lo depositó.
11. Pero finalmente transgredió las leyes de su país
alterando
su norma de vida e imitando las extrañas costumbres de los
extranjeros. Este fué el comienzo de su desgracia. Se
enamoró de
una mujer que era una prostituta filistea. Se llamaba
Dalila, y
Sansón vivió con ella. Los que gobernaban a los filisteos
fueron a
verla y mediante promesas la indujeron a que sonsacara a
Sansón la causa de la fuerza que lo hacía inconquistable por
sus
enemigos.
Cuando se hallaban conversando y bebiendo, la mujer fingió
sentirse admirada por sus acciones y trató de averiguar
sutilmente de qué medios se valía para superar a todos en
fuerza. Sansón, para engañarla, porque aún no había perdido
la
sensatez, le dijo que si lo ataban con siete pámpanos
todavía
flexibles, sería más débil que cualquier otro hombre.
La mujer no dijo nada más pero comunicó las palabras de
Sansón a los gobernantes de los filisteos y escondió a
varios
soldar dos filisteos en su casa. Cuando Sansón, estando
bebido,
se durmió, Dalila lo ató lo más fuertemente posible con los
pámpanos. En seguida lo despertó y le dijo que los filisteos
lo
atacaban. Sansón rompió las ligaduras y se dispuso a
defenderse, como si realmente lo atacaran.
La mujer, en su constante conversación con Sansón, fingió
ofenderse por su falta de confianza en su cariño, como si
ella no
supiera guardar los secretos que él quisiera ocultar. Sin
embargo
Sansón la engañó de nuevo, diciéndole que si lo ataban con
siete
cuerdas perdería la fuerza. Como tampoco esta vez obtuviera
ningún resultado, insistió por tercera vez. Sansón le dijo
que
había que trenzarle el cabello. Tampoco esta vez descubrió
la
mujer la verdad.
Finalmente, ante las súplicas de Dalila, Sansón quiso
compla-
cerla (porque estaba destinado a sufrir desgracias), y le
dijo que
Dios lo había cuidado, que él había nacido bajo su
providencia.
-Por eso debo dejarme crecer el cabello, porque Dios me
ordenó que jamás me lo cortara. Mi fuerza depende del largo
de
mi cabello.
Enterada del secreto, Dalila le cortó el cabello y lo
entregó a
sus enemigos cuando ya no tenía suficientes fuerzas para defen-
derse de sus ataques. Los filisteos le sacaron los ojos, lo
ataron y
se lo llevaron.
12. Pero con el tiempo el cabello de Sansón creció de nuevo.
Hubo una vez una fiesta de la que participaron los
gobernantes
de los filisteos y los personajes más importantes. (El salón
donde
se realizaba la fiesta tenía el techo sostenido por dos
columnas.)
Mandaron traer a Sansón para insultarlo. Considerando que la
mayor de sus desgracias sería no poder vengarse de los
insultos,
Sansón convenció al muchacho que lo conducía de la mano, di-
ciéndole que estaba cansado y quería descansar, y le pidió
que lo
condujera hasta las columnas.
No bien llegó a tocarlas, las empujó con fuerza, derrumbó la
casa al derribar las columnas, matándose los tres mil
hombres
que estaban dentro y Sansón con ellos. Así fué el fin de ese
hombre, que gobernó a los israelitas durante veinte años.
Merece ser admirado por su valor y su fuerza y la grandeza
de su muerte. Su odio a sus enemigos era tanto que prefirió
morir con ellos. En cuanto a que fué engañado por una mujer,
eso es propio de la naturaleza humana, demasiado débil para
resistir las tentaciones del pecado. Pero es preciso dar fe
de que
en todos los demás aspectos fué un hombre de extraordinaria
virtud.
Sus parientes retiraron su cuerpo y lo sepultaron en
Sarasat,
su tierra, junto con el resto de su familia.
CAPITULO IX
En, gobernador de los israelitas. Boaz se casa con Rut,
naciendo de ellos Obed, el abuelo de David
1. Después de la muerte de Sansón, Eli, el sumo sacerdote,
fué gobernador de los israelitas. En su tiempo el hambre
azotó al
país, y Elimélec, de Betlem, ciudad de la tribu de Judá, no
pudiendo mantener a su familia en las desastrosas
condiciones
imperantes, tomó a su mujer Noemí y a los hijos que había
tenido con ella,
Celión y Malón, y se trasladó a la tierra de Moab. Habiendo
prosperado sus asuntos, tomó esposas para sus hijos a las
mujeres moabitas Orfa, para Celión, y Rut, para Malón.
Pero en el lapso de diez años murieron primero Elimélec y
poco después sus dos hijos. Noemí, dolorida por sus
desgracias y
encontrando difícil la vida solitaria, después de haber
muerto
sus seres queridos por quienes había abandonado a su patria,
volvió a ella, porque le habían informado que ahora se
encontraba en situación floreciente. Pero sus nueras no
quisieron separarse de ella y se dispusieron a partir con su
suegra. Noemí insistió en que se quedaran, se casaran y
fueran
más felices en su nuevo matrimonio que con sus hijos y
tuvieran
prosperidad también en las demás cosas. Estando ella en tan
mala situación, no podía llevarlas consigo para que
compartieran
la inseguridad con que regresaba a su hogar.
Orfa obedeció y se quedó, pero Rut se fué con Noemí, deseosa
de compartir con ella la suerte que le tocara.
2. Cuando Rut llegó a Betlem con su suegra, fué atendida por
Boaz, un pariente de Elimélec. Sus conciudadanos llamaron a
Noemí por su nombre, y ella les dijo:
-Mejor sería que me llamaran Mara.
Noemí significa en hebreo felicidad, y Mara, dolor. Era la
época de la cosecha y Rut, con permiso de su suegra, salió a
recoger, para que pudieran guardar una cantidad de trigo
para
alimentarse. Sucedió que Rut se pasó al campo de Boaz y
cuando
éste llegó poco después preguntó por ella a sus sirvientes.
Enterado de quién era la abrazó cordialmente, por el afecto
que
sentía hacia su suegra y por el recuerdo del hijo de ésta.
Y le dió permiso para que recogiera todo lo que pudiera y se
lo
llevara a su casa. También encargó a su criado que no le
impidieran llevarse nada, y le ordenó que le dieran de conwr
y de
beber junto con los segadores. Todo el trigo que recibió4tut
lo
guardó para su suegra, a quien le llevó las gavillas cuando
volvió
por la noche.
Noemí le había guardado una parte de los alimentos que sus
vecinos le habían obsequiado. Rut contó a su suegra todo lo
que
Boav le había dicho; y cuando Noemí le dijo que era un
pariente
y probablemente un hombre muy piadoso que haría provisiones
pari
256
ella, Rut volvió a salir los días siguientes a recoger junto
con
las criadas de Boaz.
3. Pocos días después de haber sido aventada la cebada, Boaz
se durmió en su era. Informada Noemí de esa circunstancia,
hizo
que Rut se acostara junto a él, porque pensó que sería
ventajoso
para ellas que hablara con la joven. Y le mandó que se
tendiera a
sus pies, lo que ella así hizo porque no creyó propio de su
deber
oponerse a las órdenes de su suegra.
Primero se acostó sin que Booz lo supiera, porque dormía
pro-
fundamente. Pero a medianoche despertó y al ver una mujer
acostada a su lado le preguntó quién era. Ella le dijo su
nombre
y pidió que aquel a quien tenía por señor la perdonara.
Boaz no dijo nada, pero a la mañana siguiente, antes de que
los sirvientes comenzaran sus tareas, la despertó y le
ordenó que
tomara toda la cebada que pudiera cargar y se la llevara a
su
suegra, antes de que alguien viera que se había acostado a
su
lado, porque era prudente evitar los reproches que pudieran
suscitarse, sobre todo no habiendo hecho nada malo.
En cuanto al punto principal que era su objetivo, el asunto
quedaría suspendido.
-El que es tu pariente más próximo debe ser interrogado si
quiere tomarte por esposa. Si dice que sí, tendrás que
seguirlo.
Pero si te rechaza, yo te desposaré de acuerdo con la ley.
Cuando informó a su suegra, ambas se alegraron, porque
tenían la esperanza de que Boaz las cuidaría. A mediodía
Boaz
bajó a la ciudad y reunió al senado y mandó llamar a Rut y a
su
pariente. Cuando éste llegó le preguntó Boaz:
-¿No retienes tú la herencia de Elimélec y guardas a sus
hijos?
El pariente admitió que la retenía, y que lo había hecho de
acuerdo con lo que permitían las leyes, porque era el
pariente
más próximo. Dijo entonces Boaz:
-No debes recordar las leyes a medias, sino cumplirlas en
todo
lo que mandan. Vino la viuda de Malón y tú tienes que
casarte
con ella, de acuerdo con las leyes, si quieres retener sus
campos.
El hombre cedió entonces los campos y la mujer a Boaz, que
también era pariente de los difuntos, alegando que él tenía
esposa e hijos.
Boaz puso al senado de testigo, y ordenó a la mujer que des
257
IIII~'i~
atara el zapato al hombre y le escupiera en la cara, de
acuerdo con la ley. Hecho esto Boaz se casó con Rut y al
cabo de
un año tuvieron un hijo.
Noemí lo crió ella misma y por consejo de las mujeres lo
llamó
Obed, porque le serviría de sustento en su vejez, y Obed en
hebreo significa sirviente.
Obed fué padre de Isaí, y éste de David, que fué rey y dejó
sus
dominios a sus hijos durante veintiuna generaciones. Me vi
obligado a relatar la historia de Rut porque me propuse
demostrar el poder de Dios, quien sin dificultad puede
elevar a
los que son de padres ordinarios a la dignidad y el
esplendor a
los que subió a David a pesar de su procedencia humilde.
CAPITULO X
Samuel predice la calamidad que sufrieron los hijos de Eli
1. Las cosas de los hebreos se hallaban en mala situación e
hicieron la guerra a los filisteos. Fué de la siguiente
manera: El
sumo pontífice Eli tenía dos hijos, Ofnis y Fineés, que
cometieron
actos de injusticia contra los hombres y de impiedad con
Dios y
no se abstuvieron de ninguna clase de maldad. Algunas de las
donaciones las retiraban porque les pertenecían por su
honora-
ble cargo; otras las tomaban por la violencia. También
incurrían
en impureza con las mujeres que acudían a adorar a Dios,
obli-
gando a algunas a ceder a su lujuria por la fuerza, y
seduciendo
a otras con obsequios. Su conducta no difería nada de la
tiranía.
Estas maldades provocaron la indignación de su padre, que
esperaba ver caer de pronto el castigo de Dios por lo que
hacían.
También la multitud se sentía apenada. Y cuando Dios predijo
la
calamidad que caería sobre los hijos de Eli, comunicándolo a
Eli
y al profeta Samuel, que todavía era un niño, el padre
demostró
abiertamente su pesar por la destrucción de sus hijos.
2. Primero terminaré con lo que tengo que decir sobre el
pro-
feta Samuel y luego seguiré narrando la historia de los
hijos de
Eli y de los infortunios que acarrearon sobre todo el pueblo
de los
hebreos.
El levita Elcana, hombre de mediana condición que residía en
Armata, ciudad de la tribu de Efraím, tenía dos esposas, Ana
y
Fenana. La última le había dado hijos, pero él amaba más a
la
otra aunque era estéril. Elcana se trasladó con sus dos
mujeres a
la ciudad de Siló a sacrificar, porque allí se había
instalado el
tabernáculo, como dijimos anteriormente. Después de
sacrificar
distribuyó en el festival porciones de la carne a sus
esposas e
hijos, y cuando Ana vió a los hijos de la otra sentados
alrededor
de su madre se echó a llorar por su esterilidad y su
soledad.
Sin que pudieran dominar su dolor los consuelos de su
marido, se dirigió al tabernáculo a rogar a Dios que le
diera prole
y la hiciera madre, e hizo voto de que consagraría al
servicio de
Dios, el primer hijo que concibiera, el que no haría una
vida
como la de un hombre corriente.
Como prolongara indefinidamente sus oraciones, Eli, que
estaba delante del tabernáculo, creyendo que estaba
trastornada
por el vino, le ordenó que se retirara. Ella le respondió
que sólo
había bebido agua y que estaba apesadumbrada porque no tenía
hijos y rogaba a Dios que se los diera. El¡ le dijo que
tuviera
ánimo, que Dios le daría hijos.
3. Volvió a reunirse con su marido llena de esperanzas y
comió alegremente. Cuando regresaron a su pueblo se encontró
embarazada. Nació un hijo al que llamaron Samuel, que podría
traducirse por "pedido a Dios". Luego fueron al
tabernáculo a
ofrecer sacrificios por el nacimiento del niño, y llevaron
consigo
sus diezmos. Pero la mujer recordó el voto que había hecho
sobre
su hijo, y se lo entregó a Eli para que lo dedicara a Dios y
para
que fuera profeta.
Por consiguiente le dejaron crecer el cabello y sólo bebió
agua.
Samuel vivió y creció en el templo. Pero Elcana tuvo con Ana
otros hijos, y tres hijas.
4. Cuando Samuel tuvo doce años de edad comenzó a
profetizar. Una vez que estaba durmiendo Dios lo llamó por
su
nombre; creyendo que lo había llamado el sumo sacerdote, se
dirigió hacia Eli, pero éste le dijo que no lo había
llamado. Dios
repitió el llamado tres veces y Eli comprendió entonces y le
dijo:
-Tampoco te llamé esta vez, Samuel. Es Dios quien te llama.
Respóndele, diciendo aquí estoy.
Cuando Samuel oyó nuevamente a Dios, le pidió que hablara
y
258
259
1
le comunicara los oráculos que quisiera decirle, porque no
dejaría de cumplir cualquier ministerio que le encomendara.
Dios replicó:
-Si estás aquí, entérate de las desgracias que afligirán a
los
israelitas, tan grandes que no pueden ser descritas con
palabras
y que no hay fe que las crea. Los hijos de Eli morirán el
mismo
día y el sacerdocio será transferido a la familia de
Eleazar,
porque Eli amó a sus hijos más que a mi culto, y hasta un
punto
inconveniente para ellos.
Eli obligó al profeta con juramento a comunicarle el
mensaje,
porque el profeta no quería afligirlo diciéndoselo, y tuvo
entonces
la certeza de la perdición de sus hijos. Por su parte la
gloria de
Samuel fué siempre en aumento, comprobándose que todo lo que
profetizaba se cumplía.
CAPITULO XI
Los filisteos derrotan a los hebreos y se apoderan del arca.
Muerte de Eli
1. En aquel tiempo los filisteos hicieron la guerra a los
israeli-
tas, instalando el campamento en la ciudad de Afee. Poco
después se presentaron los israelitas, y al día siguiente
entablaron combate. Los filisteos obtuvieron la victoria y
mataron más de cuatro mil hebreos, persiguiendo al resto de
la
multitud hasta su campamento.
2. Temiendo los hebreos lo peor, llamaron al senado y al
sumo
sacerdote y pidieron que trajeran el arca de Dios, porque,
estando en formación con el arca entre ellos, serían difíciles
de
vencer. No pensaban que aquel que los había condenado a
sufrir
esa calamidad era más grande que el arca y que sólo por él
se
honraba al arca.
Trajeron el arca y con él a los hijos del sumo sacerdote, a
quienes su padre les había dicho que si pretendían
sobrevivir a
la toma del arca no volvieran a presentarse ante él. Fineés
ya
oficiaba a la sazón como sumo sacerdote, porque su padre
había
renunciado al cargo en su favor, por su avanzada edad.
Los hebreos se sintieron llenos de valor, suponiendo que con
la llegada del arca serían difíciles de vencer por el
enemigo.
También el enemigo se sintió preocupado, temerosos por la
llegada del
1
arca de los israelitas. Pero el resultado no fué como lo
preveían ambos bandos. Entablada la batalla la victoria que
esperaban los hebreos fué ganada por los filisteos, y la
derrota
que temían los filisteos, le tocó a los israelitas, quienes
comprobaron que habían confiado en vano en el arca. En
cuanto
se trabó la lucha cuerpo a cuerpo fueron derrotados y
perdieron
unos treinta mil hombres, entre los cuales se hallaban los
hijos
del sumo sacerdote. Y el arca fué tomada por el enemigo.
3. Cuando llegó a Siló la noticia de la derrota con la
captura
del arca (un joven benjaminita, que había combatido, actuó
como
mensajero), la ciudad se llenó de lamentos. Eli, el sumo
sacerdote, que se hallaba sentado en un trono alto junto a
una de
las puertas, oyó el llanto y los gritos y pensó que había
ocurrido
algo extraño a su familia. Mandó llamar al mensajero y al
enterarse de lo que había pasado en la batalla, no se sintió
muy
perturbado por sus hijos ni por la suerte del ejército, ya
que
sabía de antemano, por la revelación divina, lo que debía
ocurrir;
pero cuando supo que el enemigo se había llevado el arca,
sufrió
un gran dolor, porque era lo contrario de lo que había
esperado,
se cayó del trono y murió. Había vivido noventa y ocho años,
durante cuarenta de los cuales retuvo el gobierno.
4. Aquel mismo día murió también la esposa de su hijo Finees
que no pudo sobrevivir a la desgracia de la muerte de su
esposo,
noticia que le dieron cuando estaba con dolores de parto.
Dió a
luz, sin embargo, un niño de siete meses, que vivió, y a
quien
pusieron de nombre Jocab, que significa desgracia, porque el
ejército había sufrido un desgraciado revés.
5. Eli fué el primero de la familia de Itamar, segundo hijo
de
Aarón, que obtuvo el gobierno; al principio desempeñó el
sumo
sacerdocio la familia de Eleazar, transmitiéndose el honroso
cargo de padres a hijos. Eleazar se lo confirió a su hijo
Fineés,
luego tomó el honor su hijo Abiezer, quien se lo entregó a
su hijo,
llamado Boco, quien a su vez lo transmitió a su hijo Ozis.
Luego
ocupó el cargo Eli, de quien hemos estado hablando, y después
la
posteridad de él hasta el reinado de Salomón, en cuya
ocasión lo
reasumió la posteridad de Eleazar.
260
261
LIBRO VI
Comprende un lapsode treinta y dos años
CAPITULO I
Los filisteos y su tierra sufren calamidades, por la ira de
Dios, a causa de haberse llevado cautiva el arca. La de
vuelven a los hebreos
1. Cuando los filisteos capturaron el arca de los hebreos,
como
dije poco antes, la llevaron a la ciudad de Azot, y la
pusieron
junto a su dios, que se llamaba Dagón, como parte del botín.
Pero
cuando entraron a la mañana siguiente en el templo, para
adorar a su dios, lo encontraron adorando a su vez al arca:
estaba tirado en el suelo, como si se hubiese caído de su
pedestal.
Muy preocupados, lo levantaron y lo colocaron de nuevo en su
sitio. Y cada vez que entraban hallaban a Dagón tendido en
el
suelo, en actitud de adorar al arca 1. Los filisteos
quedaron
sumamente preocupados y confusos.
Finalmente Dios envió una enfermedad destructora a la
ciudad y la comarca de Azot; muchos fueron víctima de la
disentería o flujo, mal doloroso que mataba de golpe. Antes
de
que el alma pudiera, como es habitual en las muertes
sencillas,
separarse del cuerpo, a los atacados se les revolvían las
entrañas, vomitaban todo lo que habían comido y quedaban
completamente putrefactos por la enfermedad.
En cuanto a los frutos del campo salió de la tierra una gran
cantidad de ratones que no perdonaron ni las plantas ni los
frutos. Mientras el pueblo de Azot sufría estas calamidades
insoporta
1 En la Biblia se repite la caída una sola vez. Pero figuran
detalles de la mutilación del ídolo que Josefo no da.
263
bles, comprendió que era a causa del arca y que la victoria
obtenida y el apresamiento del arca no habían sido
beneficios
para ellos. Enviaron un mensaje al pueblo de Ascalón,
pidiéndole
que les recibiera el arca.
