Martirio de Policarpo (relato completo)

 Os escribimos relatándoos el martirio de nuestros hermanos, y, en especial, del bienaventurado Policarpo, quien, con el sello de su fe, puso fin a la persecución de nuestros enemigos. Todo lo sucedido fue ya anunciado por el Señor en su Evangelio, en el cual se halla la regla de conducta que hemos de seguir. Según, El, por su permisión, fue entregado y clavado en la cruz para salvarnos.

 

Quiso que le imitáramos, y El fue el primero de entre los justos que se puso en manos de los malvados, mostrándonos de ese modo el camino que habíamos de seguir, y así, habiéndonos precedido El, no creyéramos que era demasiado exigente en sus preceptos. Sufrió El el primero lo que nos encargó a nosotros sufrir. Se hizo nuestro modelo, enseñándonos a morir, no sólo por utilidad propia, sino también por la de nuestros hermanos.El martirio, a aquellos que le padecen, les acarrea la gloria celestial, la cual se consigue por el abandono de las riquezas, los honores e incluso los padres.

 


¿Acaso tendremos por demasiado el sacrificio que hacemos a tan piadoso Señor, cuando sabemos que sobrepuja con creces lo que El hizo por sus siervos, a los que éstos pueden hacer por El? Por tanto, os vamos a narrar los triunfos de todos nuestros mártires, tal como nos consta que tuvieron lugar, su gran amor para con Dios y su paciencia en soportar los tormentos. ¿Quién no se llenará de admiración al considerar cuán dulces les eran los azotes, gratas las llamas del eculeo, amable la espada que los hería y suaves las brasas de las hogueras?

 

Cuando corriendo la sangre por los costados, con las entrañas palpitantes a la vista, tan constantes estaban en su fe, que aunque el pueblo conmovido no podía contener las lágrimas ante tan horrendo espectáculo, ellos solo estaban serenos y tranquilos. Ni siquiera se les oía un gemido de dolor; y así como habían aceptado con alegría los tormentos, del mismo modo los toleraban con fortaleza. A todos los asistía el Señor en los tormentos, no sólo con el recuerdo de la vida eterna, sino también templando la violencia de los dolores, para que no excediesen la resistencia de las almas.

 

El Señor les hablaba interiormente y les confortaba, poniéndoles ante los ojos las coronas que les esperaban si eran constantes; e ahí el desprecio que hacían de los jueces, y su gloriosa paciencia. Deseaban salir de las tinieblas de este mundo para ir a gozar de las claras moradas celestiales; contraponían la verdad a la mentira, lo terreno a lo celestial, lo eterno a lo caduco Por una hora de sufrimientos les esperaban goces eternos.

 

El demonio probó contra ellos todas sus artes; pero la gracia de Cristo les asistió como un abogado fiel. También Germanico, con su valor, infundía ánimos a los demás. Habiendo sido expuestos a las fieras, el procónsul, movido de compasión, le exhortaba a que tuviese piedad al menos de su tierna edad, si le parecía que los demás bienes no merecían ser tenidos en consideración.

 

Pero él hacía poco caso de la compasión que parecía tener por él su enemigo y no quiso aceptar el perdón que le ofrecía el juez injusto; muy al contrario, el mismo azuzaba a la fiera que se había lanzado contra el, deseoso de salir de este mundo de pecado. Viendo esto el populacho, quedó sorprendido de ver un ánimo tan varonil en los cristianos. Luego todos gritaron: "Que se castigue a los Impíos y se busque a Policarpo”.

 

En esto, un cristiano, llamado Quinto, natural de Frigia, y que acababa de llegar a Esmirna, él mismo se presentó al sanguinario Juez para sufrir el martirio. Pero la flaqueza fue mayor que el buen deseo. Al ver venir hacia sí las fieras, temió y cambió de propósito, volviéndose de la parte del demonio, aceptando aquello contra lo que iba a luchar. El procónsul, con sus promesas, logró de él que sacrificara.

 

En vista de esto, creemos que no son de alabar aquellos hermanos que se presentan voluntarios a los suplicios, sino mas bien aquellos que habiéndose ocultado al ser descubiertos, son constantes en los tormentos. Así nos lo aconseja el Evangelio, y la experiencia lo demuestra, porque éste que se presentó, cedió, mientras Policarpo, que fue prendido, triunfó.

 

Habiéndose enterado Policarpo, hombre de gran prudencia y consejo, que se le buscaba para el martirio, se ocultó. No es que huyera por cobarde, sino más bien dilataba el tiempo del martirio. Recorrió varias ciudades, y como los fieles le dijesen que se diese más prisa, y se ocultase prontamente, él no se preocupaba, como si temiera alejarse del lugar del martirio. Al fin se consiguió que se escondiese en una granja. Allí, noche y día, estuvo pidiendo al Señor le diera valor para sufrir la última pena.

 

Tresdías antes de ser prendido le fue revelado su martirio. Parecióle que la almohada sobre la que dormía estaba rodeada de llamas. Al despertarse el santo anciano dijo a los que con él estaban que había de ser quemado vivo.

 

Cambió de retiro para estar más oculto, mas apenas llegó al nuevo refugio llegaron también sus perseguidores. Estos buscaron largo rato y no hallándole cogieron a dos muchachos y los azotaron hasta que uno de ellos descubrió el lugar en que se hallaba oculto Policarpo. No podía ya ocultarse aquel a quien esperaba el martirio. El jefe de Policía de Esmirna, Herodes, tenía gran deseo de presentarle en el anfiteatro, para que fuese imitador de Cristo en la Pasión. Además, ordenó que a los traidores se les recompensara como a Judas.

 

 

 

 

 

 

 

Armado, pues un pelotón de soldados de a caballo, salieron un viernes antes de cenar en busca de Policarpo, con uno de los muchachos a la cabeza no como para prender a un discípulo de Cristo, sino como si se tratara de algún famoso ladrón. Encontráronle de noche oculto en una casa Hubiera podido huir al campo, pero cansado como estaba, prefirió presentarse él mismo a esconderse de nuevo, porque decía. "Hágase la voluntad de Dios; cuando El lo quiso me escondí, y ahora que El lo dispone, lo deseo yo también". Viendo, pues, a los soldados, bajo adonde ellos estaban y les habló cuanto su debilidad se lo permitió y el Espíritu de la gracia sobrenatural le inspiró.

 

Admiraban los soldados ver en él, a sus años, tanta agilidad y de que en tan buen estado de salud le hubieran encontrado tan pronto. En seguida mandó que les prepararan la mesa, cumpliendo así el precepto divino, que encarga proveer de las cosas necesarias para la vida aun a los enemigos. Luego les pidió permiso para hacer oración y cumplir sus obligaciones para con Dios. Concedido el permiso, oró por espacio de dos horas de pie, admirando su fervor a los circunstantes y hasta a los mismos soldados. Acabó su oración, pidiendo a Dios por toda la iglesia, por los buenos y por los malos, hasta que llegó el momento de recibir la corona de la justicia, que en todo momento había guardado […]

 

Al entrar en el anfiteatro se oyó una voz del cielo que decía: "Sé fuerte, Policarpo". Esta voz sólo la oyeron los cristianos que estaban en la arena, pero de los gentiles nadie la oyó. Cuando fue llevado ante el palco del procónsul, confesó valerosamente al Señor, despreciando las amenazas del juez.

 

El procónsul procuró por todos los medios hacerle apostatar, diciéndole tuviera compasión de su avanzada edad, ya que parecía no hacer caso de los tormentos. "¿cómo ha de sufrir tu vejez -le decía- lo que a los jóvenes espanta? Debe jurar por el honor del César y por su fortuna. Arrepiéntete y di: "Mueran los impíos". Animado el procónsul, prosiguió: "Jura también por la fortuna del César y reniega de Cristo". "Ochenta y seis años ha -respondió Policarpo- que le sirvo y jamás me ha hecho mal; al contrario, me ha colmado de bienes, ¿cómo puedo odiar a aquel a quien siempre he servido, a mi Maestro, mi Salvador, de quien espero mi felicidad, al que castiga a los malos y es el vengador de los justos?"

 

Mas como el procónsul insistiese en hacerle jurar por la fortuna del César, él le respondió: "¿Por qué pretendes hacerme jurar por la fortuna del César? ¿Acaso ignoras mi religión? Te he dicho públicamente que soy cristiano, y por más que te enfurezcas, yo soy feliz. Si deseas saber qué doctrina es ésta, dame un día de plazo, pues estoy dispuesto a instruirte en ella si tú lo estás para escucharme". Repuso el procónsul: "Da explicaciones al pueblo y no a mi".

 

 

 

 

 

 

 

Respondióle Policarpo: "A vuestra autoridad es a quien debemos obedecer, mientras no nos mandéis cosas injustas y contra nuestras conciencias. Nuestra religión nos enseña a tributar el honor debido a las autoridades que dimanan de la de Dios y obedecer sus órdenes. En cuanto al pueblo, le juzgo indigno, y no creo que deba darle explicaciones: lo recto es obedecer al juez, no al pueblo".

 

-"A mi disposición están las fieras, a las que te entregaré para que te hagan pedazos si no desistes de tu terquedad", dijo el procónsul.

 

-"Vengan a mi los leones -repuso Policarpo- y todos los tormentos que vuestro furor invente; me alegrarán las heridas, y los suplicios serán mi gloria, y mediré mis méritos por la intensidad del dolor. Cuanto mayor sea éste, tanto mayor será el premio que por él reciba. Estoy dispuesto a todo; por las humillaciones se consigue la gloria".

 

-"Si no te asustan los diente de las fieras, te entregaré a las llamas".

 

-"Me amenazas con un fuego que dura una hora, y luego se apaga y te olvidas del juicio venidero y del fuego eterno, en el que arderán para siempre los impíos. ¿Pero a qué tantas palabras? Ejecuta pronto en mi tu voluntad, y si hallas un nuevo género de suplicio, estrénalo en mi".

 

Mientras Policarpo decía estas cosas, de tal modo se iluminó su rostro de una luz sobrenatural, que el mismo procónsul temblaba. Luego gritó el pregonero por tres veces: "Policarpo ha confesado que es cristiano".

 

Todo el pueblo gentil de Esmirna, y con él los judíos, exclamaron: "Este es el doctor de Asia, el padre de los cristianos, el que ha destruido nuestros ídolos y ha violado nuestros templos, el que prohibía sacrificar y adorar a los dioses; al fin ha encontrado lo que con tantos deseos decía que anhelaba". Y todos a una pidieron al asiarca Filipo que se lanzara contra él un león furioso; pero Filipo se excusó, diciendo que los juegoshabían terminado. Entonces pidieron a voces que Policarpo fuera quemado vivo. Así se iba a cumplir lo que él había anunciado, y dando gracias al Señor, se volvió a los suyos y les dijo: "Recordad ahora, hermanos, la verdad de mi sueño".

 

Entre tanto, el pueblo […] acude corriendo a los baños y talleres en busca de leños y sarmientos. Cuando estaba ardiendo la hoguera, se acercó a ella Policarpo, se quitó el ceñidor y dejó el manto, disponiéndose a desatar las correas de las sandalias, lo cual no solía hacer él, porque era tal la veneración en que le tenían los fieles, que se disputaban este honor por poder besarle los pies. La tranquilidad de la conciencia le hacía aparecer ya rodeado de cierto esplendor aun antes de recibir la corona del martirio.

 

Dispuesta ya la hoguera, los verdugos le iban a atar a una columna de hierro, según era costumbre, pero el Santo les suplicó, diciendo: "Permitidme quedar como estoy; el que me ha dado el deseo del martirio, me dará también el poder soportarlo; El moderará la intensidad de las llamas”. Así, pues, quedó libre; sólo le ataron las manos atrás y subió a la hoguera.

 

Levantando entonces los ojos al cielo exclamó: "Oh, Señor, Dios de los Ángeles y de los Arcángeles, nuestra resurrección y precio de nuestro pecado, rector de todo el universo y amparo de los justos: gracias te doy porque me has tenido por digno de padecer martirio por ti, para que de este modo perciba mi corona y comience el martirio por Jesucristo en unidad del Espíritu Santo; y así, acabado hoy mi sacrificio, veas cumplidas tus promesas. Seas, pues bendito y eternamente glorificado por Jesucristo Pontífice omnipotente y eterno, y todo os sea dado con él y el Espíritu Santo, por todos los siglos de los siglos. Amén".

 

Terminada la oración fue puesto fuego a la hoguera, levantándose las llamas hasta el cielo […]

 

Su martirio fue muy superior, y todo el pueblo le llama "su maestro". Todos deseamos ser sus discípulos, como él lo era de Jesucristo, que venció la persecución de un juez injusto y alcanzó la corona incorruptible, dando fin a nuestros pecados. Unámonos a los n y a todos los justos y bendigamos únicamente a Dios Padre Todopoderoso; bendigamos a Jesucristo nuestro Señor, salvador de nuestras almas, dueño de nuestros cuerpos y pastor de la Iglesia universal; bendigamos también al Espíritu Santo por quien todas las cosas nos son reveladas.

 

Repetidas veces me habíais pedido os comunicara las circunstancias del martirio del glorioso Policarpo, y hoy os mando esta relación por medio de nuestro hermano Marciano. Cuando vosotros os hayáis enterado, comunicadlo a las otras iglesias, a fin de que el Señor sea bendito en todas partes, y todos acaten la elección que su gracia se digna hacer de los escogidos. El puede salvarnos a nosotros mismos por Jesucristo Nuestro Señor y Redentor, por el cual y con el cual es dada a Dios toda gloria, honor, poder y grandeza, por los siglos de los siglos. Amén.

 

Saludad a todos los fieles; los que estamos aquí os saludamos. Asimismo os saluda Evaristo, que esto ha escrito, os saluda con toda su familia. El martirio de Policarpo tuvo lugar el 25 de abril, el día del gran sábado, a las dos de la tarde. Fue preso por Herodes, siendo pontífice o asiarca Filipo de Trates, y procónsul Stacio Cuadrato. Gracias sean dadas a Jesucristo Nuestro Señor, a quien se debe gloria, honor, grandeza y trono eterno de generación en generación. Amén.

 

Este ejemplar le ha copiado Gayo de los ejemplares de Ireneo, discípulo de Policarpo. Yo, Sócrates, lo copié del ejemplar de Gayo. Yo, Pionio, he confrontado los originales y lo transcribo por revelación del glorioso Policarpo; como lo dije en la reunión de los que vivían cuando el Santo trabajaba con los escogidos. Nuestro Señor Jesucristo me reciba en el reino de los cielos, con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

Carta de Policarpo a los Filipenses

 Saludo

 

Policarpo y los presbíteros que están con él, a la Iglesia de Dios que habita como extranjera en Filipos: que la misericordia y la paz les sean dadas en plenitud por Dios todopoderoso y Jesucristo nuestro Salvador.1

 


La fe en Jesucristo

 

Me alegré mucho con ustedes, en nuestro Señor Jesucristo, cuando recibieron a las imágenes de la verdadera caridad, y acompañaron, como debían hacerlo, a aquellos que estaban encadenados por ataduras dignas de los santos, que son las diademas de quienes han sido verdaderamente elegidos por Dios nuestro Señor.2

 

Y me alegré de que la raíz vigorosa de su fe, de la que se habla desde tiempos antiguos, permanece hasta ahora y da frutos en nuestro Señor Jesucristo, que aceptó por nuestros pecados llegar hasta la muerte; y Dios lo resucitó librándolo de los sufrimientos del infierno.3

 

Sin verlo, ustedes creen en él, con un gozo inefable y glorioso (1 P 1,8) al cual muchos desean llegar, y ustedes saben que han sido salvados por gracia, no por sus obras, sino por la voluntad de Dios por Jesucristo (Ef 2,5.8-9).

 

Por tanto, cíñanse sus cinturas y sirvan a Dios en el temor y la verdad (1 P 1,13; ver Sal 2,11) dejando a un lado las palabras falsas y el error de la multitud, creyendo en Aquel que ha resucitado a nuestro Señor Jesucristo de entre los muertos, y le ha dado la gloria (1 P 1,21), y un trono a su derecha.4

 

A él le está todo sometido, en el cielo y sobre la tierra (ver Flp 2,10; 3,21); a él le obedece todo lo que respira, él vendrá a juzgar a vivos y muertos (Hch 10,42), y Dios pedirá cuenta de su sangre a quienes no aceptan creer en él. Aquel que lo ha resucitado de entre los muertos, también nos resucitará a nosotros (2 Co 4,14), si hacemos su voluntad y caminamos en sus mandamientos, y si amamos lo que él amó, absteniéndonos de toda injusticia, arrogancia, amor al dinero, murmuración, falso testimonio, no devolviendo mal por mal, injuria por injuria (1 P 3,9), golpe por golpe, maldición por maldición, acordándonos de lo que nos ha enseñado el Señor, que dice: "No juzguen, para no ser juzgados; perdonen y se les perdonará; hagan misericordia para recibir misericordia; la medida con que midan se usará también con ustedes, y bienaventurados los pobres y los que son perseguidos por la justicia, porque de ellos es el reino de Dios.5

 

Fe, esperanza y caridad

 

No es por mí mismo, hermanos, que les escribo esto sobre la justicia, sino porque ustedes primero me invitaron. Porque ni yo, ni otro como yo, podemos acercarnos a la sabiduría del bienaventurado y glorioso Pablo, que estando entre ustedes, hablándoles cara a cara a los hombres de entonces (sobre el asunto de la predicación de Pablo en Filipos, ver Hch 16,12-40), enseñó con exactitud y con fuerza la palabra de verdad, y luego de su partida les escribió una carta; si la estudian atentamente podrán crecer en la fe que les ha sido dada; ella es la madre de todos nosotros, seguida de la esperanza y precedida del amor por Dios, por Cristo y por el prójimo. El que permanece en estas virtudes ha cumplido los mandamientos de la justicia; pues el que tiene la caridad está lejos de todo pecado.6

 

Que todos lleven una vida digna de la fe que profesan

 

El principio de todos los males es el amor al dinero.7 Sabiendo, por tanto, que nada hemos traído al mundo y que no nos podremos llevar nada (1 Tm 6,7), revistámonos con las armas de la justicia (ver 2 Co 6,7), y aprendamos primero nosotros mismos a caminar en los mandamientos del Señor.

 

Después, enseñen a sus mujeres a caminar en la fe que les ha sido dada, en la caridad, en la pureza, a amar a sus maridos con toda fidelidad, a amar a todos los otros igualmente con toda castidad y a educar a sus hijos en el conocimiento del temor de Dios.8

 

Que las viudas sean sabias en la fe del Señor, que intercedan sin cesar por todos, que estén lejos de toda calumnia, murmuración, falso testimonio, amor al dinero y de todo mal; sabiendo que son el altar de Dios, que Él examinará todo y que nada se le oculta de nuestros pensamientos, de nuestros sentimientos, de los secretos de nuestro corazón (ver 1 Co 14,25).9

 

Sabiendo que de Dios nadie se burla (Ga 6,7), debemos caminar de una forma digna de sus mandamientos y de su gloria.

 

Igualmente que los diáconos sean irreprochables delante de su justicia, como servidores de Dios y de Cristo, y no de los hombres: ni calumnia, ni doblez, ni amor al dinero; sino castos en todas las cosas, misericordiosos, solícitos, caminando según la verdad del Señor que se ha hecho el servidor de todos.10 Si le somos agradables en el tiempo presente, Él nos dará a cambio el tiempo venidero, puesto que nos ha prometido resucitarnos de entre los muertos y que, si nuestra conducta es digna de Él, también reinaremos con Él (2 Tm 2,12), si al menos tenemos fe.

 

Del mismo modo, que los jóvenes sean irreprochables en todo, velando ante todo por la pureza, refrenando todo mal que esté en ellos. Porque es bueno cortar los deseos de este mundo, pues todos los deseos combaten contra el espíritu (ver 1 P 2,11), y ni los fornicadores, ni los afeminados, ni los sodomitas tendrán parte en el reino de Dios (ver 1 Co 6,9-10), ni aquellos que hacen el mal. Por eso deben abstenerse de todo esto y estar sometidos a los presbíteros y a los diáconos como a Dios y a Cristo.11

 

Las vírgenes deben caminar con una conciencia irreprensible y pura.

 

Los presbíteros

 

También los presbíteros deben ser misericordiosos, compasivos con todos; que devuelvan al recto camino a los descarriados, que visiten a todos los enfermos, sin olvidar a la viuda, al huérfano, al pobre, sino pensando siempre en hacer el bien delante de Dios y de los hombres.12 Que se abstengan de toda cólera, acepción de personas, juicio injusto; que estén alejados del amor al dinero, que no piensen mal rápidamente de alguien, que no sean duros en sus juicios, sabiendo que todos somos deudores del pecado.

 

Si pedimos al Señor que nos perdone, también nosotros debemos perdonar, pues estamos ante los ojos de nuestro Señor y Dios, y todos deberemos comparecer ante el tribunal de Cristo, y cada uno deberá dar cuenta de sí mismo (ver Rm 14,10-12).

 

Por tanto, sirvámosle con temor y mucha circunspección, conforme él nos lo ha mandado, al igual que los apóstoles que nos han predicado el Evangelio y los profetas que nos anunciaron la venida de nuestro Señor. Seamos celosos para lo bueno, evitemos los escándalos, los falsos hermanos y los que llevan con hipocresía el nombre del Señor, haciendo errar a los cabezas huecas [kenoys anthrópoys, literalmente: hombres vacíos].