El pedido del pueblo de Azot no fué desagradable para el
pue-
blo de Ascalón, que resolvió acordarle ese favor. Pero
después de
recibir el arca sufrieron las mismas consecuencias
desdichadas,
porque el arca trajo consigo el desastre que ya había
experimen-
tado el pueblo de Azot.
Los de Ascalón enviaron el arca a otros pueblos. Tampoco
allí
quedó mucho tiempo, porque al ser atacado por idénticos
males,
fué cada pueblo enviándolo a la ciudad vecina. De ese modo
el
arca recorrió las cinco ciudades de los filisteos.
2. Agotados por las calamidades, y escarmentados de recibir
el arca horque debían pagarlo tan caro, buscaron finalmente
algún medio para librarse de ella. Los gobernadores de las
cinco
ciudades, Gita, Acarón, Ascalón, Gaza y Azot, se reunieron y
discutieron lo que convenía hacer. Al principio pensaron
enviar
de vuelta el arca a su pueblo, admitiendo que Dios había
vengado su causa, que las desdichas las producía el arca y
caían
por ella y con ella sobre las ciudades. Otros, sin embargo,
opinaron que no debían dejarse engañar, adjudicando al arca
la
causa de sus males, porque no podía tener ese poder y esa
fuerza. Si Dios hubiese tenido tanta consideración por el
arca, no
habría permitido que cayera en las manos de los hombres.
Exhortaron, por lo tanto, a los demás, a sufrir con
paciencia su
suerte, y admitir que la causa era nada más que la
naturaleza,
que en ciertos cambios del tiempo producía esas mutaciones
en
el cuerpo de los hombres, en la tierra, en las plantas y en
todas
las cosas que crecen en la tierra 2.
Pero la opinión que prevaleció fué la de aquellos que se
habían distinguido anteriormente por su comprensión y su
prudencia y que en las presentes circunstancias parecían
expresar el consejo más
1 En la Biblia, el pueblo de Asdod (Azot), convoca a los
principales de los filisteos, que hacen transportar el arca
a Gat y
de allí a Ekrón (Gita y Acarón) (1 Samuel, V, 8 y 10).
2 Este intercambio de opiniones no figura en el relato
bíblico,
pero probablemente se inspiró en el versículo 9, cap. VI, de
1
Samuel.
apropiado. Esos hombres dijeron que no creían justo ni
enviar
el arca de vuelta ni conservarla; lo que había que hacer era
dedicar
cinco imágenes de oro, una por cada ciudad, como ofrenda de
gracias a Dios 1, por haberles salvado la vida cuando
estaban
por perderla por esa enfermedad que no estaba en sus manos
combatir.
Propusieron igualmente que hicieran cinco ratones de oro
como aquellos que les habían devorado y destruido los
campos,
que los pusieran en una bolsa y depositaran ésta sobre el
arca.
Que hicieran, asimismo, un carro nuevo, y le uncieran vacas
lecheras, pero encerrando a los becerros para que no
siguieran y
estorbaran a sus madres y las hicieran volver. Luego deberían
conducir el carro con las vacas lecheras hasta un cruce de
caminos y dejarlo allí para que las vacas tomaran el camino
que
quisieran. Si seguían por el que llevaba a la tierra de los
hebreos, darían por sentado que el arca había sido la causa
de
sus desdichas, pero si tomaban por otro camino, deducirían
que
el arca no tenía la fuerza que le habían atribuído.
3. Resolvieron aceptar como prudentes las palabras de esos
hombres, e hicieron lo que habían indicado. Llevaron el
carro a
un cruce de tres caminos y lo dejaron. La yunta de vacas
tomó el
camino correcto, como si alguien la guiara, mientras los
jefes
filisteos la seguían deseosos de averiguar dónde se
detendría o a
donde se dirigiría.
Había una aldea de la tribu de Judá que se llamaba Bezamé,
y hacia ella se dirigieron las vacas; y aunque delante de
ellas
había
4 una amplia y buena llanura, no siguieron andando y
detuvieron allí el carro. Los aldeanos se alegraron
sobremanera
al verlo. Era
1 verano y todos los habitantes de la aldea estaban en los
campos recogiendo la cosecha. En cuanto vieron el arca
abandonaron la tarea y corrieron alegremente hacia el carro.
Bajaron el arca con los vasos que contenían las imágenes y
los
ratones y lo colocaron en una roca de la llanura. Después de
ofrecer un espléndido sacrificio a Dios y de celebrar un
festín,
hicieron un holocausto con el carro y las vacas.
Viendo esto los príncipes de los filisteos, se volvieron a
su
tierra.
1 En las Escrituras, la ofrenda no tiene por objeto
agradecer a
Dios, sino apaciguarlo.
264
265
4. Pero luego cayó la ira de Dios sobre la aldea de Bezamé y
provocó la muerte de setenta personas que, no siendo
sacerdotes,
e indignos por lo tanto de tocar el arca, se habían acercado
a ella
1. Los aldeanos lloraron por los caídos, con los lamentos
que eran
de esperarse por la gran desgracia que les había mandado
Dios,
llorando cada cual por sus parientes.
Como reconocieron que eran indignos de que el arca morara
con ellos, enviaron mensajeros al senado público de los
israelitas
para informar que los filisteos habían devuelto el arca.
Cuando
el senado lo supo, la hizo trasladar a Cariatiarima, ciudad
situada en la vecindad de Bezamé, en la que vivía un hombre
llamado Aminadab, levita de nacimiento 2, muy encomiado por
su vida recta y piadosa. A su casa llevaron el arca,
considerándola digna de que Dios habite en ella porque en
ella
vivía un hombre recto.
Sus hijos s cumplieron el servicio divino, y fueron sus
princi-
pales cuidadores durante veinte años, tiempo que estuvo en
Cariatiarima, habiendo permanecido sólo cuatro meses en
poder
de los
filisteos 4.
CAPITULO II
La expedición de los filisteos contra los hebreos, y la
victoria de
éstos bajo el mando del profeta Samuel, que fué su
general
1. Mientras el arca estuvo en la ciudad de Cariatiarima todo
el pueblo se dedicó a ofrecer continuamente oraciones y
sacrificios a Dios, demostrando celo y empeño en su
adoración.
Viendo el profeta Samuel que estaban muy dispuestos a
cumplir
con su deber, pensó que aquél era el momento oportuno para
hablarles sobre la recuperación de la libertad y las
bendiciones
que ésta traía consigo. Para eso usó las palabras que
consideró
más apropiadas para excitar su inclinación y para
convencerlos
que lo intentaran.
1 En 1 Samuel, VI, 19, dice que por haber mirado el arca
Dios
"hirió en el pueblo a cincuenta mil setenta
hombres", suma
inexplicable que se su
pone un error de copia.
2 La Biblia no dice que era levita.
a La Biblia sólo habla de un hijo, Eleazar. 4 Siete meses en
1
Samuel (VI, 1).
-Israelitas -dijo-. Los filisteos siguen siendo vuestros
enco-
nados enemigos, pero Dios comienza a seros favorable.
Corres-
ponde que no sólo deseéis la libertad sino que adoptéis los
métodos adecuados para obtenerla. No debéis conformaros con
la
tendencia a libraros de vuestros amos y señores, mientras
continuáis haciendo lo que os mantendrá en la esclavitud.
Sed
justos, por lo tanto, y expulsad la maldad de vuestras
almas, y
con vuestra adoración suplicad a la divina majestad con todo
el
corazón y perseverad en su culto. Si lo hacéis gozaréis de
prosperidad, os veréis libres de la esclavitud y obtendréis
la
victoria frente a vuestros enemigos, bendiciones que no
podréis
alcanzar ni por las armas de la guerra ni por la fuerza de
vuestros cuerpos ni por el número de combatientes; Dios no
prometió conceder aquellas bendiciones por estos medios,
sino
por la bondad y la rectitud. Si sois virtuosos y justos yo
os
garantizaré la realización de las promesas de Dios.
La multitud aclamó su discurso y aceptó complacida su
exhortación y prometió someterse a la voluntad de Dios.
Samuel
los reunió entonces en una ciudad llamada Masfate, que en
hebreo significa atalaya. Allí sacaron agua e hicieron
libaciones
a Dios, ayunaron todo el día y se entregaron a la oración.
2. La asamblea no pasó inadvertida a los filisteos. Cuando
su-
pieron que se había reunido una compañía tan grande, cayeron
sobre los hebreos con un gran ejército, con la esperanza de
asal-
tarlos inesperadamente y sin preparación. Los hebreos se
asustaron y se desbandaron llenos de terror. Corrieron a ver
a
Samuel y le dijeron que tenían el alma abatida, por el temor
y
por la última derrota que habían sufrido.
-Por eso queremos permanecer quietos, para no excitar el
poder de nuestros enemigos. Tú nos trajiste aquí para
ofrecer
oraciones y sacrificios y prestar juramento, y entre tanto
nuestros enemigos organizaron una expedición contra
nosotros,
estando nosotros desnudos y desarmados. Nuestra única
esperanza es la de que, por tus medios, y con la asistencia
de
Dios, consigas con nuestros ruegos que nos libre de los
filisteos.
Samuel les pidió que tuvieran ánimo y les prometió que Dios
les ayudaría. Tomó un cordero de leche, lo sacrificó en
beneficio
de la multitud y rogó a Dios que mantuviera sobre ellos su
mano
i
266
267
protectora cuando lucharan con los filisteos y que no los
abandonase ni permitiese que sufriesen un nuevo descalabro.
Dios escuchó sus ruegos, aceptando su sacrificio con
intención
propicia y buena disposición para asistirlos, y les
garantizó la
victoria y poder sobre sus enemigos. Mientras se hallaba
todavía
el sacrificio en el altar, no habiendo sido consumido
enteramente
por el fuego sagrado, el ejército enemigo salió de su
campamento
y fué puesto en orden de batalla. Tenían la esperanza de
salir
triunfadores, porque los judíos serían tomados en circuns
tancias desfavorables, sin armas y desordenados.
Pero las cosas ocurrieron de tal manera que nadie lo creería
aunque hubiesen sido pronosticadas. En primer lugar Dios
perturbó al enemigo con un terremoto, y sacudió la tierra
bajo
sus pies de tal manera que la hizo temblar e hizo tambalear
a los
hombres; algunos no pudieron sostenerse en pie y cayeron al
suelo; abriendo grietas hizo caer a otros en los pozos.
Luego
produjo entre ellos terribles truenos y relámpagos vivísimos
que
los rodeaban amenazando quemarles los rostros. Hizo que las
armas les temblaran tanto en las manos que se les cayeron y
huyeron desarmados a sus casas 1. Samuel y la multitud los
persiguieron hasta un pueblo llamado Correa. Allí Samuel
puso
una piedra como límite de su victoria y de la huída del
enemigo,
y la llamó la "piedra del poder", en señal del
poder que Dios le
había dado contra sus enemigos.
3. Después de este golpe los filisteos no volvieron a hacer
expediciones contra los israelitas y permanecieron quietos,
por
miedo y por el recuerdo de lo que les había ocurrido.
Todo el valor que tenían los filisteos contra los hebreos,
des-
pués de la victoria fué transferido a los hebreos. Samuel
hizo
además una expedición contra los filisteos y mató a muchos
de
ellos y humilló completamente su orgullo 4r les quitó esa
comarca que, cuando habían sido triunfadores en la batalla,
les
habían quitado a los judíos; era la comarca que se extiende
desde
las fronteras de Gita hasta la ciudad de Acarón. Pero el
resto de
los cananeos estaba a la sazón en términos amistosos con los
israelitas.
1 Nada de esto figura en la Biblia, donde sólo dice que
"Jehová tronó aquel día con gran estruendo sobre los
filisteos, y
desbaratólos, y fueron vencidos delante de Israel" (1
Sanr, VI,
10).
CAPITULO III
Samuel, por su avanzada edad, no puede ocuparse de los
asuntos públicos, y los confía a sus hijos. Ante la mala
administración de éstos, la multitud se indigna y pide un
rey. Disgusto de Samuel
1. El profeta Samuel, después de ordenar los asuntos del
pueblo de manera conveniente, señaló una ciudad para cada
distrito y ordenó que se presentaran en esas ciudades para
ventilar las controversias que se suscitaran. Samuel las
visitaba
dos veces por año, administrando justicia. Así mantuvo el
orden
mucho tiempo.
2. Pero luego sintió el peso de los años y ya no pudo hacer
lo
que solía. Entregó por lo tanto el gobierno y el cuidado de
la mul-
titud a sus hijos, el mayor de los cuales se llamaba Joel y
el
menor Abia. Les ordenó que residieran y juzgaran al pueblo,
uno
en la ciudad de Bezel y otro en la de Bersabé 1, y dividió
al
pueblo en distritos que estarían bajo la jurisdicción de
cada uno
de ellos.
Estos hombres constituyen un ejemplo evidente y una prueba
de que a veces los hijos no tienen el mismo carácter que sus
padres; a veces son buenos y prudentes, aunque hayan nacido
de
padres malos; éstos se mostraron malos, siendo hijos de
padres
buenos. Apartándose de la buena senda de su padre, tomaron
un
camino contrario, pervirtieron la justicia por el sucio
lucro de los
presentes y los sobornos y tomaron sus determinaciones no de
acuerdo con la verdad sino del interés. Se entregaron al
lujo, a
una vida costosa, y de ese modo en primer término
practicaban
lo que era contrario a la voluntad de Dios, y en segundo
término
lo que era contrario a la voluntad de su padre el profeta,
que se
había preocupado mucho y había tomado cuidadosas medidas
para que la multitud fuera virtuosa.
3. El pueblo se sintió muy intranquilo ante la injuria que a
su
constitución y gobierno inferían los hijos del profeta, y
acudieron
a verlo a la ciudad de Armata, donde entonces vivía,
comunicándole
1 Según la Biblia, ambos hijos de Samuel "eran jueces
en
Beersheba" (Bersabé).
I
las transgresiones de sus hijos. Como él estaba viejo, le
dijeron, y demasiado impedido per su edad para vigilar las
cosas
como antes, le rogaban y pedían que nombrara un rey para
gobernar la nación y vengarlos de los filisteos, que debían
ser
castigados por sus anteriores opresiones.
Esas palabras afligieron grandemente a Samuel, por su
natural amor a la justicia y su aversión al gobierno real.
Tenía
mucho afecto a la aristocracia, que hacía a los hombres que
la
empleaban de una feliz disposición divina. Preocupado y
atormentado por lo que le habían dicho, no pudo comer ni
dormir. Permaneció toda la noche despierto, revolviendo
diversas ideas en su mente relativas al problema.
4. Estando en esa situación Dios se le apareció y lo consoló
diciéndole que no debía inquietarse por los deseos de la
multitud,
porque no era a él, sino a Dios, a quien despreciaban con
toda in-
solencia, negándose a que fuera su único rey. Añadió que
esas
cosas las habían estado urdiendo desde el mismo día en que
salieron de Egipto. Pero que no tardarían mucho en
arrepentirse
de lo que habían hecho, arrepentimiento que no podría
impedir
los acontecimientos futuros.
Serían bastante reprochados y confundidos por su desdén y
su conducta ingrata hacia Dios y el profético oficio de
Samuel.
-Te ordeno, por lo tanto -terminó diciendo-, que les elijas
un
rey, el que yo te indicaré de antemano, después de
enumerarles
las desdichas que les acarreará un gobierno real,
haciéndoles ver
claramente el gran cambio que se apresuran a pedir.
5. Samuel llamó a los judíos a la mañana siguiente y les
anunció que nombraría un rey; pero primero les describiría
lo
que les esperaba, el tratamiento que recibirían de los reyes
y los
agravios con que tendrían que luchar.
-Porque debéis saber -dijo-, que en primer lugar os quitarán
a
vuestros hijos, y a unos los harán conductores de sus
carrozas, a
otros jinetes y guardias personales del rey; otros serán
mensajeros, capitanes de milicias y capitanes de centurias.
Los
convertirán en artífices y armeros, tendrán que hacer carros
e
instrumentos, labrar la tierra de los reyes y cuidar sus
campos y
cavar
1 La Biblia sólo habla de una plegaria dirigida a Dios por
Samuel.
sus viñedos. Tendrán que hacer todo lo que les manden, como
si fueran esclavos comprados con dinero. Nombrarán a
vuestras
hijas reposteras, cocineras y panaderas, y ellas estarán
obligadas
a hacer todo el trabajo que realizan las esclavas por temor
a los
azotes y los tormentos. Además se apoderarán de vuestras
posesiones y se las darán a sus eunucos y sus guardianes, y
entregarán vuestros rebaños a sus sirvientes. Y para decirlo
todo
en pocas palabras, vosotros y los vuestros seréis siervos de
vuestro rey, en nada superiores a los esclavos. Cuando
sufráis
estas desdichas, recordaréis entonces lo que ahora os digo.
Os
arrepentiréis de lo que habéis hecho y rogaréis a Dios que
se
apiade de vosotros y os libre de los reyes; pero Dios no
aceptará
vuestros ruegos, os abandonará y dejará que sufráis el
castigo
merecido por vuestra perversa conducta.
6. La multitud cometió la tontería de prestar oídos sordos a
sus predicciones y fué demasiado antojadiza para dejarse
disuadir de una determinación que había tomado con tanta
imprudencia. Rechazando las palabras de Samuel insistieron
perentoriamente en su decisión y le pidieron que nombrara
inmediatamente un rey y no se preocupara por lo que pudiera
suceder después. Porque ellos necesitaban alguien que los
llevara a la batalla y los vengara de sus enemigos, y si los
países
vecinos tenían reyes no era ningún absurdo que ellos
tuvieran el
suyo.
Viendo Samuel que su admonición no los había apartado de
sus propósitos y que se afirmaban en su resolución, dijo:
-Idos por ahora a vuestras casas. Os mandaré llamar oportu-
namente, cuando haya averiguado a quién quiere Dios daros
como rey.
CAPITULO IV
Sobre el nombramiento, por orden de Dios, de un rey para
los israelitas llamado Saúl
1. Había un hombre de la tribu de Benjamín que era de buena
familia y de virtuosa disposición; se llamaba Cis. Tenía un
hijo,
joven, apuesto, alto, pero cuya inteligencia era superior a
sus
cualidades visibles. Su nombre era Saúl. Cis tenía unas
asnas de
buena
1
1
1
clase que se habían extraviado alejándose del prado donde
pastaban. Como le gustaban esos animales más que todos los
restantes que poseía, envió a su hijo con un criado a buscar
a las
asnas.
Después de buscarlas por toda la tribu pasó a otras tribus y
como no las hallara resolvió regresar a su casa, para no
preocupar a su padre sobre su propia suerte. Pero el criado
que
iba con él le dijo que como estaban cerca de la ciudad de
Armata,
donde moraba un auténtico profeta, le aconsejaba que fuera a
verlo para averiguar lo que había ocurrido con las asnas.
Replicó Saúl que no tenían nada para darle como recompensa
por la profecía, porque se le había terminado la provisión
de di-
nero. Respondió el criado que a él le quedaba aún un cuarto
de
siclo y que podían dárselo al profeta, ignorando ambos que
el
profeta no recibía esas recompensas.
Fueron, pues, a verlo; cuando estaban frente a las puertas
de
la ciudad se encontraron con unas mozas que iban a buscar
agua
y les preguntaron dónde vivía el profeta. Las mozas les
indicaron
la casa y les recomendaron que se apresuraran a llegar antes
de
que se sentara a comer, porque tenía muchos invitados, y
solía
sentarse a la mesa antes que sus huéspedes.
Samuel había convidado a mucha gente a comer con él por
esa misma razón, porque Dios, a quien todos los días le
había
rogado que le anticipara a quién quería hacer rey, el día
anterior
le había dicho que le enviaría un joven de la tribu de
Benjamín a
esa hora del día; y Samuel se había sentado en la terraza de
la
casa esperando que llegara el momento indicado. Llegado ese
momento, descendió para ir a comer y se encontró con Saúl, y
Dios le reveló que era ése el hombre que los gobernaría.
Saúl se acercó a Samuel y lo saludó, y le pidió que le
informara cuál era la casa del profeta, porque él, Saúl, era
forastero y no la conocía. Samuel le respondió que él era el
profeta y lo invitó a comer, asegurándole que las asnas que
había
ido a buscar habían sido halladas, y que a él le había sido
adjudicada la más grande de las buenas cosas.