 

Advertencia contra el docetismo

 

Todo, en efecto, el que no confiesa que Jesucristo vino en la carne es un anticristo, y el que no acepta el testimonio de la cruz es del diablo, y el que tergiversa las palabras del Señor según sus propios deseos y niega la resurrección y el juicio, ése es el primogénito de Satanás.13

 

Por eso, abandonemos los vanos discursos de las multitudes y las falsas doctrinas, y volvamos a la enseñanza que nos ha sido transmitida desde el principio. Permaneciendo sobrios para la oración (ver 1 P 4,7), constantes en los ayunos, suplicando en nuestras oraciones a Dios, que lo ve todo, que no nos introduzca en la tentación (Mt 6,13), pues el Señor ha dicho: El espíritu está dispuesto, pero la carne es débil (Mt 26,41).

 

Esperanza y paciencia

 

Perseveremos constantemente en nuestra esperanza14 y en las primicias de nuestra justicia, que es Jesucristo, que llevó al madero nuestros pecados en su propio cuerpo (ver 1 P 2,24), él, que no había cometido pecado, en quien no se había encontrado falsedad en su boca (1 P 2,22). Pero por nosotros, para que nosotros viviéramos en él, lo soportó todo.

 

Seamos, pues, los imitadores de su paciencia, y si sufrimos por su nombre, glorifiquémoslo. Porque éste es el ejemplo que él nos ha dado en sí mismo, y esto es lo que nosotros hemos creído (ver 1 P 4,16; 2,21).

 

Los exhorto a todos a obedecer a la palabra de justicia, y a perseverar con toda paciencia, la que han visto con sus ojos no sólo en los bienaventurados Ignacio, Zósimo y Rufo, sino también en otros de entre ustedes, en Pablo mismo y en los demás apóstoles. Convencidos de que todos éstos no han corrido en vano (Ga 2,2; Flp 2,16), sino en la fe y la justicia, y que están en el lugar que les corresponde junto al Señor con los que han sufrido. Ellos no amaron este siglo presente (ver 2 Tm 4,10), sino a aquel que murió por nosotros y que Dios resucitó por nosotros.

 

Caridad fraterna (A partir de este capítulo no tenemos el texto griego de la carta, sino una antigua versión latina)

 

Permanezcan, por tanto, en estos (sentimientos) e imiten el ejemplo del Señor, firmes e inconmovibles en la fe, amando a los hermanos, amándose unos a otros, unidos en la verdad, teniéndose paciencia unos a otros con la mansedumbre del Señor, no despreciando a nadie.15

 

Cuando puedan hacer el bien, no lo posterguen, pues la limosna libera de la muerte (Tb. 12,9). Todos ustedes estén sometidos los unos a los otros, teniendo una conducta irreprensible entre los paganos, para que por sus buenas obras (también) reciban la alabanza y el Señor no sea blasfemado por causa de ustedes (ver 1 P 2,12). Pero pobre de aquel por quien sea blasfemado el nombre del Señor (ver Is 52,5). Enseñen, pues, a todos la sobriedad en la que viven ustedes mismos.16

 

El caso de Valente17

 

Estoy muy apenado por Valente, que fue presbítero por algún tiempo entre ustedes, (al ver) que ignora hasta tal punto el cargo que se le había dado. Por tanto, les advierto que se abstengan de la avaricia y que sean castos y veraces. Absténganse de todo mal. Quien no se puede gobernar a sí mismo en esto, ¿cómo puede enseñarlo a los otros? Si alguno no se abstiene de la avaricia, se dejará manchar por la idolatría y será contado entre los paganos que ignoran el juicio del Señor (ver Jr 5,4). ¿O acaso ignoramos que los santos juzgarán al mundo, como lo enseña Pablo? (ver 1 Co 6,2).

 

Yo no oí ni vi nada semejante en ustedes, entre quienes trabajó el bienaventurado Pablo, ustedes que están al comienzo de su epístola.18 De ustedes, en efecto, él se gloría delante de todas las iglesias (ver 2 Ts 1,4), las únicas que entonces conocían a Dios, puesto que nosotros todavía no lo conocíamos.19

 

Así, pues, hermanos, estoy muy triste por él y por su esposa, a ellos les conceda el Señor la penitencia verdadera (ver 2 Tm 2,25). Ustedes sean sobrios, también en esto, y no los consideren como a enemigos (ver 2 Ts 3,15), sino que vuelvan a llamarlos como a miembros sufrientes y extraviados. Haciendo esto se construyen a sí mismos.20

 

Recomendaciones finales

 

Confío en que están bien ejercitados en las santas Escrituras, y que nada ignoran. Yo, por mi parte, no tengo este don. Ahora (les digo), como está dicho en las Escrituras: Enójense y no pequen, y que el sol no se ponga sobre su ira (Sal 4,5; Ef 4,26). Feliz quien se acuerda. Creo que sucede así con ustedes.

 

Que Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, y él mismo, el pontífice eterno, el Hijo de Dios, Jesucristo (ver Hb 6,20; 7,13), los edifiquen en la fe y en la verdad, en toda mansedumbre, sin cólera, en paciencia y en magnanimidad, en tolerancia y en castidad. Y les den parte en la herencia de sus santos21, y a nosotros con ustedes, y a todos los que están bajo el cielo, que creen en nuestro Señor Jesucristo y en su Padre, que lo resucitó de entre los muertos.

 

Oren por todos los santos. Oren también por los reyes, por las autoridades y los príncipes, por los que los persiguen y los odian, y por los enemigos de la cruz (ver Mt 5,44; 1 Tm 2,2; Jn 15,16; 1 Tm 4,15; St 1,4; Col 2,10; Flp 3,18.); de modo que su fruto sea manifiesto para todos, y ustedes sean perfectos en él.

 

Un trozo de la primera carta a los Filipenses (Del capítulo 13 se conserva el texto griego merced a Eusebio de Cesárea, HE III,36,14-15. P. N. Harrison, Polycarp's two Epistles to the Philippians, Cambridge, 1936, separó todo este capítulo 13, considerándolo una esquela de Policarpo respondiendo a una carta de los Filipenses. El resto de la actual epístola [caps. 1-12.14] sería una carta de consejo y exhortación escrita más tarde [según Harrison mucho más tarde]. Tendríamos, por tanto, dos epístolas de Policarpo, las cuales habrían sido reunidas en una sola ya antes de Eusebio de Cesárea. En la actualidad los especialistas aceptan la hipótesis de Harrison, pero señalan que la segunda carta [la "larga"] debe colocarse en una fecha muy próxima a la primera [la "breve"]).


Ustedes e Ignacio me han escrito, para que si alguien va a Siria también lleve la carta de ustedes. Lo haré, si encuentro una ocasión favorable, sea yo mismo, sea aquel que enviaré para que nos represente. (Ignacio de Antioquía le había pedido a Policarpo que enviase un mensajero a Antioquía, a fin de llevarles a los cristianos sus felicitaciones y animándolos [ver Ep. a Policarpo 7,2; 8,1]. La comunidad de Filipos, según parece, les había escrito a los Antioquenos con idéntica finalidad. Policarpo responde con esta primera carta.)

 

Conforme me lo pidieron, les mandamos las cartas de Ignacio, las que él nos envió y todas las demás que tenemos entre nosotros. Ellas van unidas a la presente carta, y ustedes podrán obtener gran provecho; porque ellas contienen fe, paciencia y toda edificación relacionada con nuestro Señor. Hágannos saber lo que sepan con certeza del mismo Ignacio y de sus compañeros. ("Les mandamos las cartas de Ignacio." Esta frase parece indicar que, con mucha probabilidad, muy pronto se formó un corpus de las cartas de Ignacio. Policarpo no tenía dificultad en reunir todas las epístolas de Ignacio a las iglesias de Asia. Esto permite conjeturar que no formaba parte del corpus la carta a los Romanos, que ha sido transmitida de forma independiente. - Desde "Hágannos saber..." el texto sólo se conserva en latín. "Ignacio y sus compañeros" es la traducción de "qui cum eo sunt").

 

Despedida (A partir de este capítulo se retoma el texto, en su versión latina, de la segunda carta. Crescente no es el secretario de Policarpo, sino el portador de la carta [ver Ignacio de Antioquía, Rom. 10,1; Filad. 11,2; Esmir. 12,1])

 

Les escribo esto por Crescente, a quien recientemente les recomendé y ahora (de nuevo) les recomiendo. Se ha conducido entre nosotros de forma irreprochable; y creo que lo hará entre ustedes de la misma manera. También les recomiendo su hermana, cuando ella llegue entre ustedes. Sean perfectos en el Señor Jesucristo, y en su gracia con todos los suyos. Amén. (También se podría traducir, esta última frase, por "Compórtense bien en el Señor Jesucristo" [Incolumes estote in domino Iesu Christo]).

 

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Ireneo de León y la iglesia (año 126-130 d.C)

 El Señor confió a los apóstoles el Evangelio.

 

La única fe verdadera y vivificante es la que la Iglesia distribuye a sus hijos, habiéndola recibido de los apóstoles. Porque, en efecto, el Señor de todas las cosas confió a sus apóstoles el Evangelio, y por ellos llegamos nosotros al conocimiento de la verdad, esto es de la doctrina del Hijo de Dios. A ellos dijo el Señor, «el que a vosotros oye a mí me oye, y el que a vosotros desprecia a mí me desprecia y al que me envió» (/Lc/10/16). No hemos llegado al conocimiento de la economía de nuestra salvación si no es por aquellos por medio de los cuales nos ha sido transmitido el Evangelio. Ellos entonces lo predicaron, y luego, por voluntad de Dios, nos lo entregaron en las Escrituras, para que fuera columna y fundamento de nuestra fe (cf. 1 Tim 3, 15). Y no se puede decir, como algunos tienen la audacia de decir, que ellos predicaron antes de que alcanzaran el conocimiento perfecto. Los tales se glorían en enmendar a los mismos apóstoles. Porque, después que nuestro Señor resucitó de entre los muertos y «fueron revestidos de la fuerza de lo alto por el Espíritu Santo que vino sobre ellos» (Lc 24, 49; Act 1, 8), fueron llenados de todos los dones y alcanzaron el «conocimiento perfecto». Entonces partieron a los confines de la tierra, predicando el evangelio de los bienes que nos vienen de Dios y anunciando la paz del cielo a los hombres (cf. Is 52, 7): y todos y cada uno de ellos poseían por igual el Evangelio de Dios. Y así, Mateo, estando entre los hebreos, dio a luz en su lengua un escrito del Evangelio, al tiempo en que Pedro y Pablo evangelizaban en Roma y fundaban allí la Iglesia. Y después de la muerte de éstos, Marcos, discípulo e intérprete de Pedro, nos dejó también por escrito lo que Pedro había predicado. Asimismo Lucas, compañero de Pablo, consignó en un escrito lo que aquél había predicado; y luego, Juan, discípulo del Señor, el que había descansado sobre su pecho, publicó también su evangelio, cuando vivía en Efeso de Asia.

 


Todos éstos nos han enseñado que hay un solo Dios, creador del cielo y de la tierra, anunciado por la ley y los profetas, y que hay un solo Cristo, Hijo de Dios. Si alguno no admite esto, hace ofensa a los que fueron compañeros del Señor, hace ofensa al mismo Señor, y aun hace ofensa al Padre: con lo cual, él mismo se condena, resistiéndose y oponiéndose a su propia salvación. Esto es lo que hacen todos los herejes 66.

 

Los herejes frente a la Escritura y a la tradición.

 

Cuando a los herejes se les arguye con las Escrituras, se ponen a atacar las mismas Escrituras, afirmando que están corrompidas, o que no son auténticas, o que no concuerdan, pretendiendo que no se puede sacar de ellas la verdad si no es que uno conozca la tradición que no fue transmitida por escrito, sino de viva voz. Esta seria la razón por la que Pablo habría dicho: «Hablamos la sabiduría entre los perfectos: una sabiduría que no es de este mundo» (1 Cor 2, 6). Cuando ellos hablan así de «sabiduría», cada uno se refiere a la que él mismo por su cuenta se ha inventado, es decir, el fruto de su imaginación; y así, según ellos, no hay nada que objetar a que la verdad esté unas veces en Valentín, y otras en Marción, y otras en Cerinto... Cada uno de éstos, en un colmo de perversión, no se avergüenza de «predicarse a si mismo» (2 Cor 4, 5) haciendo caso omiso de la regla de la verdad.

 

Si, por el contrario, apelamos a la tradición que viene de los apóstoles y que se conserva en las Iglesias por la sucesión de los presbíteros, entonces ellos se oponen a esta tradición, afirmando que ellos saben más no sólo que los presbíteros, sino aun que los mismos apóstoles, pues ellos han encontrado la verdad pura. Porque, según ellos, los apóstoles mezclaron con las palabras del Salvador los preceptos de la ley; y no sólo los apóstoles, sino que aun el mismo Señor hablaba a veces como demiurgo (es decir, como el Dios del Antiguo Testamento), a veces como ser intermedio y a veces como Ser supremo. Ellos, en cambio, sin lugar a dudas y sin ninguna contaminación ni impureza, han llegado a conocer el «misterio escondido». Tal es la suma impudencia con que blasfeman del Creador. En realidad, lo que sucede es que no están de acuerdo ni con la Escritura ni con la Tradición...

 

Pero la tradición de los apóstoles está bien patente en todo el mundo y pueden contemplarla todos los que quieran contemplar la verdad. En efecto, podemos enumerar a los que fueron instituidos por los apóstoles como obispos sucesores suyos hasta nosotros: y éstos no enseñaron nada semejante a los delirios (de los herejes). Porque si los apóstoles hubiesen sabido «misterios ocultos» para ser enseñados exclusivamente a los «perfectos» a escondidas de los demás, los hubiesen comunicado antes que a nadie a aquellos a quienes confiaban las mismas Iglesias, pues querían que éstos fuesen muy «perfectos» e irreprensibles (1 Tim 3, 2) en todos los aspectos, como que los dejaban como sucesores suyos para ocupar su propia función de maestros. De su recta conducta dependía un gran bien; en cambio, si ellos fallaban, se había de seguir una gran ruina 67.

 

El orden sucesorio de las Iglesias. La Iglesia romana.

 

SECTAS/TRADICION TRADICION/SECTAS: Seria muy largo en un escrito como el presente enumerar la lista sucesoria de todas las Iglesias. Por ello indicaremos cómo la mayor de ellas, la más antigua y la más conocida de todas, la Iglesia que en Roma fundaron y establecieron los dos gloriosísimos apóstoles Pedro y Pablo, tiene una tradición que arranca de los apóstoles y llega hasta nosotros, en la predicación de la fe a los hombres (cf. Rom 1, 8), a través de la sucesión de los obispos. Así confundimos a todos aquellos que, de cualquier manera, ya sea por complacerse a si mismos, ya por vana gloria, ya por ceguedad o falsedad de juicio, se juntan en grupos ilegítimos.

 

PRIMADO/PAPA: En efecto, con esta Iglesia (romana), a causa de la mayor autoridad de su origen, ha de estar necesariamente de acuerdo toda otra Iglesia, es decir, los fieles de todas partes; en ella siempre se ha conservado por todos los que vienen de todas partes aquella tradición que arranca de los apóstoles. En efecto, los apóstoles, habiendo fundado y edificado esta Iglesia, entregaron a Lino el cargo episcopal de su administración; y de este Lino hace mención Pablo en la carta a Timoteo. A él le sucedió Anacleto, y después de éste, en el tercer lugar a partir de los apóstoles, cayó en suerte el episcopado a Clemente, el cual había visto a los mismos apóstoles, y había conversado con ellos; y no era el único en esta situación, sino que todavía resonaba la predicación de los apóstoles, y tenia la tradición ante los ojos, ya que sobrevivían todavía muchos que habían sido enseñados por los apóstoles. En tiempo de este Clemente, surgió una no pequeña disensión entre los hermanos de Corinto, y la Iglesia de Roma envió a los de Corinto un escrito muy adecuado para reducirlos a la paz y para restaurar su fe y dar a conocer la tradición que hacía poco habían recibido de los apóstoles, a saber, que hay un solo Dios todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, creador del hombre, que causó el diluvio y llamó a Abraham, que sacó a su pueblo de Egipto, habló a Moisés, estableció la ley, envió a los profetas y «preparó el fuego para el diablo y para sus ángeles» (Mt 25, 41). Que este Dios es predicado por las Iglesias como el Padre de nuestro Señor Jesucristo, pueden comprobarlo a partir de este mismo escrito los que quieran. Asimismo pueden conocer en él cuál es la tradición apostólica de la Iglesia, ya que esta carta es más antigua que los que ahora enseñan falsamente e inventan un segundo Dios por encima del creador y hacedor de nuestro universo.

 

A Clemente sucedió Evaristo. y a éste Alejandro. Luego, en el sexto lugar a partir de los apóstoles, fue nombrado Xisto, y después de éste Telesforo, que tuvo un martirio gloriosisimo. Luego, Higinio; luego, Pío, y luego Aniceto; y habiendo Sotero sucedido a Aniceto, ahora, en el duodécimo lugar después de los apóstoles, ocupa el cargo episcopal Eleuterio. Según este orden y esta sucesión, la tradición de la Iglesia que arranca de los apóstoles y la predicación de la verdad han llegado hasta nosotros. Esta es una prueba suficientísima de que una fe idéntica y vivificadora se ha conservado y se ha transmitido dentro de la verdad en la Iglesia desde los apóstoles hasta nosotros 68.

 

La pureza de la fe y la tradición de la Iglesia.

 

Era tal el cuidado que tenían los apóstoles y sus discípulos, que ni siquiera querían tener comunicación verbal con alguno de los que desfiguran la verdad, tal como dice el Apóstol: «Después de una primera y una segunda admonición, evita al hereje, pues has de saber que tal hombre es un pervertido, que está en pecado y es autor de su propia condenación» (/Tt/03/10/Ireneo).

 

Existe una carta muy bien escrita de Policarpo a los de Filipos; en ella los que quieran y los que se preocupan de su salvación pueden aprender las características de la fe de aquél y la verdad que predicaba.

 

Asimismo, la Iglesia de Efeso, fundada por Pablo y en la que vivió Juan hasta los tiempos de Trajano, es un testigo verdadero de la tradición de los apóstoles 69,

 

Hay que recurrir a la tradición apostólica.

 

I/VERDAD: Siendo nuestros argumentos de tanto peso, no hay para qué ir a buscar todavía de otros la verdad que tan fácilmente se encuentra en la Iglesia, ya que los apóstoles depositaron en ella, como en una despensa opulenta, todo lo que pertenece a la verdad, a fin de que todo el que quiera pueda tomar de ella la bebida de la vida. Y esta es la puerta de la vida: todos los demás son salteadores y ladrones. Por esto hay que evitarlos, y en cambio hay que poner suma diligencia en amar las cosas de la Iglesia y en captar la tradición de la verdad (quae sunt Ecclesiae summa diligentia diligere et aprehendere veritatis traditionem). Y esto ¿qué implica? Si surgiese alguna discusión, aunque fuese de alguna cuestión de poca monta, ¿no habría que recurrir a las iglesias antiquísimas que habían gozado de la presencia de los apóstoles, para tomar de ellas lo que fuere cierto y claro acerca de la cuestión en litigio? Si los apóstoles no nos hubieran dejado las Escrituras, ¿acaso no habría que seguir el orden de la tradición, que ellos entregaron a aquellos a quienes confiaban las Iglesias? Precisamente a este orden han dado su asentimiento muchos pueblos bárbaros que creen en Cristo; ellos poseen la salvación, escrita por el Espíritu Santo sin tinta ni papel en sus propios corazones (cf. 2 Cor 3, 3) y conservan cuidadosamente la tradición antigua, creyendo en un solo Dios...

 

Los que tal fe aceptaron sin letras, pueden ser bárbaros en cuanto al idioma, pero en lo que se refiere a sus ideas, sus costumbres y a su modo de vida, por medio de la fe se han hecho sapientísimos, y Dios se complace en ellos, y viven con una justicia, castidad y sabiduría perfectas. Si alguno, hablando con ellos en su propia lengua, les anuncia las invenciones de los herejes, al punto, cerrando sus oídos, se escaparán lo más lejos que puedan, incapaces ni siquiera de oir estas conversaciones blasfemas. De esta forma, a causa de aquella antigua tradición de los apóstoles, ni siquiera pueden admitir en su mente la idea de cualquiera de esas cosas de tan extraños discursos 70.

 

La Iglesia, custodio de la fe, por la presencia del Espíritu en ella.

 

La predicación de la Iglesia es la misma en todas parras y permanece igual a sí misma, pues se apoya en el testimonio de los profetas y de los apóstoles y de todos los discípulos, a través de los comienzos, el medio y el fin, a través de la economía divina y de la acción ordinaria de Dios que se manifiesta en nuestra fe en orden a la salud del hombre. Esta fe que la Iglesia ha recibido, nosotros la custodiamos, y es como un licor exquisito que se guarda en un vaso de calidad y que, bajo la acción del Espíritu de Dios se rejuvenece constantemente y hace rejuvenecer al mismo vaso en el que está colocado. Porque, en efecto, a la Iglesia ha sido confiado este don de Dios a la manera como Dios confió su soplo al barro modelado, a fin de que al recibirlo todos los miembros recibieran la vida; y con este don va implicada la transformación en Cristo, es decir, el Espíritu Santo, que es prenda de incorrupción, fuerza de nuestra fe y escala por la que subimos hasta Dios. Porque, dice Pablo (1 Cor 12, 28): «Dios puso en su Iglesia apóstoles, profetas y doctores» y todas las demás manifestaciones de la acción del Espíritu, del cual no participan quienes no se acogen a la Iglesia. Estos se engañan a sí mismos y se excluyen de la vida por sus doctrinas malas y sus acciones perversas.