-Señor -respondió Saúl-, soy demasiado insignificante para
aspirar a esas cosas, y pertenezco a una tribu demasiado
pequeña para que de ella salgan reyes, y a una de las
familias
más chicas. Pero tú me lo dices en broma y me tomas como
objeto de risa,
272
hablándome de asuntos importantes que no están en
proporción con mi origen.
Pero el profeta lo condujo a la fiesta v lo hizo sentar a la
mesa, a él y a su criado, a la cabecera de los demás
invitados,
que eran en número de setenta;' y ordenó a los criados que
sirvieran a Saúl una porción real. Cuando llegó la hora de
dormir, todos se levantaron y cada cual se retiró a su casa,
pero
Saúl se quedó con el profeta, él y su criado, y durmieron en
la
casa de él.
2. No bien despuntó el día Samuel despertó a Saúl y lo
condujo a su casa. Al salir de la ciudad, le pidió que
hiciera
adelantarse al criado porque tenía algo que decirle sin que
hubiera nadie delante. Saúl alejó al sirviente. El profeta
Samuel
tomó entonces un vaso de aceite, lo derramó sobre la cabeza
del
joven, lo besó y dijo:
-Serás rey ordenado por Dios contra los filisteos, y para
vengar los sufrimientos que infligieron a los hebreos. La
prueba
será la que ahora te diré. En cuanto te hayas marchado de
aquí
encontrarás en el camino a tres hombres que se dirigirán a
adorar a Dios en Bezel2. El primero llevará tres hogazas de
pan,
el segundo un cabrito 3 y el tercero, que irá detrás, una
botella
de vino. Esos tres hombres te saludarán, y te hablarán
amablemente y te darán dos de las hogazas, que tú aceptarás.
De allí irás a un sitio llamado el sepulcro de Raquel, donde
una
persona 4 que encontrarás te dirá que tus asnas fueron
halladas.
Luego, cuando llegues a Gabata verás una compañía de
profetas
y serás arrebatado por el espíritu divino y profetizarás
junto con
ellos hasta que todos los que te vean queden atónitos y
admirados y digan: "¿A qué se debe que al hijo de Cis
le haya
tocado un honor tan grande?" a Después de comprobar
estas
señales, sabrás que Dios está contigo. Luego podrás saludar
a tu
padre y tus parientes. Y cuando mande a buscarte a
1 El versículo correspondiente de la Biblia dice que eran
"unos treinta hombres". (I Samuel, IX, 22).
2 Josefo invierte el orden de los encuentros detallados en
los
versículos 2, 3 y 4 (Samuel, cap. X).
3 El primero de los tres hombres llevaba, según la Biblia,
tres
cabritos y el segundo tres hogazas.
4 Según la Biblia, dos hombres.
s En Samuel (X, 11) dice que el pueblo se preguntaba:
"¿Qué
ha sucedido al hijo de Cis? ¿Saúl también entre los
profetas?",
frase esta última que se transformó en proverbio.
273
1
Galgala, vendrás, para que podamos hacer nuestras ofrendas
de agradecimiento a Dios por sus bendiciones.
Habiéndole dicho esas palabras, anticipándole los sucesos,
Samuel despachó al joven. Y todas las cosas ocurrieron tal
como
lo había profetizado Samuel.
3. En cuanto Saúl llegó a la casa de su pariente Abner, a
quien por cierto amaba más que a todos sus restantes
familiares,
éste le preguntó acerca de su viaje y de los accidentes que
tuvo
en su transcurso. Saúl no le ocultó nada, ni su llegada a la
casa
de Samuel, ni que éste le había anunciado el hallazgo de las
asnas. Pero no le dijo nada del reinado ni de lo que al
mismo
concernía, porque pensó que provocaría envidias y por otra
parte
tampoco sería creído fácilmente. No juzgó prudente
comunicarle
esas cosas, aunque era muy amigo de él y lo amaba más que a
todos los demás parientes, teniendo en cuenta, me imagino,
lo
que es la naturaleza humana, y pensando que nadie, ni aun el
más íntimo amigo, mantiene inconmovible su amistad cuando
Dios promueve a un hombre a una gran prosperidad; es, por el
contrario, avieso y envidioso del que llega a un puesto
eminente.
4. Luego Samuel reunió al pueblo en la ciudad de Masfate, y
le habló en los siguientes términos, diciendo que lo hacía
por
orden de Dios. Comenzó por recordarles que Dios les había
conseguido la libertad, sometiendo al enemigo. Pero ellos,
olvidando sus beneficios, lo rechazaron como rey, sin
considerar
que sería más ventajoso ser comandados por el mejor de los
seres. Porque siendo Dios el mejor de los seres, preferían
un
hombre para rey. Los reyes tratan a sus súbditos como
bestias,
de acuerdo con la violencia de su voluntad e inclinación y
sus
restantes pasiones exasperadas por la lujuria del poder, y
no se
empeñan en proteger a la raza humana como obra suya y
creación suya, mientras que Dios, por esa misma razón, lo
haría
con mucha atención.
-Pero -concluyó-, ya que habéis tomado esa resolución, y se
impuso el trato ofensivo que habéis dado a Dios, agrupaos
por
tribus y cetros y tirad a la suerte.
5. Así lo hicieron los hebreos y la suerte recayó en la
tribu de
Benjamín. Cuando sortearon entre las familias de la tribu le
tocó
a la llamada Matri. Luego echaron suertes entre los miembros
de esa familia, y resultó elegido rey Saúl hijo de Cis.
274
Cuando el joven lo supo, se anticipó y alejándose de allí se
ocultó 1. Supongo que habrá sido para que no pensaran que
aceptaba voluntariamente el gobierno. Demostró, por el
contrario, mucho dominio de sí mismo y modestia. Mientras la
mayor parte del pueblo no cabía en sí de gozo, el hombre
elegido
no mostró ninguna de esas emociones al ser nombrado señor de
tantos y de tribus tan grandes. Huyó y se escondió de la
vista de
aquellos sobre quienes había de reinar, y los obligó a que
lo
buscaran muy perturbados.
Viendo al pueblo acongojado por la desaparición de Saúl,
Samuel pidió a Dios que le indicara el sitio donde se había
escon-
dido. Envió entonces a buscarlo y cuando lo trajeron lo
pusieron
en medio de la multitud. Y él era más alto que todos y tenía
una
estatura majestuosa.
6. Dijo entonces el profeta:
-Dios os da a este hombre para que sea vuestro rey. Ved su
altura, mayor que la de cualquier otro, y qué digno es del
mando.
El pueblo lo aclamó gritando "¡Viva el rey!" El
profeta escribió
en un libro lo que había de pasar en lo futuro, lo leyó
delante del
rey y depositó el libro en el tabernáculo de Dios, para
testimonio
de las generaciones venideras de lo que él había predicho.
Luego
despidió a la multitud y se trasladó a la ciudad de Armata,
que
era su pueblo.
Saúl se fué a Gabata, el lugar donde había nacido. Muchos
hombres buenos lo acompañaron, rindiéndole los respetos
debidos a un rey; pero la mayoría eran hombres malos, que
fingían despreciarlo, se reían de los demás, no le llevaban
presentes ni trataban de complacerlo ni con su afecto, ni
simplemente con palabras.
CAPITULO V
Saúl ayuda a los galaditas. Popularidad del rey.
Confirmación de
Saúl. Reproches de Samuel
1. Un mes después la guerra que Saúl sostuvo con Naas, el
rey de los amonitas, le granjeó el respeto de todo el
pueblo, por
1 La Biblia sólo dice que el elegido no fué hallado.
275
que Naas había ocasionado grandes perjuicios a los judíos
que
vivían al otro lado del Jordán atacándolos con un ejército
nume-
roso y aguerrido. Redujo a la esclavitud a las ciudades, no
sola-
mente sometiéndolas por la fuerza, sino debilitándolas con
suti.
leza y astucia para que luego no pudieran librarse de la
esclavitud; hizo sacar el ojo derecho a los que se rendían
bajo
palabra o eran tomados prisioneros en la acción, porque de
ese
modo al quedar tapado el ojo izquierdo por el escudo se
volvían
inútiles para la guerra.
Después de haber tratado de ese modo a los que vivían al
otro
lado del Jordán, el rey de los amonitas condujo su ejército
contra
los que se llamaban los galaditas. Instaló el campamento
frente
a la capital de sus enemigos, que era la ciudad de Jabis, y
les
envió embajadores, ofreciéndoles la alternativa de que se
dejasen
saltar el ojo derecho o sufrir un asedio y ver derribadas
sus
ciudades. Les daba a elegir entre perder un pequeño miembro
del cuerpo o perecer en su totalidad.
Los galaditas, átemorizados por la oferta, no se animaron a
responder en ningún sentido, ni de que se rendirían ni de
que
pelearían. Solamente le pidieron siete días de tregua, para
que
pudieran enviar emisarios a sus compatriotas y pedirles
ayuda,.
Si acudían a ayudarlos, pelearían, pero si la ayuda fuera
impo-
sible de obtener se entregarían para sufrir lo que quisiera
infligirles.
2. Menospreciando a la multitud de los galaditas y la
respuesta que le dieron, les concedió la tregua
permitiéndoles
que enviaran a pedir ayuda a quien quisieran. Inmediatamente
mandaron emisarios a todas las ciudades israelitas
informándoles de la amenaza de Naas y del desasosiego en que
se hallaban. Todos rompieron a llorar y a lamentarse, ante
las
noticias que traían los embajadores de Jabis. Pero el terror
no
les permitía hacer nada más.
Cuando los mensajeros llegaron hasta la ciudad del rey Saúl
y relataron el peligro en que se hallaban los habitantes de
Jabis,
el pueblo sufrió la misma aflicción que el de las demás
ciudades.
Al volver Saúl de la labranza a la ciudad encontró a sus
compa-
triotas llorando; les preguntó la causa y se enteró de la
tristeza y
la confusión que los afligía. Saúl se sintió arrebatado por
la furia
divina y despachó a los emisarios de los habitantes de Jabis
pro-
metiéndoles que iría a ayudarlos al cabo de tres días, y que
derro
276
taría al enemigo antes, de la salida del sol para que al
salir
éste se viera que habían triunfado y se habían librado del
temor
que ahora los sobrecogía. Pero ordenó a varios de ellos que
se
quedaran para conducirlo a Jabis.
3. Deseando inducir al pueblo a que enfrentara a los
amonitas
por el miedo de lo que perderían si no peleaban, y para que
pu-
dieran reunirse lo más rápidamente, cortó los nervios de sus
bueyes y amenazó hacer lo mismo a todos los que no se
presentaran al día siguiente con sus armas junto al Jordán,
para
seguirlo a él y al profeta Samuel a donde quisieran
conducirlos 1.
Asustados por la amenaza, los israelitas se reunieron el día
señalado. La multitud fué contada en la ciudad de Bezek,
siendo
setecientos mil, sin incluir a los de la tribu de Judá, que
sumaban setenta mil. Atravesaron el Jordán y marcharon
durante toda la noche, una distancia de treinta estadios,
llegando a Jabis antes del alba. Saúl dividió el ejército en
tres
compañías y cayó sobre el enemigo repentina e
inesperadamente
por tres costados a la vez Trabada la batalla, mataron un
gran
número de amonitas, entre
ellos al rey Naas 2.
La gloriosa acción de Saúl fué relatada con grandes elogios
a
todos los hebreos, y Saúl conquistó una magnífica reputación
por
su valor. Aunque había antes algunos que lo despreciaban,
ahoga cambiarón de opinión y lo honraron y lo estimaron como
el
mejor de los hombres. Porque no se conformó con salvar a los
habitantes de Jabis, sino que realizó una expedición a la
tierra
de los amonitas y la arrasó, tomando un valioso botín.
Regresó a
su patria con más gloria que antes. El pueblo se sintió muy
satisfecho con las hazañas de Saúl y se alegró de haberlo
nombrado rey, y volviéndose con gritos de protesta contra
aquellos que habían afirmado que no sería útil para los
asuntos
del pueblo, pidieron su castigo, diciendo lo que suelen
decir las
multitudes en casos semejantes, cuando les sonríe la
prosperidad, contra los que habían despreciado a los autores
de
sus triunfos.
Pero Saúl, aunque recibió amablemente el afecto y la buena
1 Según la Biblia, Saúl amenaza hacer lo mismo "con los
bueyes" de los que no se unieran a él.
2 No figura la muerte del rey en las Escrituras.
277
voluntad de esos hombres, juró que ese día no permitiría
matar a ninguno de sus compatriotas, porque sería absurdo
mezclar la victoria que Dios les había concedido con la
sangre y
la matanza de los que eran de la misma raza que ellos; y los
instó a celebrar el triunfo con ánimo amistoso.
4. Habiéndoles dicho Samuel que debían confirmar el reinado
de Saúl con una segunda ordenación, se congregaron todos en
la
ciudad de Galgala. El profeta ungió a Saúl con el óleo
santo, en
presencia de la multitud, y lo declaró rey por segunda vez.
De este modo el gobierno de los hebreos se convirtió en un
gobierno real; porque en los tiempos de Moisés y de su
discípulo
Josué, que fué el general de los hebreos, mantuvieron el
régimen
de la aristocracia, pero después de la muerte de Josué, y
durante
dieciocho años, la multitud no tuvo forma estable de
gobierno, y
vivió en la anarquía. Luego tornaron a su forma anterior de
gobierno, confiando la autoridad para juzgarlos al que era
el me-
jor y más valeroso guerrero; por eso fué llamado ese lapso
de su
gobierno el de los jueces.
5. Luego el profeta Samuel convocó otra asamblea y dijo:
-En nombre de Dios todopoderoso, que trajo al mundo esos
excelentes hermanos que fueron Moisés y Aarón, que libertó a
nuestros padres del yugo egipcio y de la esclavitud que
sufrían
en su tierra, os adjuro solemnemente a que no habléis
solamente
por el deseo de agradarme, ni suprimáis nada por temor, ni
os
dejéis llevar por ninguna otra pasión, y digáis si alguna
vez he
cometido algún acto cruel o injusto, o si he sido guiado por
el
lucro o. la codicia, o por la intención de agradar a
terceros. De-
clarad si alguna vez he tomado un buey o una oveja o algo
seme-
jante, aunque siendo para mi sustento se considera que no es
acción censurable, o si he tomado algún asno para mi uso en
perjuicio de cualquiera. Acusadme de esos crímenes, ahora
que
estamos en presencia de vuestro rey.
Todos respondieron a gritos que nunca había hecho nada de
eso, y que siempre había comandado a la nación con santidad
y
justicia.
6. Ante el testimonio de su rectitud que prestaba el pueblo,
prosiguió diciendo Samuel:
-Ya que aseguráis que no podéis acusarme de nada malo, escu
278
chad entonces lo que ahora os diré con entera libertad.
Vosotros habéis cometido un gran acto de impiedad contra
Dios
pidiendo que os nombraran un rey. Debéis recordar que
vuestro
abuelo Jacob se trasladó a Egipto a causa del hambre,
acompañado únican.ente de setenta almas de nuestra familia,
y
su posteridad se multiplicó hasta sumar muchas decenas de
miles. Los egipcios los redujeron a la esclavitud y los
oprimieron
duramente, y Dios mismo, respondiendo a los ruegos de
nuestros
padres, envió a Moisés v Aarón, que eran hermanos, y les dió
poder para librar a la multitud de sus desgracias, lo cual
hicieron sin ningún rey. Ellos nos trajeron a este país que
ahora
poseéis. Y cuando gozabais los beneficios concedidos por
Dios,
traicionasteis su culto y religión; y eso que cuando os
hallasteis
en las manos de vuestros enemigos os libró de ellas, primero
haciéndoos superiores a los asirios y sus fuerzas, luego
permitiéndoos derrotar a los amonitas y los rnoabitas y
finalníerite a los filisteos. Todos estos triunfos los
habéis logrado
bajo el mando de Jefté y Gedeón. ¿Qué delirio os ha poseído
ahora para que queráis alejaros de Dios y vivir bajo el
dominio
de un rey? He ordenado rey al que Dios eligió para vosotros;
y
aunque podría manifestaros claramente el enojo de Dios por
vuestra elección de un gobierno real, le rogaré que él mismo
os lo
declare per medio de extrañas señales. Ninguno de vosotros
ha
visto antes una tormenta de invierno en la época de la
cosecha;
pues bien, rogaré a Dios que os la haga ver ahora.
No bien hubo dicho estas palabras cuando Dios produjo
grandes señales, con rayos y truenos y granizo, confirmando
la
verdad de todo lo que había manifestado el profeta.
Estupefactos
y aterrorizados confesaron que habían pecado y que habían
caído
en el pecado por ignorancia. Y rogaron al profeta, que era
para
ellos como un padre bueno y amable, que volviera a Dios
misericordioso y lo hiciese perdonarles los pecados, los que
habían añadido a las ofensas y transgresiones cometidas
contra
él.
Samuel les prometió entonces que rogaría a Dios, pidiéndole
que les perdonara esos pecados. Pero les aconsejó que fueran
virtuosos y buenos y que no olvidaran nunca las desdichas
que
habían sufrido cada vez que se apartaban de la virtud. Y que
recordaran los extraños signos que Dios les había hecho ver
y
que tuvieran siempre presente el código de Moisés si querían
ser
279
0
protegidos y vivir felices con su rey. Si volvían a
descuidar
esas cosas, añadió, ellos y su rey sufrirían grandes
castigos de
Dios.
Hecha esta profecía a los hebreos Samuel los despidió,
después de haber confirmado el reinado de Saúl por segunda
vez.
CAPITULO VI
Los filisteos realizan otra expedición contra los hebreos, y
son derrotados
1. Saúl seleccionó tres mil hombres de la multitud,
destinando dos mil para que formaran su guardia personal y
residieran en la ciudad de Bezel, y los otros mil para la
guardia
personal de su hijo Jonatás, a quien envió a Gabaón; éste
puso
sitio a una guarnición filistea, cerca de Galgala y la tomó.
Porque los filisteos de Gabaón habían derrotado a los
judíos, les
habían secuestrado las armas y puesto guarniciones en los
sitios
más fuertes de la región, prohibiéndoles portar ningún
instrumento de hierro ni usar el hierro para nada en ningún
caso. Por esta razón cuando los labradores tenían que afilar
sus
herramientas, ya sea palas o rejas de arado, o cualquier
otro
instrumento agrícola, tenían que acudir a los filisteos.
Cuando los filisteos se enteraron del exterminio de su
guarni-
ción montaron en cólera, y considerándolo una terrible
ofensa
salieron a hacer la guerra a los judíos con trescientos mil
hombres de a pie, y treinta mil carros y seis mil caballos',
e
instalaron el campamento en la ciudad de Macma. Informado
Saúl, rey de los hebreos, bajó a la ciudad de Galgala y
lanzó una
proclama a todo el país instando al pueblo a esforzarse por
recuperar la libertad y a hacer la guerra a los filisteos,
despreciando sus fuerzas y considerándolos no tan grandes
como
para no intentar combatir con ellos.
Al ver el pueblo que rodeaba a Saúl que los filisteos eran
muy
numerosos se sintió consternado; muchos se escindieron en
cuevas
1 La Biblia dice que eran 30.000 carros, 6.000 jinetes
"y
pueblo como la arena de la orilla del mar en multitud"
(1
Samuel, 13, 5).
y en cavernas subterráneas, pero la mayor parte huyó hacia
el otro lado del Jordán, a las tierras de Gad y de Rubén 1.
2. Saúl mandó a llamar al profeta para consultarlo acerca de
la guerra y de los asuntos públicos. El profeta le ordenó
que lo
aguardara y preparara sacrificios, anunciándole que él iría
dentro de siete días, para ofrecer sacrificios el séptimo
día y
luego entablar batalla con el enemigo.
Saúl esperó la llegada del profeta, pero no cumplió sus
órdenes; viendo que tardaba en venir, y que sus soldados
desertaban, ofreció por sí mismo los sacrificios. Luego, al
enterarse de que llegaba Samuel, salió a recibirlo. El
profeta le
dijo que había hecho mal en desobedecer las órdenes que le
había enviado; el plazo se lo había indicado de acuerdo con
la
voluntad de Dios y Saúl se había apresurado a hacer mal los
sacrificios que Samuel se proponía ofrecer por la multitud.
Saúl
se defendió aduciendo que había aguardado los días que
Samuel
le señaló, y que se había anticipado a ofrecer los
sacrificios
impelido por la necesidad en que se hallaba y porque los
soldados se marchaban, atemorizados por la presencia del
enemigo en Macma y por los rumores de que se aprestaba a
atacarlos en Galgala.
-Si te hubieses conducido como un hombre virtuoso -replicó
Samuel-, sin desobedecer mis órdenes, ni soslayar las
órdenes
que Dios me sugirió acerca del presente estado de cosas, ni
actuar con más premura de la que las circunstancias exigían,
te
habría sido dado reinar mucho tiempo, y a tus descendientes
después de ti.
Ofendido por lo que había acontecido, Samuel regresó a su
casa. Saúl, por su parte, en compañía de su hijo Jonatás,
avanzó
sobre la ciudad de Gabaón, con sólo seiscientos hombres, la
mayor parte de los cuales carecía de armas a causa de la
escasez
de hierro y artífices que supieran trabajarlo. Porque ya
hemos
dicho que los filisteos no les habían permitido que
poseyeran
hierro, ni que hubiera artesanos de esa especialidad.
Los filisteos dividieron sus fuerzas en tres compañías y
tomando otros tantos caminos devastaron el país de los
hebreos,
en presencia del rey Saúl y su hijo Jonatás, que no pudieron
hacer nada para defenderlo porque sólo disponían de
seiscientos
hombres.
1 Gad y Gilead, en la Biblia.
281
f
Saúl y su hijo y el sumo pontífice Aquías, que era
descendiente del sumo pontífice Eli, contemplaban
apesadumbrados desde una alta loma la devastación de su
país.
El hijo de Saúl convino con su escudero en que irían
privadamente al campo enemigo a provocar el desorden. El
escudero le prometió seguirlo a donde lo llevara, aunque le
costara la vida.
Jonatás, con la ayuda del mozo, descendió de la loma y se
dirigió hacia donde se hallaba el enemigo. El campamento
filisteo estaba sobre un precipicio que tenía tres picos
terminados en una extremidad pequeña pero larga y aguda y
con
una roca que los rodeaba como si fueran líneas hechas para
prevenir los ataques del enemigo 1. Sucedió que habían
descuidado la guardia exterior del campamento, por la
seguridad
que ofrecía el sitio y porque consideraban completamente
imposible no sólo que alguien subiera al campamento por
aquel
lado sino que pudiera acercarse a él.
En cuanto hubo llegado al campamento Jonatás animó a su
escudero diciéndole:
-Vamos a atacar al enemigo; y si cuando nos vean nos
ordenan que subamos, ten por seguro que es una señal de
victoria. Pero si no dicen nada, si no se proponen
invitarnos a
subir, nos volveremos.
Cuando estaban cerca del campamento, poco después del
alba, y los filisteos los vieron, dijeron entre ellos:
"Los hebreos
están saliendo de las cuevas", y dirigiéndose a Jonatás
y su
escudero les gritaron
-Vamos, subid, así podremos daros el castigo que merecéis,
por vuestra temeridad de atacarnos.
El hijo de Saúl aceptó la invitación, como signo de
victoria,
salió del sitio donde había sido visto por el enemigo y
cambiando
de dirección se encaminó hacia la roca que estaba sin
guardias
por tratarse de un punto fuerte inaccesible. De ahí subieron
tre-
pando con mucho trabajo y dificultades y venciendo los
obstáculos naturales del lugar hasta que estuvieron en
posición
de luchar con el enemigo. Cayeron sobre él cuando estaba
durmiendo y mataron unos veinte hombres, provocando tanta
sorpresa y desorden que muchos filisteos arrojaron las armas
y
huyeron. En su mayor parte
1 La Biblia menciona sólo dos peñascos, Boses y Sené.
no se conocían entre sí porque eran de diferentes naciones,
y
como no se imaginaban que los hebreos eran solamente dos, se
tomaron los unos a los otros por enemigos y se mataron entre
sí.
Algunos murieron en la batalla; otros que quisieron huir
fueron
arrojados de cabeza al precipicio.
3. Los centinelas de Saúl informaron al rey que había
confusión en el campamento de los filisteos. Saúl preguntó
si se
había ido alguien del ejército y cuando supo que su hijo y
el
escudero de éste se hallaban ausentes, pidió al sumo
sacerdote
que se pusiera las vestimentas de su alto sacerdocio y
profetizara el éxito que tendrían. El sumo sacerdote dijo
que
obtendrían la victoria y dominarían al enemigo.
Saúl salió entonces contra los filisteos y los atacó
mientras se
mataban entre sí. Los que ante se habían ocultado en las
cavernas y las grutas, al enterarse de que Saúl triunfaba,
corrieron a unirse a sus filas. Cuando el número de sus
fuerzas
ascendió a unos diez mil hombres, emprendió la persecución
del
enemigo, que se desparramó por todo el país. Pero luego
incurrió
en un acto lamentable que merece ser muy censurado. Ya sea
por ignorancia, o por la alegría de la victoria tan
extrañamente
obtenida, lo que suele suceder con las personas afortunadas,
que
en ese momento no razonan, deseando vengarse e imponer el
debido castigo a los filisteos, lanzó una maldición contra
todo
hebreo "que abandonase la matanza del enemigo o su
persecución y tomase alimentos antes de que llegara la
noche".
El hijo de Saúl, que estaba en un bosque perteneciente a la
tribu de Efraím donde había numerosos panales, y no había
oído
la maldición de su padre ni la aprobación que le dió la
multitud,
partió un trozo de panal y comió la miel 1. En ese momento
fué
informado del anatema con que su padre les había prohibido
que
probaran bocado antes de la puesta del sol. Jonatás dejó de
comer y dijo que su padre había hecho mal, porque si los
hombres comieran algo perseguirían al enemigo con más vigor
y
decisión y matarían mayor número de filisteos.
4. Después de exterminar unos diez mil filisteos, se
entregaron a saquear el campamento enemigo, cuando ya era
entrada la no
1 En el relato bíblico, Jonatás sólo moja en un panal la
punta
de su vara.
282
283
che. Tomaron gran botín, así como ganado, al que mataron y
comieron con la sangre. Los escribas comunicaron al rey que
la
multitud pecaba contra Dios, sacrificando y comiendo antes
de
haber lavado perfectamente la sangre y limpiado la carne 1.
Saúl
ordenó que se colocara en medio de la multitud una gran
roca, y
proclamó que mataran sobre ella los sacrificios y que no
comieran la carne con la sangre, porque no era aceptado por
Dios. El pueblo hizo lo que el rey ordenaba, y Saúl erigió
en ese
sitio un altar
y ofreció holocaustos a Dios.
Fué el primer altar levantado por Saúl.
5. Saúl deseaba conducir a sus hombres al campo enemigo
antes del amanecer, para saquearlo; a los soldados no les
faltaba
voluntad para seguirlo, y estaban muy dispuestos a cumplir
sus
órdenes. El rey llamó entonces a Aquitob, el sumo sacerdote,
y le
pidió que indagara si Dios le concedería el favor y el
permiso de
atacar el campamento enemigo para destruir a los que se
hallaran en él. El sacerdote le informó que Dios no
respondía.
-Debe de haber alguna causa -replicó Saúl-. Poco antes nos
declaró todo lo que deseábamos saber de antemano, y hasta
nos
previno sin que le preguntáramos. Si ahora se niega a
contestar,
es porque hay algún pecado escondido entre nosotros que
motiva
su silencio. Juro por Dios mismo, que aunque el culpable del
pecado resulte ser mi propio hijo Jonatás, lo mataré, y
apaciguaré de ese modo la ira de Dios, y lo castigaré como
si
fuera un extraño y no un pariente.
La multitud aprobó a gritos su decisión; Saúl la reunió a un
lado quedando él con su hijo al otro lado y ordenó buscar al
culpable por sorteo; el sorteo señaló a Jonatás. Preguntado
por
su padre qué pecado había cometido y qué hecho de su vida
consideraba que podía ser motivo de culpa o profanación,
respondió:
-Padre, lo único que hice fué que ayer, ignorando tu
maldición
y juramento, probé la miel de un panal mientras perseguía al
enemigo.
Saúl juró que lo mataría, prefiriendo el cumplimiento de su
promesa a todos los lazos de nacimiento y naturaleza.
Jonatás no
se
1 No menciona escribas la Biblia. Sólo dice que el pueblo
comió la carne con la sangre.
alteró ante la amenaza de muerte, y ofreciéndose generosa e
intré
pidamente, dijo:
-No deseo que me perdones, padre; la muerte será para mí
muy
aceptable procediendo de tu piedad y después de una gloriosa
victoria. Tengo el gran consuelo de dejar a los hebreos
victoriosos
contra los filisteos.
Todo el pueblo, afligido y pesaroso por la suerte de
Jonatás,
juró que no lo dejaría morir, a él que era el autor de su
triunfo.
De esta manera lo sacaron del peligro en que se hallaba por
la
anatema de su padre, y rogaron a Dios que perdonara al joven
su
pecado.
6. Habiendo matado unos sesenta mil enemigos, Saúl regresó
a su casa y tuvo un reinado feliz. Luchó con los países
vecinos y
sometió a los amonitas, los moabitas, los filisteos, los
idumeos y
los amalecitas y venció al rey de Soba. Tuvo tres hijos,
Jonatás,
Jesús y Melquiso, y dos hijas, Meroba y Mico]. Abner, el
hijo de
su tío, fué capitán de su ejército. El tío se llamaba Nero.
Este y
Cis, el padre de Saúl, eran hermanos. Saúl poseyó gran
número
de carros y jinetes; volvió siempre triunfante de todas las
guerras que acometió y llevó los asuntos de los hebreos a un
alto
grado de éxito y prosperidad, haciéndolos superiores a las
demás
naciones. Su guardia personal estaba formada por los jóvenes
de
mayor talla
y apostura.
CAPITULO VII
La guerra de Saúl contra los amalecitas, y su conquista
1. Samuel fué a ver a Saúl y le dijo que Dios lo había
enviado
a recordarle que lo había preferido a todos los demás y lo
había
ordenado rey, y que por eso debía obedecerle y someterse a
su
autoridad, considerando que aunque tenía el dominio de las
de-
más tribus, Dios tenía el dominio sobre él y sobre todas las
cosas.
Le manifestó por lo tanto que Dios le había dicho lo
siguiente:
-Como los amalecitas habían inferido a los hebreos grandes
ofensas cuando éstos estaban en el desierto y se dirigían,
después de salir de Egipto, a la tierra que ahora era de
ellos, te
ordeno, por lo tanto, que los castigues haciéndoles la
guerra, y
que después de
1
285
someterlos no dejes ni a uno solo vivo; los matarás a todos,
comenzando por las mujeres y los niños, como castigo por el
daño
que hicieron a nuestros antepasados. No perdonarás nada, ni
asnos ni otros animales, ni dejarás ninguno de ellos para tu
ventaja y posesión; los dedicarás universalmente a Dios,
para
borrar completamente, en obediencia a las órdenes de Moisés,
el
nombre de Amalec.
2. Saúl prometió cumplir todo lo que le habían ordenado; y
juzgando que mostraría mejor su obediencia a Dios, no
solamente haciendo la guerra a los amalecitas, sino actuando
con
decisión y rapidez, reunió sin demora sus fuerzas y después
de
contarlas en Galgala halló que eran cuatrocientos mil israelitas,
además de la tribu de Judá, que contenía treinta mil. Saúl
irrumpió en la tierra de los amalecitas, tendió varias
emboscadas junto al río, para herirlos no solamente en la
lucha
abierta sino también caerles encima inesperadamente en los
caminos y rodearlos y matarlos.
Entablada la batalla, derrotó al enemigo, lo persiguió y lo
destruyó. Obtenida la victoria en esta empresa, como Dios lo
había predicho, puso sitio a las ciudades amalecitas, las
tomó por
la fuerza, en parte con máquinas de guerra y en parte con
minas
subterráneas y en parte levantando muros en el exterior. Al
algunos los mataron de hambre; a otros los dominaron por
otros
métodos. Luego se dedicó a matar a las mujeres y los niños,
juzgando que no cometía un acto bárbaro e inhumano, primero,
porque eran enemigos, y segundo, porque lo hacía por orden
de
Dios, a quien era peligroso desobedecer 1.
Tomó en cambio, prisionero a Agag, el rey enemigo, por cuya
belleza y estatura sintió tanta admiración que lo consideró
digno
de ser perdonado. Pero no lo hizo de acuerdo con la voluntad
de
Dios sino cediendo a impulsos humanos, y dejándose conmover
por una inoportuna conmiseración en un punto que no podía
decidir por sí mismo, porque Dios odiaba a la nación de los
amalecitas hasta el extremo de que había ordenado a Samuel
que no tuviera piedad ni siquiera de los niños a quienes más
compadecemos por naturaleza. Pero Saúl salvó al rey, autor
de
todas las
1 Estos comentarios son de Josefo, así como los relativos al
perdón de Agag.
desdichas de los hebreos, como si prefiriera la buena
apariencia del enemigo al recuerdo de lo que Dios le había
mandado.
La multitud incurrió en la misma culpa, lo mismo que Saúl,
porque salvaron los rebaños y las manadas y los tomaron como
botín, habiendo ordenado Dios que no fueran perdonados. Se
llevaron también el resto de las riquezas, y destruyeron lo
que no
valía la pena de llevarse.
3. Después de conquistar a todos los pueblos instalados
desde
Pelusio, en Egipto, hasta el mar Rojo, devastó el territorio
enemigo, pero no tocó a los siquemitas, aunque vivían en el
mismo centro de la tierra de Madián. Porque antes de la
batalla
Saúl envió a decirles que se fueran para no compartir la
suerte
de los amalecitas, porque eran parientes de Ragüel, el
suegro de
Moisés.
4. Saúl regresó jubiloso a su casa, por el acto religioso
que ha-
bía cumplido y la conquista de sus enemigos, y como si no
hu-
biera descuidado nada de lo que le había ordenado el profeta
cuando partió a combatir contra los amalecitas, y como si
hubiese observado puntualmente todo lo que debía hacer. Pero
Dios estaba enojado porque había perdonado la vida al rey de
Amalec, y porque la multitud se había apoderado del ganado
como botín, actos realizados sin su permiso. Consideraba
intolerable que hubiesen dominado y conquistado al enemigo
con
el poder que él les había dado, para ser luego despreciado y
desobedecido con una grosería que un simple rey humano no
toleraría. Dijo por lo tanto al profeta Samuel que estaba
arrepentido por haber ungido rey a Saúl, quien no obedecía
lo
que le mandaba y se dejaba guiar por sus propias
inclinaciones.
Samuel se sintió conturbado y rogó toda la noche a Dios que
se
compadeciera de Saúl y le retirara su enojo. Dios no le
concedió
el perdón que el profeta pedía, porque no creyó prudente
perdonar esa clase de pecados contra sus órdenes, ya que las
ofensas crecían con la indulgencia de los ofendidos;
buscando la
gloria de ser considerados amables y bondadosos, sin
quererlo
producen otros pecados.
Rechazada por Dios la intercesión del profeta y viendo éste
que no modificaría su decisión, Samuel fu¿ al alba a ver a
Saúl
en Galgala. El rey corrió a su encuentro, lo abrazó y le
dijo:
-Doy gracias a Dios que me dió la victoria, porque he cum-
plido todas sus órdenes.
F
-¿Cómo es que oigo balar ovejas -replicó Samuel-, y mugir
ganado mayor en el campamento?
Saúl respondió que el pueblo había reservado los animales
para los sacrificios, pero que la nación de los amalecitas
había
sido totalmente destruida, de acuerdo con las órdenes
recibidas,
no quedando un solo hombre vivo, excepto el rey, a quien
había
traído, y sobre cuya suerte decidirían juntos.
Samuel respondió que a Dios no le satisfacían los
sacrificios
sino los hombres buenos y virtuosos, o sea los que obedecían
su
voluntad y sus leyes y consideraban que nada de lo que
hacían
estaba bien hecho más que cuando lo hacían de acuerdo con
las
órdenes de Dios. Y que se juzgaba ofendido no cuando alguien
dejaba de hacer un sacrificio sino cuando lo desobedecía. De
aquellos que no lo obedecían ni cumplían con ese deber que
era
la única adoración verdadera y aceptable, no recibía de buen
grado sus ofrendas, aunque los sacrificios fueran más
numerosos
y gruesos que nunca, y los presentes más lujosos, así fueran
de
oro y plata; los rechazaría, considerándolos más bien
señales de
perversidad que de piedad.
Añadió que sólo se complacía con aquellos que pensaban
únicamente en cumplir las órdenes de Dios, cualesquiera que
fueran, y preferían la muerte antes que transgredir alguna
de
sus órdenes. Y que ni siquiera les requería un sacrificio.
Pero
cuando lo hacían, aunque fuera una ofrenda magra, lo
aceptaba
como honra de pobreza con más agrado que las ofrendas
procedentes de los hombres más ricos.
-Has de saber, por consiguiente -concluyó- que has provocado
la ira de Dios, porque despreciaste y descuidaste lo que te
mandó. ¿Cómo crees que Dios respetará un sacrificio de
aquello
que destinó a la destrucción? A menos que supongas que es lo
mismo ofrecerlo a Dios como sacrificio que destruirlo. Debes
por
lo tanto esperar que te sea quitado el reino y esta
autoridad de la
que has abusado con tu insolente conducta hasta el extremo
de
desatender a ese Dios que la concedió.
Saúl admitió entonces que había actuado injustamente, y no
negó que había pecado, porque había transgredido las órdenes
del profeta. Pero agregó que sólo por temor a los soldados
no les
había prohibido tomar el botín.
-Perdóname -dijo-, y sé misericordioso conmigo, y en lo
sucesivo me cuidaré de no volver a pecar.
Rogó finalmente al profeta que volviera con él para hacer
sus
ofrendas de agradecimiento a Dios. Pero Samuel se dispuso a
re-
gresar a su casa, porque comprendió que Dios no aceptaría su
reconciliación con él.
5. Ansioso Saúl de retener a Samuel lo tomó de la capa, y
por
la vehemencia con que Samuel partió con un movimiento
violento, la capa se rasgó. El profeta declaró entonces que
de la
misma manera le sería arrancado el reino del que se haría
cargo
un hombre bueno y justo, y que Dios se mantenía en lo que
había
resuelto, porque ser mudable y cambiante en las
determinaciones era propio de las pasiones humanas pero no
del
poder divino.
Saúl repuso que había sido perverso, pero que lo hecho no
podía deshacerse. Y le pidió que lo honrara acompañándolo a
adorar a Dios, para que los viera la multitud. Samuel le
concedió
ese favor y ambos fueron a adorar a Dios. Agag, el rey de
los
amalecitas, fué llevado a su presencia y cuando le preguntó
si
sería amarga la muerte, Samuel respondió:
-Del mismo modo que tantas madres hebreas, sumidas en el
dolor por tu causa, lloraron la muerte de sus hijos, así
también
llorará tu madre la tuya.
Ordenó que le dieran muerte inmediatamente en Galgala, y
se retiró a la ciudad de Ramata.
CAPITULO VIII
A raíz de la transgresión por parte de Saúl de las órdenes
del
profeta, Samuel, de acuerdo con lo que le mandara Dios,
ordena
privadamente como rey a otro hombre,llamado David
1. Consciente Saúl de la desdichada situación en que había
caído, incurriendo en la enemistad de Dios, se trasladó a su
palacio real de Gabaa, nombre que significaba colina, y a
partir
de ese día no volvió a presentarse delante del profeta.
Samuel se
dolió por él, pero Dios le dijo que no se preocupara más por
Saúl
y que to
i
288
289
mara el óleo santo y fuera a ver en Betlem a Isaí hijo de
Obed, y ungiera al que él le señalaría como futuro rey.