 

I/ES/IRENEO: Porque, donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios; y donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y la totalidad de la gracia. El Espíritu es la verdad (Ubi enim Ecclesia, ibi et Spiritus Dei; et ubi Spiritus Dei, illic Ecclesia et omnis gratia. Spiritus autem Veritas.) Por esto, los que no participan del Espíritu, ni van a buscar el alimento de la vida en los pechos de su madre (la Iglesia), ni reciben nada de la limpidísima fuente que brota del Cuerpo de Cristo, sino que por el contrario «ellos mismos se construyen cisternas agrietadas» (/Jr/02/13) hurgando la tierra y beben el agua maloliente del fango, al querer escapar a la fe de la Iglesia por temor de equivocarse rechazan el Espíritu, y así no pueden recibir enseñanza alguna. Puesto que se han apartado de la verdad, es natural que se revuelvan en toda suerte de errores y que se sientan zarandeados por ellos: sobre una misma cosa, ahora piensan esto y luego piensan lo otro sin que consigan nunca afirmarse en opinión alguna firme: prefieren antes ser sofistas de palabras que discípulos de la verdad. Y ello, porque no están fundados sobre la única Piedra, sino sobre la arena que está compuesta de multitud de chinillas.

 

Esto es lo que hace que se fabriquen muchos dioses, y que tengan siempre una excusa para «buscar» (y en esto se manifiestan cegatones): pero jamás llegan a alcanzar nada, ya que reniegan del Creador, que es el Dios verdadero y el que nos hace capaces de «encontrar», y en cambio piensan haber encontrado «otro Dios», u «otro pleroma» u «otra economía» 71.

 

Los presbíteros de la Iglesia tienen el carisma de la verdad.

 

Hay que obedecer a los presbíteros que están en la Iglesia, a saber, a los que son sucesores de los apóstoles y que juntamente con su sucesión en el episcopado han recibido por voluntad del Padre el carisma seguro de la verdad. En cambio, hemos de sospechar de aquellos que se separan de la linea sucesora original, reuniéndose en cualquier lugar: o son herejes y perversos en sus doctrinas, o al menos cismáticos, orgullosos y autosuficientes, o bien hipócritas que actúan por deseo de lucro o de vana gloria. Todos ellos se apartan de la verdad... y de todos ellos hay que apartarse. Por el contrario, como acabamos de decir, hay que adherirse a los que conservan la doctrina de los apóstoles y a los que dentro del orden presbiteral hablan palabras sanas y viven irreprochablemente para ejemplo y enmienda de los demás... Los tales viven en la Iglesia... y el apóstol Pablo nos enseña dónde podemos encontrarlos cuando dice: «Puso Dios en la Iglesia, primero los apóstoles, luego los profetas, y en tercer lugar los doctores» (l Cor 12, 28). Así pues, allí donde han sido depositados los carismas de Dios, allí hay que ir a aprender la verdad, es decir, de los que tienen la sucesión eclesial que viene de los apóstoles, de los que consta que tienen una vida sana e irreprochable y una palabra no adulterada ni corrupta. Estos son los que conservan nuestra fe en el Dios único que hizo todas las cosas, y los que nos hacen crecer en el amor para con el Hijo de Dios que ha cumplido en favor nuestro tan grandes designios, y los que nos declaran las Escrituras de una manera segura, sin blasfemar de Dios, sin deshonrar a los patriarcas y sin despreciar a los profetas... En cuanto a aquellos que muchos tienen por presbíteros, pero que están al servicio de sus placeres, que no ponen ante todo el temor de Dios en sus corazones, sino que se dedican a vejar a los demás y se hinchan con la hinchazón de sentarse en la presidencia, mientras que en lo oculto obran el mal y dicen «nadie nos ve» (Dan 13, 20), serán reprendidos por el Verbo, el cual no juzga según la fama ni mira al rostro, sino al corazón... Así pues, hay que apartarse de los hombres de este género, y al contrario, como hemos dicho, hay que adherirse a los que guardan la sucesión de los apóstoles y, dentro del orden presbiteral, ofrecen una palabra sana y una conducta irreprochable para ejemplo y enmienda de los demás... 72.

 

Dispersión doctrinal de la herejía, frente a la unidad de la Iglesia.

 

Todos estos herejes son muy posteriores a los obispos a los cuales los apóstoles entregaron las Iglesias... Y puesto que son ciegos para la verdad, esos herejes tienen necesidad de salirse del camino trillado y de buscar andando por caminos siempre nuevos. Esta es la razón por la que los elementos de su doctrina no concuerdan y están dispersos sin orden alguno. En cambio el camino de los que están en la Iglesia da la vuelta al mundo entero y tiene la tradición segura que procede de los apóstoles: en ella se puede ver que todos tienen una única e idéntica fe, que todos admiten un mismo y único Dios Padre, todos creen en la misma economía de la encarnación del Hijo de Dios, todos tienen la misma conciencia de que les ha sido dado el Espíritu Santo, todos practican los mismos mandamientos y guardan de la misma manera las ordenaciones eclesiásticas, todos esperan la misma venida del Señor y esperan la misma salvación de todo el hombre, es decir, del alma y del cuerpo.

 

Porque la predicación de la Iglesia es verdadera y firme, y en ella se propone al mundo entero un único e idéntico camino de salvación. A ella, en efecto, le fue confiada la luz de Dios, y por esto la sabiduría de Dios con la que salva a todos los hombres «es proclamada por los caminos, actúa con libertad en las plazas, se predica desde lo alto de los muros y no cesa de hablar en las puertas de la ciudad» (Cf. Prov 1, 20-21). Porque por todas partes predica la Iglesia la verdad. Esta es la lámpara de siete brazos, que lleva la luz de Cristo. Los que abandonan la predicación de la Iglesia acusan de ignorancia a los santos presbíteros, sin observar que vale mucho más un hombre religioso aunque ignorante, que un sofista blasfemo e insolente. Esto es lo que son todos los herejes y los que creen haber encontrado algo más allá de la verdad. Empezando como hemos dicho, van siguiendo su camino, cada uno distinto y a su manera y a ciegas, cambiando de opinión sobre unas mismas cosas, como ciegos que se dejan guiar por ciegos, que han de caer necesariamente en la hoya de la ignorancia que les acecha. Siempre andan inquiriendo, pero jamás encuentran la verdad. Por esto hay que evitar sus opiniones, y hay que precaverse cuidadosamente, no sea que nos hagan algún daño. Por el contrario, hemos de refugiarnos en la Iglesia, para educarnos en su seno y alimentarnos con las Escrituras del Señor. La Iglesia ha sido plantada como un paraíso en este mundo: y el Espíritu de Dios dice que podemos comer los frutos de cualquier árbol del paraíso, es decir, de cualquier Escritura del Señor: pero no comáis del árbol de la autosuficiencia, ni toquéis para nada la disensión de los herejes. Porque ellos mismos proclaman que tienen el conocimiento del bien y del mal, y levantan sus ideas impías por encima del Dios que los creó. Sus pensamientos se levantan por encima de lo que es dado pensar, y por esto dice el Apóstol: «No saber más de lo que conviene saber, sino saber la prudencia» (Rom 12, 3). No hemos de comer su ignorancia, que quiere saber más de lo que conviene, no sea que seamos arrojados del paraíso de la vida. Porque Dios introduce en el paraíso a los que obedecen a su mandato, «recapitulando en si mismo todas las cosas, las de los cielos y las de la tierra» (Ef 1, 10): ahora bien, las de los cielos son espirituales, pero las de la tierra son de condición humana. Él recapituló, pues, en sí mismo estas cosas, juntando al hombre y al espíritu y poniendo el espíritu en el hombre, haciéndose a sí mismo cabeza del espíritu y haciendo que el espíritu sea cabeza del hombre: porque por él vemos y oímos y hablamos 73.

 

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Carta de Ignacio a Filadelfia

 Ignacio, llamado también Teóforo, a la iglesia de Dios el Padre y de Jesucristo, que está en Filadelfia de Asia, que ha hallado misericordia y está firmemente afianzada en la concordia de Dios y se regocija en la pasión de nuestro Señor y en su resurrección sin vacilar, estando plenamente provista de toda misericordia; iglesia a la cual saludo en la sangre de Jesucristo, que es gozo eterno y permanente; más especialmente si son unánimes con el obispo y los presbíteros que están con él, y con los diáconos que han sido nombrados en conformidad con la mente de Jesucristo, a los cuales Él de su propia voluntad ha confirmado y afianzado en su Santo Espíritu.

 


I. He hallado que este obispo vuestro ostenta el ministerio que pertenece al bienestar común, no por sí mismo o por medio de hombres, ni para vanagloria, sino en el amor de Dios y el Padre y el Señor Jesucristo. Estoy maravillado de su longanimidad; cuyo silencio es más poderoso que el hablar de los otros. Porque está en consonancia y armonía con los mandamientos como una lira con sus cuerdas. Por lo cual mi alma bendice su mente piadosa, porque he visto que es virtuoso y perfecto —incluso su temperamento calmado y sereno, viviendo en toda tolerancia de piedad—.

 

II. Como hijos, pues, [de la luz] de la verdad, evitad las divisiones y las doctrinas falsas; y allí donde está el pastor, seguidle como ovejas. Porque muchos lobos engañosos con deleites fatales se llevan cautivos a los que corren en la carrera de Dios; pero, cuando estéis unidos, no hallarán oportunidades.

 

III. Absteneos de las plantas nocivas, que no son cultivadas por Jesucristo, porque no son plantadas por el Padre. No que haya hallado divisiones entre vosotros, pero sí filtración. Porque todos los que son de Dios y de Jesucristo están con los obispos; y todos los que se arrepientan y entren en la unidad de la Iglesia, éstos también serán de Dios, para que puedan vivir según Jesucristo. No os dejéis engañar, hermanos míos. Si alguno sigue a otro que hace un cisma, no heredará el reino de Dios. Si alguno anda en doctrina extraña, no tiene comunión con la pasión.

 

IV. Sed cuidadosos, pues, observando una eucanstía (porque hay una carne de nuestro Señor Jesucristo y una copa en unión en su sangre; hay un altar, y hay un obispo, junto con el presbiterio y los diáconos mis consiervos), para que todo lo que hagáis sea según Dios.

 

V. Hermanos míos, mi corazón rebosa de amor hacia vosotros; y regocijándome sobremanera velo por vuestra seguridad; con todo, no soy yo, sino Jesucristo; y el llevar sus cadenas aún me produce más temor, por cuanto aún no he sido perfeccionado. Pero vuestras oraciones me harán perfecto [hacia Dios], refugiándome en el Evangelio como la carne de Jesús, y en los apóstoles como el presbiterio de la Iglesia. Sí, y amamos a los profetas también, porque nos señalaron el Evangelio en su predicación y ponían su esperanza en Él y le aguardaban; y teniendo fe en Él fueron salvados en la unidad de Jesucristo, siendo dignos de todo amor y admiración como hombres santos, aprobados por Jesucristo y contados juntos en el Evangelio de nuestra esperanza común.

 

VI. Pero si alguno propone el Judaísmo entre vosotros no le escuchéis, porque es mejor escuchar el Cristianismo de uno que es circuncidado que escuchar el Judaísmo de uno que es incircunciso. Pero si tanto el uno como el otro no os hablan de Jesucristo, yo los tengo como lápidas de cementerio y tumbas de muertos, en las cuales están escritos sólo los nombres de los hombres. Evitad, pues, las artes malvadas y las intrigas del príncipe de este mundo, no suceda que seáis destruidos con sus ardides y os debilitéis en vuestro amor. Sino congregaos en asamblea con un corazón indiviso. Y doy gracias a mi Dios que tengo buena conciencia de mis tratos con vosotros, y nadie puede jactarse, sea en secreto o en público, de que yo haya impuesto carga para ninguno, sea en cosas pequeñas o grandes. Sí, y ruego a Dios, para todos aquellos a quienes haya hablado, que no transformen mis palabras en testimonio en contra de ellos mismos.

 

VII. Porque aun cuando ciertas personas han deseado engañarme según la carne, con todo, el espíritu no es engañado, siendo de Dios; porque sabe de dónde viene y adónde va, y escudriña las cosas escondidas. Porque, cuando estuve entre vosotros, clamé, hablé en voz alta, con la voz propia de Dios: Prestad atención al obispo y al presbiterio y a los diáconos. Pese a ello, había algunos que sospechaban que yo decía esto porque conocía de antemano la división de algunas personas. Pero Aquel por quien estoy atado me es testigo de que no lo supe por medio de carne de hombre; fue la predicación del Espíritu que hablaba de esta forma: No hagáis nada sin el obispo; mantened vuestra carne como un templo de Dios; amad la unión; evitad las divisiones; sed imitadores de Jesucristo como Él mismo lo era de su Padre.

 

VIII. Yo hice, pues, mi parte, como un hombre amante de la unión. Pero allí donde hay división e ira, allí no reside Dios. Ahora bien, el Señor perdona a todos los hombres cuando se arrepienten, si al arrepentirse regresan a la unidad de Dios y al concilio del obispo. Tengo fe en la gracia de Jesucristo, que os librará de toda atadura; y os ruego que no hagáis nada en espíritu de facción, sino según la enseñanza de Cristo. Porque he oído a ciertas personas que decían: Si no lo encuentro en las escrituras fundacionales (antiguas), no creo que esté en el Evangelio. Y cuando les dije: Está escrito, me contestaron: Esto hay que probarlo. Pero, para mí, mi escritura fundacional es Jesucristo, la carta inviolable de su cruz, y su muerte, y su resurrección, y la fe por medio de Él; en la cual deseo ser justificado por medio de vuestras oraciones.

 

IX. Los sacerdotes también eran buenos, pero mejor es el Sumo Sacerdote al cual se encomienda el lugar santísimo; porque sólo a El son encomendadas las cosas escondidas de Dios; siendo Él mismo la puerta del Padre, por la cual entraron Abraham e Isaac y Jacob, y los profetas y los apóstoles y toda la Iglesia; y todas estas cosas se combinan en la unidad de Dios. Pero el Evangelio tiene una preeminencia singular en el advenimiento del Salvador, a saber, nuestro Señor Jesucristo, y su pasión y resurrección. Porque los amados profetas en su predicación le señalaban a Él; pero el Evangelio es el cumplimiento y perfección de la inmortalidad. Todas las cosas juntas son buenas si creéis por medio del amor.

 

X. Siendo así que, en respuesta a vuestra oración y a la tierna simpatía que tenéis en Jesucristo, se me ha dicho que la iglesia que está en Antioquía de Siria tiene paz, os corresponde, como iglesia de Dios, el designar a un diácono que vaya allí como embajador de Dios, para que pueda darles el parabién cuando se congreguen y puedan glorificar el Nombre. Bienaventurado en Jesucristo es el que será considerado digno de este servicio; y vosotros seréis glorificados. Ahora, pues, si lo deseáis, no os será imposible hacer esto por el nombre de Dios; tal como las iglesias que están más cerca han enviado obispos, y otras presbíteros y diáconos.

 

XI. Pero, por lo que se refiere a Filón, el diácono de Cilicia, un hombre de buen nombre, que ahora también me sirve a mí en el nombre de Dios, junto con Rhaius Agathopus, uno de los elegidos que me sigue desde Siria, que se ha despedido de esta vida presente; éstos dan testimonio en favor vuestro —y yo mismo doy gracias a Dios por causa de vosotros, porque los recibisteis, como confío que el Señor os recibirá a vosotros—. Pero que los que los han tratado con desprecio sean redimidos (perdonados) por la gracia de Jesucristo. El amor de los hermanos que están en Troas os saluda; desde donde yo también os escribo por mano de Burrhus, que fue enviado conmigo por los efesios y los esmirneanos como marca de honor. El Señor los honrará, a saber, Jesucristo, en quien está puesta su esperanza en la carne, el alma y el espíritu, por la fe, el amor y la concordia. Pasadlo bien en Cristo Jesús, nuestra común esperanza.

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Carta de Ignacio a Policarpo

 Ignacio, llamado también Teóforo, a Policarpo, que es obispo de la iglesia de Esmirna, o más bien que tiene por su obispo a Dios el Padre y a Jesucristo, saludos en abundancia.

 


I. Dando la bienvenida a tu mente piadosa que está afianzada como si fuera en una roca inconmovible, doy gloria sobremanera de que me haya sido concedido ver tu faz intachable, por la cual tengo gran gozo en Dios. Te exhorto por la gracia de la cual estás revestido que sigas adelante en tu curso y en exhortar a todos los hombres para que puedan ser salvos. Reivindica tu cargo con toda diligencia de carne y de espíritu. Procura que haya unión, pues no hay nada mejor que ella. Soporta a todos, como el Señor te soporta. Toléralo todo con amor, tal como haces. Entrégate a oraciones incesantes. Pide mayor sabiduría de la que ya tienes. Sé vigilante, y evita que tu espíritu se adormile. Habla a cada hombre según la manera de Dios. Sobrelleva las dolencias de todos, como un atleta perfecto. Allí donde hay más labor, hay mucha ganancia.

 

II. Si amas a los entendidos, esto no es nada que haya que agradecérsete. Más bien somete a los más impertinentes por medio de la mansedumbre. No todas las heridas son sanadas por el mismo ungüento. Suaviza los dolores agudos con fomentos. Sé prudente como la serpiente en todas las cosas e inocente siempre como la paloma. Por esto estás hecho de carne y espíritu, para que puedas desempeñar bien las cosas que aparecen ante tus ojos; y en cuanto a las cosas invisibles, ruega que te sean reveladas, para que no carezcas de nada, sino que puedas abundar en todo don espiritual. Los tiempos te lo requieren, como los pilotos requieren vientos, o un marino zarandeado por la tormenta (busca) un asilo, para poder llegar a Dios. Sé sobrio, como atleta de Dios. El premio es la incorrupción y la vida eterna, con respecto a la cual ya estás persuadido. En todas las cosas te soy afecto, yo y mis cadenas, que tú estimaste.

 

III. No te desmayes por los que parecen ser dignos de crédito y, pese a todo, enseñan doctrina extraña. Mantente firme como un yunque cuando lo golpean. A un gran atleta le corresponde recibir golpes y triunfar. Pero por amor de Dios hemos de soportar todas las cosas, para que El nos soporte a nosotros. Sé, pues, más diligente de lo que eres. Marca las estaciones. Espera en Aquel que está por encima de toda estación, el Eterno, el Invisible, que se hizo visible por amor a nosotros, el Impalpable, el Impasible, que sufrió por amor a nosotros, que sufrió en todas formas por amor a nosotros.

 

IV. Que no se descuide a las viudas. Después del Señor sé tú su protector. Que no se haga nada sin tu consentimiento; ni hagas nada tú sin el consentimiento de Dios, como no lo haces. Mantente firme. Que se celebren reuniones con más frecuencia. Dirígete a todos por su nombre. No desprecies a los esclavos, sean hombres o mujeres. Pero no permitas que éstos se engrían, sino que sirvan más fielmente para la gloria de Dios, para que puedan obtener una libertad mejor de Dios. Que no deseen ser puestos en libertad a expensas del pueblo, para que no. sean hallados esclavos de su (propia) codicia.

 

V. Evita las malas artes, o más bien evita incluso la conversación o plática sobre ellas. Di a mis hermanas que amen al Señor y estén contentas con sus maridos en la carne y en el espíritu. De la misma manera encargo a mis hermanos en el nombre de Jesucristo que amen a sus esposas, como el Señor amó a la Iglesia. Si alguno puede permanecer en castidad para honrar la carne del Señor, que lo haga sin jactarse. Si se jacta, está perdido; y si llega a ser conocido más que el obispo, está contaminado. Es apropiado que todos los hombres y mujeres, también, cuando se casan, se unan con el consentimiento del obispo, para que el matrimonio sea según el Señor y no según concupiscencia. Que todas las cosas se hagan en honor de Dios.

 

VI. Prestad atención al obispo, para que Dios también os ténga en cuenta. Yo soy afecto a los que están sometidos al obispo, a los presbíteros y a los diáconos. Que me sea concedido el tener mi porción con ellos en la presencia de Dios. Laborad juntos los unos con los otros, luchad juntos, corred juntos, sufrid juntos, reposad juntos, levantaos juntos, como mayordomos y asesores y ministros de Dios. Agradad al Capitán en cuyo ejército servís, del cual también habéis de recibir la paga. Que ninguno sea hallado desertor. Que vuestro bautismo permanezca en vosotros como vuestro escudo; vuestra fe como vuestro yelmo; vuestro amor como vuestra lanza; vuestra paciencia como la armadura del cuerpo. Que vuestras obras sean vuestras garantías, para que podáis recibir los haberes que se os deben. Por tanto, sed pacientes unos con otros en mansedumbre, como Dios con vosotros. Que siempre pueda tener gozo de vosotros.