Samuel expresó su temor de que al enterarse Saúl lo matara,
por algún medio privado o abiertamente. Dios le prometió
hacerlo llegar sano y salvo y Samuel se dirigió hacia la
mencionada ciudad. Allí recibió el saludo de sus habitantes,
y
cuando le preguntaron el motivo de su visita respondió que
había
ido a ofrecer sacrificios a Dios. Después de cumplir los
sacrifios
llamó a Isaí y sus hijos para que participaran del festín
sacro.
Viendo al hijo mayor de Isaí juzgó por su alta estatura y su
apostura que ése debía de ser el futuro rey. Pero Samuel se
equivocó sobre los propósitos de Dios, porque al preguntarle
si
debía ungir al joven, a quien admiraba y juzgaba digno de
ser
rey, Dios le respondió que los hombres no veían del mismo
modo
que Dios.
-Tú resptas la favorable apariencia de ese joven y por eso
lo
consideras digno de ser rey, yo en cambio propongo el trono
no
como recompensa de la belleza física sino de la virtud del
alma, y
busco a alguno que reúna esta condición. Es decir, alguno
cuya
belleza resida en su piedad, su justicia, su fortaleza y su
obedien-
cia; porque esto es lo que significa la apostura del alma.
Ante estas palabras de Dios, Samuel pidió a Isaí que le
presentara a todos sus hijos. Isaí llamó a sus cinco hijos
restantes, de los cuales Eliab era el mayor, Aminadab el
segundo, Samal el tercero, Nataniel el cuarto, Rael el
quinto y
Asán el sexto. Samuel vió que ninguno de los cinco era
inferior
en aspecto al mayor y preguntó a Dios a cuál de ellos había
elegido. Dios respondió que no era ninguno de ellos, y
Samuel
preguntó a Isaí si no tenía más hijos. Contestó Isaí que
tenía
otro, llamado David, pero que era pastor y estaba cuidando a
las
ovejas. Samuel le ordenó que lo llamara inmediatamente,
porque
mientras faltara alguno no podía dar comienzo a la fiesta.
Cuando llegó David vió que era pálido, de vista aguda y de
aspecto generoso y correcto. Este, se dijo Samuel, es el que
a
Dios le place darnos para rey. Sentóse a la mesa poniendo al
joven a su lado, junto con Isaí y sus otros hijos. Luego
tomó
aceite, lo puso delante de David, y se lo echó encima,
diciéndole
al oído que Dios lo había elegido para ser rey, y que debía
ser
justo y obediente a sus mandamientos, para que su reinado
fuese
duradero y su di.
nastía tuviese gran esplendor y ganase celebridad en todo el
mundo. Le anunció que derrotaría a los filisteos y que
saldría
siempre triunfador de todas las guerras que hiciera contra
cualquier nación, sobreviviendo en todas las luchas. Su fama
sería gloriosa durante toda su vida y luego dejaría esa
gloria a su
posteridad.
2. Después de estas exhortaciones Samuel partió. El poder
di-
vino dejó a Saúl y pasó a David, quien, con ese translado a
su
persona del espíritu divino, comenzó a profetizar. En cuanto
a
Saúl, fué presa de una extraña y diabólica enfermedad que le
provocaba sofocaciones amenazando ahogarlo. Los médicos l
señalaron como único remedio que le buscaran alguna persona
capaz de adormecerle las pasiones cantando y tocando el
arpa,
cuando observara que los demonios comenzaban a perturbarlo.
Saúl ordenó sin demora que buscaran esa persona. Un tran-
seúnte informó que había visto en la ciudad de Betlem a un
joven, hijo de Isaí, todavía un niño por su edad, pero bello
y
apuesto y digno en otros aspectos de consideración, que era
muy
hábil para tocar el arpa y sabía cantar himnos, además de
ser un
buen soldado en la guerra.
Saúl mandó recado a Isaí pidiéndole que retirara a David del
cuidado de los rebaños y se lo enviara, porque se lo habían
en-
comendado por su apostura y su valor, y quería verlo.
Isaí envió a su hijo, dándole presentes para que los
entregara
a Saúl. Cuando llegó, Saúl lo recibió complacido y lo nombró
su
escudero.
Le cobró mucha estima porque sabía aplacarle su pasión; era
el único médico que, tocando el arpa y recitando himnos,
lograba
dominarle los trastornos que le producían los ataques de los
de-
monios y lo tranquilizaba, normalizándole las ideas.
Saúl mandó pedir a Isaí, el padre del joven, que le dejara a
David, porque le encantaba su presencia y su compañía. Isaí,
no
pudiendo negarse al pedido de Saúl, concedió su permiso.
1 Los criados de Saúl, dice la Biblia (1 Samuel, XVI, 15 y
16).
CAPITULO IX
Los filisteos realizan otra expedición contra los hebreos,
bajo el reinado de Saúl, y son derrotados por David que
mata a Goliat en combate singular
1. Poco después los filisteos volvieron a reunirse, y
habiendo
formado un gran ejército hicieron la guerra a los
israelitas. Se
apoderaron de un sitio ubicado entre Soco y Azeca e
instalaron
en él su campamento. Saúl movilizó su ejército para hacerles
frente y estableció el campamento en una loma, obligando a
los
filisteos a abandonar el de ellos y trasladarlo a otra loma,
enfrente de aquella que había ocupado Saúl 1, de modo que
los
dos ejércitos quedaron separados por el valle que corría
entre
ambas colinas.
Del campo de los filisteos descendió un hombre llamado
Goliat, de la ciudad de Gita. Era un hombre de enorme
estatura
(tenía cuatro codos y un palmo, y armas que estaban en
proporción con el tamaño de su cuerpo, una coraza que pesaba
cinco mil siclos, un yelmo y grebas de bronce del tamaño
necesario para cubrir las piernas de un hombre de ese tamaño
prodigioso. La lanza no la llevaba como un arma liviana en
la
mano derecha, sino cargada al hombro. Tenía además un
venablo que pesaba seiscientos siclos, y lo seguían varios
escuderos 2).
El susodicho Goliat se detuvo entre ambos ejércitos, que
estaban en tren de combate, y gritó, dirigiéndose a Saúl y
los
hebreos:
-Os libraré de la batalla y de los peligros. No es necesario
que
vuestro ejército caiga y sufra. ¿Para qué? Enviadme un
hombre
de los vuestros que pelee conmigo, y el que gane obtendrá la
re-
compensa de ser el triunfador y decidirá la guerra. Los
vencidos
servirán a los vencedores. Es mejor y más prudente ganar con
el
riesgo de un solo hombre que con el de todos.
Dicho esto se retiró a su campamento, pero al día siguiente
volvió y repitió su desafío con las mismas palabras, e hizo
lo
mismo durante cuarenta días seguidos. Saúl y su ejército
quedaron ate
1 No hay nada de esto en la Biblia.
2 Según la Biblia, era un solo escudero, que iba delante de
Goliat.
I rrorizados, y aunque estaban en formación de batalla no
entablaron la lucha.
2. Cuando estalló la guerra entre los hebreos y los
filisteos,
Saúl envio a David a la casa de su padre Isaí, conformándose
con
retener a los otros tres hijos que le había enviado para
asistirlo y
compartir los peligros de la guerra. David volvió a
apacentar las
ovejas y los rebaños; poco después regresó al campo de los
he-
breos, enviado por su padre para llevar alimentos a sus
hermanos y a averiguar cómo se encontraban. Cuando estaba
hablando con sus hermanos oyó al filisteo, que había salido
de
nuevo a renovar su desafío, y a reprochar y ultrajar al
ejército
hebreo, diciendo que no había ninguno entre ellos con
suficiente
valor para hacerle frente. David se sintió indignado y
anunció a
sus hermanos que estaba dispuesto a aceptar el reto y luchar
en
combate singular con aquel adversario.
Eliab, el hermano mayor, lo reprendió, afirmando que
hablaba con demasiada imprudencia para su edad, y le ordenó
que volviera a su casa. Confundido por las palabras de su
hermano, se alejó, pero hablando con unos soldados repitió
que
estaba dispuesto a aceptar el desafío del filisteo. Los
soldados
comunicaron al rey la resolución del joven y Saúl lo mandó
llamar y le preguntó qué era lo que tenía que decir.
-No te sientas abatido, joh, rey!, ni temas nada; yo aplastaré
la insolencia del adversario. Bajaré a combatir con él y lo
traeré
conmigo, alto y grande como es, para que haga de hazmerreír
y
tu ejército se llene de gloria cuando se advierta que fué
muerto
por alguien que no es hombre aún, ni sirve para pelear, ni
se le
puede confiar el mando de un ejercito ni la dirección de una
ba-
talla; por alguien que parece un niño, y que en realidad no
tiene
más edad que la de un niño.
3. Saúl se maravilló ante la audacia de David, pero no se
ani-
mó a confiar en su capacidad, en razón de su edad. Sólo dijo
que
sería demasiado débil para pelear con un hombre ducho en el
arte de la guerra.
-Emprenderé esta acción -repuso David-, confiando en que
Dios estará conmigo, porque ya otras veces recibí su ayuda.
Una
vez perseguí y cogí un león que había asaltado mis rebaños
lle-
vándose un cordero. Le arranqué el cordero de la boca y
cuando
1
me saltó furiosamente encima lo tomé por la cola 1 y lo maté
golpeándolo contra el suelo. Del mismo modo me vengué en
otra
oportunidad de un oso. Este adversario nuestro no es más que
una fiera como aquéllas; hace un rato reprochó a nuestro
ejército
y blasfemó de nuestro Dios, que lo dominará con mi poder.
4. Saúl rogó entonces a Dios que el final de la contienda no
fuera ingrato a la audacia y la decisión del joven. Y le
dijo:
-Ve y lucha.
Le puso en el pecho su coraza, le ajustó en la cintura su
espada, le colocó el yelmo en la cabeza y lo despachó. Pero
David
se sintió sobrecargado con la armadura, a la que no estaba
acostumbrado y que le impedía caminar.
-Quédate tú con la armadura, ¡oh, rey! -dijo-, que sabes
usarla. Dame tu venia para pelear como siervo tuyo y a mi
manera.
Dejó la armadura, tomó su cayado, recogió cinco piedras del
arroyo, que guardó en la bolsa, y con la honda en la mano
derecha se dirigió al encuentro de Goliat. El adversario lo
miró
con des. precio y lo hizo objeto de bromas, diciéndole que
no
llevaba las armas que se usan para pelear con un hombre,
sino
las que se emplean para ahuyentar a los perros.
-¿Es que me tomas por un perro?
-No -replicó David-, por un perro, no. Eres menos que un
perro.
Estas palabras provocaron el enojo de Goliat, que lo maldijo
en nombre de Dios y lo amenazó con hacer que le comieran la
carne las bestias de la tierra y las aves del cielo. A lo
que David
respondió:
-Vienes a mi encuentro armado de espada, lanza y coraza, y
yo tengo a Dios como único escudo; él te destruirá a ti y a
todo tu
ejército por medio de mis manos. Porque hoy te cortaré la
cabeza
y arrojaré a los perros las restantes partes de tu cuerpo, y
todo el
mundo sabrá que Dios es el protector de los hebreos.
Nuestras
armas y nuestra fuerza están en su providencia, y sin la
asistencia de Dios todos los armamentos son inútiles.
Retardado por el peso de su armadura, el filisteo, aunque
quiso avanzar apresuradamente contra David, tuvo que hacerlo
con toda
1 La Biblia dice "la barba".
lentitud, despreciándolo y seguro de que lo mataría porque
estaba desarmado y era un niño.
5. Pero el joven hizo frente a su antagonista acompañado por
un asistente invisible, que no era otro que Dios. Tomando
una de
las piedras que había recogido del arroyo y guardado en su
bolsa,
y ajustándola a la honda, la disparó contra el filisteo. La piedra
le dió en la frente y se hundió en el cerebro; Goliat quedó
aturdido y cayó de bruces. David corrió, subió sobre el
cuerpo de
su adversario y con la propia espada de éste, ya que él no
llevaba
ninguna, le cortó la cabeza.
Al caer Goliat los filisteos quedaron derrotados y huyeron;
porque al ver postrado a su campeón tuvieron miedo y
resolvieron abandonarlo todo, entregándose a una ignominiosa
e
indecente fuga.
Saúl y el ejército de los hebreos se lanzaron contra ellos y
ma-
taron un gran número y persiguieron al resto hasta las
fronteras
de Gita y las puertas de Ascalón. Quedaron treinta mil
filisteos
muertos y el doble de heridos 1. Saúl regresó a su
campamento,
destrozó sus fortificaciones y las quemó. David arrastró la cabeza
de Goliat hasta su tienda, pero dedicó su espada a Dios.
CAPITULO X
Saúl envidia a David por su gloriosa victoria y aprovecha la
promesa que le hace de darle su hija en matrimonio para
tenderle una celada, poniendo como condición de que debe
llevarle seiscientas cabezas de filisteos
1. Las mujeres fueron la causa de la envidia y el odio que
Saúl concibió hacia David. Porque salieron al encuentro del
ejército victorioso con címbalos y tambores y grandes
demostraciones de júbilo y cantando. Decían las esposas que
Saúl había matado miles de filisteos, y las vírgenes
respondían
que David había matado decenas de millares 2.
1 Este detalle no figura en la Biblia.
2 El relato bíblico no distingue entre las aclamaciones de
las
casadas
y de las doncellas.
Cuando Saúl las oyó cantar y advirtió que le adjudicaban la
parte menor de los elogios, atribuyendo al joven el mayor
número, de decenas de millares, pensó que después de ese
aplauso a aquél sólo le faltaría ser rey, y comenzó a temer
y
sospechar de David. Lo retiró del cargo que tenía
anteriormente,
el de escudero, que le pareció demasiado próximo a su
persona, y
lo nombró capitán de una milicia; le dió otro puesto que era
mejor pero más seguro para Saúl, porque se proponía enviarlo
a
luchar contra el enemigo esperando que en aquellos
peligrosos
encuentros perdiera la vida.
2. Pero David tenía a Dios que lo acompañaba a todas partes,
y por consiguiente prosperó mucho en todas sus empresas; era
tanto su buen éxito que la hija de Saúl, que era virgen, se
enamoró de él, de una manera tan visible que no lo pudo
ocultar
y su padre se enteró.
Saúl lo supo complacido, proponiéndose aprovechar esa opor-
tunidad para tender una celada a David. Declaró a los que le
ha-
bían informado del afecto de su hija que gustosamente daría
la
doncella a David en matrimonio. Y agregó:
-Me comprometo a casar a mi hija con él si me trae
seiscientas cabezas de enemigos 1. Cuando trate de buscar la
gloria aceptando una acción tan peligrosa como increíble,
morirá
a manos de los filisteos, quedando realizados mis planes a
su
respecto tal como los pensé, porque me veré libre de él
haciéndolo matar, no por mi mano, sino por mano ajena.
Ordenó a sus sirvientes que tantearan de qué modo
respondería David ante la propuesta de contraer matrimonio
con
la joven. Los sirvientes comenzaron a hablar con David,
diciéndole que el rey Saúl lo amaba, lo mismo que el pueblo,
y
que el rey quería emparentar con él mediante el enlace de su
hija. A lo que respondió David
-¿Os parece cosa sencilla ser el yerno del rey? Pues, a mí,
no,
sobre todo siendo de familia baja, sin gloria ni honor.
Enterado Saúl de la respuesta de David, dijo:
-Díganle que no quiero dinero, ni dote, lo que sería más
bien
vender a mi hija que darla en matrimonio; sólo deseo tener
un
yerno que posea fortaleza y toda clase de virtudes, y esas
virtudes
1 En la Biblia, Saúl pide cien "prepucios" de
filisteos.
las veo en él; no quiero que me dé, por casarse con mi hija,
ni
oro ni plata, ni que me traiga esas riquezas de la casa de
su
padre; sólo quiero venganza contra los filisteos.
Seiscientas
cabezas de filisteos serían un presente mucho más deseable y
más glorioso; prefiero recibir ese obsequio y no la dote
acostumbrada, vale decir, prefiero que mi hija se case con
un
hombre de esas cualidades y que pueda ofrecer el testimonio
de
haber vencido a sus enemigos.
3. Cuando las palabras de Saúl llegaron a los oídos de
David,
éste se sintió complacido y supuso que Saúl deseaba
realmente
emparentar con él. Sin pensarlo más, ni detenerse a
considerar
si la propuesta era posible y si ofrecía o no dificultades,
él y sus
compañeros salieron inmediatamente contra el enemigo para
cumplir la condición del matrimonio.
Y como era Dios el que hacía todas las cosas posibles y
fáciles
para David, mató a muchos y cortando la cabeza a seiscientos
de
ellos se las llevó al rey y le pidió permiso para casarse
con su
hija.
No pudiendo eludir sus compromisos, y juzgando que sería
una bajeza aparecer como embustero por haber prometido a su
hija, o como traicionero, por proponer cosas imposibles para
que
lo mataran, le dió en matrimonio a su hija, que se llamaba
Mical.
CAPITULO XI
David escapa a las trampas que le tiende Saúl gracias al
afecto y
los cuidados de Jonatás y los recursos de su esposa Mical.
Su
entrevista con el profeta Samuel
1. Saúl no estaba dispuesto a continuar mucho tiempo en esa
situación. Viendo que David gozaba de la estima de Dios y de
la
multitud, tuvo miedo, y no pudiendo ocultar su temor
referente a
cosas importantes como eran su reino y su vida, porque
perder
uno u otra sería igualmente terrible, resolvió hacer matar a
David y encomendó la tarea a su hijo Jonatás y a sus más
fieles
servidores.
Sorprendido Jonatás por el cambio que había experimentado
su padre con respecto a David, cambio tan completo que
después
de demostrarle tanta benevolencia había pasado a dar la
orden
de
296
297
matarlo, y como estimaba al joven y lo respetaba por sus
virtudes, le informó de la misión secreta que le había
encomendado su padre y de las intenciones que abrigaba hacia
él. Le aconsejó que tuviera cuidado y se ausentara al día
siguiente y que él iría a saludar a su padre y si lo
encontraba en
disposición favorable hablaría con él para averiguar la
causa de
su disgusto. Le diría que no había motivo para ello, y que
por un
delito menor no debía matar a un hombre que tanto había
hecho
por la multitud y lo había beneficiado a él mismo con
hazañas
que bien merecían el perdón, aunque hubiese sido culpable de
los
mayores crímenes.
-Luego -concluyó-, te informaré la decisión de mi padre.
David aceptó el ventajoso consejo, y no se presentó ante el
rey.
2. Al día siguiente Jonatás fué a ver a Saúl y encontrándolo
en buen estado de ánimo comenzó a hablarle de David.
-Padre, ¿qué acción injusta, grande o chica, cometió David
para que nos ordenes matar a un hombre que fué ventajoso
para
tu conservación y más aún para castigar a los filisteos? Un
hom-
bre que libró al pueblo hebreo de burla y reproche,
soportados
durante cuarenta días seguidos, que fué el único de
suficiente
valor para aceptar el reto del adversario, y que luego trajo
las
cabezas enemigas que le indicaste y recibió como premio el
enlace con mi hermana. Su muerte sería dolorosa para
nosotros,
no sólo por sus virtudes sino por nuestro parentesco, porque
tu
hija sufrirá con su muerte y se verá obligada a experimentar
el
estado de viudez antes de haber gozado de la vida conyugal.
Considera todo esto, y cambia tu decisión por otra más
misericordiosa, para no perjudicar a un hombre que en primer
lugar nos hizo la gran merced de devolverte la salud. Cuando
un
espíritu malo y los demonios se habían apoderado de ti, los
expulsó y procuró descanso a tu alma libertándola de sus
incursiones; y en segundo lugar nos vengó de nuestros
enemigos.
Sería una acción vergonzosa olvidar estos beneficios.
Saúl se apaciguó con estas palabras y juró a su hijo que no
haría ningún daño a David; así es como un discurso justo
suele
apagar el enojo y los temores.
Jonatás mandó a buscar a David y le dió buenas noticias de
su padre, diciéndole que estaba salvado. Y llevó a David a
presencia de su padre, continuando David con el rey como
antes.
29R
3. Fu¿ en aquel entonces cuando, al hacer los filisteos una
nueva expedición contra los hebreos, Saúl mandó a David a
combatirlos con el ejército. David les dió batalla y mató
muchos
de ellos y volvió victorioso junto al rey. Pero Saúl no lo
recibió
como esperaba, porque estaba pesaroso por su prosperidad y
pensaba que después de su gloriosa actuación sería más
peligroso que antes. Como el espíritu diabólico volvió a
hacer
presa de él, y lo enfermó y perturbó, llamó a David a la
alcoba
donde yacía y teniendo una lanza en la mano le ordenó que lo
apaciguara tocando el arpa y cantando himnos.
Mientras David cumplía la orden, Saúl alzó el brazo y le
arrojó con gran fuerza la lanza; David lo advirtió a tiempo
y la
eludió y huyó a su casa, donde permaneció todo el día.
4. Por la noche el rey envió oficiales con el encargo de
vigi-
larlo y evitar que huyera sigilosamente, y hacerlo
comparecer
luego a la sala de justicia donde sería condenado a muerte.
Enterada Mical, la esposa de David e hija del rey, de los
designios de su padre, fué a ver a su esposo, inquieta por
el
peligro que corría y preocupada también por su propia
suerte,
porque no podría seguir viviendo si se veía privada de su
marido.
-Que el sol no te encuentre aquí cuando salga de nuevo -le
dijo-, porque será la última vez que te vea. Huye al amparo
de la
noche y que Dios la prolongue para ti. Porque has de saber
que si
mi padre te encuentra, eres hombre muerto.
Mical lo hizo descender por la ventana con la ayuda de una
cuerda y logró salvarlo. Luego preparó la cama como para un
enfermo, y puso debajo de las cobijas el hígado de una
cabra.
Cuando, al romper el alba, su padre envió a buscar a David,
dijo
a los mensajeros que David no se había sentido bien toda la
noche y les mostró la cama cubierta, haciéndoles creer, por
los
latidos del hígado que hacía mover las cobijas, que David
estaba
acostado y respiraba como un asmático.
Los mensajeros informaron a Saúl que David se había sentido
mal toda la noche y el rey ordenó que lo llevaran como
estaba
para hacerlo matar. Volvieron los mensajeros y al levantar
las
cobijas
1 Según la Biblia, los emisarios llevaban simplemente la
orden de matar a David al amanecer.
299
k
descubrieron la artimaña de la mujer; inmediatamente se lo
comunicaron al rey.
Saúl se quejó ante Mical de que había salvado a su enemigo y
ella inventó una plausible defensa para justificarse. Dijo
que
David la había amenazado de muerte y tuvo que ayudarlo para
salvarse. Agregó que tenía que perdonarla por haberlo
ayudado,
ya que no lo había hecho por su propia voluntad sino por
necesidad.
-Supongo -terminó-, que te interesará más la vida de tu hija
que la muerte de tu enemigo.
Saúl perdonó a la joven. David, por su parte, habiéndose
librado del peligro, fué a Rama a ver al profeta Samuel y le
relató las celadas que le había tendido el rey; le dijo que
había
estado a punto de ser muerto cuando Saúl le arrojó la lanza,
aunque no había cometido ningún crimen, ni había sido
cobarde
peleando con el enemigo y en cambio había salido siempre
triunfante, con la ayuda de Dios. Lo cual era precisamente
la
causa del odio de Saúl.
5. Enterado el profeta del proceder injusto del rey, partió
de
la ciudad de Ramata llevando a David consigo; fueron a un
sitio
llamado Galbaat, donde se instalaron. Cuando Saúl supo que
David estaba con el profeta, envió soldados con orden de
prenderlo y conducirlo a su presencia.
Los soldados llegaron hasta donde se hallaba Samuel y se
encontraron con una congregación de profetas; se apoderó
entonces de ellos el espíritu divino y comenzaron a
profetizar. Al
saberlo Saúl envió a otros soldados, que arrebatados por el
mismo impulso profetizaron de igual modo que los anteriores;
envió entonces a un tercer grupo, que también profetizó como
los
otros. Enojado Saúl resolvió ir personalmente, pero cuando
estaba cerca y aún antes de que lo viera, el profeta Samuel
lo
hizo profetizar a él también. Cuando se acercó Saúl estaba
tan
posesionado del espíritu divino, que quitándose la ropa cayó
al
suelo y quedó prosternado todo el día y toda la noche
delante de
Samuel y de David.
6. David fué a ver a Jonatás, hijo de Saúl, y se lamentó de
las
celadas que le tendía su padre. Aunque no era culpable de
ningún delito ni lo había ofendido en nada, estaba empeñado
en
hacerlo matar. Jonatás lo exhortó a que no diera crédito a
sus
sospechas ni a las calumnias de los que llevaran esos
informes, y
que confiara en él y tuviera valor. Su padre no abrigaba,
sin
duda, ese
propósito, porque de otro modo se lo habría dicho, para
pedirle su opinión, como lo consultaba siempre en todas las
cosas
para actuar de acuerdo con él.
David le juró que era cierto, y le pidió que le creyera y
buscara los medios de salvarlo, en lugar de rechazar lo que
con
gran sinceridad le había dicho, y esperar para creerlo a
verlo
muerto o enterarse por informes de terceros del asesinato de
su
amigo. La razón de que su padre no se lo hubiese dicho era
que
conocía la amistad y el afecto que los unía.
7. Cuando Jonatás comprobó que no podía convencer a David
de las buenas intenciones de Saúl, le preguntó qué podía
hacer
por él.
-Sé -respondió David- que tú quieres complacerme en todo, y
darme lo que deseo. Mañana hay luna nueva, y ese día acos-
tumbro a cenar con el rey. Si te parece bien saldré de la
ciudad y
me esconderé. Si Saúl te pregunta por mí dile que me fui a
Betlem, mi ciudad, a participar de un festival de mi tribu,
y
agrega que tú me diste permiso para ir. Si te dice, como es
habitual entre amigos: "¡Que tenga buen viaje!",
sabrás que no
abriga contra mí intenciones perversas u hostiles, pero si
responde otra cosa será un signo seguro de sus designios
adversos. Luego me informarás de las intenciones de tu padre
como prueba de tu compasión y tu amistad, por cuya instancia
aceptaste las seguridades de mi afecto y me garantizaste las
tuyas, que son las de un amo hacia su siervo. Pero si
descubres
en mí alguna maldad, protege a tu padre y mátame tú mismo.
8. Jonatás se indignó ante estas últimas palabras, y le
prometió hacer lo que quería e informarle si las respuestas
de su
padre contenían alguna enemistad contra él. Y para que
confiara
en él firmemente lo llevó al aire libre, bajo el cielo del
campo, y le
juró que no omitiría nada que pudiera tender a la protección
de
David.
-Apelo a ese Dios -dijo-, que como ves se encuentra en todas
partes y conoce mis intenciones, antes de que las explique
con
palabras, y lo tomo como testigo de este trato que hago
contigo,
de que no dejaré de hacer frecuentes pruebas de los
propósitos de
mi padre, hasta que averigüe si hay alguna asechanza en lo
más
recóndito de su alma. Y cuando lo sepa, no te lo ocultaré,
te lo
diré, sea buena o mala su inclinación. Dios sabe con qué
fervor le
300
301
ruego que esté siempre contigo; está contigo ahora y no te
abandonará, y te hará superior a tus enemigos, aunque mi
padre
sea uno de ellos, o yo mismo. Recuerda únicamente estas
palabras; y si me sucediera alguna desgracia, protege la
vida de
mis hijos y lo que yo ahora hago por ti hazlo a tu vez por
ellos.
Después de prestar el juramento, despidió a David,
pidiéndole
que fuera a cierto lugar de la llanura donde solía hacer sus
ejercicios. En cuanto supiera los propósitos de su padre,
iría a
reunirse con él llevando un solo criado.
-Si disparo tres flechas al blanco -dijo-, y ordeno al
criado que
vaya a buscarlas, porque estarán delante de él, sabrás que
no
hay nada que temer de parte de mi padre; pero si me oyes
decir
lo contrario, es porque debes esperar lo contrario del rey.
De
todos modos quedarás a salvo por mi intermedio y no sufrirás
ningún daño. Pero no olvides lo que te he pedido para cuando
estés en la prosperidad, y sé atento con mis hijos.
Recibidas estas seguridades de Jonatás, David se dirigió al
sitio indicado.
9. Al día siguiente, que era de luna nueva, el rey se
purificó,
de acuerdo con la costumbre, y se fué a cenar. Vió sentados
a la
mesa a su derecha a su hijo Jonatás y a su izquierda a
Abner,
capitán de su ejército; el asiento de David estaba vacío. El
rey no
dijo nada, pensando que no se había purificado después de
haber
estado con su esposa, y no podía venir. Pero al día
siguiente,
cuando vió que tampoco se había hecho presente el segundo
día
del mes, preguntó a su hijo Jonatás por qué el hijo de Isaí
no
había concurrido a la cena y la fiesta ni el día anterior ni
ese día.
De acuerdo con lo convenido, Jonatás respondió que se había
ido a su ciudad, al festival de su tribu, con permiso de él.
Añadió
que lo había invitado al sacrificio.
-Si me das permiso -dijo-, iré, porque tú conoces el afecto
que
le tengo.
Y entonces Jonatás supo que Saúl odiaba a David y conoció
claramente cuál era su estado de ánimo. Saúl no pudo
contener
su ira y reprochó a Jonatás; lo llamó hijo de descarriada y
enemigo, y le dijo que era socio de David y su asistente, y
que
con su conducta demostraba una falta de consideración hacia
él
mismo, y hacia su madre, y que no quería convencerse de que
mientras
David estuviera vivo correría peligro el reinado. Luego
ordenó
que fuera a buscarlo para que sufriera su castigo.
-¿Qué hizo para que quieras castigarlo? -preguntó Jonatás.
Saúl ya no se conformó con las palabras para expresar su
indignación; apoderándose de su lanza la lanzó sobre Jonatás
para matarlo. No pudo lograrlo porque se lo impidieron sus
amigos, pero reveló claramente que odiaba a David y deseaba
eliminarlo, hasta el punto de que casi había matado a su propio
hijo.
10. El hijo del rey se levantó apresuradamente de la mesa,
sin
poder probar bocado, y lloró toda la noche de pesar, tanto
por ha-
ber estado a punto de perder la vida como porque la muerte
de
David estaba resuelta. Al rayar el alba salió a la llanura
que
había delante de la ciudad, como si fuera a realizar sus
ejercicios, pero en realidad para informar a su amigo sobre
los
propósitos de su padre, como le había prometido. Después de
hacer lo que habían arreglado, despidió a su criado,
ordenándole
que volviera a la ciudad, y se dirigió al desierto a buscar
a David
y hablar con él.
Apareció David y cayó a los pies de Jonatás, haciéndole
reve-
rencias y llamándolo salvador de su vida. Jonatás lo hizo
levantar y ambos se confundieron en un abrazo, y derramando
lágrimas lloraron por su juventud, por la amistad de la que
los
privaría la envidia y por la separación que era ahora
inminente y
que les parecía peor que la muerte. Recuperándose finalmente
de sus lamentaciones y exhortándose mutuamente a recordar
los
juramentos, se separaron.
CAPITULO XII
David huye a reunirse con Agimélec y luego con el rey de los
filisteos y de los moabitas. Y Saúl mata a Agimélec y su
familia
1. David huyó del rey y del peligro de muerte y llegó a la
ciu-
dad de Naba; allí fué a ver al sacerdote Agimélec, quien al
verlo
solo, sin amigos ni sirvientes, se extrañó y le preguntó la
causa
de que nadie lo acompañara. David respondió que el rey le
había
encomendado una misión secreta, y que había ordenado a sus
criados que lo esperaran en un sitio que nombró.
Luego le pidió que lo proveyera de alimentos, diciéndole que
si lo hacía, cumpliría un acto de amistad y lo ayudaría en
su mi-
sión. Obtenido lo que pidió, le preguntó si tenía armas, una
espada o una lanza. Estaba presente un siervo de Saúl, sirio
de
nacimiento, llamado Doeg, que cuidaba las mulas del rey. El
sumo sacerdote repuso que no tenía armas.
-Pero -agregó-, aquí está la espada de Goliat, la que
después
de matar al filisteo dedicaste a Dios.
2. Recibida la espada, David huyó del país de los hebreos y
pasó al de los filisteos, en el que reinaba Anco. Cuando los
criados del rey lo vieron informaron a éste que aquél era el
David que había matado muchas "decenas de miles"
de filisteos.
David tuvo miedo de que el rey lo hiciera matar, sufriendo a
sus
manos una suerte peor que la que había evitado escapando de
los
dominios de Saúl. Fingió estar loco y rabioso, dejando caer
la
saliva de la boca y simulando otros síntomas delante del rey
de
Gita para convencerlo de su enfermedad. El rey se enojó con
sus
criados por haberle llevado un insano y ordenó que
expulsaran
inmediatamente a David.
3. De este modo escapó David de Gita y llegó hasta la tribu
de
Judá y se escondió en una cueva junto a la ciudad de Adulam.
Envió un recado a sus hermanos, informándoles dónde estaba,
y
ellos fueron a reunirse con él con todos sus parientes.
Muchos
otros que estaban necesitados o temían al rey Saúl fueron a
jun-
tarse con ellos y formaron un cuerpo declarando que estaban
dis-
puestos a cumplir las órdenes de David. Eran unos
cuatrocientos.
David cobró ánimos, con esa fuerza que había ido a ayudarlo.
Partió y fué a ver al rey de los moabitas, pidiéndole que
albergara a sus padres mientras sus asuntos siguieran en el
estado incierto en que se hallaban. El rey le concedió ese
favor y
atendió muy respetuosamente a los padres de David todo el
tiempo que estuvieron con él.
4. Luego David obedeció la orden del profeta de salir del
de-
sierto y trasladarse al territorio de la tribu de Judá.
Llegó a la
ciudad de Sara y allí se quedó. Cuando Saúl supo que David
había sido visto con una multitud, sintió gran desconcierto
y
preocupación. Sabiendo que era audaz y valiente, sospechó
que
acontecería algo extarordinario que haría llorar a Saúl y lo
pondría en apuros. Reunió a sus amigos y comandantes y a la
tribu de la que
procedía, en la colina donde estaba su palacio. Sentado en
un
sitio llamado Arura y rodeado de sus cortesanos y
dignatarios y
su guardia personal, les habló de esta manera:
-Vosotros que sois hombres de mi tribu, supongo que recor-
daréis los beneficios que os he dado; a algunos de vosotros
os he
hecho dueños de tierras, os he nombrado comandantes y
concedido puestos de honor. Os pregunto ahora si esperáis
que el
hijo de Isaí os haga donaciones mayores. Porque yo sé que
todos
vosotros os inclináis hacia él; incluso mi propio hijo
Jonatás es
de esa opinión, y os persuade a que la compartáis. No ignoro
los
juramentos y convenios concertados entre él y David, y de
que
Jonatás es consejero y asistente de los que conspiran contra
mí;
vosotros no estáis comprometidos, pero guardáis silencio y
permanecéis a la expectativa de lo que ocurra.
Nadie contestó a la palabras del rey, excepto Doeg, el
sirio, el
que alimentaba las mulas, quien dijo que había visto a David
cuando fué a ver al sumo sacerdote Agimélec en Naba, por
cuyas
profecías averiguó los hechos de lo futuro. Añadió que había
reci-
bido de él alimentos y la espada de Goliat, y fué conducido
con
seguridad a donde quería ir.
5. Saúl mandó a buscar al sumo sacerdote y toda su paren-
tela, y le dijo:
-¿Qué cosa terrible o ingrata te he hecho para que
recibieras
al hijo de Isaí y le dieras víveres y armas, mientras él
conspira
para arrebatarme el trono? Además, ¿por qué le hiciste
oráculos
sobre lo futuro? No podías ignorar que huyó de mí y que odia
a
mi familia.
El sumo sacerdote no negó lo que había hecho; confesó con
franqueza que le había suministrado esas cosas, no para
compla-
cer a David, sino a Saúl.
-Yo no sabía -dijo-, que era tu adversario; pensé que era tu
fidelísimo siervo y capitán de una milicia de tus soldados,
y lo
que es más aún, tu yerno y tu pariente. Nadie confiere estos
favores a un adversario, sino a quien estima digno del mayor
respeto y buena voluntad. Tampoco fué la primera vez que le
había profetizado; lo hice otras veces, a menudo, lo mismo
que
ahora. Me dijo que tú lo habías enviado con mucha prisa a
cumplir una misión, y pensé que si no lo proveía de lo que
deseaba, atentaría contra ti
304
305
y no contra él. Por lo tanto, no pienses mal de mí, y no
sospeches de lo que yo consideré un acto de humanidad, a
causa
de lo que ahora te dicen sobre las tentativas de David,
porque yo
lo hice por servir a tu amigo, tu yerno y tu capitán de
milicia, y
no a tu adversario.
6. Las palabras del sumo sacerdote no persuadieron a Saúl;
su miedo era tan grande que no pudo dar crédito a una
disculpa
que era justa. Ordenó a los hombres armados que lo rodeaban
que lo mataran a él y a toda su familia. Como no se animaron
a
tocar al sumo sacerdote, temiendo más desobedecer a Dios que
al
rey, ordenó a Doeg el sirio que le diera muerte. Doeg se
hizo
ayudar por otros hombres tan perversos como él y mató a
Agimélec y sus familia, que eran en total trescientas
ochenta y
cinco personas. Saúl envió luego emisarios a Naba, la ciudad
de
los sacerdotes, con orden de matar a todos los que se
encontraran en ella, sin perdonar a mujeres ni niños, de
ninguna
edad, y de incendiar la ciudad. Sólo un hijo de Agimélec,
llamado
Abiatar, logró escapar.
Estas cosas ocurrieron tal como las había predicho Dios al
sumo sacerdote Eli, cuando le dijo que su posteridad sería
destruida, por la transgresión de sus dos hijos.
7. La conducta del rey Saúl, al cometer un crimen tan
bárbaro, asesinando a toda la familia de la dignidad del
sumo
pontífice, sin tener conmiseración por los niños, ni respeto
por
los ancianos, y arrasando la ciudad que Dios había elegido
para
propiedad y mantenimiento de los sacerdotes y profetas que
en
ella vivían, y la había destinado como única ciudad asignada
para la educación de esos hombres, hace comprender y
considerar la disposición de los hombres que cuando son de
baja
condición y carecen de poder para dar rienda suelta a su
genio y
sus gustos, se muestran equitativos y moderados, y sólo
persiguen lo que es justo, y se empeñan en ese sentido con
su
pensamiento y su acción. Entonces creen que Dios está
presente
en todos los actos de su vida, y que no sólo los ve sino que
conoce
sus pensamientos, de los que surgen las acciones.
Pero en cuanto adquieren poder y autoridad abandonan todos
esos conceptos, y como si no fueran más que actores de
teatro, se
quitan los disfraces y se vuelven audaces e insolentes y
desprecian las leyes humanas y divinas. Y precisamente lo
hacen
cuando más necesitan ser piadosos y justos, porque están más
que nadie ex
306
puestos a la envidia y todo lo que piensan y dicen es
observado por todos los hombres.
Se vuelven insolentes en sus actos, como si Dios ya no los
viera, o temiera su poder. Y ya sea que se aterroricen por
los
rumores, o que odien por inclinación, o que amen sin razón,
todo
les parece legítimo, firme, auténtico, y grato a los hombres
y a
Dios. En cuanto a lo que vendrá después, poco les preocupa.
Premian con honores a los que les prestan servicios, y luego
les
envidian la fama; los elevan a grandes dignidades y luego no
sólo
se las quitan sino que les quitan también la vida, con
acusaciones perversas que por su naturaleza extravagante son
increíbles.
Castigan a los hombres no por las acciones que merecen
condenación, sino basados en calumnias y acusaciones sin
examen, y haciendo extensivo el castigo no sólo a los que lo
merecen sino a todos los que puedan matar. Estas reflexiones
nos parecen claramente confirmadas por el ejemplo de Saúl
hijo
de Cis, primer rey que gobernó después de la aristocracia y
el
gobierno de los jueces, quien mató a trescientos sacerdotes
y
profetas por sospechar de Agimélec, con la maldad adicional
de
arrasarles la ciudad, como si quisiera destruir el templo,
los
sacerdotes y los profetas sin dejar ni siquiera el lugar que
pudiera producir otros.