 

VII. Siendo así que la iglesia que está en Antioquía de Siria tiene paz, según se me ha informado, por medio de vuestras oraciones, ello ha sido una gran consolación para mí, puesto que Dios ha eliminado mi preocupación; si es posible, que a través del sufrimiento pueda llegar a Dios, para que sea tenido como discípulo, mediante vuestra intercesión. Te conviene, muy bienaventurado Policarpo, convocar un concilio piadoso y elegir a alguno entre vosotros, a quien tú quieras y que sea celoso también, y que sea digno de llevar el nombre de correo de Dios —para que se le nombre, digo, y que vaya a Siria y glorifique vuestro celoso amor para la gloria de Dios—. Un cristiano no tiene autoridad sobre sí mismo, sino que da su tiempo a Dios. Esta es la obra de Dios, y la vuestra también, cuando la terminéis; porque confío en la gracia divina que estáis dispuestos a hacer un acto benéfico que es apropiado para Dios. Conociendo el fervor de tu sinceridad, te he exhortado en una carta breve.

 

VIII. Como no he podido escribir a todas las iglesias debido a que parto súbitamente de Troas para Neápolis, según manda la voluntad divina, escribirás tú a las iglesias nombradas delante, como uno que conoce el propósito de Dios, con miras a que ellos hagan también lo mismo: que los que puedan, envíen mensajeros, y el resto canas por las personas enviadas por ti, para que puedan ser glorificados por un acto que siempre sera recordado; porque esto es digno de ti.

 

Saludo a todos por nombre, en especial a la esposa de Epitropo, con toda su casa y sus hijos. Saludo a Attalus, amado mío. Saludo también al que será designado para ir a Siria. La gracia será con él siempre, y con Policarpo que le envía. Mis mejores deseos siempre en nuestro Dios Jesucristo, en quien permanecéis en la unidad y supervisión de Dios. Saludo a Alce, un nombre muy querido para mí. Pasadlo bien en el Señor.


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Carta de Ignacio de Antioquía a ESMIRNA

  Ignacio, llamado también Teóforo, a la iglesia de Dios el Padre y de Jesucristo el Amado, que ha sido dotada misericordiosamente de toda gracia, y llena de fe y amor y no careciendo de ninguna gracia, reverente y ostentando santos tesoros; a la iglesia que está en Esmirna, en Asia, en un espíritu intachable y en la palabra de Dios, abundantes salutaciones.

 


I. Doy gloria a Jesucristo el Dios que os concede tal sabiduría; porque he percibido que estáis afianzados en fe inamovible, como si estuvierais clavados a la cruz del Señor Jesucristo, en carne y en espíritu, y firmemente arraigados en amor en la sangre de Cristo, plenamente persuadidos por lo que se refiere a nuestro Señor que Él es verdaderamente del linaje de David según la carne, pero Hijo de Dios por la voluntad y poder divinos, verdaderamente nacido de una virgen y bautizado por Juan para que se cumpliera en El toda justicia, verdaderamente clavado en cruz en la carne por amor a nosotros bajo Poncio Pilato y Herodes el Tetrarca (del cual somos fruto, esto es, su más bienaventurada pasión); para que Él pueda alzar un estandarte para todas las edades por medio de su resurrección, para sus santos y sus fieles, tanto si son judíos como gentiles, en el cuerpo único de su Iglesia.

 

II. Porque Él sufrió todas estas cosas por nosotros [para que pudiéramos ser salvos]; y sufrió verdaderamente, del mismo modo que resucitó verdaderamente; no como algunos que no son creyentes dicen que sufrió en apariencia, y que ellos mismos son mera apariencia. Y según sus opiniones así les sucederá, porque son sin cuerpo y como los demonios.

 

III. Porque sé y creo que El estaba en la carne incluso después de la resurrección; y cuando El se presentó a Pedro y su compañía, les dijo: Poned las manos sobre mí y palpadme, y ved que no soy un demonio sin cuerpo. Y al punto ellos le tocaron, y creyeron, habiéndose unido a su carne y su sangre. Por lo cual ellos despreciaron la muerte, es más, fueron hallados superiores a la muerte. Y después de su resurrección Él comió y bebió con ellos como uno que está en la carne, aunque espiritualmente estaba unido con el Padre.

 

IV. Pero os amonesto de estas cosas, queridos, sabiendo que pensáis lo mismo que yo. No obstante, estoy velando siempre sobre vosotros para protegeros de las fieras en forma humana —hombres a quienes no sólo no deberíais recibir, sino, si fuera posible, ni tan sólo tener tratos [con ellos]; sólo orar por ellos, por si acaso se pueden arrepentir—. Esto, verdaderamente, es difícil, pero Jesucristo, nuestra verdadera vida, tiene poder para hacerlo. Porque si estas cosas fueron hechas por nuestro Señor sólo en apariencia, entonces yo también soy un preso en apariencia. Y ¿por qué, pues, me he entregado a mí mismo a la muerte, al fuego, a la espada, a las fieras? Pero cerca de la espada, cerca de Dios; en compañía de las fieras, en compañía de Dios. Sólo que sea en el nombre de Jesucristo, de modo que podamos sufrir juntamente con Él. Sufro todas las cosas puesto que Él me capacita para ello, el cual es el Hombre perfecto.

 

V. Pero ciertas personas, por ignorancia, le niegan, o más bien han sido negadas por Él, siendo abogados de muerte en vez de serlo de la verdad; y ellos no han sido persuadidos por las profecías ni por la ley de Moisés, ni aun en esta misma hora por el Evangelio, ni por los sufrimientos de cada uno de nosotros; porque ellos piensan también lo mismo con respecto a nosotros. Porque, ¿qué beneficio me produce [a mí] si un hombre me alaba pero blasfema de mi Señor, no confesando que Él estaba en la carne? Pero el que no lo afirma, con ello le niega por completo y él mismo es portador de un cadáver. Pero sus nombres, siendo incrédulos, no considero apropiado registrarlos por escrito; es más, lejos esté de mí el recordarlos, hasta que se arrepientan y regresen a la pasión, que es nuestra resurreción.

 

VI. Que ninguno os engañe. Incluso a los seres celestiales y a los ángeles gloriosos y a los gobernantes visibles e invisibles, si no creen en la sangre de Cristo [que es Dios], les aguarda también el juicio. El que recibe, que reciba. Que los cargos no envanezcan a ninguno, porque la fe y el amor lo son todo en todos, y nada tiene preferencia antes que ellos. Pero observad bien a los que sostienen doctrina extraña respecto a la gracia de Jesucristo que vino a vosotros, que éstos son contrarios a la mente de Dios. No les importa el amor, ni la viuda, ni el huérfano, ni el afligido, ni el preso, ni el hambriento o el sediento. Se abstienen de la eucaristía (acción de gracias) y de la oración, porque ellos no admiten que la eucaristía sea la carne de nuestro Salvador Jesucristo, cuya carne sufrió por nuestros pecados, y a quien el Padre resucitó por su bondad.

 

VII. Así pues, los que contradicen el buen don de Dios perecen por ponerlo en duda. Pero sería conveniente que tuvieran amor, para que también pudieran resucitar. Es, pues, apropiado, que os abstengáis de los tales, y no les habléis en privado o en público; sino que prestéis atención a los profetas, y especialmente al Evangelio, en el cual se nos muestra la pasión y es realizada la resurrección.

 

VIII. [Pero] evitad las divisiones, como el comienzo de los males. Seguid todos a vuestro obispo, como Jesucristo siguió al Padre, y al presbiterio como los apóstoles; y respetad a los diáconos, como el mandamiento de Dios. Que nadie haga nada perteneciente a la Iglesia al margen del obispo. Considerad como eucaristía válida la que tiene lugar bajo el obispo o bajo uno a quien él la haya encomendado. Allí donde aparezca el obispo, allí debe estar el pueblo; tal como allí donde está Jesús, allí está la iglesia universal. No es legítimo, aparte del obispo, ni bautizar ni celebrar una fiesta de amor; pero todo lo que él aprueba, esto es agradable también a Dios; que todo lo que hagáis sea seguro y válido.

 

IX. Es razonable, pues, que velemos y seamos sobrios, en tanto que tengamos [todavía] tiempo para arrepentimos y volvernos a Dios. Es bueno reconocer a Dios y al obispo. El que honra al obispo es honrado por Dios; el que hace algo sin el conocimiento del obispo rinde servicio al diablo. Que todas las cosas, pues, abunden para vosotros en gracia, porque sois dignos. Vosotros fuisteis para mí un refrigerio en todas las cosas; que Jesucristo lo sea para vosotros. En mi ausencia y en mi presencia me amasteis. Que Dios os recompense; por amor al cual sufro todas las cosas, para que pueda alcanzarle.

 

X. Hicisteis bien en recibir a Filón y a Rhaius Agathopus, que me siguieron en la causa de Dios como ministros de [Cristo] Dios; los cuales también dan gracias al Señor por vosotros, porque les disteis refrigerio en toda forma. No se perderá nada para vosotros. Mi espíritu os es devoto, y también mis ataduras, que no despreciasteis ni os avergonzasteis de ellas. Ni tampoco Él, que es la fidelidad perfecta, se avergonzará de vosotros, a saber, Jesucristo.

 

XI. Vuestra oración llegó a la iglesia que está en Antioquía de Siria; de donde, viniendo como preso en lazos de piedad, saludo a todos los hombres, aunque yo no soy digno de pertenecer a ella, siendo el último de ellos. Por la voluntad divina esto me fue concedido, no que yo contribuyera a ello, sino por la gracia de Dios, que ruego pueda serme dada de modo perfecto, para que por medio de vuestras oraciones pueda llegar a Dios. Por tanto, para que vuestra obra pueda ser perfeccionada tanto en la tierra como en el cielo, es conveniente que vuestra iglesia designe, para el honor de Dios, un embajador de Dios que vaya hasta Siria y les dé el parabién porque están en paz, y han recobrado la estatura que les es propia, y se les ha restaurado a la dimensión adecuada. Me parece apropiado, pues, que enviéis a alguno de los vuestros con una carta, para que pueda unirse a ellos dando gloria por la calma que les ha llegado, por la gracia de Dios, y porque han llegado a un asilo de paz por medio de vuestras oraciones. Siendo así que sois perfectos, que vuestros consejos sean también perfectos; porque si deseáis hacer bien, Dios está dispuesto a conceder los medios.

 

XII. El amor de los hermanos que están en Troas os saluda; de donde también os escribo por la mano de Burrhus, a quien enviasteis vosotros a mí juntamente con los efesios vuestros hermanos. Burrhus ha sido para mí un refrigerio en todas formas. Quisiera que todos le imitaran, porque es un ejemplo del ministerio de Dios. La gracia divina le recompense en todas las cosas. Os saluda. Saludo a vuestro piadoso obispo y a vuestro venerable presbiterio [y] a mis consiervos los diáconos, y a todos y cada uno y en un cuerpo, en el nombre de Jesucristo, y en su carne y sangre, en su pasión y resurrección, que fue a la vez carnal y espiritual, en la unidad de Dios y de vosotros. Gracias a vosotros, misericordia, paz, paciencia, siempre.

 

XIII. Saludo a las casas de mis hermanos con sus esposas e hijos, y a las vírgenes que son llamadas viudas. Os doy la despedida en el poder del Padre. Filón, que está conmigo, os saluda. Saludo a la casa de Gavia, y ruego que esté firme en la fe y el amor tanto de la carne como del espíritu. Saludo a Alce, un nombre que me es querido, y a Daphnus el incomparable, y a Eutecnus, y a todos por su nombre. Pasadlo bien en la gracia de Dios.


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Carta de Ignacio de Antioquía a los romanos



 Ignacio, que es llamado también Teóforo, a aquella que ha hallado misericordia en la benevolencia del Padre Altísimo y de Jesucristo su único Hijo; a la iglesia que es amada e iluminada por medio de la voluntad de Aquel que quiso todas las cosas que son, por la fe y el amor a Jesucristo nuestro Dios; a la que tiene la presidencia en el territorio de la región de los romanos, siendo digna de Dios, digna de honor, digna de parabienes, digna de alabanza, digna de éxito, digna en pureza, y teniendo la presidencia del amor, andando en la ley de Cristo y llevando el nombre del Padre; iglesia a la cual yo saludo en el nombre de Jesucristo el Hijo del Padre; a los que en la carne y en el espíritu están unidos a cada uno de sus mandamientos, siendo llenos de la gracia de Dios sin fluctuación, y limpiados de toda mancha extraña; salutaciones abundantes en Jesucristo nuestro Dios en su intachabilidad.

 

1

I. Por cuanto como respuesta de mi oración a Dios me ha sido concedido ver vuestros rostros piadosos, de modo que he obtenido aún más de lo que había pedido; porque llevando cadenas en Cristo Jesús espero saludaros, si es la divina voluntad que sea contado digno de llegar hasta el fin; porque el comienzo ciertamente esta bien ordenado, si es que alcanzo la meta, para que pueda recibir mi herencia sin obstáculo. Porque temo vuestro mismo amor, que no me cause daño; porque a vosotros os es fácil hacer lo que queréis, pero para mí es difícil alcanzar a Dios, a menos que seáis clementes conmigo.

 

2

II. Porque no quisiera que procurarais agradar a los hombres, sino a Dios, como en realidad le agradáis. Porque no voy a tener una oportunidad como ésta para llegar a Dios, ni vosotros, si permanecéis en silencio, podéis obtener crédito por ninguna obra más noble. Porque si permanecéis en silencio y me dejáis solo, soy una palabra de Dios; pero si deseáis mi carne, entonces nuevamente seré un mero grito (tendré que correr mi carrera). (Es más), no me concedáis otra cosa que el que sea derramado como una libación a Dios (cf. Ph 2,17 2Tm 4,6) en tanto que hay el altar preparado; para que formando vosotros un coro en amor, podáis cantar al Padre en Jesucristo, porque Dios ha concedido que (yo) el obispo de Siria se halle en el Occidente, habiéndolo llamado desde el Oriente. Es bueno para mí emprender la marcha desde el mundo hacia Dios, para que pueda elevarme a Él.

 

3

III. Nunca habéis recibido a nadie de mala gana; fuisteis los instructores de otros. Y mi deseo es que las lecciones que impartís como maestros las confirméis. Rogad, sólo, que yo tenga poder por dentro y por fuera, de modo que no sólo pueda decirlo, sino también desearlo; que pueda no sólo ser llamado cristiano, sino que lo sea de veras. Porque si resulto serlo, entonces puedo ser tenido como tal, y considerado fiel, cuando ya no sea visible al mundo. Nada visible es bueno. Porque Dios nuestro Dios Jesucristo, estando en el Padre, es el que es más fácilmente manifestado. La obra no es ya de persuasión, sino que el Cristianismo es una cosa de poder, siempre que sea aborrecido por el mundo.

 

4

IV. Escribo a todas las iglesias, y hago saber a todos que de mi propio libre albedrío muero por Dios, a menos que vosotros me lo estorbéis. Os exhorto, pues, que no uséis de una bondad fuera de sazón. Dejadme que sea entregado a las fieras puesto que por ellas puedo llegar a Dios. Soy el trigo de Dios, y soy molido por las dentelladas de las fieras, para que pueda ser hallado pan puro (de Cristo). Antes atraed a las fieras, para que puedan ser mi sepulcro, y que no deje parte alguna de mi cuerpo detrás, y así, cuando pase a dormir, no seré una carga para nadie. Entonces seré verdaderamente un discípulo de Jesucristo, cuando el mundo ya no pueda ver mi cuerpo. Rogad al Señor por mí, para que por medio de estos instrumentos pueda ser hallado un sacrificio para Dios. No os mando nada, cosa que hicieron Pedro y Pablo. Ellos eran apóstoles, yo soy un reo; ellos eran libres, pero yo soy un esclavo (cf. 1Co 9,1) en este mismo momento. Con todo, cuando sufra, entonces seré un hombre libre de Jesucristo (1Co 7,22), y seré levantado libre en Él. Ahora estoy aprendiendo en mis cadenas a descartar toda clase de deseo.

 

5

V. Desde Siria hasta Roma he venido luchando con las fieras (cf. 1Co 15,32), por tierra y por mar, de día y de noche, viniendo atado entre diez leopardos, o sea, una compañía de soldados, los cuales, cuanto más amablemente se les trata, peor se comportan. Sin embargo, con sus maltratos paso a ser de modo más completo un discípulo; pese a todo, no por ello soy justificado (1Co 4,4). Que pueda tener el gozo de las fieras que han sido preparadas para mí; y oro para que pueda hallarlas pronto; es más, voy a atraerlas para que puedan devorarme presto, no como han hecho con algunos, a los que han rehusado tocar por temor. Así, si es que por sí mismas no están dispuestas cuando yo lo estoy, yo mismo voy a forzarlas. Tened paciencia conmigo. Sé lo que me conviene. Ahora estoy empezando a ser un discípulo. Que ninguna de las cosas visibles e invisibles sientan envidia de mí por alcanzar a Jesucristo. Que vengan el fuego, y la cruz, y los encuentros con las fieras (dentelladas y magullamientos), huesos dislocados, miembros cercenados, el cuerpo entero triturado, vengan las torturas crueles del diablo a asaltarme. Siempre y cuando pueda llegar a Jesucristo.

 

6

VI. Los confines más alejados del universo no me servirán de nada, ni tampoco los reinos de este mundo. Es bueno para mí el morir (cf. 1Co 9,15) por Jesucristo, más bien que reinar sobre los extremos más alejados de la tierra. A Aquél busco, que murió en lugar nuestro; a Aquél deseo, que se levantó de nuevo (por amor a nosotros). Los dolores de un nuevo nacimiento son sobre mí. Tened paciencia conmigo, hermanos. No me impidáis el vivir; no deseéis mi muerte. No concedáis al mundo a uno que desea ser de Dios, ni le seduzcáis con cosas materiales. Permitidme recibir la luz pura. Cuando llegue allí, entonces seré un hombre. Permitidme ser un imitador de la pasión de mi Dios. Si alguno le tiene a Él consigo, que entienda lo que deseo, y que sienta lo mismo que yo, porque conoce las cosas que me están estrechando (cf. Ph 1,23).

 

7

VII. El príncipe de este mundo de buena gana me despedazaría y corrompería mi mente que mira a Dios. Que ninguno de vosotros que estéis cerca, pues, le ayude. Al contrario, poneos de mi lado, esto es, del lado de Dios. No habléis de Jesucristo y a pesar de ello deseéis el mundo. Que no haya envidia en vosotros. Aun cuando yo mismo, cuando esté con vosotros, os ruegue, no me obedezcáis; sino más bien haced caso de las cosas que os he escrito. (Porque) os estoy escribiendo en plena vida, deseando, con todo, la muerte. Mis deseos personales han sido crucificados, y no hay fuego de anhelo material alguno en mí, sino sólo agua viva (cf. Jn 4,10 Jn 7,38 Ap 14,25) que habla dentro de mí, diciéndome: Ven al Padre " (cf. Jn 14,12, etc.). No tengo deleite en el alimento de la corrupción o en los deleites de esta vida. Deseo el pan de Dios, que es la carne de Cristo, que era del linaje de David (Jn 7,42 Rm 1,3); y por bebida deseo su sangre, que es amor incorruptible.

 

8

VIII. Ya no deseo vivir según la manera de los hombres; y así será si vosotros lo deseáis. Deseadlo, pues, y que vosotros también seáis deseados (y así vuestros deseos serán cumplidos). En una breve carta os lo ruego; creedme. Y Jesucristo os hará manifiestas estas cosas (para que sepáis) que yo digo la verdad -Jesucristo, la boca infalible por la que el Padre ha hablado (verdaderamente)-. Rogad por mí, para que pueda llegar (por medio del Espíritu Santo). No os escribo según la carne, sino según la mente de Dios. Si sufro, habrá sido vuestro (buen) deseo; si soy rechazado, habrá sido vuestro aborrecimiento.

 

9

IX. Recordad en vuestras oraciones a la iglesia que está en Siria, que tiene a Dios como su pastor en lugar mío. Jesucristo sólo será su obispo -El y vuestro amor-. Pero en cuanto a mí, me avergüenzo de ser llamado uno de ellos; porque ni soy digno, siendo como soy el último de todos ellos y nacido fuera de sazón (cf. 1Co 14,8-9); pero he hallado misericordia para que sea alguien si es que llego a Dios. Mi espíritu os saluda, y el amor de las iglesias que me han recibido en el nombre de Jesucristo (cf. Mt 18,40-41), no como mero transeúnte: porque incluso aquellas iglesias que no se hallan en mi ruta según la carne vinieron a verme de ciudad en ciudad.

 

10

X. Ahora os escribo estas cosas desde Esmirna por mano de los efesios, que son dignos de todo parabién. Y Crocus también, un nombre que me es muy querido, está conmigo, y muchos otros también.

Por lo que se refiere a los que fueron antes que yo de Siria a Roma para la gloria de Dios, creo que ya habéis recibido instrucciones; hacedles saber que estoy cerca; porque ellos son todos dignos de Dios y de vosotros, y es bueno que renovéis su vigor en todas las cosas. Estas cosas os escribo el día 9º antes de las calendas de septiembre. Pasadlo bien hasta el fin en la paciente espera de Jesucristo.

 

Fuente: Los Padres Apostólicos, por J. B. Lightfoot. Editorial CLIE www.clie.es