8. Abiatar hijo de Agimélec, el único que se salvó de la
familia
de sacerdotes asesinados por Saúl, huyó, se reunió con David
y le
informó de la calamidad que había caído sobre su familia y
de la
muerte de su padre.
David respondió que cuando vió a Doeg sospechó lo que
podría ocurrir, pensando que sin duda acusaría falsamente al
sumo sacerdote ante el rey, y se culpó de haber sido el
causante
de la desgracia. Pero le pidió que se quedara a vivir con
él,
porque allí estaría mejor oculto que en cualquier otra
parte.
CAPITULO XIII
David tiene dos veces la oportunidad de matar a Saúl, y
no lo hace. Muerte de Samuel y Nabal
1. Por aquel entonces David fué informado de que los
filisteos
habían hecho una incursión en el país de Keilá y lo habían
sa
307
0
queado, y se ofreció a luchar contra ellos, si Dios, al ser
consultado por el profeta, le otorgaba la victoria. El
profeta le
dijo que Dios había dado una señal de victoria y David atacó
a
los filisteos con su compañía, derramándoles mucha sangre y
retirándose con el botín. Se quedó con los habitantes de
Keilá
hasta que recogieron el trigo y los frutos.
El rey Saúl se enteró de que David se hallaba con los
hombres
de Keilá, porque los hechos y el gran triunfo obtenido no
quedaron confinados al sitio de la acción; se difundieron y
llegaron al conocimiento de otras personas hasta que el
episodio
y el nombre de su autor fueron llevados a oídos del rey.
Saúl se alegró de saber que David estaba en Keilá.
-Dios lo puso en mis manos -dijo-, ya que lo obligó a ir a
una
ciudad que tiene muros, puertas y cerrojos.
Ordenó que todo el pueblo corriera a Keilá, y que después de
sitiarla y tomarla, mataran a David. Pero David se anticipó;
ha-
biendo sabido por Dios que si se quedaba en la ciudad, los
habitantes de Keilá lo entregarían a Saúl, tomó sus
cuatrocientos hombres y se retiró a un desierto que se
hallaba
junto a una ciudad llamada Engadi. Enterado el rey de que
había huido de Keila, abandonó la expedición.
2. David se fué luego de allí y se trasladó a cierto lugar
llamado Cena (La Nueva), perteneciente a Zifene; allí fué a
verlo
Jonatás hijo de Saúl, lo saludó y lo exhortó a tener ánimo y
esperanza en lo porvenir y no desalentarse por las presentes
circunstancias, porque él sería rey y tendría a sus órdenes
a
todas las fuerzas hebreas. Pero añadió que esa dicha suele
venir
con grandes trabajos y penas. Luego renovó los juramentos de
confianza y fidelidad mutua y puso a Dios de testigo de las
execraciones que se había lanzado a sí mismo para el caso de
que
transgrediera el pacto y cambiara de conducta por otra
contraria. Jonatás lo dejó luego, más tranquilo en sus
inquietudes y temores, y regresó a su casa.
Los hombres de Zifene, para complacer a Saúl, le informaron
que David se hallaba entre ellos y que si se trasladaba a la
ciudad se lo entregarían; si el rey ocupaba los caminos de
Zifene,
David no podría huir a ningún otro pueblo.
El rey elogió su fidelidad, manifestando que les quedaba
agradecido por la información que le habían dado de su
enemigo;
y les
308
prometió que no pasaría mucho tiempo sin que les
recompensara su amabilidad. Mandó un grupo de hombres para
buscar a David y registrar el desierto, y aseguró que él los
seguiría personalmente.
Los zifenos se adelantaron al rey para cazar a David, y se
em-
peñaron no sólo en demostrar su buena voluntad a Saúl,
infor-
mándole dónde estaba su enemigo, sino para evidenciarlo más
claramente entregándolo en sus manos. Pero esos hombres
fracasaron en sus malos propósitos tanto más injustos cuanto
que no hubieran corrido ningún riesgo por no hacer esas
revelaciones a Saúl; no obstante acusaron falsamente y
prometieron traicionar a un hombre amado por Dios, que era
buscado injustamente para ser muerto y que podía haber
seguido oculto, y todo para halagar al rey y esperar su
recompensa. Cuando David se enteró de las malignas
intenciones de los zifenos y de que se acercaba Saúl,
abandonó
los desfiladeros de esa comarca y huyó a las grandes rocas
del
desierto de Maon.
3. Saúl se apresuró a perseguirlo; estando en marcha se
ente-
ró que David había salido de los desfiladeros de Zifene y se
dirigía hacia el otro lado de la roca. Pero la noticia de
que los
filisteos habían realizado otra incursión en el país de los
hebreos
desvió a Saúl de la persecución cuando David estaba a punto
de
ser apresado; tuvo que volverse para hacer frente a los
filisteos,
que eran el enemigo hereditario y juzgaba más necesario
vengarse de ellos que apresar a un enemigo personal y
permitir
el saqueo de su país.
4. De ese modo David escapó inesperadamente al peligro en
que se hallaba, y llegó a los desfiladeros de Engadi.
Expulsados
los filisteos, Saúl recibió la información de que David se
encontraba dentro de los límites de Engadi. Tomó entonces
tres
mil hombres armados selectos y se apresuró a trasladarse
hasta
allí. Cuando ya estaba cerca vió una cueva profunda y vacía
junto al camino, con una gran abertura, ancha y larga, que era
precisamente donde se ocultaban David y sus cuatrocientos
hombres.
Teniendo necesidad de aliviar el cuerpo, entró solo en la
cueva. Uno de los compañeros de David lo vió y dijo a David
que
por la providencia de Dios tenía ahora oportunidad de
vengarse
de su adversario, y le aconsejó que le cortara la cabeza y
se
librara de sus preocupaciones y su vida errante. David se
levantó
pero cortó solamente la falda de la vestimenta que llevaba
puesta Saúl; luego,
309
1
1
habiendo cambiado inmediatamente de opinión, declaró que
no era justo matar al que era su amo, y a quien Dios había
considerado digno de ocupar el trono; aunque abrigaba malas
intenciones hacia él, no quería responderle de la misma
manera.
Después que Saúl salió de la cueva David corrió hasta la en-
trada y le gritó que lo escuchara. El rey se volvió y David,
de
acuerdo con la costumbre, se prosternó ante él de cara al
suelo y
dijo:
-No debes, 1oh, rey!, prestar oídos a los perversos y a los
que
inventan calumnias, ni complacerlos hasta el punto de creer
lo
que dicen, ni abrigar sospechas de los que son tus mejores
ami-
gos, sino juzgar la disposición de los hombres por sus
actos, por-
que la calumnia engaña a los hombres, pero las acciones son
una
clara demostración de sus buenos sentimientos. Las palabras,
por su propia naturaleza, pueden ser verdaderas o falsas,
pero
las acciones de los hombres exponen abiertamente sus
verdaderas intenciones. Guiándote por ellas bien podrás
creerme, y creer en mi respeto hacia ti y tu casa, y no dar
crédito
a los que fraguan acusaciones atribuyéndome propósitos que
jamás he tenido, ni es posible que se realicen; por eso
quieres
quitarme la vida, y sin darme respiro ni de día ni de noche
tratas
injustamente de acorralarme para darme muerte. ¿Cómo has
llegado a concebir la falsa idea de que yo quiero matarte?
¿Cómo
no ha de ser un crimen de impiedad contra Dios, buscar la
pérdida y juzgar adversario al hombre que hoy te tuvo en su
poder y pudo vengarse y castigarte, y no lo hizo? No
aproveché la
oportunidad que tú en mi caso no hubieras dejado pasar,
porque
cuando te corté un trozo del vestido lo mismo podría haberte
cortado la cabeza.
David le mostró el trozo del vestido como prueba de que le
estaba diciendo la verdad.
-Yo me abstuve de tomar una justa venganza, pero tú no tie-
nes reparos en perseguirme con tu odio injusto. Que Dios
haga
justicia y resuelva sobre nuestros respectivas conductas.
Asombrado Saúl ante su extraña salvación, e impresionado
grandemente por la moderación y la generosidad del joven, se
echó a llorar. David hizo lo mismo, y el rey le dijo que él
tenía
motivos para llorar.
-Tú fuiste bueno conmigo, y yo te he devuelto mal por bien.
Hoy demostraste poseer la virtud de los antiguos que
determinaron que el hombre debe salvar a su enemigo cuando
lo
sorprende en un lugar desierto. Ahora estoy convencido de
que
Dios reserva el trono para ti, y de que obtendrás el mando
de
todos los hebreos. Asegúrame con juramento que no extirparás
a
mi familia, y que por el recuerdo del mal que te hice no
destruirás a mi posteridad, y que en cambio salvarás y
protegerás a mi casa.
David se lo juró como lo deseaba, y envió a Saúl de vuelta a
su reino. Mientras que él y sus acompañantes se dirigieron a
los
desfiladeros de Masterón.
5. Por aquel entonces murió el profeta Samuel. Fué un hom-
bre que gozó entre los hebreos de un respeto extraordinario.
El
aprecio de su virtud y el afecto que lo rodeaba se revelaron
en el
duelo que guardó el pueblo por él durante mucho tiempo, en
la
solemnidad y el pesar que se manifestaron en los funerales y
en
la observancia de todo el rito fúnebre.
Lo sepultaron en Armata, su ciudad natal, y lo lloraron
muchos días. No fué el pesar público con el que se lamenta
la
muerte de un extranjero; cada cual la sintió profundamente
como si fuera la de un pariente personal.
Fué un hombre justo, de carácter amable y por eso muy que-
rido por Dios. Gobernó y presidió al pueblo, solo, después
de la
muerte del sumo pontífice Eli, durante doce años, y luego
die-
ciocho junto con el rey Saúl. Y con esto damos por terminada
la
historia de Samuel.
6. Había un hombre de la tierra de Zifene, de la ciudad de
Maón, que era rico y tenía numeroso ganado; un rebaño de
tres
mil ovejas y otro de mil cabras. David había encargado a sus
compañeros que no dañaran ni perjudicaran esos rebaños, ni
por
codicia, ni por necesidad, ni porque estuvieran en el
desierto y no
podían ser fácilmente descubiertos; debían poner por encima
de
todo el principio de no perjudicar a nadie y considerar un
crimen
horrible, contrario a la voluntad de Dios, tocar lo que
pertenecía a otro hombre.
David les dió estas instrucciones, pensando que concedía su
favor a un hombre que lo merecía. El hombre se llamaba
Nabal,
y era rudo, de vida perversa y conducta cínica, pero había
tenido
s
D
la suerte de casarse con una mujer de buen carácter,
prudente y hermosa.
David envió a Nabal, cuando estaba esquilando, diez de sus
hombres, para saludarlo en su nombre y desearle que le
sonriera
la suerte durante muchos años, y pedirle que le suministrara
un
poco de lo que él tenía en abundancia, ya que sin duda se
había
enterado por sus pastores que sus hombres no lo habían
ofendido
y habían sido en cambio sus guardianes durante todo el
tiempo
que había durado su permanencia en el desierto. Añadieron
que
no se arrepentiría de dar algo a David.
Transmitido el mensaje, Nabal respondió a los mensajeros de
manera ruda e inhumana, preguntándoles quién era David.
Cuando le dijeron que era el hijo de Isaí, replicó que ahora
a los
fu. gitivos que abandonaban a sus amos les daba por volverse
insolentes y pretenciosos.
Enterado David de su respuesta, montó en cólera y
ordenando a cuatrocientos hombres que lo siguieran con sus
armas, dejó doscientos al cuidado de las cosas (porque ya
tenía
seiscientos), y se dirigió al campo de Nabal, jurando que
aquella
noche destruiría completamente su casa y sus posesiones.
David
estaba ofendido, no sólo por su ingratitud, por no haber
correspondido a la cortesía demostrada, sino también por
haberlo reprochado usando palabras viles, sin tener motivo
ninguno de disgusto.
7. Uno de los que cuidaban los rebaños de Nabal informó a su
ama, la esposa de Nabal, que su esposo había recibido con
palabras poco civiles a los mensajeros de David, a pesar de
que
David había tomado extraordinarios cuidados para evitarle
todo
daño a sus rebaños; ese episodio sería indudablemente
desastroso para su amo.
Oyendo estas palabras del criado, Abigail, que éste era su
nombre, ensilló su asno y lo cargó con toda clase de
regalos; y sin
decir nada a su marido (que estaba borracho), se dirigió al
en-
cuentro de David, a quien vió cuando descendía la colina, al
fren-
te de sus cuatrocientos hombres. La mujer bajó del asno y
pros-
ternándose de cara al suelo le rogó que no tomara en cuenta
las
palabras de Nabal, porque éste era realmente lo que indicaba
su
nombre. Nabal en hebreo significa locura. Abigail se
disculpó
diciendo que no había visto a los mensajeros de David.
-Perdóname -dijo-, y agradece a Dios por haberte impedido
derramar sangre humana; porque mientras tú te mantengas
inocente, Dios te vengará de los perversos, y las desdichas
que
aguardaban a Nabal caerán sobre la cabeza de tus enemigos.
Sé
generoso conmigo y considérame digna de aceptarme estos
presentes y por consideración hacia mí, olvida tu ira y tu
enojo
contra mi esposo y su casa; puesto que has de ser nuestro
rey la
gentileza y la humanidad te sentarán.
David aceptó los regalos y le dijo:
-Sólo la misericordia de Dios, mujer, fué la que te trajo
hasta
aquí, porque de lo contrario no verías el día de mañana,
porque
yo había jurado destruir la casa de Nabal esta misma noche,
sin
dejar vivo a nadie que pertenezca a ese hombre que fué tan
in-
grato conmigo y mis compañeros. Tú llegaste a tiempo para
apa-
ciguarme, porque estás bajo la providencia de Dios. En
cuanto a
Nabal, aunque ahora eluda gracias a ti el castigo, no
siempre po-
drá huir de la justicia y su conducta será algún día su
ruina.
8. Dicho esto David despidió a la mujer. Abigail volvió a su
casa y encontró a su marido comiendo con una gran compañía,
y
ofuscado por el vino; no dijo nada de lo que había ocurrido
pero
al día siguiente cuando Nabal estaba sereno, le contó todos
los
detalles. Las palabras de la mujer y la pena que le
produjeron le
dejaron el cuerpo como si estuviera muerto; vivió diez días
más y
murió.
Al saberlo David dijo que Dios lo había vengado justamente,
porque Nabal había muerto por su propia maldad quedando las
manos de David limpias. Comprendió entonces que los
perversos
eran perseguidos por Dios, que no descuidaba a nadie, que
daba
a los buenos lo que les correspondía e infligía un merecido
cas-
tigo a los malos. Envió a buscar a la esposa de Nabal,
invitán-
dola a vivir con él y ser su esposa. La mujer respondió a
los men-
sajeros que no era digna de tocar los pies de David; pero
fué con
todos sus criadas y se convirtió en su esposa, recibiendo
ese
honor por su prudencia, su vida virtuosa y su belleza. David
ya
tenía una esposa, que era de la ciudad de Atiesar. En cuanto
a
Mical, la hija del rey Saúl, que había sido esposa de David,
su
padre la había dado en matrimonio a Feltias hijo de Liso, de
la
ciudad de Galim.
f
313
9. Después de esto varios zifenos fueron a decir a Saúl que
David había vuelto a su tierra, y que si los ayudaba, lo
aprehen-
derían. Saúl se trasladó a Zifene con tres mil hombres
armados,
y al acercarse la noche instalaron el campamento en un lugar
llamado Sicela.
Enterado David de que Saúl marchaba contra él envió espías
a averiguar en qué lado del país se hallaba. Cuando supo que
estaba en Sicela, ocultando su salida a sus compañeros se
dirigió
hacia el campamento de Saúl acompañado por Abiseo, el hijo
de
su hermana Saruia, y por Agimélec el heteo.
Saúl estaba durmiendo; los hombres armados con su coman.
dante, Abner, dormían tendidos alrededor, formando círculo.
Da-
vid penetró en la tienda del rey, pero no lo mató, aunque
sabía
dónde estaba tendido, porque Saúl tenía la lanza clavada en
el
suelo al lado de él, ni permitió a Abiseo que lo matara,
aunque
éste deseaba decididamente hacerlo. David declaró que sería
un
crimen horrible matar al hombre que había sido ordenado rey
por Dios, aunque fuera un hombre perverso; aquél que le
había
dado el poder a su turno lo castigaría.
Contuvo, por lo tanto, a Abiseo, pero para demostrar que
había estado en su mano matarlo, tomó la lanza y la bota de
agua que tenía Saúl a su lado y salió sin ser advertido del
campamento, donde todos dormían. Se retiró y después de
atravesar un arroyo, subió a una loma, desde la que podía
ser
oído, y llamó a grandes voces a los soldados de Saúl y a su
comandante Abner, hasta despertarlos. El comandante lo oyó y
preguntó quién lo llamaba.
-Soy yo -respondió David-, el hijo de Isaí, a quien vos.
otros
habéis convertido en un vagabundo. ¿Pero qué es esto? ¿Tú
que
eres un hombre de tan gran dignidad y de primera fila en la
corte del rey, tan poco te preocupas por la seguridad de tu
amo?
¿Tiene para ti más importancia dormir que cuidar y proteger
al
rey? La negligencia de todos vosotros merece la muerte y el
castigo, porque no habéis advertido hace un rato que alguien
entró en el campamento y llegó hasta el sitio donde dormía
el
rey. Si buscas la lanza del rey y su bota de agua,
comprenderás
la desgracia que estuvo a punto de ocurrir en vuestro campo sin
que lo sepáis.
Saúl oyó la voz de David y comprendió que lo había tenido en
su poder mientras dormía y sus guardias se preocupaban
poco de cuidarlo; a pesar de todo no lo había matado,
perdonándolo cuando podía haberlo matado con toda justicia.
Y
le dijo que le debía dar las gracias; lo exhortó a que
tuviera valor
y no temiera nada de él en lo sucesivo, y le aseguró que
podía
volver a su hogar; porque ahora estaba convencido de que
David
lo amaba más que él mismo; había alejado de su lado al
hombre
que mejor lo habría protegido y que le había dado tantas
demostraciones de su buena voluntad. Lo había obligado a
vivir
desterrado mucho tiempo, temiendo por su vida, separado de
sus
amigos y parientes; él, en cambio, le había salvado la vida
varias
veces cuando estaba en peligro de perecer.
David le pidió que mandara a buscar la lanza y la bota de
agua, y agregó que Dios sería el juez de su carácter y de
los actos
de uno y otro, porque él sabía que se había abstenido de
matarlo
cuando pudo haberlo hecho.
10. Por aquel entonces los filisteos resolvieron hacer la
guerra
de David, Saúl se retiró al palacio real de su ciudad.
David, te-
meroso de que si se quedaba en aquel sitio sería apresado
por
Saúl, creyó más prudente transladarse al país de los
filisteos y
quedarse allí a vivir. Fué, por lo tanto, con sus
seiscientos hom-
bres, a ver a Anco, rey de Gita, que era una de sus cinco
ciudades.
El rey lo recibió con su gente y les dió un lugar para
habitar.
David tenía consigo a sus dos esposas, Agima y Abigail y se
ins-
taló en Gita. Enterado Saúl no volvió a hablar de enviar o
ir a
buscarlo, ya que dos veces había sido apresado por él cuando
tra-
taba de aprehenderlo.
No obstante David no quiso quedarse en la ciudad de Gita, y
pidió al rey, que lo había recibido con tanta humanidad, que
le
concediera otro favor y le otorgara un lugar del país como
resi-
dencia; temía que si seguía viviendo en la ciudad sería una
carga
gravosa para él. Anco le dió una aldea llamada Secela, que
luego
recordaron con cariño él y sus hijos, cuando fué rey.
Pero sobre esto daremos información al lector en otro sitio.
David vivió en Secela, en el país de los filisteos, cuatro
meses y
veinte días. Privadamente atacó a los serritas y los
amalecitas
que eran vecinos de los filisteos, arrasó sus países y
después de
tomar gran botín de animales y camellos, regresó a su casa.
David
f
314
315
perdonó a los hombres', temiendo que informaran al rey Anco,
pero mandó a éste una parte del botín como presente voluntario.
Cuando el rey preguntó a quién había atacado para recoger
ese
botín, le dijo que a las poblaciones judías del sud que
vivían en la
llanura, y logró que el rey le creyera. Este concibió la
esperanza
de que habiendo David combatido contra los de su propia
nación
podría mantenerlo toda la vida como servidor de él en su
tierra.
CAPITULO XIV
Los filisteos salen nuevamente contra los hebreos y los de
rrotan. Mueren en el combate Saúl y sus hijos
1. Por aquel entonces los filisteos resolvieron hacer la
guerra
a los israelitas, y mandaron llamar a todos sus confederados
para que fueran con ellos a Renga a hacer la guerra; allí se
reunirían y atacarían de sorpresa a los hebreos. Anco, rey
de
Gita, quiso que David lo asistiera con sus hombres contra
los
hebreos. David accedió diciéndole que había llegado el
momento
de devolverle su bondad y su hospitalidad.
El rey le prometió nombrarlo su guardia personal después de
la victoria, si la batalla con el enemigo se decidía en su
favor.
Esta promesa de honores y confianza se la hizo para
acrecentar
su celo.
2. Saúl, el rey de los hebreos, había expulsado del país a
los
adivinos y nigromantes y a todos los demás que ejercían esas
artes, exceptuando a los profetas. Al enterarse de que venían
los
filisteos y de que habían instalado campamento cerca de la
ciudad de Suna, situada en la llanura, se puso en marcha
contra
ellos a la cabeza de sus fuerzas. Al llegar a una montaña
llamada Gelboe instaló su campamento delante del enemigo.
Pero al ver al ejército del enemigo se sintió grandemente
perturbado porque le pareció numeroso y superior al suyo.
Interrogó a Dios por medio de los profetas acerca de la
batalla, para saber de antemano cuáles serían sus acciones.
Como Dios no contestara, Saúl sintió acrecentar grandemente
sus temores; per
1 En I Samuel (XXVII, 11) dice en cambio que los mataba a
todos, para evitar que "dieran aviso".
dió el valor, previendo, como era razonable suponer, que
sufriría un descalabro, al no contar con la asistencia de Dios.
Ordenó a sus sirvientes que averiguaran por medio de alguna
mujer nigromante de las que llamaban el alma de los muertos,
si
las cosas sucederían en la medida de sus deseos. Esas
mujeres
evocaban el alma de los muertos y predecían por su
intermedio
los hechos futuros a los que deseaban conocerlos. Uno de sus
sir-
vientes le dijo que en la ciudad de Endor había una mujer de
ésas. Sin que nadie lo supiera en el campamento, Saúl se
quitó
sus vestimentas reales y llevando consigo dos criados de los
más
fieles fué a Endor a ver a la mujer y le rogó que le
adivinara lo
porvenir y que llamara a un alma que él le nombraría. La
mujer
se negó, diciendo que no quería violar el edicto del rey que
había
proscrito esa clase de adivinas, y que hacía mal, porque ella
no le
había hecho ningún daño, en tenderle esa celada para que
cometiera una acción prohibida que le acarrearía un castigo.
Saúl le juró que nadie sabría lo que hiciera y que 61 no le
diría a nadie lo que le predijera y no correría ningún
peligro.
Inducida la mujer por el juramento a no temer ningún daño,
Saúl le pidió que llamara al alma de Samuel. Sin saber quién
era
Samuel, la mujer lo evocó del otro mundo.
Cuando llegó, la mujer vió que era venerable, de formas
divi-
nas y quedó perturbada. Atónita ante su vista, preguntó:
-¿No eres tú el rey Saúl?
Porque Samuel le había informado quién era. Saúl le
respondió afirmativamente y le preguntó a qué se debía su
perturbación. La mujer le dijo que había visto ascender una
persona que por su forma era como un Dios. Saúl le pidió que
le
dijera cómo era, cómo vestía y de qué edad parecía ser.
-Era un anciano -respondió ella-, un personaje glorioso,
vestido con un manto sacerdotal.
El rey comprendió que se trataba de Samuel, y postrándose
de cara al suelo lo saludó y lo veneró. El alma de Samuel le
preguntó por qué lo había molestado haciéndolo venir.
Saúl se lamentó de la necesidad en que se hallaba; sus
enemi-
gos lo presionaban y no sabía qué hacer; Dios lo había
abando-
nado y no podía obtener de él la predicción de lo que
vendría, ni
por los profetas ni por sueños.
l
-Estas son las razones de que haya recurrido a ti, que
siempre
me atendiste.
Pero Samuel, viendo que había llegado el fin de la vida de
Saúl, dijo:
-Es vano tu deseo de averiguar algo más por mi intermedio,
ya que Dios te abandonó. Escucha, sin embargo, lo que te
digo;
David será rey y concluirá con buen éxito esta guerra. Tú
perde-
rás tu dominio y tu vida, porque no obedeciste a Dios en la
guerra con los amalecitas, ni observaste sus mandamientos,
como te lo predije cuando estaba vivo. Has de saber, por lo
tanto,
que el pueblo será sometido a sus enemigos, y que tú y tus
hijos
caerán mañana en la batalla, y tú vendrás a reunirte
conmigo.
3. Al oír estas palabras Saúl quedó mudo de dolor y cayó al
suelo, ya sea por el pesar que le había causado el anuncio,
o por-
que no había comido nada desde el día anterior. Cuando con
grandes dificultades volvió en sí la mujer lo obligó a tomar
algún
alimento, pidiéndoselo como única recompensa por el oráculo
que
le había dado, temerosa del que no había reconocido. Por eso
le
pidió que le permitiera ponerle una mesa con alimentos para
que
recobrara las fuerzas y volviera sano y salvo al campamento.
Saúl rechazó su propuesta a causa de su ansiedad, pero la
mujer insistió y al fin lo convenció de que comiera. Tenía
un
ternerito por el que sentía mucho cariño, al que cuidaba y
alimentaba personalmente, porque era una mujer que vivía de
su trabajo y no poseía más que un solo ternerito. Lo mató y
lo
aderezó y lo sirvió a Saúl y sus sirvientes. Saúl volvió al
campamento cuando todavía era de noche.
4. Es justo encomiar la generosidad de esa mujer, porque ha-
biendo prohibido el rey el empleo de sus artes que le habían
dado
más bienestar, aunque nunca había visto al rey no le guardó
ren-
cor por haber condenado su ciencia y no lo rechazó como
extraño
y desconocido.
En cambio le tuvo compasión y lo consoló y lo exhortó a ven-
cer su disgusto y le ofreció el único bien que poseía, como
pobre
mujer que era; y lo hizo sinceramente, con mucha humanidad,
sin pedirle nada en cambio de su amabilidad, ni persiguiendo
favores futuros, porque sabía que el rey iba a morir; los
hombres
en cambio son naturalmente ambiciosos para complacer a los
que les
dan beneficios o están muy dispuestos a servir a aquellos de
quienes esperan alguna ventaja.
Es digno de imitar el ejemplo de esa mujer, haciendo el bien
a
quien lo necesita; y pensar que nada es mejor ni más propio
de la
humanidad que esa general beneficencia, ni nada que haga más
fácilmente favorable a Dios y dispuesto a acordarnos cosas
buenas.
Y esto es suficiente en lo que respecta a la mujer. Pero
quiero
hablar ahora de otro tema, que me dará oportunidad de
comentar lo que es ventajoso para las ciudades, los pueblos
y las
naciones, y conveniente para el gusto de las personas
buenas, y a
todos inducirá a conservar la virtud y podrá mostrarles la
forma
de conseguir gloria y fama imperecedera. También servirá
para
imprimir en los reyes de las naciones y los gobernantes de
las
ciudades inclinación y diligencia para hacer el bien, y
animarlos
a arrostrar peligros y a morir por sus patrias y les
enseñará a
despreciar las más terribles adversidades. La ocasión para
desarrollar estas reflexiones me la proporciona Saúl, el rey
de los
hebreos.
Aunque por la predicción del profeta conocía su destino y su
próxima muerte, no pensó rehuirla, ni aun por amor a la
vida, ni
llegar hasta el punto de entregar a su pueblo al enemigo y
deshonrar la dignidad real. Exponiéndose, él y 3u familia,
al
peligro, juzgó que era un acto de arrojo caer junto con
ellos en la
lucha por sus objetivos. Era mejor que sus hijos murieran
demostrando valor que dejarlos abandonados a su conducta
incierta. Dejó en cambio a sus sucesores y a la posteridad
una
fama duradera.
Un hombre así me parece a mí justo, valiente y sabio; y
cuan-
do alguien ha llegado a ese estado de ánimo, o llegará
después,
ése es el hombre que debe ser honrado por todos con el
testimo-
nio de un hombre virtuoso y valiente. A los que van a la
guerra
con la esperanza del triunfo y de volver sanos y salvos
después
de haber realizado alguna acción gloriosa, pienso que no
hacen
bien los que los llaman valientes, como muchos historiadores
y
escritores suelen hacerlo, aunque confieso que también ellos
merecen con justicia cierto encomio, pero sólo pueden ser
reputados de valientes y audaces en grandes empresas y
despreciadores de la adversidad, los que imitan a Saúl.
Los que ignoran la suerte que la guerra les tiene deparada,
y
aunque se entregan sin desmayos a un futuro incierto, y son
arrojados de un lado para otro, como un navegante en un mar
embravecido, no son ejemplos muy eminentes de generosidad,
aunque puedan realizar grandes hazañas; pero cuando saben de
antemano que deben morir y que sufrirán la muerte en la
batalla, y no sólo no se asustan ni se pasman ante el
terrible
destino que les espera sino que van directamente a su
encuentro,
ésos son los que yo considero hombres realmente valientes.
Así lo
hizo Saúl, demostrando con ello que aquellos que quieran ser
famosos después de la muerte deben actuar de esta manera,
sobre todo los reyes, a quienes su alto cargo les prohibe no
sólo
ser malos para gobernar a sus súbditos sino también ser nada
más que moderadamente buenos.
Podría decir mucho más de Saúl y su valor, porque el tema lo
permite, pero por no aparecer excesivo en su elogio vuelvo a
la
historia de la que me aparté para hacer esta digresión.
5. Los filisteos, como dije, instalaron el campamento y
conta-
ron las fuerzas por naciones, reinos y gobiernos. El rey
Anco
venía al final de todos con su ejército, y detrás de él
David con
sus seiscientos hombres. Cuando los comandantes de los
filisteos
lo vieron, preguntaron al rey de dónde venían esos hebreos y
quién los había invitado.
Achis respondió que era David, que había huido de su jefe
Saúl y a quien él había recibido cuando fué a su tierra.
Ahora
quería devolverle los favores y vengarse de Saúl, y se había
con-
vertido en su aliado.
Los comandantes le reprocharon por haber tomado como
aliado a un enemigo, y le aconsejaron que lo despidiera,
porque
si su jefe le daba una oportunidad de reconciliarse con él
haría
daño a sus amigos. Previéndolo prudentemente, le aconsejaron
que lo enviara de vuelta con sus seiscientos hombres al
sitio que
le había dado para habitar, porque aquél era el David a
quien las
vírgenes habían celebrado en sus himnos diciendo que había
destruido decenas de miles de filisteos.
Oyendo esto el rey de Gita juzgó que tenían razón y llamando
a David le dijo:
-Yo puedo atestiguar que me has demostrado diligencia y
amabilidad, y por eso te tomé como aliado; pero lo que hice
no
agra
da a nuestros comandantes. Luego, dentro de un día te
volverás al sitio que te di, sin temer ningún daño, y
cuidarás allí
mi país contra la posibilidad de que hagan alguna incursión
nuestros enemigos; ésa será una parte de la ayuda que espero
de
ti.
Obedeciendo la orden del rey de Gita David regresó a Secela,
pero ocurrió que mientras David había ido a ayudar a los
filis-
teos irrumpieron en el lugar los amalecitas, tomando a
Secela y
prendiéndole fuego. Después de apoderarse de un gran botín
allí
y en otras partes de la tierra de los filisteos, se
retiraron.
6. David se halló con que Secela había sido arrasada y
saqueada y que sus dos esposas y las esposas de sus
compañeros
y sus respectivos hijos habían sido tomados en cautiverio.
David
se rasgó las ropas llorando y lamentándose, junto con sus
amigos. Se sintió tan abrumado por la desgracia, que al
final
hasta le faltaron las lágrimas. Corrió además el peligro de
ser
apedreado por sus compañeros que, afligidos por la captura
de
sus esposas y sus hijos, culpaban a David de lo ocurrido.
David se recuperó de su pesar y elevó sus pensamientos a
Dios, pidiendo al sumo sacerdote Abiatar que se pusiera las
vestimentas sacerdotales, interrogara a Dios y profetizara
si
persiguiendo a los amalecitas le concedería la victoria
sobre ellos
y salvaría a sus esposas e hijos, castigando a sus enemigos.
El sumo sacerdote le ordenó perseguirlos y él marchó en su
seguimiento con sus seiscientos hombres. Al llegar a un
arroyo
llamado Basel encontraron a un vagabundo, un egipcio medio
muerto de hambre (hacía tres días que erraba por el
desierto) ;
David le dió de comer y beber, tonificándolo, y luego le
preguntó
de quién era y de dónde venía.
El hombre le dijo que era egipcio y que había sido abando-
nado por su amo porque estaba enfermo y débil y no podía se-
guirlo. Su amo era uno de los jefes que habían quemado y sa-
queado a Secela y otras partes de Judea. David lo usó como
guía
para buscar a los amalecitas; los encontró desparramados por
el
suelo, algunos comiendo, otros descompuestos y completamente
borrachos de vino, gozando por las depredaciones y el botín
que
habían obtenido.
David cayó sobre ellos de improviso e hizo una gran matanza,
porque estaban desarmados y no esperaban ningún ataque, y se
321
entregaban a festejar y beber. De este modo fueron
fácilmente
destruídos. Algunos, sorprendidos junto a las mesas, fueron
muertos en esta postura, mezclándose la sangre con los
alimentos y las bebidas. A otros los mataron mientras
brindaban
con sus copas y a otros cuando estaban amodorrados con el
vientre lleno.
A los que tuvieron tiempo para armarse los mataron tan
fácil-
mente como a los que estaban desarmados. Los compañeros de
David continuaron la matanza desde las primeras horas del
día
hasta la noche, no quedando vivos más que cuatrocientos
amale-
citas, los que pudieron huir saltando sobre sus dromedarios
y sus
camellos.
David recuperó no sólo el botín que el enemigo se había
lleva-
do, sino también sus esposas y las esposas de sus
compañeros.
Cuando volvieron al sitio donde habían dejado los doscientos
hombres que no los habían podido seguir y se habían quedado
a
cuidar sus efectos, los cuatrocientos de la expedición no
creyeron
conveniente dividir con ellos la presa obtenida, ya que no
los ha-
bían acompañado a perseguir al enemigo pretextando
debilidad,
y manifestaron que deberían conformarse con haber recobrado
sus esposas. Pero David declaró que esa opinión era perversa
e
injusta, y que si Dios les había concedido el favor de que
se ven-
garan de sus enemigos y recuperaran lo que les pertenecía,
debían distribuir lo obtenido en partes iguales, porque los
restantes se habían quedado para cuidar las cosas. Desde
entonces rige la ley de que aquellos que se quedan a cuidar
las
cosas reciben una parte igual a la de los combatientes.
De regreso David en Secela, envió partes de la presa a sus
fa-
miliares y amigos de la tribu de Judá. De ese modo
terminaron
los hechos del saqueo de Secela y de la matanza de los
amalecitas.
7. Entablada la batalla con los filisteos hubo un encuentro
reñido y los filisteos resultaron vencedores y mataron gran
número de sus enemigos. Saúl, rey de Israel, y sus hijos, se
condujeron con gran valentía y decisión, sabiendo que toda
su
gloria dependía nada más que de morir honrosamente. Se
expusieron al mayor peligro (ya que no les quedaba ninguna
otra
esperanza), y atrajeron sobre sí todo el poder del enemigo,
hasta
que fueron rodeados y muertos, pero no antes de matar
numerosos filisteos.
Los hijos de Saúl eran Jonatás, Aminadab y Melquiso, y cuan
do cayeron muertos la multitud de los hebreos se dió a la
fuga
en desorden y confusión, y fué perseguida y exterminada por
los
filisteos. Saúl por su parte huyó rodeado por una fuerte
guardia
de soldados y perseguido por filisteos que les arrojaban
jabalinas
y les disparaban flechas. Saúl perdió a sus compañeros,
salvo
unos pocos y él mismo peleó con gran bravura. Cuando las
numerosas heridas que había recibido no le permitieron
seguir
en pie ni continuar luchando, como no podía matarse a sí
mismo,
pidió a su escudero que le sacara la espada y lo atravesara
con
ella, para evitar que el enemigo lo tomara vivo. El escudero
no se
animó a matar a su amo, y Saúl sacó la espada y apoyándose
sobre la punta trató de ensartarse en la hoja.
No lo pudo lograr y viendo un joven que pasaba cerca le pre-
guntó quién era. Enterado de que era un amalecita, le pidió
que
le empujara la espada dentro del cuerpo, porque él no podía
ha-
cerlo por sí mismo.
El joven accedió y tomando luego el brazalete de oro que
lle-
vaba Saúl y la corona de oro que tenía en la cabeza, huyó
co-
rriendo. Viendo el escudero que Saúl estaba muerto, se mató
él
también. De los guardias del rey no escapó ninguno; todos
ca-
yeron en la montaña llamada Gelboe. Enterados los hebreos
que
vivían en el valle al otro lado del Jordán, y los de las
ciudades de
la llanura, de que habían caído Saúl y sus hijos y que la
multitud
que los rodeaba había sido destruida, abandonaron las
ciudades
y se refugiaron en las fortalezas amuralladas. Los filisteos
hallaron las ciudades desiertas y se instalaron en ellas.
8. Al día siguiente fueron los filisteos a despojar los
cuerpos
de los enemigos. Encontraron los cadáveres de Saúl y sus
hijos,
los despojaron y les cortaron la cabeza. Luego enviaron
mensa-
jeros a todo el país informando que había caído el enemigo;
con-
sagraron las armas en el templo de Astarté, y colgaron los
cuer-
pos en cruces en las paredes de la ciudad de Bezana, que
ahora
se llama Escitópolis. Al saber los habitantes de Jabis de
Galaad
que habían desmembrado los cadáveres de Saúl y sus hijos,
con
1 En el primer libro de Samuel dice que Saúl se echó sobre
su
espada (XXXI, 4). En el segundo Samuel (1, 6-10), el relato
hecho
a David por el
amalecita que lo ayudó a atravesarse completa este detalle
de
la muerte del rey, y así lo narra Josefo.
sideraron que sería terrible consentir esa barbaridad y
dejarlos sin sepultura. Los más valientes y osados (y en esa
ciudad había hombres fuertes y decididos), viajaron toda la
noche, llegaron a Bezana y descolgando de los muros enemigos
los cuerpos de Saúl y sus hijos se los llevaron a Jabis. El
enemigo, impresionado por su audacia, no se atrevió a
impedirlo.
Todo el pueblo de Jabis lloró, y después de quemar los
cuerpos los inhumaron en el mejor sitio del país, un lugar
llamado Arura. Observaron duelo público durante siete días,
hombres, mujeres y niños, que se golpearon el pecho y
lloraron al
rey y sus hijos, sin tomar alimentos ni bebida.
9. Eso fué el fin de Saúl, profetizado por Samuel, por haber
desobedecido la orden de Dios acerca de los amalecitas, y
por ha-
ber matado a Agimélee y su familia y destruído la ciudad de
los
sacerdotes. Saúl reinó dieciocho años durante la vida de
Samuel, y 22 despues de su muerte.